You are on page 1of 16

DIAGNÓSTICO HIPOCRÁTICO

Los problemas
1.«El médico examinará ante todo el rostro del enfermo, para ver si es semejante
al de los que están sanos», dice el Pronóstico. El examen y la percepción de «las
semejanzas y las desemejanzas» respecto del estado de salud era el primer
deber del médico. No menos importante era saber -en definitiva, decidir- si el
desorden contemplado estaba aconteciendo por necesidad forzosa o por
necesidad azarosa, porque en el primero de estos dos casos, y de modo más
expreso cuando tal parecía ser la más o menos próxima muerte del enfermo,
nada podría el arte del médico, y éste se hallaba en la obligación de abstenerse
de toda intervención. Más de una vez hemos de contemplar las consecuencias
de esta actitud. Por el momento, quede sólo consignado el problema diagnóstico
que ella planteaba: ¿cómo el médico podía saber que una enfermedad individual
era o no era mortal o incurable «por necesidad»?

2. Resueltos de un modo o de otro los dilemas «sano o enfermo» y «necesidad


o azar», comenzaba el problema diagnóstico propiamente dicho; el cual
consistía, en esencia, en entender de una manera racional cómo el aspecto del
enfermo -en términos técnicos, su katástasis-, y por tanto el estado de su physis,
se ordenaban en la genérica realidad de la physis del hombre. Así, el médico se
mostraba a sí mismo y mostraba a los demás la fundamental referencia de su
arte a la «fisiología», hacía ver su doble condición de tekhnitēs y de physiológos.
Cuatro momentos principales llevaba consigo la resolución de este problema:

La concreta apariencia del caso clínico;


Su consistencia real;
La ordenación de la katástasis en el tiempo; y,
Su determinación etiológica.
Mediante el atento ejercicio de sus sentidos, el médico recogía los distintos
signos empíricos (semēia) que integran la katástasis del enfermo y del universo
entero; y mediante la comparación entre esa katástasis particular y otras
anteriormente percibidas
El segundo momento del empeño diagnóstico es conocer la consistencia real del
caso contemplado suponía un conocimiento más o menos preciso de la
naturaleza individual del enfermo, de la general naturaleza humana y de la
naturaleza universal.
En tercer lugar, la ordenación de la katástasis en el tiempo; en términos más
auténticamente hipocráticos y griegos, la recta incardinación de la ocasional
«oportunidad» (kairós) del cuadro clínico en el curso temporal (khrónos) de la
enfermedad y del enfermo.

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
El método

Para resolver esa serie de problemas era necesario un método, y éste tuvo tres
recursos principales:

La exploración sensorial (aísthēsis);


La comunicación verbal (lógos); y,
El razonamiento (logismós).
1.Como ya sabemos, la «sensación del cuerpo» fue el métron del médico
hipocrático, su principal criterio de certidumbre. La vista le permitía conocer el
aspecto de la piel, los movimientos del cuerpo del enfermo o de alguna de sus
partes, el estado de los ojos, de la mucosa nasal, del recto y la vagina (espéculos
anal y vaginal), las secreciones y las excreciones, el curso de las úlceras y las
heridas. Algunas descripciones de orden visual, como la de la facies
hippocratica, se han hecho clásicas en la historia del saber médico. Lo que se
oye, dice Sobre el arte, permite tener noticia de lo que no se ve. El tacto daba a
conocer al clínico la temperatura, el estado del pulso, la posición de los huesos,
la consistencia del vientre, el volumen y la dureza del bazo, etc. La exploración
manual del hipocondrio era muy atenta, y la práctica del tacto vaginal (escritos
ginecológicos), sobremanera fina. Menos minuciosamente observado que en
tiempos ulteriores (Praxágoras de Cos)1, el estado del pulso (sphygmós) era
también tenido en cuenta. Las referencias a la exploración olfativa (olor de la
piel, de la boca, de los oídos y la nariz, de las heces y los vómitos, de los eructos,
los esputos y la orina, de las heridas y las úlceras, del sudor) son frecuentes en
los escritos del C. H., y no es menos notoria en algunos de ellos la exploración
gustativa del sudor, la piel, las lágrimas, el moco nasal, e incluso el cerumen.

2. El médico hipocrático no se limitaba a ver, oír, tocar, oler y degustar el cuerpo


del enfermo; también dialogaba con éste, y sabía convertir ese lógos en recurso
diagnóstico. Dos funciones principales cumplía este diálogo: una exploratoria (el
interrogatorio, la anamnesis) y otra comunicativa. El médico conocía así los
hábitos del enfermo, su régimen de vida, sus pensamientos, las peculiaridades
de su sueño, sus ensueños, su modo de sentir la enfermedad, etc.

3. La exploración sensorial y el coloquio con el enfermo dan al médico el material


para su diagnóstico; pero la actividad mental de que éste inmediatamente
procede es el razonamiento.

Las metas
Tres intenciones principales determinaron, según lo dicho, el contenido y la
estructura del diagnóstico hipocrático:

Una descriptiva, el conocimiento de la katástasis del caso y de los


diversos «modos típicos» (tropói, eidē) a que ella pudiera pertenecer;
Otra explicativa, un saber más o menos cierto acerca de la causa y
la consistencia «fisiológica» del desorden contemplado;
Otra, en fin, predictiva o pronóstica, la conjetura racional de lo que
en el futuro inmediato iba a ser del enfermo.

