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La visión del mar durante el romanticismo (ss. XVIII - XIX) es diferente a cómo se veía
anteriormente. Durante el siglo XVII “se trata de un mar cercano, apacible y domesticado, una
prolongación del campo, que agrada a la vista”1. Lo que aportará el siglo XVIII es
fundamentalmente una visión violenta, salvaje y grandiosa, que se relaciona con lo sublime. Los
empiristas británicos como Joseph Addison (Spectator, 1712) o Edmund Burke (Indagación
filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello, 1757) son los que se
internan en la teorización de lo sublime: “No placer, sino una especie de horror delicioso, una
especie de tranquilidad teñida de horror” (Not pleasure, but a sort of delightful horror, a sort of
tranquility tigned with terror). Lo sublime se asocia con la inmensidad y lo que no es abarcable por
la mente, por lo que se asocia el océano a ese “exquisito horror”. Este concepto lo contraponen a lo
bello, que proporciona un placer sosegado, que transmiten los paisajes campestres, por ejemplo.
Estas ideas las tomará Kant ya en Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime
(1764) “El aspecto de una cadena montañosa, cuyas cimas nevadas se elevan por encima de las
nubes, la descripción de un huracán […] nos producen un placer mezclado de espanto. Y la visión
de los prados salpicados de flores, de los valles donde serpentean riachuelos, donde pacen rebaños
[…] nos producen también sentimientos agradables, pero que son sólo alegres y risueños. Para ser
capaz de recibir con toda su fuerza la primera impresión, hay que poseer el sentimiento de lo
sublime, y para degustar bien la segunda, el sentimiento de lo bello” y en su Crítica del Juicio
(1791) “Peñas que se destacan audazmente y como una amenaza sobre un cielo en el que
borrascosas nubes se juntan y se acercan durante los relámpagos y los truenos, volcanes con todo su
poder devastador, huracanes a los que sigue la desolación, el inmenso océano en su furia (der
grenzlose Ozean in Empörung gesetzt), las cascadas de un río poderoso, etc., éstas son cosas que
reducen nuestro poder de resistir a algo insignificante en comparación con la fuerza que les es
propia. […] y llamamos a estos objetos sublimes porque elevan las fuerzas del alma por encima de
la media habitual.”
1 ROGER, A.; Breve tratado del paisaje. Biblioteca Nueva, Madrid, 2007.
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El Naufragio en la pintura romántica Raquel García Valerdiz
La pintura durante el siglo XIX mostrará un afán por representar los fenómenos de la naturaleza que
“sirve para excitar la sentimentalidad elegíaca y actúa como acicate para reflexiones pesimistas e
incluso escatológicas sobre la fugacidad de la vida humana”2. De aquí que el paisaje se configure
como un género autónomo en el arte. Los clásicos habían despreciado el paisaje como un género
inferior, pero el cambio que se produce en estos momentos supone, en primer lugar, pintar la
naturaleza por sí misma “y traducir un estado de ánimo íntimo haciendo que el artista transmita su
emoción al espectador”3. Ya desde la Antigüedad el viaje marítimo era una metáfora de la existencia
humana y durante el romanticismo este paisaje se vuelve trágico para reconocer la escisión entre la
Naturaleza y el hombre. El mar en su cólera, como apuntaba Kant, plantea la impotencia del sujeto
ante la realidad hostil. El naufragio se ve en este contexto como el fin del viaje humano, la muerte,
la fugacidad de la vida (tempus fugit) y el poder destructor que tiene la Naturaleza en el hombre.
Además, esta violencia destructiva del mar se vincula a la tradición mítica de la furia de Poseidón.
El naufragio aporta en el hombre un sentimiento de abandono y soledad que ya apuntaba Stendhal
(Rojo y negro, 1830) “[…] estaba solo, como una barca abandonada en medio del océano.” Lo
sublime no es en sí el mar tempestuoso o el navío que está naufragando, sino el “especial
sentimiento que es capaz de suscitar en quien es testigo desde la distancia física”4.
El número de obras que desarrollan el tema del naufragio es ingente por lo que constituyen el
reflejo de la vigencia de las ideas anteriormente apuntadas. He querido dividir los ejemplos a través
de tres naciones que configuran características diferentes en sus obras pictóricas, aunque a modo
general, el dramatismo de las escenas es una constante en todos los naufragios pictóricos. En la gran
mayoría de las obras que voy a comentar se manifiesta también un gran contraste entre luz y
sombras. Esta característica la podemos relacionar con lo religioso. Durante el Romanticismo el
sentimiento religioso se intensifica, toda la Naturaleza se ve como obra divina y las ideas de la
creación del universo se manifiestan pictóricamente. Por esto, en la naturaleza desatada de una
tormenta marina, el cielo y el mar se oscurecen, y “es Dios quien manifiesta su poder”5 como luz en
el centro de las composiciones. Además, muchos de los naufragios pintados durante el siglo XIX
son obras inspiradas en sucesos reales, pero que no tratan de reproducir simplemente una naturaleza
2 GUILLÉN MARCOS, E.; Naufragios: Imágenes románticas de la desesperación. Ediciones Siruela, Madrid, 2004, p. 9
3 GRAS BALAGUER, M.; El romanticismo como espíritu de la modernidad, Montesinos, Barcelona, 1988, p. 112
4 GUILLÉN MARCOS, E.; Op. cit., p. 26
5 Ibid., p. 46
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El Naufragio en la pintura romántica Raquel García Valerdiz
6 ARGULLOL, R.; La atracción del abismo: Un itinerario por el paisaje romántico. Destino, Barcelona, 1991, p. 81
7 HERRMANN, L.; Les Paysagistes Anglais. Fabbri, Milan, 1969, p. 10
8 BOCKEMÜHL, M.; Turner: El mundo de la luz y del color. Taschen, Köln, 1992, p. 12
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9 “Un vapor antes de entrar al puerto da señales en un paraje vadoso y avanza con sonda. El autor presenció la tormenta
durante la noche en que el Ariel partió de Harwich, 1842”
10 HERRMANN, L.; Op. cit., p. 18
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11 CLARK, K.; La rebelión romántica: El arte romántico frente al clásico. Alianza, Madrid, 1990, pp. 181 - 185
12 CLARK, K.; Op. cit., p. 182
13 HONOUR, H.; El Romanticismo. Alianza, Madrid, 1986, pp. 42 - 45
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El Naufragio en la pintura romántica Raquel García Valerdiz
destructiva y ser incluso más sublime que una tormenta impetuosa. La lenta agonía de la muerte que
provoca el hielo es “pálida, fría y silenciosa”14. Representa un accidente real fruto de la propia
experiencia del pintor ante el río Elba, donde un bloque de hielo fracturado, cuyos trozos ascienden
diagonalmente, dejan ver aprisionados los restos de un barco. Volvemos a ver la presencia divina a
través de la luz de las nubes en el centro de la composición. Es en esencia una alegoría de la
precariedad del destino humano. El hombre se siente desamparado en la soledad, una de las
carencias que excitan lo sublime según Burke, junto con el vacío y el silencio. Varios autores
apuntan además la estrecha relación de las obras de este pintor con el poeta alemán Novalis, sobre
todo por la búsqueda de lo religioso en la Naturaleza.
Conclusiones
Los naufragios, uno de los temas más representados durante el Romanticismo, no se pueden
entender sin la relación que existía en ese periodo entre la reflexión teórica, la representación
plástica y la creación literaria. Como dijo Charles Baudelaire, “El romanticismo no se halla ni en la
elección de los temas ni en su verdad exacta, sino en el modo de sentir.”16. Un modo de sentir que
se caracterizaba por la imaginación, el colorido y un espíritu poético que impregnó decididamente
el arte y especialmente el paisaje pictórico.
Bibliografía
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el teatro. Gustavo Gili, Barcelona, 1977.
ARGULLOL, R.; La atracción del abismo: Un itinerario por el paisaje romántico, Destino,
Barcelona, 1991
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ROSENBLUM, R. Y JANSON H. W.; El arte del siglo XIX, Akal, Madrid, 1984
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Apéndice gráfico
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Figura 6 - Frente a la costa inglesa (At the English Coast), Richard Parkes Bonington, 1825
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Figura 10 - El día después de una noche tempestuosa, Johann Christian C. Dahl, 1819
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Figura 11 - El mar de hielo (El naufragio del Esperanza), Caspar David Friedrich, 1823
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