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LA CULTURA Y LA IDENTIDAD PERONISTA

El peronismo, el hecho central en el siglo XX, fue un fenómeno


esencialmente cultural. Con él se puso en marcha un proceso de cambio de
mentalidad, un nuevo país. El subsuelo de la Patria encontraría en Juan Perón un
hombre con la fuerza necesaria para transformar irreversiblemente la vida de los
sectores más olvidados. Esta primera clase pretende contribuir al ejercicio de la
reflexión sobre la construcción cultural del peronismo y de su pensamiento
justicialista. Asimismo, se propone trazar algunas líneas acerca de las culturas que
se fueron constituyendo en la Argentina, su perfil ideológico y los campos de
batalla que fueron conquistando para legitimar su hegemonía.

Parte I
Sobre la cultura
Según el Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos cultura
proviene de la etimología latina y se asocia con la acción de cultivar o practicar
algo, también con la de honrar; de ahí la connotación inicial asociada al culto:
tanto a una deidad religiosa como al cuerpo o al espíritu. En su origen entonces,
el concepto está vinculado con la idea de la dedicación, del cultivo (M. Szurmuk
y R. MckeeIrwin, 2009:71)
En términos generales, se considera que cultura es la manifestación artística
de disciplinas como la literatura, la música, la pintura, etc. pero esta definición
reduce la dimensión que ella tiene en la vida de los pueblos y de las personas.
La cultura está conformada por instituciones y el conjunto de modos de
vida, simbólicos y performativos, que están sobredeterminados por lo histórico y lo
geográfico y son propios a formaciones sociales concretas, que se desarrollan en
particulares modos de producción, distribución y consumo de bienes y artefactos
con valor simbólico.
En el término más amplio de la palabra, cultura es el conjunto de valores
que dan sentido y condicionan la conducta o forma de ser de un pueblo y de las
personas que lo integran y abarca todas las manifestaciones de la vida colectiva
e individual: política, Estado, escritura, educación, relaciones sociales, religión,
trabajo, etc.

La cultura como lugar de conflicto y mecanismo de poder


En la Argentina la cultura liberal o mitrista fue capaz de construir una historia
oficial que analiza nuestra historia desde la óptica de las elites dueñas del país. El
historiador, Norberto Galasso define a la historia liberal como “oficial” porque 1) se
enseña desde hace décadas en los diversos niveles de enseñanza, 2) predomina
en los medios masivos de comunicación, 3) está presente, indiscutida e
indiscutible, en los discursos y la iconografía oficial, 4) se yergue en las estatuas de
las plazas y dominaciones de calles y localidades.
Su principal gestor es el General Mitre, político e historiador perteneciente a
una de las familias argentinas más poderosas. Mitre reaseguró el predominio de
sus ideas con la fundación del diario “La Nación”, como diría Homero Manzi: “un
prócer que se dejó un diario de guardaespaldas”.
El liberalismo supo imponer su voluntad a todos los argentinos, no solo en el
terreno económico sino en el conjunto de la estructura social a partir de sus
concepciones, valores y creencias, denostando lo autóctono, lo propio de
nuestras raíces. Estos sistemas de dominación encuentran un vehículo en la
cultura en su sentido más amplio a través de la moda, los deportes, la comida, las
artes y la literatura.
Esta imposición y control se da en parte por los aparatos represivos del
Estado, pero también por el consenso. El consenso es la aceptación -no por cierto
total ni completamente pasiva- de las clases dominadas. Esto quiere decir que la
clase dominante tiene la capacidad de imponer su cosmovisión del mundo y
regular el comportamiento social en su conjunto, esta capacidad de una clase
de dirigir los destinos de la sociedad a partir de su supremacía ideológica es la
hegemonía. Al imponerse una cultura como hegemónica, logra instalar y
universalizar los cánones del modo de entender el mundo, los buenos modales, la
belleza, entre otros. Tal es así que todos y todas nos encontramos atravesados y
repitiendo la historia oficial, y reproducimos, de una manera u otra, tradiciones y
costumbres gestadas en el seno de la elite liberal.
Sin embargo, la hegemonía no es algo ni totalmente puro ni tampoco
inmutable. Dentro de sus reflexiones teóricas Antonio Gramsci, autor del concepto
de hegemonía, dice en este sentido que la hegemonía radica en el plano moral,
ideológico y cultural y aquí es donde se forja el horizonte para la sociedad, en la
construcción de un consenso perpetuo. La clave para Gramsci se encuentra en el
terreno de la cultura. Dicha pelea se da generando una contrahegemonía que
impulse esos otros valores de la cultura oprimida. Los sujetos son, además de
actores necesarios para promover el cambio, el propio recinto de combate
donde se definen los destinos de la nación.
Entonces, diremos que la cultura es por un lado, un poderoso inmovilizador
de la capacidad reinventiva de los pueblos y por otro, el lugar de emancipación
y liberación. Tal como la define el Diccionario de Estudios Latinoamericanos
Culturales: “La cultura está asociada a los discursos hegemónicos y al mismo
tiempo a los que desestabilizan dicha hegemonía; la cultura como el espacio de
intervención y agonía, pero igualmente como zona de resistencia en los procesos
colonial/neo/poscoloniales, como ese esfuerzo para descolonizar y para su nueva
articulación en procesos constitutivos de las identidades” (M. Szurmuk y R.
MckeeIrwin, 2009:71).
El sociólogo y profesor de la UBA Eduardo Grüner reflexiona acerca de la
cultura no como un monumento monolítico sin fisuras, sino como un espacio en
movimiento, atravesado por constantes conflictos y tensiones que redefinen los
propios límites de ese espacio y las lógicas con las cuales pensarlo.
“Pensar que la cultura es uniforme armónica y unitaria, donde cada
tanto (¿en años electorales, por ejemplo?) emerge la “anomalía” de un
conflicto de intereses actuado simbólica e ideológicamente es un grave
error. La cultura es por definición un lugar en disputa, una batalla
permanente y donde, al revés, son los momentos de aparente “paz” los que
deben considerarse “anomalías” producidas por la “hegemonía” del
pensamiento dominante” (2011).
Por lo tanto, la cultura es entonces un campo de batalla perpetuo, pues la
cultura es ella misma un escenario “básico” de las relaciones sociales y políticas
de poder.

Daniel Santoro. Lucha de clases II – Óleo, 50 cm, 2008.


