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LA HIPÓTESIS DE UN POBLAMIENTO TARDÍO

DE LAS ISLAS CANARIAS CON GÉTULOS


DESPUÉS DE LAS SUBLEVACIONES
CONTRA JUBA II Y PTOLOMEO

Alfredo Mederos Martín


Departamento de Prehistoria y Arqueología, UAM

Gabriel Escribano Cobo


Programa de Doctorado
Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua, ULL

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Resumen: a partir de los trabajos de Manuel Pellicer desde 1968, catedrático
de Arqueología en la Universidad de La Laguna, se impuso la hipótesis de un po-
blamiento escalonado de norteafricanos desde el 500 a.C., que utilizaron pequeñas
embarcaciones para alcanzar las islas. En contraposición a esta propuesta, Álvarez
Delgado desde 1964 defendió un poblamiento tardío, con el inicio de la romaniza-
ción en la Mauretania Tingitana, a partir de finales del siglo I a.C., después de la
expedición enviada por Juba II a las Islas Canarias. Esta hipótesis fue retomada por
González Antón y Tejera en 1981. En la propuesta de Álvarez Delgado, se poblarían
las islas con gétulos autololes para dedicarse a la explotación de la púrpura. En este
trabajo se evalúa si las sublevaciones de Mauros, Musulames, Cinithi y Garamantes,
en las revueltas de Tacfarinas, 17-24 d.C. contra Juba II y de Aedemon, 40 d.C.,
al morir Ptolomeo, pudieron desembocar en un proceso de deportación forzada de
población a las Islas Canarias, que resulta difícil de aceptar por ser pueblos lejanos
del este de Argelia y sur de Túnez, y en particular, el riesgo que suponía para Juba
II y Roma un traslado forzoso de pueblos no completamente pacificados, los cuales
podían hacerse fuertes en las islas.
Palabras clave: poblamiento; Canarias; Juba II; Gétulos; musulmanes; Cinithi.
Abstract: from the research of Manuel Pellicer since 1968, Professor of Archae-
ology in the University of La Laguna, was imposed the hypothesis of a North Af-
rican stepwise human settlement from 500 BC onwards, using small boats to reach
the islands. In contrast to this proposal, Álvarez Delgado since 1964 defended a
late human settlement, with the beginning of Romanization in Mauretania Tingitana
during the late first century BC, after the expedition sent by Juba II to the Canary
Islands. This hypothesis was taken up by González Antón and Tejera in 1981. In the
proposal of Álvarez Delgado, the colonization was with Gaetulians Autololes, to
pursue the explotation of the purple. This paper assesses whether Mauri, Musulami,
Cinithi and Garamantes uprisings in Tacfarinas revolts against Juba II, 17-24 AD,
and of Aedemon after Ptolemy died, could end in a process of forced deportation
of people to the Canary Islands, which it is difficult to accept because are distant
peoples from Eastern Algeria and Southern Tunisia, and in particular, the risk posed
to Juba II and Rome a forced transfer of people not fully pacified, which could be
strong on the islands.
Key words: human Settlement; Canary Islands; Juba II; Gaetuli; musulami; Cinithi.

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1. La hipótesis de un poblamiento tardío

A inicios de los años setenta del siglo XX se planteó la hipótesis mayo-


ritaria hasta la actualidad para el poblamiento de Canarias, con la propues-
ta de Pellicer (1971-72: 48, 1975: 146 y 1986: 536) sobre un poblamiento
africano escalonado a partir del 500 a.C. Se apoyaba en la fecha sin cali-
brar del 540 a.C., procedente del nivel IV-IIIb de la Cueva del Barranco
de la Arena (Candelaria, Tenerife), que de aceptarse realmente implicaría
fechas entre los siglos VIII-VI a. C., CSIC-189 799 (760-550) 401 AC.
Por el contrario, sólo algunos autores, a partir de la hipótesis de Álvarez
Delgado (1964 y 1977: 51), propusieron un poblamiento tardío, vinculado
al inicio de la romanización en la Mauretania Tingitana, a partir de finales
del siglo I a.C., después de la expedición enviada por Juba II a las Islas Ca-
narias (González Antón, 1975; González Antón y Tejera, 1981: 34, 36-37;
Tejera y González Antón, 1984: 301 y 1987: 34; Jiménez González, 2005:
31). Este poblamiento se realizaría mediante el traslado de poblaciones
gétulas (Álvarez Delgado, 1977: 51).
Esta hipótesis de un poblamiento tardío con gétulos fue mayoritaria-
mente rechazada, señalándose por los partidarios de distintas arribadas de
población que “no puede sostenerse hoy en día a la luz de los descubri-
mientos arqueológicos, que nos señalan la presencia de varias arribadas
-y no una sola- separadas en el tiempo y que afectaron a islas diferentes”
(Navarro, 1983: 92). Por otra parte, si “se querían establecer fundaciones
(ciudades, colonias, factorías), no se explica la ausencia de testimonios
arqueológicos, aun cuando fuesen mínimos” (Martín de Guzmán, 1985-
86: 29).
También ha habido un grupo de autores que han sostenido la llegada
aislada de oleadas más recientes de pobladores, posteriores al I d.C., bus-
cándose como razón explicativa la creciente presión romana y posterior-

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mente árabe sobre las tribus libias del centro de Marruecos (Hernández
Pérez, 1977: 85; González Antón y Tejera, 1981: 43-44; Navarro, 1983: 91
y 1991: 48; Navarro y del Arco, 1987: 106-107; Cabrera, 1989: 36).

2. La distribución de los gétulos en el Norte de África


Los gétulos, el pueblo más grande la Libia (Str., XVII, 3, 2), se extendía
desde el sur de Marruecos hasta las Sirtes (Túnez), Gaetulos acccolas Syr-
tium (Florus, II, 31), alcanzando por el sur “hasta el río Nigris, que separa
África de Etiopía” (Plin., N.H., V, 4, 30).
En Mauretania y Numidia Occidental, al este del río Muluya, ocuparon
territorios inicialmente controlados por los mauros y masésilos, “los mau-
ros (...) [el pueblo] menguado por las guerras, está reducido a unas pocas
familias. El más cercano a él había sido el de los masésilos; se extinguió de
igual modo. Ahora la ocupan pueblos gétulos: los baniuras y los autóloles,
mucho más poderosos” (Plin., N.H., V, 2, 17).
La Getulia Mauretana, desde el reino de Boco II, incluía la mayor par-
te de la costa argelina hasta la margen izquierda del río Ampsaga, actual
río el-Kebir, pues a “partir del Ampsaga está Numidia” (Plin., N.H., V,
3, 22), posteriormente denominada “Mauritania (...) Cesariensis” (Plin.,
N.H., V, 2, 19). Ya en la Numidia, en un afluente de la margen derecha
del río Ampsaga estaba Cirta, actual Constantina. La frontera de la Getu-
lia mauretana descendía hacia el sur incluyendo a Zarai-Zaratha, actual
Zraia, y Tubunae-Thobouna, hoy Tobna, hacia Beskethre, actual Beskra y
Thabudeos-Tarouda, hoy Thouda, ambas muy próximas al río Djedi, posi-
blemente el antiguo río Nigris, constituyendo la Getulia de la Mauretania
Cesariensis (Plin., N. H. XXI, 77; Desanges, 1964: 40 lám. 1 y 1980: 32).
El río Djedi desemboca en la laguna del Chott Melghir, que forma un eje
de lagunas, el Chott el Garsa en la frontera de Argelia-Túnez, el Chott Jerid
y el Chott Fejaj en Túnez hasta alcanzar el Golfo de Gabès.
Al este se encontraba la Getulia de la Numidia, y los nómadas del sur de
Túnez y la Tripolitania Occidental, cuyo control, según Desanges (1964:
46), se reservó Roma durante el reino de Juba II.
En Mauretania, al sur, se encontraban los “gétulos daras, pero en la
costa están los etíopes daratitas” en la cuenca del río Darat (Plin., N.H., V,
1, 10), actual Drâa, entrando en contacto con los etíopes, pues “los gétu-
los estaban más expuestos al sol, no lejos de la zona tórrida” (Sall., Jug.,
XVIII, 9).

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El enorme territorio que ocupaban y la relación que parece a veces apre-
ciarse entre los gétulos de la Mauretania y los del sur de Túnez, hacen
pensar que se tratase de una gran confederación con organización tribal
segmentaria, como en la Edad Media lo fueron los Masmudi, Snhadja o los
Zenata (Fentress, 1982: 331), mencionados como natio por Mela (I, 23) o
nation[um] Gaetulicar[um] (CIL V, 5267).

