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Pecado mortal

De acuerdo al catolicismo, un pecado serio, grave o mortal es la violación con pleno conocimiento y
deliberado consentimiento de los mandamientos de Dios en una materia grave. Debe tenerse en cuenta que si
Jesús dio su vida por la salvación de todos y cada uno de los seres humanos, aceptando incluso ser martirizado
en la cruz, su sacrificio no ha de ser en vano. Una conducta humana de poca gravedad no puede lógicamente
desvirtuar el destino que Dios ha dispuesto, que no es otro que la salvación. Se podrían considerar como tales
(si se cumplen las condiciones señaladas): el secuestro, el asesinato, el incesto, el robo, el adulterio,
la violación, el aborto, el suicidio, entre otros.

Concepto
Tradicionalmente se ha identificado al pecado mortal con aquel pecado cuya comisión conlleva, por sí sola y
dada su gravedad, la condena del alma, de modo que si pusiéramos al otro lado de la balanza todas las obras
buenas que el sujeto haya podido realizar a lo largo de toda su vida no serían suficientes para obtener su
salvación, salvo que logre el perdón por los medios que la Iglesia establece. No es que no se valoren las obras
de toda una vida en su conjunto sino que éstas no suponen contrapeso suficiente para desvirtuar el desprecio
grave a la voluntad de Dios y la intrínseca maldad que ello supone.
Es la Iglesia la que establece qué conductas constituyen pecado mortal y cuáles no. En este sentido se ha dicho
que nadie puede tener por padre a Dios si no tiene por madre a la Iglesia. Aunque sorprende un poco la
literalidad de los preceptos que ella establece, pues hay conductas gravísimas que no se mencionan
expresamente, como la tortura con ensañamiento o el robo de bebés, y otras cuya inclusión recibe una fuerte
contestación social, como la masturbación (u onanismo), que siendo pecado no parecen a primera vista
pecado mortal.
Es por ello que la interpretación que se dé a los preceptos canónicos requiere especial relevancia. Y, como en
toda norma, caben distintos criterios interpretativos. La interpretación puede
ser estricta, restrictiva o extensiva. La primera es la que se detiene en la literalidad de la norma (sin excluir
ningún supuesto ni admitir supuestos análogos). La interpretación extensiva es la que tácitamente incluye
supuestos análogos, con igual razón de ser, no contemplados por la norma en su literalidad. Y la restrictiva es
aquella que entiende que deben excluirse algunos supuestos de hecho. Así, aunque la norma dice no matarás,
puede ser lícito en caso de estado de guerra en ciertos casos (que la norma en su literalidad no prevé).

Pecado Mortal y Dogmas de Fe


La infalibilidad (certeza o inexorabilidad) del Papa tiene una serie de requisitos en cuestiones de fe y moral. Es
necesario que sus pronunciamientos sean ex cathedra. Es decir que expresamente proclame una doctrina
como definitiva (que no va a cambiar).
El problema surge cuando nos referimos a actos concretos, a una casuística indefinida, que no puede ser
definitiva por su misma naturaleza. Puede que sea dogma de fe la prohibición de matar, pero la decisión de si
una guerra concreta es legítima (aunque conlleve muertes), es algo casuístico, que depende de las
circunstancias concretas. Los supuestos de hechos concretos sólo encajan en la norma mediante una labor
interpretativa concreta.