Sociología de la cultura. Una concepción de la Doctrina Justicialista
“La cultura es determinante de la felicidad de los pueblos, porque por
cultura debe entenderse no solo la preparación moral y el arma de combate
para sostener la posición de cada hombre en la lucha cotidiana, sino del
instrumento indispensable para que la vida política se desarrolle con tolerancia,
honestidad y comprensión”. Juan D. Perón
La Escuela Superior Peronista en su libro Sociología Peronista describe a la
cultura ante todo como una expresión de la personalidad de los pueblos.

Concepto de cultura:
Como cultivo, perfeccionamiento, ejercicio de las cualidades del
hombre/mujer con el objetivo de superar progresivamente su personalidad.
Cultura como el producto de la superación del hombre que vive en
comunidad, o sea la realización del hombre, tanto en el terreno de lo material
como de lo espiritual, que son las expresiones que dan características propias a la
vida de una comunidad (2010: 168).
Podemos afirmar que para el peronismo la cultura es el conjunto complejo
de realizaciones materiales y espirituales que se dan en una comunidad y que
determinan sus características propias frente a las demás comunidades.
Cada pueblo posee unas modalidades propias, unos principios
consustanciales a su ser y un destino providencialmente trazado que constituyen
su verdadera personalidad. El mantenimiento de esta personalidad nacional, de
esa individualidad que lo hace destacar entre todos los demás, exige un
renunciamiento de los afanes individuales de los hombres y una veneración de
ese algo inmaterial, impagable y prodigioso que se constituye como el genio
tutelar de cada pueblo (2010: 171).
La personalidad de los Pueblos nos está dada, por consiguiente, por las
manifestaciones espirituales y materiales de su cultura. El contenido ético-religioso,
artístico, científico y técnico de las culturas, difiere en el tiempo y en el espacio,
siendo justamente ese contenido el que determina la personalidad de cada
pueblo y establece las diferencias entre las culturas que los mismos presentan
(2010: 172).
Es en defensa de la personalidad del Pueblo argentino, que el Peronismo
desea organizar la cultura, para que no se sigan implantando en nuestro país
cosas contrarias a nuestra idiosincrasia, a nuestra raza, a nuestra religión y a
nuestra lengua, sino que se implante y se imponga nuestra propia cultura.
Cuando una Nación recupera su ser nacional, la cultura se convierte en fuerza de
inimaginables proyecciones. (2010: 172).