3. La participación de los gétulos en los ejércitos


cartagineses, númidas y romanos
Los gétulos son descritos inicialmente como “nómadas y trotamundos”
(Sall., Jug., XVIII, 2), aunque acabaron adoptando modos de vida seminó-
madas, “unos en chozas, y otros, menos civilizadamente, de un sitio para
otro” (Sall., Jug., XIX, 5), lo que explica su gran movilidad a lo largo del
norte de África. También se indica que viven en “campamentos, gente ha-
bituada a vivir entre manadas de fieras y a hablar a los indomables leones
para calmar su furia. No tienen casas, viven en sus carros y acostumbran
a trasladarse de un lugar a otro llevando sus errantes penates” (Sil. Ital.,
Pun., III, 288-292).
Gétulos capturados fueron llevados como esclavos al circo romano du-
rante el segundo consulado de Pompeyo el 55 a.C., y luchaban con lanzas,
escudos y arcos contra los elefantes, matando a uno al clavarle una lanza
debajo de ojo (Plin., N.H., VIII, 7, 20). Los mauros también empleaban
pequeñas jabalinas, escudos de piel de elefante, y puñales, utilizando ropas
de pieles de león, leopardo y oso (Str., XVII, 3, 7). Por otra parte, tanto los
gétulos como los númidas no usaban bridas al montar los caballos siendo
considerados una “caballería desembridada” (Bell. Afr., LXI, 2), pues “ca-
balgan sin riendas” (Sil. Ital., Pun., II, 65).
Conocemos que participaron en el ejército de Aníbal el 216 a.C. (Liv.,
XXIII, 18, 1). Posteriormente, el 108 a.C., Yugurta incorporó en su ejército
a gétulos residentes en la Numidia Occidental hasta el río Muluya (Sall.,
Jug., XIX, 7), definiéndolos como “raza de hombres terrible y salvaje (...)
desconocedora del nombre de Roma”, a los que “paulatinamente los va
acostumbrando a formar filas, seguir las banderas, respetar el mando”
(Sall., Jug., LXXX, 1-2).
El reino masilo fue entregado el 105 a.C. por los romanos al herma-
nastro de Yugurta, Gauda, un hijo de Mastanábal, a quien Micipsa había
dejado como heredero del reino después de sus hijos (Sall., Iug., 65, 1). A
su muerte, hacia el 88 a.C., coincidió con el primer consulado de Lucius

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Cornelius Sulla, líder del partido oligárquico de la aristocracia senatorial,
bajo cuya protección se situó el hijo de Gauda, Hiempsal II, que heredó
el reino masilo oriental. El reino masilo occidental lo recibió su otro her-
mano, Mastebar (Desanges, 1976/1984: 519-520), probablemente también
bajo la tutela de Sila.
Los partidarios de Mario, que se había hecho con el control de Roma el
87 a.C., el cual mantuvieron hasta el regreso y victoria de Sila el 82 a.C.,
apoyaron a Hiarbas contra Hiempsal II, protegido de Sila, aprovechando
que acababa de acceder al trono, a quien destronó y paso a gobernar el
reino masilo oriental.
Quizás en este momento los gétulos fueron capaces de articularse po-
líticamente, pues una sugerencia interesante es la de Fentress (1982: 328)
sobre la posible pertenencia a los gétulos de Hiarbas, que llegó a ser rey
masilo de la Numidia oriental, siguiendo una referencia descontextuali-
zada del “gétulo Iarbas” en La Eneida de Virgilio (Aeneid., IV, 325). Si
tenemos en cuenta que Publio Virgilio Marón había nacido en Mantua ha-
cia el 70 a.C. y comenzó la composición de su obra hacia el 29 a.C., tenía
conocimiento de estos acontecimientos africanos que habían sucedido algo
más de una década antes de él nacer.
El rey mauro Boco I, cliente de Sila, envió a su hijo Bogud contra Hiar-
bas. Ante esta situación, Sila encargó a Gnaeus Pompeius Magno, con sólo
24 años, cuya segunda mujer era nuera de Sila, sofocar la rebelión y lu-
char contra Gnaeus Domitius Ahenobarbus, gobernador de la provincia
de África. Con el apoyo de Bogud capturaron y ejecutaron a Hiarbas, pro-
bablemente en Bulla Regia el 81 a.C., restableciendo a Hiempsal II como
rey masilo oriental (Plut., Pomp., 12, 1-6), quien gobernó hasta su muerte
el 60 a.C., y probablemente reestableció también a Masinisa II, sucesor de
Masteabar, rey masilo occidental (Desanges, 1976/1984: 508), celebrando
Pompeyo su triunfo el 12 de marzo del 79 a.C. Este hecho hace presumir
que el reinado de Hiarbas, durante el cual hubo tiempo para acuñar mone-
da con su nombre, pudo durar entre ca. 86-81 a.C.
La pertenencia de Hiarbas a la confederación tribal de los gétulos y el
apoyo que había recibido entonces de “los gétulos más distinguidos de la
caballería real y con ellos los prefectos de la caballería, cuyos padres ha-
bían servido anteriormente a las órdenes de Mario y habían sido recompen-
sados con tierras y terrenos” (Bell. Afr., LVI, 3), podría explicar bien, como
sugiere Fentress (1982: 329), el rápido apoyo que le prestaron a Cayo Julio
César, sobrino de Mario, frente a Juba I, quien había sucedido a su padre
Hiempsal II en el reino masilo oriental el 60 a.C. y seguía manteniendo la
vinculación política con Cneo Pompeyo y los optimates.

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Otro personaje que quizás pudo tratarse también de un gétulo fue Ma-
sinta y refleja la actitud de Julio César con los antiguos clientes de Mario
cuando iba a ser nombrado propretor de la Hispania Ulterior el 61 a.C.
Según Suetonio (Caes., 71), “con respecto a sus clientes. Defendió contra
el rey Hiempsal [II] a Masinta, joven de noble linaje, con tanto ardor que,
en el altercado, tiró de la barba a Juba [I], hijo del rey, e incluso, cuando
su cliente fue declarado tributario, lo arrancó al punto de las manos de
quienes se lo llevaban, lo ocultó en su casa durante largo tiempo, y luego,
cuando partió para Hispania al término de su pretura, se lo llevó en su
propia litera”.
Una campaña victoriosa realizada por Juba I a lo largo de un año contra
unas “tribus sublevadas” del desierto, quizás los gétulos, después de acce-
der como rey el 60 a.C. y antes del 47 a.C., atravesó bosques con leones
que debían ocupar los gétulos (Eliano, Nat. Anim., VII, 23), leones también
mencionados por una “cautiva que regresó de Getulia” (Plin., N.H., VIII,
16, 48).
Mientras Pompeyo proponía declarar a Juba I, “aliado y amigo” (Caes.,
B.C., I, 6, 3), los populares, a través de Gaius Scribonius Curio, proponían
que el reino masilo fuese declarado el 50 a.C. propiedad del pueblo roma-
no (Caes., B.C., II, 26, 4). Por ello, cuando Pompeyo se enfrentó contra
César el 49 a.C., Juba I, como rey cliente suyo, le apoyó.
En agosto del 49 a.C., Curión, propretor de César, desembarcó en Áfri-
ca con 2 legiones y 500 jinetes (Caes., B.C., II, 23, 1), dirigiéndose contra
Útica (Túnez), donde estaban las fuerzas pompeyanas al mando de Pu-
blius Attius Varus, reforzadas con 600 jinetes y 400 infantes enviados por
Juba I (Caes., B.C., II, 25, 3). Posteriormente se incorporó el propio Juba
I con 60 elefantes, su ejército y su guardia personal compuesta por 2.000
jinetes hispanos y galos (Caes., B.C., II, 40, 1), aniquilando a los romanos
en el campo de batalla del río Bagrada, entre los que murió el propio Cu-
rión (Caes., B.C., II, 41-42), cuya cabeza fue cortada y llevada ante Juba
I (Apian., Rom. Hist., Bell. Civ., II, 46). Éste incorporó a sus tropas a la
mayor parte de la caballería de galos y germanos que se habían retirado a
la costa durante el combate (Bell. Afr., XL, 5; LII, 5).
El 47 a.C., una vez desembarcado Julio César en África, el rey Boco de
Mauretania y Publio Sitio aprovecharon la partida de Juba I para enfren-
tarse a César, atacar Cirta (Constantina, Argelia), “la ciudad más rica del
reino” (Bell. Afr., XXV, 2) y “la capital del reino de Juba [I]” (Apian., Rom.
Hist., Bell. Civ., II, 96). También capturaron dos “fortalezas de los gétulos”
por haber “rechazado la oferta que les hizo Publio Sitio de que evacuaran

