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PREFACIO (3)
I. ALGUNAS OPINIONES NO DEL TODO INCIERTAS, AUNQUE DESDE
LUEGO INCOMPLETAS, SOBRE DAVID FOSTER WALLACE (5)
(Autobiografismo – El canon del Siglo 20 – Historia abreviada de
DFW (2000 – 2008) - ¿Una literatura colonialista? – Pensar,
clasificar: el escritor posmoderno entre los posmodernos – DFW en la
prensa española)
II. EL INSONDABLE PROBLEMA DE LO NOVEDOSO (INTERLUDIO)
(20)
III. SOLUS IPSE. “HACIA EL OESTE…” COMO PUNTO DE PARTIDA:
REALISMO, WITTGENSTEIN Y LAS DIGRESIONES (30)
(Sobre la metaficción - «Perdido en la casa encantada».- Apocalipsis
metaficcional)
IV. SOBRE LA MALA FE Y LA PARADOJA DEL SUPERYÓ EN DFW (47)
(The Broom of the System – Historia radicalmente concentrada de la era
postindustrial – El neón de siempre – Mundo Adulto – Octeto – La
persona deprimida – El suicidio como una especie de regalo – Señor
Blandito – Entrevistas breves)
V. LA NIÑA DEL PELO RARO Y SUS TRAUMAS FAMILIARES (56)
(Animalitos inexpresivos – La niña del pelo raro – Lyndon – Aquí y
allí – Mi aparición)
VI. TESTOSTERONA Y VIRILIDAD HIPERTROFIADA EN ENTREVISTAS
BREVES (65)
(Entrevistas breves – Mundo Adulto – En su lecho de muerte […] y el
suicidio como una especie de regalo
VII. TRI-STAN: MITOS RECOMBINADOS EN TELEVISIÓN (76)
VIII. EXTINCIÓN: DIGRESIONES AL 110% (88)
(Señor Blandito – El alma no es una forja – Otro pionero – Extinción
– El canal del sufrimiento)
BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA (101)
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PREFACIO
3
My whole life I've been a fraud. I'm not exaggerating. Pretty much all
I've ever done all the time is try to create a certain impression of me in
other people. Mostly to be liked or admired. It's a little more complicated
than that, maybe. But when you come right down to it it's to be liked,
loved. Admired, approved of, applauded, whatever. You get the idea.
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I. ALGUNAS OPINIONES NO DEL TODO INCIERTAS, AUNQUE DESDE
LUEGO INCOMPLETAS, SOBRE DAVID FOSTER WALLACE
5
impensables sin atenerse a ciertos elementos extratextuales que
envuelven su ficción, como puedan ser el entorno editorial en el
que se inscribe, la fatídica suerte del autor y su biografía, la
emotividad o subjetividad que rige la literatura de Wallace, o los
mecanismos con los que trabaja la crítica y el periodismo cultural.
DFW, de hecho, parecía consciente de la necesidad de reivindicar
una crítica que no se atuviese sólo a criterios textualistas; él mismo
llamaría «Falacia Afectiva» a «la evaluación de una obra de arte
basándose en sus resultados, sobre todo en su efecto emocional»,
algo que, junto a la «Falacia Intencional» (intentio auctoris, lo llamaría
Eco), comprendería «las dos grandes prohibiciones de la crítica
textual objetivista, y sobre todo de la Nueva Crítica.» Sobre esta
Falacia Afectiva, García Berrio y Teresa Hernández anuncian en
Crítica literaria: «Todos convienen en que una Poética del
Sentimiento ha de ser una de las partes principales de la Crítica
literaria; y sin embargo una Crítica sentimental, como tal, no se ha
formulado nunca.» En ese mismo volumen recuerdan a Theodor
Lipps, representante de la estética de la empatía, y para el cual «la
empatía «“se presenta en forma de sentimiento vago y de la
conciencia que lo acompaña como algo general que impregna el
conjunto de las cosas observadas, y que no se concreta en este o en
aquel detalle”, antes bien vive en lo objetivo y resulta ser “como su
pulsación”. Deduciendo de ello que la significación de ese estado
del ánimo en empatía “consiste en que yo me proyecto en el
objeto» ampliamente de una manera «general y comprensiva”.»
Con todo, lo más importante de la lectura a los lectores de DFW es
que ésta habla tanto del autor como de los parámetros desde los
que sus exégetas trabajan. De antemano también hay que aceptar la
derrota en una investigación sobre la obra de DFW que se limite
sólo a su literatura: quien se haya asomado al ensayo matemático
Everything and more, o a Fate, Time, and Language, la tesis de DFW en
materia filosófica comentada por especialistas, comprobará el
enorme espacio que se abre al apartar las relaciones de la literatura
de nuestro autor con estas disciplinas.
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menos encubiertas. DFW dejó en su literatura pruebas de que él
era, tal vez, la principal fuente de inspiración de su ficción, hasta el
punto de que su obra póstuma El Rey Pálido parece ser aquella en la
que mayor empeño se pone en unir en una sola la voz del autor
con la del narrador. Algunos ejemplos de lo dicho: La niña del pelo
raro, libro en donde varios relatos abordan la influencia y la
coacción del padre, está dedicado a la «Mr. And Mrs. Wallace Fund
for Aimless Children», en una referencia a las atenciones de sus
padres en un periodo en que DFW se encontraba en pésimas
condiciones personales con motivo de sus continuas depresiones.
Otro: uno de los personajes de El Rey Pálido sufre terribles ataques
de sudoración que lo ponen en alerta ante la posibilidad de ser
descubierto por sus compañeros de instituto, y en una crónica
publicada en 1992 recogida en Algo supuestamente divertido que nunca
volveré a hacer, DFW recordaba su excesiva sudoración en sus años
como tenista adolescente. En esa misma colección de crónicas,
DFW denuncia la incomodidad que una cámara trae consigo
porque te obliga a sonreír incómodamente. Está claro que no todo
el mundo es igualmente frágil ante una cámara de televisión, pero
cualquiera que haya visto una entrevista con el autor puede advertir
su incomodidad frente a los periodistas. La broma infinita, su novela
más extensa, gira alrededor de un tenista adolescente, brillante
tanto en sus estudios como en la práctica deportiva, perfil que
encaja sin problemas en la figura de nuestro autor. Y en un artículo
publicado en The Awl sobre la biblioteca de autoayuda de nuestro
autor («Inside David Foster Wallace‟s prívate self-help library»), la
periodista María Bustillos comenta cómo DFW culpa a su madre
de buena parte de su sufrimiento —en ese sentido, veremos cómo
el trauma familiar es una de las constantes más repetidas en sus
relatos.
Hay un cuento de Entrevistas breves con hombres repulsivos en
donde se narra el impacto emocional que sufre un niño en el
momento en que su padre se planta delante de él, se baja los
pantalones y empieza a masturbarse. La cabeza del niño serpentea
para evitar enfrentarse a semejante imagen atroz. Básicamente, ésa
es la misma sensación que se apodera de nosotros al interrogarnos
sobre la posibilidad de ejercitar una moderada crítica biográfica
sobre la obra de DFW. Podemos intentar evitar esa imagen,
podemos no desear verla, pero la imagen atroz se encuentra
delante de nosotros. En su libro de divulgación matemática, DFW
muestra su interés por Kurt Gödel (a quien dedica un relato en La
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niña del pelo raro): «también falleció como resultado de una
enfermedad mental», dice DFW en referencia al matemático Georg
F.L.P. Cantor. Precisamente, esa introducción a Everything and More
nos complica las cosas aún más: «Los casos de grandes
matemáticos con enfermedades mentales han tenido una enorme
repercusión en los escritores pop y directores de cine […] El
Matemático Mentalmente Enfermo se asemeja a lo que el
Caballero Errante, el Santo Humillado, el Artista Torturado y el
Científico Loco han significado en otros tiempos: una especie de
Prometeo, aquel que se dirige a lugares prohibidos y regresa con
dones para que todos podamos usar pero por los cuales tan sólo él
ha pagado». Por si fuera poco, en una nota a pie de página leemos:
«Decir que el ∞ volvió loco a Cantor es como lamentar la pérdida
de San Jorge con el dragón: no es sólo falso sino también
insultante.» Y la paradoja vital de DFW es que, pese a que su gran
tema fuese el malestar (represivo) social y psicológico de
Occidente, su desaparición, como David Lipsky nos cuenta en
Although of course you end up becoming yourself, viniese motivada por un
error psiquiátrico, puramente biológico.
Lo que hoy conocemos como crítica moderna puede decirse
que fue instituida no en las revistas literarias sino en los juzgados.
Denuncias a autores como Baudelaire o Flaubert mediante. Con
ellos empieza a gestarse la distinción entre autor y narrador, entre
realidad y ficción, que desde entonces ha ido dilatándose
progresivamente, hasta convertir en un tabú las asociaciones entre
el texto y su creador de carne y hueso. Sin embargo, cada vez que
referimos a un texto su capacidad investigadora de la «condición
humana» revelamos varios modos de hacer biografía. De un lado,
como lectores nos reconocemos en las situaciones propuestas por
el texto; de otro, sólo nuestra propia experiencia o la observación
humana nos permiten comprender esa situación. Pensemos en ese
momento de Cómo leer y por qué en el que Harold Bloom dice:
«primero encuentra a Shakespeare, y deja que él te encuentre a ti.
Si es que El rey Lear te encuentra plenamente, sopesa la naturaleza
que ambos compartís y reflexiona sobre ella; esa proximidad
contigo mismo». Esa naturaleza puede ser sólo vivencial, referido al
lector que hace su biografía en la lectura de los demás. Que un
crítico niegue el aspecto biográfico de la ficción, en cierta forma,
supone traicionar los principios del género ensayístico. Piénsese en
aquel Montaigne que inicia sus ensayos diciendo: «yo soy la materia
de mi libro.» Y así, si con anterioridad advertimos que la crítica de
8
DFW habla de éste último tanto como del proceder de la crítica,
no sería deshonesto aceptar que atender a ciertos temas en DFW
habla tanto de su autor como de quien suscribe.
Aunque ello nos ponga en evidencia a ambos.