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
1. Tanto en la escuela de Cnido como en la de Cos, el diagnóstico era a la vez
típico e individual; pero la atención a la individualidad del enfermo fue
considerablemente mayor en la segunda. Así lo hace ver, por encima de
cualquier otra consideración, el hecho de que fuesen asclepíadas coicos, y a su
cabeza el autor de los libros I y III de las Epidemias 2, quienes inventaron el
documento en que mejor se expresa tal orientación de la mente del médico: la
historia clínica.
Entre la historia clínica hipocrática y la actual hay analogías y diferencias. Las
analogías saltarán a la vista de cualquier lector médico.

2. Por una esencial exigencia de la mente humana, toda descripción es a la vez,


en alguna medida, explicación. En una u otra cuantía, las descripciones dicen
siempre lo que la realidad descrita «es» para su autor. Cuando el autor de una
historia clínica habla de «esputos cocidos», ¿no está acaso «explicando» su
modo de entender lo que describe?

3. Atención preferente merece la meta predictiva del diagnóstico hipocrático, el


juicio pronóstico. «Punto culminante» de la doctrina de Hipócrates, llama Littré al
saber pronóstico de los asclepíadas de Cos; y aunque la actual interpretación
del progignōskein de los hipocráticos no coincida con la del gran editor del C. H.,
el estudio médico y filológico de ese problema (Neuburger, Meyer-Steinegg,
Edelstein, Müri, Alexanderson) no ha cesado a lo largo de nuestro siglo.

Los problemas

Más o menos conscientemente vividos por él, varios problemas se presentaban


ante el médico hipocrático cuando como técnico de la medicina trataba de
reconocer la realidad de un enfermo cualquiera; unos previos a su diagnóstico y
otros constitutivos de él.
1. Problema previo era, en efecto, la resolución del dilema «sano o enfermo». El
sujeto que tengo ante mí -se preguntaba el hipocrático- ¿está realmente sano o
está realmente enfermo? «El médico examinará ante todo el rostro del enfermo,
para ver si es semejante al de los que están sanos», dice el Pronóstico3

2. Resueltos de un modo o de otro los dilemas «sano o enfermo» y «necesidad


o azar», comenzaba el problema diagnóstico propiamente dicho; el cual
consistía, en esencia, en entender de una manera racional cómo el aspecto del
enfermo -en términos técnicos, su katástasis-, y por tanto el estado de su physis,
se ordenaban en la genérica realidad de la physis del hombre. Así, el médico se
mostraba a sí mismo y mostraba a los demás la fundamental referencia de su
arte a la «fisiología», hacía ver su doble condición de tekhnitēs y de physiológos.

El método

Para resolver esa serie de problemas era necesario un método, y éste tuvo tres
recursos principales:

La exploración sensorial (aísthēsis);


1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.
Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
La comunicación verbal (lógos); y,
El razonamiento (logismós).

Examinémoslos sucesivamente.
1. Como ya sabemos, la «sensación del cuerpo» fue el métron del médico
hipocrático, su principal criterio de certidumbre. De ahí el ahínco y la minucia con
que aplicaba todos sus sentidos a la exploración del cuerpo del enfermo.

2. El médico hipocrático no se limitaba a ver, oír, tocar, oler y degustar el cuerpo


del enfermo; también dialogaba con éste, y sabía convertir ese lógos en recurso
diagnóstico. Dos funciones principales cumplía este diálogo: una exploratoria (el
interrogatorio, la anamnesis) y otra comunicativa.

3. La exploración sensorial y el coloquio con el enfermo dan al médico el material


para su diagnóstico; pero la actividad mental de que éste inmediatamente
procede es el razonamiento (logismós); por tanto, un ejercicio estrictamente
intelectual, porque, como dice Sobre la dieta, sin la inteligencia no es posible
entender lo que los ojos ven. «Inteligencia y ojos», pide del médico otro escrito
de la colección (IX, 12).

¿Cuál era la estructura de este razonamiento?


Un texto de Epidemias VI nos da la respuesta: «Hágase un resumen de la
génesis y la iniciación (de la enfermedad) -de su aphormē-, y mediante
múltiples discursos y exploraciones minuciosas, reconózcanse las
semejanzas entre sí, y luego las desemejanzas entre las semejanzas, y por
fin nuevas semejanzas entre las desemejanzas, hasta que de éstas resulte
una semejanza única; tal es el camino». Bajo esa sólo aparente logomaquia
de las semejanzas y las desemejanzas, el pensamiento es claro: el clínico
se propone encontrar un resultado final -un juicio diagnóstico- capaz de
explicar satisfactoriamente todo lo que ha observado en el enfermo, por
dispares e incoherentes entre sí que los síntomas parezcan ser.

Las metas
Tres intenciones principales determinaron, según lo dicho, el contenido y la
estructura del diagnóstico hipocrático:

Una descriptiva, el conocimiento de la katástasis del caso y de los


diversos «modos típicos» (tropói, eidē) a que ella pudiera pertenecer;
Otra explicativa, un saber más o menos cierto acerca de la causa y la
consistencia «fisiológica» del desorden contemplado;
Otra, en fin, predictiva o pronóstica, la conjetura racional de lo que en el
futuro inmediato iba a ser del enfermo.

Estudiémoslas sucesivamente.

1. Tanto en la escuela de Cnido como en la de Cos, el diagnóstico era a la vez


típico e individual; pero la atención a la individualidad del enfermo fue
considerablemente mayor en la segunda. Así lo hace ver, por encima de
1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.
Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
cualquier otra consideración, el hecho de que fuesen asclepíadas coicos, y a su
cabeza el autor de los libros I y III de las Epidemias, quienes inventaron el
documento en que mejor se expresa tal orientación de la mente del médico: la
historia clínica.

