You are on page 1of 27

ALIMENTOS

TRANSGÉNICOS
INSTITUTO TECNOLÓGICO DE CUAUTLA

NOMBRE DEL ALUMNO


ALAIN LEAL RENDÓN
NOMBRE DEL CATEDRÁTICO
ANÍBAL PITOLL GARCÍA
No está permitida la reproducción total o parcial de este documento, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio ya sea electrónico, mecánico,
por fotocopia, por registro u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del Copyright.
I.- PREVIO: Objetivos y metodología utilizada.
Los objetivos de este trabajo serán revelar cuáles son los verdaderos intereses que
mueven a diversas transnacionales a manipular genéticamente los alimentos, además
analizaré los problemas y riesgos que conlleva tanto la producción como la entrada de estos
alimentos en la cadena alimenticia.
La metodología que utilizaré será establecer primero un marco teórico
estableciendo los puntos importantes que abordaré durante el trabajo. Para ello, aportaré
numerosos datos que darán fiabilidad a los argumentos que iré exponiendo, con lo que no
quedarán en simples conjeturas. Además, diversos acontecimientos que iré relatando
durante el trabajo, justificarán que los argumentos o temores que iré exponiendo no son
mera demagogia.
Además, me centraré en exponer todos los argumentos que utilizan las
multinacionales para justificar la producción y consumo de alimentos transgénicos, los
cuales iré rebatiendo uno a uno, entre ellos la gran falacia que utilizan las empresas
transnacionales como baluarte de esta nueva “revolución verde”, como es que “los
transgénicos acabarán con el hambre en el mundo”.
II – INTRODUCCIÓN
Existe una gran incertidumbre y desconocimiento entorno a los alimentos transgénicos.
La mayoría de las personas tienen una formación biológica insuficiente, con lo que se
sienten amenazados por un peligro confuso que no aciertan a comprender, pero sí a intuir.
Y en ese estado, ciertamente son presa fácil de cualquier demagogia.

Lamentablemente una pauta dolorosamente recurrente en esta sociedad capitalista,


es la socialización de daños y riegos, pero con una apropiación privada de los beneficios.
Pese a que describiré los riesgos más adelante, ya podemos intuir ciertas amenazas:
 Mercantilización creciente de la diversidad genética de la biosfera.

 Progresiva privatización del conocimiento científico (a través de cambios en el


derecho de patentes, subordinación de la investigación pública a los requisitos de
rentabilidad de la empresa privada, continua expansión del secreto comercial
industrial...)

Las técnicas de manipulación genética en sí mismas conllevan cierta peligrosidad


intrínseca, pero el problema es el contexto legal, político y económico en el que se emplean,
y los intereses a los que sirven.
Esto es, el problema no es la biotecnología en sí misma, sino “la biotecnología de las
multinacionales”, agravado en que la biotecnología de las multinacionales tiende a
convertirse en toda la biotecnología.
A este efecto, hace falta un punto de vista crítico, en el que,
 Para valorar los riesgos de la ingeniería genética para la salud humana, ¿acaso
haremos caso a los ejecutivos de las multinacionales agroquímicas como Monsanto,
Novartis o Aventis?
 Si hay que anticiparse a los impactos de las nuevas biotecnologías sobre las
relaciones Norte-Sur, ¿tendrá la última palabra la OMC, con su ofensiva a favor de las
patentes sobre la vida?
Para ir entrando en materia, observemos algunos hechos,
 Hubo un silenciamiento del científico Arpad Putszai que denunció efectos adversos
producidos en ratas por la alimentación con patatas transgénicas.

 Se provocó un gran escándalo al divulgarse que Lord Sainsburg, subsecretario de


ciencia en el gobierno de Blair y ardiente defensor de los alimentos transgénicos, es
propietario de la patente de un gen clave en la manipulación genética de alimentos.

 Anuncio del incremento de las alergias a soja en un 50% en tan sólo 1 año, tras la
introducción de soja transgénica en la cadena alimentaria.
Y es que los países europeos han guardado ciertas reticencias, como podemos comprobar
en estos hechos:
 En febrero de 1999, las asociaciones de administraciones locales británicas
acordaron recomendar que no se consuman productos transgénicos en escuelas,
residencias de ancianos y servicios diversos de las administraciones locales.
 Austria ha prohibido la importación de maíz transgénico de Novartis y Monsanto,
y no permite plantar ningún cultivo transgénico comercial en su territorio.
 En Francia, se dio una prohibición de facto para los cultivos comerciales, con varios
casos en los tribunales.
 Dinamarca, en noviembre de 1998 anunció una moratoria para los cultivos
transgénicos y la venta de semillas manipuladas genéticamente.
 Así, el 24 de junio de 1999 el consejo de ministros de medio ambiente de la UE
decidió una moratoria de facto para la aprobación de nuevos cultivos transgénicos
mientras no entren en rigor normas más estrictas.

Pero la opinión no es unánime, de hecho, encontramos 3 grandes rasgos entre los países de
la UE:
 Francia, Dinamarca, Grecia, Italia y Luxemburgo que suspenderán las autorizaciones
para la difusión de nuevos organismos modificados genéticamente (a partir de
ahora, OMG).

 Austria, Bélgica, Alemania, Finlandia, Holanda y Suecia, que dejarán de autorizar la


puesta en el mercado de OMGs hasta que se demuestre que no tienen efectos
negativos sobre el medio ambiente o sobre la salud humana.

 España, Reino Unido, Irlanda y Portugal, que no han suscrito ninguno de los 2 textos
del acuerdo, siendo los países más “tecnoentusiastas”.

En realidad, parece que los intereses comerciales de un puñado de grandes empresas se


han antepuesto a los intereses de salud pública y protección ambiental comunes a la
mayoría de la sociedad.
Mientras, con escasísima o nula participación pública, se toman decisiones que hacen
avanzar los acontecimientos:
 En 1999, EEUU, Canadá y Argentina albergan el 99% de los cultivos transgénicos
comerciales del mundo.
 Desde Otoño de 1996, España importa soja y maíz transgénico de EEUU, para
alimentación animal. Pero a través de la carne, leche o huevos, los cultivos
transgénicos han entrado ya a la cadena alimenticia humana.
Y es que, una vez introducida en los circuitos de la industria alimentaria sin etiquetado
distintivo, seguirles la pista resulta imposible.
España se ha convertido en el principal cultivador e importador de cultivos
transgénicos de toda la UE, alimentos que han entrado en la cadena alimenticia sin
etiquetado distintivo, privando hasta hoy a los consumidores toda posibilidad de elección.
Pero lógicamente, en el mundo es EEUU quién está a la cabeza.
Voy a exponer varios casos de sucesos acontecidos en Europa, si bien no son por
manipulación genética, si que podemos extraer algunas conclusiones respecto a la
evaluación de riesgos:
Las vacas locas en 1996 evidenció el tipo de problemas que genera el modelo
agropecuario dominante, sometido a intensas presiones productivistas que con frecuencia
llevan a desdeñar los riesgos para la salud pública, por no hablar de las atroces condiciones
de vida de los animales en las granjas-factoría.
No es un caso de manipulación genética, pero pone de manifiesto el fracaso de las
estructuras de evaluación de riesgos de las industrias agropecuarias y de las instancias
públicas que las controlan.

En 1999, el gobierno belga tuvo que retirar de la circulación miles de pollos, huevos
y productos porcinos con dioxinas, uno de los componentes más peligrosos que existen.
Parece que empresas de piensos empleaban para la fabricación de sus productos, unas
grasas y aceites usados contaminados con venenos industriales, precursores de las dioxinas.
Y es que industrias como las papeleras, la metalurgia, las químicas de síntesis y sobre
todo las incineradoras de residuos, generan dioxinas que se dispersan por el entorno, para
luego ascender concentrándose por las cadenas tróficas.
Así, en Francia en 1997 se hallaron altos niveles de dioxinas en productos lácteos y
se estima que cada año entre 1.800 y 2.500 franceses mueren cada año de algún cáncer
relacionado con dioxinas.
Ya se vio en España en los años 80, con la intoxicación por aceite de colza, y tal como
afirmó Manuel Sacristán, “el complicado fondo causal último de la intoxicación española en
1981 es la necesidad capitalista de mantener lo más bajo posible el valor de la fuerza de
trabajo”.
Es por lo tanto, “lógico” para el sistema producir alimentos baratos, ignorando o
infravalorando los riesgos de todo tipo, con el objeto de abaratar el valor de la fuerza
de trabajo e incrementar así las rentas del capital.
III - MARCO TEÓRICO E HIPÓTESIS

A partir de ahora se pasará a enumerar y rebatir los argumentos que utilizan las
transnacionales (en sombreado verde). De hecho, los integraré dentro del apartado
correspondiente en el cual se irán mencionando los riesgos que supone esta biotecnología
de las transnacionales.
En Septiembre de 1999, hubo quejas en EEUU en que los granjeros habían sido mal
orientados por multinacionales agroquímicas y productoras de semillas, que se limitaban a
animarlos a plantar superficies cada vez más extensas de transgénicos. La estrategia de
estas megacorporaciones ha consistido en intentar crear una situación sin vuelta atrás,
ocupar un terreno de donde no pudieran ser desalojadas.
El mejor aunque defectuoso argumento con que parecen contar ciertas tecnologías
para seguir entre nosotros es que ya se hayan entre nosotros, y además es muy difícil su
erradicación. Encontramos ejemplos en la energía nuclear, el sistema de transporte basado
en el automóvil...
Así parecen escapar a nuestra capacidad de elección y control. Sin embargo, una
evaluación temprana y la monitorización del desarrollo de nuevas tecnologías, así como la
promoción de la participación pública en ese control, pueden contribuir a prevenir los
efectos negativos.

Las grandes transnacionales afirman que no hay que preocuparse porque no existen
diferencias entre cruzar 2 variedades de trigo e insertar en un tomate genes de un pez, ya
que “todos somos transgénicos”, y “hemos comido genes desde siempre”.

Aunque los seres humanos hemos modificado activamente la naturaleza durante


milenios, nunca antes estuvieron a nuestra disposición herramientas para “rediseñar” la
naturaleza con la velocidad y la profundidad que permiten las biotecnologías modernas.
Las diferencias entre ambas técnicas, son abismales. Fundamentalmente por 3 razones:
 Las culturas campesinas tradicionales sólo podían cruzar entre sí, variedades o
especies emparentadas estrechamente: no podían aislar material genético de un
organismo e insertarlo a otro. Hoy día se han derribado esas barreras y se han puesto
fuera de juego los mecanismos naturales de la evolución.

 La tecnología del ADN recombinante, al permitir la introducción de genes extraños


en un organismo, tiene efectos impredecibles sobre su fisiología y bioquímica, y a
menudo estos efectos son nocivos (ej. procesos cancerosos).

 Las transferencias de genes se hacen a través de vectores que tienen 4


características de riesgo:

o Esos vectores derivan de “parásitos genéticos” que tienen la capacidad de


invadir las células e insertarse por sí mismo en el genoma de éstas.

o Esos vectores están diseñados para romper las barreras entre especies, de
manera que puedan transportar genes entre una amplia variedad de
especies. Así, hay virus que podrán afectar a muchos tipos de seres vivos.
o Esos vectores suelen contener genes “marcadores” de resistencia a los
antibióticos, que pueden transferirse a otros organismos (entre otros, a
bacterias patógenas).

o Los vectores están diseñados para desactivar los mecanismos de defensa con
que las células invadidas degradan el ADN extraño.

Otro argumento famoso: “no es más que otra forma de...”

Para hacer socialmente aceptable lo moralmente problemático, o incluso


éticamente inaceptable, el método más utilizado es intentar asimilarlo a alguna práctica o
situación ya familiar, borrando las diferencias relevantes.
Así, oímos que la clonación humana no es nada más que otra forma de reproducción
“asistida” o artificial; que la terapia génica no es más que otra forma de transplante de
órganos; que las plantas transgénicas no son más que variedades vegetales manipuladas de
la forma que siempre hemos practicado, que los alimentos recombinantes no son diferentes
de los otros, porque siempre hemos comido y comeremos genes.
Ante eso, podemos afirmar que en la sociedad actual, hemos llegado a un extremo
de “pérdida de límites” y hablamos sencillamente de biotecnología como de ecología, y de
reproducción humana como de economía. Para que la tecnociencia pueda estar a la medida
del ser humano, se debe aprender colectivamente a delimitar, trazar y conservar los límites
que son de importancia esencial.
Se han perdido los valores humanos y morales, y prevalecen los intereses del capital,
que sólo entiende de “mercancías”.

Riesgos
Entrando ya en el tema de los riesgos, observamos de 4 clases, los cuales iremos
desarrollando más adelante –no necesariamente en este orden-:
1) Riesgos sanitarios: ej. potencial alérgeno de los nuevos alimentos recombinantes.
2) Riesgos ecológicos: ej. reducción de la biodiversidad silvestre...
3) Riesgos sociopolíticos: ej. reducción de la biodiversidad agropecuaria, incremento de
las desigualdades Norte-Sur a consecuencia de la “tercera revolución verde” basada
en la ing. genética.
4) Riesgos para la naturaleza humana: ej. difusión de ideologías y prácticas
eugenésicas, creación de nuevas “razas” de seres humanos para realizar cometidos
específicos...

Hoy en día, sólo los del primer tipo (sanitario) se están teniendo en cuenta, mientras que los
otros tres apenas se consideran, o no se tienen en cuenta en absoluto.
Vamos a profundizar en los riesgos ecológicos:
En la manipulación genética se extreman ciertas propiedades de los genes, más
resistencia frente a los tóxicos, más capacidad de sintetizar productos químicos... es obvio
que extremar estos “extremos” implica crear riesgos de desestabilización o ruptura de
equilibrios naturales y sociales existentes.
Pongamos varios ejemplos:
Ej nº 1. La transferencia horizontal de genes entre diversas especies a través de los
vectores empleados en ing. genética pueden crear graves problemas de “contaminación
genética” y en el peor de los casos, “superpatógenos”.
Esos elementos genéticos parasitarios, pueden saltar de unas células a otras, introducirse
en el genoma y salir de él, multiplicarse en las células y persistir en estado latente en el
medio ambiente, por lo que una vez sueltos, es imposible controlarlos o recuperarlos.
Así, se crean nuevos patógenos, y muchas veces resistentes a muchos antibióticos.

Ej. nº 2. Por otra parte, pueden haber efectos en cadena en los ecosistemas y
agrosistemas. Uno de los problemas previsibles de la utilización masiva de plantas
transgénicas resistentes a los herbicidad y equipadas con toxinas insecticidas sería la
drástica disminución de insectos y muchas hierbas en los campos, que sirven a su vez de
alimento a aves y otros animales.
Además, las toxinas insecticidas se acumulan en el suelo, y tienen impactos devastadores
sobre insectos polinizadores y sobre el propio suelo.
De todo esto se deduce un gran riesgo: el medio ambiente es impredecible, y los
experimentos en un laboratorio no garantizan cuál será el comportamiento del organismo
transgénico en el medio ambiente, que se convierte así en laboratorio en cada nueva
liberación.
Por ejemplo, se manipuló a una bacteria de suelo, para que fuera capaz de “digerir”
restos agrícolas y ganaderos produciendo etanol. Se suponía que los restos podrían
emplearse para fertilizar el suelo. Parecía una idea redonda, pero el suelo abonado de esta
manera se esterilizaba, las semillas morían al poco de brotar. ¿La explicación? La bacteria
transgénica era fuertemente competitiva con los microorganismos naturales del suelo, y
dañaba a unos microorganismos procedentes de la simbiosis de hongos con las raíces de las
plantas, que son esenciales para la alimentación. Es un ejemplo que cómo algo teórico,
luego en la realidad no se cumple.
Sigamos ahora con otro argumento de las transnacionales,

Habiéndose realizado miles de pruebas de campo con organismos transgénicos, no se han


detectado por ahora efectos nocivos inesperados.

En respuesta podemos decir que hay efectos que pueden no aparecer a corto plazo, pero sí
a medio y largo. Y si no se detectan efectos nocivos, es porque sencillamente tampoco se
buscan, no se hacen las preguntas adecuadas. Como dicen los anglosajones, “no miro para
no ver”.
También es difícil justificar que alguien ha enfermado debido al consumo de alimentos
transgénicos, porque sencillamente aunque llevan consumiéndose años en EEUU, no han
sido etiquetados.
Pongamos un ejemplo descriptivo sobre el peligro de transnacionales como Monsanto:
En 1993, los EEUU dieron permiso a Monsanto para comercializar la hormona de
crecimiento bovino obtenida por manipulación genética, que se inyecta a vacas leches para
que den más leche, pero les causa muchos efectos secundarios indeseables
(malformaciones de los terneros, transtornos reproductores...)
En Abril de 1998, un informe oficial del gobierno canadiense destapó el escándalo
político y científico que supuso la autorización de esa hormona. Tanto Monsanto como el
ministerio de alimentación estadounidense ocultaron daros esenciales.
Dijeron que un experimento en el que se suministró la hormona a ratas durante 90
días se había mostrado que ésta “no era activa por vía oral en ratas”, pero según ha revelado
el informe canadiense, entre el 20 y el 30% de las ratas desarrolló anticuerpos a la hormona,
probando así que ésta había penetrado en su sangre y alertado al sistema inmunológico,
además aparecieron quistes en el tiroides e infiltraciones en la próstata.
No se hicieron los necesarios estudios toxicológicos ni si supone un riesgo para la
salud humana. Además, los científicos autores del informe canadiense fueron amenazados
por sus superiores -por lo visto más sensibles a los intereses de Monsanto que a su deber de
proteger la salud de la gente- para que alteraran su texto. Y eso que se nos insiste que “todo
está bajo control”.
Resumen de los riesgos ecológicos de los cultivos y alimentos transgénicos:
 Efectos tóxicos o alergénicos debido a productos transgénicos o productos de
interacciones con genes huéspedes.
 Propagación de transgenes a especies silvestres cercanas por hibridación sexual.
 Transferencia horizontal de genes a través de la mediación de un vector a especies
de plantas sin relación alguna.
 Recombinación de vectores que generan nuevas cepas virulentas de virus.
 Transmisión a través de un vector de resistencia a los antibióticos a bacterias del
medio.
 Incremento de la contaminación química del agua y los alimentos.
 Aumento de las enfermedades relacionadas con biocidas entre los trabajadores de
campo.
 Las plantas transgénicas equipadas con bio-insecticidas aceleran la evolución de
resistencias a estos en las plagas –con lo que pierden eficacia los bio-insecticidas
naturales-.
 Concentración de los insectos normales sobre los cultivos no transgénicos,
sometiéndolos a daños acrecentados.
 Alimentos manipulados para que tengan buen aspecto, con independencia de su
valor real para la nutrición.
 La expansión de los cultivos transgénicos amenaza la diversidad genética por la
simplificación de los sistemas de cultivos y la promoción de la erosión genética.

Además, la diseminación de OMGs en el medio ambiente puede alterar los


mecanismos, el ritmo y la orientación de la evolución de las especies, con imprevisibles
repercusiones para la estabilidad ecológica de la biosfera.
En general, las presiones internacionales para ganar mercados y aumentar las
ganancias hacen que las compañías liberen cultivos transgénicos demasiado rápido, sin
consideración apropiada de los impactos a largo plazo en las personas o en los
ecosistemas.
En los riesgos sanitarios el que más preocupa es la transferencia de genes de
resistencia a antibióticos. Muchas veces las plantas transgénicas están dotadas de genes de
resistencia a un antibiótico, genes que no tienen valor agronómico alguno pero que
aparecen asociados a los mismos, y sin embargo pueden plantear notables problemas de
salud humana y animal, pues basta con unas mínimas mutaciones (y son frecuentes en
bacterias) para que desarrollen resistencia no sólo a esos pocos antibióticos, sino a otros
muy utilizados para infecciones ya más graves.
En un experimento, varias plantas transgénicas con genes de resistencia a los
antibióticos se hicieron crecer en el laboratorio junto a un hongo. En cada una de las
pruebas, los genes de resistencia a los antibióticos se habían transferido al hongo.
Este riesgo se ha valorado mucho por la comisión europea, que ha rechazado muchos
cultivos transgénicos que tienen genes de resistencia a antibióticos. Pero el gobierno
español permitió la comercialización y cultivo de maíz de la multinacional Novartis (con un
gen de resistencia a la ampicilina) y promueve la aprobación de colza, tomate y algodón con
genes de resistencia a los antibióticos.
Otro peligro latente son las nuevas alergias, ya que mientras que hoy sólo
aproximadamente una docena de alimentos naturales son susceptibles de producir
reacciones alérgicas, la ingeniería genética posibilita que proteínas procedentes de
organismos que antes nunca hemos comido lleguen a nuestros estómagos sin que sepamos
nada sobre su potencial alergénico. Además, los trabajadores del campo, los vecinos de
cultivos transgénicos o los obreros que fabrican los nuevos productos biotecnológicos
pueden igualmente desarrollar alergias o fatales reacciones autoinmunes.

De hecho, en Marzo de 1999, el laboratorio de nutrición de York (Inglaterra) anunció


que las alergias alimentarias a la soja habían aumentado un 50% en 1998. Era la primera en
17 años de análisis que la soja estaba entre las 10 comidas que causan más alergias. Y lo
único nuevo que en relación a la soja había ocurrido en 1998 era la introducción masiva de
soja transgénica de Monsanto en la cadena alimenticia humana.

Tal y como dice el informe sobre el desarrollo humano de 1999 elaborado por el
PNUD, y el cual cito textualmente:

“Al definir las prioridades de la investigación, el dinero se impone a la necesidad: los


cosméticos y los tomates de maduración retardada ocupan un lugar más alto en la lista de
prioridades que una vacuna contra la malaria o cultivos resistentes a la sequía para tierras
marginales. El control más estricto de la innovación en manos de empresas multinacionales
desconoce las necesidades de millones de seres humanos. Desde los nuevos medicamentos hasta
mejores semillas para cultivos alimentarios, las mejores tecnologías nuevas están diseñadas y su
precio se fija para quienes las puedan pagar. El progreso tecnológico sigue estando lejos del
alcance de los pobres”.

No hace más que confirmar la idea que he estado exponiendo: la manipulación


genética responderá a los intereses del capital, y no velará por los necesitados.
Riesgos sociopolíticos:
Se dice a veces que la manipulación genética posibilitará una reducción de uso de
biocidas en la agricultura, y por lo tanto una agricultura más compatible con el medio
ambiente. Pero los resultados a corto plazo pueden ser engañosos, y encubrir desastres a
medio y largo plazo.
Sin embargo, al estar apareciendo resistencias a los herbicidas por parte de malas hierbas,
es necesaria cada vez usar mayores dosis de herbicida, dejando a su vez mayores cantidades
de residuos químicos en los cultivos.
Monsanto se vanagloria de que en 1996 , el primer año de cultivo de su soja
transgénica resistente a su herbicida glifosato, el uso de éste se redujo en porcentajes que
varían entre el 9% y el 39% en diferentes zonas de EEUU, pero al mismo tiempo ha solicitado
a las autoridades reguladoras de varios países triplicar los valores límite admitidos de
residuos de glifosato en los cultivos (pasando de 6 a 20 mg por Kg de peso en seco).
En EEUU los límites admitidos de glifosato en alimentos para consumo humano ha
pasado de 0´2 mg por Kg en 1986 a 100 mg en 1998, lo que supone un aumento del 200 %
en 12 años, a medida que se desarrollaba la estrategia comercial de Monsanto.
En 1997 se había incrementado el uso de glifosato en soja un 72% ese año, y las
previsiones de la multinacional Monsanto son duplicar las ventas de su herbicida estrella en
menos de 10 años gracias a los cultivos transgénicos. ¿Seguro que su objetivo es disminuir su
uso?
Así, las empresas que abastecen de agua potable temen una contaminación por biocidas
que supone los valores límite establecidos en la UE.
Y aquí habría que hablar de 2 paradigmas opuestos e irreconciliables: avanzar hacia
una agricultura que apenas use biocidas (que sería la única opción realmente ecológica y
socialmente aceptable) o avanzar hacia una agricultura de plantas resistentes a los biocidas.
Y la ingeniería genética, controlada por las compañías que fabrican los biocidas, claramente
se han decantado por esta segunda opción.
Y es que mientras que las aplicaciones esporádicas de biocidas pueden controlar los
organismos indeseables, el uso constante (especialmente de un solo producto) provoca la
aparición de resistencias, ya se trate de plagas de insectos o de malas hierbas. En la biosfera
tanto como en los agroecosistemas, diversidad significa estabilidad: los monocultivos son
sistemas muy inestables cuya productividad sólo puede mantenerse pagando un elevado
coste en daños al entorno. Para reducir el impacto ambiental de la agricultura lo que
necesitamos no son estrategias de sentido único sino diversificación y reequilibrio. No hay
salida por tanto si no abandonamos la mentalidad de “guerra química” contra la naturaleza.

La propaganda de las compañías agroquímicas dice que herbicidas como el glifosato


u otros son ambientalmente benignos. Cierto que son menos tóxicos que otros anteriores,
pero no significa que sean ambientalmente recomendables.

Los fabricantes afirman que se degradan rápidamente en el suelo, no se acumulan


en las aguas subterráneas, no tienen efectos en los organismos y no dejan residuos en los
alimentos.

Sin embargo, hay evidencias que restos de estos herbicidas causan defectos de
nacimiento en animales de laboratorio, es tóxico para los peces y puede causar cáncer en
humanos. Es absorbido vía dermatológica, por lo que representa riesgos también para los
agricultores.
El glifosato es tóxico para algunas especies que habitan el suelo (arañas,
escarabajos...) y organismos acuáticos (peces). Además, este herbicida se acumula en frutos
y tubérculos, por lo que preocupa la cuestión de la contaminación de los alimentos por
residuos del herbicida.
Incluso recientes estudios escandinavos han encontrado contaminación de aguas
subterráneas por glifosato en Dinamarca (algo imposible según Monsanto) y evidencia la
conexión entre la exposición a glifosato y tumores del tipo linfoma que se incrementó un
80% desde comienzo de los años 70.
Uno de los argumentos más desvergonzados que utilizan es que la ingeniería
genética servirá para terminar con el hambre en el mundo. Se llega a criticar a los
“tecnocráticos” de insensibilidad e insularidad con los pueblos hambrientos del sur. Incluso
se afirma que “los ecologistas extremistas impiden erradicar el hambre”.

A finales del s. XX y según cifras de la ONU, 840 millones de personas padecen


hambre y desnutrición en un mundo donde el consumo de alimentos del 20% más rico de la
población mundial es 16 veces mayor que el 20% más pobre. Pero el hambre y la
desnutrición severas no son problemas técnicos, sino político-sociales. Las hambrunas no
están causadas por la falta de tierras ni de alimento, sino por falta de acceso al alimento y
de fuentes de ingresos monetarios en momentos críticos. El hambre no es sino un síntoma
de males sociales más profundos: pobreza y desigualdad. Se puede decir de manera aún más
lapidaria: la causa real del hambre en el mundo no es la escasez de comida, sino la escasez
de democracia.
Hoy producimos más que suficiente para alimentar a toda la población mundial, y
con una distribución adecuada nadie pasaría hambre; mañana, simplemente con una
reducción de la cantidad de carne ingerida por las poblaciones del Norte liberaríamos
recursos suficientes para alimentar sobradamente a la población máxima prevista para el s.
XXI (entre 9.000 y 10.000 millones de personas).
Y es que mejorar la productividad de los cultivos no constituye más que una parte de
la solución a los problemas de alimentación en el mundo. Es aún más importante combatir
la pobreza, mejorar las infraestructuras para la distribución de los productos y favorecer la
autosuficiencia regional apoyando a los agricultores de subsistencia.
La supuesta “revolución verde” biotecnológica de las multinacionales no aliviará el
hambre y la desnutrición: por el contrario, empeorará la situación, pues sustraerá más tierras
a los agricultores pobres (para sus cultivos de subsistencia) y las dedicará a cultivos para el
mercado mundial.

Es cierto que hay aplicaciones de las tecnologías del ADN recombinante


potencialmente favorables a los pobres y hambrientos, el problema es que éstos no
representan mercados suculentos para los dueños del capital privado.

En Suiza, se ha desarrollado un arroz concebido para paliar 2 carencias nutricionales


que afectan sobre todo a los países más pobres: incorpora beta-caroteno (sustancia
precursora de la vitamina A) y cierta dosis de hierro fácilmente absorbible. Sin embargo ese
ejemplo es una escasísima excepción.

Si realmente los cultivos transgénicos se destinases a intentar paliar el hambre en el


mundo, entonces deberían poseer alguna o varias de las siguientes características:
 Semillas capaces de crecer en suelos pobres, salinizados, contaminados...
 Cultivos con más proteínas y nutrientes, de alto rendimiento, sin necesidad de
insumos caros (maquinaria, agroquímicos, biocidas...)
 Pensados para los agricultores de subsistencia, no para los latifundios
industrializados.
 Semillas baratas y fácilmente accesibles.
 Cultivos para alimentar personas, no ganado.
Y se puede asegurar que ninguno de los cultivos transgénicos que ya se comercializan
tienen ninguna de las características mencionadas. Los primeros cultivos transgénicos que
se han introducido en la cadena alimenticia (soja y maíz) están destinados a servir de pienso
a la ya excesiva cabaña ganadera de los países del Norte, no a alimentar seres humanos; son
caros y están sometidos a estrictas condiciones de protección de la propiedad industrial;
están pensados para la agroindustria...

Y los supuestos beneficiaros de estas biotecnologías agrícolas (ej. los habitantes de


África) rechazan enérgicamente la manipulación de sus problemas de hambre y
desnutrición por parte de multinacionales de “ciencias de la vida” que no buscan sino
incrementar sus beneficios.

La biotecnología agrícola de las transnacionales no mejorará la dieta ni la seguridad


alimentaria de los más pobres, sino que seguramente las empeorará. Se trata de un modelo
agrícola desfavorable para ellos: agricultura intensiva en agroquímicos, con monocultivos
en grandes plantaciones propiedad de grandes terratenientes, y una dependencia
creciente de los agricultores. Así, en este contexto se han empleado términos como
“bioservidumbre” o “proletarización de campesinado”.

Y es que no hay ejemplo más claro como la tecnología de semillas estériles que
patentó EEUU y que fue bautizada como “tecnología terminator”. Esta tecnología impide la
germinación de las semillas, con lo que cultivos básicos como son el trigo, el arroz o el sorgo
pasan a ser de un solo uso. Con el maíz se hacen variedades híbridas, ya que esta hibridación
es un método biológico eficaz para obligar a los agricultores a comprar semillas cada año.
Hasta ahora muchos cultivos se resistían a la hibridación, pero con la tecnología
“terminator” se habrá roto esta barrera, y se acelerará la desposesión del agricultor y la
monopolización de las semillas. Y es curioso cómo se ha conseguido, ya que Monsanto
compró la empresa “Delta and Pine Land Company”, poseedora de la patente de
“terminator” y éste es un claro ejemplo de cómo se privatizan los resultados de la
investigación pública o semipública.
Antes las protestas que la tecnología terminator despertó en todo el mundo,
Monsanto acabó por prometer en octubre de 1999 que no comercializaría estas semillas.
Pero se han desarrollado ya tecnologías que dejan atrás a la “terminator” original.
Estas nuevas tecnologías de semillas estériles, mutiladas, “drogadictas”
(dependientes de insumos químicos) no son una innovación, de hecho, representan la
dirección que está tomando la manipulación genética, y muestra lo que verdaderamente
quieren las transnacionales agroquímicas que hoy aumentan su poder para controlar,
manipular y mercantilizar la vida.

El beneficio agronómico de estas tecnologías es nulo; el aumento de poder y


control para estas empresas lo es todo.

Desde el punto de vista de pérdidas/ganancias de empleo, las perspectivas no son


demasiado halagüeñas. Para los países del Sur, hay estimaciones que sugieren pérdidas de
hasta el 50% del empleo en los sectores afectados por la introducción de las nuevas
biotecnologías.
En cuanto a los países del Norte donde se concentran las capacidades de investigación,
aunque a corto plazo puedan crearse nuevos puestos de trabajo, los efectos netos en
términos de empleo a medio y largo plazo no son positivos, no siquiera bajo supuestos de
rápido crecimiento del sector.
Y es que la manipulación genética creará impactos desiguales Norte/Sur, como paso
a describir:
 Aumentan más los riesgos de mercantilización y oligopolización de la agricultura en
beneficio de las empresas de los países del Norte, y en detrimento de la agricultura
de subsistencia en los países del sur. Los nuevos productos y materiales producidos
por la biotecnología pueden sustituir a importaciones provenientes de países pobres
del Sur, desestabilizando aún más sus economías.

 Actividades de alto riesgo como muchas de las relacionadas con la ingeniería


genética se desplazan a países del Sur donde la legislación es laxa, y la vida humana
es “barata” (como sucede en muchos casos con la exportación de procesos
industriales contaminantes del Norte al Sur).

 Hay mayor vulnerabilidad de los países del Sur ante la contaminación genética, como
pueden ser riesgos de hibridación entre plantas cultivadas transgénicas y sus
parientes silvestres. En estos países del Sur, introducir cultivos transgénicos exigiría
muchas más precauciones, mientras que lo previsible es que se tomen todavía
menos que en las naciones ricas del Norte.

 Otro elemento sería la biopiratería: la búsqueda de beneficios por parte de las


grandes compañías transnacionales que dominan los negocios del ADN
recombinante está llevando a una desenfrenada carrera por hacerse con patentes
sobre el material genético estudiado, incluso el humano.

Conviene indicar que la concesión de patentes sobre seres vivos y sobre material
genético supone una profundización sin precedentes en el proceso de total
mercantilización, privatización de la naturaleza y dominación sobre las personas que
caracteriza al sistema industrial capitalista.
Como ejemplo decir que la empresa Delta Pine (célebre por la patente terminator)
de EEUU se deshizo de varios miles de kilos de residuos tóxicos y biopeligrosos por el
expeditivo procedimiento de tirarlos en un pueblecito de Paraguay, Rincón-í. Es uno de los
casos más sangrantes que se conoce de exportación de daños ambientales y sanitarios
desde el Norte hacia el Sur.
Hay que tener en cuenta las graves consecuencias que las empresas transnacionales
pueden acarrear a la hora de la privatización del conocimiento y de la vida. La concesión de
patentes sobre material biológico tiene profundas consecuencias en la seguridad
alimentaria nacional, en el desarrollo rural y en la protección ambiental. Entraña el riesgo de
incrementar todavía más los procesos de mercantilización, oligopolización de la agricultura
y erosión de la diversidad genética presente en los cultivos agrícolas. Las patentes obligarían
a los campesinos a comprar nuevas semillas cada año, obstaculizarían el intercambio libre
de datos científicos y aumentarían aún más el control por parte de las grandes empresas
transnacionales.
Si se convierten los cultivos alimentarios o las medicinas en mercancías
patentadas, se puede negar su acceso a pueblos y países enteros.
La fuerza de estas transnacionales se vio hace poco en Irlanda, cuando Monsanto
amenazó al país entero si no autorizaban los experimentos de campo con su remolacha
azucarera modificada genéticamente: en tal caso “podría volverse muy difícil” abastecer al
país con cualesquiera otras semillas de Monsanto.
Voy a ilustrar con un ejemplo cómo los alimentos transgénicos no acabarán con el
hambre en el mundo. Es el ejemplo de los indios chimanos y la leishmaniosis.
La leishmaniosis es una de las peores enfermedades parasitarias; transmitida por mosquitos,
afecta a 350 millones de personas en todo el mundo (aunque no preocupa demasiado en el
Norte, donde daña sobre todo a animales de compañía como los perros). En 1987 Alain
Fournet, un químico francés que trabajaba en el Instituto Boliviano de Biología de Altitud,
halló que los indios chimanos aplicaban una eficaz cataplasma en las heridas producidas por
el parásito, a partir de una planta llamada eventa. Investigado el asunto, resultó que el
principio activo de la planta es 200 veces más activo que el extracto natural y ofrece la
promesa de un tratamiento eficaz contra la enfermedad.
Fournet patentó las chimaninas que había tomado de los chimanos. Pero 10 años
después, todo seguía igual: ninguna empresa farmacéutica quería desarrollar un
medicamento cuyos beneficiarios serían principalmente campesinos pobres bolivianos, sin
recursos para pagarlo. Finalmente, en 1999, una transnacional toma cartas en el asunto: el
departamento de salud animal de Novartis se interesa por la molécula y comienza a hacer
pruebas en animales. El poder adquisitivo de un perro del Norte es mayor que el de un
campesino del Sur.
Por otra parte el desarrollo de la diversidad genética en las especies agrícolas es
fruto de miles de años de trabajo campesino, y sería contrario a toda justicia que se
convirtiese en propiedad privada de una empresa que en apenas una década puede
transformarla en cultivo comercial. Una legislación favorable a las patentes sobre material
biológico agrandará aún más las distancias entre los países del Norte y los del Sur.
Y es que la extensión del derecho de patentes hasta abarcar seres vivos, material
biológico y procesos biológicos redunda en un impresionante movimiento hacia la
privatización del conocimiento científico-técnico y de la vida. Se trata de una enorme
acumulación de poder privado, y precisamente en empresas de los dos sectores que afectan
a las necesidades más básicas de las personas: alimentación y salud.
Las consecuencias de esta privatización del conocimiento y de la vida las podemos
resumir en:
 Incremento de las desigualdades sociales en cada país, y de las desigualdades Norte-
Sur.
 Cuando las empresas agroquímicas, de semillas y farmacéuticas se fusionan en unas
pocas megaempresas, los ciudadanos y las comunidades agrícolas pueden quedar
atrapados en una férrea cadena de controles
 Reducción de la variedad de líneas en investigación básica.
 Reducción del lapso de tiempo que media entre la fase de I+D y la comercialización
de los productos, con un aumento correlativo de los riesgos para los consumidores
y el medio ambiente.
 El zorro como guardián del gallinero: son las empresas quienes realizan y evalúan las
pruebas de campo, en general sin control público, o con un control muy insuficiente.
 Falta de información sobre lo que realmente se está haciendo (al amparo del secreto
comercial).

El PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) ha publicado informes


que sugieren que, si tiene éxito el desarrollo de las nuevas biotecnologías bajo control de
las megacorporaciones, en el futuro los países del Sur tendrán que hacer frente a pagos por
royalties y derechos de patente a estas transnacionales del Norte que superarán los
exorbitantes e injustos pagos por la deuda externa que están realizando hoy.
La generalización de las patentes sobre la vida y del uso de las nuevas biotecnologías
en la agricultura incrementará el poder político y económico de las transnacionales a
expensas de los estados nacionales y de la sociedad civil, tanto en el Norte como en el Sur
del planeta.
Incluso si realmente no hubiese graves problemas de bioseguridad, peligros para los
ecosistemas o riesgos para la salud humana (lo cual está muy lejos de ser el caso) el hecho
es que media docena de multinacionales en estrecha alianza con el gobierno de los EEUU,
puedan llegar a controlar el 90% de la alimentación mundial, ¿no debería ser objeto de la
máxima preocupación? En este contexto, hablar como hace Greenpeace de un
“refeudalización del mundo” o de “una nueva época feudal” no es exagerado.
Los 10 principales peligros de los cultivos y alimentos transgénicos en el contexto
sociopolítico actual los podemos resumir en:

 Riesgos para la salud pública (Alergias, intoxicaciones, difusión de la resistencia


a antibióticos...)
 Contaminación genética (por difusión incontrolada de los transgenes en la
biosfera).
 Aumento de la contaminación química por biocidas.
 Pérdida acrecentada de biodiversidad silvestre y agropecuaria.
 Creciente inseguridad alimentaria.
 Enorme concentración de poder en un puñado de transnacionales.
 Degradación de la democracia.
 Incremento de las desigualdades Norte-Sur y en general de la injusticia.
 Inactivación de recursos de la agricultura ecológica y perjuicios para los
agricultores que no se suban al carro de los transgénicos.
 Privatización y mercantilización de la agricultura, la ganadería, la I+D científica, y
en definitiva privatización y mercantilización de los seres vivos y la misma vida.

Los defensores de las nuevas biotecnologías se quejan de que los críticos


argumentan a menudo sobre las técnicas biológicas empleadas, cuando en realidad lo que
desean es combatir el sistema neocapitalista y el poderío de las multinacionales. Se llega a
decir que no es ético criticar la tecnología para atacar a ese sistema.