Las culturas políticas argentinas


a) Valores y paradigmas que definen a la cultura política liberal
conservadora
La cultura política liberal conservadora se construirá históricamente en el ex-
Virreinato del Río de la Plata como la expresión de una minoría social urbana que
admiraba a la civilización anglo-francesa y descalificaba a la civilización
hispanoamericana que se había construido en la etapa colonial, considerándola
bárbara; que logró concentrar la propiedad de la tierra y se identificó con una
filosofía individualista liberal capitalista del poder; filosofía que objetivamente,
aunque no lo formule así, promueve la lucha de clases, porque propicia el uso del
Estado para asegurar el predominio del capital sobre el trabajo, a cualquier
costo.
El paradigma central de su pensamiento es el siguiente: el poder nacional lo
pensamos y organizamos desde afuera hacia adentro según lo que disponga y
nos permita hacer el poder mundial hegemónico de turno: el Imperio Británico y
su socio menor Francia en el pasado; después Estados Unidos; y ahora la
globalización homogénea y hegemónica que se sustenta en el capital financiero
especulativo global, las empresas trasnacionales, el poder militar de Estados
Unidos y la inteligencia política de Inglaterra.
En tanto expresión social minoritaria con limitada capacidad histórica para
convocar a los sectores populares al efecto de construir una mayoría electoral; a
esta cultura política no le ha interesado históricamente la democracia a menos
que lograse que los que gobiernen constitucionalmente lo hagan representando
a sus intereses, aunque sea bajo la máscara de otra cultura política; pero en
cuanto eso no sucede, porque se consolida en el horizonte y en el tiempo la
posibilidad de una gobernabilidad prolongada de la cultura política nacional y
popular, aparece en superficie su histórica vocación dictatorial de suprimir al otro
mediante la violencia: al partido federal en el pasado, al radicalismo yrigoyenista
después, y por último, al peronismo en la medida en que se mantiene fiel a su
identidad nacional y popular.
En síntesis, en la cultura política liberal conservadora nativa anida en
profundidad, un pensamiento criminal aplicado a la acción política; pero este no
es una creación propia, se emparenta con el mismo pensamiento criminal que
sacan a relucir las élites mundiales en los momentos de crisis en las que su poder
aparece cuestionado por los pueblos.
En esta democracia restringida que la cultura liberal conservadora apenas
tolera, el Estado promueve el predominio de los derechos individuales sobre los
sociales y del capital sobre el trabajo en el marco de un modelo neoliberal de
subdesarrollo de perfil agroexportador, no industrial y especulativo, ajustado a las
decisiones de la economía mundial; donde la sociedad inevitablemente se
desintegra socialmente por el desempleo, porque se desfinancia a la educación
pública primaria y secundaria, se arancela a la universitaria y se subsidia a la
educación privada en todos sus niveles.
Para garantizar la gobernabilidad de este modelo que es necesariamente
excluyente, el liberalismo conservador aplica una batería de acciones políticas:
guerra psicológica a través de los medios de comunicación; clientelismo electoral
desde los partidos políticos; beneficencia desde las iglesias y ONGs; y represión
desde el Estado, todo para controlar y manipular a los sectores populares
marginados.
b) Valores y paradigmas que definen a la cultura política liberal progresista
La cultura política liberal progresista se construirá históricamente en el
ámbito del ex-Virreinato del Río de la Plata como desembarco de las ideas
socialistas tempranas que aparecieron en Europa después de la revolución
francesa, como reacción a la consolidación de la industria capitalista y de la
consecuente explotación de los asalariados bajo ese nuevo sistema económico.
Será la Generación del ‘37 con Esteban Echeverría y su libro El Dogma Socialista
de la Asociación de Mayo, quienes primero las expresarán y le darán el perfil
cultural que la caracterizará: admiración de lo europeo anglo-francés y desprecio
de la fusión hispana-americana; matriz liberal elitista europeizante que la cultura
política progresista compartirá con la cultura política conservadora, de allí en
más. Es decir, que la matriz cultural sobre la que se construirá la cultura política
liberal progresista será la dicotomía civilización o barbarie sarmientina, la misma
de la cultura liberal conservadora.
En efecto, esta matriz cultural eurocéntrica no cambiará cuando Justo funde
al Partido Socialista Argentino siguiendo la ideología internacionalista proletaria
predicada por Marx; una filosofía colectivista que ante la lucha de clases de
facto impuesta por el capital, responderá con la lucha de clases por parte del
trabajo, propiciando el uso del Estado para expropiar al capital. Tampoco
cambiará la matriz cultural eurocéntrica cuando posteriormente se funde el
Partido Comunista Argentino.
Con la evolución histórica posterior, siguiendo el modelo de la
socialdemocracia europea, esta filosofía de lucha de clases mutará
progresivamente hacia posiciones contemporáneas menos internacionalistas,
más cercanas a la construcción de una revolución nacional y a la idea de la
integración de clases y de equilibrio entre el capital y trabajo; algo similar a lo que
propuso siempre la cultura política nacional y popular.
Tras la disolución de la Unión Soviética y el fin de su modelo comunista, y el
giro hacia la economía de mercado de China, la cultura política liberal
progresista se anclará en los valores de la democracia social, en donde el Estado
se plantea articular los derechos individuales con los sociales y al capital con el
trabajo, con mecanismos de participación de la llamada sociedad civil en el
desarrollo de una sociedad integrada con educación pública gratuita en todos
los niveles y con programas sociales universales destinados a incluir a los excluidos.
Un esquema parecido al de la cultura política nacional y popular, como ya vimos.
Pero la experiencia histórica argentina demuestra que la cultura política
liberal progresista -que hasta ahora ha sido siempre una minoría electoral- ha
exhibido una limitada voluntad política de enfrentar a las corporaciones y a los
intereses económicos concentrados. En ese sentido, se puede decir que no ha
acompañado en esa lucha a la cultura política nacional y popular, cuando esta
lo ha hecho en cada etapa histórica. Porque la tentación política histórica de la
cultura política liberal progresista ha sido sabotear la construcción de la cultura
política nacional y popular para que esta no se consolide, y de esta manera
después pretender heredarla. Pero lo que siempre ha ocurrido, lamentablemente,
es que tras el fracaso de la cultura política nacional y popular, al que
contribuyeron como oposición; no ha sido la cultura política liberal progresista la
que ha accedido al gobierno, sino que el poder del Estado ha ido a parar a
manos de la cultura liberal conservadora, por medio de una dictadura.
Debe señalarse que la cultura política liberal progresista plantea en la
actualidad una matriz industrial que no aspira a ser tan diversificada, ya que se
apoya básicamente en el desarrollo solo del complejo agroindustrial exportador,
al que teme enfrentar en sus intereses concentrados; lo que se compadece con
la más limitada voluntad de autonomía en la política exterior respecto del poder
mundial hegemónico, que esta cultura política exhibe.
c) Valores y paradigmas que definen a la cultura política nacional y popular
Como ya vimos, la cultura política nacional y popular se construirá
históricamente en el ámbito del ex-Virreinato del Río de la Plata en un primer
momento, como expresión de una mayoría social rural de gauchos, mestizos,
indios y negros, con líderes populares identificados con una filosofía de
integración de clases porque propiciaban el uso del Estado para articular a la
nación y organizar al pueblo en torno a un valor solidario central: lograr la
independencia de España y conformar una civilización americana. Después, con
un liderazgo capaz de incorporar a una nueva mayoría social de clase media,
que será dignificada por el voto secreto y obligatorio. Y por último, con otro
liderazgo capaz de integrar al poder nacional a una nueva mayoría social de
trabajadores, realizando la justicia social sobre la base del equilibrio entre el
capital y el trabajo para construir una comunidad organizada.
El paradigma central de su pensamiento es: el poder nacional lo pensamos y
organizamos desde adentro hacia afuera según lo que nos convenga, sin
importar lo que opina y desea el poder mundial hegemónico de turno; el Imperio
Británico y su socio menor Francia en el pasado, después Estados Unidos, y ahora
la globalización homogénea y hegemónica que se sustenta en el capital
financiero especulativo global, las empresas trasnacionales, el poder militar de
Estados Unidos y la inteligencia política de Inglaterra.
La cultura política nacional y popular trabaja por la felicidad del pueblo
construyendo la grandeza de la nación. Por ello propicia una democracia social
en donde los ciudadanos, además de votar periódicamente participen y se
organicen libremente para defender sus intereses cotidianamente; por eso aspira
a gobernar una república a la vez representativa y participativa que asume la
forma de una comunidad organizada que construye, como resultado final de la
distribución de la riqueza, el predominio de la clase media.
Para la cultura política nacional y popular el gobierno debe organizar al
Estado para articular los derechos individuales con los sociales, al capital con el
trabajo y promover la organización libre del pueblo, con una fuerte voluntad
política de no permitir chantajes corporativos de ningún tipo que lo condicionen;
con un modelo nacional y popular de desarrollo con matriz industrial diversificada,
apoyado en el mercado interno y la exportación para generar pleno empleo,
con fuerte voluntad de autonomía en la economía mundial trabajando en el
marco de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR); donde se construye
integración social por el desarrollo de una educación pública gratuita en todos
los niveles y donde se procura la vigencia real de la justicia social con el
complemento de la ayuda social directa para que no existan excluidos.

Tronco histórico
Partido unitario contra partido federal o la “civilización” europea contra la
“barbarie” americana
Los unitarios, que ya han consolidado el paradigma central de su
pensamiento: el poder nacional lo pensamos y organizamos desde afuera hacia
adentro según lo que disponga y nos permita hacer el Imperio Británico y su socio
menor Francia; se van a asumir como la élite que expresa a esa civilización
europea anglo-francesa a la que admiran y desean reproducir en territorio
americano a cualquier costo, procurando organizarla como un Estado
Centralizado desde la ciudad de Buenos Aires.
Los federales, que para entonces también han consolidado un paradigma
inverso: el poder nacional lo pensamos y organizamos desde adentro hacia
afuera según lo que nos convenga, sin importar lo que opinan y desean el Imperio
Británico y su socio menor Francia; se van a asumir como la expresión de una
nación americana organizada como una Confederación Federal de Provincias
gobernadas por líderes populares.
Pero los unitarios tendrán un problema: su base social es minoritaria porque
la constituye solo la élite de las ciudades y la única importante y portuaria es
Buenos Aires; en cambio la base social de los federales es mayoritaria en su
expresión rural y en la periferia de las ciudades.
Es por ello que los unitarios decretarán que los federales eran la “barbarie”
americana a la que había que suprimir, para que ellos pudieran gobernar e
implantar a la “civilización” europea anglo-francesa a través de los inmigrantes
de ese origen que se propondrán traer.
La tarea ideológica de satanizar al gaucho, el resultante social mayoritario
del mundo rural surgido de 300 años de choque y mestizaje de razas en el
Virreinato del Río de la Plata, caracterizando a la construcción social y cultural
hispano americana como una construcción social y cultural bárbara; correrá por
cuenta de un grupo de jóvenes intelectuales educados en la visión liberal elitista
europeizante, que pasarán a la historia como la Generación del ‘37.
El iniciador será Esteban Echeverría quien, después de pasar varios años en
París volverá deslumbrado por la “civilización” que allí vio y avergonzado del país
“bárbaro” en que nació y se formó. Será entonces a través de sus relatos "El
Matadero" y "La Cautiva" que comenzará a construir el abismo social y cultural
entre la vida urbana y la rural, que no existía en la cultura política hispano
americana preexistente en la que se formó, introduciendo en los salones literarios
y políticos de la Ciudad de Buenos Aires el desprecio y el temor hacia el gaucho y
a lo americano; condimento emocional que será necesario para poder generar
el consenso social y cultural que dará soporte a la decisión política unitaria de
ejercer la violencia supresora sobre los federales. Otro que abonará a lo mismo
será José Mármol con su novela "Amalia"; pero quien encarnará en forma integral
la tarea, es decir en el plano literario y en el político militante, será Sarmiento con
su ensayo sociológico Vida de Juan Facundo Quiroga: Civilización y Barbarie.
Esta guerra de supresión que los unitarios desatarán contra los federales, con
el respaldo externo de Inglaterra y Francia y también de Brasil, comenzará en
1828 con la bárbara y arbitraria ejecución sumaria de Dorrego por parte de
Lavalle y terminará en 1862, después que Urquiza entregue el triunfo a Mitre en la
batalla de Pavón y, como corolario de ello, quede este con las manos libres para
derrotar militarmente y asesinar a Peñaloza, a Varela y al resto de los jefes
provinciales federales, salvo Urquiza.

