You are on page 1of 239

Agustín Pedrote Aznar

BernardO y Leviatán
Primera edición: 2009
Segunda edición: 2010
DR © Palabra de Clío, A. C. 2007
Insurgentes Sur #1810, Col. Florida
CP 01030 México, D.F.

ISBN: 978-607-95085-5-5

Coordinación editorial: José Luis Chong


Cuidado de la edición: Víctor Cuchí Espada
Diseño de portada: Omar Rubalcava
Diseño de interiores: Elena Pego

Impreso y hecho en México


www.palabradeclio.com.mx
Para Sandy
01010100 01100101 00100000 01000001 01101101 01101111

Para Ángel
01100111 01110010 01100001 01100011 01101001 01100001
01110011 00100000 01110000 01101111 01110010 00100000
01100011 01110010 01100101 01100101 01110010

Para Neguev, Samuel y Lisania


01101101 01101001 01110011 00100000 01100001 01101101
01100001 01100100 01101111 01110011
En la cabeza de Bernardo…
Al final siempre ella

Casi siempre los cambios nos hacen sentir mejor, pero en pocas
ocasiones me siento tan bien como hoy. Después de mucho esfuer-
zo, entre trabajo y estudio, terminé el doctorado que ha minado mi
sueño y mis fines de semana, y sumado a esto, se me invita a traba-
jar como director de una de las clínicas Madox. El doctor Madox
siempre ha sido uno de mis preferidos; sus teorías sobre rehabilita-
ción del subconsciente profundo cambiaron los tratamientos a fi-
nes de los años noventa: generar un ambiente propicio a la mejoría
—a lo que se suma un tratamiento que a cada padecimiento le da su
correcto tiempo de recuperación, terapias de música y relajación,
acompañado todo de una serie de sesiones personalizadas en las
que la presión era mínima así como sesiones diarias de ejercicio—
fue su éxito. Él siempre procura que la mitad de los pacientes de sus
clínicas sean casos que ninguna otra clínica quiere admitir y así dar
un poco de esperanza y a veces regresar a la vida a gente que no ha
tenido otra oportunidad…
Hace mucho que los nervios de iniciar una etapa nueva no me
hacían sentir burbujas en la cabeza. Amanecí antes que de costum-
bre y sé que llegaré a trabajar antes de tiempo, sé que me espera
algo bueno, sé que me espera un reto y quiero tomarlo con todo lo
que implique… Si estuvieras aquí…

5
La bienvenida…
Imponente clínica

A su llegada a la clínica y tras un brevísimo saludo a los responsa-


bles de las áreas, los recién llegados Bernardo y Braulio son guiados
por Joel, el jefe de enfermeros, un hombre corpulento ya entrado
en años, moreno y alto, con el cabello entrecano, la cara arrugada
y una fácil sonrisa en los labios; algunas manchas hepáticas marcan
sus muy velludos brazos. La clínica es mucho más grande de lo que
parecía desde el exterior que, en muchas ocasiones, había llamado
su atención. Localizada en un bosque muy cercano a la ciudad,
la construcción de mediados del siglo pasado, con cierto aire de
plantación sureña en los tiempos de la esclavitud, se impone con
el blanco de sus muros que contrastan con la espesura del bosque
a sus espaldas; las columnas de madera que sostienen la terraza que
a lo largo de la fachada recorta el edificio, proyectan una sombra
que invita a sentarse en el andador de madera con un par de mesas
donde, en otra época seguramente algunas damas tomaron tea con
limón. Todo contrasta con la firmeza de los canceles de aluminio
blanco reforzado que, si bien se integran a la construcción, le dan
una ruda imagen de fortaleza: la seguridad discreta pero presente
se declara sólo al ojo conocedor: sensores de movimiento y pa-
neles detectores de chips de identidad se instalaron en la entrada
de la reja y en el perímetro del terreno, así como en las entradas y
salidas del edificio, pero adentro de la clínica, la vigilancia es más
relajada, contando únicamente con sensores de presencia en las
habitaciones y alguna cámara en las zonas comunes, ya que había
que respetar la privacidad de los pacientes como principio básico
del sistema Madox de recuperación.
El recorrido por las seis salas y más de cien habitaciones dura
casi dos horas, hasta rematar en la elegante y amplia oficina de
dirección que, a pesar del lujo de la decoración, pierde su encanto
por la capa de polvo y las estanterías vacías a causa de los más de
tres meses de ausencia de un director general… Tras abrir las corti-
nas y los portones que miran a la terraza y a los enormes jardines,
Bernardo empieza a creer que es realidad… No ha habido una ce-
6
remonia de bienvenida ni la banda universitaria a su llegada; en
realidad, nadie de alta jerarquía del grupo de administración lo ha
recibido, pero sí ha encontrado sobre el escritorio un libro Esperan-
zas profundas del doctor Madox, junto a una tarjeta de bienvenida
de la mesa directiva.
Poco después, tres hombres entran con cajas llenas de libros y
documentos al despacho. Los letreros pegados en los costados de
las cajas indican que son para Bernardo: libros, expedientes, diplo-
mas, algunos cuadros y todas esas cosas que aderezan un escritorio
y que habían acompañado al Doctor durante los últimos años.
Dando una mirada al reloj, Bernardo se dispone a iniciar el tra-
bajo, está ansioso porque termine la visita guiada para empezar con
lo más importante… Necesita ver a los pacientes, interactuar con
los tratantes y enfermeros… Eso es lo que le hace sentirse vivo…
—¿Por qué no dejamos a los señores terminar la mudanza y
comenzamos a trabajar con los pacientes…? ¿Qué tenemos hoy,
Joel?
—Como cada lunes, terapias de grupo, aunque para esta hora ya
un par de salas lo hicieron. Seguramente llegamos a tiempo para
el Pabellón 3.
—Vamos… ¿por qué no de camino me vas hablando de lo que
vamos a encontrar?
—Es un grupo pequeño, doce personas, todos hombres y, diría
yo, todos con múltiples padecimientos. Por ejemplo, está Leonar-
do; lleva dos años con nosotros y habla muy poco; sufre de un des-
orden de limpieza compulsiva que lo orilla a no querer contacto
alguno con cualquier cosa que no haya limpiado él mismo y sólo
usa color blanco en su ropa. Él fue el que pidió a su familia que
lo ingresaran después de visitar varios lugares. También está Julián
que ha evolucionado correctamente de una esquizofrenia interme-
dia a una moderada, pero se estancó hace algunos meses desde
que le retiraron casi todos los medicamentos. El doctor Menéndez
espera que la combinación de terapias física, grupal y las sesiones
individuales poco a poco lo ayuden a salir adelante. Por otro lado,
está Guillo, un joven de apenas veinte años que, después de una
sobredosis, no ha podido recuperarse; le cuesta trabajo entender y
7
su edad mental apenas supera los dos años; es un caso triste, su fa-
milia se turna para venir y casi todos los días están con él por lo me-
nos una hora, y esperan que podamos mejorar su condición básica.
Por el momento, no es capaz de cuidarse solo; tenemos también
un agorafóbico de casi doscientos kilos que se llama René; tiene un
pésimo carácter y es una víctima de la tecnología. Pasó seis años
sin salir de su casa haciendo compras por Internet y teléfono, y
trabajando desde la computadora; de hecho, él actualmente trabaja
desde la clínica, y desde que llegó, ha bajado casi veinte kilos y la
terapia física comienza a corregir la postura que lo llevó a usar silla
de ruedas antes de que llegara. Encontrará también el caso de Tano,
que sólo habla incoherencias y presenta un desorden de atención
muy profundo; lleva más de diez años en distintas clínicas y con
nosotros llegó el año pasado. También están Ramón y Pablo que
se conocieron aquí, ambos con trastornos de identidad. Ramón,
además, tiene tendencias suicidas. Está Enrique, mitómano y clep-
tómano: él está aquí por un mandato judicial por reincidencia en
robo, y la corte lo declaró mentalmente inestable, así que estará
aquí hasta que la junta de libertad condicionada del estado lo con-
sidere curado. Y están tres desconocidos a los que les proporcio-
namos nombre: Tomás, que tiene, según los doctores, más de diez
padecimientos: desde desorden de identidad hasta bipolaridad, pa-
sando por fobias diversas, y Sergio, que fue atropellado y presenta
una amnesia profunda y sólo habla contra la pared… Y también
está Miguel; es un autista profundo de, creo, unos treinta años; y
para cerrar el grupo está Esaú de unos veinticinco años, quien ha
tratado de suicidarse en tres ocasiones, pero desde que está con
nosotros va reaccionando y entiendo que es posible que lo den de
alta en un mes o dos.
—¿Todos los grupos son tan diversos?
—Son parte de las políticas de la clínica; de hecho, los grupos
rotan cada seis meses; siempre se integran a pacientes distintos en
las terapias de grupo.
Al llegar a la puerta de la sala de sesiones, Bernardo mira a tra-
vés del cristal de la puerta para preparar su entrada. El panorama
es simple: una habitación pintada de blanco con suelo de placas
8
de plástico en tonos grises, un enorme ventanal con vista al bos-
que y trece sillas dispuestas en círculo. En la que da la espalda a la
puerta, con bata blanca y pantalones negros se encuentra el Psicó-
logo tratante, con una tablilla digital en la que toma notas mientras
se dirige a uno de los pacientes. Sólo siete sillas están ocupadas
por pacientes en sus uniformes normales a base de ropa deportiva
en color azul claro con una franja oscura y playera blanca, excep-
tuando a Leonardo, que viste completamente de blanco y está de
pie con los brazos cruzados evitando hacer contacto alguno con
su entorno. Después de unos segundos, Bernardo abre la puerta
y entra junto con Joel a la sala, y sin hacer ruido ni decir palabra
se ubica en la esquina para observar la terapia y a cada uno de los
personajes.
El grupo era difícil. Mientras Sergio, Esaú, Ramón, Pablo y Ju-
lián participaban abiertamente, Guillo simplemente se quedaba
sentado en la silla con la mirada perdida en el infinito con una
delgada línea de saliva que escurría por su labio y empapaba un
babero. Por otro lado, René yacía inmóvil y ausente, mientras Tano
no paraba de hablar muy bajito, sin ningún sentido. Pero la aten-
ción de Bernardo se dirigió a Tomás, quien sentado en una silla
que, a diferencia a las demás, no apuntaba al centro del círculo sino
a la silla de la derecha de Miguel. La participación de Tomás en la
terapia es extraña. Sin dejar de atender al terapeuta, parece explicar
en todo momento al autista lo que ocurre, en tono bajo y sin in-
terrumpir; de hablar lento y sereno, enfrenta la mirada perdida de
Miguel como retándolo a no verlo…
Al terminar la sesión y después de un breve saludo a su cole-
ga, Bernardo regresa junto con Joel a su oficina; de camino, im-
presionado por la diversidad del grupo, comienza a imaginar los
tratamientos de cada caso… Cubre todas las áreas, le emociona
pensar en llevar un grupo tan amplio. Es como aplicar todos sus
conocimientos al mismo tiempo… La posibilidad de aplicar todo
lo que sabe…
—Me gustaría tomar este grupo.
—Buena elección… Según dicen, es el más difícil.
—De cualquier modo, pienso hacer un programa de trabajo para
9
participar con todos los pacientes. Pero este grupo me gusta como
reto… No quiero remover al tratante, pero me gustaría participar
en las sesiones complementarias mientras tomo algunos casos para
mí. ¿Quién me proporciona los expedientes?
—Todos están en digital. Espero que para cuando llegue a su
despacho ya le hayan activado su computadora.
En su oficina un hombre de mantenimiento daba los últimos
toques a las conexiones de los equipos personales de datos; el pol-
vo que antes cubría los muebles había sido limpiado y todas las
cajas de los objetos personales de Bernardo ya están colocadas en
tres montones junto a la mesa de lectura cercana a los estantes de
libros. Mientras pasaba la puerta, el chip de identificación implan-
tado en su brazo activó el saludo de la computadora.
—Buenas tardes, doctor Seler. Por favor, se requiere identifica-
ción de registro de voz. Repita su nombre tres veces.
—Bernardo Seler, Bernardo Seler, Bernardo Seler.
—Su identificación de voz ha sido concluida satisfactoriamente.
Tiene dos correos en su bandeja de entrada.
—Ponlos en pantalla.
El hombre de mantenimiento continúa su trabajo sin emitir pa-
labra mientras en el escritorio un monitor se enciende y aparece el
primer correo. El remitente, la mesa directiva de las clínicas Madox,
da la bienvenida a Bernardo. Tras una breve lectura del contenido,
Bernardo estira la mano y con un roce del índice indica a la compu-
tadora que aparezca el segundo correo: le informa dónde está la ofi-
cina de sistemas de la clínica e incluye archivos como el directorio
de pacientes y empleados, la línea directa para ubicar expedientes y
los formatos de reporte y solicitudes.
—Desactivar.
El monitor se apaga, mientras que el hombre de mantenimiento
empaca su herramienta y girando la cabeza se despide de Bernar-
do y sale de la oficina. ¡Por fin solo! —piensa Bernardo— mientras
se acerca las cajas de sus personales; abre una de ellas, saca dos
fotografías y las pone sobre el escritorio. De otra caja extrae una
gruesa libreta de notas con años de uso reflejados sobre sus pastas;
sentándose en el sillón Le Corbusier que lo ha acompañado los últi-
10
mos diez años de un trabajo a otro, se dispone a anotar…” el lugar
es mejor de lo que esperé… ¡si sólo estuvieras aquí!. La clínica es
perfecta, y los pacientes complicados a primera vista. Estoy ansioso
por empezar a trabajar, pero primero quería que compartieras este
momento conmigo”. Ya de pie inicia su trabajo.
—Activo.
—Buenas tardes, doctor Seler. ningún correo en su bandeja de
entrada.
—Acceso a los expedientes básicos de los pacientes del Pabellón 3;
únicamente información general sin seguimiento ni notas de
tratantes.
—Archivo de básicos pacientes Pabellón 3 generado.
—Genera también un archivo de todos los pacientes de la clínica
con datos generales y resumen de seguimiento y recomendaciones
de tratamiento, actualizándolo todos los días.
—Archivo de pacientes generado.
—Genera horario de terapias personales para mañana de los pa-
cientes del Pabellón 3 y dame itinerario para visitarlos a cada uno
en su habitación.
—Archivo de terapias personales generado.
—Despliega en monitor horario de actividades de hoy.
—Desplegado.
La tabla dinámica que aparecía en el monitor era muy clara:
dice que es hora de la comida de los pabellones 4 y 6. El grupo
del Pabellón 5 tiene terapia en el jardín y hay mucho movimiento
en la clínica: terapias individuales en el ala norte y fisioterapia a
pacientes de poca movilidad en la alberca. Es como soltar a un
niño en una juguetería… Sin estar seguro de lo que prefiere, decide
continuar con la tarde de trabajo fuera de la oficina; un día normal
en la clínica Madox…
Cada paso en el interior de la clínica asombraba más a Ber-
nardo. Las áreas comunes se caracterizan por un ambiente agra-
dable y pacifico, pintado en blanco y colores pastel muy claros,
y siempre acompañado de grandes ventanales de policarbonato
que muestran un jardín saturado de flores en un espeso bosque.
De las habitaciones no podía decirse que correspondan a una clí-
11
nica para pacientes mentales. En cada una, un ventanal sin rejas,
si bien protege a los pacientes al ser de policarbonato antibalas, da
una sensación de libertad absoluta; el mobiliario de aeroplast no
constituye un riesgo, pues no puede utilizarse como arma o ariete,
por lo que en cada habitación se puede ver una mesa y una silla
además de la cama… El color blanco que predomina en el interior
sólo se ve interrumpido por unas muy discretas líneas en el suelo
que indican los recorridos a los pabellones y áreas: alberca, gimna-
sio, tanques de hidromasaje, salones de terapia, un pequeño teatro
que a veces funciona como cine, así como los consultorios de más
de veinte doctores tratantes y salas de trabajo para los otros trein-
ta… Es verdaderamente enorme, pero aun con su tamaño se respira
paz en todos y cada uno de sus rincones; contrasta con el concepto
de estancia de recuperación psiquiátrica que la gente tiene, casi tan-
to como lo hace el propio Bernardo como todos los de su gremio,
que en aras de darle un toque freudiano a su aspecto, adquieren
rasgos, como la barba larga y los trajes oscuros con camisas claras,
los lentes a media nariz o las largas batas.
El aspecto de Bernardo es relajado y casual, vestido normalmen-
te con pantalones de gabardina y camisas de marca con colores
estridentes en las que nunca se pone una corbata, su cara tan per-
fectamente afeitada como escapado de un anuncio de rastrillos que
resalta las pecas que cubren su diminuta nariz y el cabello entre-
rrojizo que ondea libremente con el peinado casual que ha usado
desde la adolescencia; siempre ha pensado que un psicólogo debe
identificarse con la gente y no con sus problemas. Quizás por eso
comulga tanto con las ideas Madox.

Expediente de pacientes

Caso Tomás Bit


Ficha básica:
Fecha: jueves 29 de mayo del 2014
Paciente: no identificado, se le conoce en el hospital como Tomás Bit
Fecha de nacimiento: Desconocida
Edad: de 39 a 43 años
12
Antecedentes familiares: Desconocidos
Fecha de ingreso: martes 6 de octubre del 2009
Origen: el paciente ingresa después de once meses de evaluación en
la cárcel del estado, donde no pudo ser diagnosticado, ni se le en-
contró ningún antecedente o delito; se encauza a la clínica Madox
con la intención de evaluar y tratar; no se considera peligroso, pero
el juez de distrito que turnó el caso considero que su estabilidad
mental, así como la ausencia de datos personales o de un familiar
que se hiciera cargo, pudiera poner en riesgo su propia vida, lo an-
terior en base a las condiciones físicas de abandono en las que fue
encontrado.
Observaciones: según los antecedentes descritos por mis colegas, el
paciente ha saltado en cuando menos seis ocasiones a diferentes
grupos sintomatológicos, lo que bien podría indicar o un error de
diagnóstico o un caso extraordinario para estudio psicológico.
Las variaciones de comportamiento han ido del síndrome obsesivo
compulsivo, según evidenció el cúmulo de basura encontrado en
la cueva donde fue hallado hasta alucinaciones sobre viajes en el
tiempo, esto sin olvidar las fobias a cosas tan extremas como la luz
y cualquier instrumento eléctrico.
Según el expediente médico tiene dos cirugías practicadas: la pri-
mera, una apendicetomía mediante el procedimiento normal de los
años setenta, y la segunda es la reparación de una fractura de peroné,
con una placa perforada y cuatro tornillos, que, según el reporte de
ortopedia seguramente ocurrió hace más de doce años, pues la placa
carece de numero quirúrgico rastreable.
El médico que lo revisó a su ingreso al hospital hace dos años, lo
describió como varón de entre treinta y cinco y cuarenta, caucásico
de un metro noventa y ocho de estatura, cincuenta y dos kilos de
peso; presentó quemaduras en pies y manos; las quemaduras ya ci-
catrizadas cubrían la zona palmar y dedos de todas las extremidades,
así como pérdida de diez y seis piezas dentales; al parecer las piezas
fueron extraídas a golpes dados por sí mismo.
En dos años de tratamiento con cuatro diferentes psicoanalistas se
evalúa al paciente al día de hoy como inestable con posible trastor-
no bipolar, de conductas cambiantes. Sin embargo, el resumen del
13
área de psiquiatría reporta que tanto los test de IQ como los de cono-
cimientos y estímulo respuesta lo presentan como sobresaliente.
Los exámenes demostraron pensamiento tridimensional, lo cual ubica
al paciente como superior al promedio en la asimilación, fenómeno
común en autistas, pero muy lejano a cualquiera de las sintomato-
logías presentadas, lo cual bien podría asociarse a los males de sa-
turación que presentaban en la década pasada los controladores de
vuelo; el entendimiento de lo abstracto y las valoraciones de reflejo a
estimulo visual determinan una respuesta un quince por ciento supe-
rior a la grafica normal; aunque se opuso a las pruebas de valoración
de respuesta en monitor, las respuestas graficas por método de Helian
demuestran que no existe perdida de proporción, no siendo así en las
respuestas afectivas, en las que no expresa ningún apego específico.
Las habilidades físicas, a pesar de haber sido deterioradas por una
atrofia muscular generalizada provocada por desnutrición y falta de
actividad muscular por un periodo largo, no muestran haber sido afec-
tadas permanentemente y con los primeros meses de terapia física
demostraron una función de normal a buena.
Tanto el electroencefalograma como la tomografía cerebral no mues-
tran datos de alteración estructural ni electrofisiológica, mostrando
graficas normales.
En las pruebas combinadas de actividad cerebral bajo estímulo, de-
mostró que aun cuando pierde frecuentemente el hilo de una con-
versación y cambia el tema, su cerebro no interrumpe funciones, con
lo que bien podría demostrar capacidad multitarea distractiva, como
lo describió el doctor Lewis en su tratado sobre La locura de los genios,
donde la actividad cerebral se ocupa de dos o más cosas a la vez hasta
que por obligación una predomina y desecha a las demás.
En comparación con los registros de los demás pacientes, el expe-
diente de Tomás Bit es pobre y poco claro, sumado a esto, las notas
de los tratantes no son secuenciales, dejando espacios en blanco en
el desarrollo de las sesiones.
Entendiendo que los antecedentes, así como las circunstancias del
caso son confusos, considero pertinente obtener mi propio diagnósti-
co basado en sesiones de terapia individuales con el paciente…

