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“Álvaro nupcial”
“Narciso enlutado”
Abro el umbral del Álvaro en que moro,
junto en mi voz el Álvaro a que aspiro.
Doy un Álvaro al aire, si suspiro,
y arrojo al mar un Álvaro, si lloro.
El Uruguay no suele ser generoso con sus poetas, con sus escritores, con sus
artistas. Si se hace excepción de algunos -pocos- nombres repetidos hasta el
cansancio y el aburrimiento, es escaso lo que se conoce de los escritores
nacionales. Me atrevo a contradecir una opinión generalizada pero sin fundamento
en los hechos: que el uruguayo es culto. Sólo si se entiende por Cultura las
expresiones de una nacionalidad más allá de la obra de sus artistas, esto puede
admitirse. Pero si hoy, en cualquier punto de la República preguntáramos quién fue
-y es y será- Alvaro Figueredo ¿cuántas personas sabrían responder?. Y el
desconocimiento -injusto como el de tantos creadores que esperan una hora que no
llega- deviene en ignorancia de artistas que dedicaron su vida al ejercicio pleno de
su arte y se fueron con más pena que alguna gloria. Como escribe Esther de
Cáceres, hacia 1968: "la indiferencia y el olvido que hacen un muro de sombra
alrededor de nuestros artistas...". El deber es, entonces, insoslayable: rescatar, del
olvido o del desconocimiento, figuras capitales del quehacer artístico del país. Una
de ellas es la de Alvaro Figueredo. Durante un corto tiempo el programa de
Literatura lo incluyó, pero los permanentes cambios impidieron su continuidad.
Adiós, pues, al breve recuerdo de Figueredo y todos sus compatriotas desplazados
al territorio del desconocimiento. La realidad se nos impone, con crudeza.
Su primer libro es de esos años: Desvío de la estrella (1936). Luego vendrían los
premios que, como se sabe, no agregan ni quitan nada al auténtico talento creador.
Su prosa, sus ensayos, se desarrollan paralelamente con su actividad poética. En
1956 publica Mundo a la vez, segundo libro de poesía. Colaboró con la revista
escolar El Grillo durante años; escribió romances y literatura infantil. Fue, en
Maldonado, un permanente animador cultural, modesto, sencillo y culto. Dictó
conferencias, trabajando sobre sus pares -Sara de Ibáñez, Parra del Riego, Paco
Espínola, María Eugenia Vaz Ferreira, entre otros-. A su muerte, permanecían
inéditos algunos ensayos sobre Cervantes y Martí. Colaboró en publicaciones
argentinas, mexicanas, venezolanas. Su vida fue para la Literatura y la docencia. Y
realizó una de las creaciones poéticas más singulares de nuestra breve pero copiosa
historia literaria.
Quizás el mayor reconocimiento que Alvaro Figueredo obtuviera en vida haya sido
la traducción y publicación de sus poemas en New World writing de E.E.U.U.. No
por la traducción al inglés sino por la dimensión creadora del traductor. Se trataba
del poeta norteamericano William Carlos Williams quien, como Alvaro Figueredo,
vivió toda su vida en su pueblo natal de Rutherford, New Jersey, trabajando como
médico; había nacido un 17 de setiembre de 1883, recibió la influencia de Ezra
Pound y escribió parte de su poesía en el marco del Imagismo, constituyéndose, a
través de su obra, en uno de los poetas de mayor proyección e influencia sobre las
nuevas generaciones. Ambos poetas habían nacido en setiembre, ambos radicados
en la tierra que los vio nacer, vidas paralelas en la escritura de la poesía, ambos
generadores de una poética singular, propia, específica.
Alvaro Figueredo abre sus propios caminos en la poesía. Y aunque la apariencia del
texto semeje oscuridad, es "aquella consustancial a la poesía, sin la cual no hay
poesía auténtica", escribirá Arturo S. Visca. Escuchemos al propio autor diciendo
que aspira "a una poesía adicta, al mismo tiempo, al orden y al delirio, a la
coherencia del núcleo temático y a la irracionalidad del discurso, a un equilibrio
entre la efusión y el efugio". El orden y el caos. El lenguaje poético procura el
equilibrio desde la antinomia, la síntesis de los opuestos. Como anota José María
Carreño, en su análisis del cine de Alfred Hitchcock: "... ese conflicto latente y
constante entre el orden y el caos -orden y delirio, coherencia e irracionalidad, dice
Hitchcock- no sólo tiene lugar en el laberíntico universo que nos rodea, sino
también en los invisibles recovecos de nuestra mente y nuestro corazón...". *
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA