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El suicidio: ¿pecado, locura o crimen?

Aproximaciones desde la historiografía

Andrea Álvarez Marín

En sentido estricto el suicidio no es un problema emergente, pues ha sido una de las


constantes en la historia de la humanidad. Sin embargo, actualmente en Costa Rica las tasas de
suicidio son mayores que las tasas de homicidio, pero se le ha dado mayor importancia a este
último porque las agendas gubernamentales tienden a centrar su atención en los temas de
violencia e inseguridad ciudadana. El suicidio podría considerarse “emergente” en el sentido de
que recientemente organizaciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud
(OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) enfatizan en que las enfermedades
mentales (con las que vinculan el suicidio) serán uno de los grandes problemas del siglo XXI. Por
ejemplo, establecen que la incidencia de las enfermedades mentales ya es mayor que la incidencia
de cáncer y también establecen que 1 de cada 4 centroamericanos desarrollará algún tipo de
enfermedad mental a lo largo de sus vidas1. Este problema no sólo afectaría a los individuos que
sufren dichas enfermedades y a sus familias, sino también generaría presiones económicas sobre
los sistemas de salud.
Al pensar en términos de mentalidades colectivas, en el contexto actual el suicidio parece
entenderse como algo vinculado necesariamente con las enfermedades mentales. Tenemos varios
ejemplos de esto. Primero, hasta octubre de 2008 la tentativa de suicidio se encontraba penada en
Costa Rica2. El artículo 114 del Código Penal, ahora declarado inconstitucional, establecía que
cualquier persona que intentara suicidarse debía ser sometida a tratamiento psiquiátrico. El
vínculo “locura”-suicidio ni siquiera se cuestionaba. Otro ejemplo es que en el Plan Nacional de
Salud Mental 2004-2010 el suicidio es definido como una de las cuatro prioridades del plan (las
otras tres son la depresión, los trastornos en la infancia y los trastornos en la adolescencia).
Nuevamente vemos el vínculo enfermedades mentales-suicidio. Tercero, en el VI Informe del
Estado de los derechos de la niñez y adolescencia en Costa Rica (2008) se dedicó un apartado al
suicidio adolescente, donde partieron de cifras y explicaciones de la OMS para describir la
problemática actual3.
Por lo anterior, las principales disciplinas que se han enfocado en este tema han sido la
psiquiatría y la psicología. Desde estas se ha pretendido analizar las causas del mismo, los grupos
más vulnerables, las enfermedades mentales más propensas a culminar en suicidio y los
tratamientos más adecuados. En menor grado, la sociología también se ha ocupado de esta
problemática. Desde la sociología el interés reside no tanto en las motivaciones individuales que
llevan al suicidio, sino en identificar posibles disfunciones (económicas, políticas, sociales) de las
sociedades que contribuyen a que la incidencia del suicidio aumente.
Otras disciplinas interesadas en este tema han sido la medicina, la neurobiología, el
trabajo social y la salud pública. Sin embargo, el suicidio no puede permanecer únicamente en el
ámbito de estas disciplinas. El suicidio es una práctica compleja que se encuentra en las fronteras
entre lo religioso y lo secular, lo público y lo privado, lo moral y lo social, lo filosófico y lo
médico4. Es una práctica que tiene raíces no sólo en lo psicológico, sino también en lo social,

1
La Nación, 19 de julio de 2008, http://www.nacion.com/ln_ee/2008/julio/19/tecno-
080718130403.2h9glg50.html y La Nación, 5 de setiembre de 2007,
http://www.nacion.com/ln_ee/2007/septiembre/05/aldea1227324.html
2
La Nación, 3 de octubre de 2008, http://www.nacion.com/ln_ee/2008/octubre/03/sucesos1724226.html
3
Gutiérrez, Marisol y Piedra, Nancy (coord.) VI Informe del Estado de los derechos de la niñez y
adolescencia en Costa Rica. (San José, Costa Rica, UNICEF-UCR-PRIDENA, 2008). pp. 188-189.
4
Weaver, John y Wright David. “Introduction”. En: Weaver, John y Wright, David (edit). Histories of
Suicide. International perspectives on self-destruction in the modern world. (Toronto, Canada, University
of Toronto Press, 2009). p. 4.
2