14
Sesión Tomás…
Primer encuentro

Tras asomarse por la pequeña ventana en la puerta de la habitación


y ubicar a Tomás sentado en el interior del cuarto, al parecer dibu-
jando sobre una cartulina, Bernardo abre la puerta con la familiari-
dad de quien llega a casa, con lo que llama la atención del paciente;
Tomás gira el dibujo dejándolo boca abajo como evitando que el
intruso vea lo que hace, mientras se pone en pie muy despacio sin
dejar de mirar al doctor, con una actitud suave en el rostro casi
retando al doctor a ver quién era capaz de mostrar la cara más
amigable.
—Hola Tomás, soy Bernardo. Desde hoy seré tu doctor y me
gustaría que pudiéramos ser amigos.
—Ése es un argumento que ya he escuchado. A la fecha he teni-
do ya nueve amigos entre doctores y enfermeros, ¿para qué nece-
sito otro más?
—¿Considerarías posible que el que necesite amigos sea yo?
—Es una extraña consideración, pero siendo así puedes venir
cuando quieras y es más, sé que así lo harás. Eres bienvenido siem-
pre y cuando respetes las políticas de amistad que rigen este hermo-
so cuarto dos cero tres de la casa de locos.
—Esto no es una casa de locos; estás en un hospital de rehabilita-
ción, es más, te puedo decir que lo consideran un centro de reposo
para la recuperación.
—Como digas, pero es mi cuarto y son mis reglas, además como
ya dijiste, tú eres el que quiere un amigo… ¿no?
—Ok, ¿cuáles son las reglas?
El doctor saca la tablilla electrónica de su administrador de da-
tos para tomar notas, la pantalla se ilumina mostrando los datos ge-
nerales de Tomás avanzando lentamente en la pantalla hasta llegar
a un espacio en blanco para las anotaciones del día.
—Debo decirte, nuevo amigo, que este lugar se rige a la antigua,
como en tiempos medievales, por lo que no quiero en mi pequeño
reino ni cámaras, ni computadoras, ni organizadores, ni teléfonos,
ni grabadoras, ni ningún tipo de artefacto inventado después del
15
siglo catorce. Sólo rudimentos primarios, diría yo ancestrales, por
lo que te suplicaría apagar tu juguete y acatar desde este momento
esta simple regla.
—Anotada la regla uno.
Bernardo apaga el administrador de datos, cierra la pantalla y lo
guarda en el bolsillo de la bata.
—Si rompes la regla uno pierdes un amigo… Ésa es la regla dos
y eso te dolerá mucho, pues sólo un estúpido o alguien muy nece-
sitado de amistad querría ser mi amigo, y aunque si tienes cara de
estúpido, no creo que lo seas.
—Espero que eso sea un cumplido.
Tomás da la espalda a Bernardo y mirando el infinito por la ven-
tana guarda un par de minutos de silencio antes de seguir hablan-
do. Respira profundamente un par de veces y reanuda el dialogo:
—Me imagino que ya leíste todo de mí y sabrás que he dejado
de hablar por meses con mis amigos, y también habrás leído que lo
hice por que infringieron mi sencillo reglamento… Puedo decirte
las muchas cosas que has leído de mí, y como las transformarás en
cosas nuevas…
—No, en realidad no leí más allá de tu ficha básica, pero de lo es-
crito por mis colegas preferí no formarme un criterio de su opinión
y conocerte sin prejuicios.
—Eso no es ético, rompes reglas.
—No todas las que parecen reglas son buenas; el leer o no tu ex-
pediente para mí no es una regla, y si así lo fuera, preferiría hacerlo
después de conocerte y así no tener una opinión basada en la de
otra gente…
—¿Sabes que con lo que dices afectas las variables?… ¿sabes que
con un comentario así arruinas la estadística?…deberías de agrade-
cer que mi estricto reglamento te cuide en este cuarto.
—No te entiendo, ¿de qué estadística hablas?
—La tuya propia que afecta a la mía y sólo Dios sabe cuántas
más.
—Cuéntame sobre las estadísticas y las reglas.
—Las reglas… Digamos que son sólo lo que hago, pero no lo
que quiero y las estadísticas para mí no son nada, sólo números
16
y más números, vectores gráficos que dan tendencias y modos y
¿sabes lo más curioso ?… Vivimos confundidos pensando en que
los números son diez… y sólo son dos. Es algo así como los man-
damientos, nos enseñan siempre que son diez, hasta que nos en-
teramos que son dos… ¿Es curioso?, ¿no?… seguramente Dios
conoce el futuro y por eso nos dejó un mensaje oculto… ¿Sabes,
Doc? Nunca había pensado en esto. Durante un momento Tomás
mira las paredes de su habitación y murmura muy bajo mientras
cuenta con los dedos; la expresión de su cara resaltaba cierta sor-
presa, parecía que ha descubierto algo nuevo… como si su mente
hubiera aclarado un enigma de años; casi cinco minutos le lleva
poder retomar la plática, mismo tiempo que Bernardo utiliza para
ver detenidamente al paciente. Nada en él parece ser típico pero sí
normal; no acusa temblores en las manos como los que frecuente-
mente se ven en episodios de ansiedad como el que al parecer está
pasando, tampoco desvíos de atención, pues, en realidad, parecie-
ra que está dando una secuencia relacionada en todo momento,
más bien parece que sufre una profunda angustia por no poder
expresar claramente las ideas. Sin embargo, su hablar calmado y
educado, sumado al lenguaje que utiliza, le muestra a Bernardo
claramente que no se trata de desvaríos o pérdida de atención.
Por el contrario, está tan profundamente metido en el tema del
que habla que, por momentos, hace anotaciones al margen. Parece
examinar su propia elocución, como se confirma cuando repenti-
namente continúa.
—No… creo que no… Dios hubiera sido más directo. De cual-
quier modo, ésa es la idea. Además, si Dios hubiera querido que no
pasara, no lo habría permitido… Entonces el problema no es Dios;
lejos de eso pensaría que todo viene de que nosotros juguemos a
serlo… Casi podría interpretar que en nuestro afán de parecernos a
Él estamos tratando de controlar nuestro entorno; ¿sabes, Doc que
el hombre no ha podido crear de la nada una gota de agua?… algo
tan básico como una gota de agua. Dios nos pone el rocío por las
mañanas y lo peor es que estamos haciendo cosas descabelladas…
Queremos ser jueces cuando somos los culpables… o seremos…
—Explícame más… ¿de qué crees que somos culpables?
17
—Unos, de jugar a ser los jueces, y los otros, seguro les encontra-
remos algo… En este juego la inocencia no existe.
—Yo me declaro inocente.
—Algo malo habrás hecho.
—Te puedo decir que me siento una buena persona.
—Buscando algo se le puede encontrar hasta al más santo, ade-
más, ¿tú qué me puedes decir? Eres un profesional de escudriñar
en la vida de los demás para encontrar sus culpas más ocultas y
rescatarlos de ellas cuando ni siquiera sabían que existían.
—Escudriñar en la vida de la gente siempre tiene sorpresas, pero
no toda la gente es mala.
—¿Qué opinas de hacer un espionaje de su pasado?
—Me estás probando. Es una utopía, el pasado es tema de histo-
ria, el espionaje se refiere a una actividad presente.
—Pudiera decir que no es así Si verificamos una secuencia lineal
de eventos bien podríamos decir que son… como decirlo… como
vectores de física. Es como si la demostración de una teoría fuera
el fundamento del que nació. Déjame explicarlo… las explicacio-
nes de las cosas pueden ir más allá de lo ocurrido; en realidad,
se derivan de sus consecuencias… ¿Cómo hubiera explicado esto
Einstein?…
—¿Por qué no mejor lo explicas cómo tú lo harías?
—El problema de mis explicaciones es que dudo que alguien
pueda entenderlas. El concepto es tan abstracto que la realidad
queda en segundo termino, justo atrás del buen juicio…; juicio
como el que se supone que no tengo. Pero ése es tu trabajo: demos-
trar que yo estoy loco mientras yo te demuestro que, en realidad,
todos los demás lo están y eso es cuestión de tiempo, precisamente
como todo, cuestión de tiempo y procesos que ocurren en él, lap-
sos que aderezados de nuestras vidas, generan fórmulas y resultan-
tes, números y opciones que hacer con ellos…
Tomás murmura explicaciones matemáticas nuevamente sin
que se entienda lo que dice; gira y otra vez da la espalda al Doctor,
rasca su cabeza y aprieta las manos claramente sudorosas desespera-
do por no saber cómo explicar. Bernardo lo contempla analizando
su aspecto; le era difícil, con lo poco que había leído de él podér-
18
selo imaginar. El día anterior lo había visto sentado y en el grupo
de terapia no lo había observado fijamente… Un enorme hombre
consumido por su propia vida, su cara era como un mapa, lleno de
líneas de expresión resaltadas entre cicatrices de fuertes golpes que
habían reventado su pómulo izquierdo. Sin embargo, sus hombros
muestran de un hombre corpulento y atlético venido a menos, el
cabello café rojizo que al brillo del sol que entra por el ventanal re-
fleja las canas que prematuramente cubren una media luna de sien
a sien, los movimientos lentos como de anciano, el hablar pausa-
do, da la apariencia de un hombre entrado en los setenta, encerra-
do en un muy maltratado cuerpo de cuarenta, de piel muy blanca
y barba cerrada, inmaculadamente afeitada, el cabello peinado con
raya a un lado trazada perfectamente; igual de perfectamente er-
guido, luce la ropa sin una sola arruga, no descuida la postura en
ningún momento y parece haber coordinado la velocidad de los
movimientos físicos con la de su hablar. A Bernardo le parece una
película en cámara lenta, como si desde que entró en esa habita-
ción todo corriera a una velocidad menor, aunque no sea así.
—El concepto es muy claro, pero con tantas variables por anali-
zar se puede hacer muy largo, aunque el sendero corto sería el del
entendimiento abierto. Pero eso depende de querer ver y no sólo
de mirar, de cualquier modo el enfoque… jamás entendería como
viajamos en el tiempo.
—¿Viajamos?… tú viajas en el tiempo.
—Ya lo dejé de hacer, entendí que es insano, pero seguramente a
usted lo están llevando al futuro y no lo sabe.
—Explícamelo.
—Tendría que entender primero que lo que estropearon mañana
tendrán que arreglarlo ayer…
Nuevamente murmura en voz baja; Bernardo, mientras Tomás
sigue explicándose solo el asunto, se distrae viendo la habitación:
impecable, la cama perfectamente tendida, algunos libros, una
mesa con un block de dibujo y un frasco de tinta negra junto a
unas plumillas muy delgadas y unos cuantos lápices usados, todos
colocados en orden de mayor a menor, y con la misma distancia
entre cada uno de ellos; el block colocado en perfecta alineación
19
con el borde de la mesa que parece una grafica cartesiana entre
transversales y paralelas, le indica claras obsesiones del paciente,
pero en realidad nada que no haga el promedio de la gente consi-
derada normal.
Curioso por el contenido de la cartulina, Bernardo se acerca a la
mesa para girar la hoja del block y repentinamente la mano de To-
más lo sujeta fuertemente de la muñeca. Su rostro ha cambiado de
amable y relajado a una expresión rígida y dominante; su manera
de hablar se engrosa, y el tono familiar se desvía terminando repen-
tinamente con los tuteos. Unos segundos de contemplación entre
ambos y Tomás enfrenta al Doctor mirándole fijamente a los ojos.
—No, doctor, usted todavía no merece ver mis dibujos; además
se terminó el tiempo de mi terapia. Usted llegó hace una hora die-
cisiete minutos y trece segundos.
Tomás suelta la muñeca del Doctor y gira el cuerpo quedando
de frente a la ventana dando la espalda nuevamente a su inter-
locutor… Un nuevo periodo de silencio los acompaña hasta que
Bernardo reanuda el dialogo.
—¿Cómo lo sabes?… yo mismo no sé cuánto tiempo hace que
llegué y tú ni siquiera tienes reloj.
—En realidad no lo necesito, ni usted lo necesita. El tiempo
se mide por los latidos de corazón y por los pasos que damos,
también lo sentimos en el sueño y el hambre, por cierto, es la una
cincuenta y dos, y en unos minutos nos llamaran a comer.
El doctor mira el reloj sólo para darse cuenta de que la hora que
Tomás le dijo es cierta. Sorprendido de momento, pero pensando
que Tomás bien podía haber visto el reloj en su muñeca, decide no
presionar en este primer encuentro y darlo por terminado. Piensa
que al hacerlo logrará integrarse mejor con el paciente.
—Tienes razón, hablaremos en otro momento, y me gustaría que
supieras que puedes hablar conmigo cuando quieras.
Mientras el doctor camina a la puerta escucha la voz de Tomás
que lo llama;
—Doc, quiero un favor especial.
—Dime.
—Sé que escribirá mi expediente esta tarde.
20
—Sí, así es.
—¿Podría escribirlo de un modo especial?
—Un modo especial… ¿Cómo?
—Le parecerá más loco que yo, pero me gustaría que lo escribie-
ra a mano sobre papel y con lápiz… se que el papel no es fácil, pero
también se que querrá cambiar cosas con el tiempo.
—Considéralo un hecho, ¿quieres algo más?
—En este momento no, sólo que sea cierto lo que dice.
—Así será, Tomás.
—Gracias.
Bernardo sale de la habitación dando un pequeño adiós con la
mano a Tomás que ya no lo mira y ha fijado su vista en el infinito
por la ventana que da al inmenso jardín.

21
Notas Bernardo…
Primera impresión

Aun cuando considero inusual realizar el seguimiento en papel,


quizá esto me gane la confianza de Tomás. Lo encuentro inteli-
gente, pero su atención es difusa; parece estar atendiendo muchas
cosas al mismo tiempo, lo cual podría indicar cierta tendencia es-
quizofrénica, pero es consistente e impositivo y aun cuando habla
repentinamente solo, no parece estar dialogando con voces que
le hablen. Por el contrario, parece tratar de explicarme las cosas y
se ve traicionado por no poder hacerlo; en cuanto a lo afectivo,
no demuestra apego a cosa alguna, aunque la protección de sus
dibujos me pareció más un modo de sembrar en mi curiosidad y
generar una expectativa sobre él, y su extrema pulcritud desento-
na con el diagnostico inicial de síndrome impulsivo compulsivo.
Extrañamente no permite crear una imagen clara en el primer im-
pacto, por lo que creo necesario tomar con prudencia y armar un
cuadro conforme avancen las sesiones, sobre todo considerando la
dificultad de tratar de ganar su confianza.
Es territorial y le gusta demostrarlo. Su breve reglamento y los
límites que impuso, sobre todo al defender la hoja en la que tra-
bajaba, así como su primer comentario acerca de las veces que ha
dejado de comunicarse con sus tratantes anteriores, es su modo de
advertirme sobre la necesidad de guardar distancia, Sin embargo,
creo que busca todo lo contrario. Espera atraerme a través de la
curiosidad; es astuto y le gusta demostrar dominio y mando, cosa
que me dejó ver en los periodos de silencio en los que seguramente
esperaba que yo diera inicio nuevamente a la conversación.
Expresa una obsesión con los números y sus aplicaciones. Pa-
reciera que buscara cómo explicar cada evento con una fórmula
matemática; aunque no demostró relaciones afectivas. En más de
una ocasión trató de implicar en sus resoluciones matemáticas la
existencia y el consentimiento de Dios, pero no parece ser una ten-
dencia religiosa sino más bien un parámetro de comparación.
Según me reporta Joel, las relaciones de Tomás con el personal
de la clínica son cordiales y tranquilas, y con los demás pacientes
22
casi no tiene contacto, excepto con Miguel quien por su condi-
ción profunda, no manifiesta respuesta alguna a esta relación. Es
extraño pensar que pretenda socializar sabiendo que no habrá res-
puesta. Considero más que tratan de protegerlo de los demás, al
verlo aislado e indefenso, lo cual contradice la falta de apego y la
ausencia de pertenencia que demuestra en todo lo demás.

23
Sesión Tomás
Salto cuántico… futuro, presente, pasado

Jueves por la mañana y en el programa de Bernardo la siguiente


sesión individual era con Tomás. La extraña sesión anterior lo ha-
bía dejado inquieto y con mucha curiosidad… No era el paciente
promedio que esperaba encontrar. Rumbo a la habitación de To-
más, Bernardo apaga su computadora; una de las normas de la
clínica Madox es que al iniciar una sesión con un paciente, no pue-
de contradecirse las peticiones básicas del paciente, con el fin de
generar un clima de confianza en el que poco a poco se descubran
los lineamientos de rehabilitación que éste requiere. Así que, con
las manos vacías, Bernardo atraviesa la puerta. Encuentra a Tomás
sentado de espaldas a él y mirando por el ventanal que da a una
vista tranquilizadora del bosque; la habitación luce con el extremo
orden que Bernardo había percibido en su visita anterior…
—Hola, doctor… Llega un poco temprano. Pensé que podría
terminar de contar las hojas del maple antes de su llegada… ¿Le
importa si termino mientras analiza mi actitud?
—Podríamos hablar mientras; dudo mucho que puedas contar
las hojas del maple sin verlo por todas sus caras… ¿Qué te parece si
mejor hacemos nuestra sesión, y después sales y las cuentas desde
cerca?
Tomás sale de su concentración y gira el cuerpo en dirección a
Bernardo quien se sienta en el borde de la cama con una actitud
relajada.
—¿No le enseñaron la importancia de seguir el juego del loco
para poderlo llevar a los terrenos de la curación?
—Sí, pero en tu caso no aplica. Creo que tú más bien eres de los
que les gusta trabajar en los terrenos del conocimiento.
Tras un silencio prolongado en que Tomás parece pensar pro-
fundamente sobre la respuesta correcta al comentario de Bernardo,
se pone en pie y continúa con la conversación.
—Eso es nuevo. Ninguno de mis anteriores amigos lo había
hecho… Creo que tengo a un intelectual ante mis ojos… Dígame,
doctor… ¿de qué quiere hablar ahora que me acorraló?
24
—¿Qué te parece si me hablas de los viajes en el tiempo? Por lo
visto es algo que te obsesiona.
—No me obsesiona, simplemente me sorprende.
—¿Por qué?
—Porque es imposible, y sin embargo se hace.
—Explícamelo.
—Verá… el pasado es un hizo, el presente es un hace, y el futuro
es un hará.
—Sí, pero eso es sólo un cambio de tiempo en un verbo.
—Es más que eso: el huracán que llegó ayer a la Florida, salió
hoy en las noticias, y mañana moverá las acciones en la bolsa.
—Sí, es una secuencia como todo en la vida.
—El problema doctor es cuando el huracán llegara mañana a
Florida y hoy aparece en las noticias… Eso puede hacer que ayer
la bolsa hubiera perdido y que los inversionistas perdieran ayer
cuando apenas mañana pegará el huracán; lo peor es que aun no
sabemos si en realidad pegará o no…
—La gente toma muchas decisiones anticipadas. Sobre todo ante
catástrofes, es muy común que ante la proximidad de un desastre
natural, y evaluando los posibles daños, se tomen precauciones.
—Algunas veces cuando no hay nubes, los hombres del futuro
ven tormentas…
—Dime de esos hombres del futuro… ¿Los has visto?
—Sé que los veré, y me van a perseguir.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque no he encontrado cómo evitarlo, sólo están esperando
a que ocurra su tiempo para hacerlo.
—¿A que ocurra su tiempo?
—Sí, ellos no pueden romper el tiempo y venir al pasado.
—Déjame ver si te entiendo… Me estás diciendo que los hombres
del futuro te van a perseguir, pero que aun no lo pueden hacer.
—En realidad, creo que aún no lo saben, pero ya lo sabrán. Sólo
es cosa de llegar al mismo punto del tiempo, y entonces yo pasaré
a ser parte del pasado.
—Me confundes, si ellos no pueden venir al pasado, ¿como sa-
bes que te quieren atrapar?
25
—Ellos llevan espiándonos muchos años…
Tomás pierde su vista en la espesura del bosque durante un par
de minutos.
Por momentos parece que desconectó la mente del cuerpo; su
respiración es casi imperceptible, de pronto y ante el asombro de
Bernardo, gira y se sienta frente a la mesa, toma un lápiz, abre su
block y sin dejar ver a Bernardo, parece que redacta algunas no-
tas…
—Perdone, doctor, algunas veces recuerdo lo que tengo que di-
bujar, y si no lo hago en el momento puede ser que pierda para
siempre la inspiración.
—Cuéntame que recordaste.
—Nuestra plática me recordó una variable del futuro.
—¿Cómo es eso?
—Me acordé de algo que tienen extraviado en el futuro y cómo
evitar que lo encuentren.
—Explícame más: me parece muy interesante lo que me dices,
aunque en realidad entiendo muy poco.
—¿Alguna vez de niño se robo las cartas del vecino?
—Creo que todos lo hicimos de algún modo y en algún momento.
—Pues me robé las cartas de mi vecino, y entre ellas venía la
cuenta de su tarjeta de crédito; así que para cuando se dé cuenta,
se habrá pasado su fecha de pago y no podrá comprar más… Qué
bueno que vino, Doc… Sin su ayuda, no se me hubiera ocurrido…
Es una de esas ideas que se derivan una de otra y para cuando se
da cuenta no recuerda de dónde salió la idea y cómo llegó a ella; es
más, no recuerdo dónde estaba nuestra plática…
—Esto te pasa muy seguido, según me doy cuenta… En nuestra
reunión pasada lo hiciste varias veces.
—No pensara que lo hago a propósito. En realidad, me está gus-
tando hablar con usted. El tiempo se va rápido y la conversación
es buena e inspiradora… Casi le podría decir que sufrí un salto
cuántico desde que usted llegó hasta este momento. Es como leer
un buen libro y dejar pasar la vida a su entorno; mientras uno
imagina el lugar descrito por el autor, el tiempo, la gente, etcétera,
la realidad desaparece brevemente para aparecer después y dejarlo
26
a uno con la intensidad de un tiempo desaparecido… Como ser
abducido y dejado instantes después…
—Ser abducido… Hace mucho que no escuchaba ese término… y
salto cuántico me es muy poco familiar… ¿Que es un salto cuántico?
—Es la increíble teoría física sobre viajar en el tiempo… pero es
una estupidez.
—Me extraña mucho tu comentario… ¿Cómo dices que viajar
en el tiempo es una estupidez y me dices que los hombres del fu-
turo te están buscando?
—Porque no es lo mismo… Uno no puede viajar en el tiempo…
Si se pudiera, ¿usted cree que no hubieran regresado ya para evitar las
grandes catástrofes de la historia?… ¿No piensa que hubieran podi-
do ayudar con las ancestrales peleas religiosas o, bien, terminar las
hambrunas o evitar los desastres naturales?… No, en realidad no
pueden… sólo pueden tener la paciencia de esperarnos y cuando
lleguemos… fastidiarnos… Eso sí, muy bien fastidiados…
Tomás comienza a hablar bajito, como en la sesión anterior; la
velocidad y el volumen no le permiten a Bernardo entender lo que
dice, pero no quiere interrumpirlo. Es importante dejarlo actuar tal
como es; después de todo, la mayoría de los diagnósticos se dan
por el estudio del comportamiento normal del paciente… Tomás
poco a poco va dejando de susurrar y nuevamente se pierde en el
infinito sin decir nada; está de pie a pocos centímetros de la venta-
na y su actitud es relajada, con las manos tomadas suavemente en
la espalda…
—¿Sabe, Doctor?… La mayor parte del tiempo no me encuentro
aquí… Casi siempre estoy en el futuro peleando… Casi siempre
me encuentro desmantelando sus armas y buscando sus puntos
vulnerables… Mucho tiempo paso en otros lugares atacándolos
donde más les duele, y a pesar de que usted no lo ve; yo puedo ver
como llegan a nosotros y nos están haciendo daño… Algún día los
verá… abrirá los ojos y se dará cuenta de que han estado todo el
tiempo cerca de nosotros…
—¿Están aquí en este momento?
—Aquí… no… Esta habitación está curada de enemigos, pero
en muchos lugares de la clínica ya se han instalado.
27
—¿Me enseñarías a verlos?
—Está entre mis planes, pero no será hoy; requiere ser ejercitado
en la batalla para que no lo atrapen a la primera oportunidad…
Con el tiempo entrenará sus sentidos y va a ver lo invisible… va a
ver que no le miento…
Un breve silencio de Tomás que se ve interrumpido por el toque
de la puerta y Joel se asoma tras ella.
—Doctor Seler, llegó el grupo de residentes de primer año. ¿Los
quiere recibir o prefiere verlos más tarde?
—Dame un momento, entretenlos unos minutos en el auditorio.
Mientras Bernardo atendía a Joel, Tomás se sienta nuevamente
dándole la espalda.
—Perdona la interrupción, por favor continúa Tomás.
—Mejor atienda sus asuntos, Doc, lo mío va a llevar más de un
momento; es más, me tiene aquí a su voluntad; mientras usted no
lo diga, yo no estoy cuerdo… Además, ya pasó el tiempo que yo le
tenía destinado hoy.
—Pero el que yo destiné para ti aún no… Sigue, háblame de es-
tos visitantes del futuro… ¿Cómo puedo protegerme de ellos?
—No tengo la receta milagrosa; por el momento sólo siga con
mis reglas. Por cierto, el que no tome notas frente a mí no me ga-
rantiza que no lo esté haciendo a mi espalda… ¿Si no es capaz de
hacer lo fácil, como quiere que lo ayude cuando llegue lo difícil?
—No te preocupes, tus notas, como me lo pediste, están siendo
tomadas a lápiz… ¿Que más tengo que hacer?
—Esta, Doc, es la enseñanza de hoy, y no habrá más hasta que lo
vea ejerciéndola… ¿Recuerda cómo eran nombrados los caballeros
en la Edad Media?
—Sí, el rey les tocaba los hombros con la espada y después se las
entregaba.
—Algo así; el aspirante a caballero entregaba su espada al rey y
se arrodillaba ante él, bajando su cabeza en señal de que ponía su
vida en manos del soberano… En esta posición vulnerable dejaba a
la decisión de su rey si lo nombraba caballero o le cortaba el cuello,
ésta era la demostración máxima de lealtad…
—Y de aquí ¿cuál es la enseñanza que debo tomar?
28
—El caballero podía matar al rey antes de entregar su espada,
pero el rey confiaba en él, y el rey podía matar al caballero fácil-
mente, pero ¿cómo hacerlo si peleó durísimas batallas por su rey y
además está poniendo su propia vida en la confianza de él?… Ese
momento en la vida de un caballero o de un rey es la expresión
máxima de confianza… Si yo pusiera mi vida en sus manos ¿usted
sería capaz de poner la suya en las mías?
—Es una pregunta muy difícil.
—En realidad, es difícil, pero en algún momento es necesaria.
Sin embargo, lo importante no es quién pueda morir, más bien es si
se es capaz de confiar en que la persona que está enfrente usará mi
arma para matarme… La enseñanza es si de verdad puedo confiar
en usted y si usted puede confiar en mi… ¿Sabe como lo lograban
ellos?
—No, dímelo tú.
—Normalmente habían peleado la misma batalla… Ayúdeme a
pelear, para poner mi espada en sus manos.
Tomás termina su frase y guarda silencio mirando al infinito.
Luego de cinco minutos, Bernardo sale de la habitación despidién-
dose sin recibir respuesta alguna…

