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Se dice también que cuanto más se preocupe el administrador para saber o aprender,
mejor ejecutará su rol, inclusive más preparado estará para actuar en el nivel operacional
en el cuál esté inserto. Cuanto más desarrolle conceptos, más capacitado estará para
actuar y desempeñar su cargo en el nivel institucional de la empresa u organización.
Se cree también que el papel del administrador cobrará mayor sentido cuanto más
conozca el contexto donde realizará su trabajo, cuanto más conozca a su equipo, cuando
se relacione, se comunique, direccione las responsabilidades, los mecanismos y
predisposiciones. Si integra todas estas directrices llevará de manera virtuosa y tendrá en
lo posible resultados óptimos en el desenvolvimiento de su papel administrativo.
También se requiere que un administrador deba conocer múltiples funciones tales como:
preparar un plan de trabajo, un presupuesto de gastos, construir un organigrama o
flujograma, saber plasmar e interpretar un balance, planificar y tener un control de la
producción, etc.
Me pregunto, si se espera que el rol del administrador cumpla, aplique, y tenga en cuenta
todos estos requerimientos en cualquier organización ¿Cómo entonces existen empresas
u organizaciones que decaen, que son estáticas y no tienen crecimiento? ¿Será que falla el
proceso administrativo? ¿Será que el papel del administrador no es competente en el
desenvolvimiento de sus funciones?
Como “Iglesia del Nazareno” somos una organización con el nivel institucional que nos
justifica y nos ampara legalmente, tenemos una personería jurídica y un fichero de culto.
Como JNI somos un departamento importante y vital de nuestra congregación y también
dentro de nuestra propia organización, contamos con la estructura y administración que
nos avala. Pero más aún es una gran verdad que tenemos una base Bíblica, la cual nos
guía y nos desafía en la “Extensión de la obra de Dios, a través del mensaje de Jesucristo”.
El interés que nos moviliza es “ser administradores de su reino”.
Somos un ministerio juvenil que existe para guiar a los jóvenes hacia una relación
con Cristo que perdure toda la vida, facilitando su crecimiento como discípulos en
el servicio cristiano.
Si somos todo lo que está expuesto, podríamos conjeturar: ¿somos administradores del
ministerio juvenil que profesamos? ¿Somos líderes que trabajamos en equipo? ¿Somos
personas capaces que conocemos nuestras funciones? ¿Somos administradores que
trabajamos en función del desarrollo ministerial?
A lo largo de cien años de Iglesia, de tanto tiempo transcurrido, aún sigue jugando en mi
mente las mismas preguntas ¿somos sabios administradores del reino de Dios? ¿Cuánto
estamos satisfechos con lo que hemos alcanzado?.