La materia grave
El Catecismo de la Iglesia Católica, el documento oficial y autorizada de la Iglesia Católica donde se consignan
las enseñanzas de la fe, define estos pecados tan grave asunto. El número que está escrito el asunto grave
preocupación en El Catecismo de la Iglesia Católica está a la derecha de la palabra.
(Esto no es necesariamente todos los asuntos graves posibles.)
 Aborto. (2272)
 La adulación es una falta grave, si se hace cómplice de vicios o pecados graves de los otros(2480)
 El adulterio (Cuando dos personas, de las cuales al menos una de ellas está casada con otra persona, y
estas tienen relaciones sexuales entre sí, cometen ambos adulterio. También mirar una mujer con deseo
sexual es adulterio).(2380)
 La blasfemia (puesta en circulación de odio, reproche, desafío o hablar mal de Dios, la Iglesia, los santos o
las cosas sagradas). (2148)
 Estafar a un trabajador de su salario (retiene e impide su habilidad para sostener las necesidades básicas
para él y su familia) "El salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir
una grave injusticia". (2434)
 Omisión deliberada de la obligación del domingo (no ir a misa el domingo y días de Precepto) (2181)
 La adivinación, la magia, la brujería, etc. (2117)
 El divorcio (a excepción de un cónyuge que es la víctima inocente de un divorcio que no se trate de
obtener el divorcio a sí mismo). (2384-2386)
 Del Abuso de Drogas (2290 y 2291)
 Poner en peligro su propia seguridad y de otros por la embriaguez o el amor por la velocidad en el mar, en
la carretera, o en el aire. (2290)
 La envidia ("Se refiere a la tristeza a la vista del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque
injustamente cuando se desea un grave daño al prójimo es un pecado mortal:".) (2539)
 La eutanasia. (2277)
 La ira extrema ("El deseo de venganza.", Como la Enciclopedia Católica define. "Cuando se trata de
conformidad con las prescripciones de la razón equilibrada, la ira no es un pecado. Es más bien una cosa
loable y justificada con un celo adecuado. Se convierte en pecaminosa cuando se trató de vengarse de
alguien que no ha merecido, o en un grado mayor de lo que se ha merecido, o en conflicto con las
disposiciones de la ley, o por un motivo impropio. El pecado es la continuación, en un sentido general
mortal como se opone a la justicia y la caridad. Puede, sin embargo, ser venial, porque la sanción que
conlleve no es más que un insignificante uno o por falta de deliberación. Del mismo modo, la ira es pecado
cuando hay una excesiva vehemencia en la pasión misma, ya sea interna o externamente. Por lo general es
entonces considerado un pecado venial a menos que el exceso sea tan grande como para ir en contra en
serio al amor de Dios o del prójimo ".) (2302)
 El falso testimonio y perjurio [El falso testimonio es una declaración pública en contra de la corte a la
verdad. El perjurio es un falso testimonio bajo juramento. Condenan a los inocentes, exonerar a los
culpables o aumentar la pena del acusado. Están en contradicción con la justicia.] (2152 y 2476)
 Gula (una pasión desordenada de los apetitos mundanos (amor, excesiva de alimentos, cuando se pone
seriamente en peligro su seguridad y la de los demás.) (2291)
 El odio de un vecino / a desear deliberadamente a él o ella un gran daño (2303)
 El incesto (2388)
 Mentir ("La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las
circunstancias, las intenciones del que la comete, y el daño sufrido por sus víctimas. Si la mentira en sí sólo
constituye un pecado venial, que llega a ser mortal cuando lesiona gravemente las virtudes de la justicia y
la caridad ") (2482)
 El asesinato (homicidio doloso) (2268)
 La fornicación (unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio) (2353)
 La pornografía (2354)
 La prostitución (2355)
 La violación (2356)
 La negativa de las naciones ricas para ayudar a aquellos que son incapaces de garantizar los medios de su
desarrollo por sí mismos (2439)
 El sacrilegio (profanar o tratar indignamente los sacramentos y acciones litúrgicas de la Iglesia, así como
las cosas consagradas a Dios) (2120)
 El escándalo (una actitud o comportamiento que induce a otro a hacer pecados graves) (2284)
 El suicidio (2281)
 El terrorismo que amenaza, hiere y mata sin discriminación (2297)
 Apuestas desleales y tramposos en los juegos (el robo) (Estos no son mortales si el daño causado es tan
pequeño que quien la padece no pueda razonablemente considerarlo significativo) (2413 y 2434)

EL PECADO MORTAL Y EL PECADO VENIAL

Un pecado serio grave o mortal es la violación con pleno conocimiento y deliberado


consentimiento de la Ley de Dios en una materia grave, por ejemplo, idolatría, adulterio, asesinato
o difamación. Todas estas son gravemente contrarias al amor que debemos a Dios y por Él, a
nuestro prójimo. Como enseñó Jesús al condenar hasta al que mira con malos deseos a una mujer,
el pecado puede ser interior (selección del deseo solamente) y exterior (selección del deseo seguido
por la acción). La persona que por su propia voluntad desea fornicar, robar, matar o cometer otro
pecado grave, ya ha ofendido seriamente a Dios al escoger interiormente lo que Dios ha prohibido.