Sin duda hay un interés claro por parte de los defensores del actual orden
económico-social en mantener el debate sobre biotecnologías en un terreno lo más
“técnico” posible (el terreno donde sólo se permite jugar a los “técnicos”). Pero esto es
inaceptable, porque las grandes opciones tecnológicas son asuntos que afectan a toda la
sociedad. Hoy, no es posible hablar de biotecnologías sin hablar al mismo tiempo de
capitalismo.

A veces se descalifican los recelos que la mayoría de las personas experimentan hacia
las aplicaciones agropecuarias de la manipulación genética como fruto de la ignorancia,
dando a entender que si comprendiesen mejor los aspectos científicos del problema serían
más favorables a los nuevos organismos transgénicos. No es infrecuente que tales
observaciones se asocien con la idea de dejar las decisiones en manos de los “expertos”
que “entienden verdaderamente los problemas”.

Por el contrario, según se ha constatado repetidamente en estudios de la UE, aunque


es cierto que la ignorancia sobre los aspectos científicos del debate sobre las nuevas
biotecnologías es muy amplia, a medida que aumenta la información de los ciudadanos y
ciudadanas sobre estos asuntos, crecen también sus recelos sobre las aplicaciones
agropecuarias de la manipulación genética.
En concreto, los profesores de biología consideran que los riesgos asociados con la
ingeniería genética son mayores de lo que cree el común de la gente, y los ciudadanos y
ciudadanas de los países europeos con mayor nivel educativo e informativo, como
Dinamarca, Alemania y Suecia, son también quienes menos apoyan la aplicación masiva de
las nuevas biotecnologías al sector agroalimentario. La idea tecnocrática según la cual “han
de decidir los expertos” es inaceptable a la par que antidemocrática.
Resumen de las 8 formas en que la biotecnología de las multinacionales está
dañando la democracia.

Erosiones y daños Ejemplos ocurridos

1.- Decisiones impuestas contra - Aprobación por la Comisión Europea del maíz
resoluciones de las instituciones de transgénico de Novartis contra la resolución del
representación democrática. Parlamento Europeo y contra la opinión de 13 del
os 15 estados miembros.
- Cesión de la Comisión Europea ante las presiones
de EEUU en la cumbre mundial de Seattle de
diciembre de 1999, aceptando incluir los
alimentos transgénicos en la OMC, contra la
opinión de los 15 estados miembros.

2.- Censura y atentados contra la - Destrucción del número monográfico de “The


libertad de expresión. Ecologist” titulado “The Monsanto Files” (sept-oct
de 1998)
- Censura del programa de televisión del os
periodistas Steve Wilson y Jane Akre en Florida,
por presiones de Monsanto en 1997.

3.- Distorsión de la ciencia y - Aprobación de la somatotropina bovina


ocultamiento de datos clave. recombinante en EEUU (1993).
4.- Rechazo de la participación - Política de bioseguridad en España (rechazo de
democrática. que expertos designados por grupos sociales
afectados tomen parte en el proceso de decisión).
- “Tecnocracia” en lugar de mecanismos de
participación en las grandes decisiones sobre
ciencia y tecnología, en la mayoría de los países.
5.- Desprecio por la opinión pública. - Política sobre alimentos transgénicos en la UE
(impuestos contra la opinión mayoritaria del os
ciudadanos).

6.- Privatización de los recursos - Patentes sobre la vida.


naturales y acumulación de poder
privado exento de control
democrático.

7.- Confusión entre los poderes - Conexiones entre el personal de la


públicos y las burocracias Administración y de las transnacionales, en EEUU
empresariales. y Europa.
- Caso concreto de Lord Sainsbury, subsecretario
de ciencia en el gobierno de Tony Blair y
propietario de la patente de un gen clave en la
manipulación genética de alimentos.

8.- Deprecio por la “soberanía del - Política de etiquetado de productos transgénicos


consumidor”. en EEUU y Europa, a lo largo de los noventa.

Otro argumento que se utiliza por parte de los defensores de la manipulación genética es
que los que se manifiestan en contra de esta actividad están impidiendo el avance de la
ciencia, y los acusan de ludismo.

De igual manera que a comienzos del s. XIX el problema no era la máquina de vapor,
sino la explotación de los trabajadores y la organización capitalista del trabajo, a finales del
s. XIX el problema no son las “tijeras enzimáticas” para recortar y pegar genes, sino la
apropiación de estas tecnologías por poderes sospechosos e incontrolables para poner en
marcha una nueva “revolución tecnológica” capitalista.
Y es que hasta los “cálculos de riesgo” pueden ser objeto de manipulación. Para ello
voy a recurrir a un ejemplo de catástrofe del pasado: Chernobyl.
Las estimaciones de la industria nuclear sobre la seguridad de los reactores
nucleares, antes de los accidentes de Three Mile Island y Chernobyl, eran
extraordinariamente optimistas. Una de las más publicitadas fue el famoso “Informe
Rasmussen” de 1974, el cual, en 13 volúmenes y con un coste de más de 3 millones de
dólares, elaborado en 2 años, aseguraba que la probabilidad de un accidente nuclear grave
era solamente de uno por millón (un accidente importante por cada millón de años/reactor)
si morían 70 personas, y para accidentes aún más graves (De unos 2.700 muertos) sería de
uno por mil millones.
La realidad de los hechos no tardó en proporcionar un terrible desmentido. Después
de Chernobyl, la Agencia Internacional de la Energía Atómica ha evaluado la probabilidad de
accidentes importantes en uno cada mil años/reactor, teniendo en cuenta la cantidad de
reactores instalados en todo el mundo, esto nos lleva a un promedio de un accidente grave
cada dos años y medio en algún punto del globo. Como se ve, el riesgo estimado es ahora
un millón de veces mayor que el de “informe Rasmussen”.
Llevando esto al terreno de los transgénicos, Inglaterra evaluó que, con una distancia
de separación de 200 metros, la probabilidad de que el polen de maíz transgénico
contaminase (por polinización cruzada) el maíz normal era de un grano de polen por cada
40.000. Al tiempo, otra científica dio a conocer sus propios resultados, y la probabilidad (con
vientos moderados, y teniendo en cuenta factores como la polinización por abejas) era de
un grano de polen por cada 93. De repente, el riesgo se ha multiplicado por 430.
Toda sustancia, proceso o producto donde intervengan técnicas de manipulación
genética tiene que demostrar su inocuidad y su compatibilidad a largo plazo con la salud
pública y el medio ambiente antes de aceptarse su producción. Es cierto que los riesgos
forman parte de la vida y que no puede pensarse en su eliminación completa: pero en
cualquier caso deberían ser los expuestos a posibles daños quienes decidieran si aceptan o
no tal exposición.
La cultura clásica del riesgo defiende la libre empresa y la comercialización de
productos sin trabas en tanto que la peligrosidad no haya sido probada. La nueva cultura del
riesgo, fundada en el principio de precaución, invierte la proposición considerando que la
prudencia se impone en tanto no se haya probado su inocuidad.
Pero ante actividades que puedan plantear riesgos graves, cabe preguntarse:
¿verdaderamente necesitamos esta actividad?
Sólo en una docena de años, entre 1986 y 1998, se han realizado unas 25.000
pruebas de campo de OMGs en todo el mundo; en España sólo en 4 años (de 1996 a 1999)
se realizaron más de 400 ensayos. Únicamente en el año 1997 se realizaron unas 3.000
pruebas en EEUU. En la práctica, lo que eso significa es que, en lugar de realizar las
experiencias peligrosas en laboratorio, estamos convirtiendo la biosfera entera (y
nuestros propios cuerpos dentro de ella) en un laboratorio de alto riesgo.
En nuestro país, por desgracia, una prudente iniciativa presentada al Congreso de los
Diputados (prohibir durante 3 años la importación, venta y cultivo de productos
transgénicos en España, para posibilitar siquiera el cumplimiento de la legislación vigente
sobre etiquetado) fue rechazada: el 24 de febrero de 1999, en la Comisión de Medio
Ambiente, PP c CiU votaron en contra (20 votos), contra los 19 votos de IU, PSOE y Grupo
Mixto. El 10 de marzo se perdía otra votación semejante en el Pleno del Congreso: 159
diputados contra 133 rechazaron la moratoria. Sendas ocasiones perdidas para poner en
práctica el principio de precaución.
Alternativas a los cultivos transgénicos.
Ya que los transgénicos no son la única posibilidad en la agricultura, deberíamos
pensar en alternativas. Y es que la agricultura ecológica se apoya en la herramienta biológica
más potente de todas, la biodiversidad, y renuncia a otra herramienta cuyos efectos
secundarios se han revelado demasiado graves: la química de síntesis. Crea agroecosistemas
cuyo objetivo es la obtención de alimentos de máxima calidad respetando el medio
ambiente y conservando la fertilidad de la tierra, mediante la utilización óptima de los
recursos naturales y sociales. Aunque no se desprecian los objetivos de productividad, no se
sacrifican los demás aspectos en el altar de los máximos rendimientos posibles. “La cuestión
es tratar la enfermedad, en lugar de los síntomas”. En lugar de diseñar una variedad
transgénica de maíz que sea tóxica para las lombrices de las raíces, un agroecólogo se
preguntará en primer lugar por qué hay un problema de lombrices. En agricultura ecológica,
la fertilización se basa en la materia orgánica (estiércoles y abonos verdes principalmente).
La rotación de cultivos, la diversificación de los mismos, las asociaciones de cultivos con
sinergias positivas, el control de plagas a través de prevención y métodos biológicos, son
prácticas que caracterizan a este “otro paradigma” agrícola, perfectamente capaz de
alimentar a la humanidad pese a la machacona propaganda que intenta persuadirnos de lo
contrario.
Las cooperativas también pueden ser una alternativa, estableciendo lazos directos
entre productores y consumidores de bienes agroalimentarios ecológicos. Ofrecen grandes
ventajas: para el agricultor y ganadero, la seguridad de poder vender toda su producción a
un precio justo acordado de antemano, y la revalorización de su trabajo, apreciado por
consumidores especialmente sensibilizados; para ellos, la eliminación de sobreprecio de los
productos ecológicos y el enriquecimiento que proporciona una relación directa con quien
trabaja para suministrarle alimento y otros bienes.