29
Notas Bernardo…
Cambio de decisiones

A pesar de haber optado inicialmente por no leer los expedientes


completos de cada paciente y solamente tomar la ficha de infor-
mación básica, considero al paciente Bit inusual, por lo que creo
importante revisar conceptos básicos de mis colegas tratantes sobre
este caso. El expediente es enorme y, sin embargo, a pesar de existir
coincidencias básicas en forma, todos diagnostican distinto de fon-
do, por lo que prefiero resumir coincidencias y analizar discrepan-
cias con el fin de iniciar correctamente mi propio diagnostico.
En todos los casos, el paciente solicitó que su seguimiento y eva-
luación se realizara con papel y lápiz; sólo dos tratantes lo llevaron
a cabo y ambos expedientes coinciden en el formato básico de des-
cripción del paciente como calmado, con educación elevada. Los
tratantes que continuaron sus expedientes en electrónico describen
un paciente serio, reservado, poco colaborador y difuso en su aten-
ción, lo cual coincide en lo que vi en mi primera visita. Considero
seguir su reglamento; puede ser la forma de abrir las puertas del pa-
ciente y poder dirigir bien su terapia. Los comentarios sobre la con-
fianza y su comparativa medieval, parecen apoyar la teoría inicial de
que me está probando y midiendo en alcances y tolerancia.
Según los expedientes, ninguno de los tratantes ha podido conti-
nuar con las terapias, siendo siempre interrumpidas por periodos de
silencio o agresión, y aunque los dos médicos que fueron atacados
ponen en sus notas no entender por qué el repentino cambio, no
consideran que Bit sea un paciente peligroso. En ambos episodios
agresivos, el paciente tuvo de su lado la ventaja y no la utilizó; pu-
diendo haber matado a uno de los doctores, suspendió su periodo
agresivo y él sólo se dirigió a su habitación, encerrándose y dejando
de hablar nuevamente, y aunque comparando las circunstancias de
ambos casos no existe un detonador común, ambos tratantes lleva-
ron archivos electrónicos en contra de la voluntad del paciente, lo
cual pudo haber sido un agravante. El tener la ventaja de su lado y
no utilizarla me da un paralelo sobre el nombramiento de los ca-
balleros. Creo que me quiere demostrar que él sí está depositando
30
su confianza, pero que le están fallando. Es interesante la similitud
con su relato; creo que sabe que empecé a leer los archivos de su
comportamiento y se está justificando prematuramente.
Le gusta analizar, y aun con su modo distraído, busca en los mo-
mentos precisos conductas en su interlocutor que le delaten alguna
mentira. Es evidente que en cada pregunta busca el movimiento de
mis ojos, seguido de una breve mirada al lenguaje de mis manos;
está acostumbrado a leer la conducta y muy probablemente así
supo que los tratantes llevaban sus notas en digital.
No existe ningún antecedente a su aparición en el bosque y el
expediente policiaco y el dictamen que lo hace llegar a la clínica
sólo indica las evaluaciones del psicólogo dictaminador de la poli-
cía y la trabajadora social, así como una solicitud de internamien-
to, dejando poco sobre lo que trabajar. Los diagnósticos emitidos
durante su estancia en la clínica, parecen hablar de diferentes per-
sonas, y si bien su carácter es cambiante, no parece tener personali-
dad múltiple, aun cuando su atención sea difusa en los momentos
climáticos de sus pláticas. Ya en tres ocasiones ha interrumpido su
elocución comenzando a hablar muy bajo y al parecer sin sentido,
retomando la plática como si fuera una simple laguna mental, lo
que contrasta con su encefalograma que presenta una gráfica total-
mente normal.
La siguiente sesión con Tomás debería presentar cambios que
favorezcan nuestra relación. Creo pertinente hacerla en mi consul-
torio y hacerla en diván como un paciente externo, con el fin de
buscar reacciones a nuevos sitios.

31
Sesión Tomás…
Todo a su tiempo

Un breve saludo y diecinueve minutos de silencio principia la te-


rapia. Al parecer, el consultorio de Bernardo mantenía abstraído a
Tomás, que desde su llegada casi ha ignorado al Doctor en el lugar
y se la ha pasado leyendo los títulos de los libros de cada uno de
los estantes de la oficina. Desde que entra, mira por encima el es-
critorio, la credenza, examina el monitor apagado y esboza una muy
leve sonrisa, pero desde que ve la enorme pared repleta de libros
y las cajas en el suelo de los tomos que aun no han sido incluidos
en las repisas, se acerca a ellos y sin hablar empieza a leerlos todos,
deteniéndose en algunos en especial y leyendo el nombre con voz
muy baja…
Bernardo, mientras tanto, lo deja ser y comienza a tomar notas
en unas hojas sobre el escritorio. Conoce cada libro en esa pared y
le llama la atención el interés en algunos de ellos…
—Espero que no haya desperdiciado el dinero comprando toda
esta sabiduría para dejarla en la pared… ¿Ya los leyó?
—Orgullosamente todos, Tomás… Algunos más de una vez.
—Un hermoso modo de perder el tiempo… ¿Sabe cuántos tiene?
—Nunca tuve la curiosidad de contarlos.
—Sin contar los de las cajas, son seiscientos ocho.
—Cuentas rápido… ¿Qué más viste en mis libros?
—La posibilidad de mudar mi morada a su consultorio. Parece
divertido tener tantas cosas para leer, sobre todo cuando puedes
acariciar un papel y ver la impresión en sus hojas en lugar de des-
truir la vista en un monitor.
—Puedes leer lo que quieras; es más, te diría que te lleves un par
de libros y los cambies cada vez que los termines… ¿Que te gusta
leer?
—Ciencia ficción.
—¿Por qué?
—Porque casi siempre se convierte en realidad.
—Tienes algún favorito.
—Aldous Huxley con su mundo feliz… Creo que fue poco ati-
32
nado, aunque sí innovador… Debo decir que en algún momento
me siento el salvaje de mi propia novela… ¿Podría llevarme este?…
Es La isla del tesoro.
—Claro… Pensé que elegirías algo de ficción.
—A veces prefiero interpretar a Einstein leyendo un clásico.
—¿Que tiene que ver Einstein con un clásico?
—Cuando se lee un clásico se está demostrando la relatividad
del tiempo.
—Explícamelo… Eso sonó muy interesante.
—Lo puede ver de dos modos: bien se puede demostrar que el
tiempo es relativo, pues yo leo en un presente cuando se escribió
en otro, como decirlo…
Tomás comienza a caminar lentamente en círculos poniendo
la mano sobre la mandíbula y fijando la vista en el infinito como
si buscara la correcta interpretación de lo que pretende expresar…
Murmura, balbucea y frunce las cejas antes de seguir hablando.
—Imagine al escritor mientras con una larga plumilla que moja
en el tintero comienza a escribir el relato que arma en su mente…
que pasados los años y mediante un traductor, un par de capturis-
tas, una editorial y algunas monedas después, llega a sus manos y
después a las mías… Durante todos esos años, alguien pone la pau-
sa al relato y sólo se quitó hasta que planté mis ojos sobre el papel
y empecé a leer lo que él quería que yo leyera, es decir que por un
breve instante él viajó al futuro o yo al pasado para que, a través de
su escritura y mi lectura, nos comunicáramos… Así que mientras
leo, casi escucho la voz de alguien que dejó de existir hace muchos
años… Es como si el tiempo sólo existiera en algunas cosas, y otras
dieran la vuelta… Esto ya lo explicó Einstein, como le comenté…
El universo es curvo y no lineal; algunas veces el evento final y el
inicial están en el mismo lugar y no en el recorrido… ¿Ha leído a
Einstein?
—No lo suficiente, según me doy cuenta.
—Imagine, Doctor: una estrella a unos quinientos años luz de la
tierra… o sea muy cerca… y piense que hace unos trescientos años
que explotó… ¿La imagina?
—Sí.
33
—Pues el autor del libro en mis manos quizás se inspiró en esa
misma estrella que brillaba en el cielo de la noche para escribir
algún pequeño párrafo en que habla de ella, y que posiblemente
al leer yo esta noche ese párrafo por cuestión de empatía literaria
o mera casualidad al mirar al cielo la vea… ¿sabe, Doc?… Ni él
ni yo estaremos viendo la estrella… La estrella dejó de existir hace
mucho, y lo que en realidad vemos es la luz que emitió muchos
años antes de morir… Vemos su último suspiro, pero a través de
toda mi vida y posiblemente durante muchos años después de
mi muerte, seguirá brillando en el cielo como testimonio de lo
relativos que somos… Y lo más curioso es que ella fue la primera
en morir…
—Creo que es la versión más ligera de la teoría de la relatividad
que he escuchado.
—La cuestión, Doc, es que le siguen llamando teoría cuando es
una realidad. El problema es que, como simples humanos, sólo
tenemos la capacidad de perturbar la esencia de la relatividad, y nos
está negado el acceso a cosas mayores… pero no hemos dejado de
tratar…
Tomás se acerca al diván, y se acuesta cómodamente tomando
el libro y comienza a leer.
—¿Por qué no me das un poco más de tu tiempo antes de leer?
Deja que terminemos esta sesión y tendrás un par de días de lectura
antes de que nos veamos nuevamente.
—Yo le diría que apure sus preguntas. Su tiempo se está termi-
nando
—¿Por qué te obsesiona tanto el tiempo?
—En realidad no me obsesiona, simplemente me preocupa, pero
no en el sentido convencional de la gente; en general todos se
preocupan por la edad y el tiempo de hacer las cosas, la escuela,
casarse, ser padres, abuelos, etcétera, a mí lo que me desespera es
no poder frenar que ocurra… ¿Alguna vez pensó en la velocidad
del tiempo?… Usted mismo debe haber dicho en alguna ocasión
“que rápido se me fue este año”… Pues es cierto… Pese a que un se-
gundo es un segundo como lo quiera ver y medir, en realidad para
cada uno es distinto… Por ejemplo, una tortuga vive más del doble
34
que un humano pero con un costo… sus movimientos son mucho
más lentos, su corazón late a otro ritmo, sus músculos trabajan a
otra tensión… En cambio, un ratón corre diez veces más rápido
que un humano, su corazón va a más del doble y sus reflejos son
de la tercera parte de su tiempo de reacción, es decir, podría decirse
que la vida de los tres es la misma a diferentes velocidades, como si
el tiempo pasara distinto para cada uno…
—Te entiendo, y ¿qué quisieras hacer del tiempo?
—A través de los años y con el fin de mejorar y facilitar nuestras
vidas, hemos diseñado aparatos casi mágicos que operan a mayor
velocidad que nosotros, desde la industrialización hasta hoy, y lo
peor es que nos obligan a pensar y actuar más rápido de lo que
nuestros cuerpos fueron diseñados… Estamos trabajando a mar-
chas forzadas.
—Por eso no te gusta nada que tenga que ver con tecnología.
—No soy un retrógrado o algo así, ni reniego de lo que nos faci-
lita la vida, pero un día los robots nos van a matar… Por los libros
sé que le gusta la ficción. Ha pensado que mucho de lo escrito se
ha cumplido… Los virus de las computadoras que en el sesenta y
ocho cuando no había las computadoras personales que describió
Arthur C. Clarke en Dos mil uno odisea del espacio… ¡Imagínese dos
mil uno!… Ha pasado diez años de su fecha profética y aun no
pasamos de Marte… Imagine que en esas fechas no existía la no-
ción de lo que llegaron a ser los virus hace unos pocos años y ya
se hablaba de ello. Bacterias computacionales, se les puede llamar.
La ficción fue profecía, y si bien profetizó sobre un tema, muchos
otros aún no se cumplen, pero pueden cumplirse… Puede imagi-
nar a los jóvenes que cuando vieron la película en el cine salieron
impresionados con la tecnología futura sin saber que ellos eran los
verdaderos creadores, que ellos, con el paso del tiempo, desarrolla-
rían lo que hasta ese momento no existía… En algún lugar, en este
momento, una mujer le cambia el pañal a un futuro premio Nóbel
mientras piensa en lo difícil que le va a ser darle estudios en un
mundo en que cada día la vida le será más difícil… Y lo más curio-
so es que esas mismas dificultades son las que le darán el carácter
necesario para sobresalir en la vida…
35
—Háblame de esos años… De cuando eras joven y te asombraba
la ficción y la tecnología que algún día nos fue alcanzando.
La cara de Tomás cambia de aspecto… Retira los ojos del libro y
mira fijamente a Bernardo. Su tono se endurece nuevamente.
—No recuerdo haber vivido días así. No trate de usar sus argucias
para saber mi pasado. Tomás Bit no tiene ningún pasado anterior a
su llegada a esta estúpida cárcel disfrazada de manicomio…
Bernardo procura encauzar la plática. En el expediente de Tomás
había notado estos repentinos cambios de temperamento como
detonador de sus periodos de silencio, y prefería dejar que Tomás
sintiera que tenía el control del espacio. Era muy importante para
la terapia en una etapa tan joven que no dejara de hablar.
—¿Entonces nunca te asombró la ficción? Creí entender lo
contrario.
—Me asombra ver que se cumple. Los viejos libros de la biblio-
teca con que contamos aquí son, en su mayoría clásicos, entre los
que se encuentran muchos de ciencia ficción: De la tierra a la luna,
Veinte mil leguas de viaje submarino, Dos mil uno y Dos mil diez, Fahren-
heit cuatro cinco uno y muchos más. Se asombraría de la mente visio-
naria de algunos autores… El propio Julio Verne se sentiría más que
satisfecho con los submarinos nucleares de hoy… ¿Me entiende?
Aunque el tono de Tomás había llegado casi a los gritos, al ter-
minar su comentario es ya normal y se relaja mientras se recuesta
nuevamente.
—Mejor de lo que piensas, Tomás…
—Siendo así, creo que no tenemos nada más que hablar hoy…
¿Puedo llevarme algún otro libro además de éste?
—Sí, los que quieras.
Tomás se pone en pie y va directo a cuatro libros más que retira
de las repisas. Se acerca al escritorio, toma el lápiz que Bernardo
tiene en sus manos y escribe el título de los libros sobre las notas
de la sesión. Para asombro de Bernardo, desde el lado opuesto del
escritorio, escribe de modo que el Doctor lo pueda leer, empezan-
do por la última letra y terminando el párrafo por la primera, con
letra entendible al revés y de cabeza.

36
Notas Bernardo…
Imprimiendo impresionantes impresiones

El impresionante despliegue de capacidad gráfica de Tomás, al es-


cribir los títulos de los libros, demuestra su gran habilidad de pen-
samiento tridimensional y alardea al demostrar superioridad mental
ante el psicoanálisis. Los desvaríos de carácter y elevaciones de tono
son sólo un arma para evitar ser cuestionado en el aspecto personal
pasado. Esta situación tendrá que ser llevada poco a poco hasta ga-
nar su confianza y permitir que abra la historia que trae a cuestas.
La exposición de hoy sobre la diferencia de velocidad de vida
gracias a la tecnología me ubica en la base de su aversión a ele-
mentos que representen tecnología, razón que con sus reservas jus-
tificaría su fobia a elementos tecnológicos, sin que sea un factor
contundente.
Creo que estuve cerca de caer en un periodo de silencio de
Tomás al querer obtener información de su pasado. Aún es muy
pronto para empezar a buscar a la persona escondida dentro de
Tomás Bit.
El comentario en que se comparó con el salvaje de la novela Un
mundo feliz, al recordar el personaje, me dice que él se siente ajeno a
esta comunidad y que al igual que el personaje de Huxley, él es en
realidad el único cuerdo dentro de una sociedad que ha asimilado
conceptos extraños, sobre todo en lo que respecta a los sentimientos.
La comparación que me expuso, lejos de ser un comentario al aire,
fue estudiado y analizado con tiempo. Creo que esta extraña demos-
tración de valores en el plano moral-afectivo, disfrazada de opinión
literaria, es su modo oculto de hablar sin decir. Este punto podría
ser de vital importancia en consideraciones posteriores al valorar sus
relaciones interpersonales, por lo que destaca la importancia de dar
seguimiento a cualquier indicio en posteriores sesiones sobre sus re-
laciones personales pasadas como matrimonio, familia, amigos, etc.,
tratando de no generar con ello su silencio.
La velocidad de lectura, comprensión y análisis es por mucho
desproporcionada con su velocidad de diálogo. Es como si su men-
te trabajara a una velocidad y su cuerpo en otra.
37
Cada palabra que dice tiene un significado. Las aparentes lagu-
nas y cambios repentinos de tema, tienen el fin de no hablar más
de lo que quiere de un tema específico. Creo que me estoy acos-
tumbrando a su modo de hablar y empiezo a entender las pláticas
suspendidas y con repentinos cambios.