El pecado mortal se llama mortal porque es la muerte "espiritual " del alma (separación de Dios). Si
estamos en un estado de gracia nos hace perder esta vida sobrenatural. Si morimos sin
arrepentirnos, lo perdemos a Él por la eternidad. Sin embargo, si volvemos nuestro corazón a Él y
recibimos el Sacramento de la Penitencia, nuestra amistad con Él queda restaurada. A los católicos
no les está permitido recibir la Comunión si tienen pecados mortales sin confesar.

Los pecados veniales son pecados leves. No rompen nuestra amistad con Dios, sin embargo la
afectan. Incluyen desobediencia a la Ley de Dios en materias leves (veniales). Si por chismes
destruimos la reputación de una persona, esto es un pecado mortal. Sin embargo, los chismes
normales son sobre asuntos insignificantes y solo son pecados veniales. Adicionalmente, algo que
de otra manera sería un pecado mortal (por ejemplo la calumnia) puede ser en un caso particular
solo un pecado venial. La persona puede haber actuado sin reflexionar o bajo la costumbre de un
hábito. Pero, por no tener plena intención, su culpa ante Dios se ve reducida. Es bueno recordar
especialmente para aquellos que están tratando de serle fieles a Dios, pero caen algunas veces, que
el pecado mortal no solo debe ser 1) materia grave, sino 2) que la persona esté consciente de ello, y
entonces 3 ) lo cometa libremente.

Estas dos categorías de pecado se encuentran explícitamente en las Escrituras. En el Antiguo


Testamento había pecados que ameritaban la pena de muerte y pecados que se podían expiar con
una ofrenda. Esta Ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por nuestra fe
(Gál 3; 24). En el Nuevo Testamento estas categorías materiales son reemplazadas por las
espirituales, muerte natural por muerte eterna. Hay faltas diarias por las cuales debemos pedir
diariamente perdón (Mt 6; 12), porque el "justo, aunque caiga siete veces se levanta" (Pro 24; 16), y
faltas mortales que separan al pecador de Dios (1Co 6; 9-10) por toda la eternidad.

ADELANTE LA FE

Pecados mortales que se cometen con


total tranquilidad hoy día
“Nadie puede servir a dos señores; porque odiará al uno y amará al otro; o se adherirá al uno y despreciará al
otro.”(San Mateo 6: 24)

Faltar a Misa en domingo y/o día de precepto.


– Estar más de un año sin Confesarse.
– Comulgar sin haber confesado algún pecado mortal.
– Faltar voluntariamente al ayuno eucarístico (no comer nada una hora antes de comulgar).

– Faltar voluntariamente a la abstinencia de carne los viernes de cuaresma.


– Blasfemar de forma compulsiva (reiteración de la palabra “Hostia”).
– Jurar en falso poniendo a Dios por testigo.
– Mantener el rencor u odio a alguien, y consentir en ese pensamiento.
– Difamar a alguien (dar información falsa o no probada con garantía).
– Mentir en algo que gravemente perjudique a otra persona.
– Tener relaciones sexuales antes del matrimonio (fornicación).
– Tener relaciones sexuales fuera del matrimonio (adulterio).
– Tener relaciones homosexuales.
– Tener relaciones sexuales de pago (prostitución).
– Convivir en pareja sin estar casados sacramentalmente.
– Sexo en solitario (masturbación).
– Uso de anticonceptivos artificiales (pastillas) y de preservativos.
– Uso de medios contraconceptivos: ligadura de trompas, vasectomía masculina o femenina,
dispositivo intruterino (Diu) y “marcha atrás” en el coito.
– Inseminación artificial para la fecundación in vitro
– Uso de pornografía ya sea en internet, Tv o cualquier otro medio gráfico.
– Asistencia a locales de alterne y/o de espectáculos inmorales.
– Uso de ropas provocativas o con intención de resaltar las partes pudorosas del cuerpo.
(esto es sólo un pequeño resumen. Por supuesto hay muchos más)
Pecados mortales, veniales y de omisión
A todo pecado, sea mortal o venial, hay que dar mucha importancia.
Por: José María Iraburu | Fuente: Catholic.net

Padre nuestro, perdona nuestras ofensas.


–Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Pecado mortal y pecado venial. Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Reconciliatio et
pænitentia (1984, 17), expone los fundamentos bíblicos y doctrinales de la distinción real entre
pecados mortales, que llevan a la muerte (1Jn 5,16; Rm 1,32), pues quienes persisten en ellos no
poseerán el reino de Dios (1Cor 6,10; Gal 5,21), y pecados veniales, leves o cotidianos (Sant 3,2), que
ofenden a Dios, pero que no cortan la relación de amistad con Él. Ésta es, en efecto, la doctrina
tradicional, que Santo Tomás enseña (STh I-II, 72, 5), como también el concilio de Trento (Dz 1573,
1575, 1577).

–El pecado mortal es una ofensa a Dios tan terrible, y trae consigo unas consecuencias tan
espantosas, que no puede producirse sin que se den estas tres condiciones: –materia grave, o al menos
apreciada subjetivamente como tal; –plena advertencia, es decir, conocimiento suficiente de la malicia
del acto; y –pleno consentimiento de la voluntad. Un solo acto, si reune tales condiciones, puede
verdaderamente separar de Dios, es decir, puede causar la muerte del alma. En este sentido, dice Juan
Pablo II, se debe «evitar reducir el pecado mortal a un acto de “opción fundamental” contra Dios –
como hoy se suele decir–, entendiendo con ello un desprecio explícito y formal de Dios o del prójimo»
(Reconciliatio 17).

La maldad del pecado mortal consiste en que rechaza un gran don de Dios, una gracia que era necesaria
para la vida sobrenatural. Mata, por tanto, ésta; separa al hombre de Dios, de su amistad vivificante;
desvía gravemente al hombre de su fin verdadero, Dios, orientándolo hacia bienes creados. En este
último sentido ha de entenderse la expresión «actos desordenados», que hoy –desafortunadamente–
vienen a ser un eufemismo frecuente para evitar la palabra «pecado».

–El pecado venial rechaza un don menor de Dios, algo no imprescindible para mantenerse en vida
sobrenatural. No produce la muerte del alma, sino enfermedad y debilitamiento; no separa al hombre
de Dios completamente; no excluye de su gracia y amistad (Trento 1551, Errores Bayo 1567: Dz 1680,
1920); no desvía al hombre totalmente de su fin, sino que implica un culpable desvío en el camino
hacia él. Un pecado puede ser venial (de venia, perdón, venial, perdonable) por la misma levedad de
la materia, o bien por la imperfección del acto, cuando la advertencia o la deliberación no fueron
perfectos.

No siempre el pecado venial es sinónimo de pecado leve, apenas culpable, sin mayor
importancia. Conviene saber esto y recordarlo. Así como la enfermedad admite una amplia gama de
diversas gravedades, teniendo al límite la muerte, de modo semejante el pecado venial puede ser leve
o grave, casi mortal. Imaginen este diálogo: – ¿Esa enfermedad es mortal? –No, gracias a Dios. –
Bueno, entonces es leve. –No, es bastante o muy grave, y si no se sana a tiempo, puede llegar a ser
una enfermedad mortal.

Juan Pablo II, en el lugar citado, recuerda que «el pecado grave se identifica prácticamente, en la
doctrina y en la acción pastoral de la Iglesia, con el pecado mortal». Sin embargo, ya se comprende
que también el pecado venial puede tener modalidades realmente graves. Cayetano usa la calificación
de «gravia peccata venialia», y Francisco de Vitoria, con otros, usa expresiones equivalentes (M.
Sánchez, Sobre la división del pecado, «Studium» 1974, 120-123). Pero, como es lógico, son
particularmente los santos, quienes más aman a a Dios, los que más insisten en la posible gravedad
de ciertos pecados veniales.

