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24/5/2018 Instituto Napoleónico México-Francia

Instituto Napoleónico México-Francia -


Vida de S.M.I. el Institut Napoléonien Mexique-France
Eduardo Garzón-Sobrado, fundador.
Emperador y Rey S.A.I. & R. Jean-Christophe, Prince
NAPOLEÓN I Napoléon..

Breve cuadro cronológico razonado de las


COALICIONES EUROPEAS
(1792-1815)

Buches monstruosos en el festín de una nueva coalición


El rey Jorge III, la reina y el príncipe de Gales en una crítica de
la gula y codicie insaciables de la familia real de Inglaterra.
Acuatinta coloreada a mano de James Gillray (1757-1815).

Instituto Napoleónico México-Francia ©


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PRESENTACIÓN GENERAL
Por el Profesor
Sir Eduardo Garzón-Sobrado
De la Academia Nacional de Historia y Geografía (UNAM)
Presidente-fundador del Instituto Napoleónico México-Francia.

E n oposición a los mitos falaces, tan difundidos, machacados hasta el hastío en escuelas y manuales, que han deformado la
leyenda imperial, el EMPERADOR NAPOLEÓN, como todo militar y básicamente cualquiera que haya visto, y más aún, vivido y
sufrido en carne propia las atrocidades indecibles de un campo de batalla, sentía horror por la guerra, actividad a la que definía
de forma inequívoca y palmaria como « un oficio de bárbaros ». El Emperador era un hombre de una profunda bondad, clemente
y generoso, que amaba a la Patria, al pueblo y a sus soldados como a sus propios hijos, por lo que se entiende que, contrariamente
a los embustes arriba evocados y diseminados por medio de la enseñanza oficial y de su « leyenda negra », en toda su vida,
Napoleón nunca desencadenó una sola guerra.

En efecto, todos los conflictos bélicos que ensangrentaron y asolaron a Europa durante el periodo incorrecta e insidiosamente
llamado de las « Guerras Napoleónicas », y que sería más correcto – y sobre todo sincero – llamar de las « guerras de las
Coaliciones », le fueron impuestos por los monarcas que reinaban en el continente, enemigos de la Francia nueva, próspera,
dirigida y encarnada por Napoleón I, el campeón de los incipientes derechos del hombre y de las libertades civiles, grandes
principios reformadores que se diseminaban por el continente conforme el Emperador implantaba sus « masas de granito » a su
paso por una Europa absolutista, que luchaba encarnizadamente por conservar sus privilegios ancestrales y las prerrogativas de
sus élites dirigentes.
En efecto, en su núcleo, esta guerra a muerte tenía dos facetas, la económica y la ideológica, y estaba concebida, dirigida y
financiada por Inglaterra y su oligarquía usurera bancaria y financierista, para las cuales la prosperidad y la grandeza de Francia
representaba una grave amenaza para sus proyectos de una hegemonía colonial y comercial a escala planetaria. Para Albión,
depredadora y sanguinaria nueva Cartago, el estallido de la brutal e impía guerra civil durante la revolución francesa – por ella
financiada y activamente instigada por las élites masónicas – representaba pues una excelente e inesperada oportunidad de acabar
de una vez con su eterno y acérrimo rival, « su enemigo sobrenatural », como bien decía el inspirado León Bloy. Bástenos
mencionar aquí lo que anunciaba el ministro inglés William Pitt al Parlamento el 29 de diciembre de 1796: « Inglaterra no
consentirá nunca la reunión de Bélgica a Francia. Haremos la guerra mientras Francia no haya regresado a sus límites de
1789 ». Como sabemos, cumplió concienzudamente su palabra, y sus sucesores después de él, salvo durante el breve periodo que
duró la Paz de Amiens, del 25 de marzo de 1802 al 16 de mayo de 1803, misma que Inglaterra se encargó de romper por medio de
la piratería de Estado, violando los tratados y sus garantías de paz, lo cual denunciarían contemporáneos insignes de los ámbitos

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político e intelectual británicos como Charles James Fox o el poeta Lord Byron, entre otros. En el plano internacional, el
embajador de Rusia en Londres, el conde Simón de Voronzov, plasmó ese mismo año en los términos siguientes su testimonio
edificante de diplomático conocedor: « El sistema del gabinete inglés será siempre aniquilar a Francia como su único rival, y
reinar después despóticamente sobre el universo entero ». ¿Se puede ser más claro?

