vez superado el clima de antimarxismo dominante en los años ochenta y
noventa, el Marx del siglo XXI quedó liberado de la pesada hipoteca de ser el «padre» de los comunismos reales del siglo XX. De los escombros del Muro de Berlín surgió un Marx capaz de ofrecer claves válidas para entender el mundo globalizado por fuera de las interpretaciones canónicas de un partido o una ideología. Más cerca en el tiempo, el estallido financiero de 2008 nos recordó que su diagnóstico sobre la expansión del capitalismo, con sus crisis periódicas y su carga de miseria, exclusión y violencia sistémica, permanece vigente. Esta Antología, cuya edición estuvo al cuidado de Horacio Tarcus, uno de los más reconocidos historiadores del pensamiento de las izquierdas, está destinada no a los especialistas sino a los estudiantes y lectores en general que buscan acercarse a la obra de Marx por primera vez. Y viene a salvar una ausencia, ya que textos emblemáticos como el Manifiesto Comunista o El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, entre otros, circulaban hasta hoy aislados, y las escasísimas antologías disponibles son tributarias de la ortodoxia soviética, ya superada. Este volumen reúne, en versiones completas y anotadas, los textos fundamentales de Karl Marx, esos que se han convertido en clásicos y en cita obligada dentro del amplio campo de las humanidades y las ciencias sociales. El orden de los escritos sigue un criterio cronológico, en un arco que va de 1843 a 1881, desde su ensayo Sobre la cuestión judía, pasando por los capítulos centrales de El capital, hasta su visión de los primeros movimientos revolucionarios en Rusia. Con un estudio preliminar que funciona como excelente guía de lectura, al restituir el contexto imprescindible de cada escrito, explicar sus ejes conceptuales y señalar los debates que suscitó a lo largo del siglo XX, esta Antología demuestra que tiene sentido «volver a Marx» y dialogar con su obra, ya sea para descifrar nuestro presente o para alimentar la utopía de superarlo. Tesis sobre Feuerbach[1]
[I] El defecto fundamental de todo el materialismo anterior —incluido el de Feuerbach—
es que sólo concibe las cosas, la realidad, lo sensible, bajo la forma de objeto o de intuición, pero no como actividad sensiblemente humana, no como práctica [Praxis], no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, en contraposición con el materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensible, como tal. Feuerbach quiere objetos sensibles, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la actividad humana misma como una actividad objetiva. Por eso, en La esencia del cristianismo[2] sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo en su forma suciamente judía de manifestarse. Por tanto, no comprende la importancia de la acción «revolucionaria», «práctico-crítica». [II] En cuanto a la cuestión de si al pensamiento humano puede atribuírsele una verdad objetiva, no es una cuestión teórica, sino una cuestión práctica. Es en la práctica [Praxis] donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica [Praxis] es una cuestión puramente escolástica. [III] La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, quienes hacen que cambien las circunstancias, y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a distinguir en la sociedad dos partes, una de las cuales está elevada por encima de la sociedad (así, por ejemplo, en Robert Owen[3]). La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria [revolutionäre Praxis]. [IV] Feuerbach toma como punto de partida la autoenajenación religiosa, el desdoblamiento del mundo en un mundo religioso, imaginario, y otro real. Su cometido consiste en disolver el mundo religioso, reduciéndolo a su base terrenal. No advierte que, después de realizada esta labor, queda por hacer lo principal. En efecto, el que la base terrenal se separe de sí misma, y se plasme en las nubes como reino independiente, sólo puede explicarse por el autodesgarramiento y la contradicción de esta base terrenal consigo misma. Por tanto, lo primero que hay que hacer es comprender esta en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción. Por consiguiente, después de descubrir —v. gr.: en la familia terrenal— el secreto de la sagrada familia, hay que criticar teóricamente y revolucionar prácticamente aquella. [V] Feuerbach, no contento con el pensamiento abstracto, apela a la intuición sensible; pero no concibe lo sensible como una actividad sensible humana práctica. [VI] Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado 1. a hacer abstracción del proceso histórico, ateniéndose al sentimiento religioso [Gemüt] como tal y así presuponer un individuo humano abstracto, aislado; 2. en él, la esencia humana sólo puede concebirse como «género», como una generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos individuos. [VII] Feuerbach no ve, por tanto, que el «sentimiento religioso» es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a determinada forma de sociedad. [VIII] La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que desvían la teoría hacia el misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica. [IX] A lo que más llega el materialismo intuitivo —es decir, el materialismo que no concibe lo sensible como actividad práctica— es a intuir a los distintos individuos dentro de la «sociedad civil». [X] El punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad «civil»; el del nuevo materialismo, la sociedad humana o la humanidad socializada. [XI] Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. [Escrito en alemán por K. Marx en la primavera de 1845. Fue hallado por Friedrich Engels en un cuaderno de notas de Marx y publicado por primera vez en 1888, con ligeras adaptaciones, como apéndice a su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.]