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Febrero 2018

Estado del arte

Luis Vargas

Este trabajo se fundamenta en el ante-proyecto de investigación que pretende analizar,


desde una mirada antropológica, las respuestas por parte de los familiares de desaparecidos
en Jalisco para encontrar a sus seres queridos. Como nota aclaratoria debo mencionar que el
texto contiene primordialmente análisis y reflexiones respecto al Estado, el narcotráfico y
las consecuencias de la violencia resultado de la relación crimen organizado y política. Aún
trabajo en la lectura, así como escritura, de lo concerniente a los ejes de resistencia y
búsqueda de los familiares de las víctimas, por ello dicha parte aún no es tan palpable en el
cuerpo de este escrito.

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Tras el sexenio del presidente Felipe Calderón Hinojosa de 2006 a 2012, y en el ocaso del
mandato de Emilio González Márquez (2007-2013), al frente del ejecutivo jalisciense, en
los medios locales comenzaron a difundirse los datos sobre las desapariciones de personas
en el estado después de un largo período caracterizado por constantes lagunas informativas
en lo concerniente al tema de seguridad. El aliciente que dio pie al debate durante el año
2012 fue una lista sobre los desaparecidos en México elaborada por la Procuraduría
General de la República (PGR), y que le fue proporcionada, por empleados de la propia
PGR a una periodista del diario LA Times. Esto dio pie a un debate con implicaciones
nacionales (Cepad, 2017).

En lo concerniente a la desaparición, de acuerdo con los últimos datos del Registro


Nacional de Personas Desaparecidas1, para el 2012 en Jalisco había 2 mil 147 personas sin
localizar, en 2016 se tiene un aumento a 2 mil 653, lo que posiciona a la entidad como el
tercer estado con más desaparecidos a nivel nacional, solo por debajo del Estado de México
y Tamaulipas.
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El Registro contiene tanto los datos del fuero federal y el furo común. Se retoman por ahora únicamente las
cifras oficiales, sin embargo, se pretende contrastarlas con las arrojadas por organizaciones y colectivos
nacionales.

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Paradójicamente esta visibilización del fenómeno se dio a la par del crecimiento
exponencial de la violencia. Según la DEA (Administración para el Control de Drogas), el
Cártel Jalisco Nueva Generación es una organización criminal con un avance tan rápido en
el territorio mexicano, que no puede equipararse a los grandes cárteles de la droga que
dominaron el negocio en la década de 1980 y 1990. Por ende los efectos de este cártel, sus
pugnas internas y luchas con otras células criminales han devenido en una oleada de
violencia que impacta al ciudadano común, puesto que los criminales que ostentan el poder
en un área geográfica no solo trafican droga, cada vez más despliegan un repertorio de
actividades como el robo de vehículos, el cobro de plaza, la trata de personas, la
desaparición, entre otras actividades económicas de gran envergadura.

El trabajo de Sergio González Rodríguez (2014) argumenta que la cadena de violencia en la


República está compuesta por tres eslabones: el primero son los grandes cárteles del crimen
que sobreviven gracias a las alianzas hechas con las cúpulas político-financieras, las cuales
fungen como la matriz protectora de los grandes capos; el segundo eslabón se compone de
las redes del crimen en las circunscripciones locales; y el último eslabón es la población:
reserva humana de víctimas potenciales, expoliada monetaria, material y humanamente, por
medio de la extorsión, el secuestro, la desaparición, el robo y el empleo. Los sectores
populares son los más vulnerables, ya que afectados por la pobreza multidimensional son
arrastrados a la maquinaria del crimen organizado (Inzunza, Pardo y Ferri, 2015).

Para Sayak Valencia (2010) el crimen organizado en México es uno de los poderes fácticos
más fuertes y por ende juega un rol preponderante dentro del mercado. Mediante su gran
poder, el crimen transforma el paisaje político, económico, cultural y simbólico del país,
dejando en la intemperie al grueso de la población como un recurso más para las células
criminales.

El crimen se expresa, primordialmente, por tres vías: la explotación de los recursos


naturales de un territorio; la venta de seguridad privada; y mediante la apropiación de los
cuerpos de la población civil como fuerza de trabajo (desaparición forzada) y como cuerpos

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consumidores de las mercancías ofrecidas por el necromercado, en el cual todo puede ser
objeto de consumo (Valencia, 2010, p. 200).

Valencia pone sobre la mesa el hecho de que las redes de trata con fines de explotación
sexual, las personas retenidas como trabajadores en los laboratorios de creación de droga
sintética, o los reclutados en los llamados escuadrones de la muerte, son individuos cuya
vida es arrebatada, preservada o rentabilizada debido al narcopoder que responde al
capitalismo contemporáneo.

Varela Huerta (2017), en Las masacres de migrantes en San Fernando y Cadereyta: dos
ejemplos de gubernamentalidad necropolítica, señala que en su caso de estudio existen dos
hipótesis: que las masacres fueron un mensaje entre los cárteles de la droga para el control
territorial, o bien, que fueron un mensaje para los polleros que utilizan las vías de los
cárteles de la droga sin pagar cuota o llegar a un arreglo. Vemos aquí la apropiación de los
cuerpos como parte del último eslabón de la cadena de violencia bosquejada por González
Rodríguez (2014).

