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Marcel Mauss

Ensayo sobre el don


Forma y función del intercambio
en las sociedades arcaicas
r. on.uoteca
\ ~ 5-;1

Estudio preliminar y edición


por Fernando Giobellina Brumana
T radu cido p o r Ju lia Bucci

conocimiento
* '■ 5 0 * 5 9

: ;J v À C v':. • :
P rim e ra edición, 2009
T ercera reim presión, 2012

© K atz E d ito res


B en jam ín M atienzo 1831, 10° D
1426-B u en o s A ir e s
C alle d el B a rc o 40 , 3Q D
28004 -M adrid
w ww .katzeditores.com

Título de la edición original: E s s a i s u r le don.


Form e e t raiso n de l'é c h a n g e dans le s s o c ié té s a rc h a ïq u e s
© P re s s e s U n iv ersita ires de Fran ce, 2007

E sta obra, p u b licad a en el m arco del P ro g ra m a


de A yu d a a la P u b licació n V icto ria Ocam po, h a recibido
el apoyo del M inisterio de A su n to s E x te rio re s de F ran cia
y del S e rv ic io de Cooperación y A c c ió n C ultural
de la E m b aja d a de F ran cia en A rgen tin a.
Cet ouvrage, p u b lié dan s le cad re du P ro gra m m e d 'A id e
à la P u b lica tio n V ictoria Ocampo; b é n é fic ie du sou tien
du M in istère F ra n ça is d e s A ffa ir e s E tra n g è res
et du S e r v ic e d e Coopération et d'A ctio n C u ltu relle
de l'A m b a s sa d e d e F ra n ce en A rg en tin e.

IS B N A rgen tin a: 978 - 987 - 1566- 10-5


IS B N E sp a ñ a : 978 - 84 - 96859 - 66-1

I . E n sa y o fran cés. I. G iobellin a B ru m an a, Fernando, prôlog.


II. Título
CDD 844

E l contenido in telectu al de esta obra se encuentra


protegido por d ive rsa s le y es y tratad os in tern acion ales
que prohíben la reprod u cción ín tegra o extractad a,
realizada por cu alq u ier procedim iento, que no cuente
con la autorización exp resa del editor.

Diseño de colección: tholon kunst

Im preso en la A rg e n tin a por B oo verse S .R .L .


Hecho el depósito que m a rc a la le y 11.723 .
índice

7 E S T U D IO P R E L IM IN A R
El don del ensayo, p or Fernando G io b ellin a B ru m an a
61 N o ta del editor

E N S AYO SOBRE EL D O N

67 In troducción
67, Epígrafe
70 P rogram a
73 M étodo em pleado
73 Prestación. D on y potlatch

8l I. LO S D O N E S IN T E R C A M B IA D O S
Y L A O B L IG A C IÓ N D E D E V O L V E R L O S (P O L I N E S I A )

81 1. Prestación total, bienes uterinos con tra bienes


m asculinos (Sam oa)
86 2. El espíritu de la cosa dada (M aorí)
91 3. O tros tem as: la obligación de dar,
la obligación de recibir
95 4. O bservación. El presente hecho a los hom bres
y el presente hecho a los dioses
Otra observación sobre la limosna

107 I I . E X T E N S IÓ N D E L S IS T E M A . L IB E R A L ID A D ,
HONOR, M ONEDA

107 1. Reglas de la generosidad. Islas A n d am án


109 2. Prin cipios, razones e intensidad
de los intercam bios de dones (M elanesia)
110 N u eva C aledonia
111 Trobriand
134 Otras sociedades melanesias
138 3. N oroeste de A m érica del N orte
138 E l honor y el crédito
155 Las tres obligaciones: dar, recibir, devolver
167 L a fu erza de las cosas
177 L a “m oneda de renombre”
185 P rim era conclusión

187 I I I . S U P E R V IV E N C IA D E E STO S P R IN C IP IO S E N LO S

D E R E C H O S A N T IG U O S Y E N L A S E C O N O M ÍA S A N T IG U A S
188 1. D erecho personal y derecho real
(derecho rom ano m u y antiguo)
195 Escolio
202 Otros derechos indoeuropeos
204 2. D erecho h ind ú clásico
204 Teoría del don
219 3. D erecho germ ánico (la prenda y el don)
226 D erecho celta
226 D erecho chino

229 IV . C O N C L U S I Ó N
229 1. C on clusiones de m oral
239 2. C on clusiones de sociología económ ica
y de econ om ía política
250 3. C on clu sió n de sociología general y de m oral

259 B iblio grafía


Estudio prelim inar
El don del ensayo
Fernando G iobellin a B rum an a*

a M anolo D elgado

A m ás de ocho décadas de su publicación, el Ensayo sobre el don


se presenta com o la m ás visible de las obras, no sólo de su autor,
M arcel M auss, sino del conjunto de la Escuela encabezada por
su tío É m ile D u rk h eim . E sa p rim acía no la o b tuvo desde un
com ienzo; p o r el contrario, la recepción p rim era no fue dem a­
siado propicia: sólo unas pocas reseñas, eso sí calurosas, en La
R evu e Philosophique, en L ’A nnée Psychologique y en alguna otra
publicación; ninguna de gran firm a. A dem ás, aquellos cuya p ro ­
ducción etnográfica había sido central p ara la com posición del
libro casi no se hicieron eco de su aparición. Boas y M alinow ski
en viaro n respectivas cartas con los d ebidos agradecim ientos,
pero sólo el ú ltim o hizo referencia a la p ublicación, una única
referencia de m u y escasa entidad, en nota a pie de página agre­
gada con el libro ya en prensa (M alinow ski, 1926: 41; cf. Leach,
!974 [1957]: 308). E sa p o c a repercusión inicial quizás en parte se
debiese a que su tem a —el origen del contrato, p ara abreviar—
acababa de ser ab ord ad o p o r un com p añ ero de M auss, en la

* Fern an d o G io b e llin a B ru m an a es p rofeso r de A n tro p o lo g ía Social


en la U niversid ad de C ádiz. H a h ech o su trab ajo de cam p o en el Brasil,
don d e estu d ió cultos de p osesión com o el can d om blé, la u m ban d a
y el catim b ó , y tiene va rio s trab ajos teóricos vin cu lad o s a la escuela
de L’A n n ée Sociologiqne. E s autor de n u m ero so s lib ros y artículos.
228 I ENSAYO SOBRE EL DON

S e g ú n la c o s t u m b r e a n a m it a , a c e p t a r u n r e g a lo es p e lig r o s o .
W e s t e r m a r c k ,127 q u e s e ñ a la e s te ú lt im o h e c h o , h a v is lu m b r a d o
p a r te d e su im p o r ta n c ia . >

127 W esterm arck (1906-1908: vot. 1, 594). W esterm arck h a p ercibid o que había
u n p ro b le m a del tipo del que discutim os, pero sólo lo trató desde el punto
de vista de la h osp italid ad . Sin em bargo, hay que leer sus im portantes
ob servacio n es sobre la costum bre m arro qu í del a r (sacrificio coercitivo del
suplican te, ib id .: 386) y sobre el p rin cip io , “ D io s y el alim en to le p agarán”
(expresio n es sorprendentem ente idénticas a las del derecho h in d ú ). Cf.
W esterm arck (19 14 :36 5 ; 1907: 373 y ss.).
IV
Conclusión

1. C O N C L U S I O N E S D E M O R A L

Es p osible extender estas observaciones a nuestras propias so­


ciedades.
G ran parte de nuestra m oral y de nuestra propia vida perm a­
nece en esa m ism a atm ósfera donde se m ezclan el don, la obliga­
ción y la libertad. Por suerte, aún no todo se clasifica en térm inos
de co m p ra y venta. Las cosas aún tienen un valo r sentim ental
adem ás de su valo r venal y, de hecho, existen valores que sólo son
de ese tipo. N o tenem os sólo u na m oral de com erciantes. A ún
nos quedan personas y clases que conservan las costum bres de
antaño y casi todos nosotros adherim os a ellas, al m enos en cier­
tas épocas del año o en determ inadas ocasiones.
E l don no devuelto sigue p onien do en posición de in feriori­
dad a aquel que lo ha aceptado, sobre todo cuando es recibido
sin espíritu de devolución. N o saldríam os del ám bito germ ánico
al record ar el curioso ensayo de E m erson , “ G ifts”.1 La caridad
aún es hiriente p ara quien la acepta2 y todo el esfuerzo de nues­
tra m o ral tiende a su p rim ir el patronazgo inconsciente e in ju ­
rioso del rico “ lim o sn ero ”.