38
La oficina de Bernardo…
Memoria virtual

Mientras Bernardo recoge su escritorio para salir, la silueta de Joel


se acerca a la puerta del consultorio, acompañado de Tomás. A
través del cristal, Bernardo puede apreciar cómo Tomás casi lleva
empujando a Joel hasta llegar…
—Perdone, Doctor, pero no me dejó en paz hasta que lo traje.
Dice que tiene un arreglo con usted sobre los libros.
—Algo así… Pásalo… Yo lo llevo a su área después.
Tomás entra con los libros que se había llevado unos días antes
y Joel se retira cerrando la puerta.
—¿Puedo cambiar los libros?… Ya los terminé.
—Sí, Tomás, pero no puedes hacerlo a la hora que te dé la gana.
Tomás parece ignorar a Bernardo mientras deja los libros en la
misma posición que los había tomado y comienza con una nueva
selección.
—¿Pueden ser cinco esta vez?
—Sólo si prometes cuidarlos bien.
Rápidamente y casi sin ver toma cinco libros que estaban juntos.
Mientras Bernardo termina de guardar sus cosas, Tomás se acerca al
escritorio y busca dónde escribir los títulos que lleva consigo.
—¿Dónde escribo la mercancía de hoy?
—Déjalo, no perdamos tiempo, ya me quiero retirar… ¿son cin-
co como me dijiste?
—Sí, cinco.
—Cuando me los regreses, quiero escuchar tu opinión de estos
cinco y de los que me acabas de traer.
—Como en la escuela.
Bernardo reacciona al comentario encaminándose a la puerta
con Tomás. Piensa cómo formular la pregunta. Mientras lo acom-
paña a su área, sin darse cuenta Tomás le deja la puerta abierta para
iniciar una plática sobre el tema…
—¿Te gusta la escuela?
—No lo sé… Es difícil si no sabes si fuiste o no a ella. Pero, según
he escuchado, es espantosa. Creo que todos se quejan de ella.
39
—¿No sabes si fuiste a la escuela?
—No sé si no lo sé o si no quiero saberlo… ¿A usted le gusta la
escuela?
—Asistí más años de los que esperaba… Así que… no… En rea-
lidad la odiaba.
—Lo ve. A veces es mejor olvidar que odiar… No sería increíble
poder eliminar de la memoria las cosas que no se quieren guardar…
—Los recuerdos buenos o malos son los que nos hacen mejores.
Aprendemos del pasado y así evitamos caer en errores viejos nue-
vamente.
—No deberíamos de almacenar tantos datos… Solamente los
indispensables para no equivocarnos… En fin… llegamos a mi pa-
rada, aquí me bajo.
Bernardo deja a Tomás en la entrada de seguridad de su pabe-
llón y se encamina a la puerta principal de la clínica donde está
su coche. Va razonando la disertación de Tomás. En ocasiones le
gustaría olvidar fácilmente los acontecimientos tristes de su vida,
quitarse de la memoria la imagen de las luces dando giros frente a
ellos y el terrible impacto frontal de la camioneta; quitarse la cara
de su mujer cubierta de sangre y los trozos de coches esparcidos
por la carretera…; las dos semanas en terapia intensiva conservan-
do la esperanza de seguir teniéndola a su lado… Cómo borrar de la
memoria cuando tuvo que hablar con Salomón … En ocasiones,
le gustaría ser como Tomás y poder dejar de recordar partes de su
vida… Pero no se puede…

40
Notas Bernardo
Lo que veo de ti

A lo largo de esta semana empiezo a entender el comentario que


escribiera el Dr. Cerna sobre una posible personalidad múltiple. To-
más modifica sustancialmente su comportamiento: al salir de su ha-
bitación, cojea y actúa desorientado; pero, a título personal, lejos de
parecerme un caso de personalidad múltiple, pudiera ser un modo
de pasar desapercibido entre los demás pacientes. Me recuerda a Je-
remías, un antiguo paciente que fingía tener un grado profundo de
demencia para evitar ser golpeado por otros pacientes. Lo extraño es
que Tomás supera por mucho en estatura a cualquiera de los otros
pacientes y contando hoy con casi cien kilos de peso, dudo mucho
que tenga problemas con los demás internos, además de que el am-
biente de la clínica no genera violencia y se controla mucho que los
pacientes no presenten conductas agresivas; es como si pretendiera
demostrar cierta vulnerabilidad cuando se encuentra fuera de su ha-
bitación a la que considera zona de dominio privado. Desconozco
si lo hace como defensa o para llamar la atención, lo cual podría
indicar que está pidiendo ayuda desesperadamente.
Utiliza una gorra y baja la cabeza. Su actitud no coincide con
el dominio con que me recibió en su habitación. Sin embargo,
demuestra la misma pulcritud y el mismo orden que vi en sus co-
sas. En el comedor he podido observar que se sienta siempre en
el mismo lugar junto a Miguel, coloca los alimentos siempre en
el mismo orden y mientras come verifica que Miguel coma todos
sus alimentos y casi podría asegurar que mastica los alimentos el
mismo número de veces. Reacciona como el protector de Miguel
durante la comida al igual que lo hace en las terapias, pero no
lo hace así el resto del tiempo. Es como si dispusiera un tiempo
de ayuda limitado, es una persona organizada, ordenada, limpia y
educada. Este hombre se crió en una familia estructurada con pa-
trones de educación muy por encima del promedio en lo cultural
y en lo económico.
Sabe que lo he observado de cerca, y me ha retado un poco a
que me acerque cuando abre su block de dibujo. Tal parece que
41
quisiera interesarme más en lo que hace. He preguntado a los en-
fermeros sobre qué dibuja Tomás, y, según me dicen, no existe un
tema específico; dibuja sobre cosas muy diversas y no toca temas
complicados. Creo que la terapia de relajación que le proporciona
el dibujar es positiva, pero está empezando a emplearla como un
gancho. Espero que, con el tiempo, si le demuestro mi interés en
sus dibujos pueda convertirse en un punto de partida para una co-
rrecta integración en sus terapias.
Habla pausadamente y con una extraordinaria dicción. Casi
como si pronunciara un discurso, no se apresura a hacer comenta-
rios, pero durante sus elocuciones él mismo se interrumpe, como
si algunas palabras hubieran desaparecido de su vocabulario. Los
momentos en que balbucea y habla para sí se han vuelto menos
recurrentes y sólo corresponden a momentos en que trata de expre-
sar ciertas ideas complicadas, casi como si él mismo se las explicara
para después decirlas en voz alta.

42
Sesión Tomás…
Circadianismo puro

—Buenos días, Tomás.


—Llega tarde: ocho minutos y algo más… Casi podía asegurar
que está catalogado como impuntual m9.
—Impuntual m9. Suena como muy impuntual… je je; ¿qué es
eso de m9?
—Son personas que por descuido o desatención no empiezan las
cosas a tiempo.
—Sí, así soy. Dime… ¿de dónde sacaste esa clasificación?, ¿es a lo
que te dedicabas antes de enfermar? ¿Eres estadígrafo o algo así?
—No, Doc. Le haré dos correcciones: no soy estadígrafo y no me
enfermé. Siempre me gustó ordenar las cosas, pero tanto las clasi-
ficaciones como sus nombres los puede encontrar en varios libros
de archivonomía y de controles estadísticos, y no por eso piense
que soy archivista.
—Entonces, ¿qué eres, Tomy? Dime qué te gusta hacer.
—¿Sabe por qué me llaman Tomás BIT?
—Explícamelo tú. Como ya te dije, no he querido leer de ti,
quiero conocerte y tener un criterio propio.
—Desde que llegué, no quiero recordar mi nombre, y todos los
hospitales tienen una lista de nombres en orden alfabético para
los desconocidos, y en suerte me tocó Tomás y no me desagrada,
¿sabe?
—¿Y de dónde viene el BIT?
—¿Sabe? Siempre me gustaron los bits y los bytes, podría decirse
que me llamo como quiero.
—¿Sabes por qué estás aquí?
—Sí, pero no comparto la opinión.
—Dime tu opinión. Como te había dicho, yo aún no tengo
una.
—Me encuentro aquí por qué nunca pensé que esos jóvenes dije-
ran a la policía que un loco vivía en la cueva del bosque, y nunca se
me ocurrió que ese policía le dijera a un juez que me encontraron
en un lugar lleno de basura y me consideraran loco cuando no me
43
dejaron demostrar que todas y cada una de las cosas que habitaban
conmigo tenían una función útil y más allá dejé de pensar en al-
gunas cosas que alteraron mi vida sin saberlo. Me encuentro aquí
porque un abogado sólo entiende leyes y no teorías, y no fue capaz
de defenderme coherentemente y tropecé con la teoría de la que
me alejo… ¿Conoce la teoría del caos?
—Sí, creo que conozco lo básico. Pero después de conocer tu
particular modo de explicar las cosas, creo que me gustaría escu-
charla de ti…
—Pues verá, le explico la versión corta. Todo se resume a que por
una foto que tomó un excursionista en África, un hombre puede
sufrir un accidente en Ecuador, o como lo dicen los neófitos, una
mariposa aletea en Brasil y, como consecuencia, un huracán llega
a la Florida. Esto ocurre por una sucesión de eventos que son im-
predeciblemente correctos para que esto ocurra. Es como su propia
vida, Doc; casi podría decirle que hoy al verse en el espejo, miró una
arruga en su rostro que ayer no estaba, y esto le tomó dos minutos
más de lo que normalmente tarda en afeitarse, por lo que no salió
a la hora de siempre y tomó un autobús que no es el que acostum-
bra. Mientras esto ocurría, una vecina suya, a la que no conoce, se
despertó antes de lo que normalmente lo hace y, muy inquieta por
haber dejado algo pendiente en el trabajo, salió corriendo a tomar
ese autobús que ella tampoco usa nunca, y, sentándose a su lado, du-
rante el recorrido, las causas fueron formando un inminente matri-
monio mientras no se hablan de ninguna cosa. Pero el caos ya los ha
hecho besarse en la boca y les ha dejado una secuela de eventos que
empezaron hace veinte años cuando ni usted tenía esa arruga ni ella
entendía el mundo sin una muñeca a su lado. Cuando los padres de
esa niña decidieron cambiar de casa y la acostumbraron a un barrio
similar al que eligió para vivir sin saber que usted había sido orillado
a lo mismo por razones diferentes, pues su selección de casa se debió
más a comodidad de trabajo que a gusto por el vecindario. Y los ca-
minos seguirían haciéndose sobre la marcha poco a poco enredándo-
se entre ustedes y los va a llevar quizás, a después de casarse, adoptar
un niño huérfano, de una nación que aún no existe y que sus padres
murieron en una guerra que no ha ocurrido… ¿Entendió, Doc?
44
—Sí, pero eso sólo demuestra que la vida te lleva a las cosas a su
antojo.
—Ahora entiende por qué estoy aquí. Yo sólo quise vivir simple-
mente como se debe vivir, sin interferir en el caos, dejándolo ser
y esperando poder tener el entendimiento para arreglar lo que las
causas me orillaron a descomponer, y que a pesar de que no puedo
controlar, sí arruiné.
—No comprendo. Si tú sabes que la vida misma es parte del caos,
y los eventos no son como tú los ordenas, ¿qué puedes arreglar?
—¿Sabe, Doc? Yo no cambio los eventos, no puedo interferir en
ellos, pero he sido testigo del vuelo de la mariposa, y de cada uno
de los eventos que propiciaron que el hombre de Ecuador se acci-
dentara, y eso es peligroso, es amoral… No pretendo ser Dios.
—Muchas veces el dolor de los testigos es peor que el de los in-
volucrados. El síndrome del sobreviviente es un concepto perfecta-
mente normal. Cualquiera que experimenta el dolor de alguien en
su entorno pasa por un proceso natural. Quiero, Tomy, que pienses
en lo que te digo y que, en nuestra siguiente reunión, hablemos de
la culpa. Todos tenemos culpa de cosas, pero en ocasiones también
queremos cargar con culpas que creemos nuestras. Sé que eres más
de lo que dejas ver. Quiero ayudarte y sé que lo puedo hacer, pero
depende de ti.
Tomás sonríe y asiente con la cabeza mientras el doctor guarda
sus apuntes. Mira con agrado que ha escrito muchas notas sobre
papel blanco y con lápiz. Por un instante la mirada de Tomás se fija
directamente en los ojos del doctor y sonríe nuevamente.

45
Notas Bernardo
De algo eres culpable… Yo lo sé

Tomás es mucho más de lo que vagamente pensé. Ha empezado


a abrirse, pero dentro de su amplio conocimiento, sufre un desor-
den de ideas, como si hubiera saturado su capacidad y empezara a
considerarse incompetente por no poder cambiar eventos que per-
judican a más gente. Al parecer, algún evento en su vida lo marcó a
tal grado que considera que aislarse es el único modo de no afectar
a terceros. Creo que el reto con Tomás es una cuerda enredada y
que sólo me dejará ir desatando de un nudo a la vez. Las culpas no
siempre se dejan ver pronto, pero el primer paso de su recuperación
ya está dado. Preferiría ser cauto y no hacer que piense que aten-
to con su modo de defender lo que él considera que es provocar
eventos a los demás. Empiezo a entender el reglamento que me
impusiera al entrar a su cuarto, y considero prudente seguir hacién-
doselo notar sutilmente, con la esperanza de que esto mejore su
confianza. Al parecer, piensa que cualquier cosa que él haga puede
afectar a alguien más y procura limitar sus actos. Es posible que se
considere culpable de algún evento que afectó a mucha gente. No
recuerdo haber visto un síndrome de culpabilidad así desde los
guardias de Atocha en el atentado de marzo once del dos mil cua-
tro, pero ¿cómo podían ellos saber lo que iba a pasar esa mañana?
Los test aplicados por el departamento de análisis psicológico
como los de escalas de depresión de Beck y Zung demostraron bajo
nivel de estrés, cosa que en muy pocas ocasiones se encuentra en
pacientes internos; de igual modo los clínicos de Rorschach y Ben-
der lo ubican estable y con una conducta ordenada y coherente; en
el caso de los psicométricos, no descubren nada que pueda ser aso-
ciado con la estancia de Tomás en la clínica, contrastando con su
apariencia y desarrollo dentro de la clínica; el test Raven y los dos
de psicometría perimétrica lo ubican como intelectualmente sobre-
saliente, lo cual podría ser la causal de su irregular comportamien-
to, pues, según la teoría de Rorschach el exceso de inteligencia en
individuos con perfiles de alto desarrollo crea atrofias intelectuales
que, en ocasiones, llegan a la desconexión de la realidad del pa-
46
ciente. En cuanto a lo físico, se encuentra en óptimas condiciones
según las últimas evaluaciones del área médica que lo reporta física-
mente bien, y en su expediente no se reporta ninguna enfermedad
sufrida durante su estancia en la clínica, pero sigue manteniendo
un paso claudicante izquierdo que se aprecia a simple vista y que
no tiene un origen ortopédico real, y, según he notado, así como el
comentario de varios médicos y enfermeros, no es constante y, al
parecer, finge cojear sólo en ciertas áreas de la clínica.
Es interesante que no habla de lazos familiares propios, como
esposa, hermanos, etcétera, pero en su pequeña elocución sobre mi
vida, me identificó casado y adoptando a un huérfano; me gustaría
pensar que la historia que me inventó pudiera ser parte de su pro-
pia vida o lo que a él le hubiera gustado que fuera.
Otro detalle importante es el cambio de actitud. Por primera
vez sonrió directamente, sin ser un reflejo de la plática.
Es más que evidente que su educación es de nivel universitario
o superior y casi aseguraría que viene de una familia acomodada.
A simple vista se aprecia la desfiguración de su mandíbula causa-
da por los golpes con los que al parecer él mismo aflojó sus muelas
para después retirarlas, así como las quemaduras que, pudieron ser
un castigo que se impuso por las culpas que siente. Pienso que la
sensación interna de culpa es tan grande que ha preferido autocas-
tigarse duramente a grados casi suicidas, lo cual para su inteligencia
podría ser terminar muy rápido con el pago del daño que causó. Es-
pero que los periodos de autocastigo hayan dejado de presentarse,
para poder enfocarnos a regresarlo nuevamente a la realidad.
Me es evidente que recuerda perfectamente su vida. A lo largo de
nuestras sesiones ha alardeado que prefiere no recordar. También se
expresa de un pasado sin comprometerse a identificarlo con el suyo
al hablar de la escuela o de las ilusiones de juventud. Entiendo que,
al ponerlo en tercera persona o salir de la escena, es un modo de
decirme que aún no me quiere hablar de ello pero sí existe.
Sé que es cuestión de tiempo, y que depende en gran parte de
mi paciencia poder empezar a sacar de Tomás a esa persona que
está encerrada pidiendo ayuda y que carga un gran dolor por algún
error cometido en el pasado.
47
Con cada sesión me alejo más de los periodos de silencio. Creo
que por fin me he ganado su confianza.