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Historia abreviada de DFW (2000 – 2010). Nuestro autor
desembarca en España en el año 2000, cuando la editorial
Mondadori lo presenta como estandarte de la Next Generation, en lo
que ha de entenderse como una de las campañas editoriales más
fructíferas e influyentes de los últimos tiempos. A modo de
curiosidad, desde entonces la recepción de la literatura
contemporánea norteamericana en nuestro país ha sido todo un
misterio. O al menos uno tiene la impresión de que bajo un mismo
marco referencial y estético —insostenible, por lo demás—, el
imaginario colectivo ha asociado autores singulares o disímiles
como David Sedaris, DFW, Chuck Palahniuk, Jonathan Lethem o
Dave Eggers, vagamente conocido en España con la primera
publicación de Una historia conmovedora, asombrosa y genial, allá por el
año 2001 en Planeta, y revitalizado a partir de 2003 con Ahora
sabréis lo que es correr (Mondadori). En el lapso de tiempo que va
desde entonces hasta nuestros días, fueron desapareciendo a
nuestros ojos, y de manera más o menos azarosa o inexplicable (si
excluimos, es de suponer, criterios de ventas), firmas como las de
Jay McInerney —mientras su mellizo Easton Ellis nunca llegó a
bajarse de la ola—, David Leavitt, Rick Moody o Sam Lipsyte.
Otros, como los arriba mencionados, y siempre capitaneados por
Wallace, seguirían siendo bibliografía obligatoria para la crítica
literaria. He aquí el primer condiciónate en su recepción: la
creencia en una hipotética generación de autores. Precisamente,
DFW desmentiría en 2002 las mencionadas similitudes con sus
coetáneos:
10
El segundo elemento perturbador para la lectura de DFW
vendría ser su vinculación, repetida hasta el agotamiento por sus
críticos, con autores como Thomas Pynchon o Don Delillo
(Pynchon, de hecho, será una de las palabras más repetidas en
todas las reseñas a su obra). Y en verdad, y citado por Javier Calvo
—su traductor al español— en «El escritor y su laberinto»1, el
propio DFW comentaría:
11
pero un paraíso de paz y prosperidad [...] Los años de exilio
estadounidense [...] coinciden con una transferencia histórica de la
hegemonía artística y cultural de París a Nueva York.». Igualmente,
en Cuatro Novelistas Americanos de Posguerra, ensayo dedicado a
Bellow, Mailer, Barth y Pynchon, Frank D. McConnell coincide
en que la nueva escuela de escritores americanos era «absurda,
fantástica, altamente auto-consciente, y oscura a la manera de las
ficciones continentales como las de Sartre, Beckett, Robbe-Grillet
y Günter Grass.» El humor negro que caracterizaría trabajos
disímiles como los de Barth, Vonnegut, Barthelme, Coover,
Brautigan y otros sería impensable sin el escepticismo y el
pesimismo que América sufrió tras los sesenta.
Sobre los orígenes del experimentalismo en EEUU,
McConnell asume que la década que media entre 1963 y 1973
empezó con el asesinato de un líder, Kennedy, y terminó con el
caso Watergate, iniciando así la europeización de América,
«reverso tenebroso del Plan Marshall», que culminaría con la
popularización de la teoría postestructuralista asumida por la
cultura pop en los 80. Luego vendría la influencia de una América
europeizada en la propia Europa. Y cómo no, el misticismo hacia
la cultura pop anglosajona —signifique lo que signifique tal
término—. También nuestro autor era consciente del génesis de
dicha vanguardia: «La que es conocida como escuela posmoderna
estadounidense ha sido acogida con cierta suspicacia puesto que
sus orígenes y piedras de toque son en su mayoría extranjeros,
léase europeos (Kafka, Joyce, Sartre, Bohl), o latinoamericanos
(Borges, Cortázar, donoso).» (Entrevista a David Foster Wallace,
Qué leer, 31 de diciembre de 2002)
12
Federman en Historia de la literatura norteamericana a El almuerzo
desnudo de William Burroughs, 1959: «El mundo no se puede
expresar, se puede quizá indicar por medio de mosaicos de
yuxtaposición, como objetos abandonados en una habitación de
hotel, definidos por negativas y ausencia»—: «Si uno empieza con
una generalización prefabricada, lo que hace es empezar desde el
otro extremo, alejándose del libro antes de haber empezado a
comprenderlo. Nada más molesto e injusto para con el autor que
empezar a leer, supongamos, Madame Bovary, con la idea
preconcebida de que es una denuncia de la burguesía».
Más allá, es posible que uno de los intentos más sonados por
dar carpetazo a la tradición de DFW y sus filiaciones estéticas
venga de la mano del crítico británico James Wood, que calificaría
la escuela de Wallace como «realismo histérico» o «maximalismo»
—herencia parcial del realismo mágico—. Aunque movido por un
deseo de denuncia hacia lo que debemos entender como el
agotamiento de una fórmula en marcha desde los años ochenta,
Wood asociaba, allá por el año 2002, la actual época de Storytelling
(historietas) —«la gramática de estas novelas»— al hecho de que
«historias y subhistorias broten a cada página».
DFW confirmaría esta tendencia al enunciar lo siguiente:
«Tengo una burda afección sentimental hacia los gags, por el
material que no es nada sino diversión, y el cual introduzco a
menudo por ninguna otra razón que no sea la diversión»
(McCaffery, 1993). Y en relación con Dientes blancos, la novela de
Zadie Smith —quien, a ojos de Wood, formaría parte de esta
corriente maximalista—, el crítico enumera como rasgos de
semejante tendencia la justificación obsesiva e ingeniosa de los
detalles, o ciertos guiños dadaístas a menudo decodificados por los
lectores como «genial talento imaginativo»:
13
Quebec llamados Asesinos en Silla de Ruedas, y una película
tan absorbente que todo aquel que la ve muere (Foster
Wallace). (Wood, 2001)
14
de lo contrario, nos encontraremos con meras visiones de
superficie. Desgraciadamente, Wallace se queda en la
apariencia. Es como si el autor fuera incapaz de relatar otra
cosa que lo que ve y lo que ve es solo la superficie de lo que
hay. La mirada es inteligente, irónica a veces, pero no es
dramática, no accede al interior de lo que contempla.3
15
sencillo: desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un
nudo en la boca del estómago. Lo demás no sirve para nada.5
febrero de 2006.
16
Muy significativo es la actitud de Juan Manuel de Prada, en
esta ocasión acerca de su conjunto de ensayos Hablemos de langostas,
quien de sus “lacras” llega a decir:
17
de proyección. Imaginemos entonces a un crítico que en el año
1922 recibe un ejemplar de una voluminosa novela escrita por un
irlandés y titulada Ulises, y que dispone de apenas 90 días para leer
y explicar juiciosamente su contenido. Lo positivo de este sistema
crítico acelerado es que permite el dinamismo de contenidos; lo
negativo, por supuesto, es que a De Prada le irrite que le hagan
perder su tiempo con digresiones aliterarias. (fin del paréntesis)
18
La angustia de las influencias (y la derrota ante ellas) es uno de
los argumentos más sonados dentro de la recepción del nuestro
autor, hasta el punto de no llegar a disociar como singularidades a
dos autores (Thomas Pynchon y DFW) que por temas y formas
admiten lecturas independientes. Robert Saladrigas, por ejemplo,
hablaría de ello también acerca de Infinite Jest:
19
consideran obras de arte); problemas de comunicación (entre
un marido, que niega roncar, y su mujer, que lo acusa de ello),
o las angustias existenciales de los superdotados, esos
personajes de excepción con los que tan fácil es identificar al
Americano10
20
repletas de digresiones, mientras una voz omnisciente y
todopoderosa describe obsesivamente hasta los más nimios
detalles.13
21
o menos vaga en torno a la experimentación y ruptura con la
tiranía decimonónica, lo que no hace sino levantar sospechas sobre
los procesos de canonización contemporánea y desmerecer las
hipotéticas virtudes de cada uno de esos escritores de elite. Y ése
es, precisamente, el problema capital al que la obra de DFW se
enfrenta: ¿cómo medir la distancia con respecto a los autores con
los que ha sido comparado (Joyce, Pynchon…)?, ¿qué argumentos
debemos proponer para incluirlo en un posible canon de lecturas
contemporáneas obligadas?, ¿cómo definir la originalidad e
individualidad de su obra frente a escuelas con rasgos
reconocibles?, ¿es su obra —como algunos críticos han querido
sugerir— un fraude?
Digámoslo pronto: no hay una respuesta nítida.
Pero sólo —sólo— porque no hay baremo posible.
22
II. EL INSONDABLE PROBLEMA DE LO NOVEDOSO (INTERLUDIO)
23
Es la hora de destapar la verdad.
Sus escritores favoritos, los de todos ustedes, permanecen ahí
fuera, en los campos de batalla, agazapados, desangrándose,
agonizando. De un lado combate el viejo régimen, las formas
ajadas, los góticos fantasmas del diecinueve, la caligrafía del
crisógrafo, el mal del copista complaciente; del otro, la luz, la luz
cenital de nuestro tiempo, la vuelta de tuerca contra las narrativas
convencionales, la cruzada de los iluminados. Los unos escriben en
papel de calco, los otros abren senderos inexplorados, armados
con antorchas y artilugios de sílex, y la esperanza del tirar abajo las
puertas del templo okupado por los primeros, y así erigir su propio
santuario. A estas alturas es obvio que ninguno de ninguno de sus
escritores favoritos admitirá combatir con los bárbaros.
Os han lobotomizado, manipulado, engañado y estafado,
diríamos, dramatizando la situación.
Me explico.
Avanzando un paso más en esas relaciones entre maestros y
pupilos, es imposible no tener en cuenta la observación de Pierre
Bourdieu hacia la inclinación a conformar «parejas
epistemológicas», «destinadas a hacer creer que el universo de los
posibles está delimitado por dos posiciones polares, e impiden
darse cuenta de que cada uno de los dos campos encuentra la
mejor justificación de sus límites en los límites del adversario».
Bourdieu llama, con acierto, al abandono de las imposiciones
maniqueas entre adalides y adláteres del progreso y o de la
resistencia.
Mímesis y novedad, realismo y experimentación, literatura de
izquierdas y literatura del espectáculo, arte por el arte y contenidos,
referentes altos y bajos, son algunas de estas parejas
epistemológicas, todas ellas motivo de conflicto entre muchos de
los escritores contemporáneos. Oteando el horizonte, es difícil
percibir la hegemonía de uno u otro miembro en semejante juego
de binarismos. Al contrario de lo que ocurre en el resto de la
historia, donde todos reconocemos la Edad Media con la
superstición y la ignorancia, el Renacimiento con la Racionalidad y
el Humanismo, y el Barroco con el enigma y lo intrincado, nuestra
época parece no pertenecer a nada ni a nadie. Lógicamente, es éste
un claro ejemplo de error a la hora de escribir la historia y el
presente, hábilmente corregido por Omar Calabrese. En un
párrafo magistral de La era neobarroca, y zigzagueando por una serie
de lúbricas adversativas, el semiólogo comenta:
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A menudo, en la historia del gusto o de los estilos, se han
denominado unos periodos a través de palabras-clave que los
hacían extremadamente simplificados o abstractos. […] Pero
semejantes simplificaciones no ayudan para nada a la
comprensión de la historia de la cultura; al contrario, la
aplastan con formalismos que poco tienen que ver con la
realidad y que están faltos de rigor. Por tanto, todavía sería
peor proponerlos para el análisis del presente, cuando todavía
no es posible, por falta de «buena distancia», distinguir con
certeza qué es importante de lo que no es. Por otra parte, cada
momento histórico no puede reducirse a una sola etiqueta, por
el simple motivo de que la historia está construida por el
enfrentamiento de fenómenos distintos, conflictivos,
complejos, y hasta inconmensurables y no comparables entre
ellos. Sin embargo, y una vez dicho esto, también es cierto que
los fenómenos se constituyen en «series» o «familias» a causa
de recíprocas pertinencias. Por ejemplo, no se podrá negar
que el periodo de la Restauración, en el siglo XIX, ve
presentarse sobre la escena europea, tanto en política como en
arte, en economía o en literatura, una serie de eventos que
conducen, todos ellos, a un proyecto de «retorno al orden»
continental. No todo lo que sucede después de 1815 es
coherente con ese proyecto, pero muchos acontecimientos sí,
y, por tanto, como tales es lícito agruparlos.
25
neófitos a imitar su forma de hacer. Se está propugnando por
tanto una mimesis estilística, una competición con los grandes
maestros. Urge añadir que con ello no se encomienda ni la
copia ni el plagio, sino la re-creación de un autor, de una obra,
siguiendo las pautas establecidas por éstos.
26
por el concepto del genio creador y la sobrevaloración del yo
junto con la idea de la creación como expresión de
circunstancias anímicas, inaugura una concepción de la
realidad artística inusitada hasta la fecha. Adquiere una
autonomía desconocida y casi independiente de la realidad
extraartística. Digo casi independiente, porque la posibilidad
de la creación ex nihilo es un privilegio divino. El artista está
obligado a echar mano de elementos reales hasta en las
invenciones más fantásticas.
27
cambio. Baudrillard deducía la moda como emblema, cuando la
modernidad se establece como código.
Y mucho antes, Simmel apelaba a la necesidad de «periodos
cada vez más cortos en el cambio de impresiones» como
consecuencia del rasgo psíquico de la modernidad.
Y mucho, mucho antes de la posmodernidad y del loco siglo
XX, Baudelaire pensaba en términos parecidos; explicado por Félix
de Azúa: «Baudelaire llamaba modernidad a un deseo original: la
aspiración a una perpetua novedad. La palabra “moderno”, cuyo
significado etimológico es “lo que acaba de suceder”, “lo reciente”,
pasaba a significar “lo que todavía no es”, “lo insólito”».
Boris Groys también lo vio claro en su ensayo Sobre lo nuevo:
«La producción de lo nuevo tampoco es una expresión de la
libertad, como se piensa con frecuencia. Romper con lo antiguo no
es una decisión libre que tenga como condición previa la
autonomía del hombre, o que exprese o asegure socialmente esa
autonomía, sino que es, exclusivamente, la adaptación a las reglas
que determinan el funcionamiento de nuestra cultural.»
De más está decir que un escenario cultural tan contradictorio
declara severas dificultades a la hora de decretar nuevas propuestas
literarias, lo que no sólo afectaría a nuestro autor, sino al siglo XX
en su totalidad.
Mal.
Sigamos con el ansia de ruptura.
Fue en el año 1990 cuando Tom Wolfe disparase contra la
obsesión experimental en Estados Unidos, en un artículo
publicado en Harper’s, que, hoy recuperado, es como narrar la
historia de la literatura contemporánea desde el bando perdedor.
Wolfe señala cómo a mitad de los sesenta, la convicción no solo
era que la novela realista había dejado de ser factible sino que la
vida americana no se merecía el término real. La vida americana
era caótica, fragmentaria, aleatoria, discontinua; en una palabra,
absurda. Pero Wolfe dice también que «la sociedad americana de
nuestro tiempo [por 1990] no es ni más ni menos caótica, aleatoria,
discontinua o absurda que la sociedad rusa o la sociedad francesa o
la sociedad británica de hace un siglo.» Leído hoy, con cierto clima
de agotamiento ante eso que Eduardo Lago ha llamado la escuela
de la dificultad, Wolfe, con su acérrima defensa de la novela social,
casi consigue erigirse como escritor de vanguardia. En cualquier
caso, parece bastante obvio que el problema sobre conceptos tan
manoseados como «experimentalismo» y «tradición» no componen
28
sino un elemental problema de enfoque, Yuri Lotman mediante,
sobre lo que el centro y la periferia significan.
Al mismo tiempo, el propio DFW partiría con una voluntad
de distinción tajante, ya presente en sus primeros libros. En una
entrevista con Eduardo Lago, el autor comentaba acerca de La
broma infinita:
29
III. SOLUS IPSE. “HACIA EL OESTE…” COMO PUNTO DE PARTIDA:
REALISMO, WITTGENSTEIN Y LAS DIGRESIONES
30
ficción» (Waugh, 1984). Por tanto, la literatura metaficcional a
menudo incluye burlas sobre los reclamos realistas del arte, e
insiste en que el lector acepte el relato como artificio (McCaffery,
1982). En este sentido cabe entender la metaficción como
metáfora del postulado epistemológico que afirma la imposibilidad
de conocer el mundo de manera objetiva, en la medida que la
organización de la experiencia humana, desde las Humanidades a
las ciencias formales, tiene lugar solo a partir de un conjunto de
metáforas o esquemas y percepciones subjetivas. Es decir, la
asimilación del lenguaje como problema filosófico: «El que las
novelas estén hechas de palabras, y sólo palabras, es chocante, a la
verdad […] Como el matemático y el filósofo, el novelista
construye cosas a partir de conceptos. En consecuencia, los
conceptos deben ser su inquietud crítica: no los defectos de su
persona, los crímenes de su conciencia, la moralidad o la crueldad
de otros hombres» (Gass, 1970).
Esta metaficción también implica asimilar, por parte del autor,
los dos polos fundamentales del sistema narratológico: narrador y
lector; lo que es igual: el autor desarrolla un relato convencional
intercalado por interpretaciones con las que justificar cada una de
las decisiones narrativas tomadas, de tal forma que sincroniza en
un mismo discurso la dicotomía entre sentido y significación (E.D.
Hirsch), o entre intención del autor e intención lectora (Eco).
Al margen de los teóricos de la metaficción, adoptar una
lectura que incidiese en el componente autobiografista de la obra
desvelaría esta práctica como la consecuencia lógica de trayectorias
dedicadas en exclusivo a la investigación de la literatura; por ende,
también es sintomática de la especialización del conocimiento que
caracterizaría nuestro tiempo, tanto como de la fragmentación
social y el repliegue de sus grupos. La convergencia de discursos
metalingüísticos en los autores anteriormente mencionados corre
paralela a la dedicación no solo de la creación literaria sino también
del ejercicio de la crítica y la docencia de la literatura, según se
atiende en autores como Nabokov, Barth y, también, DFW: «El
actual incremento de conciencia en “meta” niveles de discurso y
experiencia es, parcialmente, consecuencia de un autoconsciencia
social y cultural» (Waugh, 1984).
31
«Perdido en la casa encantada». Publicado por vez primera
en 1967 en la revista Atlantic Monthly, el objeto al que se dirige
Perdido en la casa encantada es, en efecto, la concepción de la
literatura como artefacto. Una tentativa pedagógica de desvelar las
claves de los recursos de verosimilitud en la narrativa, al mismo
tiempo que una especie de curso de escritura creativa (de hecho, el
propio Barth ejerció como profesor de la Academia de
Chesapeak), al que acompaña un hipotético componente de
parodia hacia toda la tradición del realismo.
John Barth toma como trama el viaje a la casa encantada. A
saber, Ambrose (Amby), de trece años, viaja en coche durante el
Día de la Independencia en EE UU a Ocean City; le acompañan
en el trayecto su hermano Peter, de 15 años, y Magda G, «una niña
guapa y exquisita damisela [de 14 años] que vivía cerca de ellos»,
así como su madre, su padre y su tío Karl. Durante el recorrido
asistimos a los juegos de los viajeros mientras se dirigen a Ocean
City (encontrar el surtidor de agua y las Torres de la ciudad), al que
sigue el paseo por la feria de la ciudad. Nadan. Se divierten en la
piscina. Ambrose fantasea bajo las tablas del paseo, para
finalmente confirmar que el espacio de la narración no es otro que
la mente del propio Ambrose, como demuestra la correlación
estilística entre la omnisciencia y el libre flujo de conciencia, y que
el polo temático que rija la pieza sea el miedo a la incertidumbre, la
inseguridad del sujeto adolescente, y por extensión, del ciudadano
contemporáneo, así como la busca de la identidad y el amor
correspondido:
O:
32
línea de trabajo. Fuera o no fuera Magda su mujer, una noche
cuando estuviera forrado de sabiduría y tuviera canas en las
sienes sonreiría gravemente en una cena elegante y le
recordaría su pasión de juventud. Los tiempos en que iban a
Ocean City con su familia, las fantasías eróticas que solía tener
acerca de ella.
Y también:
33
tan extendido que sus vidas parecen carentes de significado,
monótonas y fragmentadas» (McCaffery, 1982). Por tanto, el joven
personaje de Ambrose amplifica la tensión psicológica de ese
modélico sujeto oprimido; una comunión con su tiempo que Barth
no olvida referir:
34
La fragancia del océano llegaba con Uno de los varios cientos de métodos de
fuerza al campo donde siempre se caracterización habituales utilizados por
paraban a comer, dos millas hacia el escritores de novelas es la descripción de
interior de Ocean City. la apariencia física y los manierismos.
