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pobreza global
África acoge al 12% de la población mundial, y a pesar de ello los estados y el capital occidental
no invierten mucho en su desarrollo. Y es que la gran mayoría de los mil millones de pobres
que hay en el planeta viven en África, región con la esperanza de vida más baja del mundo.
pobresa Àfrica
Sin embargo, según explica el director de la Fundación Brenthurst, Greg Mills, en el número
dedicado a África de Vanguardia Dossier, las perspectivas de este continente nunca han sido
más grandes y positivas como hoy en día. En este sentido, los hechos que justifican esta
afirmación son, en primer lugar, los que se produjeron en 2005 cuando los dirigentes del G-8
acordaron en Gleneagles (Escocia) duplicar la ayuda hasta los 50.000 millones de dólares, de
los cuales el 50% iría destinado a África, y en segundo lugar, los acontecimientos que
sucedieron en el año 2006 cuando se llegó a un acuerdo para cancelar 55.000 millones de
dólares de deuda a 18 países, entre los cuales 14 eran africanos.
Además, la economía global del continente mantiene, desde 2004, unos índices de crecimiento
del 5%, gracias a los precios elevados de las materias primas y la demanda china. Ahora el 40%
de los estados africanos tiene gobiernos elegidos democráticamente y se ha incrementado la
cooperación regional. Pero aún así el continente africano sigue estando a la cola de todos los
datos económicos, sociales y de desarrollo, y con unas cifras realmente alarmantes. Queda
claro que aún les queda mucho camino por recorrer. Es necesario que los africanos sean
capaces de fomentar su propio desarrollo, y con ello y nuestra ayuda, que también les es
imprescindible, podrán seguir creciendo y mejorando, disminuyendo así el gran abismo que los
separa de nuestra situación privilegiada.
Los cientos de millones de dólares que surgen del comercio ilícito de diamantes en algunos
países africanos van a parar a manos de la guerrilla y los ejércitos que practican el fructuoso
trueque de diamantes por armas.
En Angola, Sierra Leona y la República Democrática del Congo, estas piedras preciosas se han
convertido en la principal fuente de financiación de los movimientos insurgentes que controlan
su tráfico generando muerte y destrucción, ya que los beneficios de su comercialización se
traducen en la prolongación de los conflictos.
Los continuos enfrentamientos entre tribus hutus y tutsis en la República Democrática del
Congo, junto con motivaciones raciales y políticas, están alimentados por la riqueza generada
por los diamantes. Es por eso que países como Angola, Namibia y Zimbabwe apoyan al
gobierno congoleño a cambio de derechos de explotación minera en zonas limítrofes, y otros
como Burundi, Rwanda y Uganda respaldan a los rebeldes participando del tráfico ilegal de
diamantes que los financia.
Cerca de medio millón de hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, un país
de 48 millones de habitantes, sobrevive participando directa e indirectamente del
contrabando de metales preciosos.
En Angola, desde hace casi 30 años, el movimiento opositor Unión Nacional para la
Independencia Total de Angola (UNITA) lucha contra el gobierno por el control de los recursos
naturales y la pervivencia de este conflicto lleva ya cobradas un millón de víctimas fatales. Los
35 mil hombres armados de UNITA, inicialmente financiados por Estados Unidos para combatir
al gobierno izquierdista de Luanda durante la Guerra Fría, actualmente se mantienen gracias al
tráfico de diamantes.
Pese a disponer de ricos y abundantes recursos naturales como son los diamantes y el
petróleo, Angola ocupa el puesto 160 del Índice de Desarrollo Humano del Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (de un total de 174 países).
En este país, la prioridad es la guerra -el 86 % del presupuesto nacional se destina a Defensa-, y
las consecuencias sobre la población son devastadoras: el 90% vive por debajo de la línea de la
pobreza, la tasa de mortalidad infantil es del 29%, sólo el 31% de la población tiene acceso al
agua potable y los casi tres millones de desplazados internos no tiene cubiertas necesidades
básicas como alimentación, salud o vivienda.