Vaso de perfume que presenta una consulta médica en tiempos de Hipócrates:


En la parte superior un joven médico practica una sangría.
En la inferior, un enano servidor del médico recibe el pago del paciente por el servicio prestado.
Museo del Louvre, París

.
2. Por una esencial exigencia de la mente humana, toda descripción es a la vez,
en alguna medida, explicación. En una u otra cuantía, las descripciones dicen
siempre lo que la realidad descrita «es» para su autor. Cuando el autor de una

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
historia clínica habla de «esputos cocidos», ¿no está acaso «explicando» su
modo de entender lo que describe?
La explicación diagnóstica de los hipocráticos tuvo dos objetivos principales:
el mecanismo «fisiológico» de la enfermedad en cuestión -lo que nosotros
solemos llamar la patogenia y la fisíopatología del caso- y la determinación
etiológica del proceso morboso. Lo dicho al estudiar las ideas nosológicas y
los problemas del diagnóstico hace ahora ociosa la consideración del
primero.
3. Atención preferente merece la meta predictiva del diagnóstico hipocrático, el
juicio pronóstico. «Punto culminante» de la doctrina de Hipócrates, llama Littré al
saber pronóstico de los asclepíadas de Cos; y aunque la actual interpretación
del progignōskein de los hipocráticos no coincida con la del gran editor del C. H.,
el estudio médico y filológico de ese problema (Neuburger, Meyer-Steinegg,
Edelstein, Müri, Alexanderson) no ha cesado a lo largo de nuestro siglo.
¿Podía no tenerlo, cuando la predicción tantas veces expresaba una
forzosidad mortal del curso de la enfermedad, una muerte
decretada kat'anánkēn por la divina physis? Sólo así es posible entender
satisfactoriamente -a nuestro modo de ver- la tan discutida apelación a «lo
divino» que aparece en el primer capítulo del Pronóstico.
El método por el cual se obtiene el juicio pronóstico es -pretende ser, más
bien- estrictamente técnico: observación y experiencia. «Yo no hago
mántica; yo describo los signos por los cuales se puede conjeturar qué
enfermos sanarán y cuáles morirán», dice orgullosamente el autor
de Predicciones II. Acierte o no, el médico hipocrático pretende obtener así
saberes pronósticos válidos «en Libia, en Délos y en Escitia» (II, 190); es
decir, pertinentes a la naturaleza humana en cuanto tal.
Lo cual no quiere decir que en el juicio pronóstico no puedan discernirse
modos distintos entre sí. En unos casos, por la materia a que ese juicio se
refiere (el pasado o el futuro del enfermo, la curación o la muerte); en otros,
por el grado de certidumbre de la conclusión (pronósticos terminantes, como
el de muerte próxima cuando se observa una facies hippocratica, o
predicciones meramente dubitativas o conjeturales). La índole del cuadro
sintomático acerca del cual se pronostica, y la mayor o menor seguridad del
médico en sí mismo, bien por obra de su carácter, bien porque su
experiencia o su mayor reflexión crítica le hayan obligado a ser cauteloso,
explicarían esas divergencias en el modo de la predicción.
¿Cuál fue, según todo esto, la significación del pronóstico en la
medicina hipocrática? Yo veo en él, ante todo, el propósito, tantas veces
fallido, de descubrir regularidades «de hecho» en el curso de la enfermedad;
y a través de ésta, en el curso de la naturaleza. Tratábase, en suma, de
establecer de una manera razonable -«fisiológica»- la conexión entre un
«ahora», un «antes» y un «después», mediante reglas generales de la
siguiente estructura formal: «Si el conjunto de los signos que presenta tu
enfermo es el que yo ahora describo, tú, médico, podrás decir sin temor a
equivocarte que el futuro de ese enfermo será tal o cual». Un remotísimo
preludio de la famosa consigna de Augusto Comte: voir pour prévoir et
prévoir pour pourvoir. Pero tan ambicioso empeño no era realizable, porque
el futuro de la naturaleza puede ser en alguna medida conocido mediante el
análisis experimental y el cálculo, mas no por la simple contemplación de su
apariencia sensible. De ahí -y también, por supuesto, de la inconsciente
1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.
Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
entrega del observador a un capcioso mine post hoc, semper post hoc-
proceden los abundantes y gruesos errores de hecho que contienen los
escritos pronósticos del C. H. Pero no sería justo olvidar que esos graves
errores llevaban en su seno el germen de su propia corrección: el principio
metódico de la autopsía, la regla de atenerse como supremo métron a la
«sensación del cuerpo».

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
TRATAMIENTO
El acto médico por excelencia es el tratamiento; él es la «obra» (érgon) que hace
de su actividad una tékhnē, la meta en que culmina la cooperación de su
inteligencia y sus manos. El C. H. designa la acción terapéutica con distintas
palabras: con su etimología, unas subrayan lo que esa acción tiene de ayuda o
restablecimiento (iēsis, ákesis); otras, de un sentido originariamente jurídico y
militar (timōriē, boētheíē), aluden a lo que en aquélla hay de «reparación» de un
desorden; otras, las derivadas de kheír, «mano» (enkheiréein, epikheirein),
muestran, como el alemán Behandlung y el inglés management, la importancia
del «manejo» técnico del enfermo. Pero la más influyente en la posteridad ha
sido therapeia, cuidado y solicitud de lo que vale mucho, en definitiva, de lo
sagrado. Atender médicamente a un enfermo, actuar respecto de él
como iatēr o iatrós sería, en definitiva, res sacra.
Estudiemos metódicamente cómo los hipocráticos entendieron esta actividad.

