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Lecturas criticas del desarrollo. Perspectivas Latinoamericanas

Book · November 2014

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1 author:

Jhon Jairo Losada Cubillos


San Buenaventura University
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Extractivismo y tensiones del desarrollo en la Amazonía colombiana : lectura desde la economía ecológica y la decolonialidad View
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Ontología y Poder colonial: Claves analíticas a propósito de la colonialidad del ser View project

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LECTURAS CRÍTICAS DEL
DESARROLLO:
PERSPECTIVAS L ATINOAMERICANAS
Jhon Jairo Losada Cubillos
Julio César Barrera Vélez
(Editores académicos)

Autores
Arturo Escobar
Julia Suárez-Krabbe
Álvaro Andrés Hamburger Fernández
Luis Alfredo Bohórquez Caldera
Hernán Felipe Trujillo Quintero
Blanca Rebeca Ramírez Velázquez
Juan María Cuevas Silva
Diana Jazmín Pérez, Camilo Guerrero Peña, Maribel Vega Ravelo, Patricia
Veloza Torres y Guisella Lara Veloza (Asociación Herrera),
William Sánchez Amézquita y Juliana Flórez Flórez
Juan Ñanculef Huaiquinao
Juan David Gómez-Quintero/J. Agustín Franco Martínez

Grupo de Investigación en Gestión Organizacional y Desarrollo Humano


(GODH)

Facultad de Ciencias Empresariales


Universidad de San Buenaventura
Bogotá, 2014
CDD. 338.9 Losada Cubillos, Jhon Jairo
Lecturas críticas del desarrollo: perspectiva latinoamericanas
Jhon Jairo Losada Cubillos, Julio César Barrera Vélez, editores académicos.
— Bogotá: Editorial Bonaventuriana, 2014.
312 páginas — (Colección señales). Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 978-958-8422-94-7
1. Desarrollo económico y social – América Latina.
2. Desarrollo social – América Latina.
3. Desarrollo político – América Latina.
4. Capitalismo – América Latina.
5. Subdesarrollo – América Latina.

LECTURAS CRÍTICAS DEL DESARROLLO: PERSPECTIVAS LATINOAMERICANAS

© Jhon Jairo Losada Cubillos


Julio César Barrera Vélez
(Editores académicos)
Colección Señales

Universidad de San Buenaventura


Colombia
© Editorial Bonaventuriana, 2014
Universidad de San Buenaventura
Carrera 9 N.º 123-76, oficinas 602-603
PBX: 57 (1) 629 5955
www.usb.edu.co
Bogotá - Colombia

Rector: Fray Pablo Castillo Nova, o.f.m.


Coordinador editorial: Aída Bejarano
Jefe Unidad de Publicaciones: Luis Alfredo Téllez Casas
Diseño y diagramación: Luis Orlando Ferrucho Bran
Corrección de estilo: Aída Bejarano

Aviso Legal
Los autores son responsables del contenido de la presente obra.
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio,sin
permiso escrito de la Editorial Bonaventuriana.
Derechos reservados de la Universidad de San Buenaventura

ISBN: 978-958-8422-94-7
Tirada: 110 ejemplares
Depósito legal: se da cumplimiento a lo estipulado en la Ley 44 de 1993,
Decreto 460 de 1995 y Decreto 358 de 2000.
Impreso en Colombia - Printed in Colombia.
Colección Señales
Número 1

LECTURAS CRÍTICAS DEL DESARROLLO:


PERSPECTIVAS LATINOAMERICANAS

Rector
Fray Pablo Castillo Nova, o.f.m.

Secretario
Fray Antonio Ricaurte Cañas Gil, o.f.m.

Vicerrector académico
Dr. Mauricio Malavet Lugo

Director de investigaciones
Dr. Ricardo de Jesús Carvajal

Vicerrectora Administrativa y Financiera


Eva Janette Prada Granda

Decano
Edgar Emiro Rodríguez Cárdenas
Facultad de Ciencias Empresariales,
Universidad de San Buenaventura sede Bogotá

Editores académicos
Jhon Jairo Losada Cubillos
Julio César Barrera Vélez
Lista de figuras y tablas.................................................................................................... 7
Autores ..................................................................................................................... 9
Presentación.................................................................................................................... 15
Introducción................................................................................................................... 17

Parte I. Por la resignificación del desarrollo


Capítulo 1.
Más Allá del Desarrollo: Postdesarrollo
y Transiciones hacia el Pluriverso
Arturo Escobar................................................................................................ 25
5
Capítulo 2.
¡El emperador está desnudo!
Crítica de las prácticas hegemónicas de derechos
humanos y desarrollo y alternativas desde el Sur global
Julia Suárez-Krabbe......................................................................................... 71

Parte II. Desarrollo y movimientos sociales


Capítulo 3.
Paz y posdesarrollo en la sabana de Bogotá:
acciones colectivas de la Asociación Herrera
en torno a los bienes comunes
Diana Jazmín Pérez, Camilo Guerrero Peña,
Maribel Vega Ravelo, Patricia Veloza Torres y
Guisella Lara Veloza y William Sánchez Amézquita y
Juliana Flórez Flórez. ....................................................................................... 97

Parte III. Desarrollo, población y territorio


Capítulo 4.
La agenda oculta de la cooperación al desarrollo:
hacia una occidentalización latente de las sociedades periféricas
Juan David Gómez-Quintero/ J. Agustín Franco Martínez........................129
Capítulo 5.
La Vulnerabilidad Territorial del Neoliberalismo Mexicano
Blanca Rebeca Ramírez Velázquez..............................................................153
Capítulo 6.
El Estado plurinacional, ¿propuesta para salir de la
política salvaje y potenciar el vivir bien? La otra historia de Bolivia
Juan María Cuevas Silva.................................................................................177
Capítulo 7.
El küme felen y la ñuke mapu:
el desarrollo integral en la cultura mapuche
Juan Ñanculef Huaiquinao.............................................................................199

Parte IV. Desarrollo, democracia y ciudadanía


Capítulo 8.
Las falsas promesas de la democracia
en los países de América Latina y su incidencia
en el precario desarrollo de la región
Álvaro Andrés Hamburger Fernández.........................................................227

Parte V. Desarrollo y naturaleza


6 Capítulo 9.
La naturaleza en la posición enunciativa poscolonial.
¿Es posible descolonizar la naturaleza?
Luis Alfredo Bohórquez Caldera..................................................................261
Capítulo 10. Economía extractiva y sostenibilidad:
en busca de los límites físicos de las actividades humanas
Hernán Felipe Trujillo Quintero.....................................................................293
Figuras
Figura 4.1. Estrategias de explotación de la agenda oculta
de la cooperación al desarrollo..................................................................137
Figura 8.1. Satisfacción con la democracia
en los países de América Latina...................................................................230
Figura 8.2. ¿Se gobierna para bien de todo el pueblo
en los países de América Latina?.................................................................230
7

Tablas
Tabla 4.1. Jerarquía de Modelos de Solidaridad.....................................................136
Tabla 4.2. Acciones de la agenda oculta
de la cooperación al desarrollo..................................................................139
Tabla 5.1. Importación de granos básicos en 2009 ($).........................................161
Tabla 5.2. Tipos de residuos peligrosos que se encuentran
como principales contaminantes en sitios abandonados
o ilegales en varios estados de México......................................................163
Tabla 5.3. Participación de las actividades turísticas
por entidad federativa..................................................................................168
Tabla 8.1. Evolución del apoyo a la democracia
en los países de América Latina (2009-2010)...........................................231
Ar turo Escobar

Realizó estudios de maestría en la Universidad de Cornell y de doctorado


en la Universidad de Berkeley, California, (1987). Actualmente se encuentra
vinculado al Departamento de Antropología de la Universidad Carolina del
Norte en Chapel Hill, donde es reconocido con el título de Kenan Distin-
guished Professor.

A través de los años ha desarrollado desde la antropología enfoques inter- 9


disciplinarios sobre cuatro temáticas principales: globalización y desarrollo,
naturaleza y medio ambiente, movimientos sociales, y la tecno-ciencia.
Buena parte de su trabajo de investigación se ha centrado en el Pacifico Sur
colombiano.

Sus principales trabajos son: Encountering Development: The Making and


Unmaking of the Third World (1995); El final del salvaje. Naturaleza, cultura
y política en la antropología contemporánea (1999); Más allá del Tercer
Mundo. Globalización y diferencia (2005); Territories of Difference: Place,
Movements, Life, Redes (2008); así como Una minga para el postdesarro-
llo: lugar, medio ambiente y movimientos sociales en las transformaciones
globales (2010).

Julia Suárez-Krabbe

Profesora asistente en el Departamento de Cultura e Identidad, Universidad


de Roskilde (Dinamarca) e investigadora asociada en el Centro de Estudios
Sociales, Universidad de Coimbra (Portugal). La trayectoria investigativa de
Julia ha enfatizado en cuestiones de raza y racismo en relación a derechos
humanos, desarrollo, ciudadanía, género, movimientos sociales e indígenas,
eurocentrismo en las ciencias sociales y humanas, conocimientos ‘otros’
y cambio social decolonial. Julia forma parte del equipo coordinador
de la red Decolonial europea. Actualmente trabaja en el proyecto de
investigación ‘Descolonizando Europa. Derechos humanos y otras gra-
máticas de dignidad humana desde las perspectivas del Sur dentro del
Norte’, con cuatro movimientos sociales Europeos: La Comisión Islámica
de Derechos Humanos (Reino Unido), el Movimiento Negro Holandés, el
Partido de los Indígenas de la República (Francia) y el Sindicato Andaluz
de Trabajadores (Península Ibérica). Este proyecto está financiado por el
Consejo de Investigaciones de Dinamarca, y hace parte de un proyecto
más amplio titulado: ‘Alicia: Espejos extraños, lecciones imprevistas’ finan-
ciado por el Consejo Europeo de Investigaciones y coordinado por el
profesor Boaventura de Sousa Santos del Centro de Estudios Sociales de
la Universidad de Coimbra.

Juan Ñanculef Huaiquinao Kimche (sabio mapuche)


10 Nacido en la comunidad Juan Epul de la localidad de Tromén entre las
comunas de Temuco y de Chol-Chol (Chiile). Estudió en su comunidad
la enseñanza primaria terminándola en la pequeña ciudad de Chol-Chol,
luego se traslado a la ciudad de Temuco, donde terminó la enseñanza
media en el INSTITUTO SUPERIOR DE COMERCIO, titulándose como Con-
tador Público.

Por mandato de las entidades espirituales Mapuche, (Kümeke Püllü) Juan


Ñanculef estaba destinado a hablar de su pueblo, y por sobre todo a es-
cribir, tema este nuevo en los mapuche, en tanto toda la cultura mapuche
es oral. Comenzó el desarrollo de su profesión en la Fundación Instituto
Indígena del Obispado de Temuco, justo en los albores del nacimiento de
las organizaciones mapuche para defender sus tierras en la dictadura militar.
Esto le permitió el contacto con los dirigentes ancestrales, y luego el proceso
de inmersión en el LOF original, le permitió el contacto con Machi, Kimche,
Genpin y otros sabios mapuche, los que le fueron entregando el Mapuche
Kimün o conocimiento mapuche, por lo que se ha dedicado casi toda su vida
a la Investigación de la Cultura y la Historia propia Mapuche, aquella historia
aún no escrita, transformándose en un alto especialista de la Cosmovisión
y Filosofía Mapuche, y uno de los pocos, que ha generado teoría sobre la
Data Histórica y Cultural Mapuche, y ha escrito sobre una serie de tópicos,
de lo que el llama el «Mapuche Kimün» conocimiento o Ciencia mapuche,
temas filosóficos y epistemólogos de amplio debate, tanto a nivel regional,
nacional e internacional.

Blanca Rebeca Ramírez Velázquez

Licenciada en Geografía por la UNAM, realizó estudios de Maestría en Planea-


ción Regional en la Universidad de Aberdeen, Gran Bretaña y en el Instituto
de Altos Estudios para América Latina, la Sorbona, Paris III. Concluyó sus
estudios de Doctorado en la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Desde
1989 es profesora investigadora del Departamento de Teoría y Análisis de la
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, es miembro del Sistema
Nacional de Investigadores nivel II y ha colaborado desde su fundación en
la Red Nacional de Investigación Urbana.

Juan Agustín Franco Mar tínez

Doctor en Economía por la Universidad de Córdoba (España). Licenciado 11


en Economía por la Universidad de Extremadura (España). Universidad de
Extremadura. Departamento de Economía. Facultad de Derecho. Cáceres
(España). Disfrutó de una beca predoctoral en Granada. Ha impartido clases
en la Universidad de Zaragoza durante 3 años. Ha realizado estancias en uni-
versidades de Portugal y México. Su línea de investigación es interdisciplinar
y orientada hacia la Economía Crítica. Actualmente es «profesor contratado
doctor» en la Universidad de Extremadura.

Juan David Gómez Quintero

Doctor en Sociología por la Universidad de Zaragoza (España). Licenciado en


Sociología por la Universidad de San Buenaventura de Medellín (Colombia).
Miembro del Grupo de Investigación «GESES». Universidad de Zaragoza.
Departamento de Psicología y Sociología. Facultad de Ciencias Sociales y del
Trabajo. Autor de varias publicaciones sobre la cooperación internacional en
el marco de la sociología y antropología del desarrollo. Ha impartido clases
en universidades de Colombia y España. Actualmente es profesor «ayudante
doctor» en la Universidad de Zaragoza.
Hernán Felipe Trujillo

Economista, Universidad de la Salle (2009, Bogotá). Abogado, Universidad


Nacional de Colombia (2011, Bogotá). Magister en ciencias en desarrollo
sostenible, Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (2012,
Estado de México, México). Docente investigador Tiempo Completo, Uni-
versidad de San Buenaventura Bogotá (Colombia). Pertenece al grupo de
investigación Gestión Organizacional y Desarrollo Humano (GODH), inscrito
en Colciencias.

Juan María Cuevas Silva

Licenciado en Filosofía y Especialista en Pedagogía y Docencia Universitaria


de la Universiodad de San Buenaventura – Bogotá. Magister en educación
de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. Doctorante en pro-
cesoso Sociales y Políticos en América Latina de la Universiad de Arcis,
Santiago de Chile. Profesor universitario de áreas humanísticas e investigador
en procesos estrucutrales y sociales de la apliacción de las tecnologías
en la educación.
12

Álvaro Andrés Hamburger Fernández

Realizó estudios universitarios de bachillerato en Teología en la Universidad


Nacional Autónoma de Heredia, Costa Rica; de licenciatura en Teología en la
Universidad de San Buenaventura, Bogotá; de especialización en Pedagogía
y Docencia en la universidad de San Buenaventura, Bogotá y de maestría en
Filosofía Latinoamericana en la Universidad Santo Tomás, Bogotá. Actualmente
es estudiante del Doctorado en Procesos Sociales y Políticos de América
Latina en la Universidad de Arte y Ciencias Sociales de Santiago de Chile (U-
ARCIS). Es autor de los siguientes libros: Ética de la empresa. El desafío de
la nueva cultura empresarial (Paulinas, 2004), Cultura empresarial. Lineamien-
tos para diseñarla, e implementarla (Paulinas, 2006), Valores corporativos.
Cómo suscitarlos, difundirlos y vivenciarlos (Paulinas, 2008), Humanización
de la empresa. Hacia una ética aplicada en la organización (Universidad de
San Buenaventura, 2008) y Escribir para objetivar el saber. Cómo producir
artículos, libros, textos y reseñas (Universidad de La Salle, 2010). Es editor
de Gestión & Sociedad, revista de la Facultad de Ciencias Administrativas y
Contables de la Universidad de La Salle, Bogotá.
Luis Alfredo Bohórquez Caldera

Licenciado en teología, Especialista en pedagogía y docencia universitaria de


la Universidad de San Buenaventura; Magister en Bioética de la Universidad el
Bosque; estudiantes del doctorado en Educación y cultura en América Latina en
la Universidad Arcis en Santiago de Chile. En la actualidad se desempeña como
profesor de la Universidad de San Buenaventura sede Bogotá desde el año 2000;
a su vez, como coordinor del Centro Interdisciplinario de Estudios Humanísticos
CIDEH, y preside el Comité de ética de la investigación en la misma universidad.

Juliana Flórez-Flórez

Psicóloga de la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela); especialista


en Cooperación y Desarrollo por la Universidad de Barcelona; Magister en
Psicología Social y Doctora en Psicología Social Crítica por la Universitat
Autò¬noma de Barcelona. Profesora asociada del Instituto de Estudios So-
ciales y Culturales, PENSAR, de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Sus
temas de interés giran en torno a los movimientos sociales, la subjetividad,
las críticas al desarrollismo y los feminismos de frontera. Además de varios
13
artículos relativos desde una perspectiva de los feminismos de frontera,
publicó el libro Lecturas emergentes. Decolonialidad y subjetividad en las
teorías de movimientos sociales y tradujo, con William Sanchéz, el libro A
postcapitalist politics de Gibson y Graham. En varias oportunidades, ha re-
cibido becas y premios por su trabajo: Premio extraordinario a la mejor tesis
doctoral en ciencias sociales (2007); Beca Programa Sur-Sur: movimientos
sociales y desarrollo, CLACSO (2008); Beca de investigación otros saberes,
Latin American Studies Association (2006); Beca para investigadores (junior):
movimientos sociales y nuevos conflictos en América Latina y El Caribe, CLAC-
SO (2003).Diana Jazmín Pérez, Camilo Guerrero Peña, Maribel Vega Ravelo,
Patricia Veloza Torres y Guisella Lara Veloza (Colectivo Asociación Herrera).

Organización social y cultural de Madrid Cundinamarca conformada hace


5 años. Esta organización se concibe como productora de conocimiento
y como gestora de procesos sociales que aportan a la consolidación de
un movimiento social en la sabana de Bogotá desde tres (3) campos de
trabajo: la educación en derechos humanos, memoria y territorio y las prác-
ticas e investigación artística. Concentra su trabajo con mujeres, jóvenes y
ex-trabajadoras de la agro-industria de las flores. Sus principales temas de
investigación son las críticas al desarrollo capitalista expresado en la agro-
industria de las flores, la soberanía alimentaria, la pedagogía de la memoria,
la educación popular y el feminismo.

William Sánchez Amézquita

Licenciado en filología e idiomas por la universidad Nacional, Magister en


Lingüística aplicada a la enseñanza de Lenguas (Universidad de Lancaster)
y en Estudios culturales (Pontificia Universidad Javeriana).  Investigador en
diversos proyectos intra e interinstitucionales de los grupos de investiga-
ción, adscritos a Colciencias (Moralia, Estudios del Discurso, y Lenguajes,
Pedagogías y Culturas). Tradujo del inglés al español, junto a Juliana Flórez,
el libro Una Politica Postcapitalista (2010) escrito por J.K. Gibson-Graham;
es autor de varios artículos sobre la tranformación de la educación en el
contexto global.

14
San Buenaventura, en el comentario al libro de las sentencias I Sent d. 8 nos
dice: «lo que es dado pensar también se puede enunciar». Bajo la orientación
de la enunciación o socialización de los procesos académicos e investiga-
tivos de la Universidad de San Buenaventura en general y de la Facultad de
Ciencias Empresariales en particular, damos inicio a la colección de carácter
corporativo sobre las ciencias económico-administrativas y contables titulada
Relectura del Hecho Económico en que se somete a reflexión crítica y análisis
tópicos del ámbito económico, administrativo y contable que inciden en
15
los procesos de desarrollo.

En este número se tematiza la problemática del desarrollo en y desde la


pléyade de posiciones teóricas que desde paradigmas emergentes, como
los estudios poscoloniales, enfoques epistemológicos de frontera e investi-
gaciones inter- y transdisciplinares proponen una nueva manera de concebir
los macro y micro procesos socioeconómicos y sociopolíticos que inciden
de manera determinante en el subdesarrollo latinoamericano.

Por otra parte, sobre la articulación entre el presente compendio y los ejes
conceptuales de los currículos de los programas de Economía, Administra-
ción de Empresas, Contaduría Pública y la Especialización en Gestión de la
Responsabilidad Social Empresarial, encontramos que el conjunto de textos
que conforman esta compilación brinda a estudiantes y profesores una nueva
forma de repensar lo local en perspectiva de lo universal. Además, temáticas
como economía extractiva, sostenibilidad, agenda oculta de los programas
de cooperación, etc., son de facto un incentivo para ampliar en las aulas, y
otros escenarios de contrastación académica, el debate y la confrontación
con teorizaciones y posiciones diferentes de las clásicas que, generalmente,
obedecen a contextos muy diferentes de nuestras realidades.
No puedo finalizar la presentación de esta colección sin agradecer a todos
los investigadores que gentilmente cedieron sus escritos y su experiencia
allí plasmada, para hacer realidad esta construcción académica. Así como a
los profesores-investigadores John Jairo Losada Cubillos y Julio César Barrera
Vélez, quienes se han integrado al Grupo de Investigación Gestión Organiza-
cional y Desarrollo Humano de la Facultad, y lo han potenciado e impulsado
en muy corto tiempo y logrado incentivar en profesores y semilleristas el valor
de divulgar los resultados de los ejercicios de investigación y del trabajo
académico realizado en los escenarios de formación.

Edgar Emiro Rodríguez Cárdenas


Decano
Facultad de Ciencias Empresariales

16
El proyecto editorial que se materializa en la presentación de este libro,
desde su concepción misma tuvo y tiene como objetivo no solo reunir los
aportes de una serie de autores a través de artículos académicos derivados
de sus labores investigativas y experiencia profesional, sino además promover
la discusión en torno a  posturas y referentes teóricos sobre el desarrollo,
así como de prácticas o casos que manifiestan formas alternativas llevadas
a cabo por diversos actores sociales, todo esto enmarcado bajo posturas
críticas provenientes desde la perspectiva latinoamericana como lugar de
enunciación (no solo como lugar geográfico) para ofrecer respuestas desde 17
el Sur a problemas que han devenido diseños y representaciones hege-
mónicas a escala mundial sobre pueblos, mal llamados desde esta lógica,
«subdesarrollados». Ello, pues, el aspecto fundamental de la historia de la
que hoy se conoce como América Latina es el papel crucial que en ella han
desempeñado, en todas las etapas del desarrollo, las relaciones económicas,
sociales y políticas con otras sociedades más avanzadas

En este sentido, la perspectiva o perspectivas teóricas que fundamentan y


orientan las discusiones que se generan en este texto provienen desde lo
que se podría considerar, a partir de un marco epistemológico de estudios
críticos latinoamericanos, como «epistemes de frontera» (estudios posco-
loniales, estudios culturales) (Mignolo, 2003) y «epistemologías del Sur» (es-
tudios críticos del desarrollo, estudios sociales, entre otros) (Santos, 2009).

Con respecto a lo anterior, se puede señalar que la epistemología de frontera


es aquella que afirma el espacio donde el pensamiento fue negado por la
razón de la modernidad (Mignolo, 2003, p. 51). Esto da la posibilidad de
construir nuevos lugares de enunciación, a partir del cual se puedan estable-
cer una serie de articulaciones-relaciones conceptuales de las perspectivas
subalternas (sujetos colonizados, subalternizados, racializados) provenientes
del desafío a la diferencia colonial (clasificación del mundo de acuerdo con
el imaginario moderno-colonial, representado por la colonialidad del poder
y, por tanto, por la idea de raza), de los intersticios. En otros términos, este
enfoque epistemológico abre la puerta al diálogo interdisiplinar y establece
vínculos para la generación de pensamientos desde otros lugares distintos
de los acordados y trazados por perspectivas hegemónicas.

Por tanto, este libro se presenta como un aporte que pretende integrar
diferentes visiones y diferentes voces en torno al estudio del desarrollo
con un hilo conductor base, a saber, una perspectiva crítica desde y para
el contexto latinoamericano, o como dijera Santos (2009, p. 12), desde
una epistemología del Sur. Entre las premisas fundamentales de esta episte-
mología se reconoce el hecho de que, tal como desde el inicio, el capita-
lismo y el colonialismo continúan profundamente entrelazados. Según esto,
el proyecto colonial continua hoy en vigor bajo nuevas formas y puede
incluso afirmarse que su articulación con el capitalismo global nunca fue
tan intensa como ahora. Por otra parte, sostiene que la epistemología del
Sur apunta fundamentalmente a prácticas de conocimiento que permitan
intensificar la voluntad de transformación social: la identificación de las
18 relaciones desiguales de saber-poder que subyacen a las epistemologías
del Norte (p. 13).

Desde el anterior sustento, pensar el desarrollo es una tarea que no resulta


para nada mínima. Al contrario, plantea grandes desafíos al tener que con-
jugar aspectos económicos, sociales, políticos y culturales. Pues se parte
de la premisa de que este, más que ser el modelo económico bajo el cual
se han de determinar los criterios para definir la pobreza, el subdesarrollo
y, en general, para organizar el mundo (el producto interno bruto [PIB], por
ejemplo), debe considerarse como la manera que ha imperado en las ac-
tividades de producción de las poblaciones a escala mundial, moldeando
subjetividades, cosmovisiones y las relaciones sociales, amparado en una
dinámica de constante progreso y exclusión: el capitalismo.

Con la introducción de instituciones inapropiadas a América Latina,


como el capitalismo, las repercusiones y los efectos del mismo sistema
sobre los países dependientes, a grandes rasgos y sincrónicamente, se
sintetizan en que la toma de decisiones que afectan al propio destino
social de los países capitalistas periféricos son ejercitadas por los países
capitalistas del centro.
En esta dirección, es preciso recordar que una de las características del
capitalismo es el hecho de que el desarrollo de ciertos países se realiza a
costa del sufrimiento y la adversidad de otros. Por el creciente desarrollo
de la economía y la cultura del llamado «mundo civilizado», o sea, de unas
pocas potencias capitalistas de Europa y América del Norte, paga un precio
terrible la mayoría de la población del mundo, esto es, pueblos de Asia,
África, América Latina y Australia.

Así las cosas, el desarrollo debe ser debatido y confrontado más que
como una teoría económica como el discurso hegemónico de un modelo
civilizatorio que estableció, desde los inicios mismos de la Modernidad
hasta nuestros días, unos supuestos y unos valores básicos en torno al ser
humano, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento, etc., ello
porque el desarrollo se convierte en una certeza en el imaginario social
(Losada, 2010). Así las cosas, la discusión sobre el desarrollo no debe
centrarse solamente en el ámbito de la economía, la explotación econó-
mica, el crecimiento económico, entre otros factores, que han primado en
una visión economista-cientificista de este asunto, sino que adicionalmente
debe apuntar a revelar estructuras profundas del orden capitalista mundial,
ancladas en determinadas formaciones, discursos y prácticas afines a dicho
orden en contextos y realidad particulares. 19

Esta tendencia hegemónica de la economía y el desarrollo, si se permite el


término, obedece a que el conocimiento de una realidad histórica local,
como lo es el conocimiento eurocéntrico (científico), se ha constituido
desde hace bastante tiempo en el criterio más grande, amplio, universal y
válido para fortalecer la lucha y ampliar la brecha entre civilización-barbarie,
progreso-atraso, desarrollo-subdesarrollo, lo cual puede ser reconocido
como el proceso mediante el cual la historia local europea deviene diseños
globales. Para este caso, dicho proceso se evidencia cuando se trasladan
las características particulares que determinan el desarrollo y avance propios
de un pueblo a otro, o peor aún cuando dichos criterios se hacen univer-
salmente legítimos y válidos.

Por tanto, aquel pueblo que posea la ciencia más desarrollada (elevados
niveles tecnológicos y científicos) es el líder y, en ese sentido, el que tiene
el derecho de representar y dirigir a toda la humanidad, pues dictamina a la
ciencia como el único tipo de conocimiento útil. De lo anterior, se deduce
que el que posee la mejor ciencia «debe» dirigir naturalmente al que no sabe
y es necio, al «incivilizado», al «subdesarrollado». De aquí que se evidencie
la necesidad en tierras latinoamericanas de producir un desapego, desde las
diferentes disciplinas, de tal tipo de conocimiento para visibilizar conocimien-
tos otros que se mueven en lógicas diferentes a la de la euromodernidad,
en ámbitos como el económico, el cultural y el político y, para este caso,
del desarrollo (Losada, 2010).

En este sentido, se hace imperante considerar alternativas para repensar la


teoría y la práctica del quehacer económico en un desarrollo equitativo y
plural. En suma, la idea de un pluriverso, es decir, un espacio plural donde
muchos mundos sean posibles, deviene una verdadera multiplicidad de
configuraciones político-culturales, diseños socioambientales y modelos
alternativos de economía.

Por otra parte, proveer un arsenal crítico, como lo pretende el presente


texto, desde el contexto latinoamericano sobre el objeto de estudio en
cuestión, contribuiría a reconocer realidades particulares y situaciones
experimentadas por pueblos que han sufrido el flagelo de la colonización,
o que llevan consigo la marca colonial. De aquí la importancia de visibilizar
la participación de movimientos sociales y el reconocimiento del aporte
fundamental de otros elementos (como el territorio, las prácticas locales,
20 entre otros) en la construcción un imaginario económico emergente, tan
necesario para afrontar las necesidades particulares del contexto latino-
americano.

Así, preguntas, como ¿por qué pensar el desarrollo?, ¿cuáles son los referen-
tes teóricos, perspectivas y enfoques adecuados para teorizar el desarrollo
en el contexto global de hoy?, ¿cuáles son las implicaciones del desarrollo
en el contexto latinoamericano?, ¿cómo platear imaginarios económicos
emergentes?

Sobre lo anterior vale la pena anotar, al menos, un par de líneas. Contemplar


diseños diferentes del modelo mandado por el orden hegemónico moderno
(creado a partir de la historia local de la euromodernidad) resulta ser uno de
los retos fundamentales de las discusiones contemporáneas del desarrollo.

Para Escobar (2005), la búsqueda de alternativas al orden moderno no es


un proyecto históricamente obsoleto, impensable o imposible. Ya que para
él este proyecto siempre está en marcha en los pensamientos y prácticas
de la variedad de actores sociales, los cuales, en últimas, resultan ser los
verdaderos productores de conocimiento.
En la tarea de abrirse a la pluralidad de formas del conocimiento y concep-
ciones de cambio que existen en el mundo, aparecen propuestas como
las planteadas en este texto, particularmente con la idea de posdesarrollo
(Losada, 2010).

La idea del posdesarrollo se refiere a la posibilidad de transformación


profunda de las políticas desarrollistas. Debe ser vista como prácticas
producidas en una amplia gama de espacios culturalmente definidos. Esta
idea desafía y resignifica el concepto mismo de desarrollo en cuanto crea
diferentes significados de lo económico, lo cultural y lo político, que no
se encuentran mediados por la construcción del discurso del desarrollo
(ideologías, metáforas, lenguaje, premisas, etc.).

Por consiguiente, el posdesarrollo presenta la necesidad de multiplicar


centros y agentes de producción de conocimientos, para hacer visibles las
formas de conocimiento producidas por aquellos quienes normalmente
resultan ser los «objetos» del desarrollo para que puedan transformarse
en sujetos y agentes (Escobar, 2005).

En esta perspectiva, la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad


de San Buenaventura sede Bogotá, y el Grupo de Investigación en Gestión 21
Organizacional y Desarrollo Humano, pretenden y consideran de vital
importancia insertarse en las discusiones contemporáneas alrededor de
problemáticas relacionadas con el desarrollo, a saber, la cultura, la demo-
cracia, la acción social, la gestión y la concepción del territorio, el lugar de
la naturaleza, entre otras. Para ello, han querido empezar promoviendo la
dinámica editorial a través de este libro que manifiesta un aporte, de por
sí inicial, a discusiones como las que se plantean en su interior.

Para esta labor se han propuesto cinco ejes orientadores como es-
tructura del texto. El primero atiende el llamado de la necesidad de
repensar el desarrollo y proveer herramientas para ir más allá de este,
por ello, se ha denominado justamente la resignificación del desarrollo .
Posteriormente, se proponen otros cuatro ejes, así como sigue: de-
sarrollo, democracia y ciudadanía, desarrollo y naturaleza, desarrollo
y movimientos sociales y desarrollo, población y territorio. En estos
últimos ejes, se han buscado presentar reflexiones que problematizan
la relación del desarrollo con los diferentes temas en mención, para
integrar, desde diversas disciplinas, respuestas a la forma de concebir
las implicaciones del desarrollo.
No es posible finalizar esta nota introductoria sin antes agradecer a todos y
cada uno de los autores que han contribuido a la realización de este libro y
que han aceptado gustosamente la invitación que les hemos hecho desde
la Facultad de Ciencias Empresariales y desde el Grupo de Investigación en
Gestión Organizacional y Desarrollo Humano a pensar y debatir el desarrollo
en América Latina, en perspectiva crítica desde cada uno de sus lugares de
enunciación no solo geográfico (no obstante vale reconocer la diversidad
geográfica de los auotres), sino además epistemológico, aportando lecturas
y enfoques alternativos a las formas tradicionales y hegémonicas de entender
esta temática.

Al profesor Arturo Escobar de la Universidad Carolina del Norte-Chapel Hill


(Estados Unidos), a la profesora Julia Suárez Krabbe de la Universidad de
Roskilde (Dinamarca), a la profesora Blanca Rebeca Ramírez de la Universi-
dad Autónoma Metropolitana Xochimilco (México), a los profesores Juan
Agustín Franco y Juan David Gómez de la Universidad de Extremadura y de
la Universidad de Zaragoza (España), respectivamente, al sabio mapuche
Juan Ñanculef Huaiquinao (Chile), a la profesora Juliana Flórez y al profesor
William Sánchez de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá), así como a los
miembros de la Asociación Herrera que trabajan activamente con las mujeres
22 de Madrid (Cundinamarca), al profesor Álvaro Hamburguer de la Universidad
de La Salle (Bogotá) y a los profesores Luis Alfredo Bohórquez, Juan María
Cuevas y Hernán Felipe Trujillo de la Universidad de San Buenaventura (Bo-
gotá), un especial reconocimiento y sentimiento de gratitud por el aporte
brindado para llevar a feliz término este proyecto editorial.

Referencias bibliográficas

Escobar, A. (2005). El «posdesarrollo» como concepto y práctica social.


En D. Mato (coord.), Políticas de economía, ambiente y sociedad en
tiempos de globalización. Caracas: Universidad Central de Venezuela.

Mignolo, W. (2003). Historias locales/diseños globales. Colonialidad, cono-


cimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid: Akal.

Losada, J. (2010, enero-junio) Conocimiento, poder y desarrollo: una visión


a partir del pensamiento decolonial en Arturo Escobar. En Criterios, III(1).

Santos, B. de S. (2009). Una epistemología del Sur. En La reinvención del


conocimiento y la emancipación social. México: Siglo XXI y Clacso.
Parte I
Ar turo Escobar**

Dedico estas páginas a la memoria de Orlando Fals


Borda, Julie Graham y Smitu Kothari, queridos amigos y
compañeros en la búsqueda de mundos alternativos.
25

1.1 Introducción

Han pasado más de quince años desde que este libro fue publicado por
primera vez. Mis esperanzas e intenciones para escribirlo no han cambiado,
por el contrario, se han fortalecido desde su publicación. El análisis crítico

* Traducción del prólogo a la edición de 2011 del libro Encountering Development (Princeton Uni-
versity Press, 1995), publicado en 1996 por Editorial Norma como La invención del Tercer Mundo:
construcción y deconstrucción del desarrollo. Traducción de Eduardo Restrepo. En Colombia se
ha publicado este texto como prefacio a la segunda edición del libro La invención del desarrollo,
bajo la dirección de la Editorial de la Universidad del Cauca en 2012 (N. del E.).
** Tengo una deuda especial de gratitud con Eduardo Gudynas, director del Centro de Ecología Social
en Montevideo, por las esclarecedoras conversaciones sobre el estado de la noción de posdesa-
rrollo sostenidas durante varios días en Chapel Hill (abril de 2010). Mi análisis de las transformaciones
de América Latina y el pluriverso en la última sección forma parte de un proyecto en curso con
Mario Blaser y Marisol de la Cadena, y tiene una gran deuda con su colaboración. También quiero
agradecer a Cristina Rojas, Carlos Rosero, Libia Grueso, Charo Mina Rojas, Gustavo Esteva, Enrique
Leff, Wendy Harcourt, Dianne Rocheleau, Boaventura de Sousa Santos, Aníbal Quijano, Xochitl Le-
yva, Eduardo Restrepo y, en Chapel Hill, a Larry Grossberg, Michal Osterweil, Joseph Jordan, John
Pickles, Eunice Sahle y Mark Driscoll por discusiones sobre algunos de los temas expuestos aquí.
La responsabilidad de las ideas que aquí se presentan es, sin embargo, solo mía. Hay muchas otras
personas que han influido en mi pensamiento durante los últimos quince años, que no menciono
aquí por razones de brevedad.
del desarrollo es tan oportuno y relevante hoy como lo era entonces.
En muchas partes del mundo, el desarrollo sigue siendo una importante
fuerza social y cultural a la cual enfrentar. Significativas batallas políticas se
libran en su nombre, y la vida de muchos y los medios de subsistencia
de las personas todavía están en juego en estas batallas. Y decenas de
profesionales, aunque quizás en menor número en 2010 en comparación
con 1995, en particular en los Estados Unidos, ganan su vida en el mundo
del desarrollo y activamente debaten el tema en salas de juntas y reunio-
nes del personal de los proyectos de desarrollo en los países donantes
y receptores. Por último, pero no menos importante, de nuevo con un
entusiasmo un tanto disminuido en los Estados Unidos, son todavía abun-
dantes los académicos —antropólogos, entre ellos— que escriben tesis
doctorales y presentan ponencias sobre tal o cual aspecto del desarrollo.
Sobre todo, el ímpetu político que me movió a escribir sobre la invención
de desarrollo y a imaginar una era posdesarrollo a finales de la década
de 1980 y principios de la década de 1990 todavía está muy presente:
el hecho es que, como yo lo veo, el desarrollo sigue desempeñando un
papel importante en las estrategias de dominación cultural y social, incluso
si los académicos podrían tener hoy una visión más matizada de cómo estas
estrategias operan, es más, de cómo la gente se apropia del desarrollo
26 para sus propios fines. Por supuesto, mis propias opiniones sobre el tema
han cambiado en aspectos importantes, como explicaré en detalle en las
páginas que siguen.

El primer apartado de este capítulo analiza las transformaciones más sig-


nificativas en la vida social en lo global que tienen relación directa con el
desarrollo. Estos incluyen cambios en el nivel de la economía política, así
como en el surgimiento de nuevos actores y ámbitos de acción. El segun-
do apartado plantea la cuestión de la relevancia de la noción de posde-
sarrollo. Esta idea, propuesta inicialmente en la década de 1990, ¿sigue
siendo útil, o incluso válida, para transmitir tanto el descentralización del
desarrollo como una reorientación de los imaginarios y las prácticas hacia
nuevas posibilidades concernientes a Asia, África y América Latina? Si no,
¿puede ser reformulada? ¿Debería serlo? ¿Cómo? Esta parte examina bre-
vemente las principales tendencias en los estudios críticos del desarrollo
de los últimos quince años, incluso los novedosos enfoques etnográficos,
de economía política y posestructuralistas. El apartado tres introduce la
idea de discursos de la transición. A causa de las crisis combinadas de
alimentos, energía, clima y pobreza, estos discursos de la transición —parti-
cularmente prominentes en las áreas de la ecología, la cultura y la espiritua-
lidad— pueden ser concebidos como marcadores para el posdesarrollo,
o como desafíos a la modernidad en general. El apartado cuatro analiza
brevemente algunas propuestas concretas en boga en América Latina,
que podrían ser consideradas como una contribución a las prácticas y los
discursos de la transición, tales como la lucha sin precedentes en torno a
los derechos de la naturaleza y la definición del desarrollo en términos del
buen vivir (bienestar integral y colectivo). Estas tendencias se ven unidas
a cuestiones ontológicas y gestando potencialmente la idea de avanzar
hacia un pluriverso, en el sentido de crear las condiciones para la coexis-
tencia de múltiples mundos interconectados. En esta sección se introduce
la idea de pasar del mundo como universo al mundo como pluriverso. La
conclusión aboga por el desarrollo de un campo de la transición y de los
estudios pluriversales anclados en una visión de la tierra como un todo
viviente siempre emergente. En vez de basarse en la llamada globalización,
este campo fomentaría el descubrimiento y la imaginación de formas de
planetarización en las cuales los seres humanos y otros seres vivos puedan
existir en el planeta enriqueciéndose mutuamente.

1.2 Impor tantes transformaciones mundiales


27
El mundo ha cambiado enormemente desde mediados de la década de
1990. Desde una perspectiva de los estudios del desarrollo, a mi manera
de ver, los cuatro factores más relevantes en esta transformación han sido:
primero, el enorme papel asumido por China —y en menor medida la In-
dia— en la economía global; segundo, los reajustes en la geopolítica mundial
sucedidos a causa de los ataques contra el World Trade Center en Nueva
York del 11 de septiembre de 2001 y la posterior invasión de Irak en marzo
de 2003, y tercero, el fin del llamado Consenso de Washington, es decir, el
conjunto de ideas y prácticas institucionales que aparentemente gobernó
la economía mundial desde la década de 1960, más comúnmente cono-
cido como neoliberalismo. El desmantelamiento del socialismo realmente
existente y de las economías de planificación centralizada puede ser citado
como un cuarto factor, dado que, a pesar de que se inició en la década
de 1980, se convirtió en irreversible en la década de 1990. Estos factores
están profundamente relacionados entre sí y están lejos de constituir una
secuencia histórica. Primero, los estudios del desarrollo surgieron en China
como un campo académico, junto con las preocupaciones inherentes a la
liberalización económica seguida por el país desde finales de la década
de 1970, tales como la desigualdad creciente, la destrucción del medio
ambiente y la exclusión rural, la marginación y la pobreza (véanse Long
y Yihuan, 2010).1 La influencia de China en Asia, África y América Latina
ha crecido en paralelo con su poderío económico, y tiene un efecto
particularmente pronunciado en el desarrollo en África (Sahle, 2010).
Mientras algunos consideran las reformas económicas de China —aunque
orquestada por el Estado— como en sintonía con la ideología neoliberal
del tipo Consenso de Washington, otros creen que la situación actual se
caracteriza por una compleja mezcla de formas económicas; solo algunas
de las cuales se puede caracterizar como liberales o neoliberales (Nonini,
2008; Yang 1999).

En segundo lugar, el surgimiento de una nueva formación geopolítica


después del 11 de septiembre de 2001 es relativamente indiscutible. De
importancia clave en este asunto, desde una perspectiva de los estudios
del desarrollo, es lo que los académicos de la economía política interna-
cional han llamado la «seguralización» del desarrollo, es decir, la fusión de
las nociones de seguridad de la guerra contra el terrorismo y los marcos
de la seguridad humana en el desarrollo, de formas que socavan y limitan
el potencial de este último, incluidos en los Objetivos de Desarrollo del
Milenio (Sahle, 2010).
28
En tercer lugar, el fin del Consenso de Washington ha sido más evidente-
mente reflejado en el giro a la izquierda en América Latina, es decir, la ola
de Gobiernos de izquierda que barrió en la mayoría de los países de la
región desde 1998, todos elegidos democráticamente sobre el rechazo
explícito del dogma neoliberal de décadas anteriores. Esta tendencia,
y sus implicaciones para los estudios críticos del desarrollo, también se
revisará en detalle en las páginas que siguen. 2 Por último, la desaparición
del socialismo realmente existente ha tenido un efecto ambiguo sobre
los debates del desarrollo. Mientras que, por un lado, con esta caída se

1 Un programa de doctorado en estudios del desarrollo se inició en la Universidad de Agricultura


de China en Pekín en 2004. Aunque todavía es el único programa como tal, «hay muchos otros
programas de doctorado en otras universidades, en que algunos de los estudiantes pueden hacer
una investigación de tesis en estudios del desarrollo, incluso en antropología del desarrollo, en la
Universidad de Sun Yat-sen, por ejemplo. Ahora hay cerca de treinta universidades en China que
tienen programas de licenciatura en estudios del desarrollo, aunque la mayoría de ellos son muy
prácticos y orientados profesionalmente (similarmente a los procesos de profesionalización que se
describen en su libro, ya que China está tomando el camino del desarrollo de la modernización)»
(Comunicación personal).
2 El fin del Consenso de Washington y la aparición de un posconsenso de Washington ha sido ana-
lizado, quizás el más famoso en los Estados Unidos, por Joseph Stiglitz (2006). Para la génesis del
neoliberalismo en América Latina y otros lugares, véase la excelente elaboración de Naomi Klein
(2007).
ha demostrado que el modelo socialista comparte muchas de las pre-
misas del desarrollo capitalista convencional, apoyando así la idea de
posdesarrollo, por el otro, ha contribuido a consolidar el sentido de que
no hay alternativa, debilitando entonces el debate sobre las alternativas
al desarrollo.

Ha habido, por supuesto, muchos otros cambios importantes en la eco-


nomía mundial, la geopolítica y la conciencia global, desde la década de
1990, algunos de los cuales se han hecho más visibles en años recientes.
La explosión de la conectividad, habilitada por la información digital y las
tecnologías de la comunicación —establecida firmemente como un tema
académico por la trilogía de Castell sobre la Sociedad de la información,
publicada en la segunda mitad de la década de 1990 (véase Castells,
1996)—, se ha convertido en un punto de referencia obligatorio para
muchos trabajos del desarrollo, a pesar de que la mayoría de la gente del
mundo todavía carece de acceso a tales bienes y servicios (véase Har-
court, 1999). De enorme importancia para la creación de una conciencia
global ha sido la crisis ambiental, finalmente traída a la luz pública en los
debates nacionales y mundiales por las conferencias sobre el cambio
climático mundial y la convergencia científica en torno a los hallazgos del
Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC ‘In- 29
tergovernmental Panel on Climate Change’). Como explicaré más adelante,
solo la crisis ecológica tiene el potencial para desestabilizar cualquiera de
los marcos de desarrollo existentes en la actualidad si se toma en serio.
La crisis económica que comenzó en 2007, que causó el colapso de las
instituciones financieras y la burbuja inmobiliaria y la recesión en las bolsas
de valores, principalmente en el Norte, tuvo importantes consecuencias
en el mundo respecto de la desaceleración de la actividad económica, la
disponibilidad de crédito y el comercio internacional. Muchos países en el
Sur global registraron un aumento significativo de la pobreza y el desem-
pleo y la consiguiente disminución del crecimiento económico (los países
de América Latina con Gobiernos progresistas son una excepción parcial).
Mientras que para algunos críticos la crisis anunciaba el final del capitalismo
«financiarizado»3, instituciones como el Banco Mundial se han involucrado
en los debates para repensar la globalización después de la crisis, en gran
parte basadas en estrategias convencionales para impulsar la competitividad

3 La idea de que la crisis supone el fin del monopolio del capital financiero ha sido discutida por
la crítica marxista en particular. Véase, por ejemplo, Bellamy, Foster y Magdoff (2008) y Panitch y
Gindin (2008).
de las exportaciones, en particular para África.4 Está claro que las princi-
pales instituciones internacionales de crédito no tienen ideas nuevas para
enfrentar los asuntos del desarrollo después de esta crisis. El aumento de
los fundamentalismos religiosos en muchas regiones del mundo, incluso los
Estados Unidos, también debe ser citado como una de las transformaciones
más relevantes; en algunos países supone la resistencia a las políticas pos 11
de septiembre y el rechazo de la modernidad al estilo occidental.

En 1995, el capítulo 5 de Encountering development trataba sustancialmente


sobre los campesinos, las mujeres y el medio ambiente. Mucho ha cambiado
desde entonces en relación con estas tres cuestiones, y hoy existen otros
actores que no recibieron suficiente atención en el libro, en especial los
pueblos indígenas y otros grupos étnicos, tales como las poblaciones afro-
descendientes. Incluso si los campesinos han dejado de ser tan centrales para
el desarrollo como lo fueron en décadas anteriores, ha habido recientemente
un renacimiento de los estudios campesinos y agrarios que incluye novedo-
sas conceptualizaciones de la ruralidad (por ejemplo, evitando la dicotomía
rural/urbano, tradicional/moderno), identidades campesinas (tomando en
cuenta la influencia de, por ejemplo, las migraciones transnacionales, género
y etnicidad), cuestiones previamente no estudiadas o poco estudiadas como
30 los cultivos transgénicos, la conservación y la soberanía alimentaria y los mo-
vimientos sociales campesinos, mucho más allá de la imagen de la década
de 1960 de los campesinos como sujetos revolucionarios radicales5. De ser
un tema especial en el desarrollo, como en los discursos de las mujeres en el
desarrollo y el desarrollo con orientación de género discutidos en el capítulo
5, las mujeres han pasado a ocupar un lugar central como sujeto, objeto y
conceptualizadoras del desarrollo. Incluso si la mayoría de los trabajos de

4 Véase, por ejemplo, el informe de una teleconferencia que une cinco países —Ghana, Etiopía,
Tanzania, Zambia y los Estados Unidos— patrocinada por el Instituto del Banco Mundial el 29 de
marzo de 2010, la segunda de una serie de debates sobre el desarrollo a distancia organizado
por el Banco Mundial en torno al tema repensar la globalización después de la crisis (http://wbi.
worldbank.org/wbi/stories/experts-and-policymakers-trade-tips-boost-export-competitiveness-
africa).
5 Sería imposible hacer justicia aquí a la literatura académica sobre estudios campesinos. La revista
Development ha dedicado una serie de números a la alimentación y la agricultura en la última
década. Philip McMichael (2006, 2008) ha mapeado útilmente algunas de las nuevas agendas
que los discursos campesinos plantean en agricultura y alimentación en el centro de las concep-
tualizaciones de las transformaciones políticas, económicas y ecológicas. Es de destacar que el
Journal of Peasant Studies, ícono de los análisis marxistas sobre los campesinos y la cuestión agraria
desde principios de la década de 1970, recientemente se reestructuró para reflejar algunas de las
agendas emergentes. Véase el número especial sobre «Perspectivas críticas en la política rural y el
desarrollo», 36(1), de 2009, y el excelente libro de Wendy Wolford (2010) para nuevos enfoques
de los movimientos sociales rurales. Véase también los textos influyentes de La Vía Campesina.
Movimiento Campesino Internacional (www.viacampesina.org), y Desmerais (2007) para su estudio.
desarrollo dirigido a grupos de mujeres sigue concentrándose en importantes
pero convencionales agendas, como el empoderamiento en la economía, la
intersección de mujeres, género y desarrollo, ha sido un espacio rico para el
debate crítico e ideas nuevas sobre el desarrollo durante la última década6. El
ámbito del medio ambiente tal vez haya visto los cambios más trascendentales
sobre el desarrollo, algunos de los cuales se abordarán más adelante. Baste
decir por ahora que el desarrollo se ha convertido en una preocupación
central de la ecología política (véase Biersack y Greenberg, 2006; Escobar,
2008a), y viceversa, es decir que las cuestiones ambientales se han convertido
cada vez más centrales para el desarrollo, por lo que se ha consolidado el
estudio de la «naturaleza en el Sur global» (Greenough y Tsing, 2003).

La visibilidad de los pueblos indígenas y las minorías étnicas como sujetos, obje-
tos y conceptualizadores del desarrollo también ha aumentado drásticamente.
Estos actores están a la vanguardia del trabajo crítico sobre el desarrollo en as-
pectos importantes, denunciando, por ejemplo, la irracionalidad del desarrollo
y la incompatibilidad de muchos proyectos de desarrollo con las cosmovisiones
indígenas (véase Mander y Tauli-Corpuz, 2006; Blaser, Feit y McRae, 2004), o al
señalar las limitaciones de la euromodernidad desde la perspectiva indígena
(Blaser, 2010). Cuestiones de desarrollo, identidad, territorio y autonomía se han
convertido en importantes para el caso de los pueblos indígenas (véase De la 31
Cadena y Starn, 2007; Blaser, Feit y McRae, 2010) y grupos afrodescendientes,
especialmente en América Latina (Escobar 2008a; Oslender, 2008; Asher, 2009;
French, 2009). La experiencia de las mujeres indígenas en América Latina está
proporcionando la base para un feminismo descolonial, en que las críticas al
etnocentrismo de los discursos feministas modernistas se unieron con el análisis
de las formas patriarcales de la exclusión apuntalados por las apelaciones a la
tradición o la diferencia cultural (véase Hernández, 2008; Suárez y Hernández,
2008; Hernández, 2009; Lugones, 2010; Bidaseca, 2010; Escobar, 2010a; cf.
Radcliffe, Laurie y Andolina, 2009, para una perspectiva feminista relacionada
con los movimientos indígenas y el desarrollo en los Andes).

Un aspecto de la transformación de las condiciones de desarrollo en los últimos


quince años, a menudo no reconocido, aunque de suma importancia, es que
las mismas categorías y usos del conocimiento —cuál conocimiento cuenta en

6 Una vez más, la literatura aquí es rica y escapa al alcance de este prefacio. Ver Bhavnani y Kurian
(2003) y Harcourt y Escobar (2005) para algunos enfoques recientes. Un tema importante, por
ejemplo, anteriormente desconocido o al que se le dio una atención parcial ha sido la política del
cuerpo en el desarrollo (Harcourt, 2010). Radcliffe, Laurie y Andolina (2009) han analizado útilmente
las consecuencias de género del desarrollo y la forma en que se cruzan con movimientos indígenas
transnacionalizados de manera que pueden ser a la vez empoderados y desempoderados.
el desarrollo, producido por quiénes y con qué fines— han sido objeto de
crecientes presiones de muchos lados. Esto afecta a la teoría social en general
en que la cohorte de los interesados ​​en la producción de nuevas teorías se
ha expandido mucho más allá de los sujetos habituales en las academias (en
gran parte del Norte). Hoy en día, un creciente número de investigadores,
activistas e intelectuales fuera de la academia están prestando atención a la
urgencia de ofrecer interpretaciones alternativas del mundo, incluidas las del
desarrollo. En este sentido, las complejas conversaciones que se están dando
entre muchos tipos de productores de conocimiento en todo el mundo son
en sí mismas una condición esperanzadora para la teoría del desarrollo en la
actualidad. Esta urgencia implica no solo la necesidad de transformar los lugares
y el contenido de la teoría, sino su misma forma (Mignolo, 2000; Osterweil,
2005; Escobar, 2008a). Esta tendencia es particularmente aguda en el campo
de estudios sobre movimientos sociales (y, como veremos más adelante, en
los estudios de la transición), donde la propia investigación de los activistas y
su producción de conocimiento se están volviendo centrales para entender
lo que los movimientos son, por qué se movilizan y los tipos de mundos que
desean constituir. Algunos de los énfasis provienen de enfoques antropoló-
gicos y geográficos, incluso la difuminación de la frontera entre los mundos y
conocimientos académicos y activistas, y de una serie de conceptos y ámbitos
32 de investigación, como la etnografía en red, la cartografía de los saberes, la
etnografía de las identidades y mundos figurados de los activistas, la investi-
gación activista, partidista y militante, y así sucesivamente7. Los académicos en
los estudios del desarrollo han estado algo en sintonía con el conocimiento
producido por los beneficiarios de los proyectos de desarrollo, aunque en
gran parte bajo la forma de conocimiento local; sin embargo, todavía no han
incorporado estos conocimientos nuevos de manera significativa en su teoría,
la toma de decisiones y el diseño de las intervenciones.

7 El trabajo del Grupo de Trabajo de Movimientos Sociales de la UNC en Chapel Hill (www.unc.edu/
smwg/) en los últimos cinco años se ha centrado principalmente en esta idea. Véase el número
especial de Anthropological Quarterly, 81(1), de 2006, producido colectivamente por el grupo.
La idea de que los movimientos sociales deben ser vistos como productores de conocimiento
es también el núcleo de otros pocos grupos de investigación en los Estados Unidos y el Reino
Unido, incluso la Universidad de Texas en Austin (antropología), Cornell (sociología del desarrollo,
por ejemplo, McMichael, 2010), así como en América Latina. El equipo organizado por Xóchitl
Leyva en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), en San
Cristóbal de las Casas, México, ha producido varios volúmenes sobre la base de esta afirmación
(véase, por ejemplo, Leyva, Burguete y Speed, 2008). Sonia E. Álvarez y sus colegas en la Univer-
sidad de Massachusetts Amherst ha estado al frente de un proyecto con equipos en los Estados
Unidos y América Latina, en parte centrados en la producción colaborativa del conocimiento. El
conocido Colectivo Situaciones en Buenos Aires ha estado produciendo durante una década sus
trabajos sobre esta base. Una breve introducción a la literatura sobre esta tendencia se encuentra
en Escobar (2008), Casas-Cortés, Osterweil y Powell (2006).
Hay un último aspecto fundamental en el libro que me gustaría mencionar antes
de seguir adelante: la importancia del discurso económico para la empresa
del desarrollo. Este problema, al cual se dedicó el capítulo 3, apenas fue
mencionado en las críticas del libro publicadas entre 1996 y comienzos de
la década de 2010; de hecho, fue ignorado casi por completo. Considero
esta ausencia de comentarios no tanto como un signo de la irrelevancia del
asunto, sino como una índice de la hegemonía naturalizada de una deter-
minada concepción económica del mundo —lo que en el capítulo 3 llamé
fábulas de crecimiento y capital, heredada por la economía del desarrollo
de la economía política clásica, y en otro lugar (Escobar, 2005) economía
occidental—, un ensamblaje coherente de sistemas de producción, poder y
significación que constituye uno de los pilares más fundamentales de la mo-
dernidad. Bien podría ser el caso de que la economía del desarrollo esté casi
muerta, y que la economía neoliberal haya sido sacudida hasta la médula por
la crisis financiera, pero el imaginario económico respecto de individuos que
realizan transacciones en los mercados, de producción, crecimiento, capital,
progreso, escasez y consumo, continúa sin trabas. Este discurso naturalizado
socava muchas, si no, la mayoría de las propuestas actuales para la sosteni-
bilidad y para propender a una era poscarbono. La desnaturalización de la
economía es un área de trabajo crítico activo, por ejemplo en la imaginación
de economías diversas y en las economías sociales y solidarias más allá de la 33
capitalista o propuestas de décroissance (decrecimiento). Por otra parte, se
puede discernir que en la base, como Esteva dijo provocativamente, «aquellos
marginados por la sociedad económica en la era del desarrollo se dedican
cada vez más a marginar a la economía» (2009, p. 20)8.

8 No voy a ser capaz de discutir aquí el interesante movimiento en torno a la idea de décroissance,
planteada por primera vez por Serge Latouche (2009) en Francia, Joan Martínez Alier (2009) y Jordi
Pigem (2009) en Cataluña, y otros en el sur de Europa y América Latina. Hay un grado de heterogenei-
dad en estas propuestas, dependiendo de si el ímpetu es más político o económico, o si se aplica a
los países de altos ingresos (Europa) o más bajos ingresos, tales como América Latina (Comunicación
personal). El aspecto más relevante de este movimiento para nuestros propósitos es que las diversas
propuestas comparten la crítica al exceso de consumo y al crecimiento basado en la economía y,
por ende, la necesidad de cambiar la lógica del desarrollo hacia una menor producción y menor
consumo en línea con los límites ecológicos del planeta. En la década de 1960, la Fundación Dag
Hammarskjold llevó a cabo un ejercicio muy interesante sobre la base de unir a los países sobrede-
sarrollados, como Suecia, y los países subdesarrollados, como Tanzania, en un marco único como
parte de su proyecto ¿Y ahora qué? y su concepto general de otro desarrollo. Esto podría ser visto
como un precursor de las teorías de decrecimiento. Véase también el proyecto de la Fundación ¿Qué
sigue? (2006-2009) para un excelente ejemplo de pensamiento crítico y alternativo sobre el desarrollo
(http://www.dhf.uu.se/). La Red de Objetores de Crecimiento para el Posdesarrollo fue creada en
alguna conexión con el proyecto Qué sigue (www.apres-developpement.org). Los debates sobre
la economía en América Latina son particularmente activos en el campo de las economías sociales y
solidarias, inicialmente promovidas por José Luis Coraggio y Franz Hinkelammert, entre otros. Véase,
por ejemplo, el número especial de América Latina en Movimiento, 430 (2008), editado por Coraggio
(http://www.alainet.org/publica/430.phtml).
1.3 Evaluación del posdesarrollo

La idea de posdesarrollo, con la que la edición de 1995 de este libro termi-


naba (véase Escobar 1992; Rahnema y Bawtree, 1997), ha demostrado ser
controvertida y es importante evaluar su validez en la actualidad. En general,
el posdesarrollo surgió de una crítica posestructuralista, es decir, un análisis
del desarrollo como conjunto de discursos y prácticas que tuvo un impacto
profundo en la manera en que Asia, África y América Latina llegaron a ser
consideradas como subdesarrolladas y tratadas como tales. En este con-
texto, el posdesarrollo estaba destinado a designar por lo menos tres cosas
interrelacionadas: primero, la necesidad de descentrar el desarrollo, es decir,
de desplazarlo de su posición central en las representaciones y discusiones
sobre las condiciones en Asia, África y América Latina. Un corolario de esta
primera meta era abrir el espacio discursivo a otras formas de describir esas
condiciones, menos mediada por las premisas y las experiencias del desa-
rrollo. Segundo, en el desplazamiento de la centralidad del desarrollo en el
imaginario discursivo, el posdesarrollo sugería que efectivamente era posible
pensar en el fin del desarrollo. En otras palabras, identificaba alternativas
al desarrollo, en lugar de alternativas de desarrollo como una posibilidad
concreta. Tercero, el posdesarrollo hizo hincapié en la importancia de la
34
transformación de la economía política de la verdad, es decir, del orden del
conocimiento y poder experto del desarrollo. Con este fin, propone que
las ideas más útiles acerca de las alternativas podrían ser obtenidas de los
conocimientos y prácticas de los movimientos sociales.

¿Siguen siendo válidas estas afirmaciones hoy en día? Ya hemos visto cómo
ciertas transformaciones del mundo han referenciado ambiguamente al
posdesarrollo. Por un lado, la consolidación del neoliberalismo en muchas
regiones del mundo en la década de 1990 hizo la necesidad de las críticas
más urgentes, así como lo hizo la creciente conciencia de los costos sociales
y ecológicos del socialismo de mercado de China y de la decisión de la
India de abrirse a la los mercados mundiales. Por otro lado, sin embargo, la
desaparición del socialismo en Europa del Este y, paradójicamente, la llega-
da al poder de regímenes progresistas de Sudamérica transmitió el sentido
de que la necesidad del desarrollo era mayor que nunca. Cuestionar el
desarrollo en este contexto se vuelve incómodo, aunque, como veremos,
algunos movimientos sociales están haciendo exactamente eso, invocando
la noción de posdesarrollo en sus críticas. Baste decir por ahora que, dado
el estado actual de las cosas, a pesar de las ambigüedades señaladas, aún
tienen validez las críticas del desarrollo y la idea de imaginar una era del
posdesarrollo. Es importante preguntarse, sin embargo, si la idea es válida tal
como fue enunciada en la década de 1990, o si es necesario reformularla.
Voy a tratar de dar una respuesta a esta pregunta al final de esta sección y,
una vez más, al final del apartado cuatro. Permítanme examinar brevemente
por ahora algunas de las respuestas al posdesarrollo.

1.3.1 Respuestas al posdesarrollo

En su formulación más concisa, el posdesarrollo estaba destinado a transmitir


el sentido de una época en que el desarrollo ya no sería un principio orga-
nizativo central de la vida social. Esto no quiere decir que el posdesarrollo
era considerado como un nuevo periodo histórico al que sus defensores
creían que se había llegado, aunque muchos críticos lo vieron así. Sea como
fuere, se produjo un rico debate que, paradójicamente, contribuyó a con-
solidar una posición del posdesarrollo al agrupar a un puñado de autores y
libros que los críticos consideraron que, en términos generales, compartían
la misma perspectiva9. Los análisis y las formas de abogar asociadas con el
posdesarrollo se convirtieron en objeto de críticas punzantes y réplicas en
la segunda mitad de la década de 1990. Había tres principales objeciones
a la propuesta del posdesarrollo. Primero, que, al centrarse en el discurso, 35
los proponentes del posdesarrollo pasaban por alto la pobreza y el capita-
lismo, que son los problemas reales del desarrollo. Segundo, presentaban
una visión esencialista del desarrollo, mientras que en realidad hay grandes
diferencias entre las estrategias e instituciones de desarrollo, y no se daban
cuenta de la impugnación al desarrollo en terreno. Tercero, romantizaban las
tradiciones locales y los movimientos sociales, haciendo caso omiso de que
lo local también está imbuido en relaciones de poder. Como era de esperar,
los proponentes del posdesarrollo respondieron a sus críticos, sugiriendo
que las críticas, a su vez, aunque razonables y útiles en muchos aspectos,
eran en sí mismas problemáticas.

Para el primer conjunto de críticas, los proponentes posestructuralistas del


posdesarrollo respondieron diciendo que este argumento equivale a una
defensa ingenua de la realidad. En otras palabras, los críticos del posdesa-

9 Estos autores suelen incluir el colectivo de autores representados en el The development dictionary
(Sachs, 1992) y en The postdeveloment reader (Rahnema y Bawtree, 1997), Shiva (2004), Ferguson
(1990) y Rist (1997). Algunos críticos, por supuesto, han diferenciado los distintos autores. Para
una discusión completa y la lista de referencias, véase Escobar (2000, 2007), así como el análisis
completo de Zai (2007), Simon (2007), y McGregor (2009). Lo que sigue es un relato muy resumido
de los debates.
rrollo argumentaban que, debido a su enfoque sobre el discurso y la cultura,
los posestructuralistas no veían la realidad de la pobreza, el capitalismo y
similares. Para los posestructuralistas, este argumento tenía validez limitada,
ya que se basaba en la suposición (marxista o liberal) de que el discurso
no es material, desconociendo que la modernidad y el capitalismo son
simultáneamente sistemas de discurso y práctica. La segunda crítica era
problemática para los autores del posdesarrollo por razones epistemoló-
gicas. Parafraseando, los críticos del posdesarrollo decían algo así como:
«Ustedes (los defensores del posdesarrollo) representan el desarrollo
como homogéneo, mientras que en realidad es diverso. El desarrollo es
heterogéneo, controvertido, impuro, híbrido». En respuesta, los teóricos del
posdesarrollo reconocen la validez de esta crítica, pero han señalado que
su proyecto era diferente: el de analizar la realidad discursiva en general, y
no cómo podría haber sido impugnada e hibridada en el terreno. Se veían
a sí mismos menos como tratando de encontrar la verdad de las cosas
bajo el mandato de un realismo epistemológico que el posestructuralismo
cuestiona que como intelectuales políticos construyendo un objeto de
crítica para el debate y la acción. Por último, los críticos del posdesarrollo
cuestionaban a sus partidarios diciendo que idealizaban lo local y las ba-
ses. Para los posestructuralistas y críticos culturales, este comentario era un
36 reflejo del realismo crónico de muchos estudiosos que, invariablemente,
etiquetan como romántica cualquier crítica radical de Occidente o cualquier
defensa de lo local. Además, los autores posestructuralistas señalaron que
la noción realista de cambio social no puede examinar sus propias visiones
de lo material, los medios de vida y las necesidades, entre otros (Escobar,
2000, 2007; Zai, 2007; McGregor, 2009).

En cuanto avanzaba la primera década del nuevo siglo, el panorama de la


teoría del desarrollo dio lugar a una amplia gama de posiciones y al diálogo
interparadigmático con sus convergencias (Simon, 2007). Esto podría ser visto
como un resultado positivo de los, a veces, acerbos debates de la década
de 1990. Hay una mayor disposición por parte de muchos autores a adoptar
constructivamente elementos de las diversas tendencias y paradigmas. Este
es particularmente el caso en torno a una serie de cuestionamientos, incluso
la impugnación del desarrollo, un nuevo acercamiento entre la economía
política y análisis cultural sobre cuestiones de desarrollo y economía, el exa-
men de la relación entre el desarrollo y la modernidad y los nuevos enfoques
etnográficos para las políticas y prácticas del desarrollo. Estas tendencias
están produciendo una nueva comprensión de cómo opera el desarrollo y
la forma en que se transforma.
1.3.2 La nueva etnografía de desarrollo

Recientes enfoques etnográficos para el estudio de los proyectos de de-


sarrollo han recibido especial atención en los debates sobre el desarrollo.
Estos enfoques sugieren que la investigación etnográfica podría ser utilizada
para arrojar una nueva comprensión sobre cómo operan las políticas, y que
este conocimiento podría ser utilizado para vincular de forma constructiva
la política social, la política de la academia y las aspiraciones de los pobres.
Como el principal defensor de este enfoque lo planteó:

Aquí la labor de la antropología consiste en centrarse en las relaciones sociales


que sustentan el trabajo conceptual, para mostrar cómo las racionalidades
del desarrollo nunca están libres de contextos sociales al viajar de un sitio a
otro, cómo se inician en relaciones sociales, instituciones y comunidades de
expertos, viajan con un equipaje no revelado, son transformadas a medida
que se despliega en otros mundos sociales/institucionales —tal vez a través
del interés de colaboradores locales, contrapartes oficiales o mediadores— y
es recolonizado por la política de manera que genera efectos complejos y
no intencionales (Mosse, 2008, p. 120, 121).

Estas investigaciones implican una especie de hiperetnografía que le permite 37


al etnógrafo ver la totalidad de las redes del desarrollo, investigar en profun-
didad los principales sitios con sus respectivos actores, bagajes culturales
y la apropiación práctica de las intervenciones por los grupos locales. El
resultado, según se argumenta, debe dar a los teóricos y practicantes una
explicación más matizada de cómo opera el desarrollo en cuanto un proceso
multiescala que es constantemente transformado y desafiado. La esperanza
es que, dada la realidad del desarrollo, el etnógrafo crítico podría aclarar
las condiciones para proyectos más exitosos, tal vez incluso una más eficaz
apropiación popular de los proyectos10.

Al examinar más a fondo las redes de actores que componen los proyectos
de desarrollo, esta tendencia ha contribuido a «desesencializar» el desarrollo
y, por lo tanto, indirectamente, a la teorización del posdesarrollo. Al hacerlo,
sin embargo, estos enfoques han solucionado algunos problemas, pero crean
nuevos rompecabezas. La cuestión de la agencia ha quedado indicada pero
confusa (dado que todo tiene agencia, incluso objetos tales como textos,
¿cómo se puede diferenciar entre diferentes tipos de agencia?). De manera

10 Véase especialmente Mosse (2005), Mosse y Lewis (2005) y Li (2007).


similar con la proliferación de la conectividad (todo está conectado con
todo, pero ¿cómo las cosas están conectadas de manera diferente?, ¿qué
tipo de conexiones son políticamente poderosas, o comprometidas?). Los
asuntos de la diferencia, además, son a menudo puestos entre paréntesis,
en el sentido de que no hay ninguna explicación clara de lo que ocurre con
lo que es auténticamente emergente, o cómo entender esas experiencias
que no se pueden leer con las categorías del presente, incluidas las de las
ciencias sociales modernas11. A menos que se traten estas preguntas de
manera eficaz, a mi parecer, algunas de las posiciones adoptadas por las
etnografías recientes del desarrollo y del Estado corren el riesgo de caer en
lo que Boaventura de Sousa Santos (2007) ha llamado una «hermenéutica
del cinismo», dado que nada de lo que ningún actor haga puede llegar a
ser un reto importante para lo que existe o producir un pensamiento signifi-
cativamente diferente. Por otra parte, se ha argumentado que estos trabajos
evaden un compromiso serio con los deseos por el desarrollo y con las
aspiraciones de los pobres (De Vries, 2008). De hecho, es el caso de que
las etnografías del desarrollo han hecho mucho por visibilizar las comuni-
dades transnacionales de expertos, cuyas formaciones, intereses, gustos y
objetivos económicos y políticos coinciden lo suficiente para mantener las
«actor-redes» del desarrollo operando, a menudo bien aceitadas. Sin em-
38 bargo, esta conciencia tiene que ir acompañada de una urgencia renovada
por una crítica del hecho de que «en cada etapa, los especialistas en nuevos
campos son llamados a crear su propio papel en la historia de la aplicación
global de la experticia» (Lohmann, 2006, p. 150). Estos expertos transna-
cionalizados de clase media, tanto del Norte global como del Sur global,
difunden una racionalidad y sentido común normalizados, con importantes
consecuencias culturales y políticas.

Hay otras líneas de respuesta a las nuevas etnografías derivadas de la eco-


nomía política y de las perspectivas posestructuralistas. Una característica
común de estos trabajos es un claro énfasis en el poder y la dominación en
comparación con muchos de los enfoques de red. Mediante la combinación
de los estudios críticos de administración y posdesarrollo, por ejemplo,
un grupo de autores argumenta que las aplicaciones de ideas de gerencia
(management) al desarrollo despliega nuevas prácticas políticas, como la
tendencia etnográfica que acabamos de examinar acertadamente subra-

11 En otro lugar (Escobar, 2008b) analicé estos problemas respecto de cuatro estrategias proble-
máticas que afectan gran parte de la literatura de las ciencias sociales que hace hincapié en un
enfoque disperso a lo social, como la teoría del actor-red: agentividad radical, conectividad radical,
contextualidad radical e historicidad radical.
ya, pero que esto no quiere decir que estas prácticas dejen de funcionar
como instrumentos de dominación (Dar y Cooke, 2008). Un punto de vista
relacionado considera que el cambio en el discurso de la ayuda a la buena
gobernanza, los partnerships (alianzas o colaboraciones) y apropiarse de
los proyectos no solo da expresión «a la voluntad profunda de civilizar, sino
que reafirma los valores sagrados del campo de la ayuda al desarrollo: la
modernidad, la racionalidad y la neutralidad política» (Gould, 2005, p. 69).
Para parafrasear: escarbe en un sistema de administración, y encontrará una
lucha cultural y de poder, aunque sea expresada respecto de la acción
racional. Como Rojas y Kindornay concluyeron en su análisis de las políticas
de gobernar el desarrollo:

Bajo el diseño global del desarrollo, la incapacidad para mejorar ha obligado


al constante reenvasado de prescripciones y técnicas de gobierno en un
intento de salvar las políticas y prácticas convencionales. A pesar de las crí-
ticas desde abajo y más de cincuenta años de éxitos menores y numerosos
fracasos, la corriente convencional del desarrollo sigue siendo formulada a
través de lenguajes y prácticas renovados; aunque nuevos paradigmas y mo-
das surgen, el desarrollo sigue encarnando últimamente un imaginario global
de modernización (Manuscrito no publicado, p. 13).
39
Basándose en la teoría poscolonial, Sinha (2008) sitúa los esquemas del
desarrollo dentro de regímenes transnacionales en ascenso, para el caso de
la India, desde principios del siglo XX, unidos a proyectos ético-políticos
burgueses, el poder del Estado y la racionalidad moderna en una complejo
geocultural del desarrollo en el que la subalternidad en sí es también re-
definida. Esta visión resuena con la afirmación de Bebbington (2004), que
los regímenes de desarrollo, incluidas las ONG, deben ser considerados
como una contribución a la creación de geografías desiguales de la po-
breza y subsistencia. Una de las pruebas más elocuentes de tal desigual
geografía es el caso del total desmantelamiento de un sistema ancestral
de riego y cultivo del arroz en Bali, en nombre del desarrollo moderno,
a partir de la Revolución Verde en la década de 1960. Realizada desde
la perspectiva de los sistemas complejos adaptativos, esta investigación
etnográfica constituye una prueba convincente de la destrucción casi to-
tal de un sistema que había logrado un orden perfecto funcional a través
de siglos de autoorganización. Esta destrucción resultó en una profunda
crisis social y ambiental para toda la población (Lansing, 2006). Estudios
como este contribuyen a mostrar las limitaciones de las hiperetnografías
del desarrollo mencionadas antes.
Si bien los enfoques de red diversifican las preguntas de la agencia, a me-
nudo su desventaja es la imposibilidad de imaginar implicaciones prácticas
radicales. Este riesgo es mantenido a raya por trabajos que llevan a cabo la
investigación desde la perspectiva de, y a menudo en colaboración con,
comunidades particulares. Si bien estos enfoques pueden ser considerados
como más convencionales en los juegos de verdad de la academia, esto no
quiere decir que los análisis son menos matizados; por el contrario, ganan
en profundidad y posicionamiento político. Al examinar las redefiniciones
del desarrollo local por parte de grupos indígenas en el suroeste de Co-
lombia, por ejemplo Gow (2008) sostiene que estos grupos producen una
especie de contradesarrollo a través del cual los proyectos de planificación,
de educación y de salud se reorientan hacia un distintivo proyecto cultural
y político en un intento por crear una modernidad indígena, donde las
preocupaciones por la diferencia cultural —y la autonomía para cambiar la
cultura— se combinan con las de justicia social. Arce y Long (2000) también
han esbozado útilmente un proyecto de pluralización de la modernidad,
centrándose en la contralabor desplegada en el desarrollo por grupos loca-
les. La contralabor puede «desesencializar» los productos occidentales de
su poder superior, o contribuir al empoderamiento de la autodefinición de
un grupo, incluso a medida que cambia. La contralabor y el contradesarrollo,
40 por lo tanto, pueden ser considerados no solo como apuntando a formas
de desarrollo alternativo, sino también como alimentando los puntos de
vista del posdesarrollo. Esto no significa negar los deseos y esperanzas del
desarrollo y la modernidad que muchas personas en el mundo han adoptado
como resultado de su encuentro con el desarrollo y la modernidad. Como
De Vries (2007) ha señalado, estos deseos son reales, aunque banalizados
y cada vez más difíciles de alcanzar por los proyectos de desarrollo. Ellos
son ignorados por la mayoría de las críticas, incluida la posestructuralista,
y deben abordarse de frente en cualquier enfoque crítico de los estudios
del desarrollo (De Vries 2007; Gow, 2008).