La de Sierra Leona es también una guerra por el control de los campos de diamantes en el
norte y el este del país, territorio del rebelde Frente Revolucionario Unido (FRU), conocido por
su campaña sistemática de terror contra la población civil y el uso habitual de niños soldados.
Desde el inicio de este conflicto en 1991, las fuerzas rebeldes han matado, violado, mutilado y
secuestrado a decenas de miles de civiles desarmados, pero también las fuerzas aliadas del
gobierno y las de mantenimiento de paz de África Occidental han cometido abusos contra los
derechos humanos.
El tráfico ilegal de diamantes desde zonas de Sierra Leona controladas por los rebeldes sirve
para financiar ayuda militar destinada al FRU, lo que le permite continuar con los combates.
Aunque las piedras de Sierra Leona sólo suponen el 1% del volumen mundial, son
especialmente apreciadas por su calidad.
Intereses encontrados
En estos países, las elites promueven la corrupción y la debilidad del estado, favoreciendo al
auge de economías en la sombra y tráficos ilícitos. El comercio ilegal de diamantes alimenta a
la guerra: con el dinero se compran armas, se pagan mercenarios y se corrompen gobiernos,
en tanto las consecuencias las pagan las poblaciones con sufrimiento y pobreza sistemática.
En los últimos años, la relación entre explotación ilícita de piedras preciosas y conflictos
armados ha sido ampliamente debatida. El Comité Internacional de la Cruz Roja, la
organización no gubernamental (ONG) Intermón Oxfam, y también Naciones Unidas, han
denunciado la situación y exigieron una regulación de la explotación y comercio de los
diamantes.
En julio de 2000 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas impuso una prohibición sobre la
importación ilegal de diamantes de las zonas de Sierra Leona controladas por los rebeldes,
pero el FRU elude el embargo a través del tráfico de armas que le ofrece Liberia, país que
exportó seis millones de quilates entre 1994 y 1998.
Intermón Oxfam, Global Witness, Médico International, El Instituto de los Países Bajos para
Sudáfrica y la fundación Novib impulsan la campaña Fatal Transactions (Negocios Fatales) cuya
meta es convencer a la industria y el consumidor a que opten por los diamantes libres de
conflicto, exigiendo para ello la implantación de un sistema internacional de certificación para
conocer el origen de las piedras.
Los gobiernos belga, israelí y ucraniano están siendo presionados para que controlen más
rigurosamente las transacciones que tienen lugar en Amberes, Tel Aviv y Kiev.
A mediados de 2001 se llevó a cabo en Moscú una reunión con el objetivo de poner en marcha
un sistema internacional de certificación de origen de los diamantes, que podría significar el
inicio del fin de las guerras de Angola, Sierra Leona y el Congo. El encuentro (del que
participaron representantes de 34 gobiernos, de la Comisión Europea, de la industria
internacional del diamante, el Consejo Mundial del Diamante y ONGs) se basó en el proceso de
Kimberley, iniciado en 2000 por los gobiernos de Sudáfrica, Botswana y Namibia, que impulsa
la aplicación de un sistema internacional de certificación de origen de los diamantes que
permita acabar con la extracción y comercialización de piedras que sirven para financiar los
conflictos africanos.
El Diamond High Council (HRD), organización que representa a la industria del diamante en
Bélgica, se ocupa de revisar la importación, valoración y exportación de diamantes. Sin
embargo, fuera de su ámbito existe en Amberes una masa de comerciantes, joyeros,
intermediarios y fabricantes de joyas que suman unos 4.000 establecimientos a través de los
cuales se trafican los diamantes. Este elevado número de intermediarios involucrados a lo
largo de todo el proceso comercial dificulta el seguimiento de las piedras desde su extracción
hasta su destino final.
Sin embargo, en algunos sectores de la industria existe interés en que no se negocie con los
diamantes, por temor a que los consumidores dejen de comprarlos si son relacionadas con las
guerras africanas. Es el caso del gigante De Beers, quien controla el 75% del comercio mundial
de diamantes y abastece a los principales mercados a través de sus oficinas en todo el mundo.