También es importante “mantener los
sentidos en funcionamiento”, cuando se
“cruza” un detalle de otro, pongamos el
auditivo, se orienta la imaginación del
lector a la escena, quizá
inconscientemente.
35
efecto negativo que las primeras páginas han causado en su
interlocutor), al tiempo que anticipa el que será el final de la
historia. Más adelante, Barth hará hincapié en la misma idea; por
ejemplo: «No hay por qué seguir; esto no lleva a nadie a ningún
sitio» (p. 98).
A propósito del siguiente enunciado: «Cuanto más de cerca se
identifica un autor con su narrador, literal o metafóricamente,
menos aconsejable es, por norma, utilizar el punto de vista
narrativo de la primera persona», conviene incidir en su especial
relevancia para entender a posteriori la novela de Wallace, dado
que Barth supone que la historia podría haber sido narrada desde
el punto de vista del protagonista, es decir Ambrose, de lo que
inmediatamente se deduce la identificación entre Barth y Ambrose.
O al menos el silogismo infiere que si Barth se identifica con
Ambrose, no es aconsejable que Barth narre la trama en primera
persona.
En otra sección, vuelve a la reflexión camuflada sobre realidad
y ficción, y las distintas ópticas para abordar el conflicto:
36
Los relatos son básicamente como campañas publicitarias,
¿vale? Y ambas cosas, en términos de su objetivo, son como
follar con alguien, tal como debes saber por la universidad,
Nechtr. «Déjame que te la meta», dicen los dos. ¿Y a ti te
gustaría follar con alguien que está todo el tiempo diciendo:
«Aquí estoy yo, follando contigo»? ¿Sí o no? Pues no. Estoy
seguro de que no. Sería una auténtica tortura. Sería no tener
corazón. Es cruel. Una historia tiene que llevarte a la cama
corriendo. Todos esos coqueteos y evasivas son chorradas.
37
Nunca Hagas Eso. Por convención la gente lo considera pomposo
y estúpido.»
Después de que el lector sepa que «la neurosis era tan
omnipresente como el oxígeno» en el seminario de escritura, la
crítica que Ambrose efectúa a la obra de D-L hace que ésta
reaccione contra el profesor redactando en la pizarra del aula unos
«ripios» en su contra («No había furia comparable a una autora
posmoderna recibida con frialdad», advierte el narrador).
Semejante baldón no es sino un poema que parodia el cuento
Perdido en la casa encantada, escrito algunos años antes por Ambrose.
Lo cual «devasta» al profesor, cuya fragilidad ya nos anticipaba
Barth en su propio texto.
Más todavía. J.D. Steelritter, un próspero publicitario de
Collision (Illinois), programa la «inauguración de la discoteca
abanderada de la cadena de Casas Encantadas» durante la reunión
de todos aquellos que han participado alguna vez en un anuncio de
McDonald‟s, entre quienes figuran el actor Tom Sternberg y D-L.
Es por esto por lo que Sternberg, D-L y Mark Nechtr —quienes
han contraído matrimonio—, deben viajar de Maryland al
aeropuerto O‟Hare de Chicago, y después en helicóptero hasta
Collision (Illinois). Ambrose aparece entonces como uno de los
responsables de la cadena de discotecas de la casa encantada
(recuérdese aquí el final del cuento de Barth). Y junto a J.D.
Steelritter, construye el binomio que sirve a Wallace para poner de
manifiesto el conflicto entre el solipsismo de la metaficción en
particular y de la literatura en general (representado por Ambrose),
y la sociedad contemporánea que encarna el publicitario. Es decir
que mientras Ambrose es el exponente de un discurso endogámico
como la Academia, Steelritter encarna el consumo y la cultura de
masas.
Teniendo en cuenta la línea argumental que sigue la novela,
resulta coherente plantearse la verosimilitud de la acción que
transcurre dentro de un mundo —siguiendo las teorías narrativas
de la metaficción— cuya esencia de artíficio conocemos: ¿Cómo es
posible que el narrador, que no ha sido invitado al encuentro de
actores de McDonald‟s, retrate el viaje de sus compañeros
invitados desde un punto de vista omnisciente (vinculado por los
teóricos de la posmodernidad con la omnisciencia de Dios en el
marco del realismo decimonónico)? Nuestra respuesta apunta a
que en el momento en que la trama abandona la East Chesapeake
38
Tradeschool, el texto no es más que un ejercicio de escritura
creativa firmado por el narrador-alumno.
Wallace, consciente de su capacidad para dilatar la trama
argumental ad infinitum a partir de la inserción de estas pequeñas
historias, conecta otra vez con la metaficción de Barth al advertir la
impertinencia de sus digresiones, según observamos en el último
epígrafe de su texto («Primer plano que se entromete peo que en
realidad es demasiado diminuto para verlo: proposiciones sobre
una amante»), alejado del viaje hacia la casa encantada para relatar
el texto que Mark escribirá una vez haya finalizado la fiesta de
inauguración de la cadena de franquicias, inspirado en un episodio
radiofónico de la «Comisaría popular» que acaban de escuchar
(«plagio modificado», dice el narrador). Un salto temporal que
soslaya la sonada celebración para devolver al lector a la lectura en
público de Mark en el seminario de escritura creativa. Y todo ello
antecedido por un vínculo que apela al sujeto alienado por la
sociedad postindustrial:
39
propuestas poéticas que definen el quehacer del publicitario
Steelritter en particular:
40
Dijimos con Barth que desde los sesenta el sujeto alienado
acapara la atención del narrador moderno. Por supuesto, con
Wallace la fórmula no solo se mantiene sino que aparece como
uno de los leitmotivs constantes y más reconocibles de toda su
escritura, manifestada como expresión del dolor del superyó o
exceso civilizatorio. En palabras de Freud, «la satisfacción de los
instintos, precisamente porque implica tal felicidad, se convierte en
causa de intenso sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva
de ella […] el ser humano cae en la neurosis porque no logra
soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras
de sus ideales de cultura» (El malestar de la cultura). Lo cual
observamos en el siguiente extracto, donde la insoportable
coacción aparece entretejida con su ya típico trasfondo
humorístico:
41
qué Nechtr no se ofreció para pagar el aborto? ¿Acaso son
trinitaristas y militantes pro-vida? Además, ella huele raro:
huele como a naranjas en un primer momento y luego como si
hubiera algo muerto y embalsamado debajo. Afrontémoslo.
Tiene pinta de olerle mal la vagina.
42
preguntan le da vergüenza decir a la gente lo que estudia. Llega al
extremo de mentir.» Añade que Nechtr nunca escribe nada, y J.D.
aumenta la presión al preguntar cómo es posible que pague para ir
a escribir a la facultad si no escribe nada. Y el estudiante de
Ambrose se disculpa: «—No soy terriblemente prolífico —dice
Mark, pensando que le gustaría querer hacerle daño a D.L. en la
nuca, donde su pelo está recogido.»
Pero probablemente sea el último relato empotrado en el eje
central de la novela el que alcance mayores cotas de expresividad a
la hora de exponer el desaliento de los tiempos modernos.
Recordemos, pues, el esquema narratológico hasta el momento:
David Foster Wallace escribe un relato cuyo narrador es un
alumno de un seminario de escritura creativa que habla sobre otro
alumno, Mark Nechtr, que escribe un relato de horror psicológico
cuyo personaje se llama, precisamente, Dave:
43
el Centro Correccional de Maryland, «donde aguarda el proceso y
la retribución judicial que no puede negar que merece».
Concretamente reside en una celda que comparte con un personaje
llamado Mark. Alguien «tan cruel, tan bestial, tan insensible, tan
terrible, sádico, depravado y repugnante» que llega a sentarse
«encima de la cabeza de Dave y este tiene que hacerle de bidet y
afrontar las consecuencias». Aliviar la tensión que implica este
último inserto brutal lleva a Wallace a intercalarlo con las
explicaciones de los alumnos del seminario y de Ambrose, para, en
una última bisagra, adoptar la forma del monólogo interior y
regresar al coche con todos sus ocupantes. Camino de la casa
encantada.
El vértice que este texto significa con respecto al resto de
cuentos contenidos en este y otros libros de DFW lo encontramos
en la noción de solipsismo, concepto proveniente del latín solus
ipse, uno mismo, y sobre el cual se erige una doctrina que no acepta
más realidad que la del sujeto que percibe. Es decir, lo único
existente es la conciencia del sujeto, de lo que se deduce que el ser
de una cosa es la percepción del sujeto —idea profundamente ligada al
conflicto psicológico del superyó que posterioremente
comprobaremos—. En ese sentido, Wittgenstein, reconocida
influencia de DFW, habría fulminado la idea de metaficción
muchos años antes de su desarrollo con su Tractatus Logico-
Philosophicus.
44
Que el mundo es mi mundo, se muestra en que los límites del
lenguaje (el lenguaje que yo sólo entiendo) significan los
límites de mi mundo.
45
solipsismo pero no el horror”. La única diferencia entre este
nuevo enunciado y aquel otro en el Tractatus era que en lugar
de estar atrapados solo en nuestro pensamientos privados,
estábamos atrapados juntos, con otra gente, en la institución
del lenguaje.
46
IV. SOBRE LA MALA FE Y LA PARADOJA DEL SUPERYÓ EN DFW
47
civilizatorio supone una transformación del comportamiento y de
la sensibilidad humanos [...] la regulación del conjunto de la vida
impulsiva y afectiva va haciéndose más y más universal, igual y
estable a través de una autodominación continua.» Luis Racionero
comentaría en Filosofías del underground el complejo de culpabilidad
como «la gran trampa de la cultura judeocristiana, el sofisma que
tiene atenazado y confundido a subconsciente colectivo de
Occidente». Proyección exterior, artificio, autodominación, culpa y
neurosis, comportan algunos de los conceptos en la que fuese una
de las obsesiones más significativas en la obra de Wallace. Desde
una perspectiva filosófica, la definición que Sartre da a su idea de
mala fe se ajusta igualmente como motivo típico de DFW:
48
Una de las instancias de la personalidad, descrita por Freud en
su segunda teoría del aparato psíquico: su función es
comparable a la de un juez o censor con respecto al yo. Freud
considera la conciencia moral, la autoobservación, la
formación de ideales, como funciones del superyó.
Clásicamente el superyó se define como el heredero del
complejo de Edipo, se forma por interiorización de las
exigencias y prohibiciones parentales.