familiar y biológico. Debido a esta complejidad surge la necesidad de que otras disciplinas se
aproximen a su análisis. En este sentido, la Historia tiene mucho que contribuir, pero usualmente
se encuentra ausente en los debates sobre el suicidio. La historia es importante porque le da
profundidad temporal a la problemática y nos permite comprender los principales cambios en las
actitudes hacia el suicidio.
Aún cuando actualmente el suicidio está aparejado con la salud mental, esto no siempre
ha sido el caso. Sus representaciones han variado de acuerdo con tiempo y espacio. Antes de ser
sinónimo de “locura”, en Occidente por mucho tiempo el suicidio fue interpretado como producto
de una “manifestación diabólica” y equivalente a un pecado capital. El análisis de la evolución
histórica de la práctica del suicidio nos permite ver que, al igual que cualquier otra manifestación
humana, el suicidio es una construcción socio-cultural que debe ser analizada de acuerdo con
contextos específicos. Por lo anterior, este trabajo pretende profundizar en las principales
contribuciones que desde la historiografía se han hecho en torno al suicidio.
A diferencia de las otras Ciencias Sociales cuyo interés en el suicidio data del siglo XIX
(siendo uno de los trabajos más representativos Le Suicide de Émile Durkheim-1897), este tema
empezó a ser tratado sistemáticamente por la historiografía desde 1980. El interés surgió como
parte de la creciente importancia adquirida por la historia social y cultural en las décadas de 1970
y 1980.5 Pese a su nacimiento reciente, a nivel internacional se han hecho suficientes
investigaciones como para poder denotar ciertas tendencias y enfoques en la historia del suicidio.
Los trabajos se podrían agrupar en dos grandes bloques principales. Una tendencia ha sido más
estadística y estructural sobre el suicidio. La segunda tendencia se aproxima más al campo de las
mentalidades y se relaciona con las actitudes que la muerte voluntaria suscitó en las distintas
sociedades a lo largo del tiempo. Ambas tendencias no son excluyentes entre sí puesto que hay
trabajos que han buscado abordar ambas problemáticas.
Al lado de las dos tendencias más importantes, hay un grupo menor de trabajos que
ahondan en otros enfoques. Un tercer grupo de trabajos se ha concentrado en escribir unas
“historias generales del suicidio.” En términos generales, explican cómo era concebido el suicidio
en la Grecia y Roma clásicas hasta la problemática contemporánea relacionada con la eutanasia,
los “terroristas-suicidas” y los suicidios colectivos de algunas “sectas”6. Otros trabajos analizan el
suicidio en períodos políticamente convulsos como la Revolución Francesa y la Alemania nazi7.
Un último enfoque, más explorado desde una perspectiva sociológica que histórica, es la visión
del suicidio como una de tantas manifestaciones de violencia y como algo directamente
relacionado con el homicidio8.
Para efectos de este trabajo, nos interesan los aportes de las dos vertientes teóricas
principales. La primera tendencia se concentra en la práctica del suicidio, es decir, en las
características que se pueden interpretar a partir de la información estadística. Las preocupaciones
de este tipo de estudios se relacionan con las fluctuaciones en los números de suicidios en el
tiempo, el suicidio diferenciado por género, la edad de los y las suicidas, su estado civil, su

5
Snyder, Terri. “What historians talk about when they talk about suicide: the view from early modern
British North America.” History Compass. United States. No. 5. 2. (2007). p. 659.
6
Al respecto se puede consultar: Andrés, Ramón. Historia del suicidio en Occidente (España, Ediciones
Península, 2003); Minois, George. History of Suicide. Voluntary Death in Western Culture. (United States,
Johns Hopkins University Press, 1995) y Isais, Miguel Ángel. “Del homicidio voluntario a la monomania
suicida: perspectivas históricas y explicativas de un mismo fenómeno.” En: Estudios Sociales Nueva
Época. México. No. 1. (2007).
7
Al respecto se puede consultar: Goeschel, Christian. “Suicide at the end of the Third Reich”. Journal of
Contemporary History. United Kingdom. Vol. 41. No. 153. (2006) y Merrick, Jeffrey. “Suicide and politics
in Pre-Revolutionary France”. Eighteenth century Life. United States. Vol. 30. No. 2. (2006).
8
Al respecto se puede consultar: O’brien, Robert and Stockard, Jean. “A Common Explanation for the
Changing Age Distributions of Suicide and Homicide in the United States, 1930 to 2000”. Social Forces.
United States. Vol. 64. No. 3. (2006).
3

ocupación, los métodos de suicidio más empleados y las principales razones para elegir el
suicidio. Es decir, el “quién, cómo, cuándo, dónde y por qué” del suicidio. Se podría llamar a este
tipo de estudios una visión “estructural” del suicidio.
Esta vertiente la han llamado heredera de la tradición de Émile Durkheim y una de sus
principales exponentes es Olive Anderson y su trabajo sobre el suicidio en la Inglaterra
victoriana, donde concluye que en la práctica del suicidio hay diferencias regionales, de género y
de ocupación y que dichas diferencias tendieron a cambiar a lo largo de su período de estudio9. Su
mayor acierto fue la aseveración de que la historia del suicidio en Inglaterra era diferente para
hombres y mujeres. 10
Aún cuando la autora reconoció los límites de las estadísticas debido a la probable
propensión al subregistro y las diferentes maneras de compilar las estadísticas a lo largo del
tiempo, cree que aún así brindan suficiente información como para analizar el suicidio.
Cabe detenerse aquí en el problema de las estadísticas. Las estadísticas no son del todo
objetivas y reflejan la mentalidad imperante en determinada época. El suicidio ha sido una de las
prácticas más estigmatizadas a lo largo de la historia por lo que muchas veces los familiares
prefieren esconder que la muerte fue un suicidio. Muchos suicidios reales quedan invisibilizados
bajo las causas de muerte “naturales” o “accidentales”.
Un aumento en el número de suicidios podría entonces estarnos diciendo varias cosas.
Primero, que el número de suicidios efectivamente aumentó. Segundo, que las formas de registrar
el suicidio aumentaron y se profesionalizaron. Tercero, que las actitudes en determinada sociedad
ante el suicidio se relajaron, y que por ende, las personas estén más dispuestas a reportarlos
(independientemente de si la práctica del suicidio realmente aumentó o no). De ahí que al
interpretar las estadísticas se debe tener en cuenta el contexto en el cual dichas estadísticas fueron
compiladas.
La segunda tendencia principal nació en gran medida como reacción a la primera.
Muchos historiadores tenían reservas en cuanto a la fiabilidad de las fuentes estadísticas y
desviaron su atención a la cuestión de las actitudes ante la muerte voluntaria. Es decir, fueron
incursionando más en el campo de las mentalidades colectivas. Jeffrey Merrik establece que el
“quién”, “cuándo”, “dónde”, “cómo” y “por qué” de la práctica del suicidio, no puede verse
divorciado de las actitudes de la colectividad ante dicha práctica11. Para Michael MacDonald y
Terrence Murphy, la importancia recae en el significado social del suicidio: cómo se define este,
cómo lo perciben los propios suicidas, sus familiares y la sociedad en general.12
Debido al énfasis en la cuestión de las mentalidades, estos trabajos han adoptado una
postura de larga duración en relación con el suicidio basados en la aseveración de Philip Ariés de
que las actitudes ante la muerte (en este caso las actitudes hacia el suicidio) evolucionan
lentamente13. Por esta razón, algunos autores(as) historizan el suicidio partiendo de la Edad
Media hasta el siglo XIX. La escogencia de este período no sólo corresponde a la necesidad de
abarcar lapsos de tiempo extensos, sino que también se debe a la transición que se operó en dicho
período.
En términos generales, dicha transición ha sido caracterizada por los conceptos de
“secularización”, “medicalización” y “patologización”. En breve, lo que gradualmente fue
sucediendo es que a la visión medieval del suicidio como un pecado y como una acción motivada