Fruto de la presión internacional, De Beer adoptó algunas medidas con el fin de garantizar que
los diamantes que adquiere no provengan de países en guerra. En 2000, la empresa clausuró
sus oficinas de compra en la República Democrática del Congo y Guinea y, desde entonces,
exige a sus clientes el compromiso de no adquirir diamantes de origen dudoso.
Las crisis cíclicas africanas: En los últimos años el epicentro de la crisis alimenticia el mundo en
desarrollo se ha trasladado del sur de Asia continente africano. La sequía en África: Hacia
mediados de la década de los años ochenta la situación adquirió dimensiones especialmente
graves en los países del Sahel, Etiopía, Sudán y algunos Estados del sur de África.
La falta de alimentos en el Tercer Mundo : Entre los problemas socioeconómicos que hay que
resolver en los países que se acaban de independizar en las últimas décadas. destaca el de los
alimentos por sus efectos particularmente dramáticos. Muchos datos la demuestran: en el
mundo en vías de desarrollo hay más de 1.000 millones de personas que sufren hambre,
desnutrición o subalimentación. mientras que el valor de los alimentos que se consumen,
calculado en calorías per cápita y en contenido proteínico es. respectivamente, un 50% y un
100-200% más bajo que en los Estados capitalistas industrializados.
Sobre el fondo de la profunda desigualdad económica y social que existe en la mayoría de los
países del área considerada, la penuria absoluta de alimentos hace que el hambre sea un
fenómeno crónico que afecta a millones de personas, sobre todo a los sectores más pobres de
la población. Veamos algunos datos de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO): a principios de los años setenta el total de los que sufrían
hambre era de 400 millones, y en 1980 llegaba ya a los 500 millones.
A medio decenio actual esta cifra oscila entre los 600 y los 700 millones. Se toma como criterio
de hambre el grado extremo determinado por el “nivel crítico” de las necesidades energéticas
del organismo humano, es decir, un nivel mínimo que sólo permite subsistir al lado de la
muerte por inanición.
Las causas del hambre
[…] Las causas que impiden dar solución al problema alimenticio hay que buscarlas en la
dependencia económica respecto a los centros capitalistas, en las crisis cíclicas que sufre el
sistema capitalista y en la explotación de sus recursos humanos y naturales con medios
neocolanialistas. Uno de los obstáculos más serios que imposibilita el autoabastecimiento
alimenticio del Tercer Mundo es la división del trabajo, en la esfera de la producción de
alimentos, entre los Estados capitalistas industrializados y los países en desarrollo. Alrededor
de 100 consorcios transnacionales controlan, de hecho, todo el agrobusiness, y tienen la
agricultura de decenas de países sometida a sus intereses.
Como resultado, la agricultura del Tercer Mundo produce mercancías que no pueden cubrir las
necesidades alimenticias de la población, pero que tienen una fuerte demanda en el mercado
capitalista mundial. He aquí lo que escribe el experto norteamericano Albert L. Huebner:
“Existe la opinión de que África es una especie de esponja que sólo puede subsistir gracias a la
ayuda alimenticia masiva y directa del exterior. Pero, de hecho, es una fuente rica y perenne
de productos que consumen diariamente los países desarrollados: carne, legumbres, té, café,
cacao, azúcar e incluso flores naturales para adornar las mesas de las comidas”.
El hambre en el mundo: La FAO considera que el mínimo alimenticio vital para un individuo
adulto está en torno a las 2.500 kilo/calorías y los 60 gramos de proteínas diarias y que son
imprescindibles al menos 1.500 kilo/calorías diarias para mantener la vida. En más de 60 países
del mundo, las calorías disponibles son inferiores a las mínimas necesidades de superviviencia.
En 1989, el suministro diario apenas llegaba a las 1.700 kilo/calorías en países como
Mozambique, Etiopía o Chad, mientras en los países ricos, superaba las 3.400. Los países
donde existen estos problemas están situados en el área del Tercer Mundo y la inmensa
mayoría corresponden al continente africano.