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CÉSAR VALLEJO- (PERÚ) A mi hermano Miguel

In memoriam
Los Heraldos Negros Hermano estoy en el poyo de la casa.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Donde nos haces una falta sin fondo!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
la resaca de todo lo sufrido nos acariciaba: “Pero, hijos...”
se empozara en el alma… Yo no sé!
Ahora yo me escondo,
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras como antes, todas estas oraciones
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas; Por la sala, el zaguán, los corredores.
o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
Son las caídas hondas de los Cristos del alma, hermano, en aquel juego.
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones Miguel, tú te escondiste
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como Y tu gemelo corazón de esas tardes
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido cae sombra en el alma.
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Oye, hermano, no tardes
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.

El pan nuestro TRILCE


Se bebe el desayuno... Húmeda tierra XLIX
de cementerio huele a sangre amada. Murmurado en inquietud, cruzo,
Ciudad de invierno... La mordaz cruzada el traje largo de sentir, los lunes
de una carreta que arrastrar parece de la verdad.
una emoción de ayuno encadenada! Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado
Se quisiera tocar todas las puertas, de quién seré.
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos, Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá
dar pedacitos de pan fresco a todos. a todos en las blancas hojas
Y saquear a los ricos sus viñedos de las partidas.
con las dos manos santas Esa guardarropía, ella sola,
que a un golpe de luz al volver de cada facción,
volaron desclavadas de la Cruz! de cada candelabro
ciego de nacimiento.
Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo, Tampoco yo descubro a nadie, bajo
Señor...! este mantillo que iridice los lunes
de la razón;
Todos mis huesos son ajenos; y no hago más que sonreir a cada púa
yo talvez los robé! de las verjas, en la loca búsqueda
Yo vine a darme lo que acaso estuvo del conocido.
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido, Buena guardarropía, ábreme
otro pobre tomara este café! tus blancas hojas:
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré! quiero reconocer siquiera al 1,
quiero el punto de apoyo, quiero
Y en esta hora fría, en que la tierra saber de estar siquiera.
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas, En los bastidores donde nos vestimos,
y suplicar a no sé quién, perdón, no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo
y hacerle pedacitos de pan fresco de par en par.
aquí, en el horno de mi corazón...! Y siempre los trajes descolgándose
por sí propios, de perchas
como ductores índices grotescos,
y partiendo sin cuerpos, vacantes,
hasta el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!
999 CALORÍAS Un hombre pasa con un pan al hombro
Rumbbb...Trrrapprrr rrach...chaz Un hombre pasa con un pan al hombro
Serpentínica u del dizcochero ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?
engirafada al tímpano.
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila,
Quién como los hielos. Pero no. mátalo
Quién como lo que va ni más ni menos. ¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?
Quién como el justo medio.
Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
1,000 calorías. ¿Hablar luego de Sócrates al médico?
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja Un cojo pasa dando el brazo a un niño
el sol empavado y le alborota los cascos ¿Voy, después, a leer a André Bretón?
al más frío.
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
Remeda al cuco: Roooooooeeeis... ¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?
tierno autocarril, móvil de sed,
que corre hasta la playa. Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?
Aire, aire! Hielo!
Si al menos el calor (__________ Mejor Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
no digo nada. ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Y hasta la misma pluma Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente


con que escribo por último se troncha. ¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Treinta y tres trillones trescientos treinta Un banquero falsea su balance


y tres calorías. ¿Con qué cara llorar en el teatro?

POEMAS HUMANOS Un paria duerme con el pie a la espalda


Piedra negra sobre una piedra blanca ¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
ME MORIRÉ EN París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo. Alguien va en un entierro sollozando
Me moriré en París y no me corro ¿Cómo luego ingresar a la Academia?
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Alguien limpia un fusil en su cocina
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso ¿Con qué valor hablar del más allá?
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, Alguien pasa contando con sus dedos
con todo mi camino, a verme solo. ¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?
España aparta de mí este cáliz
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada; España, aparta de mí este cáliz . Masa
le daban duro con un palo y duro Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
también con una soga; son testigos y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
los días jueves y los huesos húmeros, Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
la soledad, la lluvia, los caminos...
Se le acercaron dos y repitiéronle:
Intensidad y altura «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Quiero escribir, pero me sale espuma, Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma, Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
no hay pirámide escrita, sin cogollo. clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la
muerte!»
Quiero escribir, pero me siento puma; Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma, Le rodearon millones de individuos,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo. con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido, Entonces todos los hombres de la tierra
nuestra alma melancólica en conserva. le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
Vámonos! Vámonos! Estoy herido; abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

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