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Quien piense que para llegar a premio Nobel hay que nacer con una
clara inclinación al estudio, se equivoca. No fue precisamente el caso de
Ramón y Cajal, ni el de Einstein, por ejemplo. Como cualquier niño
prodigio, o con altas capacidades, los dos tuvieron sus “problemillas”
en la escuela. Ambos genios causaron en su infancia no pocos
quebraderos de cabeza a sus respectivos padres por su poca afición a
los estudios.
Esas otras cosas que captaban su atención eran casi todo lo que le
rodeaba, excepto los libros. Como “la caída de un rayo en la iglesia
del pueblo, que le sobrecoge. Y quiere ver de dónde ha venido esa
fuerza, cómo se genera y por qué produce esa destrucción. Son
preguntas que quizá no se hacen los demás niños”, explica Sanz. Una
atención que, para disgusto de su padre, no se mantenía mucho en los
libros.