[…]
El término «über-Ich» fue introducido por Freud en El yo y el
ello […] Hace resaltar que la función crítica así designada
constituye una instancia que se ha separado del yo y parece
dominar a éste, como muestran los estados de duelo
patológico o de melancolía, en los que el sujeto se critica y
menosprecia: «Vemos cómo una parte del yo se opone a la
otra, la juzga en forma crítica y, por así decirlo, la toma como
objeto».
49
Cuando fueron presentados él hizo un comentario ingenioso
porque quería caer bien. Ella soltó una risita estrepitosa
porque quería caer bien [...] Al hombre que los había
presentado no le caía demasiado bien ninguno de los dos,
pero fingía que sí porque le preocupaba mucho tener buenas
relaciones con todo el mundo.
50
posibilidad para la representación de la figura del amante en una
actitud lúdica. De hecho es en la gestión de las relaciones sexuales
y amorosas donde la paradoja del superyó aparece como
productora de neurosis en su mayor expresión.
Otros ejemplos de autodominación más o menos absurda los
encontramos en el ya mencionado Tom Sternberg y su episodio
con el retrete, o el comentario al ideal de la fiesta, que remite a
«Octecto» (Entrevistas breves...):
51
sofisticado pero «repulsivo» de los noventa se distingue de aquellos
que «no tienen ni puta idea de cómo dar placer a una mujer».
Para los hombres repulsivos cada ejercicio sexual es una
Olimpiada, en donde mucho más importante que el placer es el
mantenimiento de la reputación.
Los hombres repulsivos luchan con todas sus fuerzas por
superar, digamos, el complejo de inferioridad («Término que tiene su
origen en la psicología adleriana; designa, de un modo muy general,
el conjunto de actitudes, representaciones y conductas que
constituyen expresiones, más o menos disimuladas, de un
sentimiento de inferioridad o de las reacciones frente a éste»,
Laplanche y Pontalis), el sentimiento de inferioridad («Para Adler,
sentimiento basado en una interioridad orgánica efectiva. En el
complejo de inferioridad, el individuo intenta compensar, con
mayor o menor éxito, su deficiencia. Adler atribuye a este
mecanismo una significación etiológica muy general, válida para el
conjunto de las afecciones. Según Freud, el sentimiento de
inferioridad no guarda una relación electiva con una inferioridad
orgánica. No constituye un factor etiológico último, sino que debe
comprenderse e interpretarse como un síntoma.»), o el sentimiento de
culpabilidad («Puede designar un estado afectivo consecutivo a un
acto que el sujeto considera reprensible, pudiendo ser la razón que
para ello se invoca más o menos adecuada (remordimientos del
criminal o autorreproches de apariencia absurda), o también un
sentimiento difuso de indignidad personal sin relación con un acto
preciso del que el sujeto pudiera acusarse. Por lo demás, el
sentimiento de culpabilidad se postula en psicoanálisis como
sistema de motivaciones inconscientes que explican
comportamientos de fracaso, conductas delictivas, sufrimientos
que se inflige el sujeto, etc.»).
Permanecen obsesionados por la sincronía del orgasmo.
Se mueren de vergüenza cuando en mitad del mismo no
pueden evitar chillar: «¡Victoria para las fuerzas de la libertad
democrática!»
Y acuden a Barnes & Noble a comprar novedades sobre
sexualidad femenina, saben comer «el chichi» hasta que éste «se
deshace en súplicas.
Aunque después no puedan evitar pensar «¿Y si no puedo?»
Carl Gustav Jung, invirtiendo la lectura negativa sobre la
paradoja del superyó, podría hablar a favor de ese donjuanismo en
nuestros «hombres repulsivos» en Arquetipos e inconsciente colectivo
52
Por más negativo que sea el donjuanismo tiene también su
aspecto positivo, pues puede representar una masculinidad
resuelta y enérgica, una ambición hacia las más altas metas;
una violencia contra toda necedad, todo fanatismo, toda
injusticia y toda negligencia; una disposición al sacrificio por
todo aquello reconocido como justo, impulso este que puede
llevarlo a realizar acciones que limitan con el heroísmo;
tenacidad, inflexibilidad y pertinacia de la voluntad; una
curiosidad a la que no asustan ni siquiera los misterios del
mundo; finalmente, un espíritu revolucionario que construye
una nueva morada para sus prójimos o pugna por transformar
el mundo.»
53
urgencia de ello: se atiene sólo a lo que ofrece de respetuoso y
de discreto la actitud de su pareja. No capta esta conducta
como una tentativa de establecer lo que se llama «los primeros
contactos», es decir, no quiere ver las posibilidades de
desarrollo temporal que esa conducta presenta: limita ese
comportamiento a lo que es en el presente; no quiere leer en
las frases que se le dirigen otra cosa que su sentido explícito, y
si se le dice: «Tengo tanta admiración por usted», ella desarma
esta frase de su trasfondo sexual; adjudica a los discursos y a la
conducta de su interlocutor significaciones inmediatas, que
encara como cualidades objetivas. El hombre que le habla le
parece sincero y respetuoso como la mesa es redonda o
cuadrada, como el tapizado de la pared es gris o azul. Y las
cualidades así adjudicadas a la persona a quien escucha se han
fijado entonces en una permanencia cosista que no es sino la
proyección del estricto Presente en el flujo temporal. Pues ella
sabe lo que desea: es profundamente sensible al deseo que
inspira, pero el deseo liso y llano la humillaría y le causaría
horror. Empero, no hallaría encanto alguno en un respeto que
fuera respeto únicamente. Para satisfacerla, es menester un
sentimiento que se dirija por entero a su persona, es decir, a su
libertad plenaria, y que sea un reconocimiento de su libertad.
Pero es preciso, a la vez, que ese sentimiento sea íntegramente
deseo, es decir, que se dirija a su cuerpo en tanto que objeto.
Esta vez, pues, se niega a captar el deseo como lo que es, no le
da ni siquiera nombre, no lo reconoce sino en la medida en
que el deseo se transciende hacia la admiración, la estima, el
respeto, y en que se absorbe enteramente en las formas más
elevadas producidas por él hasta el punto de no figurar en
ellas ya sino como una especie de causalidad. Pero he aquí que
él le coge la mano. Este acto de su interlocutor corre el riesgo
de cambiar la situación, provocando una decisión inmediata:
abandonar la mano es consentir por sí misma al flirt, es
comprometerse; retirarla es romper la armonía turbadora e
inestable que constituye el encanto de ese momento. Se trata
de retrasar lo más posible el instante de la decisión. Sabido es
lo que se produce entonces: la joven abandona su mano, pero
no percibe que la abandona. No lo percibe porque,
casualmente, ella es en ese instante puro espíritu: arrastra a su
interlocutor hasta las regiones más elevadas, se muestra en su
aspecto esencial: una Persona, una conciencia. Y, entre tanto,
54
se ha cumplido el divorcio del cuerpo y del alma: la mano
reposa inerte entre las manos cálidas de su pareja; ni
consentidora ni resistente: una cosa.
55
V. LA NIÑA DEL PELO RARO Y SUS TRAUMAS FAMILIARES
56
prototípicos de DFW. En uno de los momentos del concurso, el
narrador comenta: «Álex [el presentador de Jeopardy!] promete a
América que volverá enseguida y que está ansioso por interrogar
ante las cámaras a la tremenda señorita Smith y enterarse de los
sacrificios personales todavía más tremendos que tiene que haber
hecho para absorber tanta información siendo tan jovencita.» Sin
que su causa esté demasiado clara, Julie sufre durante el programa:
«la cara se arruga como un kleenex en el bolsillo y rompe a llorar
en silencio.»
Por supuesto, toda América está pendiente de ella. Y por
supuesto, Julie lo sabe.
Por otro lado, en una de las anacronías características del
relato, Álex, frente a su psicólogo, sufre por algo parecido a Julie,
es decir, la posibilidad de abandonar su posición de privilegio: «Me
preocupa que empiece a ser una sonrisa gastada. Que ya no sea una
sonrisa sugerente, lo cual es preocupante desde el punto de vista
profesional. Y creo que es la misma preocupación lo que me deja
tan cansado. Es como un círculo vicioso de sonrisas.»
En esa sesión de terapia, Álex cuenta que Julie perdió frente a
su hermano, cuya entrada fue amañada por los productores del
programa. «A ella la adoptaron y al niño lo internaron. En un
sanatorio público. Y entonces resulta que ese autista irrecuperable
se sabe de memoria la guía LaPlace de la información total.» Hasta
ese momento, el dinero que Julie obtiene de los premios lo utiliza
para trasladar a su hermano a una clínica privada en el desierto
para que así finalmente pueda superar su autismo. Y como en
muchos relatos de DFW, siempre hay alguien que supera al genial
protagonista.
57
Psycho, de Easton Ellis, en lo que a la construcción del yuppie
psicópata se refiere. Ese mismo narrador habla de su predilección
hacia la colonia English Leather, y admite tener el anuncio grabado
en su «nuevo video Toshiba VCR.» «Me gusta recostarme en mi
sillón abatible de pelo de caballo y masturbarme mientras el
anuncio pasa una y otra vez en mi VCR.» Su amiga Gimlet, de
hecho, ha visto cómo se masturbaba viendo ese anuncio; a Sick
Puppy, además, le encanta quemar partes del cuerpo de las mujeres
con las que relaciona, cosa a la que Gimlet se presta de buen gusto.
Sabemos que la pandilla desenfadada y colocada de LSD
(salvo Puppy, que dice no tomar LSD porque no tiene ningún tipo
de influencia en él) se dirige al concierto de Jarret en una furgoneta
de reparto de leche, y que Sick Puppy está memorando los
acontecimientos justo un día después del concierto un día más
tarde. Sabemos que Sick Puppy tiene una serio problema con el
fuego, y que hace cosas como quemar la barba de un demócrata de
la facultad de Berkeley al enfadarse con éste porque le ha dado con
el dedo en el pecho. La niña del pelo raro que da título al cuento se
trata de un personaje que durante el concierto distrae a la pandilla
con su peinado.
En un momento de la acción, un personaje llamado Cheese le
dice a nuestro narrador que si confiesa «la naturaleza de la felicidad
que emanaba de mí en todo momento, me permitiría que le
quemara un poco y también me permitiría quemar a su prometida,
que era medio Negra». Y es justo ahí, cuando tiene que tomar
conciencia de su felicidad, el punto que hace que Sick Puppy se
venga abajo. Sick Puppy está negando a aquel San Agustín que
afirmaba: «Noli foras ire, in te redi, in interiore homine habitat
veritas», «No busques fuera. Vuelve a ti mismo, es en el hombre
interior donde habita la verdad.»