1 Essais, Seco n d Series, v.


2 V éase C o rá n , Su ra i i , 265; véase K o h ler (19 0 1-19 0 6 : vol. 1,4 6 5).
2 3 0 I ENSAYO SOBRE EL DON

L a invitación debe ser devuelta, así com o la “ cortesía” Aquí


encontram os una huella del antiguo fondo tradicional, la de los'
antiguos potlatch nobles, y tam bién vem os aflorar aquellos mo­
tivos fundam entales de la actividad hum ana: la em ulación entre
los individuos del m ism o sexo,3 el “ im perialism o esencial” de los
hom bres; aparece, p or un lado, un fondo social y, p or otro lado,
u n fondo an im al y p sicológico. E n esa v id a p articu lar que es
nuestra vid a social nosotros m ism os no p od em os “ quedar en
falta”, com o aún decim os hoy. D ebem os devolver m ás de lo que
hem os recibido. Lo que se da a cam bio siem pre es m ás caro y
m ás grande. D e este m od o, una fam ilia pueblerina de nuestra
infancia, en Lorraine, que llevaba la vid a m ás m odesta en éLdía
a día, se arruinaba por sus invitados durante las fiestas patrona­
les, los casam ientos, las com uniones o los entierros. En esas oca­
siones, hay que com portarse com o un “gran señ o r”. Podemos
decir, incluso, que una parte de nuestro pueblo se conduce así de
m anera constante y gasta sin m iram ientos cuando se trata de sus
invitados, sus fiestas, sus regalos de año nuevo.
La invitación debe hacerse y debe aceptarse. Todavía conser­
vam os esa costum bre, hasta en nuestras corporaciones liberales.
Hace apenas cincuenta años, quizá todavía m enos, en algunas
partes de A lem ania y de Fran cia todo el pueblo participaba en
el festín del casam iento y la abstención de alguien era m uy mala
señal, un presagio y u n a señal de en vid ia, de “ m aleficio ”. En
m uchos lugares de Francia aún p articipan todos en la ceremo­
nia. En la Provenza, cuand o nace un bebé, todos le llevan toda­
vía un huevo y otros regalos sim bólicos.
Las cosas vendidas aún tienen un alm a, aún están seguidas
p o r su antiguo propietario y ellas lo siguen a él. E n un valle de

3 W illiam Jam es (190 1: vol. 11,4 0 9 ).


CONCLUSIÓN | 2 3 1

los Vosgos, en C ornim ont, la siguiente costum bre era corriente


hace no m uch o tiem po, y tal vez aún se m antenga en algunas
fam ilias: p ara que los anim ales com p rados olvid en a su antiguo
dueño y no se sientan tentados de regresar “ a sus casas”, se hacía
una cruz sobre el dintel de la puerta del establo, se guard aba el
cabestro del vendedor y se les daba sal con la m ano. E n R aon-
aux-Bois, se les daba con la m ano derecha u n a tostada con m a n ­
tequilla que se había hecho girar tres veces alrededor del fogón.
Se trata, p o r cierto, del ganado de gran tam año, que fo rm a parte
de la fam ilia, pues el establo form a parte de la casa. Pero m uchas
otras costum bres francesas indican que h ay que despegar la cosa
vendida del vendedor, p o r ejem plo: g o lp ea r la cosa ven d id a,
azotar a la oveja que se vende, etcétera.4
Incluso podem os decir que, en este m om ento, toda una parte
del derecho, el de los industriales y los com erciantes, se encuen­
tra en conflicto con la m oral. Los prejuicios económ icos del p ue­
blo, los de los productores, provienen de su firm e vo lu n tad de
seguir la cosa que han producido y de la fuerte sensación de que
su trabajo es revendido sin que ellos p articipen del beneficio.
E n la actualidad, los antiguos p rin cip io s reaccion an con tra
los rigores, las abstracciones y las in h u m an id ades de nuestros
códigos. D esde ese punto de vista, p od em os decir que tod a una
parte de nuestro derecho en gestación y algunas costum bres más
recientes consisten en dar m archa atrás. Y esa reacción con tra
la in sen sibilidad rom ana y sajona de nuestro régim en es p erfec­

4 K ru y t (1923a) cita hechos de este tipo en las C éleb es, p. 12 del fragm en to.
V é a se tam bién en K ru yt (1923b): p. 299, rito de la in tro d u cció n del b ú falo en
el establo; p . 296, ritual de la com pra del p erro que se c o m p ra m iem b ro p o r
m iem b ro, p arte del cuerpo tras parte del cu erpo, y en cu ya c o m id a se
escup e; p. 281, el gato no se vende bajo n in gú n pretexto, p ero se presta,
etcétera.
2 3 2 I ENSAYO SOBRE EL DON

tam ente sana y fuerte. A lgunos nuevos p rin cip ios de derecho y
de uso pueden interpretarse de este m odo.
H a hecho falta m ucho tiem po para que se reconociera la pro­
p ied ad artística, literaria y científica, m ás allá del sim ple acto de
la venta del manuscrito, de la prim era m áquina o de la obra de arte
o rigin al. E n efecto, las sociedades no tienen m ucho interés en
re co n o cer a lo s herederos de u n autor o de un inventor, ese
benefactor de la h um anidad, m ás que algunos derechos sobre
las cosas creadas p or el titular del derecho; algunos proclaman
que éstas son p rod ucto del espíritu colectivo tanto com o del
esp íritu in d ivid u al; todos desean que caigan lo antes posible
bajo dom inio público o en la circulación general de las riquezas.
Sin em b argo , el escándalo de la p lu svalía de los cuadros, las
esculturas y los objetos de arte, m ientras los artistas y sus here­
deros inm ediatos aún están en vida, in spiró en Fran cia una ley
de septiem bre de 1923, que da al artista y a sus causahabientes
un droit de suite sobre esas plusvalías en las sucesivas ventas de
sus obras.5
Toda nuestra legislación sobre la seguridad social, ese socia­
lism o de E stad o que ya existe, está in sp ira d a en el siguiente
p rin cip io : el trabajador ha dado su vida y su trabajo a la colec­

5 E sta le y n o está in sp irad a p o r el p rin cip io de la ilegitim id ad de los beneficios


o b ten id os p o r lo s poseedores sucesivos. Se la aplica poco.
L a legislación soviética sobre la p rop ied ad literaria y sus variacion es son
m u y cu riosas p ara estudiar desde este m ism o p u n to de vista: p rim ero, se
n acio n alizó to d o; lu ego ad virtieron que así sólo p erju d icab an al artista vivo
y que n o se creaban los recursos suficientes p a ra el m o n o p o lio n acional de
ed ición . E nton ces se restablecieron los derechos de autor, incluso p ara los
clásicos m ás antiguos, los de d om in io público, aqu ellos p revio s a las
m ed io cres leyes que, en R usia, protegían a los escritores. A h o ra , al parecer,
lo s soviets h an ad op tad o u n a ley de tipo m od erno. E n realidad, com o en
n u estra costu m bre, en estas m aterias, los soviets vacilan y n o saben bien por
qué derech o optar, si el derecho de la p ersona o el derecho sobre las cosas.
CONCLUSIÓN 1 2 3 3

tividad, p o r un lado, y a sus patrones, p o r el otro, y, si bien debe


colaborar con el seguro, los que se han beneficiado de sus ser­
vicio s n o h an saldad o su deuda con él m ed ian te el pago del
salario, y el p ropio Estado, representante de la com unidad, debe
ofrecerle, junto con sus patrones y su propia participación, cierta
seguridad en la vida, contra el desem pleo, contra la enferm edad,
contra la vejez, contra la m uerte.
Incluso algunas costum bres recientes e ingeniosas, com o por
ejem plo las cajas de asistencia fam iliar que nuestros industria­
les franceses han desarrollado libre y vigorosam ente en favor de
los obreros con cargas fam iliares, responden de m anera espon­
tánea a esa necesid ad que lo s p ro p io s in d iv id u o s sienten de
unirse los unos con los otros, a tom ar en cuenta sus responsa­
bilidades y el grado de interés m aterial y m oral que esas cargas
im p lican .6 E n A lem an ia y en Bélgica, fu n cio n an asociaciones
análogas con el m ism o éxito. En G ran Bretaña, en esta época de
desem pleo terrible y persistente que afecta a m illones de obre­
ros, se esboza un m ovim ien to en favor de los seguros obligato­
rios con tra el desem pleo o rgan izados p o r corporaciones. Las
ciudades y el Estado están h artos de solventar esos inm ensos
gastos, esos pagos a los desem pleados, cuya causa proviene sólo
de las industrias y de las condiciones generales del m ercado. De
igual m anera, econom istas distinguidos y capitanes de industrias
(Pybus, sir Lynden M acassey) están actuando para que las p ro ­
pias em presas organicen esas cajas de desem pleo p o r corpo ra­
ciones, p ara que ellas m ism as hagan esos sacrificios. En suma,
querrían que el costo de la seguridad de los obreros, de la defensa
con tra la falta de trabajo, fo rm ara parte de los gastos generales
de cada in dustria en particular.

6 P iro u ya h izo ob servacion es de este tipo.


'H
m
234 I ensayo s o b r e el don

Toda esa m oral y esa legislación corresp ond en, en nuestra'


opin ión, no a una perturbación , sino a un regreso al derecho.7
Por un lado, se ve su rg ir e in terven ir en lo s hechos la m oral
profesional y el derecho corporativo. Esas cajas de compensa-*
ción, esas m utualidades, que los grupos industriales form an en
favor de tal o cual obra corporativa, no presentan inconveniente,
alguno, para la m irada de una m oral pura, salvo en un punto,,
su gestión es puram ente patronal. A dem ás, los que actúan son
grupos: el Estado, las com unas, los establecim ientos públicos
de asistencia, las cajas de jubilaciones y de ahorro, las m utuali-5
dades, la patronal, los asalariados; están asociados todos juntos,
p o r ejem plo en la legislación social de A lem ania, de Alsacia y
L oren a; y m añana lo estarán tam bién en la segu rid ad social
francesa. Volvem os, pues, a una m oral grupal.
Por otro lado, es de los individuos que el Estado y sus subgru-
pos quieren ocuparse. La sociedad quiere rehabilitar su célula
social. Busca al individuo, lo rodea en un curioso estado espi­
ritual en el que se m ezclan el sentim iento de los derechos que
tiene con otros sentim ientos m ás puros: de caridad, de “ servicio
social”, de solidaridad. Los tem as del don, de la libertad y de la
obligación en el don, el de la liberalidad y el del interés que se
tiene en dar, están regresando entre nosotros, com o reaparece
un m otivo dom inante p o r m ucho tiem po olvidado.

