Fruto de la larga experiencia de la Iglesia Católica, el Código de Derecho
Canónico ha establecido la conveniencia de que quien vaya a ser bautizado reciba un padrino. El padrino cumple funciones de apoyo y ayuda al niño, cuya función es asistir en su iniciación cristiana, procurar que lleve una vida cristiana y ayudar al niño a cumplir los compromisos del bautismo.
El derecho canónico instituye al padrino en ser guía del nuevo bautizado,
que sea en cierto modo su modelo de vida cristiana, acompañarle en sus primeros pasos en la fe, que aprenda de su mano los fundamentos doctrinales y morales de la fe cristiana y se complementan con las funciones de los padres, por supuesto sin sustituirles. Una de las tantas funciones de los padrinos es presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana. La presentación del niño se refiere no sólo a la ceremonia litúrgica prevista en el ritual del bautismo, en el que los padres y los padrinos presentan al menor. Más bien esa ceremonia alude a una realidad previa, y es que son los padres y los padrinos quienes presentan a la Iglesia al niño para que sea recibido. La ceremonia lo que pretende es reflejar esta realidad previa.
Quien asume el encargo de padrino en un bautizo asume unas obligaciones
importantes con su ahijado, que deben empezar a cumplirse desde el primer momento que se bautiza el niño y no en el momento en que faltaran los padres, si esto sucediera. Se debe ayudar a quienes vayan a aceptar el encargo de ser padrino a que lo hagan con plena conciencia de la responsabilidad que asumen ante Dios y ante el niño. Los padrinos deben cumplir sus funciones ayudando a los padres en el crecimiento espiritual del niño y como venimos diciendo, deben ser el guía y modelo del menor en diversas etapas de crecimiento y maduración cristiana.