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la plaza y se la entregaran vacía, fueron a continuación todos ellos captu-
rados y muertos” (Bell. Afr., XXV, 2-3). Esto implica que una parte de los
gétulos mantuvieron su fidelidad a Juba I, pues entonces una “parte de la
Getulia (…) estaba bajo su poder” (Dio. Cas., Hist. Rom., XLIII, 3, 3-4).
Sin embargo, la presencia directa de Julio César le permitió ir incorpo-
rando constantemente tropas gétulas a las suyas, que desertaron abando-
nando a Quinto Cecilio Metelo Pío Escipión, suegro de Pompeyo, por los
“muchos gétulos que somos clientes de Gayo Mario” (Bell. Afr., XXXV,
4), o como también recoge Dion Casio, “los gétulos y algunos otros pue-
blos vecinos, en parte por aquellos, porque habían oído que habían sido
honrados en gran manera, y en parte por el recuerdo de Mario, porque
César era su pariente” (Dio. Cas., Hist. Rom., XLIII, 4, 2).
Así, en Rúspina, actual Henxir-Tenir, Monastir (Túnez), “los gétulos no
dejan, día a día huyendo, de escaparse del campamento de Escipión y de
volver, unos, a su país, y otros, dado que ellos mismos y sus antepasados
habían disfrutado del favor de Gayo Mario y oían decir que César era pa-
riente suyo, de refugiarse en masa en el campamento de éste. Elige entre
éstos a los personajes más ilustres y los despide tras darles misivas para sus
conciudadanos en las que les exhortaba a reclutar tropas y a defenderse”
(Bell. Afr., XXXII, 3-4). Estos “desertores gétulos, que (...) César había
comisionado dándoles cartas y encargos, llegan ante sus conciudadanos.
Estos (...) abandonan al rey Juba [I] y toman todos rápidamente las armas
y no dudan en volverse contra el rey”, lo que obligó a Juba I a retirar “seis
cohortes de entre las tropas que había aportado para luchar contra César
y las envía a su reino para defenderlo de los gétulos” (Bell. Afr., LV, 1-2).
Simultáneamente, en Uzita, actual Henchir Makrceba (Túnez), “los gétulos
más distinguidos de la caballería real y con ellos los prefectos de la caballería,
cuyos padres habían servido anteriormente a las órdenes de Mario y habían
sido recompensados por éste con tierras y terrenos, y que tras la victoria de Sila
habían sido puestos bajo la autoridad del rey Hiémpsal [II], aprovechando la
ocasión (...) huyen en número cercano a los mil, con sus caballos y sus criados
hacia el campamento de César” (Bell. Afr., LVI, 3).
Todos estos datos muestran la estrecha relación que tuvieron los gétulos
con Roma, y en particular sus líderes como clientes de Mario y Julio César,
que se debió transferir a Augusto.

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4. Los gétulos autoteles de la fachada atlántica
norteafricana
La denominación de gétulos autoteles no aparece hasta los textos de
Juba II, fuente de Plinio (Álvarez Delgado, 1946: 103). Ptolomeo sitúa la
Getulia al sur de la cordillera del Atlas Mons Maior, con los autololes a
ambos márgenes del río Subus o Tensif, indicando una población que de-
nomina autolale, frente a las islas de Autolala y Cerne.
Respecto a su distribución en la costa atlántica norteafricana, los au-
tololes han sido situados al sur de Sala (Euzennat, 1984: 378, 377 fig. 1),
entre el río Bou Regreg, al sur de Sala y Mogador (Desanges, 1962: 210 y
1980: 113; Sigman, 1984: 427, 423 mapa 2), o mejor hasta el Cabo Ghir
(Desanges, 1990: 1176), entre los ríos Tensif y Sous (Gozalbes, 2002: 85),
entre el Cabo Ghir y el río Drâa (Santana et alii, 2002: 133), entre el río
Sous y río de Oro (Avelot, 1908: 54), entre el río Drâa y río de Oro (An-
tichan, 1888: 293), o entre Mogador y Cabo Blanco (Álvarez Delgado,
1946: 109).
Se ha sugerido que su nombre debe ser un adjetivo griego con el valor
de independiente o autárquico (Desanges, 1980: 113 y 1990: 1176; Euzen-
nat, 1984: 378), mientras otros autores han tratado de identificar su pervi-
vencia en la tribu ketama de los Ait-Oulattaïa (Avelot, 1908: 57-58), en
los Ait-Hilala (Tissot, 1877; Besnier, 1904: 356), rechazado por Saavedra
(1884: 221) porque se trata de una tribu de origen árabe moderno, o en los
Chleuh (Berthelot, 1927: 264).
La mención por autores griegos sólo de los gétulos pharusios y nigri-
tas, incluyendo la Geographiae Expositio Compendiaria, ignorando a los
gétulos autololes, con excepción de Mela o Ptolomeo, a los cuales sólo los
mencionan autores latinos como Plinio, Silio Itálico u Orosio, ha llevado a
sugerir a Gozalbes (1992: 301 n. 101 y 2002: 87, 89) que estas tres denomi-
naciones corresponden realmente sólo a los gétulos autololes, que habrían
ido avanzando progresivamente hacia el norte en dirección hacia Sala. Sin
embargo, ello implicaría que no tendría sentido nombres de pueblos como
los melanogétulos, o gétulos negros, llamados así por Ptolomeo debido a
su excepcionalidad, en contraposición a los etíopes que eran mayoritaria-
mente de raza negra, si aceptamos esta asociación autololes=nigritas.
Uno de los elementos más claros de la vinculación de estas poblaciones
con Cartago es la presencia de autololes entre las tropas de Aníbal, siendo
mencionados entre los libios, en una ocasión junto a los macas de Túnez
(Sil. Ital., Pun., XV, 671) y en su primera descripción estrechamente re-

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lacionados con pueblos del sur de Túnez, las Sirtes y Libia, como “los
macas que habitan junto al río Cínips y los batíadas” de la Cirenaica o “los
nasamones” de las Sirtes (Sil. Ital., Pun., II, 60-63), pueblos también reco-
gidos por Plinio (N.H., V, 5, 32-34). Pero los autololes, como contraste, se
les incluyen en un entorno geográfico diferente que podría ser occidental,
dentro de los “bosques de los autóloles” (Sil. Ital., Pun., II, 63), al lado de
los Baniura (Sil. Ital., Pun., III, 304).
Los autololes se les vuelve a mencionar como una “fogosa raza de pies
ligeros a la que ni un caballo al galope ni un río de torrenciales aguas
podrían aventajar, tal es su agilidad. Compiten incluso con los pájaros y,
cuando recorren volando el llano, resulta inútil buscar las huellas de sus
pisadas” (Sil. Ital., Pun., III, 305-309). Esa movilidad explica que a veces
fueran enviados como avanzadilla en cabeza de las tropas, “se presentó, en
atropellado tumulto, un nutrido batallón de autóloles que el general había
enviado por delante” (Sil. Ital., Pun., XI, 191-193).
El texto más preciso sobre la costa atlántica africana procede del periplo
de Polibio en el 146 a.C., información que fue aprovechada para redactar
el mapa de Agripa, utilizándose los datos sobre las tribus del interior (Des-
anges, 1980: 113), entre las que se incluyen los gétulos autololes. “Cuan-
do Escipión Emiliano ejercía el mando en África, el historiador Polibio,
en una flota que aquél le proporcionó, recorrió aquel sector del orbe con
fin de explorarlo (...) Agripa dice que el Lixo dista del Estrecho Gaditano
112.000 pasos; que después están el llamado ‘Golfo de Sagigi’ [laguna de
Merdja-Zerga], la población situada en el promontorio Mulelacha [Már-
mora-Sala], los ríos Sububa [Sebou] y Salat [Bou Regreg] y el puerto de
Rutubis [Azemmour] a 224.000 pasos del Lixo; que luego vienen el pro-
montorio del Sol [Cantín], el puerto de Rhysaddir [Mogador], los gétulos
autóteles, el río Cuoseno [Ksob], las tribus de los selatitos y los masatos,
el río Masathat y el río Darat (...)” (Plinio, N.H., V, 1, 9; Bejarano, 1987:
31-32, 130-131).
Existen diversas propuestas que tratan de identificar al puerto de Rhy-
saddir en Safi (Antichan, 1888: 291; Peretti, 1979: 401 n. 433; Santana et
alii, 2002: 133), Mogador (Gsell, 1913/1972/2: 178 y 1930: 260; Ramin,
1976: 22; Gozalbes, 2002: 85), Cabo Ghir (Roget, 1938: 68; Dilke, 1985:
48; Desanges, 1980: 113 y 1990: 1175; Lipinski, 1992: 189), Agadir (Mü-
ller, 1855: xxxi; Tissot, 1877: 126-127; Lenormant, 1869: 200 n. 1; de la
Martinière, 1912: 147; Berthelot, 1927: 264; Guarner, 1932: 167; Hennig,
1936: 196; Carcopino, 1943: 159; Decret, 1977: 125) o Cabo Noun (Saga-
zan, 1956: 1116).

