El profesor debe suministrar una ayuda cada vez más compleja, a medida que el
estudiante lo requiera, en la siguiente secuencia:
• Asegurar la comprensión del enunciado del problema, por ejemplo, cambiándole la presentación o redacción. • Ayudar a representar lingüísticamente el problema, por ejemplo, mediante dos columnas para que el estudiante escriba a la izquierda los datos conocidos y a la derecha los desconocidos, es decir, lo que se pregunta. • Facilitar que el estudiante diseñe de forma gráfica el problema. • Dar ideas para que formule la representación simbólica, mediante una ecuación (el planteamiento matemático del problema). • Brindar el modelo del razonamiento requerido para su solución. Si con la primera ayuda del profesor el estudiante no logra resolver el problema, se le suministra la segunda. Si con la segunda tampoco lo logra, se le facilita la tercera y así sucesivamente. La representación esquemática de este proceso que podría aplicarse a otros aprendizajes según Orrantía y otros (1997) puede observarse en el gráfico 6: Desde una perspectiva social-constructivista, se parte de la hipótesis de que el conocimiento y el aprendizaje constituyen una construcción fundamentalmente social, que se realiza a través de un proceso donde los modelos (o ideas previas) interpretativos iniciales de los individuos pueden evolucionar gracias a actividades previas grupales que favorezcan la explicación de los propios puntos de vista y su contrastación con los de los otros (los compañeros, el profesor, las lecturas o los medios de comunicación) y con la propia experiencia. AYUDA NO NO ¿Puede SI seguir sólo? ¿Resuelve el problema? SI ¿Suministrar ayuda? BIEN Gráfico 6. Decisión de ayuda mínima en cada dificultad del aprendiz. Desde esta visión, la evaluación, y más aún, la autoevaluación y la coevaluación, constituyen el motor de todo el proceso de construcción del conocimiento. Con frecuencia el profesor y los que aprenden deben obtener datos y valorar la coherencia de los modelos expuestos y de los procedimientos que se aplican y, en función de ellos, tomar decisiones acerca de la conveniencia de introducir cambios en los mismos. No es el profesor quien da la información que el aprendiente precisa, tampoco el estudiante es el que descubre cuál es la información que necesita. Más bien sucede que el estudiante identifica lo que conoce, lo que observa y lo que dicen los demás, valora si le interesa o no y toma decisiones sobre si le es útil incorporar los nuevos datos y las nuevas formas de razonar y el profesor evalúa qué sucede en el aula, cómo razonan y actúan los estudiantes y toma decisiones sobre las situaciones didácticas, las actividades, las propuestas que va a plantear al grupo para facilitar la evolución del pensamiento, de las actuaciones y de las actitudes de su grupo de estudiantes. La profesora Neus Sanmartí enfatiza en ello: En el marco de este modelo de enseñanza, la evaluación y la autoevaluación formativa tienen la función de motor de la evolución o cambio en la representación del modelo. Sin autoevaluación del significado que tienen los nuevos datos, las nuevas informaciones, las distintas maneras de hacer o entender, no habrá progreso. Sin evaluación de las necesidades del alumnado, no habrá tarea efectiva del profesorado. Por ello, puede afirmarse que enseñar, aprender y evaluar son en realidad tres procesos