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Williams Eric: El negro en el Caribe y otros textos, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2011.

Coordinadora editorial Graciella Chailloux Laffita, traductor Samuel Furé Davis. Epílogo Humberto García
Muñiz.

Un acontecimiento editorial notable puede considerarse –en el centenario del nacimiento de


Eric Eustace Williams- la publicación por Casa de las Américas de dos de sus libros
capitales: El negro en el Caribe y Capitalismo y Esclavitud, en una tirada enriquecida con
17 cartas inéditas cruzadas entre Williams, Fernando Ortiz y otras personalidades, y el
testimonio de una visita oficial que, en su condición de primer ministro de Trinidad y
Tobago, realizó el autor a la mayor de las Antillas en el año 1975.
La presente publicación además de ser la primera en idioma castellano de El negro en el
Caribe, puede considerarse una incitación a estudiar, en conjunto, estos dos primeros
libros. Divulgados originalmente entre 1942 y 1944, fueron el resultado de la culminación
de un hito en su pensamiento y su acción: la del cierre de una etapa formativa y de
maduración, luego de que presentara en 1939 su tesis The Economic aspect of the abolition
of the West Indies slave trade and slavery, y fuera aceptado a trabajar en la Universidad
estadounidense de Howard, en Washington D.C., donde permaneció durante 10 años, en un
medio favorable para la confección de los dos textos de nuestro interés. La profundización
en las singularidades de este período en Williams bien puede ser revelador para el análisis
integral de un pensamiento al que todavía no se le ha prestado toda la atención que merece.
Sus trabajos acerca de la historia de la servidumbre de los africanos en el Caribe y la
relación entre la revolución industrial inglesa del siglo XVIII y la esclavitud los realiza
luego de alcanzar un conjunto de habilidades y conocimientos difícilmente reunidos por
ningún otro historiador gracias a las opciones que le brindó su dominio del francés y el
español, además de su idioma materno; a haber alcanzado el PHD de la Facultad de
Sociología y Ciencias Sociales en uno de los centros de mayor prestigio, la Universidad de
Oxford, lo que lo acreditó como historiador, según el tipo de estudios en que se especializó:
y a haber viajado por casi todo el Caribe gracias a la obtención en 1940 de una beca
Rosenwald que le permitió conocer en su entorno a las personalidades intelectuales más
destacadas de Cuba, Puerto Rico, Haití y República Dominicana, lugares donde visitó los
archivos y recopiló información valiosa para su trabajo. Este periplo que extendió
posteriormente a las otras islas gracias a su desempeño en la Oficina de Servicios
Estratégicos de EEUU, vinculada a la Comisión Anglo Americana del Caribe y su sucesora,
la Comisión del Caribe, en actividades también comprometidas con la investigación de
repositorios documentales.
La orientación singular que Williams aportó a sus temas resulta de interés a la hora de
interpretar su obra. La novedad está íntimamente con las peculiaridades de una generación
que alcanzó su predominio entre 1924 y 1953, influida por los avatares y búsquedas
ocasionada por el caos de la Primera Guerra Mundial, los conflictos propios de la crisis
mundial de 1929, y el contexto de haberse convertido el Caribe -según el autor- en un
Mediterráneo estadounidense, con Puerto Rico como su Gibraltar. Esta situación signó de
conjunto a uno de los grupos intelectuales más brillantes que ha dado esta parte del mundo,
influyente todavía en los derroteros del pensamiento político actual. Entre ellos: Cyril
Lionel Robert James y George Padmore, de Trinidad; Aimé Cesaire y Franz Fanon, dr
Martinica; y, E. R. Braithwaite, en el caso de Guyana.
Igualmente de interés resulta la extracción socio clasista y las vivencias de este hijo de
Trinidad y Tobago. Habitante de uno de los barrios pobres de Puerto España e integrante
del sector social medio bajo, debido a los escasos recursos de su padre -un empleado del
correo que debía agenciárselas para poder mantener a sus doce hijos-, fue discriminado por
negro, según el mismo ha revelado en su libro Inward Hunger: the education of a Prime
Minister, de 1969.
Fue sensible, por demás al hecho de no existir para principios del siglo XX una
nacionalidad definida en las islas inglesas o francesas, las que resultan, en su opinión, una
dependencia parásita del Viejo Mundo y de las ideas del Viejo Mundo; situación que como
en cualquier otro lugar del mundo se solucionará –añade- cuando un arte nacional, una
literatura nacional pueda reemerger, solo cuando se retire la mano muerta del control
extranjero. Cuando llegue ese momento –amplía Williams-, como en cualquier otro lugar,
el negro será partícipe de ese renacimiento.
En resumen, la generación a la que perteneció Williams fue la misma que en
Latinoamérica propició la Reforma de Córdoba, en Argentina; la Revolución Mexicana, de
1910; y los movimientos de lucha social que en esta parte del mundo dieron por resultado el
derrocamiento de la vieja oligarquía y su sustitución por exponentes de los sectores medios.
Movimiento que en las Antillas británicas y francesas tuvieron su expresión entre 1935 y