Una manera de salir de este aparente callejón sin salida es investigar la forma
en que, por ejemplo, los pueblos indígenas se posicionan críticamente en
el camino del desarrollo, la forma en que elaboran planes de vida que res-
ponden tanto a los procesos modernos-globales como a lógicas culturales
basadas-en-lugar de larga data. Aunque los planes de vida pueden incor-
porar estratégicamente oportunidades ofrecidas por el desarrollo, socavan
las pretensiones de universalización del desarrollo y pueden contribuir a
luchas no hegemónicas (Blaser, 2004). Esta dinámica se encuentra en juego
en el desarrollo energético en algunas naciones indígenas de América del
Norte, donde las comunidades orientan sus decisiones entre tecnologías
convencionales y emergentes de maneras que implican repensar significa-
tivamente las políticas culturales de desarrollo energético (Powell, 2010).
Una vez más, estos trabajos no plantean una simple posición vis-à-vis (cara
a cara) del desarrollo. Determinar lo que localmente se entiende por de-
sarrollo es siempre una cuestión compleja. Esta cuestión es abordada por
Medeiros (2005) en el marco latinoamericano de la colonialidad del poder
y del conocimiento. Expresiones locales del deseo de desarrollo, como
ella lo muestra en su análisis etnográfico de los proyectos de desarrollo
rural en el altiplano boliviano financiado por la Agencia Alemana para el
Desarrollo (GTZ), necesitan ser entendidas en el contexto de la compleja
historia de varios cientos de años de discriminación, incluso la experiencia
de las promesas hechas pero nunca cumplidas desde la independencia.
En ausencia de este análisis, y a pesar de las buenas intenciones, los pro-
yectos de desarrollo a menudo terminan reproduciendo viejas asimetrías
de poder-conocimiento. Como Medeiros lo muestra, los campesinos indí-
genas tienen su propia comprensión situada del desarrollo, la cual articula
su experiencia histórica de la modernidad y la colonialidad. La noción
local de desarrollo incluye la adquisición de aquellas herramientas de los
sistemas de conocimiento dominante que podrían darles la posibilidad de
implementar un futuro viable. La discusión local sobre el desarrollo no es 41
solo sobre el desarrollo en sí, sino sobre la historia y la cultura (sobre el
Estado, la ciudadanía, la diferencia, el conocimiento y la explotación). Se
trata de la posición de las comunidades dentro del sistema mundo moderno
colonial12. Esta dinámica se revela a menudo en los trabajos ubicados en la
intersección entre las redes transnacionales del desarrollo y las luchas de
los movimientos sociales, particularmente en los Andes contemporáneos
donde los asuntos de la historia, la cultura, la justicia y la diferencia, y las
nunca demasiado simples interconexiones entre todos ellos, se acentúan
(véase Andolina, Laurie y Radcliffe, 2009).

Entonces, ¿qué podemos decir sobre la noción de posdesarrollo después


de esta revisión quizá demasiado apresurada y parcial de las tendencias
académicas? Una respuesta satisfactoria a esta pregunta habrá de espe-
rar a la última sección de este capítulo. Hay algunas cuestiones que se

12 Como concluye Medeiros (2005), el problema que las agencias de desarrollo necesitan enfrentar
no es tanto que la población local esté fuera de la modernidad, sino las formas específicas en
que han sido producidas por la modernidad, es decir, la colonialidad del poder y la diferencia
colonial. Es su experiencia histórica de la modernidad lo que configura sus visiones, desconfianza
y esperanzas.
pueden destacar por ahora, sin embargo, en relación con la utilidad de
la noción en la actualidad, creo que el núcleo de la noción sigue siendo
válido, es decir, la necesidad de descentrar el desarrollo como un des-
criptor social, el cuestionamiento de las prácticas de conocimiento del
desarrollo y la crítica inmanente del posdesarrollo a las ideas de creci-
miento, progreso y modernidad. Sin embargo, estos contenidos han sido
cualificados y enriquecidos por los debates académicos en los últimos
quince años. Las etnografías del desarrollo, por ejemplo, han dado una
visión más detallada de cómo opera el aparato del desarrollo. Los tra-
bajos centrados en actores nuevos (por ejemplo los pueblos indígenas,
el ambiente) han resaltado cómo estos actores desafían los regímenes
de verdad desarrollistas. Al hecho general de la dominación que la crí-
tica discursiva de la década de 1990 destacó, la economía política y el
análisis posestructuralista han añadido una comprensión más compleja
de cómo funciona la dominación a través de determinadas prácticas del
capitalismo y del Estado.

Dicho esto, una de las principales consecuencias del posdesarrollo queda


aparentemente sin solución: la noción de alternativas al desarrollo. No solo
el proyecto del desarrollo sigue viento en popa, sino que parece haberse
42 vuelto más fuerte desde mediados de la década de 1990. Como Gustavo
Esteva, uno de los críticos más lúcidos y persistentes del desarrollo, planteó
en su análisis más reciente: «el desarrollo fracasó como un esfuerzo socio-
económico, pero el discurso del desarrollo aún contamina la realidad social.
La palabra permanece en el centro de una poderosa pero frágil constelación
semántica» (2009, p. 1). A pesar de una serie de crisis, los discursos y los
retos político-culturales concretos parecen jugar a favor de mantener vivo
el imaginario de las alternativas al desarrollo. A esta posibilidad dedicaré el
resto de este capítulo.

1.4 Discursos de la transición: tendencias


emergentes

Los argumentos sobre la necesidad de una profunda transición de época


son un signo de los tiempos, reflejan la profundidad de la crisis contempo-
ránea. Sin duda, hablar de la crisis y las transiciones tiene una larga genealogía
en Occidente, ya sea en forma de crisis de la civilización, las transiciones
hacia y desde el capitalismo, las visiones apocalípticas del fin del mundo,
repentinas transformaciones religiosas o tecnológicas, o relatos de ciencia
ficción. Este no es el lugar para analizar esta genealogía13, sin embargo, me
parece que es posible argumentar que los discursos de la transición (DsT)
están apareciendo hoy con particular riqueza, diversidad e intensidad hasta
el punto de que un verificable campo de estudios de la transición puede
ser planteado como un ámbito académico-político emergente. Estudios de
la transición y el activismo de la transición son ahora un hecho de nuestro
tiempo. Notablemente, como incluso un mapa superficial de los DsT sugie-
re, quienes escriben sobre el tema no se limitan a la academia; de hecho,
los pensadores de los DsT más visionarios se encuentran fuera de esta,
aunque en la mayoría de los casos se enganchan con las corrientes críticas
en la academia. Los DsT están apareciendo de una multiplicidad de sitios,
principalmente de los movimientos sociales en todo el mundo, de algunas
ONG de la sociedad civil, de algunos paradigmas científicos emergentes y
de los intelectuales con vínculos significativos con las luchas ambientales y
culturales. Los DsT ocupan un lugar destacado en varios campos, incluidos
los de la cultura, la ecología, la religión y la espiritualidad, la ciencia alternativa
(por ejemplo los sistemas vivos y la complejidad), la economía política y las
nuevas tecnologías digitales y biológicas. Solo los tres primeros se aborda-
rán en lo que sigue. Pero antes realizaré una observación general sobre el
concepto de transición.
43
Como ha señalado recientemente Mezzadra, «el problema de la transición
resurge en cada momento histórico cuando las condiciones de la traducción
tienen que ser establecidas de nuevo» (2007, p. 4). Lo que quiere decir con
traducción es el proceso mediante el cual experiencias histórico-culturales
diferentes, y a menudo contrastantes, se hacen mutuamente inteligibles
y conmensurables; esto ha sucedido en la historia reciente a través de la
imposición de los códigos culturales de la modernidad capitalista en una
escala cada vez más global. Este proceso, como Mezzandra sugiere, ya no
es aceptable, al contrario, se hace necesario un nuevo tipo de traducción
heterolingüe en el cual las nuevas «comunalidades» se construyan precisa-
mente a partir de diferencias inconmensurables. Como argumentaré aquí,
hay algunas diferencias radicales en la actual ola de los DsT en comparación
con las del pasado más reciente. Dos de estas diferencias, subrayadas por
Boaventura de Sousa Santos (2007), son que los procesos de transición-
traducción no pueden ser orientados por una teoría general, de hecho, la

13 Esta sección tendrá un desarrollo pleno en un pequeño libro en curso, tentativamente titulado El
fin de la globalización (tal como la conocíamos): diseños para el pluriverso. El libro también incluye
un marco para el diseño ontológico.
única teoría general posible, como él dice para consternación de buena
parte de la teorización de la izquierda, es la imposibilidad de una teoría
general. El segundo, y relacionado, aspecto es que hoy en día es más claro
que la traducción siempre implica complejos procesos epistemológicos
—interculturales e interepistémicos— que requieren, a su vez, un tipo de
justicia cognitiva que no ha sido reconocido. Un tercer elemento se insinúa
a sí mismo, y es que la transición-traducción implica ontologías múltiples; es
decir, cuando es concebida radicalmente, la transición implica pasar de la
comprensión moderna del mundo como universo al mundo como pluriverso
(sin preexistentes universales) o, como voy a plantear a continuación, despla-
zarse de un paradigma de la globalización a uno de la planetarización. Si el
primero privilegia la integración económica y cultural y la homogeneización
bajo una serie de principios universales (eurocéntricos), la última aboga por
una comunicabilidad entre una multiplicidad de mundos culturales en la
base de un entendimiento ecológico y político compartido (Santos, 2007).
Sucintamente, la transición hacia el pluriverso requiere un concepto más
amplio de la traducción que incluye las dimensiones ontológica y epistémica.

Un sello de los DsT contemporáneos es el hecho de postular una transfor-


mación radical cultural e institucional: de hecho, una transición a un mundo
44 totalmente diferente. Esto es diversamente conceptualizado respecto de
un cambio de paradigma (véase The Great Transition Initiative [GTI ‘Iniciativa
de la Gran Transición’, 2002), un cambio de modelo de civilización (véase
Shiva, 2008; los movimientos indígenas en América Latina, ver más abajo), la
aparición de un nuevo orden, un salto cuántico (Laszlo, 2008), el surgimiento
de una nueva cultura holística, o incluso la llegada de una era completamente
nueva más allá de la edad moderna dualista (véase Macy, 2007; Goodwin,
2007), reduccionista (véase Kauffman, 2008) y económica (véase Schafer,
2008). Este cambio es a menudo visto como inminente o como que ya está
sucediendo, aunque la mayoría de los DsT advierten que los resultados no
están de ninguna manera garantizados. Citemos unas pocas declaraciones
sobre la transición:

La transición global ha comenzado —una sociedad planetaria se configurará


en las próximas décadas—. Pero el resultado está en cuestión… Dependiendo
de cómo se resuelvan los conflictos ambientales y sociales, el desarrollo global
puede bifurcarse en caminos radicalmente diferentes. En el lado oscuro, es
muy fácil de imaginar un futuro sombrío de empobrecimiento de las personas,
las culturas y la naturaleza. De hecho, para muchos esta posibilidad ominosa
parece la más probable. Pero no es inevitable. La humanidad tiene el poder
de prever, elegir y actuar. Aunque pueda parecer improbable, una transición
hacia un futuro de vidas enriquecidas, solidaridad humana y salud del planeta
es posible (GTI, 2002, IX).

La vida en nuestro planeta está en problemas. Es difícil ir a alguna parte sin


ser confrontado por las heridas de nuestro mundo, la ruptura del tejido de
la vida… Nuestro planeta nos está enviando señales de socorro, que son
tan constantes que ahora parecen casi normales… Estas son las señales de
advertencia de que vivimos en un mundo que puede llegar a su fin, al menos
como un hogar de la vida consciente. Esto no quiere decir que va a terminar,
sino que puede terminar. Esta misma posibilidad lo cambia todo para no-
sotros… Esto está sucediendo ahora en formas que convergen para poner
en cuestión el fundamento mismo y la dirección de nuestra civilización. Una
revolución global está ocurriendo… Muchos la están llamando el «gran giro»
(Macy, 2007, p. 17, 140).

Si aceptamos la muerte de nuestro propio cuerpo humano, tal vez podamos


empezar a aceptar la eventual muerte de nuestra propia civilización… El calen-
tamiento global es un síntoma temprano de la muerte de nuestra civilización
actual… Se puede atenuar este proceso, deteniendo [el sobreconsumo] y
estando alertas, pero la única manera de hacer esto es aceptar la muerte 45
eventual de esta civilización (Hanh, 2008, p. 57).

Aunque lo que estos autores entienden por civilización no es necesaria-


mente lo mismo, estos pronunciamientos, en términos generales, se refieren
al modelo cultural que ha prevalecido en Occidente durante los últimos
siglos: el modelo de «crecimiento industrial» (Macy, 2007), un modo de
vida centrado en el consumo (Hanh, 2008), con sus ideologías reinantes
de materialismo, capitalismo de mercado y progreso (GTI, 2002). Y aunque
resulta sorprendente encontrar un venerado maestro budista (Hanh, 2008)
que nos pide meditar sobre la muerte de la civilización actual, muchas de
las visiones más seculares hacen hincapié en una profunda transformación
de los valores. De hecho, los DsT más imaginativos vinculan aspectos de la
realidad que se habían mantenido separados en las imaginaciones anteriores
de la transformación social: ontológicos, culturales, político-económicos,
ecológicos y espirituales. Estos son reunidos por una profunda preocupa-
ción por el sufrimiento humano y el destino de la vida misma. Por «vida» me
refiero al conjunto interminable de formas y entidades que componen el
pluriverso —desde lo biofísico a lo humano y lo sobrenatural— y los procesos
por los que vienen a ser. Esto va claramente más allá de una preocupación
por la «naturaleza», aunque la mayoría de los DsT están atravesados por los
temas ecológicos; no podía ser de otra manera, dado que son motivados
por, y responden a, las crisis interrelacionadas de energía, alimentos, clima
y pobreza.

Comunes a muchos de los discursos de la transición, y tal vez mejor ejemplifi-


cado por la GTI (2002), es que la humanidad está en un punto de bifurcación
y entrando en una fase planetaria de la civilización como resultado de la
expansión acelerada de la era moderna de las últimas décadas, un sistema
global tomando forma, fundamentalmente diferente de etapas históricas
anteriores. El carácter de la transición dependerá de cuál visión del mundo
prevalece. La clave es anticiparse a los despliegues de las crisis, imaginar
futuros alternativos y tomar las decisiones adecuadas. La GTI distingue entre
tres visiones del mundo o formas de pensar —evolucionaria, catastrófica y
transformacional— con sus correspondientes escenarios globales: mundos
convencionales, barbarización y la gran transición (GT)14. Solo la última pro-
mete soluciones duraderas a los desafíos de la sostenibilidad, pero requiere
cambios fundamentales en los valores, así como nuevos arreglos socioeconó-
micos e institucionales. El paradigma de la GT redefine el progreso en términos
no materiales de la realización humana. Hace hincapié en la interconectividad
46 e imagina una producción desmaterializada, la disociación de bienestar del
consumo y el cultivo de nuevos valores (por ejemplo la solidaridad, la ética,
la comunidad, el significado). Su objetivo es posibilitar una era de energía
renovable. La GT implica, sobre todo, un cambio de valores dirigido hacia

14 Brevemente, el escenario mundos convencionales se basa en las fuerzas del mercado (los mercados
globales que impulsan el desarrollo global), o en la reforma política (el gobierno comprehensivo
y la acción internacional para la reducción de la pobreza y la sustentabilidad ambiental), o en una
combinación de ambos. Estos escenarios podrían alcanzar una cierta moderación de las tendencias
actuales, pero no pueden reunir la voluntad política para hacer que sus objetivos declarados
sean viables. Del mismo modo, el segundo escenario, la barbarización, tiene dos variantes: el
colapso (colapso institucional) y el mundo fortaleza (apartheid global con la vasta mayoría del
mundo excluido). Escritos de la GTI incluyen ideas sobre cómo trabajar hacia la transición a través
de cambios institucionales y culturales concretos. La Great Transition Initiatuve (GTI) se basa en el
influyente análisis de escenarios y puntos de ramificación elaborado por el ecologista argentino
Gilberto Gallopín. La GTI tiene actualmente su sede en el Instituto Tellus dirigido por Paul Raskin
(http://www.gtinitiative.org/). Muchas de estas concepciones se basan en un marco de sistemas
socionaturales complejos interactuantes desde la comunidad en lo planetario. Mientras que los
escenarios más convencionales implican una teleología clara, el tipo de escenarios de la GTI se
construyen sobre principios dinámicos no lineales como parte del concepto de transición. Esto
incluye los conceptos de bifurcación y macrosaltos (véase, por ejemplo, Goodwin, 2007; Laszlo,
2008). Hay que decir que, a pesar de su carácter global, la mayoría de los DsT todavía tienen la
experiencia moderna occidental como punto de referencia y motor de cambio. Si bien esto tiene
sentido dadas las hegemonías modernas, los DsT críticos requieren la incorporación de manera
más explícita de las experiencias y las dinámicas de las socionaturalezas en el Sur global.
una visión global alternativa que sustituye el capitalismo industrial con una
globalización civilizadora.

La noción de Thomas Berry de la gran obra —una transición «de la época


en que los humanos eran una fuerza perturbadora en el planeta Tierra al
periodo en que los seres humanos se hacen presentes en el planeta enri-
queciéndose mutuamente» (1999, p. 11)— ha sido influyente en los DsT.
Berry llama a la nueva era ecozoica15. Para Berry, «la raíz más profunda de la
actual devastación se encuentra en el modo de conciencia que ha estable-
cido una discontinuidad radical entre los seres humanos y otros modos de
ser y la concesión de todos los derechos a los seres humanos» (p. 4). La
radical discontinuidad entre los ámbitos humanos y no humanos es la base
de muchas de las críticas. Junto con la idea de un yo separado (el individuo
de la teoría liberal, separado de la comunidad), esta discontinuidad se ve
como el rasgo más fundamental de la ontología moderna. La superación de
estas dos divisiones se plantea como fundamental para la sanación de la
sociedad y el planeta desde las visiones seculares y religiosas por igual (ya
sea a través de las nociones de la interconectividad y la interdependencia de
la ecología, la idea de interexistencia y coemergencia de todos los seres del
budismo, o los marcos basados en la autoorganización y la complejidad para
los cuales lo que importa es la comprensión de los sistemas de relaciones 47
coemergentes). A las divisiones mencionadas antes se agrega una tercera,
entre los ámbitos humano y espiritual, o entre la fe y razón, como se explica,
de forma diciente, por parte de algunos científicos de sistemas y de la com-
plejidad (véase Laszlo, 2008; Kauffman, 2008). Al subrayar la concepción de
la tierra como un sistema vivo donde todos los seres están profundamente
interconectados, Macy (2007) y Macy y Brown (1998) hablan de una revo-
lución cognitiva y espiritual que implica la desaparición del yo moderno y su
sustitución por un yo ecológico, no dualista, que se vuelve a conectar con
todos los seres y recupera el sentido del tiempo evolutivo, borrado por el
tiempo lineal de la modernidad capitalista; solo de esta manera podremos
aprender de nuevo a estar «en asociación con los seres del futuro» (Macy,
2007, p. 191), «sanar a nuestra cultura fragmentada» (Goodwin, 2007) y
avanzar por los caminos de la transición.

Muchos de los DsT están sintonizados con la necesidad de desplazarse hacia


economías poscarbono o poscombustibles fósiles. Shiva (2005, 2008) ha

15 Véase Greene (2003) y el trabajo del Center for Ecozoic Studies en Chapel Hill, dirigido
por este mismo autor (http://www.ecozoicstudies.org/).
abogado por esto con una fuerza y perspicacia especial. Para este autor,
la clave de la transición del petróleo al suelo (from oil to soil) —de un pa-
radigma mecánico-industrial centrado en los mercados globalizados a uno
centrado en la gente y el planeta, que ella llama democracia de la tierra— se
encuentra en las estrategias de relocalización, es decir, la construcción de
sistemas descentralizados de energía y producción de alimentos orgánicos
basados en la biovidersidad y apoyados en formas de democracia directa,
el conocimiento basado-en-lugar, las economías locales y la preservación de
los suelos y la integridad ecológica. Los DsT de este tipo muestran una aguda
conciencia de los derechos de las comunidades a sus territorios y recursos,
de los patrones tremendamente desiguales del consumo mundial, el impacto
ambiental y las estructuras de explotación mantenidas por el capitalismo y
de la consiguiente necesidad de justicia social y ambiental. Esta es la razón
de su insistencia en que «el imperativo que cambiemos nuestra manera de
vivir» si queremos «ir más allá del petróleo» esté acoplado con la visión de
la «necesidad de reinventar la sociedad, la tecnología y la economía» (Shiva,
2008, p. 1). En otras palabras, las críticas al capitalismo, el cambio cultural (a
veces incluso la espiritualidad) y la ecología son sistemáticamente conecta-
das unas con otras en el diagnóstico de los problemas y posibles caminos
(véase Sachs y Santarius, 2007; Korten, 2006; Santos, 2007, Hathaway y
48 Boff, 2009; Mooney et al., 2006; Shafer, 2008). La propuesta de la ecología
de la transformación (Hathaway y Boff, 2009) se considera como la vía para
contrarrestar los estragos del capitalismo global y para la construcción de
comunidades sustentables. Para Boff y Hathaway (2009), los principales com-
ponentes de la estrategia son la justicia ecológica, la diversidad biológica y
cultural, el biorregionalismo, el arraigo al lugar, la autonomía y la transparencia,
la democracia participativa y la autoorganización cooperativa. Esta ecología
supone una cosmología de la liberación que está en sintonía con un tipo de
espiritualidad adecuada a una era ecozoica.

Una de las propuestas más concretas para una transición hacia una sociedad
poscombustible fósil que responda adecuadamente a la crisis del petróleo y
el cambio climático es el enfoque de la transición diseñado para poblados
y comunidades para crear sus propios discursos, escenarios y prácticas
de transición: lo que se refiere como iniciativa de transiciones locales (ITL
‘transition town initiative’) (véase Hopkins, 2008; Chamberlin, 2009). Esta
convincente visión comprende tanto el esbozo de un escenario pospetróleo
a largo plazo y una guía para los poblados y comunidades a avanzar en un
marco temporal de la transición. Una vez más, la relocalización de alimentos,
energía y de la toma de decisiones son elementos cruciales de las ITL. La ITL
también contempla la revitalización de las comunidades para que sean más
localizadas y autosuficientes, con menos infraestructuras de energía (descen-
so energético o bajón de electricidad), y, muy importante, las herramientas
y procesos para la reconstrucción de la resilencia de los ecosistemas y las
comunidades erosionada por siglos de sistemas económicos y políticos
deslocalizados, dirigidos por expertos. La resilencia es en realidad el enfoque
alternativo de la transición a las nociones convencionales de sostenibilidad;
este enfoque requiere «sembrar» las comunidades con diversidad, el aumento
de la confianza social y ecológica en la autoorganización, el fortalecimiento
de la capacidad de producir localmente lo que se puede producir también
localmente, y así sucesivamente. Tal como está planteada, sin embargo, la
ITL se encuentra más cerca al desarrollo alternativo que de las alternativas
al desarrollo. Hay, pues, un puente importante que necesita ser construido
entre la visión de la ITL y el posdesarrollo16.

En conjunto, se puede decir que estos trabajos imaginan una ecología de la


transición, la cual puede ser considerada como un subcampo del campo más
amplio de los estudios de la transición con el cual comenzó esta sección.
Esta ecología de la transición plantea una profunda transformación cultural,
económica, científica y política de las instituciones y prácticas dominantes
(tarea difícil, por cierto). Al subrayar la relocalización y la reconstrucción de 49
las comunidades locales, va directamente en contra de la mayoría de los
discursos y fuerzas de la globalización, apuesta al hecho de que lo «pe-
queño» no solo es posible, sino tal vez inevitable (véase Hopkins, 2008, pp.
68-77; Estill, 2008). Al hacer visibles los dañinos efectos de las instituciones
culturales del individuo y el mercado, dirigen nuestra atención a la necesidad
de reconstruir la identidad y la economía, muchas veces en conjunto con las
comunidades en las que los regímenes de la persona y el mercado todavía
no se han consolidado completamente en la vida socionatural. Abogan por
una economía diversa que tiene un fuerte fundamento en las comunidades,
aunque, por supuesto, no está circunscrita a lo local (Gibson-Graham, 2006).
El foco de muchos DsT sobre la espiritualidad es un recordatorio de la exclu-
sión sistemática de este importante sector en nuestras academias seculares.
Al resaltar la continuidad entre naturaleza y cultura, los DsT resaltan uno de
los imperativos fundamentales de nuestro tiempo: la necesidad de volver
a conectarnos entre sí y con el mundo no humano. Esta última es también

16 El enfoque de la transición es un concepto extraordinario y un conjunto de herramientas. Iniciado


en la ciudad de Totnes, Devon, Reino Unido (también el hogar del Schumacher College), se ha
extendido rápidamente (http://transitionculture.org/).
una llamada para el posicionamiento del pluriverso, como veremos en la
siguiente sección17.

1.5 América Latina: ¿hacia un pluriverso?18

Algunos movimientos y debates intelectuales de América Latina intuyen


medidas posibles para alejarse del «modelo civilizatorio» de la moderniza-
ción y el desarrollo globalizado. Reunión tras reunión de pueblos indígenas,
afrodescendientes, mujeres y campesinos, la crisis del modelo civilizatorio
occidental es invocada como la causa más importante de la actual crisis global
de energía-clima y pobreza. Un cambio hacia un nuevo paradigma cultural
y económico es reconocido tanto como necesario y como activamente en
construcción19. Si bien el énfasis en una transición en todo el modelo de
la sociedad es más fuerte entre algunos movimientos indígenas, también se
encuentra, por ejemplo, en redes agroecológicas para las cuales solo un
cambio hacia los sistemas agroecológicos de producción de alimentos lo-
calizados nos puede sacar de la crisis climática y alimentaria. Las propuestas
agroecológicas resuenan con Shiva, y se les hacen eco parcialmente en La
Vía Campesina, centrada en la soberanía alimentaria sobre la agricultura de
50 base campesina. El significado de la transición y el posdesarrollo se puede
vislumbrar con claridad en los debates más recientes sobre la definición
del desarrollo y los derechos de la naturaleza que tienen lugar en países
como Ecuador y Bolivia y en una nueva ola de movimientos y luchas en
estos países y en otras partes del continente que pueden ser interpretadas
respecto de dos procesos interrelacionados, a saber, la activación de las
ontologías relacionales y una redefinición de la autonomía política. Si bien
estas tendencias son contradictorias y debatidas profundamente, apuntan

17 No voy a discutir aquí con más detalle lo que podríamos llamar la política de la transición, la
cual queda implícita en muchos DsT. Esta política puede ser fructíferamente teorizada desde la
izquierda y los enfoques académicos (por ejemplo los imaginarios autonomistas anticapitalistas, las
políticas anticapitalistas deleuzeanas-guattarianas, análisis foucaultianos y feministas poshumanistas y
biopolíticos, la autonomía de América Latina, la geografía crítica, etc.), pero necesitarán enfrentar los
desafíos epistémicos y ontológicos de los discursos de la transición no eurocéntrica y biocéntrica.
En mi opinión, la sociología de las ausencias y de las emergencias de Santos (2007) constituye el
marco general más útil para pensar la política de la transición-traducción.
18 Para un exhaustivo abordaje de las transformaciones de América Latina durante la última década,
incluso el argumento aquí realizado, y una serie completa de referencias, véase Escobar (2010a).
19 Véase la edición 453 de América Latina en Movimiento (marzo de 2010) dedicada a las «Alter-
nativas civilizatorias» (http://alainet.org/publica/453.phtml). Una reunión sobre perspectivas de la
crisis de la civilización en el enfoque de los movimientos se celebró en el Foro Social Mundial en
Dakar (6-11 de febrero, 2011), coordinado por Roberto Espinoza, Janet Conway, Jai Sen y Carlos
Torres. Se contó con participantes de varios continentes.
hacia la importancia del posdesarrollo y hacen tangible la noción de órdenes
sociales posliberales.

Las constituciones de Ecuador y Bolivia, sancionadas en 2008, han ganado


una bien merecida atención internacional debido a sus tratamientos pioneros
del desarrollo y, en el caso ecuatoriano, de los derechos de la naturaleza.
Cabe destacar que estas constituciones son el resultado de complejas
luchas sociales, culturales y políticas que se agudizaron en el siglo pasado.
Las constituciones introdujeron una nueva noción de desarrollo centrada en
el concepto de sumak kawsay (en quechua), suma qamaña (en aimara) o
buen vivir (en español). Como Alberto Acosta, uno de los arquitectos más
destacados de la constitución ecuatoriana, plantea que el sumak kawsay
supone una ruptura conceptual con las concepciones de desarrollo de las
últimas seis décadas. Más que una declaración constitucional, «el Buen Vivir
constituye una oportunidad para construir colectivamente un nuevo régimen
de desarrollo» (2009, p. 6). Aunque un número de fuentes se citan como
la base de esta concepción —incluso análisis críticos del desarrollo y del
posdesarrollo, así como perspectivas feministas, ecologistas y enfoques de
desarrollo humano—, la mayor proporción del crédito la tienen las organi-
zaciones indígenas. Para Catherine Walsh,
51
… la visión integral y la condición básica del Buen Vivir que han sido la base
de las cosmovisiones, filosofías de vida y las prácticas de los pueblos del
Abya Yala y los descendientes de la diáspora africana desde hace siglos,
son ahora re-aprehendidos como guías para la refundación del Estado y la
sociedad boliviana y ecuatoriana (2009, p. 5).

En efecto, se puede decir que el sumak kawsay y suma qamaña nacen «de
la periferia social de la periferia global», como lo ha planteado el crítico del
desarrollo español José María Tortosa (2009), citado por Acosta (2010).
Para el sociólogo peruano Aníbal Quijano (2010), el buen vivir constituye
un nuevo horizonte de sentido histórico, surgido de la larga historia de re-
sistencia indígena contra el sistema mundo moderno-colonial eurocéntrico.

Muy sucintamente, y siguiendo a Acosta y a Gudynas20, el buen vivir surgió


de varias décadas de luchas indígenas, las cuales se articularon con agen-

20 Para la presentación y el análisis de las nociones de buen vivir, derechos de la naturaleza y la


plurinacionalidad, véanse los valiosos pequeños volúmenes de Acosta y Martínez (2009a, 2009b,
2009c), Acosta (2010) y Gudynas (2009a, 2009b).
das múltiples de cambios sociales de los campesinos, afrodescendientes,
ambientalistas, estudiantes, mujeres y jóvenes. Cristalizado en 99 artículos
de la Constitución (de un total de 444), el bien vivir «se presenta como una
oportunidad para la construcción colectiva de una nueva forma de vida»
(Acosta, 2010, p. 7). Antes que una intervención aislada, el buen vivir debe
considerarse en el contexto de toda una gama de innovaciones constitu-
cionales pioneras, incluso el replanteamiento del Estado respecto de la
plurinacionalidad, de la sociedad en cuanto interculturalidad, una noción
amplia e integral de los derechos (incluidos los derechos a la naturaleza
abajo) y un modelo de desarrollo reformado, cuyo objetivo es precisamente
la realización del buen vivir. Todas estas innovaciones, además, deben ser
consideradas como multiculturales, multiepistémicas y en cuanto procesos
de construcción política profundamente negociados y a menudo contra-
dictorios. Es claro, sin embargo, que el buen vivir constituye un desafío a
nociones de desarrollo de larga data.

Las ontologías o «cosmovisiones» indígenas no implican una noción lineal


del desarrollo, ni un estado de «subdesarrollo» que hay que superar,
ni están basadas en la «escasez» o la primacía de los bienes materiales.
Haciendo eco de estos principios, el buen vivir pretende introducir una
52 filosofía de vida diferente en la visión de sociedad. Esto hace posible una
ética del desarrollo que subordina los objetivos económicos a criterios
ecológicos, a la dignidad humana y a la justicia social. El desarrollo como
buen vivir busca articular la economía, el medio ambiente, la sociedad y
la cultura en nuevas formas, llamando a las economías sociales y solidarias
mixtas, introduce temas de justicia social e intergeneracional en los espacios
de los principios del desarrollo, reconoce las diferencias culturales y de
género, posicionando la interculturalidad como principio rector, y permite
los nuevos énfasis político-económicos, tales como la soberanía alimentaria,
el control de los recursos naturales y un derecho humano al agua. Sería
un error, sin embargo, considerar el buen vivir como un proyecto cultural-
político puramente andino, un punto que Acosta (2010) afirma rotunda-
mente. Como ya se mencionó, el buen vivir también está influenciado por
las corrientes críticas del pensamiento occidental, y su objetivo es influir
en los debates globales. Dicho esto, existe un amplio reconocimiento de
que los conocimientos indígenas y afro han sido sometidos a procesos
de marginación de larga data, o lo que en algunas de las perspectivas
actuales de América Latina se conoce como colonialidad. El buen vivir, de
esta manera, busca revertir la colonialidad del poder, del conocimiento y
del ser que han caracterizado el sistema mundo moderno-colonial desde
la Conquista (Quijano, 2010). En algunos debates en los países andinos,
esto se conoce como descolonización epistémica.

Muchos de los argumentos acerca del buen vivir también se pueden hacer
con respecto a otra idea principal de la Constitución: la de los derechos
de la naturaleza; de hecho, los dos aspectos están estrechamente relacio-
nados entre sí. Para el ecologista social uruguayo Eduardo Gudynas (2009a,
2009b), los derechos de la naturaleza o la pachamama, reconocidos en
la nueva Constitución del Ecuador, representan un «giro biocéntrico» sin
precedentes, lejos del antropocentrismo de la modernidad. Para Gudynas,
este movimiento resuena tanto con las cosmovisiones de los grupos étnicos
como con los principios de la ecología. Dotar a la naturaleza de los derechos
significa pasar de una concepción de la naturaleza como objeto para ser
explotado a una en la que la naturaleza es vista como sujeto; de hecho, en
esta concepción la idea de los derechos de la naturaleza está íntimamente
relacionada con el derecho a existir de los seres humanos. Este aspecto
de la Constitución busca contrarrestar un supuesto ontológico central del
sistema capitalista moderno-colonial que está en la base de la destrucción
sistemática de la existencia biofísica, es decir, la separación entre los seres
humanos y no humanos. También implica una noción ecológica expandida
del yo que, a diferencia de la noción liberal, considera al yo profundamente 53
interconectado con todos los otros seres vivos y, en última instancia, con
el planeta como un todo. Para Gudynas, esto equivale a una especie de
«metaciudadanía ecológica», una forma plural de la ciudadanía que involu-
cra dimensiones culturales y ecológicas, y que requiere tanto de la justicia
ambiental como de la justicia ecológica para la protección de las personas
y la naturaleza, respectivamente21. De este modo, el giro biocéntrico en la
Constitución representa un ejemplo concreto de la transformación «civiliza-
cional» imaginada por los discursos de la transición discutidos antes.

El reconocimiento de los derechos de la naturaleza está estrechamente rela-


cionado con el último aspecto de las transformaciones de América Latina que
quiero discutir, aunque sea muy brevemente, esto es, la noción y la práctica
de la «relacionalidad»22. Hay una convergencia interesante entre ciertas na-
rrativas filosóficas, biológicas y de los pueblos indígenas en la afirmación de
que la vida implica la creación de la forma (la diferencia, la morfogénesis)

21 En ambos, Gudynas y Macy, esta noción transformada del yo se basa en el enfoque de ecología
profunda de Arne Naess y su visión pionera del yo ecológico.
22 Ver Escobar (2010b) para una discusión completa de la literatura sobre la relacionalidad en geo-
grafía, antropología y ecología.
a partir de la dinámica de la materia y la energía23. En estas concepciones,
el mundo es un pluriverso, en incesante movimiento, una red siempre cam-
biante de interrelaciones entre seres humanos y no humanos. Es importante
señalar, sin embargo, que el pluriverso da lugar a coherencias y cristaliza en
prácticas y estructuras a través de procesos que tienen mucho que ver con
los significados y el poder; de esta manera, esto se puede ver en cuanto
una multiplicidad de mundos. Con la ontología moderna, como ya se ha
sugerido, ciertas construcciones y prácticas han llegado a ser prominentes.
Estos supuestos incluyen la primacía ontológica de los seres humanos sobre
los no humanos (la separación de la naturaleza y la cultura) y de algunos seres
humanos sobre otros (la brecha colonial entre el Occidente-moderno y el
resto-no moderno), la separación del individuo autónomo de la comunidad,
la creencia en el conocimiento objetivo, la razón y la ciencia como los únicos
modos de conocimiento válido y la construcción cultural de la «economía»
como un reino independiente de la vida social, con el «mercado» como una
entidad autorregulada. Los mundos y saberes construidos sobre la base de
estos compromisos ontológicos devinieron «un universo». Este universo ha
adquirido cierta coherencia en formas socionaturales como el capitalismo, el
Estado, el individuo, la agricultura industrial, proyectos de macrodesarrollo,
y así sucesivamente24.
54
Es precisamente este conjunto de supuestos que las discusiones sobre el
buen vivir y los derechos de la naturaleza perturban. A pesar de que no
se puede discutir este punto aquí en detalle, perturbar las construcciones
modernas apunta a la existencia de órdenes sociales no liberales o pos-
liberales25; estos son mundos que van más allá de las nociones liberales
fundacionales del individuo, la propiedad privada y la democracia repre-
sentativa. Dicho en términos antropológicos y filosóficos, estos mundos
no liberales están basados-en-lugar y pueden ser caracterizados como
instancias de cosmovisiones u ontologías relacionales. Ontologías relacio-

23 En algunos relatos indígenas, la creación de la forma es vista como el paso de la indistinción a la


distinción (véase, por ejemplo, Blaser, 2010, para el caso de los yshiros de Paraguay).
24 Esta es una elaboración muy incompleta de lo que es un debate complejo que involucra cuatro
posiciones sobre la modernidad: 1) la modernidad como un proceso universal de origen europeo
(discursos intra-euro-estadounidenses), 2) las modernidades alternativas (variantes locales espe-
cíficas de la misma modernidad universal), 3) las modernidades múltiples, es decir, la modernidad
como multiplicidad sin un origen o matriz cultural únicos (Grossberg, 2010), 4) la modernidad-
colonialidad que señala la inextricable imbricación de la modernidad con la clasificación colonial
de los pueblos en jerarquías y la posibilidad de alternativas a la modernidad o la transmodernidad.
Véase Escobar (2008a, cap. 4) para un tratamiento más completo.
25 Véase Escobar (2010a) para una discusión completa, con especial referencia a Bolivia y, en parti-
cular, el trabajo de intelectuales aimaras y otros latinoamericanos sobre el tema.
nales son aquellas que evitan la división entre naturaleza y cultura, entre
individuo y comunidad y entre nosotros y ellos que son fundamentales
para la ontología moderna. Esto quiere decir que algunas de las luchas en
Ecuador y en Bolivia (y en otras partes del continente, incluso las luchas
por la autonomía en Chiapas y Oaxaca, así como las luchas indígenas y
afro y otras luchas campesinas en Colombia, Perú, Guatemala, y otros
países) pueden leerse como luchas ontológicas; tienen el potencial de
desnaturalizar los dualismos hegemónicos en los que se funda el orden
liberal (Blaser, 2010; De la Cadena 2010; Escobar, 2010a; Povinelli, 2001).
La tendencia universal y homolingüe de la modernidad dicta que se debe
tratar de dominar esos mundos diferentes, es decir, borrar el pluriverso.
Visibilizar el pluriverso centrándose en los conflictos ontológicos —es decir,
los conflictos que surgen del encuentro desigual entre dos mundos, como
en tantos conflictos relacionados con la explotación de los recursos hoy
en día— se puede decir que constituye un campo de estudio, al que se
refiere Blaser (2010) como ontología política26.

La aparición de las ontologías relacionales desafía el fundamento epistémico


de la política moderna. Que la identificación de la naturaleza con la pachama-
ma, y el
​​ hecho de que está dotada de «derechos» va más allá de un ambien-
talismo políticamente correcto, dado que la pachamama no puede encajar 55
fácilmente en la estructura filosófica de la constitución moderna, en la cual la
naturaleza es vista como un objeto inerte para que los seres humanos se la
apropien. Su inclusión en la Constitución contribuye así a romper el espacio
político y epistémico moderno, ya que ocurre por fuera de dicho espacio
(De la Cadena, 2010). Algo similar puede decirse de la noción del buen vivir.
Ambos conceptos se basan en supuestos ontológicos en los que todos los
seres existen siempre en relación, y no como «objetos» o individuos. Lo que
está en juego en muchas movilizaciones político-culturales en América Latina
en la actualidad, de esta manera, es la activación política de las ontologías
relacionales; estas movilizaciones se refieren así a una manera diferente de
imaginar la vida, a un otro modo de existencia (Quijano, 2010). Apuntan hacia
el pluriverso; en la conocida fórmula de los zapatistas, el pluriverso puede
ser descrito como «un mundo donde quepan muchos mundos». Tal vez
de manera más abstracta, el pluriverso indica las luchas por lograr «mundos
y conocimientos de otro modo», es decir, mundos y saberes construidos

26 Los conflictos ontológicos involucrados en las economías neoextractivas son objeto de un


proyecto de investigación colaborativa adelantado por Mario Blaser, Marisol de la Cadena y este
autor. El objetivo general del proyecto es el de la teorización del pluriverso como un espacio de
las prácticas ontológico-políticas.
sobre la base de los diferentes compromisos ontológicos, configuraciones
epistémicas y prácticas del ser, saber y hacer.

Las nociones de prácticas no liberales y no capitalistas están siendo acti-


vamente desarrolladas en América Latina, particularmente en relación con
las formas urbanas y rurales de la movilización popular en Oaxaca, Chiapas,
Ecuador, Bolivia y el suroccidente de Colombia27. No se trata simplemente
de nociones teóricas, sino el resultado de los enraizados análisis políticos,
particularmente respecto del desarrollo de las formas de autonomía que
incluyen formas no estatales de poder derivadas de las prácticas comunitarias
culturales, económicas y políticas (Esteva, 1997, 2005, 2006; Patzi, 2004;
Mamani, 2005, 2006; Zibechi, 2006; Gutiérrez, 2008). En algunos casos,
como en las comunidades zapatistas de Chiapas o las comunidades indígenas
de Oaxaca, las formas autónomas de gobierno comunal contemporáneas
se consideran enraizadas en varios siglos de resistencia indígena. En otros
casos, como las comunidades aimaras urbanas de El Alto (Bolivia), lo que
ocurre es una creativa reconstitución de la lógica comunitaria sobre la base
de nuevas formas de territorialidad. Sin embargo, la mayoría de los casos
de organización autónoma implican ciertas prácticas claves, tales como las
asambleas comunales, la rotación de las obligaciones y formas de poder
56 horizontal y disperso. En las formas comunales, el poder no funciona sobre
la base de la representación liberal, sino que se funda en formas alternativas
de organización social. La autonomía es, pues, un proceso tanto cultural
como político. Se trata de formas autónomas de existencia y organización
política autónoma y de toma de decisiones. Como lo dicen los zapatistas,
el objetivo de la autonomía no es tanto tomar el poder y cambiar el mundo
sino crear uno nuevo. La autonomía puede ser descrita en cuanto democracia
radical, autodeterminación cultural y autogobierno.

Lo que surge de esta interpretación es una cuestión fundamental, la de «ser


capaz de estabilizar en el tiempo un modo de regulación fuera de, contra y
más allá del orden social impuesto por la producción capitalista y el Estado
liberal» (Gutiérrez, 2008, p. 46). Esta propuesta implica tres puntos básicos:
la descentralización y el desplazamiento constante de la economía capitalista
con la consiguiente expansión de diversas formas de economía, incluso las
formas comunitarias y no capitalistas, la descentralización de la democracia
representativa y el establecimiento en su lugar de formas de democracia

27 Algunos de los textos principales incluyen Esteva (1997, 2005, 2006), Gutiérrez (2008), Mamani
(2005, 2006), Zibechi (2006) y Patzi (2004).
directa, autónoma y comunales y el establecimiento de mecanismos de
pluralismo epistémico y cultural (interculturalidad) entre ontologías y mundos
culturales diferentes. Desde una perspectiva posestructuralista, es posible
hablar de la aparición de formas posliberales y poscapitalistas de organización
social. Es importante dejar en claro una vez más lo que significa el «pos». El
posdesarrollo señaló la posibilidad de visualizar una época en que el desa-
rrollo dejaba de ser un principio central de organización de la vida social;
más aún, visualizaba tal desplazamiento como ocurriendo en el presente. Lo
mismo es cierto para el posliberalismo, como un espacio-tiempo en cons-
trucción, cuando la vida social ya no es completamente determinada por
las construcciones de la economía, el individuo, la racionalidad instrumental,
la propiedad privada, y así sucesivamente. Poscapitalista significa igualmente
ver la economía como formada por una diversidad de prácticas capitalistas,
capitalistas alternativas y no capitalistas (Gibson-Graham, 2006). El pos, de
manera sucinta, significa un descentramiento del capitalismo en la definición
de la economía, del liberalismo en la definición de la sociedad y de las formas
estatales de poder como la matriz definidora de organización social. Esto no
quiere decir que las formas del capitalismo, el liberalismo y el Estado dejarán
de existir, sino que su centralidad discursiva y social se han desplazado en
alguna medida, por lo que el rango de las actuales experiencias sociales,
que son consideradas como alternativas válidas y creíbles a lo que existe, 57
se amplía de manera significativa (Santos, 2007).

Como subrayan los proponentes del buen vivir y de los derechos de la natu-
raleza, estas nociones deben considerarse como procesos en construcción
en lugar de conceptos acabados. Esto es aún más válido al considerar que
la mayor parte de las políticas de los Gobiernos progresistas en la actualidad
minan las propias condiciones para su realización. A pesar de su ruptura con
muchos de los principales postulados del modelo económico neoliberal, la
mayoría de estos Gobiernos mantienen estrategias de desarrollo basadas en
la exportación de recursos naturales, tales como materias primas agrícolas y
minerales, incluso petróleo y gas, pero también nuevas rúbricas, como la soja
en Argentina y Brasil. La principal diferencia en estas políticas de gobierno
reside en que los ingresos se apropian de manera diferente, con especial
énfasis en la reducción de la pobreza a través de políticas redistributivas.
Pero la orientación neoextractivista del modelo plantea un enorme desafío y
es la principal fuente de tensión entre Estados y sectores de la sociedad civil
(Gudynas, 2010a). Este modelo afecta enormemente las posibilidades de
la aplicación de los derechos a la naturaleza, en cuanto el neoextractivismo
de los Gobiernos progresistas no solo toleran, sino que coexiste fácilmente
con la destrucción del ambiente (Gudynas, 2010b). También está claro, sin
embargo, que los conceptos de derechos de la naturaleza y buen vivir han
logrado colocar la cuestión del desarrollo nuevamente en la agenda con
particular agudeza. Esto implica, a su vez, la apertura de la cuestión de la
transición a una sociedad posextractivista. En Ecuador y Bolivia, en particular,
el posestractivismo y el posdesarrollo reúnen en un debate crucial e intenso
al Estado, las ONG, los movimientos sociales y los intelectuales. Existe la sen-
sación de un punto muerto creado por la tensa convivencia de las políticas
progresistas, dado que aun economicistas y desarrollistas en el Estado, así
como los movimientos, cuestionan tales políticas desde abajo —un tipo de
«mezcla promiscua» de la hegemonía capitalista y los contrapoderes del
movimiento, de exigencias radicales para el cambio y la reconstitución de la
dominación— (Colectivo Situaciones, 2009). Cómo opera esta dinámica en
cada país no puede ser decidido de antemano y será de importancia más
allá de la región dada la intensificación del extractivismo en el mundo por el
capitalismo colonial global (una recolonización global cada vez más cínica
y destructiva, como lo sugieren las lecturas críticas de la película Avatar).

Para volver una última vez a la pregunta con la que se inició este capítulo,
¿sigue siendo útil la noción de posdesarrollo para transmitir tanto el de-
58 centramiento del desarrollo y la reorientación de la práctica? Es cierto que
el «posdesarrollo» ha llegado a tener muy diversos, y a menudo dispares,
significados. Esta es la razón por la que traté de caracterizarlo de nuevo con
cuidado al principio de estas notas. También es importante reconocer la
existencia de otras aéreas de investigación y de la vida social que podrían ser
consideradas relacionadas con, o como avanzando hacia, el posdesarrollo28.
Al mismo tiempo, es posible identificar las áreas en las cuales el análisis del
posdesarrollo continúa siendo de utilidad directa, incluso las siguientes: el
surgimiento de nuevos espacios, como el buen vivir, para reconceptualizar
la realidad social y, por lo tanto, para descentrar el desarrollo; los cambios
en las condiciones de la producción del conocimiento sobre el desarrollo
«economía política de la verdad» del desarrollo), que resulta en una pluraliza-
ción de los conocimientos, incluidos los de los activistas de los movimientos
sociales, y un cuestionamiento renovado de principios fundamentales de la

28 En nuestra discusión sobre el estado actual de posdesarrollo (abril de 2010), Gudynas y yo hemos
identificado varias áreas principales o corrientes relacionadas con el posdesarrollo. Entre ellas,
además del buen vivir y el biocentrismo, se encuentran los debates sobre la desmaterialización y el
decrecimiento, las múltiples formas de valoración, la territorialidad y las nuevas formas de concebir
la ruralidad, la decolonialidad, el cuidado y la espiritualidad y las ontologías relacionales. Está claro
que solo me he referido a algunas de ellas.
modernidad eurocéntrica —desde el progreso lineal y el valor económico
estándar hasta el individuo liberal y la naturaleza como inerte—, que forta-
lece los enfoques no antropocéntricos y no economicistas. El posdesarrollo
sigue siendo útil en la articulación de las críticas de las tendencias existentes
(por ejemplo el neoextractivismo) para descentrar los debates y orientar la
investigación hacia posibilidades no economicistas y para mantener vivo el
imaginario del más allá del desarrollo y de las alternativas al desarrollo (por
ejemplo el posextractivismo y las transiciones culturales y ecológicas). Por
supuesto, es el caso de que muchos de estos aspectos críticos relativos a
la globalización, la naturaleza y la economía han surgido en respuesta a otros
procesos sociales, intelectuales y políticos, y no necesariamente en relación
con el desarrollo per se. En este sentido, sería más apropiado sugerir que
el posdesarrollo sigue siendo un concepto apto para volver a impulsar, y
contribuir a articular, muchas de las preguntas cruciales del presente.

Más que un desarrollo alternativo, el buen vivir constituye una alternativa al


desarrollo, y en esa medida se puede ver como un avance en «el camino
hacia el posdesarrollo» (Acosta, 2010). En el mejor de los casos, se puede
decir que el despliegue de conceptos y de las luchas en torno al buen vivir
y los derechos de la naturaleza, que surgen bajo la influencia de la autono-
mía, constituyen una teoría y práctica posdualista, es decir, una práctica del 59
inter-ser. Como tales, son elementos claves en los diseños para el pluriverso.
Implican formas relacionales de ser, hacer y conocer. De esta manera, las
tendencias revisadas en esta sección se sitúan de lleno en los discursos de
la transición. Esto permite una cierta radicalización de la discusión del pos-
desarrollo. Esta es una discusión en la que todas las voces críticas pueden
contribuir, ya sea en el Sur, ya sea en el Norte global.

1.5 Conclusión. El fin de la globalización


(tal como la conocíamos)

En su libro, El fin del capitalismo (como lo conocíamos), Gibson-Graham


(1996) nos invitan a imaginar un momento cuando el dominio de la economía
no sea tan aparentemente natural y completamente ocupado por el capitalis-
mo. La tendencia del capitalismo a ocupar la economía, argumentan, es por
lo menos en parte un artefacto de los discursos y hábitos de pensamiento
impulsados por las teorías académicas de la economía política en ámbitos,
como el desarrollo y los estudios de la globalización. En otras palabras,
nuestras propias teorías dotan al capitalismo con tanta capacidad para do-
minar y «penetrar» que se vuelve imposible para nosotros ver el espectro
de diferencia económica que habita realmente en la vida social. En liberar la
economía del «capitalocentrismo», su objetivo es volver a teorizarlo como
diverso, y convertir esa diversidad en un punto de encuentro para las luchas
por las subjetividades no capitalistas y construcciones alternativas del mundo.

Me parece que algo similar ha ocurrido con los discursos de la globalización


de todo tipo. En estos discursos, ya sea convencionales o de izquierda, un
supuesto «espacio global» es visto como natural y totalmente ocupado por
formas de vida socionaturales que son una extensión de la modernidad al
estilo occidental. No importa cuán cualificada, la globalización en estos dis-
cursos siempre equivale a una profundización y a una universalización de la
modernidad capitalista. Hay algo terriblemente erróneo con este imaginario si
vamos a tomar en serio los discursos de la transición y el concepto de buen
vivir y los derechos de la naturaleza, y mucho más si queremos enfrentar la
cada vez peor crisis ecológica . Para parafrasear una vez más, escarbe un
discurso de la globalización y encontrará el homo oeconomicus por todo
lado; supuestos «individuos» insistiendo en convertirse en clones en miniatura
del capitalismo (a través de, por ejemplo, la microfinanciación, el desarrollo
rural modernizante), los supuestos de la racionalidad lineal como el modo
60 automático de pensar de quienes quieran «triunfar en un mundo competitivo»,
una visión de la naturaleza como recurso que extraer a cualquier precio, o
incluso de grupos y movimientos que luchan desde dentro para recuperar
el proyecto moderno con propósitos emancipadores. Como lo planteé
en 1995, haciendo eco de la obra de la socióloga feminista canadiense
Dorothy Smith (véase cap. 4), estos discursos reflejan una visión del mundo
como es concebido por quienes lo gobiernan (un mundo desde arriba).
Estos discursos despliegan eficientes aparatos de poder que organizan las
percepciones y experiencias de la gente.

Cabe reiterar que este punto de vista de la globalización como universal,


totalmente economizada, deslocalizada, multicultural (aunque con las
culturas modernas como el modelo por excelencia), donde «individuos»
(ricos) están dotados de «derechos» y las naciones tienen que aceptar
los dictados de la misma racionalidad global a riesgo de convertirse en
«Estados fallidos», es cada vez más posible gracias al inmenso poder de
las corporaciones y mantenido dentro de niveles manejables de des-orden
por la fuerza militar. La cara oculta de la globalización, de esta manera, no
es otra que la colonialidad global. Desde sus mismas condiciones globales
están surgiendo, sin embargo, las respuestas y las formas de creatividad
y resistencia que hacen cada vez más visible la pobreza, lo pernicioso y
destructivo de este imaginario.

Como lo plantea Blaser (2010), el momento actual puede ser considerado


como uno de intensa lucha entre dos visiones de la globalidad: la globa-
lidad definida como la modernidad universalizada, o la globalidad como
un pluriverso (o, como lo enuncié antes, entre el mundo como universo y
el mundo como pluriverso)29. Antes que respecto de la globalización, esta
última posibilidad sería más apropiada describirla como un proceso de
planetarización articulado en torno a una visión de la tierra como un todo
viviente que está siempre emergiendo de un ensamblaje de elementos y
relaciones biofísicas, humanas y espirituales que hacen el pluriverso, desde la
biosfera y la mecanosfera a la noosfera. Muchas de las funciones previstas en
los discursos de la transición —desde las estrategias de relocalización hasta
el surgimiento de una civilización ecológica—, encontrarán un espacio más
acogedor en este concepto. Tenemos que dejar de apabullar la tierra con
los dualismos de los siglos pasados, y reconocer la interrelación, apertura
y pluralidad radicales que la habitan. Para lograr este objetivo, tenemos que
empezar a pensar en la práctica humana en cuanto diseño ontológico, o
diseño de mundos y conocimientos de otro modo. Uno de los principios
del diseño ontológico es el de construir en la diversidad ya existente, o 61
sembrar diseños con la diversidad, lo que es el principio para el pluriverso.
El diseño ya no implicaría la domesticación del mundo para (algunos) pro-
pósitos humanos, sino, para retomar las palabras de Berry (1999, p. 11), la
construcción de mundos en los que los seres humanos y la tierra pueden
coexistir enriqueciéndose mutuamente. Más políticamente, «de esta manera
la defensa de la vida humana, y las condiciones de vida en el planeta, puede
convertirse en el nuevo horizonte de sentido de las luchas de resistencia de
la mayoría de la población mundial» (Quijano, 2010, p. 7).

Yendo mucho más allá de la crítica, un campo naciente de los estudios


pluriversales debería —y ya lo hace, como he tratado de demostrar en las
dos últimas secciones— descubrir las formas adoptadas por los múltiples
mundos que componen el pluriverso, sin tratar de reducirlos a las manifes-
taciones de principios conocidos. Los estudios pluriversales se centrarían

29 Se puede argumentar que el mundo como pluriverso es un oxímoron. Estoy tratando de mantener
una tensión entre las epistemologías monistas o monismo metafísico, como los del científico de
la computación Brian Cantwell Smith (1996) y los antropólogos ecológicos como Alf Hornborg
(1996), y las posiciones de quienes postulan la coexistencia de mundos diferentes (y al menos
en parte inconmensurables).
en aquellos procesos que ya no pueden ser fácilmente acomodados en la
tabla epistémica de las ciencias sociales modernas. Esta es la razón por la
cual los estudios pluriversales no pueden ser definidos en oposición a los
estudios de la globalización ni como su complemento, sino que requieren
ser esbozados como un proyecto intelectual y político completamente
diferente. No existe una noción única del mundo, el ser humano, la civiliza-
ción, el futuro, o incluso lo natural que pueda ocupar totalmente el espacio
de los estudios pluriversales. Incluso si en parte, basándose en la tradición
crítica de las ciencias naturales, humanas y sociales modernas, los estudios
pluriversales viajaran su propio camino a medida que descubran mundos y
conocimientos que las ciencias han desconocido o solo oblicuamente con-
siderado. Para que los estudios críticos del desarrollo estén en sintonía con
este proyecto, se requeriría de una transformación mucho más significativa
que la permitida por el posdesarrollo.

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70
Julia Suárez-Krabbe

71
2.1 Introducción

La epistemología dominante está intrínsecamente ligada a concepciones


ontológicas que rara vez son cuestionadas. En este sentido, los problemas
con la epistemología dominante se pueden ejemplificar a través del cuento
popular europeo El nuevo traje del emperador, en que la vanidad y las
mentiras del poder llevan a que el emperador se deje estafar por dos sas-
tres que le confeccionan un vestido de una tela supuestamente tan fina que
solo los ricos y poderosos pueden verla. El punto de la historia es que no

* Este artículo recoge análisis efectuados en la investigación de doctorado de la autora At the pace
of cassiopeia. Being, non-being, human rights and development, desarrollada con los mamos de los
cuatro pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta, y auspiciada por el Departamento de Cultura
e Identidad de la Universidad de Roskilde y la Escuela de Negocios de Copenhague. También
integra partes de la investigación Decolonising Europe. Human rights and other grammars of human
dignity from the perspectives of the south inside the north, que la autora está desarrollando con
el Movimiento Negro Holandés, el Partido de los Indígenas de la República en Francia, la Comisión
Islámica de Derechos Humanos del Reino Unido y el Sindicato Andaluz de Trabajadores (Grupo
de Estudios). Esta última investigación hace parte del proyecto de investigación Alicia, espejos
extraños, lecciones imprevistas, coordinado por Boaventura de Sousa Santos (http://alice.ces.
uc.pt/en/) en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra en Portugal, financiado
por el Consejo Europeo de Investigaciones (FP/2007-2013)/ERC Grant Agreement n. [269807]. El
Consejo de Investigaciones de Dinamarca cofinancia el subproyecto de la investigadora.
hay tal tela, solo la pretensión de su existencia y los privilegios que conlleva
afirmar su existencia. Esta inexistente tela lleva al emperador y sus súbditos
a pretender que el emperador sí está vestido, y a elogiar tal vestimenta. El
emperador, sin embargo, anda desnudo.

Los problemas que trataré aquí son similares a los del cuento, con la diferencia
significativa de que la validez de las ideas no es verificable a través de la mirada.
Así, la fuerza del discurso colonial está especialmente en que encubre su propia
forma de establecer «verdades» ontológicas para sí. En palabras de Rivera:

Hay en el colonialismo una función muy peculiar para las palabras: las palabras
no designan, sino encubren, y esto es particularmente evidente en la fase
republicana, cuando se tuvieron que adoptar ideologías igualitarias y al mismo
tiempo escamotear los derechos ciudadanos a una mayoría de la población.
De este modo, las palabras se convirtieron en un registro ficcional, plagado
de eufemismos que velan la realidad en lugar de designarla. Los discursos
públicos se convirtieron en formas de no decir. Y este universo de significados
y nociones no-dichas, de creencias en la jerarquía racial y en la desigualdad
inherente de los seres humanos, van incubándose en el sentido común, y
estallan de vez en cuando, de modo catártico e irracional (2010, p. 19).
72
Antes de continuar, debo hacer una importante aclaración: los discursos no
se hacen solos, y las supuestas verdades ontológicas tampoco. Los discursos
se van haciendo a través del tiempo, a través de una selección de formas
apropiadas para narrar y explicar nuestra condición. Sin embargo, no somos
todos los que vamos estableciendo esas verdades; en el contexto mundial
en que vivimos, las verdades ontológicas que rigen han sido establecidas
por una élite global, y emergen como narraciones que buscan legitimar la
explotación y el genocidio a partir de la conquista de las Américas.

Uso el ejemplo del nuevo traje del emperador para resaltar que esas ver-
dades no son verdaderas. Más bien, las élites globales las presentan como
verdaderas, y mucha gente más las defiende como verdaderas con lo que
reprimen aquello que les dice en el oído que son falsedades. El filósofo
afrocaribeño, Lewis Gordon, llama a esto la mala fe. La mala fe implica es-
coger creer, o no retar y más bien defender mentiras cómodas sobre otros
grupos de gente, al mismo tiempo que se rehúsa a admitir ciertas verdades
incómodas sobre el propio grupo. Escoger la mentira es, al mismo tiempo,
renunciar a la libertad (véase Gordon, 1999, p. 75). Repito, el cuento del
nuevo traje del emperador es un buen ejemplo de la mala fe.
La fuerza del discurso colonial está especialmente en que encubre su propia
forma de establecer «verdades» ontológicas para sí. Esto ocurre a través
de la mala fe —y con esto quiero subrayar la responsabilidad que tenemos
cada uno de nosotros en la defensa de esas verdades—, o en escoger más
bien trabajar a la ofensiva, es decir, en contra de esas supuestas verdades.
Cuando la gente en el cuento del nuevo traje del emperador pretende que
el emperador sí lleva un traje, están defendiendo al emperador, están de-
fendiendo el poder y reforzando sus mentiras.

Pero hay otro aspecto importante en relación con esto (no es simplemente
cuestión de escoger rechazar la mentira para trabajar hacia la verdad). El pro-
blema está en que el discurso colonial también es material, social, existencial,
y es poderoso. Entre otras, tiene el poder inmenso de ofrecer privilegios a
quienes se dedican a defenderlo (véase Suárez-Krabbe, e.p.p.). Aunque
esos mecanismos no son el eje central de preocupación aquí, es importante
aclararlos para poner el contenido de esta contribución en sus debidas di-
mensiones: no estaré tratando de algo por fuera de nuestras vidas cotidianas,
sino de cosas que también son cotidianas, y con esto también complejas, pero
nunca abstractas. Son parte de los problemas que vivimos hoy en el mundo.

En concreto, al definir que las prácticas hegemónicas de derechos humanos 73


y desarrollo no pueden ser comprendidas como ideas separadas, la relación
entre ellas se caracteriza por una importante paradoja; esto es, mientras los
derechos humanos niegan el colonialismo y la colonialidad, las ideas de
progreso y desarrollo justifican el colonialismo y la colonialidad. Son así ejes
importantes en la defensa de lo que los indígenas nasas en Colombia han
llamado el proyecto de muerte.

Más específicamente, argumento lo siguiente:

Los derechos humanos y el desarrollo son prácticas que pueden ser ras-
treadas a la colonización de las Américas y se desenvuelven alrededor de
la idea de raza.

Son procesos continuos de construcción ontológica de lo humano basa-


dos en la colonialidad del saber y del ser que, al crear la separación entre
lo humano de lo natural y lo espiritual de lo secular, justifican la destrucción
del medio ambiente.

Las prácticas hegemónicas de derechos humanos y desarrollo están ligadas


a la racionalidad secular eurocéntrica, por lo cual efectuar críticas de ellos
se tilda como «irracional» por la misma lógica dominante, y la posibilidad
de futuros otros se deslegitima justamente por ser supuestamente irracional.

Concluyo que es necesario atacar estos problemas, entre otras cosas, to-
mándonos en serio el pensamiento crítico que surge desde Sur global y, con
este, trabajar hacia la reelaboración y reformulación de propuestas fuertes
que trabajen en contra de la colonialidad, el racismo y el proyecto de muerte.
Para esto, presento brevemente las ideas de compenetración (mamos de la
Sierra Nevada de Santa Marta) y de An-naas (Comisión Islámica de Derechos
Humanos del Reino Unido).

2.2 El proyecto de muer te

Pienso que el concepto del proyecto de muerte de los nasas señala de


forma precisa la forma en la cual opera la lógica dominante actual global, es
decir, el contexto mismo dentro del cual operan los derechos humanos y
el desarrollo. Por esta razón, me detendré sobre este concepto que no es
nada abstracto, pero que sí recoge una complejidad de relaciones, y con
esto también hablaré sobre la lógica que rige en estas relaciones.
74
Cuando Nelson Maldonado-Torres, en su libro En contra de la guerra (2008),
entra a introducir lo que él llama «la ética de la guerra», se está refiriendo
a algo similar a lo que los nasa-acín, unos años antes, en un comunicado,
habían denominado «el proyecto de muerte» (http://www.nasaacin.org/
propuesta-politica-de-los-pueblos). Los nasas, a su vez, se están refiriendo
a algo similar a lo que Cedric Robinson denominó capitalismo racial en 1983.
En palabras de Robin Kelley, para Robinson el capitalismo racial es «un siste-
ma mundial que depende de la esclavitud, la violencia, el imperialismo y el
genocidio» (Robinson, 2010, p. XIII). Según Maldonado-Torres, «uno de los
rasgos característicos de la modernidad europea es la naturalización de la
ética de muerte de la guerra a través del colonialismo, raza y en modalidades
particulares de género» (2008, p. 4).

Como lo entiendo aquí, el proyecto de muerte apunta al conjunto de


prácticas hegemónicas, donde están íntimamente ligados el capitalismo,
el patriarcado, la colonialidad, el racismo y las prácticas depredadoras en
contra de la naturaleza. La noción del proyecto de muerte supone la ética
de muerte de la guerra de Maldonado-Torres e incluye el capitalismo racial
de Cedric Robinson, pero también añade un aspecto crucial que desarrollaré
más adelante: la negación de la pachamama y la negación de la espirituali-
dad. También señala la complicidad internacional en la práctica continua del
proyecto de muerte.

El proyecto de muerte es el proyecto político que defiende una segregación


global, en la cual se protege la vida y la riqueza de unos pocos a costa de
la vida de la gran mayoría de la población mundial, y a costa de la naturale-
za. Este proyecto político emerge hace más de quinientos años como un
proyecto político que se globaliza, y que va segregando cada vez más a
punta de la aniquilación de todo aquello que se le oponga. Por lo tanto, el
proyecto de muerte es parte esencial de la colonialidad, entendida como
la continuación de las lógicas coloniales a pesar de que las administraciones
coloniales iniciales ya no existan (Quijano, 2000).

Efectivamente, los derechos humanos y el desarrollo son prácticas de ejecu-


ción del proyecto de muerte y, por esto, es necesario entender bien su forma
de operar. En lo siguiente resumiré de manera muy esquematizada algunos
de los rasgos históricamente constituidos que son esenciales en relación con
las prácticas dominantes de derechos humanos y desarrollo, y en relación
con el sustento del proyecto de muerte: la definición dominante de «ser
humano» y su separación de lo «natural», la noción de tiempo dominante, y 75
la supuesta secularización en el pensamiento dominante.

2.3 El ser humano, categoría colonial

Una de las mentiras más grandes que rara vez se pone en cuestión tiene que
ver con la idea de lo que define a un ser humano. La idea del ser humano
pareciera referirse a todos aquellos seres en este planeta que descendemos
de los simios. Pero esto es parte del traje del emperador; aunque se pretenda
que eso es lo esencial en la definición del «ser humano» en realidad no es
así. «Ser humano», como existe hoy, no es un término neutral, y no se refiere
a los micos —es más bien una categoría social que pretende ser un término
neutral cuando en realidad es una categoría colonial formulada sobre la base
de una serie de jerarquías—, de raza, de género y de seres vivientes (véase
Grosfoguel, 2008, p. 217). Con estas anotaciones, no estoy negando que
descendemos de los primates. Más bien, lo que quiero esclarecer aquí es
la diferencia entre el hecho de que descendemos de los simios y el hecho
de que esa ascendencia es parte de la narrativa usada para encubrir que
«lo humano» es una categoría social y jerárquica.
Ya sabemos que los debates entre los colonizadores de las Américas sobre
las poblaciones que encontraron en estos territorios trataron sobre si estos
pueblos tenían alma, eran humanos o no. Esos debates fueron fundamentales
en relación con el desarrollo de «lo humano» como categoría central de los
derechos humanos, por lo cual me detendré sobre ellos en los siguientes
párrafos.

Durante la Conquista hubo tres grupos de actores dominantes que des-


empeñaron un papel crucial en relación con la emergencia de la cate-
goría «ser humano». Estos fueron los siguientes: 1) los conquistadores y
colonizadores, 2) los agentes de la Corona y 3) los miembros del clero.
Cada uno de estos grupos adoptó posiciones diferentes en relación con
la cuestión sobre la humanidad de los pueblos indígenas en las Américas
(König, 1998, pp. 13-14). Para los colonizadores y conquistadores era
conveniente no considerar a los indios como seres humanos. Esta posición
se basaba en el deseo de enriquecimiento rápido y de acceso al poder.
Era conveniente, por lo tanto, defender la explotación de la naturaleza y la
esclavización y erradicación de las poblaciones nativas. El punto de vista de
los colonizadores y conquistadores era que los indios habían nacido para
ser esclavos, porque tenían costumbres «salvajes» y eran intelectualmente
76 débiles. Nótese aquí que la esclavitud de indígenas y luego de personas
tratadas desde África en las Américas estaba íntimamente ligada a la ex-
plotación de los recursos naturales. Aquí ya tenemos la cruda lógica del
proyecto de muerte. Como señala König (1998, p. 15), la perspectiva de
los conquistadores y colonizadores era una extrapolación casi directa de
las formas en las que el español había concebido al otro no cristiano en
la Antigüedad y en la Edad Media.

El incentivo de la corona también era el enriquecimiento rápido. Sin embargo,


esta posición se regulaba por algunos límites éticos, debido principalmente
a la conexión de la Corona con la Iglesia, específicamente, debido a su
obligación de convertir a los indios al cristianismo. La Corona tuvo como
objetivo proteger la vida de los pueblos indígenas y facilitar su conversión
al cristianismo, ya que la población autóctona se consideraba parte de la
riqueza de los territorios descubiertos; eran su fuerza de trabajo y tributarios
a la Corona.

La posición predominante de la Iglesia fue que los indios eran humanos y


tenían que ser tratados como tal. Sin embargo, los indígenas no eran seres
humanos completamente realizados. Más bien, por tener el potencial de
convertirse al cristianismo, podrían convertirse en seres humanos. Esa idea de
«potencialidad» refleja una visión de tiempo específica (linear) y es, además,
fundamental en relación con las ideas que luego surgieron sobre progreso
y desarrollo. Volveré sobre esto más adelante.

Por ahora es necesario resaltar que en ese entonces un ser humano era para
los cristianos un cristiano. Cuando un «infiel» se convertía al cristianismo era
más humano, por así decirlo, que un infiel, pero menos humano que un
cristiano que hubiera nacido como cristiano, de papás cristianos (véase
Wynter, 2003). Este es el principio de la pureza de sangre combinado con
los criterios de religiosidad cristianos dominantes que luego llega a tener
un papel central en la jerarquización entre seres humanos a escala global.

Los indígenas en las Américas, entonces, podían llegar a ser más humanos si
asumían el cristianismo; y la tarea esencial de la Iglesia era, como sabemos, la
evangelización (es decir, desde el punto de vista de la Iglesia misma, la huma-
nización) de los indígenas. A pesar de estas diferencias de posiciones entre
los españoles, el punto crucial es que, en las tres posiciones, los pueblos
indígenas eran considerados como inferiores. El tema de la humanidad de
los esclavos africanos ni siquiera se debatió; no eran considerados personas
(König, 1998, p. 15; Suárez-Krabbe, 2011, pp. 102-105). 77

La jerarquización de los seres humanos —no importe basada en qué— es


un eje central del racismo. Implica que todos aquellos que aprueban los
estándares blancos, masculinos, burgueses y cristianos-dominantes de de-
finir qué es un ser humano evalúan a todos aquellos que no encajan dentro
de esos estándares y discuten su grado de humanidad, definiendo así qué
clase de prácticas se pueden llevar a cabo en su contra (todo esto muchas
veces bajo el lema de «humanismo»). En la Colonia, así como hoy, entre
más lejos esté una persona de esos estándares es menos «humana» (véase
Grosfoguel, 2011).

La vida social y material se organiza de acuerdo con aquellas jerarquías apli-


cando esos criterios. En Colonia, esas discusiones se llevaron a cabo sobre
las ideas que los poderes españoles pensaban eran los elementos importan-
tes característicos de un ser humano: la espiritualidad como la practicaban
las élites españolas, la organización económica, social y política como la
española, la sexualidad practicada como los españoles la practicaban y el
pensamiento racional; racionalidad siendo definida como el pensar como
español cristiano, hombre, de élite, con propiedad privada.
Es importante aclarar aquí que el racismo no solo se trata de tener el poder
de determinar el grado de humanidad de los demás, sino también de definir
los términos de tales discusiones. Los términos de las discusiones sobre la
humanidad de los indígenas era definida por los españoles, y el raciocinio
era básicamente este: tú eres humano en la medida en que seas como yo.

Entre los intelectuales que han trabajado estas cuestiones hay algunos, como
Enrique Dussel (2008), que sostienen que la Iglesia estaba del lado de los
indígenas, resaltando especialmente las elaboraciones de fray Bartolomé de
las Casas. Al sostener que la Iglesia estaba del lado de los indígenas, estos
intelectuales dejan de lado la reflexión necesaria sobre el hecho de que
la misma posibilidad de situarse del lado de los indígenas era un privilegio
característico de esas mismas jerarquías, ya que ponerse o no del lado de
aquellos era un privilegio que tenían las fuerzas colonizadoras.

Es decir, el debate ya estaba dado, tal como ha señalado Maldonado-Torres


(2007), la pregunta sobre la humanidad del otro ya se había formulado. Y lo
importante nunca fueron las respuestas que se encontraron a esa pregunta,
sino la pregunta en sí, ya que ella marcó los términos de la discusión; es
obvio que los indígenas nunca hubieran hecho esa pregunta sobre sí mismos.
78
Con esta anotación sobre De las Casas también quiero señalar que la solida-
ridad tanto la De las Casas como aquella que se pone en la práctica hoy en
día a través de los derechos humanos y el desarrollo está entretejida con la
colonialidad. En las élites conquistadoras de la época, aquellos que fueron
solidarios con los indígenas lo fueron esencialmente porque consideraban
que ellos tenían el potencial de llegar a ser como los españoles, es decir,
cristianos y con eso «plenamente» humanos.

Encontramos esta forma de pensar hoy en día en muchas prácticas de soli-


daridad llevadas a cabo por grupos del Norte global, que se solidarizan con
las causas de los pueblos del Sur global a partir de una idea de que estos
últimos pueden llegar a ser más como ellos. Por ejemplo, en Escandinavia
(donde vivo actualmente), prevalece la idea de que las sociedades nórdicas
han desarrollado sociedades «solidarias» como la del bienestar, porque los
nórdicos son «solidarios» por naturaleza, y a los pueblos del Sur global nos
falta llegar a ser solidarios también. Esta forma de pensar continúa siendo
racista, y es también un buen ejemplo de mala fe: creerse naturalmente so-
lidarios es una mentira cómoda sobre ellos mismos, al igual que creer que
nosotros debemos llegar a ser «solidarios» como ellos también es una mentira
cómoda sobre nosotros. Esas mentiras cómodas son la columna vertebral
de las prácticas escandinavas de desarrollo internacional.

Es necesario reconocer la complejidad de la trayectoria histórica del racismo


y comprender que, al debatir los derechos de los pueblos (ius gentium), las
élites españolas habían ya asumido el privilegio de definir los derechos de
los demás sobre la base de nociones jerarquizadas sobre aquellas personas,
que se fundamentaban en una idea temprana de desarrollo. Esto no significa,
sin embargo, que los pueblos indígenas en las Américas hayan sido víctimas
pasivas de estas prácticas.

El poder nunca ha concedido nada, al contrario, dichas concesiones llevan


detrás suyo muchas luchas, muchas resistencias e incluso ofensivas por
parte de los oprimidos (véase Suárez-Krabbe, 2013). Efectivamente, sin la
oposición de los pueblos indígenas a las prácticas coloniales españolas,
no hubiera surgido el apuro por parte de los españoles de encontrar un
fundamento ético y moral a partir del cual efectuar la colonización. Fue,
por así decirlo, a causa de las resistencias de los pueblos indígenas que
los españoles empezaron a debatir acerca de la humanidad o no de ellos.
El mejor ejemplo de cómo se encuentra ese fundamento está quizás en el
pensamiento de Francisco de Vitoria. 79

2.4 La diferencia cultural y la legitimación del


proyecto de muer te

El pensamiento de Francisco de Vitoria, teólogo y jurista de la España del


Renacimiento, contribuyó de forma esencial a las interpretaciones modernas
internacionales sobre los derechos de los pueblos. Su pensamiento también
incluía la exploración sobre las bases morales del comercio basado en el lucro
(véase Anghie, 1996, 1999, 2004; Gómez, 2005) y los primeros pasos a la
secularización. El trabajo de De Vitoria condensa de manera significante las
posiciones de la Corona, los conquistadores y la Iglesia que presenté antes
para convertirse en la racionalidad y legitimación del proyecto de muerte.
Antony Anghie ha demostrado cómo De Vitoria brinda al pensamiento in-
ternacional los principios para la distinción entre las leyes naturales, las leyes
humanas y las leyes divinas para conceptualizar la cuestión indígena.

Es importante resaltar que en la época de De Vitoria las leyes naturales eran


aquellas que eran vistas como naturalmente inherentes a todos los seres hu-
manos. La ley natural era determinada por la naturaleza, por lo cual requería el
uso de la razón para analizar cuál es la naturaleza humana y, a partir de estos
análisis, determinar las normas que rigen a los seres humanos. Siglos después
de la muerte de De Vitoria, por ejemplo, Hobbes formula 19 principios de
ley natural en su Leviatán, entre los cuales está el anhelo por la paz.

Volviendo a De Vitoria, este brinda al pensamiento internacional,

… la legitimidad del poder imperial sobre los pueblos indígenas en América.


Con esta distinción, [De] Vitoria hace un movimiento crucial que sitúa las cues-
tiones sobre posesión y propiedad [de tierras] dentro del ámbito de las leyes
naturales y humanas. Mientras que las leyes divinas, que son mediadas por el
Papa, se limitan al mundo cristiano, las leyes naturales y humanas transcienden
las culturas. Por ser consideradas como pertenecientes a los espacios de
leyes que transcienden las culturas específicas, las leyes naturales y humanas
se consideran ser universales. Es dentro del marco de esta operación que
encontramos los fundamentos de los derechos de los pueblos, ius gentium (La
traducción es nuestra) (Anghie, 1996, pp. 324-326; véase De Vitoria, 1981).

La diferencia cultural es, para De Vitoria, un problema central. Para solucionar


80 los dilemas de la diferencia cultural, De Vitoria hace tres movimientos impor-
tantes que continúan siendo centrales para el proyecto de muerte hoy: 1) De
Vitoria reconoce la diferencia cultural y de costumbres de los indígenas; 2)
trata de superar la diferencia a través del ius gentium y la caracterización de
los indígenas como seres humanos que tienen racionalidad universal, como
se refleja, de acuerdo con él, en la organización social, económica y religiosa
de los pueblos indígenas (Anghie, 1996, p. 331), y esta racionalidad universal
le permite a los indígenas entender y, por lo tanto, obedecer el derecho
de los pueblos, y 3) dado que los indígenas son iguales a los españoles en
relación con su capacidad para el raciocinio universal, uno puede esperar
de ellos que obedezcan los estándares universales. El problema está, justa-
mente, en que estos estándares no son universales, sino que son estándares
culturales de las élites cristianas españolas (Anghie, 1996, p. 332). Es decir,
como lo formulé de forma simplificada antes: tú eres racional en la medida
en que pienses y actúes como yo.

No hay que buscar mucho en relación con casos contemporáneos para ver
que esa misma lógica sigue vigente y se aplica para legitimar el proyecto de
muerte. Hoy en día se reconoce la diferencia cultural, y en cuanto a derechos
humanos se han formulado declaraciones de derechos culturales y étnicos
que respetan la diferencia cultural. Esa diferencia, sin embargo, está por
debajo de La Declaración Universal de los Derechos Humanos, declaración
que, justamente, pretende que tal diferencia cultural no es fundamental.

Encontramos la misma lógica en nuestro país. En Colombia se respeta tanto


la diferencia cultural que se ha incluido en la Constitución. Se respeta tanto a
los campesinos, a los indígenas y a los pueblos afro que se espera que usen
su capacidad racional para entender que su desplazamiento es necesario
para el bienestar de las élites, y que tanto ellos como sus territorios deben
ser explotados, también en beneficio de las élites. La diferencia cultural se
respeta siempre y cuando aquel que es culturalmente diferente «demues-
tre» ser racional, es decir, siempre y cuando no se oponga al proyecto de
muerte. En Colombia como en el mundo se pretende pues que la diferencia
cultural no es fundamental. El capitalismo depredador incluso celebra una
concepción de multiculturalismo que sustenta el proyecto de muerte.

Arguyo que la diferencia cultural, en la medida en que tome en cuenta las


jerarquías de poder coloniales, es fundamental porque nos brinda elementos
esenciales para pensarnos un mundo distinto. Esto último lo ejemplificaré al
final de este escrito con los ejemplos anunciados de los mamos de la Sierra
Nevada de Santa Marta y la Comisión Islámica de Derechos Humanos del 81
Reino Unido.

El punto aquí es que de la misma manera en la que De Vitoria en su época


—y desde su lugar cultural (locus de enunciación) específico— decidió que
pensar racionalmente significa entender, aceptar y obedecer las prácticas
coloniales de la época en todas sus dimensiones (de ahí que concluya que
como seres racionales los indígenas deben obedecer el derecho de los
pueblos), asimismo hoy en día la deshumanización de los demás no ocurre
a través de la negación pública de estos; nunca escuchamos a un político o
funcionario decir que va a hacer un acto atroz porque la gente contra quien
la hace no es humana. No escucharemos a las élites colombianas decir que
van a contratar o ayudar a causar la masacre de un grupo específico porque
ese grupo no es humano.

Más bien, la legitimación de los actos atroces ocurre justamente a través


de la lógica misma de De Vitoria, en la cual se usan unos supuestos sobre
la gente, el estado de las cosas y sobre qué es posible y realista y qué no
lo es como verdades ontológicas. Si aquel que se ve como culturalmente
diferente no ayuda a adelantar el proyecto de muerte, si se opone a este,
es dispensable (es un obstáculo para el desarrollo, es decir, el lucro de las
élites), y al serlo, ya no es humano. Por esto, tenemos tantos ejemplos en
los cuales los derechos humanos se suspenden. Los estándares universales
a partir de los cuales se decide si se respeta la vida de una población dada
son estándares que defienden el proyecto de muerte. La diferencia cultural
está subordinada a esas lógicas.

Para regresar al significado del pensamiento de De Vitoria es importante


mencionar que este hace hincapié en la humanidad de los pueblos indígenas
en algunas partes de su discusión, mientras que en otras brinda fundamen-
tos para la guerra justa en su contra. Hace esto porque, de acuerdo con
los españoles, los indígenas son potencialmente iguales a ellos en términos
ontológicos. Es decir, su ser puede llegar a ser igual al de los españoles si
es que los indígenas reconocen la superioridad de los españoles, y niegan
así su diferencia para intentar ser españoles.

Los criterios para definir esta igualdad ontológica están formulados dentro
de los marcos epistemológicos españoles y cristianos, y la negación de la
diferencia está en el centro de esta definición de lo humano. En otras pala-
bras, lo que los españoles consideran ser el potencial de los indígenas de
82 convertirse en españoles es al mismo tiempo aquello a través de lo cual niegan
su humanidad. La postura colonial y racista que presupone un potencial a la
igualdad ontológica es también la negación de la diferencia.

Esta negación fundamental de la diferencia posibilita brindarle un estatus


metalegal —por encima de la ley— a la guerra en contra de los indígenas.
La guerra contra los indígenas fue justificada con el derecho de los pueblos
(ius gentium), al que se le dio estatus universal de forma similar a la que hoy
en día justifican las guerras «justas», por ejemplo en Irak y Afganistán, en el
nombre de los derechos humanos. En otros casos, se justifican estas guerras
«justas» en el nombre del desarrollo, y de ellos mismos. Estas son aquellas
guerras que pretenden ayudar a los pueblos (ya sea material o socialmente)
a ser como las potencias dominantes (dichas prácticas solidarias), tal como
la guerra que se lleva a cabo en Colombia en contra de las comunidades
indígenas y negras, las comunidades campesinas y los movimientos sociales.
Estos son, de acuerdo con la lógica dominante, obstáculos para el desarrollo
del país.

Es interesante en este sentido ver las similitudes entre el pensamiento de De


Vitoria y las prácticas hegemónicas contemporáneas. Porque también en De
Vitoria la idea de la igualdad ontológica de los indígenas se usa para negarles
la soberanía. Como ya lo he mencionado, de acuerdo con De Vitoria, es
exactamente porque los indígenas son iguales a los españoles que tienen que
obedecer las normas supuestamente universales creadas por los intereses
imperiales de los españoles.

Por ejemplo, parafraseando al mismo De Vitoria, tienen que obedecer las


normas «universales» que dictan que todos los pueblos tienen derecho a
viajar y explorar otros territorios, a efectuar transacciones e intercambios
económicos de forma justa y a extender la religión cristiana. En otras pala-
bras, «los pueblos» tienen el derecho a colonizar a otros pueblos siempre
y cuando aquellos que efectúen la colonización sean españoles.

La igualdad humanista de De Vitoria encubre la diferencia y las relaciones


desiguales de poder bajo un manto elaborado a partir de la perspectiva
colonizadora española sobre lo filosófico, lo cultural, lo económico, lo po-
lítico y lo espiritual. Ese manto es parte de la mentira que critico (es parte
del nuevo traje del emperador). Estas formas de vida españolas dictaron los
términos del derecho de los pueblos, y legitimaron el proyecto de muerte.

La resistencia de los indígenas a convertirse en españoles culturalmente es 83


interpretada por De Vitoria como su inhabilidad de cumplir con las leyes
universales de los derechos de los pueblos. Esto le permite a los poderes
españoles afirmar que los indígenas están violando las leyes universales y, en
consecuencia, que están cometiendo una transgresión que legitima la guerra
justa en su contra (Anghie, 1996, p. 326). Efectivamente aquí tenemos el
invento de la diferencia cultural como inferioridad, supuesta inferioridad que
se usa como eje central en la racionalización de la guerra justa (véase Dussel,
2008, p. 166; Maldonado-Torres, 2007).

De esta forma, los indígenas resultan existiendo, en la lógica dominante,


como violadores de la ley universal y como gente que no puede llevar a
cabo ninguna guerra justa. Es decir que la existencia misma de los indígenas
en la práctica viola la ley universal, tal como hoy en día en Europa la exis-
tencia misma de los musulmanes es vista como una violación a los derechos
humanos, por lo cual se les suspenden los derechos (ya que son tildados
de terroristas). En la época de De Vitoria la guerra justa es por definición
un derecho reservado a los cristianos. Por esto, los indígenas tendrían que
convertirse al cristianismo para poder llevar a cabo una resistencia legítima,
una guerra justa (Anghie, 1996, p. 330, 2004).
2.5 La negación de la pachamama

Continuaré con el mismo ejemplo del pensamiento de De Vitoria para ex-


plicar otra faceta importante del proyecto de muerte y el papel justificador
que desempeñan las prácticas hegemónicas de los derechos humanos y el
desarrollo en relación con el proyecto de muerte. Esta faceta tiene que ver
con el invento de la «naturaleza» y su estrecha relación con la negación de
la pachamama (que traduce madre-mundo) como principio de vida, como
nuestra existencia. La pachamama no es lo mismo que «la naturaleza», es el
ser del cual formamos parte todos los seres. En realidad, la idea de la na-
turaleza presupone la negación de la pachamama porque se sustenta en la
separación de lo humano y lo natural, y en la secularización del pensamiento.
La pachamama no se puede entender desde la racionalidad secular, ya que
es un ser viviente que opera a través de todas las esferas de la vida, también
las que conocemos como «el subconsciente» y lo «espiritual».

Para empezar a explicar cómo ocurre la negación de la pachamama, y cómo


esa negación es parte esencial del proyecto de muerte, es interesante volver
sobre la distinción que hace De Vitoria entre las leyes naturales, las leyes
humanas y las leyes divinas. Recordemos que De Vitoria sitúa las cuestiones
84
sobre posesión y propiedad dentro del ámbito de las leyes naturales y
humanas que transcienden las culturas y son, por lo tanto, universales. Las
leyes divinas, en cambio, solo aplican al mundo cristiano y son dictadas
por el papa.

Lo interesante en este contexto de la maniobra de De Vitoria al separar la


ley natural y humana de la ley divina tiene que ver con el secularismo. Por un
lado, De Vitoria destituye, por así decirlo, al papa como principio y fin de
las leyes, y como máximo emperador en la tierra. El problema es que, como
vimos antes, esta destitución en la práctica significa que las normas éticas
cristianas, que antes hacían un poco de zancadilla al proyecto colonizador,
ahora se encontraban en un ámbito distinto, el divino, que no influía sobre
el ámbito de ley humana y natural (véase Anghie, 1996).

Como sabemos, el principio secularizado llega a tener una de sus máximas


expresiones con la formulación de Descartes en sus principios de método.
Esto es significativo porque entramos con descartes en una época nueva
con la tradición científica que, al verse «libre» de toda espiritualidad, se
despliega ahora por completo como dueño y manipulador natural de la
naturaleza. Con la secularización de la ciencia, se despoja esta de todo
principio ético y se inicia el despliegue del proyecto de muerte en todas
sus dimensiones.

En palabras de Quijano:

La idea de «explotación de la naturaleza», asociada a la idea de «raza» como


una condición «natural» dentro de la especie, parte de la episteme racista
del eurocentrismo, es decir, un elemento fundacional e inherente de la co-
lonialidad del poder. Y no es necesario rendirse a la mistificación de la idea
de que antes de la colonialidad del poder, nuestra especie vivía siempre en
«armonía con la naturaleza». En esta idea está, de todos modos, presente una
de las bases de la mistificación eurocéntrica: la idea de «naturaleza» como
algo «externo» a nosotros (2009, p. 31).

Con estas anotaciones sobre el secularismo, no estoy defendiendo a la


Iglesia católica y sus proyectos de entonces ni de hoy. Es importante resaltar
que la Iglesia católica, como otras religiones institucionalizadas, ha sido una
versión dominante de una espiritualidad que ha tenido muchas más vertien-
tes, muchas de ellas contrahegemónicas. Lo que estoy poniendo sobre el
papel es el hecho de que hay un proceso histórico detrás de las prácticas
depredadoras hacia la pachamama, y que este proceso está relacionado 85
con los intereses imperiales a través de la historia.

Pero la negación de la pachamama tiene antecedentes importantes en las


mismas prácticas de la Iglesia católica, más notablemente en relación con
sus fuertes intentos de aniquilación de todos aquellos que esta consideraba
como herejes, tanto dentro como fuera del territorio europeo. En la prác-
tica, la Iglesia católica ha sido cómplice del proyecto de muerte al intentar
aniquilar todos aquellos grupos de personas que reconocen y defienden
a la pachamama, las llamadas brujas (Inquisición), los indígenas (Conquista),
los pueblos afro (trata transatlántica de esclavos), los musulmanes (durante
la llamada Reconquista) (véase Grosfoguel, 2013), y también a la misma
pachamama (ciencia).

La secularización es, en realidad, una consecuencia lógica de la fe dominan-


te cristiana que ya ha puesto a lo divino por fuera del mundo como creador,
juez y autoridad máxima con algunos elegidos mediadores terrestres. Es
notable también que ese creador tenga un solo género: el masculino. Esa
lógica es muy distinta de vertientes del islam y del judaísmo, del budismo,
del taoísmo, del candomblé, o del pensamiento de muchos grupos indí-
genas y negros en el mundo, para los cuales lo divino, por así decirlo, es
parte intrínseca de lo humano, lo natural, lo social, etcétera.

Resalto aquí el papel de la espiritualidad porque pienso que ha sido


un componente muy poco trabajado en los estudios que provienen de
la perspectiva misma a la que me adhiero: la perspectiva decolonial.
En los últimos años, se ha escrito bastante sobre la colonialidad de la
naturaleza y sobre cómo los problemas ambientales no pueden ser
comprendidos solo como problemas de un ente por fuera de lo so-
cial, político y cultural, y por fuera de las relaciones globales de poder
(véase Alimonda, 2011). En resumen: la colonialidad de la naturaleza
se entiende como a) la creación misma de esa idea, que presupone
la separación entre lo humano y lo natural, y b) las formas constitutivas
del capitalismo que dependen de la colonización y aniquilación de la
naturaleza para poder mantenerse a lo largo del tiempo. Lo que sugiero
complementa esos puntos, y las amplias contribuciones hechas desde
el enfoque de la colonialidad de la naturaleza, con uno que es esen-
cial: la naturaleza es una idea moderna y secularizada que nos impide
entender las dimensiones materiales e inmateriales de la pachamama. Es
a estas dimensiones que me refiero al usar el término de espiritualidad .
86 Aunque algunos antropólogos han tenido acercamientos fuertes a estas
dimensiones de la realidad que llamamos espiritualidad a través de sus
interacciones con diversos pueblos «racializados» por la lógica colonial
(véase Ingold, 2006, 2007; Escobar, 1999), pocos han reflexionado
sobre la relación entre el emerger de la ciencia, la secularización y la
negación de la pachamama (véase Baldi, 2013 a ).

Por ejemplo, tanto para los musulmanes de quienes hablaré más adelante,
como para los mamos de la Sierra Nevada, esa espiritualidad permite que
ambos grupos se rijan a principios como los siguientes:

… a) la relacionalidad de todo como fuerza vital de lo que existe [en


Serankwa, Alá, o lo que llamo aquí la pachamama]; b) correspondencia, o
sea que los distintos aspectos, regiones y campos de la realidad se corres-
ponden de forma armoniosa; c) complementariedad en el sentido de que
ningún ente o acción existe por sí mismo, de manera aislada pero siempre
en coexistencia con su complemento específico, y d) reciprocidad, de tal
forma que los diferentes se condicionan mutuamente y, pues, un esfuerzo
de una parte es compensado por un esfuerzo de la misma magnitud por
el receptor (La traducción es nuestra) (Baldi, 2013b).
No es casualidad que, aunque Baldi enumere estos principios en relación con
Sumak Kawsay, esa descripción también aplique a otras formas de conectarse
con la vida. Efectivamente, lo espiritual, como lo uso acá, tiene que ver con
el primer punto que resume Baldi: la relacionalidad de todo como fuerza vital
de lo que existe, podríamos también decir la pachamama. Esas tradiciones
no secularizadas no operan, pues, con la lógica de un ente separado de
aquello que ha creado. Esto es significativo no solo en términos ontológicos,
sino también en términos políticos. Volveré sobre este punto más adelante.

2.6 An-naas y compenetración

Hasta ahora he argumentado que los derechos humanos y el desarrollo deben


ser entendidos juntos, y que juntos son ejes importantes en la defensa del
proyecto de muerte. Me he extendido sobre cómo los derechos humanos
y el desarrollo son prácticas que pueden ser rastreadas a la colonización
de las Américas y se desenvuelven alrededor de la idea de raza. He tratado
sobre cómo son procesos continuos de construcción ontológica de lo hu-
mano que, al separar a lo humano de lo natural y lo espiritual de lo secular,
justifican la destrucción del medio ambiente y niegan la pachamama. También
he sugerido que los derechos humanos y el desarrollo están ligados a una 87
racionalidad secular eurocéntrica, por lo cual efectuar críticas de ellos se
tilda como «irracional» por la misma lógica dominante, y la posibilidad de
futuros otros, o sea, de proyectos políticos que van en contra del proyecto
de muerte, se deslegitima justamente por ser «irracional». Adicionalmente,
el derecho mismo se traza dentro de los marcos de esa misma racionali-
dad eurocéntrica y colonial, y delinean las posibilidades mismas de acción
política legal. Efectivamente, muchas de las formas actuales en las que se
lleva a cabo el viejo principio de la guerra justa ocurre a través de la desle-
gitimación de proyectos políticos cuyas dimensiones no pueden ni deben
enmarcarse dentro de los confines del derecho hegemónico actual. Por
esto, he anotado que esas supuestas verdades ontológicas tienen también
efectos políticos importantes.

Defendí también brevemente que, aunque hoy en día se reconoce la dife-


rencia cultural, esa diferencia sigue estando por debajo de la idea de una
universalidad abstracta, como la que encontramos en La Declaración Universal
de los Derechos Humanos (véase Herrera, 2005). Esa declaración pretende,
justamente, que tal diferencia cultural no es fundamental. He argumentado que
la diferencia cultural es fundamental para encontrar soluciones a los problemas
de derechos humanos y desarrollo. Es decir, la diferencia cultural no es un
problema que superar, aunque la jerarquización a partir de la cultura sí lo sea.
La diferencia cultural y la diversidad epistémica es un motor fundamental para
ir generando alternativas fuertes que se opongan eficazmente al proyecto
de muerte. Por esto, en esta última parte, quiero introducir dos conceptos
que considero son importantes para pensar soluciones a los problemas con
los derechos humanos y el desarrollo dominantes: como lo he anunciado,
se trata de la idea de compenetración de los mamos de la Sierra Nevada
de Santa Marta, y del concepto an-naas, como es definido por la Comisión
Islámica de Derechos Humanos del Reino Unido.

Ambos conceptos atacan de manera esencial las nociones ontológicas cons-


titutivas de los derechos humanos y el desarrollo: la jerarquización entre seres
humanos, la jerarquización entre seres humanos y naturaleza y la negación de
la pachamama. Son conceptos muy distintos que, sin embargo, comparten
varias cosas: 1) ambos están anclados en una fuerte espiritualidad, 2) van
en contra de la definición occidental de «ser humano», 3) hacen énfasis en
una común unidad que exige un alto nivel de consideración ética, 4) requie-
ren una concepción de tiempo muy distinta, un ritmo de vida distinto del
dominante: una ampliación del presente que incluye el pasado y el futuro.
88 Veamos cómo.

2.6.1 An-naas

Antes de presentar el concepto de An-naas es importante introducir bre-


vemente la Comisión Islámica de Derechos Humanos (CIDH). El trabajo de la
CIDH en el Reino Unido se basa en trabajo de campo en todo Europa sobre
la discriminación e islamofobia vivida por los musulmanes en ese territorio.
La CIDH colabora con distintas organizaciones musulmanas y no musulmanas
hacia la construcción de un sistema legal antirracista y decolonial, y hacia la
descolonización de los derechos humanos (http://www.ihrc.org.uk/).

La CIDH contribuye con unos conceptos que permiten ver las dimensiones
de su lucha, así como los límites de las comprensiones dominantes con-
temporáneas que son fundamentos de los derechos humanos, como las
hemos visto a lo largo de este texto. Por ejemplo, proponen que el término
ser social sea usado para reemplazar el uso de «hombre» o «ser humano»
y para retar el control epistémico sobre la naturaleza del ser que permite la
subalternación. Ser social es una traducción de an-naas, concepto coránico
usualmente mal traducido como «hombre» o «ser humano» en traducciones
modernas que internalizan discursos de jerarquías de género y de creación
de otredad dentro de los discursos europeos. «Ser social» viene de las raíces
de «an-naas» y socava la idea de que la «otrificación» de otros seres humanos
es posible. Todos estamos socialmente interconectados por nuestro estado
de ser: ningún «hombre» o «ser humano» puede negar la humanidad o valor
del otro dentro de una comprensión universal del ser (http://decoloniali-
tyeurope.wix.com/decoloniality#!conceptos-clave-decoloniales/c1p58).

Esa comprensión universal del ser de la que habla la CIDH tiene que ver con
Alá, con esa «relacionalidad» de todo como fuerza vital de lo que existe.
An-naas es una propuesta que busca descolonizar la idea de lo humano
que he criticado, idea que de facto niega la humanidad de muchos pueblos.
La propuesta también toma en cuenta que los derechos humanos como
prácticas dominantes trabajan para la protección del «ser humano» a costa
de una mayoría de seres sociales.

De forma similar a la fanoniana, un camino posible para descolonizar los


derechos humanos bien puede implicar la completa destrucción (no de-
construcción) de la idea de «humanidad» y «humanismo» para respetar la
noción emancipadora de interconexión mutua que podría brindar cambios 89
sustanciales en la subjetividad de las personas hacia la dignidad común y la
común-unidad.

No me extiendo mucho más sobre las contribuciones de la CIDH, especial-


mente porque mi trabajo con ellos aún está en curso y nos falta mucho trabajo
en común antes que yo pueda elaborar más sobre sus contribuciones. En lo
siguiente, presentaré algunos de los rasgos más importantes de mi trabajo
con los mamos de la Sierra Nevada que, por llevar más tiempo de duración,
también se encuentra más elaborado.

2.6.2 Compenetración

Los mamos son los líderes espirituales que habitan la Sierra Nevada de Santa
Marta en Colombia. Pertenecen a cuatro pueblos distintos que, sin embargo,
no pueden subsistir el uno sin el otro. Por esto, los mamos de los cuatro
pueblos trabajan en común. Compenetración es un término que hemos en-
contrado útil con los mamos en el momento de traducir sus ideas. Es decir,
compenetración no es un término necesariamente usado por ellos, sino una
traducción de unas dinámicas complejas. Para explicar esas dinámicas, es
necesario comprender que la labor de los mamos está ligada a la compene-
tración en un continuo esfuerzo por preservar su propia identidad (es decir,
su ser en el mundo) y la de sus pueblos. Esto significa que la identidad debe
ser conceptualizada en dos niveles que no son separables en la práctica: un
nivel metafísico y un nivel social. Si para los mamos en un nivel sí se puede
hablar de identidad cultural como lo hacemos en la sociedad dominante, en
otro nivel no tiene sentido. En realidad, la identidad de ellos no se constituye
en ese nivel cultural, sino en relación con Serankwa, y la compenetración es
esencial para percibir ese nivel.

Las relaciones coloniales en la sociedad dominante validan un modo especí-


fico de ser que no incluye un ámbito central para los mamos; el ámbito que
llaman aluna en el que todos los seres estamos conectados con Serankwa,
la misma fuerza vital que he denominado aquí como la pachamama. Aluna
es, entonces, el ámbito necesario para poder ser y estar en compenetra-
ción. Para los mamos, la negación de estas otras dimensiones de la realidad,
las dimensiones en aluna, es una forma de «mala fe», es decir, es negar la
existencia de muchos seres (no solo la Madre, sino los espíritus, el viento, la
marea, los ancestros). Para que las ideas de derechos humanos y desarrollo
90 sean relevantes para los mamos, estas nociones no pueden separarse.

En la introducción aludí a que los derechos humanos y el desarrollo como


prácticas dominantes son inseparables a través de la idea de raza. En la
concepción contrahegemónica de los mamos, los derechos humanos y el
desarrollo también son inseparables. Pero para los mamos, los derechos
humanos y el desarrollo deben ser pensados y practicados juntos (transfor-
mados) sobre la base del reconocimiento de que lo humano es inseparable
de pachamama (Serankwa).

Compenetración no opera con la separación entre ser humano y naturaleza.


Además, todo es vida y forma parte de los procesos de vida y de llegar a
ser. Compenetración también hace referencia a que todos los seres, ya sean
humanos, árboles, piedras, espíritus, el viento, solo existimos en compene-
tración, es decir, como el todo y como parte del todo. Esta idea de ser al
mismo tiempo parte, todo y llegar a ser, implica una comprensión de ser
humano no solo social, sino también metafísica.

No me puedo extender sobre esto aquí, pero es importante anotar que,


mientras los mamos reconocen una distinción entre seres humanos y otros
seres (entre los cuales están aquellos que nombramos como pertenecien-
tes a la naturaleza), hacen hincapié en una común unidad con estos seres
a través de la compenetración. Esto implica la interacción en aluna, el nivel
de la realidad que está en el «espíritu del pensamiento o del sueño del
pensamiento» (Saúl Martínez, entrevista personal, julio de 2009), el cual es
indispensable para comprender la compenetración.

Compenetración implica que los seres respondemos todo el tiempo unos


a otros, y que los seres humanos estamos integrados en estas cadenas de
interacción y respuestas tanto como cualquier otro ser. Compenetración,
entonces, implica no solo la interacción con un otro humano, sino que tam-
bién se refiere a la «convivialidad» con un otro que incluye a los animales,
el clima, los elementos, los espíritus y los materiales, las piedras, la madera,
etc. Además, esa proximidad también sucede entre, por ejemplo, un árbol
y una piedra. No depende, pues, de los seres humanos. Compenetración
no resalta una posición de sujeto específica, como la posición universal.

Asimismo, y aquí volvemos brevemente sobre el asunto del tiempo, para los
mamos la construcción del futuro no es solo una cuestión de seres huma-
nos, puesto que las piedras, las semillas, el clima y los árboles son también
agentes activos en la construcción del futuro. Es decir que son parte activa 91
del campo político. El futuro no es solo una cuestión de un horizonte ideal
(o utopía) imaginado por los seres humanos, implica también las acciones
presentes y sus contextos, incluso las acciones de las piedras y los árboles.
Por lo tanto, el futuro no es abstracto y está en el presente.

2.7 Para llegar a ser ancestros dignos

Quiero terminar este escrito subrayando la importancia de reflexionar sobre


quiénes somos, qué somos, para qué estamos en el mundo y sobre cómo
podemos trabajar para poder llegar a ser ancestros dignos de aquellas ge-
neraciones que vienen. Considero que es importante volver un momento a
la idea de la mala fe, la afirmación de que el emperador está vestido, aunque
en realidad está desnudo.

Es importante resaltar en este contexto que, aunque el proyecto de muerte


opera, entre otras cosas, porque naturaliza muchas mentiras que cementa
con sangre, un paso importante para desmantelarlo es reconociendo la
mala fe, y trabajando en su contra. Al contrario de muchas tendencias, el
concepto de mala fe de Lewis Gordon resalta que nosotros tenemos la
opción de escuchar la vocecita que nos dice en el oído que el emperador
está desnudo. Al tener esa opción, también somos responsables de haber
tomado la opción que tomemos. Mucha gente escoge la opción de trabajar
en la defensa del proyecto de muerte.

La «ancestralidad» desempeña un papel importante en relación con asumir


la opción en contra del proyecto de muerte, con escoger la libertad ante
los privilegios que nos otorga el proyecto de muerte si nos unimos a este
(véase Gordon, 1998). La «ancestralidad» quiebra con un componente
constitutivo del proyecto de muerte: reintroduce la espiritualidad y cambia
la forma en la cual nos pensamos a nosotros en el tiempo y el espacio.
Primero, los ancestros están en las piedras, en los elementos, son parte
íntegra de la pachamama; cuidando a los ancestros también cuidamos a la
Pachamama. Segundo, aunque no todos los ancestros son dignos, de todos
ellos podemos sacar aprendizajes importantes. Tercero, aunque no todos
los ancestros sean dignos ancestros, reflexionar con ellos es importante en
cuanto respuestas a las preguntas de qué somos, quiénes somos, para qué
estamos en el mundo y cómo podemos trabajar, desde nuestras distintas
posiciones y espacios, para poder llegar a ser ancestros dignos de aquellas
92 generaciones que vienen. Finalmente, pensarnos a nosotros como herederos
de nuestros ancestros significa también dejar de lado el nihilismo que nos
inducen las lógicas del proyecto de muerte, las que encarcelan el futuro
haciéndonos creer que no hay nada que hacer.

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Parte II
Diana Jazmín Pérez, Camilo Guerrero Peña,
Maribel Vega Ravelo, Patricia Veloza Torres,
Guisella Lara Veloza*, William Sánchez Amézquita
y Juliana Flórez Flórez 97

Llegamos hasta donde los sueños nos llevan.


Asociación Herrera

3.1 Introducción. Desarrollo y extractivismo:


imposibilidades para la paz

Más de veinte años de discusión sobre el desarrollo como modelo de


cambio privilegiado por la modernidad dejan una serie de profundos cues-
tionamientos a ese modelo. Nos interesa señalar tres puntos nodales de estas
discusiones, tal y como han sido recibidas en Latinoamérica.

Un primer punto nodal lo hallamos en la década de 1990 cuando se con-


solidan las perspectivas críticas al desarrollo con una disyuntiva muy clara:
buscar desarrollos alternativos (Cooper y Packard, 1997) o, tajantemente,

* Asociación Herrera, Madrid (Cundinamarca).


buscar alternativas al desarrollo (Mires,1993, Esteva, 1992; Escobar, 1996;
Rist, 1997/2000). La última opción, autodenominada posdesarrollista, con
metodologías de corte deconstructivista, muestra cómo ese modelo llegó
a constituirse en la forma hegemónica de pensar el cambio y cuáles son los
dispositivos particulares a través de los cuales se ha instalado en América
Latina. Estos análisis son fructíferos para el estudio de los movimientos
sociales, dado que los consideran los actores más capaces de ofrecer
las alternativas al desarrollo30. Por su parte, la primera opción —búsqueda
de desarrollos alternativos— le cuestiona a la segunda el efecto homoge-
neizador que dejan sus análisis al pasar por alto las negociaciones de los
sentidos atribuidos al desarrollo que hace la gente en el plano cotidiano.
Partiendo de metodologías de corte etnográfico, ofrecen sugerentes
análisis sobre cómo las prácticas de los «beneficiarios» del desarrollo im-
plican una apropiación creativa y estratégica de ese modelo. Sus análisis
son pertinentes para captar la complejidad de las alianzas entre organi-
zaciones de base y entidades del Estado, por un lado o la cooperación
internacional, por otro.

Un segundo punto nodal de este debate surge a mediados de la primera


década de 2010. En ese momento se insta a complejizar la discusión
98 yendo más allá del binarismo que obliga a analizar de manera excluyente
alternativas al desarrollo o desarrollos alternativos. Se argumenta que si bien
hay certeza de que el horizonte político son las alternativas al desarrollo,
metodológicamente no se tienen que desestimar los desarrollos alterna-
tivos. Esto, considerando que las estrategias de negociación de muchos
movimientos no excluyen ambas opciones. En esta dirección apunta de
manera contundente la hermenéutica del surgimiento de Boaventura de
Sousa Santos. Como explica el autor, se trata de una perspectiva interpre-
tativa que busca hacer más visibles y creíbles las diversas formas como las
organizaciones colectivas, movimientos sociales y comunidades están resis-
tiendo a la hegemonía del sistema económico moderno (el capitalismo), al
embarcarse en alternativas económicas fundadas en lógicas no capitalistas
(guiadas por la equidad, la solidaridad y la protección de la naturaleza).
Este autor, en un texto con César Rodríguez (2011), explica que el rango
de alternativas propuestas por esos actores colectivos puede incluir —y
aquí viene la superación del binarismo— desde formas de concebir y

30 Por ejemplo, para Colombia, los magníficos trabajos de Arturo Escobar (1996) muestran que en la
Costa Pacífica el desarrollo se concretó en megaproyectos turísticos, puertos, embalses, cultivos
extensivos de palma aceitera y camaroneras industriales. Asimismo, reconocieron el movimiento
afro e indígena como los que pueden ofrecer salidas.
organizar la vida económica que rompen radicalmente con el capitalismo
(alternativas al desarrollo) hasta aquellas que apuntan a su transformación
gradual (desarrollo alternativo).

Un tercer punto nodal del debate aparece hacia finales de la primera década
de 2010 cuando el concepto buen vivir de los movimientos indígenas andi-
nos fue incorporado a las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009)
de los Gobiernos de izquierda (que llegaron al poder respaldados por esos
movimientos). Fue un momento de entusiasmo porque, aparentemente, se
concretaba una propuesta posdesarrollista con asidero jurídico y estatal31.

Ahora, ¿cuál es el panorama actual de esta discusión en América Latina?


Sigue vivo el entusiasmo por las alternativas al desarrollo que ofrecen los
movimientos sociales, solo que en una perspectiva más profunda y ampliada.
Más profunda porque ya no hablamos de crisis de paradigma ni de otros
modelos de cambio, sino de crisis civilizatoria, de crisis que llevan a pensar
otras formas de vida: el pachakuti, el mundo al revés, un cambio de era, un
nuevo ciclo en el cual la vida está en el centro. «Juntos por la vida», dice el
movimiento indígena del Cauca en Colombia; de biocentrismo hablan otros.
Y es un entusiasmo más ampliado, porque el posdesarrollo es reclamado no
solo por el movimiento indígena, sino por muchos otros movimientos: afro, 99
campesino, ambientalista, estudiantil y feminista (una demanda que entra en
confluencia con el ecofeminismo que emerge previamente).

Entonces, es cierto que hoy tenemos un entusiasmo posdesarrollista más


profundo y ampliado. Pero, y aquí viene la contraparte, también es cierto
que las opciones desarrollistas de los Gobiernos latinoamericanos son más
radicales.

Hoy, desarrollo en América Latina significa extractivismo, es decir, grandes


volúmenes de producción a partir de recursos naturales con procedimien-
tos intensivos, destinados a la exportación y cuyas consecuencias (graves
impactos ambientales, desplazamientos masivos de poblaciones y empobre-
cimiento, condiciones laborales, muchas veces de semiesclavitud) significan
la imposibilidad de la vida. Por ejemplo, en la minería, la imposibilidad de
tomar agua, pescar o regar cultivos por el envenenamiento de los ríos. Esta
realidad no es exclusiva de la región, sino que es compartida con Australia
y algunos países de África.

31 Los trabajos de Zibechi (2007) y Gutiérrez (2008) muestran ese entusiasta momento.
Como indican los oportunos trabajos de Eduardo Gudynas, en el caso
latinoamericano predominan dos formas de extractivismo: por un lado, el
extractivismo agrícola (cuya expresión son los monocultivos extensivos des-
tinados al agrocombustible y las semillas transgénicas) y, por otro, el minero
(extracción de oro, cobre, petróleo, pero también coltan, fundamental para
las nuevas tecnologías). El autor uruguayo explica que con el extractivismo la
región inaugura una tendencia neodesarrollista avalada tanto por Gobiernos
conservadores como de izquierda. Los últimos (Bolivia, Ecuador, Venezuela
o Uruguay) optan por un desarrollo extractivista bajo el argumento de que
garantiza una fuente de riqueza que debe ser aprovechada y controlada
por el Estado para ser posteriormente redistribuida entre la población (Gu-
dynas, 2011; Gudynas y Acosta, 2011). No importa que pasen por encima
de los movimientos sociales que los respaldaron para llegar al poder. Para
los Gobiernos conservadores la renta estatal derivada del extractivismo está
unida a la extranjerización de la tierra. En ambos casos, como señalan varios
autores (Zibechi y Hardt, 2013; Oviedo, 2013), el desarrollo extractivista
muestra la tendencia del capitalismo a la acumulación por despojo de tierras.

Esta tendencia es clara para el caso colombiano. El Plan Nacional de De-


sarrollo propuesto por el presidente Juan Manuel Santos para el periodo
100 2010-2014 define el sector mineroenergético como una de las cinco «loco-
motoras» capaces de jalonar al resto de la economía nacional. Sin embargo,
los resultados de esta propuesta son alarmantes. Según el reciente informe
encargado por la Contraloría General de la República, Minería en Colombia.
Fundamentos para superar el modelo extractivista, a los mínimos avances
logrados en ese sector y de los cuales se ha beneficiado sobre todo la
inversión extrajera, se contrapone una exacerbación de conflictos ambien-
tales, sociales, económicos y tributarios. El informe recuerda, además, que
para la Corte Constitucional el desarrollo de megaproyectos mineros lícitos
e ilícitos en los territorios es uno de los factores subyacentes al conflicto
armado interno. También alerta sobre la ausencia de controles rigurosos y
suficientes por parte del Estado para afrontar la gravedad de estos impactos
(Contraloría General de la República, 2013).

Así, tenemos que el conflicto armado colombiano de más de cincuenta


años, con treinta años de negociación (Oviedo, 2013), tiene otro estímulo:
ya no es la ideología de las guerrillas ni de la ultraderecha, no son solamente
las ganancias del narcotráfico de las que se benefician mafias, guerrillas y
paramilitares, sino también las ganancias muy superiores que deja la minería,
por ejemplo, con el tráfico de coltan. En este país hablamos entonces de
desarrollo extractivista, minero y agrícola, con despojo de tierras y despla-
zamiento de la población rural, extranjerización de la tierra, militarización
de los territorios y la vida (recordemos que tenemos ocho bases militares)
y la criminalización de movimientos sociales y personas que se oponen a
este modelo de desarrollo (el documental 9.70, de Victoria Solano, muestra
oportunamente que algunos campesinos del país han sido sentenciados a
cuatro o cinco años de cárcel por conservar y usar semillas nativas32). En
definitiva, como bien pronostica el grupo Minería, Territorio y Paz (2013),
tendremos un panorama de prolongación e intensificación del conflicto
armado producto de la adopción del desarrollo extractivista.

Un panorama de graves consecuencias generadas por el Estado, pero que el


propio Estado no puede remediar. Volvamos sobre una de esas consecuen-
cias: el desplazamiento. En este punto es pertinente el análisis que plantea
Arturo Escobar en el artículo «Desplazamientos, desarrollo y modernidad
en el Pacífico colombiano». El autor se adhiere a quienes afirman que la
modernidad capitalista, por su naturaleza expansiva, continuamente genera
desplazamientos (Marx, Giddens, Virilio). Pero, a la vez, se suma al interés de
quienes examinan los mecanismos a través de los cuales la propia moderni-
dad ha desplegado dispositivos de control frente a esos desplazamientos
(Fouca Su propuesta es considerar el funcionamiento simultáneo de ambas 101
lógicas de la modernidad, en apariencia contradictorias, pero complemen-
tarias entre sí. De ahí, explica, que uno de los problemas de la modernidad
capitalista que enfrentamos hoy sea su tendencia a generar procesos de
desplazamiento cada vez más difíciles de remediar con los dispositivos de
reemplazamiento previstos por la misma modernidad (Escobar, 2003 y 2005).
Las dificultades suscitadas por el desarrollo extractivista promovido por el
Estado no pueden ser remediadas con los dispositivos con que cuenta. De
ahí la necesidad de pensar más allá del desarrollo.

En esta dirección apunta cierto sector del movimiento campesino colombia-


no que entró en paro nacional en agosto de 2013. Sus demandas pueden
ser leídas como el reclamo de un mejor desarrollo (subsidio de gasolina),
un desarrollo de base nacional (la suspensión de algunos tratados de libre
comercio) o, en un nivel de mucha mayor complejidad, como la encrucijada

32 El título se refiere a la Resolución 9.70 del Tratado de Libre Comercio entre Colombia y los Estados
Unidos que criminaliza la preservación y el uso de semillas nativas. También puede verse el trabajo
audiovisual de la misma directora, ¿9.70 congelada? El ICA nos sigue mintiendo, sobre el segui-
miento a los acuerdos entre el Estado y los representantes del movimiento campesino que puso
fin al paro agrario.
que afronta el país: desarrollo o vida; cultivos transgénicos o comida que
nutra; ética del provecho personal (contrabando y lavado de dinero por
importación de alimentos)33 o ética de la interdependencia entre humanos
y entre humanos y naturaleza; tierra para las corporaciones o tierra para la
vida. En este nivel de mayor complejidad, el movimiento campesino advierte
que lo que está en juego es la continuidad de la vida. Esta complejidad bien
la capta el eslogan que el movimiento estudiantil acuñó en solidaridad con
ese otro movimiento: «Tomo caldo, luego existo». Se trata entonces no de
un mejor desarrollo o de un desarrollo de acumulación de base nacional,
sino de la ruptura radical con ese modelo34.

Con este panorama actual, un reto crucial para el debate del desarrollo en
América Latina es desmontar el supuesto casi incuestionable con el que
trabajan muchas ONG e instituciones estatales y según el cual desarrollo es
sinónimo de paz, es decir que un desarrollo bien planeado y administrado
traerá la paz.

Con Adolfo León Atehortúa consideramos que la construcción de paz exige


comprender la historia de nuestro país, tomando en cuenta que muchos
proyectos de la nación colombiana han sido construidos sobre la violencia
102 hasta el punto de que esta se ha convertido en una dimensión estructural
de nuestra democracia (comunicación personal). Siguiendo a este autor,
consideramos que no puede buscarse la construcción de paz obviando el
hecho de que los proyectos desarrollistas de la nación colombiana gene-
ralmente han sido construidos basados en la violencia.

Hablamos de violencia a diferentes escalas (Reardon, 1982): las escalas


micro, meso y la escala macro del territorio que aquí destacamos, cuyas
variadas expresiones van desde la fractura simbólica del territorio por el
desplazamiento masivo de poblaciones (un territorio a medias sin gente y
una gente a medias sin territorio) hasta la desaparición física del territorio
(por ejemplo una montaña que desaparece cuando es convertida en
mercancía).

33 Denuncia hecha por el político colombiano Antonio Navarro Wolf en el programa Su madre natu-
raleza dirigido por Margarita Pacheco Montes y transmitido un sábado del mes de septiembre de
2013 por Canal Capital.
34 Como sugiere el video Juntos en defensa por la vida, del Tejido de Comunicación y de Relaciones
Externas para la Verdad y la Vida, de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, hay
una continuidad entre la minga de 2008 y el actual paro agrario campesino (http://www.youtube.
com/watch?v=74gS9ohBKzY).
Con el reconocimiento del desarrollo como uno de los proyectos violentos
de la nación, no estamos suponiendo una relación causal, simplista y lineal,
entre desarrollo y violencia. Lo que queremos señalar es que el desarrollismo
ha sido funcional a la cultura de la violencia colombiana, cristalizada en la
tendencia de las élites a hacer de la violencia un negocio y un impedimento
para la vida. El reto es transformar de manera constante y gradual la cultura
de la violencia directa (física o verbal), estructural y cultural (Galtung, 1996;
Fisas, 2004), promovida por el desarrollismo extractivista.

Partiendo de estas reflexiones, y en una dirección contraria al supuesto de


que el desarrollo garantiza la paz, nos sumamos a los movimientos sociales
colombianos que trazan caminos de paz para el país, inspirados en modelos
de cambio alternativos al desarrollo. Nos referimos a aquellas organizacio-
nes y personas para las cuales la transformación no se limita al modelo de
cambio lineal, deliberado y ascendente (el desarrollo) y que, cansadas de
fórmulas mejoradas pero fracasadas del desarrollo (crecimiento económico,
necesidades básicas , desarrollo humano , desarrollo sostenible , desarrollo
participativo , desarrollo integrado , codesarrollo , etc., décadas de 1950,
1960, 1970, 1980, 1990, 2010, respectivamente), están decididas a arries-
garse a construir, inventar y redescubrir alternativas de cambio distintas al
desarrollo. Nos inscribimos, por tanto, en las perspectivas posdesarrollistas. 103

El propósito de este capítulo es mostrar cómo los movimientos sociales tejen


vínculos entre las alternativas al desarrollo y los procesos de construcción
de paz en la escala macro del territorio.

Nuestra hipótesis de trabajo es que las acciones colectivas de los movimien-


tos sociales en torno a los bienes comunes constituyen un potente vínculo
entre las alternativas al desarrollo y la paz.

Procederemos de la siguiente forma:

Explicaremos la pertinencia de los bienes comunes para establecer este


vínculo entre paz y posdesarrollo.

Haremos unas precisiones metodológicas y epistemológicas de cómo trabaja-


mos esta propuesta juntamente con la universidad y los movimientos sociales.

Explicaremos los rasgos desarrollistas de Madrid, municipio de Cundinamarca,


y parte del territorio ancestral de la sabana de Bogotá, donde concentramos
este análisis.
Presentaremos a la Asociación Herrera, organización colectiva articulada al
movimiento social de la sabana de Bogotá, de la que somos parte algunos
de los investigadores y cuyas acciones colectivas nos permiten rastrear dicho
vínculo.

Expondremos las acciones colectivas de esta organización en torno a bienes


comunes.

Por último, expondremos cómo estas acciones nutren una lectura posdesa-
rrollista y pacífica del territorio.

3.1 Los bienes comunes, nexo potencial entre


posdesarrollo y paz

Uno de los efectos de la guerra en Colombia ha sido romper la eficacia


de lo común como referente de la vida cotidiana. Por su propia naturaleza
fragmentadora, la guerra tiende a individualizar los miedos, las posibilidades
de escape, pero también los sueños y las aspiraciones. Disipa la posibilidad
de compartir. Aprendimos de las liderezas del Magdalena Medio —una de
104 las zonas rurales más golpeadas por la guerra— que un desafío para la paz
es recuperar los espacios de vida comunes.

Este desafío es captado por el concepto bienes comunes, definidos como


objeto, conocimiento o práctica compartido por una comunidad y que
garantiza su supervivencia (Gibson-Graham, Cameron y Healy, 2013). Si-
guiendo a las liderezas del Magdalena Medio y a los movimientos sociales
cuya lucha se articula en torno al territorio, ampliamos la definición de bien
común añadiendo a objetos, conocimientos y prácticas los lugares.

Nuestro punto de partida es que las acciones colectivas en torno a los


bienes comunes son un fértil terreno donde restituir la referencia cotidiana
a lo común, lo compartido, lo que incumbe a todo el mundo y que ha sido
borrado por la violencia de la guerra.

Hay importantes trabajos sobre los bienes comunes. Contra la idea de la


inevitable destrucción de los bienes comunes, asumida por las corrientes
dominantes de la economía, Elinor Ostrom (primera mujer ganadora del
Premio Nobel en Ciencias Económicas en 2009) y su equipo de trabajo de-
mostraron que las comunidades han sido exitosas en preservar y gestionar
los bienes comunes que garantizan su existencia.
Más recientemente, Zibechi y Hardt (2013) analizan cómo los movimientos
sociales del Norte y Sur luchan contra el extractivismo y a favor de los bienes
comunes.

En este capítulo nos centraremos en el trabajo de Gibson-Graham y su última


propuesta con Jane Cameron y Stephan Healy, Take back the economy. An
ethical guide for transforming our communities (2013). Como en sus trabajos
previos, El fin del capitalismo (tal y como lo conocimos) (Gibson-Graham,
1996) y Una política poscapitalista (Gibson-Graham, 2006), este trabajo es
un llamado a rescatar y crear prácticas económicas diferente de las prácticas
capitalistas.

Siguiendo la propuesta del segundo libro, este también entiende la economía


como un campo de decisión, una praxis ética basada en la negociación de las
siguientes coordenadas: necesidad (¿qué es necesario para la supervivencia
personal y social?), excedente (¿cómo el excedente social es apropiado
y distribuido), consumo (¿cómo el excedente social es producido y con-
sumido?) y bienes comunes (¿cómo los bienes comunes son protegidos,
reclamados, ampliados o creados?). Estas coordenadas de decisión ética
—aseguran las autoras— son la base de la recuperación de la economía
(take back the economy) para la gente y el planeta. 105

Vamos a centrarnos en la última coordenada de decisión ética: los bienes


comunes. Según Gibson-Graham, Cameron y Healy (2013), en este punto
la cuestión ética es ¿cómo podemos mantener, restaurar y reemplazar los
regalos intelectuales y naturales —y podríamos añadir espirituales— con que
todos los humanos contamos? ¿Cómo podemos cuidar nuestros bienes
comunes?

Detrás de esta pregunta está la idea según la cual, si queremos recuperar la


economía, necesitamos reconsiderar la relación entre los humanos, las cosas y
la naturaleza. Usualmente, sugieren: «la propiedad se refiere a todas las cosas
que poseemos y usamos para sobrevivir bien. Pero cuando pensamos en
la propiedad inevitablemente pensamos en propiedad privada» (pp. 125-
126). Por tanto, debemos pensar la propiedad en un amplio espectro. En
ese sentido, afirman, recuperar la economía implica recuperar la propiedad
y hacerlo desde la siguiente perspectiva ontológica:

Nuestras circunstancias globales demandan no solo pensamiento y acción


colectiva, sino también el distanciamiento del límite creado que separa lo
mío de lo tuyo, a ti de mí; necesitamos reconocer la interdependencia entre
humanos y entre humanos y no humanos (Gibson-Graham, Cameron y Healy,
2013, pp. 126-127).

En esa línea, distinguen diferentes tipos de propiedad:

Propiedad privada poseída individualmente (por individuos, familias o cor-


poraciones).
Propiedad privada poseída colectivamente.
Propiedad del Estado.
Propiedad de acceso abierto (controlado o no controlado).

Su punto de partida es que todas las formas de propiedad son potencial-


mente bienes comunes. Sugieren, entonces, cuatro tipos de bienes comunes:
biofisicos, culturales, sociales y conocimientos. Tomando en serio las pro-
puestas de ciertos movimientos afro e indígenas, añadimos un quinto tipo:
los bienes comunes espirituales. Todos, afirman Gibson-Graham, Cameron
y Healy (2013), son dinámicos, continuamente hechos y rehechos, repues-
tos, mantenidos o degradados, pero, desafortunadamente, ganan nuestra
106 atención cuando están en grave peligro.

Para identificar un bien común sugieren cinco claves:

Acceso a la propiedad compartido y amplio.


Uso de la propiedad negociado por la comunidad.
Beneficio de la propiedad redistribuido entre la comunidad.
Cuidado de la propiedad a cargo de la comunidad.
Responsabilidad de la propiedad asumida por la comunidad.

Según esa clasificación y esos criterios, Gibson-Graham, Cameron y Healy


(2013) identifican alrededor del mundo acciones colectivas dirigidas a co-
munalizar bienes. Las agrupan del siguiente modo:

Experiencias de acciones colectivas en torno a bienes comunes

Proteger, recuperar, ampliar, crear


• Resistir el acercamiento (proteger)
üü Proteger nuevas fronteras
üü Proteger genes humanos
üü Porteger las bases de la comunidad, de lo común
üü Proteger los espacios abiertos y accesibles en las áreas urbanas
• Comunicar la propiedad privada, recuperar
üü Remunicipalizar los servicos de agua y alcantarillado
üü Colectivizar la vivienda privada
üü Comunalizar la tierra privada abandona

Más adelante volveremos sobre esta tipología. Por ahora, nos interesa plan-
tear que las acciones colectivas de los movimientos sociales en torno a los
bienes comunes son un nexo potente entre las alternativas al desarrollo y
la paz. Rastrearemos esta potencia de la mano de la Asociación Herrera.
Antes explicaremos algunos aspectos metodológicos y epistemológicos
que orientaron este ejercicio.

3.2 Precisiones metodológicas y epistemológicas:


encuentros transdisciplinares
107
Este ejercicio está a medio camino entre la academia y la organización co-
lectiva. Lo impulsamos, por un lado, activistas de la sabana de Bogotá que
también tenemos un pie en la academia (estudiamos educación y arte). Pero
también lo impulsamos docentes de la universidad con intereses y sueños
políticos compartidos entre sí y con la Asociación Herrera. En ambos casos,
creemos en el potencial transformador de la pedagogía.

Entramos en contacto en 2008. Desde entonces iniciamos un trabajo con-


junto guiado por algunos principios del pensamiento crítico latinoamericano
y del feminismo:

De la investigación acción-participativa tomamos el principio según el cual es


imposible separar investigación de intervención, reflexión y acción.

De la educación popular seguimos la idea de la pedagogía como un proceso


emancipatorio y creativamente activado por la indignación.

En la pedagogía del hipertexto propuesta por Rueda (2007) nos inspiramos


para rechazar la naturaleza exclusivamente textual del conocimiento y apos-
tar por incorporar a la pedagogía diversos lenguajes de modo que —en
palabras de la autora— imágenes, sonidos y textos se fusionen en narrativas
intertextuales.

De los feminismos de frontera tomamos el principio de conexiones parciales


que populariza Haraway (1992), según el cual el trabajo con el otro comienza
no por darle ayuda o asistirlo, sino por preguntarle cómo podemos solida-
rizarnos con su lucha.

Después de varios años de trabajo conjunto, hoy, de manera retrospectiva,


podemos identificar dos niveles de trabajo:

El nivel del exceso en el que estuvieron involucradas las conexiones con


varias personas, organizaciones y proyectos (Nascencia, Escuela de Mujeres,
Corporación Cactus, Liliana Vargas, Gloria Marciales, Carol Pavajeau, etc.).
Este nivel se caracteriza por muchos encuentros, generosidad de tiempos,
desborde de afectos, abundancia de planes que no llevamos a cabo, citas
que algunas veces nos incumplimos, gestión de convocatorias de becas
que no siempre ganamos, apoyo a diseño de proyectos, dos talleres de
feminismo, un taller de movimientos sociales, consejos sobre huertas ca-
seras, huertas caseras fracasadas, un curso anual de TIC (tecnologías de la
108 información y de la comunicación) para mujeres adultas (de la Escuela de
Mujeres de Madrid), cervezas, visitas a amigos, montada en bicicleta, visitas
al cementerio de Madrid, cafés, agua de panelas y aromáticas, reflexiones,
intercambio de libros, caminatas por la montaña, planes de excursión que
no hemos hecho, asistencia a graduación de amigas, etc. Todos fueron
acontecimientos que transcurrieron en tiempos muertos según la lógica de
la productividad académica. Fueron, sin embargo, tiempos vitales colmados
de la apuesta por abrirnos a las posibilidades que surgen en el encuentro
con el otro.

El nivel de la mesura, de los tiempos productivos para la academia durante


los cuales trabajamos específicamente el tema de los bienes comunes
para avanzar en nuestras reflexiones y acciones sobre el tema. En este
nivel hicimos:

Un conversatorio titulado «No más de 20: diálogo intergeneracional con


Arturo Escobar», en el cual se reunieron con ese autor diez jóvenes (la
mayoría de la Asociación Herrera y, entre otros, el editor de este libro,
John Jairo), quienes, con menos de 20 años, ya habían leído gran parte
de la obra de ese autor.
Una conferencia sobre la diversidad económica de Madrid (febrero de
2012) y un audiovisual sobre las alternativas concretas que las organiza-
ciones sociales están planteando para su territorio (febrero de 2013),
ambas en conjunto con el Grupo de Estudio Crítico del Trabajo y las
Organizaciones y Nascencia, instancia cultural dirigida por Ángel Nogueira
y Juanita Sáenz de Santamaría que anima el debate crítico en Bogotá.

Dos talleres de diversidad económica para la Red Popular de Mujeres de


la Sabana (Tocaima, 2012; San Antonio del Tequendama, 2013) animada
por la Corporación Cactus.

Finalmente, dos encuentros transdisciplinares sobre bienes comunes,


base de este texto, que definiremos más adelante y sirven para diseñar
talleres sobre el tema que podrán compartirse con otras organizaciones
de la sabana de Bogotá.

Esta doble dinámica de trabajo en los niveles de exceso y la mesura per-


mitió a quienes somos docentes de la universidad alejarnos de las lógicas
de productividad academicista (puntos para publicaciones, proyectos de
investigación que llenan planes de trabajo, etc.) y a quienes somos parte
de la asociación afirmar la importancia de saber negociar con la academia, 109
así como cuestionar las lógicas instrumentales de movilización de recursos.

Como dijimos, derivamos este texto de dos encuentros transdisciplinares.


Los llamamos encuentros porque, siguiendo a una de nosotras, Diana Pé-
rez, son espacios, momentos y oportunidades para agenciar y fortalecer
compromisos que se mueven en apuestas organizativas desde la amistad, el
acercamiento a otros procesos y formas de ver y entender el mundo, que
consideran historias de vida, en muchos casos, compartidas y, por esto,
formas de relacionarnos particulares, vinculadas con el hacer y el poder
procesar con otros otros lenguajes. En esa medida, los encuentros permiten
resignificar que hay algo que está dispuesto respecto de espacios, tiempos,
insumos, herramientas, decisiones, etc., que se entreteje para facilitar el
quehacer organizativo (Pérez, 2013).

Los denominamos transdisciplinares porque no solo buscan ir más allá de


las fronteras entre las disciplinas (interdisciplinariedad), sino además traspasar
los límites modernos y eurocéntricos que jerarquizan el saber académico
por encima del saber producido por otros actores intelectuales, entre ellos,
los movimientos sociales.
Si bien hemos diseñado colectivamente espacios formativos, esta es nuestra
primera producción escrita conjunta. Para ello, propusimos desde la uni-
versidad un esquema preliminar que fue discutido en los encuentros con
la organización y nutrido con escritura. No creemos que sea la forma ideal,
pero es la que tuvimos a disposición esta vez.

Aunque las reuniones fueron con la Asociación Herrera, somos conscientes


de que alimentamos el trabajo con el pensamiento de otras organizaciones
de la sabana de Bogotá. Lo anterior porque consideramos que el trabajo de
acción y reflexión de la Asociación Herrera siempre se da y potencia en un
constante diálogo entre la escala local y regional con otras organizaciones
de ese territorio. Recordemos que las organizaciones sociales son también
sus relaciones y los vínculos que llegan a fortalecer desde lo ideológico,
político, creativo y cotidiano con otras formas organizativas. En ese sentido,
este trabajo hace eco de las demandas y propuestas de las organizaciones
que participan en el Encuentro Social y Popular Sabana35.

En este ejercicio puntual, más que una novedosa elaboración teórica sobre
los bienes comunes, nos interesó hacer un análisis aplicado de la propuesta
de Gibson- Graham. Queríamos lanzarnos a concretar pedagógicamente
110 las propuestas teóricas de otros mundos posibles. Continuamente leemos
y releemos perspectivas críticas del desarrollo y nos entusiasmamos, pero,
muchas veces, echamos de menos su concreción aquí y ahora, como
diría Gibson-Graham. Queríamos entonces concretar esa otra sabana de
Bogotá posible hoy, ese maravilloso y maltratado territorio donde vivimos,
trabajamos, estudiamos y soñamos. Por eso optamos por un ejercicio de
análisis aplicado.

Por último, tenemos que precisar que nuestros encuentros transdisciplinares


estuvieron orientados por un horizonte de sensibilidad política compartido,
pero no exento de silencios, distanciamientos, fracasos. Algunas veces,
desde la academia romantizamos el vínculo con la organización, otras veces
nos invadió la impaciencia por su dificultad para ver la potencia de sus ac-
ciones. Por parte de la Asociación Herrera, nuestra relación con la academia
ha significado el fortalecimiento reflexivo sobre las acciones que realizamos,

35 Es un proceso de articulación regional que desde 2008 ha venido convocando a diversas orga-
nizaciones de todos los sectores sociales de Bogotá y la sabana para construir un movimiento
social que responda a las necesidades de los habitantes de este territorio y cuya reflexión y debate
ha tomado los siguientes ejes temáticos: educación, trabajo, militarización y derechos humanos,
territorio, ambiente y soberanía alimentaria.
pero, a la vez, ha implicado unas negociaciones desafiantes para posicionar
a las organizaciones sociales también como productoras de conocimiento.
En tal sentido, la relación con la academia la asumimos recíprocamente,
desde la necesidad de que el movimiento social aporte y se reconozca en
la academia y que la academia se reconozca y aporte al movimiento social.
Veamos ahora desde dónde hablamos.

3.3 Sabana de Bogotá, territorio empobrecido por


el desarrollo

Convencionalmente, cuando se narra la historia de Madrid se suele seguir


el relato eurocéntrico de dos periodos: uno tradicional y otro moderno.
Durante el primero, se inscribe el periodo premuisca o periodo Herrera36
como el primer momento de asentamiento humano en la altiplanicie cundi-
boyacense, caracterizado por el trabajo agrícola y la cerámica, razón por la
cual se denomina a la población agroalfarera. También, dentro del periodo
tradicional, se refiere el periodo de los muiscas, quienes lo habitaron ocu-
pando además casi tres de los actuales departamentos del país: Cundina-
marca, Boyacá y Santander. Los relatos de la Conquista y Colonia incluyen las
111
típicas referencias al «descubrimiento» de un territorio «vacío», la fundación
basada en el orden europeo ya conocido (y condensado en los nombres
que recibe la población)37 y la institución de la Encomienda. En este relato
lineal y eurocéntrico, el gran salto hacia el periodo moderno lo simboliza su
tendencia al desarrollo agroindustrial y a la metropolización materializada en
lógica de la modernización urbana.

Ahora bien, antes de pasar a exponer los rasgos desarrollistas que carac-
terizan a Madrid en la actualidad, nos interesa problematizar este relato.
Entendemos que Madrid más que un municipio es un territorio. Cuando
hablamos de territorio estamos frente a una mirada histórica más compleja
y capaz de contemplar los diferentes procesos socioculturales implicados
en la construcción de un espacio-tiempo que debemos ver no como algo

36 Según nos cuentan, en la lógica colonial de la academia el nombre Herrera responde al apellido
de la persona de la ciencia (no sabemos si hombre o mujer) que «descubrió» la cerámica del
periodo ancestral de la población agroalfarera que fue absorbida o desplazada por la población
muisca.
37 Tibaitatá era el nombre originario durante el periodo prehispánico. Luego, Sagasuca durante la
Colonia y, posteriormente, Serrezuela en referencia a la sierra española que recordaba los cerros
del territorio y Madrid por Pedro Fernández Madrid, escritor de la Cuba colonial, quien murió en
este lugar.
estático, sino en constante transformación de acuerdo con las maneras como
es concebido y habitado. Madrid es un municipio de Cundinamarca, pero,
en una mirada más compleja, es parte del territorio de la sabana de Bogotá.
Subrayamos ambas escalas de análisis, local y regional, porque considera-
mos que las dinámicas culturales y económicas de Madrid corresponden
a las relaciones sociales específicas que se tejen en el espacio geográfico
de la sabana de Bogotá. En otras palabras, no vemos a Madrid como un
municipio aislado, sino como parte del extenso y complejo territorio de la
sabana de Bogotá, hoy dividido administrativamente en municipios, pero
ancestralmente parte de una misma unidad territorial interconectada y en
equilibrio orgánico.

En ese sentido, también tenemos que complejizar la mirada del periodo


muisca. El inmenso territorio muisca no existió solamente respecto de una
delimitación geográfica espacial, sino que tuvo una concepción cosmoló-
gica propia del lugar (Encuentro Social y Popular Sabana, 2008) que fue
violentamente fragmentada por los procesos de conquista y colonización.
Su alcance cobijó lo que hoy conocemos como sabana de Bogotá.

Según los análisis que hemos derivado en interconexiones con otros colec-
112 tivos de la región, sabemos que, desde la Colonia hasta ya entrado el siglo
XXI, la historia de la sabana de Bogotá ha tenido una relación profunda con
la historia de Bogotá. Este vínculo ha configurado a la región de una manera
particular. A diferencia de otros municipios del departamento de Cundina-
marca, los que conforman esa región se caracterizan por la citada tendencia
hacia la metropolización. Por esa razón, las zonas rurales y asimismo la po-
blación campesina han sufrido un proceso de borramiento en el imaginario
social. Al estar más cerca de la capital, estos pueblos sabaneros delimitan
su espacio en la conexión de la ciudad con las zonas urbanas y se genera
un gran desconocimiento del papel del campo.

Apuntamos estos argumentos porque, junto a muchas organizaciones locales


que integran el Encuentro Social y Popular Sabana y otras organizaciones
regionales, nos interesa conocer y recuperar a la sabana de Bogotá como
referente de territorio regional compartido que nos permita estratégicamente
tejer una memoria colectiva y una práctica de resistencia concreta.

Con esta mirada más compleja del territorio, expondremos seis rasgos de-
sarrollistas que se observan a escala local en Madrid, pero también a escala
regional.
Durante los últimos cuarenta años se instalaron cultivos industriales de flores
destinados a la exportación, lo cual generó un grave deterioro ambiental,
una reducción del abanico de prácticas económicas y unas condiciones
laborales precarias que, muchas veces, no cubren los derechos laborales
mínimos (pensión, salud, cesantías, etc.) y deterioran gravemente la salud de
sus trabajadores, en su mayoría, mujeres. De hecho, eso ha generado que el
sector obrero se organice en sindicatos y que organizaciones sociales y ONG
se interesen y solidaricen con el sector a través de procesos de investigación,
campañas de denuncia municipal, nacional e internacional y asesorías jurídi-
cas, entre otras acciones. Con ello se han visibilizado las consecuencias y la
magnitud del proceso de empobrecimiento que ha generado la floricultura
al posicionarse en la sabana como un renglón fundamental del desarrollo a
partir de un modelo agroexportador.

Se considera que estos municipios «marginales» deben ser asimilados a


Bogotá, concebida como ciudad-región y convertir su suelo en una zona
franca, un puerto seco, una gran bodega para almacenar productos impor-
tados. Bajo este razonamiento se han instalado en la sabana de Bogotá un
sin número de industrias, parques industriales, bodegas, entidades financie-
ras, restaurante de comida rápida, etc. Destinar el suelo a este uso aumenta
considerablemente la congestión hasta el punto de que casi se duplicó el 113
tiempo de viaje de Madrid a Bogotá (dos horas y media). Así, el desarrollo
regional desconcentrado pretende supuestamente descongestionar Bogotá,
aliviando su densidad poblacional, sus actividades económicas y financieras
y convirtiendo a los municipios aledaños a la capital del país en pequeñas
ciudades capaces de «ofrecer» productos y servicios a los municipios de
Cundinamarca más alejados de Bogotá y menos «desarrollados».

Siguiendo la lógica de la metropolización antes mencionada, se espera


construir en la sabana suburbios lujosos y casa quintas para la clase empre-
sarial. La administración política local promueve estas construcciones bajo el
argumento de que garantizarán diferentes empleos, entre ellos, puestos de
trabajo a las mujeres de la zona como empleadas domésticas. Esta situación,
sin embargo, intensificará el trabajo precario e informal, así como la inestabili-
dad laboral de las mujeres, pues, generalmente, son contratadas por medio
de temporales o cooperativas de trabajo asociado que difícilmente respetan
los derechos laborales.

Su laguna sagrada está siendo socavada por la minería industrial. La laguna


La Herrera, que actualmente colinda con Funza, Mosquera, Madrid y Bojacá,
era la más grande de la sabana de Bogotá. La riqueza de su vegetación ha
asegurado la existencia de al menos cuarenta y cinco especies de aves,
varias nativas, entre ellas la Tingua bogotana, única en el mundo y que está
en peligro de extinción (Rosselli, 2011). También es posible que, alrededor
de la laguna, repose un cementerio indígena; en uno de los recorridos que
hicimos por el territorio en compañía del indígena muisca Augusto Tyuasusa
Malaver, supimos por el cuidandero de una finca cercana que se encontraron
restos de indígenas en posición vertical (de pie), así como algunas pinturas
y rocas. A pesar de esta riqueza de biodiversidad y «ancestralidad», tal y
como explica Jorge Escobar (2011), hoy varias compañías están explotando
las montañas aledañas a la laguna: Asogas GLP (planta de almacenamiento y
envasado de gas licuado de petróleo), Cantera y Escombrera San Fernando
Ltda., Cantera Montanel, Doble A Ingeniería Ltda. (planta de asfalto), Centrasa,
IncoAsfaltos S. A. (materiales asfálticos utilizados en el sector de infraestruc-
tura vial) entre otras (Escobar, 2011). La acogida de esta dinámica productiva
es reforzada con la declaración por parte del gobierno local del municipio
de Mosquera de los alrededores de la laguna como zona industrial. Este
panorama desolador muestra un proyecto desarrollista de un extractivismo
sin límites y cuya dinámica indolente con el lugar arrasa con montañas com-
pletas, pasa por encima de la memoria ancestral y pone en riesgo un gran
114 hallazgo arqueológico.

Hay un aeropuerto militar y se espera que sea instalada allí una base militar.
Tal condición acentuaría la militarización del territorio. Tras la excusa del
mantenimiento de la «seguridad nacional y la lucha por el narcotráfico», se
configura el espacio geográfico para consolidar gradualmente el control y
la represión estatal y se aseguraría la presencia permanente del Ejército en
todas las cabeceras municipales. En un plano cotidiano, la militarización del
territorio traerá consigo el reforzamiento de prácticas de conquista patriar-
cal por parte de los miembros del ejército, aumento de los embarazos de
jóvenes y los índices de prostitución. En definitiva, en Madrid, pero también
en el resto de la sabana, se consolidará un proyecto de control social no
solo de los territorios, sino de las vidas de sus habitantes.

Desde hace siete años hay toque de queda para jóvenes y, de manera cíclica,
se practica la llamada limpieza social de aquellos jóvenes que adoptan formas
de vida consideradas inmorales o que no cumplen con la normativa social.
Escuchar rock, llevar cabello largo, fumar marihuana se considera sinónimo de
delincuencia, ser parte de la diversidad sexual se estima como algo antinatura;
tener un pensamiento crítico es visto como algo peligroso. En consecuencia,
sobre esta población se ejercen prácticas ilegales e ilegítimas que involucran
persecución, golpizas y asesinato selectivo.

Ante esta grave y dolorosa situación, en el territorio han proliferado diferen-


tes organizaciones (de sindicalistas, jóvenes, mujeres, artísticas, animalistas,
ambientalistas), entre ellas, la que veremos a continuación.

3.4 La Asociación Herrera, visión intergeneracional


del territorio

La Asociación Herrera nace en 2009 de la iniciativa de un grupo de jóve-


nes, algunas hijas de trabajadoras de cultivos de flores y otros que, por falta
de alternativas laborales, se ven forzados a incursionar en el trabajo de la
agroindustria floricultora.

Compartimos la sencilla pero contundente convicción de querer una vida para


nuestro territorio con opciones distintas a las de trabajar en estas agroindus-
trias. Pretendemos generar investigación social para construir un pensamiento
crítico desde el territorio y para el territorio; también buscamos entablar un
115
diálogo de saberes, creación y producción de prácticas educativas y artísticas
así como fortalecer una pedagogía de la memoria.

La idea de autodenominarnos a partir del nombre Herrera, surge de la


preocupación por entender el territorio que habitamos. Herrera, como
dijimos antes, alude al periodo pre-muisca de asentamiento agroalfarero de
la altiplanicie cundiboyacense donde está [la] Sabana de Bogotá. Con este
nombre buscamos hacer un reconocimiento a la historia prehispánica y sus
comunidades, formas de subsistencia y organización (Carta de presentación
de la organización).