7 N o es necesario decir que aquí n o p reco n izam o s n in gu n a destrucción. Los


p rin cip io s de derecho que rigen el m ercado, la co m p ra y la venta, que son la
cond ición ind ispensable de la fo rm ació n del capital, deben y pueden
subsistir ju n to a p rin cip io s nu evos y a p rin cip io s m ás antiguos.
Sin em bargo, el m oralista y el legislador n o deb en dejarse detener p o r
supuestos p rin cip io s de derecho natu ral. Por ejem plo, n o h ay que considerar
la distinción entre el derecho real y el derecho perso n al m ás que com o una
abstracción, u n extracto teórico de algunos de n uestros derechos. H ay que
dejarla subsistir, pero restringida a u n segu nd o plano.
CONCLUSIÓN | 2 3 5

Pero no basta con constatar estos hechos, h ay que deducir de


ellos u na práctica, un precepto m oral. N o basta con decir que
el derecho está en vías de deshacerse de algunas abstracciones:
distinción del derecho de las cosas y del derecho personal; que
está en vías de agregar otros derechos al duro derecho de la venta
y del pago de los servicios. H ay que decir que esta revolu ción es
positiva.
A nte todo, estam os regresando, y h ay que regresar, a las cos­
tum bres del “ gasto noble”. Es necesario que, al igual que los an ­
glosajones, y com o en tantas otras sociedades contem poráneas,
salvajes y en extrem o civilizadas, los ricos vu elvan a considerarse
—librem ente y tam bién de m anera forzada—com o u n a especie
de tesoreros de sus conciudadanos. Las civilizaciones antiguas
—de donde provienen las nuestras—tenían, unas, el jubileo, otras,
las liturgias, coregias y triarquías, las sisitias (com idas colectivas),
los gastos obligatorios del edil y de los p erson ajes consulares.
H abrá que rem ontarse a leyes de este tipo. A dem ás, es necesario
que haya m ás interés por el individuo, p o r su vid a, p o r su salud,
por su educación —cosa rentable, por otro lado—, p o r su fam ilia
y p o r el futuro de ésta. Es necesario que haya m ás bu ena fe, más
sensibilidad, m ás generosidad en los contratos de alquiler de ser­
vicios, de locación de inm uebles, de venta de p roductos de p ri­
m era necesidad. Y sin lugar a dudas habrá que encontrar la m a­
nera de lim itar los frutos de la especulación y de la usura.
Sin em bargo, es necesario que el in d ivid u o trabaje. Es nece­
sario que esté obligado a depender de sí m ism o m ás que de los
otros. Por otro lado, es necesario que defienda sus intereses, de
m anera personal y grupal. El exceso de generosidad y el co m u ­
n ism o serían tan nocivos para él y p ara la so cied ad cuanto el
egoísm o de nuestros con tem poráneos y el in d iv id u a lism o de
nuestras leyes. En el M ahábhárata, un genio m align o de los b o s­
ques le explica a un b rah m án que daba dem asiado y m al: “ Es
2 3 6 I ENSAYO SOBRE EL DON

p o r eso que eres delgado y pálido”. Se debe evitar tanto la vida


del m on je cuanto la de Shylock. Esa nueva m oral seguramente
consistirá en un buen térm ino m edio entre realidad e ideal.
A sí, se puede y se debe volver a lo arcaico, a lo elemental; se
vo lverá a encontrar m otivos de vida y de acción que aún cono­
cen algunas sociedades y clases num erosas: la alegría de dar en
público, el placer del gasto artístico generoso, el de la hospita­
lid ad y la fiesta privada y pública. La seguridad social, los cui­
dados de la m utualidad, de la cooperación, los del grupo pro­
fesional, de todas esas personas m orales que el derecho inglés
designa con el nom bre de “ Friendly Societies” valen m ás que la
m era segu rid ad personal que el noble garantizaba a su arren­
datario, m ás que la vida m ezquina que el salario cotidiano asig­
n ad o p o r lo s p atron es perm ite e, incluso, m ás que el ahorro
capitalista, que sólo se funda en un crédito inconstante.
Incluso, es posible pensar cóm o sería una sociedad en la que
reinasen sem ejantes principios. En las profesiones liberales de
n u estras gran d es naciones, ya están fu n cio n a n d o , en cierto
grado, una m oral y una econom ía de este tipo. El honor, el desin­
terés, la solidaridad corporativa no son en tales ám bitos palabras
vanas, ni son contrarias a las necesidades del trabajo. Hum ani­
cem os tam bién a los otros grupos profesionales y perfeccione­
m os aun m ás a los prim eros. Esto significará un gran progreso,
que D u rk h eim preconizó con frecuencia.

D e ese m od o, volverem os, en nuestra opin ión, al fundam ento


constante del derecho, al p rin cipio m ism o de la vid a social nor­
m al. N o h a y qu e desear que el ciu d ad an o sea n i dem asiado
bu en o y subjetivo, ni dem asiado insensible y realista. Es nece­
sario que tenga u na p ro fu n d a con cien cia de sí m ism o, pero
tam bién de los dem ás, de la realidad social (¿pero existe, en lo
relativo a la m o ral, otra realidad?). Es necesario que actúe te­
CONCLUSIÓN | 2 3 7

niéndose en cuenta a sí m ism o, a los su bgrup os y a la sociedad.


Esta m o ral es eterna: es com ún a las sociedades m ás evolucio­
nadas, a las del futuro cercano y a las sociedades m enos evolu­
cionadas que p od am os im aginar. A q u í tocam os la roca. Ya ni
siquiera h ablam os en térm inos de derecho, hablam os de h om ­
bres y de gru pos de hom bres, pues son ellos, es la sociedad, son
los sentim ientos de hom bres en espíritu, en carne y hueso, los
que en todos los tiem pos actúan y han actuado p o r doquier.

D em ostrem os esto. El sistem a que p ropon em os llam ar sistema


de prestaciones totales, de clan a clan —aquel en el que los in d i­
viduos y los gru pos intercam bian todo entre sí—, constituye el
sistem a eco n ó m ico y de derecho m ás an tigu o que p od am os
constatar y concebir. C on stituye el fo n d o del que proviene la
m oral del d o n -in tercam b io . A h o ra b ien , es exactam ente del
m ism o tipo, salvando las p roporciones, que aquel hacia el cual
quisiéram os que se dirigieran nuestras sociedades. Para echar
un p o co de luz sobre estas fases antiguas del derecho, darem os
dos ejem plos tom ados de sociedades en extrem o distintas.
En un “ corroboree” (danza dram ática pública) de Pine M oun ­
tain8 (centro oriental de Q ueensland), cada in dividuo entra por
turnos en el espacio consagrado, llevando su p ro pu lsor de lanza
en u n a m ano y, con la otra m ano detrás de la espalda, lanza su
arm a en un círculo en el extrem o opuesto de la pista de baile,
diciendo al m ism o tiem po a viva voz el lu gar de donde viene,
p or ejem p lo : “ K u nyan es m i com arca”.9 Luego, se detiene un
m om ento y m ientras tanto sus am igos “ depositan un presente”,

8 R o th (1902: 23, N ° 28).


9 Este an u n cio que se hace del nom bre del clan es u n a costum bre m u y general
en to d o el este australiano y está ligad a al sistem a del h o n o r y de la virtu d
del n o m bre.
2 3 8 I ENSAYO SOBRE EL D ON

u n a lanza, un boom erang, otra arm a, en su otra m ano. “ Un buen


guerrero puede recibir así m ás de lo que su m ano puede soste­
ner, sobre todo si tiene hijas para casar.” 10
En la trib u de los w in n eb ago (tribu siu x ), los jefes de los
clanes p ron un cian para sus cofrades,11 los jefes de los otros cla­
nes, discursos m u y característicos que son un m od elo de esa
etiq u eta12 d ifu n d id a en todas las civilizaciones indígenas de
A m érica del N orte. D urante la fiesta del clan, cada clan cuece
alim entos y prepara tabaco para los representantes de los otros
clanes. V eam os com o ejem plo fragm entos de discursos del jefe
del clan de las Serpientes:13 “ Os saludo, está bien, ¿cóm o podría
decir lo contrario? S o y un pobre hom bre sin valo r y vosotros os
habéis acordado de m í. Está b ie n ... H abéis pensado en los es­
píritu s y habéis venido a sentaros co n m ig o ... Vuestras fuentes
pronto estarán llenas, os saludo, pues, una vez m ás, a vosotros,
h um an os que ocupáis el lugar de los espíritus”. Y cuando cada
u no de los jefes ha com ido y se han hecho las ofrendas de tabaco
en el fuego, la fó rm u la final expone el efecto m oral de la fiesta
y de todas sus prestaciones:

Os agradezco que hayáis venido a ocupar este lugar, os estoy


agrad ecid o . M e habéis dado á n im o ... Las b en d icion es de
vuestros abuelos (que tuvieron revelaciones y a quienes voso­
tros encarnáis) son iguales a las de los espíritus. Está bien que

10 H ech o notable que hace p ensar que entonces se con traen com prom isos
m atrim o n iales p o r la vía del intercam bio de presentes.
11 R a d in (19 2 3 :3 2 0 y ss.).
12 C f. “ E tiq u ette”, en H o d ge (1907-1910).
13 R a d in (19 2 3:32 6 ): p o r excepción, dos de los jefes in vitad o s son m iem bros del
clan de la Serpiente.
Po d em os co m p arar lo s discursos exactam ente equ ivalentes de u n a fiesta
fu n era ria (tabaco). T lin g it (Sw anton, 19 0 9 :372).
CONCLUSIÓN | 2 3 9

hayáis p articipad o de m i fiesta. D ebe ser que nuestros ances­


tros han dicho: “ Tu vid a es débil y sólo puedes ser fortalecido
p o r el ‘consejo de los valientes’ ”. M e habéis aco n se ja d o ... Eso
significa la vid a p ara m í.

Así, de u n extrem o al otro de la evolución hum ana, no hay dos


sabidurías. A d op tem o s, pues, com o p rin cip io de nuestra vida
lo que siem pre fue u n p rin c ip io y siem pre lo será: salir de sí
m ism o, dar, libre y obligatoriam ente así no se corre el riesgo de
equivocarse. U n bello proverbio m ao rí dice:

Ko M a ru kai atu
Ko M a ru K ai m ai
k a ngohe ngohe.

“ D a tanto com o recibas y todo estará m u y bien.” 14

2. C O N C L U S IO N E S D E S O C IO L O G ÍA E C O N Ó M IC A
Y D E E C O N O M ÍA P O L ÍT IC A

Estos hechos n o sólo echan luz sobre nuestra m o ral y no sólo


ayudan a orientar nuestro ideal; desde su perspectiva, tam bién
podem os analizar m ejo r los hechos económ icos m ás generales,
y ese análisis incluso ayuda a vislu m b rar m ejores proced im ien­
tos de gestión aplicables en nuestras sociedades.

14 Rev. Taylor (18 5 5 :130 , prov. 42) trad u ce con m u ch a concisión “ give as well
as take and all w ill be rig h t”, p ero la trad u cció n literal prob ab lem ente sea
la siguien te: Tanto co m o M a ru da, M a ru recibe, y eso está bien, bien (M aru
es el D io s de la g u erra y la ju sticia).
2 4 0 I ENSAYO SOBRE EL DON

H em os visto en varias oportunidades hasta qué punto toda


esa econ om ía del intercam bio-don estaba lejos de entrar en el
m arco de la supuesta econom ía natural del utilitarism o. Esos
fenóm enos tan im portantes de la vid a económ ica de todos esos
p ueblos —digam os, para sim plificar, que son buenos represen­
tantes de la gran civilización neolítica—y todas las considerables
supervivencias de esas tradiciones, en las sociedades cercanas a
n osotros o en nuestras costum bres, escapan a los esquem as que
suelen dar los p ocos econom istas que quisieron com parar las
distintas econom ías conocidas.15A greguem os entonces nuestras
observaciones, sim ilares a las de M alinow ski, quien dedicó todo
un trabajo a “ desbaratar” las doctrinas dom inantes só b rela eco­
n o m ía “ p rim itiva”.16
Veam os una cadena de hechos m u y sólida.
La n o ció n de valo r funciona en esas sociedades; acum ulan
excedentes m u y im portantes, aun b ajo nuestros parám etros,
que con frecuencia se despilfarran, con un lu jo relativamente
in m e n so 17 y que n ad a tiene de m ercantil; h ay determ inados
sign o s de riq u eza, tip o s de m on ed as,18 que se intercam bian.
Pero esa eco n o m ía tan rica aún está llena de elem entos religio­
sos: la m o n ed a todavía tiene un poder m ágico y sigue ligada al
clan o al in d ivid u o .19 Las diversas actividades económ icas, por
e je m p lo el m ercad o, están im p regnad as de ritos y de m itos,

15 B ü ch e r (1893: 73) h a visto esos fenóm en os económ icos, p ero subestim ó su


im p o rta n cia al red u cirlos a la hospitalidad.
16 M alin o w sk i (19 2 2 :16 7 y ss.; 19 21). C f. el p refacio de J. G . Frazer a Argonauts
o f the Western Pacific.
17 U n o de los casos extrem os que pod em o s citar es el del sacrificio de
lo s p erro s entre lo s chukchi (cf. supra, p. 95, n. 43). L o s p ro p ietario s de los
m ejo re s caniles m asacran a todos sus p erros de trin eo y están obligados
a c o m p rar otros.
18 C f. supra.
19 C f. su p ra
CONCLUSIÓN | 2 4 1

conservan un carácter cerem onial, o bligatorio, eficaz:20 están


repletas de ritos y de derechos. D esde este p unto de vista, res­
pondem os a la pregu nta que se hacía D u rkh eim acerca del o ri­
gen religioso de la n o ció n de valo r económ ico.21 Estos hechos
dan respuesta tam bién a gran cantidad de preguntas respecto
de las fo rm as y de las razones de lo que de m an era tan errónea
se lla m a “ el in tercam b io ”, “ el tru eq u e”, la p erm u ta tio 22 de las
cosas ú tiles que, sig u ien d o a los sabios latin o s, que a su vez
seguían a A ristóteles,23 una econom ía h istórica considera como
el origen de la d ivisión del trabajo. Lo que circula en esas so ­
ciedades tan disím iles, la m ayor parte de ellas ya bastante de­
sarrolladas, es algo b ien distinto a cosas útiles. Los clanes, las
edades y, p o r lo general, los sexos —debido a las m últiples rela­
ciones a las que dan lu gar los contactos—se encuentran en un
estado de p erpetu a efervescencia económ ica y esa excitación es
en sí m ism a m u y poco pedestre, es m uch o m enos prosaica que
nuestras com p ras y ventas, que nuestros alquileres de servicios
o que nuestros ju ego s en la Bolsa.

Sin em bargo, se puede ir aun m ás lejos. Las nociones principales


que hem os utilizado se pueden disolver, agitar, colorear y definir
de m anera diferente. Los térm inos que hem os em pleado —pre­
sente, regalo, don—no son del todo exactos, pero no hem os en­

20 M alin o w sk i (1922: 95). V éase el p refacio de Frazer al lib ro de M alinow ski.


21 D u rk h e im (1912: 598, n. 2).
22 Digeste, x v i i i , 1 ; D e Contr. E m t., 1. Paulus n os explica el gran debate entre
sabios ro m a n o s p ara d eterm in ar si la perm u tatio era u n a venta. Todo el
fragm en to es interesante, incluso el e rro r que com ete el experto ju rista en su
in terp retación de H om ero, n , v n , 472 a 475: o im o x o quiere decir “ com prar”,
p ero q ue las m on ed as griegas eran el bronce, el h ierro , las pieles, las propias
vacas y los esclavos, q u e tenían, tod os, valores determ inados.
23 Pol., lib ro 1,12 5 7 a, 10 y ss; ob sérvese la p alab ra p ereSO au ;, ibid ., 25.
242 I ENSAYO SOBRE EL DON

contrado otros. Sería bueno volver a m oldear esos conceptos de


derecho y de econom ía que nos hem os com placido en oponer;
libertad y obligación, liberalidad, generosidad, lujo y ahorro, in­
terés, utilidad. Sólo p od em os d ar algunas indicaciones a este
respecto: elijam os, p or ejem plo,24 las Trobriand. Es siempre una
noción com pleja la que inspira todos los actos económ icos que
hem os descrito, y esa noción no es n i la de la prestación pura­
m ente libre y gratuita, n i la de la prod ucción y el intercambio
puram ente interesados de cosas útiles. Lo que floreció allí es una
suerte de híbrido.
M alin o w ski hizo un gran esfuerzo25 p o r clasificar desde el
punto de vista de los m óviles, del interés y del desinterés, todas
las transacciones que observó entre los trobriandeses y las or­
denó entre el don puro y el trueque p uro tras un regateo.26 En
el fondo, esta clasificación resulta im posible de aplicar. Así, según
M alin ow ski, el tipo de d on p uro sería el d on entre esposos.27
A hora bien, precisam ente, en nuestra opinión, uno de los hechos
m ás im portantes señalados p o r M alin ow ski y que echa mucha
luz sobre todas las relaciones sexuales en tod a la hum anidad
consiste en asim ilar el m apula,28 el pago “ constante” del hombre
a su m ujer, a una especie de salario p o r los servicios sexuales
prestados.29 D el m ism o m od o, los regalos al jefe son tributos,
las distribuciones de alim entos (sagali) son indem nizaciones