Contraviniendo la máxima de Jung según la cual «la
inconsciencia es para el Logos el pecado primordial, el mal
mismo», si el relato que cierra el libro tiene como trasfondo la
esterilidad del relato que se pregunta por sí mismo, el relato que da
título al libro entiende la toma de conciencia del individuo como el
camino hacia la autodestrucción y la infelicidad. Otro ejercicio
estéril.
Recuerda entonces el narrador cuando en la facultad de la
Universidad de Brown quiso alistarse en los marines de EE UU
para seguir los pasos de su padre y su hermano, y suspendió todos
los exámenes, para molestia de su padre. Otra vez, cuando el
58
narrador tiene 8 años y su hermana 10, ambos descubren una serie
de revistas sexuales, y en contra la voluntad de su hermana, le baja
las bragas e intenta colocar su pene en el interior de la vagina. Su
padre los descubre y así lo conduce al cuarto de los juegos en el
sótano de casa y le quema el pene con su mechero de oro del
ejército de EE UU.
En psicoanálisis, nuestro personaje adolecería de una suerte de
complejo paterno, «término utilizado por Freud para designar una
de las principales dimensiones del complejo de Edipo: la relación
ambivalente hacia el padre» (Laplanche y Pontalis). Sick Puppy,
pues, ni siquiera puede tener una erección si no es mediante sexo
oral. Otra vez, la paradoja:
59
una chaqueta que hasta entonces le parecía interesante deja de
serlo.
creo que lo han tenido todo muy fácil en la vida, joder. Esos
jóvenes que son hippies y se manifiestan y usan la violencia y
hacen actos públicos. Se lo dimos todo hecho, chaval. Mejor
dicho, asus padres. A los jóvenes de mi generación. Y estos
jóvenes de ahora dicen que están cabreados. Nunca han
tenido que preocuparse ni sufrir ni pasarlo mal en realidad.
No conocieron la Gran Depresión y no saben qué es estar
triste.
60
en cambio, es un personaje triste cuando desde su atalaya
presidencial constata que aquellas personas para las que trabaja no
están a su altura. Convengamos que la subjetividad que define las
relaciones personales en DFW se corresponde al modelo descrito
como «emparejamientos selectivos» por el economista Gary
Becker, el cual se resumiría así en su Tratado sobre la familia:
61
Aquí y allí. Dedicado al matemático Kurt Gódel, «Aquí y allí»
encuentra su tema en las relaciones a distancia, y se arma a partir
de las confesiones de una antigua parea a un interlocutor
desconocido. El primer testimonio del personaje varón es una
declaración del amor platónico hacia su exnovia, de la que
conserva una fotografía que guarda en la visera del coche de su
madre enmarcada en una caja de cartón de caramelo, y que besa
con gran pasión, pese a que su contacto físico con ella no era
demasiado importante. «No le gustaba besarme. Yo me daba
cuenta.», dice ella.
El personaje masculino (Bruce) admite que todo cambió
cuando tuvo que alejarse de ella para ir a la universidad, y ella
admite que conoció a alguien en el departamento de estadística. De
nuevo vuelve a cumplirse la excelencia de un protagonista: Bruce,
de veintidós años en el Medio Oeste, regresa a casa tras ser
felicitado por un «selecto comité posdoctoral». Bruce añadirá: «no
hay duda de que esa nueva persona que conoció en el
departamento de estadística la estuvo consolando mientras yo
pasaba dos noches sin dormir, viviendo a base de Coca-cola y
pizza y trabajando en un artículo que finalmente resultó infundado
e inviable.»
Tiempo después ella se va a vivir con él al MIT, pero Bruce se
pasa todo el tiempo en el laboratorio. Deciden que lo mejor es
dejarlo solo, y ella vuelve a Bloomington. Y ella: «ya me había
hecho amiga del tipo de estadística, pero no habría tenido ningún
interés en salir con él si las cosas hubieran ido bien con Bruce.»
Bruce se concentra en su trabajo, y se encuentra pasando solo el
verano en una biblioteca, donde solo puede ver a «dos mujeres
muy gordas que hacen inventario de los libros chillando a pleno
pulmón.»
Digamos que de algún modo siente que ha tocado fondo, y
que no puede refugiarse únicamente en sus investigaciones
tecnológicas. Sus tíos empiezan a preocuparse con él, que pasa
mucho tiempo «envuelto en una manta rasposa» mirando la
televisión.
Aparecen entonces dos motivos del autor en Bruce, la extraña
caracterización de los padres y el deseo de perfección: «Leonard
sostiene que soy exactamente igual que nuestra madre y que sufro
un deseo amargo y básicamente estúpido de ser perfecto.» Nuestro
personaje sufre su último colapso cuando es incapaz de reparar la
62
cocina eléctrica de sus tíos, pese que nunca se ha quedado sin
respuesta en ningún examen.
63
comido quince salchichas de Frankfurt? […] Hay mucho arte
en esos anuncios, David.
64
VI. TESTOSTERONA Y VIRILIDAD HIPERTROFIADA
EN ENTREVISTAS BREVES
Otro testimonio:
65
ánimo porque enseguida vas a pensar que estoy así por ti y
que me estoy preparando para largarme y dejarte tirada […]
Ahora me da la impresión de que cada vez que no tengo ganas
de hablar o me siento abatido o retraído tú crees que estoy
planeando darte plantón. Y eso me rompe el corazón. ¿Vale?
Me rompe el corazón. A lo mejor si te quisiera un poco
menos o me importaras un poco menos podría soportarlo.
Pero no puedo. De manera que sí, así es como están las cosas,
me largo.
66
R.: Bueno, ya sabes.
67
preocupación de ésta ante la idea de que él se esté preocupando
demasiado por hacerla feliz, y por tanto no consiga disfrutar.
Recordemos que en una de las entrevistas anteriores, un personaje
describe como el Gran Amante a aquel sujeto que no sólo se
esfuerza muchísimo en hacer un buen sexo, sino que sabe que su
pareja «quiere lo mismo que tú. Que quiere verse a sí misma como
una Gran amante capaz de volver loco a un tío en la cama.» Luego,
«lo que hay que hacer es hacerles creer a ellas que te vuelven loco a
ti […] Entonces es cuando te la ganas, cuando consigues que ella
crea que nunca la vas a olvidar.» Como una parodia del propio
DFW, en «Mundo Adulto» sabemos que «a ella le encantaba
cuando él le practicaba el sexo oral, pero le preocupaba que a él no
le gustara tanto cuando era ella quien se lo hacía a él con la boca.
Casi siempre le decía que lo dejara al cabo de un rato, diciendo que
le daba ganas de penetrarla por allí abajo y en su boca.»
Curiosamente, en una entrada sobre trastornos funcionales
sexuales masculinos, el Diccionario Herder de Psiquiatría admite que
los sentimientos de culpa ante la compañera o ante las
proyecciones pueden hacer creer al hombre que no le está
permitido gozar, como un autocastigo anticipado.»
A ella, además, le resulta impensable hablar sus problemas con
él. «Si ella le planteara a su marido las dudas que tenía acerca de sí
misma, él creería que lo estaba preguntando para que él la
tranquilizara y de inmediato se pondría a tranquilizarla, lo conocía
bien.» En tanto, su marido, con un gran estrés a causa de su
trabajo, tiene problemas para conciliar el sueño y durante algunas
noches viaja a su oficina «para comprobar los mercados
internacionales». Jen llega a ir a Mundo Adulto para comprar un
consolador y mejorar su técnica de sexo oral. Vuelve en un
segundo día para comprar una cinta X, que guarda en el mismo
escondite que el consolador, para estudiar y comparar técnicas
sexuales. Ella, Jen, entra en un estado de paranoia progresiva hasta
que en la cena de su tercer aniversario se desmaya a causa de una
revelación. A comienzos del siguiente año de matrimonio, ella
empieza a obsesionarse irracionalmente con que su marido esté
teniendo clímax sexuales frente al retrete. Y piensa en la relación
que había mantenido antes de conocer a su marido, una relación
monogámica hacia el final de la cual ella era presa de sospechas
irracionales según las cuales ella imaginaba que él la penetraba
pensando en otras mujeres.
68
En cuanto a la segunda parte de «Mundo Adulto», la trama
quedaría de la siguiente manera. Jeni Roberts arregla una cita con
su «Antiguo Amante »y le pregunta si alguna vez fantaseó en sus
relaciones sexuales con otras mujeres; él («A.A.») niega con
vehemencia, llorando, hasta confesar que aún sigue deseándola y
que en ocasiones piensa en ella cuando hace el amor con su actual
novia, y que todavía se masturba en secreto acordándose de Jeni
«hasta el extremo de hacerse daño». A.A. le suplica que abandone a
su marido, o bien que acudan al Holiday Inn siguiendo por la
autopista para pasar el resto de la tarde haciendo el amor.
Entonces cogen sus respectivos coches, el de J. detrás del
Probe del A.A.; A.A. gira a la entrada del Holiday Inn, pero ella, en
lugar de torcer, sigue recto e imagina cómo él, bajo el chaparrón,
correría por el aparcamiento viendo cómo su automóvil se aleja.
En adelante, la relación con su actual marido mejora. «El
matrimonio entra en una fase nueva más adulta.» «Deja de
preocuparse por si el marido disfruta de la “vida sexual” c. ella.»
Conforme pasa el tiempo, los encuentros sexuales entre ambos van
esparciéndose en el tiempo, hasta que en el séptimo y octavo año
ambos se masturban en soledad y con frecuencia, y hacen el amor
cada dos meses, lo cual es «una aceptación tanto como una
celebración de ciertas realidades libremente adoptadas.» A ninguno
de ellos parece importarles, sino que ahora lo que los unes es una
profunda complicidad. El relato, según el esquema de DFW,
concluiría con que por fin ambos estarían preparados «para
empezar a discutir, de forma tranquila y mutuamente respetuosa, la
posibilidad de tener hijos [juntos]».
