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Ensayo sobre factores biológicos y afectivos

Por Marino Alzate Salazar

Introducción

Este ensayo pretende esbozar la incidencia de diverso factores en el comportamiento humano,


específicamente de tres factores, genética que hace parte de un factor biológico, la inteligencia
como un elemento que hace parte del factor cognitivo y los sentimientos correspondientes a un factor
afectivo. Se explicará cómo estos factores se encuentran interactuando de manera conjunta en el
comportamiento humano, pero estableciendo igualmente la importancia que tiene el “sobre valorar” o
“devaluar” alguno de estos tres aspectos para que las personas desarrollen un comportamiento
adaptativo a su contexto.

Desarrollo

La Genética del Comportamiento: el tema de ambiente versus herencia constituye el núcleo


fundamental en esta materia, y, normalmente, da origen a los errores más básicos.

La genética del comportamiento humano plantea especiales dificultades: objeto y sujeto se funden
en esta rama de la ciencia, el comportamiento es algo lábil y extraordinariamente versátil, y si a ello
añadimos las posibles implicaciones sociales que se derivan de su estudio, con la carga emocional,
ideológica, y en definitiva, política, que arrastra, los problemas sobre la complejidad y objetividad en
la interpretación de la información resultan evidentes.

Los científicos sociales han querido convencernos de que la causalidad biológica es determinismo,
mientras que la causalidad ambiental no, ésta permitiría el libre albedrío, aquella no. Pero los que así
piensan ignoran dos aspectos fundamentales, básicos, de nuestra biología: uno, cómo funcionan los
genes, cómo se llega de una secuencia unidimensional de bases nucleotídicas, a un organismo
individualizado, y dos, cual ha sido nuestra historia evolutiva, cuáles las características que han
moldeado nuestra línea evolutiva, desde LUCA (Last Universal Common Ancestor) hasta
Australopitecus, y desde este, al Homo sapiens.

SEXO Y COMPORTAMIENTO (estereotipos)

Básicamente el sexo puede definirse como cualquiera de los muchos procesos que origina un
organismo conteniendo un genoma que es mezcla del material hereditario de dos organismos
diferentes. Luego, un organismo vivo como nosotros contiene información genética de nuestros dos
parentales: la información contenida en los gametos de nuestros padres que dieron origen a una
célula "híbrida", el cigoto, que tras la ontogénesis, el desarrollo, originó un ser vivo semejante a
aquellos que lo engendraron. Por consiguiente, el sexo se caracteriza fundamentalmente por la
combinación y recombinación genética en cada generación. Y esto es lo que le ha permitido ser,
desde el punto de vista evolutivo, altamente ventajoso: la generación de variabilidad genética permite
mayor flexibilidad adaptativa a la especie, evolución más rápida, y claras ventajas a largo plazo
frente a otras formas reproductivas asexuales (= clonación).

En la especie humana la más evidente de las clasificaciones la ofrece el sexo: machos o hembras. Y
la diferencia inicial entre ambos reside en una pareja de cromosomas de las 23 que constituyen
nuestro genoma: la pareja de cromosomas sexuales, XX para las hembras y XY para los machos.
Ambos comparten un segmento de homología y son diferentes en otros llamados segmentos
diferenciales.

Así pues, en último término, la diferencia entre uno y el otro sexo parece residir en ese único
segmento del cromosoma Y que no comparten. Considerando el genoma completo, realmente esa
diferencia puede resultar mínima, cuantitativamente hablando. Es más, un fenómeno llamativo en
nuestra especie es que, en general, soportamos mejor, y produce efectos menos drásticos en
nuestro normal desarrollo, el exceso o defecto de material genético relacionado con los cromosomas
sexuales que el relacionado con autosomas. Hace unos 300 millones de años, aproximadamente con
la aparición de los mamíferos, en lo que hoy constituye el cromosoma Y, surgió el gen SRY (“sex
determining region Y”), que es el iniciador del torrente de acontecimientos implicados en la
masculinización del embrión.

Considerando los párrafos anteriores y otras múltiples informaciones imposible de incluir aquí, como
conclusión general en este apartado, podríamos afirmar que las diferencias entre ambos sexos en
patrones de comportamiento son pequeñas, la variabilidad en la expresión de cualquiera de estos
comportamientos, es la norma, y para la mayor parte, la variabilidad dentro de cada sexo es tan alta,
si no mayor, que la diferencia promedio entre los sexos.

La biología, quizás pueda hacer para un sexo u otro más fácil adquirir ciertos comportamientos, ó
incrementar la probabilidad de que dado un determinado estímulo se responda de una determinada
manera. Pero ambos sexos pueden aprender cualquiera de esos comportamientos, y la socialización
puede redirigir el desarrollo del comportamiento, bien a minimizar ó incluso anular las diferencias, si
es que existen, de ambos sexos, ó bien a maximizarlas.

SEXO Y “VARIANTES GENÉTICAS”

Lógicamente, se detectan los genes cuando hay variabilidad, cuando hay alternativas génicas,
alélicas. Y ello significa, que si el alelo común es el considerado “normal”, los otros pueden producir
“enfermedades”, desordenes, anomalías más o menos graves.

Conducta agresiva

Estudios recientes, y preliminares, parecen confirmar cierta relación entre un gen mutante que
produce alteraciones del metabolismo cerebral y algunas formas de comportamiento agresivo.

Habilidad espacial

Es un rasgo cognitivo que se ensaya mostrando una forma bidimensional y preguntando como sería
tridimensionalmente, ó comparando objetos bi ó tridimensionales, rotandolos mentalmente para
determinar si son ó no semejantes.
De todos las habilidades cognitivas específicas, las espaciales muestran la mayor consistencia de
diferencias entre sexos: los varones lo resuelven mejor que las mujeres.

X Frágil

Se descubrió este tipo de anomalía en 1991, tras haberse detectado un exceso de varones con
retraso mental. Se observó que se presentaba con doble frecuencia en varones que en hembras,
pero no respondía a un patrón de herencia de ligamiento al sexo.

Extra Y, XYY

Existen varones cuya constitución cromosómica incluye dos ó más cromosomas Y. El origen se
encuentra en la no disyunción cromosómica durante la meiosis masculina. Casi 1 % del esperma
tiene dos cromosomas Y, pero su incidencia en la población es mucho menor, lo que hace pensar en
una considerable selección en contra del esperma o los cigotos con extra/s Y. Estos varones suele
ser más altos que la media poblacional y presentan desarrollo sexual normal. Tienen menos
problemas cognitivos que los varones XXY, pero la mitad de ellos tienen dificultades de lenguaje, y
problemas de lectura; además, también pueden presentarse problemas de aprendizaje, y pobre
coordinación de movimientos.