La Asociación Herrera tiene tres campos de acción:

Memoria y territorio: este campo asume la memoria como un proceso social


de construcción de significados desde el pasado, para el presente, con una
perspectiva de futuro y necesariamente atada al territorio. Desde este campo
impulsamos el proyecto Encuentros de memoria con colectivos de jóvenes,
espacio donde coinciden distintos colectivos (Contracultura, Redada y Ban-
dera Rojinegra) y desde donde hemos asumido las acciones contraculturales
como una alternativa para incentivar diálogos intergeneracionales, espacio
de incidencia política y con la urgente apuesta por explorar las expresiones
artísticas como vía de escape a la presión reinante y un ámbito de construc-
ción de identidad en relación con el territorio.

Educación en derechos humanos : este campo busca posicionar el lugar


de lo educativo desde los derechos humanos entendidos como producto
de luchas sociales y, por tanto, una herramienta política de resistencia
de los procesos sociales y culturales. Los consideramos una base fun-
damental para consolidar un movimiento social en la sabana de Bogotá
desde una construcción colectiva del respeto por la vida y la dignidad
humana. Desde este campo, impulsamos la Escuela de Mujeres donde
participan mujeres trabajadoras y extrabajadoras de empresas de flores
en que combinamos la formación política, las prácticas de agroecología
y alfabetización en TIC.

Artes: desde una perspectiva interdisciplinar de las artes, se promueve la


formación y producción artística y cultural como una forma de denuncia
social, producción de conocimiento diferente del escritural y creación de
pensamiento crítico. Nuestro interés es llenar de contenido y trasfondo
político las prácticas artísticas teniendo en cuenta el contexto donde vi-
116 vimos, así como significar el arte como herramienta pedagógica que logra
articularse con la investigación social. Especialmente en el cine hallamos un
lenguaje transversal, una forma de incidir en lo cotidiano que va más allá
de la relación y construcción del momento para transformarse en vínculos
tanto con otros procesos organizativos, como con lo cotidiano del territorio.
Hacemos parte de espacios de participación ciudadana, como el Consejo
de Cultura de Madrid, donde representamos a las organizaciones cultura-
les y adelantamos un proceso de exigibilidad y respeto por los derechos
laborales de los artistas. En este campo, con un grupo de estudio sobre el
cuerpo, impulsamos el proyecto Fototerapia el cual consiste en generar a
través de la fotografía una relación de sanación en el aquí y el ahora.

En este momento, la asociación es parte del movimiento de la sabana de


Bogotá articulado en el Encuentro Social y Popular Sabana, antes mencio-
nado. En este participan diversas organizaciones, muchas de ellas articu-
ladas en redes y a las que también pertenecemos. Destacamos dos de
ellas. La Red Popular de Mujeres de la Sabana es un proceso formativo de
diferentes organizaciones de mujeres de la sabana norte y occidente de
Cundinamarca, con las cuales tenemos apuestas conjuntas que van en tres
vías: la movilización y visibilización de las mujeres en fechas emblemáticas,
la formación y constante cualificación de las mujeres y la construcción
de procesos de economía alternativa alrededor de la propuesta política
de soberanía alimentaria. Por otro lado, la Red de Soberanía Alimentaria
Raíces de la Sabana es un proceso que reúne diferentes personas y orga-
nizaciones que hemos venido pensando el derecho a la alimentación y el
problema de la tierra en la región y cuyos ejes de trabajo son la formación,
la incidencia social y política, así como las prácticas de producción, distri-
bución y comercialización de alimentos sanos que siembran los procesos
articulados a la red.

Entendemos con María Fernanda Ramírez que nuestra lucha parte del reco-
nocimiento de diversos sistemas de opresión. Centramos nuestras acciones
en torno a la lucha contra el patriarcado, adultocentrismo y capitalismo; muy
especialmente nos interesa la contradicción entre capital y trabajo. Nuestras
apuestas están atravesadas transversalmente por la relación arte-política
como aspecto que potencia nuestras acciones en los distintos campos.
En este sentido, concebimos que el arte es político en la medida que es
capaz de representar lo que encuentra en un contexto determinado y
reconfigurar un espacio material y simbólico. En esa intersección es donde
vemos que convergen el arte y lo político (Ramírez, 2011).
117
Finalmente, ubicamos nuestro trabajo en una perspectiva intergeneracional,
ya que reconocemos y aprendemos de las generaciones pasadas, como
lo muestra nuestro interés por comprender la historia de las comunidades
ancestrales de nuestro territorio y cómo estas les pueden aportar a nuestras
generaciones y a las futuras. El diálogo de saberes entre generaciones es
un sello de nuestro trabajo que nos ha permitido el reconocimiento de
otros desde su lugar en la historia. De ahí que el aspecto intergeneracio-
nal se haya convertido en un detonante del trabajo que hacemos, como
reconocernos hijos de trabajadores de flores y, a la vez, trabajar en la
organización con ellos.

3.5 Acciones colectivas de la Asociación Herrera


en torno a bienes comunes en la sabana de
Bogotá

Veamos específicamente las acciones colectivas de la Asociación Herrera


en torno a bienes comunes de su territorio. Para ello, seguiremos la pro-
puesta de Gibson-Graham, Cameron y Healy haciendo algunas variaciones
que responden al contexto de estudio, pero conservando los criterios
concernientes a proteger, recuperar, ampliar y crear bienes comunes38.

• Resistir el cercamiento (proteger)


üü Proteger espacios abiertos y accesibles en áreas rurales y ur-
banas (caminatas)
üü Proteger las bases de lo común (mingas)
üü Proteger genes no humanos (intercambio de semillas nativas)
• Comunalizar la propiedad privada (reclamar)
üü Colectivizar una casa privada (casa abierta a la comunidad)
üü Comunalizar espacios privados abandonados (cinema)
üü Comunalizar objetos privados abandonados (centro comuni-
tario de cómputo)
• Comunalizar aspectos de la propiedad privada (ampliar)
üü Tallar áreas de conservación en propiedad privada (huertas
caseras)
üü Uso temporal de la propiedad privada (jardín de flores)
118
• Crear nuevos bienes comunes (crear)
üü Comunalizar recursos espirituales e intelectuales (encuentro con
indígenas y campesinos)
üü Comunalizar recursos natuales (festivales, musicales, represen-
taciones, teatro)

Primero, la Asociación Herrera protege los bienes comunes con tres tipos
de acciones colectivas en torno a la propiedad colectiva:

Organizar caminatas por los cerros del municipio que llevan a la laguna. Así
intentan proteger el acceso abierto a las montañas y laguna sagradas que
intentan cercar las urbanizaciones privadas lujosas o los sembradíos privados
en la falda de la montaña.

38 Además de añadir lugares como elemento base de un bien común (aparte de objetos, conoci-
mientos o prácticas), proponemos las siguientes variaciones a su clasificación: nos referimos a la
protección de genes no humanos (y no solo humanos), objetos abandonados en el reclamo de
bienes comunes (y no solo espacios), ampliación de bienes comunes agregados a la «comuna-
lización» de aspectos de la propiedad privada y de la propiedad pública. Finalmente, añadimos
aportes espirituales en la creación de bienes comunes (a los intelectuales y culturales).
Celebrar mingas, práctica ancestral indígena que consiste en un trabajo comu-
nitario que incluye intercambio de elementos tanto materiales como culturales,
incluido el aspecto festivo. Su potencia es precisamente que constituye la
base de lo común.

Finalmente, la Asociación Herrera protege los bienes comunes al participar en


el intercambio de semillas nativas con otras organizaciones de la sabana de
Bogotá y organizaciones campesinas e indígenas del país, lo cual contribuye
a proteger el acceso libre a y el disfrute de los genes de plantas (genes no
humanos).

Segundo, la asociación reclama bienes comunes al comunalizar la propiedad


privada mediante tres tipos de acciones colectivas:

Al colectivizar la vivienda privada con su empeño en tener una casa abierta


a la comunidad. Desde hace cinco años, la Asociación Herrera ha procura-
do tener diferentes espacios donde desarrollar su trabajo. La primera casa
la tuvimos a partir de la necesidad de un espacio para realizar las asesorías
jurídicas gratuitas a trabajadores de empresas de flores; este espacio nos abrió
muchas puertas, empezamos a programar actividades, pensarnos procesos
de formación a largo plazo, generar encuentros con la comunidad, etc. El 119
espacio que tenemos actualmente es nuestra tercera casa y decidimos to-
marla en arriendo porque tenía características específicas: tiene un solar para
las huertas caseras; es grande para organizar el espacio de tal manera que
cuando la comunidad se acerca encuentra lugares que convocan a trabajar,
estudiar, leer, discutir, pintar, ensayar música, ensayar teatro; es un espacio
que invita al diseño y desarrollo de diferentes prácticas pedagógicas (talleres,
grupos de discusión, etc.); finalmente, está ubicada en un lugar donde nos
sentimos con comodidad y cuya estética y diseño tiene relación cercana con
el territorio y la memoria histórica del municipio (está frente a las montañas).
Esta experiencia de colectivización de la propiedad privada sin duda nos ha
fortalecido como organización y ha permitido tener un diálogo más cons-
tante con las organizaciones cercanas, nuestras familias y amigos. La sede es
conocida y acogida por quienes conocen el proceso y han estado cerca y
se han solidarizado de diferentes formas; de hecho, este espacio es tomado
en conjunto con la Corporación Cactus39.

39 Asimismo, la Corporación Cactus ha fortalecido diversos procesos organizativos de jóvenes en la


sabana de Bogotá con los cuales hemos entablado relaciones muy cercanas en trabajos formativos
desde el punto de vista de la política y la amistad.
En el andar conjunto con artistas del municipio, quienes hoy integramos la
Asociación Herrera, antes de nuestra conformación, hicimos parte de la
Corporación Cultural Exosto. Allí realizamos trabajos comunitarios desde el
lenguaje cinematográfico durante tres años; tiempo de incidencia política
y artística que, mediante la proyección cinematográfica y la formación de
públicos, buscaba incentivar un lenguaje sensible que permitiera recoger las
reflexiones que nos generaban los diferentes géneros cinematográficos y su
relación con la vida cotidiana del municipio y la sabana. Buscábamos po-
tenciar desde este lenguaje la formación política, consciente y crítica para la
construcción conjunta del territorio. Uno de los resultados de estos procesos
fue la comunalización de un espacio abandonado, de propiedad privada, el
único cine del municipio: Teatro Cubillos40. El único lugar dedicado al arte,
además de la Casa de la Cultura. Funcionó como cineclub y teatro. Hoy, por
falta de recursos y voluntad política, está en riesgo de ser transformado en
un centro comercial.

La asociación reclama bienes comunes al comunalizar objetos abandonados.


En 2012 iniciamos el proyecto Apropiación creativa de las TIC: una experien-
cia con la Escuela de Mujeres de Madrid, Cundinamarca en convenio con
la Pontificia Universidad Javeriana. Para facilitar el proceso de alfabetización
120 digital con las mujeres adultas de la escuela, acordamos con esa institución
«apropiarnos» de 15 computadores «desechados» por la Universidad tras
renovar sus equipos. Con la mayoría de estos computadores, la Asociación
Herrera creó un centro comunitario de cómputo para que las mujeres pudieran
tener un acceso constante y gratuito a las TIC; otros computadores fueron
repartidos entre las casas de las mujeres que carecían de equipos de modo
que pudieran practicar constantemente.

La Asociación Herrera amplía los bienes comunes actuando sobre algu-


nos aspectos comunes de la propiedad privada mediante dos tipos de
acciones:

40 El Teatro Cubillos fue construido en la segunda mitad del siglo XX por don Manuel Cubillos, habi-
tante de Madrid amante del cine que lo construyó cuando se ganó la lotería. Allí se presentaba
cine mexicano y publicidad local, entre otras películas que iban llegando al centro del país.
Cuando don Manuel murió, el teatro estuvo abandonado y luego se convirtió en un parqueadero
de carros. Entre 2006 y 2007 fue reconstruido y tomado en arriendo por la Corporación Cultural
Exosto para realizar festivales y obras de teatro, cineclubes y para montar un café. Este proceso
de reconstrucción entre esa corporación y varias personas del municipio que voluntariamente iban
a ayudar, permitió rescatar no solo la estructura física del espacio, sino también la memoria y los
significados que se tejen alrededor de un lugar como el teatro, y recobrar la importancia de un
lugar para el arte y la cultura dentro del municipio.
Busca tallar, moldear áreas de conservación ubicadas en propiedad privada
al instalar y mantener huertas caseras. En la sede de nuestra organización,
contamos con una huerta para el autoconsumo de alimentos orgánicos
y para la venta a pequeña escala. Pero, además, instalamos huertas en las
casas (privadas) de las extrabajadoras de los cultivos de flores, con lo
que se conservan los saberes campesinos de cultivo y la riqueza de la
propia tierra de Madrid. Esta práctica busca que poco a poco vayamos
apropiándonos de la alimentación autóctona del territorio y, con esto,
también entendamos el sentido de la agricultura urbana como práctica
de resistencia.

La organización amplía los bienes comunes mediante el uso temporal de


la propiedad privada con la instalación y el mantenimiento de jardines
y huertas en espacios privados subutilizados. En el primer caso, doña
Odilia Torres, miembro de la Escuela de Mujeres y madre de una de las
integrantes de la Asociación Herrera, hizo una siembra de flores en un
espacio comunal, creó un jardín de todos y de nadie para embellecer y
cuidar un espacio privado abandonado. En el segundo caso, un amigo
de la Asociación, Mateo-Mateo, rompió un pedazo de asfalto de un
andén subutilizado que bordea su casa (propiedad pública) para sem-
brar allí hortalizas y plantas que conservan la humedad, con lo cual logra 121
recuperar un poco de tierra para revitalizarla y producir alimentos para
sí, su familia y amigos.

Finalmente, la asociación crea nuevos bienes comunes a través de dos tipos


de acciones dirigidas a colectivizar la propiedad:

Participar en intercambios de experiencias con organizaciones indígenas y


campesinas del país en que se comunalizan saberes intelectuales que son,
al mismo tiempo, espirituales. Por ejemplo, tres mujeres extrabajadoras de
empresas de flores de la Escuela de Mujeres en la Asociación, Amelia Ortiz,
Blanca Nelly Guevara y Ana Zoraid Veloza, participaron en el encuentro bi-
anual de intercambio de semillas, Pueblos y Semillas, realizado en La Vega,
departamento del Cauca, donde se reúnen decenas de experiencias de todo
el país que están trabajando en la recuperación de semillas y alimentos au-
tóctonos e intercambian recetas de cocina local y experiencias organizativas.
También, junto con Gloria Rodríguez, ellas participaron en el intercambio de
experiencias con el Movimiento del Centro-Oriente, que tiene su asidero en
las organizaciones sociales llaneras del departamento Arauca y sus iniciativas
de proyectos económicos alternativos.
La organización crea bienes comunes mediante el impulso de espacios don-
de se comunalizan saberes artísticos. Estos saberes se construyen desde la
necesidad de adoptar lenguajes más directos y contundentes que ayudan a
construir un pensamiento crítico de espectadores y creadores. Estos saberes
se comunalizan en espacios formales (cineclub, grupo de teatro, grupo de
audiovisual, grupo de música), así como en espacios informales (conciertos,
marchas, eventos y fiestas), en que se comparten los saberes artísticos de la
Asociación y otros colectivos de Madrid y la sabana de Bogotá.

Algunas de estas acciones colectivas en torno a bienes comunes son puntua-


les y otras más duraderas. Su incidencia en la propiedad puede ser incipiente,
sólida o, incluso, puede haberse disipado no sin antes ser tomadas por
otras organizaciones y haber dado paso a nuevas prácticas económicas con
respecto a la propiedad. Asimismo, el impacto de estas acciones colectivas
es variable. Casi siempre, son construidas con otros actores colectivos de
la sabana de Bogotá y compartidas con ellos. En cualquier caso, tenemos la
convicción de que es alto su potencial para nutrir una lectura posdesarrollista
y pacifista del territorio.

122 3.6 La sabana de Bogotá posdesarrollista y


pacífica: plan de vida para el territorio

Como vimos al inicio del capítulo, los actuales proyectos desarrollistas para
la región están pensados no desde los municipios como territorios con sus
necesidades específicas, sino desde la «regionalización entendida como las
acciones de reconfiguración espacial que el mercado a nivel mundial deman-
da. En últimas, las regiones no las construyen las personas sino el mercado»
(García, 2011, p. 10). Bajo esa mirada predomina la fragmentación del territorio.

Como contrapeso a esta perspectiva, desde el Movimiento Social y Popular


Sabana proponemos alternativas al desarrollo que implican una visión inter-
conectada del territorio. En este sentido, también concebimos el territorio
como un conjunto de resistencias interconectadas frente a la fragmentación
desarrollista que pretende expandirse hacia toda Cundinamarca y la región
central del país (que incluye Boyacá, Meta y Tolima). ¿Cómo nombrar ese
proyecto de interconexión?

Por la cercanía que hemos tenido con las comunidades ancestrales (indíge-
nas) de nuestro país, conocimos su propuesta sobre los Planes de vida: una
alternativa a los proyectos desarrollistas guidada por un horizonte de paz.
Son proyectos a largo plazo mediante los cuales la comunidad en su conjunto
acuerda y proyecta cómo quiere vivir, a cuáles formas de organización dará
privilegio, cómo proteger sus prácticas ancestrales, cuáles son los proyectos
económicos por adelantar o mantener, qué tipos de lineamientos guiarán
sus proyectos educativos, cuáles son sus principales luchas y los planes para
llevarlas a cabo. Son equivalentes al complejo concepto buen vivir de los
pueblos originarios andinos.

Los Planes de vida se han constituido en un primordial aprendizaje, pero


también en un reto que tenemos a corto, mediano y largo plazo como
organización y como organización que es parte del Movimiento Social y
Popular Sabana. De ahí nuestra apuesta por construir un plan de vida para
la sabana de Bogotá como alternativa a los proyectos desarrollistas. Más
que una conceptualización de ese plan, por ahora, queremos ofrecer una
imagen con algunos aspectos claves que articularían las acciones colectivas
dirigidas a construir dicho plan. Estos aspectos no son exclusivos de esta
organización, sino que han sido derivados del trabajo conjunto con todas
las organizaciones de este movimiento.

123
Para derivar estos aspectos claves, nos guiamos por principios de vida, soña-
mos con un mundo sin injusticia, sin patriarcado, sin capitalismo, sin racismo,
sin adulto-centrismo, sin heteronormatividad, sin daño a la naturaleza. Las
acciones colectivas que podemos hacer para transformar estos sistemas
de opresión son múltiples y diversas, la potencialidad de estas acciones no
está garantizada, pero nuestro entusiasmo sí. La iniciativa tiene que surgir en
el aquí y el ahora. Manifestaciones públicas, ferias agroecológicas que res-
catan las semillas y alimentos nativos, proyectos de comunicación popular,
procesos de formación política de mujeres y jóvenes, recorridos por los
territorios, denuncia de violencias de género, muestras artísticas, creaciones
colectivas son solo algunas acciones, entre muchas otras. Es un camino largo,
con dificultades y, como todo en la vida, con muchas luchas pero también
con muchas satisfacciones; a decir verdad, son más estas últimas las que se
convierten en esperanza.

Nuestras reivindicaciones buscan conectarse con los tambores ancestrales


que hicieron de la sabana un lugar de fuertes habitantes que podían dialogar
con las dinámicas del territorio; no sobreexaltamos ese pasado con melan-
colía, pero sí esa capacidad de adaptarse a los lugares y no depredarlos
como sucede hoy. Quizá lo que más reivindicamos es esa necesidad de
124 restablecer una relación ser humano-naturaleza distinta y necesaria, respetuo-
sa y equilibrada. Esa será una de nuestras principales luchas, y el vehículo es
y será organizarnos con nuestras familias, amigos, vecinos e ir construyendo
un movimiento social en la sabana de Bogotá que se caracterice por las
prácticas y sueños de la defensa el territorio. Por eso iremos hasta donde
los sueños nos lleven.

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Parte III
Juan David Gómez-Quintero
J. Agustín Franco Mar tínez
129

4.1 Introducción

El hombre rico que se convierte en filántropo ha ro-


bado antes dos veces, primero robó la riqueza de las
gentes y después sus corazones.
Edvard Munch

Este capítulo, en primer lugar, analiza la existencia de una agenda oculta de


la cooperación al desarrollo como un conjunto de procedimientos latentes
para instaurar un grupo de cambios sociales de las llamadas sociedades
tradicionales según los parámetros de la racionalidad económica capita-
lista. En segundo lugar, aporta argumentos a partir del análisis crítico de la
cooperación al desarrollo en América Latina con minorías étnicas que son
receptoras de la cooperación española al desarrollo. La transmisión de la
agenda oculta no corresponde a ningún tipo de intencionalidad explícita por
parte de los actores de la cooperación, sino a la naturalización de la lógica
occidental-liberal como la única forma posible de cambio social adecuado
a la globalización. En tercer lugar, aborda la agenda oculta de la cooperación
al desarrollo, y desvela que existen procesos subyacentes de cooperación
que son, en muchas ocasiones, un subproducto de la racionalidad capitalista
y de las consiguientes relaciones laborales desiguales. En cuarto lugar, estudia
la existencia de una agenda implícita de la cooperación que transmite un
conjunto de prácticas y normas que giran en torno a la cosmovisión moderna
capitalista. Se trata de un conjunto de temas y objetivos prioritarios para los
actores que asumen la tarea de cooperar con otros para lograr el «desarrollo».

El concepto de agenda oculta permite aportar luces sobre las intenciones y


objetivos latentes de la cooperación al desarrollo tanto desde una perspec-
tiva sociológica como económica. Desde la sociología, autores como Sachs
(1996, p. 3) afirman que la «agenda secreta del desarrollo no era otra cosa
que la occidentalización del mundo». Otros trabajos que han explorado las
intenciones ocultas de las acciones sociales son, por ejemplo, los de Illich
(1974) sobre el currículo oculto o la teoría de las funciones latentes de
Merton (1964). Desde la economía, D’economia crítica Taifa et al. (2011)
se refieren a la economía furtiva como ese lado oculto que da flexibilidad y
sostén al sistema capitalista. Mientras que Federici (2010) desvela el proceso
histórico por el cual se produjo la transición desde el feudalismo al capitalis-
130 mo. Y Ramos (2006) describe las características de la «deuda ilegítima» para
visibilizar el empobrecimiento y expolio de los recursos naturales de países
del Sur por parte de las empresas y Gobiernos del Norte (adalides de la
cooperación al desarrollo). Todas estas aportaciones dan cuenta de una di-
mensión invisible en la transformación o en el mantenimiento del orden social.

En no pocas ocasiones, las organizaciones no gubernamentales o multilate-


rales especializadas en desarrollo «aterrizan» en regiones rurales y selváticas
del hemisferio sur y ejecutan prácticas sociales, económicas y culturales que
entran en contradicción con las pautas y usos tradicionales de determinados
grupos sociales o étnicos. Estas prácticas dan lugar a un tipo de agenda oculta
que transmite símbolos y acciones no conscientes por parte de representan-
tes de las organizaciones del Norte que se introducen en estos territorios.

La cosmovisión moderna capitalista describe la naturalización de las relaciones


sociales a partir de la concepción liberal de la vida social. De este modo, la
mayor parte de los agentes de la cooperación entiende que la globalización
económica, la racionalización de la vida, el individualismo o la concepción
capitalista del tiempo son valores universales, atemporales e inevitables para
que las sociedades subdesarrolladas se desarrollen. Se equipara la moderni-
zación de las sociedades «tradicionales» con la occidentalización (el triunfo
tácito de la explotación laboral a cambio del estado de bienestar).

La aportación principal de este capítulo consiste en describir los procedi-


mientos utilizados por la cooperación al desarrollo para impulsar la trans-
formación de sociedades tildadas de tradicionales. La agenda oculta no es
ninguna pretensión moral malévola ni elaborada para introducir subrepticia-
mente determinados temas o prácticas de la sociedad occidental, sino que
son aspectos estructurales de la economía capitalista que, por su relevancia,
legitimación y estimación, son transmitidos «naturalmente» a otros sujetos que
no comparten tal cosmovisión.

Las agendas ocultas de la cooperación al desarrollo son un conjunto de


creencias y prácticas latentes transmitidas por parte de los actores de la
cooperación que establecen objetivos y formas de hacer propias de las
sociedades capitalistas. Los siguientes serán los ejes en torno a los cuales se
analiza esta agenda implícita como un proceso intrínseco a la dinámica de
acumulación capitalista: 1) la financiación de los proyectos de desarrollo, 2)
la mercantilización del trabajo solidario y 3) la expansión «alternativa» del es-
píritu capitalista. Estos aspectos pretenden descifrar el conjunto de prácticas
y significados que encierra la estrategia de subvencionar los proyectos de 131
desarrollo en los países «beneficiarios» y apoyar otras iniciativas económicas
«alternativas», como los microcréditos y el comercio justo.

En los epígrafes que siguen, se estudian los procesos ocultos por los cuales
algunos valores y conquistas sociales de las sociedades capitalistas son tras-
plantados a las sociedades del Sur. Esto no significa una exaltación ontológica
del relativismo cultural, sino una identificación de la agresión simbólica de
determinados procesos de promoción del cambio social en las sociedades
periféricas. Algunas conquistas propias de la sociedad civil occidental (que
han costado varias décadas y muchos esfuerzos colectivos, como el asunto
de la igualdad de género o la sensibilización medioambiental), se trasladan
repentina, mecánica y descontextualizadamente a los proyectos de desarrollo
en pueblos del Sur (Gómez-Quintero y Franco, 2011, 2012).

Tales conquistas sociales son el resultado de procesos históricos que pueden


ser localizados en un tiempo (siglo XX), en un espacio (las democracias oc-
cidentales) y en unos actores (movimientos obreros, sindicatos, movimientos
sociales, partidos políticos, entre otros). Esta localización cuestiona la supuesta
universalidad y atemporalidad con la que determinadas causas llegan a los
países periféricos acompañados de una elevada exigencia de inmediatez,
diligencia y legitimidad en su incorporación en la agenda del desarrollo.

La dimensión manifiesta o explícita de las agendas aparece en los progra-


mas y proyectos de desarrollo a través de los cuales se busca transformar
determinadas situaciones discriminatorias, excluyentes o violatorias de los
derechos humanos en las sociedades periféricas. Por su parte, la dimensión
latente o implícita de las agendas de la cooperación, a través de determinadas
prácticas y procedimientos, entra en flagrantes contradicciones con algunos
de los objetivos y principios que motivan la defensa de tales conquistas. En
definitiva, un reflejo de la hipocresía moral del capitalismo.

4.2 Los enfoques críticos sobre la cooperación al


desarrollo

Desde hace varias décadas son muchas y variadas las corrientes teóricas que
han sometido a juicio las políticas de cooperación al desarrollo implementadas
en la segunda mitad del siglo XX. La teoría de la dependencia o perspectiva
centro-periferia explica la configuración internacional de la división del trabajo
132
(remunerado y no remunerado) a través del impacto del cambio tecnológico
del centro sobre el nivel de explotación laboral en los países periféricos. Este
enfoque, de carácter marxista (no liberal), se contrapone al enfoque liberal.

El modelo liberal de cooperación al desarrollo promueve valores de subor-


dinación y aceptación a las reglas de intercambio comercial y financiación
del desarrollo a los llamados eufemísticamente países menos adelantados.
La lógica capitalista de la cooperación constituye una forma de control y
regulación para los más desfavorecidos. Una forma de ocultar la injusticia
estructural bajo apariencia de bien, de filantropía. Conviene señalar que,
cuando se interroga a las personas pobres sobre su situación, estas describen
claramente la vergüenza, el estigma y la humillación que causa la pobreza
(Narayan, Chambers, Shah y Petesch, 2000, p. 30): «La pobreza es sentir
humillación, tener una sensación de dependencia, verse obligado a aceptar
un trato grosero, insultante e indiferente, cuando uno solicita ayuda».

Navajo (2004) realiza un repaso histórico desde la caridad al estado de


bienestar. Podemos trasladar su reflexión a la cooperación, pudiendo
afirmar que, en gran medida, las políticas de cooperación al desarrollo
son un instrumento de control social, un medio más para reforzar los
intereses de la clase hegemónica global. La cooperación al desarrollo
es realmente una ayuda al desarrollo, tal como se pone en evidencia en
la denominación institucional de una de las principales agencias de la
Organización Europea de Cooperación Económica (OCDE): Comité de
Ayuda al Desarrollo. Esta ayuda al desarrollo es una forma de filantropía,
un moderno mecanismo laico de caridad, basada en la generosidad
paternalista de alguna institución superior (un Estado, una agencia multi-
lateral, una fundación u ONG).

Los trabajos antropológicos de Mauss (1979) pueden aportar algunas nocio-


nes que clarifiquen los significados de la cooperación y la ayuda al desarrollo.
En una de sus conclusiones afirma que

… los dones que no se devuelven siguen transformando en inferior a quien


los aceptó, sobre todo cuando se recibieron sin ánimo de devolverlos […]
la caridad, todavía hoy, es hiriente para quien la acepta, inclinándose todos
los esfuerzos de nuestra moral por suprimir el patronazgo inconsciente e
injurioso del rico «limosnero» (1979, p. 246).

Cuando el don se establece entre agentes potencialmente desiguales se


instituyen unas relaciones de dominación duraderas (el acto de dar más allá 133
de las posibilidades de devolver asigna, a quien recibe, la condición de
dominado, y genera un sentimiento de deuda, y, a quien da, pródigo en
generosidad, la de dominador). El trabajo de Mauss (1979) concluye que el
intercambio de dones tiene efectos esencialmente políticos: crea jerarquías
y, por ende, un orden político.

Subyace en la ayuda (becas, subvenciones, donaciones) la idea de que las


desigualdades son algo natural en la sociedad. No asume la dignidad humana
como un derecho. No asume el problema de la desigualdad de manera es-
tructural. Precisamente, Bayón (2012) puntualiza que, en sociedades como la
mexicana, donde las distancias sociales son enormes, no solo son ampliamente
toleradas por la mayoría de las clases sociales, sino que son vividas diariamente
como «naturales». Además, las protecciones sociales destinadas a los más des-
favorecidos no constituyen derechos sino «ayudas», escasas y de baja calidad,
con lo que los riesgos de fractura social se incrementan y las oportunidades de
pertenecer a una sociedad de iguales se hacen cada vez más lejanas.

Por su parte, Milanovic y Muñoz de Bustillo (2008) señalan que la evidencia


empírica disponible en América Latina sobre el impacto distributivo del
gasto social muestra la paradoja de que frecuentemente los programas uni-
versales con un alto nivel de cobertura (derecho universal) tienen un efecto
redistributivo mayor que aquellos selectivos dirigidos a la población más
desfavorecida (programas asistenciales, ya sean públicos, privados, ya sean
o del tercer sector), pero que suelen carecer de un bajo nivel de cobertura.
De esta naturaleza «selectiva» son también los programas de cooperación al
desarrollo y las iniciativas privadas de responsabilidad empresarial.

Sin embargo, alguien puede argüir que la cooperación presenta un fuerte


componente de acto altruista desinteresado. Tampoco es cierto. La conce-
sión de la ayuda exige una contrapartida, que la persona beneficiada cumpla
una serie de requisitos según el patrón de vida occidental-liberal, ideal al
que nunca podrá acceder. Así, la filantropía de la ayuda al desarrollo es una
especie de control moral. «El apoyo material se convierte en un medio para
combatir el desorden moral» (Navajo, 2004).

Más aún, se han documentado casos como el de Ghana, que intentó im-
poner aranceles a las exportaciones europeas para proteger e impulsar la
economía nacional y, al poco tiempo, tuvo que retirarlos debido a la presión
y amenazas recibidas de perder la ayuda oficial al desarrollo —la mitad del
134 presupuesto del país— (Heilbuth, 2004).

En definitiva, el modelo liberal de cooperación representa un medio de


control y de asegurar la dependencia de aquellos a los que se da asisten-
cia. Se espera que el beneficiario desarrolle un comportamiento adaptado
a las normas y valores de la clase media benefactora, sin tener acceso a la
situación de privilegio del grupo social que le es puesto como referencia.
En cambio, si el sujeto que recibe asistencia sigue una conducta que no
concuerda con el modelo, dejará de recibir ayuda y se tomarán medidas
represivas para reconducir su comportamiento (Navajo, 2004). ¿Por qué no
se penaliza de modo equivalente a los malos ciudadanos ricos? Johnstone
(2003, p. 24), quizá sin quererlo, responde claramente: «… es extremada-
mente difícil recaudar aumentos sustanciales en los impuestos progresivos
(que proporcionalmente recaen más sobre los ricos), sobre todo porque
son fáciles de evadir».

D’economia crítica Taifa et al. (2011) analizan la estrategia del capital distin-
guiendo entre el núcleo duro del capitalismo y el núcleo blando (o economía
furtiva). Ambos interrelacionados. Situando varias zonas en el núcleo blando:
oscura, gris y blanca. La zona oscura comprende la economía ilegal, delictiva
(narcotráfico, prostitución, armas). La zona gris se refiere a esas actividades
entre lo legal y lo ilegal (paraísos fiscales, fraude fiscal, sistema penitenciario).
Y la zona blanca que integra actividades económicas legales, cuyos actores
principales son ONG, movimientos sociales, fundaciones, asociaciones sin
ánimo de lucro, etc. Todos estos agentes cumplen un papel funcional al
sistema capitalista. En la zona blanca de la economía furtiva, se produce la
sustitución de la justicia y los derechos por la caridad, la filantropía, la bene-
volencia. En resumen, el objetivo real, implícito, es la fragmentación social a
través de mecanismos, como la profundización del proceso de privatización
de los servicios públicos. En cambio, el objetivo falso, explícito, es la ayuda
desinteresada y la promoción de los más pobres.

Federici (2010, p. 288) explica con detalle cómo los procesos de domi-
nación capitalista se gestan en el feudalismo a través de la caza de brujas y
las acusaciones de adoración del demonio. Estrategias de dominación que
se aplicaron tanto a las poblaciones del Viejo Continente como del Nuevo
Continente:

La fragmentación social que se produjo no debería ser subestimada. En el


siglo XVIII, la afluencia de oro, plata y otros recursos procedentes de Améri-
ca hacia Europa dio lugar a una nueva división internacional del trabajo que
135
fragmentó al proletariado global […] Las similitudes en el trato que recibieron,
tanto las poblaciones de Europa como de América, son suficientes como
para demostrar la existencia de una misma lógica que rige tanto el desarrollo
del capitalismo como conforma el carácter estructural de las atrocidades
perpetradas en este proceso. La extensión de la caza de brujas a las colonias
americanas constituye un ejemplo notable.

La fragmentación social alcanzó su máximo esplendor en el siglo XX con las


empresas transnacionales y el desarrollo perverso del sistema financiero,
especialmente en las colonias americanas. Ramos (2006) estudia los factores
determinantes de la deuda ilegítima para denunciar el empobrecimiento y
expolio de los recursos naturales del Sur por parte del Norte (que luego
financia proyectos de cooperación al desarrollo y habla de responsabilidad
social corporativa).

Es precisamente ahora, en este momento histórico, que la ciudadanía a través


de movilizaciones sociales —que reflejan un despertar de la conciencia co-
mún de precariedad e indignación— vuelve a reivindicar un fortalecimiento
de las instituciones democráticas que garanticen la justicia económica.
4.3 Interiorización de la racionalidad económica

En esta sección estudiamos los tres ejes principales en los que se articula
la agenda oculta de la cooperación al desarrollo: 1) financiación de los
proyectos de desarrollo, 2) mercantilización de la solidaridad, 3) expan-
sión del capitalismo a iniciativas «alternativas», como el comercio justo o los
microcréditos.

Antes exponemos brevemente un análisis de la noción de solidaridad que


subyace en todo proyecto de cooperación y que posteriormente condi-
ciona la idea de pobreza, según comentamos más arriba. Profundizando en
esta idea latente de solidaridad, que se da por supuesta en los proyectos
de cooperación, podemos describir cuatro modelos básicos (tabla 4.1). El
modelo de la cooperación al desarrollo sería el enfoque seudosolidario más
avanzado en el filantrocapitalismo (McGoey, 2012), aunque sin salir de las
coordenadas liberales y, por ello, enraizado en el mantenimiento del orden
establecido. En otras palabras, sin llegar a un enfoque de solidaridad real
universal basado en los derechos humanos, la equidad y la justicia social, no
capitalista, no liberal, sin lucha de clases.
136
Tabla 4.1. Jerarquía de Modelos de Solidaridad
Filantrocapitalismo Solidaridad (equidad
Características (aceptan o justifican la desigualdad) y justicia social)
Espectáculo Campañas Cooperación Encuentro
Concepto clave Mercado Ayuda Desarrollo Transformación
Objetivo Statu quo Humanitario Caritativo Cambio social
Idea del Desajuste del Desequilibrio
Desgracia Lacra
conflicto sistema estructural
Metodología Festival Información Organización Presencia
Enfoque Emocional Asistencial Racionalidad Militancia
Sin seguimiento Seguimiento Seguimiento Procesos de
Implicación
ni proceso económico de proyectos acompañamiento
Posmoderna
Ética Económica Consenso Compasiva
Neoepicureísmo
Efecto para el Consumo de Toma de Configuración
Disculpabilidad
agente donante solidaridad conciencia Proyecto de vida
Efecto para el Objeto de Dependencia Protagonista de su
Alivio temporal
receptor consumo de proyectos liberación
Fuente: Modificado de Aranguren (1998).
A partir de la tabla 4.1 podemos profundizar en la agenda oculta de la
cooperación mediante la figura 4.1. En ella se resumen las principales estra-
tegias de explotación (de dominación o hegemónicas) que caracterizan el
modelo de solidaridad basado en la cooperación al desarrollo. Los tres ejes
principales son la racionalidad económica occidental, el empoderamiento
de los beneficiarios de la cooperación y la accesibilidad de los receptores a
los programas de cooperación. En la intersección de cada eje, se genera un
espacio de explotación: 1) de tipo económico, 2) de tipo ético, 3) de tipo
social y 4) la superposición de los tres ejes nos conduce a una explotación
integral en que se combinan las tres anteriores.

Figura 4.1. Estrategias de explotación de la agenda oculta de la cooperación


al desarrollo.

137

Fuente: Modificado de de Arnold y Valentin (2013).

La explotación económica hace referencia a la implantación de proyectos


accesibles a la población beneficiaria, pero sin efectos de empoderamiento.
Es especialmente visible en los métodos de financiación de los proyec-
tos que estigmatizan la pobreza, que más adelante comentamos. Para la
racionalidad económica no importa un conocimiento más profundo de
la realidad en la que se pretende intervenir, e ignorar otras visiones de la
vida que manejan equilibrios con el entorno más sostenibles y duraderos.
Finalmente, se comprometen los medios de subsistencia de la población
beneficiaria que se ve empujada a repetir los esquemas de industrialización
contaminante y asalarización masiva de Occidente.

La explotación moral se genera cuando se aplican proyectos accesibles


que empoderan a la población, pero cuyo soporte económico es esen-
cialmente caritativo. El horizonte inalcanzable de 0.7 % es un buen reflejo
de esta explotación. De tal manera que entre la ayuda oficial al desarrollo
y la deuda externa el saldo moral es deficitario (culpabilización). Fluye
más dinero del Sur al Norte a través de la deuda externa o a través de las
reglas injustas del comercio internacional que a través de los proyectos
de cooperación (Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica, 2003;
Heilbuth, 2004; Ramos, 2006). La justicia económica es anecdótica y lo
dominante es la mercantilización de la solidaridad y la sanción moral del
que necesita ayuda para liberarse de las cadenas de la pobreza (pobreza
ancestral, indígena). Tal liberación traslada un problema social (las relaciones
capitalistas) hacia el ámbito privado (mis costumbres, mi etnia, mi incultura,
mi incivilización). Se genera una doble conciencia que desvía la atención,
la energía y los recursos que debieran mantenerse en la resistencia hacia
cualquier sistema de dominación. Un ejemplo de esta resistencia anticolonial
y anticapitalista durante más de cinco siglos la protagonizaron los nativos
138 americanos, especialmente las mujeres, gracias a sus vínculos con la tierra,
con la naturaleza y con las religiones locales (Federici, 2010, p. 289).

La explotación social es la confluencia de proyectos excluyentes que


intentan establecer mecanismos de empoderamiento mediante la lógica
economicista (sea esta lógica de tipo capitalista, marxista o de cualquier
otra índole autoritaria). Proyectos excluyentes porque no son accesibles
a la población, excepto a una élite o grupo escogido que determina por
dónde ha de caminar el resto. Suelen ser proyectos que normalmente se
negocian con los representantes públicos del Gobierno corrupto de turno.
Y también versiones edulcoradas del capitalismo: comercio justo, consumo
responsable, microcréditos. La evidencia empírica parece mostrar que es-
tas iniciativas de economía social no mejoran el bienestar de la población
receptora de cooperación, pero sí contribuyen a interiorizar los valores
capitalistas mediante la figura del emprendedor (Milanovic y Muñoz del
Bustillo, 2008; Narayan et al., 2000; Banerjee, Duflo, Glennerster y Kinnan
2009; Banerjee y Duflo, 2011).

La explotación total se produce cuando confluyen cualquiera de las ex-


plotaciones comentadas más arriba. El modelo teórico que las integra se
conoce como enfoque de responsabilidad social corporativa. Este enfoque
liberal pretende ir sustituyendo la dignidad humana y la obligación de los
derechos humanos por acciones voluntarias, privadas —lucrativas o no—
de carácter caritativo. Bienestar por beneficencia. Dignidad por limosna.
Justicia económica por cooperación al desarrollo. El ejemplo más claro
de esta explotación sistémica es la dudosa contribución al desarrollo de
los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que han supuesto un retroceso
conceptual y programático, además de una firme adhesión al sistema neo-
liberal en detrimento de las políticas públicas (Pérez de Armiño, 2011).

A partir de Pérez de Armiño (2011), el Colectivo de Difusión de la


Deuda Ecológica (2003) y Ramos (2006) se ha elaborado la tabla 4.2
donde se resumen las incongruencias de los objetivos declarados por
diversas líneas e iniciativas de cooperación al desarrollo y la agenda
oculta que realmente las sustenta. Destaca especialmente el papel cla-
ve del medioambiente y de la generación de deudas en el marco del
desarrollo. Se contraponen los objetivos declarados y los prioritarios
(ocultados o exigibles más allá de lo declarado) en el programa de
Objetivos de Desarrollo del Milenio, en el Protocolo de Kioto, en los
derechos de propiedad intelectual, en la legislación de responsabilidad
medioambiental y en los presupuestos públicos de los Estados tanto 139
del Norte como del Sur. La idea que subyace en esta revisión es que la
cooperación al desarrollo forma parte del

… nuevo modelo colonial gestado básicamente en los años setenta por


medio de la fuerza militar y la opresión y consolidado en los ochenta con
planes de adoctrinamiento social basados en el terror, el desempleo y la
pobreza, el permanente apuntalamiento de la desinformación y desmo-
vilización mediática y la represión de toda manifestación de resistencia
(Ramos, 2006, p. 14).

Tabla 4.2. Acciones de la agenda oculta de la cooperación al desarrollo


Tema Objetivo propuesto Objetivo prioritario

Niveles de reducción Necesidad de un enfoque de derechos


Objetivos de del hambre y la pobreza humanos y no de mercado.
Desarrollo del meramente técnicos Denuncia de contradicción entre los
Milenio y paliativos. Enfoque Objetivos de Desarrollo del Milenio, en
neoliberal. particular entre el 1 y el 8.
Tema Objetivo propuesto Objetivo prioritario
Reducción media de 5 % de
las emisiones de carbono Reducción de 60 % respecto de los
para países industrializados valores de 1990.
Protocolo de respecto de 1990.
Kioto Aumento de la disparidad
Reducción de la disparidad en las
entre desarrollados y en vías
emisiones per capita.
de desarrollo.
Justicia ambiental.
Injusticia ambiental.
En 1990 el Norte debe al
Sur US$980 000 millones
Deuda de por sobreemisión de gases
de efecto invernadero. Derecho universal de todos al mismo
carbono y
nivel de emisiones de carbono.
deuda externa En 1999 Latinoamérica
debía al Norte US$700 000
millones en deuda externa.
Patentes de productos
alimentarios y farmacéuticos.
Derecho a utilizarlas con
Derecho universal.
criterios de mercado.
Valoración de la creatividad de
Propiedad Iniciativa biocomercio de la
140 comunidades indígenas.
intelectual UNCTAD.*
Enfoque de bienestar común a largo
Biopiratería y bioprospección
plazo (fuera del ámbito del mercado).
que aumentan la
dependencia del Sur con
respecto del Norte.
Negación a la valoración monetaria
(ej.: Los u’wa de Colombia rechazan
Valoración monetaria de los compensación pecuniaria de la empresa
Pasivo ambiental Occidental Petroleum).
daños ambientales.
Valoración monetaria importante para
denuncia jurídica y pago de multas.
Ley estadounidense ATCA Terreno aún por explorar.
Responsabilidad (Alien Tort Claims Act). No Legislar para que las empresas
ambiental siempre se han castigado a internalicen en su contabilidad los costes
los responsables. y riesgos ambientales.
«Creo que la lógica
Rechazo de la lógica discriminatoria del
económica de verter
mercado (al arbitrio del mercado van
residuos tóxicos en las áreas
Residuos tóxicos por el camino de menos resistencia,
más pobres es impecable,
desde los países más industrializados a
y es necesario reconocerlo»
los más pobres).
(Summers, 1991).
Tema Objetivo propuesto Objetivo prioritario

El Norte acreedor reduce En el Sur provoca efectos negativos:


su volumen en casos Frena aumento de eficiencia técnica.
excepcionales para evitar el Obliga a la sobreexplotación de sus
«riesgo moral» de impago recursos naturales.
sistemático de los países Obliga a aceptar condiciones
deudores del Sur. comerciales injustas.

Críticas del Sur:


Bondad del Norte: Negación a legitimar conductas
Pago de la
Prevenir el «riesgo moral» de contrarias a los derechos humanos y a
deuda externa
impago. dejar impunes a los responsables.
Negación a revisar Revisar legitimidad de préstamos (ej.:
los procesos de Brasil, Argentina, Perú, Ecuador).
endeudamiento ilegítimos: Impulsar auditorías públicas y ciudadanas
Sumisión de la justicia a la de la deuda externa.
fuerza. Inviable: los intereses compuestos (de
Legitima prácticas no la deuda financiera) exigen un ritmo
democráticas. de pago más rápido que el ritmo de
crecimiento de los recursos naturales.

Objetivos ocultos: 141


Objetivos explícitos: Mecanismo de sustracción de riqueza
Mecanismo para favorecer del Sur y del medioambiente.
Objetivos de el desarrollo económico Máximo beneficio para la banca.
deuda externa y humano de los países Asegurar mercados para empresas
menos adelantados. exportadoras (públicas y privadas).
Reducir la pobreza. Medio de presión y chantaje para la
dominación política.

Prioridad para el pago de


la deuda, a la vez que Auditorías públicas y ciudadanas de las
hay tasas elevadas de deudas externas.
Presu-puestos hambre, desempleo y Deudas financieras ilegales porque violan
públicos extrema pobreza (en el derechos humanos.
nacionales Sur). Además, recortes Ocultan deuda social y ecológica
en cooperación y gastos generada en más de cinco siglos de
públicos sociales (en el saqueo y depredación ecológica.
Norte).
*
United Nations Conference on Trade and Development
(Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo).
Fuente: Modificado de Pérez de Armiño (2011), Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica (2003)
y Ramos (2006).
4.3.1 Financiación de proyectos de desarrollo

Uno de los cuestionamientos iniciales los dirigimos hacia los mecanismos


de recaudación de los fondos de la cooperación al desarrollo. Es inne-
gable que existen personas que son movidas por la buena voluntad de
cambiar el mundo, pero lamentablemente una parte de las estrategias
de captación de fondos de muchas ONG se basan en la culpabilización
y el abuso de las imágenes de la miseria: «La efectividad de la recauda-
ción depende del impacto emocional de la publicidad: son necesarias
altas dosis de culpabilización para lograr óptimos niveles de cotización»
(Nerín, 2011, p. 14).

En mucha de la propaganda propia del «miserabilismo» se fomenta la idea


de ciertas regiones del mundo que son receptoras pasivas que esperan la
ayuda exterior:

En la mayor parte de los carteles y folletos de las ONG se ve a los africanos sin
pegar ni golpe y a los europeos trabajando para ellos. […] Se refuerza así una
vieja imagen estereotipada, la de una África pasiva que espera haraganeando
la salvación que les llegará del Norte (Nerín, 2011, p. 18).
142
Una vez en el terreno, la gestión, ejecución y justificación de los gastos
realizados para la realización de los proyectos de desarrollo trastocan sin
pretenderlo las pautas sociales y culturales de los receptores. Las prácticas
implícitas de interrelación basadas en las subvenciones, en los préstamos no
reembolsables y microcréditos implican la transmisión de una racionalidad
económica (competir por ganar una convocatoria, justificar los gastos, registrar
la contabilidad) que exige la adopción por parte de grupos tradicionales
de las prácticas capitalistas correspondientes.

En consecuencia, apoyar financieramente proyectos de desarrollo que pro-


muevan las economías tradicionales o la conservación cultural de determinas
etnias o culturas constituye una contradicción evidente. Por ejemplo, exigir la
justificación de los gastos de un proyecto de economía tradicional (práctica
productiva heredada de los antepasados) con facturas, libros contables y
albaranes es instaurar indirectamente una práctica propia de la racionalidad
económica capitalista. El resultado es la promoción de un artificio cultural
o de productos culturales exóticos del desarrollo. Los efectos contrapro-
ducentes pueden verse reflejados en la generación de actitudes paralelas:
una previsible y externa que satisface al donante con el resultado esperado
y otra, intuitiva e interna, que intenta mantener los vínculos con las comuni-
dades de pertenencia.

Además, la cooperación basada en proyectos de desarrollo transmite una


concepción del tiempo que encierra previsibilidad, planificación del futuro
y evaluación de las acciones pasadas. Elementos que conllevan la incor-
poración de las nociones del tiempo capitalista (cuantificable en horas de
trabajo) con la implícita sustitución o hibridación de los tiempos agrícolas,
estacionales y comunitarios. Algunos estudios realizados por investigadores
de la antropología del desarrollo (Kottak, 2006; Viola, 2000) han documen-
tado ampliamente la disparidad en los ritmos temporales de los actores
implicados en los proyectos de desarrollo y las tensiones que generan la
imposición de un tiempo racionalizado en culturas regidas por otros sistemas
cronológicos (Gómez-Quintero, 2008).

4.3.2 Mercantilización del trabajo solidario

Otra de las transformaciones latentes que implantan una sutil lógica bu-
rocrática es la mercantilización de la solidaridad comunitaria. Es decir, el
desplazamiento del trabajo solidario basado en la reciprocidad y obligato- 143
riedad comunitaria por una noción del trabajo como mercancía que debe
ser pagado. Por ejemplo, en el siguiente testimonio, una voluntaria de una
organización narra la forma como la inesperada disponibilidad de elevados
recursos financieros empezó a debilitar los lazos de la solidaridad mecánica,
ya que estos recursos se interpusieron en la reciprocidad comunitaria de
dones y favores (Gómez-Quintero, 2008):

Nosotros éramos los más humildes y veíamos que llegaban unas ONG con
muchos medios. Hay unas que eran mucho medio para hacer menos, sobre
todo las que vienen de las Naciones Unidas: Acnur [Alta Comisaría de las
Naciones Unidas para los Refugiados], derechos humanos… Yo comparo
porque nosotros trabajábamos con las uñas, yo veía mucho derroche.
Aunque eso supuso un cambio de actitud. Por ejemplo, cuando ibas a
hacer algo, te venían, te buscaban, te traían, te llevaban [se refiere al apoyo
voluntario y espontáneo en el transporte de la gente del lugar], a nadie se le
ocurre decir que tenías que pagar. Entonces llegó Acnur y le pagaba al que
te venía a buscar, y le daban no sé qué al que venía a traer, y se creó como
un… [se refiere a un tipo de trabajo asalariado en lugar de uno voluntario],
que también está bien, de cierto modo lo veo bien. Pero entonces la gente
del lugar intentaba exigírselo a todos. Como el que vigilaba la embarcación,
yo dejaba mi embarcación, pero, el que las vigilaba decía: «es que a los de
AcnurA les vigilo la embarcación y ellos me dan no sé cuánto… Pues yo le
decía: «la nuestra que nos la roben, si quieren». Eso era perder espontaneidad
en la gente, los medios eran muy llamativos (Cooperante española, entrevista
personal, 10 de junio de 2005).

Este tipo de prácticas, que no estaban mal vistas por la cooperante espa-
ñola, porque representaban un reconocimiento del tiempo de servicio de
la gente de la comunidad, significaba una práctica de comercialización de
las horas de servicio como si estas fueran horas de trabajo. La aceptación
con reticencias de la cooperante española evidencia el enfrentamiento de
dos formas de concebir la solidaridad comunitaria que se enfrentaba con
la asalarización de los apoyos espontáneos de los autóctonos. El favor
recíproco entre las personas y entidades de la zona se convertía en con-
traprestación económica que sentaba un precedente sobre las ONG del
Norte que acudieran posteriormente. En estos casos, una organización del
Norte puede apoyar iniciativas que, de manera manifiesta, coincida con las
prácticas tradicionales o locales. Sin embargo, de manera latente, reproduce
sus lógicas asociadas a relaciones de intercambio material o comercial que
144 soterradamente irrumpen en las lógicas endógenas del intercambio basado
en el parentesco o la vecindad.

Es necesario advertir que la mayor parte de las consideraciones naturalizadas


—que conciben al trabajo como mercancía y aceptan los mecanismos de
subvenciones y justificaciones de gastos como el procedimiento indispen-
sable para ejecutar los proyectos de desarrollo— están ejerciendo una sutil
e inconsciente transformación social de las sociedades tradicionales en línea
con los intereses de la hegemonía global.

4.3.3 La expansión «alternativa» del espíritu capitalista

Este proceso puede ser visto como una versión weberiana contemporánea
de la expansión del espíritu capitalista. Una de las tesis que más hemos reitera-
do es la transmisión que hace la cooperación de un modelo inconsciente de
sociedad liberal capitalista como el único modelo posible. En esa transmisión
hay opciones denominadas economía alternativa o producción alternativa.
Aunque muchas veces lo alternativo no es novedoso, sino que correspon-
de a un esfuerzo por mantener formas de producción tradicionales que no
necesariamente contemplen la generación de un excedente destinado a la
acumulación de capital o la producción y distribución centralizada.

Un caso bastante claro se puede apreciar en los programas de «comercio


justo» y «microcréditos». Se trata de iniciativas que representan opciones
suavizadas y modificadas del capitalismo con anhelos de mayor equidad en
la distribución de los beneficios (Tandon, 2004, pp. 63-64):

… el microcrédito se ha convertido en el nuevo mantra para ocuparse de la


pobreza. […] no debemos perder de vista el hecho de que estas interven-
ciones, por su propia índole, se proponen ampliar el conjunto de empresas
privadas para el desarrollo económico.

Por el contrario, muchas comunidades exigen el derecho a tener una eco-


nomía basada en la subsistencia o el autoabastecimiento, aunque esta de-
manda desafíe la racionalidad capitalista (Shiva, 2008). Muchos programas
de cooperación económica han estado enfocados a mejorar las técnicas
agrícolas para hacer más eficiente la producción y promover la acumulación
de capital. Estos programas dan por hecho que los «beneficiarios» desean
acumular capital como base para su crecimiento y desarrollo, desconociendo
sus propias concepciones de valor, sus relaciones frente a la producción y 145
su distanciamiento con el «espíritu del capitalismo». Esta naturalización de
las relaciones de producción asumidas por muchas agencias y ONGD (or-
ganización no gubernamental para el desarrollo) reafirman la existencia de
una agenda oculta de la cooperación que transmite prácticas inconscientes
y asumidas como universalmente válidas.

La ciencia y la técnica económicas han sido gestoras en la segunda mitad


del siglo XX de muchos programas de desarrollo que han promovido la
industrialización, la agroindustria o la producción microempresarial como
caminos legítimos para el desarrollo económico de los «subdesarrollados».

La solución para muchas comunidades es el regreso a una economía de


subsistencia, autosuficiente y autónoma. Sociedades basadas en economías
descentralizadas y autosostenidas, que producen para las necesidades regio-
nales con recursos propios, en un modo que sea protector de la naturaleza
y lo humano en sus relaciones sociales. No obstante, algunos actores de la
sociedad civil, portadores de las representaciones capitalistas, escasamente
puedan apoyar estas iniciativas. Hay que destacar que, desde la sociedad
civil, casi en ningún caso se pretende sustituir el mercado propugnando un
tipo de economía alternativa, más bien aspiran a equilibrarlo o a corregir
sus (d)efectos. Una suerte similar corren las propuestas decrecentistas en
las sociedades ricas, imposibilitadas para salir de la alienación consumista.

Los estragos de la incorporación abrupta en el sistema de producción local


del sistema mundial capitalista pueden ser mayores que su permanencia en la
economía de subsistencia. Así, por ejemplo, algunos proyectos de aumento
de la producción en Java (Indonesia) terminaron, sin pretenderlo, elevando
la pobreza (Kottak, 2006).

Las repercusiones sociales y culturales que ha tenido la incorporación de


prácticas productivas en entornos tradicionales han sido importantes. Si-
guiendo a Picas (2001), lejos de la uniformidad homogeneizadora, cada
cultura se organiza de modo diferente, en cuanto sus formas de producción
y su universo de símbolos. De manera que lo que el discurso hegemónico
occidental considera natural para otros puede ser no solo antinatural, sino
incluso alienante e inmoral. De este modo, algunas creencias demoniacas y
rituales de los campesinos colombianos deberían ser interpretadas como
una respuesta a la ansiedad y a los deseos frustrados provocados por la
introducción de formas de producción y consumo capitalistas en una socie-
146 dad éticamente igualitaria que deslegitima a aquellas personas que desean
ganar más que el resto.

En las tierras colectivas del Chocó, Gómez-Quintero (2008) ha observado


cómo las formas de propiedad basadas en elementos no racionalizados,
como el parentesco, se están fracturando a partir de relaciones comerciales
y formas de propiedad basadas en el intercambio económico. Para vender y
comprar una propiedad en las tierras colectivas, se depende principalmente
de la relación familiar y de la aprobación de los colindantes del terreno en
venta. Estas formas de apropiación de la tierra garantizan la cohesión grupal
y el mantenimiento de la estructura familiar a través de la producción en mini-
fundios. Una de las principales batallas del Consejo Comunitario Mayor de la
Asociación Campesina Integral del Atrato ha consistido en evitar la división de
tales lazos y el debilitamiento de esas estructuras promovido por empresas
privadas o colonos antioqueños (mestizos y blancos de un departamento
vecino y más rico) independientes que suponen una inherente concepción
liberal frente a la propiedad y al uso de las tierras.

En el norte del Valle del Cauca ocurre un caso similar en las comunidades
indígenas emberas, las cuales intentan fortalecer su identidad colectiva para
evitar la venta de tierras a particulares (Gómez-Quintero, 2008). Sin em-
bargo, las dificultades que están teniendo respecto de la presión recibida
para vender sus tierras ancestrales no provienen de empresas privadas na-
cionales o multinacionales ni de colonos particulares, sino de un fenómeno
global que tiene un fuerte asentamiento local en Colombia, el narcotráfico,
concretamente, los carteles de la droga del norte del Valle. Estos carteles
«van introduciéndose (en las comunidades) diciendo qué tienen que hacer,
lo que tienen que plantar para ganar mucho dinero, y eso genera mucha
desintegración social, […] muchos desequilibrios a nivel de comunidad»
(cooperante española, entrevista personal, 10 de junio de 2005).

Gómez-Quintero y Martínez-Magdalena (2006) indican cómo ha afectado el


paradigma científico liberal a países como Colombia, el cual ha contribuido
a sentar las bases de la modernización e industrialización de regiones cam-
pesinas en Antioquia, disciplinando y adiestrando al campesino tradicional
en temas como el uso de los tiempos de la lógica industrial, la habituación
a los regímenes de autoridad empresarial o la concepción del consumo
basado en las expectativas del salario como medio de vida. Son ejemplos
del proceso liberal de proletarización del campesinado.

En la actualidad, los mecanismos de incorporación de grupos sociales no 147


proletarizados y ejecutores de prácticas productivas «premodernas» o
«alternativas» son más sutiles y progresivas. En ocasiones, la socialización
en las prácticas del «comercio justo» a grupos de campesinos o grupos
étnicos conlleva un tipo de «proletarización alternativa» y, al menos, no tan
injusta con los márgenes de beneficio que el libre comercio internacional.
Hay algunas ONG que enseñan a estos grupos los sistemas de tallaje de
los consumidores europeos y estadounidenses y la mercantilización de su
simbología tradicional como una alternativa económica.

A modo de ejemplo, en 2004 el Ministerio de Medio Ambiente de Colombia


lanzó un programa de mercados verdes en los que apoyaba la creación
de empresas formadas por indígenas para que estas produjeran su propia
marca de café. Este programa contó con el apoyo de multinacionales de la
distribución comercial, organizaciones indígenas e instancias gubernamentales
colombianas y holandesas. Esto puede significar el compromiso institucional
de diversos organismos de la cooperación internacional, como los Estados,
las empresas y las organizaciones sociales para facilitar la incorporación de
los indígenas al mercado internacional a través de las redes de distribución
convencionales o alternativas.
De igual forma, es de resaltar que dichos canales se llevarán supuestamente a
cabo por las vías de comercio justo en las que, paradójicamente, aparece la
multinacional francesa Carrefour. La marca del café, denominada Tiwun, preten-
de usar el reclamo exótico de lo indígena (Federación Indígena Tairona) para
vender el producto en el mercado nacional e internacional. Pero también con
el reclamo ecológico, ya que es un producto cosechado y cultivado local-
mente con métodos sostenibles, que le ha permitido obtener la certificación
de producto orgánico por parte de una firma francesa (Cooperative Coffees).

Lo interesante del ejemplo descrito son las posibles repercusiones de los


procedimientos, es decir, cómo las organizaciones nacionales e interna-
cionales incorporan la globalización económica a grupos al margen y los
efectos que puede tener en las relaciones sociales mediatizadas por el tipo
de producción capitalista y comercial. Si la cohesión social de determinados
grupos se basa en la identidad, la tradición o el arraigo con la tierra, ¿qué
efectos tendrá que estos vínculos sociales sean sustituidos por las relaciones
de producción capitalista? Es pronto para tener una respuesta contundente.
Pero la existencia del caso confirma la tesis defendida en este artículo: la
cooperación internacional al desarrollo transmite de forma latente una serie
de pautas culturales para homogeneizar las sociedades tradicionales a imagen
148 de las sociedades capitalistas.

En México también se observó que determinados programas de desarrollo


con indígenas «trataban de adiestrarlos para que fuesen obedientes y se fa-
miliarizasen con los conceptos de la disciplina, el tiempo y el trabajo urbano
e industrial» (Martínez-Novo, 1999, p. 135).

Como consecuencia, la incorporación de algunos grupos y comunidades ét-


nicas en la cooperación internacional implica la inserción de prácticas basadas
en la competitividad, la eficiencia y la eficacia en la obtención y gestión de
los recursos. Este proceso nos recuerda el proceso de McDonalización de la
sociedad, de Ritzer (1996), por el cual se universalizan los criterios de eficacia,
cálculo, predicción y control sobre todas las dimensiones de la vida social.

La propia lógica de la subvención instaura algunas prácticas propias del espíritu


capitalista. Es muy probable que una agencia de desarrollo dedique una partida
para apoyar un proyecto alternativo de producción, pero los procedimientos
administrativos para optar a estas ayudas obligan a las propias comunidades a
conocer e incorporar términos y prácticas como las mencionadas. El discurso
que introduce en el capitalismo global no puede ser visto exclusivamente
como las acciones y proyectos que respaldan, sino la manera en que lo hacen.
Antes de que una comunidad rural o una organización local pueda ganar una
convocatoria para obtener la subvención, ha tenido que competir con otras
organizaciones. Por ello, los esfuerzos por realizar programas alternativos o
tradicionales de producción serán, en todo caso, un artificio cultural o un
simulacro productivo que complacerá a quienes han financiado el proyecto
y a algunos de los líderes de las organizaciones participantes.

De nuevo, vemos la existencia de la agenda oculta de la cooperación. Para


aspirar a unos fondos que subvencionen un proyecto de economía alter-
nativa, es necesario desplegar algunas habilidades propias de la economía
convencional. De esto modo, las prácticas de la cooperación al desarrollo
absorben las prácticas tradicionales, no racionalizadas al estilo capitalista, de
las comunidades que pretende promover. Por ejemplo, una de las organiza-
ciones que trabaja con indígenas emberas los forma para que aprendan a
hacer un plan de gastos y la gestión financiera de las subvenciones (Gómez-
Quintero, 2008). Este apoyo es importante como formación técnica en
materias contables y financieras, pero también es necesario ser consciente
de que estas ONGD están socializando a los indígenas en la racionalidad
burocrática capitalista. Ser consciente de tal paradoja nos permite ver clara-
mente cómo se preservan unas prácticas, pero, por otro lado, se adiestran 149
en otras que se consideran imprescindibles. Todo pareciera indicar que nada
se resiste al proceso de explotación capitalista.

Conclusión

Estas reflexiones no pretenden sugerir una inactividad paralizante de las


acciones de la cooperación al desarrollo ante la inminente transformación
social inducida manifiesta o latentemente. En algunos casos puede sugerir, a
quienes trabajan en este ámbito, que la forma de introducir las prioridades
de las agendas debe evitar su planteamiento como «caído del cielo». Las
grandes transformaciones sociales de las sociedades europeas de los siglos
XIX y XX fueron largos y arduos procesos de concienciación, movilización y
reivindicación social. Por tanto, no se puede pretender una transformación
inmediata, abrupta y exógena.

De forma similar, muchas de las aspiraciones de las sociedades latinoame-


ricanas, africanas y asiáticas corresponden a valores, normas y tradiciones
propias. De tal forma que es menester conocer, escuchar y dialogar las agen-
das de la cooperación sin dar por supuesto la legitimidad y universalidad
de determinadas metas.

Quizá descubramos que lo que más necesitan los pobres no es coopera-


ción, sino justicia económica: redistribución, progresividad, pago de la deuda
ecológica, reducción de las emisiones de carbono, etc. El primer paso hacia
la cooperación es el reconocimiento por parte del Norte de las deudas im-
puestas e impagadas a los países del Sur (deuda ilegítima y deuda ecológica).

Quizá descubramos que los más necesitados de cooperación no sean los


países del Sur, sino los países del Norte. Como nos muestra el cortometraje,
nominado al Óscar, de Fesser (2004) en el que el padre de Binta —niña
protagonista— quiere adoptar a un niño «tubab» (blanco) para que se de-
sarrolle como persona viviendo en Senegal.

Quizá todo esto ya lo sabemos y, por ello, son necesarias las agendas ocultas,
para no verlo, para mantenerlo silenciado. Sin embargo, los movimientos de
resistencia siguen vivos. Las futuras investigaciones deberán centrarse en el
análisis de las resistencias a estos nuevos procesos de colonización, disfra-
zados bajo apariencia de solidaridad y cooperación. La bruja Sycorax y el
150 rebelde anticolonial Calibán (personajes de La tempestad, de Shakespeare)
siguen de plena actualidad. ¿Qué pueden aprender de la resistencia de
Sycorax y Calibán (nueva responsabilidad social corporativa) los movimien-
tos sociales de protesta en la vieja Europa? ¿Cómo enfrentar con éxito las
falsas estrategias de solidaridad y ética empresarial recogidas en el modelo
liberal de la responsabilidad social corporativa (vieja responsabilidad social
corporativa)? Preguntas como esta y otras similares abren importantes líneas
de investigación y puentes de colaboración, entre iguales, aún por explorar.

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Blanca Rebeca Ramírez Velázquez

5.1 Introducción

En la década de 1970, la dimensión de la pobreza fue un eje que se cen-


tró en estudios territoriales, asumiendo que esta era la causa fundamental
153
de las migraciones del campo a la ciudad en Latinoamérica (Singer, 1975).
Aunque fue una postura que perduró durante muchos años, para finales
del siglo hubo autores que argumentaron el carácter de exclusión en el
que se encontraba una gran masa de campesinos del país (Rubio, 2003),
quienes eran para entonces casi un 20 % de la población rural (Ramírez
y Calderón, 2002). En los últimos años, las condiciones de desigualdad
social que prevalecen en la sociedad y en los territorios mexicanos han
generado visiones alternas que evidencian cómo los problemas sociales
de la población se han incrementado no solo en cantidad, sino también
en calidad. La aparición de la pobreza urbana, la desigualdad y la exclusión
social en las ciudades, siendo este territorio el eje fundamental del desarro-
llo moderno del país, aparecen como procesos evidentes especialmente
en las metrópolis del siglo XXI (Ramírez y Zicardi, 2008, p. 23).

Esta perspectiva permite observar el paso cuantitativo de la desigualdad en


sí misma a otro de tipo cualitativo que la evidencia no como parte integrante

* Este es un documento limitadamente modificado y casi copia fiel del publicado en José Luis Calva
(coord.) (2012). Desarrollo regional y urbano (vol. 13, pp. 251-272). México: Juan Pablos y Consejo
Nacional de Universitarios.
del proceso de desarrollo, sino como una dimensión de exclusión social
que es el origen de la formación de un estado de excepción permanente
(Durand, 2010), presente ya en la sociedad mexicana.

En este capítulo se argumenta que las políticas neoliberales impuestas


en el país, a partir de la última década del siglo XX, más que contribuir
a consolidar un desarrollo estable e integral económica y socialmente
en México, solo han favorecido la generación de lo que consideraremos
un desarrollo frágil y dependiente (Ramírez, 2010). En condiciones de
vulnerabilidad, se pone en riesgo la posibilidad de reproducción de la
base material de la producción del país, la reproducción social de los
grupos más desfavorecidos y de territorios completos que presentan
ya lesiones físicas considerables en sus condiciones de evolución y
transformación.

Para fundamentar esta aseveración, en primera instancia, se analizará el


concepto de vulnerabilidad como condición de la fragilidad y el paso
de la vulnerabilidad del desastre a la social y territorial como elemento de
reproducción permanente de la sociedad. Además, se está generando
fragilidad en la manera de reproducción productiva y reproductiva de
154 la sociedad, a partir de la implantación de las políticas neoliberales y el
abandono de una política de desarrollo que deja desprotegidos a secto-
res de la economía, de la sociedad y el territorio. En segunda instancia, se
evidencia la manera como se presenta dicha vulnerabilidad en los territorios
de los sectores productivos del país, argumentando que el cambio de la
funcionalidad secundaria e industrial que prevaleció en el modelo capitalista
de sustitución de importaciones por la especialización de la funcionali-
dad terciaria propiciada por el modelo neoliberal (Ramírez, 2006) está
generando territorios vulnerables tan especializados que entran en crisis
de manera más abierta y fácil que los que presentan formas integrales de
organización de sus estrategias de supervivencia comunitarias o bien de
sus reorientaciones productivas.

Por último, se argumenta que, para resolver esta vulnerabilidad, es preciso


implementar una política territorial diferencial, integral y distributiva. Con
ello, la integración de diferencias territoriales, sectoriales y sociales son
parte fundamental de una estrategia de desarrollo del país que realmente
resuelva y no solo tolere o controle las desigualdades, la exclusión y la
vulnerabilidad que en la actualidad presentan, de manera diferencial, los
territorios.
5.2 Vulnerabilidad productiva, dependencia y
contrapolítica

Con la ruptura de los paradigmas de análisis social y territorial de finales


de la década de 1980, los efectos de fuerzas naturales, sismos, ciclones,
derrumbes, lluvias torrenciales, o inundaciones, que empezaron a irrumpir
con mayor fuerza en el mundo y en el país, algunos investigadores sociales
replantearon la manera de orientar el conocimiento de su impacto y de sus
consecuencias. Los efectos del sismo de 1985 en México fue, sin duda,
un foco de atención que permitió reflexionar sobre el desastre ya no solo
como una condición de índole natural, sino a partir de los efectos sociales
que causó en el territorio de esta ciudad, sumados a otros fenómenos que
se dieron en la misma época (Pliego, 1992, p. 11).

De esta manera, se percibió que los desastres cada día afectaban más a
grupos sociales que se encontraban en condiciones de pobreza, que con-
tendían con efectos desiguales de emergencia y de reconstrucción ante estos
sucesos naturales que provocaban diversos siniestros y afectaban a diversos
territorios. Una de las conclusiones fundamentales a las que se llegó en este
momento fue que la pobreza y las condiciones de ubicación y de instalación 155
de los soportes materiales que la reproducen (vivienda fundamentalmente)
eran las causas que generaban las condiciones de vulnerabilidad social que
colocaba en un primer plano el proceso de riesgo-desastre (Macías, 1992,
p. 3) de la sociedad, y no a la inversa. Con ello se ha argumentado que «los
sectores económicamente más deprimidos de la humanidad son, […] los
más vulnerables frente a los riesgos naturales». Asimismo, «se partía de la
premisa de que el daño provocado por una anomalía causaba estragos más
bien sobre el soporte físico de la sociedad que sobre la población» (p. 4).

Una definición más genérica de vulnerabilidad permite dar cuenta de que


es una cualidad de objetos o personas que tienen como característica
fundamental que pueden ser heridos o recibir lesiones físicas o morales
con extrema facilidad (Real Academia de la Lengua, 2001, 2321). El Oxford
advanced learner’s dictionary of current english considera que vulnerable
es no estar protegido contra algún ataque o contra alguna crítica (Hornby,
1974, p. 961).

Si bien estas dos definiciones coinciden con la de vulnerabilidad socioeco-


nómica de 1982, la diferencia fundamental es que esta última centraba su
atención en la fragilidad en que quedaba la población, independientemente
de que el estrago afectara directamente al soporte material de su reproduc-
ción (Macías, 1992, p. 4). Esto hacía que la vulnerabilidad se convirtiera en
catástrofe, ya que la sociedad generaba una incapacidad para reajustar los
efectos del siniestro, es decir, presentaba «inflexibilidad o incapacidad para
enfrentar el cambio» (p. 5). La vulnerabilidad social propicia inseguridad,
debilidad y exposición desventajosa frente al peligro; este, dependiendo
de su interacción, determina un riesgo, que se convierte en una condición
dinámica (p. 6) en la medida en que se incrementa constantemente en
tiempo y espacio.

A la fecha, se perciben tres cambios importantes en relación con la manera


como se percibía la vulnerabilidad hace veinte años. El primero, a pesar de
que se sigue afirmando que la población cae en estados de vulnerabilidad, se
ha ampliado y argumenta que esta no es solamente propia de la población o
del soporte material que favorece su reproducción (la vivienda, por ejemplo),
sino que, como se ejemplificará más adelante, la fragilidad o la lesión en las
condiciones en que se reproduce el neoliberalismo contemporáneo ya ha
generado afectaciones en soportes materiales productivos y se extiende a
territorios o regiones completos. Esto se percibe en los tres sectores de la
economía de diferentes maneras: en el primario, la disminución de produc-
156 ción y la contaminación de los suelos y del agua; en el secundario, por la
desindustrialización o la industrialización de maquila que limita el proceso
productivo, y en el terciario, por la dependencia y la fragilidad con la que se
contiende en términos laborales, especialmente en el sector turístico. Por lo
anterior, se ha puesto en riesgo la independencia alimentaria del país en el
sector primario; y la especialización en el terciario deja fuera la producción
industrial, generadora del valor, de la visión prioritaria de desarrollo nacional.