Terapéutica general

Varias son las cuestiones que plantea la visión hipocrática de la ayuda al


enfermo:

Los motivos del acto terapéutico;


La teoría hipocrática de la curación;
Las metas del tratamiento;
Sus principios;
Sus reglas;
Los recursos del terapeuta.

1. ¿Qué motivos impulsaban al médico hipocrático a ver y tratar a sus


enfermos? En cuanto profesional de la medicina, ese hombre intenta conseguir
lucro y prestigio. En cuanto verdadero médico -en cuanto hombre que siente en
su alma el amor a su arte, la philotekhníē-, siente y piensa, en cambio, que el
más noble y hondo de los motivos que le impulsan es el amor al hombre en
cuanto tal, la philanthrōpíē. La philía, que para un griego ilustrado no podía ser
sino amor a la naturaleza universal, en cuanto que realizada en la individual
naturaleza de cada hombre (tal es la raíz de la teoría platónica y aristotélica de
la amistad), sería el último fundamento de la asistencia médica; y como
completando, desde el punto de vista del paciente, esa manera de ver las cosas,
dirá Platón: «El enfermo es amigo del médico -por tanto, confía en él, se entrega
a él- a causa de su enfermedad» (Lisis, 217 a). No es extraño que la imaginación
mítica de los griegos atribuyese a un dios la invención de la medicina.
2. Fin principal de la medicina es procurar la salud del enfermo
Ahora bien: ¿en qué consiste la curación? Para los hipocráticos, el proceso de
ésta tendría un protagonista, la physis, y dos ministros o auxiliares, el médico y
el enfermo: la naturaleza es la que «sana» y el médico el que «cura», aunque a
veces la divina physis mate en lugar de sanar y haga así lo que a su soberano
orden conviene. «Las naturalezas son los médicos de las enfermedades... Bien
instruida por sí misma, la naturaleza sin aprendizaje, hace lo que ella debe
hacer»

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
3. Cuatro fueron, para los hipocráticos, las metas principales de la
medicina: la salvación (en primer lugar, de la humanidad, que sin la medicina
hubiese sucumbido; en segundo término, de los enfermos, muchos de los cuales,
mediante el arte de curar, pueden ser salvados de la muerte), la salud (que según
los casos puede ser «completa» o «suficiente»), el alivio de las dolencias y el
visible decoro del enfermo. La decorosa apariencia del hombre (euskhēmosynē)
sería, en efecto, uno de los fines del tratamiento médico (IX, 258). Para un griego
-no lo olvidemos-, lo bello, lo bueno, lo justo y lo recto tenían una raíz común.

4. Para conseguir la curación, ¿qué principios debían informar el


tratamiento? Fundamentalmente, estos tres:
«Favorecer o no perjudicar» (II, 634-636); primum non nocere, dirán luego los
hipocratistas latinizados. Con su tratamiento, el hipocrático quiere ante todo ser
útil sin daño:

a. Abstenerse de lo imposible. Frente a lo que acaece por necesidad


forzosa, kat'anánkēn, el primer deber es no hacer nada (VI, 4). En este
imperativo de la abstención, frecuentemente formulado en el C. H., se
aunaban tres motivos: uno religioso, el acatamiento de un decreto de la
divina physis; otro técnico y humanitario, la evitación al enfermo de
molestias inútiles (VII, 148); otro, en fin, social, el cuidado del propio
prestigio profesional, cuya merma era más que probable con la muerte o
la incurabilidad del enfermo. La personal actitud del médico ante el
pronóstico -recuérdese lo dicho- y su estimación de la propia técnica
decidían en cada caso el momento y el modo de cumplir este imperativo
de la abstención terapéutica;
b. Atacar la causa del daño. Por una esencial exigencia de su condición
«técnica», el tratamiento hipocrático debía ser -en su intención, al menos-
etiológico, causal. «Es preciso dirigir el tratamiento contra la causa de la
enfermedad»; el médico debe siempre actuar «contra la causa y contra el
principio de la causa». Fuese cual fuese su éxito en la práctica del mismo,
a los médicos hipocráticos se debe la formulación de este principio de la
acción terapéutica, sin duda el más alto y permanente de cuantos la rigen.

Una de las obras cumbres del arte griego del s. V a. C. el llamado Auriga de
Delfos.
Museo de Delfos

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
5. Estos tres principios fundamentales del tratamiento se concretaron en
varias reglas terapéuticas. He aquí las principales:

a. El tratamiento por los contrarios. El método terapéutico que más


tarde llamarán «antipatía» es el más frecuentemente afirmado en los
escritos del C. H. (VI, 92; VI, 54; V, 284; IV, 476, etc.). Erraría, sin
embargo, quien identificase el hipocratismo con la antipatía y la alopatía.
Aunque sin el menor dogmatismo, y en un sentido que sólo en parte
coincide con el de Hahnemann, tres de sus escritos afirman con claridad
la homeopatía, el principio terapéutico del similia similibus (V, 276-278; VI,
394; VI, 330-336). Arraigada en viejas concepciones míticas acerca de la
acción de «lo semejante» (G. W. Müller, L. Gil), la homeopatía se halla
netamente afirmada en el C. H.;
b. El mandamiento de la prudencia. «Lo nuevo, cuya utilidad no se
conoce, suele ser más alabado que lo tradicional, cuya utilidad se conoce»
(III, 414). De un modo temeroso o de un modo animoso, el terapeuta
hipocrático fue y quiso ser prudente;
c. La regla del bien hacer: «Hacer lo debido y hacerlo bellamente»,
según la fórmula de Sobre las úlceras. O esta otra, no menos hermosa:
«Hágase bella y rectamente lo que así haya que hacer; y con rapidez, lo
que deba ser rápido; y con limpieza, lo que debe ser limpio; y con el menor
dolor posible, lo que debe ser hecho sin dolor» (II, 230-232);
d. La educación del paciente en tanto que paciente. El médico debe
enseñar al enfermo a serlo del mejor modo posible, y no poco ayuda a ello
la práctica de complacer los gustos de éste, en cuanto su bien lo consienta
(V, 308; VI, 254);
e. La individualización y la oportunidad del tratamiento. En cuanto
técnica, la regla terapéutica es en principio general; pero su aplicación
recae siempre sobre un individuo determinado y en un determinado
momento del proceso morboso. El médico, por tanto, debe tener en
cuenta en sus tratamientos -aparte la índole de la enfermedad-, la
constitución del enfermo, la estación, la edad (VI, 54) y, por supuesto, la
oportunidad (kairós) en que él interviene. Hay que tratar, por supuesto, la
parte afecta, pero sin olvidar «el todo del cuerpo». Esta regla de la
medicina hipocrática, tan expresamente alabada por Platón, no obstante
sus ulteriores reservas frente al proceder terapéutico de los médicos
griegos (Cármides, 156 b-c), es reiteradamente enunciada en los escritos
del C. H. Y no menos lo es la regla del kairós. Hay saberes -como el del
que sabe leer, que lee con igual facilidad en cualquier ocasión- en que no
es necesario el atenimiento al kairós; pero no es éste el caso de la
medicina, porque con la ocasión cambia en ella lo que para curar debe
hacerse (VI, 330). De ahí la dificultad del arte del médico, porque la
ocasión es fugaz -recuérdese el primero y más famoso de los Aforismos:
«Ars longa, vita brevis, occasio praeceps...»-, y de ahí también el hecho
de que la medicina, que como saber científico tiene su «principio» en el
conocimiento de la physis del cuerpo, carezca de un verdadero
«principio» en cuanto actividad terapéutica (VI, 156). Por esencia, la regla
terapéutica sería menos segura que el conocimiento «fisiológico».

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
6. Orientado por estos principios y estas reglas, el hipocrático aplicaba sus
recursos terapéuticos. Desde Celso es un tópico agrupar éstos en tres grandes
grupos:

Dietética;
Farmacoterapia; y,
Cirugía.

Pero nosotros entendemos que esta tradicional y certera ordenación


quedaría incompleta sin añadir a esos tres capítulos otro, menos
considerado hasta ahora:
La psicoterapia.

Dietética
La dietética nació en el mundo griego -bien dentro del círculo pitagórico (Joly),
bien anteriormente a él (Kudlien)- al servicio de una intención religiosa ritual; pero
muy pronto, desprovista ya de este carácter y convertida en regla del sano vivir,
se difundió por toda Grecia. No debió de ser escasa la parte que en tal difusión
tuvo Heródico de Selimbria, según lo que de él nos dicen Platón y el Anónimo
Londinense. En el seno de este alto prestigio inicial de la diaita fueron
compuestos los varios escritos del C. H. (La dieta en las enfermedades
agudas, Sobre la dieta, La dieta salubre, La medicina antigua) que se ocupan de
este tema concreto.
1. Entendida la díaita como régimen de vida, el general prestigio de la dietética
en la antigua Hélade tuvo dos motivos principales: la convicción de que
los nómoi -los usos de la vida social- son capaces de modificar la naturaleza del
hombre y la concepción microcósmica de esta naturaleza. Integran la díaita,
según esto, la alimentación, los ejercicios, la actividad profesional, la
peculiaridad del país y las costumbres sociales. En todos estos motivos pensaba
el médico para establecer un régimen de vida; pero en la elección de cada regla
concreta pesaba, como ha mostrado Joly, tanto la experiencia de la vida ordinaria
como el a priori de ciertas convicciones populares: la carne de las aves es más
«seca» que la de los cuadrúpedos, los sesos son más «fuertes» como alimento
porque son partes más nobles, etc.
2. En cuanto recurso terapéutico, ¿qué sentido tiene la dietética en el C. H.? Dos
casos típicos hay que distinguir: aquellos en que la diaita era todo el tratamiento,
y aquellos otros en que constituía el lecho de un tratamiento más enérgico,
medicamentoso o quirúrgico. En las enfermedades agudas no muy graves,
bastaría la decocción de cebada (ptisanē) para la curación del enfermo; sólo en
las dolencias graves y complicadas -y, por supuesto, en las crónicas- serían
necesarios remedios extradietéticos (II, 244 ss.). Esta es una de las razones por
las que son vituperados los autores de las Sentencias cnidias; los cuales, salvo
en las enfermedades agudas, se habrían limitado a prescribir purgantes, suero
lácteo y leche (II, 226). Durante veinticuatro siglos han tenido vigencia las
ingenuas reglas dietéticas -decocción de cebada, hidromel, oximel, vino en
pequeñas dosis- de Sobre la dieta en las enfermedades agudas; pero hasta bien
entrado el siglo XIX, ¿sabían hacer algo más prudente los mejores médicos?
3. Junto a la dietética para enfermos floreció (Sobre la dieta, La dieta salubre) la
dietética para sanos: el «gran descubrimiento» de que blasona el autor del
1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.
Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
primero de esos dos escritos. Con la cautelosa actitud mental del hombre a quien
la sofística ha enseñado que los nómoi pueden colaborar con la physis u
oponerse a ella, pero también con la pedantería del arbitrista seguro de sí mismo,
el tal autor enseña que un recto equilibrio entre los alimentos (en definitiva, el
agua) y los movimientos (en definitiva, el fuego) no sólo sirve para conservar la
salud, mas también para mejorar la condición natural del hombre: «Con un
régimen adecuado, las almas pueden hacerse más inteligentes y penetrantes de
lo que por naturaleza eran» (VI, 514 y 522). Sólo las cualidades morales -
dependientes, según nuestro autor, de la naturaleza de los canalículos por los
que el alma circula- serían inmodificables por la diaita. Su utopía progresista se
refiere a la perfección de la inteligencia del hombre, no a la de su moralidad.