Soberanía alimentaria.
Resulta llamativo como en el debate sobre los recursos alimentarios en un mundo
donde 800 millones de personas padecen hambre y desnutrición, no se mencionan los
hábitos de consumo de las poblaciones más ricas del planeta. Es como si la dieta cárnica
fuese un tabú político imposible de abordar; como si aceptáramos la famosa y terrible frase
que pronunció George Bus al pie del avión que le iba a llevar a la cumbre ambiental de Río
de Janeiro en 1992, según la cual:

“nuestro modo de vida no puede ser objeto de negociaciones”

A nivel global, casi la mitad de la producción mundial de grano y más de la tercera


parte de las capturas pesqueras se destina a alimentar ganado, en un mundo donde la quinta
parte de la población humana no tiene alimento suficiente. El Consejo para la Alimentación
Mundial ha calculado que dedicar a alimentación humana entre el 10% y el 15% del grano
que se destina al ganado bastaría para llevar las raciones al nivel calórico adecuado,
erradicando el hambre.
Las vacas europeas se alimentan con el pescado del Perú y la soja de Brasil,
mientras en aquellos países latinoamericanos pescadores y campesinos padecen
hambre y desnutrición, y nosotros no sabemos qué hacer con los excedentes lácteos.
Así, existe un nexo poderoso entre el hambre y desnutrición humanas en el planeta y la
alimentación excesivamente carnívora de las poblaciones ricas del Norte.

No podemos seguir desperdiciando tanta comida en criar animales como hacemos


hoy. Con el objetivo de liberar recursos biológicos para los demás seres humanos y para la
biosfera, conviene cambiar nuestras pautas de alimentación hacia una dieta básicamente
vegetariana, mucho menos rica en carne que la actual, y renunciar a la ganadería intensiva.

Ejemplos positivos de la aplicación de las tecnologías del ADN recombinante.

A pesar de ser escasos ejemplos y constituyen una mínima parte de los proyectos
que se están llevando a cabo con estas tecnologías, nos dan cierta esperanza.

 Todos los años se producen grandes pérdidas en las cosechas de arroz (base de la
dieta de una tercera parte de la población mundial) por la marchitez o seca causada
por ciertas bacterias. Algunas variedades de arroz son resistentes a la enfermedad, y
con los procesos de mejora clásicos (tardan unos 10 años) se puede intentar transferir
esta resistencia a las variedades comerciales. El proceso se abrevió empleando
técnicas de ingeniería genética: clonando un gen de resistencia y transfiriéndolo a
variedades empleadas en agricultura. Luego se enviaron copias del gen
correspondiente a expertos de Europa, Asia, África y Norteamérica, para que
pudieran introducir la resistencia a la enfermedad en sus variedades locales.

 Otro ejemplo lo encontramos en unos biotecnólogos españoles, quienes


manipularon una levadura de pan a la cual se le insertó un gen de un hongo para evitar
irritaciones y procesos alérgicos frecuentes entre los trabajadores del sector
panadero. Si no apareciesen efectos indirectos indeseables hasta ahora no
detectados, la verdad es que no se me ocurren buenas razones para quitar esa
levadura de las panaderías.

 Tradicionalmente, el cuajo empleado para elaborar muchos tipos de queso procedía


del estómago de las vacas (lo que tradicionalmente llevaba a muchos vegetarianos a
renunciar también al queso). Hoy se produce cuajo empleando bacterias transgénicas
en tanques de fermentación. Desde luego es una opción que prefieren los
vegetarianos (y las vacas, claro, si pudieran elegir).

 Un ejemplo paradigmático es el uso de “bioplásticos” a partir de bacterias, con lo cual


se ahorraría el tremendo impacto ambiental de la petroquímica. De hecho,
Greenpeace alentó esta producción, encargando ese tipo de plástico (conocido como
“biopol”) para fabricar sus propias tarjetas de crédito. Sin embargo, hay un hecho a
remarcar en esta historia: Monsanto compró la empresa que desde 1990 empleaba
esas bacterias para producir polímeros en tanques de fermentación…sólo para
decidir, en 1999, que el biopol (con precios de petróleo muy bajos –¡cómo han
cambiado las cosas! -) no resultaba rentable y deshacerse de él. Para una vez que se
atisbaba una aplicación ecológica de la biotecnología...

 Este último caso no se puede decir en absoluto que sea positivo, sino que indica por
dónde van las ideas de las transnacionales mientras proclaman su deseo de acabar
con el hambre en el mundo. Los agricultores brasileños de Río Grande de Sul cultivan
desde 1993 un tabaco transgénico al que llaman fumo louco –“humo loco”, y fue la
tercera tabaquera estadounidense hizo llegar la semilla a Brasil secretamente y
volando la ley estadounidense de exportación. La propiedad especial de esta planta
es que contiene el doble de nicotina que las normales.

Ni tecnofanatismo, ni tecnocatastrofismo.
En los textos donde se analizan las oportunidades y los riesgos relacionados con la
manipulación genética surgen títulos tan sobrecogedores como “el octavo día de la
creación”, “el segundo Génesis”, “la reinvención de la naturaleza” ...no se tratan de mera
retórica. Tales expresiones apuntan hacia el mismo centro de lo que está en juego, y hay que
denunciar los intentos de banalizar estas tecnologías, a las que deberíamos acercarnos con
“temor y temblor”, pero sin concesiones al irracionalismo. Sin duda satanizar la ciencia y a
los científicos es un camino seguro de derrota para el ecologismo. Entonces tenemos que
tener claro que hay que huir tanto del tecnofanatismo como del tecnocatastrofismo.
Una declaración consensuada por numerosas organizaciones campesinas, indígenas
y ecologistas reunidas en Quito (Ecuador) en enero de 1999, afirmaba:
“rechazamos la manipulación genética por ser una tecnología éticamente cuestionable
que viola la integridad de la vida humana, de las especies que han habitado la Tierra por millones
de años y de los ecosistemas”.
Pero los trasplantes de órganos también “violan la integridad de la vida humana”. De
hecho, el príncipe Carlos de Inglaterra, un destacado crítico de la agricultura basada en
transgénicos, ha declarado que “modificar el curso de las cosechas es entrometerse en la
obra de Dios”. No parece un argumento muy acertado, ya que por ejemplo curar un cáncer
también sería “entrometerse en la obra de Dios”.