Genes “marcados”. Huella ó marcaje genético (“Genomic Imprinting”)

Un interesante desarrollo con diversos ejemplos sobre el tema de los genes “marcados” ó genes con
“huella”, y en el que, aun cuando no compartamos todas sus conclusiones, nos hemos basado en
parte, puede encontrarse en Ridley (2000). Nuestro genoma contiene “huellas” de nuestro pasado
remoto, y también del más reciente, lo que permite a los genéticos evolutivos establecer las
relaciones filogenéticas entre los seres vivos. Pero nuestro genoma incluso está marcado con
huellas de nuestro inmediato pasado: contiene mensajes “ocultos” (¿?) sobre la procedencia
(materna o paterna) de los genes que nos dieron origen.

Alcoholismo

El alcoholismo muestra grandes diferencias de género. Es altamente heterogéneo, existen muchos


pasos, y cada paso implica diferentes mecanismos genéticos. Se conoce mucho sobre los genes
implicados en el metabolismo del alcohol, pero otra cosa más compleja es el análisis genético de la
expresión fenotípica del alcoholismo.

Psicosis maniaco depresiva

Junto con la esquizofrenia, la psicosis maniaco-depresiva, constituye uno de los problemas mentales
más graves, de mayor incidencia y coste social y económico, en las sociedades occidentales. Se han
establecido dos categorías dentro de la psicosis maniaco depresiva: la unipolar o mayor, y la bipolar.

Desordenes de ansiedad

Aunque estos desordenes no suelen ser tan graves como la esquizofrenia o la depresión,
constituyen la forma más común de enfermedad mental, y pueden conducir a otros desordenes,
como depresión y alcoholismo.
Autismo

Es poco común, entre 3-6 por cada 10.000 individuos. Y se presenta varias veces más frecuente en
niños que en niñas. Hoy se le considera uno de los desórdenes mentales más heredables.

Orientación sexual

¿Está la orientación sexual determinada biológicamente? ¿o es el resultado, la consecuencia de una


presión social o una opción consciente?. Se calcula que tal vez, el 4 % de los varones son
homosexuales, y un porcentaje menor, bisexuales. Datos en el caso de las mujeres son muy
escasos y poco fiables.

FUNCIONAMIENTO DE LOS GENES

Pasemos ahora a la parte más importante del artículo. Tratemos de “limpiar” los prismas a través de
los cuales debe “visualizarse” la información anterior. Y para ello hablaremos, en primer lugar, de dos
aspectos absolutamente fundamentales en la genética, y muy especialmente, en la genética del
comportamiento: la complejidad del genoma y los conceptos genotipo versus fenotipo.

Complejidad del genoma

Hoy conocemos la complejidad del genoma eucarionte. Complejidad a todos los niveles, a nivel de
secuencia, de organización, de estructura, de funcionamiento, de procesos de transcripción y
traducción, de transmisión, de regulación.

Hemos descubierto, también, que nuestros genes pueden guardar rastros, no solo de su historia
evolutiva, sino de su historia reciente, de su inmediata procedencia de un gameto masculino o
femenino, y acorde con ello variar sus efectos.

Se apunta, incluso, actualmente, a antagonismos genómicos, a “carreras armamentísticas


moleculares” entre genomas de ambos sexos, como ya hemos comentado.

En definitiva, el paso de una secuencia nucleotídica a una secuencia aminoácida, no es algo tan
simple como los genéticos pretendíamos hacer creer. El material hereditario, su estructura y función
son de extraordinaria complejidad.

Genotipo y fenotipo

Hay dos grandes grupos de errores en relación con los conceptos de genotipo y fenotipo en
referencia al comportamiento. Uno, el que subyace cuando hablamos de “nature versus nurture”,
“instinto versus aprendizaje”, como si fuesen dos antagónicas alternativas para explicar un carácter
de comportamiento. El otro, aquel que se refiere directamente a los conceptos de genotipo y
fenotipo. Y estas ideas preconcebidas y/o erróneas se apoyan en conceptos mal comprendidos
sobre el funcionamiento de los genes.

Gran parte de las características fenotípicas de los organismos y más concretamente de las de
comportamiento, tienen una base genética que llamamos cuantitativa: no del todo ó nada, sino de
gradación. Y esto es especialmente cierto en el caso de nuestra especie. En definitiva, lo que hasta
ahora podemos conocer sobre este tipo de caracteres cuantitativos, es qué proporción de la
variabilidad fenotípica mostrada por los individuos de un determinado grupo, de una determinada
población (grupo de individuos que se cruzan entre sí) está asentada, es debida, a la variabilidad
genética existente entre esos mismos individuos. Es lo que llamamos “heredabilidad” (ya lo hemos
nombrado brevemente), concepto de gran importancia en los estudios de genética del
comportamiento humano. Es un concepto estadístico. Y que no debe ser confundido con el concepto
de herencia genética. La heredabilidad es algo mudable y es un concepto de grupo. Obviamente, por
exclusión, podemos conocer qué proporción de la variabilidad manifestada es debida a la variabilidad
ambiental.

El problema "nature-nurture" (“born-breed”, herencia-ambiente ó instinto-aprendizaje) en el


comportamiento humano ha sido planteado incluso antes de que se descubriesen las bases últimas
(genéticas) de esa "naturaleza". La incoherencia de esta dicotomía se pone de manifiesto si
consideramos que la acción génica está controlada a su vez por el medio ambiente. El organismo no
está nunca libre ni de sus genes (son su origen), ni de su medio ambiente (lo necesita para su
desarrollo), y el comportamiento, como el resto del fenotipo, es un reflejo de su desarrollo basado en
sus genes, en un medio ambiente particular.

En un grupo poblacional podemos averiguar qué proporción de la variación observada, fenotípica,


puede ser atribuida a diferencias entre los genotipos de la gente, o a diferencias ambientales. Esto
es lo que, decía, llamamos heredabilidad.

Tanto el genotipo como el ambiente son necesarios, imprescindibles, y ninguno por separado es
suficiente para el desarrollo del fenotipo. Cada individuo es una historia única de formas, fisiologías y
comportamientos. Una historia que se inicia en la concepción y sólo termina después de la muerte.

En definitiva, el organismo en desarrollo se halla en todo momento bajo la influencia de la mutua


interacción entre genes y ambiente. O sea, la historia del desarrollo deriva de la interacción entre el
programa inicial y la constante entrada de datos. Los organismos somos sistemas abiertos:
incorporamos nuevo material y energía constantemente, cambiamos, nos desarrollamos durante
toda la vida. Somos los mismos del año pasado, desde el punto de vista de nuestro genotipo, pero
no somos iguales al año pasado desde el punto de vista del fenotipo.