El segundo cambio se centra en aceptar que la familia ya no es la unidad


exclusiva de análisis de la vulnerabilidad (Macías, 1992, p. 7), sino que tiene
diferentes escalas en su reproducción. En la propuesta que aquí se presenta,
la fragilidad no desconoce los territorios rurales de los urbanos, al contrario,
ambos de diferente manera se ven involucrados en procesos de desgaste
que ponen en riesgo su reproducción física, social y económica, lo que los
sitúa en condición de vulnerabilidad. Pero también es necesario analizarla
en las diferentes escalas y sectores productivos, sean del sector primario,
secundario o terciario en sus diferentes ámbitos de desarrollo o acción:
región, unidad productiva o unidad de terciarización. La escala de fragilidad
en que se encuentran diferentes territorios es múltiple y dinámica, y ahora
no solo está relacionada con la unidad familiar como antes se aceptaba.
El tercer cambio plantea que la condición de vulnerabilidad actualmente
considera también a los recursos no materiales y los derechos que cada
ciudadano tiene para contender con su transformación y desarrollo integral
como ser humano. Esta se asocia a ciertas desventajas y riesgos que se han
incrementado en las mujeres de grupos sociales con menor poder social, en
cuanto acceso a la propiedad, al mercado laboral y a los ingresos (acceso
a los recursos), ya que para ellos persisten mayores responsabilidades en el
hogar —cuidado y tareas cotidianas— que condicionan su acceso a la ciu-
dad (Czytajlo, 2011). En este sentido, la vulnerabilidad no es solamente una
condición externa de las personas, familias o territorios, sino también de la
sociedad que se pone en fragilidad social cuando se integran a esta grupos
enteros afectados por el daño, o los territorios que se hacen vulnerables al
no presentar actividad económica, vaciamiento productivo, generado por el
debilitamiento productivo (Romero, Egurrola y Hernández, 2007, p. 267), o
bien por la especialidad económica centrada en el turismo (Ramírez, 2010).

Desde esta perspectiva, se asume que hay un cambio importante del con-
cepto tradicional de vulnerabilidad por uno que supone el aumento de la
fragilidad de las personas o las familias respecto de ellas, y no solamente es
la fragilidad causada por condiciones externas, sino también internas. Alude
a la carencia de recursos para enfrentar los riesgos y evitar mayores pérdidas, 157
a decir de Ramírez:

La vulnerabilidad significa no una mera carencia o necesidad. Es estar sin


defensas, inseguro, expuesto a riesgos, al shock y la presión y logra captar
algunos de los aspectos multidimensionales, dinámicos y estructurales de la
pobreza, el desgaste de los recursos o la imposibilidad de contender con
la contingencia» (2010).

Incluye también a los territorios que pierden su capacidad de respuesta hacia


los embates que imponen condiciones externas a su propia reproducción.

Aplicando este punto de vista a la vulnerabilidad territorial, el aporte de Czyta-


jlo (2011, pp. 2-15) lo amplía al aceptar que contiende en dos dimensiones:
la condición y la posición. La primera se refiere a una situación material de
vida, es decir, a la fragilidad urbana y a la rural, a batallar con tierras erosio-
nadas o desgastadas para la producción, privaciones de servicios y bienes
básicos, o la falta de acceso a la educación, el empleo y la capacitación,
el desempleo o la excesiva carga de trabajo y la falta de disponibilidad de
tiempo. La segunda dimensión se relaciona con la ubicación y reconocimiento
social asignado a los territorios respecto de los sectores productivos y las
condiciones sociales de sus habitantes (territorios indígenas y rancheros); la
inclusión o exclusión de los espacios en las políticas públicas y la toma de
decisiones y participación política; la igualdad o desigualdad de salarios por
el mismo trabajo en los sectores productivos de diferentes territorios; las
oportunidades para transitar autónomamente con respeto a las decisiones
que personal o colectivamente se tomen frente a los procesos, entre otros
aspectos que se encuentren en ellos.

¿Cómo resolver estas contradicciones que se presentan en el desarrollo,


que en las condiciones actuales están generando no solo desigualdades,
sino también dependencia, fragilidad y, por lo tanto, vulnerabilidad social
y territorial? La posibilidad de contender por los derechos mínimos que le
proporcione al trabajador y su familia un nivel de vida adecuado con buena
alimentación, salud, educación, así como cuidar de que las condiciones de
reproducción social de los territorios que las asientan sean las pertinentes,
son sin duda elementos fundamentales para resolver esta problemática
(Dieterlen, 2008, p. 62), tal y como se expresa en La Declaración Universal
de los Derechos Humanos.

158 Si bien el pugnar por la adopción de estos derechos es un factor individual,


también es cierto que al luchar por factores de índole social y territorial la
intervención del Estado ocupa un lugar fundamental para resolverlas.

Todavía en la década de 1990, la intervención del Estado en la generación


de las condiciones generales materiales para la producción y reproducción
social era un factor fundamental para la resolución de los problemas de
producción, de vivienda y de condiciones adecuadas para la construcción
y mantenimiento del campo y de la ciudad. En la actualidad, la privatización
de los servicios públicos y las políticas neoliberales que han alejado al Es-
tado de su intervención en el territorio ha propiciado que la fragilidad con
la que responden a contingencias económicas, sociales o de desastres se
incremente (Pradilla, 2009).

En los casos de desastre, en opinión de Pliego (1992, p. 14), había una


estructura institucional que permitía internalizar economías para, en algunos
casos, no solo «romper con el efecto negativo que los desastres ocasionan
en el desarrollo social», sino que, a través de mecanismos especiales extraor-
dinarios, posibilitaban reabsorber y terminar de manera rápida y acelerada
sus efectos y, en ocasiones, hasta generar condiciones para el desarrollo
social satisfactorio. Como se analizará más adelante, el Estado ha abierto la
posibilidad de intervenir en la vulnerabilidad generada por el desastre a través
del Fondo de Desastre Naturales como parte de los recursos necesarios para
contender cuando estos sean de carácter natural. Sin embargo, esto no es
suficiente, pues la vulnerabilidad y el desastre económico o social tienen
que ser resueltos mediante otras estrategias de carácter particular: es decir,
internalizando el desastre entre los trabajadores o resolviéndolo por medio
de la intervención internacional.

A las formas que utiliza la sociedad civil para resolver sus condiciones de
fragilidad se les conoce como estrategias de superviviencia, entre ellas, se
cuentan las siguientes: «… la participación de nuevos miembros de la familia
en el mercado laboral, la ampliación de la jornada de trabajo a más de una
actividad; la producción de bienes básicos dentro de los hogares» (Pliego,
1992, p. 15). Hay otras que entran en el orden de lo laboral y tienen que
ser consideradas en el contexto neoliberal actual que pasa hasta por la
pérdida temporal o definitiva del trabajo o por la reducción de la jornada
o del salario para poder mantenerlo, aunque sea con un ingreso reducido.

La falta de una política clara que lleve a los territorios a plantear una produc-
ción que se adecúe a las condiciones que mejor los desarrollen, a contender 159
por una política integral para encontrar autosuficiencia y libertad de acción y
la falta de una transformación autosuficiente e integral de sus habitantes nos
lleva a plantear que hay una contrapolítica territorial que, con el neoliberalis-
mo, no solo carece de una estrategia clara para orientar el desarrollo de las
regiones y los territorios, sino que revierte las condiciones del modelo de
sustitución de importaciones que había logrado un crecimiento económico
del país en el siglo XX.

5.3 La vulnerabilidad territorial y sectorial del


neoliberalismo

El argumento fundamental que se maneja en este apartado afirma que la


vulnerabilidad afecta también el territorio, en cuanto soporte material para la
producción y reproducción, es decir que, en estas condiciones de desarrollo
neoliberal, afecta ya territorios específicos. Preocupa la degradación que se
existe en territorios completos, la falta de actividades productivas y la depen-
dencia de la producción de otras zonas para propiciar su propia reproducción.
Para desarrollar esta argumentación, se hará un breve recorrido por los sectores
de la economía: primario, secundario y terciario, y se verán las bases materiales
sobre las cuales se están reproduciendo, evidenciando las formas como la
vulnerabilidad se genera en cada uno de los territorios-sectores.

Es preciso hacer notar que, al ser la vulnerabilidad una condición de fragi-


lidad que integra, para su definición, elementos de carácter subjetivo, esta
no solamente debe y puede hacerse mediante datos estadísticos, sino
también a partir de la percepción que se tenga del cambio cualitativo entre
los elementos considerados para su explicación.

5.3.1 La vulnerabilidad en el sector primario

A partir del agotamiento productivo de la agricultura mexicana en la década


de 1970, el campo ha sufrido un deterioro constante en sus condiciones
materiales de reproducción. De haber sido exportador de productos agríco-
las, como el maíz, México se ha convertido en un importador de productos
alimenticios básicos a expensas de la producción de forrajes para el ganado
(Barkin, 1991). Varios autores, entre ellos Arroyo (1989), han documentado
la pérdida de la autosuficiencia alimentaria y el auge de la ganadería desde
160 finales del siglo XX, lo que ha generado una dependencia alimenticia que es
ya estructural y, lo que es peor, se ha acrecentado a partir de la implantación
del modelo neoliberal (Calva, 2007).

El argumento es que el grado de complejidad alcanzado por el sector


primario y el campo que lo sostiene ha generado condiciones de vulnera-
bilidad en diferentes formas y escalas. Si se analiza la superficie en la que se
ha producido, se observa, de acuerdo con datos proporcionados por el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) (2009), que solamente
existían 21, 855 443 ha en producción, de las cuales nada más 18 706 240
fueron cosechadas. Esto equivale a decir que 0.15 % de la superficie total
del país fue productiva. Las condiciones montañosas o desérticas con las
que cuenta son parte del origen de esta situación, pero se ha incrementado
también por la falta de incentivos: producción con apoyo crediticio o los
precios competitivos, así como por una estrategia que posicione al sector
como fundamental para el desarrollo nacional y para salvaguardar la soberanía
del país (Ramírez, 2007).

La creciente importación de granos básicos, aunada a la de los destinados


a la producción de insumos de ganado, es también un factor importante
para la generación de vulnerabilidad a escala nacional (tabla 5.1). La falta de
autosuficiencia alimentaria mostrada por la incapacidad de producir al menos
lo que se consume internamente, es un factor de dependencia internacional
que ha puesto al país en condiciones de fragilidad interna. Se argumenta que
en este nivel la vulnerabilidad que se está presentando a escala nacional, en
que la fragilidad se ha incrementado día a día por la falta de una estrategia
económica y política orientada a buscar la autosuficiencia alimentaria reper-
cute drásticamente en el incremento de los costos de los alimentos básicos.

Tabla 5.1. Importación de granos básicos en 2009 ($)


Vegetal importado Cantidad, en miles de toneladas (2009)
Maíz amarillo 7 044.75
Habas de soja (soya), excepto para siembra 3 425.39
Sorgo de grano 2 496.91
Trigo común 1 398.61
Arroz con cáscara (arroz paddy) 739.21
Harina de habas de soja (soya) 426.12
Malta (de cebada u otros cereales) sin tostar 347.06
Manzana 222.21 161
Maíz blanco (harinero) 162.94
Granos de maíz (mondados, aplastados, en
152.52
copos, troceados o quebrantados)
Fuente: Inegi (2009).

La extensión de tierras improductivas es otro dato para calificar la vulnerabi-


lidad, con lo cual se hace referencia a la cantidad de unidades de produc-
ción que no presentaron alguna actividad agropecuaria o forestal. En 2007,
según el VIII Censo Agrícola, estas ascendían a 26.6 % del total de unidades
productivas del país. De ellas, 17.5 % eran de superficie agrícola y no fueron
sembradas durante el ciclo primavera-verano. Si se toma por hectáreas, de
las 112 743 247 disponibles para siembra, el 61.05 % tuvo actividad agro-
pecuaria o forestal (68 829 752 ha); casi 4 de cada 10 hectáreas disponibles
para actividad agropecuaria se mantuvieron improductivas. De las tierras
que no fueron sembradas 33.2 % no se utilizó debido a la falta de dinero
o apoyo; en 25.9 % se «quería dejar descansar la tierra»; 10.1 % no se usó
por mal temporal y en 5.6 % de las unidades de producción no hubo quien
las sembrara; 4.08 % no se utilizó por el suelo poco fértil y finalmente 0.9 %
por suelo erosionado (Inegi, 2009).
Es importante destacar que el censo también reporta que 89.3 % de las
tierras sembradas corresponden a temporal, dato que asciende a 3.35 mi-
llones de unidades de producción. Las 630 312 restantes son unidades de
riego, es decir, solo 10.7 % producen bajo esta modalidad (Inegi, 2009).
Aun produciéndose a gran escala tanto el maíz como el fríjol y el sorgo, se
deduce que son insuficientes para alimentar a 112 millones de mexicanos,
por lo que se recurre a la importación (tabla 5.1).

Datos proporcionados por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos


Naturales (Semarnat) en 2005 demuestran, a partir de la evaluación de la
pérdida de suelos, que los afectados por algún tipo de degradación alcan-
zan 47.7 % de la superficie total del país, de ellos 5 % presenta deterioro
fuerte o extremo y 95 % está ubicado en los márgenes ligero a moderado.
Los principales procesos de degradación de los suelos en México son la
química, la erosión hídrica y la eólica, responsables en conjunto de 87 % de
la superficie afectada, con 34.9, 23 y 18.5 millones de hectáreas, respecti-
vamente, (Enciso, 2008).

Las mayores causas de degradación en México son el cambio de uso del


suelo hacia la agricultura y el sobrepastoreo (ambas con 17.5 %), la defo-
162 restación con 7.4 % en tercer lugar, seguida de la urbanización con 1.5 %.
Todo lo anterior repercute en la reducción de la cubierta vegetal, responsable
de la conservación del suelo. En el decenio de 1993 a 2003, la superficie
agrícola creció 8.5 %, agravando los procesos de degradación al igual que
la ganadera con sobrepastoreo, que correspondió a 24 % de la superficie
nacional (Enciso, 2008).

Si los problemas de la erosión y la degradación del suelo son graves, estos


se ven incrementados por las 120 millones de hectáreas que han sido afec-
tadas por la desertificación y la pérdida de fertilidad que se presenta en
18 % del territorio nacional; la erosión hídrica es de 12 %, la eólica de 1 %
y la salinización de las tierras de riego de 8 %, lo que origina 530 millones
de toneladas de azolves al año (Enciso, 2008).

La deforestación se calcula en aproximadamente cincuenta mil hec-


táreas y provoca la inutilización de 10  000 por salinización, lo que
reduce el rendimiento de las cosechas a menos de la tercera par te del
potencial de la tierra o repercute en la disminución de la capacidad de
carga en predios de pastoreo, a menos de la cuar ta par te. Asimismo,
la producción forestal disminuye a menos de un décimo el potencial
técnico de los bosques y selvas del país. Las causas de 93 % de la
degradación de la tierra fueron las malas técnicas de manejo, como
es el sobrepastoreo, la falta de planeación en el aprovechamiento
forestal, el uso inadecuado y excesivo de maquinaria, la aplicación de
agroquímicos, la roturación inadecuada, el laboreo excesivo y la mala
aplicación del riego, por lo que el problema solo podrá resolverse
con el cambio de utilización de las tierras (Enciso, 2008).

A este panorama de disminución de la capacidad productiva del soporte


tierra, hay que agregar la falta de una política de apoyo a los precios de
producción agrícola, que asegure la posibilidad de contender por la ga-
nancia necesaria para producir. Esto ha provocado el desvío de cultivos
hacia otros más rentables como la floricultura, las drogas, que constituyen
una alternativa para quienes pueden producirlos. De acuerdo con cálculos
proporcionados por el Senado de la República, se estima que en 2009 la
superficie de cultivo destinada a la producción de droga «aumentó 35 %,
lo que equivale a cerca de 12 mil hectáreas», aumentando, además, no
solo el consumo internacional sino también el interno (Revistaemet, 2011).

La forma intensiva de producción que se introdujo en una parte del cam-


po, aunado a otras urbanas, no ha tomado en cuenta la necesidad de 163
preservar los suelos y el agua, tras lo cual se ha generado su degradación
y contaminación. Según el Inegi (2000), la superficie de suelo alterado
por causas de contaminación en 1999 fue de 25.967 km2, en que los
productos derivados del petróleo y la gasolina son las principales causas
con 63 %, a la que se suma la provocada por amoniaco, hidrocarburos,
metales y solventes (tabla 5.2) .

Tabla 5.2. Tipos de residuos peligrosos que se encuentran como principales


contaminantes en sitios abandonados o ilegales en varios estados de México
Estado N.º de sitios Principales residuos*
Baja California Norte 8 Aceites, metales, polvo de fundición, solventes
Baja California Sur 2 Escorias de fundición, jales
Campeche 4 Aceites, lodos de perforación
Chiapas 17 Hidrocarburos, plaguicidas, solventes
Chihuahua 13 Aceites, hidrocarburos, químicos
Coahuila 15 Aceites, hidrocarburos, jales, metales, químicos
Durango 3 Hidrocarburos, insecticidas
Estado N.º de sitios Principales residuos*
Estado de México 10 Aceites, escorias de fundición, químicos
Aceites, escorias de fundición, lodos, metales,
Guanajuato 10
compuestos organoclorados
Hidalgo 6 Escorias de fundición, pinturas
Jalisco 7 Diésel y combustible, baterías, lodos, químicos
Nayarit 5 Hidrocarburos, jales
Aceites, cianuros, escorias de fundición,
Nuevo León 22
hidrocarburos, metales
Asbesto, escorias de fundición, lodos, metales,
San Luis Potosí 10
pinturas
Sinaloa 4 Agroquímicos
Tamaulipas 8 Aceites, escorias de fundición, químicos
Veracruz 8 Azufre, hidrocarburos
Zacatecas 9 Jales, metales, químicos
Total 161
* No se mencionan residuos biológico-infecciosos
Fuente: Profepa (1998).

164
Se presentan, además, condiciones de vulnerabilidad en la familia, sobre
todo las campesinas, cada día en condiciones más difíciles para reproducirse,
pues lo que se extrae del campo poco toma en cuenta las necesidades de
la reproducción de la población. Con ello se percibe la falta de una política
que apoye la producción agrícola campesina, en particular lo que genera un
sector excluido de la política de desarrollo nacional, así como a sus agentes
sociales (Rubio, 2003).

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), para


finales de 2008, el campo mexicano contendía con 5 866 706 personas, de
ellas 70 % (4 157 354) vivía en localidades rurales, es decir, de menos de
2500 habitantes, que presentan los mayores indicadores de marginación y
pobreza alimentaria en el país. En esta fuente se observa quem en el cuarto
trimestre de 2008, 1  96  593 de los trabajadores ocupados en el sector
agropecuario tuvieron ingresos de solo un salario mínimo y 1 203 424 de
uno a dos salarios mínimos. En suma, 7 de cada 10 trabajadores del sector
primario percibieron ingresos que los sitúa en alguno de los grados de
pobreza indicados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval) (Cotennser, 2009). El 27 % del total de personas
dedicadas a la agricultura se ocupa en la de subsistencia, y 1 de cada 4
ocupados en este sector tenía 60 años, que equivale a 17.4 % del total de
la población del sector (Cotennser, 2009).

En conclusión, el soporte en el que se basa la actividad productiva primaria


se encuentra, por un lado, desgastado y degradado, por el otro, abando-
nado y con poca productividad. El cambio de la producción agrícola por
la pecuaria y la falta de incentivos económicos que promuevan la produc-
ción son algunas de las causas que han generado el abandono del campo
y la desviación de la fuerza productiva hacia otras actividades, sobre todo
terciarias (Calderón, Ramírez, 2002). Este es el sector de la producción que
menos empleo genera y contiende por los de menor calidad. Se podría
afirmar que el vaciamiento productivo del que hablan Romero, Egurrola y
Hernández, (2007, p. 267) no solo se produce en el sector manufacturero,
sino también en el sector primario que tiene, desde hace cuarenta años, la
tendencia de desgaste en sus soportes materiales, principalmente suelo y
agua, así como en la disminución en su producción.

5.3.2 La vulnerabilidad en el sector secundario y el terciario

Si la industrialización fue el paradigma en el que se basó el crecimiento


165
económico y urbano del modelo de sustitución de importaciones, la desin-
dustrialización o el cambio de localización de la industria es el proceso que
sustenta el modelo neoliberal globalizador actual, que los sustituye por una
tercerización de la economía. Este centró su actividad en las principales
metrópolis del país: el distrito federal, Guadalajara, Monterrey, Puebla, para
ampliarse hacia sus áreas metropolitanas como fueron el estado de México,
Tlaquepaque o Tlaxcala. Pero el crecimiento urbano ampliado, la especiali-
zación de las urbes y el incremento de la demanda del suelo urbano para
la vivienda originaron que el proceso se trasladara a los lugares rurales o las
periferias urbanas con el consabido cambio de uso del suelo.

La desindustrialización, iniciada desde la última década del siglo XXI, afectó


en principalmente a la ciudad de México, ya que algunos autores llamaban
la atención sobre este proceso desde 1994 (Nicolás y Tomas, 1994), pero
fue hasta 2002 en que el modelo de desarrollo de la ciudad de México
fue caracterizado como desindustrialización, terciarización, informatización
y contracción del mercado interno (Fideicomiso de Estudios Estratégicos
sobre la Ciudad, 2002), refiriéndose a la sustitución del terciario por el sector
industrial y la contracción del mercado interno que acompañó este cambio
en el país.
Para Quintana, Isaac y Nandayapa (2007, p. 267), este proceso constituye
un vaciamiento productivo de los territorios, que se presenta no solo
por la destrucción o cierre de núcleos productivos, sino también por el
debilitamiento que este presenta en diferentes partes del país. Si bien los
autores consideran a Veracruz como la quinta zona más importante para
la industrialización sobre Puebla-Tlaxcala, consideraron que entre 1988
y 1998 hubo una pérdida de 97 núcleos productivos nacionales, de los
cuales 23.7  % se localiza en la región centro del país, incluso la zona
metropolitana; sigue la región centro Pacífico con 18.5 %, noreste con
24.4 %, el noroeste con 15.4 % y el golfo Caribe con 12.3 %; a la zona
sur Pacífico le corresponde 1.5 %, ya que es la zona menos industriali-
zada del país (p. 282). Esta tendencia sin duda se ha incrementado por
factores diversos que será necesario analizar en detalle en otro momento.

En este análisis, queda pendiente también el estudio del proceso de


reestructuración industrial que se da entre el norte de la ciudad de
México con los municipios del estado de México y los de Hidalgo: en el
primero se han construido algunos parques industriales con ubicación
rural, como el de Atlacomulco y Pasteje (Castillo, 2009); en el segundo,
están Tula-Tepeji que se amplía hasta Tizayuca, (Contreras, 2011) e inciden
166 en la reestructuración productiva del país, la conformación de la región
megalopolitana y de una región cuya importancia secundaria sigue sien-
do relevante en relación con otras que sí desvían su producción hacia
el terciario.

Este cambio es importante, pues significa una forma específica de aban-


donar las actividades que producen valor (el primario y el secundario)
para adoptar otras que solamente lo distribuyen, como son los servicios
o actividades terciarias. En este cambio, el incremento de la dependencia
para obtener insumos y productos generados en los sectores productivos
es fundamental para contender por una falta de independencia, dados los
alcances que este proceso tiene. Este proceso es positivo por diversas
razones: por ejemplo, Harvey (1989) propone que para recomponer el
proceso productivo es necesario primero desindustrializar. Méndez (ci-
tado por Márquez, 2005) por su parte plantea que es una manifestación
de la crisis industrial que se presenta en la actualidad o bien es parte del
cambio que hay entre el posfordismo y el neofordismo contemporáneos.
Para Coriat, puede ser indicio solo de un proceso inferior y más lento de
productividad que el industrial o bien la característica fundamental con
la que contienden en la actualidad las metrópolis (Garza, 2006).
A pesar de todas estas aseveraciones, es indiscutible que cierto grado de
vulnerabilidad se genera en estos territorios que dejan de ser productivos,
dada la dependencia que se tiene de otros lugares para la obtención de
sus requerimientos. La disminución de los salarios y la falta de prestaciones
con que contienden los trabajadores en su relación con el sector servi-
cios llama la atención de algunos investigadores, como Fernández (2011),
interesados en la dependencia de grupos de trabajadores asentados en
las periferias urbanas del trabajo urbano, que genera menores niveles de
ingreso y hasta desocupación y desempleo que otros que tienen mayores
opciones de trabajo en el área rural o el comercio.

En este giro, que está marcando sin duda la manera como se vislumbra el
futuro de los territorios en el país, lo más preocupante es la importancia
tan marcada que se le ha dado al turismo, en sus diferentes vertientes:
urbano, de playa, patrimonialista de bienes históricos, o ecológico en sus
diversas modalidades. En cualquiera de ellos, destaca el recurso natural
con el que cuentan: el del patrimonio histórico y cultural que los territorios
tienen como base para generar una actividad económica en el lugar.

Organismos internacionales como Icomos y la formulación de la Carta de


Venecia dan valor a estos elementos, ya que, por ejemplo, el patrimonio 167
es considerado como «la riqueza y la diversidad» que presenta una ciudad
o un lugar y que debe ser aprovechado en beneficio de sus habitantes; es
considerado recurso no renovable, cuyo aprovechamiento puede ser la
base de la sustentabilidad y de su conservación (Díaz y González, 2005,
p. 11). Esta consideración de igualdad entre la naturaleza y el patrimonio
es la que está en la base del turismo como una actividad que se está
transformando; incluso para algunos países, como España, es una de las
bases fundamentales de su desarrollo.

En México, esta visión ha proliferado desde 1993 con el cambio de modelo


económico a uno en que el libre comercio y la apertura internacional son la
base de su transitar junto con el turismo internacional, y fundamentalmente
el de playa; de hecho, este se constituyó en un pilar importante de las
divisas que el país necesitaba para el pago de su deuda externa (Ramírez
y Pradilla, 1993). La transformación de territorios para el desarrollo de esta
actividad data de la década de 1970 cuando la apertura de la zona turística
del Caribe mexicano, con Cancún como centro, derivó en la construcción
de una de las zonas más prósperas del país, a partir del turismo de invierno
para visitantes de países norteños.
Tabla 5.3. Participación de las actividades turísticas por entidad federativa
Unidades económicas
Municipio Participación
Total Total turístico
Porcentaje
Aguascalientes (01) 33630 5277 15.7
Baja California (02) 61812 8269 13.4
Baja California Sur (03) 16930 4492 26.5
Campeche (04) 22970 3467 15.1
Chihuhua (08) 79249 7192 9.1
Chiapas (07) 94021 9980 10.6
Coahuila de Zaragoza (05) 66469 10098 15.2
Colima (06) 20484 4158 20.3
Distrito Federal (09) 342475 22671 6.6
Durango (10) 37911 6475 17.1
Guerrero (12) 48 016 392 8831390 18.4
Guanajuato (11) 150800 23310 15.5
Hidalgo (13) 62612 7675 12.3
Jalisco (14) 214768 15337 7.1
168 Edo. de México (15) 364921 3933 1.1
Michoachán de Ocampo (16) 141543 13808 9.8
Morelos (17) 63686 11511 18.1
Nayarit (18) 29912 4418 14.8
Nuevo León (19) 110163 1934 1.8
Oaxaca (20) 107120 8232 7.7
Puebla (21) 165237 12897 7.8
Queretaro de Arteaga (22) 42524 4536 10.7
Quintana Roo (23) 29114 9038 31.0
Sinaloa (25) 64635 7467 11.6
San Luis Potosí (24) 63820 4019 6.3
Sonora (26) 66741 5253 7.9
Tabasco (27) 44245 4236 9.6
Tamaulipas (28) 85319 16509 19.3
Tlaxcala (29) 38315 2953 7.7
Veracruz de Ignacio de la Llave (30) 184668 19666 10.6
Yucatán (31) 62799 3217 5.1
Zacatecas (32) 41010 5380 13.1
Personal ocupado Remuneraciones
Participación Total Total turístico Participación
Total Total turístico
Porcentaje (miles de pesos) Porcentaje
202 009 24889 12.3 9 310 372 702518 7.5
557 515 55945 10.0 34 009 148 2005081 5.9
92 224 30144 32.7 3 718 722 1099607 29.6
128 920 16163 12.5 7 354 289 312099 4.2
707 514 36881 5.2 42 174 131 1125438 2.7
302 120 36306 12.0 7 091 986 693086 9.8
551 108 57699 10.5 28 989 709 1695180 5.8
93 621 19202 20.5 3 321 822 490021 14.8
2 842 874 242247 8.5 246 760 939 22062719 8.9
216 591 27988 12.9 7 876 416 686236 8.7
19 009 301 4173808 22.0 29 007 091 4657582 16.1
731 350 85729 11.7 27 808 273 2132498 7.7
243 974 27417 11.2 9 254 217 663695 7.2
1 219 494 90220 7.4 49 035 817 2804323 5.7
1 533 201 27160 1.8 69 302 384 1382917 2.0 169
466 512 48311 10.4 11 565 913 948918 8.2
230 715 49123 21.3 8 333 669 1452977 17.4
118 964 22749 19.1 2 867 809 487424 17.0
1 008 854 27309 2.7 74 441 924 1942264 2.6
302 860 35173 11.6 7 064 677 940117 13.3
649 927 46690 7.2 23 559 168 1093151 4.6
277 336 21612 7.8 14 914 959 635062 4.3
216 564 96577 44.6 7 626 231 2859644 37.5
370 192 52144 14.1 12 236 404 1753729 14.3
308 813 19059 6.2 11 922 619 514132 4.3
444 677 33011 7.4 20 296 426 1022871 5.0
211 734 26652 12.6 9 427 970 834646 8.9
589 207 83077 14.1 31 356 983 2690711 8.6
125 008 9573 7.7 3 676 017 200211 5.4
738 647 91836 12.4 32 348 647 2323834 7.2
313 892 21619 6.9 9 918 685 852007 8.6
137 469 18671 13.6 4 001 130 389006 9.7
Dos territorios son los que se han especializado en esta actividad: Baja Ca-
lifornia Sur y Quintana Roo. En el primer caso, la tabla 5.3 muestra que del
total de unidades económicas que tiene la entidad, 26.5 % está dedicada
al turismo, que ocupa 32.7 % del personal dedicado a esta actividad y ge-
nera 29.6 % de las remuneraciones en 2003. Si observamos la información
proporcionada sobre Quintana Roo, se percibe que la especialización es
todavía mayor, ya que asciende a 31.5 el número de unidades productivas,
que ocupa 44.6  % del personal y genera 37.5  % de las remuneraciones
estatales. Sin embargo, en este último, el Estado presenta uno de los índices
de crecimiento más altos y constantes, con una participación de 1.6 % del
producto interno bruto (PIB), de 1988 hasta 2006, que constituyó el «milagro
del desarrollo mexicano» como el primer centro turístico planeado de las
últimas décadas. Ante esta evidencia, cabe preguntarse ¿qué importancia
tiene esta especialización en la conformación de territorios vulnerables en
el país?

La fragilidad con la que el sureste mexicano responde a la crisis estadouni-


dense al disminuir los turistas que visitan la zona y su agudización a la «crisis
de la influenza» en abril de 2009 permiten argumentar sobre el riesgo que
corren los territorios que basan su desarrollo exclusivamente en esta acti-
170 vidad terciaria (Ramírez, 2010). Hemos afirmado ya que la reproducción
económica y social de la zona se vio fuertemente afectada cuando, a causa
de la pandemia que se extendió en el territorio mexicano, los turistas que
lo visitaban fueron conminados a regresar por los Gobiernos de sus países,
apoyados por las compañías de seguros que cubrían accidentes o enferme-
dades que pudieran sufrir durante su estancia en México. Ambos, países y
aseguradoras, se deslindaron de cualquier responsabilidad que la afección
física de la pandemia pudiera ocasionar a los turistas. Ante la posibilidad de
una ampliación de la epidemia, los turistas alarmados regresaron a sus países,
con lo que se generó que la ocupación hotelera disminuyera a solo 10 % de
su capacidad en el periodo más próspero e importante para la captación
de ingresos internacionales en la zona (Ramírez, 2010).

De tener un lugar inaccesible a las playas, y completamente natural en 1970


(se llegaba por brecha o por barco desde Isla Mujeres a Cancún), en 1997
se contaba con 404 hoteles y 32 563 cuartos que permitían obtener un
tercio de las divisas extranjeras que ingresaron al país ese año y una partici-
pación de 91 % en el PIB generado por los servicios (Gobierno del Estado
de Quintana Roo, 2005). La pandemia de abril de 2009 generó una crisis
fuerte que puso en peligro la reproducción de esta zona, y provocó que
51 % de las habitaciones existentes (70 000, 46.5 % más que en 1997) no
se ocuparan ante la amenaza de expansión del contagio. El impacto fue
mayor cuando se despidieron a 12 000 personas del sector hotelero y con
ello 10 000 taxistas y transportistas locales se pusieran en paro, al menos
temporalmente (Noticaribe, 2009).

Las pérdidas económicas se estimaron en US$120 millones de dólares, y


la ayuda nacional ascendió únicamente a 15 millones de pesos mexicanos
que, por supuesto, fueron insuficientes. Las pérdidas económicas eran en su
mayoría de 25 hoteles que cerraron que eran los de las cadenas españolas
Oasis, Meliá, Riu, Barceló, que tenían 42 000 cuartos en 2009, es decir, 60 %
del total. De acuerdo con cifras proporcionadas por la agencia Hosteltur, la
inversión española en la zona era de entre 6300 y 7980 millones de euros. De
ahí la necesidad de que el rescate de la zona viniera de la propia actividad
turística impulsada por el capital español (Ramírez, 2010, p. 234).

Desde esta perspectiva, hemos caracterizado el «milagro de desarrollo mexi-


cano» como frágil y dependiente, pues entra en crisis no solo por fenómenos
de índole natural, como los ciclones Gilberto en 1988 y Wilma en 2005, sino
también por los económicos, como el cierre temporal de los hoteles. Los
daños por los fenómenos naturales se estimaron en un billón de pesos en 171
el primer caso y de 4.6 millones de dólares en el segundo, que entraron en
el rubro de rescate del Fondo de Desastres Naturales, de carácter federal;
este entra en operación en aportaciones 1 a 1 con los gobiernos estatales
para su recuperación. Los daños económicos, los despidos y la pérdida
de capacidad productiva, causados por la crisis económica que se generó
en el 2009, tuvieron que ser resueltos por las compañías españolas, que
promovieron actividades de desarrollo turístico en la zona, entre las cuales
se incluyeron el certamen Señorita España, realizado de ese año en Cancún.

La recuperación ha sido muy lenta, pues la crisis internacional, junto con la


nacional, ha provocado la disminución del turismo en la zona. La búsqueda
de alternativas para resolver este problema ha incluido desde el despido
de trabajadores hasta la disminución de la jornada laboral a 50 %, con la
consecuente reducción del salario; si bien el trabajador argumenta que es
mejor tener la mitad del salario que no tener trabajo, esto pone en evidencia
la fragilidad de su reproducción y la de su familia. Las pérdidas de trabajo
fueron súbitas (se dieron en el transcurso de dos o tres semanas a lo sumo)
y su recuperación ha sido lenta y temporal, pues está sujeta a las condiciones
en las que el turismo se desarrolle en la zona.
Reflexiones finales

La manera como el Estado mexicano ha salido de la escena de la planeación


y dejado en manos del capitalismo neoliberal nacional o internacional el de-
sarrollo económico del país ha agudizado la generación de contrapolíticas
territoriales, que han puesto en condiciones de vulnerabilidad a diversos
sectores de la población y a los recursos naturales que difícilmente pueden
entrar en el proceso productivo.

El sector servicios, y en particular el turismo, marca el desarrollo en el ámbito


de la reproducción social de la población y no en el de la producción que,
cuando no se ve acompañado por una visión integral que contienda por
otras actividades productivas puede fácilmente entrar en crisis y generar
riesgos, así como vulnerabilidad territorial. Por ello, es preciso contender
por una política que favorezca la diversidad de las actividades económicas,
buscando una estrategia integral y distributiva de los recursos generados.

La vulnerabilidad y la fragilidad se agudizan cuando se generan condiciones


de dependencia que contienden por el desarrollo de las regiones y las
hacen obedecer a los dictados del capitalismo internacional para lograr
172
su desarrollo. Estas condiciones se presentan en el tipo de turismo que se
escogió para implementar el «milagro mexicano» del sureste del país.

Evidentemente este es un desarrollo muy limitado, pues tiene una visión


única en que hay sectores excluidos que no contienden por tendencia de
crecimiento o transformación. El Estado contiende por ellos a partir de otros
programas que calificaremos de asistencialistas, que solo palían la extrema
polarización de la sociedad, aunque esta, a su vez, busca otras estrategias
para su propio desarrollo. Entre las primeras están las que proporcionan
los programas de oportunidades, PROCAMPO, procede el seguro popular
y la agenda alimentaria, que tendrán que ser analizados en otro momento.

La guerra del narcotráfico iniciada en el sexenio del presidente Calderón


(2006-2012), la ampliación de los carteles de la droga y la guerra que se
ha suscitado entre ellos ha incrementado la vulnerabilidad territorial tanto en
los ámbitos rurales como urbanos. Un trabajo más a profundidad podría dar
luz sobre la manera como una estrategia gubernamental federal, más que
propiciar el desarrollo económico del país, lo ha puesto en una fragilidad
tal que estamos en territorios inseguros, vulnerables y, en ocasiones, hasta
poco confiables como soporte para la reproducción social del país.
Con mayor razón consideramos que sigue vigente la necesidad de conten-
der por una estrategia de política territorial nacional que integre todas las
visiones para dar oportunidad a los agentes y a los territorios de contender
por su transición y su cambio de futuro. Con lo anterior, será necesario que
las diversidades sean integradas e integrales, en que la especialización no
sea exclusión de otras actividades, sectores o grupos sociales de la región y
el factor de distribución sea uno de los principios que rigen dicha actividad
implementada por un Estado que asuma su responsabilidad en cada una de
las escalas en que se ubica (Ramírez, 2007).

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176
Juan María Cuevas Silva

Dicen que hasta las herraduras de los caballos eran de


plata en la época de auge de la ciudad del Potosí. 177
Eduardo Galeano

6.1. Introducción

La primera vez que escuché hablar de Bolivia fue en una clase de historia en
el bachillerato. Recuerdo que la profesora nos explicaba cómo había sido
saqueada Potosí de la guerra generada por querer tener una salida al mar, de la
situación de analfabetismo en la población, de la pobreza extrema y que era
un pueblo que masticaba coca. Se me enseñó que Bolivia era un país pobre,
con miseria social, con muchos indígenas, con dificultades para adentrarse
en el proceso de modernización, como lo estaba haciendo nuestro país.
Recuerdo los fragmentos del libro de Eduardo Galeano (1988), el cual leí con
pasión en las vísperas de los quinientos años de la llegada de los españoles a
tierras americanas, texto que me abrió más el horizonte, y del cual recuerdo
una palabra: Potosí. Pero estos recuerdos hacen parte de un letargo, de un
sueño profundo e inconsciente de lo que es nuestra región, pues me quedó
de Bolivia una fotografía poco agradable, con un sabor a pobreza, misera-
bilidad y bastante retrasada, de acuerdo con el modelo mental educativo e
histórico con el que me estaba formando mi sistema colombiano.
Hoy, en el contexto de un Doctorado en Procesos Sociales y Políticos en
América Latina, esa fotografía grabada en mi memoria se ha opacado, se
ha vuelto una impresión borrosa y con poco sentido; pareciera que todo
aquello que me contaron hiciera parte de una historia ajena a la mía y, por
qué no decirlo, hasta de una mentira. Un día desperté y me encontré con
que Bolivia se empeña en construir o diseñar una arquitectura no urbana
sino mental en sus ciudadanos de carácter plurinacional, multicultural y
etnográfico que haga parte de un paradigma distinto del que plantea
el capitalismo. En este capítulo trataré de hacer un acercamiento a ese
proceso social y político que está implementando Bolivia, pero, al mismo
tiempo, una reflexión crítica sobre el sentido de construir región desde
un modelo distinto del impuesto por el neoliberalismo y el liberalismo
clásico a través de las teorías de los mercados y del dinero. Como punto
de partida para el desarrollo de las ideas y tesis que quiero plantear,
tendré en cuenta:

América Latina es un modo de pensar un horizonte común; pero si nos aden-


tramos vemos que América Latina tiene una diversidad de historias y diferentes
construcciones estatales y de sistemas de relaciones sociales. Esto ocurre
cuando comparamos entre un país y otro; pero cuando la mirada se centra en
178 cada uno de los países se encuentra también con que cada historia nacional
también es diversa. En algunos países hay una diversidad cultural, estructural y
significativa. En este sentido el reto que se plantea es cómo pensar y explicar
la diversidad contenida en cada historia nacional y, a la vez, cómo pensar lo
latinoamericano (Tapia, 2006 b, pp. 215-216).

Pensar, escribir, reflexionar, analizar, aprehender del caso boliviano es el


objetivo de este capítulo. Más allá de los aportes que se puedan hacer a los
desarrollos adelantados desde el Altiplano, se trata de interpretar en clave
de conciencia histórica sus contribuciones al pensamiento latinoamericano
como región que tiene potenciales y perspectivas distintas, humanizantes
y humanizadoras de los sistemas y procesos sociales, políticos, económi-
cos y culturales. Para ello, se abordará cómo se ha dinamizado en Bolivia
el desarrollo político y democrático, las vicisitudes societales desde el
carácter de la historia abigarrada al Estado plurinacional, el paso de «vivir
mejor a vivir bien» como alternativa frente al capitalismo, para terminar
haciendo una reflexión de dichos aspectos en el ámbito educativo como
proceso social que garantiza la realización y constitución de ciudadanías,
subjetividades y colectividades, desde la Ley de Educación, así como
establecer unos posibles puntos vulnerables del sistema plurinacional.
Los procesos sociales y políticos en América Latina han estado conjuga-
dos, redefinidos y resignificados a partir de la conciencia histórica de los
pueblos por imponer un protagonismo político, basados en un espíritu
contrahegemónico, generado por el sistema de la Colonia, el capitalis-
mo y el neoliberalismo. Ante esta situación, Bolivia ha tenido que tejer y
construir su historia para no dejar perder su identidad y la riqueza de su
multidiversidad y multiculturalidad.

Bolivia fue constituida como un país unitario en lo político con una estruc-
tura de Estado que se basa en un conjunto monocultural de instituciones
políticas de Gobierno, en condiciones sociales de una multiculturalidad
producida por la colonización y la diversidad previamente existente. El
tributo indígena fue el modo de integrar a la población de las culturas
dominadas a través de deberes económicos; como súbditos, no como
ciudadanos (Tapia, 2006 b, p. 9).

En el presente escrito se abordarán algunos elementos del proceso bo-


liviano como Estado plurinacional, sus condiciones como sociedad abi-
garrada, elementos fundamentales de la Constitución de 2009, aspectos
educativos desde la concepción del Estado plurinacional, para poder
determinar algunos temas vulnerables que se deben tener en cuenta a 179
la hora de optar y decidirse por el paradigmático Estado plurinacional.

6.2 De la historia abigarrada al Estado plurinacional

El proceso boliviano, al igual que el de otros países latinoamericanos, ha


estado conjugado y dinamizado por los influjos y herencias de la época
y pensamiento colonial, por el sistema de organización social en el que
se destaca la exclusión de una mayoría y la inclusión en el poder de una
minoría, por una serie de dinámicas que han logrado hacer prevalecer
un manejo del poder y de la política de acuerdo con los principios del
capitalismo, como lo sostiene Boaventura de Sousa Santos (2008):

Hoy por hoy voy a intentar demostrar que el capitalismo nunca ha existido
sin colonialismo y que hoy en día, para entender nuestras sociedades,
tenemos que partir de la idea de que son sociedades no solamente ca-
pitalistas, sino también sociedades coloniales. Es decir que el colonialismo
no terminó con la independencia; continuó, siguió siendo ejercido por
mecanismos nuevos y por algunos bastante viejos (2008, p. 16).
Los movimientos sociales latinoamericanos, específicamente los originados en
el desarrollo histórico de Bolivia, han tenido que enfrentarse a la mentalidad
colonial de sus ciudadanos (si es que al sujeto de pensamiento colonial se
le puede llamar ciudadano) no solo de los habitantes populares, sino que
ha tenido que confrontar las ideologías liberales, neoliberales y capitalistas
que engendran desde sus entrañas diferentes mecanismos de dominación,
con una filosofía de la homogeneización, de la estandarización cultural, de
tal forma que anulan y excluyen formas culturales y de vida que no vayan de
acuerdo con sus propuestas de mercado, dinero y de vivir mejor.

En este contexto del desarrollo de las políticas económicas y sociales gene-


radas por los procesos de globalización, universalización, internacionalización
y mundialización, fundamentadas en una filosofía de la homogeneización
cultural, social, económica y política, han tratado (en algunos contextos con
gran éxito) imponer los paradigmas sociológicos sobre los cuales se deben
desenvolver los sujetos desde el establecimiento de sistemas de poder y
de control que favorezcan el dominio de los estamentos que garanticen un
supuesto desarrollo y progreso para todos. Frente a estos sistemas de con-
trol, específicamente los impulsados por el capitalismo, Zavaleta, citado por
Tapia (2002, p. 308), plantea desde sus estudios el concepto de sociedad
180 abigarrada para comprender la desarticulación de los medios de produc-
ción en sociedades en que «el tipo de unidad política que se pretende o
se logra articular a nivel del Estado es, en consecuencia, también altamente
aparente». Así, la conformación del Estado, en el contexto de la sociedad
abigarrada, se establece como un mecanismo de control de la producción,
pero desconectado de los demás sistemas y procesos sociales de una
colectividad, lo que permite afirmar:

En la medida en que las sociedades abigarradas se caracterizan por tener un


Estado más o menos aparente y una diversidad de comunidades culturales y
de producción, son también sociedades donde los procesos de construc-
ción de lo nacional, a nivel cultural y sobre todo a nivel político, son procesos
inconclusos o parciales (Tapia, 2002, p. 310).

Las condiciones de América Latina favorecen el desarrollo y establecimiento


de sociedades abigarradas, a pesar de la realidad de los procesos exitosos
de urbanización e inculturación de los sistemas de vida homogéneos «euro-
céntricos» (Sanjinés, 2009), que se han impuesto desde la Colonia. Esto,
desde las propuestas de Zavaleta, según Tapia (2002, p. 311), permite la
conformación y permanencia de las sociedades abigarradas que contienen
«varias historias y temporalidades» y, que al mismo tiempo, han favorecido
que se gesten situaciones socioculturales de «confluencia desarticulada», y
dan como resultado un proceso de exclusión y dominación sobre las culturas
y colectivos humanos que no se enmarcan dentro de dichos paradigmáticos
estilos de vida. Así, la sociedad es un ámbito en el que confluyen comple-
jidad y heterogeneidad, diversidad y multiplicidad, pluridimensionalidad y
pluriculturalidad.

El caso social de Bolivia es abigarrado, como el de otros países de Latino-


américa, lo cual lleva a reflexionar sobre el sentido de lo pluricultural y plu-
rinacional dentro de un contexto internacional en el que prima un modelo
basado en la globalización, orientado hacia la comprensión del mundo cada
vez más unificado y homogeneizado desde las estructuras cotidianas hasta
las más complejas organizaciones de los colectivos humanos (llámense estos
Estado, naciones, repúblicas, países).

La configuración de Bolivia como una república libre, independiente, pluri-


nacional ha estado condicionada por los avatares históricos de los pueblos
que la conforman, una historia que, desde la Colonia, se ha caracterizado
por la riqueza cultural de sus comunidades y pueblos, por estar conformada
por una serie de grupos indígenas que en su mayoría han logrado sobrevivir 181
al sistema de colonización propio de cada época de la historia.

En la medida que desde 1535 pasaron a formar parte del régimen colonial,
dentro de la Audiencia de Charcas y el Virreinato de Lima, estos pueblos y
naciones, muy particularmente los andinos, fueron vistos como la «república
de indios», subordinada y a la vez diferenciada de la dominante «república
de españoles», en la que entraban también los mestizos y a la que debían
servir de manera directa los indios yanaconas sacados de sus tierras y los
negros esclavos arrancados con cadenas de sus lejanos países. Este sistema
esclavista y la identificación colonial de los primeros como indios genéricos,
ignorando sus identidades colectivas locales diferenciadas, fue — según
nos dijo hace poco Michel Wieviorka— el principio del racismo moderno
(Albó, 2009, p. 64).

Así, el racismo moderno, entendido como imposición de un modelo mo-


derno con prácticas políticas y económicas feudales, es característica de
las prácticas sociopolíticas en los países de América Latina, desde donde
se impulsa procesos de exclusión e intolerancia cultural y social, pero, al
mismo tiempo, la justificación de la esclavitud como sistema que garantizaría
el dominio, el poder y la expropiación de los bienes materiales y culturales
que hacían parte de la identidad forjada por los pueblos habitantes de la
América encontrada por Colón. El territorio americano se convirtió no solo
en el futuro y la semilla para el mantenimeinto de una fe, como la católica,
sino que además «los metales de América, delirio y ruina de España, propor-
cionaban medios para pelear contra las nacientes fuerzas de la economía
moderna […] La defensa de la fe católica resultaba una máscara para la lu-
cha contra la historia» (Galeano, 1988, p. 37). La conformación del sistema
de las colonias le permitió a España y a Europa sostenerse como culturas
dominantes, pero con contradicciones internas: una educación para la fe y
una esclavitud para mantener el sistema, un adormecimiento para lo político
y económico y una formación para la moralización y el miedo.

El desarrollo sociocultural boliviano ha estado enmarcado por la exclusión


de un pueblo que, a lo largo de la historia, ha generado movimientos que
reclaman su puesto y protagonismo dentro de la conformación de país y
ciudadanía. Este proceso histórico tiene uno de sus momentos más privile-
giados en 1952:

El ideal del Estado del 52 era la construcción de una sociedad más inclusiva,
182 ciertamente, pero uniformada por una cultura «mestiza», en el sentido de que
ya no sería «indígena» sino una cultura común cada vez más cercana a la de
la sociedad blanca-criolla dominante, dentro de una mentalidad «civilizatoria»
(Albó, 2009, p. 68).

El ideal de 1952 duró poco. La magnitud de lo que allí se quería se convirtió


en una quimera cultural, en un sueño irrealizable, ya que los campesinos,
a pesar de las promesas de tener nuevas y mejores condiciones para que
fueran ciudadanos de primera, continuaban siendo «ciudadanos de segunda»
(Albó, 2009, p. 68), las quejas especialmente de los aimaras hicieron que
se gestara el movimiento katarista, movimiento que, en contra del sistema
implementado desde 1952, desarrolla sus propósitos bajo la consigna: «Ya
no somos los campesinos del 52» (Albó, 2009, p. 69). Las diversas mani-
festaciones del pueblo boliviano, especialmente después de la década de
1970 del siglo XX han permitido y han ido favoreciendo la construcción
de un país plurinacionalista, no como proyecto de un sistema hegemónico,
o con los parámetros de las teorías modernas eurocentristas, sino que ha
logrado determinar su arquitectura política concientizándose de su carácter
de sociedad abigarrada, de pueblo «pluri» en todos los aspectos sociales y
culturales. Para comprender el porqué de un Estado plurinacional, se destaca
el proceso histórico boliviano para tal efecto, aspecto que Albó (2009)
resalta de acuerdo con los siguientes hitos del proceso histórico boliviano:

A fines de los años 70 surgieron los primeros partidos indigenistas, todos


ellos inspirados en el katarismo;

Desde fines de los 80 se les añadieron otros partidos de tipo más étnico-
populista, como CONDEPA;

En 1993 el antigua katarista aymara Víctor Hugo Cárdenas llegó a la vicepre-


sidencia de la mano del neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada;

En 1997 se creó CONAMAQ, como una organización más étnico para las
tierras altas;

En diciembre de 2005 el aymara Evo Morales llegó a la presidencia con una


votación inédita del 54%;

Y, a principios de 2009, después de una larga y polémica Asamblea Constitu-


yente y un año de pugnas con la oposición, se promulgó la nueva Constitución
Política, que define a la nación-estado Bolivia como un estado «unitario» y a
la vez «plurinacional» (Albó, 2009, p. 69).
183
Bolivia, desde 2009, decide tomar el rumbo de hacer país, Estado, nación
y república a partir del reconocimiento de sí misma como un pueblo que
se destaca por la riqueza étnica, con valores culturales identitarios que se
han logrado mantener a lo largo de la quebrajosa historia combinada por
escenarios de colonia y conquista, dominio y poder, exclusión y esclavitud,
revolución y contrarevolución, aspectos que han hecho renacer la esperanza
de ser un mismo pueblo.

6.2 La Constitución plurinacional

Este nuevo tipo de constitucionalismo empezó en la década de 1980


cuando algunas constituciones del continente —como la de Colombia, en
la que este nuevo aspecto aparece muy fuerte— asumieron la confirmación
constitucional de la plurinacionalidad, la pluriculturalidad, la plurietnicidad y
la interculturalidad de los países (De Sousa, 2008, p. 152).

Bolivia ha decidido definirse e identificarse como país plurinacional que desde


la Constitución de 2009 en el artículo 1 lo establece así:
Bolivia se constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional
Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural,
descentralizado y con autonomías. Bolivia se funda en la pluralidad y el
pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico, dentro del
proceso integrador del país.

Los conceptos de pluralidad y pluralismo no se restringen solo a las con-


diciones culturales y sociológicas de los distintos pueblos y comunidades
que conforman la nación boliviana, sino que más bien su comprensión es
de apertura a lo económico y jurídico, cultural y lingüístico, dimensiones
sociales que, en el contexto de la globalización, no van en comunión con
las intenciones de los distintos imperios y emporios en estos aspectos. De
entrada, Bolivia no le hace el juego a los planteamientos del neoliberalismo
económico y no se limita a comprender la política como el manejo del po-
der por parte de unas élites, al contrario, se propone hacer ver que, en el
contexto boliviano, no son exclusivas las propuestas determinantes por los
sistemas internacionales que tratan de homogeneizar el mundo entero. Es
interesante ver cómo hace énfasis en las «autonomías» de las colectividades
que hacen parte y configuran la nación boliviana.

184 La carta magna boliviana le apuesta a una fórmula alternativa a la homo-


geneización de las culturas latinoamericanas. Es de admirar su posición,
su carácter político, su determinación como Estado plurinacional, el cual
deja entrever un pueblo aguerrido, perseverante y consciente de construir
su historia a partir del rescate y mantenimiento de su identidad cultural,
máxime cuando en su Constitución establece como principios y valores
del Estado en el artículo 8:

I. El Estado asume y promueve como principios ético-morales de la so-


ciedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas
mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida
armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj
ñan (camino o vida noble).

II. El Estado se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, dig-


nidad, libertad, solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad,
armonía, transparencia, equilibrio, igualdad de oportunidades, equidad
social y de género en la participación, bienestar común, responsabilidad,
justicia social, distribución y redistribución de los productos y bienes
sociales, para vivir bien.
Los principios y valores de la Constitución boliviana no se establecen
y fundan en los requerimientos internacionales de los derechos hu-
manos, es decir, no le sigue el juego al discurso hegemónico de los
derechos humanos, no quiere decir esto que no los tenga en cuenta,
pero sí es importante destacar que no son el regente primordial de
los valores y principios; al contrario, los principios y valores éticos
bolivianos son cimentados en la tradición cultural de los pueblos que
conforman la nación, los cuales coinciden con los derechos huma-
nos, o, mejor, los derechos humanos y su discurso pueden llegar a
coincidir con estos valores y principios bolivianos constitucionales.
Este aspecto hace destacar a Bolivia como un país con una Constitu-
ción original en el contexto latinoamericano, sin demeritar la de otros
países de la región.

Las propuestas de la Constitución boliviana son atrayentes, por lo me-


nos en lo que se logra leer, en el ámbito escritural discursivo en cuanto
principios y valores, es directa, concreta y práctica, no da rodeos,
no usa palabras para adornar lo que se espera que sea el ciudadano
boliviano. Es interesante ver cómo establece como principio y valor
fundamental el suma qamaña (vivir bien), aspecto que llama la atención
como una propuesta de sistema de vida, sobre todo en un contexto 185
en el que se necesita de la perspicacia e inteligencia para afrontar los
desafíos estructurales que ello plantea, talante que se debe entender
como una tarea exclusiva del Estado y de los poderes políticos para
poder llevar a cabo la emancipación social:

Cuando hablamos de reinventar la emancipación social, probable-


mente debamos usar la palabra en plural: emancipaciones sociales.
Aquí, por otra parte, con la idea de la diversidad, surge el problema
de la interculturalidad, y lo importante de la interculturalidad es que
no es una cuestión solamente cultural, sino una cuestión política, y
por eso tiene que ser tratada a nivel de dos temas que voy a tratar
más detalladamente: el Estado y la democracia (De Sousa, 2008,
p. 15).

La Constitución boliviana permite esclarecer que hay una reinven-


ción de la emancipación social, o, mejor, en palabras de De Sousa,
«emancipaciones sociales», ya que favorece la inclusión de una visión
plurinacional en la que todos sus pueblos y colectividades sean au-
tónomos y libres, para lo cual es indispensable «vivir bien».
6.3 Suma qamaña: «vivir bien»

Hay que vivir como humanos, con todas esas expresio-


nes de mutua reciprocidad y afecto que ello implica.
Esta es también la línea del qamaña, y el hacerlo bien es
ya el suma qamaña.
Xavier Albó

Una sociedad como lo es la boliviana con carácter abigarrado, con una


historia dinámica de revoluciones y contrarrevoluciones, con un pro-
pósito plurinacional, quiere más que vivir mejor, el vivir bien como una
característica cotidiana de todos sus ciudadanos, la cual surge como una
alternativa para enfrentar los sistemas sociales injustos e indiferentes ante
las situaciones extremas que viven algunos de los ciudadanos. El pensa-
miento de la cultura actual no se debe centrar solo en lo paradigmático
de la complejidad, sino que también debe darle un puesto epistémico,
sociológico e ideológico a las alternativas que están surgiendo frente al
sistema establecido.
186
Cuando en este momento miramos el mundo y las transformaciones en
el mundo, nosotros no necesitamos de alternativas transformadoras,
necesitamos de un pensamiento alternativo sobre alternativas, porque
nuestros lentes y conceptos no son capaces de captar toda la riqueza
de las experiencias emancipatorias que ocurren en el mundo (De Sousa,
2008, p. 143).

La visión del hombre sobre el mundo debe ser dinamizada y enri-


quecida por las formas distintas y diferentes de pensamiento que se
producen y dan dentro de las diversas culturas humanas, no se trata
hoy de transformar el mundo, sino de pensar lo alternativo de las al-
ternativas, es decir, se requiere de un pensamiento flexible, abier to y
propositivo, pero no para crear sino para comprender e interpretar
las situaciones sociales, políticas y económicas, y así poder generar
espacios de un vivir bien.

Suma qamaña es una concepción indígena a la que, desde distintas pers-


pectivas, se le dan significados y sentidos diferentes. Para este escrito
se considera que es una palabra cuyo sentido originario es de la cultura
aimara, de acuerdo con los planteamientos de Xavier Albó:
Qamaña es «habitar, vivir [en determinado lugar o medio], morar, radicar» ( to
dwell, en inglés); y qamasiña es «vivir con alguien». Qamaña es también el
nombre que se da al lugar abrigado y protegido de los vientos, construido
con un semicírculo de piedras para que, desde allí, los pastores cuiden sus
rebaños mientras descansan. Es decir, desde sus diversos ángulos, qamaña
es vivir, morar, descansar, cobijarse y cuidar a otros. En un segundo uso,
insinúa también la convivencia con la naturaleza, con la Madre Tierra o
Pacha Mama, aunque sin explicitarlo (Albó, 2011, p. 134).

Qamaña es el sentido de vida del hombre en sociedad, es el sistema por


medio del cual el individuo puede desarrollar sus potencialidades dentro
de un contexto social y colectivo en el que se sienta bien, para lo cual es
necesario que tenga un ambiente adecuado donde habita, mora con la
perspectiva de cuidar al otro, a los otros para el bienestar.

¿Por qué no quieren hablar tanto de vivir mejor? En su concepción, los


pueblos originarios (al menos los andinos) no lo ven necesario precisa-
mente porque suma (o sumaq en quechua) ya puede incluir en sí mismo
«el mayor grado posible». Por otra parte, los aymaras que han reflexionado
más sobre esta cuestión se resisten a decir «mejor» porque este término
se entiende muchas veces como que un individuo o grupo vive y está 187
mejor que otros y a costa de los otros. Suma qamasiña es [con]vivir bien,
no unos mejor que otros ni a costa de otros (Albó, 2011, p. 135).

Vivir bien es una alternativa frente al vivir mejor del sistema neoliberal y
capitalista. Vivir bien lleva a pensar en el otro, en el bienestar individual,
pero sin hacerle daño al otro, no se limita solo al bienestar del otro, sino
que potencia el bienestar con lo otro, es decir, con la naturaleza. Esto da
cuenta de un pensamiento indigenista que se compenetra con la naturaleza
y lo ecológico. Hoy proliferan los discursos sobre el cuidado del medio
ambiente y ecologistas, discursos del cuidado del otro, de la tolerancia,
el respeto, y otro sinnúmero de valores que plantea la sociedad, pero su
defecto es que lo hacen desde un modelo económico y sociológico de
la competencia, del denigramiento del otro, de la competencia insana
que violenta y altera las relaciones intrapersonales y sociales.

Suma qamaña es una alternativa distinta de la del capitalismo y el neoli-


beralismo. Más que un sistema social, es un sistema de vida basado en
el bienestar propio y el de los otros. No basta con convivir bien con el
otro humano, también es necesario, desde la cosmovisión aimara, tener
una relación adecuada de respeto y de cuidado con la naturaleza. Por
estas razones el Estado boliviano por medio de sus respectivos minis-
terios concibe vivir bien como el disfrute de los bienes materiales en
armonía con las personas, destacando el lugar privilegiado de la familia y
la naturaleza, pues se concibe que para vivir bien es necesario vivir bien
con los demás y no hacerle daño a la naturaleza, es decir, respetando a
la pachamama como el lugar donde se relacionan de manera compleja
la naturaleza, la producción, el mundo espiritual y el social (Albó, 2011).
La clave del sentido de la vida humana está en la manera como asuma
y desarrolle su dimensión como ser natural y relacional, su «estar en el
mundo» y «su vivir en el mundo con». No se trata de sesgar la dimensión
relacional meramente a las capacidades humanas de relación, sino que
también se trata de involucrar a la hermana menor, como la llamara san
Francisco de Asís, a la naturaleza como agente indispensable para la vida
relacional del ser humano. No nos hacemos humanos porque nos tratamos
entre humanos, lo que nos hace humanos es que humanizamos lo que
nos ata al ser de humanos.

De allí que lo central del desarrollo para vivir y convivir bien ya no es ni


puede ser solo lo económico. Se coloca delante este plus humano. Lo
188 económico y material es también uno de sus componentes siquiera para
superar la mera supervivencia. Pero ya no es evidente ni mucho menos
que la meta del desarrollo sea crecer más y más en esa línea pase lo que
pase con la convivencia entre los humanos y con la Madre Tierra, que es
la casa, la «matriz» de todos nosotros (Albó, 2011, p. 137).

Suma qamaña supera la visión de la vida relacional del hombre condi-


cionada y mediada por lo económico únicamente. Desde la visión del
«vivir bien» lo económico y lo material son sencillamente un medio para
la supervivencia, pero como el hombre no está solo para sobrevivir, sino
para vivir, este aspecto hace que se vea lo económico y lo material como
cosas no fundamentales ni primordiales, más sí secundarias. Esta concep-
ción de lo económico y lo material va en contraposición de lo establecido
por el sistema económico capitalista y neoliberal, y más en contra del
planteado por el desarrollo del liberalismo clásico en cuanto al mercado
y al valor de cambio. Esta característica lleva a pensar y reflexionar sobre
¿cómo puede ser implementado este sistema del suma qamaña en medio
de un contexto internacional globalizado, neoliberal y capitalista? ¿Qué
límites y qué alcances puede tener en la práctica política el suma qamaña?
Interrogantes que no son de interés abordar en este escrito, pero que
sí es interesante plantearlos, ya que en las prácticas políticas, sociales y
económicas a veces las utopías quedan en el papel sellado y firmado.
Palabras como progreso, crecimiento y desarrollo deben ser resignificadas
en el contexto del suma qamaña, ya que se comprende:

El concepto capitalista del desarrollo implica la imposición de valores que


conducen a la oposición, al enfrentamiento y la competencia, como forma
de articular las relaciones interpersonales. La crisis —por su parte— pone
en debate los valores capitalistas (la ganancia por la ganancia, la producción
por la producción, la mercancía como la forma privilegiada —tendencial-
mente única en el modo de producción capitalista— que deben asumir
las relaciones humanas) (Féliz, 2011, p. 171).

Ahora bien, si el concepto de desarrollo implementado desde la perspec-


tiva capitalista debe resignificarse a la luz del buen vivir como alternativa
para enfrentar los esquemas deshumanizantes y desnaturalizantes que
fomentan los sistemas hegemónicos establecidos, entonces es necesario
hacer un análisis y una propuesta educativa distinta de la que fomenta el
capitalismo y el neoliberalismo; es decir, una alternativa de formación de
un ciudadano distinta de la que se promueve dirigida para el empleo y
el mercado laboral. Para hacer este abordaje, se hará un análisis de la Ley 189
de Educación para el Estado plurinacional de Bolivia, de tal forma que se
pueda evidenciar si por lo menos en las leyes escritas se encuentra un
pensamiento alternativo educativo que favorezca llevar a cabo la formación
de un ciudadano boliviano para el vivir bien.

6.4 La educación, el escenario formativo para vivir


bien

La conformación del Estado boliviano plurinacional comunitario es cons-


tituido por las dinámicas históricas que lo han acompañado desde su
carácter de abigarramiento social y pluricultural, desde donde se propone
formar un colectivo de país y nación que se cimiente en los valores de
los pueblos que lo conforman, los cuales se encuentran consignados en
la carta magna y que se reflejan en la Ley 70 de Educación en el artículo
3, inciso 13:

La educación asume y promueve como principios ético morales de la


sociedad plural el ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas
mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (Vivir Bien), ñandereko (vida
armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj
ñan (camino o vida noble), y los principios de otros pueblos (Ley 70 de
Educación, 2010, cap. II, art. 3).

Los propósitos educativos parten de la consideración de los principios


y valores que se destacan dentro de la Bolivia plurinacional comunitaria,
se proponen implementar como «ideología fundamental» formar un ciu-
dadano activo, honesto y honrado para vivir bien. Pero, al analizar estos
planteamientos y los distintos artículos que conforman la Ley 70 de Edu-
cación, es interesante ver cómo se hace uso de palabras como calidad,
producción, formación científica, entre otros conceptos que son propios
del capitalismo y el neoliberalismo, del llamado imperialismo, lo cual puede
ser contraproducente para uno de los fines de la educación, en el que
se entiende esta como:

… descolonizadora, liberadora, revolucionaria, anti-imperialista, despa-


triarcalizadora y transformadora de las estructuras económicas y sociales;
orientada a la reafirmación cultural de las naciones y pueblos indígena
originario campesinos, las comunidades interculturales y afrobolivianas en la
190 construcción del Estado Plurinacional y el Vivir Bien. (Ley 70 de Educación,
2010, cap. II, art. 3).

La utopía del vivir bien, sus fines, perspectivas y esperanzas pueden verse
seriamente afectadas si se hace uso de terminologías que la contradicen
en su esencia. Podría suceder que unas son las intenciones, objetivos y
fines educativos desde el espíritu del concepto de Estado plurinacional
y otra la práctica pedagógica y la cotidianidad en la escuela. Si se hace
referencia a una educación descolonizadora y antiimperialista, conceptos
como calidad deben ser clarificados, más cuando es un término que no es
indigenista, pero sí colonizador e imperialista. Se ve claramente que, en la
formulación de la Ley 70 de Educación, se hace eco a la Constitución, pero
que enmarcan la acción educativa aún en paradigmas imperialistas. Sería
interesante hacer un acercamiento para ver cómo se han transformado los
currículos y planes de estudio, cómo se ha hecho esa implementación del
plurinacionalismo y el «vivir bien» en las prácticas educativas, esto a la luz
del Plan Estratégico Institucional, liderado por el Ministerio de Educación
de Bolivia. Al analizar detenidamente las intenciones educativas bolivianas,
se ve que hay una apuesta desde sus contextos, pero también se siente
una reproducción del discurso educativo globalizado. Es importante en
este aspecto tener en cuenta la reflexión de De Sousa:

Una palabra clave, por tanto, es la de desafíos asociados a la naturaleza de


los cambios sociales, institucionales y políticos de los procesos constitu-
yentes que vive Bolivia y otros países de la región; a las ciencias sociales y
la universidad, hoy desafiadas a renovarse, a incorporar el conocimiento
de la complejidad y de todas las maneras de producirlo, a contribuir
en la comprensión y solución de los problemas políticos, económicos
y culturales que nos plantean esos procesos hoy protagonizados por
los excluidos de ayer y orientados a remover estructuras, instituciones y
saberes que producen y reproducen injusticias, que excluyen, desigualan
y oprimen por causas económicas, coloniales, patriarcales y otras, como
fuera dicho (2008, p. 8).

La universidad, en el contexto del principio del vivir bien, debe asumir su


papel social como transformadora e impulsora de los proyectos de edu-
cación con sentido y responsabilidad plurinacional, ámbito desde el cual
se le exige que el carácter epistemológico, sociológico y antropológico
de su quehacer histórico no se limite a la transmisión de saberes, sino a
un ejercicio como pensamiento alternativo para la solución de proble- 191
mas contextuales y reales, de tal forma que los planes de estudio y los
currículos, así como la práctica docente, sean resonancia que evidencie:

… desde esta propuesta del Vivir Bien, no solo se trata de potenciar la


adquisición de conocimientos, habilidades, valores y actitudes para un
desempeño profesional exitoso y un mejoramiento humano, sino que este
proceso también debe promover las relaciones armónicas con la natu-
raleza. Sobre la base de este reconocimiento se añade como un nuevo
pilar desde esta nueva visión: aprender a vivir en armonía con la naturaleza
(Márquez y Márquez, 2011, p. 287).

La apuesta educativa plurinacional trata de dar una respuesta a la necesidad


de formar dentro de un contexto cultural que debe ser abierto a los co-
nocimientos que se implementan en otras culturas, pero a la vez proteger
su identidad epistémica y cultural. Desde esta perspectiva, al asumir el
proceso de plurinacional, lleva a la reflexión de cómo se pueden vincular
otras reflexiones culturales y teóricas que favorezcan el fortalecimiento
del proyecto plurinacional boliviano. El trabajo intelectual y académico
no se puede desligar de los procesos sociales que se establecen a partir
del paradigma del espíritu plurinacional.

Por tanto, un requisito para la búsqueda de alternativas al actual sistema


de desarrollo es la revisión crítica de las actuales instituciones y formas
de producir conocimientos o «hacer ciencia y tecnología». Es importante
señalar que la revisión crítica del modo de producción actual de conoci-
mientos científicos no es una actividad meramente académica; ella se da
en el marco de una alianza entre las comunidades académicas implicadas
y un sinnúmero de movimientos sociales (Delgado, Ritz y Escobar, 2011,
p. 402)

El éxito del proyecto de un Estado plurinacional no depende solo del


ámbito educativo, sin embargo, hay que reconocer que los sistemas
educativos son un agente fundamental para llevar a cabo las transfor-
maciones sociales que exige un momento histórico determinado. Por
esta razón, todo lo que tenga que ver con proyectos políticos están
inmersos dentro de procesos sociales, contextos culturales y dinámicas
internas y externas que la condicionan y determinan, desde donde se
determinan y plantean prácticas novedosas con nuevos lenguajes, nuevos
192 protagonistas y actores sociales, nuevas formas y culturas de organiza-
ción, una «neoterritorialidad» y un proceso de desmercantilización, así
como la lucha por el reconocimiento de la diferencia (De Sousa, 2008).
Características que destaca este autor y que permiten establecer los re-
tos y las perspectivas de cómo asumir las innovaciones socioculturales y
político-económicas que se dan al margen de las institucionalizadas por
los esquemas de homogeneización cultural occidental Así, cobra sentido
la llamada educación popular:

… la idea de que hay otros saberes además de los saberes científicos,


que son importantes para que podamos entendernos. Hoy la ciencia es
obviamente un conocimiento riquísimo, muy importante. Yo soy un cien-
tífico social, y lo considero muy importante; pero la ciencia no nos basta
hoy en día. Si yo quiero ir a la luna, uso la ciencia, pero si quiero preservar
la biodiversidad necesito además del conocimiento indígena. Entonces,
sostengo la idea de que hoy necesitamos lo que llamo una ecología de
saberes (De Sousa, 2008, p. 147).

La ecología de los saberes nos ubica en un contexto en el que lo «plu-


ricultural» y la «multidiversidad» rompen el paradigma de conocimientos
preestablecidos o hegemónicos para ser aplicados en cualquier contexto.
Esto requiere que los procesos sociales y políticos que se desarrollan
dentro de las culturas caracterizadas por estos aspectos tengan en cuenta
que se encuentran inmersos en un flujo de oportunidades para generar
sistemas y esquemas de desarrollo humano, pero teniendo en cuenta que
este flujo debe ser humanizante y no deshumanizante. Un Estado plurina-
cional como el de Bolivia goza del privilegio de haber logrado mantener
en algunas de sus regiones su pluridiversidad y su multiculturalismo, pero
que su exigencia fundamental es hacer de ese privilegio una oportunidad
para construir país, nación, república, Estado, desde un punto de referen-
cia en el que se comprenda que «no hay interculturalidad si no hay una
cultura común, una cultura compartida. ¿Cuál es la cultura compartida en
las sociedades plurinacionales?» (De Sousa, 2008, p. 149). Interrogante
que deja rondando la idea sobre los puntos comunes sobre los cuales
se debe organizar y construir un país plurinacional, pero entendidos
estos puntos comunes como acuerdos que encubren y conglomeran
aspectos epistémicos, sociológicos, políticos, económicos, educativos
y hasta religiosos.

6.5 Plurinacionalismo boliviano: posibles puntos 193


vulnerables

A pesar que el proyecto plurinacional de Bolivia es resultado de una


construcción histórica, con fundamentos sociopolíticos profundos, al
parecer ha dejado ámbitos descuidados, como es el mestizaje boliviano,
ya que se ha centrado en la etnización de la política (Toranzo, 2009). Los
planteamientos y desarrollos discursivos sobre los cuales se ha cimentado
el plurinacionalismo boliviano han estado caracterizados por enmarcarse
en una crítica y reclamo por la exclusión de los más débiles que en su
caso concreto son unos grupos étnicos e indígenas que pueden llegar a
caer en el mismo error de excluir a quienes consideraban responsables
de su exclusión, como los mestizos.

Si las mismas visiones tratan de ocultar o negar procesos históricos, para


suplantarlos por una visión apologética de las etnias, de las nacionalidades,
entonces, es probable que estén negando la realidad fáctica de un país
que en cinco siglos, en tres de Colonia y dos de República, ha construi-
do, con deficiencias, con problemas, con desigualdades, un proceso de
variados mestizajes que no podemos negar (Toranzo, 2009).
El riesgo de tener un nuevo racismo en el escenario nacional boliviano
está a la orden del día. Las estrategias que debe seguir el Estado es la
de potenciar un verdadero sistema de participación democrática de to-
dos los pueblos, colectividades, etnicidades y demás que hacen parte
y conforman el territorio boliviano, ya que se considera que «cerrar los
ojos a las centenas de mestizajes de este país implica simplemente ce-
rrar los ojos a las mayorías de Bolivia» (Toranzo, 2009, p. 46), situación
que generaría descontento y, por ende, violencia en un país que hasta el
momento ha demostrado que su construcción se ha podido establecer
con revoluciones sin que sea la violencia su principal protagonista. Las
construcciones de las subjetividades, de la vida cotidiana dentro de una
cultura como la boliviana, han estado matizadas y mediatizadas por unas
dinámicas históricas que, desde la Conquista, pasando por la colonialidad
y la poscolonialidad, han tratado de cimentar una identidad, «pero tan
importante como eso, que no pueden negar ni eludir el presente, pues
éste los observa como historias complejas de mezclas, de combinaciones
culturales y sociales» (Toranzo, 2009, p. 50). La propuesta plurinacional,
desde la utopía política, cultural y social debe estar encaminada a superar
una visión etnocentrista excluyente.

