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Hace ya más de cincuenta años decía Gaston Bachelard que “se conoce en contra de un
conocimiento, destruyendo conocimientos mal hechos, superando lo que en la mente
hace de obstáculo”. Viene a decir que no hay verdad sin error rectificado.
Leí hace tiempo un pequeño libro de Jean Pierre Astolfi titulado “El error, un medio para
enseñar”. Dice el autor que si analizamos el error podemos comprender qué obstáculos
existen para el aprendizaje. Por eso, el profesor puede decir a los alumnos: “Vuestros
errores me interesan”. El error es un indicador de procesos. Los errores no son fallos
condenables sino ocasiones para identificar los obstáculos.
Voy a poner un ejemplo, entre los miles que se producen cada día en las aulas. A un niño
le pregunta el profesor: ¿Por qué fueron expulsados los judíos de la península?
- ¿Qué es lo que dice tu libro? No puede ser. Lee de nuevo con atención. Lee despacio.
El niño lee: “Los judíos fueron expulsados de España porque no quisieron (titubea,
titubea) retractarse”.
El profesor descubre a través del error que el niño confunde dos conceptos muy
distintos: retratarse y retractarse. Puede explicar sus diferencias. Puede hacer referencia
a la aparición de la técnica fotográfica y situar ambos hechos en su justa cronología.
Puede ayudarle a leer con atención.
A un alumno le preguntan cuáles son los fines de la misa. Con el mayor aplomo contesta:
Podéis ir en paz. Demos gracias a Dios.
¿No tiene el niño algo de razón? En el error hay, a veces, partes de verdad. De otra
verdad. Resulta pernicioso el culto a la respuesta única, que es la que tiene en la cabeza
aquel que pregunta. Sobre todo, cuando posee el conocimiento hegemónico y cuando
tiene el poder de evaluar, el poder de sancionar
Umberto Eco habla de la fertilidad del error, de las posibilidades educativas de las
equivocaciones y de los fallos. Las famosas y abundantes antologías del disparate de los
alumnos (sólo conozco una referida al profesorado y titulada “Voy a pasar lista
cronológicamente”) permiten descubrir algunos problemas del aprendizaje. Reflexionar
sobre ellos es un instrumento para la enseñanza y para el aprendizaje de los profesores.
La teoría que planteo vale para la enseñanza y vale también para la vida. Suelo decir que
es magnífico el arte de convertir dos signos menos en un signo más. Algunos dominan,
lamentablemente, el arte contrario. De un signo más (algo bueno que les sucede),
producen dos motivos de desaliento.
Lo pernicioso del error no es haberlo cometido sino obstinarse en él, aferrarse a él como
si la rectificación fuese humillante. Lo pernicioso del error es despreciarse por haberlo
cometido. Hay quien no se perdona haber incurrido en un error. Es inadmisible para su
autoestima. Esa es la gran equivocación.
Los errores propician, si somos inteligentes, dos tipos de beneficios: el primero, al que he
hecho referencia, es que podemos aprender. El segundo, es que nos hace personas
humildes. Nos equivocamos, somos falibles.
José Luis Pinillos, a quien muchos conocerán por sus escritos, me decía un buen día
tomando café en un bar de la Complutense:
16/03/2011
La sociedad suele desear que el profesorado transmita conocimiento a sus alumnos, las
empresas capacidades y últimamente (desde los planes formativos) se nos pide que
formemos en competencias. Conocimientos, Capacidades y Competencias. Caramba
dirán algun@s, 3 C, una puede, dos ya es difícil, pero tres puede resultar excepcional (al
menos para una misma persona y en una misma asignatura).