En definitiva, la relación entre gen, ambiente y organismo (fenotipo), no es de uno a uno, sino de
muchos a muchos. Dados los genes y el ambiente no sabemos el organismo que se originará. Y
dado el organismo no podemos adivinar los genes ó el ambiente que lo originaron. Sin olvidarnos de
que existe una determinación histórica del estado actual de un organismo y de sus perspectivas
futuras. Y que el fenotipo se modifica constantemente, desde la concepción hasta la muerte. Y que el
genotipo, aún cuando sea el mismo en el cigoto que en el momento de nuestra muerte, los genes
que lo componen no están constantemente en funcionamiento, ni lo hacen en todas nuestras células
ú órganos. Ni su interacción con las variables ambientales es la misma en diferentes momentos.

HISTORIA EVOLUTIVA

Por último, el segundo prisma bajo el cual debemos tratar de comprender nuestro comportamiento: el
de nuestras raíces, el de nuestra historia evolutiva. Y dos son las características fundamentales que
singularizan nuestra línea evolutiva, que han moldeado nuestra evolución: la doble “V”, Variabilidad y
Versatilidad.
Una simple mirada a nuestro alrededor sirve para percibir la casi infinita variedad de los seres vivos.
Se han descrito unos dos millones de especies diferentes, cada una de ellas con su propia forma de
vida, con su propia estrategia vital, explotando diferentes recursos, adaptada a diferentes
condiciones. Esa diversidad significa adaptación. La diversidad es una respuesta de la materia viva
al medio. Y toda esta diversidad resulta aún más llamativa cuando conocemos la unidad de su
origen: todos los seres vivos tenemos un origen común y un material genético común: el ADN
(excepción hecha de algunos virus ARN con molécula semejante), y un mismo Código para
descifrarlo.

Pero además de esa enorme diversidad de especies, cada individuo dentro de su especie, es
diferente de cualquier otro. Cada individuo es diferente de cualquier otro actual, sino también de
cualquier otro que haya existido, ó que vaya a existir (por supuesto existen casos especiales como el
de los gemelos monocigóticos que son idénticos genéticamente, pero ello no invalida nuestro
aserto): Cada individuo es único, e irrepetible.

Variabilidad es la llave para comprender la evolución y la genética, y muy especialmente la genética


del comportamiento más que cualquier otro aspecto de la naturaleza. Todos somos semejantes
dentro de una especie, pero todos somos diferentes. ¿Qué hay, entonces, en la base de toda esa
variabilidad?, ¿cuál es la causa última de toda esa variación? La respuesta está en la evolución. La
evolución del linaje humano se ha caracterizado por dos rasgos asociados: aumento de la capacidad
cerebral y bipedalismo.

Resumiendo, la especie humana, hoy, es la única resultado de tres evoluciones: química, desde la
materia inorgánica a la biótica; biológica, ú orgánica, dependiente de nuestra biología y transmitida
de padres a hijos, verticalmente en el tiempo, de tipo darwiniano, originada por medio del motor de la
selección natural; y cultural, infinitamente más rápida que las anteriores, y con doble y
cuantitativamente ilimitada transmisión lamarckiana a través de la herencia de los caracteres
adquiridos, transmisión horizontal dentro de una misma generación, y no limitada por parentesco,
potencialmente transmisible a cualquier miembro de la especie, ilimitada en el espacio, y transmisión
vertical, de generación en generación, acumulativa en el tiempo.

En conclusión, es importante no pervertir el conocimiento: no debemos temer a las diferencias,


aunque sean de origen genético, pero hay que tener claro su significado y sus consecuencias. Lo
primero que aprendemos de la genética es la infinita diversidad biológica, y en el caso del Homo
sapiens, además, la extraordinaria e irreductible complejidad de su fenotipo, junto con su versatilidad
adaptativa.

En definitiva, dos aspectos quisieran destacar en estas conclusiones:

1). Uno, el conjunto del patrimonio genético de cada cual, participa en su inteligencia, su psicología,
su comportamiento. Pero el comportamiento de un ser humano, y su evolución en el curso de la
historia de su vida, no están escritos en sus genes. Son el resultado, original, único, por partida
doble, de un genoma único y de una historia individual única.

2). Y dos, la humanidad no puede desvincularse, desprenderse, separarse de su biología, pero


tampoco está encadenada a ella. El comportamiento social, la cultura, en su sentido más amplio, no
es un proceso agenético, pero si es un proceso extragenético.
En dos palabras, y respondiendo al título de nuestra charla: ni azar ni necesidad, ni ambiente ni
genes, sino ambos.

En este artículo se propone que la capacidad humana para la interacción interpersonal constituye
una capacidad cognitivamente diferenciada y motivada. La base motivacional de dicha capacidad la
proporciona la Teoría de la Autodeterminación de Deci y Ryan (2002). Dicha teoría propone tres
necesidades organísmicas básicas que requieren de “los otros” para su satisfacción: la autonomía, la
competencia y la vinculación.

Factor Cognitivo-inteligencia

Si la expansión del cerebro constituyó una adaptación a una vida social compleja, ello podría implicar
la aparición de una capacidad para las relaciones (interacciones) interpersonales que permitiera el
desarrollo de una comunicación eficiente y sofisticada, sobre la que se asentara la cooperación y la
confianza entre los miembros de la especie. La propuesta que queremos exponer es la de que la
capacidad humana para las relaciones interpersonales constituye una capacidad compleja y
diferenciada que cuenta con sólidos antecedentes tanto filogenéticos como ontogenéticos.

Cuando el niño llega al año no sólo responde a los intercambios faciales, vocales y gestos de su
madre, sino que también es capaz de responder a las demostraciones afectivas de las personas que
le rodean (Feinman, 1982; Sorce, Emde, Campos y Klinnert, 1985). Como señala Tomasello (1999)
«en torno al primer año, los niños perciben a las otras personas como agentes intencionales y, en
consecuencia, comienzan a imitarlos y a compartir con ellos metas e intenciones».

En estos trabajos se han puesto de manifiesto una serie de fenómenos que parecen demostrar la
existencia de capacidades muy precoces de percepción social, reconocimiento de emociones,
imitación y empatía, las cuales podrían ser el origen de lo que diferentes autores han
conceptualizado como intersubjetividad, es decir, las pautas de coordinación interpersonal; o la
capacidad de acceder a la mente, a las representaciones mentales de los congéneres, o la de
compartir significados preexistente a los códigos lingüísticos (Perinat, 1993) y a la que los filósofos
se han referido como necesidad de contar con el “otro” cuando se quiere definir al «sujeto que
conoce» (Crossley, 1996).

A medida que el niño crece y desarrolla sus capacidades cognitivas, el lenguaje es el medio natural
de compartir estados motivacionales, representaciones, planes, etc. . En resumen, la capacidad para
las relaciones interpersonales se amplía enormemente con la llegada del lenguaje, el juego
simbólico, la capacidad de representarnos la mente y la autoconciencia de sí mismo y de los otros.

El desarrollo de la dimensión cognitiva, habitualmente, la asocian con la manera cómo se adquiere


un comportamiento inteligente, es decir un comportamiento orientado por metas (consciente y
deliberado) y adaptativo, (capacidad de resolución de problemas). (Parra, 2003, p.2).

“Resnick y Nelson –Le Gall proponen una definición que considera la inteligencia una construcción y
una práctica sociales, relacionada con la forma en que las personas se construyen a sí mismas y a
sus acciones en el mundo, según las habilidades que tienen en un momento dado. (p. 21)” (Citado
por Parra, 2003, p.4).
Según esta concepción de la inteligencia, ligada a la manera como los individuos asumen y
transforman su medio personal, social y cultural, “aprender a pensar” significa una enseñanza que,
entre otros propósitos (éticos, afectivos, corporales, etc.), propicia en el individuo:

• El desarrollo de habilidades y conocimientos para el análisis de problemas e identificación de los


casos en que debe usarlos.

• La capacidad de valorar sus habilidades y conocimientos como propios en su proyecto de


desarrollo personal.

• La capacidad de hacer (se) preguntas, buscar ayuda en su solución y obtener las habilidades y
conocimientos necesarios para su solución.

• El ejercicio continuo de sus habilidades y conocimientos buscando ocasiones para usarlos en la


resolución de problemas que atañen a sus intereses y necesidades sociales

• La responsabilidad sobre sus propias habilidades y conocimientos, diferenciándolas de las


pertenecientes a otros individuos o áreas de desempeño

• La responsabilidad política, social y cultural del uso de sus habilidades y conocimientos. (Parra,
2003, p.4)

La cognición y el carácter actúan juntos y determinan, en gran parte, el estatus social y laboral del
adulto. La cognición se refiere a las diferentes capacidades intelectivas de razonamiento,
comprensión lingüística y capacidad de solucionar problemas, y los rasgos carácter (habilidades
socioemocionales) hace alusión a la autoestima, la perseverancia, la motivación, la autorregulación
emocional, la capacidad de planeación y la sociabilidad. Ambos grupos de rasgos psicológicos se
asocian y afectan la vida social y económica adulta y, de manera indirecta, la vida económica de un
país. (Parra, 2013, p.114).

Desarrollar habilidades cognitivas es muy importante pero deben estar acompañadas del desarrollo
de habilidades socioemocionales. Las habilidades socioemocionales han sido generalmente
olvidadas, no se evalúan ni promocionan educativamente y son altamente relevantes para la vida
escolar y la vida laboral adulta. Las habilidades socio-afectivas refuerzan las habilidades cognitivas,
y al contrario; por ejemplo, estar motivado ayuda al aprendizaje, y aprender hace que aumente la
motivación. Δ Las habilidades cognitivas y socioemocionales son importantes determinantes del éxito
socioeconómico de las personas y de los países. Las habilidades cognitivas y socioemocionales
tienen bases genéticas pero se forman mayormente a través de la crianza familiar temprana y de la
educación de la primera infancia. (Parra, 2013, p.115).

Actualmente, la mayoría de los científicos cognitivos del desarrollo aceptan la existencia tanto de
factores biológicos como culturales en la explicación de la formación de las habilidades cognitivas y
los rasgos del carácter. (Parra, 2013, p.119).

Los estudios cognitivos sobre heredabilidad y adquisición distinguen dos modos en que el ambiente
influye en la formación: el medio compartido (dentro de la familia) y el medio exclusivo (fuera de la
familia, ambientes comunitarios y escolares). (Parra, 2013, p.121).
El desarrollo de un ser humano es un entrecruce entre naturaleza y cultura, entre lo determinado y
azaroso, es decir, no somos absolutamente libres como seres sociales ni tampoco prisioneros de la
determinación biológica. Naturaleza y cultura contribuyen a la constitución de la identidad humana.
Gracias a la biología estamos dotados de una riqueza inmensa de disposiciones corporales,
cognitivas y emocionales, y gracias a la cultura tenemos escuelas, enseñanza y diferentes modos
sociales de trasmitir el conocimiento. En la actualidad la mayoría de los científicos aceptan la
existencia tanto de factores biológicos como culturales en la explicación de la formación del carácter.
(Parra, 2013, p.126).

Rogoff (2003), acudiendo a Vygotsky, señala cuatro niveles interactuantes del desarrollo, que
incluyen factores biológicos y culturales, en diferentes planos temporales: microgenético,
ontogenético, filogenético e histórico cultural. El nivel ontogenético hace referencia a los cambios
psíquicos que se dan a lo largo de la vida del individuo. El nivel filogenético hace alusión a los
cambios que se han dado durante la evolución de las especies, configurando las bases genéticas del
desarrollo del individuo. El nivel histórico-cultural se refiere a los cambios culturales que han
permitido el uso de instrumentos, la creación de las instituciones sociales y la creación de obras
simbólicas, que a lo largo de la historia se han constituido en las condiciones sociales del desarrollo
y el aprendizaje. El nivel microgenético hace referencia a los cambios que se dan durante los
procesos de aprendizaje. (Para, 2013, p.132).

Microgénesis= aprendiza, Filogénesis= evolución, ontogénesis= Desarrollo psíquico, Histórico-


social= Desarrollo social.

El desarrollo (ontogénesis) y el aprendizaje (microgénesis) hacen referencia a cambios psicológicos


que se dan por obra de las regulaciones genéticas, epigenéticas, cognitivas y sociales. (Parra, 2013,
p.133).

La estructura anatómica del cerebro (hemisferios, zonas) y su fisiología (sinapsis y


neurotransmisores) es similar en todos los seres humanos, pero la manera específica como a lo
largo del desarrollo cada persona ha respondido al conjunto de experiencias crea una preferencia de
conectividad neuronal. (Parra, 2013, p.163).

El cerebro, bajo ciertas condiciones de estimulación ambiental y experiencias sociales y culturales se


transforma plásticamente, y es capaz de compensar internamente, en algunos periodos claves del
desarrollo, algunas disfunciones. (Parra, 2013, p.165).

El fenómeno de la plasticidad introduce un nuevo juego entre el ambiente, la cultura y el organismo.


Al contrario del determinismo genético, la plasticidad cerebral es la condición material de la
diversidad y la singularidad; integra genoma y contexto en un mismo nivel lógico. (Parra, 2013,
p.166)

El cerebro está dividido en muchas zonas y cada una de ellas tiene una función preponderante que
se activa con mayor o menor intensidad dependiendo de la acción, sin embargo el cerebro actúa en
totalidad. El funcionamiento total del cerebro se prolonga en el funcionamiento total del individuo,
tanto desde el punto de vista cerebral como psíquico. (Parra, 2013, p.172).

El funcionamiento total del cerebro, la fluidez cognitiva y las asociaciones y representaciones


trasmodales, no solo significan que hay diferentes aportes funcionales de las zonas del cerebro, o de
los diferentes módulos cognitivos, sino especialmente, que la cognición y la emoción se integran en
el ejercicio de las funciones cognitivas superiores. (Parra, 2013, p.178).

El cerebro en vínculo con el sistema límbico, cognición y emoción, dan la base material para el
ejercicio de las funciones psicológicas superiores tales como la percepción, la memoria, el
razonamiento, la imaginación, la solución de problemas y la toma de decisiones. (Parra, 2013,
p.183).

Las emociones son cruciales para el comportamiento inteligente. Las consideraciones derivadas de
la evolución y la neurociencia respaldan la idea de que la razón y la emoción están juntas; por
ejemplo, un estado de ánimo tiende a hacer que la atención o la memoria se focalice en aquello que
provocó ese estado de ánimo. (Parra, 2013, p.186).

El cerebro funciona totalmente y es flexible gracias a la plasticidad, pero necesita un mecanismo que
coordine la conectividad cerebral. Neurológicamente se ha dicho que ese mecanismo es
responsabilidad de los lóbulos frontales y que psicológicamente le corresponde a una gran función
denominada metacognición. La metacognición se refiere a la capacidad que tenemos para darle
respuesta a dos preguntas ¿qué tanto conozco (yo)? y ¿cómo conozco (yo)? (Parra, 2013, p.205).

El cerebro, el cuerpo, las emociones, la cognición, el contexto social y cultural, el entorno natural,
están imbricados entre sí. (Parra, 2013, p.207).

En los últimos años, se ha despertado un interés intelectual importante por una rama de la ciencia
cognitiva denominada Cognición Situada, que está asociada a conceptos como corporeidad,
enactividad, cognición distribuida y mente extendida. En este enfoque hay tres ideas fundamentales:
(Robbins y Aydede, 2009). (Parra, 2013, p.210).

Los datos que ofrece la psicología evolucionista al asumir la existencia de una capacidad para las
relaciones como una adaptación biológica necesaria para la supervivencia de la especie, y que
resulta de la actuación de módulos de dominio específicos, como por ejemplo la detección de
posibles estafadores, las estrategias cooperativas, etc. Por otro lado, los psicólogos del desarrollo
han acumulado suficiente evidencia que muestra que el niño nace ya con un conocimiento innato de
su prójimo (próximo) como interlocutor; que posee una capacidad innata de acceso, a través de la
expresión emocional, a las disposiciones y estados motivacionales del adulto en cuanto unas y otros
se dirigen a él. Desde esta perspectiva, la base del comportamiento social se encuentra en la
existencia de representaciones significativas compartidas.

A lo largo de este artículo intentaremos proporcionar algunos datos que apoyen la existencia de una
capacidad cognitiva-motivacional específica, en tanto que se activa para comprender, recordar y
actuar en las relaciones interpersonales.

La capacidad humana para las relaciones interpersonales como una capacidad motivada: la teoría
de la auto-determinación.

En la teoría de la autodeterminación, al igual que en la perspectiva humanista, se asume que las


personas nacen con una tendencia innata y constructiva para elaborar un sentido unificado del self,
en donde se integran aspectos de la psique personal con información sobre los otros, individuos o
grupos del entorno social. Sin embargo, esta tendencia no representa un patrón de acción fija, no
hay que dar por supuesto que dicha tendencia conseguirá su objetivo al margen del entorno.

Al contrario, la teoría postula que existen factores del entorno social-cultural que contribuyen al
desarrollo de dicha tendencia y que también hay ciertos factores socio-culturales que inhiben e
interfieren ese mismo desarrollo. De tal forma que lo que emerge de la acción de estas tendencias es
una dialéctica entre el sujeto (que de forma innata expresa una tendencia activa, adaptativa, hacia la
integración de sus experiencias) y su entorno, que podrá facilitar u obstaculizar dicho proceso de
integración y que dará como resultado a individuos con un self integrado y activo, al mismo tiempo
que existirán individuos con un self fragmentado, pasivo, reactivo en función de las condiciones de
su entorno social.

Existen muchas teorías en la psicología social que han descrito cómo los diferentes contextos
sociales influyen en el bienestar de las personas, en la construcción de su personalidad, etc. La
aportación de la teoría de la autodeterminación radica en organizar dichos contextos a partir de su
relación con la satisfacción o no de tres necesidades psicológicas básicas, que funcionarían como
los motivos primarios biológicos: la necesidad de autonomía, la necesidad de competencia y la
necesidad de vinculación (Deci y Ryan, 2002). Estas necesidades permitirían categorizar los
aspectos del entorno social que contribuyen o no al desarrollo personal. La satisfacción de estas
necesidades permite a las personas tener un funcionamiento óptimo o lo que los humanistas llaman
autorrealización (Maslow, 1968; Rogers, 1973), o lo que algunos autores definen como conductas
motivadas intrínsecamente (Berlyne, 1966; Csiksentmihalyi, 1982; deCharms, 1976; Deci, 1980).

Lo interesante de la teoría de la autodeterminación es que lo importante es la dialéctica entre el


sujeto con sus tendencias innatas y el entorno que permite o inhibe dicho desarrollo.

Formalmente, la autonomía es la necesidad de elegir cuándo y cómo regular la conducta. Queremos


que nuestra conducta esté lo más relacionada posible con nuestros intereses, preferencias y deseos.
En suma, queremos tener la libertad de elegir nuestras metas y cómo alcanzarlas.

Formalmente, la competencia se define como la necesidad de ser eficientes en las interacciones con
el entorno, y refleja el deseo que tienen las personas por ejercitar sus capacidades y habilidades; y al
ejercitarlas buscar y superar sus retos (Deci y Ryan, 1985).

Por otra parte, la clave para conseguir satisfacer la necesidad de competencia es la


retroalimentación positiva (Reeve y Deci, 1996). la percepción de un progreso en nuestro
rendimiento, cuando los otros (padres, profesores, amigos, etc.) nos animan y estimulan a seguir en
nuestras actividades, es ya un importante signo de competencia (Schunk y Hanson, 1989).

