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Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales


Argumentación y expresión escrita
11 de mayo de 2018

Los dictadores también son humanos

¿Cómo abordar la vida y obra de un dictador temido por todos, entronizado por
muchos y confrontado por pocos? ¿Cómo aterrizarlo a su forma más mundana de
ser humano? ¿Cómo mantener a cualquier lector con la vista pegada a las páginas
de una obra tan llena de historia sin perder ni una sola vez su interés, pero sin
alterarla y desvariar en construcciones inverosímiles? Son algunas de las
cuestiones con las que probablemente se enfrentó Mario Vargas Llosa al escribir La
fiesta del Chivo, una de sus piezas maestras.
Con esta obra el prolífico escritor peruano muestra a sus lectores dos cosas;
el amor que tiene por la literatura y la política en conjunto y, por otro lado, el reto de
escribir una novela que no corte de tajo la relación entre la fantasía y el hecho
histórico, sino por el contrario, sumarlos para construir una novela más enriquecida.
Se trata pues, de un escritor que ha mantenido los reflectores de los medios
en torno suyo durante ya una larga carrera en las letras, ya sea por su dedicación a
la escritura –razón por la que fue Premio Nobel de Literatura en 2010– o por su
postura política que ha manifestado arduamente en contra de los regímenes
totalitarios de América Latina.
Obras como Pantaleón y las visitadoras (1973) y La guerra del fin del mundo
(1981) han emanado de hechos reales acontecidos en países latinoamericanos, en
el caso de esta novela del Chivo no fue la excepción, pues la historia transcurre
dentro del oscuro pasado de la República Dominicana, país caribeño que sufrió una
dictadura disfrazada de democracia entre 1930 y 1961. ¿El responsable? Rafael
Leónidas Trujillo, el Chivo, quien se mantuvo en el poder presidencial a veces de
manera formal, otras por debajo de la mesa –mediante “presidentes fantoches”, tal
como se les refiere el autor de la novela– durante aquellos años donde se vivía la
efervescencia de la Guerra Fría.
El contexto internacional en este sentido es indisociable de la figura del
dictador, pues fue una época donde había gran incertidumbre en ambos hemisferios
del globo y en donde la figura autoritaria del autócrata servía para dar relativa
estabilidad a los gobiernos latinoamericanos.
La Era de Trujillo es un ejemplo de lo anterior pero maximizado a la ene
potencia, pues muy a la manera de los gobiernos fascistas de Europa como el caso
de Benito Mussolini, el vanagloriado dictador dominicano se hizo de un cuerpo
armado personalizado a capricho del régimen: los caliés, quienes eran elementos
policiales del Servicio de Inteligencia Militar con el único fin de perseguir, torturar y
castigar a todo aquel detractor que se impusiera en el camino de la voluntad de
Trujillo. De tal manera la novela nos muestra la cara de una de las cabezas que
dirigió a los caliés, el sanguinario Johnny Abbes.
Sin embargo, más allá del poder militar propio de un dictador, Trujillo se hizo
de un poder y autoridad que ningún otro presidente latinoamericano en el siglo XX
presentó, pues amasó una gran fortuna familiar bajo el monopolio de buena parte
de las empresas dominicanas, haciéndose una figura necesaria para la prosperidad
de la economía nacional. Además, gracias al pago de la deuda externa que el país
venía arrastrando con EE.UU. construyó una imagen de hombre solvente y
“estadista” hasta el punto de ser la figura paternalista más importante (incluso en
las vidas privadas de las familias dominicanas).
La vida y obra del Chivo incidió en prácticamente todas las esferas de la
realidad política, económica, social y hasta religiosa del país caribeño, pues si bien
al principio mantuvo buena relación con la Iglesia católica, después al ir
recrudeciendo las formas coactivas de control algunos miembros eclesiásticos
empezaron a criticar el duro régimen del dictador, pues no respetaba derechos ni
libertades de nadie, ni si quiera de sus colaboradores más cercanos.
En La fiesta del Chivo Vargas Llosa ofrece al lector una prosa rica en lenguaje
y estilo, sin mencionar la particularísima estructura narrativa con la que logra atrapar
al lector (o confundirlo si no acostumbra leer historias no lineales), con la que se
gana a pulso la definición de sui géneris.
De tal manera, Trujillo es el vórtice en torno al cual gira el orden y la paz
aparente de toda una nación, producto de la rigidez del régimen. No obstante, la
historia degenera eventualmente en el caos de un país encauzado hacia el capricho
de un solo hombre. Razón por la cual un grupo de valientes hombres, entre ellos;
Salvador Estrella Sadhalá (El Turco), Amado García Guerrero (Amadito), Antonio
de la Maza y Antonio Imbert preparan una emboscada a quien antes consideraban
como el máximo Benefactor, el Padre de la Patria Nueva.
Hasta el momento se ha dicho gran parte de los aspectos fieles a la historia
real, sin embargo, Vargas Llosa utiliza un personaje extra bajo la manga para relatar
una historia que de lo contrario podría no haber ganado tantos lectores; Urania
Cabral, un mujer que reúne el testimonio que pudo haber sido de cualquier otra hija
de un colaborador cercano a Trujillo. Quizá se trata de un personaje con el nombre
cambiado para mantener su identidad a salvo de los curiosos o quizá es el producto
de un arduo esfuerzo creativo del autor por crear un personaje auténtico que le da
comienzo y fin a la obra.
De tal manera, La fiesta del Chivo discurre en tres líneas distintas: primero el
regreso de Urania Cabral en 1996 a su ciudad natal: Santo Domingo –antes llamada
Ciudad Trujillo en honor a su Benefactor–, por otra parte el gobierno de Trujillo
durante 1961 donde se aprecia la vejez de su cuerpo y del mismo régimen, y por
último la conspiración que se gestó contra él en ese mismo año.
Ante esta peculiar estructura narrativa el lector se enfrenta a una historia
concatenada que no deja cabos sueltos. Virtud por la cual es una novela difícil de
postergar una vez comenzada su lectura, pues el buen lector estará ávido de acabar
cada capítulo solo para pasar al siguiente.
El lenguaje empleado en la obra, por otro lado, reúne buena parte de la
idiosincrasia dominicana de la época. Especialmente el racismo generado en esa
sociedad debido a su confrontación con los haitianos, de quienes Trujillo siempre
se trató deslindar.
En adición, la voz del dictador en sus diálogos no pudo haber sido mejor
plasmada por el autor, puesto que muestra a Trujillo en última instancia como lo que
fue; más allá de ser un dictador elevado por sus “proezas” fue un ser humano
imperfecto y derrotado en su interior. Ante su ensalzado machismo de hombre
mujeriego, de sangre fría y carácter disciplinado y controlador se topa con el hombre
anciano e incontinente al que le traicionaba su vejiga en los momentos menos
oportunos. Lejos de ser una mera burla podría representar la inmanente humanidad
de la que Trujillo siempre se intentó separar y sin embargo no pudo.

Fuente: Vargas Llosa, Mario (2000), La Fiesta del Chivo, España, Santillana, pp. 569.

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