Monopolio del liberalismo mitrista y del autonomismo nacional roquista, tras la


supresión de los federales
Tras la supresión de los federales, entre 1862 y 1890 se instalará, en la que a
partir de ese momento comenzará a llamarse República Argentina, el monopolio
político de la minoría educada en el paradigma liberal elitista europeizante.
Mitre será su primer jefe como expresión del liberalismo porteño y Julio
Argentino Roca el que lo sucederá, como encarnadura del autonomismo
nacional que reunirá a las élites liberales de las provincias, incluida la de la
provincia de Buenos Aires.

La organización nacional a cargo de la Generación del ‘80


Conformarán en ese período la Generación del 80 que llevará adelante la
llamada Organización Nacional, que será una república con una constitución,
pero no una democracia; porque en ella no se practica un sistema de selección
de gobernantes por elecciones que garantice una competencia limpia, ni
siquiera dentro del mismo grupo social que monopoliza el poder. Será la época
del llamado Unicato.
Esa República Argentina oligárquica que se construirá al calor de las
inversiones inglesas en puertos y ferrocarriles y de la llegada de la inmigración,
comenzará a contraer una cuantiosa deuda con la banca londinense para
sostener los crecientes gastos que comienza a efectuar el Estado Nacional que
organizará; esto será así porque la élite gobernante que concentrará en pocas
familias la propiedad de la tierra y los beneficios de las exportaciones ganaderas,
pagará mínimos impuestos.
Los gastos del Estado Nacional se concentrarán fundamentalmente en la
guerra bárbara antiamericana contra el Paraguay, la Guerra de la Triple Alianza,
que llevará adelante Mitre junto al Imperio del Brasil y Uruguay a partir de 1865; en
la guerra contra el indio, la llamada Conquista del Desierto que llevará adelante
Roca a partir de 1878; y en las obras públicas que realizarán para jerarquizar y
embellecer la Ciudad de Buenos Aires, después que fuera declarada Capital
Federal en 1880.
El saldo sangriento en vidas humanas que produjo la guerra contra el
Paraguay contribuyó a suprimir población gaucha y negra que había sido
reclutada a la fuerza para el llamado Ejército Nacional. En forma paralela
comenzará a llegar la población inmigrante destinada a suplantarla. Pero en
relación a este fenómeno se registra una doble paradoja: la población sustituta
no será ni inglesa ni francesa como esperaba la élite europeizante, sino española,
italiana, árabe y judía; y cuando esa inmigración querrá afincarse en el campo
para desplegar los saberes agrícolas que traía, descubrirá que la tierra ya tiene
dueño y que lo único que le queda es alquilarla, ser arrendatario a un alto costo,
convirtiéndose en pobres rurales o de lo contrario en pobres urbanos,
quedándose en la periferia de las ciudades, fundamentalmente Buenos Aires, que
aumentará así su población aceleradamente.
La Revolución del Parque de 1890 pone fin al monopolio de la élite: reaparece el
pueblo
Esa Argentina elitista estallará el 26 de Julio de 1890 cuando se produzca en
la Ciudad de Buenos Aires la Revolución del Parque, un evento insurreccional que
expresará la reaparición del sujeto popular a través de la Unión Cívica de la
Juventud, fenómeno político nuevo que tanto Mitre como Roca tratarán de
manipular entre bambalinas para renovar el poder de la elite gobernante, pero
no lo logarán.
Porque ese movimiento político que vuelve a poner en valor a los pobres; ya
no a los gauchos, sino a los criollos e inmigrantes que se amontonan en los
conventillos de la periferia de la urbe cosmopolita, que ya es la Ciudad de Buenos
Aires, se manifestará a través de un nuevo líder, Leandro N. Alem, que será radical
e intransigente frente al poder elitista; al que caracterizará como un régimen al
que hay que destruir, porque ese movimiento nuevo reclamará construir la
democracia en la república: que el pueblo, que los ciudadanos sin riqueza y sin
tierras puedan votar libremente a candidatos que representen a sus intereses.

El radicalismo da forma a la causa política nacional y popular y da batalla al


régimen liberal conservador
Entre 1890 y 1916 la Unión Cívica Radical -liderada primero por Alem, el hijo
de un federal rosista colgado en Buenos Aires tras Caseros, y después por su
sobrino, Hipólito Yrigoyen- dará batalla convocando desde la causa nacional y
popular a la abstención electoral o a la insurrección política para lograr
imponerle al régimen liberal conservador la democracia reclamada. Lo
conseguirá finalmente con la sanción de la ley de voto secreto y obligatorio en
1912, la Ley Sáenz Peña, que permitirá que Yrigoyen asuma cuatro años después
la presidencia representando ampliamente a los sectores populares.