9
Anderson, Olive. Suicide in Victorian and Edwardian England. (United Kingdom, Oxford University
Press, 1987).
10
Anderson. Cit. p. MacDonald, Michael and Murphy, Terence. Sleepless souls: Suicide in Early Modern
England. (United Kingdom, Oxford University Press, 1990). p. 3.
11
Merrick, Jeffrey. “Suicide and politics in Pre-Revolutionary France”. Eighteenth century Life. United
States. Vol. 30. No. 2. (2006). p. 32.
12
MacDonald and Murphy, Sleepless souls, p. 4
13
Ariés, Philippe. El hombre ante la muerte. (Madrid, España, Tauros, 1999).
4

directamente por “el diablo”, particularmente a partir del “Siglo de las Luces” se fue relacionando
más al suicidio con la “locura”, la melancolía y posteriormente la depresión.
Un trabajo representativo de esta nueva vertiente es From sin to insanity: Suicide in early
modern Europe14 editado por Jeffrey Watt. En este libro se agrupan varios trabajos que analizan
los diferentes matices que adquirió dicha transición en los diferentes países de Europa. Según
Watt, ya para finales de 1700 el suicidio se había descriminalizado, secularizado y patologizado y
es esa la concepción que se tiene en la actualidad.15 En síntesis, la descriminalización hacía
referencia a una menor severidad en la aplicación de las penas a los suicidas o incluso en la
eliminación del suicidio (y la tentativa) como delito. Cada vez menos se acostumbraba mutilar los
restos de los suicidas, enterrarlos fuera de los cementerios y confiscar sus propiedades. Con una
mayor secularización se refieren a que el suicidio dejó de ser visto como un pecado y cada vez se
fue relacionando más con aspectos sociales y psicológicos. En el proceso de esta secularización
se dio paso a explicaciones más científicas y se atribuyó a la existencia de enfermedades
mentales.
Pero quizás el trabajo insigne sobre esta transición sería Sleepless souls: Suicide in Early
Modern England de Michael MacDonald y Terrence Murphy16. El tema central de Sleepless souls
es que durante los siglos XVI y la mitad del XVII aproximadamente, las actitudes hacia el
suicidio se hicieron más rígidas y estrictas para posteriormente hacerse más tolerantes hacia los
siglos XVIII y XIX. Los procesos de secularización, descriminalización y patologización se irían
consolidando durante el siglo XIX.
Explican que desde la Edad Media gracias a la influencia del cristianismo, se concebía al
suicidio como un homicidio cometido por instigación del “diablo”. Los y las suicidas debían ser
sometidos a juicio después de su muerte. Había dos posibles veredictos: “felon de se”
(responsables de cometer un crimen contra sí mismos) o “non compos mentis” (“lunáticos”).
Cabe aclarar la definición de “lunático” o “locura” en el contexto medieval. Durante la
época se pensaba que todos los suicidios estaban motivados por fuerzas sobrenaturales como el
“diablo”, y estas fuerzas sobrenaturales podían utilizar como medio una enfermedad, muchas
veces la melancolía y así lograban el suicidio de la persona17.
A quienes se determinaba que se habían suicidado en posesión de sus facultades se les
castigaba severamente. Sus propiedades eran confiscadas por la Corona, los cuerpos eran
mutilados o enterrados fuera de los cementerios (en calles públicas o muchas veces en los cruces
de caminos) y se les clavaba una estaca para impedir el movimiento18. Esto último se debía a que
se pensaba que los y las suicidas eran “sleepless souls”, almas que nunca descansaban y que iban
a continuar molestando a las personas vivas.
Pese a existir desde la Edad Media, estas leyes fueron aplicadas de manera poco rigurosa
a nivel local por una cierta solidaridad con los familiares de los suicidas, pero a partir de 1500 se
buscó la manera de aplicar rígidamente las penas, especialmente por razones político-económicas.