Ahora, retomando el caso preciso de los Países Bajos, arriba mencionado, Napoleón no era
responsable en absoluto de la anexión de Bélgica. Fue el gobierno de la Convención, el 1º de
octubre de 1795, el que la había votado la reunión de los países bajos austriacos y los había hecho
una provincia francesa, lo cual por cierto ya habían sido en el pasado. Señalemos que en ese tiempo
el joven general Bonaparte, encarcelado y caído en desgracia tras haberse negado a tomar el mando
– que le ha sido asignado por las autoridades – del ejército de la Vendea, una armada enviada
especialmente a esa región por el gobierno republicano con la misión expresa de ejecutar la «
descristianización » del Oeste y el exterminio total de los católicos, mujeres, viejos y niños incluidos
(decreto publicado en letras patentes por el Directorio el 1º de agosto de 1793, en el diario oficial
del Estado, el Moniteur). Esta masacre abominable, que ya se venía desarollando desde hacía
algunos años en esa región desolada por las más inimaginables atrocidades, constituye nada menos
que el primer genocidio de la era moderna. Cuando semejante asignación, proterva y deshonrosa, le
es comunicada, Napoleón queda mortificado y, arriesgando su posición, su futuro y hasta su vida
misma, la rechaza de golpe y de forma categórica. Independientemente de sus creencias personales William Pitt el Joven
y de su indignación del momento, él no concibe la guerra más que contra los enemigos de su país y El verdadero carnicero de
Europa.
no contra campesinos franceses, así fiueran éstos de una convicción opuesta a la propia. En ese
sentido, expresa su posición en una sentencia lacónica y clara: « ¡Nunca mi espada contra el
pueblo! ».
Borrado de inmediato de los cuadros del ejército, detenido y amenazado inclusive con ser guillotinado por insubordinación por
las autoridades del Comité de Salud Pública, Napoleón erraba entonces de antecámara en antecámara, azotando las calles, solo,
hambriento y enfermo, con su uniforme raído, viviendo al día y apenas logrando conseguir poco después un obscuro puesto
como empleado en una insignificante oficina topográfica...

La anexión de Bélgica ponía bajo control de Francia los puertos de Amberes y Brujas, importantísimas vías comerciales y de
desembarque en la Mancha, pero a pesar de ello, no era la verdadera causa del conflicto. Por encima de todo, como vimos más
arriba, la soberbia oligarquía mercantilista inglesa veía, apropiándose de paso las rutas comerciales y las riquezas coloniales en su
provecho exclusivo, el momento idóneo de destruir por fin a Francia, su enemigo secular, más allá de las pretenciones de ésta
última, motivo y excusa pretextual evidentemente, de exportar ideas de Libertad a través de Europa, grave amenaza contra el
sistema feudal imperante.
Por lo demás, trágicamente, a la vez que sobornaba y corrompía sin reparo a monarcas estipendiados para hacerle indefinidamente
la guerra al Emperador en lugar de Inglaterra, el rapaz Gabinete de Londres contó con la ayuda de los realistas franceses y de los
jacobinos para llegar a sus fines, que no eran otros que el total desmembramiento de Francia y su postrer rebajamiento a la
condición de nación dependiente de segundo, y de ser posible, tercer orden; las pruebas – por escrito – de estos funestos
designios, abundan, y muchas de ellas documentan e ilustran el contenido de este sitio. Ahora, es muy triste constatar, y más aún
decirlo, que con tal de recuperar sus antiguos privilegios, el rey de Francia, Luis XVIII, y la Casa de Borbón en general, no
obstante históricos adversarios de Inglaterra, se prestaron a esta infamante sociedad sin siquiera dudar en recurrir, de juzgarlo
necesario, a los medios más ruines, como la traición, el atentado, el homicidio por medio de asesinos a sueldo y el terrorismo
armado a través de víctimas colaterales inocentes. Para su desgracia, el pueblo de Francia nunca les perdonaría esta terrible
felonía, comparable en cierto modo al fenómeno más reciente de la Colaboración con el Socialismo Nacional durante la guerra de
1940-1945.

Así pues, siete coaliciones internacionales provocadas y financiadas todas por Inglaterra y sufragadas a grandes costos con
sus arcas (66 millones de libras de oro de la época, es la cifra oficial) fueron montadas contra Francia durante el periodo que se
extendió de 1793 a 1815. Por su lado, una vez que hubo dominado a la revolución, acabado con sus excesos y crímenes,
apaciguado y luego reconciliado al pueblo, restaurado la paz social, la religión y la libertad de culto, el orden, y las garantías
individuales, corresponderá al Emperador Napoleón defender a Francia enfrentándose personalmente, a la cabeza de la nación y
sobre el terreno mismos, a seis de ellas, aunque globalmente estuvo presente físicamente en todas y cada una de las mismas.

A continuación presentamos un breve cuadro cronológico de estos eventos, enriquecido con un resumen sucinto de cada
coalición.
Sugerimos igualmente, a manera de complemento introductorio a nuestro tema, la lectura en este sitio del artículo Algunos rasgos
de la acción firme y permanente de Napoleón en pro de la paz, del Coronel Émile Guéguen, el militar más condecorado de
Francia.

«Las Águilas francesas llevaron a los pueblos la Libertad y la Igualdad»


Sir Winston Churchill.

PRIMERA COALICIÓN (1793 – 1797)


Inglaterra, Austria, Prusia, Rusia, Holanda, España, Portugal, Cerdeña, Nápoles,
España, Estados de Italia

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El General Bonaparte en la batalla de Rívoli, el 14 de enero de 1797


Cuadro de Henri-Félix Philippoteaux (1815–1884).

En 1792, los ejércitos de la república francesa bajo el mando de Dumouriez y de Kellermann habían rechazado los ataques de los prusianos en
Valmy, y de los austriacos en Jemmapes.
En febrero de 1793, William Pitt, primer ministro inglés, que con su acotumbrada soberbia había pensado que los ejércitos organizados y
aguerridos de Prusia y de Austria se comerían de un bocado a los «sans-culottes», decide poner en pie una gran coalición de todas las
monarquías absolutistas de Europa para acabar con la naciente república francesa.
Ante lo apremiante de la amenaza, el ministro Lazare Carnot decide la leva en masa y se dedica a la organización y al entrenamiento de los
regimientos realizando lo que él llama la «amalgama»: en torno a núcleos de veteranos, coloca jóvenes conscriptos llenos de ardor y de
entusiasmo con la idea de pelear «por la libertad».
Pronto, los ejércitos de la república vencen en todos los frentes. Los príncipes italianos son los primeros en dejar la coalición, seguidos por
Prusia, Rusia, Holanda, España y Portugal. En la primavera de 1796, ya sólo Inglaterra, Austria y el reino de Piamonte-Cerdeña permanecen en
estado de guerra.
Es entonces cuando un joven oficial, Napoleón Bonaparte, fue nombrado General en Jefe del Ejército de Italia, y realizó la campaña fulgurante
que asombró a Europa...

1796:
12 de abril - Victoria de Montenotte
21 de abril - Victoria de Mondovi.
28 de abril - Armisticio de Cherasco con Piamonte.
10 de mayo - Victoria de Lodi.
15 de mayo - El general Bonaparte entra en Milán.
5 de agosto - Victoria de Castiglione.
8 de septiembre - Victoria de Bassano.
17 de noviembre - Victoria de Árcole.

1797:
14 de enero - Victoria de Rívoli
2 de febrero - Capitulación de los Austriacos en Mantua.
17 de octubre - La Paz de Campo-Formio pone fin a la guerra.

SEGUNDA COALICIÓN (1798 – 1802)


Inglaterra, Austria, Rusia, Reino de Nápoles, Reino de
Las Dos Sicilias, Imperio Otomano

La batalla de Marengo, el 14 de junio 1800

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Óleo de Louis-François, barón de Lejeune (1775-1848).

William Pitt, a sabiendas de que el general Bonaparte está Egipto, piensa poder vencer esta vez a los ejércitos franceses y restablecer a los
Borbones en el trono de Francia. Mediante el suministro de mucho oro, logra persuadir a Austria, a Rusia y al Reino de Nápoles de unirse a
Inglaterra para relanzar la guerra.
Las hostilidades arrancan en otoño de 1798 en el Reino de Nápoles, donde el General Championnet endereza bien pronto la situación en su
ventaja. El Rey Fernando IV debe escapar a Sicilia.
En marzo de 1799, el Directorio decide lanzar tres ofensivas, una en Baviera, la otra en Suiza, y la tercera en Italia. Creía en la superioridad de
sus ejércitos... pero Napoleón ya no estaba ahí.
Por su parte, Jourdan se topa con el Archiduque Carlos en Stokach el 24 de marzo y es vencido.
En cuanto a Masséna, en Suiza, no puede hacer nada mejor que conservar sus posiciones.

Sin embargo, es en Italia donde los reveses son más graves.


Schérer y Moreau deben replegarse frente a Souvarof y abandonar Milán.
Joubert, que había remplazado a Moreau, ataca a Souvarof en Novi le 15 de agosto de 1799. Muere en la acción y se produce un desastre; Italia
es perdida por Francia.
Felizmente, Masséna permite ganar tiempo. En la batalla de Zurich (23 a 27 de septiembre), rechaza a los rusos más allá del Rin.
Sobreviene enseguida el regreso del general Bonaparte, de vuelta de Égipto.
El 14 de junio 1800, ya a la cabeza de Francia en calidad de Primer Cónsul, Napoleón derrota a los austriacos en Marengo y, el 3 de diciembre,
Moreau vence a otro ejército austriaco en Hohenlinden. De estas victorias derivan tratados favorables para Francia pusieron fin a la guerra:
9 de febrero de 1801 - Paz de Lunéville (Austria).
29 de marzo de 1801 - Paz de Florencia (Nápoles).
25 de marzo de 1802 - Paz de Amiens (Inglaterra).

TERCERA COALICIÓN (1803–1805)


Inglaterra, Austria, Rusia, Prusia, Suecia, Nápoles

La batalla de Austerlitz, 2 de diciembre de 1805

En 1803, William Pitt, nuevamente al poder en Inglaterra, traiciona su palabra y sin previo aviso viola por las armas y por coerción la paz de
Amiens, declarando sólo después la guerra Francia al tanto que trabaja activamente para montar una nueva coalición. Al mismo tiempo,
también asiste al Conde de Artois en los atentados contra la vida del Primer Cónsul (conspiraciones de Cadoudal - Pichegru).
Bonaparte junta una armada en el puerto de Boloña con la intención de desembarcar en Inglaterra para imponerle la paz, pero los austriacos le
atacan por la espalda, invadiendo Baviera, reino aliado de Francia. Ante esta terrible amenaza, Napoleón, elevado a la dignidad de Emperador
de los franceses desde el 18 de mayo de 1804 y consagrado por el Papa Pío VII el 2 de diciembre siguiente, decide levantar el campo y dirigirse
a su encuentro marchando hacia el corazón de Europa. Captura al ejército del general Mack en Ulm el 20 de octubre 1805, y, el día siguiente, 21
de octubre, Nelson destruye la flota francesa en Trafalgar. Poco después tendrá lugar la gran victoria de Austerlitz sobre los ejércitos austro-
rusos el 2 de diciembre de 1805, día aniversario de la coronación.
El tratado de Presburgo del 26 de diciembre de 1805 pone fin a esta guerra. « Los ingleses son mercaderes de carne humana », confesará
cabizbajo el desencantado emperador de Austria, Francisco II, quien no por ello dejaría de seguir percibiendo en lo sucesivo cuantiosos
subsidios de los británicos para seguir agrediendo a Francia.

CUARTA COALICIÓN (1806 – 1807)


Inglaterra, Prusia, Rusia, Sajonia, Suecia

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La batalla de Jena, el 14 de octubre de 1806, por Ernest Meissonier (1815-1891).

