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b.

El fundamento y los obreros (3:11–17)

11Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. 12Y si
sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, 13la
obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y
la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. 14Si permaneciere la obra de alguno que
sobreedificó, recibirá recompensa. 15Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él
mismo será salvo, aunque así como por fuego. 16¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu
de Dios mora en vosotros? 17Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque
el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

El primer y más importante concepto es que no hay otro fundamento que Jesucristo, que ha sido
establecido por Dios mismo.
Históricamente, la primera “piedra” de la construcción de la iglesia fue la cruz y la resurrección de
Jesús. Pero aún hoy, sin la predicación y la perseverancia de su pueblo, no habría iglesia posible.

CRISTO ES EL FUNDAMENTO (3:11)


1. Porque es la roca inconmovible de los siglos.
2. Porque su Palabra siempre permanece.
3. Porque fue anunciado por los profetas antiguos.
4. Porque todo puede sobreedificarse sobre él como base.

Más espacio ocupa Pablo en el análisis de los que construyen. No tiene reparo en afirmar: “Yo como
perito arquitecto puse el fundamento” (v. 10).

EL OBRERO COMO ARQUITECTO


1. Debe tener conocimientos, hacer planos y amar la belleza.
2. Cumple el paso inicial de la obra.
3. Depende de los demás para realizarla.
4. No ha de pretender hacerlo todo, ni permitir que lo obliguen a ello.
5. Debe cuidarse de poner a Cristo como único fundamento.
6. Recibe una gracia especial de Dios (v. 10a).

Por el otro lado, están los demás que participan. La construcción de la iglesia es un trabajo en
conjunto. Cuando Pablo dice que “otro edifica encima”, quizá insinúa a Apolos o quizá aporte una
idea más general. “Cada uno” tiene la obligación de sobreedificar y de cuidar la manera en que lo
hace (v. 10c). La responsabilidad de la tarea de evangelización y edificación es obra de todos. No
pocos miembros de la iglesia en Corinto estaban edificando torcidamente. Sin embargo, tenían el
fundamento correcto (v. 11)—y al menos en esto actuaban con responsabilidad.
Aquí Pablo habla de la iglesia local. Todo cristiano tiene la responsabilidad de colaborar en la
construcción de la iglesia. En el v. 12 hay una enumeración de materiales posibles, que van desde el
oro hasta la hojarasca. Primero, hay aportes de enorme diferencia y valor, a veces sin valor alguno.
Segundo, el creyente debe hacer su aporte para el edificio espiritual de la iglesia.
El problema con la hojarasca—símbolo de mala doctrina, por ejemplo, y de legalismo—es que se
quema; la idea del fuego como elemento de prueba es frecuente en la Biblia. Y volviendo al tema
de la recompensa, Pablo declara que el resultado se verá de dos maneras: por un lado, el cristiano
recibirá recompensa por lo que haga; por el otro, si “la obra de alguno se quemare”, no sufrirá la
perdición, pero la salvación que mantenga será alcanzada con las manos vacías y sólo por la
misericordia divina, “como por fuego” (v. 15).
Seguidamente Pablo inserta una idea que deduce de la anterior. Deja de hablar de “edificio” para
referirse a “templo”. La explicación es que cuando “el Espíritu de Dios mora en vosotros”, el edificio
pasa a ser templo, un lugar donde se adora y predica a Dios. Un grupo humano que se ama y que
proclama la verdad no llega a ser iglesia (o sea “templo”) si no lo hace con la dirección del Espíritu
Santo.
No es un templo eterno ya que en el cielo éste no será necesario (Ap. 21:22), de manera que está
expuesto a la destrucción. Es tan frágil como nosotros mismos, pero a la vez es “santo” (v. 17b). Por
lo tanto, ¡ay de aquel que lo destruyere! Si Pablo está pensando en los enemigos que persiguen o
en los falsos cristianos que corroen, no lo sabemos.

LA IGLESIA COMO TEMPLO (3:16–17)


1. Todos nosotros somos parte (17b).
2. Llega a ser templo por la presencia del Espíritu (16b).
3. Corre el peligro de ser destruido (17a).
4. Pertenece a Dios, quien retribuirá su edificación o destrucción (16b, 17a).

Para entender mejor otros temas, como por ejemplo los dones, es bueno mantener en mente este
esquema casi aritmético que nos presenta Pablo. El fundamento de Cristo más la obra del
arquitecto, más lo sobreedificado por todos los otros constituye un edificio. Y ese edificio más el
Espíritu Santo se convierte en templo de Dios.

Canclini, A. (1995). Comentario bı ́blico del continente nuevo: 1 Corintios (pp. 60–63). Miami, FL:
Editorial Unilit.

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