14
Watt, Jeffrey. Ed. From sin to insanity: Suicide in early modern Europe. (United States, Cornell
University Press, 2004). También se pueden consultar: Healy, Róisín. “Historiographical Reviews: Suicide
in early modern and modern Europe.” The Historical Journal. United Kingdom. Vol. 49. No. 3. (2006),
Snyder, Terri. “What historians talk about when they talk about suicide: the view from early modern British
North America.” History Compass. United States. No. 5. 2. (2007), Weaver, John y Wright, David (edit).
Histories of Suicide. International perspectives on self-destruction in the modern world. (Toronto, Canada,
University of Toronto Press, 2009) y Murray, Alexander. Suicide in the Middle Ages. The violent against
themselves. (United States, Oxford University Press, 1998).
15
Watt, From sin to insanity, p. 8
16
MacDonald, Michael and Murphy, Terence. Sleepless souls: Suicide in Early Modern England. (United
Kingdom, Oxford University Press, 1990).
17
MacDonald, Michael. “The medicalization of suicide in England: laymen, physicians, and cultural
change. 1500-1870”. The Milibank Quaterly. United States. Vol. 67. Suplement 1. (1989), p. 74.
18
MacDonald, “The medicalization of suicide”, p. 69.
5

La Corona tenía el interés de apropiarse de las propiedades de los suicidas condenados19. Sin
embargo, este período fue relativamente corto, pues ya hacia finales de 1600 iniciaron
gradualmente los procesos de secularización antes descritos y los veredictos “non compos
mentis” eran otorgados prácticamente en todos los casos de suicidio.
Según los autores, el proceso de secularización fue gradual, complejo e incompleto.
Durante el “siglo de las luces”, el jurista Beccaria promovió la abolición de las leyes contra el
suicidio. Por su parte, filósofos como Hume, Montesquieu, Voltaire y Rousseau debatieron sobre
la racionalidad/irracionalidad del suicidio, unos apoyaron la práctica, otros la rechazaron. Sí había
una leve contradicción entre las posturas de los filósofos, muchos de los cuales justificaban el
suicidio como una decisión racional, y los médicos que lo veían como producto de la locura.
Independientemente de lo anterior, lo relevante es que desde ambas perspectivas las causas sobre-
naturales del suicidio perdieron importancia20. La comunidad médica adquiere la preeminencia en
esta transición hasta el siglo XIX, pero durante el siglo XVIII, abogados, juristas y filósofos
tuvieron mayor impacto en este proceso21. Este proceso se mantuvo incompleto en muchos países
hasta bien entrado el siglo XIX. Por ejemplo, muchos de las penas legales del suicidio fueron
oficialmente abolidas hasta ese siglo.
El proceso de secularización debe entenderse en sentido amplio ya que va más allá de la
pérdida de importancia del cristianismo en las actitudes ante el suicidio. La secularización es el
rechazo de la creencia en las frecuentes y potentes intervenciones de lo sobrenatural. La sociedad
fue secularizada en el sentido de que las clases gobernantes se rehusaron a institucionalizar y
darle legitimidad a las creencias en magia, brujería, posesión diabólica, presencia de milagros de
sanación y fenómenos afines. Lo anterior no implica que la religión perdió importancia o que el
suicidio dejó de ser visto como un pecado, pero el suicidio perdió su carácter sobrenatural22.
Cabe aclarar que el proceso anterior describe lo sucedido en la Inglaterra moderna y, con
ciertas consideraciones puede ser aplicado a otros países siempre y cuando se respeten los
contextos específicos. Sin embargo, este es un proceso netamente occidental.
Otros trabajos han criticado la postura explicada anteriormente. No critican la transición
como tal, pero no la ven como un proceso en el cual la visión religiosa (o la creencia en lo
sobrenatural) dejó de predominar, sino que establecen que las diferentes interpretaciones sobre el
suicidio competían entre sí.
Por ejemplo, Paulo Drinot en “Madness, Neurasthenia, and Modernity”23, en un trabajo
sobre el Perú del siglo XX, establece que los doctores rechazaban la visión de la Iglesia y no
concebían al suicidio como pecado. Para ellos la persona no tenía control sobre sus decisiones. En
lo que sí coincidían con la Iglesia, era en que el suicidio era un síntoma de la degeneración moral
y social.24 Existía una pugna entre ambas interpretaciones y la visión religiosa no dejó de existir
por completo.
Reconocer que la visión anterior no había desaparecido llevó a otros autores a
replantearse los conceptos de “secularización” y “medicalización”, aún cuando se aceptara que la
secularización era incompleta. Susan Morrissey propuso entonces el concepto “hibridación” para
referirse a la transición25. En ese proceso, ambas visiones existían juntas y competían entre sí por
supremacía. El nuevo concepto permite evidenciar que otras ideologías y visiones de mundo