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Todas estas propuestas tienen su lógica, Safi sería el primer puerto im-
portante después del Cabo Cantín, mientras que otra opción no descartable
sería Agadir, en cuyo caso el promontorio del Sol sería el Cabo Ghir. Por
otra parte, la propia raíz de Rhysaddir, rs dr, es una palabra fenicia que
indica cabo prominente, y entre otros fue el nombre fenicio de Melilla,
Rhysaddir (Plin., N.H., V, 2, 18). Puesto que se menciona un puerto en un
cabo prominente, tampoco cabe descartar a algún puerto próximo a Cabo
Ghir. En el caso concreto de Mogador, el cabo prominente debió ser el
Cabo Sim, extremo sur de la bahía de Essauira. Por otra parte, rs dr podría
tener el sentido de cabo del Atlas pues los indígenas llamaban Dyris al
Atlas (Str., XVII, 3, 2) o Addirim (Plin., N.H., V, 1, 13).
El río Ksob, frente a Mogador, posible Cuoseno, también ha sido iden-
tificado por Gsell (1913/1972/2: 178; Desanges, 1980: 133-134) con el
nombre indígena de río Ivor, pues Plinio (N.H., V, 1, 13) hace referencia a
“los nativos cuentan”, indicando que “Según ellos”, “quedan allí algunas
huellas de que el lugar estuvo habitado en otro tiempo”, por la presencia de
“restos de viñas y palmerales”, coincide con la referencia en el Pseudo-Es-
cilax (112) de la producción de vino en esta región, “elaboran abundante
vino de las viñas”.

5. El levantamiento de los Gaetuli contra Juba II en


Argelia Oriental y Sur de Túnez

La primera evidencia de conflicto militar importante aparece con Lu-


cius Passienus Rufus, cónsul el 4 a.C., y procónsul en África, donde reci-
bió honores triunfales excepcionales el 3 d.C., como imperatore Africam
obtinente (CIL VIII, 16.456), según una inscripción procedente de Zama
Regia.
El cónsul Lucius Cornelius Lentulus, elegido el año 3 a.C., junto con
Marcus Valerius Messalla Messallinus, pudo morir en África entre los
años 3-5 d.C., según la hipótesis de Desanges (1969: 199-201, 203; Colte-
lloni-Trannoy, 1997: 52), actuando como legado de Creta y la Cirenaica,
quizás al tratar de realizar una entrevista con los Nasamones del Golfo de
Sirte de la Cirenaica o Syrtes Maior. Al Sur de la Gran Sirte se encontraban
no sólo los Nasamones, sino también Gétulos (Str., XVII, 3, 23).
Como posible respuesta a la muerte del procónsul, el 6/7 d.C. se ini-
ció una campaña militar desarrollada por Cossus Cornelius Lentulus, que
había sido cónsul el 1 a.C., contra los Getulos y Musulames de las Sirtes
que amenazaban Leptis Magna, “A las órdenes de Coso, reprimió a los

105
musulamos y gétulos, habitantes de las Sirtes” (Florus, II, 31). Estos Gae-
tuli y Musulamii eran grupos seminómadas según Orosio (VI, 18), “Coso,
general de César, arrinconó en un pequeño territorio en África a los mu-
solamos y gétulos, que hasta entonces vagaban a sus anchas y les obligó,
con el miedo, a mantenerse alejados de las fronteras romanas”. Fue reno-
vado durante un segundo año (Dio. Cas., LV, 28, 2) con lo que su mandato
llegaría hasta el 7/8 d.C. Después de una notable victoria “se le concedió
el sobrenombre de Getúlico” (Florus, II, 31), recibiendo de Augusto las
insignia triumphalia (Dio. Cas., LV, 28, 4).
La mención de los Musulamii, cuyo grupo principal debía encontrarse
entre Ammaedara (Haidra, Kasserine, Túnez) y Sufetula (Sbeitla, Kasse-
rine, Túnez), afectaba directamente al reino de Juba II, que debió colabo-
rar directamente con Cossus Cornelius Lentulus en su represión, ganando
honores en los años 31 (6/7 d.C.) y 32 (7/8 d.C.) de su reino, los cuales
figuran en sus monedas con la corona de oro, el cetro y el sella curulis
(Mazard, 1955: 88-89, nº 193-195).
Más al sur debían haber grupos de gétulos, que Plinio (N. H., XXI,
77) sitúa en la Mauretania Caesariensis Gaetulia. Entre los territorios que
había recibido Juba II de Augusto se incluían “porciones de la Getulia
(…) y también las posesiones de Boco y Bogud” (Dio. Cas., LIII, 26, 2;
Plin., N H., V, 1, 16). Sobre su enfrentamiento con Juba II nos informa
Dion Casio, “Los gétulos, además, estaban descontentos con su rey, Juba,
y despreciando la idea que ellos, también, deberían ser gobernados por los
romanos, se levantaron contra él. Arrasaron el territorio vecino, mataron
a muchos, incluso de los romanos” (Dio. Cas., LV, 28, 4). Según Coltello-
ni-Trannoy (1997: 49) este levantamiento de los gétulos en la Mauretania
Caesariensis fue “la señal de la revuelta general”, pero ya hemos visto
que los enfrentamientos habían comenzado al menos desde el 3 d.C. en
el Golfo de Sirte. El triunfo se asigna exclusivamente a Cossus Cornelius
Lentulus, y la colaboración militar de Juba II la conocemos sólo a través
de las monedas.
Esta autora también plantea (Coltelloni-Trannoy, 1997: 31, 78) que a
partir de entonces la Mauretania Caesariensis Gaetulia, incluyendo Tim-
gad-Thamugadi (Batna, Argelia) en el Aurés y Théveste (Tébessa, Arge-
lia), a 20 km de la actual frontera con Túnez, quedó bajo la supervisión del
procónsul de África, aunque nominalmente pertenecía a Juba II y se or-
ganizó un asentamiento forzoso de tribus por Cossus Cornelius Lentulus,
pues los Musulamii quedaron también bajo control militar romano. Otros
autores como Chausa (1994: 97), en cambio, consideran que estas “reser-
vas de indígenas” son resultado de la derrota de Tacfarinas.

106
Es posible que Juba II ya asociase al trono a Ptolomeo por la gravedad
de la rebelión, recompensa recibida y la edad que tenía el heredero, 26
años el año 7 d.C., siguiendo el modelo de Augusto, que había elegido
como heredero a Tiberio el 4 d.C., al morir su nieto Cayo César en Arme-
nia, aunque aún no se comenzasen a contabilizar a Ptolomeo como años de
reinado, al ser aún sólo el heredero oficial.

6. El levantamiento de los Mauri de Mazippa entre el


15-18 d.C. en Argelia Oriental
Aunque sólo aparece recogido por Tácito un primer levantamiento de
Tacfarinas, el 17 d.C. con los Musulamii, es probable que los Mauri, en
griego Mauroi, que se encontraban en las Montañas del Aures del oriente
de Argelia, al este de Auzea, actual Sour el-Ghozlane, estuviesen ya levan-
tados contra Juba II, cuya capital estaba relativamente próxima en la ciu-
dad costera de Iol (Str., XVII, 3, 12; Plin., N. H., V, 20), actual Cherchell
(Tipaza, Argelia). Esta ciudad ya había sido la capital de Bocco II (Solin.,
25, 2) hasta su muerte el 33 a.C., y pasó a denominarse Iol Caesarea pro-
bablemente después de la muerte de Augusto el 14 d.C. Según la numis-
mática conocemos que Juba II realizó campañas militares contra ellos los
años 40 (15/16 d.C.), 41 (16/17 d.C.) y 42 (17/18 d.C.) de su reino, y sus
triunfos se muestran con la corona de oro, el cetro y el sella curulis en sus
monedas (Mazard, 1955: 196-201, 282-283 y 287). Su líder era Mazippa,
quien “con una tropa ligera, sembraba el incendio, la matanza y el terror”
(Tac., Ann., II, 52, 2), pero sus actividades parecen haber cesado después
de la primera derrota de Tacfarinas el 17/18 d.C. (Tac., Ann., III, 20, 1), no
volviendo a ser mencionado.