La vinculación es la necesidad de establecer lazos emocionales cercanos con otras personas.


Expresa el deseo de estar emocionalmente conectado e interpersonalmente implicado en relaciones
cálidas (Baumeister y Leary, 1995; Guisinger y Blatt, 1994; Ryan, 1991).

En resumen, las actividades que realizamos para satisfacer las necesidades psicológicas de
autonomía, competencia y vinculación son aquéllas que podemos calificar como intrínsecamente
motivantes, placenteras, justamente porque son las que nos proporcionan un funcionamiento óptimo.
Al mismo tiempo, la mayoría de las situaciones en las que realizamos actividades de esta naturaleza
requieren la presencia de “los otros” en los diferentes contextos sociales que, sobre la base de su
conducta, facilitan o inhiben la satisfacción de dichas necesidades. En las tres necesidades
psicológicas de autonomía, competencia y vinculación existe un denominador común, la importancia
de “los otros”.

Bases representacionales de la capacidad humana para las relaciones interpersonales

El estudio de la representación cognitiva de las relaciones interpersonales puede incluir el punto de


vista de una de las personas implicadas en la relación, cómo le afectan las características
personales del otro, cómo es la naturaleza de la interacción o cómo se activa el recuerdo que tiene
sobre relaciones pasadas similares. Sin embargo, la representación cognitiva más genuina de las
relaciones es la que integra la representación de cada uno en relación con los otros y que define lo
que se conoce como cognición relacional o interpersonal (Baldwin, 1992; Bersheid, 1994).

El “esquema relacional”, al igual que cualquier otro esquema, coordinaría y organizaría en la


comprensión y en la memoria las regularidades en los patrones de las relaciones interpersonales.
Dichos esquemas funcionarían como mapas cognitivos que ayudan a las personas a conducirse en
su mundo social e incluirían lo siguiente: (1) imágenes del yo que representan las percepciones y
sentimientos del yo en relación al/los otro/s; (2) un esquema de las características y atributos del
otro, conjuntamente con (3) un guión referido a un patrón esperado de interacción, derivado de la
generalización de experiencias personales similares previas.

Diferencias individuales en la capacidad para las relaciones interpersonales

En los dos apartados anteriores hemos fundamentado las bases motivacionales y representacionales
de la capacidad humana para las relaciones interpersonales. Queda un tercer plano por cubrir a fin
de dotar a la capacidad para las relaciones interpersonales de una completa entidad psicológica. Nos
referimos al plano de las diferencias individuales. A este respecto la teoría del Apego de Bolwby nos
parece la teoría más adecuada para ocupar este plano.

De acuerdo con Bowlby (1973, 1980, 1982/1969) el apego (attachment behavioual system) es un
dispositivo conductual innato, que tiene importantes implicaciones en la conformación de la
personalidad y en la conducta interpersonal. Se trata de un sistema conductual que se activa cuando
las personas perciben amenazas y/o peligros. Cuando esto ocurre, los individuos buscan la
proximidad de personas que puedan protegerlos. Al obtener la proximidad y la protección, las
personas se sienten seguras y activan representaciones mentales positivas sobre los otros y sobre sí
mismos.

El apego tiene una función biológica evidente en los primeros años de la vida de un ser humano:
protegerlo de posibles daños asegurándole la proximidad con las figuras de apego, es decir, las
personas que cuidan y protegen al niño. Aunque esta función es crítica en los primeros años, según
Bowlby permanece a lo largo de toda la vida siendo relevante en los periodos de estrés y en las
experiencias traumáticas.

La teoría del apego tal como la propusieron la pareja intelectual Ainsworth-Bowlby y sus desarrollos
más recientes representan hoy en día un intento de integrar una teoría motivacional (por qué las
personas quieren estar próximas entre sí), otra biológica (el apego es fruto de la selección natural y
su naturaleza adaptativa implica que los componentes de dicho sistema deben ser universales) y una
teoría cognitiva (todas las conductas relacionadas con las experiencias de apego se integran en
modelos internos o representaciones mentales que permiten comprender las relaciones presentes y
futuras).

En este sentido, la teoría del apego y sus desarrollos actuales son insuficientes para explicar la
capacidad para las relaciones de la que hemos estado hablando en el curso de este artículo, al dejar
fuera la conexión de la vinculación con las necesidades de competencia y autonomía donde los
“otros” también juegan un papel esencial.

A lo largo de este artículo hemos seleccionado una serie de trabajos que desde diferentes
perspectivas teóricas y metodológicas apoyan que las relaciones interpersonales no dependen para
su funcionamiento de un conjunto disperso de reflejos (sean éstos innatos o aprendidos) sino de una
capacidad específica y diferenciada.

La capacidad humana para las relaciones interpersonales es una capacidad compleja pero primitiva.
Se ancla en el desarrollo de las habilidades más básicas que el ser humano tuvo que desarrollar
para convivir y competir con sus congéneres. Como tal, tiene sus correlatos cerebrales en las zonas
más evolucionadas de la corteza pero con conexiones claras con la amígdala y los centros que
regulan las experiencias apetitivas y evitativas, según nos muestran los últimos trabajos de lo que se
ha dado en llamar neurociencia cognitivo-social (Adolphs, 2003; Ochsner y Lieberman, 2001).

Podemos decir que la representación cognitiva de las relaciones interpersonales emerge como
resultado de la activación de esquemas sobre uno mismo, los otros y la relación. En el escenario
mental resultante tienen un papel relevante las expectativas y las metas de los protagonistas de la
relación, que actuarían como organizadores causales de la información activada. Del conjunto de
información activada en el escenario mental de las relaciones es interesante destacar: el impacto de
las relaciones previas sobre las nuevas, cómo afectan los otros a nuestro self, la capacidad para
discriminar la valencia de las expectativas de la conducta de los otros en la relación, la experiencia
previa con las figuras de apego y el contenido de las metas interpersonales.

Todo este esfuerzo tiene que satisfacer necesidades psicológicas importantes, básicas y universales
pero genuinas del ser humano, no aquéllas que comparte con otras especies. Necesidades y
motivos, como son las necesidades de autonomía, competencia y vinculación, que impliquen todo
este abanico de capacidades cognitivas y biológicas.

A este respecto, es relevante el papel específico que la teoría de la autodeterminación atribuye a la


capacidad para las relaciones interpersonales en el bienestar interpersonal, lo que además
constituye un argumento adicional favorable a la consideración de la capacidad para las relaciones
interpersonales como una capacidad diferenciada.