19
MacDonald, “The medicalization of suicide”, p. 70.
20
MacDonald, “The medicalization of suicide”, p. 84.
21
MacDonald, “The medicalization of suicide”, p. 70.
22
MacDonald y Murphy, Sleepless souls, p. 6.
23
Drinot, Paulo. “Madness, Neurasthenia, and “Modernity”: Medico-Legal and Popular interpretations of
suicide in early twentieth-century Lima”. Latin American Research Review. United States. Vo. 39. No. 2.
(2004).
24
Drinot, “Madness, Neurasthenia, and “Modernity,” p. 98.
25
Morrisey cit. p. Healy, “Historiographical Reviews”, p. 918.
6

compiten contra la visión religiosa y que paulatinamente la van desechando, pero no sin
apropiarse de algunos de sus elementos, pero la visión religiosa no desaparece.
Como vemos, la mayoría de los trabajos se han concentrado en los períodos medieval y
moderno de la historia europea. Pocos han traído el tema del suicidio a las décadas más recientes.
De ahí, resulta provechoso rescatar el trabajo de Ruth Mcmanus para el caso específico de Nueva
Zelanda26. El aporte de este trabajo radica en dos razones. Primero, que no se refiere a Europa
(aunque rescata la influencia de este continente en Nueva Zelanda). Segundo, que estudia la
transición ya mencionada, pero agrega una nueva “etapa”, propia de la historia más reciente.
Para la autora, Nueva Zelanda ha pasado por las etapas de “criminalización”,
“patologización” y una nueva etapa en la que el énfasis está puesto en los “grupos de riesgo”. Las
dos primeras son similares a lo dicho por otros autores. En la primera se criminaliza al suicidio y
se penaliza el cadáver del suicida y sus bienes. En la segunda, se enfatizan los aspectos
psicológicos que conducen al suicidio y su énfasis está puesto en los que sobreviven para
“curarlos” a través del tratamiento psiquiátrico.
Mcmanus propone el concepto “grupos de riesgo” (riskification) para caracterizar el
período 1975-2000 en Nueva Zelanda. Ahora el énfasis no estaría puesto sólo en los suicidas o en
quienes sobreviven a la tentativa de suicidio, sino en identificar a los grupos más vulnerables que
podrían cometer el suicidio y desarrollar políticas de prevención. En Nueva Zelanda el énfasis ha
estado puesto en la vulnerabilidad de los jóvenes a las enfermedades mentales y se buscan
realizar estrategias para que estos puedan adoptar un “modelo de vida saludable”. El aporte de
esta obra es continuar analizando los cambios que operan en las actitudes en torno al suicidio y en
rescatar los cambios que se han dado en períodos más recientes, períodos poco explorados por los
historiadores.
Conviene ver ahora los trabajos que se han hecho desde Costa Rica. Estos trabajos han
analizado el suicidio durante la primera mitad del siglo XX y en las últimas décadas del siglo
XIX. Por ende, las conclusiones de estos trabajos no podrían ser extrapoladas a la Costa Rica
presente, pero sí nos arrojan datos interesantes.
El primero de los trabajos es el de Ana Paulina Malavassi llamado “Perseguidos por su
propia tortura: suicidas en Centroamérica (1905-1914)”27. La autora parte de que el suicidio es el
intento de quitarse la vida, independientemente de si la muerte se da o no.28 Entonces analiza los
suicidios y también las tentativas de suicidio en los distintos países de Centroamérica con base en
fuentes periodísticas y busca construir el “quién, cómo, cuándo, dónde y por qué del suicidio.”
Por ejemplo, describe la proporción de suicidas por género, los métodos empleados, las horas del
día en que se cometía, los días de la semana, las ocupaciones de los suicidas, las edades de los
suicidas y su estado civil.
Entre sus principales conclusiones se pueden mencionar las siguientes. Primero, que la
mayor cantidad de suicidios corresponden al género masculino. Ella explica esta desproporción
con base en las exigencias sociales diferenciadas entre hombres y mujeres29. Al hombre se le
exige ser exitoso y el proveedor de la familia, mientras que la mujer debe asumir un rol de
subordinación con respecto a su marido. Cuando el hombre no cumple con dichas exigencias ha
optado por acabar con su vida. Segundo, concluye que las personas más afectadas tienden a ser
jóvenes entre 12 y 30 años en parte por las características propias de la juventud. Por ejemplo, es
un período en el cual las personas son vulnerables a caer en la presión social del consumo de
drogas y desde el punto de vista biológico, enfermedades mentales como la esquizofrenia

