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Importancia de las Reservas naturales

Tomado de “Guía de las Reservas Naturales de la Argentina. Patagona Austral” Tomo 2. Juan Carlos
Chebez.

Todavía mucha gente ve a las reservas naturales como terrenos baldíos, carentes de
todo interés, criaderos de malezas y alimañas y un gasto inútil. Afortunadamente ya es una
visión minoritaria, y ahora la más peligrosa es la que las acepta pero no las incluye como
prioridad estratégica de acción o de gobierno, escudándose en argumentos tales como que
las crisis económica, social, educativa o sanitaria son las únicas que ameritan una atención
preferencial. Pero el dilema radica en que si, mientras el tiempo transcurre, los procesos de
transformación de los ambientes naturales siguen incrementándose y las tasas de
exterminación de especies continúan llegando a límites increíbles, muy pronto será poco lo
que quede por rescatar. Por eso creemos que la consolidación de las actuales reservas na-
turales y la creación de todas las faltantes (que son muchas), contrariamente a lo que
algunos sustentan, merecen estar entre las cuestiones prioritarias y ser parte de las políticas
de Estado nacionales, provinciales, municipales y de las preocupaciones de cada ciudadano.
Saber cuál es la reserva más próxima a nuestro domicilio o lugar de trabajo o estudio,
visitarla, aprender de ella y ser parte activa de su gestión es una obligación de cada uno que
no puede transferirse a los gobiernos. Probablemente, parte de la problemática radica en
que no se llegan a comprender las múltiples funciones que cumplen las reservas naturales y
que las vuelven indispensables en el mundo actual. Nosotros mismos, al iniciarnos en esta
actividad (véase tomo 1) lo hicimos recorriendo reservas o impulsando la creación de
reservas nuevas para salvaguardar especies que se extinguían, y sólo con el tiempo
aprendimos todas las otras funciones, acaso más importantes para el gran público, que
podían cumplir las reservas.
A modo de resumen, podemos destacar su función clave para rescatar muestras
representativas de las diferentes ecorregiones o regiones naturales que componen un país,
debiendo abarcar para ello superficies tales que contengan la totalidad o la mayor cantidad
de ambientes, comunidades vegetales o ecosistemas. En este aspecto, los a veces
denostados o subestimados inventarios biológicos son el primer paso para indicarnos si
hemos acertado en la elección del sitio. Otro aspecto a tener en cuenta, íntimamente ligado,
es que de las diferentes especies deberíamos tener poblaciones viables (es decir, que se
mantengan en el tiempo!. protegidas de los problemas genéticos derivados de la consan-
guinidad y capaces de soportar epidemias o catástrofes naturales sin extinguirse. También
es importante tener áreas que aseguren el cumplimiento de procesos ecológicos peculiares
(por ejemplo, plantas de flores o frutos especiales que requieren de polinizadores o
dispersores exclusivos) o contengan una superficie o un gradiente altitudinal que permita la
realización de ciertos procesos sin que las especies deban abandonar las áreas (ejemplo: la
floración masiva de los cañaverales se produce en parches y varía según la altura, obligando
a quienes se refugian en ellos o se alimentan de sus semillas a ir migrando a medida que los
parches florecen y se secan).
Cada reserva natural es además una fuente de recursos naturales potenciales
inimaginables que no han sido aún relevados ni investigados. ¿Cuántos remedios,
colorantes, fibras textiles, resinas, carnes silvestres o adaptaciones funcionales o ecológicas
son todavía desconocidos para la ciencia? Ganar tiempo y mantener a las especies para
que futuros investigadores descubran esos recursos es una función importantísima de las
reservas; incluso, en algunos tipos de reservas se autoriza la extracción regulada de
semillas o frutos u otros recursos como parte de los objetivos del área: es el caso de las
reservas forestales, de uso múltiple o los paisajes protegidos. La protección de las cuencas
y a veces la regulación local del clima son razones suficientes que, por sí solas, justifican la
existencia de reservas. Así, los parques nacionales Calilegua en las yungas o Nahuel Huapi
en el sur protegen cuencas que aguas abajo mantienen cultivos o ingenios, que son fuente
de trabajo para miles de habitantes o bien aseguran el normal funcionamiento de represas
que les dan energía a grandes centros urbanos, a veces a miles de kilómetros de las
mismas y que no se dan por enterados de lo que les deben a estas áreas protegidas.
El turismo como importante rubro económico en expansión en nuestro país se mueve
fundamentalmente en base a unas pocas áreas protegidas. Iguazú, Los Glaciares, Nahuel
Huapi, Lanín, Valdés, Tierra del Fuego, Humahuaca son ya lugares o destinos clásicos para
el turista internacional. La variante que se da en llamar ecoturismo y que nosotros
entendemos como un turismo de bajo impacto, responsable en su contacto con el medio
ambiente, está en pleno auge y tiene su columna vertebral en las áreas protegidas, y son
muchas las provincias que podrían armar circuitos encadenando visitas a sus actuales
reservas con alojamiento en localidades vecinas y cabalgatas o excursiones con guías
locales que reactiven las alicaídas economías regionales.
El papel educativo de las reservas naturales es fundamental, tanto como lugares de
entrenamiento y de trabajo para investigadores -lo que redunda en el avance de las ciencias-
como en la formación de los niños y jóvenes de todos los niveles escolares, que necesitan
estos museos vivientes donde conceptos fríos y abstractos como cadena alimentaría,
hábitat, nicho ecológico, consociación, asociación, simbiosis, parasitismo, etc., pasan a ser
ejemplos tangibles e inolvidables porque son aprehendidos por todos los sentidos. En esta
función, toda reserva es un laboratorio viviente y un aula verde para las universidades y
escuelas más cercanas. Pero este aspecto, complementario en algunas áreas, es
fundamental y prioritario en las llamadas reservas naturales urbanas o educativas.
Finalmente, las reservas naturales, al salvar ambientes, permiten la adecuada
valoración de los habitantes originales, ancestrales, verdaderos hombres-paisaje que
conocían las especies por sus nombres específicos, sus usos prácticos, y que las
representaban en leyendas, creencias, artesanías y otras expresiones artísticas. No
debemos olvidar que incluso figuras como las reservas naturales culturales o los paisajes
protegidos ponen en este aspecto su énfasis principal.
Como se ve después de lo expuesto, los molestos baldíos se nos han vuelto, en estos
tiempos, imprescindibles.

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