Aparición de las ideas anticapitalistas internacionalistas que promueven la


emancipación de la clase obrera
Pero así como las ideas liberales y capitalistas habían llegado al Río de la
Plata al comienzo del Siglo XIX, a mediados de ese mismo siglo comenzarán a
llegar de Europa las ideas anticapitalistas internacionalistas que promueven la
emancipación de la clase obrera explotada por la burguesía industrial, como un
eco del Manifiesto Comunista publicado en 1850 por Carlos Marx.
A partir de allí, las ideas anarquistas, socialistas y comunistas tomarán cada
vez más fuerza en Europa y llegarán a la Argentina elitista, gobernada por el
régimen liberal conservador que resiste el acoso de la causa nacional y popular
que reclama democracia.
Las vías de acceso serán dos: la vanguardia intelectual criolla, un grupo de
la élite del régimen que se identifica con estas ideas y toma en sus manos
difundirlas y promover la organización de los partidos y sindicatos que representen
a la clase obrera; y los inmigrantes, artesanos, obreros y campesinos que llegarán
portando en su conciencia estas ideas, los que se encontrarán con que la tierra
de promisión que esperaban encontrar para progresar y salir de la miseria de la
que huían, es en realidad otra tierra de explotación por parte de una minoría
concentradora del poder económico y político, aunque no sean burgueses
industriales como en Europa, sino una mera oligarquía terrateniente.
La figura intelectual más paradigmática de este proceso de instalación de
las ideas clasistas e internacionalistas es Juan B. Justo, quien fundará el Partido
Socialista Argentino en 1896 y comenzará a modelar una construcción política
que, conciliando con el liberalismo político, acompañará las luchas sindicales por
el mejoramiento de las condiciones laborales, con la demanda de democracia y
elecciones libres que lidera el radicalismo desde una perspectiva nacional y
popular.
En 1918, como un eco de la Revolución Rusa de 1917, como ruptura del PS,
se creará el Partido Comunista Argentino, el que seguirá también vinculado a la
idea internacionalista, pero con centro político en Moscú.

Las culturas políticas liberal conservadora, nacional y popular y liberal progresista


son reconocibles como tales a partir de la primera década del Siglo XX
Siguiendo esta breve reseña histórica podemos concluir que el marco de
convivencia y competencia por la conducción de la Argentina entre las tres
culturas políticas, que en la actualidad definimos con las etiquetas de liberal
conservadora, de nacional y popular y de liberal progresista, son reconocibles ya
como tales a partir de la primera década del Siglo XX.

Del radicalismo al peronismo: la cultura política nacional y popular cambia el


núcleo articulador
Esta reflexión sobre las culturas políticas y sus subculturas es muy importante
para comprender la naturaleza del peronismo. Porque este irrumpirá como un
movimiento nuevo en 1945/46 que se constituirá como el nuevo núcleo
articulador de la cultura política nacional y popular y la resignificará: porque
incorporará a ella a nuevos sectores sociales que antes habían formado parte
tanto de la cultura política liberal progresista y de la cultura política liberal
conservadora; y la dotará al mismo tiempo de un pensamiento nuevo: el
justicialismo, al que se definirá como "una nueva filosofía de la vida, simple,
práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista".
Eso ocurrirá en un momento en el que el radicalismo, el movimiento que
había sido el primer núcleo articulador de la cultura política nacional y popular
había dejado de expresarla tras el fallecimiento de su líder popular Hipólito
Yrigoyen en 1933; cuando su líder liberal, Marcelo T. de Alvear, que había
impulsado el golpe de estado contra Yrigoyen en 1930, selló una alianza con el
conservadurismo, la Concordancia, para cogobernar durante la llamada
Década Infame; la que será interrumpida en 1943 por el golpe de estado militar
que permitirá al coronel Juan Domingo Perón irrumpir a la vida política argentina
gestionando a favor de los derechos de los trabajadores desde la Secretaría de
Trabajo y Previsión.
En efecto, Perón creará al peronismo como el nuevo núcleo articulador de
la cultura nacional y popular logrando convocar electoralmente y después
organizar en torno a su pensamiento justicialista, a dirigentes y ciudadanos que
con anterioridad se habían identificado con etiquetas políticas que abarcaban
todo el espectro ideológico, desde la derecha a la izquierda, ya que
convergieron atraídos por su liderazgo: liberales, conservadores, masones,
católicos nacionalistas, católicos liberales, radicales yrigoyenistas, radicales
alvearistas, socialistas, anarquistas, comunistas y trotskistas, así como trabajadores
jóvenes sin identidad política previa.

Doctrina Justicialista: los rasgos característicos de la cultura peronista


Hemos visto ya que la cultura peronista es expresión de la personalidad de
los Pueblos; por consiguiente, si los rasgos de un Pueblo están definidos por su
filosofía nacional, la cultura debe ser la realización de esta en todas las formas
concretas que adopte, sean ciencias, artes, letras.
Perón habla de una nueva cultura nacional, porque hasta ese momento no
había existido un proceso cultural auténticamente argentino.
La cultura peronista es simple, práctica y popular, primero porque la hace el
pueblo mismo, segundo porque tiene que volver al pueblo para solucionar los
problemas humanos y sociales que plantea la vida. Es este el sentido humano y
social de la cultura peronista.
La cultura peronista es una cultura abierta. Se integra con las expresiones
universales de las culturas clásicas y modernas y con la cultura tradicional
argentina, en cuanto concuerdan con los principios de la doctrina nacional.

El subsuelo de la patria sublevado


Perón irrumpió en la vida política argentina como uno de los organizadores
de la revolución militar de 1943. Pero el verdadero tránsito de militar a político de
Perón se produjo a partir del momento en que asumió en diciembre de ese año la
Secretaría de Trabajo y Previsión; y comenzó desde allí una decidida e inédita
política social destinada a hacer realidad los derechos laborales de los
trabajadores.
A mediados de 1944 ya se había convertido en el hombre fuerte de la
Revolución de 1943. Su acción desde la Secretaría de Trabajo y Previsión fue la
defensa de un rol activo de los sindicatos en la sociedad y la necesidad de
reformar las relaciones laborales en beneficio de los trabajadores para equilibrar
el poder de los empresarios y la importancia de implementar la ayuda social a los
más postergados.
Perón sabía que estas acciones a favor de los
trabajadores le traerían grandes diferencias con los
sectores del pensamiento militar clásico. Este conflicto
estalló el 9 de octubre de 1945. Perón tuvo que
renunciar a sus cargos que por entonces estaba
ejerciendo en el gobierno militar -Secretario de
Trabajo, Ministro de Guerra y Vicepresidente- y el 13
fue arrestado en la isla Martín García.
Su regreso al poder ocurrió, únicamente, porque
el 17 de octubre se produjo una reacción masiva de los trabajadores que -
beneficiados por su política social y desbordando a sus propios dirigentes que
habían convocado una huelga recién para el 18- abandonaron sus puestos de
trabajo y ganaron la calle ese día y convergieron sobre la Plaza de Mayo, a la
que ocuparon pidiendo por él.
Leopoldo Marechal lo recuerda de la siguiente manera:
"Era muy de mañana, […]. El coronel Perón había sido traído ya desde
Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de la calle
Rivadavia. De pronto, me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes
que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue
creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una
canción popular, y en seguida su letra: «Yo te daré, / te daré, Patria
hermosa, / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P, / Perooón». Y
aquel «Perón» resonaba periódicamente como un cañonazo”.

"Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que


avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros
que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la
visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina «invisible» que algunos
habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras
concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde
aquellas horas me hice peronista". (Palabras con Leopoldo Marechal, por
Alfredo Andrés, 1968.)

Para el prestigioso neurocirujano y político argentino Raúl Matera “fue el


producto político y social de muchos, de miles de argentinos, que venían desde el
fondo de la historia con una dura carga de frustraciones e injusticias a cuestas”.

El significado del 17 de octubre


El peronismo fue un fenómeno esencialmente cultural. Una revolución
cultural que modificó la vida de los argentinos y argentinas como en ninguna otra
etapa de la historia. Aquel 17 de octubre los trabajadores toman especial
conciencia de las raíces históricas del movimiento. Puso en evidencia la ruptura
con un orden liberal conservador antipopular, marcando como horizonte aquellas
luchas emancipadoras inconclusas como las que encararon San Martín, Rosas e
Yrigoyen, entre otros.
En ese hecho simbólico quedó definido el proyecto de país que traía el
peronismo. Tal como lo destaca Scalabrini Ortiz “era el subsuelo de la patria
sublevado”, en estas pocas palabras condensa todo el significado político de lo
que ocurría. Era el subsuelo, los trabajadores constituían los cimientos del país y a
la vez permanecían en las sombras, sometidos, invisibilizados, el peronismo vino a
terminar con ese lógica, los puso en el centro de la escena y les propuso defender
la patria justicialista.
Esa plaza colmada de cabecitas negras vislumbraba una nueva Argentina.
Algo se estaba transformando, algo que iba a cambiar para siempre la historia de
nuestro país.
“Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de
Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros
comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían
directamente desde sus fábricas y talleres. (...) Frente a mis ojos desfilaban
rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y
las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de resto de brea, de grasas y
de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe (…). Un
pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad (...). Era el subsuelo de la
patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como
asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto (...).
Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la
historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente
como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado e intuido durante
muchos años, estaba allí, presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero
único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan,
que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba
presente como nunca creí verlo”. (Raúl Scalabrini Ortiz, Tierra sin nada, tierra
de profetas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973, pág. 55).

“El país ya era otro país, y no quisieron entenderlo”, señala Arturo Jauretche
refiriéndose a los viejos partidos políticos. Y agrega:

“La nueva realidad no cabía ni en el sindicalismo, ni en los partidos


políticos preexistentes (…) el 17 de octubre, más que representar la victoria
de una clase, es la presencia del nuevo país con su vanguardia más
combatiente y que más pronto tomó contacto con la realidad propia (…) lo
viejo no comprendía el país nuevo, tampoco se dio cuenta que ya no podía
representar la dirección del país y mientras discutía sus rivalidades, el nuevo
actor tomó posesión del escenario”. (Jauretche, A., Diario El Mundo -
17/10/1965).

El poderoso aparato cultural de la oligarquía


Como señala Jauretche el viejo país no entendió aquello que sucedía
delante de sus narices. La clase dominante no tardó en armar su propio relato
sobre el 17 de octubre a través de los dirigentes conservadores, los grandes
intelectuales y los grandes diarios. La conducción de la UCR realizó un
comunicado al respecto:
“(El 17 de octubre) fue preparado por la Policía Federal y la Oficina de
Trabajo y Previsión, convertida en una gran máquina de propaganda de
tipo fascista, con ramificaciones en todo el país. Para este sector el paro se
pudo realizar porque se usó la coacción y la amenaza, y se ultrajó a la
ciudadanía con la ayuda policial. Asimismo, sostienen que no había más de
sesenta mil personas, el 50% eran mujeres y niños, y que los manifestantes
llevaban como lema “Haga patria matando un estudiante” y “Viva la
alpargata y mueran los libros”.

Desde el conservadurismo Emilio Hardoy relata: “Como en todos los pueblos


de occidente, en nuestro territorio había dos países en aquel mes de octubre de
1945: el país elegante y simpático, con sus intelectuales y su sociedad distinguida
sustentada en su clientela romana y el país de la corte de los milagros que mostró
entonces toda su rabia y toda su fuerza”.
Norberto Galasso en su libro Perón Tomo 1, acerca de la izquierda mitro-
marxista:
“[…] Para quienes desconocen la historia argentina y se dejan llevar
por rótulos, resulta asombroso que juicios coincidentes provengan de la
titulada izquierda socialista y comunista. La vanguardia, el órgano del
partido Socialista afirma: “En los bajíos y entresijos de la sociedad hay
acumulada miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física,
infelicidad y sufrimiento. Cuando un cataclismo social o un estímulo policial
moviliza las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todos las
concentraciones morales, dan libertad a las potencias incontroladas, la
parte del pueblo que vive ese resentimiento y acaso para su resentimiento,
se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta a diarios,
persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y
responsables de su elevación y dignificación”.
En una Argentina cuya cultura se asentaba en la historia mitrista, el
liberalismo económico, la literatura exquisita, la democracia formal, y el lema
“civilización o barbarie” lanzado por Sarmiento, resulta natural que la irrupción de
las masas trabajadoras en el escenario político, produjese la reacción de dicho
sector.

Parte II
Cultura y educación

Así como la cultura es tan decisiva para la construcción de la identidad de


un país, la educación es el vehículo más importante para desarrollarla. En este
breve apartado hablaremos de cómo la educación también funciona como un
poderoso aparato de dominación o emancipación de los pueblos.