26
Mcmanus, Ruth. “Freedom and Suicide: A genealogy of suicide regulation in New Zealand 1840-2000”.
Journal of Historical Sociology. United Kingdom. Vol. 18. No. 4. (2005).
27
Malavassi, Ana Paulina. “Perseguidos por su propia tortura: suicidas en Centroamérica (1905-1914)”.
(Inédito).
28
Malavassi, “Perseguidos por su propia tortura,” p. 8
29
Malavassi, “Perseguidos por su propia tortura,” p. 33
7

empiezan a manifestarse.30Por último, concluye que la mayor cantidad (la mitad) de suicidios
responden a razones pasionales, seguidas por problemas relacionados con la depresión.
Por su parte, Francisco Javier Álvarez en “Negación de la vida o escape de la realidad.
Suicidios en San José: 1881-1922”31, analiza el suicidio con base en otras fuentes: los expedientes
judiciales. Al igual que Malavassi pone su interés en aspectos como el género de los suicidas, su
nacionalidad, las edades, el nivel de instrucción, su ocupación, el lugar dónde se cometió el acto,
los medios utilizados y los principales motivos del suicidio.
Según Álvarez, hay causas internas y externas del suicidio.32 En las primeras ubica a la
depresión, a la enfermedad y a la “demencia”. En las segundas, motivos políticos, económicos y
motivos amorosos. Con base en la información brindada por los expedientes judiciales, elaboró
una tipología para clasificar los móviles del suicidio: pasional, enfermedad, económico,
familiares, imprudencia, honor, políticos, la patria y desconocido33. Similar a las conclusiones de
Malavassi, el autor establece que los dos principales móviles del suicidio fueron los pasionales, y
segundo, los relacionados con algún tipo de enfermedad (física o mental).
Por último, el año pasado tuve la oportunidad de elaborar un trabajo llamado “El suicidio
en Costa Rica (1900-1950)”34 con base en fuentes periodísticas y los anuarios estadísticos del
período. Similar a los otros dos autores, primero buscamos analizar el “quién, cómo, cuándo,
dónde y por qué” del suicidio. Luego analizamos el discurso de la prensa en torno al suicidio para
ver el grado de secularización (o hibridación) que habían alcanzado las actitudes en torno a dicha
práctica.
En este caso nos interesa referirnos al “por qué” del suicidio. Aquí obtuvimos
conclusiones similares que Malavassi y Álvarez. La categoría de problemas pasionales representó
el 44% de los suicidios, seguida por la categoría de enfermedades en general con un 23%. Al
restarle a este porcentaje las enfermedades físicas, las enfermedades mentales sólo ocuparon el
20% de los suicidios35.
Lo interesante es que pese a que en términos numéricos las enfermedades mentales no
representan un porcentaje considerable, la prensa sobredimensionó el impacto de las mismas en el
suicidio. Los suicidios se explicaban en términos de “locura” permanente o espontánea (cómo la
inestabilidad mental producida por el consumo del alcohol). Y en los casos en que no había forma
de atribuir el suicidio a estas razones, explicaban que lo que había ocurrido no era un suicidio,
sino un accidente36.
La situación anterior puede deberse a dos razones. Primero, podría haber sido más
apropiado para la prensa difundir la idea de que las enfermedades mentales conducían al suicidio
porque así sólo los “locos” serían víctimas de dichas decisiones. El resto de la sociedad no sería
entonces vulnerable a dicha práctica. Esta pudo haber sido una forma de mantener el suicidio
“bajo control” y una manera de separar la parte de la sociedad que era “normal” de la parte de la
sociedad que estaba “desviada o enferma”.
Segundo, pudo haber ocurrido que efectivamente muchos de los suicidios que no fueron
descritos como producto de las enfermedades mentales en realidad sí hayan respondido a las
mismas. Aquí lo que habría ocurrido es que varias enfermedades mentales no fueran debidamente
diagnosticadas porque la disciplina psiquiátrica no se encontraba tan desarrollada durante el