7. La sublevación de Tacfarinas entre el 17-24 d.C. en


Argelia Oriental, Túnez y Tripolitania

En el año 42 del reinado de Juba II, o 17 d.C., el conflicto debió adquirir


mayor importancia cuando a la sublevación de los Mauri, se unieron los
Musulamii también asentados junto a las Montañas del Aurés del oriente
de Argelia y Túnez, al mando de Tacfarinas, TKFRN, y a los Cinithii de
Syrtis Minor (Tac., Ann., II, 52, 3) en el sur de Túnez. Estos pueblos son a
veces unificados por autores romanos como Aurelio Víctor (De Caes., II,
3) quien habla de Gaetulorum latrocinia dirigidos por Tacfarinas.
La razón principal será la instalación el 14 d.C. de la Legio III Augus-
ta en su primera base de Ammaedara, actual Haidra (Kasserine, Túnez),

107
junto a la actual frontera con Argelia, lugar que será oficialmente su base
desde el 30 d.C. Para facilitar su movilidad y el acceso al golfo de Sirte se
construyó una vía que aprovechó la ruta natural que descendía vía Cillium
(Kasserine), Thala (Thelepte) -antigua capitula de Yugurta-, el Oasis de
Capsa (Gafsa) y finalmente el Oasis de Tapacae (Gabes). Con el campa-
mento y la vía además se mostraba el deseo de impedir el acceso de las
tribus de los Cinithii o los Garamantes para atacar ciudades como Cicca
Veneria (El Kef), Zama Regia, antigua capital de Juba I junto con Cirta,
o Leptis Minor (Lemta). Se trataba de una iniciativa personal de Augusto,
pues la instalación final se produjo entre su muerte el 19 de agosto del 14
d.C. y su elevación al rango de dios el 14 de septiembre (Lassère, 1982:
13). La construcción de este camino se sigue por la distribución de los
miliarios entre Capsa y Tapacae, situados a cada milla romana de 1.481
m, recogidos por Lassère (1982: 15-19, 16 fig. 3). El problema principal
era que dificultaba o impedía las migraciones estacionales de pastores se-
minómadas de ovejas (Lassère, 1982: 21, 24), tanto de los Cinithii que
ascendían desde Gabes en el Golfo de la Pequeña Sirte, Syrtis Minor, ha-
cia la zona lacustre y de pastos del Chott el-Djerid o Lago Tritón, con su
prolongación hacia el este en dirección a Gabes del Chott el-Fejaj, que
suman 250 km de largo, como a los Musulamii que descendían a pastorear
también hacia Chott el-Djerid.
Tacfarinas, “un númida que había servido en tropas auxiliares” roma-
nas y “luego desertó”, trató de organizar un ejército y se quedaba “en el
campamento con hombres escogidos y armados a la manera romana para
habituarlos a la disciplina” (Tac., Ann., II, 52, 3).
Esta posibilidad de una batalla formal estimuló al procónsul de Roma
en África entre el 17/18 d.C., Marcus Furius Camillus, que contaba con la
Legio III Augusta, de 6.000 infantes y 300 jinetes o equites. A ellos se le
debían sumar un número próximo de tropas auxiliares, compuestas por dos
alae de caballería y cohortes de infantería, bien quingenaria de unos 500
hombres o bien milliaria, de unos 1000 hombres. No obstante, el ejército
reunido por Mauri, Musulamii y Cinithii debía ser importante porque Táci-
to consideraba a los romanos “un contingente reducido teniendo en cuenta
la multitud de los númidas y moros” (Tac., Ann., II, 52, 3), y parte de ellos
además pudieron haber sido auxiliares previamente con el ejército romano,
pues en un combate el 18 d.C. se les califica de “tropa desorganizada de
desertores” (Tac., Ann., III, 20, 2). Ello llevó a confiarse a Tacfarinas, que
“no rehusó la lucha”, quizás también porque Camillus “no era tenido por
militar experto” (Tac., Ann., II, 52, 5). Pero con la legión en el centro y a
las tropas auxiliares en las alas, consiguió derrotarlos durante el verano

108
(Tac., Ann., III, 20, 1), siendo premiado por Tiberio con las insignia trium-
phalia (Tac., Ann., II, 52, 5), que incluían la corona de oro con hojas de
laurel o corona triumphalis, el bastón de marfil, la tunica palmata decora-
da con hojas de palma y toga picta, de púrpura con un borde dorado, y el
derecho a que se le erigiese una estatua de bronce en el Foro de Augusto.
Al no mencionarse posteriormente a Mazippa, la intervención de Juba II
hace presumible que el combate fue en Argelia oriental, dentro de su reino,
en territorio de los Mauri.
Entre el 18-21 d.C. fue nombrado procónsul en África, Lucius Apro-
nius, que ya desde su llegada se encontró con que Tacfarinas había rea-
nudado sus acciones. El hecho de armas más importante fue el ataque el
18 a.C. a una cohorte romana de la Legio III Augusta, compuesta por 6
centurias de 80 hombres, 480 legionarios, que se encontraba en un fuerte
junto al río Págida, que se ha asociado con el río Tazzout por Tissot (1884:
54-56), el cual atraviesa Lambaesis (Tazoult, Argelia), propuesta intere-
sante porque en el 81 d.C. allí se instaló el campamento de la Legio III Au-
gusta y era un área fácilmente atacable desde las montañas del Aurés. La
cohorte se encontraba al mando de Decrio, probablemente un pilus prior
que comandaba la cohorte por ser el más veterano. Al considerar “aquel
asedio una vergüenza”, optó por salir del fuerte y buscar un enfrentamiento
directo, pero debido a la superioridad de las tropas de Tacfarinas, “Al pri-
mer ataque fue desbaratada la cohorte” (Tac., Ann., III, 20, 2), volviendo
los legionarios a refugiarse el fuerte, mientras Decrio moría en combate.
Conocida la noticia, Apronius optó por dar un duro castigo disciplinario
y de los supervivientes de la cohorte dio muerte a palos a la décima parte
de ellos (Tac., Ann., III, 21, 1) o decimatio. Para ello, se hacían grupos de
diez legionarios sin tener en cuenta su rango dentro de la cohorte, se sor-
teaba uno, y los nueve restantes lo mataban a palos. El siguiente ataque de
Tacfarinas a otro fortín romano en Thala (Kasserine, Túnez), a 25 km de la
actual frontera con Argelia, consiguió que la cohorte que la defendía lo de-
rrotase, quedando “los númidas (…) quebrantados y se resistían a plantear
asedios” (Tac., Ann., III, 21, 2 y 4). Los saqueos continuaron hasta que fue
sorprendido por la caballería de la Legio III Augusta y las alas de caballería
auxiliar al mando del hijo del procónsul, Lucius Apronius Caesianus, qui-
zás como tribunus laticlavius, por tener rango senatorial, que “los empujó
hacia los desiertos” (Tac., Ann., III, 21, 4), siendo premiado su padre con
las insignia triumphalia, pues se le erigió una estatua de bronce en el Foro
de Augusto (Tac., Ann., IV, 23, 1), presumiblemente el 21 d.C., al finalizar
su mandato.
Su marcha sirvió para reanudar los ataques de Tacfarinas, que “había
rehecho sus fuerzas en las regiones interiores del África”, quizás junto a

109
los Garamantes, consiguiendo irritar profundamente a Tiberio al enviar
legados a Roma “pidiendo un asentamiento para él y su ejército, y amena-
zando en caso contrario con una guerra interminable” (Tac., Ann., III, 73,
1), lo que llevó a solicitar a Tiberio del Senado que se enviase un procónsul
con experiencia militar (Tac., Ann., III, 32, 1).
La persona elegida del 21 al 23 d.C. fue Quintus Junius Blaesus, an-
tiguo gobernador de Panonia, Legatus Augusti pro Praetore provinciae
Pannoniae hasta la muerte de Augusto el 14 d.C., al que se le incorporó la
Legio IX Hispana, que había estado a sus órdenes, trasladada desde Pano-
nia, para duplicar el ejército, acompañada por la Cohors XV Voluntariorum
civium Romanorum, al mando de un Tribunus Cohortis. Estas tropas es-
taban estacionadas en Siscia (Sisak, Croacia), desde de la derrota en el
bosque de Teutuburgo el 9 d.C., controlando la frontera del Danubio, en
las actuales Austria Oriental y Hungría Occidental. En Panonia, Tiberio
había sofocado la sublevación de las tribus ilirias entre el 6 y 9 d.C., pero
la Legio VIII Augusta y la Legio IX Hispana se sublevaron contra Blaesus
exigiendo mejores condiciones de vida y el licenciamiento de los vetera-
nos (Dio. Cas., LVII, 4), conato sofocado por Druso minor, hijo de Tiberio,
y el sobrino materno de Blaesus, Sejano. Para tratar de recuperar el presti-
gio de su tío, Lucius Aelianus Seianus, Prefecto del Pretorio o comandante
de la Guardia Pretoriana de Tiberio, apoyó su nombramiento (Tac., Ann.,
III, 72, 4).
La estrategia de Blaesus fue por una parte política, siguiendo el encargo
de Tiberio que “tratara de atraerlos a la deposición de las armas a cambio
del perdón (…) Esta oferta de amistad fue aceptada por muchos” (Tac.,
Ann., III, 73, 3). Seguramente debió incluir el reparto de tierras (Rachet,
1970: 109; Lassère, 1982: 25; Coltelloni-Trannoy, 1997: 52), de las que de-
bía hablar Tacfarinas cuando solicitaba un territorio donde asentarse (Tac.,
Ann., III, 73, 1). Por otra parte, cambió la estrategia militar, ayudado por
el incremento de tropas que se duplicaron. Blaesus asumió el control de la
zona central. El legado Publius Cornelius Lentulus Scipio (CIL, V, 4329)
el sector oriental de la Syrtis Minor para evitar ataques de los Garamantes
contra Leptis Magna (Tac., Ann., III, 74, 2). Su hijo, Quintus Iunius Blae-
sus, que debía estar como tribunus laticlavius, por tener rango senatorial,
le encargó el control de la zona oriental o Numidia de Cirta (Tac., Ann.,
III, 74, 2), protegiendo la ciudad de Cirta, actual Constantina (Argelia), la
capital de Juba II (Plin., N. H., V, 1, 20), al rebautizarla Constantino en el
siglo IV d.C., la antigua capital del reino númida de Sifax (Liv., XXX, 12,
5 y XXX, 44, 12), denominada colonia Cirta Sitianorum (Plin., N. H., V,
22) por Publius Sittius, que apoyó a Julio César contra Juba I. La otra clave