24 Tam bién p od ríam o s elegir la sadaqa árabe; lim o sn a, precio de la novia,


ju sticia, im puesto. V éase m ás arriba.
25 M alinow ski (19 2 2 :17 7 ).
26 Es de señ alar que, en ese caso, n o h aya venta, pues n o h a y intercam bio de
vaygu’a, de m oned as. E l m áx im o nivel de eco n o m ía que alcanzaron los
trobriandeses n o llega, pues, h asta el u so de la m o n ed a en el intercam bio.
27 P u re gift.
28 M alin ow sk i (1922).
29 La p alabra se aplica al pago de la p rostitu ción lícita de las jóvenes solteras
(véase ibid.-. 183).
CONCLUSIÓN | 243

p or trab ajo s o ritos realizados, p o r ejem p lo en el caso de un


velorio.30 E n el fondo, así com o esos dones no son libres, tam ­
poco son realm ente desinteresados. En su m ayoría se trata ya
de contraprestaciones, realizadas con vistas no sólo a p agar ser­
vicios y determ inadas cosas, sino tam bién p ara m antener una
alianza provechosa31 y que ni siquiera puede ser rechazada, com o
p or ejem plo la alianza entre tribus de pescadores32 y tribus de
agricultores o de alfareros. A h ora bien, éste es un hecho general,
lo h e m o s en co n trad o , p o r e je m p lo , en tre lo s m a o ríe s, lo s
tsim shian,33 etcétera. A sí pues, vem os dónde reside esa fuerza, a
la vez m ítica y práctica, que suelda los clanes y al m ism o tiem po
los divide, que divide su trabajo y al m ism o tiem p o los obliga
al in tercam b io. In cluso en esas socied ad es, el in d iv id u o y el
grupo, o m ás bien el subgrupo, siem pre se sin tieron con el de­
recho so beran o de rechazar el con trato: eso es lo que da una
apariencia de generosidad a esa circulación de bienes; pero, p o r
otro lado, p o r lo general no tenían n i derecho n i interés en un
rechazo; y esto es lo que a pesar de todo em p arien ta a esas leja­
nas sociedades con las nuestras.
El em pleo de la m oneda podría sugerir otras reflexiones. Los
vaygu’a de las islas Trobriand, brazaletes y collares, así com o los
cobres del noroeste de A m érica del N orte o los w am pu n iroque-

30 C f. supra. L a p alabra sagali (véase hakari) qu iere d ecir “ d istrib u ció n ”.


31 C f. su p ra; en p articu lar el d on del urigubu al cu ñ ad o: p ro d u cto s de cosecha
a cam bio de trabajo.
32 C f. su p ra (w asi).
33 M a o rí, cf. supra. L a d ivisión del trabajo (y la m an era en que fu n c io n a con
vistas a la fiesta entre clanes tsim shian) está ad m irab lem en te descrita en un
m ito de potlatch (Boas, 19 16: 274, 275; véase p. 378). L o s eje m p lo s de este tipo
p o d ría n m ultip licarse de m an era indefinida. E sas in stitu cion es eco n ó m icas
existen, en efecto, incluso en las sociedades in fin itam en te m en o s
evolu cion ad as. V éase, p o r ejem plo, en A u stralia, la n o tab le p o sic ió n de un
gru p o local p oseed or de u n filón de ocre ro jo (H o rn e y A isto n , 19 24: 8 1,13 0 ).
244 I ENSAYO s o b r e el don

ses son a la vez riquezas, signos34 de riqueza, m edios de inter­


cam bio y de pago y tam bién cosas que es necesario dar, y hasta
destruir. Sólo que siguen siendo prendas ligadas a las personas
que las em plean, y esas prendas las com prom eten. Pero como,
p o r otra parte, ya sirven de signos m onetarios, se tiene interés
en darlos p ara poder poseer otros, tran sform án d olos en mer­
cancías o en servicios que, a su vez, volverán a transform arse en
m onedas. Podría decirse, en realidad, que el jefe trobriandés o
tsim shian procede, de cierta m anera, com o el capitalista que sabe
deshacerse de su efectivo en el m om ento adecuado, para luego
recon stru ir su capital variable. El interés y el desinterés también
explican esa fo rm a de circulación de las riquezas y de la circula­
ción arcaica de los signos de riqueza que las acom pañan.
N i siquiera la m era destrucción de riquezas corresponde a ese
d espren d im ien to com pleto que se esperaría encontrar. N i si­
quiera esos actos de grandeza están exentos de egoísm o. La forma
p uram en te suntuaria de consum o, casi siem pre exagerada y a
m en u d o p u ram en te destructiva, en la que se dan de m anera
repentina o incluso se destruyen bienes considerables y acumu­
lados durante m ucho tiem po, sobre todo en el caso de potlatch,35
da a estas in stituciones un aire de p uro gasto dispendioso, de

34 V éase m ás arrib a. L a equivalencia en las lenguas germ án icas de las


p alab ras token y Z eich en , p ara designar la m on ed a en general, conserva
la h uella de esas institu ciones: el sign o que constituye la m on ed a, el signo
que co m p o rta y la p renda que constituye son u n a ú n ica y m ism a cosa,
co m o h o y la firm a de u n h om bre sigue siendo lo que com prom ete su
resp o n sab ilid ad .
35 C f. D a v y (1922: 3 4 4 y ss. D a vy sólo ha exagerado la im p o rtan cia de esos
h ech os (M oret y D avy, 1923; Davy, 1924). E l potlatch es ú til p ara establecer la
je ra rq u ía y, a m en u d o , la establece, p ero n o es absolutam en te necesario. Así,
las socied ad es africanas, negríticas o bantúes, o bien n o tien en potlatch o
b ien , en to d o caso, no lo tienen dem asiado desarrollado, o quizá lo han
p erd id o , y tien en todas las form as de organización p o lítica posibles.
CONCLUSIÓN | 2 4 5

p ro d ig alid ad infantil. E n efecto, y de hecho, no sólo se hacen


desaparecer cosas útiles, ricos alim entos consum idos en exceso,
sino que hasta se destruye p o r el placer de destruir, p or ejem plo,
esos cobres, esas m onedas, que los jefes tsim shian, tlingit y haida
a rro ja n al agu a y que ro m p en los jefes k w akiu tl y los de las
tribus aliadas. Pero el m otivo de esos dones y de esos consum os
desenfrenados, de esas pérdidas y destrucciones enloquecidas
de riquezas, en m od o alguno es desinteresado, sobre todo en las
sociedades con potlatch. A través de esos dones, se establece la
jerarq u ía entre jefes y vasallos, entre vasallos y sus subalternos.
D ar es m anifestar su perioridad , ser m ás, estar m ás arriba, ma-
gister; aceptar sin devolver o sin devolver m ás es subordinarse,
es convertirse en cliente y en servidor, es volverse pequeño, caer
m ás bajo (m inister).
E l ritu al m ágico del kula llam ad o m wasila36está lleno de fó r­
m ulas y de sím bolos que dem uestran que el futuro contratante
b u sca ante todo ese b en eficio : la su p e rio rid a d social, p od ría
decirse casi anim al. D e ese m od o, tras haber encantado la nuez
de betel de la que van a servirse con sus partenaires, tras haber
encantado al jefe, a sus com pañeros, a sus cerdos, a sus collares,
luego la cabeza y sus “ aberturas” (boca), m ás todo lo que se lleve,
los p a r i, dones de ap ertu ra, etc., después de h aber encantado
todo eso, el m ago canta, no sin exageración:37

“ ¡Patearé la m on taña, la m on taña se m ueve, [...] la m ontaña


yace p ostrad a! ¡M i con ju ro irá a la cim a de la M o n tañ a de

36 M alin o w sk i (19 2 2 :19 9 -2 0 1; cf. 203).


37 Ib id .: 199 [trad. esp. cit.: vol. i, p. 202]. En esa poesía, la p alab ra m ontañ a
d esigna las islas de Entrecasteaux. La can oa se h u n d irá b ajo el peso de las
m ercan cías traíd as del k u la. V éase o tra fó rm u la (p. 20 0 ), texto con
co m en tario s (p. 4 4 1); véase en p. 442, notable ju ego de p alabras con “ hacer
esp u m a”. C f. la fó rm u la de p. 205; cf. su pra, p. 184, n. 256.
2 4 6 I ENSAYO SOBRE EL DON

D obu [...]! El cuerpo de m i canoa se h un d irá [...]. M i fama


es com o el trueno, m i paso es com o el bram id o de las brujas
voladoras.”

Ser el prim ero, el m ás apuesto, el m ás afortunado, el m ás fuerte


y el m ás rico, he aquí lo que se busca y cóm o se lo obtiene. Mas
tarde, el jefe confirm a su m ana redistribuyendo a sus vasallos y
parientes lo que acaba de recibir; m antiene su rango entre los
jefes devolviendo brazaletes a cam bio de collares, hospitalidad
a cam bio de visitas, y así sucesivam ente. En este caso, la riqueza
es, desde todo punto de vista, tanto una form a de prestigio como
una cosa útil. Pero, ¿acaso estam os seguros de que entre nosotros
las cosas sean de otra form a y de que, incluso en nuestras socie­
dades, la riqueza no sea ante todo u na m anera de m andar a los
hom bres?