30
Malavassi, “Perseguidos por su propia tortura,” p. 37
31
Álvarez, Francisco Javier. “Negación de la vida o escape de la realidad. Suicidios en San José: 1881-
1922”. Ponencia presentada al Tercer Congreso Centroamericano de Historia. Costa Rica, 1996.
32
Álvarez, “Negación de la vida,” p. 15
33
Álvarez, “Negación de la vida,” p. 16
34
Álvarez, Andrea. “El suicidio en Costa Rica (1900-1950)”. (San José, Costa Rica, Inédito, 2008).
35
Álvarez, “El suicidio en Costa Rica”, p. 41.
36
Al respecto del discurso de la prensa en torno al suicidio se puede ver: Álvarez, Andrea. “El suicidio en
la prensa de Costa Rica (1900-1950)”. San José, Costa Rica, 2009. (En prensa).
8

período. Sin embargo, los problemas pasionales (44%) representaron el doble de las
enfermedades mentales (20%). Por su parte, los otros dos trabajos historiográficos llegaron a
conclusiones similares. Esto quiere decir que para que “la locura” haya sido la principal causal
del suicidio, el número de personas no diagnosticadas debería de haber sido demasiado alto.
Entonces, ¿el suicidio es pecado, locura o crimen? Como hemos visto, la respuesta
depende del período histórico al que hagamos referencia. La práctica del suicidio siempre ha
existido, pero la historiografía nos demuestra que las actitudes ante el mismo han cambiado a lo
largo de la historia y el suicidio no siempre ha sido juzgado bajo una lógica médico-psiquiátrica.
Por otro lado, estudios empíricos sobre el suicidio en nuestro país cuestionan la creencia de que
todos los suicidios fueron motivados por enfermedades mentales.
Personalmente creemos que las enfermedades mentales son reales y que sí podrían
motivar muchos suicidios. Sin embargo, ¿todos los suicidios se originan en enfermedades
mentales o como sociedad estamos siendo culpables de una falsa generalización?
La respuesta a esa pregunta es relevante pues tendría implicaciones en la formulación de
políticas públicas, que es en el fondo, lo más importante en el presente. Si el suicidio es siempre
producto de enfermedades mentales entonces las políticas públicas deben seguir determinado
rumbo. Pero si, en cambio, el suicidio puede también tener motivaciones independientes del
estado mental del individuo (problemas económicos, familiares, de pareja, etc), se deben ampliar
los tipos de política pública a implementar.

Bibliografía

Álvarez, Andrea. “El suicidio en la prensa de Costa Rica (1900-1950)”. San José, Costa Rica,
2009. (En prensa).

Álvarez, Andrea. “El suicidio en Costa Rica (1900-1950)”. San José, Costa Rica, Inédito, 2008.

Álvarez, Francisco Javier. “Negación de la vida o escape de la realidad. Suicidios en San José:
1881-1922”. Ponencia presentada al Tercer Congreso Centroamericano de Historia. Costa Rica,
1996.

Anderson, Olive. Suicide in Victorian and Edwardian England. United Kingdom, Oxford
University Press, 1987.

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