Prusia, que no había sabido actuar en 1805, entra esta vez junto con su patrocinadora Inglaterra, Rusia y Suecia en una nueva coalición contra
Francia.
Tras rechazar las múltiples iniciativas de paz propuestas por Napoleón, quien de buena fe no entendía la razón de esta agresión, el rey Federico
Guillermo III y su ultra francófoba y muy beligerante esposa la reina Luisa presencian cómo, el 14 de octubre de 1806, su ejército es
literalmente aniquilado en dos batallas simultáneas: Jena, donde comanda el Emperador en persona, y en Auerstaedt, en donde dirige el
Mariscal Davout. Abrumados por la dimensión de la debacle, los fugitivos de los dos ejércitos prusiano se cruzan. Ambas fugas se confunden y
se mezclan en un desorden indescriptible ante los ojos aterrados de los soberanos prusianos venidos, como si se tratara de un desfile, a asistir a
la victoria de sus tropas.
Napoleón entra triunfalmente a Berlín.
No obstante, los rusos aprovechan el momento para lanzar a su vez una ofensiva y avanzan en dirección de Polonia; por su lado, sus aliados los
suecos se adentran en Pomerania. À fines de diciembre de 1806, Napoleón deja Berlín y tiene que marchar hacia tierras polonesas. Ahí
aclamado por la población polaca, que espera que les ayude a sacudirse el yugo de los rusos, el Emperador se instala en Varsovia.
Tras la batalla indecisa de Eylau (8 de febrero de 1807), Napoleón aplasta sin embargo a los rusos en Friedland, el 14 de junio de 1807.
El tratado de Tilsit, concluido del 7 al 9 de julio de 1807, pone fin a la guerra.

QUINTA COALICIÓN (1809)


Inglaterra, Austria, España

La batalla de Wagram, 6 de julio de 1809, por Horace Vernet (1789-1863).

A fines de 1808, Inglaterra trata de volver a organizar una nueva coalición de las potencias europeas contra Francia. Sólo Austria acepta, y
únicamente a condición que Inglaterra asuma los gastos de la campaña.
Soliviantados y con sus arcas llenas de oro inglés, los austriacos toman la ofensiva el 10 de abril de 1809. Serán vencidos en diversas batallas,
entre las cuales la más importantes son Eckmül, el 22 de abril, Essling, el 22 de mayo, y finalmente Wagram, el 6 de julio.
El tratado de Viena del 14 de octubre de 1809 pone fin a la guerra.

SEXTA COALICIÓN (1813 – 1814)


Inglaterra, Austria, Prusia, Rusia, Suecia

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La batalla de Montmirail, el 11 de febrero de 1814, por Henri Chartier (1859-1924).

Los enemigos de Francia, infatuados por el debilitamiento del Gran Ejército, decimado tras la campaña de Rusia en 1812, se reúnen
nuevamente para atacar a Napoleón; contando además entre sus filas con traidores como Bernadotte y el renegado general Moreau, quienes
poniendo por delante sus ambiciones e intereses personales no vacilan en tomar las armas contra su patria y sus hermanos, las operaciones
comienzan el 15 de abril de 1813. Quebrantando el armiticio de Pleiswitz, el 12 de agosto Austria se incorpora a la coalición y opera su junción
con las tropas prusianas, estimulada por un nuevo y generoso subsidio de 500 000 libras contantes y sonantes de parte del Gabinete de Londres.
A pesar de su desventaja, Napoleón es vencedor en Lutzen el 2 de mayo, en Bautzen el 20 de mayo, y en Dresden (26-27 de agosto). El 9 de
septiembre de 1813, Rusia, Prusia y Austria firman el tratado de Töplitz, por medio del cual apuntalan la coalición contra Francia
comprometiéndoe a colaborar apoyándose mutuamente con la puesta en acción de 60 000 hombres. Sin reservas ni caballería, el Emperador se
inclina ante el número en Leipzich (16 al 19 de octubre) y se ve obligado a replegarse sobre el Rin.