Para Valera, la ola de violencia, que analiza desde las masacres referidas líneas arriba, son
resultado de la “salida del Estado, que da lugar a la reconfiguración del espacio público, ve
nacer actores políticos inéditos y hace tangible la proliferación de racionalidades sociales
inesperadas basadas en el desarrollo de nuevos dispositivos cuya meta es regular la
conducta de individuos y hacer posible nuevas formas de constitución de la propiedad
privada y la desigualdad” (2017, p. 139). Varela pone un énfasis en estudiar las narrativas
del capitalismo contemporáneo las cuales nos otorgan atisbos sobre el cambio de época que
presenciamos.

Por su parte, María Teresa Villarreal, dentro del texto Los colectivos de familiares de
personas desaparecidas y la procuración de justicia (2016), a diferencia de Sayak Valencia
(2010), Sergio Rodríguez (2014) y Varela Huerta (2017), indica que las desapariciones
suelen generalizarse como forzadas, mediante una supuesta imbricación entre crimen
organizado y las fuerzas de seguridad, u otros agentes, del Estado. A raíz de esto plantea
una problemática fundamental: “es difícil saberlo (si es desaparición forzada) debido a la

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escasa denuncia y las todavía más escasas averiguaciones emprendidas por las autoridades
ministeriales” (p. 3).

Lo que sí rebela este escenario, nos dice la autora, es la debilidad de las instituciones del
Estado mexicano para garantizar los derechos humanos, la procuración de justicia así como
la reparación adecuada. Villareal nos invita, al hablar de desaparición forzada, a mirarla
como un delito de lesa humanidad: ya que quizá no cuente con la participación directa del
Estado pero sí con su tolerancia.

En México es constante que el acceso a la justicia se vea cuarteado, ya que las autoridades
repetidamente se niegan en aceptar los casos como desapariciones. Se les nombra como
ausencias, especialmente voluntarias o personas sin localizar, y en ocasiones se oculta
información respecto al paradero de la víctima: en esta línea ya podríamos hablar de una
desaparición forzada, o de la imbricación entre crimen y Estado, de acuerdo con Villareal
(2016).

La cadena de impunidades, propia de un Estado en crisis, ha provocado la emersión de


colectivos que demandan justicia y que se encuentre a sus desaparecidos. Dentro de su
repertorio de acción encontramos “la realización de plantones en plazas públicas, ruedas de
prensa, difusión de casos en las redes sociales y la investigación del paradero de sus seres
queridos” (Villareal, 2016, p. 5). Los familiares transforman así el tiempo y el espacio en
un binomio indisoluble que permite comprender algunos de sus procesos fuera de las
acotaciones del Estado (Morales López, 2011).

La auto-organización de los familiares de los desaparecidos puede ser entendida como una
resistencia sustentada en la esperanza. De acuerdo con Scott (1985), las resistencias
cotidianas son los disparadores de posibles cuestionamientos sobre el poder institucional,
aunque Ortner (1995) advierte el no idealizar ni homogeneizar a los grupos - comunidades
en resistencia, y estar atentos a su gran diversidad interna así como a sus posibles rupturas
por cuestiones operativas e ideológicas.

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Si bien autores como Tilly (1995) discuten que el surgimiento y acción de los colectivos
sean netamente resistencias per se desde la mirada clásica de los movimientos sociales
condensada en la teoría de las oportunidades políticas, en el caso que nos ocupa, la
antropóloga Veena Das apunta que los colectivos sí resisten en el entendido que llevan al
espacio público su herida expresada mediante su voz. Una voz con el potencial de convertir
al sujeto en agente de dignidad al señalar la pérdida y hacer público el dolor.

Bibliografía

González Rodríguez, Sergio (2014), Campo de guerra. México: Anagrama

Inzunza, Alejandra; Pardo, José Luis y Pablo Ferri (2015), Narcoamérica. México: Tusquets
Editores

Morales López, Julio (2011), El continuo tiempo-espacio transnacional: reconsiderando otro


conocimiento de la perspectiva transnacional desde la teoría de la relatividad, en Formas-
Otras. Barcelona: CIOB Editores

Ortner, Sherry (enero 1995), Resistance and the Problem of Ethnographic Refusal, en Comparative
studies in society and History, vol. 37, núm. 1, Cambridge University Press: Ann Arbor, pp.
173–193

Scott, James (1985), Weapons of the Weak: everyday Forms of Peasant Resistance. Yale University
Press: New Haven

Tilly, Charles (mayo-agosto 1995), Los movimientos sociales como agrupaciones históricamente
específicas de actuaciones políticas, en Sociológica, año 10, núm. 28.

Valencia, Sayak (2010), Capitalismo gore. España: Editorial Melusina

Varela Huerta, Amarela (mayo 2017), Las masacres de migrantes en San Fernando y Cadereyta: dos
ejemplos de gubernamentalidad necropolítica, en Íconos, núm. 58, pp. 131-149

Veena, Das (2008), Sujetos de dolor, agentes de dignidad. Colombia: Universidad Javeriana

Villareal, María Teresa (marzo-agosto 2016), Los colectivos de familiares de personas


desaparecidas y la procuración de justicia, en Intersticios Sociales, núm. 11.

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