110
fue no retirar las tropas durante el invierno y distribuirlas en pequeños for-
tines a cargo de centuriones al mando de una centuria de 80 hombres, hos-
tigando constantemente a los Musulamii de Tacfarinas cuando realizaban
razzias en el territorio, pese a que Tacfarinas “iba moviendo sus tiendas”
(Tac., Ann., III, 74, 3). Su mandato fue prorrogado en enero del 22 d.C.
(Tac., Ann., III, 58, 1). El éxito final lo logró cuando capturó al hermano de
Tacfarinas (Tac., Ann., III, 74, 3), si bien no se menciona ninguna batalla
importante. Aclamado por sus tropas al finalizar su mandato el 23 d.C.,
pues a la Legio IX Hispana se le ordeno regresar a Panonia (Tac., Ann., IV,
23, 2) al considerarse suficientemente pacificada la región, Tiberio conce-
dió “por última vez” el título de imperator (Tac., Ann., III, 74, 4), en parte
“en consideración a Sejano” (Tac., Ann., III, 72, 4), recibiendo las insignia
triumphalia (Vell. Pater., II, 125, 5), que incluyó el erigirle también una
estatua de bronce en el Foro de Augusto (Tac., Ann., IV, 23, 1).
Se ha tratado de justificar la prematura retirada de Blaesus como re-
sultado de la presión de los senadores propietarios de grandes dominios
agrícolas que deseaban un acuerdo con Tacfarinas, porque les perjudicaba
sus exportaciones de grano hacia Roma y sufrían robos por parte de los
rebeldes, pero también hacían negocios con él (Rachet, 1970: 105-107),
sin embargo parece haber influido más la rápida rehabilitación en Roma de
Blaesus después de su fracaso en Panonia, impulsada por Sejano.
La marcha de la mitad de las tropas supuso una reorganización de la es-
trategia hasta entonces mantenida de pequeños castella con una guarnición
de 80 hombres, muchos de los cuales tuvieron que ser abandonados. Ello
suponía también desproteger a la población rural que no participaba en la
sublevación, los cuales podían refugiarse en los castella. El nuevo procón-
sul para el año 23/24 d.C., Publius Cornelius Dolabella, que había sido
previamente legado propretor primero en Ilírico superior entre 14-16 d.C.
y después de toda la provincia de Ilírico entre 16-20 d.C. (Rendic-Mio-
cevic, 1962), en las actuales Croacia y Eslovenia. Al llegar a África se
encontró que el rey de los Garamantes enviaba tropas ligeras a caballo
para realizar saqueos en la región de las Syrtis Minor (Tac., Ann., IV, 23,
2), mientras que el hijo de Juba II, Ptolomeo, se encontraba con una nueva
sublevación de los Mauri, “ante la indolente juventud de Tolomeo” (Tac.,
Ann., IV, 23, 1). Finalmente, parte de los Musulamii que habían aceptado
las condiciones de paz ofrecidas por Tiberio y Blaesus, pensaban de nuevo
en sublevarse.
La estrategia de Dolabella fue primero reforzar los lugares estratégicos al
haber llegado Tacfarinas a asediar la ciudad de Thubuscum, Thubursicum Nu-
midarum, la actual Khamisa (Argelia), aunque podría ser también Thubursi-

111
cum Bure, actual Teboursouk (Béja, Túnez), que prefiere Rachet (1970: 118-
119) por su mayor proximidad, de cuyo asedio la liberó (Tac., Ann., IV, 24,
1-2). En segundo lugar, duras medidas contra los jefes de los Musulamii que
no respetasen el acuerdo de mantener la paz con Roma, cortándoles la cabeza
a los que intentaban sublevarse (Tac., Ann., IV, 24, 2). En tercer lugar, obligar
a Ptolomeo a movilizar a sus tropas ligeras de caballería para apoyarles contra
los Mauri y los Musulamii (Tac., Ann., IV, 24, 3).
Tuvo conocimiento que Tacfarinas había “desplegado sus tiendas y
acampado junto a un castellum semiderruido, que ellos mismos habían
incendiado tiempo atrás” en Auzea (Tac., Ann., IV, 25, 1), actual Sour
el-Ghozlane (Bouira, Argelia), quizás durante la participación de Mazippa
el 17/18 d.C. Esta localidad era denominada antes de la independencia
como Aumale, por el Duque de Aumale, Enrique de Orleans, hijo del últi-
mo rey de Francia, Luis-Felipe I, que conquistó la región de las montañas
de Aurés. No obstante, Rachet (1970: 120-121) manifiesta sus dudas por la
lejanía de Auzea del territorio habitual de los Musulamii. Este puesto con-
trolaba un paso natural por las montañas de Aurés hacia el Atlas argelino.
La información debió ser transmitida por espías a Ptolomeo, por la proxi-
midad con la capital de su reino en Iol Caesarea, lo que indica que Tacfa-
rinas había ampliado de nuevo sus acciones al territorio de los Mauri, pero
también explica que Ptolomeo fuese especialmente premiado por Tiberio.
Dolabella se trasladó con la Legio III Augusta “sin impedimenta y sin que
supieran a dónde iban” y reforzado por la caballería de Ptolomeo atacaron
al amanecer su campamento. Muertos la mayoría de los sublevados, elimi-
nada la guardia personal de Tacfarinas y capturado su hijo, prefirió morir
combatiendo el 24 d.C. (Tac., Ann., IV, 25, 1-3).
Al procónsul Dolabella se le negó las insignia triumphalia, para no
humillar a Blaesus, premiado con el título de imperator, y a su sobrino
Seianus que lo había apoyado (Tac., Ann., IV, 26, 1). En cambio, se optó
por premiar a Ptolomeo, miembro de la familia Antonia y ciudadano ro-
mano, quien de considerarse que estaba dedicado al “gobierno de unos
libertos y el imperio de unos esclavos”, libertos regios et servilia imperia
bello mutaverant (Tac., Ann., IV, 23, 1), pasó a otorgarle el Senado el título
de “rey, aliado y amigo del pueblo romano”, rex, socius et amicus populi
Romani, entregándole un senador “un bastón de marfil y una toga borda-
da” (Tac., Ann., IV, 26, 2), indicativo que recibió las insignia triumphalia
con la corona de oro con hojas de laurel o corona triumphalis, el bastón
de marfil, la tunica palmata decorada con hojas de palma y la toga picta,
de púrpura con un borde dorado. No obstante, Dolabella tuvo su desfile
militar en Roma, con “cautivos notables”, acompañado por “embajadores

112
de los garamantes, raramente vistos en la ciudad (…) a dar satisfacciones
al pueblo romano” y “el honor negado le aumentó la gloria” (Tac., Ann.,
IV, 26, 1-2).

8. La rebelión del liberto Aedemon en Mauretania Oc-


cidental al morir Ptolomeo
En contraposición con la rebelión de Tacfarinas, apenas tenemos infor-
mación sobre la protagonizada por Aedemon. En primer lugar, no sabemos
con seguridad cuando murió Ptolomeo, cuyas acuñaciones llegan hasta el
39 d.C. o año 20 de su reino. De acuerdo con Dion Casio (LIX, 25, 1 y LX,
8, 6) debió morir a inicios del 40 d.C., no obstante se han planteado fechas
del invierno del 39/40 d.C. por Carcopino (1943: 191-199), septiembre del
40 d.C. (Gsell, 1928: 285), pues Calígula estuvo fuera de Roma entre sep-
tiembre del 39 y el 31 de agosto del 40 d.C., o a lo largo del otoño del 40
d.C., entre fines de septiembre y fines de diciembre del 40 d.C. (Fishwick,
1970: 468).
Hasta fechas próximas a su muerte no hay signos de conflicto en el rei-
no de Ptolomeo y que al ser soltero, a priori, el reino debía revertir a Roma
(Gsell, 1928: 285; Coltelloni-Trannoy, 1997: 56).
Las razones de crueldad y arbitrariedad que esgrime Suetonio no pare-
cen que justifiquen su muerte (Suet., Cal., 35, 1), “lo recibió con grandes
honores, pero luego, de repente, le mandó matar, sólo porque advirtió que,
al entrar en el anfiteatro o donde él ofrecía un espectáculo, había atraído
las miradas del público por el resplandor de su manto de púrpura”, aunque
la relación había sido buena hasta entonces, “en pago a los servicios que
le habían prestado” (Suet., Cal., 26, 1). Este hecho parece ser resultado de
que Calígula envidiaba la riqueza que exhibía Ptolomeo (Dio. Cas., LIX,
25, 1), probablemente derivada del control del comercio de la púrpura.
Es posible que su muerte esté vinculada a una posible conjuración den-
tro de la familia imperial contra Calígula como se ha sugerido por Fishwick
y Shaw (1975), dirigida por Marcus Aemilius Lepidus (Suet., Cal., 24, 3;
Dio. Cas., LIX, 22, 5), el marido de su hermana Drusila, Iulia Drusilla,
desde noviembre o diciembre del 37 d.C., que falleció en junio de 38 d.C.,
con sólo 22 años, y a la que Calígula había nombrado el 37 d.C. su herede-
ra y Augusta. Suetonio (Cal., 36, 1) incluso indica que previamente “amó
a Marco Lépido (…) y que mantuvo con ellos relaciones culpables”. En la
conspiración también participaba Gnaeus Cornelius Lentulus Gaetulicus,
hijo de Cossus Cornelius Lentulus Gaetulicus, que ganó este sobrenombre