Farmacoterapia
Dejemos ahora intacta la cuestión de si la noción de phármakon tuvo o no tuvo
siempre, dentro del mundo homérico, un carácter mágico. Limitémonos a
consignar que en el siglo V -esto es, cuando el concepto de phármakon, con su
doble acepción de medicamento y veneno, se constituye en la medicina
hipocrática- el término posee en la literatura griega tres sentidos principales: uno
estrictamente médico, otro netamente mágico (recurso para hechizar) y otro, en
fin, mágico en un sentido especial, catártico (los pharmakoí como «chivos
expiatorios»). Sobre este abigarrado fondo semántico se constituye la doctrina
hipocrática del fármaco, que vamos a exponer a continuación.
1. Convertida en término técnico -libre, por tanto, de toda significación mágica-,
la palabra phármakon es usada en el C. H. según tres acepciones cardinales:
como sustancia exterior al cuerpo, capaz de producir sobre éste una modificación
favorable o desfavorable (indistinción entre fármaco y alimento: VII, 552; I, 598,
etcétera); como agente modificador distinto del alimento (VI, 340), y, por
antonomasia, como medicamento purgante, bien «por arriba» (eméticos), bien
«por abajo» (purgantes stricto sensu). ¿Es posible, en estos dos últimos casos,
discernir en el C. H. alguna doctrina general acerca de su acción? Sólo hasta
cierto punto. Veámoslo examinando algunas cuestiones fundamentales.

a. Relación entre la curación espontánea y la curación


medicamentosa. En aquélla, la materia pecante es destruida por obra de
una «violencia» nacida en el propio cuerpo; en esta otra, la physis del
enfermo es «forzada» desde fuera de ella (VI, 326). Lo cual quiere decir
que habrá médicos en quienes domine la confianza en la espontaneidad
de la naturaleza (V, 426; II, 508; V, 276) y médicos en quienes prevalezca
la confianza en la virtualidad del arte (VI, 336-340).
b. El mecanismo de acción de los fármacos. Estos actúan por su
propia dynamis; pero el modo según el cual ésta se actualiza es a veces
entendido como «agitación» (tarássein) y otras como «atracción»
(hélkein), y en ambos casos de un modo más bien cuantitativo o más bien
cualitativo (calentamiento, carácter dulce, salado o graso, etc.).
c. Polivalencia y sobredeterminación de la acción farmacológica. En
su agudo examen de la medicina cnidia, Joly ha distinguido dos actitudes
mentales igualmente viciosas y precientíficas: la «polivalencia» (un mismo
agente podría producir varios efectos muy distintos entre sí) y la
«sobredeterminación» (para que un agente sea eficaz, es preciso que
1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.
Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
posea caracteres arbitrariamente sobreañadidos; por ejemplo, que la
leche sea de una vaca negra). La noción de «especificidad» falta o es muy
laxa en el C. H.; el modo de la acción dependería de la individualidad de
la physis del enfermo, de la estación, del kairós, etc. Tal vez influyese en
este modo de pensar la ya mencionada distinción entre la aitía o causa en
general (la dynamis propia del medicamento) y la próphasis o causa
inmediata (las condiciones concretas de la actuación de éste).

2. Relación entre el phármakon, en el sentido de purgante, y la purgación o


purificación (kátharsis) con él producida. Desde un punto de vista puramente
médico, es posible distinguir la actitud terapéutica de los cnidios, tan dados al
uso y al abuso de los purgantes, de la más prudente y mesurada actitud de los
terapeutas coicos. Desde un punto de vista histórico-cultural, es interesante
advertir, con Temkin y Artelt, la existencia de una transición continua entre
la kátharsis ritual y mágica de los tiempos arcaicos (las ceremonias de lustración
de individuos o ciudades; el pharmakós o «chivo expiatorio» de las fiestas
targelias) y la kátharsis o purgación medicamentosa (ya no mágica, sino técnica)
de los escritos del C. H.: la sanadora eliminación de una materia a la que, por
obra de ese remoto origen ritual, todavía seguimos llamando «pecante».
Recuérdese lo ya dicho acerca de los términos lyma (canto I de la Ilíada)
y miasma (Edipo Rey).