A h o ra p o n g am o s a p ru eb a la o tra n o ció n que acabam os de


o po n er a la de don y desinterés: la n o ció n de interés, de bús­
queda in d iv id u a l de lo útil. É sta tam p o co se presenta como
fu n cion a h o y en nuestras m entes. Si algún m otivo equivalente
anim a a los jefes trobriandeses o am erican os, a los clanes an-
dam anes, etc., o an im ab a antigu am ente a lo s generosos hin­
dúes, los nobles germ anos y celtas en sus dones y gastos, no es
la fría razón del com erciante, el b an qu ero y el capitalista. En
esas civilizaciones, las personas son interesadas, pero de manera
distinta que en nuestros tiem pos. Se atesora, p ero p ara gastar,
p ara “ o b lig ar”, para tener “ h om b res fieles”. Por otra parte, hay
intercam bio, pero lo que se in tercam bia son sobre todo cosas
de lujo, ornam entos, ropa, o cosas con su m id as de m anera in­
m ediata, festines. Se devuelve con u sura, pero es p ara hum illar
al p rim e r donante o intercam bista y no sólo p ara recom pen­
sarlo p o r la p érd id a que le causa un “ con su m o d iferid o ”. Hay
I

CONCLUSIÓN | 2 4 7

interés, p ero ese interés sólo es análogo a aquel que, al parecer,


h oy nos guía.
Entre la econom ía relativam ente am orfa y desinteresada que
existe dentro de los subgrupos, que regula la vid a de los clanes
australianos o am ericanos del norte (del este y de la Prad era),
p o r u n lado, y la econom ía in d ivid u al y del p u ro interés que
nuestras sociedades han conocido al m en os en parte desde que
fue h allada p o r las poblaciones sem íticas y griegas, p o r el otro,
entre estos dos tipos, digo, se ha escalonado u na serie inm ensa
de instituciones y de acontecim ientos eco n ó m ico s, y esa serie
no está gobernada por el racionalism o eco n ó m ico sobre el que
tan fácilm ente se teoriza.
La p ro p ia palabra “ interés” es reciente y tiene un origen téc­
nico contable: “ interest”, en latín, que se escrib ía en los libros
de co n tab ilid ad , frente a las rentas a p ercib ir. E n las m orales
antiguas m ás epicúreas, lo que se busca es el b ien y el p lacer y
no la u tilid ad m aterial. Fue necesaria la v ic to ria del ra c io n a ­
lism o y del m ercantilism o para que se p u sieran en vigor, y se
elevaran a la altu ra de p rin cip io s, las n o cio n es de b en eficio y
de individuo. C asi es posible d atar—según M andeville (La fá b u la
de las abejas)—el triu n fo de la n oción de interés in d ivid u al. Sólo
con d ificu ltad y m ediante p erífrasis p o d e m o s tra d u c ir estas
ú ltim as p alabras al latín, al griego o al árabe. A u n los h om bres
que escribieron en sánscrito clásico, que em p learon la p alab ra
artha, bastan te cercana a nu estra idea de in terés, ten ían del
interés, así com o de las dem ás categorías de la acción, u n a idea
distinta de la nuestra. Los libros sagrados de la In d ia clásica ya
rep artían las actividades h um an as según: la le y (d h a rm a ), el
interés (artha), el deseo (kam a). Pero se trata, sobre todo, del
interés p olítico: el del rey, el de los b rah m an es, el de los m in is­
tros, el del reino y el de cada casta. La ab un dan te literatura de
los N itishastra n o es económ ica.
2 4 8 I ENSAYO SOBRE EL DON

/ Fueron nuestras sociedades de Occidente las que, m uy recien­


tem ente, han hecho del hom bre un “ anim al económ ico”. Pero
aú n no todos som os seres de ese tipo. Entre nuestras masas y
n u estras élites, el gasto p uro e irracio n al es una práctica co­
rriente; aún es característico de ciertos fósiles de nuestra nobleza.
El hom o ceconomicus no está detrás de nosotros, está delante de
nosotros, com o el hom bre de la m oral y del deber, com o el hom­
bre de la ciencia y de la razón. Durante m ucho tiem po, el hombre
ha sido otra cosa, y no hace m ucho que es una com pleja m á q u in a
de calcular.
P o r otra p arte, felizm ente aún estam os lejos de ese cálculo
u tilita rio gélid o y constante. H ab ría que analizar de m anera
p ro fu n d a y estadística, com o lo hizo H albw achs para las clases
obreras, los consum os y los gastos que nosotros, occidentales
de clase m ed ia, hacem os. ¿Cuántas necesidades satisfacemos?
¿Y cuántas tendencias satisfacem os que no tienen com o fin úl­
tim o la utilidad? El hom bre rico, por su parte, ¿cuánto destina^
qué parte de sus ingresos puede destinar p ara su utilidad per­
sonal? Sus gastos en lujo, en arte, en locuras, en sirvientes, ¿no
lo asem ejan acaso a los nobles de antaño o a los jefes bárbaros
cuyas costum bres hem os descrito?
¿Está bien que sea así? Ésa es otra cuestión. Tal vez sea bueno
que haya otras m aneras de gastar y de intercam biar aparte del
p u ro gasto. Sin em bargo, en nuestra op in ió n , el m étodo de la
m e jo r eco n o m ía no se encontrará en el cálculo de las necesida­
des in d ivid u ales. C reo que, incluso m ien tras queram os desa­
rrollar nuestra p ro pia riqueza, debem os ser algo m ás que meros
fin ancieros y volvernos, al m ism o tiem po, m ejores contables y
m ejo res gestores. La búsqueda brutal de fines individuales es
p erju d icial p ara los fines y la paz del conjunto, p ara el ritm o de
su trabajo y de sus alegrías y —p o r efecto rebote—p ara el propio
in d ivid u o.
CONCLUSIÓN | 2 4 9

C o m o acabam os de ver, y a algunas secciones im portantes,


incluso algunas asociaciones de nuestras p ropias em presas ca­
pitalistas, buscan de m anera colectiva reclutar a sus em pleados
en grupo. P or otro lado, todas las agrupaciones sindicales, tanto
las de los patrones com o las de los asalariados, pretenden de­
fender y representar el interés general con tanto fervor com o el
interés p articu lar de sus adherentes o incluso de sus corp o ra­
ciones. Esos b ellos d iscu rsos, es cierto, están ad orn ad o s con
m uchas m etáforas. Sin em bargo, cabe observar, no sólo la m o ­
ral y la filosofía, sino tam bién la o p in ió n y el p ro p io arte eco­
n óm ico com ienzan a elevarse a ese nivel “ so cial”. H o y se sabe
que sólo se p uede hacer que los hom bres trabajen bien si están
seguros de que serán pagados con lealtad durante toda su vida
p o r el trabajo que han ejecutado con lealtad tanto para otros
com o para ellos m ism os. El productor que intercam bia sus p ro ­
ductos vuelve a sentir, com o siem pre lo sintió —p ero esta vez lo
siente de m anera intensa—, que está in tercam biando m ás que
un p roducto o que un tiem po de trabajo, que está dando algo
de sí: su tiem po, su vida. Por lo tanto, quiere ser recom pensado,
aunque sea m oderadam ente, p or ese don. Y negarle esa recom ­
pensa es incitarlo a la pereza y a un rendim iento m enor.
Tal vez p od ríam os señalar una conclusión a la vez sociológica
y práctica. La fam osa Sura l x i v , “ El m utuo desengaño”, dada en

la M eca a M ah om a, dice:

15. Vuestros bienes y vuetros hijos son una tentación, mientras


que, ju n to a D ios, tendréis un enorm e salario.
16. ¡Tem ed a D ios en lo que podáis! ¡Escuchad! ¡Obedeced!
¡G astad en la limosna\ Es m ejo r para vosotros m ism os. Q uie­
nes tem en su p ropia avaricia, ésos son los bienaventurados.
17. Si hacéis un bello préstam o a D ios, É l lo duplicará al devol­
véroslo y os perdonará. D ios es m u y agradecido, benigno;
2 5 0 I ENSAYO SOBRE EL D O N

18. conoce lo desconocido y el testim onio. Él es el Poderoso


el Sabio”.*

R eem placen ustedes el nom bre de A lá p o r el de sociedad y el


del gru po profesional o, si son religiosos, sum en los tres nom ­
bres; reem placen el concepto de lim osn a p or el de cooperación
el de un trabajo, una prestación hecha p ara otro: así se darán
una idea bastante buena del arte económ ico que se está gestando.
Ya p odem os verlo fu ncionand o en algunas agrupaciones eco­
n ó m icas y en los corazones de las m asas que, m uchas veces,
tienen m ás conciencia que sus dirigentes de sus intereses y del
interés com ún.
Tal vez, si se estudian los lados oscuros de la vid a social, p o ­
dam os ilu m in ar un poco el cam ino que deben tom ar nuestras
naciones, su m oral al m ism o tiem po que su econom ía.

3. C O N C L U S IÓ N D E S O C IO L O G ÍA G E N E R A L Y D E M O R A L

Que se nos perm ita hacer otra observación en cuanto al método


que hem os utilizado.
N o es que queram os p ro po n er este trabajo com o un modelo.
Lo que proponem os son sólo algunas indicaciones, ya que no
es lo bastante com pleto y el análisis p o d ría llevarse aun más
lejos.38 E n el fondo, se trata m ás bien de cuestiones planteadas

* La cita correspon de a la edición en español: E l C orán (trad. de Ju an Vernet),


B arcelon a, Planeta, 1973. [N . del E.]
38 N uestras investigaciones h abrían debido centrarse m ás sobre la región de la
M icro n esia, ju n to con las otras regiones que h em o s estudiado. A llí existe un
sistem a de m on ed a y de contratos extrem adam ente im po rtan te, sobre todo
en Yap y en Palaos. E n In dochina, sobre todo entre lo s m on -kh m er, en
CONCLUSIÓN | 2 5 1

a los historiadores, a los etnógrafos; son propu estas de objetos


de investigación m ás que la resolución de un p ro b lem a y una
respuesta defin itiva. Por el m om en to, n o s basta con tener la
convicción de que, siguiendo esta dirección, se encontrarán n u ­
m erosos hechos.
Pero, si esto es así, es porque en esta fo rm a de tratar un p ro ­
blem a h ay un principio heurístico que nos gustaría destacar. Los
hechos que hem os estudiado son todos, que se nos p erm ita la
expresión, hechos sociales totales o, si se quiere —pero esta p a ­
labra nos gusta m enos—generales: es decir, que p o n en en m o ­
vim ien to en ciertos casos a toda la socied ad y sus instituciones
(potlatch, clanes enfrentados, tribus que se visitan , etcétera) y,
en o tro s casos, sólo a una gran can tid ad de in stitu cio n es, en
particular cuando esos intercam bios y contratos involucran más
bien a in dividu os.
T odos esos fenóm enos son a la vez ju ríd ic o s, eco n ó m ico s,
religiosos e incluso estéticos, m orfológicos, etcétera. Son ju ríd i­
cos, de derecho privado y público, de m o ralid ad organ izada y
difusa, estrictam ente obligatorios o tan sólo alabados y con de­
nados, políticos y dom ésticos al m ism o tiem po, im p lican tanto
a las clases sociales com o a los clanes y a las fam ilias. Son reli­
giosos: de p u ra religión, de m agia, de anim ism o y de m entalidad
religiosa difusa. Son económ icos: pues la idea del valor, de lo útil,
del interés, del lujo, de la riqueza, de la adqu isición, de la acu ­
m ulación y, p o r otro lado, la del consum o, incluso la del gasto
puro, puram ente suntuario, están allí presentes en todas partes,

A ssam y entre los tib eto -b irm an o s, tam bién h a y in stitu cion es de este tipo.
P o r ú ltim o , los bereberes d esarrollaron notables u so s de la thaoussa (cf.
W esterm arck, 19 14 . C f. índice, s. v. “ Present” ). D o u tté y M au n ier, m ás
com petentes que nosotros, se han reservado el estu d io de ese hecho. El
an tigu o derecho sem ítico y la costum bre b e d u in a tam bién p ro p o rcio n arán
va lio so s docum en tos.
252 I ENSAYO SOBRE EL D ON

aun que se las com prenda de una m anera distinta de com o hoy
las com prendem os. Por otro lado, esas instituciones tienen un
lad o estético im portante del que hem os hecho abstracción de
m an era intencional en este estudio: pero las danzas que se eje­
cutan de m anera sucesiva, los cantos y las exhibiciones de todo
tipo, las representaciones dramáticas que se realizan de un campo
a otro y de un socio a otro; los objetos de todo tipo que se fabri­
can, se usan, se ornan, se pulen, se recogen y se transm iten con
am or, todo lo que se recibe con alegría y se presenta con éxito,
los p ro pio s festines en los que todos participan: todo, alimentos,
objetos y servicios, incluso el “ respeto”, com o dicen los tlingit,
todo es causa de em oción estética y no sólo de em ociones de
orden m o ral o de interés.39 Esto no sólo es cierto para la Mela­
nesia, sino tam bién, y más en particular, para el sistem a confor­
m ado p o r el potlatch del noroeste de A m érica del N orte, y es aun
m ás cierto para la fiesta-m ercado del m un do indoeuropeo.40 En
definitiva, se trata claramente de fenóm enos m orfológicos. Todo
sucede durante asambleas, ferias y m ercados, o al m enos durante
fiestas que cum plen esa función. Todas ellas suponen congrega­
ciones cuya perm anencia puede exceder una tem porada de con­
centración social, com o los potlatch de invierno de los kwakiutl,
o sem anas, com o las expediciones m arítim as de los melanesios.
Por otro lado, es necesario que haya rutas, o al m enos huellas,

39 V éase el “ ritu al de Belleza” en el kula de las T ro brian d (M alin ow sk i, 19 22:33 4


y ss., 336 [trad. esp. cit.: vol. 11, p. 330]: “ N uestro asociad o nos m ira, ve que
nuestras caras son herm osas; nos a rro ja el vaygu’a ”. V éase T h u rn w ald (1912:
vol. ii i, p. 39) sobre el uso de la plata com o ornam en to; véase la expresión
P rachtbau m {ib id .: 144, v. 6, v. 13; 156, v. 12 ); p ara d esignar a u n h om bre
o a u n a m u je r ad orn ad o s con m onedas. Por otra parte, el jefe es designado
co m o el “ á rb o l” {ib id .: vol. 1, 298, v. 3). Por otra parte, el h om b re adornado
exh ala u n p erfu m e {ibid.: vol. 1,19 2 , v. 7; v. 13 ,14 ) .
40 M ercad o s p ara las novias; n o ción de fiesta, fe ria .
CONCLUSIÓN | 2 5 3

m ares o lagos p o r donde las personas puedan trasladarse en paz.


H acen falta alianzas tribales e intertribales o internacionales, el
cotnmercium y el connubium .41
P o r lo tanto, son m ás que tem as, m ás que elem entos de ins­
tituciones, m ás que in stituciones com plejas, incluso m ás que
sistem as de institu ciones d ivid id as, p o r ejem plo, en religión,
derecho, econom ía, etcétera. Son u n “ todo”, son sistem as socia­
les enteros cuyo fu n cio n am ien to h em o s intentado describir.
H em os visto sociedades en estado d inám ico o fisiológico. No
las hem os estudiado com o si estuviesen petrificadas, en un es­
tado estático o m ás bien cadavérico, y m en os aun las hem os
d escom p u esto y disecado en reglas de derecho, en m itos, en
valores y en precios. Fue tom an do en cuenta todo el conjunto
com o p u d im o s percibir lo esencial, el m ovim iento del todo, el
aspecto vivo, el fugaz instante en el que la sociedad y los hom bres
to m an conciencia sentim ental de sí m ism os y de su situación
respecto de los dem ás. E n esta observación concreta de la vida
social está el cam ino para encontrar hechos nuevos que estamos
com enzando tan sólo a vislum brar. E n nuestra opinión, nada
es m ás urgente ni m ás fructífero que ese estudio de los hechos
sociales.
Éste tiene una doble ventaja. Prim ero, una ventaja de gene­
ralidad, pues esos hechos de fu ncionam iento general tienen la
p osib ilid ad de ser m ás universales que las diversas instituciones
o los diversos tem as de esas instituciones, siem pre teñidos más o
m en os accidentalm ente de cierto color local. Pero, sobre todo,
tiene u n a ven taja de realidad. Se con sigue así ve r los hechos
sociales en sí m ism os, en lo concreto, tal com o son. En las so ­
ciedades, m ás que ideas o reglas, se perciben hom bres, grupos

4 1 C f. T h u rn w ald (1912: vol. n i, 36).


254 I ensayo sobre el don

y sus com portam ientos. Se los ve m overse así com o en mecánica


vem os m asas y sistem as, o com o en el m ar vem os pulpos y ané­
m onas. Percibim os gru p o s de h om b res, fuerzas m óviles que
flotan en su m edio y en sus sentim ientos.
Los historiadores sienten y objetan con ju sta razón que los
sociólogos hacen dem asiadas abstracciones y separan demasiado
los distintos elem entos de las sociedades entre sí. H ay que hacer
com o ellos: observar lo que está dado. A h o ra bien, lo dado es
R om a, es Atenas, es el francés m edio, es el m elanesio de tal o
cual isla, y no la plegaria o el derecho en sí. Tras haber dividido
y abstraído en exceso, los sociólogos deben esforzarse por re­
com poner el todo. A sí, encontrarán datos fecundos. También
encontrarán la m anera de satisfacer a los psicólogos. Éstos sien­
ten con intensidad su privilegio y los psicopatólogos, sobre todo,
tienen la certeza de estudiar lo concreto. Todos ellos estudian,
o deberían observar, el com p ortam ien to de seres totales y no
divididos en facultades. H ay que im itarlos. E l estudio de lo con­
creto —que es lo com p leto — es p o sib le y es m ás cautivante y
explicativo en sociología. H em os observado reacciones comple­
tas y com plejas de cantidades num éricam ente definidas de hom ­
bres, de seres com pletos y com plejos. H em os descrito también
lo que éstos son en sus organism os y en sus psychai, al mismo
tiem po que hem os descrito el com portam iento de esa masa y
de las psicosis consecuentes: sentim ientos, ideas, voluntades de
la m ultitud o de las sociedades organizadas y de sus subgrupos.
Tam bién vem os cuerpos y las reacciones de esos cuerpos, de las
que ideas y sentim ientos son, en general, interpretaciones y, en
m enor m edida, m otivos. El p rin cip io y el fin de la sociología es
estudiar al gru po entero y su com portam iento en su conjunto.
N o hem os tenido tiem po —habría im plicado extender de m a­
nera indebida un tem a restringido—de intentar analizar las ca­
racterísticas m orfológicas de todos los hechos que hem os seña­
CONCLUSIÓN | 2 5 5