194 Por otra parte, ¿cómo mantener y garantizar el prevalecimiento de las


identidades culturales dentro de un Estado plurinacional? ¿No será este
otro sistema que favorezca el surgimiento y florecimiento de nuevas so-
ciedades abigarradas? ¿Se trata de una transformación de paradigmas o
de un simulacro sociopolítico? Estos interrogantes ponen en el ojo del
huracán las estrategias políticas, económicas y sociales que se implemen-
ten y propongan desde el espíritu del plurinacionalismo, ya que desde la
promulgación de la Constitución de 2009 esta es comprendida como «un
programa político y un programa de Estado» (Komadina, 2009, p. 102). Este
proceso constitucional de 2009 es resultado de todo un proceso político
boliviano, «la NCPE es el remate de ese proceso de re-construcción de
la identidad nacional» (Komadina, 2009, p. 107)

Así, la construcción del Estado plurinacional cuenta con diversos retos y


exigencias, para lo cual debe acudir al sistema de la transcrítica que «implica
un proceso de conocimiento de otras matrices culturales, la utilización
de ese conocimiento para autocríticarse y reformar la organización y vida
política de la propia matriz cultural» (Tapia, 2006 a, p. 41). No es solo
preocuparse por implantar un sistema político que le abra espacio a los
que eran excluidos, de tal forma que genere otras clases sociales excluidas.
Si se ha adentrado en el riesgo de la aceptación identitaria de la riqueza
cultural y étnica, esta debe ser abierta y proactiva, realista y propositiva.
En este sentido, hay que reconocer y rescatar que por las condiciones
características del Estado plurinacional se puede convertir en un espacio
de homogeneización, lo cual iría en contra de su propuesta como Estado
que promueve las autonomías y libertades. Por estas razones, es indis-
pensable que un Estado que tiene estos propósitos sea consciente de su
contexto interno y de las dinámicas externas tanto de la región continental
como de los demás espacios globales.

En este orden de ideas, el Estado plurinacional es un componente del


sistema contrahegemónico (Tapia, 2011), se establece como un paradigma
antiimperialista, antineoliberal y con alternativas económicas distintas de las
establecidas por el capitalismo y el colonialismo esclavizante y arrasador
de la posibilidad de mantener una identidad cultural y étnica. El Estado
plurinacional es la oportunidad de demostrar que es posible construir
nación, país y república, desde los cimientos de la pluri- e interculturalidad.

El espíritu plurinacional no es exclusivo de Bolivia, también es un sistema


implementado y asumido por Ecuador (Cordero, 2012), en el que se
destaca la construcción de nuevas ciudadanías, pero se cuestiona si ese 195
sistema permite que se haga un ejercicio más democrático, si admite y
favorece que ese ejercicio sea un privilegio de todos los ciudadanos
plurinacionales y no exclusivamente de unas pocas etnias o comunidades
indígenas. Este aspecto es crítico porque se debe indagar y analizar si el
sistema del Estado plurinacional verdaderamente permite que haya una
democracia que no se limite a ser representativa.

El retorno del Estado activo —ahora plurinacional— constituye un nuevo


contexto histórico y político para replantear los esquemas de ciudadanía
y democracia partiendo del reconocimiento de dos nuevos sujetos de
derechos: las nacionalidades indígenas en Ecuador y las naciones y pue-
blos indígena-originario-campesinos en Bolivia (Cordero, 2012, p. 142).

Conclusiones

La construcción de un Estado plurinacional es resultado de un proceso


histórico, de una concientización de la identidad nacional y de los
intereses comunitarios y comunes por hacer un país contrahegemó-
nico y antiimperialista, desde donde el ideal utópico es darles la voz
a quienes no han tenido voz. Además, se implementa dicho sistema
plurinacional bajo los parámetros que promueve una sociedad abiga-
rrada, urgida por reconocerse como identitaria, pero, al mismo tiempo,
híbrida y alterada.

Los ideales constitucionales bolivianos plantean un sistema de aceptación


de la república como plurinacional, pero sus fines están centrados en pro-
mover valores y principios de acuerdo con las cosmovisiones axiológicas
y éticas de los pueblos y comunidades étnicas que constituyen el país.
Dentro de este sistema es llamativo el concepto de suma qamaña (vivir
bien) como contraposición al sistema de «vivir mejor» como paradigma
de vida dentro del sistema capitalista y neoliberal. En otras palabras, el
sistema plurinacional tiene claro que se debe implementar un sistema
económico alternativo frente al desgastado.

La educación es un escenario privilegiado y, más que un escenario, un


dispositivo sociocultural por medio del cual se puede llevar a cabo el
ideal del sistema plurinacional. En este sentido, la Ley 70 de Educación de
Bolivia es coherente y congruente, aunque hace uso de terminologías y
196 conceptos que no son congruentes con las perspectivas contrahegemó-
nicas de este tipo de Estados. Por otra parte, es una urgencia establecer
los mecanismos para potencializar la «ecología de los saberes», el puesto
de la construcción de conocimientos que se gestan en el contexto de
una sociedad plurinacional, pluriétnica y pluricultural.

Todos estos aspectos dejan interrogantes y expectativas, sobre todo en


lo que se refiere a la construcción de ciudadanía y a la implementación
de la democracia en el contexto del espíritu plurinacional. ¿Será que
estos ideales permiten salir de la política salvaje colonialista, capitalista y
neoliberal y adentrarse en el vivir bien como paradigma plurinacional en
un contexto multiétnico excluido por avatares de la historia?

Referencias bibliográficas

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198
CAPÍTULO 7
El küme felen y la ñuke mapu:
el desarrollo integral en la
cultura mapuche
Juan Ñanculef Huaiquinao

7.1 Introducción

El pueblo mapuche es uno de los nueve pueblos originarios que aún pervi-
199
ven en Chile, en el extremo del Cono Sur de América Latina. Actualmente, la
población mapuche supera un tanto el millón de habitantes (Censo, 2012),
pero la mayoría de ellos están en las grandes urbes, tratando de pasar in-
advertidos con la probación chilena. Son panaderos, mecánicos, obreros
de la construcción y muchos han logrado importantes cargos técnicos y
profesionales. Mapuches los hay en todas partes, son carabineros, marinos,
están en las fuerzas armadas, en los hoteles en el extranjero.

El desarrollo propio de los mapuches fue un sistema integrado de cono-


cimiento que generaron de tiempos muy pretéritos como producto de la
observación permanente de la naturaleza o inarrumen, y llegaron a ser parte
integral de ella. El desarrollo propio mapuche estuvo basado en la recipro-
cidad, en la redistribución permanente de los bienes, como lo es en casi
todos los sistemas de economía de los pueblos indígenas del Abya-Yala.
Al desarrollo propio de los mapuches imbuido en la naturaleza plana, le he
llamado desarrollo a escala de la naturaleza, y todo su proceso y sistema
estaba anclado en la cosmovisión ancestral mapuche y en los principios de
filosofía que habían construido sobre el concepto de territorio, denominado
Wall-Mapu o país mapuche. Desgraciadamente, todo este sistema y modelo
de desarrollo propio mapuche fue arrasado con la llegada del hombre occi-
dental, primero los españoles y luego los criollos chilenos, quienes mediante
la creación de una sucesión de leyes ocuparon el territorio ancestral mapu-
che, y destruyeron todo sus ecosistemas, tras lo cual dejaron a la población
mapuche en la más extrema pobreza.

Hablar del autodesarrollo en la cultura mapuche es sin duda un tema profundo


de su historia, es plantear su data cultural como una forma de contextualizar
el tiempo y el espacio, elucubrar de cómo debió haber sido el proceso
evolutivo del hombre en estas tierras, analizar la concepción fundacional de
su territorio, ese principio de ontología que permitió al ser humano mapuche
ancestral concebir la propiedad territorial mucho más allá de lo meramente
colectivo, imaginarse a la naturaleza con vida, con energía, con newen, se
dice en lengua mapuche. Y, por cierto, todo esto lo ancló, lo instaló en su
cosmovisión, en una forma muy particular de ver el mundo, en lo infinitamente
grande como en lo infinitamente chico. Así nació en el pueblo mapuche una
epistemología que lo compromete, lo involucra, lo hace parte de todo el
proceso natural. De ahí nace una forma de comprender el desarrollo propio
o autodesarrollo, pues nadie le enseñó al mapuche, sino es por los pewma,
o sueños, una forma de vivir en armonía con la naturaleza, tema este ele-
mental para comprender un concepto propio del desarrollo ancestral que
200 en la propia lengua mapuche llamamos küme felen, el vivir bien en nuestra
cultura mapuche. Si lográramos el küme felen como paradigma del hombre
en el planeta, de cierto les digo que tendríamos una forma de vivir mucho
más en paz y mucho más en equilibrio sin el susto del desastre ecológico
del que estamos siendo testigos hoy en este mundo que nos tocó vivir. En
la cultura y cosmovisión mapuche, no existe la competencia por tener más,
no existe la acumulación de bienes, no hay carrera por tener más y ser más
que el otro, si no es por un requerimiento de los espíritus que llaman, que
eligen a unos pocos a conducir esta armonía del estar bien, y que llamamos
el küme felen.

En efecto, el pueblo mapuche, ubicado en el extremo sur de la actual Re-


pública de Chile, fue un pueblo desarrollado en el periodo prehispánico,
tuvo un territorio tan bien ecológicamente establecido con un armonía
con la naturaleza que imaginarlo hoy es entrar en un mundo fascinante. Por
cierto, la clave para lograr un desarrollo que he llamado desarrollo a escala
de la naturaleza o autodesarrollo mapuche debió haber sido un proceso
muy largo, un proceso en que se mantuvo unido, atado como un todo, la
concepción plena del equilibrio entre hombre y naturaleza, y eso no es
otra cosa que el küme felen. Este es el trasfondo del presente artículo en
donde evidenciamos en los hechos descriptos que por más que se hable
hoy de desarrollo y que los programas de Gobierno dirigidos a los indígenas
pretendan abrir nuevos paradigmas en la producción agrícola, del manejo
del agua, no alcanza a cobijar todos los aspectos que el etnodesarrollo que
ha venido concretando en la comunidad mapuche. Todo lo anterior, com-
parado al desarrollo propio del mapuche de los siglos XV-XVII, constituye
una falacia que a la larga va a cobrar con nuestra propia vida la actual idea
de progreso asociado a desarrollo, en cuanto se destruye la naturaleza,
se contamina el agua, la tierra y el aire, como lo afirma Alfonso Gilly, en su
Historia a contrapelo:

La labor de historiador no debe contentarse en registrar el flamante brillo


de una historia de barbarie y opresión, tiene que «cepillar a contrapelo el
pasado» para reconocer en este las memorias, cicatrices y huellas que se
han materializado en tradiciones y modos de socialización […] Contempla
la época presente como un tiempo donde se ha exacerbado el despojo
universal por parte del capital, de aquellos recursos que dan sustento a
modos de vida y organización basados en la reciprocidad y solidaridad…
(2006, p. ).

En verdad, para haber logrado lo que tuvieron como conocimiento o ki- 201
mün, le decimos en nuestra lengua mapuche, los sistemas y la concepción
epistemológica propio de los diferentes pueblos indígenas de la América
precolombina, debieron haber tenido una escuela común desde donde
provino la ciencia y el conocimiento milenario que los unió a lo largo del
continente Abya-Yala. Los sistemas de producción, la recolección de frutos
y alimentos diversos que la naturaleza proporcionó a nuestra gente hace más
de doce mil años, una inspiración espiritual para definir su propio desarrollo,
fue una especie de parcela de ensayo, basado en una forma de concebir el
mundo, que constituye la episteme de la ciencia alternativa para la mirada de
hoy que ofrecen los indígenas a la sociedad llamada moderna. Los pueblos
indígenas generaron su propio paradigma, y tanto fue así que la convicción lo
hizo ser parte integral del proceso que hoy podemos denominar desarrollo,
concebido como la forma en que el hombre se sumerge y emerge de la
plenitud de la naturaleza. Y no como hoy que se destruye, se contamina, se
atenta, en contra de la propia ñuke mapu, esto es, en contra de la propia
Madre Tierra. Ese es pues el esfuerzo de este artículo, que compartimos con
nuestra gente, herederos de los más de ochocientos pueblos indígenas que
habitaron el pasado de nuestra actual América Latina, hace más de doce mil
años atrás (Maldonado, 2008).
7.2 El desarrollo en el pueblo mapuche

En mis planteamientos respecto del conocimiento y del saber indígena


mapuche, siempre trato de buscar el sentido de ello, a partir del concepto
propio que de dicho tema emerge de la lengua mapuche, el mapuzugun. En
efecto, todos los conceptos de la lengua mapuche tienen un largo análisis
y una data de más de diez mil años, y no solo se trata de la semántica,
sino de una ontología propia en la conformación de la palabra a partir
de un forma particular de concebir el mundo en el momento uno de la
conformación de la sociedad mapuche, esto es, a más de doce mil años
de existencia. El planteamiento ontológico propio mapuche nosotros lo
denominaos «mapuche gen», es decir, el ser mapuche. El mapuche gen
es la esencia de la ontología propia mapuche, pues trata el tema del ser
mismo, de lo que se puede entender en esto de ser humano, del «chegen
kam chegenon», ser humano, o no ser humano, cómo y de qué forma se es
ser humano, y para qué se es ser humano. Esto hace luego la concepción
fundacional del concepto desarrollo que hemos denominado küme felen.

De acuerdo con este criterio no existe en la lengua mapuche la palabra


desarrollo en forma directa, más bien es un principio. Buscarla por ana-
202
logía es un tanto más complicado, igualmente nos resultará una frase muy
profunda, y no, una sola palabra. Esta frase nos obliga a internarnos en
el pensamiento propio del mapuche, y análisis que resulta del concepto
gen, y esto de ser o no uno mismo, lo que le tocó ser, en este caso ser
mapuche. Entonces el desarrollo por analogía, es decir, por comparación
con la lengua castellana, nos induce a la frase del «küme felen», esto es,
del estar bien, del ser que está en equilibrio, del estar en armonía con la
naturaleza, de la razón del ser respecto de la naturaleza, para estar o tratar
de estar bien.

Antes de entrar en esto del küme felen o estar bien que es propio de la
lengua mapuche, es necesario analizar el concepto occidental de la pa-
labra desarrollo, que proviene de los últimos doscientos años, concepto
concebido como el progreso, el avanzar del progreso gracias a ciertas
tecnologías hechas por el hombre y articuladas para que el hombre, o
quizás el ser humano, se encumbre cada vez más en el grupo social en que
viven los otros, es decir, a partir de una diferencia de clases económicas
que no concibe la alteridad, y mucho menos lo que denominamos ser un
tanto más pertinente en la cultura mapuche. En la cultura mapuche no hubo
grandes diferencias sociales, no hubo ni grandes ricos ni grandes pobres,
desde el punto de vista del küme felen o economía mapuche. La sociedad
mapuche no permitió las castas sociales, era más bien de reciprocidad, de
solidaridad y de compartir no solo con otro ser humano mapuche, sino
que compartir con la naturaleza y con los espíritus. Un mapuche en su tie-
rra nunca va a llegar y beber o comer, primero le da una porción de esos
alimentos a la tierra o mapu, al agua o ko, acción de gracias, que significa
el compromiso por cuidarla y protegerla.

El küme-felen en la cultura mapuche tiene equivalencia con lo que nuestros


hermanos aimaras y quitchuas denominan el sumaq kawsay, que en lengua
quitchua significa vivir bien, la que alguna vez fue la escuela del qhapaq
ñan o camino del inca. El küme-felen mapuche, siendo equivalente al su-
maq kawsay, nos indica que a lo largo de nuestra América precolombina,
tuvimos una escuela común, que si bien se hablaba en diferentes idiomas,
la filosofía de la enseñanza era la misma. De ahí las muchas equivalencias en
cosmovisión, en la concepción de tierra o mapu, del agua o ko, y por cierto
en la noción del desarrollo en nuestra América Latina. El 9 de julio de 2013
estuve con un abuelo de la cultura muisca en las afueras de Bogotá, en mi
viaje a Colombia. Nos encontramos y nos conocimos y hablamos de nuestras
reciprocidades, bebimos del agua concebida como persona, masticamos
la sagrada «koka», y comprendimos nuestras grandes reciprocidades. He 203
sido testigo concreto de la escuela común en la que fuimos formados por
nuestros antepasados, hemos sido testigos del respeto a la tierra, a la Pa-
chamama o como lo decimos en lengua mapuche, a la Ñuke Mapu.

Respecto de la búsqueda del conocimiento mapuche, la idea ontológica


del saber universal y ecuménico en nuestra América precolombina estaba
dado en la búsqueda de ese kimün o conocimiento, en el mundo secreto,
ellkan kimün, le llamaban en lengua mapuche. Esta fue la antigua escuela
secreta, que los mapuches hemos llamado renu, donde se enseñaba la
filosofía universal, la medicina mágica, la ciencia de las ciencias del tiempo
y espacio. En esta escuela, solo de los iniciados, de los grandes maestros
sabios o kimche del pueblo mapuche, se enseñaba el küme-felen, y donde
el desarrollo se percibía como una sociedad entre el mapuche gen, ser
mapuche, y el itxofill mogen, es decir, la diversidad de la naturaleza plena.

De ahí la importancia de comprender el concepto de cultura desde la


óptica de la ontología del mapuchegen, y traigo a colación al escritor
temuquense (de la ciudad de Temuco en el sur de Chile), Eduardo Pino
Zapata, quien hace esta descripción magnífica:
La cultura es la expresión visible de las respuestas que el ser humano propone,
cuando crea un entorno propio con los recursos ofrecidos en un horizonte
paisajístico, organizando un sistema de relaciones entre él y su marco geo-
gráfico, formando un binomio que tiene un significado propio para el grupo
social determinado (Pino, 2011).

Por mi parte, le he agregado que el territorio mapuche, la forma de sus-


tentarlo y comprenderlo, el hecho de llamarle ñuke mapu o Madre Tierra
generó la identidad y la filosofía propia del ser mapuche y todo lo que
de ello se deriva. Su estructura mental es la cosmovisión, desde donde
proviene el imaginario, la ontología propia de un pueblo, que ha creado
una particular epistemología. La ley se le llama az-mapu, que constituye
lo coercitivo de la ontología para propiciar el respeto que los mapuches
llamamos yam, a través de ciertas entidades denominadas que son espíritus
tutelares que protegen la vida de toda la diversidad, al que el mapuche
respeta sagradamente y que denomina gen. Con ello los mapuches fueron
seres libres, abiertos al cosmos, dispuestos al mundo natural y sobrenatural
observándolo y admirándolo eternamente. Ninguna creación del espíritu
humano es ajena a la relación con la naturaleza, todas contribuyen a un
valor universal en cuanto generan horizontes particulares que enriquecen
204 la sociedad. Por cierto, en los pueblos de América Latina, esto constituye
un eje, como la serpiente emplumada que los mapuches también la tie-
nen en su cosmovisión y le llaman piwchen filu, pero esto es un tema que
ocupara otras reflexiones.

7.3 El desarrollo mapuche, el küme felen y el


territorio

Y volviendo al tema del desarrollo, hemos de agregar el papel, sobre la


base de la educación de los grandes maestros del secreto mapuche, de
los llamado renü-che (http://www.oocities.org), gente que podían acceder
a los renü, esta era una pedagogía práctica del aprender haciendo y co-
nociendo a la naturaleza, so pena de que en la práctica del conocimiento
secreto pudiera costarle la vida al neófito. Allí se enseñaba el newen o
energía de cada elemento, energía de la tierra, del agua, del aire y el fuego,
se enseñaban palabras y frases para conversar con la naturaleza, para abrir
puertas cerradas, para levitar en el espacio, para desaparecer por un rato,
y se aprendían newen zugun, palabras con poder, lo que los mapuche lla-
man kefafan (Ñanculef, 2009). Por cierto, allí se enseñaba el küme felen, el
necesario equilibrio total del ser humano.

Y en verdad, para hablar del desarrollo mapuche, o küme felen, no podemos


dejar de explicitar el sentido de territorio y territorialidad mapuche. Hoy
estamos generalmente de acuerdo con los estudiosos de las culturas, que
para que un grupo humano, una sociedad cualquiera desde los tiempos que
sea, para que genere una cultura determinada, se deben dar cuatro pasos
como proceso simultáneo en el tiempo y en el espacio, a saber:

La disposición de un territorio propio y demarcado. El pueblo mapuche


fue dueño de un espacio territorial de más de 64 millones de hectáreas de
tierra, que estaba ecológicamente dividido, con un principio ontológico
muy particular en su instalación inicial, que dice: «chumley ta wenu mapu
ka feley ta nag-mapu» (tal como es arriba, así es abajo), de tal manera que,
como se imaginaban como era el «cielo» (solo comparativamente), se
imaginaron que está dividido en cuatro espacios siderales, así también fue
dividido el territorio.

205
Una organización sociopolítica que sustente y defienda el espacio terri-
torial demarcado . El pueblo mapuche tuvo al menos 7000 lof o bases
sociales con una autoridad tradicional en cada una de ellas denominada
logko (cabeza), que era el que dirigía políticamente esa base social.
Luego estas se federaban hasta nueve lof, denominándose kiñe rewe, es
decir, un territorio grande tipo comuna, desde donde emergía un líder
denominado ülmen, especie de líder sobre líderes, quien era elegido
bajo una idea de dirección colegiada de entre los nueve representan-
tes de cada lof o base social. Luego los kiñe rewe se confederaban
nuevamente en hasta 81 lof, especie de provincia mapuche, los que se
llamaban aylla rewe (9 rewe) de donde emergía el líder denominado
ulmen fütxa lonko. Esto es muy importante comprenderlo para poder
entender cómo se concebía el desarrollo mapuche original, y lo que
nos sucede hoy, en el siglo XXI.

206

Una ideología o filosofía que permita orientar el quehacer social del grupo
humano, basado en la cosmovisión de inmersión total del hombre en la
naturaleza, controlado por el az-mapu, aquellas normas de sentido onto-
lógico mapuche de cómo proceder, cómo hacer los rituales, cómo hablar
con la naturaleza, de plantearse una idea propia de «dios», y el imaginario
sobre ello estaba basado en cuatro personas que representan a los cuatro
elementos:
Nada se cultivaba, nada se sembraba o se cosechaba en el territorio, sino
antes se conversa con la naturaleza, y la gente mapuche le hablaba de la
necesidad de sembrar para producir alimentos, para vivir bien, los hijos, los
hermanos, la gente toda, ello era el küme felen.

Y, finalmente, para que se conforme un grupo humano como cultura, tam- 207
bién tiene que haberse definido como vivir, es decir, un sistema o modelo
económico, de cómo repartir las riquezas del territorio, y cómo vamos a
comprender la idea de desarrollo. Eso es lo que los mapuches llamaban
küme felen, el vivir bien, el desarrollo integral.

7.4 El desarrollo mapuche y el territorio

Todo el quehacer del desarrollo humano a escala de la naturaleza como le he


llamado, y que tuvieron en el pasado los mapuches, era realizado dentro del
espacio de su propio territorio, y este proceso se comenzaba básicamente
en el lof, o base social. El desarrollo mapuche nunca fue concebido como
acumulación de riqueza, al contrario, el mapuche concibió una economía
de reciprocidad, bajo el principio que dice: «Tunten mew mizawlay che,
en mapuzugun» o lengua mapuche y que en castellano significa ‘no importa
cuanto, todo se comparte’.

Dicho lo anterior, la economía Mapuche de la reciprocidad y de compartir


todo, era un sistema que estaba basado en un 80 % en la recolección de los
alimentos que se obtenían de la naturaleza, del medio ecológico especial,
que los Mapuche cuidaban como sagradamente, pues de esos espacios
ecológicos se obtenía toda la alimentación, de ahí la importancia de la palabra
ÑUKE MAPU o Madre Tierra, pues si la tierra lo daba todo, nunca se podía
atentar contra ella, nunca hacer incendios, nunca quemar los bosques, y
todo se respetaba sagradamente, pues se entendía, y de ahí la importancia
de la ontología Mapuche, que toda la naturaleza tiene vida, y que cada
entidad que vive en el medio, tiene vida y tiene un gen, un espíritu tutelar o
protector de dicha entidad.

En verdad nosotros fuimos dueños de un espacio territorial maravillosamente


ecológico, y que los mapuches habían logrado mantener equilibrado por
miles de años. Hoy todo está cambiado, la alimentación mapuche de los
últimos doscientos años ha cambiado drásticamente. La sociedad no mapu-
che, a la que nosotros llamamos wigka, trajo consigo un cambio radical en
la alimentación, al incorporar la sal y el azúcar en la alimentación, y que los
mapuches de los siglos XV-XVII no conocían. Hoy 90 % de los mapuches o
tienen un alto colesterol, o están enfermos de hipertensión y de diabetes.
Los mapuches fuimos dueños de cuatro especies de animales camélidos, sin
grasa saturada y sin colesterol. Uno de esos animales es la razón del nombre
208 de este país. El chil-li en mapuzugun es el animal camélido llamado llama. El
Estado chileno se llamó chili hasta 1870. El chil-li era la llama animal camélido
que los mapuches tuvieron por miles de años y de ahí su propia nomencla-
tura en la lengua vernácula, el mapuzugun. También tuvimos los wekes, que
son los guanacos mapuches. Por cierto, el wemul, que el nombre original
mapuche era luan, y que hoy solo vive en el escudo chileno como símbolo
de la ideología del patriotismo en este país. Y el pudú que los mapuches
llamaban püzchu, era el animalito más sagrado que tuvimos, que era utilizado
en ceremonias sagradas, del cual se creía que su sangre era el espíritu tutelar
de la naturaleza, algo así como los «nawal maya». Ninguno de estos animales
los tenemos hoy, al contrario, hemos incorporado el cerdo o chancho, las
ovejas y corderos, y por su puesto los vacunos, todos con mucho colesterol y
grasa saturada. También incorporamos el caballo, palabra que mapuchizamos
como kawellu, y que en el pueblo mapuche hoy constituye la mejor carne
magra. Se utiliza en los rituales sagrados, y en toda la cosmovisión mapuche.

Fuimos dueños de miles de plantas, cereales, gramíneas, leguminosas, etc.,


que tenían mucha fibra. Nuestra alimentación estaba basada en el consumo
abundante de fibra, de vitaminas, de aminoácidos que proveían una gran
calidad de vida, de plantas con mucha energía, que tenían cada una función
especial, de tal manera que la gente mapuche las tenían muy bien clasificadas
e identificadas. Por ejemplo, el yuyu, que los mapuches denominan naporr,
era una de las verduras que contienen tres veces más testosterona que las
espinacas. Era tanto el consumo de yuyo o naporr que tenían los mapuches
que los wigkas nos dijeron «indio come yuyo», y por la vergüenza a que nos
vean los wigkas comiendo yuyo, entonces dejamos de consumir el potente
naporr, a fin de que evitáramos la ofensa a que nos digan «indio como yuyo».
Y qué hablar de la harina tostada, que se le agregaba linaza (Linum usitatissi-
mum), planta cuyas semillas son un gran protector cancerígeno, con radicales
libres y otras cosas del cual ahora se habla mucho en la sociedad wigka.

Todo el sistema de desarrollo mapuche estaba basado en un ecosistema


que, en estos últimos cuatrocientos años, los hermanos no mapuches, los
que nosotros llamamos wigka, han destruido. En más de doce mil años
de existencia de la cultura y la lengua mapuche en este territorio nunca
destruimos los ecosistemas, nunca contaminamos ni el agua/ko, ni el aire/
kürrüf, y menos la tierra o mapu. Quinientos años de la llegada del hombre
occidental, pues no hay nada que no esté contaminado. Todo lo destru-
ye el capitalismo despiadado, y por más que nos opongamos al llamado
desarrollo occidental de cualquier forma se impone el capital, se impone
la ceguera de la destrucción de los ecosistemas, y tanto es así que hoy el 209
nuevo estereotipo, que la sociedad alienante está construyendo respecto
del mapuche es, «mapuche que se opone al desarrollo».

Entre los principales cereales y leguminosas de que fuimos dueños, po-


demos mencionar, entre otras, ya que muchas ni siquiera las conocimos,
pues las quemas de los bosques nativos de los mapuches realizadas por
los wigkas (españoles y chilenos), el invento de herbicidas que se utilizan
aparentemente para matar las malezas, han destruido totalmente nuestros
ecosistemas. El yuyo potente en testosterona está desaparecido, y solo en
algunos rincones de nuestro territorio podemos encontrarlo. Y para peor
la gente joven mapuche no sabe lo potente que era, y ha quedado con el
prejuicio de «indio come yuyo».

La chilla es una especie de trigo, un tanto parecido al arroz por su color claro,
que constituía una gramínea de uso especial para el pan que en mapuzugun
los mapuches denominan kofke. Hoy los mapuches hemos incorporado el
trigo europeo y, como una forma de certeza de nuestro producto propio,
al trigo afuerino los mapuches le llaman ka-chilla, que en mapuzugun significa
‘el otro trigo’.
La kawella, especie de cebada mapuche ancestral, que se utilizaba para
hacer la bebida mas típica mapuche que llamamos muday. Hoy el muday
debe hacerse de trigo proveniente de otras partes del mundo en cuanto la
kawella está extinguida.

El poñü o papa que por cierto es de primera utilidad en la alimentación


mapuche, y que su producción en grandes cantidades hace del mapuche
actual una base de su desarrollo de la llamada modernidad, especialmente
en la zona costera, territorios que en lengua mapuche llamamos lafkenche.
Hoy connotados estudios indican que la papa mapuche o poñü llegó tener
más de 240 variedades, especialmente en la zona conocida con el nombre
de Chiloé, antiguo territorio del pueblo extinguido denominado chono.

Muchas otras plantas, semillas, tubérculos y semillas que tuvimos los mapuches
para una alimentación integral hoy están desaparecidos, como la zanahoria
silvestre de color blanco, la frutilla ancestral, la cebolla mapuche llamada
züllgaw, que además servían como medicamentos para el corazón.

Por cierto, muchas plantas y frutas de nuestro territorio tenían una serie de
cualidades benéficas como medicina, y sobre ello podemos citar lo siguiente:
210
Un bajo índice de enfermedades recurrentes caracteriza a los Mapuches.
Escasa presencia de anemias, patologías intestinales o diabetes dan prueba
de ello. Hasta ahora, las causas de esa saludable condición no son totalmente
claras. Un estudio único en su género, realizado en la Novena Región de Chile,
por Eliana Urrutia, nutricionista de origen Mapuche, muestra que la alimenta-
ción tradicional de esa etnia, caracterizada por la abundante ingesta de trigo,
maíz y yuyo, es más sana que la que consumen el resto de los chilenos o
«huincas» […] Para comparar el aporte nutricional de comidas tradicionales
Mapuches —como cazuela con mote o guiso de habas con trigo— con
recetas típicas chilenas, los alimentos fueron sometidos a un análisis químico
en la Universidad de La Frontera de Temuco, arrojando como resultado un
mayor aporte de proteínas y fibras, así como menos calorías, en los platos
indígenas (http://www.alimentacion-chile.com).

7.6 El desarrollo, la cosmovisión y la integralidad mapuche

La esencia de la filosofía mapuche es el mapu, todo es mapu en la cosmo-


visión mapuche y, por ello, hemos llegado a la conclusión de que esencial-
mente el concepto mapu en la creatividad humana mapuche al generar la
nomenclatura de su propia concepción filosófica en el momento uno de
su estructuración, hace más de doce mil años, creó la palabra mapu, que
finalmente es equivalente a materia. Todo es mapu en la ontología cultural
mapuche. ¿Cómo se dice cielo?, pues wenu-mapu, lo que se traduce como
‘la tierra de arriba’. ¿Cómo se dice los puntos cardinales en la lengua mapu-
che, o la forma de concebir el mundo?. Pues se dice meli-witxan-mapu, lo
que se traduce como ‘los cuatro tirantes que sujetan el mundo’. ¿Cómo se
dice universo en mapuzugun?, pues se dice wallontu-mapu. ¿Cómo se dice
el espacio terrestre donde vivimos?, pues nag-mapu (la tierra, tierra, donde
se trabaja, se vive y se muere). ¿Y cómo decimos a la gente que habita un
espacio territorial?, pues le decimos gülu-mapu, etc. Todo es mapu, todo
es tierra, pues todo es materia, sostengo por mi parte. De ahí la importancia
del territorio en la concepción del desarrollo integral mapuche o küme felen.

7.7 El txafkintun como medio de intercambio en el


desarrollo mapuche

Fue el sistema de intercambio, denominado txafkintun, el que permitió final-


211
mente el desarrollo a escala de la naturaleza, en la cultura, la cosmovisión
y filosofía mapuche. El txafkintu o txafkintun no está ajeno a la cosmovisión
y filosofí mapuche, toda vez que lo que nosotros hoy conocemos como
el amor, el piwkeyewün, el quererse, dicen los antiguos kimche mapuche o
sabios, es un txafkintu. Esto es un intercambio de sentimiento mutuo, primero
de afinidad, de empatía, luego de simpatía y finalmente del piwkeyewün,
es decir, tenerse mutuamente en el corazón. Todo ello en la idea de que si
yo quiero al otro, debo, por ende, querer a todo el grupo social, esto es,
el sentido del mundo cíclico, del mundo de la reciprocidad, de la idea de
un querer ser y estar en el otro, como el otro quiere ser y estar en mí, así
se quiere el todo l kom, dicen los mapuches, la naturaleza, el mapu, el ko,
el kürrüf, etcétera.

Con todo, la noción del mapuzugun del piwkeyewün, que hoy por compara-
ción o analogía lo entendemos como quererse o «amarse», originalmente en
la cultura mapuche no era más que un concepto de intercambio y recipro-
cidad, inche piwkeyeyu-eymi piwkeyeyen. Yo te soy recíproco, como tú me
eres reciproco a mí. Tú estás dentro de mi corazón como yo estoy dentro
del tuyo. Ese es pues la base del txafkintu que fue llevado al intercambio
de bienes, de productos, de los alimentos que un sector ecológicamente
ambientado que no producía sí lo producía otro sector territorial, o del
norte, o del sur.

Pues claro, si yo intercambio papas con ají, si inicialmente la gente intercam-


biaba gülliw (piñones) con kollof (cochayuyo), los wenteche llevaban gülliw a
los lafkenche y los lafkenche llevaban kollof a los pewenche, y luego de varios
intercambios o txafkintun, entonces comenzaban muy luego a intercambiar
cariño, y venía el sentimiento de uno con los otros, se conocían, se atendían,
se hacían amigos, peñiwen se decían (como hermanos se trataban) y se
agasajaban. Cuántas mujeres wenteche se habrán metido en el corazón casi
literalmente a un lafkenche, y otros cuantos habrá sucedido con las mujeres
lafkenche respecto de los pehuenches.

Todo ello en un ir y devenir del sentido cosmovisional que se tenía original-


mente en la cultura mapuche sobre el txafkintun como una institución del
intercambio mucho más que lo meramente económico, y con un fuerte
énfasis social y territorial, de tal manera que todo el txafkintun se practicaba
en todo el Meli-Witxan-Mapu.

212 7.8 El origen del txafkintun: el mal llamado trueque

A partir de la palabra la importancia que adquiere el concepto txafkintun y


constituye la base semántica para entender desde la palabra, desde la lengua
mapuche el mapuzugun el análisis del concepto. Si nosotros tomamos el
concepto etimológico de txafkintun, y del análisis semántico segmental, como
dice el peñi lingüista, don Necul Painemal41 en mis conversaciones sobre este
y otros conceptos, entonces tendremos una mayor y mejor comprensión
del verdadero sentido de la palabra txafkintun:

Txaf: significa entre los dos, o nosotros dos, que van acompañados uno al
lado del otro. Es el dual, es el par esencial de la creación.

Kintun: significa mirada, búsqueda con la mirada al rostro del otro, agrado
de ver y de encontrar algo con la mirada. Los ojos, la vista permite el kintun.

Por tanto, a partir de este análisis subrayamos que del origen de la palabra
misma de txafkintun tendremos los siguientes significados:

41 Necul Painemal, en el análisis oral de la palabra y los apellidos.


La mirada de los dos implica que solo entre dos se puede hacer intercam-
bio. Este es el principio de la paridad; el par permanente en la cosmovisión
mapuche, de ahí la importancia del txaf, los dos juntos.

Estamos mirándonos los dos, lo que implica una mirada afectiva que se
genera para el xafkintun, lo que es recíproca, tú me das yo te doy, es una
empatía permanente.

¿Miremos los dos? Como pregunta, el uno invita al otro a un txafkintun, a


buscar y mirar los dos juntos.

Miremos los dos, que implica la posibilidad de buscar y de encontrar más y


mejor cosas entre los dos, pues, a mayor vista, mejor mirada.

Todo lo que está dicho y últimamente escrito en nuestra lengua vernácula


es como si estuviera inscrito en el derecho natural de miles de años de
proceso y evolución del mapuzugun como lengua mapuche, y si una
palabra existe dentro de ella es porque de ello el pueblo mapuche tuvo
una larga práctica y observación como para instalarla en su propio acer-
bo. Tanto es así que lo que no conoció simplemente no está en la lengua
mapuche, como sucede con el caballo, la vaca y los vacunos en general. 213
Por eso, la importancia de este análisis, pues nuestra lengua tiene la palabra
para indicar intercambio en forma muy especial, asumido desde la idea
cosmovisional y, por ello, decimos txafkintu o txafkintun, no meramente
como intercambio que no es lo mismo, y menos aún como trueque, que
implica el mercantilismo; en este caso, la palabra txafkintun no es mercan-
til. Esta comparación con trueque ha dañado el verdadero concepto de
la lengua originaria mapuche, pues el txafkintu no era un fenómeno de la
economía o el intercambio visto desde las relaciones económicas, sino una
acción humana de desarrollarse como persona, un proceso social, en que
el intercambio no es relación comercial, como se le podrá atribuir ahora
luego de más de cuatrocientos años de intercambio que tuvimos con los
españoles, sino como una reciprocidad de sentimientos. Y no solo de
txafkintun como concepto propio, sino además por elongación del sentido
social, quienes se intercambiaban habitualmente sus familias, sus linajes, sus
kimün, su «tótem», como principios epistemológicos propios, lo hacían en
la cosmovisión como primera idea mental y ontológica del ser mapuche.
Tanto era así esto del txafkintun que ellos luego de un txafkintun pasaban a
llamarse mutuamente txafkin en las mujeres, y he escuchado decirse también
entre hombres, aunque en los últimos cien años entre hombres se usa el
concepto txawki. Antiguamente, podían decirse txafkin; entre hombres,
entre mujeres y hombres, entre mujeres y mujeres.

La otra base del saber ancestral o kimün mapuche son los epew relatos
míticos, y en ellos podemos encontrar mucha metáfora de txafkintun de
intercambio de sabiduría, de kimün de elementos de sentido humano, del
chegen o chegenon, cuando el txafkintun se adscribió a los animales, como
que de tanto intercambiar un animal con otros tipos de bienes, hoy el animal
que en lengua mapuche se le llama kullin, y la palabra kullin hoy pasó a ser
como sinónimo de dinero, del común denominador que actuó por más de
trescientos años en la relación comercial de intercambio con la sociedad
española mapuche generado a partir de los parlamentos, y que tergiversó
el verdadero sentido de un txafkintun. Tantos chil-li (llamas) o tantos wekes
(guanacos) podría costar un lote de género, o tantos chil-li (llamas), por un
caballo o una vaca, fueron la base de los intercambio de los mapuche con
los wigkas españoles en los siglos XVII-XIX (León, 1989).

De ahí la importancia de la noción semántica del txafkintun en la lengua


mapuche, se externaliza hasta en los animales y plantas, a partir del sentido
profundo de los epew o narraciones orales del intercambio. Luego, esta
214 misma expresión se pasó al canto, al ül, ül, que denota la pronta convicción
social y cosmovisional de la palabra txafkintu. He aquí el tema del txakfin anay
txafkin, que yo les canto mis peñi (hermanos) con mucha picardía:

Txafkin txafkin txafkin anay, Txafkin txafkin txafkin anay, Txafkin txafkin txafkin anay,

Txafkin piwayu txafkin anay, Txafkin nuwayu txafin anay, Txafkin piwayu txafkin
anay

Txafkintuafiyu txafkin anay, Txafkintuafiyu txafkin anay, Txafkintuafiyu txafkin anay,

Gülliw egu Kollof anay, Gülliw egu Kolof anay, Gülliw egu Kollof anay,

Txafkintuafiyu txafkin anay, Txafkintuafiyu txafkin anay, Gülliw egu Kollof anay 42.

42 Querida Txafkin Querida / Querida Txafkin / Querida Txafkin / Querida Txafkin Querida / Nos haremos
y no diremos Txafkin / Nos haremos y nos diremos Txafkin / Intercambiaremos querida Txafkin /
Intercambiaremos querida Txafkin / intercambiaremos Piñones con cochayuyo Piñones con Co-
chayuyo, Piñones con Cochayuyo Eso intercambiaremos querida Txafkin / Eso intercambiaremos
querida Txafkin (versión de Mapuche ül Txafkin, de Juan Ñanculef.
7.9 ¿Cómo nace el txafkintun?

El proceso de intercambio en la cultura mapuche nació con la estructura-


ción de la cultura misma, tanto es así que, en la conformación inicial de la
sociedad mapuche, los pasos de instalación en un territorio dado permitían
el intercambio de lof completos con otros lof, a veces debido a cierta
conveniencia agroecológica, otras veces por estrategia militar. Luego, en la
conformación de la estructura social y política y división administrativa del
país mapuche o Wall-Mapu, estos permitían el intercambio de trofeos políti-
cos, de banderas, de cargos y simbologías de los cargos, según sea nagche,
wenteche, williche, pikumche, etc., u otra entidad territorial en la ancestral
división administrativa del país mapuche. El txafkintu, pues, da cuenta de la
esencia misma de la cultura mapuche y de su filosofía.

Ancestralmente, hubieron espacios de txafkintun, espacios de encuentros


en varios lugares del Wall-Mapu, cientos de años antes de la llegada de los
españoles, los mismos que más tarde utilizaron los españoles para intercam-
biar sus mercaderías por ponchos, makuñ, txariwe, y una serie de animales,
tales como chil-li o llama, weke o guanaco, püzu o pudú, choyke y otros
tipos de kullin, con los mapuche. 215

7.10 El txafkintu como recomposición de la


memoria colectiva

De seguro y lo más común es que la gente cree hoy que el txafkintu nació
de la relación con los españoles a partir de la idea de frontera que se ge-
neró en el río Biobío a partir de 1598. Ciertamente, esta relación fronteriza
acrecentó un proceso propio y tan propio como nuestra sangre a partir
de esta nueva realidad, y toda vez que no había moneda como común
denominador del intercambio y, aun cuando las hubo, los mapuches no
realizaban intercambio por el valor intrínseco de un bien en el sentido
mercantil, sino por la ventaja comparativa que le daba la moneda de plata
que años más tarde circulaba en forma natural entre mapuches y españoles.
Los mapuches preferían que les pagaran en más o menos cantidad de mo-
nedas por el mismo valor, en 10 chauchas, o cuatro monedas equivalentes,
pues la cantidad de moneda les permitía fabricar más cantidad de joyas y
sacarles buenos precios a esas joyas. Es decir, a las monedas españolas,
los mapuches les colocaban ya en esos años un valor agregado en el desa-
rrollo del arte y la orfebrería, y transformado en joyas las monedas, volvían,
pues, al mercado del txafkintun propio del sentido original, ontológico del
Mapuchegen, del ser mapuche y, muchas veces, esos bienes pasaron a
manos de gente española y de no mapuche. Hay muchos antecedentes
que prueban que por la misma cantidad de monedas y su valor no habrían
logrado ni la mitad de lo que compraban o txafkintucaban, por decir así,
los mapuches, con una joya de plata, que conllevaba la gran creatividad
humana del arte mapuche anclado por lo demás en una epistemología
propia (Ñanculef, 2008).

A mediados del siglo XIX, era una imagen común ver en los territorios de
la Frontera del wall-mapu o país mapuche a nuestros hermanos ancestrales
kuifikeche, en grupos de gente mapuche transitando a uno y otro lado
de la cordillera y de sur a norte, o viceversa. Durante los parlamentos
realizados entre la nación española y la nación mapuche, la primera es-
tableció una serie de agentes únicos que podían relacionar de manera
política y regular el amplio tráfico comercial entre las dos naciones y
entre las comunidades, entre los rewe-mapu, los aylla-rewe y los fütxa-
el-mapu, de ambos lados de la cordillera. Estos eran los comisarios de
naciones, los capitanes de amigos y tenientes de amigos. Por el lado de
216 la sociedad mapuche, se encontraban los ñizoles lonkos, los ulmenes
jefes provinciales mapuches y lonkos comunes de los distintos lof o base
territorial. Por el lado actual chileno el territorio mapuche se denominada
Gülu-Mapu y desde el lado argentino Puel-Mapu, los txafkintunes eran
comunes desde tiempos precolombinos. Controlar el activo comercio
entre los dos lados de la cordillera se convirtió en un imperativo categó-
rico de las autoridades del lado chileno y trasandino cuando se formaron
los Estados nacionales dominantes, luego lo persiguieron, lo «declararon
ilegal» hasta que terminaron por acabarlo, para instalar o los seudoco-
merciantes «oficiales», o los supermercados dominantes del capitalismo
vigente hasta los días de hoy.

Se dice que el gobernador de la ciudad de Valdivia en 1766 describía


así la situación: «… los habitantes de la ciudad continuaban trocando con
los indígenas sus ponchos o mantas y truecan por añil, paños, manzanas,
como también algún ganado» (León, 1990).

Es en ese contexto histórico que surge la figura del ñizol lonko mañil wenu,
que se transformaría en uno de los ülmenes o líderes provinciales que tuvo
un mayor tráfico de bienes con los lonkos trasandinos. Estos intercambios
que también tenían como propósitos establecer estrategias de subsistencia,
con el tiempo fueron generando fuertes alianzas políticas y territoriales.
Uno de los lonkos más influyentes del puel-mapu argentino fue kalfukura
(piedra mágica de color azul), que mantuvo relaciones simétricas con el
Estado argentino, antes que este decidiera invadir el territorio de la Patagonia
mapuche. Kalfukura fue un gran aliado de Mañil Wenu, quie fue el padre de
Kilapán, a quien le tocó organizar, de manera militar, todos los territorios
Wenteche que su padre consolidó con sus alianzas de intercambio de
amistad y alianza y que finalmente habrían terminado declarando a Orelie
Antoine de Tounens el Francés que se autoproclamó rey de la Patagonia y
la Araucanía, y que mantiene sus títulos hasta el día de hoy.

La ciudad de Valdivia fue un punto importante de intercambio en la primera


mitad de los siglos XVII-XVIII, y los mapuches de la región, según relatan
los cronistas, venían todos los días en sus canoas por el río Calle-Calle a
comerciar y vender carneros, gallinas, aves nativas, kollonkas, huevos azules,
semillas, verduras y demás frutos de la tierra.

La fuente alternativa de recursos que ofrecían los mapuches fue crucial en


más de una oportunidad, y permitió la alimentación y supervivencia del
conquistador por más de trescientos años. Acabaron con nuestros miles 217
y miles de llamas o chil-li, exterminaron nuestros wekes o guanacos, y nos
dejaron sus chanchitos y corderos llenos de grasa saturada, de colesterol
y de diabetes y hoy pagamos las consecuencias de esos malos negocios
con graves enfermedades de hipertensión arterial y de diabetes.

Sin embargo, se ha persistido en la práctica y compresión del txafkintu, y


más allá de su verdadero sentido cosmovisional, lo estamos recuperando; a
propósito de las semillas, nuestra gente guardaba las semillas originales y las
cuidaba más que a su propia vida. Lástima esto de la intervención genética
de las semillas, que los wigka están realizando desde hace tanto tiempo,
y ya no encontramos nada que no haya sido manipulado. A las manzanas,
para que sean más rojas y más duraderas, se le han agregado una serie
de hormonas que no sabemos cuál será el resultado del futuro de esta
fruta. Los tomates, para que se vean más rojos de lo natural, las frutillas, las
semillas de trigo, las arvejas, las lechugas, etc., todos contienen hormonas
que hacen uno u otro efecto al cuerpo humano. Los niños mapuches están
creciendo demasiado, producto de la ingesta desmedida del yogur, del
pollo que contiene hormonas de crecimiento que traen enfermedades a
los huesos y a las articulaciones.
Casi a manera de chiste hoy, mientras los pobres comen pan blanco (inclui-
dos los mapuches), los ricos comen pan integral, con harina no intervenida,
pues ellos tienen el capital para darse esos lujos. Antiguamente, nosotros los
mapuches comíamos el pan integral, sin cernir, comíamos nuestras papas o
poñü con cáscaras, el kuwen poñü, enterradas en la ceniza, que sabroso y
que sano, nuestras habas o awarr, nuestro kachilla o trigo, nuestro kawella,
todo en forma integral. El mundo está patas arriba, y exactamente al revés de
hace cuatro cientos años, los pobres buscamos el pan blanco intervenido
con quién sabe cuántas hormonas, y los ricos comen todo integral, carne
de llamas camélidas de criaderos especiales, y ñandú, y jabalí. A nosotros
nos dejan los corderos llenos de grasa y alto colesterol.

Tengamos presente, pues, que los mapuches, cuando intercambiaban, lo


hacían con cariño, con amor a la naturaleza, con sencillez, no teníamos el
vicio del precio ni la acumulación de bienes, ni de la comparación del va-
lor y del costo. Solo nos interesaba intercambiar en el verdadero sentido
social. El precio, la especulación, la ganancia del sacarle más al otro, de
estafarlo si es posible; eso nunca importaba en la cultura mapuche, y de
eso se aprovecharon por cuatrocientos años en forma burlesca los wigka
cuando se daban cuenta de que obtenían suculentas ganancias y rentas al
218 intercambiar ciertos bienes con los mapuches y hasta comprándoles sus
tierras a precios irrisorios. Hoy esto aún persiste en el instinto comercial y en
el ADN, del hermano wigka chileno, que especula con los precios del pan,
de la medicina, de la carne, etcétera.

7.11 El desarrollo contemporáneo mapuche

Todo lo anterior ha cambiado mucho, especialmente en los últimos ciento


treinta y cinco años, periodo de derrota militar e ideológica a que se somete
el pueblo mapuche, a partir de lo que eufemísticamente se ha denominado
la pacificación de la Araucanía (Ñanculef, 2013), fecha que también coinci-
de con la fundación de la actual pujante ciudad de Temuco, desde donde
escribimos este ensayo.

En la década 1860, en el Gobierno de Manuel Montt en Chile, se dictó la


ley denominada Ley de Radicación de Indios, mediante la cual se pretendió
expropiar todo el territorio del que los mapuches aún disponían en esos
años, calculados en más o menos diez mil hectáreas. Esta ley finalmente no
se pudo aplicar en este Gobierno, porque hubo un último esfuerzo de le-
vantamiento armado mapuche al mando del líder mapuche llamado Kilapán.
Sin embargo, Kilapán fue derrotado, perseguido y asesinado, su cuerpo fue
diseminado en cuaro sectores territoriales, y el pueblo mapuche derrotado.
Lo importante es, sin embargo, que su esfuerzo impidió por veinte años la
aplicación de una ley que se venía venir como maldita para los mapuches.
El resto de los líderes, ante la dura realidad de la derrota, tuvieron que ca-
pitular y aceptar la aplicación de la Ley de Radicación de Indios, acto que
se habría realizado en el actual turístico lugar denominado Cerro Ñielol, aquí
en nuestra ciudad de Temuco.

Desde entonces, y ante la irrupción militar del Ejército chileno que había
triunfado en la llamada guerra del Pacífico contra la confederación Perú-
Boliviana, la soldadesca chilena recibió como trofeo de guerra grandes tro-
zos de tierra que eran de los mapuches, el resto fue rematado y vendido a
precios irrisorios, los cuales conforman el latifundio y las forestales, como el
gran problema actual en las regiones octava y novena de la actual República
de Chile.

Los mapuches se transformaron en pobres bruscamente, muchos emigraron


a las ciudades en busca de supervivencia, formando cordones de pobreza
en las grandes urbes. Se calcula que 78 000 mapuches fueron radicados en 219
e 485 000 ha, y más de 200 000 mapuches quedaron sin tierras.

El mapuche se transformó en obrero, en mano de obra barata para los gran-


des latifundistas, que además fueron corriendo cercos y, como no había
justicia, entonces mataban a los mapuches que resistían en sus comunidades.
La situación de vulnerabilidad hoy es muy grande, los mapuches se dedican a
pequeños negocios, microemprendedores que son ayudados con algunos
programas de los Gobiernos democráticos, pero son los más pobres de
entre los pobres de Chile.

Como se conoce, el desarrollo es un concepto propio del siglo XX que


está asociado a la idea de progreso y productividad, que alude a un mayor
bienestar general para la población y a la identificación de países, territorios
o sectores rezagados respecto de un patrón definido como moderno o
desarrollado. Es un concepto que llama a actuar a los Gobiernos, a la co-
munidad internacional y a la sociedad civil para desentrabar obstáculos y
activar la acción pública, a través de mecanismos que suelen nombrarse como
políticas de desarrollo. Se entiende como desarrollo el avance en los niveles
de crecimiento económico, social, cultural y político de una sociedad o país.
De lo anterior se desprende un sentido muy propio del desarrollo con-
cebido desde Occidente, pero que no considera la alteridad respecto
del desarrollo, cuestión que en el caso mapuche ha sido muy profundo,
en que se pretende imponer una idea de desarrollo ajeno a su cultura,
que no considera los aspectos cosmovisionales de los mapuches, que
desconoce el proceso histórico y que ha destruido los ecosistemas mapu-
ches que antaño fueron considerados sagrados. La educación obligatoria
y forzada desde los años 1928 nos ha enajenado, ha sido totalmente
alienante, nos ha dañado mucho en nuestra conciencia, ha despreciado
nuestra lengua vernácula, lo que ha contribuido fuertemente al menospre-
cio del mapuche kimün o conocimiento propio. El estereotipo de «indio
ignorante» nos ha hecho mucho daño, y los mapuches hoy vivimos una
fuerte segregación social.

El desarrollo de hoy es hegemónico, y se han probado muchos modelos y


sistemas que en la mayoría de los casos en estos últimos cien años han fraca-
sado. Prevalece la idea de que el que domina gana, la idea de la rentabilidad,
en que se busca la competencia y vencer al vecino, se menosprecia el trabajo
comunitario y los mapuches hemos aprendido de ello, del tener más, de
acumular bienes, de entrar en tecnologías que los mapuches desconocen,
220 y como la tierra está sobreexplotada, erosionada y desforestada, entonces
nos obligan a utilizar semillas con transgénicos, abonos e insumos químicos
que antiguamente jamás los mapuches utilizaban, lo que por desconoci-
miento en la aplicación han traído enfermedades complejas, y por cierto la
alimentación ha cambiado drásticamente, el uso del azúcar y la sal tiene a
80 % de los mapuches con diabetes y presión alta. Hay de por medio una
denostación al otro, una mirada sesgada y falta de alteridad del ser humano
mapuche, que muchas veces es concebido como un niño, respecto de las
ideas del desarrollo y etnodesarrollo que pudiéramos aportar hoy.

Conclusiones

El pueblo mapuche tuvo un concepto de desarrollo único, el que le


permitió vivir en armonía con la naturaleza por más de diez mil años,
sistema de reciprocidad, de la redistribución de la riqueza y compartir
la plenitud del ser persona.

El desarrollo a escala de la naturaleza fue lo que los mapuches utilizaron


para vivir en armonía con todos los elementos, de tal manera que nunca
hubo contaminación ambiental, haciendo de la integralidad la base del
trabajo del territorio mapuche o wall-mapu, que era el nombre que se
le dio a las más de sesenta y cuatro millones de hectáreas del ancestral
territorio mapuche. Todo ese territorio original está actualmente en
manos de terratenientes, en manos de las forestales, arrastrando con
ello una contaminación traumática nunca antes vista en la historia de la
humanidad en estos territorios.

Todo el sustento mapuche para vivir bien, es decir, küme felen, lo ob-
tuvo de su territorio, espacio con una división administrativa basada
en ecosistemas, de tal manera que los del Norte podían producir unas
esencias que los del sur no podían, y así se intercambiaban y fortalecían
unos con otros, bajo el sistema de intercambio que llamaron txafkintun,
implicancia total del sentir, respecto de hasta intercambiar el cariño, el
corazón y el amor.

Por desgracia cósmica, hoy la sociedad mapuche se encuentra trans-


culturizada, enajenada, y somos pocos los que hablamos la lengua
mapuche, no más de 20 %. Hoy los mapuches son emprendedores,
estudiantes que están en todas las universidades, pero pasan des-
apercibidos, están invisibilidades, y únicamente quieren lograr un título 221
«solo para ganar plata», para tratar de vivir bien sin el küme felen, en
la mal llamada modernidad, en esta crisis de epistemología y crisis de
paradigmas que vive nuestra actual sociedad, como dice Ana María
Llamazares, en su libro Del reloj a la flor de Loto:

La humanidad necesita reencontrar un cauce de cordura, de paz, de


mayor equilibrio, de crecimiento, de sabiduría, que permita garantizar
la continuidad y el mejoramiento de la vida sobre el planeta, nuestro
único y querido hogar por el momento. Se ha hablado mucho del
cambio de paradigmas como la raíz subyacente de la actual crisis a
nivel global, una crisis de tan amplio espectro que abarca desde la
ecología planetaria hasta el alma humana, pasando por supuesto por
la ciencia misma, la educación, la salud, las economías y los sistemas
políticos, tocando todos los ámbitos de la vida (Capra, 1985). Detrás
de las múltiples manifestaciones de la crisis aparece algo en común:
un modelo de crecimiento que se muestra insostenible al largo plazo,
pues su fundamento es un sistema de valores basado en los ideales de
expansión, de competitividad y explotación sin límites (2011).
No puedo terminar este ensayo, sin antes volver con las palabras de Lla-
mazares, que me tiene de cabeza con su libro Del reloj a la flor de loto,
en una profunda reflexión de nuestra actual sociedad llamada moderna:

Un sistema de valores absolutamente desencaminado, que nos ha con-


vencido de que la salvación de la humanidad reside prioritariamente en
el progreso material individualista y la acumulación indefinidos. Un sistema
que se autojustifica, no se cuestiona y por tanto, no se rectifica y así, ha
llevado a profundos desequilibrios. Este mismo sistema de valores ha
logrado instaurar una visión muy parcial y estrecha de lo que es la realidad
y nuestra relación con ella, que a su vez, es la visión del mundo implica-
da en el paradigma moderno propio de la ciencia mecanicista, también
llamado newtoniano-cartesiano (2011).

Los mapuches podemos aportar a la sociedad global con nuestros


grandes principios de küme felen, del respeto a la naturaleza, de la no
contaminación, de la no acumulación, en fin, podemos con nuestro grano
de arena tratar de cambiar este paradigma de la modernidad, por ello,
nuestro aporte para esta publicación.

222
Glosario de la lengua mapuche

Ñanculef: águila veloz.


Mapuzugun: la lengua o idioma mapuche.
Küme: bueno o bien.
Felen: ser o estar.
Kimün: conocimiento.
Mapu: tierra.
Muday: bebida típica mapuche hecha en base a trigo o maíz.
Ellkan: escondido.
Ñuke: madre.
Az: imagen, esencia.
Lof: base territorial mapuche.
Aylla: nueve.
Lonko: cabeza (cargo o líder de un lof).
Rewe: alianza de 9 lof (hoy es el símbolo totémico de la machi).
Fütxa: grande.
Weza: malo o negativo.
Chegen: ser persona.
Chegenon: no ser persona.
Nag Mapu: la tierra normal donde vive el hombre.
Wenu mapu: la tierra de arriba, lo que el cristianismo llama «cielo».
Gülu mapu: el pueblo mapuche como sociedad mapuche.
Meli witxan mapu: los cuatro tirantes de la tierra (equivale a los cuatro puntos
cardinales).
Txafkintu: sistema integral de cambio en la cultura mapuche.
Nagche: abajinos, gente de los valles intermedios en la división administrativa
del territorio ancestral mapuche.
Wenteche: arribanos, gente de las depresiones intermedias semicordilleranas,
y corresponde a la división del wall-mapu o país mapuche. 223

Williche: gente del sur, corresponde a la división administrativa del ancestral


territorio mapuche.
Kullin: todo tipo de animal vacuno (con el uso de intercambio por más de
trescientos años, hoy es sinónimo de moneda). Gelay kullin significa «no
hay plata».
Chil-Li: animal camélido mapuche, que en espeñol se le llama llama.
Weke: animal camélido mapuche, que en espeñol se le llama guanaco.

Referencias bibliográficas

Gilly, A. (2006). Historia a contrapelo. México: Editorial Era.


Llamazares, A. M. (2 0 1 1 ) . Del reloj a la flor de loto. Buenos Aires: Del Nuevo
Extremo.
Maldonado, L. (2008). Diplomado Internacional sobre Derechos Indígenas.
Temuco, Chile: Universidad de la Frontera.
Ñanculef, J. (2003). La data cultural mapuche y los 12 mil años. Recuperado
de www.sepiensa.net
Ñanculef, J. (2009). El sentido y la importancia de los kefafan. En Coloquio
sobre Lenguas Indígenas. Temuco, Chile: Universidad de la Frontera.
León, L. y Solís, L. L. (1990). Maloqueros y conchavadores: en Araucanía y
las Pampas, 1700-1800 (vol. 7). Temuco, Chile: Ediciones Universidad
de la Frontera.
Pino Zapata, E. (2011). Historia de la Araucanía. Temuco, Chile: Editorial
Escuelas Universitarias de la Frontera.

224
Parte IV
Álvaro Andrés Hamburger Fernández

Muchas veces ha sucedido en la historia. Lo que fue 227


concebido como noble y elevado se ha vuelto una
cruda realidad…
Pasternak

8.1 Introducción

En el libro El futuro de la democracia, Norberto Bobbio (1986), al tratar


sobre las transformaciones de esta forma de gobierno, distingue entre
«democracia ideal» (como ella fue concebida por sus fundadores) y «de-
mocracia real» (como ella existe cotidianamente). La obra expone que los
ideales democráticos se basan en unos «principios abstractos» que, al ser
llevados al terreno de la realidad, encuentran serias dificultades para su
realización o materialización. Esta contradicción entre la teoría democrá-
tica y la práctica democrática ha quedado evidenciada en, al menos, seis
promesas que, por diversas circunstancias, no se han cumplido, se han
cumplido parcialmente o se han desarrollado de una manera inesperada
(«seis falsas promesas»), a saber:
La supresión de los cuerpos intermedios que obstaculizan las prácticas
democráticas.

La eliminación de la representación de los intereses que se enfrenta a la


representación política.

La disolución de las oligarquías o de las élites en el poder que se oponen a


los ideales democráticos.

La extinción del espacio limitado que impide la consolidación de la demo-


cracia en todos los sectores sociales.

La abolición del poder invisible que corrompe la democracia.

La educación del ciudadano que garantiza el ejercicio libre y consciente de


la participación política.

En relación con la exposición de Bobbio, en este capítulo, después de


hacer ciertas consideraciones y problematizaciones sobre el concepto
mismo de democracia, se presentan algunos hechos y experiencias de la
228 vida política de los países de América Latina que corroboran la presencia
de las aludidas promesas en varios de sus países. La no realización de
los ideales democráticos prometidos, es decir, las falsas promesas, ex-
plicarían, al menos parcialmente, por qué en la mayoría de los países de
nuestra América nunca ha existido una democracia real y, mucho menos,
un adecuado desarrollo de la región.

La democracia es una forma de gobierno. En el tratado Política, Aristóteles


afirma que «la mejor forma de gobierno es evidentemente aquella en la
que todos los hombres, sean quienes sean, puedan, merced a las leyes,
obrar mejor y vivir felizmente» (2011, p. 144). Aristóteles, en esta cita,
no se refiere a la democracia exactamente, pero nosotros podríamos
preguntarnos si esta (la democracia) podría calzar con la definición del
Estagirita. Independientemente de la respuesta que pudiéramos dar, lo
cierto es que la democracia (‘el gobierno del pueblo’, por sus raíces
griegas) es un concepto sencillo, pero a la vez discutido. Taylor (2011)
sostiene que, si bien a todos nos gusta la idea de que el pueblo se go-
bierne a sí mismo, es conveniente que nos preguntemos: ¿cómo puede
el pueblo gobernarse a sí mismo? ¿Todas las personas deberían gobernar
directamente, o deberían elegir representantes para que gobiernen en su
nombre? Y si hay que elegir representantes, ¿con qué método debemos
elegirlos? Y, de hecho, ¿quién es «el pueblo»?

Al realizar un balance de la raíz misma del término democracia , su


origen, su desarrollo histórico y su situación actual, encontramos lo
siguiente:

La palabra democracia deriva de dos términos griegos: demos («el pue-


blo») y kratos («gobierno»), y es un concepto muy antiguo y a la vez
muy moderno. Platón y Aristóteles debatieron sobre la democracia y
ambos la consideraban un tipo de gobierno problemático, en el que los
pobres utilizarían su superioridad numérica para derribar a los ricos. La
democracia como forma de gobierno viable no se hizo realidad hasta
finales del siglo XVIII y principios del XIX, y no llegó a su madurez hasta
el siglo XX, cuando el sufragio universal para todos los ciudadanos, con
independencia de la raza, el género o los ingresos, se convirtió en la
norma. En la democracia moderna el poder deriva del pueblo, quien,
a su vez, lo delega a los representantes electos. La democracia se ha
convertido en la forma de gobierno predominante en el mundo, aunque
la calidad exacta de cualquier democracia suele ser un tema de amplio
debate (Taylor, 2011, p. 24).
229

Precisamente, ese «amplio debate» sobre la calidad democrática, al que


se refiere el autor citado, es el que nos ocupa en este escrito, pues, como
lo había afirmado Winston Churchill (citado por Taylor, 2011, p. 24): «La
democracia es el único sistema que insiste en preguntar a los poderes que
hay si son los poderes que deberían ser». En tal sentido, son numerosas
las investigaciones, los estudios y las discusiones que buscan establecer
los indicadores, las percepciones y los grados de eficacia, de eficiencia
y de cumplimiento de los gobiernos democráticos y de la democracia
misma43. En los países de América Latina, que son los que nos ocupa, es
interesante analizar, por ejemplo, algunos indicadores de desempeño de
la democracia y de su percepción por parte de los países (figuras 8.1 y
8.2 y tabla 8.1).

43 Como se sabe, los indicadores democráticos son tomados en cuenta por diversos organismos
nacionales y supranacionales a la hora de elaborar informes sobre los desarrollos sociales, eco-
nómicos y políticos de los pueblos. Un ejemplo de esto lo constituye la Organización de las
Naciones Unidas (ONU), que para emitir sus conocidos informes siempre toma en cuenta los
estados y desarrollos democráticos. A este respecto, véase el Informe Nacional sobre Desarrollo
Humano en Bolivia (2010).
Figura 8.1. Satisfacción con la democracia en los países de América Latina.

Fuente: Latinobarómetro (2009, p. 37).

Como se puede observar en la figura 8.1, al revisar la pregunta «¿Está usted


satisfecho con la democracia de su país?», se encuentra que la media re-
gional es de 44 %, siendo Uruguay el país con mayor calificación (79 %), y
Perú el de más baja calificación (22 %). Se puede deducir que los países
230 de América Latina, como región, no están satisfechos con la democracia,
pues, además del promedio, que está por debajo de 50 %, 12 países no
alcanzan siquiera ese 50 %; mientras que solo los restantes siete igualan o
superan dicho porcentaje.

Figura 8.2. ¿Se gobierna para bien de todo el pueblo en los países de
América Latina?

Fuente: Latinobarómetro (2009, p. 39).


En la figura 8.2 se ve que la pregunta «¿Se gobierna para el bien de todo el
pueblo? arroja que la media regional es de 33 %, en que Uruguay, nueva-
mente, presenta el máximo porcentaje (58 %), y Argentina el más bajo (7 %).
Es claro que la gente de la región cree que no se gobierna bien para todo
el pueblo, sino para ciertas élites y grupos en el poder.

Tabla 8.1. Evolución del apoyo a la democracia en los países de América


Latina (2009-2010)
País 2009 (%) 2010 (%) Diferencia
Ecuador 43 64 21
Colombia 49 60 11
Perú 52 61 9
El Salvador 68 59 9
México 42 49 7
Uruguay 82 75 7
Chile 59 63 4
Guatemala 42 46 4
República Dominicana 67 63 4
Paraguay 46 49 3
231
Nicaragua 55 58 3
Bolivia 71 68 3
Panamá 64 61 3
Argentina 64 66 2
Costa Rica 74 72 2
Honduras 55 53 2
Brasil 55 54 1
Venezuela 84 84 0
Fuente: Latinobarómetro (2010, p. 26).

Al mirar la evolución del apoyo a la democracia que se presenta en la tabla


8.1, vemos que hay enormes diferencias por país. El país que más mejoró
entre 2009 y 2010 es Ecuador (21 puntos). El segundo país en que hay más
diferencia entre estos dos últimos años es Colombia (11 puntos). Indepen-
dientemente del nivel de apoyo en cada país, hay cinco países en que no
existen diferencias significativas (inferiores a 3 % que es el margen de error
por país) entre ambos años. Al mismo tiempo, no hay países en que haya
habido una evolución negativa. En todos los países de la región, ya sea se
mantuvo estable, ya sea aumentó el apoyo a la democracia entre 2009 y 2010.
Por otra parte —y dejando por ahora de lado la situación concreta de los
países de América Latina—, recordemos que en la historia de la humanidad
no se han dado democracias completas o perfectas. Siempre ha existido
una «tensión» entre los ideales democráticos y la manera como esos ideales
se consiguen en la cotidianidad, en la cruda realidad44. «La democracia es
una utopía, un ideal a alcanzar y a establecer en una sociedad determinada».
Y agrega:

Es posible distinguir entre la democracia ideal y la real. Con esta distinción


se quiere indicar que entre los ideales democráticos prometidos y los que
efectivamente se han realizado hay contrastes muy fuertes, incluso contradic-
torios. De ahí que entre la democracia real (empírica) y la democracia ideal
(normativa) exista un continuum bastante amplio lo cual permite identificar
diversos subtipos de regímenes políticos democráticos. En su desarrollo
histórico los regímenes políticos […] pueden avanzar hacia ese ideal —pro-
ceso que se denominará democratización— o pueden retroceder a formas
políticas predemocráticas y alejarse de ese ideal, proceso que designaremos
como involución democrática (Gómez Leyton, 2004, p. 20).

Por esta razón, se puede afirmar que «existen democracias más sólidas o
232 menos sólidas, más vulnerables o menos vulnerables; hay diversos grados de
aproximación al modelo ideal» (Bobbio, 1986, pp. 29-30). Sin embargo, este
hecho, es decir que la democracia no exista en estado «puro», no implica
que ella no sea posible o, peor aún, que constituya un proyecto irrealizable.
Al contrario, la democracia se encarna en la historia y en la realidad de los
pueblos asumiendo sus características de complejidad y pluralidad que im-
piden que ella —la democracia— sea concebida como un proceso simple y
unidireccional. En otras palabras, la democracia se da en realidades sociales
variadas, múltiples y cambiantes que condicionan su naturaleza, pero no la
anulan: existe una diferencia sustancial entre el «deber ser» democrático y
el «ser» democrático.

Como ya se ha dicho, en su faceta de deber ser la democracia concibe unos


ideales «nobles y elevados» y, a partir de ellos, promete unas condiciones
que en la realidad no se realizan concretamente. Este hecho es el que lleva a
Bobbio a hablar de «falsas promesas de la democracia». Ahora bien, cuando
se observan procesos políticos democráticos de algunas regiones del planeta

44 Expresión utilizada por Bobbio (1986) en la obra citada para referirse a la forma como la democracia
existe realmente; es decir, independientemente de los postulados teóricos.
y se los mira a la luz de la exposición de este autor, es posible constatar que,
definitivamente, las falsas promesas de la democracia están presentes por
doquier. En tal sentido, en estas páginas se enumeran y se explican dichas
promesas y se hace un análisis de ellas a la luz de diversos acontecimientos
políticos ocurridos en algunos países latinoamericanos, para determinar qué
tanta influencia han tenido estas falsas promesas en la configuración de regí-
menes democráticos débiles o poco auténticos en nuestra región.

Ahora bien, abordar un tema de estas proporciones implica realizar algunas


reflexiones previas, por ejemplo ¿qué significa la expresión democracia real
o democracia plena? Para empezar, recordemos, como lo afirma Gómez
Leyton (2004), que la democracia es un determinado tipo de régimen
político cuya principal característica sería representar la voluntad de todos
los ciudadanos. Así la cosas, la democracia vendría a ser un ideal que las
sociedades modernas buscan alcanzar, pues, como él mismo lo dice, la
representatividad completa nunca ha existido y jamás se alcanzará. Medir
los «grados» de realización de dicha representatividad en un determinado
régimen político terminaría indicando en qué medida los presupuestos
teóricos de la democracia se alcanzan o no se alcanzan45. Es decir, para
saber si un régimen político llega a ser o no una «democracia plena», hay
que establecer algunos requisitos mínimos que permitan identificarla como 233
tal. Robert Dahl (1971) fue uno de los primeros especialistas que reflexionó
sobre ello46. En efecto, de acuerdo con este autor, para que un régimen
político pueda ser calificado de «democrático» debe cumplir, como mínimo,
con siete requisitos, a saber (Dahl, 1971):

üü autoridades públicas electas;


üü elecciones libres, imparciales y frecuentes;
üü sufragio universal;
üü derecho a competir por los cargos públicos;
üü libertad de expresión;
üü información alternativa;
üü libertad de asociación.

45 En tal sentido Lijphart (1991), citado por Gómez Leyton (2004, p. 20), sostiene que el ideal de-
mocrático «puede ser considerado como el extremo de una escala sobre la que se mida el logro
de la representatividad democrática de diferentes regímenes».
46 Bobbio (1986, p. 29) también habla de unos «contenidos mínimos del Estado democrático»:
garantía de los principales derechos de libertad, existencia de varios partidos en competencia,
elecciones periódicas y sufragio universal y decisiones colectivas o concertadas o tomadas a partir
del principio de mayoría.
A partir de la clasificación de Dahl y de los aportes de otros autores (como
Guillermo O’Donnell, por ejemplo47), Gómez Leyton propone los siguientes
requisitos para los regímenes políticos democráticos (2004, pp. 23-24):

1º) un origen democrático, o sea, que la génesis de las normas institu-


cionales, plasmadas por lo general en una constitución política, haya sido
generada democráticamente a través de un acto constituyente demo-
crático, 2º) competencia política y existencia de oposición, 3º) sufragio
universal y otras formas de participación, 4º) elecciones libres, competitivas
y a intervalos de tiempo regulares, 5º) electividad de todos los cargos
más relevantes, 6º) partidos en competencia,7º) fuentes de información
diversas y alternativas, 8º) duración legal en los cargos electos, 9º) some-
timiento de las Fuerzas Armadas al poder civil, y 10º) un demos votante
claramente establecido.

Al establecer estos requisitos, Gómez Leyton deja claro que, dado que
la democracia política no es un fenómeno estático, sino que, por el
contrario, es una realidad dinámica y cambiante, nunca habrá un listado
completo ni definitivo de requisitos: siempre habrá que tener en cuenta
circunstancias concretas del régimen político, tales como: el lugar, la época,
234 las condiciones sociales, económicas y culturales, la tradición política, los
actores políticos, etc. Sin embargo, una vez establecidos unos «requisitos
empíricos mínimos», estos se convierten en parámetros esenciales para
poder determinar el grado de democracia imperante en los países que
dicen poseer un régimen político democrático. Si nos atenemos a los 10
requisitos propuestos por el escritor chileno, entonces tendremos que
colegir —como él mismo lo afirma—, que «es un hecho que actualmente
son muy pocos los países que […] son democracias plenas48» (Gómez
Leyton, 2004, p. 24).