Así Santa Teresa: «Pecado por chico que sea, que se entiende muy de advertencia que se hace, Dios
nos libre de él. Yo no sé cómo tenemos tanto atrevimiento como es ir contra un tan gran Señor, aunque
sea en muy poca cosa, cuanto más que no hay poco siendo contra una tan gran Majestad, viendo que
nos está mirando. Que esto me parece a mí que es pecado sobre pensado, como quien dijera: “Señor,
aunque os pese, haré esto; que ya veo que lo véis y sé que no lo queréis y lo entiendo, pero quiero yo
más seguir mi antojo que vuestra voluntad”. Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo
parece, sino mucho y muy mucho» (Camino Perf. 71,3). La reincidencia desvergonzada agrava aún
más la culpa: «que si ponemos un arbolillo y cada día le regamos, se hará tan grande que para
arrancarle después es menester pala y azadón; así me parece es hacer cada día una falta –por pequeña
que sea– si no nos enmendamos de ella» (Medit. Cantares2, 20).
***
–Imperfecciones. Por otra parte, grandes autores nos hablan de las imperfecciones, junto a los
pecados mortales y veniales (San Juan de la Cruz, 1 Subida 9,7; 11,2). La imperfección suele definirse
como «la deliberada omisión de un bien mejor». Pudiendo hacer un bien mayor, se elige hacer un bien
menor… ¿Realmente es pecado? Otros piensan que, más bien, la imperfección es una obra buena, pero
no perfecta. Otros –y yo con ellos– estimamos que es simplemente un pecado venial, aunque sea muy
leve.

No creemos que existan actos humanos moralmente indiferentes (decimos actos humanos, por
tanto conscientes y deliberados). Podrá haber actos del hombre (andar, comer, escribir) indiferentes
por su especie, es decir, considerados en abstracto. Pero considerados en concreto, en la acción
individual, tales actos serán buenos o malos, según la moralidad derivada de las circunstancias y del
fin del agente (STh I-II, 18, 9). Ahora bien, si no hay actos morales indiferentes, no hay
imperfecciones: los actos humanos o son buenos o son malos –venial o mortalmente pecaminosos–.
Así pues, «la imperfección moral es pecado venial» (B. Zomparelli, imperfection morale, Dict. de
Spiritualité, París 1970, 1625-1630).

Dejemos a un lado en esto si tal cosa es de precepto o consejo, si es un bien en sí mayor o menor,
etc., y veamos la cuestión sencillamente. Siempre que el hombre rechaza la íntima moción de la gracia
de Dios, peca –venial o mortalmente–; trátese de precepto o consejo, bien mayor o menor. Si, por
ejemplo, una persona tiene conciencia moral cierta de que Dios quiere darle su gracia para que vaya
a misa diariamente, si no va y se aplica a otra obra buena (trabajar, estudiar, lo que sea), no incurre
simplemente en una imperfección, sino en un pecado venial –pues el don rechazado no es vital, sino
sólo conveniente y precioso–. Y ya sabemos, por supuesto, que no hay precepto que mande participar
diariamente en la Misa.
***
–Evaluación subjetiva del pecado concreto
La división teórica de la gravedad de los distintos pecados es relativamente sencilla. Pero a la hora de
evaluar en concreto la gravedad de ciertos pecados cometidos, surgen a veces en las conciencias
problemas no pequeños. Señalemos, pues, algunos criterios en orden al discernimiento.

1. Aunque somos personas humanas, hacemos pocos «actos humanos», si entendemos


por éstos los que proceden de razón y libertad (ST I-II, 1,1; ib. ad 3m). Los
hombres espirituales tienen una vida muy consciente y deliberada, pero son pocos. La mayoría
de los hombres son carnales, y el sector consciente y libre de sus vidas es bastante reducido.
Obran muchas veces movidos por su costumbre, por la moda, por las circunstancias, por lo que
le apetece, por lo que le piden. En gran medida, pues, «no saben lo que hacen» (Lc
23,34; cf. Rm 7,15). Más aún, los que pecan mucho ponen sus almas tan oscuras, que acaban
confundiendo vicio y virtud, mal y bien. Todos, más o menos, sufrimos estas oscuridades, y
todos hemos de decir ante el Señor: « ¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me
oculta» (Sal 18,13).