III – CONCLUSIONES
Hay que pensarlo 2, 3 y hasta 100 veces antes de manipular la constitución molecular
de los organismos vivos o interferir en el funcionamiento de los ecosistemas. No porque
“sean sagrados” o inmejorables, sino porque la experiencia científica pone de manifiesto
que la probabilidad de que nuestra intervención empeore las cosas es superior a que las
mejore.
La ingeniería genética es una tecnología potentísima, con lo cual requiere de mucha
precaución y prudencia ya que puede acometer daños irreversibles. Y hacen falta
argumentos más convincentes que la necesidad de acumulación de capital propia de una
economía industrial que hasta la fecha sólo ha hecho que probar su carácter destructor de
la naturaleza.
El problema no son las tecnologías de manipulación genética en sí mismas, sino su
apropiación (en el contexto de una creciente privatización del conocimiento científico) por
un puñado de empresas transnacionales embarcadas en un muy ambicioso proyecto de
dominación.
Aun así, ante cualquier aplicación de las nuevas biotecnologías, debemos
preguntarnos estas 3 cuestiones, a mi modo de entender, claves:
 ¿La aplicación tecnológica es realmente necesaria? Y para saber diferenciar lo
necesario de lo superfluo, creo que el criterio en juego no debe ser el lucro
económico, sino si satisface necesidades humanas básicas.

 ¿Es la solución que se propone la única concebible? ¿están excluidas todas las vías
alternativas de procurar la satisfacción de necesidades que se intenta?

 Suponiendo que estemos tratando de satisfacer necesidades básicas y que no


seamos capaces de ingeniar vías alternativas menos arriesgadas, ¿los riesgos en
juego son asumibles? Porque si se revela que puede tener efectos destructivos y
puede poner en juego el futuro de seres vivos a causa de algunas ganancias en
confort y beneficios económicos para los países industrializados, por supuesto no
debe ser asumible.

De todas maneras, no es justificable tampoco una posición extremista de renuncia


total a las tecnologías del ADN recombinante. No se trata de decir “no a todo”, el problema
como ya he comentado antes es el contexto en el que se está produciendo, con el poder
concentrado en manos de unos pocos. No hace falta mencionar que para que esto cambie
implicaría una drástica reducción del poder del capital, y eso es muy improbable, pues hoy
por hoy todo apunta en sentido contrario.

Así, no se debe renunciar a la manipulación genética, sino que –de acuerdo con los
graves riesgos y las complicadas cuestiones sociopolíticas en juego- se proceda en este
campo con una prudencia especial. En el debate sobre las nuevas biotecnologías lo que ha
de cuestionarse no son los medios (ej. las diversas técnicas de manipulación genética) sino
más bien los fines y las consecuencias.

IV – EPÍLOGO: El futuro próximo


Que el s. XXI será el siglo de la biotecnología es la simple consecuencia de la
insustentabilidad del sistema socioeconómico edificado a lo largo del s. XX.
No podemos concebir una sociedad sustentable que no se base sobre la energía
solar, la fotosíntesis y el “cierre de ciclos” de los materiales, en lugar de hacerlo sobre los
combustibles fósiles y los recursos minerales (como las insostenibles economías industriales
actuales). Dicho de otra forma, el predominio de las “tecnologías minerales” sobre las
biotecnologías, de las tecnologías basadas en la materia inorgánica sobre aquellas basadas
en la vida orgánica, habrá sido un breve paréntesis de 2 siglos en la larga historia de la
humanidad; y sería ecológicamente irresponsable intentar alargar este paréntesis.
Ya hay analistas económicos que vaticinan para los próximos tiempos una situación
en la que los materiales vegetales proveerían la base para una parte preponderante de los
productos manufacturados, y al menos una tercera parte de los productos industriales que
hoy obtenemos de derivados del petróleo podrían producirse a partir de recursos vegetales.
En este contexto, la cuestión no es “biotecnología si / biotecnología no”, sino qué
tipo de biotecnologías para una sociedad sustentable. La agricultura ecológica y la medicina
preventiva son biotecnologías; la ingeniería genética y una hipotética ganadería industrial
basada en la clonación también lo son, aunque orientadas en otro sentido más distinto.
La dinámica histórica de capitalismo basado en las tecnologías minerales ha
conducido a sobrepasar los límites de la biosfera, desequilibrándola gravemente. Si ahora
intentamos poner la potencia de la vida al servicio del mismo objetivo de expansión sin
límites, el agravamiento de la crisis ecológica está asegurado.

V - ANEXO I: el primer alimento transgénico


El primer vegetal transgénico que se comercializó en el mundo (a partir de 1994 fue
el tomate McGregor. Se le introdujeron 2 genes extraños: uno para que las membranas
celulares tomateras se descompongan lentamente, y un gen de resistencia a un antibiótico.
Con el segundo, se asocian serios riesgos para la salud humana y animal, por la posibilidad
de transferencia de esta resistencia a microorganismos patógenos. El primero, provoca que
el vegetal se mantenga durante más tiempo con aspecto apetitoso. Pero todos los otros
procesos de envejecimiento continúan: las vitaminas y los demás elementos nutritivos se
descomponen como en cualquier tomate, y sólo el aspecto externo engaña. El tomate
envejece y pierde valor nutritivo, pero dejamos de percibirlo en su apariencia.
Pensando más allá, podemos afirmar que con este tipo de tomates se favorecen los
tiempos de almacenamiento y los trayectos de transporte serán más largos, lo cual
provocará impactos ambientales mayores. En los tiempos del efecto invernadero, no hacen
falta tomates que den la vuelta al mundo, sino lo contrario: una agricultura cercana con
distancias cortas entre el productor y el consumidor.
Así, ante estos tomates de maduración retardada, una sociedad madura debería
saber decir NO.

VI - ANEXO II: Reflexiones


Como vemos, poquísimos alimentos recombinantes que se nos proponen superan
una evaluación que haga uso de criterios como la sustentabilidad ecológica, el principio de
precaución y la idea de justicia social. Sabiendo esto:
¿Necesitamos tomates transgénicos de maduración retardada, que harán aumentar
todavía más el transporte motorizado de mercancías a larga distancia, ya hoy ecológicamente
insostenible?
¿Podemos aceptar que se inserten rutinariamente en plantas de cultivo genes
marcadores de resistencia a antibióticos, con el riesgo de que se transfieran estos genes a cepas
de bacterias patógenas, creando problemas de salud humana y animal cada vez más
incontrolables?
¿Es lícito producir masivamente edulcorantes sintéticos sin preocuparnos por la ruptura
de mercados vitales para los países del Sur que dependen de la exportación de azúcar de caña?
¿Cabe valorar la ganadería industrial sin tomar en consideración el sufrimiento de los
animales criados en granjas-factoría?
¿Realmente necesitamos tabaco transgénico con el doble de contenido en nicotina que
el normal?
CONCLUSIÓN:
En mi conclusión personal opino que tanto como los alimentos transgénicos tienen sus
ventajas para determinados casos también para ciertos casos o ciertos momentos tienen
sus pequeñas o grandes desventajas, así como las dudas y la inseguridad que le ocasiona a
las personas y así como el beneficio que genera el sembrar ese tipo de alimentos y
producirlos.

VII– BIBLIOGRAFÍA.
CC. OO. (1999): Argumentos recombinantes sobre cultivos y alimentos transgénicos. Madrid:
Departamento Confederal de Medio Ambiente. Área de Medio Ambiente de la Fundación
1º de Mayo.
PEDAUYÉ, J. FERRO, A. y PEDAUYÉ V. (2000): Alimentos transgénicos: la nueva revolución
verde. Madrid: McGraw-Hill.
RIECHMANN, J. (2000): Cultivos y alimentos transgénicos. Una guía crítica. Madrid: Los
Libros de la Catarata.
SEGRELLES SERRANO, J. A. (2005): “El problema de los cultivos transgénicos en América
Latina: una “nueva” revolución verde”, Entorno Geográfico, nº 3, pp: 93-120.
Documental “Alimentos transgénicos (Harvest of fear)”. Canal Historia. 56 min.
Documental “¿Qué comemos hoy? Alimentos transgénicos y biológicos”. Documanía. 50
min

You might also like