48
Sesión Tomás Bit…
Lecciones de literatura

Tomás entra a la oficina de Bernardo y se sienta enfrente de él. Es


la hora en punto de su terapia, pero trae en las manos los libros
que había tomado de los libreros de Bernardo. La expresión de su
cara es como la de quien duda sobre si la persona que tiene frente
a él es la adecuada para ayudarle en un problema. Los libros tenían
separadores improvisados con pedazos de papel en varias partes.
Sin más preámbulo, abre el primer libro en el primer separador y
comienza a interrogar a Bernardo…
—¿Cómo puede estar seguro de que una persona es dañina para
sí o para la sociedad?
—Amplíame un poco de dónde viene tu duda, Tomás… Tu pre-
gunta abarca mucho más de lo que crees.
—Déjeme explicarle… Me encuentro muy preocupado por su
bienestar y de pasada el mío. Por esto hace unos días tomé algunos
libros de nuestra biblioteca privada. Todos hablan y describen pa-
cientes agresivos o violentos, y, como verá, marqué muchos de los
diagnósticos y sus manifestaciones…
—No, Tomás… No tenemos pacientes agresivos o que represen-
ten riesgos.
—Ésa es mi principal duda. Según leí, el comportamiento agre-
sivo no es una característica general de homicidas o agresores vio-
lentos; es más, algunos de los peores homicidas en serie tenían una
vida entre normal y aburrida y no llamaban la atención de nadie…
Según veo, cualquiera aquí podría ser un criminal sin misericordia
y nosotros no saberlo, inclusive usted doctor.
—En eso tienes razón. Para la gente en general no existen indi-
cios de la personalidad escondida detrás de una fachada de vida
normal, pero te puedo decir que he tratado personalmente a todos
los pacientes de la clínica y ninguno presenta indicios mínimos de
una personalidad agresiva y peligrosa. Todos nos enojamos de vez
en cuando, pero más allá del enojo, el rango de peligrosidad es muy
bajo en la clínica.
—Y yo, como simple mortal, ¿cómo puedo saber si la anciana
49
que de vez en cuando nos trae pasteles no es en realidad un asesino
en serie?… Mire… aquí lo dice…
Tomás busca un separador en particular. Lo halla en el penúlti-
mo libro, titulado Conducta inusual en gente normal…
—Mire, aquí dice que en Ecuador una anciana envenenó a sesen-
ta y ocho personas en seis años sólo porque pensó que no estaban
a gusto con su vida…; de las cuales tres eran doctores y los demás
pacientes de una clínica como está… y ¿sabe qué?… Era voluntaria
como la señorita Daphne…
—Son casos muy aislados, y seguramente no supieron identificar
los signos a tiempo… Alguien no supo leer las señales. Toda esta
gente peligrosa deja señales a su paso, y normalmente buscan que
alguien los detenga.
Tomás avanza unas hojas más y explica.
—¿Qué le parece esto? Un repostero en Florida que tenía una
vida normal, con una esposa normal y dos hijos normales, un ne-
gocio que él mismo atendía y una cabaña en el lago a la que iba
a pescar cada fin de semana, o, más bien eso le decía a su mujer y
en lugar de pescar recorría unos doscientos kilómetros siempre en
diferentes direcciones y mataba un par de personas…; siempre dos,
primero una mujer y después un hombre, normalmente a menos
de un kilómetro uno de otro y con sistemas diferentes; selecciona-
ba a las mujeres que usaban pantalón y a los hombres de cabello
largo… y ¿sabe qué, doctor? La vida de esta persona era tan normal
que nunca nadie sospechó, es más, durante la investigación arres-
taron a siete personas diferentes que coincidían con el perfil que
un psicólogo de la policía había realizado, pero el repostero sólo
fue atrapado cuando él se entregó y dio detalles de cada uno de sus
ratos de pesca…
—Sigo insistiendo en que son casos aislados… Para tu tranqui-
lidad debo decirte que ninguno de los pacientes de la clínica tiene
antecedentes peligrosos. Estamos a salvo tú y yo, aunque te agra-
dezco tu interés… ¿Tienes miedo?… ¿Por qué te dio por empezar
esta detección del perfil peligroso de los demás pacientes?
—A la primera pregunta la respuesta es sí. Todos tenemos miedo
de algo y yo no soy la excepción. Es una condición natural hu-
50
mana. La segunda pregunta es más difícil aún. La semana pasada
saqué algunos libros de nuestro rincón del saber, y entre ellos leí
Jack el destripador, y pensé que era mi imaginación cuando el per-
sonaje del asesino no sólo era normal, sino que podría decirse que
inteligente, guapo, educado, y todas esas cosas que consideramos
que una buena persona posee; entonces al hacer cambio de lectura
llamó mi atención el estante superior derecho donde están juntos
los libros que hablan sobre la conducta desordenada, y al leer el
primero y llegar al capítulo de asesinos en serie, me di cuenta del
perfil tan normal que tienen los asesinos. Es como si el vecino de
cualquiera pudiera serlo.
—De hecho, así es, Tomás. La normalidad de los asesinos son
caucásicos, de entre treinta y cinco y cuarenta años; buenos hijos y
esposos, de carácter agradable y cosas así, pero la incidencia de asesi-
nos en serie es bajísima: uno de cada cinco millones de personas…
—Pero las estadísticas son susceptibles a ser amañadas… Por
ejemplo, en uno de los libros decía que una de cada cien tenía des-
ordenes bipolares, y aquí en la clínica somos menos de doscientos
y podría pensar que más de ochenta lo son… Este grupo rompe la
estadística…
—No es un grupo tipo… Ten en cuenta que las estadísticas se ba-
san en grupos enormes, poblaciones completas de países… Muchas
de las estadísticas salen de los censos y esto son a nivel nacional…
—Y que me dice de tomar las estadísticas a nivel mundial.
—Esto cambia más las cosas.
—¿Por ejemplo?
—El nivel educativo mundial es más elevado que el de la mayor
parte de los países en desarrollo. Esto se debe a que China ha ele-
vado su nivel educativo mucho más que cualquier nación en los
últimos veinte años y la población de China, contra la de todo el
planeta, créeme que puede cambiar cualquier estadística…
—Entonces confirma mi comentario anterior… Las estadísticas
pueden ser amañadas, ¿verdad?
—Sí, y en grupos como el de la clínica aún más… No podemos
considerarnos un grupo típico en ninguna forma.
—¿Alguna vez ha pensado que cualquier grupo en cualquier
51
parte del mundo es único y no puede ser medido con la misma
regla?
—A ver… Explícame tu punto de vista.
—Por ejemplo, si usted no eructa en los países árabes quiere de-
cir que no le gustó la comida, pero si lo hace aquí dirán que no
tiene educación, o, como otro ejemplo, en Japón no les gusta que
cruce la pierna y deje ver la suela del zapato…; es una ofensa… En
fin… es cuestión de costumbres que bien pueden ser por una raza
específica o por una región, un país, o hasta una familia… Lo que
unos hacen a ojos de otros está mal…
—Ésa es una de las bellezas de que cada uno seamos distinto al
otro. Esa diversidad es la base de la vida, y por eso algunas personas
nos agradan y otras no; unos nos son familiares aunque nunca los
hayamos visto, o nos identificamos con la obra de determinado
pintor o escritor…
—¿Qué piensa de mí?
—Que aún te conozco muy poco para emitir mi opinión. Pero
debo decir que lo que conozco de ti es bueno.
—Y alejándose de la psiquiatría… ¿qué piensa de mi?… ¿Cree
que en otras circunstancias sería la persona invitada a una parrilla-
da familiar en su casa?
—Creo que sí.
—Prometo poner la carne… y matar a muy pocos invitados…
Tomás mira a los ojos a Bernardo, guiña el ojo izquierdo y con-
tinúa hablando.
—¿Le parezco del tipo homicida?
—En realidad no. Me pareces más bien del tipo tímido y descon-
fiado, y ninguno de esos dos se podría decir que pertenece a los ho-
micidas… Cuando menos no a los que matan premeditadamente.
Tomás pausa unos minutos para pensar en el comentario. Frun-
ce el ceño como si dudara lo que escucha.
—¿De verdad le parezco tímido?… Desconfiado sí soy, pero
tímido…
—Digamos que sí. Te veo relacionarte poco con la gente…
Tomás interrumpe sin dejar a Bernardo terminar su comentario.
—Entrando en tema… ¿cómo quiere la sesión de hoy?
52
—La sesión de hoy se ha venido dando desde que entraste. Para
mi es más importante que podamos hablar libremente y compar-
tamos ideas que sentarme y analizar un tema que dejaría de ser
natural en nuestra conversación.
—Que le gustaría saber hoy de mí.
—En las terapias te veo siempre explicándole a Miguel las cosas.
—Alguien tiene que hacerlo.
—Miguel es autista profundo: él escucha y guarda las cosas en
su cabeza, y te puedo asegurar que cuando el terapeuta dice algo,
Miguel lo escucha y, si le interesa, lo guarda en su cabeza. Pero
normalmente los autistas como él nunca llegan a participar, es más
no cruzan la mirada con su interlocutor y raras veces responden a
estímulos como hablarles…
—Entonces Miguel es como un libro en que se escribe todo lo
que ocurre alrededor, pero él no lo puede externar.
—Algo así. Existen casos de autistas que copian lo que ven en
libros o fotos; unos dibujan, otros hacen figuras en plastilina, otros
memorizan grandes cantidades de información, pero casi nunca
logran dialogar con otra persona.
—Ya ve, Doctor… Entonces no es malo explicarle lo que ocurre,
así quizás se sienta cuando menos más normal… y de mi… ¿Qué
más le gustaría saber?
—Me gustaría saber por qué leíste estos libros.
Bernardo señala los libros que Tomás había traído.
—Todos tocan temas similares y no tienen que ver con ciencia
ficción o los clásicos que me dijiste que te gustaban.
—Si le digo que me confundí podría pensar que estoy loco…
o quizás sólo se lo confirmaría, pero en realidad me atacó la cu-
riosidad. Sobre todo, viviendo aquí quería conocer más sobre mis
compañeros de aula… y ¿por qué no?… un poco más de usted. Si
bien vivo tranquilo, también vivo rodeado de lunáticos, como yo,
que en un arrebato son capaces de todo…
—En ese caso el mismo derecho tienen ellos de pensar que tú
podrías ser perjudicial para sus vidas.
—Yo ya no le puedo hacer más daño a nadie… Hace rato que
soy inofensivo.
53
—¿Y antes eras dañino para alguien?
Casi sin hacer caso, Tomás se acerca nuevamente al enorme li-
brero y señala uno de los estantes que aún están vacíos.
—Éste es el siguiente libro que quiero leer.
Bernardo entiende el repentino cambio de conversación de To-
más y trata de sacar ventaja de ello.
—Señalando un espacio vació me das la oportunidad de poner
en él el libro que yo quiera. ¿No lo consideras arriesgado?
—En realidad lo considero un reto doble. Por una parte, a su
creatividad buscando una lectura que ayude al loco, y, por otro,
una oportunidad de conocer lo que pretende de mí…
—¿No consideras que después de tu comentario mejor dejé que
el azar sea el que me diga lo que vas a leer?
—No se menosprecie. Sé que será algo muy interesante.
—¿Por qué no lo hacemos ambos? Usemos el resto del tiempo
para colocar los libros restantes y dejemos que esto se defina solo.
Sin expresión alguna, Tomás se agacha y sube a la mesa de lec-
tura una caja de libros y sin ver los títulos comienza a colocarlos en
el estante superior, mientras Bernardo hace lo mismo en el inferior.
Después de unos minutos, comienzan ambos con el central, hasta
llegar a donde Tomás había señalado inicialmente. Bernardo toma
un libro y sin ver el lomo lo coloca. Ambos hacen una pausa; el
lomo oscuro y desgastado no dejaba ver el título. Tomás extiende
la mano y con el índice jala suavemente desde la parte superior del
libro, inclinándolo hasta poderlo tomar con la mano completa. Al
abrir la pasta puede ver el título.
—Cirano… No lo he leído… Excelente selección, Doctor… Me
encantó la idea… Puedo ya retirarme a leerlo. Creo que ya terminó
nuestra sesión.
—Sí, de hecho terminó hace unos minutos… De cualquier modo
podemos seguir el tiempo que quieras.
—¿Y perderme la oportunidad de leer y disfrutar un clásico como
este?… Sólo un loco lo haría.
Tomás se pone en pie y dirigiéndose a la puerta se despide movien-
do el libro con la mano derecha y sale de la oficina de Bernardo.

54
Notas Bernardo…
No trates de confundirme

La sesión de hoy fue la más relajada hasta la fecha. La opción de


dejar hablar a Tomás y permitirle sus interrogatorios está dando
pequeños frutos. La selección de libros que hizo esta semana me
extrañó en un principio, pero al llegar al consultorio me dio idea
de lo que piensa. Ha estado leyendo sobre desórdenes generales y
está esquivando mi atención sobre los que generan riesgo para sí
o para los demás. Pude notar que había marcado más páginas de
las que expuso, y siento que ha dejado de cuidarse para empezar
a estudiarme a mí. Dudo mucho sobre su miedo a la posible exis-
tencia de un asesino serial en la clínica. Sin embargo, sí creo que
esté clasificando de algún modo a todos cuanto le rodean, ya sea
internos, enfermeros, residentes y hasta al personal administrativo
y de intendencia.
Posiblemente el afán de estudiar desórdenes de conducta pu-
diera deberse a un deseo de imitarlos. Siento que, de algún modo,
los repentinos disparos de sintomatología tienen que ver con que
realmente no está enfermo. Gran parte de lo que hace y dice bien
podría ser para forzar un diagnóstico y creo que lo hace muy bien.
Está tratando de aprender con el fin de representar un mejor papel,
pero presentarse tan abiertamente conmigo y hablar sobre sínto-
mas y cómo identificarlos, supongo que es en parte un desesperado
llamado de auxilio. Él, en realidad, no quiere seguir fingiéndose
loco, pero algo lo detiene dentro de la clínica y sigo pensando que
es la culpa de algo que hizo.
A través del reto de la selección de un libro pretendía analizar-
me, pero al haberlo dejado al azar le cerré la oportunidad. De cual-
quier modo, creo que el libro que se llevó es una excelente lectura,
de la que espero con ansia sus comentarios que estoy seguro me
sorprenderá.
Casi podría asegurar que ninguno de los diagnósticos que hi-
cieran de Tomás es real. Creo que Tomás es un mitómano y que
está mejorando su estilo a través del conocimiento que ha venido
adquiriendo en el tiempo que lleva en la clínica. Es un camaleón y
55
debo atraparlo en su propio juego, por lo cual es importante darle
tiempo a cometer errores que lo lleven a revelar la realidad sobre
sí mismo; según los estudios del propio doctor Madox, las con-
ductas camaleónicas tienden a desmoronarse al confrontarse con
ellas mismas, por lo que es importante permitir que las mentiras se
confronten y abran una puerta a la posibilidad de una curación.

56
Notas Bernardo…
Sé que me espías

La observación está dejando de ser un buen elemento para estudiar


a Tomás. Es como si supiera en qué momento lo miro. Ha empe-
zado a hacerme notar que sabe que analizo todo lo que hacen mis
pacientes. Durante estas tres semanas ha dejado de ser la presa y
quiere ser el cazador. Es astuto y, sin embargo, siento que es com-
pletamente sincero conmigo en sus pláticas generales, pero en los
detalles personales dice verdades sutiles en complicadas paradojas.
Miente abiertamente y después me da a entender que es una men-
tira. Cada vez que puede me reta a demostrar si está o no loco y se
jacta de sus conocimientos evitando cualquier comentario sobre de
dónde los obtuvo… Su pasado siempre es el detonador de cambios
de comportamiento y sé que su memoria está intacta, pero guar-
dada celosamente detrás de una enorme pared impenetrable. No
entiendo cómo sabe cuándo lo miro a través de las cámaras de se-
guridad, pero, en varias ocasiones, ha mirado fijamente las cámaras
del pasillo y guiña el ojo, actitud que no tenía antes, según me dice
el personal de seguridad. Ha participado de cualquier dinámica de
nuestras terapias, y, aun así, sigue cambiando su comportamiento
y, al salir de su habitación, retoma esa actitud frágil y lastimera.
Pasa el tiempo de las sesiones grupales siempre con Miguel, y últi-
mamente lo acompaña a su habitación al término de las sesiones
y comidas. Casi sin notarlo, ha tomado el control general de las
actividades de su pabellón y se nota el respeto que le tienen los
demás internos. Curiosamente casi no conversa con nadie aparte
de Miguel. Considero prudente como ejercicio terapéutico realizar
algunas consultas fuera de su espacio de control. Es muy posible
que un cambio de ambiente lo haga abrir ese sentimiento de culpa
que lleva. Es muy posible que al hallar un interés adecuado en al-
guna actividad pueda llevarlo a relajarse y entonces comenzar una
terapia adecuada.
Hoy sacaré a caminar a Tomás. Los jardines de la clínica son
hermosos y un poco de sol, aire y caminata no nos caerá mal a nin-
guno de los dos. El teorema de la curación del golfista del doctor
57
Derhoisen ha demostrado que un entorno natural agradable, los
sonidos del viento al pasar por los árboles y el trinar de los pája-
ros, sumado a las gamas de colores en tonos verdes y azules del
cielo, el respirar aire fresco en campo abierto y caminar sintiendo
el suelo blando cubierto de pasto, son factores que, acompañados
de una charla bien estructurada, pueden constituir la mejor de las
terapias.
Debo ser más prudente que nunca en mis comentarios para per-
mitir que el medio libere en Tomás esas ataduras que no le han
dejado ser él mismo.

58
Sesión Tomás…
¿Y el loco?

Al llegar a la habitación de Tomás, Bernardo lo ve brevemente


por la escotilla de la puerta. Su paciente está sentado en la mesa
dibujando empeñosamente en su block con una plumilla. Ajeno
totalmente al entorno y sin levantar la vista del papel, el cuerpo
encorvado para acercar la cara al dibujo, el brazo izquierdo casi
rodeando el block y sujetando con el índice y el pulgar firmemente
la parte superior del papel hace casi imposible ver lo que dibuja…
Tras observar unos segundos, Bernardo entra.
—Hola, Tomás, ¿cómo te sientes hoy?
—Extrañado, ¿que hace a esta hora por aquí?
—Pensé en cambiar un poco nuestras reuniones. ¿Qué te parece-
ría salir a caminar? ¿Sabes?… algunas veces me gusta respirar aire
más puro.
—Déjeme tomar mis cosas.
Tomás, que se había puesto de pie, se agacha y toma el block, las
plumillas, y la gorra y se la pone mientras se acerca a la puerta. Poco
a poco comienza a cojear. Sin emitir una palabra, Tomás acompaña
a Bernardo al jardín. A medida que se alejan del edificio, Tomás
recupera la postura y de pronto comenta…
—Éste es un buen lugar, Doc. ¿Qué le parece si hacemos aquí
nuestro pequeño día de campo?
—En realidad hubiera preferido caminar, pero éste puede ser un
buen lugar para hablar.
—Le importa si uso mi block. Creo que amanecí inspirado.
—Adelante, Tomás; ¿qué piensas dibujar?
—Aun no sé qué salga hoy. Algo aparecerá sobre la marcha.
—¿Ya soy merecedor de ver tus dibujos?… Me gustaría verlos.
Tomás muestra los dibujos que trae en su block. Cada uno es
diferente: retratos, paisajes, edificios, todos minuciosamente dibu-
jados con pequeñísimas líneas y puntitos formando hileras y som-
bras; los intensos negros sobre el papel blanco alternan el grosor
de líneas y puntos arroja un claro efecto de tonos de gris como se
ve en una fotografía blanco y negro que, amplificada, pixeleara al
59
acercarse a ella; a la distancia del brazo aparecen claramente los
dibujos, pero al acercarse al papel, las imágenes se distorsionan en
una cuadrícula de tonos distintos formando una trama visual que
trae a la memoria de Bernardo algunos cuadros de Claude Monet,
quien utilizaba una técnica similar de manchas y tonos para repre-
sentar una imagen clara sin necesidad de hacerlo… Ante el desplie-
gue artístico que demuestran las imágenes que tiene en sus manos,
Bernardo no puede ocultar su sorpresa.
—Wow, Tomy, son increíbles. ¿Sabes?, cada vez te conozco me-
nos; no dejas de impresionarme.
—¿Qué quiere saber de mí? Creo que puedo confiar en usted, y
hoy es un buen momento, siempre y cuando sigamos respetando
el reglamento, y sólo notas en papel.
—El remordimiento no es buena compañía cuando te refugias
de tus errores, Tomás. Dime de qué te escapas, a quién le hiciste
daño o quién te lo hizo a ti.
—¿Sabe, Doc?… quiero que en nuestra plática de hoy deje de
analizarme y trate de creer y entender lo que va a escuchar.
Bernardo asiente con la cabeza y se sienta en el pasto junto a
Tomás, quien había abierto el block y comienza a dibujar sin mirar
al Doctor. Colocándose de frente a él, inclina la cabeza y mira
directo a Tomás.
—He venido explicándole que no estoy loco y casi podría asegu-
rar que ya lo sabe. Es muy importante que entienda que lo que le
voy a decir es cierto y puede afectar la vida de millones de perso-
nas. Me ha sido muy difícil explicarle sencilla y simplemente una
historia tan complicada, sobre todo si en lugar de escucharme está
tratando de analizarme… Es importante que deje al médico a un
lado y sepa que, en los años que tengo aquí, no he considerado a
nadie capaz de entender lo que me pasó, pero usted se está esfor-
zando; ha demostrado un interés más allá del médico y creo que es
la persona adecuada para tener confianza.
—Adelante.
—Bien, Doc… Está en la historia de Tomás Bit… En los años
noventa participé en el desarrollo de programas que compilaban
información vía Internet de usuarios para generar bases de datos.
60
Era programador y, sin caer en falsa modestia, era de los mejores.
Siempre me enorgullecí de un buen trabajo, y eso me dio buena
fama en el medio. Creo yo que por eso me llamaron. Siempre tra-
bajé desde casa, como la mayoría de los nerds que desarrollábamos
cosas innovadoras. Frente a un monitor, salía poco y mis amigos
eran sólo nombres cortos que aparecían en la pantalla o en un
cuadro de chat. El trabajo me permitía redescubrir todos los días
mis capacidades y, si bien mi vida privada era patética, en lo profe-
sional siempre me sentí una especie de súper héroe. ¿Se acuerda de
los atentados del once de septiembre, Doc?
—Claro, todos los psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas trata-
mos a gente afectada por nervios en mayor o menor grado después
de ese día… Sería absurdo pensar en gente que no se enteró… El
once de septiembre cambió al mundo.
—Pues el día doce de septiembre, mientras al igual que la mi-
tad de la humanidad trataba de entender lo que había pasado, dos
personas se presentaron en mi casa, y me contrataron para realizar
un pequeño programa similar a lo que normalmente desarrollaba.
Era un poco lo mismo: obtener datos y sumarlos a una base, algo-
ritmos, toma de variables y esas cosas que hacen los programas…
La única variante es que los datos no eran proporcionados por el
usuario como en un cuestionario; en realidad, eran tomados de lo
que cada usuario hace al visitar una página; en pocos días lo entre-
gué y recibí mi pago… Easy money; esto se repitió por casi un año
con pequeños programas de captura y siempre con la misma te-
mática: una lista de necesidades, un diagramita de flujo y, después
de unas semanas de desarrollo, el pago en efectivo… Poco más o
menos un año después, me invitaron a trabajar con ellos, ya no
desarrollando en mi casa; querían que lo hiciera en sus oficinas. El
dinero que me ofrecieron era más de lo que había ganado en años,
así que accedí y fui a conocer mi nuevo espacio de trabajo. Eran
unas oficinas en un cuarto piso en el centro en un muy moderno
edificio inteligente, con mucha seguridad y sin ningún distintivo
de la empresa; sólo las siglas Pah-ef en la puerta de acceso. Como
era común, muchas de las empresas de seguridad o servicio de la
vieja web tenían sus oficinas así, por lo que no hice mucho caso. Mi
61
trabajo, sin embargo, sí empezó a ser diferente: consistió en juntar
pequeños pedazos de programas que recibía en mi maquina; los
programas eran cortas subrutinas para integrar un gran programa;
recibía piezas de ese enorme rompecabezas todos los días, cada
pieza numerada, con renglones en blanco y algunas anotaciones
REM sobre el contenido y ensamble para poder hacer un enlace
entre una parte y otra. Empecé a reconocer autores, pues cada pro-
gramador en su ego siempre firma sus obras… Yo mismo lo hice en
cada programa… Con muchos de ellos ya había trabajado antes, y
algunos otros pertenecían a una elite de la programación que eran
casi leyendas. Había sido invitado a trabajar en un proyecto junto
con cuando menos trescientos programadores más, y entre los cua-
les se encontraban quince de los mejores del mundo… ¿Recuerda
esa generación de hackers que pusieron de cabeza al Pentágono, a
los bancos y la seguridad nacional en los noventas?
—Sí, terminaron en la cárcel.
—Se podría decir que sí, pero después de una condena simbó-
lica y un par de regaños, encauzaron sus conocimientos en los
desarrollos más importantes de la historia y que aún siguen vigen-
tes… Después de todo, se podría decir que ellos crearon las bases
de la comunicación en línea; fueron los causantes de los mayores
fraudes y después de los mejores sistemas de seguridad… Imagine
trabajar con esos de los que yo había aprendido a meterme en pro-
blemas por violar candados y seguridad de la web, y que después
ganaron fama por desarrollar sistemas más seguros y rápidos; pues,
ese grupito de cibergenios me hacía llegar pequeñas porciones de
programación y eso me comprometía más en ejecutar correcta-
mente el ensamblaje final. Era divertido recibir porciones de pro-
grama con comentarios curiosos o bromas incluidas; huevos de
pascua que sólo un experto encontraría y que con el tiempo con-
formaron un código de comunicación entre algunos de los que
estábamos trabajando en el proyecto. Durante tres años procesé,
ordené y probé todas las subrutinas que recibía. Me encantaba el
trabajo; era sencillo pues cada parte se había diseñado para traba-
jar con la otra, y al ser un trabajo tan limpio y rápido empecé a
darme tiempo para aprender cómo cada programador hacía sus
62
planteamientos, pues tenía a mi alcance llevar a cabo una autopsia
de lo que para mí era la creación de un software nuevo; era como
estar sentado al lado de Bill Gates a principios de los ochentas.
Así que mientras armaba las partes, veía que hacía cada una. Era
impresionante: realizaba operaciones que no entendía; a veces los
resultados de una sección del programa quedaban direccionados
a una nueva parte que tardaba en llegar meses. Pensé que, al ser
hasta ese momento una plataforma de información y no tener
un escenario gráfico, era normal no entender ni el proceso, así
que seguí integrando y conociendo cada parte del programa, que
hasta ese momento hacía una recopilación de datos tomados de
millones de bases de datos y, transformándolos a través de cientos
de miles de variables… Normalmente, al desarrollar un programa,
debía ir haciendo pruebas de cada parte y su funcionamiento, pero
en este caso era imposible. Tardé más de dos años en correr la
primera sección y sólo pude saber que funcionaba por que el re-
sultado de todo el proceso era igual a cero… Puede imaginar eso:
mientras la gente abría programas en sus computadoras con un
clic y aparecían en sus pantallas gráficos y menús interactivos, con
ventanas auxiliares y cosas con las que interactuar. En mi pantalla
sólo aparecía un cero y con ello me sentía verdaderamente feliz.
Como si cambiara la página del cuento, Tomás pausa y, tras
unos segundos toma aire y continúa.
—Para ese momento era el programa más grande del que yo hubie-
ra participado y por lo que se veía no era apenas ni el principio…
—Sigue, sigue, Tomás.
—Pasados los meses, el programa empezó a tomar forma, y, a
pesar que el equipo en que trabajaba no era comercial, y se po-
dría decir que existían pocas computadoras con esa capacidad de
proceso, no podía realizar los cientos de billones de operaciones
que el programa exigía. Era un fracaso: si no corría en una unidad
tan sofisticada, tampoco lo haría en unidades caseras. Así que ha-
ble con los responsables del proyecto. Eran dos personas a las que
todo el mundo les hablaba por su apellido y que siempre estaban
encerrados en sus oficinas monitoreando mi trabajo y emitiendo
monosílabos como respuesta a cualquier pregunta, les hice mis co-
63
mentarios, el programa desborda la memoria, procesos y capaci-
dades. No podía ser corrido, era no sólo grande, sino que además
demandaba tal cantidad de recursos de sistema que era imposible
su ejecución… Su respuesta me extrañó: “magnífico, sólo modifica
en una rutina inicial la velocidad del tiempo de los procesos; pí-
dele a la máquina que considere la duración de un segundo igual
a la de una hora…” Así lo hice pensando que era una estupidez.
Imagínese obligar al proceso a correr tres mil seiscientas veces más
lento de lo que debería de ser… Pues seguí sus instrucciones y aun
cuando el programa corría sin errores, el proceso era muy lento…
Considerando que estaba corriendo en un ambiente controlado y
que todas las variables estaban igualadas a uno, no entendía cómo
querían hacer correr algo así y que funcionara correctamente. Ade-
más, sólo era una parte del programa final; es más, según mi cono-
cimiento, éste era sólo un procesador de datos básicos, pero aun
no tenía siquiera un motor grafico, ni una interfase, ni los marcos
de referencia, ni los parámetros para aplicar todos los algoritmos y
fórmulas que había integrado, ni el buscador de datos que enlazaría
al programa con todas las bases de las que obtendría los parámetros
necesarios para correr… ¿Va entendiendo, Doc?
—Limitadamente sí, Tomás; nunca fui bueno para programar.
—Imagine, Doc, que el proceso que era necesario hacer en un
segundo se estaba realizando en condiciones óptimas y controla-
das en tres mil seiscientos segundos; esto sería equivalente a que
las dos horas de consulta que me da a la semana se hicieran día y
noche durante casi un año; esto entendiendo que el procesador
con el que yo trabajaba corría a más de veinte gigaherzios, que era
unas cinco veces más rápido que las computadoras comerciales, y
además aún no hacía nada…
Tomás interrumpe la plática, mira al cielo y mira a Bernardo a
los ojos.
—Espero, Doc, que no traicione mi confianza y que sepa que
todo lo que le cuento es cierto. Ya nos queda poco tiempo y no
debemos despertar sospechas… Por cierto… terminó el tiempo de
mi sesión hace mucho. Preferiría que habláramos más la semana
entrante.
64
—Tienes razón, Tomás, llevamos mucho más tiempo del acos-
tumbrado. Pero eso no es problema; yo determino cuánto tiempo
paso con cada paciente. Me interesa mucho lo que dices, Tomás,
pero también quiero respetarte. ¿Te parece bien si nos reunimos
tres veces a la semana y seguimos tu relato?
—No en todos lados puedo hablar correctamente, y necesito de
su ayuda mucho más de lo que usted cree; es más, le diría que usted
necesita de su propia ayuda.
—¿Te parece bien si hacemos una sesión en tu habitación y otra
salimos como hoy?
—Sería lo mejor, Doc.
Tomás recoge su material de dibujo, se coloca nuevamente la
gorra y mientras caminan al hospital, Tomás comienza a cojear.
—Háblame de tu pierna, ¿por que cojeas?
—En algún momento me lesioné, y algunas veces me duele más
que otras.
Tomás voltea la cabeza y guiña un ojo a Bernardo.
—Y dime… ¿qué dibujaste hoy?
—Apenas lo comienzo, es algo que vi desde mi ventana, y lo
quiero terminar completo para obsequiárselo.
—¿Puedo verlo?
Tomás abre el block y se lo da a Bernardo. Había dibujado a
lápiz unos edificios vistos a través de una ventana, algunas nubes
en el cielo y ramas de árboles; la parte superior empieza a tomar
calidad con tinta en pequeñísimos puntos y rayas que dan tonos y
sombras.
—Es excelente; tienes mucha facilidad para el dibujo. Si quieres,
puedo solicitar que te den lápices de color o pinturas. Son conside-
radas buena terapia de recuperación.
—Gracias, Doc. El material que tengo cumple lo que necesito,
pero sí me gustaría tener algo más.
—Dime.
—Necesito una lupa; creo que de tanto dibujar se me ha cansado
la vista.
—Haré lo que pueda.
Al entrar al edificio Tomás se desvía súbitamente rumbo a su
65
pabellón, alejándose de Bernardo, quien sorprendido lo deja y se
retira a su oficina, después de verlo cruzar la exclusa de seguridad.