Ahora bien, si en aquello que en nuestra conciencia hay de consciente y libre nos empeñamos
sinceramente en no ofender a Dios, llegaremos a no ofenderle tampoco en aquellas cosas de las que
hoy todavía apenas somos conscientes. Es decir, la reducción de los pecados formales, amplía e ilumina
cada vez más nuestra conciencia, y nos va librando incluso de aquellos que llamamos pecados
materiales, que no son realmente culpables, por faltar en ellos el conocimiento o la voluntariedad. Por
el contrario, en los cristianos plenamente crecidos en la gracia casi todos los actos son humanos, pues
en ellos la voluntad obra según la razón y según «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6).
2. La gravedad o levedad de un pecado concreto ha de ser juzgada según el pensamiento
de la fe, esto es, a la luz de la sagrada Escritura y de la enseñanza de la Iglesia; y no según el
temperamento personal o el ambiente en que se vive. De otro modo, los errores en la evaluación
pueden ser enormes.

Las personas juzgan frecuentemente la gravedad de un pecado según su temperamento y modo de


ser. Tal caballero antiguo no hace casi problema de conciencia si mata a otro en un duelo de pura
vanidad; pero si dijera una mentira grave sentiría terriblemente manchado su honor y su conciencia.
Esta señora rezadora es incapaz de faltar contra la castidad en lo más mínimo, pero maltrata a su
empleada, y no ve en ello nada de malo; ve en ello, más bien, una muestra noble de energía y
autoridad.
Influye también mucho el ambiente, y también, por supuesto, el mismo medio eclesial concreto. Faltas,
por ejemplo, contra la abstinencia penitencial que son muy tenidas en cuenta en tal época o Iglesia
particular, en otro tiempo y lugar apenas se consideran. Se dan, pues, en esto errores de
época, graves errores colectivos, de los cuales, por supuesto, no se libran los cristianos carnales de
nuestro tiempo. Tantos de ellos, por ejemplo, no consideran pecado mortal la inasistencia a la Misa
dominical durante años. Su conciencia está deformada, quizá a causa de predicaciones falsas.
3. A todo pecado, sea mortal o venial, hay que dar mucha importancia. El dolor por la culpa
ha de ser siempre máximo, y en este sentido no tiene mayor interés llegar a saber si tal pecado
fue mortal o venial, venial leve o grave. Por lo demás, insistimos en que un pecado, aunque no
sea mortal, puede ser muy grave. En pecados, por ejemplo, contra la caridad al prójimo, desde
una antipatía apenas consentida, pasando por murmuraciones y juicios temerarios, hasta llegar
al insulto, a la calumnia o al homicidio, hay una escala muy amplia, en la que no se puede
señalar fácilmente cuándo un pecado deja de ser venial para hacerse mortal.

4. EI pecado de los cristianos tiene una gravedad especial. «Si pecamos voluntariamente
después de haber recibido el conocimiento de la verdad» ¿qué castigo mereceremos? Si era
condenado a muerte el que violaba la ley de Moisés, « ¿de qué castigo más severo pensáis que
será juzgado digno el que haya pisoteado al Hijo de Dios, y haya profanado la sangre de su
Alianza, en la que fue santificado, y haya ultrajado al Espíritu de la gracia?» (Heb 10,26. 29). A
éstos «más les valía no haber conocido el camino de la justificación, que, después de haberlo
conocido, echarse atrás del santo mandamiento que se les ha transmitido. Les ha pasado lo del
acertado proverbio: “El perro ha vuelto a su propio vómito”, y “el cerdo, recién lavado, se
revuelca en el lodo”» (2Pe 2,21-22).

5. El cristiano que habitualmente vive en gracia de Dios, en la duda, debe presumir que
su pecado no fue mortal. Y la presunción será tanto más firme cuanto más intensa y firme
sea su vida espiritual. Recordemos que gracia, virtudes y dones son hábitos sobrenaturales
infundidos por Dios en el hombre. Y el hábito es «qualitas difficile mobilis»: implica permanencia
y estabilidad, como dice Santo Tomás (STh I-II, 49,2 ad 3m). La gracia da al hombre una
habitual inclinación al bien, así como una habitual tendencia a evitar el pecado (De
veritate 24,13). Por eso tanto la vida en pecado como la vida en gracia poseen estabilidad, y la
persona no pasa de un estado al otro con facilidad y frecuencia. Por eso aquellos buenos
cristianos que con excesiva facilidad piensan que tal pecado suyo fue mortal suelen estar
equivocados, quizá porque recibieron una mala formación o porque son escrupulosos. Estiman
que puede perderse la gracia de Dios como quien pierde un paraguas, por puro olvido o despiste.

