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El Dios santo no puede ser derrotado en un combate personal.

Pero hay consolación aquí:


Jacob luchó con Dios y vivió. Fue derrotado, quedó lastimado, pero sobrevivió la batalla. Al
menos, de esto podemos aprender que Dios se comprometerá con nosotros en nuestras
luchas honestas. Podemos pelear con el Santo. Ciertamente, para que el poder
transformador de Dios cambie nuestras vidas, debemos pelear con El. Si queremos saber
lo que significa experimentar la dulzura de someter nuestros nombres, debemos saber lo
que es pelear con Dios toda la noche.

Aunque las higueras no florezcan y no haya uvas en las vides, aunque se pierda la
cosecha de oliva y los campos queden vacíos y no den fruto, aunque los rebaños
mueran en los campos y los establos estén vacíos, ¡aun así me alegraré en el
SEÑOR! ¡Me gozaré en el Dios de mi salvación!
(Habacuc 3:17-18 NTV)
Habacuc era ahora tan intenso en su gozo como lo había sido en su desánimo. El pudo
descansar absolutamente en la soberanía de Dios. Sus palabras, traducidas al lenguaje
moderno sonarían algo así: "Aunque el presupuesto nunca esté balanceado y el mercado
de valores caiga, aunque el precio de la comida se vaya hasta las nubes y mi hijo nunca se
recobre de su enfermedad, aunque pierda mi trabajo y aunque perdamos nuestra casa,
con todo, yo me regocijaré en el Dios de mi salvación."

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