47 A los requisitos de Dahl (1971), O’Donnell (1996), citado por Gómez Leyton (2004, p. 23), suma
cuatro, a saber: el cumplimiento de los plazos para los cuales los mandatarios fueron elegidos,
la autonomía de decisión política de las autoridades electas, la clara definición de un demos
votante y la garantía de continuidad y consolidación de las condiciones democráticas.
48 De hecho, según el mismo autor, en la actualidad en los países de los países de América Latina
solo Costa Rica y Uruguay tendrían la condición de «democracia plena», los demás países de la
región no, pues tienen dificultades para cumplir con uno o algunos de los diez requisitos; por
ejemplo, Chile, que aun cumpliendo con los siete requisitos establecidos por Dahl (1971), no
cumple con dos de los establecidos por O’Donnell (sometimiento de las fuerzas armadas al
poder civil y existencia de mecanismos que garanticen la evolución democrática), lo que hace
que no sea un país con democracia plena, sino con «democracia protegida». Además, este tipo
de democracia en Chile (la protegida) no cumple con el primer requisito de Gómez Leyton,
a saber: un origen democrático, o sea que la génesis de las normas institucionales hayan sido
generadas democráticamente [El subrayado es nuestro].
Por otra parte —y ya para cerrar esta introducción—, aunque no constituye
un propósito de este escrito explicar el porqué de las falsas promesas, es
decir, por qué lo prometido por los fundadores de la democracia no se
cumplió, sí es pertinente aclarar que esto ocurrió porque

… el proyecto democrático fue pensado para una sociedad mucho menos


compleja que la que hoy tenemos. Las promesas no fueron cumplidas debido
a los obstáculos que no fueron previstos o que sobrevinieron luego de las
transformaciones […] de la sociedad civil (Bobbio, 1986, p. 26)49.

Según Bobbio (1986), estos obstáculos son, al menos, tres, a saber:

El predominio de la tecnocracia: en la medida en que la sociedad se hace


más compleja, los problemas políticos requieren mayor capacidad técnica;
los problemas técnicos necesitan de expertos, de un conjunto cada vez más
grande de personal especializado. Así, si el protagonista de la sociedad indus-
trial es el experto, entonces quien lleva el papel principal en dicha sociedad
no puede ser el ciudadano común y corriente. Esto es antidemocrático, pues
quienes toman las decisiones son unos pocos (los expertos).

El crecimiento continuo del aparato burocrático: si se considera el sistema 235


político como una pirámide, en una sociedad democrática el poder fluye
de la base al vértice; al contrario, en una sociedad burocrática se mueve
del vértice a la base. Esto sugiere la siguiente ecuación: a mayor burocracia
menor democracia. Sin embargo, todos los Estados que se han vuelto más
democráticos se han vuelto a su vez más burocráticos, pues el proceso de
burocratización ha sido en gran parte consecuencia del proceso de demo-
cratización (piénsese, por ejemplo, en el Estado benefactor en el que las
continuas demandas de los diferentes grupos de la sociedad civil, que fueron
emergiendo paulatinamente, hicieron necesaria una creciente burocratización
que buscaba dar respuestas a sus demandas (salud, vivienda, educación, etc.).

La incapacidad del Estado para responder a las crecientes demandas de la


sociedad: la condición necesaria de todo régimen democrático es la pro-
tección de las libertades civiles. Apelando a estas, los ciudadanos pueden
pedir a los gobernantes ventajas, beneficios, facilidades, una más equitativa
distribución de la riqueza, etc. La cantidad y la rapidez de estas demandas
son tales que ningún sistema político, por muy eficiente que sea, es capaz de

49 El subrayado es nuestro.
dar respuesta adecuada y oportuna. Al contrario de lo que ocurre en los sis-
temas autocráticos, en la democracia la demanda es fácil y la respuesta difícil.

8.1 Primera promesa: la supresión de los cuerpos


intermedios

La democracia nació de una concepción individualista de la sociedad, es


decir, de una concepción según la cual toda forma de sociedad, especial-
mente la sociedad política, es un producto artificial de la voluntad de los
individuos. Partiendo de esta hipótesis (el individuo es soberano y, al ponerse
de acuerdo con otros individuos, igualmente soberanos, crea la sociedad
política), la doctrina democrática ideó un Estado sin cuerpos intermedios
que se convirtió en una falsa promesa, pues lo que ha sucedido en los Esta-
dos democráticos es exactamente lo contrario: los grupos (organizaciones,
asociaciones, sindicatos, partidos, etc.) se han vuelto sujetos políticos cada
vez más fuertes, mientras que los individuos se han debilitado. En la demo-
cracia real los protagonistas de la vida política no son los individuos sino
los grupos. En síntesis, el ideal democrático se proyectó en una sociedad
centrípeta, pero lo que existe en realidad es una sociedad centrífuga, que
236
no tiene un solo centro de poder, sino muchos, y merece el nombre de
sociedad policéntrica o poliárquica (Bobbio, 1986).

La supresión de los cuerpos intermedios como falsa promesa ha estado


presente en los países de los países de América Latina. A continuación se
presentan dos casos puntuales: el chileno y el colombiano.

8.2.1 Chile: el derecho de propiedad

Una constatación de que esta primera promesa no se ha cumplido en varios


países de América Latina la podemos encontrar en Chile. En efecto, Juan
Carlos Gómez Leyton (2004), en su obra La frontera de la democracia. El
derecho de propiedad en Chile 1925-197350, al plantearse el interrogante
«¿Es Chile un país democrático?» (p. 15), termina por demostrar que la

50 En esta obra Gómez Leyton revisa las principales tesis sostenidas en torno al desarrollo político
chileno en el siglo XX y cuestiona que en ese país se haya dado un régimen verdaderamente de-
mocrático antes de 1958 y después de 1973. «La democracia plena —dice— alcanzó en Chile su
máximo desarrollo entre los años 1967 y 1973 […] luego de la reforma constitucional al derecho
de propiedad privada de enero de 1967, la promulgación de la Ley de Sindicalización Campesina
de junio de 1967 y las reformas políticas de 1969…» (2004, p. 10).
idea tradicionalmente difundida —tanto en el ámbito nacional como en el
internacional—, según la cual «Chile ha sido un país democrático, estable y
pacífico», no es verdadera. La causa principal de este hecho, según el autor
chileno, estaría en que el derecho de propiedad privada, que históricamente
ha operado a favor de los más ricos, habría llevado a los sectores propieta-
rios —especialmente los terratenientes— a instaurar formas de dominación
y exclusión ciudadanas:

… la estabilidad política en Chile dependió principalmente del poder de los


señores de la tierra (terratenientes), los cuales a través de un pacto social de
dominación lograron conservar, en primer lugar, la propiedad de sus grandes
haciendas y, en segundo lugar, el control social y político de los campesinos,
con lo cual se aseguraron una base electoral que los dotó de un formidable
poder político, para defender sus intereses y privilegios políticos, sociales,
económicos y culturales. De manera que la estabilidad del sistema político
dependió más de la exclusión-control político que de la inclusión ciudadana
(Gómez Leyton, 2004, p. 17).

A partir del citado estudio de Gómez Leyton se puede deducir que la


supresión de los cuerpos intermedios en Chile no solo no se dio, sino que
estos cuerpos se hicieron muy fuertes y protagónicos. Por ejemplo, duran- 237
te la llamada «Pax alessandrina» (1932-1941) las asociaciones sociales, las
gremiales y las sindicales, el gobierno, los partidos políticos y los actores
parlamentarios (en representación de los sectores propietarios, de las capas
medias y de la clase trabajadora) acordaron excluir de la ciudadanía a los
campesinos negándoles sus derechos sociales, económicos y políticos.
Hecho que fue institucionalizado formalmente en 1947 con la promulgación
de la Ley 8811 que ratificó la exclusión social y política de los campesinos
y reforzó el poder de las clases propietarias agrarias. Además, en 1948,
con el apoyo de la mayoría de los partidos políticos (otros «cuerpos inter-
medios» según la denominación de Bobbio) se promulgó la Ley 8987 que
expulsó del sistema político al Partido Comunista de Chile (Gómez Leyton,
2004, pp. 9-10). «De esta forma —concluye el escritor chileno—, las clases
propietarias nacionales, especialmente las ligadas a la propiedad agraria, a
lo largo y ancho del siglo XX chileno, 1920-1973, limitaron, obstruyeron y
destruyeron la democracia». Y agrega:

En defensa del derecho de propiedad privada estos sectores estuvieron


dispuestos, en un primer momento, a limitar los derechos políticos de los
ciudadanos nacionales y, luego, simplemente a conculcar y violar los derechos
humanos especialmente el derecho a la vida y la libertad, como una forma
de proteger sus propiedades (Gómez Leyton, 2004, pp. 11-12).

8.2.2 Colombia: el bipar tidismo y el Frente Nacional

En Colombia, un hecho histórico que ha marcado profunda y definitiva-


mente el derrotero democrático del país, y que refleja la no eliminación de
los cuerpos intermedios, ha sido el constante bipartidismo, presente en la
tradición nacional desde sus inicios en 183251. El bipartidismo formal nace
casi simultáneamente con la nueva República52. En efecto,

Entre 1849 y 1861 tuvieron lugar la guerra civil de 1851 contra la ley que
liberaba esclavos, la guerra civil que ocasionó el golpe de Estado del gene-
ral Melo y la guerra civil de 1859-1861 encabezada por Tomás Cipriano de
Mosquera contra el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez. En este mismo
período formalmente se crean los partidos Conservador y Liberal, los que a su
vez se dividieron en gólgotas y draconianos (Gómez Martínez, 2008, p. 82).

Estos dos partidos se hicieron tan fuertes que, desde entonces y hasta
238 principios del siglo XXI, se han disputado el poder del Gobierno. De hecho,
la historia política colombiana se caracteriza por las largas hegemonías con-
servadoras y liberales que llegaron a su cenit con el acuerdo denominado
Frente Nacional, veamos:

Hegemonía conservadora. Se produjo entre 1885 y 1930. Durante estos 45


años el Partido Conservador estuvo a cargo de la Presidencia, los ministerios
y las demás instituciones políticas, excluyendo a los liberales de participar
en el Gobierno. Tuvo ocho presidentes, empezando por Manuel Antonio
Sanclemente y culminando con Miguel Abadía Méndez (1926-1930).

República liberal. Se dio entre 1930 y 1946. Durante dieciséis años el partido
liberal estuvo a cargo de la Presidencia, los ministerios y demás instituciones
políticas, excluyendo a los conservadores de la participación en el Gobierno.

51 Colombia se convierte en una república independiente a partir del 29 de febrero de 1832 con la
disolución de la Gran Colombia. Nace con el nombre de La Nueva Granada.
52 Sin embargo, algunos autores remontan el surgimiento de los partidos Conservador y Liberal al 20
de julio de 1810: «Chisperos (radicales) y moderados, centralistas y federalistas, después para
considerar a los bolivianos como los primeros conservadores y a los santanderistas como los
primeros liberales» (Gómez Martínez, 2008, p. 82). Otros autores que han tratado el tema son
Libardo González (1975) y Germán Colmenares (1968).
Inició con el Gobierno de Enrique Olaya Herrera (1930-1934) y culminó con
el de Alberto Lleras Camargo (1946).

Regreso conservador. Inicia con el Gobierno de Mariano Ospina Pérez


(1946-1950) y termina con el de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), en cuyo
gobierno se produjo un acuerdo entre liberales y conservadores para dis-
minuir la violencia.

Frente Nacional. Fue una coalición política entre los partidos Liberal y Con-
servador que se llevó a cabo entre 1958 y 1974. «Su objetivo principal era
organizar el país y evitar la violencia entre los partidos. Para ello se estable-
ció un acuerdo de gobierno en el cual, los partidos Liberal y Conservador
alternaban la presidencia cada cuatro años» (Zuleta, 2011). Los presidentes
fueron: Alberto Lleras Camargo (1958-1962), liberal; Guillermo León Valencia
(1962-1966), conservador; Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), liberal y Misael
Pastrana Borrero (1970-1974), conservador.

El Frente Nacional se constituyó con el argumento de sellar un pacto de paz


entre el Partido Liberal y el Partido Conservador, protagonistas de enfrenta-
mientos agudos que siguieron al asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán
en 1948. Tomó como punto de partida el propósito de cerrarle el paso a 239
cualquier movimiento de izquierda, especialmente comunista, en un momento
de grave enfrentamiento de los más poderosos países de Occidente con la
Unión Soviética […]. Colombia se alineó de inmediato con Estados Unidos
una vez se rompió la alianza que había llevado [a] los aliados al triunfo sobre
Alemania (Ocampo, 2008, p. 260).

Al hacer un balance del Frente Nacional, Ricardo Sánchez Ángel (2008) con-
cluye que, con la promesa de paz social, el bipartidismo logró reconstruir
parte del control sobre la población, pero la legitimidad del régimen con-
tinuó siendo duramente cuestionada por la profundización de la violencia,
por el uso sistemático del Estado de sitio y la represión como respuesta a
la movilización social, y por la exclusión política de agrupaciones diferentes
de los partidos Liberal y Conservador. Por otra parte, el Frente Nacional y el
bipartidismo en Colombia constituyen una clara expresión de la no supresión
de los cuerpos intermedios de los que habla Bobbio, pues lo corrido en el
país, finalmente, fue el resultado de los intereses de otros grupos, tales como
los núcleos más polarizados de la burguesía, la Iglesia católica, las capas me-
dias, los estudiantes y los trabajadores. El resultado es la constitución de un
régimen político que, aunque se proclama democrático, no lo es, en efecto:
Con el Frente Nacional se consolidó no solo el orden capitalista, el modelo
liberal-conservador de partidocracia, sino que, mediante el presidencialismo
bonapartista, triunfó un régimen reaccionario de privilegios para los círculos
de las clases altas y se reprimió y excluyó a amplios sectores populares
(Sánchez Ángel, 2008, p. 252).

8.3 Segunda promesa: La eliminación de la


representación de los intereses

La representación de los intereses se opone a la representación política, sin


embargo, la representación de los intereses

… es ni más ni menos, incluso para quienes la rechazan, una forma de democracia


alternativa que tiene su terreno natural de expansión en una sociedad capita-
lista, en la que los sujetos de la acción política son crecientemente los grupos
organizados, por tanto, es muy diferente de aquella prevista por la doctrina
democrática que no estaba dispuesta a reconocer algún ente intermedio entre
los individuos específicos y la nación en su conjunto (Bobbio, 1986, pp. 8-9).

240
Siguiendo la exposición de Bobbio, se colige que la representación de los
intereses que se debe eliminar es aquella que se opone a la realización de
la democracia o que la obstaculiza, pues lo que busca defender son los
beneficios particulares y egoístas de ciertas élites u oligarquías que no quie-
ren perder sus privilegios. Estos intereses, normalmente, son encarnados y
defendidos por cuerpos intermedios como los expuestos en este trabajo
al tratar la primera falsa promesa. Pero si, al contrario, la representación de
los intereses es asumida por grupos organizados que buscan mejorar la
democracia a través de proyectos y acciones que persiguen eliminar flage-
los, como la injusticia, la pobreza, la inequidad, la guerra y otras formas de
opresión, mediante mayores niveles de participación política, redistribución
de la riqueza y acceso a servicios públicos dignos y suficientes, entonces
dicha representación se constituye en una forma de democracia alternativa
que, en todo caso, es preferible a la ausencia de democracia.

En tal sentido, a continuación se presentan las experiencias de dos países en


los que la representación de los intereses contribuye a mejorar la calidad de
la democracia o, al menos, cuestiona los procesos y realidades políticas que
excluyen a inmensas mayorías, pobres y desposeídas: nos referimos a dos países
de la región de América Central y el Caribe, El Salvador y República Dominicana.
8.3.1 El Salvador: la guerra de liberación

Durante décadas El Salvador vivió bajo el poder de la dictadura53. En opinión


de Sánchez (2012), aunque durante mucho tiempo se hicieron ingentes
esfuerzos pacíficos de índole política a través de procesos democráticos
(electorales), estos fueron siempre desarticulados mediante fraudes que
aseguraban el triunfo de los candidatos de la oligarquía dominante. En es-
tas circunstancias, el pueblo salvadoreño, que anhelaba justicia, libertad y
democracia, y que además había resistido la barbarie de la dictadura militar
en condiciones precarias y de indefensión, tomó las armas como única vía
factible para defender sus derechos: «La guerra fue una respuesta ética,
social y política a una dictadura abominable» (p. 4).

En 1980, se creó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional


(FMLN), que agrupó a las organizaciones guerrilleras ya existentes, bajo el
convencimiento de que solo por la vía armada sería posible un cambio
de régimen. El detonante había sido el fracaso del intento de un grupo
de militares jóvenes que en 1979, luego de la gran crisis nacional produ-
cida por la lucha combativa y popular de vastos sectores de la sociedad
salvadoreña, dan un golpe militar con el ánimo de propiciar un cambio en
la forma de gobierno y encaminar al país hacia derroteros democráticos. 241
Sánchez recuerda: «La tentativa fue abortada en poco tiempo por la em-
bajada de los Estados Unidos, que apartó a los militares más progresistas
del nuevo gobierno y fortaleció el papel de los militares más represivos,
quienes dieron continuidad a la dictadura» (2012, p. 12). En este con-
texto, surgen voces de intelectuales y académicos, como Óscar Arnulfo
Romero e Ignacio Ellacuría, que denuncian las bestialidades del Ejército y
de la dictadura militar54.

53 Según Carlos Velásquez (2012), El Salvador vivió bajo dictadura militar el periodo comprendido
entre 1932 y 1989. En este tiempo se dio un evidente protagonismo de los militares que se con-
solidaron como la nueva clase gobernante del país.
Otros dos documentos que dan cuenta de la dictadura salvadoreña son los de Roque Dalton (2010)
y Schafik Hándal (2006). En estos se analiza el enfrentamiento de clases, la represión política, la
injerencia estadounidense y las causas, el desarrollo y el desenlace de la guerra revolucionaria en
El Salvador entre 1970 y 1992.
54 Monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, convertido en símbolo internacio-
nal del clamor por la justicia social y los derechos humanos, fue asesinado en 1980 por fuerzas
paramilitares de la Dictadura salvadoreña por sus críticas al régimen. Por su parte, Ignacio Ellacuría
fue un teólogo y filósofo español, naturalizado salvadoreño, asesinado por los militares en 1989.
Romero y Ellacuría fueron intelectuales representantes de dos movimientos latinoamericanos de gran
desarrollo e impacto en las últimas décadas del siglo XX: la filosofía de la liberación y la teología
de la liberación (véase Hamburger, 1999).
Con la fundación del FMLN inició la guerra definitiva de liberación que cul-
minó oficialmente en 1992, año en el que se firmaron los Acuerdos de Paz
en Chapultepec, México. La guerra había pasado por cuatro grandes etapas:

• construcción de la retaguardia guerrillera (1981-1984);


• acentuación de la intervención de los Estados Unidos (1984-1987);
• gran ofensiva del FMLN (1987-1989);
• desarrollo de los Acuerdos de Paz (1989-1992).

Con la firma de los Acuerdos de Paz se puso fin al conflicto y se inició una
nueva vida política en El Salvador.

Hoy, veinte años después de la firma de dichos Acuerdos, se han asentado


en el país mecanismos democráticos que aseguran el funcionamiento de
los partidos políticos, de los sindicatos y de otras muchas organizaciones
sociales, así como también se ha establecido la alternancia de gobierno
(Sánchez, 2012, p. 46).

De hecho, el FMLN se transformó en partido político y ganó las elecciones


242
del 15 de marzo de 2009, tras lo cual se constituyó en el primer gobierno
de izquierda en la historia de El Salvador.

8.3.2 República Dominicana: los movimientos sociales


urbanos

En República Dominicana, a diferencia de lo ocurrido en El Salvador exacta-


mente por el mismo tiempo, es decir, entre 1979 y 1991, la representación
de los intereses democráticos fue liderada por movimientos sociales que
actuaron en el campo de la política y no de la guerra. En efecto, según Be-
tances (2010), la apertura política que se inició con la transición democrática
de 197855 creó las condiciones para que surgieran organizaciones y movi-
mientos populares que buscaban reivindicar sus derechos sociales, políticos
y económicos. En República Dominicana estos movimientos se han dividido

55 Esta transición se inició con la victoria del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), encabezado por
Silvestre Antonio Guzmán Fernández (1978-1982). A partir de este momento, se abrió un nuevo
espacio que permitió el regreso de los exiliados políticos, la actividad abierta de la izquierda y
la libertad de los presos políticos. De esta manera, se reactivó el movimiento social y se hizo de
manera abierta, algo que no había sido posible durante los tres Gobiernos autoritarios de Joaquín
Balaguer (1966-1978) (Betances, 2010).
en tres grandes sectores: los populares no laborales, los profesionales y los
sindicales. Sin embargo, la mayoría de ellos no tuvo éxito. Solo dos organi-
zaciones: el Comité para la Defensa de los Derechos Barriales (COPADEBA)
y Ciudad Alternativa, obtuvieron éxito, pero relativo.

Al investigar esta situación, Betances (2010, p. 189) sostiene que «las opor-
tunidades políticas son fundamentales para determinar el éxito o fracaso de
los movimientos sociales». Y agrega:

En una revisión del contexto histórico en que se han desarrollado los movi-
mientos sociales dominicanos, encontramos que en las últimas tres décadas
no han habido estructuras de oportunidades políticas, donde los movimientos
sociales tengan acceso a la participación, disponibilidad de aliados influyentes,
cambios en las alineaciones políticas reinantes y conflictos entre las élites o
entre estas y el Estado (pp. 189-190).

Y concluye:

Encontramos que la transición democrática solo permitió acceso a la partici-


pación política, pero que ningunas de las otras condiciones de una estructura
de oportunidad política han estado presentes. Esta situación impidió en gran 243
medida, las posibilidades de éxito de los movimientos sociales dominicanos
(p. 190).

A la falta de una estructura de oportunidades políticas que les permitiera a


los movimientos situarse mejor frente al Estado, habría que agregarle la debi-
lidad institucional y la división política de sus organizaciones representativas.

8.4 Tercera promesa: la disolución de las


oligarquías o de las élites en el poder

«Es indiscutible que la permanencia de las oligarquías, o de las élites en el


poder, se opone a los ideales democráticos» (Bobbio, 1986, p. 8). Aun así,
el autor italiano aclara que existe una diferencia sustancial entre un sistema
político en el que existen varias élites que compiten en elecciones libres,
y otro en el que un solo grupo se renueva en el poder por cooptación56.

56 En este sentido, Bobbio va todavía más lejos, pues sostiene que «la existencia de grupos de poder
que se alternan mediante elecciones libres permanece, por lo menos hasta ahora, como la única
forma en la que la democracia ha encontrado su realización concreta» (1986, p. 8).
Si bien es relativamente sencillo probar que todas las falsas promesas enun-
ciadas por Bobbio se hacen presentes en los países de América Latina, lo
cierto es que esta, es decir, la disolución de las oligarquías, es la más evidente.
A continuación se presentan dos casos puntuales y, además, actuales: el
primero en Honduras, el segundo en México. Veamos.

8.4.1 Honduras: la crisis y el golpe de Estado de 2009

Honduras se ha caracterizado por tener uno de los sistemas de partidos


más antiguo de la región57. Sin embargo, «Desde su temprana constitución y
a lo largo de un siglo de estabilidad, el carácter de dicho partidismo no ha
dejado de estar signado por un sistema político y social oligárquico carac-
terizado por prácticas clientelistas fuertemente arraigadas» (Ajenjo, 2001,
citado por Rodríguez, 2011, p. 214)58.

La crisis política que se dio en Honduras en 2009 fue una crisis presidencial
que a su vez obedece al resquebrajamiento de la larga tradición oligárquica
representada por los dos partidos políticos de siempre: el Partido Liberal
de Honduras (PLH) y el Partido Nacional de Honduras (PNH). Como se sabe,
244 aunque entre 1980 y 1981 se concretó una «apertura democrática» que
permitió la aparición de nuevos partidos políticos, en la práctica los parti-
dos tradicionales siempre terminan ganado las elecciones y perpetuando la
dominación de las élites en el poder (Rodríguez, 2011). Según Pérez Liñan
(2008), citado por Rodríguez (2011), una crisis presidencial es un proceso
por el cual el Congreso intenta remover al presidente de su cargo, el pre-
sidente intenta clausurar el Congreso o uno de los dos poderes apoya un
movimiento civil o militar en contra del otro. En Honduras, la crisis presidencial
terminó en un golpe de Estado que puso de manifiesto la rigidez institucional
propia del presidencialismo59.

A diferencia de lo regímenes parlamentarios en que el primer ministro pue-


de disolver el Parlamento o los parlamentarios pueden impulsar un voto de

57 En efecto, «en 1890 se fundó el Partido Liberal de Honduras (PLH) y como producto de una escisión
de este partido en 1902 nació el Partido Nacional de Honduras (PNH). Ambas organizaciones
políticas tienen su origen vinculado a los intereses de las compañías bananeras estadounidenses
(Unit Fruit Company y Cuyamel Fruit)» (Rodríguez, 2011, p. 214).
58 El subrayado es nuestro.
59 Según Linz (1990), existen cinco problemas de la forma de gobierno presidencialista: la doble
legitimidad, la rigidez, el fomento de juegos en los que el ganador se lleva todo, favorecer un
estilo de política en el que los Gobiernos son intolerantes con la oposición y el surgimiento de
candidatos outsiders (forasteros).
censura, los sistemas presidencialistas se caracterizan por su rigidez ya que
el Ejecutivo carece de poderes para disolver el Congreso y este sólo pue-
de destituir al presidente a través del juicio político. Es decir, de acuerdo
con esta perspectiva, la incapacidad del presidencialismo para resolver las
crisis de gobernabilidad facilita la intervención militar y genera un patrón de
inestabilidad política característica de los países de América Latina (Pérez,
2001, p. 287).

El golpe de Estado perpetrado en Honduras vendría a ser una prueba feha-


ciente de las anteriores afirmaciones. Pero, más allá de ello, lo que se pone
en evidencia es la existencia de una profunda crisis política y social que,
históricamente, se ha originado en la lucha interna de las clases oligárquicas
y ricas por conservar el poder o por hacerse con él. En estas luchas, como
casi siempre ocurre, las demás clases sociales (medias, bajas y desposeídas),
siguen siendo explotadas, ignoradas y sacrificadas. Honduras es, precisa-
mente, después de Haití, el país más pobre de los países de América Latina,
tiene una tasa de desempleo altísima y niveles de inseguridad, violencia y
delincuencia escalofriantes relacionados, principalmente, con el narcotráfico,
el sicariato y los homicidios.

245
8.4.2 México: la Revolución mexicana y el monopolio del
Par tido Revolucionario Institucional (PRI)

El Estado mexicano actual nació de la Revolución mexicana y su consecuente


institucionalización. En efecto,

Los ejércitos campesinos de Zapata y Villa destruyeron el viejo ejército de


Porfirio Díaz y al tipo de Estado que tenía la oligarquía, junto con la oligarquía
misma e impusieron, en la Constitución de 1917, la protección de los bienes
de las comunidades, la substracción de la tierra a las leyes del mercado me-
diante la constitución de los tejidos colectivos, la propiedad de la Nación
sobre los recursos del subsuelo, la educación pública laica y universal y un
pacto tácito similar al existente en tiempos de la Colonia, cuando la Corona
defendía a las comunidades contra la superexplotación (Almeyra, 2012, pp.
172-173).

Precisamente en ese momento nació una nueva oligarquía, pues dicho pacto

… tácitamente ofrecía protección y ventajas a las clases dominadas a cambio


del monopolio del poder de decisión por parte de quienes decían ser sus
representantes pero, en realidad, se daban como tarea construir un Estado
capitalista moderno y una burguesía nacional (p. 173).

De esta manera, no solo no desaparecieron las élites en el poder, sino


que se consolidaron y se fortalecieron en escenarios, instituciones y leyes
nuevos. El nuevo modelo de Estado se robusteció durante el Gobierno de
Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), quien logró consolidar las bases del
funcionamiento del Partido Nacional Revolucionario y lo condujo, mediante
la incorporación de las grandes centrales obreras, hasta derivar en el Partido
de la Revolución Mexicana, antecedente del moderno PRI.

Según Almeyra (2012), el PRI creó un sistema muy simple: en la cúspide de la


pirámide estaba el presidente de la República, que era un monarca absoluto
durante un sexenio y elegía, según su exclusiva voluntad, a su sucesor entre
varios candidatos de su entorno. El presidente también determinaba qué
debían discutir las Cámaras y cuándo debían hacerlo y además quiénes serían
sus ministros y los dirigentes de su partido. Por otra parte, durante muchos
años el PRI no tuvo opositores, fuera de los comunistas y anarquistas que
tenían muy escaso peso, aunque sí actividad en los movimientos de masa.
Llegó a tener que inventar en la década de 1950 un «partido opositor» (el
246 Partido Socialista Popular) para aparecer más democrático en el plano in-
ternacional. Por decenios, el PRI tuvo el monopolio del poder. También de
la violencia legítima y un vasto ascenso popular y pudo así dirigir un Estado
estable que duró hasta el impacto de la mundialización y las políticas neoli-
berales de los últimos gobiernos priístas de Miguel la Madrid, Carlos Salinas
de Gortari y Ernesto Zedillo. En 2000, finalmente, el PRI, por primera vez
desde la Revolución de 1910, perdió la Presidencia a manos de Vicente
Fox, del Partido de Acción Nacional (PAN).

8.5 Cuarta promesa: la extinción del espacio limitado

Según Bobbio, la democracia «no ha conseguido ocupar todos los espa-


cios en los que ejerce un poder que toma decisiones obligatorias para un
completo grupo social» (1986, p. 21). En otras palabras, en la democracia
moderna las decisiones políticas o decisiones de Gobierno se toman pen-
sando en el individuo considerado en su papel general de ciudadano, mas
no en su papel particular de obrero, estudiante, ama de casa, feligrés de una
iglesia, etc. En tal sentido, no se ha podido dar el paso de una «democracia
política» a una «democracia social». En la primera se garantiza el aumento
del número de quienes tienen derecho a participar en las decisiones que
les atañen, mientras que en la segunda lo que realmente importa es si se han
aumentado o no los espacios en los que los ciudadanos pueden ejercer
ese derecho (en la fábrica, en el hospital, en la iglesia, en la escuela, en la
empresa, etc.)60. Esta idea comporta un presupuesto teórico fundamental, a
saber: los derechos de libertad anteceden a los derechos políticos; aquellos
son una consecuencia natural de estos.

Es indudable que en los últimos tiempos en los países de América Latina se


ha fortalecido la democracia política; sin embargo, la democracia social sigue
siendo muy limitada. Un ejemplo de ello lo constituyen los movimientos de
autogestión de los trabajadores en Argentina, por un lado, y los masacrados
movimientos sindicales en Colombia, por otro. Veamos.

8.5.1 Argentina: la autogestión de los trabajadores

Según Favaro e Iuorno (2010), Argentina inició un proceso de desindustria-


lización que se concretó con la dictadura militar, en 1976, y se terminó de
imponer con la privatización de empresas de servicios y el cierre de ramales
ferroviarios durante el Gobierno de Menen entre 1989 y 1999. Estos sucesos 247
aumentaron la conflictividad social en el país, que se hizo evidente en el
surgimiento de nuevas formas de protesta y la emergencia de nuevos/viejos
actores. Se inauguró así un fenómeno social complejo, con experiencias de
autogestión interesantes. En efecto,

La «toma», la «ocupación» y la «recuperación» de fábricas, empresas e insti-


tuciones, son estrategias de los trabajadores con el objetivo de enfrentar el
desempleo y la desocupación. Estos territorios en disputa se convierten en
escenarios donde las acciones de negociación y de confrontación toman
una dimensión particular desde el 2001, cuando el trabajador se hace cargo
de empresas en quiebra, por incumplimientos salariales o por cierre de las
mismas (Favaro e Iuorno, 2010, p. 339).

La autogestión no es una práctica nueva en Argentina, pues, como nos re-


cuerda Salas (1990), citado por Favaro e Iuorno (2010), en este país, luego

60 En las sociedades avanzadas estos «espacios» o lugares de participación se hallan agrupados


principalmente en dos grandes sectores: el de la empresa privada y el de la Administración pública.
Los procesos de democratización de una sociedad no se realizarán plenamente mientras estos
dos sectores no garanticen el ejercicio democrático de quienes los componen.
de la Revolución Libertadora de 1955, durante la resistencia peronista, los
obreros la utilizaron como forma de lucha en las huelgas de bancarios, tex-
tiles y metalúrgicos (es muy recordado el caso del Frigorífico Lisandro de
la Torre que, en 1958, fue tomado por sus trabajadores para oponerse a
que fuera privatizado. Los trabajadores fueron reprimidos, de todas formas
la empresa se privatizó y estos se quedaron sin trabajo). Sin embargo, el
fenómeno autogestionario llegó a su plenitud en la década de 1990, periodo
durante el cual alrededor de 200 fábricas, con más de diez mil operarios,
fueron recuperadas.

Es interesante observar cómo en esta situación en la que los trabajadores


en empresas en quebranto ocupan el lugar de trabajo y resisten ensayando
la producción bajo otras formas de control y cogestión obrera conviven
dimensiones democráticas de decisión con métodos y valores propios de
la dinámica capitalista. Muchos de estos ensayos culminan en la constitución
de organizaciones de economía solidaria:

Los trabajadores observan que constituirse como cooperativas de trabajo


—no de producción ni consumo— les permite a las nuevas formas orga-
nizativas un armazón para establecerse como un colectivo más igualitario y
248 duradero. Logrando así satisfacer deseos y necesidades con una producción
democrático-horizontal y formas más equilibradas de distribución del ingreso
(Favaro e Iuorno, 2010, p. 352).

8.5.2 Colombia: el antisindicalismo

Una reveladora investigación sobre la guerra contra los sindicalistas colom-


bianos, realizada por Valencia y Celis (2012), demuestra que en los últimos
veinticinco años en el país han sido asesinados cerca de tres mil sindicalistas
y se han perpetrado más de ocho mil agresiones violentas a los sindicatos y a
los derechos fundamentales de sus afiliados. Los sectores más afectados han
sido el educativo, el bananero y el petrolero, con cerca de setenta por ciento
de los sindicalistas asesinados. La mayoría de los homicidios y violaciones a
los derechos humanos de los sindicalistas se produjeron en 31 municipios,
todos ubicados en regiones con fuerte presencia del conflicto armado:
en solo seis se estos municipios hubo más de cien sindicalistas asesinados.

Para establecer la magnitud de la violencia contra los sindicalistas en Colombia,


hicimos una comparación con los datos globales. De acuerdo con un estudio
realizado en 49 países (de Centroamérica y el Caribe, Suramérica, Asia, África
y Europa, entre 1999 y 2009) fueron asesinados 1253 sindicalistas. El 63.12 %
de esos homicidios ocurrieron en Colombia; 7.01 %, en Brasil; 5.44 %, en
Filipinas; 5.32 %, en Nepal; 3.45 %, en Guatemala, y 3.04 %, en Guinea.

En el periodo comprendido entre 1977 y 2011 se presentaron en Colombia


2870 asesinatos, 5373 amenazas, 283 atentados con lesiones o sin ellas, 210
desapariciones, 658 detenciones arbitrarias, 169 secuestros y 89 casos de
tortura contra sindicalistas. En total, 9652 agresiones, según la Base de Datos
de la Escuela Nacional Sindical (ENS) (Valencia y Celis, 2012, pp. 24-25).

Más allá de las cifras, de por sí escalofriantes, es oportuno encontrarle


explicación a lo ocurrido. Por un lado, el sindicalismo dice que la protesta
laboral, y nada más, ha sido el detonante de la masacre, mientras que, por
otro lado, el Estado dice que han sido los vínculos de los sindicatos con la
guerrilla lo que provocó la persecución. Según los investigadores citados,
ambos actores del conflicto defienden posiciones incompletas e irrespon-
sables, pues tanto es cierto que más que la lucha autónoma por la demo-
cracia fue la acción política al lado de las guerrillas la que desató contra los
sindicalistas una respuesta violenta por parte de élites regionales, agentes
del Estado y fuerzas ilegales, como también es verdad que después de la
Constitución de 1991, cuando el sindicalismo se desvinculó de las guerrillas, 249
la victimización continuó y, a veces, se recrudeció. En síntesis, el Estado se
equivocó porque se puede comprobar que no toda la violencia contra los
sindicalistas se explica por sus vínculos con las guerrillas y porque, aunque
hubiera sido así, nada justifica esta violencia y el exterminio del que fueron
objeto los sindicalistas y sus organizaciones.

8.6 Quinta promesa: la abolición del poder invisible

Pensar que la democracia precisa de la eliminación del poder invisible es


incuestionable, pues el poder invisible corrompe la democracia. «La de-
mocracia —como afirma Bobbio—, se puede definir de muchas maneras,
pero no hay definición que pueda excluir de sus connotados la visibilidad
o transparencia del poder» (1986, p. 8).

En los países de América Latina algunas de las formas en las que el poder
invisible sigue estando presente en las prácticas políticas se evidencian en
las hegemonías, fragmentaciones y coaliciones partidistas, por un lado, y en
el control político y la resistencia al cambio, por otro. Dos casos recientes
se pueden observar en Brasil y Costa Rica. Veamos.
8.6.1 Brasil: hegemonía, fragmentación y coaliciones

Rachel Meneguello (2011) considera que los resultados de la elección


presidencial de 2010 en Brasil reafirman el clivaje61 constituido desde
1994 en la política nacional, pues dos partidos principales, el Partido de
los Trabajadores (PT), que está en el Gobierno desde 2003, y el Partido
de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que gobernó de 1994 a 2002,
dirigen la disputa electoral y revelan preferencias consolidadas en un sistema
en el que, ante el Tribunal Superior Electoral, se encuentra registrados 27
partidos. La contienda en la que Dilma Roussef, candidata del PT y con-
tinuadora del Gobierno de Lula da Silva, fue elegida para la Presidencia
de la República, ratificó la hegemonía de los dos principales proyectos
políticos que organizan y monopolizan la política en el país. La primera
mujer presidente de Brasil fue elegida, en la segunda vuelta, frente a José
Serra, candidato del PSDB.

Los resultados de las elecciones de 2010, afirma Meneguello (2011, p. 449),


confirmaron el diagnóstico según el cual el sistema competitivo brasileño
funciona con base en la convivencia de dos movimientos políticos distintos,
la fragmentación en las elecciones proporcionales y la concentración en las
250 disputas mayoritarias. En el país, el clivaje PT-PSDB brinda contornos bipartidis-
tas a un sistema multipartidista altamente fragmentado en el poder legislativo.
Este cuadro político concentrado también marca los subsistemas estatales
que organizan la competición mayoritaria en un terreno donde solo entre
dos y tres principales fuerzas políticas poseen la posibilidad de la disputa
ya en la primera vuelta de la elección. Al mismo tiempo, representan en las
asambleas legislativas un escenario de múltiples siglas, de tamaños variados,
y que sobreviven a la dinámica competitiva a través de las posibilidades de
la lógica de coaliciones.

Meneguello concluye:

… la lógica de la política nacional tiene impacto sobre la política de los


estados y define los contornos de las disputas por los gobiernos […]. Las
imposiciones de la política local y la alta fragmentación del sistema de parti-
dos condicionan la congruencia entre las dos lógicas electorales (nacional y
estatal) y sugieren dificultades para la gobernabilidad (2011, p. 450).

61 El clivaje es una condición de división fundamental y persistente entre miembros de un grupo o


de un sistema político que tiene relevancia política.
8.6.1 Costa Rica: control político y resistencia al cambio

Curiosamente, también en Costa Rica en 2010, como había sucedido en Brasil


en el mismo año, resultó electa una mujer para la Presidencia de la República:
Laura Chinchilla. También por coincidencia, como en el país suramericano,
esta era la primera mujer electa para ocupar dicho cargo en su país. Un
análisis del contexto sociopolítico en el que se realizaron las elecciones
«ticas» demuestran que el poder invisible, en los dos principales partidos
políticos, se manifestó como control político en el Partido de Liberación
Nacional (PLN), y como resistencia al cambio en el Partido de Acción Ciu-
dadana (PAC). Veamos.

Laura Chinchilla se presentó a las elecciones como candidata presidencial del


PLN después de haber ganado la convención interna del partido, contienda
en la que derrotó a sus dos opositores: Johnny Araya y Fernando Berrocal.
Manuel Rojas Bolaños (2011) nos recuerda que los contendientes de Chin-
chilla la acusaron de haber ganado la convención debido a

… la conveniencia de la continuidad de las políticas del gobierno de Óscar


Arias62 […]. Tanto Araya como Berrocal enfocaron gran parte de su discurso
en la supuesta o real injerencia del gobierno a favor de Chinchilla y la consi-
251
guiente movilización clientelar (p. 309).

Pero más allá de la insistencia en la continuidad de políticas, en el fondo lo


que estaba en juego era el mantenimiento del control del partido por el grupo
de Óscar Arias y de su hermano Rodrigo, entonces Ministro de la Presiden-
cia, que había manifestado su interés de encabezar la plantilla liberacionista
para las elecciones de 2014. No se trataba, entonces, de una tensión […]
era una estrategia para ocultar a medias las disputas entre grupos de poder
económico y político (Rojas Bolaños, 2011, pp. 309-310).

Por el lado del PAC, lo que se dio fue una gran resistencia al cambio. En
efecto, este partido siempre había tenido un líder histórico, Ottón Solís, que
participó como candidato a la Presidencia de la República en las elecciones
de 2002 y 2006 y se perfilaba como el más seguro aspirante del partido
en la contienda para 2010; sin embargo, en 2009 Epsy Campbell, exdipu-
tada del partido, manifestó su deseo de ser ella la candidata aspirante a la
Presidencia para el periodo 2010-2014. Luego Román Macaya también se

62 A la sazón presidente de la República y militante del mismo Partido de Chinchilla.


sumó a esta aspiración. La situación llevó a que se realizara una convención
interna del partido para escoger candidato único. Los resultados arrojaron
una aplastante victoria de Ottón Solís, que, al ser analizados por los exper-
tos, demuestran que la cúpula de PAC, fuertemente aglutinada alrededor
de Solís, nunca quiso arriesgar su nominación en una convención abierta y
optó por un modelo restrictivo que terminó perjudicando a los otros dos
aspirantes. De esta forma, el poder invisible dentro del partido condicionó
la convención y la puso a favor de su líder natural oponiéndose a un cambio
que ya aparecía como necesario (Rojas Bolaños, 2011).

8.7 Sexta promesa: la educación del ciudadano

Para la democracia es indispensable que el ciudadano haya sido bien edu-


cado a fin de que pueda ejercer el poder de escoger a sus gobernantes de
manera libre y responsable; es decir que esté en capacidad de elegir «a los
más sabios, honestos e ilustrados» de sus conciudadanos. Sin embargo, según
Bobbio, esta es una pretensión bastante ingenua, pues, si la ciudadanía no es
capaz de ejercer «inteligentemente» su poder de elegir, ello no se debe tanto
a una precaria educación política cuanto «a una concepción excesivamente
252 optimista del hombre como animal político: el hombre persigue el propio in-
terés lo mismo en el mercado económico que en el mercado político» (1986,
p. 9). Sin embargo —y más allá de la aclaración del autor italiano—, lo cierto
es que, de hecho, la mejor forma de alcanzar sociedades más democráticas
consiste en formar la conciencia política —no simplemente politizada— de los
ciudadanos. Muchas veces en la historia de nuestros países se ha observado
que las clases oligárquicas utilizan la ignorancia y los sistemas débiles y preca-
rios de educación como estrategia para mantenerse en el poder. En una gran
parte del territorio latinoamericano se ha puesto en práctica sistemáticamente
el adagio romano: «Al pueblo hay que darle circo y pan».

Recientemente, en los países de América Latina dos países que, a través de sus
regímenes políticos, han buscado mejorar la educación ciudadana han sido
Venezuela y Bolivia. El primero a partir de su socialismo del siglo XXI. El segundo
con la declaración de un Estado plurinacional y una democracia intercultural.

8.7.1 Venezuela: el socialismo del siglo XXI

Al referirse al «socialismo del siglo XXI», la socióloga, Marta Harnecker, señala:


… el término fue acuñado por Hugo Chávez para diferenciarlo de los erro-
res y desviaciones del llamado «socialismo real» del siglo XX en la Unión
Soviética y los países del Este europeo. La lección principal del proyecto
chavista es la necesidad e importancia de combinar el socialismo con la
democracia, no una democracia liberal, sino una democracia participativa
y directa (2011, p. 153).

Este tipo de socialismo ha permitido cambios significativos en todos los


niveles del sistema educativo del país, los cuales se han manifestado en
mayor cobertura y mejor calidad.

8.7.1 Bolivia: el Estado plurinacional y la democracia


intercultural

El Estado plurinacional es un Estado que lucha por configurar formas de


democracia directa y autorrepresentación en el que estas sean cualitativa-
mente significativas, lo cual implica que las formas de democracia directa
funcionen por medio de la democracia representativa, por un lado, y que,
por otro, las formas de representación política no signifiquen solo delega-
ción del poder. La lucha por la construcción de un Estado plurinacional es 253
la lucha por ir desarticulando la maquinaria tradicional de la modernidad
liberal (Viaña, 2012).

La democracia intercultural, por su parte, es una combinación de varios


«tipos» de democracia:

La democracia intercultural se basa en la complementariedad de la demo-


cracia directa y participativa, por medio del referendo, la iniciativa legislativa
ciudadana, la revocatoria de mandato, la asamblea, el cabildo y la consulta
previa; la democracia representativa, por medio del sufragio universal; y la
democracia comunitaria, basada en las normas y procedimientos propios de
las naciones y los pueblos indígena originario campesinos (Ley del Órgano
Electoral, 2010, art. 4, punto 4).

Por último, tanto en el caso venezolano como en el boliviano, la idea de los


respectivos regímenes políticos es que una plataforma auténticamente de-
mocrática facilita la formación política de los ciudadanos y, recíprocamente,
un ciudadano políticamente bien formado estará en mejores posibilidades
de construir sociedades más democráticas e inclusivas.
Conclusiones

El término democracia es uno de los conceptos más polémicos, polisémicos


y divergentes de todos los que se encuentran en las ciencia política. La ma-
yoría de los expertos coinciden en que es muy difícil esbozar una definición
que dé cuenta total de lo que este fenómeno encierra. Afirman que es muy
difícil encontrar una forma de democracia «total» o «pura», dado que los
ideales democráticos, planteados por los fundadores de la democracia,
encuentran grandes dificultades de realización en la vida política práctica:
existe una especie de dicotomía entre lo que se dice y lo que se hace, entre
la teoría y la práctica. Esta dificultad, además, ha llevado a varios autores a
plantear algunos «mínimos» democráticos; es decir, algunos requisitos sin los
cuales un régimen político no puede ser catalogado de democrático. Sin
embargo, estos mínimos no son absolutos o universales, puesto que siempre
será necesario tomar en consideración aspectos geográficos, históricos, cultu-
rales, etc., que condicionen el ejercicio democrático de cualquier sociedad.

Uno de los enfoques teóricos que mejor explica la complejidad del fenómeno
democrático es el del autor italiano Norberto Bobbio, para quien los con-
trastes entre los ideales democráticos y la práctica democrática generan unas
254
«falsas promesas» que impiden que la democracia se realice completamente.

Los hechos y las experiencias políticas de los países de América Latina aquí
presentados demuestran que las falsas promesas bobbianas han incidido
de manera definitiva para que en nuestra región, en general, no se hayan
dado democracias plenas. Como consecuencia de ello, el continente se ha
sumido en el subdesarrollo.

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Parte V
Luis Alfredo Bohórquez Caldera

9.1 Introducción
261
Este ensayo propone una breve reflexión sobre la pregunta ¿cuál es
el lugar de la naturaleza en las construcciones epistémicas poscolo-
niales? para profundizar en el debate sobre el eurocentrismo y el lati-
noamericanismo que se ha planteado en las discursivas poscoloniales.
El eurocentrismo es un concepto usado con frecuencia en relación
con la idea del sistema-mundo moderno-colonial (Mignolo, 2003). Por
esta afinidad, se le atribuye parentesco con la política de los diseños
globales (Mignolo, 2003). Al contrario del eurocentrismo, surge la idea
del latinoamericanismo como una posición discursiva que hace de an-
típoda, en cuanto en sí mismo es consciente de que se enmarca en las
disquisiciones epistémicas de un pensamiento fronterizo, «otro», que
intenta proponerse como posibilidad de enunciación en las posibles
construcciones y reconstrucciones epistémicas que se plantean al mar-
gen de las discursivas canónicas occidentales y «occidentalizantes».
Es decir, «al margen de la linealidad y la cartografía geohistórica de la
modernidad occidental» (Mignolo, 2003, p. 9). Sin embargo, el debate
apenas está en marcha. En tal sentido, no se puede esperar que lo que
aquí se proponga preanuncie el fin del debate. Más bien, se propone
un elemento nuevo para participar en el debate académico en torno al
latinoamericanismo y el eurocentrismo. Es decir, este ensayo propone
reflexionar sobre el lugar de la naturaleza en las discursivas que emergen
como el resultado de la confrontación teórica entre el imaginario que
reproduce el eurocentrismo-occidentalismo y la las ofertas teóricas
compiladas en torno a los estudios poscoloniales en la perspectiva de
Mignolo (2003), Walerstein (2001) y Quijano (2005).

Se enlizará inicialmente la cuestión del eurocentrismo de las ciencias


sociales desde lo planteado por Wallerstein (2001). Luego, se abordará
brevemente la cuestión del latinoamericanismo desde el planteamiento de
Moreiras (1995). Se incluirá finalmente la cuestión de la desidentidad y la
imposición de la idea de desarrollo en América Latina tomando aportes
de Richard (1989) y Wallerstein (2001). Basados en esta estructura inten-
taremos responder a la pregunta central del ensayo y, a su vez, ordenar
una serie de elementos que permitan abrir el horizonte reflexivo en torno
al lugar de la naturaleza en la discursiva poscolonial.

9.2 ¿Siguen siendo eurocéntricas las ciencias


sociales?
262
Wallerstein (2001), sociólogo e investigador estadounidense, quien dedicó
parte de sus estudios y de sus escritos a la teoría sobre el sistema-mundo,
influenciado por pensadores como Karl Marx y Fernand Braudel, identifica
cinco modos en los que las ciencias sociales han sido eurocéntricas, a
saber, en su historiografía, en la actitud provinciana de su universalismo, en
las afirmaciones acerca de la civilización (Occidental), en su orientalismo
y en sus intentos por imponer la teoría del progreso. Para el desarrollo
de este ejercicio, proponemos unas ideas en torno a lo que Wallerstein
(2001) denomina la actitud provinciana de su universalismo y la imposición
de la teoría del progreso.

Hay un rasgo que emparenta la postura sobre el eurocentrismo de las cien-


cias sociales en Wallerstein (2001), con la cuestión de la diferencia colonial
en Mignolo (2003). Son dos ideas complementarias, ambas, en nuestro
análisis, orientadas a mostrar desde dos vértices el funcionamiento del
dispositivo colonial sobre la producción de saberes y sobre la producción
de cultura en América Latina. Efecto de este funcionamiento es sin dudas
los efectos subordinantes de episteme eurocentro sobre la episteme
occidente otro-periferia. Según Mignolo (2003, pp. 7-8), la «diferencia
colonial es el espacio en el que se articula la colonialidad del poder,
dando como resultado la articulación y el demonio del occidentalismo».

El occidentalismo representa una «cosmología territorial hegemónica. Esta


condición le permite actuar como negación de un pensamiento propio»
(pp. 7-10). La cosmología territorial hegemónica eurocentro colonizó el
poder y el ser de las cosmologías occidente otro-periferia, a condición
de la negación, la diferenciación, la exclusión y la imposición de cánones
culturales. La cosmología eurocentro impuso el leguaje, los credos, las
leyes que ordenan e interpretan las costumbre, los signos-símbolos y sus
significantes, las grafías lexicográficas y, en general, las cosmovisiones, las
antropovisiones y las teogonías. De tal forma que no había definiciones
epistémicas ponderables como ciencia fuera de la estructura establecida
mediante el dispositivo de poder colonial. Dicho de otra forma, el sujeto
subalterno pierde su capacidad de locución e interlocución respecto de
categorías, narrativas, discursivas y de construcción e interpretación en
términos epistémicos.

En el panorama de la subalternidad, Spivak (1998, pp. 189-235) pregunta:


¿puede hablar el sujeto subalterno?, ¿puede realmente hablar el individuo
subalterno haciendo emerger su voz desde la otra orilla, inmerso en la 263
división internacional del trabajo promovida en la sociedad capitalista,
dentro y fuera del circuito de la violencia epistémica de una legislación
imperialista…?

Con la condición de sujeto subalterno, la producción científica se ase-


meja a una voz pronunciada en la periferia. Escrita y descrita mediante
una semántica diferencial respecto del código epistémico hegemónico
de la discursividad y del lenguaje cientificista-positivista. Una lengua que,
al no alcanzar el estatus de ciencia, es no coincidente con el leguaje im-
perial. En ocasiones, polarizada y escueta en el uso de representaciones
culturales que usa como marco la discursiva de una diáspora intelectual
que busca identificar lo «propio» frente a lo común-no-copia de un
centro-productor de conocimiento y de cultura. En esta medida, la voz
pronunciada por el sujeto subalterno no traspasa lo que Haraway (1983)
denomina el «circuito integrado». Es decir, no es capaz de deslindarse por
sí solo de la cartografía sociopolítica preestablecida en la que trascurren
las historias locales de los que no aplican al modelo hegemónico más
que como peones en un juego de ajedrez. La subalternidad reproduce
desde el sofisma de la episteme eurocentro narrativas caracterizadas por
su recurrencia al no poder, no identidad como esquema enunciativo y
discursivo. Lo que hay que destacar es que el discurso enunciativo busca
traspasar el horizonte establecido por el locus epistémico63 canónico que
hace parte del dispositivo de poder colonial.

La violencia epistémica, según Spivak (1998, pp. 189-235), establece «los


márgenes del discurso», en una especie de circuito probablemente de índole
cartográfico. La violencia epistémica está en función de la subalternidad, y
viceversa, lo cual funciona en términos cartográficos como el circuito inte-
grado de Haraway (1983), en que mujeres de color, pobres, marginadas,
y los sujetos considerados como queer en la teoría de Buttler, están «ahí»,
desempeñando un papel dentro de un guión social que fue pensado en
función del control y la reproducción cultural que estableció la cosmovisión
hegemónica. Adicionalmente, desde la condición del sujeto subalterno,
cuya voz es inteligible respecto del código canónico epistémico capaz de
reinterpretar y reproducir la cultura, está la censura de la ritualidad propia
de las míticas y lo ancestral local.

Para ilustrar lo anterior, en Bohórquez (2008, p. 153) encontramos que, desde


el primer contacto que se produjo entre el conquistador español con el
264 «indio», en territorios de lo que hoy es Colombia, este último fue pronun-
ciado en la narrativa del colonizador. Y su semántica (la mítica ancestral) fue
subordinada, pues el colonizador decidió que «de allí en adelante se llamasen
‘Moscas’»64, «y la tierra que habitase la provincia de los Moscas». La violencia
de este contacto quedó reflejada en la manera como el invasor impuso sus
condiciones desde el inicio; en la manera como «diferenció» mediante la
imposición del lenguaje. Según Castro de Posada (1955), naturalmente tuvo
que sucederse el siguiente diálogo entre españoles e indios:

Ustedes, ¿Quiénes son?… preguntarían los primeros. —Muiscas (gente)


debieron contestar los indios; pero los españoles aun no bien convencidos
de lo que los indios le dijeron, volvieron a interrogarlos: ¿Qué gente son
ustedes? Chiba Chas, debieron volver a decir los indios, lo cual etimológica-
mente equivale a decir: mirad, varones, vean que somos hombres (p. 69).

63 Este término es usado para indicar la discursiva que constituye lo que W. Mignolo denomina la
«cosmovisión hegemónica» en que el discurso y la semántica del blanco-colonizador establece las
condiciones «paradigmáticas» para interpretar y construir la cultura. Es la oralidad que representa
la episteme que, a su vez, contiene el dispositivo colonial.
64 El vocablo moscas aparece en los relatos del cronista fray Pedro Simón haciendo referencia a los
muiscas del altiplano, pertenecientes a la familia de los chibchas.
Es evidente que los españoles no entendieron, no comprendieron la oralidad
del indio, pues la voz pronunciada (no escuchada) no se ajustaba al código
latino, es decir, de la episteme de la cultura empoderada por la gesta colo-
nizadora, y simplemente optaron por violentar la voz de aquel-otro que no
fue admitido como interlocutor. Así fue como desde entonces se inició un
proceso de negación de la cultura y de sus rasgos característicos, tales como
la mítica, lo ancestral y el simbolismo indígena. Esta pérdida fue irreparable y
lo redujo a lo que los teóricos ahora denominan sujeto subalterno.

Es claro entonces que desde el inicio del proceso colonizador en América


Latina quien tenía capacidad de habla y quien impuso códigos lingüísticos
fue el invasor, el colonizador. El nativo que residía en estas tierras no fue y
no ha sido interlocutor válido porque poseía un código lingüístico que fue
suprimido por el latín y por la evangelización que se desarrolló al modo
hispano. Al ser rechazado el código lingüístico del nativo, cambiaron los
códigos del habla, y se impuso un nuevo código semántico acorde con la
episteme del colonizador, que, entre otras cosas, es lo que va a producir la
condición de subalternidad. Porque se perdió la capacidad de producir-
pronunciar voz en condiciones de igualdad epistémica.

El sujeto subalterno tendría voz a causa de un conocimiento práctico, bri- 265


coleur, según Lévi-Strauss (1982), mediante el cual se construye identidad
cultural a la luz del reconocimiento de una filosofía y unas ciencias hegemó-
nicas (otras) que son eminentemente occidentales y «occidentalizantes».
Es decir, habrá voz del sujeto subalterno solo desde el reconocimiento
de la ciencia y de la filosofía en cuanto estas hacen parte del dispositivo
de poder colonial. Y solo desde esta consideración se puede apelar a la
búsqueda e identificación de lugares epistémicos de enunciación de «se-
gunda categoría», como réplicas o epistemes tenues del occidentalismo.
Propias del tercermundismo, del panamericanismo, y ligadas a la noción
de un pensamiento otro.

El sujeto subalterno no tiene voz por sí solo, sino en la medida en que acede
mediante mecanismos de concesión a los niveles de autorización epistémica
controlados por el biopoder que ejerce el poder hegemónico representado
en las maquinarias productoras del capital cultural. El sujeto subalterno habla,
es decir, produce semántica (locus epistémico) en la medida en que se mime-
tiza con los mecanismos y subterfugios del poder, y se hace aparecer como
parte de una escena de morphing en que paradójicamente se transforma,
pues abandona su ser «propio» y adopta una fisonomía hybris, como la de
un cíborg, el cual es aceptado socialmente (aunque con reservas) porque
representa el poder falocéntrico.

En ocasiones,, por su condición de subalternidad, puede adoptar la fisonomía


del individuo queer, o aparentar ser lo «otro», aquello que nuca podría ser.
Para mayor claridad, recordemos la escena mediática del Terminator T-1000,
famosa en la saga de Terminator. Una imagen mediática fuertemente criticada
por Haraway (1983), en que se observa que la mujer sujeta al circuito integrado
es reposicionada culturalmente cuando es capaz de representar-se mediante
el cíborg. El cíborg de Haraway debela que el queer rompe el estatus que
lo condiciona cuando puede asemejarse al poder patriarcal ejercido por
el macho de color preferentemente blanco. Pues, en la lógica del circuito
integrado, y en el imaginario socialmente construido por la saga Terminator, la
unidad T-1000 solo podía mutar en estructuras falomórficas, es decir, macho
en cualquier especie. Sin embargo, después de muchas transformaciones,
pudo representar la figura femenina. Y esto cambia a la lógica en la disputa por
el género. La idea del morphing puede explicar la criollización de la cultura. El
blanqueamiento racial que se produce como evasiva al yugo y la dominación.
La metáfora de la mímesis en la que se transforma lo uno en lo otro.

266 Eso ha sucedido con el sujeto subalterno. Su imagen diluida por el dispo-
sitivo de poder colonial lo «otrificó» de tal manera que parte de su historia
representa el deseo de no ser «lo propio», sino «lo otro», un queer, saltan-
do las barreras culturales para lograr mayores niveles de aceptación social.
Como en una metamorfosis, blanqueó el color que racialmente lo excluía y lo
amenazaba. Y pudo entonces acceder al poder y a los privilegios que esto
otorga. Tal vez, por eso, también la naturaleza es traducida en el lenguaje
comercial y mercantil. Y desaparece del horizonte vivencial de la cultura. Y
en estos momentos hace parte de un lenguaje comercial en que falazmente
se construyen discursos, como la sostenibilidad, la responsabilidad social,
otros, que más que aportes, entretienen los intereses de parte y parte.

En conclusión, si bien es cierto que hay relevancia en distinguir entre «hablar


de» y «hablar sobre» el sujeto subalterno, creo que la brecha sangrante que
nos remite a la voz del sujeto subalterno merece una debate que interco-
necte la subalternidad con la cuestión de la desidentidad latinoamericana
propuesto por Richard (1989). Probablemente, porque las tres cuestiones:
voz del sujeto subalterno, desidentidad y subalterniadad son el fondo en
que se dibujan como en una acuarela teorías fascinantes y neófitas que se
confrontan fuertemente con la producción intelectual eurocentrista.
Y como resultado de la imposición canónica del dispositivo colonial, las
ciencias sociales se convierten en un discurso validado desde la lógica
centro-periferia. La producción cultural-erudita del sistema mundo-moderno
colonial se estableció como dispositivo sine qua non para la producción y
la validación del conocimiento. La episteme eurocentro funciona como un
dispositivo que constriñe la universalidad y relativiza el contenido epistémico
de la multiculturalidad, pues no es solo el único escenario epistémico que
valida las ciencias sociales, sino que su establecimiento en términos culturales
hace parte del dispositivo de poder colonial.

Para hacernos una idea concreta de cómo el dispositivo episteme eurocentro


valida e invalida la producción de conocimiento, consideremos lo que, según
Mignolo (2003), es una característica de la subalternidad. Esta se pone de ma-
nifiesto cuando los historiadores del Tercer Mundo recurren con cierta «nece-
sidad» para citar como fuentes teóricas de autoridad a los teóricos europeos;
y en cambio, los historiadores europeos «no sienten ninguna necesidad» de
hacer lo mismo a la inversa (Spivak, 1992, citado por Mignolo, 2003, p. 277).

Según este autor, «el hecho de que la independencia de la mayoría de los paí-
ses latinoamericanos culminará a principios del siglo XIX supuso que el centro
del debate fuera la modernidad y no la colonialidad; la posmodernidad y no la 267
poscolonialidad» (p. 13). Pero «una vez que el proyecto de la modernidad se
agota, es cuando surge con fuerza la idea de un paradigma redefinido ‘otro’ a
través del cual, se redefina el lugar de enunciación para América Latina» (p. 13).
Esta postura ratifica que hasta hace poco tiempo la subalternidad y el dispositivo
colonial, que funciona desde la lógica del sistema mundo-moderno-colonial,
hizo que se crearan las condiciones para pensar en un imaginario «otro» que
rompiera con el esquema hegemónico y abriera las puertas del universalismo
para unas ciencias sociales que han sido en general de carácter eurocéntrico.

9.2.1 La instrumentalización de la naturaleza y la


desaparición de la mímesis ancestral

Hay evidencias teóricas en los escritos que narran el proceso de colonización


de las culturas precolombinas en territorios colombianos, entre ellos, fray
Pedro Simón (1625), Lucas Fernández de Piedrahita (1668), Juan Rodríguez
Freire (1963), Miguel Triana (1922), Liborio Zerda (1883), Ramos (1972),
Hernández (1975), Beltrán (1976), y Bohórquez (2008). A partir de ellos,
se puede establecer que la mentalidad feudal de los colonizadores impuso,
mediante un dispositivo colonial, hábitos de consumo que convirtieron la
mítica ancestral, cargada de simbolismos, de ritos, de mitos, de cosmogo-
nías, antropogonías y, en general, las hierofanías, en un instrumento de tipo
económico y comercial para surtir las demandas de un modelo económico
en que el extractivimo desempeñó un papel importante.

Desde sus inicios, la campaña colonizadora desarrollada en lo que hoy es Co-


lombia fue pensada para realizar sistemáticamente operaciones de extracción
de materiales de las tierras colonizadas. España en ningún momento buscó
asociarse al modus vivendi de las comunidades nativas. En ningún momento
consideró respetar las leyes, las creencias, los símbolos culturales, los signos
míticos y, en general, la ancestralidad. Más bien, gestó un proceso de acultu-
ración, como lo explicaría Malinovski, en una sola vía, caracterizada sobre todo
por la aplicación de un dispositivo (colonial) de poder que para establecerse
necesitó «eliminar-lo-otro», e «imponer-lo-propio». En esta lógica hegemónica
y bárbara, el poder extranjero no estableció límites, pues las mismas causas del
descubrimiento encerraban tremendamente el ingrediente mercantilista que en
Europa sirvió para «ordenar» y «normar» las relaciones sociales y la geopolítica.

El hispano encontró en la disponibilidad de tierras fértiles y explotables,


comercialmente hablando, y en la disponibilidad de mano de obra sin cos-
268 to, las condiciones favorables para hacer de estos territorios la cantera de
abastecimiento de las necesidades imperiales. Por tal motivo, su interés, más
que hacer reconocimiento de la cultura, giró en torno a buscar mecanismos
y medios para cubrir las demandas mercantiles de España.

La geografía y los contenidos culturales pertenecientes al acerbo ancestral


fueron transformados en oportunidades comerciales y de negocios. Las
ofrendas que los pueblos antiguos tributaban a las deidades, los ritos, los
metales preciosos y los materiales de uso cotidiano representaron las mer-
cancías más valiosas para el Imperio. El mundo natural-mítico con sus diversas
construcciones representaciones míticas fue abruptamente atravesado por
una lógica cuya mayor intención fue expropiar y enajenar. Las construcciones
de la mítica, realizadas desde un conocimiento bricoleur65, de una cultura

65 La idea de «ciencia primera» o bricoleur, en referencia a las comunidades antiguas, es tomada


de Claude Lévi-Strauss (1982, p. 35) quien usa la idea de bricoleur para indicar el estado de
desarrollo incipiente de ciencia, ciencia primera que permite resolver necesidades básicas a una
comunidad, sin un plan previo. Es el conocimiento usado para lograr un nivel de «sustentación» de
la vida. Desde esta perspectiva, la condición de bricoleur de los pueblos antiguos precolombinos
le permitió desarrollar instrumentos, técnicas y materias primas para lograr sus desarrollos artísticos
y socioculturales. Según Lévi-Strauss, en la acción bricoleur hay «permutas de materiales», hay
utilización de «residuos de construcciones y deconstrucciones anteriores». Y esto es aplicable a
la mítica ancestral de los pueblos precolombinos, sobre todo en su relación con la naturaleza.
ágrafa, ritual y fuertemente oral, fueron abruptamente superpuestas por el
andamiaje sociocultural que significó el control hegemónico que se impu-
so mediante el dispositivo colonial. Así fue como los bienes tangibles e
intangibles representativos de la historia mítica66, y que se ritualizaban en el
tiempo mítico67 en la ancestralidad precolombina, fueron transformados en
mercancías para suplir la manutención, los antojos y las deudas de la Corona
española del aquel tiempo.

La cosmovisión mítica se sometió por la imposición del sistema mundo-


colonial. Colapsó con la cultura de estos pueblos precisamente porque
las comunidades precolombinas carecían de desarrollos militares de gran
magnitud. Sus campañas militares no pasaban de ser revueltas semiarmadas
en que la infraestructura militar no garantizaba margen de mortalidad de las
faenas desarrolladas durante la misma época en Europa. Habría que decir
también que influyó la lógica del uso y la repartición de la tierra que hacía
parte de la cosmovisión medieval europea. Una cosmovisión ajustada al
talante expansionista y guerrero de Jafet (entre los hijos de Noé) a quien le
correspondió el «dominio de Europa» (Mignolo, 2003). En tal sentido, el
colonizador europeo hizo uso de su condición de civilizado-civilizador-
expansionista para acometer actos de toda naturaleza en los territorios que
encuentra a su paso. 269

La oportunidad de disponer de tierra abundante y mano de obra esclava


o a muy bajo precio permitió a España ejercer un control social, político
y económico sobre los pueblos colonizados. El colonizador estaba a sí
mismo autorizado para establecer normas y modificarlas según su conve-
niencia. Las revueltas que se levantaron en protesta por el dominio hispano
fueron brutalmente repelidas. Así, la historia del siglo XVIII nos muestra que
entre los años 1770-1784 ocurren varias de las revueltas proliberacionistas

66 Según Eliade (1961) y Rozo (1997), citados por Bohórquez (2008, pp. 22-23), «la Historia mítica
son todas las construcciones de ideas, las representaciones culturales, que se vuelven celebra-
tivas […] es la codificación y estructuración mental y pragmática de todas las cosas, fenómenos
y acciones de la naturaleza. De la historia mítica surgen los relatos sociales y políticos. La historia
mítica ordena los elementos sociales que separan y asocian naturaleza, cultura y pensamiento».
67 Bohórquez (2008) establece que el tiempo mítico en mítica ancestral hace referencia a lo que Eliade
(1973, 1996) define como tiempo sagrado. En este sentido, a la historia mítica le corresponde
un tiempo mítico. El tiempo mítico es el que permite narrar los hechos que explican el origen del
mundo y de las cosas. Es el tiempo en el que todavía no había en el mundo seres humanos; aunque
ellos existían de una manera potencial, en la esfera de la divinidad de donde vienen los humanos.
Según Eliade (1961, pp. 84-90), «el tiempo sagrado es reversible, e implica siempre el presente
de la sociedad. El tiempo se sacraliza cuando aparecen en él y actúan en él personajes que son
simbólicamente sagrados o divinos para la cultura». En consecuencia, en la lógica de un tiempo
y una historia sagrada, la percepción sociocultural de la naturaleza toma el rasgo de sagrada (pp.
157-158).
en tierras del Nuevo Reino de Granada, las cuales fueron repelidas con
derramamiento de sangre por todos aquellos quienes hicieron resistencia
al modelo de gobierno europeo. Túpac Amaru y un grupo de caciques y
esclavos en Perú, Francisco Berveo y José Antonio Galán, con un grupo de
comerciantes criollos en el Nuevo Reino de Granada. Esta última, usando la
fórmula: «Viva el rey, muera el mal gobierno», permitió que, por un lado,
se hicieran reclamaciones que algunas veces fueron escuchadas, pero, por
otro, incitó una división entre la precaria cohesión social que mantenían los
grupos sociales emergentes de la época.

Así fue así como los criollos, pardos, negros e indios habitantes de estas
tierras fueron entre ellos incapaces de ponerse de acuerdo para acabar
con el sistema imperial europeo y con el modelo económico establecido.
Y contrario al espíritu de unidad e integración política, se fomentaron entre
ellos distancias y ensañadas riñas, que el español de manera astuta usó para
provecho personal. Los más de cien mil muertos que dejó el levantamiento
de Túpac Amaru en Perú, y el descuartizamiento de José Antonio Galán por
un grupo de criollos celosos de que el levantamiento de Berveo tomara
matices distintos de lo pactado en las capitulaciones de Zipaquirá (del 8 de
junio de 1781) que representaron el pacto entre los intereses de los comer-
270 ciantes criollos y el poder español en cabeza del arzobispo de Zipaquirá
Caballero y Góngora, entregaron a la historia una enseñanza que marcará
el futuro de las revueltas en contra del poder monárquico: es necesario
buscar otro mecanismo de acción para mitigar el yugo español porque, o
el rey de España autoriza el abuso de los encomenderos, corregidores y
representantes del Gobierno, y eso está mal, o no se entera de los abusos
cometidos en su territorio por sus emisarios y representantes, y eso es peor,
pues, acusa ingobernabilidad y negligencia.

La solución violenta a los intentos libertarios afianzaron aún más la creencia


entre los criollos y pardos, que lo mejor era estar del lado del poder. Esto
se revertió en una política de exclusión y de separación en relación con
los negros e indios. El panorama era entonces favorable a los interese del
Imperio español que, además, contaba con el beneplácito del poder ecle-
siástico para acometer sus acciones. La política del blanqueamiento racial
fue eficaz en la medida en que se usó para permitir y restringir el acceso
al poder, para hacer control sobre el acceso y disfrute de los beneficios
sociales, para acceder al salario, a la tenencia de la tierra y, en general, a
los medios y mecanismos de supervivencia social.
La colonización política y cultural derivó en colonización de la naturaleza
por cuanto el colono estuvo interesado en sostener un modelo social en
que lo económico y la idea de desarrollo ya pujaban por el control social.
La colonialidad política se estableció sobre las posibilidades que encontró
el hispano para sostener sus empresas, sobre todo, las de corte comercial.
Estos territorios ofrecieron las riquezas para fortalecer el Imperio, para per-
feccionar su política exterior y su sistema mercantil. La tierra y las personas
fueron esclavizadas. Las personas fueron sometidas desde 1492 hasta
principios del siglo XX, no hay indicios de emancipación. La naturaleza, que
también fue sometida desde la misma fecha, todavía no ha sido liberada
del yugo impuesto por el colonizador. No ha sido liberada precisamente
porque pesa sobre las construcciones culturales de los países de Améri-
ca Latina la imposición del sistema mundo-colonial europeo que se sigue
sosteniendo sobre las mismas bases de una economía extractiva. Se puede
decir entonces que han cambiado los mecanismos comerciales y mercanti-
les, pero la lógica de uso de la naturaleza sigue siendo la misma. Las tierras
de los países de América Latina, por lo que se analiza de lo acontecido en
Colombia, siguen siendo el objetivo del comercio global. Están en la mira
de las corporaciones multinacionales y trasnacionales que no encuentran en
Europa suficientes materia prima ni mano de obra para sostener su estilo de
vida y sus consecuentes hábitos de consumo. Los países de América Latina 271
con sus tierras, no tan vírgenes no tan fértiles como otrora, todavían suplen
el déficit ecológico europeo y asiático. Y muestra una gran brecha, respecto
de la huella ambiental, en relación con las tasas en consumo per capita.

Se viene analizando entonces que la instrumentalización de la naturaleza por


efecto del establecimiento del dispositivo colonial desencadenó la desapa-
rición de la mímesis ancestral. Para ser más concretos, se debe aclarar que el
término mímesis tiene origen en Aristóteles, en su La poética, y Paul Ricoeur
(2000), posteriormente, hacieron aportaciones al respecto. En relación con
la mítica no occidental ni occidentalizada hablar de mímesis es hablar de los
procesos sociales, en que la representación, la imitación y la repetición en
el tiempo, de acciones con sentido comunitario, son determinantes para la
estructuración del lenguaje y de la cultura. Desde esta comprensión, en la
mítica ancestral la mímesis ejemplifica los procesos comunitarios de construc-
ción de relatos sociales con contenido axiológico, y contribuye a definir las
construcciones mitológicas que servían como guía cultural para la educación
de las personas, y para establecer también los procesos comunitarios de
construcción de lenguajes y estructuración de simbolismos. Prácticamente,
la mímesis involucra toda la vida cotidiana.
En Colombia, en la altiplanicie que hoy componen Cundinamarca y Boyacá,
se asentaron los que fueron considerados la cultura representativa del país:
los chibchas. Entre ellos, los estudios muestran que estaban influidos por
dos cosmologías bien definidas: la cosmología de la sabana y la cosmo-
logía de iraca. Para el primer caso, estaba la referencia a un mundo rico en
descripciones geográficas, simbologías y héroes autónomos que remitían
a imágenes y a algunos valores, sobre todo los cristianos. Mientras los se-
gundos estaban referidos a personajes meteorológicos que intervenían en
el paisaje natural. En la primera forma de organización social, o la cosmo-
logía de la sabana, Bochica fue la figura central, y se caracterizaron también
pro ser adoradores de la Luna, y se regían por el poder representado en
la soberanía de los zipas. Y la segunda forma de organización social, es
decir, la cosmología de iraca, estaba liderada por la figura del cacique Ra-
miriquí, de quien se sabe por varios relatos que era la figura que hace de
tronco genealógico en la tradición sociocultural del valle de iraca. Este es
el personaje desde donde se explica el origen del cosmos, el origen de
los primeros humanos y, por tanto, el Ramiriquí es considerado el personaje
que representa las buenas costumbres, la herencia «moral» y el legado del
poder político de la sucesión del poder que se caracterizó por ser luego
adorador del Sol regido mediante el gobierno de los zaques, cuyo poder
272 y soberanía fue grande y dominante frente a los zipas. Cuando se habla de
zaque en relación con el Sol, se hace referencia y a lo masculino, a lo seco,
al dominio del hunza. Y cuando se habla del zipa en relación con la Luna,
se hace referencia a lo femenino, a lo húmedo, a los personajes que hacen
dominio sobre la región del río Funza.

