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Karen J. Greenberg
TomDispatch
Tal como Michael Shear y Nicole Perlroth informaron hace poco tiempo en
el New York Times, una reprimenda presidencial en una reunión de gabinete
a la responsable del departamento de Seguridad Interior Kirstjen Nielsen –
que casi le cuesta el puesto–, en parte ha tenido que ver con esta cuestión:
“El convencimiento del señor Trump de que la señora Nielsen y otros
funcionarios del departamento se resistían a cumplir su orden de que los
niños debían ser separados de sus padres cuando las familias entraran
ilegalmente en Estados Unidos ha sido un tema recurrente, han expresado
varios funcionarios. El presidente y sus asesores en la Casa Blanca han
llevado adelante durante semanas una política de separación familiar como
una forma de disuadir a las familias que tratan de cruzar ilegalmente la
frontera.”
Karen J. Greenberg, colaboradora habitual de TomDispatch ya ha escrito
para este sitio web acerca de la sorprendente cantidad de menores
desplazados por la guerras de Washington en todo el Gran Oriente Medio y
África, a quienes hoy, por supuesto, se les niega cualquier esperanza de
encontrar un santuario en nuestro país (otro tipo de posición ‘tolerancia
cero’ de la era Trump). Sin embargo, hoy se centra en un nuevo tipo de
política trumpiana de separación, una dirigida a divorciarnos del mismísimo
idioma que hablamos, de las palabras que usamos normalmente para
describir la realidad, que ahora deben ser oficialmente desterradas a las
zonas fronterizas de nuestra conciencia.
--ooOoo--
Ese criterio acerca de lo que el público debe saber y lo que no debe saber y
sobre lo que debe estar disponible al público por parte del gobierno, incluso en
teoría, ha sido tachado históricamente de fascista, estalinista, totalitario o
autoritario. Sin embargo, no alcanza con etiquetarlo; lo importante es el
reconocimiento de que –más allá del rótulo que se le ponga– estamos ante una
estrategia en marcha. De hecho, esta es una administración mucho menos ad
hoc e inexperta de lo que suponen los expertos y políticos. A quienes
acompañan a Trump les gusta hablar de la diligencia que caracteriza a la
actual toma de decisiones en la Casa Blanca, pero la coordinada, incesante y
consecuente agresión a las palabras, las expresiones y el lenguaje que
desagradan a quienes hoy gobiernan parece contradecir esa idea.
Sean cuales sean las circunstancias en lo que esto está pasando, ciertamente se
trata de una audaz tentativa de usar el lenguaje como una senda que en la que
se nos trasladará de una realidad –la de los 250 años de historia de Estados
Unidos y su evolución hacia la inclusión, la diversidad, la igualdad de
derechos para las minorías, y la libertad y la justicia para todos– a otra
situación; esa en la que se pergeña una transformación conducida por la
oligarquía y centrada en la intolerancia, la separación racial y étnica, la
discriminación, la ignorancia (en reemplazo de la ciencia) y en la creación de
un país cuyos valores son la impiedad y la codicia.
Este trabajo es una palabra de advertencia para las personas sensatas. Tal vez,
en lugar de denigrar la incompetencia del presidente Trump y el aparente
desorden de su gobierno, podría ser valioso dar un paso atrás y preguntarnos si
acaso habría un objetivo mayor: concretamente, desmontar la democracia
empezando por sus palabras más valiosas.
**. El original en inglés de esta nota fue publicado el 17 de mayo de 2018. (N.
del T.)
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176424/tomgram%3A_karen_gree
nberg%2C_dismantling_democracy%2C_one_word_at_a_time/#more