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La fertilidad del error

Miguel Ángel Santos Guerra


La Opinión de Málaga: 29/01/2011. Documento obligatorio

A veces se olvida la importancia del error en el


aprendizaje.
Aprender es arriesgarse a errar. El que nunca se equivoca es el que no hace nada. Lo
decía lapidariamente Théodore de Banville: “Los que no hacen nada nunca yerran”. No
hay mayor equivocación que pretender evitar cualquier equivocación. El temor a
equivocarse puede resultar paralizante. Si quienes estudian un nuevo idioma sólo
repiten las estructuras sintácticas que ya dominan, no aprenderán nada nuevo. Los que
se arriesgan a utilizar nuevas estructuras, es probable que se equivoquen. Esa
equivocación es una señal de progreso. Quien aprende a conducir, meterá alguna vez
mal las marchas, pero podrá aprovechar ese error para hacerlo luego bien.

Hace ya más de cincuenta años decía Gaston Bachelard que “se conoce en contra de un
conocimiento, destruyendo conocimientos mal hechos, superando lo que en la mente
hace de obstáculo”. Viene a decir que no hay verdad sin error rectificado.

Leí hace tiempo un pequeño libro de Jean Pierre Astolfi titulado “El error, un medio para
enseñar”. Dice el autor que si analizamos el error podemos comprender qué obstáculos
existen para el aprendizaje. Por eso, el profesor puede decir a los alumnos: “Vuestros
errores me interesan”. El error es un indicador de procesos. Los errores no son fallos
condenables sino ocasiones para identificar los obstáculos.
Voy a poner un ejemplo, entre los miles que se producen cada día en las aulas. A un niño
le pregunta el profesor: ¿Por qué fueron expulsados los judíos de la península?

El niño contesta: Porque no quisieron dejarse hacer fotos.

El profesor, sorprendido, requiere una explicación arrugando el entrecejo:


Lo dice mi libro, asegura el niño con tranquilidad y con aplomo.

- ¿Qué es lo que dice tu libro? No puede ser. Lee de nuevo con atención. Lee despacio.
El niño lee: “Los judíos fueron expulsados de España porque no quisieron (titubea,
titubea) retractarse”.

El profesor descubre a través del error que el niño confunde dos conceptos muy
distintos: retratarse y retractarse. Puede explicar sus diferencias. Puede hacer referencia
a la aparición de la técnica fotográfica y situar ambos hechos en su justa cronología.
Puede ayudarle a leer con atención.

Hay que explorar en el contenido del error, en su naturaleza. No basta detectarlo. Si un


niño se equivoca en una suma y no sabemos si la equivocación obedece a que no sabe
distinguir unidades, decenas y centenas, a que lo sabe pero desconoce el mecanismo de
“llevarse”, si sabe ambas cosas pero se equivoca en la suma…, no podremos encauzar
debidamente la enseñanza.

Es preciso ponerse de acuerdo en lo que vamos a considerar un error, descubrirlo y


analizarlo con precisión. Y luego ver cómo y por qué se produce. Finalmente, hay que
aprender del error.

A un alumno le preguntan cuáles son los fines de la misa. Con el mayor aplomo contesta:
Podéis ir en paz. Demos gracias a Dios.

¿No tiene el niño algo de razón? En el error hay, a veces, partes de verdad. De otra
verdad. Resulta pernicioso el culto a la respuesta única, que es la que tiene en la cabeza
aquel que pregunta. Sobre todo, cuando posee el conocimiento hegemónico y cuando
tiene el poder de evaluar, el poder de sancionar

No es suficiente cometer un error para se produzca el aprendizaje. No, si no se reconoce,


si no se sabe por qué se produce y cómo se puede corregir. Hay quien se obstina en los
errores cometidos, quien no los reconoce. En ese caso, será difícil aprender del error. Eso
le sucede a quien se considera en posesión de la verdad, a quien piensa que hay
verdades indiscutibles, a quien cree que los errores sólo están en la mente y en el
comportamiento de los demás.

Umberto Eco habla de la fertilidad del error, de las posibilidades educativas de las
equivocaciones y de los fallos. Las famosas y abundantes antologías del disparate de los
alumnos (sólo conozco una referida al profesorado y titulada “Voy a pasar lista
cronológicamente”) permiten descubrir algunos problemas del aprendizaje. Reflexionar
sobre ellos es un instrumento para la enseñanza y para el aprendizaje de los profesores.

La teoría que planteo vale para la enseñanza y vale también para la vida. Suelo decir que
es magnífico el arte de convertir dos signos menos en un signo más. Algunos dominan,
lamentablemente, el arte contrario. De un signo más (algo bueno que les sucede),
producen dos motivos de desaliento.

Lo pernicioso del error no es haberlo cometido sino obstinarse en él, aferrarse a él como
si la rectificación fuese humillante. Lo pernicioso del error es despreciarse por haberlo
cometido. Hay quien no se perdona haber incurrido en un error. Es inadmisible para su
autoestima. Esa es la gran equivocación.

Los errores propician, si somos inteligentes, dos tipos de beneficios: el primero, al que he
hecho referencia, es que podemos aprender. El segundo, es que nos hace personas
humildes. Nos equivocamos, somos falibles.

