derechos se inserta en el marco de las reclamaciones territoriales no resueltas suscitadas, en el caso argentino, en el transcurso del siglo XIX. Pero, al mismo tiempo y fundamentalmente, aparece asociada en el vocabulario de los políticos vernáculos con el concepto de soberanía, término del cual se abusa hasta el hartazgo.
En otras palabras, el empleo del vocablo soberanía para
referirse a la integridad territorial argentina resulta por mucho exagerado y engañoso, habida cuenta de las precisiones que al respecto reitera el Derecho constitucional, el cual, al definir soberanía, nos dice que es "la no dependencia de un Estado con respecto a otro".
Creemos oportuno este momento para reflexionar acerca del
significado íntimo de este vocablo. Lo afirmamos porque el cuerpo social argentino viene exhibiendo desde hace décadas síntomas alarmantes de escepticismo y desprejuicio ético, cuya profundización pondría en peligro la unidad de la nación y la existencia misma del Estado.
Enferma la nación, debilitada por la epidemia moral que la
acosa, SÍ ve peligrar su soberanía, porque replegada sobre sí misma, temerosa de la verdad que ilumina el camino de los pueblos racionales, reacciona instintivamente, en forma casi bárbara, buscando agresores externos para justificar las derrotas íntimas y ocultar así la debilidad de un cuerpo anémico que se arrastra doliente, sin atreverse a aceptar el mal que lo corroe.
El respeto a la vida, la solidaridad como principio rector de la
conducta humana, he ahí lo que debe conquistar la sociedad argentina para defender su soberanía, para que alcance su verdadera dimensión en un proyecto de futuro.
Emplear el vocablo soberanía para defender derechos
histórico-jurídicos implica no sólo forzar el significado intrínseco que el vocablo encierra, sino -lo que es más grave- ocultar la verdadera extensión de nuestros males.
Por otra parte, si de derechos territoriales se habla, reivindi-
carlos con metodologías del siglo pasado resulta un anacronismo histórico, que no tarda en pagarse a un costo difícilmente imaginable.
Es de esperar que la epidemia pueda conjurarse para poder
comprender, por primera vez, en toda su latitud, el significado del año 1982 y, a través de la serena reflexión, conscientes de las jornadas macabras vividas, valorar sinceramente el sentido último de la vida humana y, de allí en más, iniciar la tarea fundacional de la nueva argentina.
10 de Junio DÍA DE LA SOBERANÍA
La conmemoración de esta fecha de reafirmación de
derechos se inserta en el marco de las reclamaciones territoriales no resueltas suscitadas, en el caso argentino, en el transcurso del siglo XIX. Pero, al mismo tiempo y fundamentalmente, aparece asociada en el vocabulario de los políticos vernáculos con el concepto de soberanía, término del cual se abusa hasta el hartazgo.
En otras palabras, el empleo del vocablo soberanía para
referirse a la integridad territorial argentina resulta por mucho exagerado y engañoso, habida cuenta de las precisiones que al respecto reitera el Derecho constitucional, el cual, al definir soberanía, nos dice que es "la no dependencia de un Estado con respecto a otro".
Creemos oportuno este momento para reflexionar acerca del
significado íntimo de este vocablo. Lo afirmamos porque el cuerpo social argentino viene exhibiendo desde hace décadas síntomas alarmantes de escepticismo y desprejuicio ético, cuya profundización pondría en peligro la unidad de la nación y la existencia misma del Estado.
Enferma la nación, debilitada por la epidemia moral que la
acosa, SÍ ve peligrar su soberanía, porque replegada sobre sí misma, temerosa de la verdad que ilumina el camino de los pueblos racionales, reacciona instintivamente, en forma casi bárbara, buscando agresores externos para justificar las derrotas íntimas y ocultar así la debilidad de un cuerpo anémico que se arrastra doliente, sin atreverse a aceptar el mal que lo corroe.
El respeto a la vida, la solidaridad como principio rector de la
conducta humana, he ahí lo que debe conquistar la sociedad argentina para defender su soberanía, para que alcance su verdadera dimensión en un proyecto de futuro.
Emplear el vocablo soberanía para defender derechos
histórico-jurídicos implica no sólo forzar el significado intrínseco que el vocablo encierra, sino -lo que es más grave- ocultar la verdadera extensión de nuestros males.
Por otra parte, si de derechos territoriales se habla, reivindi-
carlos con metodologías del siglo pasado resulta un anacronismo histórico, que no tarda en pagarse a un costo difícilmente imaginable.
Es de esperar que la epidemia pueda conjurarse para poder
comprender, por primera vez, en toda su latitud, el significado del año 1982 y, a través de la serena reflexión, conscientes de las jornadas macabras vividas, valorar sinceramente el sentido último de la vida humana y, de allí en más, iniciar la tarea fundacional de la nueva Argentina.