113
o agnomen después de ser procónsul en África entre el 6-8 d.C., quien fue
ejecutado hacia octubre del 39 d.C. El propio Ptolomeo era primo segundo
de Calígula y primo del futuro emperador Claudio, “primo lejano suyo
(pues también él era nieto de Marco Antonio por su hija Selene)” (Suet.,
Cal., 26, 1). Si murió en el invierno de 39/40 d.C., apenas serían 1 o 2
meses después.
Tampoco tenemos datos precisos sobre la sublevación del liberto de
Ptolomeo, Caius Iulius Aedemon, que al menos podemos situar al final del
reinado de Calígula, asesinado el 24 de enero del 41 d.C., pues Dion Casio
(LX, 8, 6) indica claramente que a Claudio se le convenció que aprove-
chase el triunfo militar previo de Calígula pues “aún no había accedido
al trono cuando la guerra había finalizado”. En cambio, algunos autores
como Rachet (1970: 128, 133) prefieren apoyarse en el texto de Plinio (N.
H., V, 1, 11), “La primera ocasión en la cual el ejército de Roma luchó en
Mauretania fue en el principado de Claudio” y en la mención de Marco
Licinius Crassus Frugi, como Legado de Claudio en Mauretania (CIL, VI,
31.721), para plantear que el levantamiento sucedió justo al final del rei-
nado del Calígula y se alargó con Claudio durante varios meses del año
41 d.C. No obstante, el texto para introducir el relato de la expedición del
legado de Claudio, Caius Suetonius Paulinus, contra los Maurii (Plin., N.
H., V, 1, 14; Dio. Cas., LX, 9, 1), que continuó hacia el Atlas del 42 d.C.,
alcanzando el territorio de pueblos nómadas como los etíopes Pharusii
(Plin., N. H., V, 1, 16) y probablemente los Getuli Darae.
Si se vincula la sublevación de Aedemon a la muerte de Ptolomeo, un
elemento importante sería saber cuando ésta se produjo, pues si falleció en
el invierno del 39/40 d.C. podría indicar una revuelta de casi 1 año como
máximo, que parece ser la opción elegida por Coltelloni-Trannoy (1997:
61), cuando sugiere que duró entre 6 y 9 meses; si su muerte ocurrió en
septiembre, se estrecha el plazo a apenas 3 o 4 meses, y si ocurrió entre
fines de septiembre y de diciembre, pudo ser de sólo 1 o 2 meses.
Es difícil valorar la entidad de la revuelta pues sólo existe una inscrip-
ción de Volubilis (Cagnat, Merlin y Chatelain, 1923: ILAfr, 634), donde
sabemos que M. Valerius Severus, había formado un cuerpo auxiliar a su
mando contra los rebeldes de Aedemon, adversus Aedemonem oppressum
bello. Este hecho ha llevado a Coltelloni-Trannoy (1997: 60) a circuns-
cribir el levantamiento de Aedemon a las “regiones occidentales” del rei-
no. El epitafio de la tumba de un soldado miembro de un destacamento o
vexillatio de la Legio X Gemina en la necrópolis de Volubilis (Carcopino,
1943: 240) no tiene necesariamente que corresponder a este momento.

114
A partir de la interpretación de Carcopino (1943: 240; Rachet, 1970: 129-
130), se ha planteado una intervención militar muy importante para sofocar la
sublevación, de unos 20.000 hombres, en la cual participarían no sólo efecti-
vos de la Legio III Augusta, sino que también se desplazarían gran parte de
las tropas de la Legio IV Macedonica y la Legio X Gemina desde la Península
Ibérica, trasladadas por mar hasta los puertos de Lixus o Tanger, apoyándose
sólo en tres epitafios de legionarios, que resultan pruebas débiles. El trabajo de
Carcopino influyó notablemente en Tarradell (1954), quien en sus excavacio-
nes de Lixus y Tamuda creyó encontrar niveles de destrucción en ambas ciuda-
des resultado de esta sublevación, aunque sin optar por atribuir su destrucción
bien a los romanos, bien al propio Aedemon. Es posible que también los haya
en Ceuta o Melilla (Villaverde, com. pers.), pero parece haberse producido an-
tes abandonos al menos parciales de zonas de estos núcleos urbanos. En todo
caso, su incidencia se circunscribe de momento al litoral mediterráneo, Lixus,
Ceuta, Tamuda y Melilla. Por otra parte, resulta dudoso que si Lixus hubiese
apoyado a Aedemon recibiese poco después el nombramiento como Colonia
por Claudio (Plin., N. H., V, 1, 2).
No deja de sorprender, si el levantamiento fue tan importante, y se pro-
dujo un traslado de una o dos legiones desde la Península Ibérica, que nin-
gún autor romano lo señale, o al menos aporte algunos datos más precisos
sobre el conflicto y de su líder, Aedemon.
Algunas referencias que a veces se adscriben a Aedemon parecen co-
rresponder a un pequeño levantamiento de los Musulamii en Argelia orien-
tal, pues se mencionan “ciertas partes de Numidia” (Dio. Cas., LX, 9, 6),
identificándolos como Musulamii (Aurelius Victor, De Caesaribus, IV, 2),
justo en el momento que Claudio dividió en dos la Mauretania con capi-
tales en Tingi y Iol Caesarea (Dio. Cas., LX, 9, 5), al acabar la campaña
de Gnaeus Hosidius Geta contra Salabus y los Mauri el 42 d.C., que había
derrotado en dos ocasiones (Dio. Cas., LX, 9, 2).

9. Conclusiones

En el poblamiento de las Islas Canarias, inicialmente debió existir un


proceso de frecuentación y evaluación de los recursos disponibles en las
islas, con un primer aprovechamiento de los recursos marinos que exigían
una mínima infraestructura para obtener aguada, comida, secar al aire el
pescado en la orilla del mar, obtener sal en el litoral volcánico donde se
acumula de forma natural, etc. Las referencias sobre la pesca a varios días
al sur de Lixus (Str., II, 2, 4) apuntan en este sentido.

115
En una segunda fase debió existir una planificación que dejó contingen-
tes variables de pobladores en las islas. El principal recurso demandado
debió ser la púrpura, como especifica claramente Plinio al hablar de Juba
II y la instalación de “tintorerías”, serían puntos donde agruparían los mo-
luscos recuperados a lo largo del litoral norteafricano e insular. Esto pudo
suceder en Mogador, pero aún más en las islas más orientales de Canarias
puesto que la zona de mayor abundancia de la púrpura comienza en latitu-
des más meridionales, a partir de Tan-Tan.
El asentamiento de un pequeño porcentaje de población era inevitable
porque es durante el invierno, y en particular el inicio de la primavera
(Plin., N.H., IX, 63), cuando las Stramonita [Thais] haemastoma se repro-
ducen, y la mejor época para capturarlas con nasas. En cambio, en verano
el tinte pierde calidad (Plin., N.H., IX, 63), tras reproducirse, ya que parte
del tinte pasa a los huevos y los moluscos tienden a ocultarse en la arena
de los fondos marinos para evitar el aumento de la temperatura del agua en
verano. Aproximadamente, un molusco daba tinte para colorear 1 gramo
de lana púrpura violeta y 0.5 gramos de lana púrpura roja (Lipinski, 1993:
9). La mejora de la navegación, a partir del inicio del verano, permitiría la
exportación de la púrpura obtenida.
La púrpura de la Getulia era la tercera enumerada entre las cuatro me-
jores púrpuras del mundo antiguo, en orden decreciente: Tiro (Líbano),
Menix (Túnez), Getulia en el África atlántica y Laconia (Grecia) (Plin.,
N.H., IX, 36, 127). Esta púrpura era utilizada por los reyes mauretanos y
númidas como símbolo real, y así Juba I “tenía la costumbre de vestir el
manto púrpura” (Bell. Afr., LVII, 5). Por otra parte, debe tenerse en cuenta
que la púrpura de Menix era explotada por los gétulos orientales del golfo
de la pequeña Sirte.
La relación de los gétulos autololes con la explotación de la púrpura
viene señalada porque se toman como punto de referencia para situar las
Islas Purpurarias durante el reinado de Juba II, “las islas de Mauretania
(Mauretaniae insularum): que unas pocas, descubiertas por Juba, están en
el meridiano (ex adverso) de los autóloles, en las cuales había establecido
factorías para teñir la púrpura getúlica” (Plin., N.H., VI, 36, 201), mencio-
nando que se recorrían cuidadosamente los “arrecifes gétulos en busca de
múrices y púrpura” (Plin., N.H., V, 1, 13).
Una vez asentados en las dos islas más orientales, y aprovechados los
islotes inmediatos como La Graciosa o Lobos, debido a la importancia del
recurso explotado de la púrpura, probablemente se hizo preciso el control,
aunque fuese mínimo, de algunas de estas islas para evitar que otros nave-