1938 en una serie de movilizaciones y manifestaciones de rebeldía presentes en la huelga
azucarera en Saint Kitts (1935); y la revuelta contra el aumento del derecho de importación,
en San Vicente (1935); la huelga del carbón, de Santa Lucía (1935); las disputas laborales
en las plantaciones azucareras de Guayana (1935) y la revuelta en las plantaciones de
Guyana (1937); la huelga en el sector petrolero devenido en paro general, en Trinidad
(1937); la huelga azucarera de Santa Lucía (1937); los problemas azucareros en Jamaica
(1937); y las huelgas en los muelles de este último país (1938). Todo ello acompañado por
un proceso inédito en esta área: la formación de Sindicatos y Partidos Políticos en casi
todas partes.
Williams puede considerarse el historiador de esta generación, el que llevará al campo
historiográfico los problemas específicos que debió enfrentar con la paulatina conversión
del Caribe en un mar jurisdiccional de los Estados Unidos. Las consecuencias derivadas de
los derivados de las singularidades de la conversión de los antiguos esclavos en hombres
libres, y del fin de la antigua plantación, no significaron la desaparición de los males del
latifundismo. Temáticas que en parte habían sido tratadas por la intelectualidad cubana del
XIX, que al igual que la del siglo XX, las llevó al género historiográfico, como medio
propicio para abordar los problemas de la realidad colonial, en un afán por propiciar una
nueva memoria colectiva surgida de un conocimiento de los problemas que permitieran una
posible solución.
No es fortuito que el precedente historiográfico caribeño a la Historia del negro en el
Caribe, lo fuera la Historia de la Esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros
días, del cubano José Antonio Saco, publicada en 1875, así como su Historia de la raza
africana en el Nuevo Mundo y en especial de los países Américo Hispanos, de 1879. Y que
las afectaciones de la nueva variante de la plantación del siglo XX, incentivada por los
inversionistas norteamericanos, tuviera un tratamiento anterior en el también cubano
Ramiro Guerra –al que conoció en su viaje a La Habana-, un referente obligado en Azúcar
y población en las Antillas, publicada en 1927.
Aunque Capitalismo y Esclavitud es un libro posterior a El negro en el Caribe, las dos
obras forman una suerte de corpus unitario en la medida en que están emparentadas con la
amplia investigación que llevara a efecto Williams para la elaboración de su ya mencionada
tesis en 1939. Los fines de esta, mediados por las condicionantes de un trabajo académico,
y de su defensa en un tribunal inglés, se presentan sin cortapisas en su libro de 1944, en el
que plantea se trata de un estudio económico del papel representado por la esclavitud y la
trata de esclavos negros en el suministro del capital que financió la revolución industrial
en Inglaterra, y del capitalismo industrial maduro en la destrucción del sistema esclavista.
O sea, dedicado en primer lugar a la historia económica inglesa, y en segundo lugar a la
historia del negro y el antillano.
La novedad no se encuentra, como en ocasiones se ha planteado, en analizar el proceso de
la eliminación de la trata y la esclavitud sobre la base de sus determinantes económicas, en
detrimento de la tesis de que se debió al movimiento moralista propiciado por las
sociedades abolicionistas europeas. Lo original era hacer descansar el análisis desde el
ángulo de la política colonial de una metrópoli que como resultado de la Revolución
Industrial va a gestar una política colonial diferente y que tenía su razón de ser, en gran
medida, en fundamentos económicos.
Mientras Capitalismo y Esclavitud se centra en el análisis económico –excepción aparte
del capítulo dedicado a Los esclavos y la esclavitud-, el primero de sus libros publicados se
consagra en la problemática social del negro en todo el Caribe. En su tratamiento se vale de
las posibilidades de un análisis de larga duración que se extiende desde el siglo XIX hasta
el XX y no es ajeno a una historia comparativa en la que afloran los elementos comunes y
diferentes de todas las islas del arco antillano, además de abordar las singularidades, para
nuestros territorios, de la colonización francesa, danesa, inglesa, española, holandesa y
norteamericana. Las vivencias de Williams en todos nuestros territorios, más en Estados
Unidos le da ocasión para hacer consideraciones generalizadoras de gran interés, como la
de que la condición racial en el Caribe y en aquel país es radicalmente diferente y, por lo
tanto, incomprensible tanto para los blancos como para los negros nacidos en los Estados
Unidos.
El volumen de las obras de Williams que nos presenta Casa de las Américas bien pudiera
ser un detonante propiciatorio para un análisis conjunto de la producción historiográfica y
el pensamiento de este trinitense universal, el mismo que en 1970 elaboró una notable
historia del Caribe bajo el título From Columbus to Castro: The history of the Caribbean
1492-1969, y que ya cuenta, gracias al Instituto Mora de México, una edición al castellano,
de 1984.
Dr. Arturo Sorhegui D’Mares

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