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Los problemas
1.«El médico examinará ante todo el rostro del enfermo, para ver si es semejante
al de los que están sanos», dice el Pronóstico. El examen y la percepción de «las
semejanzas y las desemejanzas» respecto del estado de salud era el primer
deber del médico. No menos importante era saber -en definitiva, decidir- si el
desorden contemplado estaba aconteciendo por necesidad forzosa o por
necesidad azarosa, porque en el primero de estos dos casos, y de modo más
expreso cuando tal parecía ser la más o menos próxima muerte del enfermo,
nada podría el arte del médico, y éste se hallaba en la obligación de abstenerse
de toda intervención. Más de una vez hemos de contemplar las consecuencias
de esta actitud. Por el momento, quede sólo consignado el problema diagnóstico
que ella planteaba: ¿cómo el médico podía saber que una enfermedad individual
era o no era mortal o incurable «por necesidad»?
Para resolver esa serie de problemas era necesario un método, y éste tuvo tres
recursos principales:
Las metas
Tres intenciones principales determinaron, según lo dicho, el contenido y la
estructura del diagnóstico hipocrático:
Los problemas
El método
Para resolver esa serie de problemas era necesario un método, y éste tuvo tres
recursos principales:
Examinémoslos sucesivamente.
1. Como ya sabemos, la «sensación del cuerpo» fue el métron del médico
hipocrático, su principal criterio de certidumbre. De ahí el ahínco y la minucia con
que aplicaba todos sus sentidos a la exploración del cuerpo del enfermo.
Las metas
Tres intenciones principales determinaron, según lo dicho, el contenido y la
estructura del diagnóstico hipocrático:
Estudiémoslas sucesivamente.
.
2. Por una esencial exigencia de la mente humana, toda descripción es a la vez,
en alguna medida, explicación. En una u otra cuantía, las descripciones dicen
siempre lo que la realidad descrita «es» para su autor. Cuando el autor de una
Terapéutica general
Una de las obras cumbres del arte griego del s. V a. C. el llamado Auriga de
Delfos.
Museo de Delfos
Dietética;
Farmacoterapia; y,
Cirugía.
Dietética
La dietética nació en el mundo griego -bien dentro del círculo pitagórico (Joly),
bien anteriormente a él (Kudlien)- al servicio de una intención religiosa ritual; pero
muy pronto, desprovista ya de este carácter y convertida en regla del sano vivir,
se difundió por toda Grecia. No debió de ser escasa la parte que en tal difusión
tuvo Heródico de Selimbria, según lo que de él nos dicen Platón y el Anónimo
Londinense. En el seno de este alto prestigio inicial de la diaita fueron
compuestos los varios escritos del C. H. (La dieta en las enfermedades
agudas, Sobre la dieta, La dieta salubre, La medicina antigua) que se ocupan de
este tema concreto.
1. Entendida la díaita como régimen de vida, el general prestigio de la dietética
en la antigua Hélade tuvo dos motivos principales: la convicción de que
los nómoi -los usos de la vida social- son capaces de modificar la naturaleza del
hombre y la concepción microcósmica de esta naturaleza. Integran la díaita,
según esto, la alimentación, los ejercicios, la actividad profesional, la
peculiaridad del país y las costumbres sociales. En todos estos motivos pensaba
el médico para establecer un régimen de vida; pero en la elección de cada regla
concreta pesaba, como ha mostrado Joly, tanto la experiencia de la vida ordinaria
como el a priori de ciertas convicciones populares: la carne de las aves es más
«seca» que la de los cuadrúpedos, los sesos son más «fuertes» como alimento
porque son partes más nobles, etc.