José Luis Pinillos, a quien muchos conocerán por sus escritos, me decía un buen día
tomando café en un bar de la Complutense:

- El día que me convencí, de verdad-de verdad, de que no era Dios, se me solucionaron


muchos problemas. Porque cuando creía que lo era, no me permitía tener fallos, no
aceptaba cometer errores, no soportaba ningún rechazo…

Me han invitado a participar en un Congreso médico (se celebrará en marzo en la ciudad


de Marbella) que se va a dedicar a analizar los desastres de la medicina, los errores que
cometen los profesionales de la salud. Para ver cómo se puede aprender de ellos: Me
parece una hermosa y fecunda idea. Creo que bien podríamos utilizarla en educación.
¿Por qué fracasó aquel programa que parecía tan bien concebido? ¿Por qué fue tan
desastroso un determinado proyecto? ¿Qué hizo inútil aquella Reforma?
Detectar los errores, analizarlos, reconocerlos, asumirlos y tratar de aprender de ellos es
un camino excelente para la mejora de las personas, de los profesionales, de las
instituciones y de la sociedad.
CONOCIMIENTO, CAPACIDADES Y
COMPETENCIAS. LAS TRES C.
El blog de Antonio Hidalgo

16/03/2011

La sociedad suele desear que el profesorado transmita conocimiento a sus alumnos, las
empresas capacidades y últimamente (desde los planes formativos) se nos pide que
formemos en competencias. Conocimientos, Capacidades y Competencias. Caramba
dirán algun@s, 3 C, una puede, dos ya es difícil, pero tres puede resultar excepcional (al
menos para una misma persona y en una misma asignatura).

La primera C, la que todos tenemos asumido que se consigue con facilidad: el


conocimiento. Pero…. ¿Qué es el conocimiento?, pues en este punto no nos
complicamos mucho la vida, el conocimiento es lo que transmite el profesorado a sus
alumnos; asumimos y presuponemos que el profesorado sabe de lo que está hablando,
lo tiene actualizado y además sabe transmitirlo de tal forma que el alumnado es capaz
de asimilarlo. Esta característica hace que el alumnado no se tenga que preocupar
mucho de identificar el conocimiento: es el que suelta el profesorado. Sin embargo, el
conocimiento es algo que está continuamente en evolución, cambia (eso seguro); pero
no sabemos ni cuándo ni cómo (eso también es seguro); por tanto todos nosotros,
profesorado y alumnado, tenemos que aprender a identificar el conocimiento y a
entender que puede cambiar y evolucionar. ¿Enseñamos algo de esto a nuestro
alumnado?, si la respuesta es que no, entonces no estaremos transmitiendo
conocimiento, estaremos transmitiendo información (y en algunos casos ni está
actualizada ni sabemos transmitirla).

La segunda C, la que ya es un poco más difícil: las capacidades. Muchas empresas al


contratar trabajador@s dan más importancia a las aptitudes, a las cualidades, a los
valores, a la predisposición a aprender,… es decir, a las capacidades. A veces el
profesorado se queja de que se dé más importancia, por parte de las empresas, a las
capacidades que al conocimiento; pero lo cierto es que…. ¿no hacemos nosotros lo
mismo? Cuando al inicio del curso llega nuestro alumnado, no solemos querer que nos
vengan ya con el conocimiento, que eso ya se lo enseñaremos nosotros (por cierto, lo
mismo piensan las empresas), deseamos que nos vengan con capacidades, la capacidad
de escuchar, la aptitud positiva ante la formación, la capacidad de aprender,…. Bueno,
pues si tanto el profesorado como las empresas deseamos que las personas tengan
capacidades, pues digo yo que ¿por qué nadie les forma o al menos promueve el
“afloramiento” de las capacidades?

La tercera C, la excepcional: las competencias. Tengo que reconocer que en esto de la


tercera C (no hay dos sin tres dirán algunos) somos un poco fantasmas; todos
presumimos de conseguirlas y además lo ponemos por escrito (en los programas);
formamos en competencias genéricas (que por cierto si nos pidieran que explicáramos el
significado de alguna de ellas, lo tendríamos difícil), formamos en competencias
específicas de la profesión a la que se supone que llegará el alumnado cuando finalice
los estudios (que por cierto, si nos pidieran identificar cuáles son los procesos, servicios y
tipos de empresas donde nuestro alumnado trabaja, muchos de nosotros lo tendríamos
difícil). Por tanto, primero deberíamos entender qué son las competencias, identificarlas
y al menos relacionar nuestros programas formativos con los procesos, servicios y tipos
de empresas donde trabajarán (o al menos deberían trabajar) los futuros profesionales
que estamos formando.

Conocimientos, Capacidades y Competencias 3C o C3, tanto da; las pongo en mayúsculas


porque las c tienen que ser de calidad, sino no son c, serían un simulacro de c,
estaríamos fingiendo (una, dos y hasta tres veces), por tanto me hago una
pregunta: ¿cuántas C somos capaces de llevar a cabo en una misma asignatura?
¿QUÉ TE SUGIEREN LAS IMÁGENES?

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