lado. Sin em bargo, tal vez sea útil señalar, al m en os a m od o de


ejem plo del m étodo que qu isiéram os seguir, p o r qué cam ino
in iciaríam os esa investigación.
Todas las sociedades que hem os descrito antes, salvo nuestras
sociedades europeas, son sociedades segm entarias. Incluso las so­
ciedades indoeuropeas, la rom ana anterior a las Doce Tablas, las
sociedades germ ánicas ya tardías, hasta la redacción del E dd a ,
la sociedad irlandesa hasta la redacción de su principal literatura,
se basaban todavía en clanes y, al m en os, en gran d es fam ilias
m ás o m enos indiferenciadas en su in terio r y m ás o m enos d i­
ferenciadas unas de otras en el exterior. Todas esas sociedades
están, o estaban, lejos de nuestra u n ificación y de la u n id ad que
les con fiere una h istoria insuficiente. P o r o tra p arte, aun que
dentro de esos gru pos los in dividu os estaban m u y m arcados,
eran m enos tristes, m enos serios, m enos avaros y m en os p erso ­
nales que n o sotros; al m en os en ap a rie n cia , eran o so n m ás
generosos, m ás dadivosos que nosotros. C u an d o los gru pos se
hacen visitas, en ocasión de las fiestas tribales, d u ran te las cere­
m o n ias de clanes enfrentados y de fam ilias que se alian o se
in ician entre sí; aun cuando, ya en socied ad es m ás avanzadas
—en el m om ento en que se desarrolló la ley “ de h osp italid ad ” —,
la ley de las am istades y de los contratos con los dioses ha venido
a garantizar la “ paz” de los “ m ercados” y las ciudades; durante
u n tiem po bastante considerable y en gran cantid ad de socie­
dades, los hom bres se abordaron con u n cu rio so espíritu, con
tem or y h ostilidad exagerados y tam bién con generosidad exa­
gerada, pero que sólo resultan absurdos para n u estra m irada.
E n todas las sociedades que nos han precedido inm ediatam ente
y que aún nos rodean, e incluso en nuestras costum bres m o ra ­
les populares, n o h ay térm ino m edio: se con fía p o r com pleto o
se desconfía p o r com pleto; se deponen las arm as y se renuncia
a la m agia o se da to d o: desde una h o sp ita lid a d fugaz hasta
2 5 6 I ENSAYO SOBRE ELDON

hijas y bienes. H a sido en estados de este tipo donde los hombres


h an renunciado a sus reservas y han p od id o com prom eterse a
dar y a devolver.
Es que n o tenían elección. D os gru p o s de h om b res que se
encuentran no pueden más que: o bien separarse —y, si muestran
u na descon fian za o se lanzan un desafío, lu ch ar—o bien nego­
ciar. H asta en derechos m u y cercanos a los nuestros, hasta en
eco n o m ías no m u y alejadas de la nuestra, las personas con las
que se “ trata” siem pre son extranjeros, hasta cuando son aliados.
Las p erso n as de K iriw in a, en las islas T ro b rian d , le dijeron a
M a lin o w sk i:42 “ E l hom bre de D ob u no es tan bu eno com o no­
sotros. Es fiero, ¡es un com edor de h om bres! C uan d o vam os a
D o b u , le tenem os m iedo, p o d ría m atarnos. Pero ¡ved! Escupo
la raíz de jen jib re y sus m entes cam bian. D ejan sus lanzas, nos
reciben bien ”. N ad a traduce m ejo r esa oscilació n entre fiesta y
guerra.
T h u rn w ald , uno de los m ejores etnógrafos, nos describe, res­
pecto de otra tribu de la Melanesia, en una estadística genealógica,43
un acontecim iento preciso que m uestra igual de bien cóm o esa
gente p asa, en g ru p o y de m an era repentina, de la fiesta a la
batalla. Buleau, un jefe, había invitado a Bobal, otro jefe, y a su
gente a u n festín, probablem ente el prim ero de una larga serie.
C om en zaron a repetir las danzas durante toda una noche. A la
m añana, todos estaban excitados por la n oche de vigilia, danzas
y cantos. P o r u n a sim ple ob servació n de B u leau , u n o de los
hom bres de B obal lo m ató. Y el grupo m asacró, saqueó y secues­
tró a las m u jeres de la aldea. “ Buleau y B o b al eran m ás bien
am igos y sólo rivales”, le d ijero n a T h u rn w ald . Todos hem os
o bservado hechos de ese tipo, incluso a nuestro alrededor.

42 M a lin o w sk i (1922: 246 [trad. esp. cit.: vol. n, 339]).


43 T h u rn w ald (1912: vo l. m , tabla 85, n. 2).
Wt
CONCLUSIÓN | 2 5 7

Es oponiendo la razón al sentim iento, planteando la voluntad


de paz contra las bruscas locu ras de este tipo com o los pueblos
logran reem plazar la guerra, el aislam iento y el estancam iento,
p or la alianza, el don y el com ercio.

Esto es, pues, a lo que se llegaría al fin de esas investigaciones.


Las sociedades han progresado en la m edida en que ellas m ismas,
sus su b gru p os y, p o r últim o, sus in dividu os, han sabido estabi­
lizar sus relacio n es, dar, recib ir y, p o r ú ltim o , devolver. Para
com erciar, p rim ero hizo falta saber deponer las lanzas. Entonces
se ha p o d id o intercam biar bienes y personas, no sólo entre cla­
nes, sino tam bién entre tribu s, naciones y —sobre todo—entre
in d ivid u os. Sólo después de eso las personas han aprendido a
crearse intereses, a satisfacerlos m utuam ente y, p or últim o, a de­
fenderlos sin tener que recu rrir a las arm as. A sí es com o el clan,
la trib u y los p ueblos han apren dido —y eso deben aprender a
hacer m añ an a, en nuestro m u n d o llam ad o civilizado, las clases,
las naciones y tam bién los individuos—a oponerse sin masacrarse
y a darse sin sacrificarse los u n os a los otros. Éste es uno de los
perm an entes secretos de su sabiduría y su solidaridad.
N o h ay otra m oral, ni otra econom ía, ni otras prácticas so ­
ciales que éstas. Los bretones cuentan en las Crónicas de Arturo44
cóm o el rey A rtu ro , con la ayuda de un carpintero de C ornouai-
lles, in ventó la m aravilla de su corte: la m ilagro sa “ M esa R e ­
d o n d a” alred ed o r de la cual lo s caballeros ya n o se batieron.
Antes, “ p o r sórdida envidia”, duelos y asesinatos ensangrentaban
los m ás bellos festines en escaram uzas estúpidas. El carpintero
d ijo a A rtu ro : “ Te con stru iré u na m esa m u y h erm osa, donde
p odrán sentarse m ás de m il seiscientas personas y girar alrededor,

44 L a y a m o n ’s B ru t, versos 22736 y ss.; B ru t, verso s 9994 y ss.


2 5 8 I ENSAYO SOBRE EL DON

y de la que nadie quedará e xc lu id o ... N in gún caballero podrá


lib rar com bate, pues allí el m ás im portante estará a la misma
altura que el m enos im portante”. Ya no h ub o m ás “ a la cabecera”
y, p or ende, no hubo m ás disputas. En todos los lugares adonde
A rtu ro transportó su M esa, su noble com pañía perm aneció ale­
gre e invencible. A sí es com o aún h oy en día se construyen las
naciones, fuertes y ricas, felices y buenas. Los pueblos, las clases,
las fam ilias, los individuos p od rán enriquecerse, pero sólo serán
felices cuando sepan sentarse, com o caballeros, alrededor de la
riqueza com ún. Es inútil ir a averiguar m u y lejos cuál es el bien
y la felicidad. Está aquí, en la paz im puesta, en el trabajo acom ­
pasado, a veces solitario, a veces grupal, en la riqueza acum ulada
y luego redistribuida en el m utuo respeto y en la generosidad
recíproca que la educación enseña.
Vem os, pues, cóm o en algunos casos se puede estudiar el com ­
portam iento h um ano total, la vid a social entera, y tam bién ve­
m os cóm o ese estudio concreto puede llevar no sólo a una cien­
cia de las costum bres, a una ciencia social parcial, sino tam bién
a conclusiones de m oral o, m ás bien —p ara retom ar la palabra
antigu a—de “ civ ilid a d ”, de “ civ ism o ”, co m o se dice ah ora. En
efecto, los estudios de este tipo perm iten vislum b rar, m edir y
sopesar los diversos m óviles estéticos, m orales, religiosos y eco­
nóm icos, los diversos factores m ateriales y dem ográficos cuyo
conjunto funda la sociedad y constituye la vid a en com ún y cuya
dirección consciente es el arte suprem o, la Política en el sentido
socrático de la palabra.
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