Por último, la comprensión y el estudio de las relaciones interpersonales pasa por la integración de
todo el conocimiento anterior en el sustrato cerebral que sustenta los mecanismos cognitivos
responsables de nuestra motivación por las relaciones.

Factor Afecto-sentimientos. Cinco tesis esenciales para la lógica afectiva:

Mi primera tesis, que coincide además con el punto de partida de cualquier lógica afectiva postula
que: sentimiento y pensamiento, –o emoción y cognición, afectividad y lógica, en un sentido amplio–,
interactúan obligatoriamente en la actividad psíquica. Las afirmaciones más sustanciales, a este
respecto, provienen de la investigación neurobiológica moderna que demuestra claramente que los
centros cerebrales emocionales y cognoscitivos están íntimamente relacionados y se influyen
mutuamente de continuo.

En el ámbito de la teoría de la lógica afectiva, el término «afecto» se utiliza como una noción general
que engloba todos los fenómenos emocionales. Partiendo de un denominador común que a mi juicio
reúne estos fenómenos, un afecto puede definirse como un estado psicofísico global de calidad,
duración y grado de consciencia variables.

Otra noción que conduce, como veremos más adelante, a consecuencias particularmente
interesantes es el aspecto energético de los afectos. El afecto corresponde, a mi entender, a un
estado energético dirigido de manera concreta o, de manera más precisa, a una distribución
específica de energía conectada en el transcurso de la evolución a ciertas percepciones y
comportamientos de importancia vital.

La ciencia está en estos momentos a punto de identificar, con precisión, un pequeño número de
estados genéticamente determinantes, llamados afectos de base, como son la curiosidad o el
interés, el miedo, el enfado, la alegría y la tristeza, y según ciertos autores, también el temor, el
hastío y la vergüenza.

El concepto de cognición dista mucho de utilizarse unívocamente en la literatura científica. Bajo la


influencia de la espectacular expansión de las «neurociencias cognitivas», se extiende también hacia
el campo de las emociones. El concepto de cognición se define, en el marco de la lógica afectiva,
como la capacidad de registrar y elaborar diferencias sensoriales. Esta definición, muy distinta a la
del afecto, entre otras cosas está unida a la noción de «bit», es decir, a la más diminuta diferencia
distinguible, fundamental en la teoría de la información. Con el término de lógica (en sentido amplio)
hay que incluir en el contexto de la lógica afectiva el modo en que los diferentes elementos
cognoscitivos son seleccionados y unidos entre ellos para formar entidades cognoscitivas
(«construcciones del pensamiento») más amplias.

Con el término de lógica (en sentido amplio) hay que incluir en el contexto de la lógica afectiva el
modo en que los diferentes elementos cognoscitivos son seleccionados y unidos entre ellos para
formar entidades cognoscitivas («construcciones del pensamiento») más amplias.

En ese sentido los afectos no funcionan únicamente como un proveedor de energía, es decir, como
motor (y también a veces como freno, como por ejemplo en los estados depresivos) de cualquier
actividad intelectual, como creía Piaget. Más allá influyen continuamente en el pensamiento y la
acción mediante una serie de «efectos conmutadores» o de «efectos operadores generales y
específicos » siguiendo mi terminología (un operador es una variable que influye en otra variable,
modificándola). Los efectos operadores generales de los afectos son, en su origen, idénticos en todo
estado afectivo. Estos efectos operadores generales, semejantes en todos los afectos, merecen
distinguirse de los efectos específicos de los afectos que influyen en el pensamiento y en la acción
de diferente modo según sea un afecto u otro.

Los afectos son por lo tanto –aunque conviene precisarlo– fenómenos claramente sensatos
(«sistemáticamente razonables», como diría Niklas Luhmann). Por el contrario, lo que parece
totalmente «irracional» es precisamente el «pensamiento sin sentimientos», según una fórmula del
conocido terapeuta sistémico Fritz B. Simon.
En suma, los afectos se corresponden –para utilizar un concepto fundamental en informática– con
reductores de complejidad enormemente eficaces, indispensables para comprender el mundo y la
realidad cotidiana que nos circundade energía emocional, domina y dirige el pensamiento abstracto
tanto como la acción concreta.

Nuestro pensamiento cotidiano incluye todo lo que es nuevo y excitante, pero que ha terminado por
convertirse en algo banal a fuerza de repetirlo. Habitualmente las emociones intensas del principio
devienen inconscientes poco a poco. No obstante, éstas conservan, en su nivel de inconsciencia, la
mayor parte de sus efectos sobre el pensamiento y el comportamiento.

Una ingente cantidad de sutiles regulaciones afectivas inconscientes están de continuo trabajando
en todas nuestras maneras de pensar, nuestras «mentalidades», ideologías o prejuicios (que
normalmente atribuimos a los demás) que parecen «triviales». Examinado bajo el ángulo de la
economía energética, el sentido de dicho mecanismo está muy claro. Se trata del rodaje progresivo
de nuestras maneras de pensar, aprendidas primeramente a cambio de inversiones emocionales
considerables, de manera que terminen por funcionar con un desgaste enérgico mínimo –por así
decirlo– con servoreguladores emocionales. La lógica afectiva postula, por lo tanto, que la búsqueda
de este «pensamiento placentero», de esta economía de energía emocional, domina y dirige el
pensamiento abstracto tanto como la acción concreta.

El descubrimiento de la novedad emerge, por decirlo así, de la tensión emocional dolorosa, de la que
una especie de sufrimiento corresponde sin duda, en última instancia, a la angustia.

Mi tercera tesis afirma que los sentimientos, pensamientos y comportamientos vividos


simultáneamente, en una situación determinada, tienden a agravarse en la memoria en forma de
unidades funcionales. Estas unidades se reactualizarán en situaciones semejantes y se diferenciarán
y se modificarán eventualmente bajo la influencia de nuevas experiencias. Se corresponden, por lo
tanto, con verdaderos «programas integrados de sentimiento, pensamiento y comportamiento» (que
llamaremos «programa SPC»). Sabemos perfectamente que los programas SPC adquiridos en la
primera infancia pueden ser el origen de líneas de comportamiento que persisten durante toda la
vida.

Mi cuarta tesis afirma, de una manera que puede parecer un poco enigmática a primera vista, que el
grande está dentro del pequeño y el pequeño está dentro del grande, o incluso, que la psique posee
una estructura fractal. La noción de fractalidad proviene de las teorías del caos y de la complejidad.
Puede traducirse por auto-semejanza en cualquier dimensión, pequeña o grande, y significa que
ciertas estructuras obedecen, en todos los tamaños posibles, a los mismos principios de
construcción.