La importancia sobresaliente de «Mundo Adulto» con
respecto al resto de la producción de DFW que hasta ahora hemos
visto reside en que tiene un final claramente optimista, y ese final
solo ha podido producirse porque la pareja ha aceptado la
necesidad de romper los tabúes impuestos por el superyó, que no
son sino el modelo de pareja fiel, monógama, sexualmente activa, y
feliz, al que se supone que habrían de aspirar desde el comienzo de
la relación. Aparte, de más está decir que ninguna crítica podrá
abordar mejor este cuento que aquella estrictamente cultural o
psicoanalítica.
Si nos preguntamos por qué los celos irracionales de Jeni con
su A.A. acaban con la relación, la respuesta bien podría pasar por
las siguientes palabras de Camus en La Caída: «Los celos físicos
son un producto de la imaginación y al propio tiempo constituyen
69
un juicio que uno hace de sí mismo. Atribuimos al rival los sucios
pensamientos que tuvimos en las mismas circunstancias.» Es decir,
Jeni desconfía de sí misma, y en efecto, su autoestima se ve
realizada o reanimada en el momento en que constata que ella
también puede ejecutar un acto de infidelidad, en donde lo
verdaderamente importante es el acto en potencia, antes que la
acción en sí. Y de ahí que deje a A.A. tirado en el hotel. Roland
Barthes también tiene algo que decir a la actitud de Jeni: «Como
celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me
reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro,
porque me dejo someter a una nadería: sufro por ser excluido, por
ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario.» (Fragmentos de un
discurso amoroso). En Teoría del cuerpo enamorado, Onfray dirá:
70
narrat. básic. Desapasionado/indiferente/distante/seco evitar
todo recurso discernible al cliché.]». Tal vez éste sea el ejemplo
más flagrante sobre cómo la ficción de DFW se pregunta cómo
narrar, no tanto en la forma como en su enunciación, para lograr
emocionar así al lector. Recordemos cómo en El consumo de la utopía
romántica, Eva Illouz admite que:
71
además la sentimos de un modo que nos parece extraño o, por
decirlo así, prefijado. Si para el narcisista el mundo es un
espejo en el que se mira a sí mismo, la experiencia de lo ya
sentido es como volverse el espejo donde se mira el mundo.
Por ello, más que de narcisismo, quizá habría que hablar de
una manera especular que refleja experiencias ya prefiguradas.
72
demostré una capacidad automática inconsciente y por lo
visto natural de engañarme tanto a mí mismo como a los
demás, lo cual, a un “nivel motivacional”, no solo despojaba al
gesto generoso que yo había intentado llevar a cabo de
cualquier valor verdadero […], sino que me hizo quedar ante
mí mismo como alguien que solo podía clasificarse como
“oscuro”, “malvado” o “sin esperanza de convertirse
sinceramente en alguien bueno”.
73
a su uso de la «“Historia” más bien en un sentido foucaultiano».
Pese a que, naturalmente, nadie conseguirá asomarse al
comportamiento adecuado de las mujeres ni a aquello que desean
frente a aquello que fingen desear, DFW disemina algunas pistas
para entender el nuevo contexto de debate.
74
es que aquel era su talento, ¿y acaso no ve usted las malas artes
aquí, la genialidad con que manipulaba a su público? Su
talento consistía en suscitar admiración, en lograr la estima de
todo el mundo, en despertar las expectativas de todo el
mundo y obligarte a que rezaras por él para que triunfara y
estuviera a la altura y justificara aquellas expectativas a fin de
evitarle no solamente a ella, sino a todo el mundo a quien él
había engatusado para creer en su promesa sin límites, la
amarga decepción de ver la verdad de su mediocridad esencial.
¿Acaso no ve usted la genialidad perversa de esto? ¿El
tormento exquisito? Me obligó a rezar por su triunfo. A
desear que su mentira se mantuviera.
75
VII. TRI-STAN: MITOS RECOMBINADOS EN TELEVISIÓN
76
actividad placentera, y puede parecer raro que gran parte del
placer que mi generación obtiene de la televisión resida en
burlarse de ella. Pero hay que recordar que los americanos más
jóvenes crecismos en la misma medida con el desprecio a la
televisión que con la misma televisión.
77
emisiones UHF», en referencia al trágico final de Ecko. Él es quien
«recombina» mitos de tradición tan dispar, como es el caso de Eco
(explicación de un fenómeno natural), Narciso (que narra una
fábula moral) y Tristán (mito literario de origen profano y celta y
finalidad moral). Sin embargo, el análisis narratológico de la
presente ficción nos alerta que sobre este «cronista recontratado
para el intercambio de entretenimiento transhumano» existe una
instancia narradora que desconocemos. Una hipótesis al respecto:
a la vista del desenlace, es que sea el propio Ovidio quien esté
haciendo referencia a sí mismo, convirtiendo «Tri-Stan…» en una
suerte de autoficción.
2. Otro de los narradores mencionados es El historiador trágico
Dirk de Fresno, capaz de recordar cosas tales como que el busto de
Sissee Nar resultaba tan vertiginosamente protuberante que
necesitaba ayuda para reclinarse.
3. Los directores ejecutivos de Tri-Stan Entertainment Unltd.,
Stanley, Stanley & Stanley y Estasis (nótese cómo esta trinidad le da
un nuevo sentido al relato: Tri-Satan, tres demonios). Éste último
es descrito como «el mismísimo Dios de la Recepción Pasiva […]
Señor Supremo de San Fernandus, Presidente ex oficio del
Consejo Directivo del organismo patrono de Tri-Stan, la Familia
Sturm & Drang de Empresas Excepcionalmente Prósperas; Estasis
el summun solo, Supervisor Olímpico, & Supremo Pez Gordo
Mitopoético.»
4. En una escala inferior a la jerarquía de la trinidad
audiovisual se sitúa Reggie Ecko de Venice, «codicioso, lleno de
ambición & prominente», y antiguo Director Recombinatorio de
todo Tri-Stan, antes de la llegada de Agon M. Nar. Su desposesión
del cargo en Tri-Stan («telefémicamente destronado») le llevará a la
ruina: tras vender su casa y «estanque de carpas con pedigrí» se
mudará a un laboratorio de refinamiento de cocaína en un infame
hotel de Venice, matando el rato con una pipa de alcaloide y
arrojando dardos a una imagen de Agon. Y otra vez, las similitudes
entre la televisión como adicción fulminante, o como sustituto o
equivalente a la droga, según se mencionaba en E unibus pluram.
5. De Agon M. se nos dice que era «reverenciado de un lado a
otro de la cuenca fluorescente de la California medieval por la
astuta sabiduría & cojones con que presidía el departamento de
Programación Recombinatoria de la división Estudios Telefemo de
Tri-Stan Entertainment Unltd.» He aquí una de las primeras
imágenes paródicas del relato: el homérico Polifemo y su único ojo
78
reconvertido en nombre para unos monstruosos estudios de
televisión que nos vigilan. Asimismo, Agon «era capaz de barajar &
recombinar fórmulas demostradas de entretenimiento que
permitían a la musa de la familiaridad aparecer travestida de
Innovación.»
6. A su vez, Agon tiene tres hijas: Sissee, Coleptic Nar y Leigh,
que «florecieron en forma de ninfas», si bien Sissee era «su Nena,
su Bollito Amoroso, su Princesita, que se convirtió en el Proyecto
Personal & Favorito de Herm («Afro») Dita, ofrecida por Agon
como tributo. De este modo, una vez que el rumor de sus
encantos se extendía por las «cuencas & praderas & desiertos
interiores de la California medieval», sabemos que «hombres
bronceados […] viajaron en carros estruendosos &
extraordinariamente fálicos para contemplar la figura moldeada en
fibra sintética de Sisse Nar.»
7. Como esposa de Estasis hallamos a Codependae, «la Reina
Divina de la cuenca», afrentada porque el director de Tri-Stan pasa
demasiado tiempo visionando a Sisse Nar.
8. Por esta razón contacta con los demiurgos Carie &
Erythema y consigue que los «transmortales» cuyo autoestima
había quedado comprometida por los encantos de Sisse Nar
planearan una acción encubierta contra ésta y su padre, Agon M.
Nar. Igualmente se pone en contacto con Reggie Ecko de Venice,
también afectado por el éxito de Agon M. algunos de los
resultados de la venganza pasan por «el florecimiento incipiente de
la Televisión por Cable.»
9. Y dentro de la categoría de los ayudantes encontramos dos
figuras relevantes. En primer lugar, el doctor Herm («Afro») Dita,
dios de la Remodelación Quirúrgica de la cuenca fluorescente,
descrito como alguien «esféricamente ondulado & sartorialmente
retrógrado pero plásticamente habilidoso […], el de los pantalones
de campana de cuadros escoceses & el blusón de color lavanda».
79
???
Ovidio el
Obtuso & Dirk
el Fresno
Stanley, Stanley
Codependae & Stanley,
Estasis
Agon M. Nar
Herm ("Afro")
Reggie Ecko de
Dita & Ac Carie
Venice
& Erythema
80
linealidad era un cul-de-sac. La novedad había pasado de moda.»
Obviamente, el enunciado no es sino burlesco y admonitorio de la
gran ansiedad que atenaza a los creadores/ creativos de su
generación: la pretendida originalidad, que, como no puede ser de
otro modo, tiene lugar mediante un proceso de reacción a la
tradición basado en el reciclaje de temas desatendidos, es decir,
cierta actitud de cazador de tendencias a la captura del referente
arcano, y el establecimiento de una agenda de temas a abordar por
la cultura.
Wallace conduce así hacia la televisión la dicotomía entre
clasicismo y la liberación de la imaginación romántica. Hablamos
de originalidad cuando, en realidad, lo único que hacemos es
recoger tradiciones antiguas, es lo que parece querer decirnos
Wallace: la novedad que propugnamos no es sino la de un Homero
que hace converger las rapsodas de los aedos. Dice René Girard en
Literatura, mímesis y antropología:
81
Wallace atrae la reflexión hacia un punto que media entre la
esterilidad sobre el debate entre lo nuevo y lo viejo y los cerebros
privilegiados cuyas obras son punto de inflexión para la mutación
de la cultura (en palabras de James R. Lowell, citado por Harold
Bloom: «Y de igual manera que nadie ha inventado jamás una
palabra y el lenguaje crece, de alguna manera, gracias a la necesidad
y a la contribución general, así sucede también con el
pensamiento») y la crítica cultural heredada de la Escuela de
Frankfurt.