Tengamos en cuenta ante todo que cuando el Señor agarra al hombre fuertemente por su gracia, no
consiente tan fácilmente que por el pecado mortal se le escape. Viviendo normalmente en gracia,
caminamos fuertemente tomados de la mano de Dios. Y como dice Jesús, «lo que me dio mi Padre es
mejor que todo, y nadie podrá arrancar nada de la mano de mi Padre» (Jn 10,29). Y San Pablo: «¿Quién
podrá arrancarnos al amor de Cristo?… [Nada] podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro» (Rm 8,35.39).
–No conviene cavilar en exceso tratando de evaluar exactamente la gravedad de un pecado.
Lo que hay que hacer es arrepentirse de él con todo el corazón. Y aunque el pecado fuere pequeño,
sea muy grande el arrepentimiento.

Los que atormentan su alma intentando evaluar su culpa, dándole vueltas y más vueltas, no sacan
nada en limpio. Muchas veces son escrupulosos. Imaginemos que un niño, desobedeciendo a su madre,
ha dado un portazo –por prisa, por enfado, por negligencia, por lo que sea–. Triste sería que luego el
niño, encogido en un rincón, se viera corroído por interminables dudas: « ¿Fue un portazo muy fuerte?…
No tanto. ¿Quizá trato de quitarme culpa? Muy suave no fue, ciertamente. ¿Pero hasta qué punto me
di cuenta de lo que hacía?» etc. Poco tiene eso que ver con la sencillez de los hijos de Dios, que viven
apoyados siempre en el amor del «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2Cor 1,3). En
no pocos casos, estas cavilaciones morbosas proceden en el fondo de un insano deseo
de controlar humanamente la vida de la gracia y cada una de sus vicisitudes. Pero muchas veces la
evaluación del pecado concreto es moralmente imposible: «Ni a mí mismo me juzgo –decía San Pablo–
. Quien me juzga es el Señor» (1Cor 4,3-4).
***

–Pecados de omisión. Todos los días pedimos al Señor en la Misa que perdone nuestros pecados de
«pensamiento, palabra, obra u omisión». Estos pecados de omisión pueden ser muy graves: vivir
habitualmente desvinculado de la santa Misa, ignorar más o menos conscientemente la situación de
un familiar que necesita una ayuda con urgencia, no prestar suficiente atención de amor al cónyuge,
centrándose durante los tiempos libres en alguna de las tantísimas aficiones que pueden cautivar a la
persona; etc. Muchas veces los pecados de omisión van unidos a pecados de obra. En todo caso, al
ser omisiones, con frecuencia no son advertidos por la conciencia, que capta con más facilidad los
pecados de obra positiva.

Cristo señala y reprueba en varias ocasiones pecados que son de omisión. Condena la higuera
infructuosa (Mc 11,12-14, 20-21). Las vírgenes imprudentes de la parábola no se ven privadas del
banquete por pecado de comisión, sino de omisión (Mt 25,11-13). Igualmente es castigado el siervo
que no empleó debidamente su talento (Mt 25, 27-29). En el Juicio final el Señor castiga por los muchos
bienes que, pudiendo hacerlos, no fueron hechos (Mt 25, 41-46). El rico de la parábola es condenado
no por haber causado algún mal al pobre Lázaro, sino por haberlo ignorado, teniéndolo en la misma
puerta de su casa, sin prestarle nunca ayuda (Lc 16,19-3 l). La omisión de aquellas buenas obras
debidas en justicia o en caridad, que son posibles, ciertamente constituyen un pecado, un pecado de
omisión. Esta verdad nos lleva a reafirmar otra verdad fundamental que le precede.
***
–Las buenas obras son necesarias para la salvación. Dice Jesús: «Sed perfectos, como perfecto
es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). «En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y
así seréis discípulos míos» (Jn 15,8). Nosotros, pues, como hijos de Dios, hemos de «andar de una
manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena» (Col
1,10). Por lo demás, al final de los tiempos vendrá el Señor «para dar a cada uno según sus obras»
(Ap 22,12; cf. Mt 25,19-46; Rm 14,10-12; 2Cor 5,10). Y entonces «saldrán los que han obrado el bien
para la resurrección de vida, y los que han obrado el mal para la resurrección de condena» (Jn 5,29).