Otro aspecto particularmente interesante de la fractalidad de la psique consiste en el hecho de que


en toda emoción, el resto de las emociones (de base) en cierta medida se ven siempre incluidas:
encontramos una pizca de amor en el odio, un asomo de miedo en la rabia, un atisbo de tristeza en
la alegría y viceversa.

Mi quinta tesis es, en cierto modo, el resumen de las cuatro anteriores. Ésta afirma que los afectos
son los motores y organizadores esenciales de toda evolución psíquica y social.
Las energías que ponen en marcha la dinámica de los procesos psicosociales, son la fuerza de las
emociones, tras considerar todos los hechos biográficos, socioeconómicos o religiosos. Nadie puede
comprender adecuadamente los conflictos sociales, las erupciones de violencia, las revoluciones y
los movimientos políticos –y, realmente, cualquier dinámica psicosocial– a través de aspectos
cognoscitivos si no tiene en cuenta de manera sistemática las interacciones entre cognición y
emoción.

Si entendemos los estados emocionales como energías omnipresentes, o si tendemos a destacar el


hecho de que los sentimientos son altamente contagiosos, sobre todo si emanan de personalidades
carismáticas como gurús u otros «individuos alpha», resulta muy claro que es de allí, y no de ningún
otro sitio, de donde provienen las fuerzas fundamentales que azuzan y mueven la dinámica psíquica
y social.

Si omnipresentes energías afectivas ejercen realmente todos los efectos de movilización,


organización y reducción de complejidad sobre el pensamiento individual y colectivo postulados por
la teoría de la lógica afectiva, ella tendrá forzosamente múltiples consecuencias en los ámbitos más
variados de la vida familiar y profesional del día a día a través del comercio, la publicidad y la
política, pasando por la pedagogía, la psicoterapia e, incluso, la teoría del conocimiento y de la
filosofía.

La comunicación es importante hay que tener en cuenta los continuos efectos emocionales sobre el
pensamiento y el comportamiento. Pues la comunicación está siempre afectivamente coloreada,
incluso cuando se presenta como «neutra» u «objetiva» (como ya he dicho, esas disposiciones
igualmente se corresponden con estados afectivos específicos). Cuando el color emocional de un
mensaje se corresponde con el humor afectivo del receptor, el mensaje será mucho más fácilmente
comprensible y aceptado que en el caso contrario.

Por esta razón cualquier vendedor, político, pedagogo o psicoterapeuta experimentado se esfuerza,
primeramente, en crear un ambiente emocional propicio antes de «entrar realmente en materia». O
mejor dicho: comienza por entrar él mismo en el mundo afectivo propio de su interlocutor o de su
cliente; conscientemente se deja «infectar» en cierta medida –este es exactamente el sentido de la
atención sistemática llevada a la transferencia o a la contratransferencia en psicoanálisis– y
«transmite» a continuación su mensaje sobre una «extensa onda» emocionalmente similar.

Desde siempre los pensadores y naturalmente los poetas han estado muy interesados por los
sentimientos. De cualquier manera, la noción hacia la que todas estas contribuciones convergen –y
convergen hacia la conciencia de que un pensamiento libre de afecto no existe ni puede existir– no
nos dirige sólo a una comprensión más global sino también más realista, más humana y quizá más
grata del hombre y del mundo.

Ahora y siempre nuestra suerte estará echada durante el transcurso de esta lenta y desmesurada
evolución, magnífica y cruel a la vez, que ya ha inventado centenares de millones de formas de vida
y que ha rechazado otras tantas.

Ciompi (2007), expresa que “por sorpresa, desde las ciencias de la evolución –y precisamente con
esta nota moderadamente optimista deseo terminar mi reflexión sobre las relaciones entre
pensamiento y sentimiento– nos llega desde hace poco una nueva luz de esperanza. Según últimas
investigaciones ya no es el brutal poder del más fuerte el que conduce a las mejores posibilidades de
sobrevivir. Es más bien la capacidad de trabajar en armonía, de colaborar en una forma diferente.
Por lo tanto, es una forma de economía, de armonía y en última instancia, de amor, la que se revela
como la invención más fructífera de la evolución a largo plazo.” (p.441)

Conclusión

Los sub-factores como la genética, inteligencia y los sentimientos, no solo inciden de una manera
integral y directa en el comportamiento humano, sino que son indispensables para explicarlo, pero
adicionalmente, se presentan dependencias mutuas entre estos factores, es decir, por ejemplo, la
inteligencia se sustenta en la genética pero también en lo afectivo-sentimientos, de ahí que
recientemente se hayan desarrollado teorías como la inteligencia emocional, expuesta por Goleman
o las inteligencias múltiples expuestas por Gardner. No se puede afirmar que uno u otro factor sea
preponderante o haya alguno que no tenga mayor importancia, todos son necesarios e
indispensables en la configuración del comportamiento de cada ser humano, dependiendo de otros
factores que también intervienen.

Si bien algunos autores consideran que esta incidencia se da en unos porcentajes definidos, Pinker
(2003, citado por Parra, 2013, p.122), esto no parece lógico, dado que sus efectos en cada individuo
tienden a presentar diferencias, de ahí que cada ser humano sea único e irrepetible, lo cual no quiere
decir tampoco que la contribución de cada factor sea igual, esta depende de múltiples variables,
tales como el contexto, las condiciones de la infancia, el desarrollo económico social de su familia y
de la sociedad en que se halla inmerso cada individuo, etc.

Referencias

Ciompi, L. (2007). Sentimientos, afectos y lógica afectiva: Su lugar en nuestra comprensión del

otro y del mundo. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, vol. 27, núm.

100, 2007, pp. 425-443. Asociación Española de Neuropsiquiatría. Madrid, España.

Recuperado en octubre 15 de 2017 de:

http://189.210.152.179/moodle/mod/resource/view.php?id=203358

Gámez, E. y Marrero, H. (2005). Bases cognitivas y motivacionales de la capacidad

humana para las relaciones interpersonales. Anuario de Psicología, vol. 36, nº 3, 239-260. Facultat
de Psicologia. Universitat de Barcelona.
Ochando, M. D. (2002). Genes y comportamiento de género: azar o necesidad? Departamento

de Genética. Facultad de Ciencias Biológicas. Universidad Complutense. Madrid.

Recuperado en octubre 14 de 2017 de:

http://189.210.152.179/moodle/mod/resource/view.php?id=203359

Parra, R. J. (2003). Desarrollo del Pensamiento en Artificios de la mente. Bogotá: Circulo de

Lectura Alternativa, IDEP.

Parra, R. J. (2013). Crecer en el humo. Visión Mundial Colombia. ISBN 978-958-99161-4–8.

Bogotá. D. C.

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