Wallace nos habla sobre la degradación de contenidos en
televisión: tras las insinuaciones de Codependae en la fase de
movimiento ocular rápido del sueño de Nar, éste accede a una
epifanía:
82
se emitan durante diez años hasta convertirse en instituciones
—M*A*S*H, Cheers— sino por modestas emisiones de tres
años que lleguen a los setenta y ocho episodios enlatados
necesarios para un atractivo paquete de reposición.
83
cultural, a consecuencias de las intervenciones de los seres
sobrenaturales.
84
solo tenía que aparecer tumbada allí, disfrazada Remodelada &
inmortalmente deseable; su belleza antinatural ya bastaba. Era
pura poesía estática […] Los espectadores, después de haber
estado tanto tiempo hastiados, se quedaron hechizados […]
Los espectadores de gustos clásicos ansiaban una doncella
comatosa, gloriosamente inconsciente… porque, ¿quién
resulta más remoto & inalcanzable & por tanto deseable que
alguien desvanecido?
85
convirtiéndose en una droga, en el producto perfecto con que el
capitalismo sueña:
86
sino tres, en la cabeza»), pues Sissee había sido «criada mediante
técnicas de psicología conductista para temer & evitar & esquivar
religiosamente todos los espejos», a fin de que la percepción de su
propia imagen no la volviera «repulsivamente narcisista, colocada
de amor por sí misma.»
Ante esta tragedia, Ovidio el O. tuvo la idea de crear un
«producto de entretenimiento irónicamente contemporáneo &
autorreflexivo pero todavía provisto de resonancias míticas &
enormemente lírico»: «Ecko & Sissee Nar […] parecían una
encarnación de la perfecta pareja predestinada sobre la cual todos
los buenos americanos de la era a.C. de todas las tendencias
eróticas oían & leían & fantaseaban románticamente», a juzgar por
la versión que distintos medios hicieron de la historia,
recomponiendo materiales como la del diario de Ecko escrito con
lápices de colores, una foto de él yendo en moto acuática que se
remontaba a sus tiempos de éxito en Tri-Stan y otra de ella como
portada de Varietae, publicación que llegó a asegurar «que habían
sido amantes desde mucho tiempo atrás». De esta forma Wallace
recupera ideas próximas al amor cortés, implícitas en la literatura
de Béroul, como la obligatoriedad de defender la clandestinidad de
la relación secreta o la dignidad del amor al margen de cualquiera
que quiera desarmar la relación; y como en la historia del poeta
francés, el arquetipo de amante propuesto no ha de sentir ningún
tipo de deshonra o vergüenza ante situaciones extremas: la única
ética que lo rige es la del fin‟amor. Ecko & Sisse Nar pasan así a
convertirse en un mito, de forma que el sueño morboso del
neurótico queda cumplido gracias a la labor de Ovidio, «un…
“mestizaje de primera calidad de arquetipos románticos de tipo
metamítico”». He aquí como el relato de Wallace denuncia la
tiranía de la ironía.
Parafraseando los estadios de la historia descritas por Max
Weber, lo que Wallace está proponiendo no es sino una suerte de
eterno retorno: una contemporaneidad paralela en la que la fase
moderna o científica de la humanidad, tras su agotamiento en forma
de clímax, o bien regresaría a un ciclo religioso-mitológico
dominado por la fe, o simplemente aparece como una
interpretación alternativa, dispuesta a desmitificar la racionalidad
que nos rige. O lo que es igual: el materialismo de nuestra era
audiovisual como sistema de comportamientos fanáticos e
irracionales.
87
VIII. EXTINCIÓN: DIGRESIONES AL 110%
88
«entre los hombres más jóvenes resultaba obvio cuáles necesitaban
realmente un afeitado y cuáles estaban simplemente cultivando una
imagen que incluía no afeitarse. Dos de los miembros del Grupo
de Discusión tenían los patrones de parpadeo distintivos de la
gente que lleva lentes de contacto en la atmósfera astrigente de la
sala de conferencias. […]». Durante la reunión tiene lugar un
incidente que alterará el trabajo de los oficinistas en la zona cuando
alguien empieza a trepar el edificio:
89
palabra, a menudo reteniendo aquella información mucho
después de haber leído la página, y sin embargo era incapaz,
en la mayoría de los casos, de asimilar ni de comunicar de
ninguna forma muy satisfactoria lo que aquellas palabras y sus
diversas combinaciones pretendían decir […], con el resultado
de que sacaba puntuaciones muy bajas en las pruebas de
asimilación de deberes y de comprensión lectora.
90
miembro de esa aldea acuda al niño a preguntarle cómo atacar y
derrotar su aldea. Y efectivamente, eso es lo que sucede. Un
chamán disfrazado, en lugar de hacerle la pregunta en voz alta
como hasta entonces venía siendo habitual, le susurra su cuestión
al oído y le entrega como ofrenda «cierto espécimen mutante
misterioso de fruto del árbol del pan». Entonces el niño empieza a
enloquecer, cierra sus ojos y se retrae a un estado meditativo. A
propósito de la pregunta, hay varias teorías sobre la misma.
Cuando el niño abandona su trance, el modelo de respuestas
que ofrece difiere por completo de la eficacia anterior.
91
Tú, niño, que eres tan sagaz y sabio y superdotado: ¿es posible
que no te hayas dado cuenta de hasta qué punto estos
aldeanos primitivos han exagerado tus dones y te han
transformado en algo que sabes perfectamente que no eres?
Seguramente te has dado cuenta de que te veneran tanto
precisamente porque a ellos les falta la sabiduría necesaria para
ver tus limitaciones, ¿no? […] Pero dime, niño, ¿ya has
empezado a tener miedo? ¿Ya has empezado a hacer planes
para el día en que se despierten a una verdad que tú ya
conoces? […] ¿Se te ha ocurrido ya, por ejemplo, separar y
esconder una porción de sus espléndidas ofrendas con vistas
al día en que despierten a lo que tú ya sabes que eres […]?
92
Tenía cuatro años y mentí a mi padrastro porque me di
cuenta, justo cuando él me estaba preguntando si había roto
yo el cuenco, de que si yo decía que sí pero lo «confesaba» de
una forma más bien torpe y poco convincente, entonces él no
me creería y en cambio creería que hera mi hermana Fern, la
hija biológica de mis padres adoptivos, quien había roto el
antiguo cuenco de cristal Moser […] y además le haría verme
como a un hermanastro bueno y amable
93
de esta pequeña foto que iba un año por encima de él en la es-
cuela rodeado todo el tiempo de lo que parecía ser casi un
aura de neón de excelencia escolástica y académica, de
popularidad y de éxito con las señoritas, así como sobre cada
uno de los comentarios cortantes o incluso pequeños gestos o
expresiones de aquel tipo cada vez que David Wallace se
quedaba plantado con el bate en vez de darle a la pelota en un
partido de béisbol juvenil de la liga de la American Legion o
decía alguna chorrada en una fiesta, y sobre lo impresionante y
auténticamente cómodo en el mundo que el tipo siempre
parecía, como una persona viva de verdad en lugar del perfil o
fantasma de una persona titubeante y patéticamente tímida
que David Wallace se consideraba por aquel tiempo. Todo un
tipo atractivo y lanzado al éxito, de quien en la mejor tradición
humana David Wallace había imaginado por entonces que era
feliz e irreflexivo y no estaba en absoluto atormentado por
voces que le decían que algo funcionaba terriblemente mal en
él mientras que funcionaba bien en todos los demás ni
tampoco tenía que pasar todo su tiempo y energía intentando
averiguar qué hacer a fin de imitar a un hombre
norteamericano incluso marginalmente normal o aceptable, y
todo esto repicaba en la cabeza de David Wallace en 1981 a
cada segundo y se movía tan deprisa que nunca tuvo oportuni-
dad de agarrarlo y tratar de luchar ni de discutirlo y ni siquiera
de sentirlo salvo en forma de un nudo en el estómago
mientras estaba de pie en la cocina de sus padres de verdad
planchando su equipo y pensando en todas las formas en que
podía cagarla y quedarse plantado con el bate […] y David
Wallace también era del todo consciente de que el tópico de
que uno no puede saber realmente qué está pasando en el
interior de otra persona es vetusto e insípido y sin embargo, al
mismo tiempo, intentaba de forma muy deliberada impedir
que aquella conciencia se burlara del intento o que enviara
toda la línea de pensamiento a esa especie de espiral doblada
sobre sí misma que le impide a uno llegar nunca a ninguna
parte (había pasado un tiempo considerable desde 1981, por
supuesto, y David Wallace había salido de muchos años de
guerra literalmente indescriptible contra sí mismo […]), y la
parte más real, más perdurable y sentimental de él obligaba a
aquella otra parte a guardar silencio, como si la estuviera mi-
94
rando a los ojos, cara a cara, y diciéndole, casi en voz alta: «Ni
una palabra más».
95
clínicamente hablando —a pesar de mi creencia o percepción
de que estaba del todo consciente—, «técnicamente dormido»
96
—¿Y qué es eso... papá?
—Túmbate otra vez.
—¿Qué te pasa en la boca?
—Eres mi mujer.
—Nada de esto es real.
—No pasa naaada.
97
Como «Señor Blandito», aquí también podría pensarse en un
personaje colectivo compuesto por las relaciones establecidas en la
redacción en cuestión. Por ejemplo:
98
a fumar un cigarro. Allí se sintió «un poco idiota», pero también se
dio cuenta de que «amaba y respetaba a aquella mujer». Otra
empleada cuenta lo gracioso que en un viaje de Euroraíl le habían
resultado los carteles en las estaciones ferroviarias de Suiza y
Alemania en donde se leía la palabra FAHRT (conjugación del verbo
viajar en alemán; pedo, fart, en inglés). Otro personaje recuerda que
sus padres llaman a los pedos «intrusos», y que a veces se quedaban
mirándose entre sí por encima del periódico diciendo «Me parece
que hay un intruso en la sala». El progresivo proceso de
desinhibición llega a su fin cuando una becaria llamada Laurel
Rodde, vestida con ropa DKNY, dice:
—Sé que una vez cuando él era un chaval ella entró y creo que
pilló a Brint jugando consigo mismo tal vez, así que lo hizo
bajar a la sala de estar y hacerlo delante de todos ellos, delante
99
de la familia, los hizo sentarse a todos y mirarlo. ¿Sigue usted
lo que estoy diciendo, Skip?
100
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