El cristiano está destinado a la perfección, y exige obras la perfección (per-fectus, de per-


facere). En efecto, «la operación es el fin de las cosas creadas» (SThI,105, 5), pues las potencias se
perfeccionan actualizándose en sus obras propias. Por eso los cristianos, cooperando con la acción de
la gracia divina –que es la que actúa en la persona «el querer y el obrar» (Flp 2,13) –, alcanzamos la
perfección actuando las virtudes y dones en sus propias obras. Es fácil de entenderlo: si no nos
ejercitáramos en las obras buenas, resistiríamos la gracia de Dios, pues Él quiere fecundar nuestra
libertad dándole una operosidad abundante, de modo que por ella lleguemos nosotros a la perfección,
y al mismo tiempo ocasionemos la de otros. «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que
viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16).

Advirtamos, en todo caso, que cuando hablamos de obras nos referimos igualmente a las
obras externas, que tienen expresión física, como a la realización de obras internas, de condición
predominantemente espiritual –como, por ejemplo, orar, perdonar una ofensa, renunciar a una
reclamación justa, acordarse de Dios al paso de las horas, etc.–.
El peligro de tener muchas palabras, y pocas obras siempre ha sido denunciado por los maestros
espirituales, comenzando por los mismos Apóstoles. San Pedro nos dice que Jesús «pasó haciendo el
bien» (Hch 10,38). Y San Pablo: «Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa» (1 Cor 4,20).
Y San Juan: «No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y de verdad» (1Jn 3,18). Los pecados
de omisión van directamente en contra de esa operosidad benéfica, que no es sino docilidad a la gracia
de Dios.

San Juan de la Cruz advierte que «para hallar a Dios de veras no basta sólo orarcon el corazón y la
lengua, sino que también, con eso, es menester obrar de su parte lo que es en sí. Muchos no querrían
que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal, y por El no quieren hacer casi nada que les cueste
algo» (Cántico3, 2). Santa Teresa insiste siempre: «Vosotras, hijas, diciendo y haciendo, palabras y
obras» (Camino Perf. 32,8). El amor que tenemos al Señor ha de ser «probado por obras» (3
Moradas 1,7; cf. Cuenta conc. 51). «Obras quiere el Señor» (5 Moradas 3,11). Y en la más alta
perfección cristiana no queda el cristiano inerte y quieto, sino que, por el contrario, es entonces cuando
florece en cuantiosas y preciosas obras buenas: «De esto sirve este matrimonio espiritual, de que
nazcan siempre obras, obras» (7 Moradas 4,6). Y lo mismo dice Santa Teresa del Niño Jesús: «los más
bellos pensamientos nada son sin las obras» (Manuscritos autobiog. X,5).
Así pues, la fe fiducial luterana, sin obras, es una fe muerta, sin caridad, pues si estuviera
vivificada por la caridad, florecería necesariamente en obras buenas. No es, por tanto, una fe salvífica:
«la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta» (Sant 2,17).
La fe fiducial presuntamente salvífica es, pues, una caricatura de la fe vivacristiana, que es, bajo la
acción de la gracia de Dios, «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6). En efecto, «no son justos ante
Dios los que oyen la Ley, sino los que cumplen la Ley: ésos serán declarados justos» (Rm 2,13).
Tampoco basta con clamar al Señor, abandonándose pasivamente a su misericordia, pues «no todo el
que dice “¡Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre,
que está en los cielos» (Mt 7,21).
Pues bien, el campo católico de trigo no está hoy libre de la cizaña luterana. Cuando un
cristiano deja de ir a Misa, cuando la comunión frecuente no va acompañada de la confesión frecuente,
cuando la absolución sacramental se imparte y se recibe sin esperanza real de conversión, como
una imputación extrínseca de justicia, cuando tantos creyentes viven tranquilamente en el pecado
mortal habitual –adulterio o lo que sea–, confiados a la misericordia de Dios, que es tan bueno, ¿no
estamos con Lutero ante una vivencia fiducial de la fe? ¿No se da, aunque sea calladamente, una
instalación pacífica en el simul peccator et iustus?

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