Las dos cosmovisiones se pueden leer en perspectiva de mímesis an-


cestral. En la cual, por ejemplo, el agua es un elemento privilegiado en la
comprensión de la naturaleza. Según Bohórquez (2008, pp. 157-162),
la mímesis ancestral se basaba en representaciones animístas, cuyo sim-
bolismo residía en elementos del medio natural, como los bosques, los
arroyos, las piedras, los monos, las ranas, las lagunas e incuso las montañas.
Esta mímesis es la que se transforma con la imposición del dispositivo
colonial hasta tal punto que se puede afirmar que la naturaleza es símbolo
de la mímesis ancentral. Símbolo en el uso dado al término por Ricoeur
(2003) quien afirma que símbolo es «toda estructura de significación
donde un sentido directo, primario y literal designa por añadidura otro
sentido indirecto, secundario y figurado, que sólo puede ser aprehendido
a través del primero» (p. 17). El símbolo se caracteriza por que expresa
un lenguaje literal y otro existencial. También por que tiene significado y
sentido dentro de una comunidad donde es vivido e interpretado. «Hay
símbolo cuando el lenguaje produce signos de grado compuesto donde
el sentido, no conforme con designar una cosa, designa otro sentido que
no podría alcanzarse sino a través de su enfoque o intención» (pp. 17-18).
La naturaleza en la mítica ancestral contiene un símbolo representativo de
esta cultura.

Lo que en la discursiva moderna y contemporánea es geocentrismo, o


ecocentrismo (Boff, 1996), biomímesis (Riechmann, 2006), cosmocen-
trismo (Schumacher, 2001), para la historia mítica y en el tiempo mítico
es mímesis ancestral. Eso que el colonizador no percibió como valioso
en la cultura de estos pueblos fue desplazado por el credo confesional
y por los rituales religiosos. La no comprensión de la mímesis ancestral
se explica, en el simbolismo de la mítica, desbordando el paradigma
preconcebido por las estructuras de pensamiento occidental, y porque
no había referentes en términos epistémicos para acceder a tal tipo de
comprensión. Recordemos que la mayor parte de los colonizadores
eran personas iletradas. Amén, de que los pocos «intelectuales» que
llegaron con las compañas colonizadoras tenían intereses particulares
para sus construcciones narrativas. En tal sentido, el uso de la tierra se
273
ordenó de acuerdo con las coordenadas de la geopolítica occidental.
En definitiva, eso fue lo que marcó el curso de la historia de la naturaleza
de los pueblos latinoamericanos.

9.2.2 ¿Por qué hablar de la naturaleza en el contexto de la


teorización poscolonial?

Por las mismas razones por las que se plantea la construcción de nuevos
lugares de enunciación a partir de los cuales se intente reinterpretar y
reconstruir cultura e identidad latinoamericana. Porque hay suficien-
te conciencia entre una corriente de académicos latinoamericanistas
acerca de que «la epistemología moderna proyectó un diseño global a
partir de las historias locales» (Mignolo, 2003, p. 93). En estas historias
locales, la naturaleza es representada de forma particular. Y, en este
sentido, se hace necesario una «ruptura epistemológica consistente en
establecer una observación del orden del conocimiento desde el que
las observaciones europeas se observan a sí mismas» (Mignolo, 2003,
pp. 93-94). Porque también la propuesta de decolonizar la naturaleza
parte de considerar:
La modernidad y el colonialismo crean unas estructuras de creencias de
las que es necesario liberarse social y epistémicamente. La emancipación
como liberación, significa no solo el reconocimiento de la condición
subalterna, sino la eliminación de la estructura de poder que mantiene la
hegemonía (Mignolo, 2003, p. 95).

Y finalmente, porque proponer la subalternidad de la naturaleza se con-


sidera una postura vinculante con los estudios subalternos, en la medida
en que estos «podrían contribuir a descolonizar el mundo académico,
reflexionando críticamente sobre su propia producción y reproducción
del conocimiento y evitando las reescrituras de las estrategias de subal-
ternización» (Mignolo, 2003, p. 276).

Las subalternidades en la comprensión de la cultura latinoamericana se


vuelven cotidianas. Tanto que, como afirma Chakrabarty (1992), «Los
historiadores del tercer mundo sienten la necesidad de referirse a las
obras de las historias europeas, los historiadores europeos no sienten
ninguna necesidad de hacer lo propio a la inversa (citado por Mignolo,
2003, p. 2).

274 Una idea para completar las razones por las cuales se sustenta la pregun-
ta sobre por qué la naturaleza en el resorte del discurso poscolonial es
precisamente la desidentidad planteada por Richard (1998). El despojo
de la naturaleza, como se evidenció, se hace mediante el dispositivo
colonial. Este despojo vació de contenido la comprensión cultural y sus
procesos de interpretación. De tal manera que, si se pretende reconstruir
cultura, sobre la base de la recuperación de lo propio, en este escrito se
ha reiterado que la naturaleza es un elemento estructurante del modus
vivendi. Desde allí, naturaleza, colonización y desidentidad pueden estar
relacionadas como un trinomio indisociable.

En conclusión, la desidentidad debe entenderse como un problema que


radica en el reduccionismo histórico europeo de una temporalización
uniforme. La desidentidad, y es la postura personal, alude a la posibilidad
de apropiar para la cultura mediante la educación una cultura latinoame-
ricana desde lo que Richard (1998, pp. 39-58) denomina el trasfondo
autóctono: «una cultura ligada a los contenidos de identidad (imágenes
o representaciones de lo ‘propio’ generalmente asimiladas a lo nativo)
que expresarían la autenticidad de una cultura ‘pura’ sellada por el mito
de sus orígenes».
9.3. ¿Es posible pensar un lugar para la naturaleza
desde la condición de desidentidad
latinoamericana y la imposición de la teoría del
desarrollo?*

Creemos que la desidentidad en Richard (1998, pp. 39-58) alude a la


pregunta «¿Hasta dónde esta crítica a la universalidad del sentido, dirigida
contra el sistema hegemónico de una cultura autocentrada, es capaz de
liberar nuevas conductas cuyo efecto sea descolonizador?». Pregunta que,
entre otras cosas, enmarca el horizonte problemático de la teoría sobre la
desidentidad. La impresión inicial al respecto es que la búsqueda de una
«identidad propia», y la cuestión de si hay o no peligro en demostrar que
América Latina es o supone una «copia», o una «extensión» de Europa, en
términos culturales, tiene sentido en la medida en que pone el centro de
interés no en resolver esta discusión, sino que llama la atención sobre una
cuestión más compleja de abordar, de entender y de explicar. Tal cuestión
en nuestro análisis lo constituye la profundidad de los efectos de la geopo-
lítica y del poder colonial sobre las posibilidades de interpretar y reconstruir
una cultura netamente latinoamericana. Es decir, abordar la cuestión de la
desidentidad tiene sentido porque remite a la subalternidad y la colonialidad 275
del poder como proceso hegemónico de la cultura. Concretamente, por-
que las referencias a un «adentro» y un «afuera», respecto de posibilidades
de enunciación epistémica, en cuanto dichas posibilidades son parte de la
dialéctica constitutiva de la cultura, nos arroja al escenario contradictorio de
admitir que lo que hoy entendemos como los países de América Latina es
parte de una construcción desde la lógica de un «centro- periferia».

La cuestión de la desidentidad se puede asumir como búsqueda de esce-


narios enunciativos emergentes. De otra manera, por sí solo el concepto no
sería más que una esfera gaseosa que no remitiría a los núcleos invariantes de
los estudios cultuales y mucho menos a la crítica poscolonial que se asume
desde la periferia, como un «pensamiento otro». Es decir, la cuestión de la
desidentidad es un planteamiento que aplica como argumento «propio»
en este intento de identificar cuál es el lugar de la naturaleza en la pléyade
teórica de los estudios poscoloniales, pues asumimos que la idea de Richard

* Algunas ideas presentadas en torno al planeamiento de esta pregunta corresponden al texto


presentado sobre el cuestionario de preguntas sugerido por la Alejandra Castillo (2012) como
trabajo correspondiente al Curso Teorías Críticas contemporáneas, en el Doctorado en Educación
y Cultura en América Latina de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales, Santiago de Chile.
acusa una vía alterna relacionada con los presupuestos canónicos de la
episteme eurocentro, a la vez que se ofrece como un elemento vinculante
con la idea de sistema mundo-moderno-colonial desarrollada ampliamente
por Wallerstein y Mignolo.

Según Richard (1998, pp. 39-58):

La ideología de lo nuevo que configura el discurso de la modernidad


europea descansa en la regularidad de una extensión temporal modulada
por una frecuencia de cambios, la cual resulta artificiosa una vez trasla-
dada a América Latina puesto que los resortes diacrónicos que articulan
su lógica de periodicidad y secuenciamiento no se ajustan a la conflictiva
yuxtaposición de procesos tan recortados como los que aquí coexisten
entrechocadamente.

Ahora bien, en nuestro presupuesto, Richard entiende que la desidentidad de


los países de América Latina es importante en la medida en que se pueden
explicar las incongruencias de un proceso de aculturación en la perspectiva
de Malinovski. Es decir, en la medida en que hace consciente al lector de
que la cultura, concretamente la identidad cultural, no es crucial porque
276 nos deje ver de forma clara o borrosa «lo propio» de la cultura que se ha
denominado latinoamericana. O ver de forma expedita qué es lo propio y
qué no lo es. O poder establecer unas diferenciaciones epistémicas entre lo
que hemos producido por nuestra cuenta con lo que hemos asimilado por
simple fuerza de la imposición de la cosmovisión hegemónica eurocentro.
Más bien, y es la apuesta que se hace en este escrito, la desidentidad impli-
ca ver cómo la superestructura cultural exógena europea, que se ancló en
los países de América Latina, ha funcionado acoplada a la imposibilidad de
tomar distancia epistémica de la producción teórica de la modernidad, en
que el imaginario centro-periferia constriñe modelos de gnosis fronterizas. Esa
relación sincronizada es el lugar enunciativo de la pregunta por el lugar de la
naturaleza en las discursivas poscoloniales. Precisamente porque constituyen
dos grandes fuentes de inspiración, o dos canteras productoras de ideas.

La desidentidad entonces es parte de la sospecha por la autenticidad, por


los sellos que hacen de impronta en la constitución de la episteme y de la
enunciación cultural. Y es parte de los modelos de interpretación que se
establecieron sobre los sustratos epistémicos que negaron lo «otro» como
posibilidad epistémica y hermenéutica para la definición de la cultura. Se
presume, entonces, que los articulación de la cosmovisión hegemónica
implica, a su vez, desidentidad. Así las cosas, es presumible también que
la desidentidad en la cultura como un rasgo imprime condicionamientos a
la naturaleza. Tanto así que, en la constitución de la cultura latinoamericana,
la idea de naturaleza va a ser fuerte transformada. Y los caracteres mítico-
ancestrales, o lo que podrían ser las formas arquetípicas de un pensamiento
«propio» sobre la naturaleza, se transformarán a causa de la ideología colonial,
en que el extractivismo y el mercantilismo van a determinar las y posibilidades
de enunciación. Es de esperar, entonces, que ubicar el lugar de la naturaleza
en el discurso poscolonial implique plantear entradas teóricas basadas en las
posibilidades de decolonizar su discurso. Y ver hasta dónde la imposición
de la teoría del desarrollo se satisface a sí misma (y contribuye en el control
hegemónico del poder) proponiendo conceptos sustitutos, como medio
ambiente, biodiversidad, recursos naturales, ecología.

Según Richard (1998, pp. 39-58):

Desde sus comienzos, la empresa modernizadora desplegada en América


Latina cobra una forma europeizante en cuanto que fija las referencias a
imitar (realizaciones industriales, esquemas económicos, comportamientos
sociales, valores estéticos), proponiendo como modelo de desarrollo y
perfección su propio transcurso europeo dominante. Ese modelo explica
277
cómo las referencias trasladadas desde los «exocentros» (Europa o Esta-
dos Unidos) hacia la periferia latinoamericana, son condicionadas por un
proceso de mimetización cultural que las lleva a menudo al simple calco
o remedo.

En este sentido, lo que Richard denomina «empresa modernizadora» va ser


determinante, en términos culturales, para definir cuál va a ser el lugar de la
naturaleza en la teorización colonial. El dispositivo hegemónico que colo-
nizó la naturaleza le asignó un papel a esta acorde con las necesidades e
intereses económicos y mercantiles del Imperio. La naturaleza dejó de ser
tal como se concebía en la mítica ancestral, y se trasformó en un elemento
comercial. Ahora bien, ¿cómo se ha abordado esta cuestión en las teorías
poscoloniales? Nuestro análisis apunta a que el abordaje es precario. Tal vez,
por ello, determinar un lugar como tal sea solo una pretensión. Cuando el
dispositivo colonial es aplicado con la violencia con la que se aplicó sobre
la naturaleza, las apropiaciones culturales procedentes de la mítica ancestral
aplican durante un tiempo solo para los ámbitos rituales y festivos. Pero,
en la cartografía social emergente, prevalece la propuesta de la episteme
eurocentro.
Finalmente, si la desidentidad remite al reduccionismo histórico europeo
de una temporalización uniforme, como afirma Richard (1998, pp. 39-58),
entonces es de suponerse que la desidentidad no es solo del ser sino
también de la naturaleza. Esta es la postura personal, y alude a la posibilidad
de apropiar para la cultura un trasfondo autóctono: una cultura ligada a
los contenidos de identidad (imágenes o representaciones de lo «propio»
generalmente asimiladas a lo nativo) que expresarían la autenticidad de una
cultura «pura» sellada por el mito de sus orígenes.

La imposición de las ideas de progreso también produjo sus efectos en la


colonización de la naturaleza y en establecer para ella un lugar de acuerdo
con los intereses y necesidades de la cosmovisión hegemónica. Recor-
demos que, en el dispositivo conocido como colonialidad del poder, el
progreso no fue simplemente asumido y analizado, fue, además, impuesto.
Según Wallerstein (2001, pp. 95-115), se usó la misma lógica con la que
se impuso el concepto o idea de civilización:

A medida que el término «civilización» comenzaba a ser una categoría que


había perdido su inocencia y que suscitaba sospechas, principalmente
después de 1945, «progreso» como categoría sobrevivió y fue más que
278 un sustituto adecuado para «civilización», y por otra parte, esta categoría
sonaba mejor. La idea del progreso pareció funcionar como el último reducto
del eurocentrismo, el comienzo del repliegue de las posiciones.

Asimismo afirma:

Lo que resulta claro, no obstante, es que para muchos la idea del progreso
ha sido rotulada como una idea europea, y de ahí que haya sido atacada en
el terreno de su propio eurocentrismo. Sin embargo, al empujar a Europa
fuera del esquema, aunque no fuera del progreso, este ataque se volvió
bastante contradictorio por los esfuerzos por parte de otros críticos no
occidentales para apropiarse de él en todo el mundo no-occidental (pp.
95-115).

Por su parte, Mignolo (2003) considera que la implementación del


colonialismo significó «integrar» distintos pueblos a las ideologías de la
modernidad europea. La ideología colonialista homogeneizó las culturas
locales en torno a Europa como lugar epistémico de enunciación. Esto
facilitó la imposición de la idea de progreso mediante la falsificación del
concepto civilización.
9.3.1 ¿Es posible decolonizar la naturaleza?

Aunque responder a esta pregunta es la mayor pretensión de este ejerci-


cio, somos conscientes de nuestras limitaciones en relación con el dominio
técnico del tema, y por la complejidad que encierra el asunto. Por lo cual,
si técnicamente no proponemos una respuesta, por lo menos haremos una
reflexión apoyados en varios autores, para dejar planteada la cuestión. Al
respecto, lo primero que hay que decir es que llama la atención que ya
desde Smith (1776), citado por Hofman (2001, p. 28), se considerara:

Was one of the first writers to emphasize differences in the use of the land
between the English and the Spanish colonies, and the relationship between
land use and economic development. Among the factors limiting productive
use of land he mentioned engrossment, rights of primogeniture, taxes and
levies and a restrictive trade system. The land system introduced by the
Spanish, the «encomienda», granted large properties to «conquistadores»
as well as the right to exploit indigenous labour more or less like serfs. The
«encomienda» was gradually replaced by the «hacienda» which was the form
of landownership that prevailed at the end of the colonial period.

De la posición de Smith, a nuestro modo de ver se deducen dos cosas: la 279


primera, que efectivamente en la teoría clásica de la economía la naturaleza
comporta un modelo de riqueza. Esta postura valida nuestro argumento
de que la colonización de la naturaleza fue una de las consecuencias de
la imposición del dispositivo colonial. Y lo segundo, que en el proceso de
colonización de la naturaleza, para los países de América Latina, la extrac-
ción de minerales fue y sigue siendo un escenario objetivo en términos
comerciales. En este sentido, Hofman (2001, p. 28), afirma que «Mining
developments generally created mineral rents that helped to maintain ex-
ternal equilibrium. But it produced a pattern of resource use that made the
distribution of income worse, the economy less diversified, export earnings
more concentrated on primary products». Es decir, el extractivismo en ge-
neral, y en particular el de metales preciosos, generó una era de opulencia
en la región. Opulencia estratificada, pues, se circunscribía a las élites que
controlaban el poder mediante el dispositivo colonial. Rouiqué (1990, pp.
15-35) es más explícito en afirmar:

Estos hidalgos de Extremadura y Andalucía llegan con la ambición de enri-


quecerse y vivir como nobles. Han atravesado el océano para «valer más».
Además, no son suficientes para colonizar. Ni España ni Portugal consideran
a sus nuevas posesiones colonias a las que deben poblar. Fieles al espíritu
feudal del que son tributarios, los conquistadores se apropian de las tierras
donde hay hombres para explotar su trabajo, pero sobre todo por el prestigio
y el poder que da su posesión.

Los anteriores argumentos ratifican que la colonización de la naturaleza se


hizo mediante los intereses comerciales y económicos que hacían parte del
dispositivo colonial. También que la conquista-colonización española desde
el punto de vista ideológico no es otra cosa que lo que hemos denominado
en este escrito el dispositivo colonial. Precisamente porque el proceso de
colonización de la naturaleza significó desde entonces control económico
y comercial. En este sentido, Rouiqué (1990) considera que «la conquista
fue en gran medida una empresa privada» cuyas rentas finales solo eran
controladas parcialmente por los soberanos españoles. El soberano desde
su sede repartía entre los comandantes de la Conquista y sus huestes las
tierras y las personas que allí vivían, que pasan a ser propiedad particular
del colonizador. Las personas, además de perder sus posesiones, perdían
definitivamente una condición que en la práctica nunca les fue reconocida
por el conquistador: la autonomía. Para mantener el funcionamiento del dis-
positivo colonial, una especie de statu quo, el Imperio español y portugués
280 impusieron a través de sus representantes en las colonias diversas formas de
coerción y castigo, representadas en trabajos forzados, impuestos, torturas
y la pena de muerte.

En el dispositivo colonial, el pongaje, servicio doméstico; lo mismo que los


arrendatarios, en chile; colonos, en Perú; o huasipungueros, en Ecuador,
especie de aparceros arrendadores; todas estas formas de control hicieron
parte del dispositivo mediante el cual se colonizó la naturaleza. Con estas
formas de control, más la usurpación de bienes y el no reconocimiento de
derechos en lo civil, sometieron a los nativos a la condición de siervos en sus
propios territorios. Por eso, no fue fácil hacer resistencia al dispositivo colo-
nial. Tampoco fue posible sumir abiertamente una posición independiente
por parte del indígena, o proponer formas incipientes de sostenimiento que
luego se pudiesen constituir en un modelo económico sostenible diferencial
frente a la propuesta europea. Tampoco se facilitó la reconstrucción de la
identidad cultural, porque la culturalidad local fue perdiendo prestigio y
reconocimiento. En Rouiqué (1990, p. 69) se lee que hoy:

En las zonas de alta concentración indígena, como la América media y


los países andinos, el indio es explotado no sólo como trabajador sino
también como productor e incluso consumidor. En sentido estricto el
indígena no constituye un sector sobreviviente o de «cultura tradicional»,
identificable en virtud de rasgos somáticos propios, sino que pertenece
a un grupo social marginado y desposeído que vive en una situación de
verdadera regresión.

Hasta ahora hemos dicho que la colonización de la naturaleza se hizo me-


diante el dispositivo colonial. Ahora, hagamos la pregunta: ¿dónde cabe
plantear la pregunta por la deconolonización de la naturaleza? Lo primero
que hay que decir es que en el mismo sentido en el que se ha planteado
la colonización del ser y del poder, en ese mismo sentido se plantea la
colonización de la naturaleza. Y en la misma lógica con la que los estudios
culturales han planteado cuestiones sobre la decolonización política y
cultural es desde donde se plantea igualmente el escenario teórico de la
decolonización de la naturaleza. Ante lo cual es necesario recordar que
este es apenas un esfuerzo por introducir una preocupación sobre los
referentes epistémicos sobre los cuales se puede abordar más adelante
la cuestión específica de la decolonización de la naturaleza, y darle la
profundidad correspondiente.

También hay que decir que uno los presupuestos para introducir la pregunta 281
por la colonización de la naturaleza es considerar que la naturaleza, por
lo analizado antes usando el concepto de mímesis ancestral, no puede
desvincularse de los discursos que buscan deconstruir el influjo hegemó-
nico impuesto por el dispositivo colonial. Es decir, la naturaleza también,
considerando que la mítica amalgama como en un todo elementos que
en la visión occidental de la cultura separa y discrimina, en relación con
el significado y el significante teniendo como base el simbolismo, hace
parte de las consideraciones epistémicas que son necesarias cuando se
intenta redefinir la cultura. Cuando se propone decolonizar la naturaleza,
teniendo como punto de partida ideas como la decolonialidad del ser,
la subalternidad política y cultural del «sujeto» y los discursos canónicos
occidentales, no es descartable el uso de fuentes como la ancestralidad,
en este caso particular, la visión de naturaleza en la mítica chibcha.

Normalmente se suele pensar que no hay sustento epistémico en las


cosmovisiones antiguas, y en esto influyó el estructuralismo occidental.
Tal vez, porque no se ha superado también la idea de que son construc-
ciones provenientes de minorías culturales, con incipientes desarrollos
técnicos y con un uso limitado del lenguaje. Y porque se confirma en los
hechos del pasado que, una vez ocurrió el contacto con Occidente, sus
modos de pensar y, en general, la cultura entró en regresión, y finalmente
fueron catalogadas como culturas colapsadas cultural e históricamente
hablando. Es común entonces preguntar ¿qué se puede proponer desde
esos presupuestos? ¿Hay algo que se pueda considerar como valioso en
la parafernalia cultural amerindia? Con frecuencia, ese ha sido un círculo
ideológico de identificación y exclusión difícil de romper, pues, en la visión
canónica europea, el dispositivo colonial estableció condiciones de no
interlocución en términos epistémicos, es decir, validó solo teorizaciones
de corte cientista. Esto no es otra cosa que una barrera cultural construida
desde las posibilidades de enunciación epistémica. Una barrera cultural que
generó lo que los teóricos culturales denominan la subalternidad colonial,
concretamente, la diferenciación racial entendida como discriminación
por el color de la piel. El color de la piel hizo de criterio para establecer
mecanismos de exclusión y opresión. Esta barrera cultural impidió la trans-
ferencia de conocimiento, de técnicas apropiadas para el desarrollo, de
condiciones de posibilidad para la constitución de una persona autónoma,
empoderada para gestar su desarrollo cultural. Y facilitó la imposición de un
dispositivo pensado desde un «adentro», como parte-de, para establecer
en un «afuera», como un distinto-a.
282

9.4 El latinoamericanismo como fuente de


reinterpretación de la naturaleza

El profesor Alberto Moreiras, especialista en estudios hispánicos, ha dedi-


cado parte de sus textos a las teorías sobre el tercer espacio y la cuestión
de los países de América Latina, lo mismo que al concepto latinoamerica-
nismo. La definición de latinoamericanismo que presenta Greenblatt (1991),
citado por Moreiras (1998), se entiende como el conjunto o suma total
de las «representaciones comprometidas» que proporciona un conoci-
miento viable del objeto de enunciación latinoamericano. Se incluyen en
este análisis porque son lógicamente representaciones que se conciben
como construcciones teóricas poscoloniales.

Nos interesa plantear este tema desde los desarrollos de Moreiras, ya que
consideramos que, en la reconstrucción cultural que se propone desde
los estudios poscoloniales, la idea de un locus epistémico latinoamericano
como epistemología tenue sospechamos que tiene mucho que ver con
la idea de latinoamericanismo. Complementariamente, esta última idea,
despojada de su natural eufemismo, puede constituir una guía teórica para
transitar los caminos de una reflexión que conduzca a significar un lugar
(escindido de la episteme eurocentro moderna) para la naturaleza en el
entramado discursivo poscolonial. Concretamente, profundizar sobre la
idea de latinoamericanismo es una oportunidad para intentar establecer
el lugar de la naturaleza en medio de la discusión sobre el eurocentrismo
cultural y epistemológico.

Moreiras (1998) plantea la cuestión del latinoamericanismo tomando


como base la idea de imaginario inmigrante de Vicente Rafael, quien, a su
vez, asume como punto de partida (para plantear la idea de imaginario
migrante) los estudios de área que se desarrollaron a partir de la Segunda
Guerra Mundial. Según Rafael (citado por Moreiras, 1998), los estudios de
área fueron literalmente amenazados, y finalmente sustituidos por lo que él
llamó en su momento el «imaginario inmigrante». Una de las consecuencias
de su propuesta conceptual es problematizar las relaciones espaciales
entre «centro y periferia», entre un «dentro-afuera». El imaginario migrante
pregunta por la racionalidad que se configura a partir de la espacialidad
geográfica y geopolítica en que se juega «la producción de conocimiento»,
y este concebido como «lugar de intervención» (p. 58).
283
El latinoamericanismo, según Moreiras (1998), tiene que ver inicialmente
con la «la categoría del ‘inmigrante’, alude a lo que está ‘en tránsito’. Sin
embargo, también está «atrapado entre estados-nación, desarraigado y
potencialmente desarraigante». En esta perspectiva, el concepto latinoame-
ricanismo hace paralelismo con la categoría «migrante» que presenta Rafael
(citado por Moreiras, 1998). Por lo tanto, si el imaginario migrante se com-
prende como una erudición que no es «ni colonial ni liberal ni indígena,
pero al mismo tiempo constantemente implicada en todos esos estados
de ser» (Rafael, citado por Moreiras, 1998), entonces, en esa misma línea
de pensamiento, ubicamos el latinoamericanismo. Ambas ideas cumplen la
función de estar en movimiento migratorio. La migración-movimiento que
se intenta explicar se asume también como vacío epistémico. Precisamente
porque se experimenta como un salto al vacío en busca de horizontes de
sentido propio, al margen de la enunciación epistémica moderna y colonial.
Si aceptamos entonces que también la idea de latinoamericanismo reviste
la condición de «teoría migrante», en alusión a un «imaginario migrante», las
dos ideas constituyen una fuente discursiva que puede usarse para intentar
establecer el lugar de la naturaleza en la puja teórica entre eurocentrismo
y latinoamericanismo.
La categoría «imaginario inmigrante» se vinculó a un proceso de hibridación
de teorías que se construyeron con posterioridad y como complemento
de los discursos-teorías subalternas y sobre la colonialidad del poder.
Como afirma Moreiras (1998), la idea imaginario migrante «está siendo hoy
en parte teorizada bajo el nombre de estudios poscoloniales siguiendo
una nomenclatura derivada de una historia que sólo hasta cierto punto
coincide con la historia de América Latina». Es claro, entonces, que el tér-
mino latinoamericanismo hace parte de esta construcción híbrida llamada
estudios poscoloniales. Esto hace suponer que se enmarca en la lógica
epistémica, o si se quiere, figura como un locus epistémico en relación
con lo que Mignolo (2003) define como lugares «otros» epistémicos de
enunciación. Es importante anotar que la esencia de esta búsqueda, a
pesar de la recurrencia a lo enunciativo epistémicamente hablando, es
variar el fondo presupuestal del pensamiento moderno-anglosajón y asu-
mir, aunque con condiciones todavía, cosmovisiones amerindias, visiones
e historias locales, hibridaciones de gnosis fronterizas, y dar por sentado
la mítica y la ancestralidad como posibles paradigmas enunciativos. Este
propósito arriesgado busca establecer las bases teóricas para una presunta
reinterpretación y reconstrucción de la cultura. Y, en este mismo sentido,
buscar el lugar que corresponde a la naturaleza cultural desde el punto
284 de vista epistémico.

Lo que se deduce hasta ahora como avance en el intento de una respuesta a


la pregunta por el lugar de la naturaleza en la discusión sobre el eurocentrismo
y el latinoamericanismo, y en la posición enunciativa poscolonial, es que aún
no está definido con precisión ese lugar. Tal vez porque el discurso posco-
lonial y los estudios subalternos dan prioridad a ideas, como la geopolítica,
la crítica cultural, y las cuestiones relacionadas con los lugares epistémicos
de enunciación. Nuestra tesis gira en torno a que en este momento el tema
ha tenido un desarrollo marginal en las tesis sobre la poscolonialidad. En
estos momentos son escasas68 las evidencias teóricas fruto de desarrollos
propiamente latinoamericanistas que permitan establecer cuál es el lugar
para la naturaleza en la discursiva poscolonial. Es decir, no hay un desarrollo
directo en que el objeto reflexivo sea la naturaleza, y en que esta sea directa-
mente asumida en perspectiva poscolonial-decolonial. En este sentido, cabe

68 Advertimos que, en el momento en el que se escribe este ensayo, el autor está en una fase inicial
de la revisión bibliográfica correspondiente a la discursiva poscolonial. Es posible que en otro
momento haya motivos para cambiar de parecer al respecto. Sin embargo, nuestra postura no es
por ello intuitiva.
plantear la pregunta: ¿es posible decolonizar la naturaleza?69 Sabemos que,
antes de proponer una respuesta, es necesario seguir puntualizando el lugar
de la naturaleza en el debate sobre el eurocentrismo y el latinoamericanismo
o, si se quiere, en el debate poscolonial.

El siglo XIX fue considerado como la coyuntura histórica de las teorías


poscoloniales. El latinoamericanismo, a su vez, es un concepto vinculado
con las teorías sobre la poscolonialidad. Pero no por ello, aclara Moreiras
(1998), debemos admitir que este es un concepto que busque vindicar una
igualdad de historias entre diversas partes del mundo. Más bien, se debe
asumir una postura teórica en que la idea de un latinoamericanismo implique
la aceptación de un concepto ubicado en las márgenes de las conceptua-
lizaciones modernas episteme eurocentro. Lo que equivale a decir que es
un concepto que guarda simpatía con la idea del imaginario inmigrante. En
este sentido, ambos conceptos están orientados a sustentar teorizaciones
sobre «la máquina académica metropolitana» (p. 58). Esto nos hace pensar
que el latinoamericanismo no es un concepto eurocéntrico periférico. Es, al
contrario, un tipo de apropiación que refleja una búsqueda particular: hacer
representaciones teóricas de la historicidad que en general ha sido contada
desde una episteme eurocentro en relación con otro-afuera, una especie
de periferia. Como búsqueda epistémica, el latinoamericanismo propone, 285
ante todo, la construcción de relatos desde un imaginario «otro», por decirlo
de alguna manera.

La idea de latinoamericanismo, desde los argumentos de Moreriras (1998),


se configura como un esfuerzo que exige buscar la necesaria articulación
entre «región de estudio y región de enunciación en el contexto marcado
por condiciones globales» (p. 83). Según Moreiras (1998), en esa medida,
«el latinoamericanismo poscolonial se autoconcibe como práctica epistémica
antiglobal orientada hacia la articulación o produposibilidad de contraimá-
genes latinoamericanistas respecto del latinoamericanismo históricamente
constituido». Así es como «el Latinoamericanismo intenta constituirse como
instancia teórica antiglobal, en oposición a las formaciones imperiales del
conocimiento que han acompañado el movimiento del capital hacia la sa-
turación universal en la globalización» (p. 83).

69 Esta pregunta fue propuesta y desarrollada en el texto del ensayo presentado a la Alejandra Castillo
(2012) como trabajo correspondiente al Curso Teorías Críticas Contemporáneas en el Doctorado
en Educación y Cultura en América Latina de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales, Santiago
de Chile.
Lo anterior nos daría como resultado que el lugar de la naturaleza en
la confrontación sobre el eurocentrismo y el latinoamericanismo se
ubica singularmente en esa frontera borrosa entre una episteme tenue
de corte imaginario migrante y la mítica ancestral, de la que no hemos
hablado todavía en este ensayo. Una frontera que bien puede ser una
gnosis referida a la mítica ancestral, la cual hace de lugar enunciativo en
la medida en que se puede valer de sus propias razones y argumentos
para validar una posición epistémica en la discursiva poscolonial. Posi-
ción que constituye la entrada para hablar de lugar de la naturaleza no
como espacio geográfico, sino como lugar-pensable y pronunciable en
la reconstrucción semántica de la cultura.

Si en Moreiras (1998) la idea de «el latinoamericanismo poscolonial se au-


toconcibe como práctica epistémica antiglobal», seguramente en sintonía
con la lógica de la disputa epistémica entre centro-periferia, copia-réplica,
Occidente-otro, entonces, sin forzar la idea de latinoamericanismo, esta
ulteriormente puede usarse con referencia a una postura antiglobal como
rescate de lo local en cuanto lugar de enunciación para la cultura.

286 Conclusiones

La posibilidad de decolonizar la naturaleza se plantea considerando


que en los procesos de redefinición de la cultura, y en la búsqueda de
escenarios y lugares alternativos-propios de enunciación epistémica, las
reinterpretaciones y las reconstrucciones que de allí se deducen deben,
por una lado, propender a la abolición de la lógica colonial (centro-peri-
feria) mediante la cual se configuraron las relaciones sociedad-ambiente,
persona-entorno ecológico-geografía. Y, por otro, recabar sobre las
posibilidades de enunciación de lugares «otros», desde lo propio como
frontera y periferia en relación con un centro que valida solo lo que le es
símil culturalmente hablando. En últimas, plantear la decolonización de la
naturaleza desde el entendido que todavía somos esa destrucción de la
cultura haciéndose a usanza de los deseos capitalistas. Todavía somos esa
cultura colapsando ante el incidente del dispositivo colonial. Y todavía
somos ese regateo (en teorizaciones y posturas teóricas) por no perder
una identidad fragmentada o, más bien, en términos de Richard (1998),
una «desidentidad» desde el pretendido de una identidad no alcanzada
para los países de América Latina.
Pensar la decolonización de la naturaleza implicaría lo que para Mignolo
(2003) es un paradigma «otro», a través del cual la periferia cobra sentido
en los procesos de construcción y reconstrucción de la cultura. La deco-
lonización de la naturaleza debe comportar un elemento clave en la teori-
zación sobre las posibilidades de un pensamiento-propio. Por eso, no es
atrevido proponer esta idea. Porque decolonizar la naturaleza es un intento
por profundizar en la mímesis ancestral que comporta un tipo particular de
pensamiento ecológico primitivo, el cual puede introducirse como estrategia
en los procesos de construcción de una cultura ambiental. De tal forma que
desde esta lógica localizada se puedan hacer lecturas de problemas histó-
ricos, como el extractivismo en los países de América Latina. Un fenómeno
que, en caso de Colombia, contiene aristas relacionadas con los derechos
humanos, la ética ambiental y la imposición por parte del Gobierno de teorías
desarrollistas sobre la comprensión de la economía.

Se observa, entonces, que en la discursiva poscolonial hay un tratamiento


marginal de la naturaleza. Esto se atribuye, como se analizó, a la polarización
de las discursivas en torno al eurocentrismo y el latinoamericanismo y a un
cuadro abundante de tesis derivadas de estos dos asuntos. Y finalmente,
por la imposición de la teoría del desarrollo, según la cual el pensamiento
mítico y ancestral, en que se contenía una visión peculiar de la naturaleza, 287
fue sistemáticamente sustituido por la episteme eurocentro. Por ello, se
deduce, entonces, que la desidentidad latinoamericana explica también
una desidentidad en la apropiación cultural de la naturaleza. Apropiación
que desde luego es un hecho malogrado porque la naturaleza se mantiene
colonizada por el dispositivo hegemónico del poder. Y por los intereses
de las trasnacionales y multinacionales que controlan las riquezas naturales
y usan de ellas para rentar empleando, por ejemplo, la economía extractiva
a usanza de sus intereses.

Asumimos que el latinoamericanismo es la suma de conocimientos, opi-


niones recibidas, hipótesis de trabajo y metodologías científicas que
configuran para el saber occidental todo un aparato discursivo-repre-
sentacional sobre el bloque geopolítico hoy llamado países de América
Latina (Moreiras, 1995). Se destaca de esta definición la idea de «aparato
discursivo-representacional», que, entre otras cosas, es en el fondo una
apuesta epistémica orientada a la construcción-deconstrucción de culturas
decolonizadas en los países de América Latina. Desde la idea de aparato
discursivo-representacional se asume que la naturaleza todavía no hace
parte del aparato de las lógicas de reinterpretación y reconstrucción de
la cultura. Porque el pensamiento latinoamericano o «propio» no ha sido
lo suficientemente crítico y humilde para vaciarse del ego que le legó la
episteme eurocentro. Razón por la cual se repliega entorno a su mismidad70
o se fragmenta, y se mantiene alienado, cosa que resulta conveniente para
la cosmovisión hegemónica.

Desde este análisis se concluye que el lugar de la naturaleza en la discursiva


poscolonial puede ubicarse profundizando sobre la idea de latinoamericanis-
mo. Es decir, en un lugar de enunciación redefinido y recategorizado desde
lo que Moreiras (1995) denomina como el aparato discursivo a través del
cual, y solo a través del cual, «América Latina es un objeto de sentido para
nosotros, seamos o no seamos latinoamericanos». En este escenario, sin duda
de naturaleza, adquiere carácter representacional. Porque, en definitiva, el
lugar de la naturaleza en los países de América Latina solo existe en cuanto
puede considerase objeto del latinoamericanismo. Dicho de otra manera,
este lugar en la discursiva poscolonial depende de la consideración de que
los países de América Latina, en cuanto parte de lo real, son apropiados
epistémicamente como «esa cosa que el latinoamericanismo desea pero
—según Moreiras (1995), no alcanza a devorar».
288
Finalmente, y aunque tal vez podemos estar lejos (en este escrito) de esta-
blecer el lugar correspondiente a la naturaleza en la discursiva poscolonial,
lo importante ha sido extractar de la confrontación sobre el eurocentrismo
y el latinoamericanismo ideas para reafirmar que el dispositivo colonial que
dispuso otrora un lugar para la naturaleza es vulnerable epistémicamente
hablando, frente a propuesta de enunciación que se articulen en arque-
tipos de una gnosis fronteriza, bien en un pensamiento «otro», bien en la
mítica y la ancestralidad, en un pensamiento «glocal», «propio», a semejanza
del imaginario migrante o la episteme tenue de Moreiras (1995). Mítica y
ancestralidad son dos elementos poco aprovechados en la discursiva
poscolonial. Y que potencialmente contienen la posibilidad de reapropiar
culturalmente la naturaleza desde sus términos y concepciones primarias.
Desde fuentes representacionales que contengan el simbolismo, la mímesis
ancestral, la ritualidad, las grafías, las cartografías, la oralidad y a las narrativas
vernáculas.

70 Por exceso de moralismos propios de la idiosincrasia latinoamericana y por una persistente tendencia
a ensimismarse en categorías presuntamente «propias».
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292
Hernán Felipe Trujillo Quintero

10.1 Economía y ecología: autopista en contravía 293

Debemos partir de una premisa fundamental: no puede haber sostenibilidad


si destruimos el patrimonio natural representado en los recursos bióticos
—o megabiodiversidad— y los elementos necesarios para la vida que se
conjugan en los ecosistemas. Las actividades humanas, en los últimos dos-
cientos años71, han incrementado la presión por los recursos que provee
la naturaleza y empiezan a agotar la capacidad de carga del planeta Tierra.
El índice de planeta vivo72 señala que en los últimos treinta y cinco años el
mundo ha perdido más de 35 % de la vida silvestre en la Tierra, 60 % de

71 Especialmente el periodo que comienza con la denominada revolución industrial en el siglo XIX.
72 El índice de planeta vivo mide las poblaciones de 1686 especies de vertebrados en todas las
regiones del mundo cada año desde 1970. El índice planeta vivo global es el agregado de dos
índices, el índice templado (que incluye las regiones polares) y el índice tropical. Cada uno de
ellos recibe la misma ponderación. Dentro de los índices tropical y templado, también se asigna
una ponderación equivalente a cada una de las tendencias generales en especies terrestres de
agua dulce y marinas. El índice tropical incluye las poblaciones de especies terrestres y de agua
dulce encontradas en los reinos afrotropical, indo-pacífico y neotropical, así como las poblaciones
de especies marinas de la zona ubicada entre el trópico de Cáncer y el trópico de Capricornio.
El índice templado incluye las poblaciones de especies terrestres y de agua dulce de los reinos
paleártico y neártico, así como las poblaciones de especies marinas al norte o al sur de los trópi-
cos. Lo mide la World Wildlife Fund (WWF ‘Fondo Mundial para la Naturaleza’) en los informes de
Planeta Vivo.
ella en las zonas tropicales (WWF, 2012); y el índice de huella ecológica, que
mide el área de Tierra biológicamente productiva necesaria para proporcio-
nar los recursos renovables que la gente utiliza, incluye el espacio necesario
para infraestructuras y la vegetación para absorber el dióxido de carbono
(CO2), se duplicó desde 1996, y desde 2007 excedió la biocapacidad
de la Tierra, el área realmente disponible para producir recursos naturales y
absorber CO2. De continuar con la actual gestión de los recursos naturales
por parte de los países del mundo, la perspectiva es pesimista. Incluso con
los pronósticos más moderados de las Naciones Unidas sobre crecimiento
poblacional, consumo y cambio climático, para 2030 la humanidad necesitará
la capacidad de dos Tierras para absorber los desechos de CO2 y mantener
el consumo de recursos naturales (WWF, 2012).

Un buen ejemplo de lo anterior se encuentra representado en los países


América Latina y el Caribe, que cuentan con una de las mayores riquezas
ecológicas y ambientales del planeta: los bosques tropicales. Estos ecosis-
temas son los más eficientes en producción primaria neta de biomasa, con
8 % anual y, a pesar de dicha riqueza biológica y ecológica, presentan fuertes
procesos de degradación ambiental y los índices más altos de desigualdad
social del mundo (Leff, 2008).
294
Recorremos un camino que desconoce los límites físicos del planeta Tierra,
y la economía aparece como el paradigma más resistente a internalizar en
sus estructuras teóricas y en sus instrumentos de gestión las condiciones
de sostenibilidad. Las actuales condiciones de producción y consumo,
por tanto, no pueden mantenerse indefinidamente. Se hace impostergable
la construcción de una nueva economía mundial que tenga en cuenta la
protección de la biodiversidad y los ecosistemas como uno de los pilares
de acción de todos los agentes que intervienen en el mercado si lo que
se quiere es continuar con los procesos de acumulación de capital. Sin lo
anterior, las entradas de los procesos económicos, en que se incluyen los
recursos bióticos y abióticos, no podrían sostenerse en un horizonte largo
de tiempo, y los procesos económicos terminarán cediendo al agotamiento
de la capacidad de carga del planeta.

El futuro, entonces, resulta un asunto relevante para los procesos econó-


micos y ecológicos, toda vez que la vida en el planeta Tierra depende de
la conservación de recursos naturales y elementos esenciales para la vida
a largo plazo, y los procesos económicos avanzan en su destrucción. Aún
más, desde la perspectiva antropológica, la problemática de los asuntos fu-
turos no se encuentra en que las generaciones por nacer no estén presentes
para manifestar sus preferencias en el mercado, sino en el hecho de que
solo podrán elegir entre lo que la economía haya producido y le oferte en
el mercado en el momento en que estén presentes, y muy seguramente la
disminución de servicios ambientales no se tendrá en cuenta para entonces.
El reto de la sostenibilidad es mayúsculo.

Este capítulo aborda algunas aproximaciones teóricas que giran alrededor


de la economía extractiva y su relación con los límites físicos del planeta, y
finalizará con algunas reflexiones alrededor del concepto de la sostenibilidad.

10.2 Economía y actividades extractivas

Las actividades humanas se mantienen sin encontrar el equilibrio que per-


mita al ser humano satisfacer sus necesidades actuales sin poner en riesgo
las necesidades de las generaciones futuras, manteniendo la cantidad de
recursos naturales que pueden extraerse de los ecosistemas sin sobrepasar
su capacidad de carga. La extracción de algunos recursos abióticos73, como
el petróleo y los minerales, tiene en jaque a los recursos bióticos por el
desconocimiento de las leyes de la termodinámica. Habrá que reconocer, 295
entonces, cuáles son los límites que le imponen las leyes físicas.

10.2.1 Aproximaciones teóricas a la extracción de recursos


no renovables

La extracción de recursos naturales ha merecido la atención de la economía


desde Hotelling (1931), aunque los primeros esbozos fueron propuestos
por Gray en 1913 (Cuerdo y Ramos, 2000). En general, la teoría económica
de los recursos naturales agotables ha buscado básicamente una regla de
extracción, y todos los trabajos de los economistas de recursos naturales
han intentado encontrar una senda de extracción que se corresponda a las
leyes del mercado.

El trabajo de Gray (1913), el primero de su tipo en términos cronológicos,


buscaba resolver una restricción matemática de la función de extracción

73 Herman Daly hace una reflexión sobre la utilización del concepto de recursos naturales, que man-
tiene una estructura de dominación de la economía sobre el ambiente y las leyes ecológicas.
de recursos naturales no renovables, cuyo principal valor se encontraba
en el beneficio marginal que este obtenía por la extracción en cada pe-
riodo. De esta manera, asumía que el propietario de un recurso agotable
o no renovable tenía que cubrir el costo de oportunidad de la reducción
de existencias de su activo, y que la fijación del precio no podía estar
dentro de un mercado competitivo, en el que el precio se igualaba al
costo marginal del producto. Proponía, entonces, que el precio con el
que se debía tener en cuenta la regla de extracción debía igualarse a la
suma del costo marginal de extracción más el costo de oportunidad de la
reducción de existencias, dado el riesgo del agotamiento. Para mantener
dicha regla, planteó los siguientes supuestos: 1) los costos marginales
crecen con la cantidad extraída en el tiempo, 2) el precio del recurso
se mantiene constante en términos reales y 3) se conocen exactamente
las reservas, todas de la misma calidad (Gray, 1913). El modelo de Gray,
sin embargo, tenía grandes limitantes —en términos económicos— para
aplicar la regla de extracción de recursos agotables, debido a que la cali-
dad de los recursos es difusa; así se hable de una misma veta o pozo, los
precios pueden modificarse por la aparición de sustitutos, y las mejoras
tecnológicas pueden disminuir los costos asociados a la extracción a lo
largo del tiempo (Cuerdo y Ramos, 2000).
296
Hotelling (1931), por su parte, reconoció que la teoría económica do-
minante para su época no explicaba los equilibrios de mercado de los
recursos no renovables porque no había una tasa estable de producción
dado que las existencias eran limitadas en términos físicos. De esta manera,
planteó la regla de extracción en relación con el precio neto —o precio
recibido después de pagar los costos de extracción y colocar el producto
en el mercado—, al que también denominó beneficio marginal, y enfrentó
el problema de extracción a partir de los costos de oportunidad financie-
ros. De este modo, determinó que, si el precio neto nominal evoluciona a
una tasa inferior al tipo de interés, el propietario del recurso no renovable
debe acelerar su extracción hasta el agotamiento. A contrario sensu, si el
precio neto nominal evoluciona a una tasa superior al tipo de interés, es
mejor no extraer el recurso no renovable debido a que su almacenaje le
representará mayores ingresos en el futuro (Martínez y Roca, 1999).

Para Hotelling, por tanto, habrá un ritmo de explotación que permitirá una
renta constante que, a su vez, determinará una tasa de asignación óptima
temporal. Sin embargo, los inconvenientes del modelo se encuentran en
la dinámica impulso-respuesta del precio y la demanda que no se ajustan
de manera simultánea, y la definición en el primer periodo de la cantidad
de extracción que determinará la extracción intertemporal del recurso no
renovable (Cuerdo y Ramos, 2000). Los problemas del enfoque teórico de
reglas de extracción, por tanto, radican en la aplicación de los modelos
en la realidad.

Las críticas de los modelos de recursos naturales no renovables que


buscan sendas óptimas de utilización del recurso, desde la perspectiva
económica, se encuentran también en Martínez y Roca (1999), Dominique
(2002) y Leff (2004, 2008). A pesar de las incongruencias y los desajustes
de estos modelos cuando se revisan con detalle los supuestos, y cuando
se constatan con variables ambientales o intergeneracionales, los modelos
extendidos de Hotelling son comunes en los actuales trabajos que buscan
explicar las reglas de extracción de la industria petrolera y minera. En el
próximo acápite entenderemos un poco más lo afirmado en este párrafo.

10.2.2 Recursos abióticos: sujetos a las leyes de la


termodinámica

Hasta aquí hemos visto que la teoría económica ha intentado explicar el uso 297
racional de las existencias de recursos naturales no renovables a partir de la
eficiencia de mercado, la racionalidad de las decisiones basadas en tasas
de interés y de descuento, los costos de producción y la escases relativa
del recurso. Sin embargo, la racionalidad utilizada para la extracción y ex-
plotación de recursos minerales e hidrocarburos como fuentes de energía
y materia prima para actividades antropogénicas no tiene en cuenta una tasa
de descuento basada en la escases futura del petróleo, sino que se decide
sobre proyecciones de tecnologías utilizadas en las fases extractivas, y con
decisiones político-económicas que no se corresponden con la teoría eco-
nómica de los recursos naturales. Las decisiones tampoco tienen en cuenta
las restricciones que imponen las leyes de la termodinámica ni los equilibrios
que requiere la biósfera para mantenerse (Leff, 2008). Ampliemos un poco
más los problemas de la tasa de descuento y los límites impuestos por las
leyes de la termodinámica.

10.2.2.1 Tasa de descuento

El futuro con el que se decide extraer petróleo dista mucho de las tasas de
descuento propuestas para los proyectos que tienen en cuenta las expec-
tativas de producción o consumo en un horizonte intertemporal, como las
propuestas por Hotelling (1931) y demás ampliaciones de su trabajo. Las
tasas de descuento son valores que pueden asimilarse a las tasa de interés,
pero, al contrario de esta, no buscan conocer el valor futuro de un activo o
proyecto, sino determinar el valor monetario presente del activo o proyecto
recibido en algún momento futuro. En la práctica, las tasas de descuento
se usan en el análisis costo-beneficio para poner todos los flujos econó-
micos de un proyecto que se producen en distintos momentos en valores
monetarios para un mismo periodo, de modo que los costos y beneficios
puedan ser comparables.

Si definimos tasas de descuento muy altas, el futuro será más costoso por
el aumento del precio del dinero —o tasa de interés—, así que conviene
otorgarle un valor muy alto al presente. Si, al contrario, las tasas de descuento
son muy bajas, el futuro cobra relevancia dado que su costo de oportuni-
dad con respecto al presente es muy bajo. Esta racionalidad, sin embargo,
olvida la preferencia intertemporal de los seres humanos que no han nacido,
decidiendo el consumo presente de recursos que se agotan sin tenerlos
en cuenta, y privándolos de su disfrute. Las decisiones que afectan futuras
generaciones deben tener más de una arista, y el solo ejercicio financiero
298 para tomar decisiones resulta esquivo.

Aun sin tener en cuenta la crítica anterior, la utilización de las tasas de des-
cuento como criterio decisorio para la extracción de recursos agotables
está lejos de ser aplicada por las firmas petroleras y mineras, que más bien
centran sus decisiones en la maximización de los márgenes de ganancias y
el poder geopolítico que logren con los Gobiernos de los países en que
se encuentran los yacimientos y vetas (Leff, 2008). Y, aunque los precios del
petróleo intenten reflejar la agotabilidad del recurso en la naturaleza, esto
no significa que les interese la naturaleza como un territorio que presta ser-
vicios ambientales y alberga especies vivas. No sobra señalar que la tasa de
descuento tampoco considera los impactos socioambientales, los residuos
que generan las actividades ni el cambio climático asociado a la quema de
los activos económicos o recursos agotables.

10.2.2.2 Leyes de la termodinámica

Por otro lado, y desde una perspectiva ecológica, podemos hablar de que
los ecosistemas son las unidades funcionales de la vida en la Tierra, y que
se definen como la comunidad de especies vivas o bióticas74 que convi-
ven con condiciones abióticas75. Por supuesto que los hidrocarburos y los
minerales se encuentran dentro de los recursos abióticos presentes en los
ecosistemas del planeta Tierra. Frecuentemente, los combustibles fósiles y
los minerales son agrupados en la categoría de los recursos naturales no
renovables, y desde esta perspectiva son estudiados por la economía. Sin
embargo, si analizamos estos recursos desde las leyes de la termodinámica,
encontramos diferencias entre ellos, que nos son útiles para comprender los
impactos que tienen cada uno de ellos en los ecosistemas.

La extracción y quema de hidrocarburos hace que el recurso se agote, por


lo menos a escala humana, pero los compuestos de los que está hecho
no desaparecen de los ecosistemas, estos retornan como residuos conta-
minantes que ocasionan el cambio climático por la emisión de carbono a
la atmósfera, lluvia ácida por la emisión de compuestos orgánicos volátiles
y compuestos NOX y SOX, alteración de la cantidad de recursos abióticos
de los ecosistemas por los derrames de aceites y petróleo en la extracción
y distribución del crudo (Daly y Farley, 2003), entre otros76. En pequeñas
escalas, estos residuos pueden ser procesados naturalmente por los eco-
sistemas, pero en la escala actual, en la que se consumen anualmente en el
mundo cerca de doscientos cincuenta mil millones de barriles de petróleo, 299
los residuos no son procesados, y se acumulan en los ecosistemas como
recursos abióticos, y afectan sus equilibrios.

Por su parte, la energía utilizada para la extracción de un barril de petróleo


debe ser, en términos energéticos, menor a la energía generada por el barril
extraído. Debe haber una ganancia neta de energía para que se justifique
su extracción. No obstante, cada vez es más difícil extraer el petróleo en el
mundo porque el que se encuentra aún almacenado en el subsuelo está en
zonas muy profundas o de difícil acceso, lo que aumenta el uso de energía
para su extracción, y es de baja calidad. Para Daly y Farley (2003), la ganancia
neta de energía en el mundo es cada vez menor por la dificultad de extrac-
ción del crudo que aún se encuentra almacenado, y argumenta que para
1950 por cada unidad energética requerida en el proceso de extracción de

74 En esta categoría, además de las especies, se incluyen los servicios ambientales que prestan al
hombre y la capacidad de los ecosistemas de absorber los residuos.
75 Se entienden recursos abióticos el agua, la tierra, la energía solar, los minerales y los combustibles
fósiles.
76 Los impactos del sector hidrocarburos en la Amazonía colombiana fueron detallados anteriormente
hidrocarburos se obtenían 50 unidades energéticas equivalentes, mientras
que para 2005 se estimaba que la relación era uno a uno, exactamente el
valor máximo permitido para que, en términos energéticos, sea eficiente la
extracción de hidrocarburos.

Un ejemplo interesante de lo anterior podría ser el caso de la Amazonía.


Es factible pensar que la ganancia neta de energía podría ser negativa por
dos razones:

La ausencia de vías de comunicación y de acceso a territorios remotos don-


de se encuentran las reservas aumentan el uso de energía para extraer los
hidrocarburos allí presentes, en especial, los que se alejan del piedemonte.

El tipo de crudo existente en este territorio es mediano y pesado (Camapetrol,


2009), el cual tiene una menor eficiencia energética. Los flujos de materia y
energía en la extracción de hidrocarburos, por tanto, afectan la asimilación
de residuos e incrementan la pérdida irrecuperable de energía, o entropía.

Si bien hemos visto que los combustibles fósiles no pueden ser reciclados,
para los recursos minerales pueden serlo, al menos parcialmente. Los re-
300 cursos minerales no energéticos, al igual que los hidrocarburos, se extraen
en vetas grandes, lo que hace que su extracción sea barata y eficiente
energéticamente; pero, a medida que se van agotando las reservas del
mineral, van aumentando los costos de extracción porque se hace más
difícil extraerlos, entonces el reciclaje de los minerales cobra importancia
(Daly y Farley, 2003). No obstante lo anterior, no hay un reaprovechamiento
de los minerales de 100 %. En cada proceso de reciclaje se pierde una
cantidad del mineral que no es posible recuperar, y que, al depositarlo en
ecosistemas indistintos, alteran las condiciones abióticas de estos, y afectan
los equilibrios existentes. Asimismo, los costos energéticos de extracción,
al igual que en los hidrocarburos, resultan crecientes a medida que dis-
minuyen los grandes yacimientos o vetas, y el consumo de materiales en
los procesos de extracción empiezan a consumir más material de los que
provee (Daly y Farley, 2003), situación similar a la ganancia neta de energía
explicada para el petróleo.

Luego de repasar los inconvenientes de la teoría económica con respecto


a los recursos abióticos, es posible afirmar que los fenómenos o variables
que determinan la extracción de recursos abióticos no solo se encuentran
en el incremento o disminución de su oferta en la que se explotan ahora
reservas difíciles de alcanzar, como los pozos off-shore o en territorios
sin vías de acceso y con petróleo de baja calidad, como la Amazonía co-
lombiana, sino que también se encuentran en su abundancia en relación
con la capacidad de absorción y dilución de la naturaleza, en el límite de
disposición de gases hacia la atmósfera en forma de CO2 equivalente, en
la alteración de los equilibrios de los ecosistemas y en el bienestar de las
próximas generaciones de seres vivos (humanos y no humanos).

El límite de la economía, en especial aquella relacionada con la extracción


de recursos naturales, debe encontrarse en la capacidad de carga de los
ecosistemas, no solo en lo que el mercado pueda internalizar. La sobre-
producción de hidrocarburos y minerales para continuar con el vertiginoso
consumo mundial pone en riesgo la sustentabilidad del planeta, en la que
también se encuentra en riesgo, por supuesto, la propia economía.

10.3 Sostenibilidad: debates teóricos, problemas


prácticos

Actualmente, los términos de sostenibilidad o desarrollo sostenible77 son


301
utilizados frecuentemente en escenarios públicos y privados, nacionales e
internacionales; pocos discuten su pertinencia, y se da por hecho como
estrategia para combatir las problemáticas de los fenómenos económicos,
sociales y ambientales. Sin embrago, veinticinco años atrás era un término
desconocido, no tenido en cuenta por ningún político ni empresario, y
escasamente contemplado por algunos académicos.

Si bien la aparición del libro La ley de la entropía y el proceso económico


(Georgescu-Roegen, 1971) marcó un hito en el entendimiento de la eco-
nomía como un proceso físico con límites, fue el informe del Club de Roma
titulado Los límites del crecimiento (también Informe Meadows, en 1972) el
que llamó la atención de la comunidad científica internacional con respecto
a la senda insostenible que transitaban los humanos en el campo económi-
co. Los recursos no aguantarían cien años si continuábamos utilizándolos
de manera creciente, y el desequilibrio ecológico no podría mantener el
crecimiento de la economía a largo plazo, eran algunas de sus conclusiones.

77 Para usos prácticos, los términos desarrollo sostenible y sostenibilidad se toman como sinónimos.
Sin embargo, hay discusiones teóricas que intentan diferenciar estos dos conceptos (cf. Leff,
2008).
Los nuevos planteamientos de los límites de la economía irritaron a los
más connotados economistas de la época. El paradigma estaba construi-
do sobre la base del crecimiento ilimitado, e innumerables avances en la
modelación matemática mantenían la teoría que aplicaban a los problemas
del desarrollo. El crecimiento económico, explicado desde la economía,
no preveía el agotamiento de los recursos naturales, o nunca se había
preguntado por ellos.

La economía de crecimiento mantenía ocultos los problemas del ambien-


te. Mientras que los procesos económicos requieren entradas (materia y
energía) y salidas (energía disipada y residuos), la teoría económica clásica
describía el circuito como un flujo cerrado de bienes, servicio, transac-
ciones monetarias e intercambio de factores de producción (trabajo y
capital). El sistema económico, desde una visión cerrada, no reconoce
los límites que le impone el mundo físico con las entradas, así como tam-
poco identifica las pérdidas irrecuperables de energía —o entropía— ni
la pérdida de materia como residuos que no se incorporan nuevamente
al ciclo productivo. Pensar la economía como un sistema cerrado es, de
alguna manera, imaginar un mundo en el que los recursos necesarios para
la producción aparecen constantemente por arte de magia, y asimismo
302 desaparecen. Es el mundo de la ciencia ficción.

Las discusiones entre economistas que modelan con supuestos de eco-


nomía cerrada con crecimientos ilimitados —neoclásicos— y aquellos que
la asumen desde una perspectiva abierta con limitaciones físicas —eco-
lógicos— no se hicieron esperar. Los que defendían la primera postura
(Solow, Nordhaus, Samuelson y Stiglitz) reaccionaron ante los trabajos de
Georgescu-Roegen (1996), Meadows y Daly y Farley (2003), quienes ma-
nifestaron los límites de la economía desde la perspectiva de los balances
de materia y energía, apoyados en los postulados de las ciencias básicas.
Nordhaus criticó los supuestos del modelo de dinámica de sistemas con
el que se construyó el Informe Meadows para llegar a las críticas sobre el
crecimiento, y las denominó mera fantasía (Carpintero, 2006). Solow, por
su parte, arremetió contra los economistas ecológicos por considerar que
las críticas no consideraban el progreso tecnológico que ya había sido
endogenizado en los modelos de crecimiento de la época y, para evitar
las críticas de los límites físicos de los recursos, reformuló el concepto de
capital, en el que se incluyeron las entradas de materia al sistema econó-
mico. Y si bien los modelos de crecimiento mantuvieron el supuesto de
sustituibilidad de factores de producción, Solow señaló que el proble-
ma no era el agotamiento de recursos naturales no renovables —bajo la
denominación de los límites físicos del planeta—, sino la capacidad de
sustitución de recursos naturales no renovables por capital y recursos re-
novables (Carpintero, 2006), como las fuentes renovables de energía. La
apuesta, una vez más, era confiar en los avances tecnológicos de la ciencia.

Al margen de las discusiones académicas entre economistas por la senda


del crecimiento y sus límites, para la década de 1980 las consecuencias de
la degradación ambiental eran ya evidentes. La disminución de cobertura
boscosa, la pérdida de biodiversidad, el incremento de la población hu-
mana, el agotamiento de los recursos naturales renovables y no renovables
y el incremento de la pobreza y la desigualdad eran temas que calentaban
los debates no solo entre economistas y ambientalistas, sino entre políticos,
organizaciones sociales y ciudadanos en particular (Leff, 2008; Gutiérrez
y González, 2010).

Para finales de la década de 1980, las consideraciones del ambiente, las


preocupaciones por la estabilidad económica y la creciente desigualdad
y pobreza reclamaban nuevos enfoques de desarrollo que hasta ahora se
encaminaban en el crecimiento económico considerado condición ne-
cesaria aunque insuficiente para la distribución de la riqueza, aumentar los 303
niveles de calidad de vida de las poblaciones y el papel del Estado como
promotor de la industria y abastecedor de servicios sociales (Gutiérrez y
González, 2010). Es en este contexto cuando se publica el denominado
informe titulado Nuestro futuro común. Desde una tierra a un mundo78, o
Informe Brundtland (IB).

Los temas principales tratados por la Comisión Mundial para el Medio


Ambiente y el Desarrollo, de la que emanó el IB, fueron la relación exis-
tente entre pobreza, degradación ambiental y desigualdad (Gutiérrez y
González, 2010). Allí nace oficialmente el término desarrollo sostenible
como un cambio en el enfoque del desarrollo mundial, que se había ca-
racterizado hasta entonces por su enfoque economicista del crecimiento
ilimitado. Se definió le definió como el «aseguramiento de las necesidades
de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad de que las
futuras generaciones puedan satisfacer las propias» (CMMAD, 1987). Los
objetivos del desarrollo sostenible, en ese primer momento, se centraron
en atender las necesidades del hombre, asegurar niveles sustentables de

78 Trabajo de la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo (CMMAD) en 1987.


población, conservar y mejorar la base de los recursos naturales, reorientar
la tecnología y el manejo de riesgos, e incorporar al ambiente en la toma
de decisiones (CMMAD, 1987).

A partir de entonces, la explosión de literatura, discursos, postulados y


actuaciones ha sido evidente. El desarrollo sostenible es mencionado en
prácticamente todos los planteamientos de política pública en los países
del mundo, y es el principio nodo del enfoque de responsabilidad social
corporativa de las firmas. Sin embargo, la masificación de su acepción ha
hecho que su verificación sea cada vez más difícil; a mayores menciones,
menor oportunidad de revisar cada una de ellas. Riechmann (1995) señala
que el término ha sufrido una profunda erosión semántica debido a las
múltiples definiciones y enfoques, a la adhesión con mayor vehemencia
de la clase política y empresarial y a la cantidad de inconsistencias pre-
sentes en su puesta en marcha a través de políticas, planes o proyectos.
Lélé (1991), por su parte, señala que el término de desarrollo sostenible
incluye una incompleta percepción de los problemas de pobreza y de-
gradación ambiental y una confusión acerca de las reglas de crecimiento
económico y participación.

304 Es importante reconocer, igualmente, que los problemas epistemológi-


cos del concepto de sostenibilidad o desarrollo sostenible devienen
de su carácter interdisciplinario, en el que se sobreponen ciencias con
objetivos y métodos que van en diferentes direcciones, especialmente
la economía en contraposición a las ciencias ambientales u otras cien-
cias sociales. Su amplitud ofrece un reconocimiento de las relaciones
que mantienen los subsistemas presentes de la biosfera, entre los que
se cuentan la economía y la sociedad, pero dicha relación se presta
para diversas interpretaciones y definiciones que, a la postre, terminan
dificultando su real concreción.

Así las cosas, las dimensiones económicas, sociales y ambientales se en-


cuentran en permanente tensión en cada decisión que toma el hombre
para apropiarse de los recursos que ofrece la tierra, y para cada caso
específico el peso o preponderancia que se le da a cada una de ellas
depende de los intereses o necesidades de los involucrados, y del valor
de los recursos analizados en el tiempo. La relatividad y la amplitud son,
por tanto, elementos que no permiten que la sostenibilidad sea definida
y compartida de manera unívoca, y que se suman a los ya explicados
anteriormente.
De esta manera, hay posiciones que aseguran que la sostenibilidad está
inclinada hacia la economía, debido a que se asumen las problemáticas
ambientales y ecológicas como desajustes del modelo que pueden ser
corregidos a través respuestas técnicas o científicas, o a través de meca-
nismos de corrección de externalidades (Labandeira, León y Vásquez,
2007). A esta postura se le conoce como sostenibilidad débil, la cual
tiene su fundamento en las críticas de los economistas ortodoxos hacia los
economistas ecológicos, y es practicada comúnmente por las empresas
en la denominada responsabilidad social empresarial (Martínez y Roca,
1999; Labandeira León y Vásquez, 2007). Hay quienes sostienen, por otro
lado, que el enfoque de sostenibilidad tiene un sesgo ambiental, tomando
como asuntos importantes para el desarrollo la contaminación del aire,
agua y suelo, así como la conservación de la biodiversidad, restándole
importancia a los asuntos de innovación y desigualdad, lo que dificulta la
efectividad de la política social y su relación con la política económica y
energética (Gutiérrez y González, 2010). Esta postura es muy frecuente en
organizaciones no gubernamentales y grupos ciudadanos representativos
denominados ambientalistas, ecologistas o conservacionistas. Sin importar
cuál sea el enfoque que predomine, resalta la falta de consensos para
definir cuál componente es el más importante y cuál debe ser la manera
de asignar o valorar dicha importancia. 305

Además de las dificultades de acercarse al planteamiento de la sosteni-


bilidad por lo motivos ya expuestos, habrá que añadir los obstáculos de
poner en marcha los objetivos definidos para este enfoque. Los críticos
del desarrollo sostenible señalan que los grandes fracasos se evidencian
en los resultados finales de las decisiones tomadas bajo esta perspectiva,
en especial, sobre políticas públicas y prácticas empresariales. Los argu-
mentos que más se reseñan para justificar el pesimismo de este modelo
de desarrollo es que desde 1987, año en el que se instauró en el debate
público internacional el concepto, no se evidencian mejoras sobre bio-
diversidad, cambio climático, pobreza y desigualdad, y se registar una
mayor presión por los recursos naturales renovables y no renovables (Leff,
2002, 2004, 2008).

Con respecto a las críticas del desarrollo sostenible, es bien importante


distinguir dos elementos: 1) los fenómenos que dieron lugar a su nacimiento
y 2) la incidencia de la implementación de las propuestas que tienen un
enfoque sostenible. Sobre el primer elemento, los fenómenos de deterioro
ambiental siguen teniendo una misma caus a escala global: el sobreconsumo
de la industria y de las élites de las zonas urbanas (Gutiérrez y González,
2010). Lo anterior tiene una conexión con la visión sobre el planeta Tierra
y las especies que habitan en ella, y las críticas se entienden desde una
visión antropocéntrica o de prevalencia del hombre en la toma de deci-
siones, que se sobrepone a las visiones biocéntrica o econocéntrica que
le otorgan el lugar principal a la naturaleza y la vida en general.

Dichas visiones, sin embargo, nos llevan a otorgarles una relevancia diferente
a cada uno de los componentes que tiene la sostenibilidad dependiendo
de situaciones particulares, culturales y visiones de mundo que podría tener
cada persona o cada tipo de sociedad. La discusión parece trasladarse
al terreno ético, con la dificultad de que las preferencias y las creencias,
sean estas personales o compartidas por una sociedad, son cambiantes en
horizontes cortos de tiempo y se dan dentro del paradigma de la comple-
jidad, en el que se incorpora el azar y la indeterminación (Gell-Mann, 1995;
Bonil, Sanmartí y Pujol, 2004). Queda claro, entonces, que los fenómenos
que dieron origen a los planteamientos del desarrollo sostenible siguen
presentes a la luz del análisis actual, pero que su interpretación depende
del enfoque del que se le mire.

306 Por otro lado, el segundo elemento por tener en cuenta con respecto a
las críticas del desarrollo sostenible es la incidencia de las propuestas que
tienen un enfoque de sostenibilidad. Una vez reconocemos que el enfoque
de desarrollo sostenible no tiene una única expresión, así como tampoco
una única interpretación, este no debe verse como un objetivo predefinido
en un espacio y tiempo determinado. Su validez y posibilidades de instru-
mentación dependerán de las visiones de las comunidades en un entorno
complejo, con condiciones cambiantes y con ponderaciones y pesos
específicos para los componentes analizados en cada caso específico.

En este sentido, una vez definidas todas unas variables interrelacionadas


entre sí a las que les asignan diferentes ponderaciones, se hace necesario
revisar los impactos que genera la toma de decisiones una vez aplicada
la propuesta, programa, plan o política en el campo social, económico y
ambiental. Desatender cualquiera de los componentes, o no analizar los
impactos de tomar una decisión en cada uno de ellos, puede fácilmente
conducirnos a lo que denomino paradoja de la sostenibilidad; es decir que
cada propuesta, política, plan o programa que se diseña bajo su sombrilla
termina empeorando a uno o más componentes. Los biocombustibles son
una buena aproximación a esta paradoja.
10.3.1 Ejemplo

El incremento de emisión de gases contaminantes en el sector transporte


por la quema de combustibles fósiles, así como el incremento del precio del
petróleo en el mercado internacional, hacen parte de los retos en materia
ambiental y energética del mundo entero. El impacto de las emisiones de
los vehículos y demás máquinas que requieren combustible trae consecuen-
cias negativas para quienes habitaban en las zonas cercanas a las fuentes
de emisión, incrementa los costos de atención en salud por enfermedades
crónicas asociadas a los contaminantes, contribuye a la emisión de gases
efecto invernadero responsable del cambio climático —trasladando los
impactos a otras regiones o naciones—, con lo cual alteran los ciclos de los
compuestos químicos necesarios para la vida (carbono y agua) e incrementan
los costos asociados a los desastres naturales. El incremento de los precios
del combustible, por su parte, es un factor multiplicador de la inflación en el
mundo, el cual afecta principalmente a los países y familias de bajos ingresos
y a los sectores que son muy vulnerables a los precios del petróleo, como la
aviación y la agricultura. Los combustibles son un claro escenario para hacer
valer los postulados del desarrollo sostenible.

La solución que se ha planteado a este fenómeno, desde el enfoque de 307


sostenibilidad, ha sido mezclar el combustible tradicional con etanol ob-
tenido a partir de biomasa (cereales y caña de azúcar), para disminuir la
cantidad de contaminantes atmosféricos sin alterar la eficiencia energética
del compuesto y disminuir la presión del precio del petróleo en el mercado
internacional. El mundo ha puesto atención a estas soluciones técnicas. Para
2012 se espera una producción de 11 000 millones de litros anuales, 35
países mezclan etanol a los combustibles que distribuyen, cuya participación
representa más de la mitad del consumo mundial, y se espera que en los
próximos años más países lo hagan (FAO, 2009).

Si se le compara con los impactos ambientales del combustible tradicional,


los biocombustibles han disminuido la emisión de gases efecto invernadero
del sector transporte, pero han incrementado la emisión al aire de PM10
y óxidos de nitrógeno —ecotoxicidad—, así como también aumentaron
la descarga de compuestos que contienen fósforo y nitrógeno a suelos y
aguas, con lo cual contribuyen a los procesos de eutrofización (Nanaki y
Koroneos, 2009). De la misma manera, se han ocupado áreas naturales para
el cultivo de las materias primas de los biocombustibles, tras lo cual se ha
ocasionado una disminución en la provisión de bienes y servicios ambientales,
así como un aumento en las emisiones de gases efecto invernadero por la
vía del cambio del uso del suelo (Gómez, Samaniego y Antonissen, 2008).

Por otra parte, el aumento en la demanda de biocombustibles ha desen-


cadenado una concentración de la producción y la tenencia de la tierra y
empeorando la desigualdad, ha incrementado los precios de los productos
agrícolas afectando el ingreso disponible de las familias y ha puesto en riesgo
la seguridad alimentaria de regiones enteras (Razo, Astete y Saucedo, 2007).
Por último, el precio de los biocombustibles no ha podido escapar de los
incrementos del precio del petróleo en el mercado internacional.

Actualmente, el tema de los biocombustibles es uno de los más debatidos


por académicos, políticos, organizaciones no gubernamentales y empresa-
rios, dados los impactos que genera a escala mundial. Es, sin lugar a dudas,
un caso hito que revela hacia dónde se mueve el mundo en cuanto a soste-
nibilidad. Importa para nuestro análisis, además, porque plantear soluciones
que intenten resolver las problemáticas de cada uno de los componentes
del desarrollo sostenible resulta complejo por las consecuencias que puede
desencadenar en componentes inimaginados o no contemplados, como la
concentración de la tierra y el aumento de la eutrofización, y que pueden
308 resultar más graves que los problemas que debían tratarse antes de la im-
plementación de la propuesta.

En este sentido, las dificultades propias de un concepto amplio, cambiante


y dinámico hacen que los resultados terminen siendo inesperados, incluso
contrarios a los objetivos planteados inicialmente para cada componente,
debido a la interrelación de fenómenos que son multidimensionales. Los
impactos de las medidas que tengan como fundamento la sostenibilidad
deben ser evaluados detalladamente, porque, como se vio en el ejemplo
anterior, los resultados pueden resultar empeorando la sostenibilidad.
Otorgarle el peso y preponderancia a cada uno de los componentes de
la sostenibilidad con respecto al diagnóstico que se haga de cada uno de
ellos, así como la evaluación de los impactos de la toma de decisiones en
cada uno de los componentes, son un importante paso para entender los
alcances del concepto en cada situación particular.

El éxito en la implementación de medidas que se diseñen bajo los criterios de


sostenibilidad depende de las mejoras que puedan hacerse en los campos
económicos, sociales y ambientales. Las críticas al desarrollo sostenible por
los pobres resultados que se tienen hasta el momento parecen encontrar
eco en la omisión de las consideraciones anteriores. Sin avances en los tres
componentes, en conclusión, no puede hablarse de sostenibilidad.

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Este libro se termino de imprimir,
el 10 de noviembre de 2014
en la Unidad de Publicaciones
de la Universidad de San Buenaventura, Bogotá

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