3. Origen y sentido de la farmacopea hipocrática. ¿Cómo llegó a la mente de los


hipocráticos la idea de emplear los numerosos fármacos que sus escritos
mencionan? ¿Sólo por obra de la experiencia propia y a través de la importación
de remedios usados en otros ámbitos culturales, como Egipto, Etiopía o la India?
No es posible dar una respuesta suficiente. Parece indudable que los
hipocráticos heredaron ciertos remedios de la medicina empírica o mágica
anterior a ellos (p. ej., el eléboro o melampódion) e importaron otros, merced a
las múltiples relaciones comerciales de las ciudades jonias. Pero después de los
ingeniosos apuntes de Joly -que ha tenido el acierto de aplicar a este tema el
«psicoanálisis» de Bachelard- parece indudable que en no pocos casos cedieron
a la influencia sugestiva de diversas convicciones populares: el prestigio del
exotismo, el de la vida, el del olor, el de la digestión, etc. He aquí un sugestivo
campo de investigación todavía no agotado: la conexión entre la medicina
hipocrática y el «inconsciente colectivo» del pueblo griego.

4. Sería inútil buscar en el C. H. una clasificación sistemática de los fármacos


por su preparación o por su operación; hay a lo sumo atisbos de ella. Son
distinguidos los «medicamentos en poción» y los «medicamentos para las
heridas» (VI, 254); menciónanse también las píldoras, los clísteres, las pomadas,
las epítimas, los eclegmas, las fumigaciones, los pesarios. De uno u otro modo
administrada, la medicación trataba de obtener efectos purgantes, eméticos,
astringentes, diuréticos, narcóticos, emolientes, diaforéticos, etc.; y el buen
médico, además de conservar en su memoria el elenco de los diversos fármacos
y de sus «cualidades simples», debía disponer de una pequeña farmacia y saber
preparar por sí mismo sus remedios (IX, 238). Hasta la aparición de las oficinas
de farmacia, tal será la regla

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
Psicoterapia

La reflexión y la práctica de los sofistas (Gorgias, Antifonte) acerca de la acción


psicológica de la palabra y -sobre todo- el conjunto de las ideas platónicas
(Cármides, Leyes) en torno a la sugestión verbal y a su metódica asociación con
la terapéutica farmacológica, crearon la posibilidad de que los médicos
hipocráticos edificaran, de un modo más o menos sistemático, una psicoterapia
práctica; pero tal posibilidad sólo en muy escasa medida fue utilizada. En primer
lugar, porque del «ensalmo verbal» (epōdē) conocieron su empleo mágico -tan
justa y enérgicamente vituperado por el autor de Sobre la enfermedad sagrada-
y no la sutil racionalización que de esa palabra elaboró el genio de Platón; en
segundo, tal vez, por el, aunque tan fecundo, exagerado somaticismo que el
propio Platón les echa en cara en una conocida página del Cármides.
No quiere esto decir que los hipocráticos desconocieran la actividad terapéutica
que nosotros llamamos «psicoterapia». El médico -dice el autor de Sobre la
decencia- procederá en todo «con calma, con habilidad, ocultando al enfermo,
mientras actúa, la mayor parte de las cosas, exhortándole con alegría y
serenidad... y ya reprendiéndole con vigor apacible, ya consolándole con
atención y buena voluntad». No menos significativo es un texto
deEpidemias II: «[...] excitar los movimientos del ánimo, las alegrías, los temores
y otros sentimientos semejantes; si el estado del enfermo se halla complicado
con una enfermedad del resto del cuerpo, se le tratará; si no, con esto basta». O
uno de Sobre la dieta, en el cual, en ciertos casos de preocupación anormal, se
aconseja «orientar el alma hacia los espectáculos teatrales, sobre todo hacia los
que hacen reír; o si no, hacia los que más complazcan».
El médico hipocrático advirtió la importancia de una psicoterapia general o
básica, enderezada a mejorar el ánimo y la confianza del enfermo, y conoció la
influencia de la vida psíquica sobre el cuerpo. Pero por las razones antes
indicadas, no pasó de ahí, confió demasiado poco en el efecto de la sugestión
(VI, 10-12; IX, 14-16, 232, 250-252) y, en definitiva, no supo aprovechar
técnicamente los hallazgos logoterápicos de los sofistas y de Platón.

Cirugía
Durante la época hipocrática no hubo cirujanos puros, médicos especialistas en
cirugía. Pero a la práctica quirúrgica se halla consagrada una parte considerable
de los escritos del C. H. -Oficina del médico, Fracturas, Articulaciones, Sobre la
palanca, Heridas de la cabeza, Úlceras, Hemorroides, Fístulas- y más de un
fragmento entre los que poseen un carácter médico general. Es tradicional
afirmar, desde Galeno, que dos de los más importantes de esos escritos -
Fracturas y Articulaciones- proceden de una sola pluma, verosímilmente la del
propio Hipócrates de Cos. Opúsose a esta idea, con finos argumentos de
contenido, Edelstein; pero la investigación filológica ulterior al trabajo de éste
(Deichgräber, Bourgey, Knutzen) ha seguido considerando posible, e incluso
probable, la atribución de varios tratados quirúrgicos a la persona de Hipócrates.
Sin entrar en la polémica, nosotros estudiaremos sucesivamente la «mentalidad
quirúrgica» de los médicos hipocráticos y la concreta realidad de su cirugía.