Civilización y barbarie
Tal como expresamos al comienzo, el colonialismo capitalista se atribuye
valores como el progreso, la civilización, las ideas, la razón, la cultura. Sarmiento
toma esto. Lo excepcional que tiene “El Facundo” de Sarmiento es que se trata
de un libro con la ideología de los conquistadores, pero escrito por un hombre de
la elite del país colonizado. Lo que se desarrolla en verdad es la civilización
occidental. Los valores del centro tienen que ocupar el mundo, porque al
ocuparlo lo civiliza, lo hace entrar en la senda del progreso.
Lo que hace Sarmiento es incorporar este concepto de civilización. Los
hombres cultos de Buenos Aires, los que se han formado con las ideas europeas
son la civilización. Los gauchos, los hombres de las campañas, los indios son la
barbarie. El hombre es hombre porque se hace a través de la cultura, pero los
que no se hacen a través de la cultura son los barbaros, porque los barbaros son
la negación de la cultura. Dos conceptos antagónicos e irreconciliables. A la
barbarie hay que combatirla y derrotarla. Para Sarmiento no hay arreglo posible
con la barbarie.
Indio, parte del cuadro “Allá a lo lejos y no hace mucho tiempo” de Martín
Aramburu.

Sarmiento ubicó a la educación en el centro de la escena política, pues era


una de las herramientas que usaría para constituir y controlar al nuevo sujeto
social y político. Para él, la educación era el elemento prioritario para el cambio
social y la modernización de la sociedad.
El sistema educativo argentino fue organizado para imponer las ideas de la
elite dominante y así mantener las cuotas de poder que estos sectores cuidaban
celosamente. La educación no fue pensada únicamente como alfabetizadora,
sino como vehículo para crear y desarrollar instituciones capaces de generar y
mantener el control social.
“Los medios usados para lograr efectivamente ese control son de una
gama muy variada que va desde la determinación de un currículum hasta
la selección del personal, o desde la difusión de ciertos valores hasta impedir
a sectores de la población el acceso a determinadas esferas del
conocimiento” (Tedesco, 1982: 82).
La educación para Sarmiento era entendida como “la continuación de la
guerra por otros medios [la pluma y la palabra] y el educador un civilizador”
(Puiggrós, 1990:87) que debía eliminar –civilizar- la cultura de los sectores
populares.
Jauretche en La colonización pedagógica dice que la colonización es
exclusivamente pedagógica, ya que es el medio más eficaz para la dominación.
Es un proceso que como ya lo hemos mencionado más arriba, busca a través de
la educación, los medios de comunicación, la historia, etc. difundir los valores del
establishment argentino, que se asocian a intereses extranjeros y no nacionales.
Jauretche denomina a la “intelligentzia” a aquellos miembros de la elite que se
califican como intelectuales y que buscan generar una cultura nacional
distorsionada. Para Jauretche el sistema educativo educa a los futuros integrantes
de la “intelligentzia”.

“[…] de Pavón en adelante, el mecanismo funciona solo, porque ha


creado dentro del país todo un sistema de poder económico que maneja la
política y no hace falta el ministro extranjero. (…) Los liberales dejan de ser
liberales y se hacen dirigentes, pero no para dirigir la expansión del país, sino
para frenarla” (A. Jauretche, 1967:4).

Un ejemplo de estas ideas falaces, antinacionales propagandizada por estos


sectores es el lema “civilización o barbarie”. A propósito Jauretche ironiza:
“[…] la inmigración defraudó el pensamiento de la “intelligentzia”, el
pensamiento de la cultura: ellos hubieran querido traer hombres del norte de
Europa; pero vinieron españoles e italianos de las clases bajas. Y se produjo
un curioso fenómeno cultural: que esos inmigrantes, en lugar de proponerse
como arquetipos, propusieron como arquetipos al hombre de la realidad
histórica, precisamente porque no pertenecían a la cultura Europea en los
niveles que querían nuestros cultos”.

“Homero Manzi me dijo una vez: la suerte de nuestro país es que el


italiano y el gaucho se propusieron un arquetipo: el gaucho. Así el ridículo
del cocoliche” (A. Jauretche, 1967:13).

Transformar la educación
Desde el advenimiento del gobierno peronista se luchó contra el
analfabetismo, la deserción escolar, y se aumentó el presupuesto para impulsar el
desarrollo de la educación de quinientos millones a tres mil millones anuales, todo
lo cual es visto con interés en los países del Tercer Mundo. Un balance de la
acción desarrollada en el campo de la enseñanza establece que en 1945
estudiaban en la Argentina, aproximadamente dos millones de educandos, y al
promediar 1955 esa cifra se eleva a cuatro millones (Historia del peronismo):
En un análisis sobre el tema, el Gral. Perón testimonia: “Recibimos el país
con casi 15 % de analfabetos entre niños y adultos; todos los años más de
doscientos mil niños no podían concurrir a la escuela primaria por falta de
asientos en las escuelas del estado. Lo devolvimos con sólo el 3% de
analfabetos adultos y hoy todos los niños y jóvenes sin excepción pueden
cumplir sus estudios primarios, secundarios, universitarios y técnicos. En 1945
el déficit de edificios para escuelas de todo tipo no pasaba de los diez mil.
Nosotros en ocho años de gobierno construimos ocho mil escuelas
confortables y grandes (casi a razón de tres escuelas por día). Sólo en los
años iniciales del Primer Plan Quinquenal se construyeron más escuelas que
en todo el resto de la Historia Argentina”. (J. D. Perón en La fuerza es el
derecho de las bestias, 1958: 36).

Algunas de las políticas educativas más importantes del peronismo fueron: 1)


educación pública gratuita en todos los niveles para quienes no podían
costearla, 2) construcción de nuevos establecimientos educativos, 3) creación de
un Ministerio de Educación, 4) creación de escuelas-fábricas, 5) expansión del
sistema de educación técnica -como capacitación para el sector obrero -que
permitía el ingreso a la Universidad Obrera, 6) nuevas Universidades y supresión de
aranceles, 7) introducción en la Constitución de 1949 de los derechos a la
educación y la cultura.
Acerca de la creación de establecimientos, Pedro Santos Martínez señala:
“Fueron creadas aproximadamente dos mil escuelas primarias. (…) Se
construyeron mayor cantidad de escuelas, con más aulas, que en todos los
períodos anteriores de la historia argentina. Según Perón el número alcanzaba a
ocho mil, casi tres escuelas por día (…). Entre 1946 y 1954 se crearon ciento
sesenta y dos establecimientos de enseñanza secundaria, ciento treinta y siete
escuelas técnicas y quince escuelas fábricas”. Además agrega que: “En 1944 se
organizó la enseñanza técnica de los oficios y las artes manuales. (…) Entre 1947 y
1951 se crearon setenta y ocho escuelas fábricas, ciento tres escuelas de
aprendizaje, ciento seis escuelas de medio turno, trescientos cuatro escuelas de
capacitación obrera para adultos y setenta y ocho escuelas de capacitación
profesional para mujeres (…). Como culminación se creó, en 1949, la Universidad
Obrera Nacional, cuya finalidad era formar técnicos”.