66
Notas Bernardo…
Sigues y sigues cambiando

Tomás piensa un paso adelante. Yo esperaba provocar su plática y


no hubo necesidad. Hoy me dijo más de su vida que en casi tres
meses de terapia. Por primera vez habló de su pasado, pero me in-
quieta las circunstancias en que lo hace. La intriga que generó alre-
dedor del relato, así como su interés por no continuar su plática en
cualquier lugar. Es difícil saber si la narración de hoy es cierta, aun
cuando por los antecedentes, así como el apellido que se puso en el
hospital, me indican que es muy posible que sea un programador.
Esta repentina fluidez me desconcierta. Pienso que sufre delirio de
persecución. Ahora entiendo sus repentinas lecturas sobre desequi-
librios mentales que hacen a la gente peligrosa. Está tratando de
presentarme un panorama en el que ha corrido algún peligro. Pero
hasta este momento sólo lo ha bosquejado levemente. Espero que
en las siguientes sesiones encamine su historia por ese cauce.
En ningún momento de la plática escuché titubeos, ni contra-
dicciones, pero tampoco me miró a los ojos como acostumbra ha-
cer. Su atención siempre estuvo en el dibujo o viendo al infinito;
las prolongadas pausas y la lentitud con la que habló no corres-
ponde a la velocidad de respuesta que normalmente presenta; aun
cuando siempre habla calmadamente, hoy parecía analizar antes
cada palabra que salía de su boca.
A pesar de las cicatrices de quemaduras de sus manos, es minu-
cioso y detallista, lo cual no parece ser una capacidad adquirida re-
cientemente. Los dibujos son un claro reflejo de una mente abierta,
paisajes limpios de atardeceres claros, niños jugando, etcétera. En
ningún momento encontré temas que representen depresión, con-
flicto interno, mal trato, pero el método utilizado es obsesivo, al
grado que creo que está causando daño a su vista, así que solicitaré
una consulta oftalmológica correctiva.
Me demostró claramente que su cojera es simulada, y lo más cu-
rioso es que no tuvo empacho en hacérmelo saber. Considero que
está queriendo llevarme a sus terrenos y me quiere demostrar que
me tiene confianza. Creo que la terapia está dando resultado, pero
67
aún es pronto para entender una mente tan compleja. Es necesario
cotejar la información.

68
Notas Bernardo
Episodio de ira

La reacción agresiva de Tomás no concuerda con su comporta-


miento normal. No sólo se negó a la revisión oftalmológica sino
que agredió a dos enfermeros sin consecuencia graves. Después de
ser sometido, se le confinó a su habitación en donde permaneció
el fin de semana. Se ha negado a comer por lo que de continuar
así será necesario medicarlo, pese a las normas de la clínica. Creo
conveniente adelantar la sesión de Tomás al día de hoy.
Su comportamiento no concuerda con ningún antecedente de
los expedientes, pues las conductas agresivas anteriores tuvieron un
detonador que, justificadas o no, las hizo comprensibles. Pero en
este caso fue algo totalmente espontáneo y lo considero una laguna
de ira reprimida en los años que lleva en la clínica, desatada por su
fobia a los aparatos tecnológicos del área oftalmológica.
Según el reporte de las guardias del fin de semana no ha caído
en un episodio de silencio y se mostró preocupado por el buen
estado de los enfermeros a los que agredió. Sin embargo, y a pesar
de haber hablado con dos tratantes de guardia el fin de semana, no
ha salido de su habitación y solamente ha tomado agua.
Desde la llamada de Joel para ponerme al tanto del incidente,
giré instrucciones de no medicarlo ni considerar calmantes. Creo
que, en el fondo, es lo que quería para seguir con el extraño juego
en el que me quiere meter. Me parece que, con el avance que lo-
gramos al día de hoy, sería un paso atrás mantenerlo tranquilo con
fármacos, sobre todo considerando que una vez en su habitación
normalizó su comportamiento.
La prioridad de la sesión de hoy es entender cuál es el deto-
nador y encauzar correctamente el avance que logramos hasta la
fecha. Creo que el detonador fue externo y él mismo lo explicará si
se le brinda la oportunidad. Poner este episodio en su expediente
sería un retroceso, pero las normas de seguridad de la clínica man-
dan levantar un acta y elevar la calificación de riesgo del paciente,
y transferirlo a una sección de mayor seguridad hasta su evalua-
ción. A mi juicio, estas normas pueden perjudicar el avance que
69
llevamos, por lo que he solicitado evitar el cambio y no tomar las
acciones normales del caso.

70
Sesión Tomás…
Artista mitómano

Bernardo llega a la habitación de Tomás con una libreta bajo el


brazo y en las manos una bandeja con platos con un capelo trans-
parente, un vaso y unos cubiertos plásticos.
—Hola, Tomás, te traje algo de comer.
—¿Cuál es el menú?… Déjeme pensar… ¿Valium?… ¿ Hal-
cion?… o ¿posiblemente algo más que me serene?
—En realidad no, traje un omelet, un jugo y algo de pan. Pensé
que después de tres días sin comer te gustaría algo así.
—En realidad sí, ¿me trajo la lupa?
—Mmm… no. Consideré más importante venir a verte. Me pre-
ocupó lo que hiciste.
—Sólo lo cuido, Doc. Usted no ha terminado de entender. Aún
tiene mucho que saber de mí, pero tenemos que ser muy claros en
algo. No necesito que me operen los ojos. Sólo quiero una lupa.
—Tomás, hace mucho que la gente dejó de usar lupas, y anteojos
y tener mal la vista. En quince minutos te arreglan los ojos y ves
bien.
—Ya lo haré. Hoy necesito cosas distintas. Necesito olvidar lo que
pasó el viernes y que lo olviden los demás… ¿Lastimé a alguien?
—No, Tomás. Pero no sería difícil que lo hicieras. En proporción,
eres más alto y fuerte que los enfermeros. Deberías controlarte.
Tomás comienza a comer, un tanto desesperado, pero sin dejar
de hablar.
—Doc, déjeme comiendo y anótese un logro como quien tran-
quilizó al loquito, pero necesito que hablemos nuevamente. Quie-
ro terminar mi dibujo, es importante que lo tenga.
—¿Qué te parece si terminas de comer y salimos al jardín a que
termines tu dibujo y sigas con la platica?
Tomás deja el plato a la mitad, se limpia las manos con la servi-
lleta de papel y se levanta tomando sus cosas, el block, las plumillas
y la gorra. Camina con Bernardo al jardín y apresura el paso al mis-
mo lugar donde hubieran hablado antes. Para sorpresa del Doctor,
habla en el camino.
71
—Necesito saber algo de usted antes de que sepa más de mí.
—Dime Tomás, ¿qué quieres saber?
—¿Conoce su clave de identificación?
—Sí.
—¿Cuál es?
Bernardo se da cuenta de que Tomás le mira a los ojos y entiende
que no puede mentirle, y sin dudarlo le da su clave de identidad.
—Es 670905-brs-34678211. ¿Para qué lo quieres?
—Es parte del paisaje.
—¿Del paisaje?… Hoy sí no te entiendo, Tomás; ¿qué quieres
decir?
—Ya lo sabrá, Doc… ¿Recuerda nuestra platica?
—Sí.
Cuando llegan al mismo lugar del jardín, Tomás se sienta en el
mismo lugar y continúa charlando como si sólo hubiera hecho una
pausa para tomar aire.
—Cuándo por fin terminé de ensamblar las partes, se me invi-
tó a continuar con el proyecto. Empecé a ser gente de confianza
para ellos. Estaba acostumbrado a la confidencialidad que impli-
ca desarrollar software, pero me extrañó mucho cómo se manejó
el nuevo contrato. En lugar de ser un simple acuerdo de trabajo
con alcances y procedimientos, se me pidió firmar un convenio
de discrecionalidad que incluía unas sanciones económicas enor-
mes. Me hicieron exámenes físicos, radiografías, exámenes psi-
cométricos, como esos que usted hace, y me examinaron en mi
propio campo. Jamás me fue tan difícil desarrollar una fórmula
como la que me pusieron de examen de programación: tenía que
resolver un encadenamiento de datos que provenían de quince
diferentes programas y plataformas de trabajo, bases bancarias,
archivos caseros, de organizadores portátiles, registros financie-
ros, y traducirlos a un sistema nuevo que era compatible con la
base en la que había trabajado este tiempo. Era como tratar de
hacer traducción simultánea de una riña entre quince personas de
distintos idiomas y, además, anotar sus ideas y ordenarlas alfabé-
ticamente… Lo resolví en unas siete horas, y al final me invitaron
al equipo… ¿Me va siguiendo, Doc?
72
—Te sigo, Tomás. Sólo que empezaste sin mucho tiento, pero ya
te sigo.
—Dos días después de admitirme por escrito en una carta de
bienvenida, recibí un sobre en mi escritorio. En él encontré un
boleto de avión redondo a Salt Lake City, y una bitácora de trabajo
en la que se indicaba desde la hora a la que pasarían a recogerme a
casa, los puntos de reunión, hasta las horas a las que podía dormir.
Era un programa muy apretado, de cinco días en el que no se es-
pecificó a dónde llegaría ni reservaciones de hotel ni ninguna otra
cosa; sólo salida, itinerario de trabajo y regreso.
—En ocasiones, llegué a ir a congresos así; normalmente son
para capacitación.
—Algo así pensé. La salida fue muy normal: un chofer pasó por
mí y me dejó en el aeropuerto sin decir nada durante el recorrido;
en la terminal aérea una persona me acompañó al avión, y al ba-
jar del avión había otra persona esperándome. Ésta me llevó a las
afueras de la ciudad, a un edificio fortificado del que sólo se veía
un acceso a nivel de la carretera con un acceso peatonal y otro ve-
hicular, sin ningún señalamiento. Prácticamente todo alrededor de
la entrada era desierto, no había más construcciones en muchos ki-
lómetros a la redonda… Pasamos la reja que se abrió en cuanto nos
acercamos en el coche. Conté unos seis o siete niveles por debajo
del nivel donde entramos hasta que nos estacionamos. El chofer
sólo contestaba con monosílabos a mis preguntas, y al bajar del
coche me dijo: “bienvenido al Archivo General de la Humanidad”;
fue la frase más larga que pronunció, pero aún la puedo escuchar
en mi cabeza; me sorprendió ver algo así: había escuchado alguna
vez que los mormones querían reunir un Archivo de la Humani-
dad, pero no sabía que lo hubieran realizado; eso suponiendo que
fueran ellos. ¿Alguna vez escuchó del Archivo de la Humanidad,
Doc?
—Sí, alguna vez escuché de la intención de hacerlo.
Durante toda la plática Tomás no levanta los ojos, y mientras
habla continúa minuciosamente trabajando con las plumillas en el
block. El dibujo toma forma rápidamente.
—Aún no salía de mi asombro cuando se me acercó un hombre
73
con gesto de familiaridad y una sonrisa enorme… “¡Danny, qué
gusto conocerte en persona!”
—¿Te llamas Daniel?
—Eso sólo es parte de la historia. Me llamo Tomás, Tomás Bit.
Recuerde que, de cualquier modo, Daniel firmó un contrato por el
que no puede hablar de esto. Él es sólo un personaje de esta histo-
ria y no tiene que ver conmigo hoy.
—Vale, Tomás; entiendo.
—El hombre me abrazó y sin dejar de hablar sobre las ganas que
tenía de conocerme, me fue llevando al interior de las oficinas. La
construcción subterránea era enorme y parecía uno de esos silos
que construyeron para los cohetes nucleares transoceánicos de la
Guerra Fría y que habían adaptado como oficinas y archivos. Los
corredores y escaleras parecían un laberinto. En el recorrido pasa-
mos por unas salas con grandes ventanales y en el interior se po-
dían ver grupos de jóvenes capturando datos de viejos papeles. El
hombre caminaba rápido y seguía hablando indicando lo que era
cada parte: los archivos viejos, la zona de captura, la cantidad de
personal que trabajaba en el proyecto y datos generales sin especi-
ficar mucho sobre ningún tema, hasta que llegamos a un pequeño
salón muy iluminado con una mesa redonda en donde había otras
tres personas, un pizarrón electrónico, y cada lugar tenía una com-
putadora integrada a modo de poder trabajar en grupo, con moni-
tores individuales empotrados en la mesa, y proyección de todos
en una pared. El hombre me invitó a sentarme y, sin más, inició
la junta… “Ustedes ya se conocen de uno u otro modo; sé que en
persona no se habían visto, pero sus vidas han compartido horas
de trabajo y platicas en chat; como ustedes mismos no se ubicarían
si los presento por nombre empezaré de derecha a izquierda nom-
brándolos con sus nick’s: el caballero es Leviatán, el señor es Lio y,
por último, Easyplayer; además les quiero presentar al coordinador
de información del archivo, el señor Batres; yo soy Samuel Sayer,
y esto es el Archivo de la Humanidad; están aquí para ayudarnos
a actualizar los últimos cincuenta y seis años de información”. Un
extraño frio me llenó como si presintiera lo que pasaría con el
tiempo… ¿sabe, Doc? La gente con la que estaba sentado, eran dos
74
leyendas de la programación, y Sayer es un estadista internacional,
es más, yo mismo utilicé sus fórmulas en algunos de los programas
que desarrollé.
—Sígueme contando: ¿qué pasó?, ¿qué te hizo llegar a hoy así?
—Tras unas presentaciones de diapositivas en las que se encar-
garon de enseñarnos que sabían todo de cada uno de nosotros.
Nos mostraron algunos videos y gráficas que más bien parecían
comercial de reclutamiento de la armada y nos dieron un extraño
recorrido por la edificación, mostrándonos los viejos archivos que
ocupaban una enorme galería ordenada en cajas de cartón y ana-
queles metálicos, en pequeñas tarjetas que ordenaban por fecha de
nacimiento; cada caja correspondía a un día específico y había días
que tenían dos y hasta tres cajas, con miles de tarjetas. Todo parecía
sacado de una película antigua. Nos explicaron que en los setentas
empezaron a tratar de ordenar electrónicamente con lectores de tar-
jeta, y las tatarabuelas de nuestros organizadores actuales sin mucho
éxito. Y así trataron de actualizar en no menos de diez ocasiones
distintas, según les fue permitiendo la tecnología, pero cada vez que
tenían un avance importante la tecnología les adelantaba dejándo-
los nuevamente obsoletos. Por eso estábamos allí. Habían tomado
una decisión drástica: la decisión era transferir todos los archivos de
los viejos formatos a una base de datos a prueba de errores, es más,
querían que se autoevaluara, y se actualizaran todos los días. Pero
eso no era lo mejor; habían decidido no dejarse rebasar por la tec-
nología; habían decidido crear un método para una tecnología aún
no creada. Eso explicaba el porqué los procesos se saturaron en to-
das las pruebas. Estas personas esperaban que el avance exponencial
tecnológico les diera una herramienta poderosa antes de la creación
de la plataforma. Es como cuando planean una ciudad empezando
por las amplísimas calles, aun cuando nadie vive en ella. Era mara-
villoso, recuerda lo que los brasileños hicieron al planear Brasilia…
Nadie les creía que se fuera a ocupar una pista de doce carriles en
una ciudad nueva y hasta les quedó pequeña.
—¿Y cómo podían estar seguros de lograr que corriera el progra-
ma en algún momento, y si la tecnología no avanzaba a la veloci-
dad que esperaban?
75
—Era fácil. En cuestión de cinco años la capacidad de procesos
en las computadoras caseras había pasado de unos cuantos miles
de operaciones por segundo a varios millones. Usando un poco los
propios conceptos de Sayer: si en veinte años pasamos de las tar-
jetas perforadas al multimedia… No se tenía que analizar mucho.
Además, estas personas tenían el potencial económico para com-
prar la tecnología de punta. Imagine por un momento las expectati-
vas tecnológicas que tenían. Si suponemos que la humanidad sólo
en la década de los sesentas desarrolló tres veces más que en toda
la historia de la humanidad, y después este avance se duplicó cada
diez años y el día de hoy cada dos años duplicamos la capacidad
tecnológica. El pronóstico de tener la tecnología adecuada pronto
era muy favorable… Regresando al cuento, nos enseñaron las insta-
laciones, y como tenían almacenada la información, también como
les llegaba, pero nunca sus fuentes. Ese punto lo preguntamos, pero
siempre se nos dio una respuesta ambigua. Por fin empecé a enten-
der parte de la programación, parte de las variables, y cómo opera-
ba el proceso. Estaba impaciente por empezar a aplicar datos reales
para poder afinar el programa. Lo mismo le pasó a Lio, quien esta-
ba muy entusiasmado por comenzar a trabajar con las partes que
él llevaba. Fue con él con quien logré hacer amistad, y no sólo en
ese momento. Durante un tiempo seguimos en contacto por la red.
Utilizábamos el propio desarrollo para hacernos llegar comentarios
y desarrollamos un sistema para comunicarnos entre nosotros a tra-
vés de partes de programación. Easyplayer era un tanto más arisco.
Tuvimos poca empatía, él era un hacker muy agresivo que había di-
señado un proceso de engaño virtual a través de espejear la interfaz
gráfica y desarrollaba huevos de pascua y programas intrusos, con
lo que era capaz de espiar cualquier maquina sin ser descubierto,
esos juegos no nos gustaban a los demás programadores. El ultimo
día Sayer entró al salón nuevamente y nos dijo: “Señores, ya saben
todo de nosotros; ahora es momento de poner a trabajar la mente
y terminar el proyecto; según calculamos, sólo tenemos cinco años
para que esté a prueba de fallos”… Pensé: “Cinco años; el proyecto
es más grande de lo que yo conozco”. Cuando regresé a casa y fui
a la oficina, lo confirmé. Mi lugar de trabajo había cambiado, tenía
76
una estación nueva y más potente. Nunca había visto algo así: dis-
ponía de una capacidad de memoria diez veces más grande que los
equipos que usaban para hacer películas animadas, estaba conecta-
do a una red y un grupo de servidores que nunca pude conocer, y
que estaba blindado a invasiones de cualquier tipo. Traté muchas
veces de entrar desde mi terminal para saber qué tipo de servidor
era, pero siempre me bloqueó. Además, me habían dejado archivos
reales para las pruebas; los archivos correspondían a un grupo de
personas ya fallecidas hacía más de veinte años. Incluían una serie
de variantes que no correspondían al desarrollo del programa, estas
variantes tenían una nota REM, que me indicaba que, al llegar a
ellas, el programa identifica un proceso pendiente. En cuestión de
seis meses me llegaron dos partes más, cada una de ellas del tamaño
de lo que yo tenía ya junto. Sabía que eran de Lio y de Easyplayer.
Eso quería decir que me habían elegido a mí para compilar y pro-
bar el programa maestro. Mientras intercalaba las partes y empata-
ba los procesos, reconocí algunos comandos escondidos entre las
partes de operación. Algunos eran simples comentarios sarcásticos
de Lio que sólo entre programadores podía causarnos risa, otros
eran opciones abiertas a cambios futuros que me dio la idea de
dejar secciones de resguardo, como lagunas de conexión interna
del programa para realizar pruebas sin entorpecer la ejecución. Tar-
dé casi seis meses en unir las partes y darle lineamientos a cada
proceso. Durante este tiempo seguí en contacto con Easyplayer y
Lio, sobre todo en las pruebas cuando aparecían en línea para la
resolución de problemas. Trabajábamos en mi estación vía la red de
la empresa, y nunca supe si ellos estaban cerca o en otro país. En
realidad, era algo que nunca se me ocurrió preguntar. Estaba acos-
tumbrado a trabajar en equipo a grandes distancias y muchas veces
entre programadores ni siquiera nos conocíamos… Al terminar la
compilación, descubrí que el programa no tenía una interfaz de
trabajo. ¿Sabe lo que eso significa, Doc?
—En realidad no.
—Pues quiere decir que era sólo un proceso de ejecución, es
decir, en el monitor no aparecía nada, como en los programas nor-
males como los procesadores de texto y esas cosas, donde usted
77
puede ver lo que está haciendo. En este caso no tenía nada gráfico
para que algún usuario lo viera o revisara. Cuando era sólo la etapa
de pruebas entendía que no hubiera interfase, pero en un programa
funcional no. Eso me decía que o bien faltaba algo, o este progra-
ma correría secretamente en un sistema al cual sólo se podría acce-
der a los resultados, pero no intervenir en los procesos. Cosa que
era verdaderamente extraña; ¿quién querría correr un programa
sin poder revisar su funcionamiento y, peor aun, en un programa
de este tamaño. De cualquier modo, seguí con el trabajo, aunque
ahora entendía menos. Pero esperaba que, al igual que yo armaba
esta parte, alguien en algún otro sitio estuviera compilando la pla-
taforma gráfica. Por eso quizás el grupo con el que me reuní estaba
formado por un especialista en recopilación, un hacker invasor y
yo en el manejo de datos… Así pues, tardé un poco más de un mes
en verificar las correspondencias con el diagrama de flujo, y me di
cuenta de que algo faltaba en la línea de datos. Existía una puerta
abierta en todo momento; algo faltaba o algo no se había termina-
do. Así que pasé a hablar con el director de Pah-ef nuevamente, y le
comenté que algo faltaba. Su nueva respuesta me sorprendió otra
vez: “Sí, lo sé, haz que cuando llegue a esa parte busque a cualquier
otro proceso que se detenga en el mismo punto y los relacione”. Le
dije que eso era casi imposible; las probabilidades eran bajísimas;
podría hacer que suspendiera el programa. Entonces me dijo lo que
detonaría mi curiosidad: “En tres mil billones de casos siempre se
logra una relación”… Pasé días pensando: el proceso era larguísimo
y verificaba casi setenta mil variables. Además de generar nuevas
variables a partir de la ejecución de cada una de ellas, el progra-
ma tenía la cualidad de generar nuevas variables cuando no existía
una que hiciera match con las existentes. De repente lo entendí: no
querían almacenar datos de la humanidad, querían relacionarlos.
Y empecé a ver lo que hacía el programa que tuve en mis manos
durante casi seis años. Imagínese, Doc, tenía en mis manos un soft-
ware capaz de saber todo sobre cada persona en la tierra, y por si
fuera poco, capaz de dar un rango de comportamiento, tendencias,
gustos, etcétera, almacenarlos en una base activa y que generaba
nuevos rangos de almacenamiento para cada actividad nueva de
78
cada individuo y, además, relacionar los datos con el comporta-
miento de otra persona.
—Eso, Tomás, creo que no es posible; pueden saber parte de
nuestros datos, ¿pero cómo van a saber nuestros gustos?
—Saben todo y lo peor es que normalmente los datos somos
nosotros mismos los que se los damos, usando computadoras, telé-
fonos, tarjetas, y todas esas herramientas de nuestra moderna vida
diaria, y, peor aun, desde el nacimiento de la TotalNet y los dispo-
sitivos inalámbricos, no existe nada que no pase por sus manos…
—Me es difícil pensar en algo así…
—Sólo imagínese la cantidad de datos que la gente lleva ponien-
do los últimos veinte años en la red en cuestionarios, correos, redes
sociales… No tiene límite.
—¿De qué serviría almacenar tanta paja? No creo que algo así
fuera útil.
—Le tengo un regalo, Doctor.
Tomás muestra el dibujo terminado. Las luces y sombras forma-
das por los diminutos puntos y rayitas; generan una imagen que
salta del papel; el paisaje es claro y bien definido; entre renglones y
columnas perfectamente ordenadas, un grupo de edificios reflejan
la luz del atardecer enmarcado con algunas ramas que claramente
se ubican cerca del observador. Alguna nube que rompe el cielo
realza la dirección de los rayos solares que casi horizontalmente
rompen el cielo. Bernardo nota que, antes de entregárselo, Tomás
escribió algo al reverso; así que después de contemplar el dibujo,
busca la inscripción que a modo de título dice “una mirada a mi
locura” con la fecha pero sin firmar. Lo gira de nuevo y tras verlo
más detenidamente comenta:
—Es precioso. Te lo agradezco. Pero regresemos al tema: ¿cómo
pueden saben de nosotros tantas cosas?
—Doc, lo que tiene en sus manos no es un dibujo. Es una carta
con instrucciones precisas. En ella verá puntos y rayas, en donde
cada raya es un uno y cada punto es un cero. No esperaba que
creyera lo que le decía, así que pongo en sus manos una muestra
para que crea. Las instrucciones son muy fáciles. Cuando llegue a
su casa diga a su computadora: “Interpreta y ejecuta código bina-
79
rio”, y lea los últimos tres renglones de datos del dibujo de derecha
a izquierda empezando por el último, y subiendo un renglón a la
vez, y procure tener suficiente papel en la impresora. Verá que en
nuestra siguiente terapia yo seré quien lo trate a usted. Por cierto,
ya estamos retrasados. Terminó mi terapia y sigo loco… ¿Vamos a
loquilandia de regreso?
Tomás se pone en pie y comienza a caminar de regreso a la
clínica. Su paso es tranquilo pero claudicante. Guarda silencio casi
todo el trayecto, pero al estar a unos veinte metros de la entrada,
gira la cabeza y pregunta:
—Doc… ¿está cumpliendo su promesa de no grabar ni escribir
en electrónico nuestras reuniones, verdad?
—Sí, Tomás, lo estoy haciendo.
Bernardo camina despacio viendo el dibujo impactado, mien-
tras Tomás entra a la clínica y se dirige a su habitación. Las indica-
ciones que ha recibido eran increíbles. Era difícil de creer que las
columnas y los renglones que dan forma al detallado dibujo sean
una relación de ceros y unos que significaran algo; viéndolo deteni-
damente percibe claramente los ceros y los unos desprendiéndose
del detallado diseño. no puede entenderlo y su capacidad de ima-
ginarlo es casi tan limitada como sus habilidades computacionales.
Es tan increíble que no puede ser cierto.