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
Reducción de luxaciones mediante aparatos.
En la extrema derecha está ilustrado el famoso «banco de Hipócrates» que aún
se usaba en el siglo XIX.
Biblioteca Laurenziana, Florencia

1. Desde que la medicina se constituye como técnica, dos mentalidades


complementarias -y en parte contrapuestas- surgen en ella; una que podemos
llamar «internista», más doctoral, si vale decirlo así, y otra «quirúrgica», más
operativa. Tres son, a mi modo de ver, las principales manifestaciones de la
mentalidad quirúrgica de los hipocráticos: la especial valoración del ojo y de la
mano en la práctica de la medicina, la fortaleza del ánimo terapéutico y la
manera, en cierto modo característica, de planear y tratar el problema del
prestigio social del médico.
Algo semejante debe decirse respecto de la fortaleza del ánimo terapéutico.
En los escritos quirúrgicos es donde más claramente prevalece el doble
mandamiento de «favorecer» y «actuar», y no parece un azar que en
muchos casos el verbo iētreuein, «medicar», tenga la estricta significación
de «tratar quirúrgicamente», como si fuese en tal ocasión cuando el iatrós,
el médico, es más fiel al nombre de su propio oficio. Análoga es en algún
sentido la impresión del lector del C. H. acerca de la actitud del cirujano ante
el prestigio social. Todos los hipocráticos sintieron con la mayor viveza este
incentivo; pero donde el tema de la sed de prestigio aparece con más
energía -a veces para tratar con ironía despectiva o sarcástica a los médicos
que ceden a ella- es sin duda en los escritos quirúrgicos. Considerando la
mayor espectacularidad y el mayor dramatismo que llevan consigo las curas
quirúrgicas, no es exagerado decir que el cirujano se mueve, como diría
Hegel, «en el elemento de la fama», y esto con dos posibles y contrapuestos
resultados: el cultivo jactancioso de la ostentación y el aparato, por un lado,
y un sobrio atenimiento a los procedimientos terapéuticos más eficaces y
sencillos, por otro. Los cirujanos del C. H. -ambiciosos también de la buena
fama, pero de un modo más severo y exigente- eligieron de ordinario la
segunda vía, y de ahí el irónico sarcasmo de las palabras con que vituperan
a quienes practican la cirugía como halagadores del gran público.

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].
2. Veamos ahora en su contenido concreto la práctica quirúrgica de los
asclepíadas hipocráticos. Esa práctica tenía como escenario la oficina del
médico (iatreion) y fue principalmente restauradora (heridas y úlceras, fístulas,
fracturas y luxaciones) y evacuante (abscesos, empiemas, trepanación,
nefrostomía). Amputaciones propiamente dichas no fueron practicadas. A título
de muestra, he aquí, en conciso apunte, algunos de los capítulos principales del
saber quirúrgico del C. H.:
a) Heridas de la cabeza: Son descritas varias formas clínicas (trópoi): la fractura
simple, la contusión sin solución de continuidad y sin hundimiento, la fractura con
hundimiento, la hedra o lesión inmediatamente producida por el instrumento
vulnerante, acompañada de fractura y contusión o exenta de ellas, y la fractura
por contragolpe. La exploración de tales heridas es minuciosamente descrita, así
como la técnica de la trepanación y sus distintas indicaciones.
b) Entre las luxaciones, mencionaremos en especial la del húmero y la de la
cadera:
La luxación escápulo-humeral -que según Sobre las articulaciones se
produce siempre «hacia la axila», esto es, hacia abajo- podría ser
reducida de seis modos distintos: con la mano, imitando lo que por sí
mismos suelen hacer los sujetos afectos de luxación recidivante; con el
talón; con el hombro; con el bastón embolado (hyperon): con la
espaldera o escala (klimákion); con una tabla tallada (ambē), que
nuestro autor describe minuciosamente. Y acaba este capítulo con una
frase bien reveladora del «ánimo terapéutico» a que antes nos
referimos: «Es preciso en todo momento saber servirse de lo que se
tenga más a mano».
La luxación de la cadera -muy ampliamente estudiada en Sobre las
articulaciones- suscitó en la Antigüedad una famosa polémica: si tal
luxación se reproduce siempre, por lo cual sería inútil reducirla (Ctesias),
o si es posible curarla definitivamente (Hipócrates). Sea o no este último
el autor del mencionado escrito, en él se describe el aparato que más
tarde llamarán «banco de Hipócrates», el instrumento más eficaz para
tal fin hasta bien entrado el siglo XIX. «Con estas máquinas y estas
fuerzas -termina diciendo el texto-, no parece que deba fracasar la
reducción de ninguna articulación».
c) En su clásico estudio sobre la cirugía de Hipócrates, Pétrequin, con la óptica
de un cirujano de 1877, puso de relieve una multitud de saberes y de técnicas
del C. H. que podían competir con los saberes y las técnicas de su época: la
reducción de las luxaciones de la mandíbula por el procedimiento en tres
tiempos; la invención del speculum ani y del speculum uteri; el tratamiento de las
hemorroides mediante cáusticos; las inyecciones intrauterinas; la descripción de
luxaciones congénitas de las más diversas articulaciones; la introducción de las
férulas, la extensión continua y la compresión metódica en el tratamiento de las
fracturas; el diagnóstico correcto de la luxación acromial de la clavícula; el
preciso conocimiento del pie equino; la doctrina acerca de las causas que hacen
recidivantes las luxaciones del hombro, y tantas más.

1. Bercovitz, L. (2007). La medicina en tiempos de Hipócrates. [online] Medigraphic.


Available at: http://www.medigraphic.com/pdfs/veracruzana/muv-2007/muv071h.pdf
[Accessed 26 May 2018].

You might also like