116
gantes se instalasen en ellas, los piratas pudiesen utilizarlas, como sucedía
en el Estrecho, etc. Esta razón podría explicar que se ocupasen en su to-
talidad incluso las islas más pequeñas y occidentales, como La Gomera y
El Hierro.
No obstante, todas las islas, y en particular las más occidentales, con
importantes acantilados en las costas, poseían otro bien que debió tener
similar demanda, la orchilla, un colorante vegetal. El aprovechamiento de
este recurso estimuló los contactos con las Canarias occidentales.
Teniendo en cuenta estas circunstancias, la hipótesis planteada breve-
mente por Álvarez Delgado (1977: 51) mantiene una lógica interna, al
apoyarse en las referencias en Plinio a unas Islas Purpurarias, y permi-
te sugerir una colonización al menos de las Canarias orientales en estos
momentos. En este sentido, aprovechar a las poblaciones más inmediatas
geográficamente como eran los Gétulos Darae en el valle del río Drâa y
por lo tanto con mayor facilidad de adaptación, sería la opción más simple
y de menor costo por un desplazamiento menor. No obstante, según Poli-
bio (Plin., N.H., V, 1, 9-10), las desembocaduras de los ríos Massa y Drâa
parecen estar ocupadas por Aethiopes de piel negra, situándose los Gétulos
Darae más al interior. Una segunda opción más adecuada sería recurrir a
los Gétulos Autololes, que sí se situaban en la costa entre los ríos Tensif y
Tamri, y quizás llegasen hasta la desembocadura del río Sous.
Otra cuestión es plantear que grupos de Mauri, Musulamii, Cinithii o
Garamantes de las revueltas encabezadas por Tacfarinas y Aedemon, fue-
sen trasladados desde Argelia oriental o sur de Túnez a las islas dentro de
un proceso de deportación forzada de población. Resulta dudoso que po-
blaciones que se habían sublevado contra Juba II o Roma fuesen trasladas
a las islas donde podrían hacerse fuertes, cuando uno de los objetivos de
la instalación de la Legio III Augusta en Ammaedara (Haidra, Kasserine,
Túnez) fue tener el control de las montañas del Aurés y en particular de los
asentamientos de los Musulamii y la ruta que conectaba a los Cinithii de la
pequeña Sirte con los Mauri en el occidente del Aurés. Sólo en el caso de
la de Aedemon existe como elemento favorable la proximidad geográfica,
al afectar al menos a la región de Volubilis (Marruecos), pero desconoce-
mos la entidad real de esta rebelión cuyas consecuencias se han magnifica-
do sin datos seguros suficientes.
A pesar de la viabilidad de la hipótesis de Álvarez Delgado como uno
de los momentos en los que pudo haber habido una llegada significativa
de población a varias de estas islas, otra cuestión a tener en cuenta es si las
islas estaban despobladas hasta la llegada de esta colonización planificada

117
por Juba II para las Purpurarias o si, previamente, existía población. Ob-
viamente pudieron existir previamente fases de ocupación en una o varias
de las Islas Canarias, como también sucede en Mogador, y no cabe descar-
tar deportaciones realizadas por los cartagineses antes del 205 a.C., cuando
se produjo la pérdida de Gadir en la Segunda Guerra Púnica, pues estaban
acostumbrados a realizar traslados de población.
La lógica indica que debió existir población previamente por dos ra-
zones claras. En primer lugar, la demanda e interés de explotación de los
recursos comentados existió siempre, y en particular desde época fenicia.
Este interés fenicio por la explotación y distribución de textiles teñidos con
púrpura reconocida como su principal exportación comercial (Mederos y
Escribano, 2006), hace presumible su aprovechamiento desde el inicio de
las exploraciones fenicias en el atlántico norteafricano. Otro tanto cabe
decir de los recursos pesqueros, cuya transformación era también una es-
pecialidad de estas poblaciones fenicias y púnicas (Mederos y Escribano,
1999 y 2009; González Antón y del Arco, 2007).
Todos los datos sugieren un poblamiento antiguo. Por una parte, la exis-
tencia de dataciones de carbono 14 de notable antigüedad procedentes de
las islas de Lanzarote (Atoche y Ramírez, 2011: 154-155 tablas 1-2) y
Tenerife (Arco et alii, 1992: 7, 1995: 712, 724 lám. 5 y 1997: 75; Gon-
zález Antón et alii, 1995: 30). En segundo lugar, las referencias al interés
cartaginés por una isla en el Atlántico, cuyas condiciones consideraban
suficientemente buenas como para asentar a una importante población en
caso de necesitar un último refugio (Dio. Sic., Bib. Hist., V, 19-20; Pseu-
do-Aristóteles, De Mirab. Ausc., 84), lo que apuntaría a alguna de las islas
centrales de Canarias, como Gran Canaria, fácilmente visible desde Fuer-
teventura, o Tenerife. En tercer lugar, la mención por Sertorio a habitantes
en las Islas Afortunadas (Plut., Sert., VIII, 2-5; Mederos, 2009: 106-110).
En cuarto lugar, las propias referencias de la expedición enviada por Juba
II, que indican la existencia de un templete en Junonia Maior-La Palma o
de restos de construcciones en Canaria-Gran Canaria (Plin., N.H., VI, 37,
202-205; Mederos y Escribano, 2002: 320; Santana et alii, 2002).
En cualquier caso, el acceso a los recursos más importantes del Atlán-
tico nunca fue claramente precisado por las fuentes clásicas debido a los
grandes beneficios comerciales que aportaba su comercio. En este sentido,
nunca se explicó con claridad el emplazamiento de las Islas Casitérides,
las proveedoras del estaño, hasta que se precisó en época romana, y sólo
en la zona más inmediata y controlada por Roma, en Galicia. Otro tanto
sucedió con las fuentes de oro, que podían venir tanto del norte, la región

118
de Galicia, como de la costa atlántica norteafricana. Por ello, la falta de
datos sobre los sitios de explotación de la púrpura, y en particular de las
Islas Purpurarias, tampoco debe sorprendernos.

Agradecimientos

Este trabajo se adscribe al proyecto HAR2011-29880, “La ciudad fe-


nicio-púnica de Útica (Túnez)” del Ministerio de Educación y Ciencia y
“Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias (1100A6-500 DC),
de la Dirección General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias.
Queremos agradecer a N. Villaverde atender a nuestras consultas.

119
Fig. 1. Imperio romano de Augusto.

Fig. 2. Ciudades romanas del norte de África.

120
Fig. 3. Ciudades romanas de
Túnez.

Fig. 4. Montañas del Aures en el este de Argelia y la frontera con Túnez.

121
122
Fig. 5. Agusto. Prima Porta. Roma. Fig. 6. Juba II. Colección Real. Museo del Prado.
123
Fig. 7. Reino de Juba II en la Mauritania Tingitana y Caesariensis y África Proconsular romana.
124
Fig. 8. Campañas militares contra Tacfarinas, según Rachet (1970: mapa 6).
Fig. 9. Denario de plata de Juba II,
con corona, águila imperial roma-
na y cetro.

Fig. 10. Denario de plata de Juba


II y Ptolomeo.

Fig. 11. Tiberio, Carlsberg Glyptotek, Copenhagen.

125
126
Fig. 12. Ptolomeo de Mauretania, Cherchell, Museo del Louvre, París. Fig. 13. Calígula, Marino, Lago Albano, Worcester Museum, MA.
Fig. 14. Claudio, Roma, Museo Arqueoló-
gico Nacional, Madrid.

Fig. 15. Emplazamiento


de los Gétulos Autololes
en el litoral atlántico y
Gétulos Darae al interior
de la cuenca del río Drâa
según Desanges (1978).

127
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