80
Notas Bernardo…
Partes reales y partes no

Lúcido, coherente, inteligente, claro. No entiendo qué pasa. Cada


reunión con Tomás me hace ver aspectos diferentes de él. Creo que
parte de su historia es cierta. Es consistente en lo relacionado a su
trabajo. Sí creo que sea programador, pero magnifica los eventos, y
aun cuando da nombres y lugares, no necesariamente quiere decir
que vivió los eventos. Considero exagerado y egocéntrico, pero
simplemente por el beneficio de la duda pienso seguir sus instruc-
ciones al llegar a casa. Es muy posible que, haciéndolo ver la reali-
dad, podamos llegar juntos a encontrar el camino de su curación.
El dibujo es realmente bueno, pero considero imposible que,
mientras hablamos, sea capaz de escribir en código binario y de
atrás para adelante instrucciones precisas para una computadora,
sobre todo sin interrumpir su relato y sin dudar ni corregirlo. El
dibujo es excelente y no pierde la integridad de la imagen por estar
constituido por puntos y rayas.
El relato parece sacado de una novela de intriga internacional,
lo que sólo corrobora mi idea de su mitomanía y delirio de perse-
cución. Creo que ha formado una historia compleja en su cabeza
y la ha venido afinando con conceptos sacados de los libros que
lee. También creo que evade mirarme para simular las mentiras
que incorpora en su relato. Sigo pensando que es programador
como asegura, pero considero poco real el conjunto completo de
su historia.

81
En la casa de Bernardo…
Te investigo y me sorprendes

Llegar a casa esa tarde es más que una necesidad: Bernardo quiere
averiguar lo que Tomás había hablado. Así que se apresura a entrar
a la casa, deja las cosas que traía en las manos y lleva consigo sólo
sus notas y el dibujo al estudio. El estudio tiene un escritorio de
madera muy viejo. Lleno de libros y papeles, rodeado de libreros
en los que no había espacio para un tomo más, detrás el escritorio,
hay una mesa auxiliar con fotografías enmarcadas.
Se sienta en el sillón y empieza a dar instrucciones.
—Activo.
—Buenas tardes, doctor Seler. Tiene dos mensajes en video, am-
bos de su hijo, y nueve escritos en su bandeja de entrada, todos
spam.
—Sólo déjame ver los de mi hijo y borra los demás.
Un pequeño plasma se activa en el escritorio y aparece el video
de un joven.
—Hola, papá. Sólo quería saludarte. Hace días que no habla-
mos. Te busco más tarde.
—Segundo mensaje.
—Hola de nuevo. Casi lo olvido. Ya tengo todo listo para ir al
término del curso. Nos vemos en cuatro semanas. Todo bien.
Al terminar los videos, Bernardo toma el dibujo y sigue las ins-
trucciones de Tomás.
—Interpreta y ejecuta código binario.
—Datos a interpretar.
—Interpreta cero, uno, uno, cero, cero, cero, uno, cero, cero,
uno, cero, cero, uno, cero, cero, cero, uno, cero, uno, uno, uno
cero…
Justo al dictar el último número, la computadora responde:
—El resultado está en pantalla.
En el pequeño plasma aparece un listado casi interminable de
unos y ceros.
—Almacena bajo el nombre BIT e imprime.
—Se requieren mil quinientas ochenta hojas. Favor de dispen-
82
sarlas. Además, se requiere un cartucho nuevo de tóner para la im-
presión del total. El actual tiene una vida útil de quinientas ocho
hojas de impresión.
—Interrumpe impresión… Es ridículo, ¿qué puede ocupar tanto
espacio? Localiza intérprete de código binario y traduce documento.
—Traducción en pantalla.
Bernardo mira el monitor donde aparece la traducción, pero
sólo se ve una serie de letras y símbolos sin ningún significado.
—Existe alguna traducción para lectura convencional del docu-
mento.
—No según códigos de encriptación registrados.
—¿Busco en otros idiomas?
—No, no requiero otros idiomas. Busca algunos conceptos y de-
pura resultados. Quiero las ligas de “Archivo de la Humanidad” y
empresas con nombre “Pah-ef” en presente y en histórico… Voy a
comprar papel y tóner mientras depuras las búsquedas.
La extrañeza no se puede esconder en la cara de Bernardo. Nun-
ca en su vida ha necesitado imprimir más de cincuenta hojas y una
cantidad tan grande le parecía descabellada, pero esa noche la cu-
riosidad es mayor que su cansancio. Así que toma una chaqueta del
perchero y sale en busca de papel. Unas pocas calles lo separan de
la tienda donde regularmente hace sus compras, y aunque su com-
pra no es muy usual espera encontrar lo necesario… Como a un
viejo conocido lo saluda el policía de la puerta y el encargado de la
fuente de sodas. Recorre la tienda hasta los anaqueles de papelería.
Un dependiente ordena tablillas de digitalización en una repisa y
al ver a Bernardo se le acerca.
—¿Le puedo ayudar?
—Sí… Le parecerá absurdo, pero necesito unas dos mil hojas de
papel.
—No sé si tenga, y si las tengo le van a costar muy caras por el
impuesto forestal… ¿No prefiere algún otro sistema de almacena-
miento de datos?
—No, quiero el papel, por favor, y, si es posible, un cartucho de
tóner para una vieja impresora láser HP cinco mil quinientos.
—Deme unos minutos; veré qué puedo hacer.
83
La vergüenza que sintió cuando el empleado mencionó el im-
puesto forestal le hace sentir como un asesino de la naturaleza,
cosa que en su juventud nadie hubiera hecho caso, pero en los últi-
mos tres años se ha declarado una veda general a la tala de árboles
combatir el calentamiento global, y el papel ha sido uno de los pri-
meros productos afectados. Tras unos minutos el empleado regresa
con una plataforma de ruedas y unas cajas plásticas en ellas.
—Servido, dos mil hojas de papel reciclado y totalmente legal.
Sólo necesito que me llene el formulario de compra.
—¿Formulario de compra?
—Sí, las ventas superiores a cien hojas al mes requieren un re-
porte de venta… Dos mil hojas de papel son un poco más de tres
árboles de cinco años, así que espere una multa sobre el costo del
papel… De cualquier modo me tomé la libertad de traerle otra
opción…
El empleado se agacha y toma una de las cajas, con una impre-
sora y una hoja de poliéster reciclado color blanco.
—Mire, ésta es una impresora de grabado láser a color, y trabaja
sobre cualquier superficie sintética como poliéster, acetato, plásti-
co, etcétera, y esto es plastibond sin pulir. Lo puede usar para impri-
mir o hasta dibujar. Es más barato y está hecho de basura, botellas,
pañales, bolsas, etcétera.
—¿Y qué tiene de bueno?
—Son varias cosas: la primera es que como tengo el papel, pero
no el cartucho, no creo que pueda imprimir sus hojas; la segunda
es que el precio de la impresora y las dos mil hojas de plastibond le
cuesta menos del diez por ciento que las hojas de papel normal.
Además, esta impresora ya no requiere cablear a la computadora,
sólo corriente y a trabajar.
Bernardo piensa por unos segundos. Una impresora nueva y
mucho más barata le parece buena idea, pero retumban las palabras
en su cabeza: “Ya no requiere cableado”. La sola idea de que fuera
cierto que los equipos inalámbricos transmiten las actividades del
propietario, como Tomás le había dicho, le eriza la piel. No es el
momento de darse el lujo de experimentar; tiene severas dudas so-
bre la veracidad de Tomás, pero… ¿y si fuera verdad?…
84
En su vida Bernardo no se ha caracterizado por ser innovador
y tecnócrata, sino más bien rea cio a aceptar lo nuevo… Su primer
organizador digital se lo había regalado Salomón hace apenas dos
años, y, lejos de usarlo por gusto, lo ha hecho por necesidad; ya
todo es por vía electrónica y en eso Salomón es quien siempre lo
empuja a actualizarse. En esta ocasión y con dudas sembradas por
Tomás, decide seguir con su viejo equipo…
—No, prefiero el papel normal… ¿Dónde puedo conseguir el
cartucho de la impresora?
—A esta hora sólo en el Centro, en la calle catorce hay una tien-
da que abre las veinticuatro horas y seguro encontrará el cartucho.
Es una tienda de equipo nuevo y usado que vende partes descon-
tinuadas.
El empleado extiende el tablero electrónico con el cuestionario.
Al tomar Bernardo el tablero identifica los datos del chip de su
antebrazo y despliega los datos en los espacios en blanco y sólo
parpadea un texto en la base. “Si sus datos son correctos ponga en
el recuadro su dedo índice izquierdo.” Bernardo revisa los datos,
sólo para asustarse más al notar que en un recuadro marca que en
los últimos veinticuatro meses ha adquirido cien hojas de papel, lo
que suma a la fecha dos mil doscientas; destaca en un recuadro y
con letras rojas una falta menor a las disposiciones forestales, junto
con la anotación de una multa abonable en su próxima declaración
de impuestos… Luego de tocar la pantalla, la tablilla expide un
certificado de compra. El empleado toma nuevamente la tablilla,
recorta el comprobante impreso sobre una cinta de acetato trans-
parente y se lo entrega.
—Gracias por su compra, doctor Seler… Déjeme ponerle en
unas bolsas su compra.
—Gracias.
Bernardo sale de la tienda. Sin entrar en su casa, sube a su co-
che y se dirige al centro de la ciudad. Llega rápidamente a la calle
catorce, aunque no da con la tienda de consumibles para oficina.
Esperaba ver un local grande y bien iluminado, pero se topa con
una puerta con un pequeño anuncio de insumos para impresión.
Al entrar, más parecía una tienda de usados. Las paredes sucias y
85
grises y un hombre viejo y malencarado, sentado tras un mostrador
blindado con cristal y herrería viendo televisión, con cámaras de
seguridad en ambos lados del mostrador y un micrófono de dos
vías sobre el cristal. Al acercarse al mostrador suena una campani-
lla. El televisor cambia la pantalla y aparece una foto de Bernardo
y sus datos, que el empleado lee y gira la cabeza a la ventanilla de
atención.
—Buenas noches, Doc… ¿Qué necesita?
—Hola, buenas noches. Quiero un cartucho de tóner para una
impresora HP cinco mil quinientos.
—Ya no existen…
—¿Qué puedo hacer?
—Rellenarlo, pero yo no lo hago. Si quiere, puedo venderle los
materiales y un instructivo, pero es bajo su responsabilidad. No le
puedo garantizar que funcione bien. Depende de en qué estado
esté su viejo cartucho…
—Adelante, necesito poner a funcionar mi equipo… Es cuestión
de nostalgia.
—Espero que sea mucha su nostalgia, porque sólo admito efec-
tivo y, en este caso, no tenemos recibos… Considere que le estoy
haciendo un favor…
Después de sacar hasta el último centavo de su cartera, Bernar-
do sale de la tienda, con una botella de tóner, unos cuantos sellos
de goma, un par de pequeños embudos y una especie de enorme je-
ringa acompañado todo de papeles mal impresos que, según el ven-
dedor, son las instrucciones de llenado. La noche seguía avanzando
y el camino a casa se hace pesado. Ha perdido mucho tiempo.
Regresa a casa desesperado por continuar. Así que va derecho al
estudio cargando las bolsas de papel y el kit de recarga de la impre-
sora. Sin siquiera sentarse continuó su búsqueda.
—Activo… Descripción de avance.
–Imposible localizar empresa con siglas Pah-ef.
Bernardo desempaqueta las hojas y las coloca en la bandeja de
la impresora. Sin acabar de entender si lo que estaba haciendo esta-
ba bien, sigue las instrucciones de un enfermo mental, insertando
un programa cuyo contenido desconoce. Ha tenido que hacer una
86
inversión enorme en papel, acompañado del pago de impuestos
por el uso de papel… “Todo lo que he hecho desde que salí de la
clínica es un completo error…” Pero ya ha empezado, y quizás lo
mejor sea terminar.
—Iniciar impresión.
—Iniciada… Archivo de la humanidad, en pantalla, sesenta y
cuatro mil quinientos ocho match, ¿algún criterio de depuración?
—Elimina novelas, cuentos y ficción. Conserva artículos de pe-
riódico y revista, páginas principales y biografías.
—Catorce mil doscientos match, ¿algún nuevo criterio de depu-
ración?
—Elimina archivos posteriores a 2010.
—Imposible continuar con la impresión. Favor de cambiar car-
tucho de tóner.
La molestia se refleja en la cara de Bernardo, mientras quita el
cartucho y comienza a seguir las instrucciones de rellenado, entre
carreras para buscar herramienta, un trapo para limpiar el finísimo
polvo que, en su desesperación por rellenar rápidamente el tanque,
ha manchado parte del escritorio, y una navaja para hacer un par
de cortes a los tapones plásticos que debe colocar en el orificio de
entrada y el de respiración… Entretanto Bernardo sigue buscando
en la red.
—Ningún match posterior al año dos mil diez. El total de la bús-
queda es histórico. La última fecha de artículo es mayo 14 de 2007.
¿Algún nuevo criterio de depuración?
—Da prioridad a los que contengas nombre Samuel Sayer.
—Cero match. Iniciar búsqueda nueva o regresar.
—Iniciar nueva búsqueda… Archivo de la humanidad sin im-
portar año; solamente conceptos históricos. Ordena cronológica-
mente del más antiguo al más nuevo.
—Trescientos noventa y seis match.
—Elimina páginas no firmadas o sin respaldo histórico.
—Setenta y ocho match.
—Alguno respaldado por la sociedad de historia.
—Tres match, todos ellos ligados.
—Preséntalos uno a uno en pantalla.
87
La página no contenía imágenes. Era de la vieja Web: sólo texto
con un rudimentario banner superior de letras sombreadas y descri-
bía los orígenes del Archivo de la Humanidad en el año cincuenta
y ocho en la Universidad de Yale, describiendo una tesis de un
estudiante de economía sobre una teoría de en tendencias demo-
gráficas…
Bernardo coloca el cartucho recargado y continúa automática-
mente la impresión y el retoma su lugar para seguir leyendo, sin
encontrar nada muy concreto.
—Regresar y suspender búsqueda.
—La impresión ha terminado, resultando mil quinientas ochenta
y tres hojas impresas, seis millones cincuenta mil doscientos vein-
tiséis caracteres recibidos impresos.
Bernardo lee por casi una hora y haciendo más búsquedas sobre
el tema. En cada ocasión se topa con callejones sin salida. Impo-
tencia ante su poca práctica en la red. Es que nunca ha necesitado
hacer búsquedas más complicadas que una biografía o un libro. En
esta ocasión no sabe cuál es el camino correcto.
—Busca archivos que relacionen a programadores, hackers y
crakers con los nombres Leviatán, Easyplayer y Lio.
—Resultados conjuntos ninguno, sólo un match con los tres
nombres pero no relaciona las palabras programador hacker o crac-
ker, y existen más de dos millones de referencias de combinaciones
individuales.
—Muéstrame la página de conjunto.
En la pantalla aparece un site de un diccionario de términos para
el juego de la red. Una versión compleja de calabozos y dragones
que los jóvenes utilizan globalmente y en que se combina un juego
tridimensional en primera persona en un mundo ficticio y unas
tarjetas de poderes que intercambian en la red y que les ayuda a
pasar de un lugar a otro de los miles de escenarios donde más de
siete millones de usuarios participan… En alguna ocasión Bernardo
trató a un grupo de jóvenes obsesionados con el juego y que habían
perdido la noción de la realidad… (Algunos países prohibieron el
juego, pero la red siempre se ha dado sus modos de seguir llegando
a cualquier jugador…) El solo verlo le revuelve el estomago…
88
—No, no es lo que busco. Busca relaciones entre los mismos…
No, busca antecedentes policíacos de cada nombre por separado.
—Catorce mil quinientos treinta y dos resultados. ¿Algún crite-
rio de depuración?
—Sí, busca los comprendidos entre el 2002 y el 2007, y comienza
a presentar los más recientes.
—Resultados en pantalla.
—Descarta los que tengan más de cuarenta y cinco y menos de
treinta y cinco años, y también a los de raza negra, asiáticos o la-
tinos.
—Resultados en pantalla.
—¿Cuántos match encontrados?
—Seiscientos uno individuales y trece con dos concordancias. La
impresión ha terminado, resultado mil quinientas ochenta y nueve
hojas, seis millones setenta y tres mil ciento cincuenta y ocho carac-
teres recibidos impresos.
—Presenta en pantalla iniciando por los que tengan fotografía y
en orden cronológico.
—Primer resultado en pantalla.
—Avanza al siguiente.
—Resultado en pantalla.
—Avanza al siguiente…
Bernardo lee detenidamente cada resultado de la búsqueda,
pero ninguna parece ser lo que busca. Ya de madrugada, y después
de haberse levantado de la silla sólo para prepararse un par de tazas
de cafés, luce desconcertado. Ninguno de los datos que Tomás dijo
parece corroborable: nombres, fechas, apodos o la famosa empre-
sa… ¿Había investigado correctamente?… El Archivo de la Huma-
nidad existió, pero para la época a la que Tomás se refería ya había
sido cerrado por incosteable; en ningún momento la biografía de
Samuel Sayer menciona haber colaborado en la creación o desarro-
llo del archivo antes de morir; ninguno de los archivos de antece-
dentes coincide con Tomás: la descripción física y las fotografías de
los expedientes no coinciden con el aspecto de Tomás. Incluso si
trata de imaginárselo sin la deformación facial… Su altura es muy
peculiar. Sin embargo, la respuesta a los datos que Tomás le dio
89
seguía siendo una incógnita: la extensísima impresión de una se-
cuencia casi interminable de unos y ceros le ha intrigado y a la vez
siente que ha sido objeto de una burla cibernética de su paciente.

