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Vamos a centrarnos ahora en la autora alemana Gertrud von le Fort, en su libro La mujer
eterna, donde realiza una profunda reflexión acerca de qué es la mujer a la luz del ejemplo de
la Virgen María.
Es cierto que, en nuestros días, no son pocos los que sostienen que la mujer ha sido
discriminada durante años y disminuida a causa del mensaje propagado por la Iglesia. Sin
embargo, “el dogma católico ha hecho las más vigorosas afirmaciones que jamás se hayan
hecho sobre la mujer”1. En María vemos la plenitud de la mujer, la esencia, aquello a lo que
toda mujer está llamada. Con ese saludo de Isabel a María, “bendita tú entre todas las
mujeres”, vemos el símbolo de lo femenino y mucho más. Dice Von le Fort que el dogma de
la Inmaculada Concepción constituye la proclamación de lo que era verdaderamente el
hombre antes de su caída: un semblante puro.
El fiat mihi lleva consigo mismo la entrega a la voluntad de Dios. Esta entrega pasa a ser el
signo de la mujer y de ella surge toda su vida, convirtiendo su rostro en la viva imagen del
rostro divino. Así pues, “en todas las partes en donde hay entrega, encontramos también un
rayo de la Mujer Eterna [María]; pero en donde la mujer se quiere a sí misma, allí se esfuma
el misterio metafísico”2. Esta afirmación, que el ateísmo moderno señalaría como una
aberración hacia la mujer, queda resaltada e iluminada debido a su carácter verdadero. Pues, si
el signo de lo femenino es su entrega velada y su sencillez, la mujer que eleva su propia
imagen y se da culto a sí misma elimina necesariamente toda su feminidad, destruyéndose a sí
misma y convirtiéndose en la plena oposición a la imagen divina. Siendo esto así, hay
consecuentemente una ausencia de las virtudes propias de la mujer sencilla y tan necesitadas
en nuestro mundo: el amor a los demás, la bondad y la compasión.
1
Gertrud von le Fort, La mujer eterna, p. 17
2
Ibidem, p. 25
Von le Fort, tras haber hecho esta explicación acerca del fiat mihi en el primer capítulo de su
libro, pasa a hablar de “la mujer en el tiempo” en tres sentidos: virgo, sponsa y mater.
La idea de la mujer virgen es algo que tanto en la historia, como en las leyendas o los cuentos
se ha mostrado como valor y fuerza. Sin embargo, en nuestra época se concibe como un
estado circunstancial o como tragedia (“la solterona”). Ante esto, Von le Fort señala dos
problemas: el primero es que Dios ha dejado de ser el centro del pensamiento y se ha puesto
al hombre en su lugar; y el segundo es que ahora el hombre solo busca una cadena
ininterrumpida de generaciones y por tanto, la virgen se convierte en un estorbo.3 No obstante,
cabe destacar que la consagración de la virgen también es una unión nupcial, con la
consumación del amor en el mysterium caritatis que es una unión todavía más fuerte que la
natural, pues “todo lo temporal recibe su verdadero sentido de lo intemporal” 4. Y esta mujer
virgen que se creía estorbo para la sucesión de generaciones, resulta que pasa a ser
indispensable porque justo por estar “libre de generación” colabora en la vida histórico-
cultural de su pueblo, entrando en acción siempre que sea necesario, con su acostumbrado y
silencioso fiat mihi hasta que su acción (entrega) ya no es necesaria y entonces se replega.
La idea de la mujer esposa es entendida como esa unión sacramental e indisoluble entre la
Virgen María y el Espíritu Santo, así como lo es entre la Iglesia y Cristo y también, aplicada
a la esfera profana, en la conciencia de creación a dúo, como vemos en las palabras que le
dirige Hölderlin a Diotima: «Asombrado te miro, como de época pretérita/ oigo voces y
dulces cantos y el tañido de las cuerdas/ y en llamas liberado se nos eleva por los aires el
espíritu».5
Es la idea de sponsa como novia del espíritu masculino, como la otra mitad de la existencia
del absoluto y por lo tanto, se muestra la esencia de la participación femenina, aunque ésta no
colabore activamente. De hecho, tal y como señala la autora, las órdenes religiosas masculinas
han gozado siempre de una estrecha e intensa amistad con la mujer, como por ejemplo, San
Francisco de Asís y Santa Clara o San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. En estas
figuras de mujeres auténticas, que han caracterizado la obra del hombre –de forma velada–, se
reconoce en el fondo el mysterium caritatis. Así pues, la presencia de lo femenino supone un
oculto auxiliador, colaborador y servidor, y que por lo tanto, merece respeto. Una cultura, con
ausencia de existencia femenina se convierte en ausencia de lo religioso. En la cultura del
individualismo se rompe la idea de esposa y de unión espiritual. Y en ese mundo sin mujer
tampoco hay fiat mihi para el hombre, no hay cooperación de la criatura con Dios,
convirtiéndose en una sociedad que, a merced del hombre, se torna destructiva, decadente,
llena de divorcios y falta de mysterius caritatis.6
Por último, Von le Fort habla de la mujer maternal como aquella que en el silencio de la vida
cotidiana es héroe, aquella que se entrega a las necesidades del día a día y las vence haciendo
la vida soportable. “La sencillez de la victoria diaria, su completa falta de celebridad, es la
3
Gertrud von le Fort, La mujer eterna, p. 46
4
Ibidem, pp. 47-48
5
Citado por Gertrud von le Fort en La mujer eterna, p. 66
6
Ideas tomadas de Von le Fort en La mujer eterna, p.88
gloria auténtica y más profunda de la mujer intemporal”7, esa mujer atenta a los pequeños
detalles para que todos estén a gusto y entregada al cuidado de los suyos, igual que María en
las bodas de Caná pendiente de si faltaba el vino o no. De esta maternidad hacia el hijo propio
surge también otra maternidad, la maternidad espiritual capaz de vencer al tiempo y que se
extiende a todas las mujeres, también a las vírgenes. Es la maternidad propia de la mujer que
se aplica también a su vida profesional, la doctora, la profesora, la psicóloga… Cuya misión
es conservar y cultivar los valores espirituales en la cultura.
En definitiva, La mujer eterna nos ayuda a comprender con mayor profundidad que “varón y
mujer son creados para ser imagen de Dios y han de complementarse en la ejecución del
designio divino para el género humano”8. Por lo tanto, es necesario para nuestro mundo un
retorno de la figura de la mujer, pero no en el modo de feminismo masculinizado y
ensalzándose sobre sí misma, sino con la figura velada, religiosa y obediente, al ejemplo de la
Virgen María.
Isabel Conejo
7
Gertrud von le Fort, La mujer eterna, p. 132
8
Ibidem, p. 105