Ahora toda Europa exeptuando a Dinamarca, marcha contra Francia. Será la campaña de 1814 –la magnífica y gloriosa Campaña de Francia–
durante la cual Napoleón obtendrá sus últimas victorias:
29 de enero – Brienne,
10 de febrero – Champaubert,
11 de febrero – Montmirail,
18 de febrero – Montereau,
13 de marzo – Reims.
Ante este despliegue sin igual de genio estratégico y táctico, los Aliados, no obstante tan superiores desde el punto de vista numérico, dudan y
hasta piensan en retirarse. Sin embargo, gracias a los consejos de otro traidor, el príncipe de Talleyrand, prosiguen la lucha y apresuran su
marcha hacia París, evitando cuidadosamente a Napoleón y acometiendo contra sus generales, venciéndolos uno por uno. A la larga, demasiado
numerosos y favorecidos por el traidor Marmont, se hacen de París el 31 de marzo. Instado por sus mariscales descorazonados, Napoleón
abdica y parte en exilio a la isla de Elba, pequeño e irrisorio principado de opereta que los Aliados le han asignado.

SÉPTIMA COALICIÓN (1815)


Inglaterra, Austria, Prusia, Rusia

La batalla de Ligny, el 16 de junio de 1815

Bien al tanto del gran descontento popular en Francia tras el regreso de los Borbones (1), de vuelta a Francia en los furgones del enemigo
extranjero, y consciente del peligro que corre su vida en la isla de Elba, que hormiguea de espías y asesinos a sueldo de los ingleses, Napoleón
parte sigilosamente y desembarca en la costa francesa de Fréjus. Inicia entonces su marcha triunfal hasta la capital; ¡el águila vuela de
campanario en campanario hasta las torres de Notre Dame! Sin que se haya disparado un sólo tiro en el trayecto ni derramado una gota de
sangre, el Emperador llega triunfalmente a París el 20 de marzo de 1815 y es llevado en hombros por la muchedumbre delirante hasta el palacio
de las Tullerías. Entretanto los aliados se han reunido en el congreso de Viena.
A pesar de las garantías de paz presentadas por el Emperador, deciden de inmediato entablar una nueva campaña militar y lanzan su cruzada
agrupando una fuerza de 700 000 hombres que se prepara a marchar sobre Francia.
Para tratar de prevenir ese movimiento, Napoleón, con un ejército improvisado en apenas seis semanas, se dirige velozmnte a Bélgica. Vence a
los prusianos del infame Blücher en Ligny el 16 de junio, pero el extrañamente abúlico mariscal Ney no aprovecha su situación y pierde la
ocasión de controlar el cruce estratégico de Quatre Bras. En revancha, sin desperdiciar este descuido, los ingleses de Wellington se atrincheran
en posición defensiva cerca del pueblo de Waterloo, listos para escapar hacia el mar donde una flota los espera en caso de urgencia.
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El 18, las lluvias diluvianas convierten el terreno en un lodazal que hace muy difíciles los desplazamientos. Napoleón se ve entonces obligado a
esperar varias horas a que el terreno se seque, antes de entablar el combate, que será muy encarnizado. Al caer la tarde, prácticamente vencidos,
los ingleses empiezan a preparar su retirada. Sin embargo, a causa de los errores del mariscal Grouchy que no acude al campo de batalla ni ha
perseguido propiamente al ejército de Blücher, el Gran ejército se ve agobiado con la llegada sorpresiva de las fuerzas prusianas por su flanco
derecho, siendo derrotado.

De regreso a París, y ante la amenaza inminente de una nueva invasión extranjera, con las cámaras puestas en su contra por otro traidor más, el
siniestro Fouché, Napoleón se niega a hacer uso de la fuerza pública y, deseando evitar todo derrame de sangre civil y una posible nueva
revolución, decide sacrificar su persona a los intereses y a la paz interna de Francia, abdicando por segunda vez al trono.
Poco después, rechazando todas la ofertas de una fuga que juzga indigna de su título, de su rango y de su figura histórica, y después de
entregarse por su propio movimiento a Inglaterra, « el más constante y más generoso de [sus] enemigos » que fingió tenderle la mano sólo par
inmolarlo, el Emperador es deportado a traición a la remota isla de Santa Helena, donde, sometido a innumerables privaciones y a las más viles
vejaciones, será lentamente envenenado con raticida. Tras una larga y dolorosa agonía, morirá el 5 de mayo de 1821.
1) « Volver a caer de Bonaparte y del Imperio a lo que les siguió, es caer de la realidad a la nada, de la cima de una montaña a un abismo », escribiría el vizconde de
Chateaubriand, no obstante ser un intransigente detractor del Emperador.

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