Cultura y educación peronista


“He pensado siempre que la tarea del maestro no es solamente la de instruir,
sino la de educar y formar el alma y la inteligencia, y dar armas a los hombres
para su lucha por la vida o en la vida” J. D. Perón
El peronismo hizo una revolución en la educación. La expansión de la
educación como exponente de la democratización del bienestar fue posible
pues se llevaron a cabo muchas transformaciones para derribar íntegramente un
esquema perverso, mezquino y engañador.
Las reformas al sistema educativo se fundamentaron en los principios del
Primer Plan Quinquenal. Hasta el advenimiento del Justicialismo, la enseñanza
estaba solo al alcance de la oligarquía. Relata Perón “el hijo de un hombre de
pueblo no podía nunca ni llegar a la enseñanza secundaria y menos aún a la
universitaria, por la siempre razón del dinero”.
Adriana Puiggrós, doctora en pedagogía describe en su libro Peronismo:
cultura política y educación:

“(El peronismo) destaca la búsqueda de una filosofía educacional que


equilibre materialismo e idealismo, el principio de democratización de la
enseñanza entendiéndola como un patrimonio igual para todos, una
modalidad de compensación que debe ofrecerse a quien no tiene las
oportunidades de educación que otros poseen. Destaca también la
preeminencia de las aptitudes y no de los medios que de los que se dispone,
como determinante necesario en las posibilidades de educación de la
juventud argentina. Se destaca el concepto de enseñanza práctica y
profesional en el nivel medio”. (A. Puiggrós, 1993, p. 236).
A diferencia de los liberales, para el peronismo la educación debía ser un
patrimonio de toda la sociedad argentina, que permitiese la realización de sus
habitantes y la felicidad del pueblo. La educación peronista terminó con un
estado de cosas que evidenciaba una flagrante injusticia: había escuelas para los
que podían costearse los estudios en las profesiones liberales; para los pobres en
cambio, no solo no las había, sino que ellos eran arrojados, aún niños, a los talleres
para formarse en el trabajo y resentimiento.
Para el peronismo el sistema educativo debía estar regido por 4 grandes
valores:
1) Preeminencia de la formación espiritual por sobre la intelectual: “De nada
valen los pueblos que saben mucho, que tienen muchos hombres instruidos,
si son incultos y de baja moral. No se trata de formar un hombres que esté
capacitado para perjudicar a sus hermanos, sino que lo esté para beneficiar
a la sociedad” Sociología peronista: 190.
2) Identidad de la enseñanza con los objetivos nacionales: “El peronismo
desea formar hombres de una sola intención, que sientan de una misma
manera, que piensen de una manera similar y que sean capaces de obrar
de un modo común, es decir que tengan conciencia de su nacionalidad.
Solamente así se asegurará la Unidad Nacional, base de toda la acción de
conjunto que el país pueda realizar en el futuro”. Sociología peronista: 191.
3) Orientación de la enseñanza de acuerdo con la psicología individual y
social del Pueblo: Complementando el principio enunciado anteriormente,
el tercero establece la necesidad de contemplar las características propias
y fundamentales del Pueblo, porque la enseñanza que no las contemple
como, asimismo, que no contemple los objetivos que el país persigue, es una
enseñanza que no está bien orientada en lo que básicamente debe estarlo.
La metodología está directamente ligada al proceso y al problema propio
de cada país, ello resulta que instituciones y maestros, planes y programas
deben responder a un sentido profundamente nacional y auténticamente
argentino.
4) Enseñanza práctica: En último término cabe señalar el sentido práctico de
la enseñanza peronista, porque si se formara un nuevo grupo de
intelectuales, no se habría hecho un gran progreso sobre lo que se tiene. Lo
que el país necesita son hombres leales y sinceros, que sientan el trabajo,
que se sientan orgullosos de la dignidad que el trabajo arrima a los hombres,
y que por sobre toda las cosas, sean capaces de hacer, aunque no sean
capaces de decir.

Los principios señalados bastan para poner de manifiesto el contenido social


del sistema educacional peronista, característica que sirve para diferenciarlo
netamente de otro sistema.
No se trata de determinar el valor estrictamente pedagógico de un sistema,
sino de valorarlo desde el punto de vista social, esto es, en cuanto sea capaz de
provocar un mejoramiento en las relaciones interhumanas, erigidas siempre sobre
la dignidad de la persona individual y la unidad de las comunidades o sea sobre
la libertad y solidaridad (Sociología de la Educación: 192).
Para la doctrina justicialista ninguna persona puede realizarse en una
comunidad que no se realiza. La relación profunda y dialéctica que tiene que
tener la persona con el pueblo es fundamental para la construcción de una
Nación. En este sentido, la educación peronista transita el mismo camino. El
sistema educacional peronista tiene como fin la formación de las personalidades
individuales que se integran en una comunidad y que se realizan dentro de ella;
de ahí que la enseñanza esté impregnada del necesario sentido social para que
el hombre/la mujer reconozca su participación en el logro del bien común; al
mismo tiempo que la comunidad no anula los fines singulares sino que contribuye
a su consecución.
La Doctrina Justicialista es profundamente humanista. Vemos, en este
sentido, cómo la preocupación de Perón por construir una Nación Justa, Libre y
Soberana, donde sus habitantes se puedan realizar y puedan ser felices, se
imparte a lo largo de todos sus escritos, y más aún en todas las acciones llevadas
adelante por su gobierno.
Conclusión: Luego de leer la clase podemos afirmar entonces que la cultura
puede ser emancipadora o colonizadora, y que la disputa por el control
hegemónico del pensamiento es trascendental para la construcción de una
patria Justa. Pero también comprendimos que la lucha es constante, y no la
podemos dar solos. Desde el peronismo debemos entonces articular toda la
diversidad peronista, y otras como la radical, desarrollista, socialcristiana, etc., que
expresan -con algunos matices- la cultura política nacional y popular,
conteniendo en un frente nacional y popular amplio todos estos sectores, siendo
el peronismo la cultura articuladora, al efecto de construir en las próximas
elecciones una nueva mayoría electoral que permita ganar en el 2019,
reduciendo así respectivamente el caudal electoral del frente conservador liberal
y del frente progresista liberal con los que competiremos.
Bibliografía

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Cartillas Reconquista. (2006). Día del pensamiento nacional.
Centro Cultural “Enrique Discépolo”. (2004). Cuadernos para la otra historia.
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PUIGGRÓS, A. Qué pasó en la educación argentina.
SZURMUK. M. Y MCKEE IRWIN. R. (2009). Diccionario de estudios culturales
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