2. En cuanto recurso terapéutico, ¿qué sentido tiene la dietética en el C. H.? Dos
casos típicos hay que distinguir: aquellos en que la diaita era todo el tratamiento,
y aquellos otros en que constituía el lecho de un tratamiento más enérgico,
medicamentoso o quirúrgico. En las enfermedades agudas no muy graves,
bastaría la decocción de cebada (ptisanē) para la curación del enfermo; sólo en
las dolencias graves y complicadas -y, por supuesto, en las crónicas- serían
necesarios remedios extradietéticos (II, 244 ss.). Esta es una de las razones por
las que son vituperados los autores de las Sentencias cnidias; los cuales, salvo
en las enfermedades agudas, se habrían limitado a prescribir purgantes, suero
lácteo y leche (II, 226). Durante veinticuatro siglos han tenido vigencia las
ingenuas reglas dietéticas -decocción de cebada, hidromel, oximel, vino en
pequeñas dosis- de Sobre la dieta en las enfermedades agudas; pero hasta bien
entrado el siglo XIX, ¿sabían hacer algo más prudente los mejores médicos?
3. Junto a la dietética para enfermos floreció (Sobre la dieta, La dieta salubre) la
dietética para sanos: el «gran descubrimiento» de que blasona el autor del
1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.
Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
primero de esos dos escritos. Con la cautelosa actitud mental del hombre a quien
la sofística ha enseñado que los nómoi pueden colaborar con la physis u
oponerse a ella, pero también con la pedantería del arbitrista seguro de sí mismo,
el tal autor enseña que un recto equilibrio entre los alimentos (en definitiva, el
agua) y los movimientos (en definitiva, el fuego) no sólo sirve para conservar la
salud, mas también para mejorar la condición natural del hombre: «Con un
régimen adecuado, las almas pueden hacerse más inteligentes y penetrantes de
lo que por naturaleza eran» (VI, 514 y 522). Sólo las cualidades morales -
dependientes, según nuestro autor, de la naturaleza de los canalículos por los
que el alma circula- serían inmodificables por la diaita. Su utopía progresista se
refiere a la perfección de la inteligencia del hombre, no a la de su moralidad.
Farmacoterapia
Dejemos ahora intacta la cuestión de si la noción de phármakon tuvo o no tuvo
siempre, dentro del mundo homérico, un carácter mágico. Limitémonos a
consignar que en el siglo V -esto es, cuando el concepto de phármakon, con su
doble acepción de medicamento y veneno, se constituye en la medicina
hipocrática- el término posee en la literatura griega tres sentidos principales: uno
estrictamente médico, otro netamente mágico (recurso para hechizar) y otro, en
fin, mágico en un sentido especial, catártico (los pharmakoí como «chivos
expiatorios»). Sobre este abigarrado fondo semántico se constituye la doctrina
hipocrática del fármaco, que vamos a exponer a continuación.
1. Convertida en término técnico -libre, por tanto, de toda significación mágica-,
la palabra phármakon es usada en el C. H. según tres acepciones cardinales:
como sustancia exterior al cuerpo, capaz de producir sobre éste una modificación
favorable o desfavorable (indistinción entre fármaco y alimento: VII, 552; I, 598,
etcétera); como agente modificador distinto del alimento (VI, 340), y, por
antonomasia, como medicamento purgante, bien «por arriba» (eméticos), bien
«por abajo» (purgantes stricto sensu). ¿Es posible, en estos dos últimos casos,
discernir en el C. H. alguna doctrina general acerca de su acción? Sólo hasta
cierto punto. Veámoslo examinando algunas cuestiones fundamentales.
Cirugía
Durante la época hipocrática no hubo cirujanos puros, médicos especialistas en
cirugía. Pero a la práctica quirúrgica se halla consagrada una parte considerable
de los escritos del C. H. -Oficina del médico, Fracturas, Articulaciones, Sobre la
palanca, Heridas de la cabeza, Úlceras, Hemorroides, Fístulas- y más de un
fragmento entre los que poseen un carácter médico general. Es tradicional
afirmar, desde Galeno, que dos de los más importantes de esos escritos -
Fracturas y Articulaciones- proceden de una sola pluma, verosímilmente la del
propio Hipócrates de Cos. Opúsose a esta idea, con finos argumentos de
contenido, Edelstein; pero la investigación filológica ulterior al trabajo de éste
(Deichgräber, Bourgey, Knutzen) ha seguido considerando posible, e incluso
probable, la atribución de varios tratados quirúrgicos a la persona de Hipócrates.
Sin entrar en la polémica, nosotros estudiaremos sucesivamente la «mentalidad
quirúrgica» de los médicos hipocráticos y la concreta realidad de su cirugía.