90
Notas Bernardo…
Empapelitamiento

A raíz de la última sesión de terapia con Tomás, mi curiosidad


ha crecido. Sus instrucciones fueron correctas, pero ignoro lo que
hicieron. la computadora interpretó y ejecutó el código binario
después de dictar mil doscientos cincuenta y tres ceros y unos.
Como resultado obtuve una interminable secuencia binaria que
no pude traducir, a pesar de que su impresión implicó más de mil
quinientas hojas. Sería interesante ver lo que Tomás me pudiera
decir al respecto.
He empezado a dudar si estoy cayendo en el juego de un psi-
cópata muy astuto con un conocimiento muy amplio de los temas
de los que habla; así que traté de verificar su historial y busqué al-
gunas cosas en los bancos de información de la web. Samuel Sayer
existió y, como Tomás mencionó, era un estadista muy conocido
que murió hace unos años, pero en su biografía no aparece nada
relacionado con el Archivo de la Humanidad ; éste se cerró en los
años setenta por ser incosteable y no tener una utilidad práctica, y
no encontré ninguna empresa con las siglas Pah-ef. En el historial
de hacker de la policía aparecen más de quinientos personajes con
los seudónimos que Tomás citó sin que pudiera constatar ninguna
relación entre ellos y la historia.
Si bien el no poder encontrar información relacionada con la
historia de Tomás no la hace falsa. Me pone a pensar sobre la posi-
bilidad de que, a través de su tiempo en la clínica y las lecturas que
realiza regularmente, ha venido inventando una trama de su propia
vida con elementos dispersos recopilados de lecturas, pláticas, y
su propia imaginación; de ser así, el diagnóstico sería más simple,
pero, en este caso particular, nada ha sido simple.
El enorme cúmulo de papel impreso seguramente causará una
reacción en Tomás. Creo necesario bombardearlo con cuestiona-
mientos sobre su contenido como el tema de la sesión de hoy. Si
el relato es inventado, la posibilidad de caer en inconsistencias se
acentúa al hacerlo más largo. Eso y los momentos en que refleje
dudas, me pueden dar la entrada al verdadero Tomás y su pasado.
91
Deja ver partes de la realidad muy sutiles, como el haber men-
cionado su propio nombre en diminutivo, “Danny”, de Daniel, y
resaltar fuera de contexto que, si bien se llama así, no está dispuesto
a admitirlo. Esto me abre el panorama sobre si me habré ganado su
confianza. Pero la historia me parece en general una máscara tras
la cual se oculta. Me pretende dar pequeñísimos pedazos de su pa-
sado, haciendo de las sesiones un juego de paciencia en el que no
debo caer. Creo importante forzar el paso en momentos sin hacer
que esto lo haga caer en un nuevo periodo de silencio.
El avance al día de hoy es positivo y creo haber superado por
mucho el grado de avance antes de mi llegada a la clínica, por lo
que estoy seguro que su comentario sobre confiar en mí es cierto,
cosa que no puedo dejar de aprovechar en su propio beneficio.
(Con ninguno de los tratantes a lo largo de los años que lleva en
la clínica había tocado temas sobre su pasado en ningún aspecto.)
Este evento en que abre su pasado podría ser el principio de co-
nocer al verdadero Tomás o bien una nueva sintomatología que
sumar al historial.

92
Sesión Tomás…
Traducción simultánea, viejos nuevos recuerdos

Bernardo entra en la habitación de Tomás con el enorme bloque de


papel en las manos. Su actitud entre molesta y curiosa denotaba la
ausencia de descanso de la noche anterior. Al empezar a hablar su
tono de voz muestra seriedad. Con respecto a lo que esa mañana
esperaba de Tomás, Bernardo sabe que demostrar de vez en cuan-
do firmeza ante el cuestionamiento, era parte del estira y afloja en
casos de mitomanía que normalmente lleva a la contradicción que
es el primer eslabón en la cadena de la curación. Así que en cuanto
cruza la puerta dice secamente:
—Hola, Tomás… Tienes que explicarme esto.
—Hola Doc. Veo que hizo la tarea… ¿Cuánto tardó en llegar la
información?
Lo que menos esperaba Bernardo era una pregunta así.
—¿Cuánto tardé? No sé. Terminé de leer y me pidió el papel.
Eso sí, nunca me dijiste que tuviera que imprimir esto… Si supieras
todo lo que tuve que hacer para traer mi “tarea”.
—Yo tampoco lo sabía. Me imaginé que tendría que imprimir al-
gunas hojas, pero nunca esto… ¿Quiere que salgamos a caminar?
—No, Tomás. Me gustaría que me leyeras este cuento aquí.
—¿Está seguro de lo que quiere?
—Sí, es buen lugar y buen momento. ¿Dime que significan todas
estas hojas?.
—Significan, Doc, que el monstruo está vivo, que ya es tarde; si
dice que no tardó en pedir el papel, quiere decir que el programa
corre perfectamente… Deme las hojas.
Tomás extiende las manos nerviosamente, y al recibir las hojas
las coloca apresuradamente en la mesa.
—Explícame que es esto.
—Esto, Doc, es su expediente.
—¿Mi expediente?… ¿Qué expediente?
—El de su vida, el de toda su vida.
—No puedo entender que entre ceros y unos este algo así… ¿qué
dice de mí?
93
—Lo dice todo.
—¿Qué es todo?
Tomás ojea un poco las hojas mirando fijamente los renglones
y, en algunos lugares, se guía con el dedo índice para seguir una
línea. La expresión de su cara cambia entre la sorpresa, la angustia
y la seriedad.
—Lo dice todo Doc.
—Explícamelo.
—¿Qué quiere saber, Doc?… ¿Le gustaría saber que aquí dice que
fumo marihuana en la facultad o bien que ha comprado seis…, no,
siete coches en los últimos nueve años, que por cierto le gusta el
color rojo en sus vehículos, y que el reloj que usa es el más barato de
su marca?… Lamento lo de su esposa… Uno no se recupera fácil-
mente de esas cosas, y espero que Salomón esté bien en sus estudios
en Inglaterra… ¿Eso es lo que quiere saber, Doc?… ¿O quiere saber
que ocho de cada diez refrescos que compra son bajos en calorías, o
que como ya le dije hace tiempo, es un impuntual m9?
—No puede decir eso… Yo traté de traducirlo y ningún progra-
ma sirvió… No me vas a inventar que estás leyendo… Alguien te
dijo cosas de mi.
Tomás lo ignora y sigue revisando rápidamente las hojas paran-
do en algunas partes al azar.
—Tal vez, Doc, le gustaría saber que, en los últimos doce años,
ha recibido casi veinte mil correos electrónicos de spam y que sólo
ha leído unos doscientos.
—Eso nos pasa a todos. Tampoco creo que lo estés leyendo de
esas hojas.
—O tal vez que en el año 2006 vio catorce páginas pornográficas
en una hora… Eso es todo un record… O quizás le gustaría saber
algo más íntimo, sólo ha ido dos veces a comer fuera de casa en el
año, y acostumbra comprar en la misma tienda que está a menos
de trescientos metros de casa, y donde por cierto trata de pagar
siempre en la caja número cuatro, o quizás bien quiera saber algo
más antiguo, como que mientras estudió en la facultad fue en doce
ocasiones al mismo hotel de paso, siempre los miércoles; le dejó
de gustar el atún hace unos años, y está cambiando su estadística
94
por que antes lo consumía mucho; su perro nació el doce de sep-
tiembre del noventa y dos y murió en Navidad del dos mil tres; se
llamaba Albert y era un pastor inglés, pero en fin, sólo es informa-
ción… ¿Eso es lo que quiere saber, Doc?
—De todo te pudiste enterar… dime algo que sólo yo sepa.
—Tiene dos medios hermanos… Uno es de su misma edad y se
llama como usted… lo que es casi tan irónico como pensar que
sabe de su existencia y no lo conoce; su padre tenía dos familias y
dejó a su madre cuando usted tenía nueve años; recibió una llama-
da del número de su padre cada año en su cumpleaños de menos
de un minuto… Eso es lo que quería escuchar… Los pagos de las
escuelas de usted y de sus dos hermanos hijos de su madre los rea-
lizó un tío, hermano de ella, y su tesis la dedico a él, el NIP de su
tarjeta bancaria es nueve seis siete cuatro.
Tomás fue incrementando la voz hasta terminar su lectura en
un grito y Bernardo queda mudo e incrédulo… Esos datos los ha
callado hasta a sus mejores amigos por años… Recorre rápidamen-
te las hojas y en algunas lee hasta que su atención se detiene por
completo en una hoja y regresa a las primeras leídas…
—¿Su esposa murió mientras regresaban del funeral de su pa-
dre?… Qué injusticia… Por despedir a quien lo abandonó, perdió
a su compañera…
La cara ya sorprendida de Bernardo rebosa una lágrima. El tono
de Tomás se rompe en las últimas palabras, y la plática comienza
nuevamente en un tenor diferente entre ellos… Lo leído ha afec-
tado a ambos…
—Eso dice en las hojas, ¿por qué no pude traducirlo?
—¿Por qué no salimos al jardín?
Sin decir más Tomás carga el paquete de papel y se encamina
cojeando a la puerta de la habitación.
Seguido por Bernardo, atraviesan la clínica hasta la puerta trase-
ra que conduce al jardín.
Tomás carga las hojas en su mano y sigue leyendo para sí en el
camino. Al encontrarse afuera del edificio, comienza a hablar de
nuevo con Bernardo hasta alejarse lo suficiente de la clínica y sen-
tarse en el suelo a seguir leyendo.
95
—Recuerda, Doc, cuando le dije que todos los programadores en
nuestro ego dejamos firmadas nuestras obras.
—Sí, Tomás.
—Pues mi firma fue un poco más allá. Yo dejé un pequeñísimo
programa de reconocimiento insertado. Es como una puerta trasera
por la que puedo accesar al programa maestro, y es exactamente
lo que usted hizo al leer en voz alta las instrucciones en código
binario. Las instrucciones no van al Archivo de la Humanidad , en
realidad llegan a mi respaldo. Verá, Doc, poco antes de dejar de ser
quien era, dejé una unidad administradora funcionando con una
conexión continua, y una dirección a la que usted le pidió que ac-
tivara la búsqueda en el Archivo de la Humanidad y localizara sus
datos. Pero no se preocupe, no lo pueden detectar: es la puerta de
servicio y ellos no saben que la tienen.
—Y ¿de qué les sirve a ellos saber sobre mi vida, saber mis gustos
y mis deudas?
—Saben más que eso, saben sus relaciones directas e indirectas,
sus secretos, y hasta cosas que usted no sabe; en realidad, y en sen-
tido meramente estricto, es una investigación correcta, pues con
información como la que tengo suya en mis manos, se hubieran
evitado cosas terribles. Olvídese Doc de las Torres Gemelas, si hu-
biera existido este tipo de bases de datos se habrían evitado casos
como el de la preparatoria de Columbine, en el noventa y nueve;
casi podría decirse que esta información podría salvar vidas, pero
quien es Dios para juzgar a toda la humanidad. Esto pretende re-
visar a todo el mundo… Claro, menos a los responsables que son
juez y parte… Usted mismo, Doc, ¿cómo se ha sentido desde que
lo obligaron a llevar ese chip bajo la piel?
Bernardo se toca el brazo y hace una expresión de descontento.
le recordaba que pertenecía al “personal de emergencia”, lo que lo
hermana con los bomberos, los médicos, los policías… Hace cua-
tro años que le implantaron ese chip con la excusa de poderlo loca-
lizar en una contingencia (y el programa se ha extendido a reclusos,
aviadores, trabajadores de gobierno, y a la población civil, sin que a
la fecha se hubiera aplicado a pacientes de clínicas mentales, como
siempre los últimos de la fila).
96
—¿Recuerda la teoría del caos?
—Sí, perfectamente, pero como pueden aplicarla a algo así.
—Temía que llegar el momento de contestar esa pregunta. Cuan-
do en el programa encontré el punto de no relación y me pidieron
que ejecutara otro factor, y buscara el punto de coincidencia, se
trataba de relacionar un evento específico para dos o más personas
simultáneamente: ubicación, factibilidad de propiciar eventos, cul-
pabilidad, etcétera.
—¿Pretendes decirme que están buscando culpables de eventos
antes de que ocurran?
—No precisamente, eso sería adivinación. Por eso le dije hace
tiempo que nos espiaban desde el futuro. No es el simple relacio-
nar cosas, están tratando de erradicar causales, quieren determinar
por estadística quién tiene propensiones a ser terrorista, ladrón,
estafador, etcétera, y quién se relaciona con ellos… Es el sueño
del conocimiento. ¿Recuerda la frase de que quien tiene el conoci-
miento tiene el poder?
—Sí, pero, según entiendo, el conocimiento del que hablas es
simplemente el voyerismo llevado al extremo.
—No, Doc, en realidad es mucho más que eso: es un registro de-
tallado de todo lo que hacemos en nuestras vidas, de donde sale el
dinero que ganamos y en qué lo gastamos, a dónde salimos y con
quién, pero lo más importante es que el software relaciona nuestras
actividades diarias, así como los eventos aislados, con eventos que
pudieran despertar suspicacias; por ejemplo, si en algún momento
explotara una bomba y al analizarla los especialistas determinaran
que el material principal era fertilizante y aluminio, automática-
mente se relacionaría con los posibles millones de usuarios que
compraron uno o ambos materiales, y a su vez lo relacionaría con
personas que tendieran a tener problemas con la ley desde infrac-
ciones de tráfico hasta condenas pendientes, y esto a su vez se re-
lacionaría con las personas que hubieran visitado sitios en la red
relacionados con explosivos y lo relacionaría con los lugares que
hubieran visitado, así como sus tendencias afectivas; además busca-
rían relación con cartas o correos de amenazas que, a pesar de po-
der ser anónimos, estarían relacionados con una dirección IP o con
97
una tarjeta de crédito de alguien que alquiló en un café Internet
una computadora donde se enviaron, pasando por las relaciones de
tiempo-espacio en que uno se encontrara… De hecho, así dieron
con los que pusieron las bombas en Inglaterra, pero no pudieron
evitar los atentados porque nunca pensaron que pudieran utilizar
perfumes como base de un explosivo. Bueno, los encontraron hasta
que después de los análisis determinaron que en las bombas había
perfumes además de las pequeñas cantidades de hidróxido de alu-
minio que funcionó como base, y que los terroristas habían adqui-
rido en pequeñísimas porciones por toda Europa, pero sí pudieron
detectar los explosivos químicos del aeropuerto de Londres… Por
eso, teniendo el conocimiento adquirido, evitaron el atentado que
pretendían hacer en el teatro de la ópera de Australia… ¿Recuerda
cómo los atraparon mientras ponían las bombas? Los terroristas ya
tenían todo listo, pero no sabían que estaban siendo espiados…
No como lo estamos siendo en este momento. En aquel tiempo las
bases de datos eran capaces de cosas simples… En ese momento
la fluidez de información les ayudó a localizarlos y capturarlos sin
pérdidas humanas, pero era porque pertenecían a un círculo muy
cerrado de sospechosos con el que se empezó a usar la base de
datos…
—Pero Tomás, eso sería comprensible, sería lo correcto en una
investigación.
—¿Sabe Doc? Aún no ha entendido. El problema no es la posi-
bilidad de investigación que se pueda tener. Esto es más complica-
do. Imagínese que su vida está siendo investigada a cada segundo,
que cada vez que compra algo saben lo que hace; cuando ve tele-
visión saben sus preferencias, sus conversaciones por teléfono son
monitoreadas, y tamizadas buscando palabras clave que pongan en
evidencia sus tendencias… sus vertientes intelectuales, las comer-
ciales, las sexuales, la políticas, en general cualquier cosa que ellos
consideren que puede ser dañina a sus intereses.
—No entiendo, Tomás, veo que tienen muchísima información
de cada uno de nosotros, ¿pero en qué me puede perjudicar eso?
Siempre los gobiernos han tratado de obtener la información de la
gente; antes se hacían los censos y después se nos dio un numero
98
de registro de población, pero son datos generales, y si bien ya me
demostraste que saben algo más que estadísticas de nosotros, no
creo que con saber si compro un coche al año o si visito una página
porno puedan cambiar mi vida.
Tomás detiene su minuciosa lectura y pone a su lado el altero
de papel. Mira a Bernardo y con un movimiento suave de cabeza y
una mueca le da a entender al Doctor que nada ha comprendido .
—Mire, Doc, vamos a empezar desde el principio… Después
de los atentados de las Torres Gemelas se empezó a monitorear a
ciertas personas, casi todas musulmanes extremistas. Estas investi-
gaciones dieron tan pocos frutos que, a los pocos años, la misma
fuente terrorista dio un segundo golpe en Atocha, repitió en el
Subterráneo de Londres y pretendió seguir con Australia. La CIA,
la Interpol, el FBI, y todas las agencias policíacas del mundo se
dieron cuenta de lo fácil que podía ser esquivarlas. Los terroristas
los habían evadido fácilmente. Por ello dieron un giro extraño y
regresaron a sus orígenes de sociedades secretas, operando en la
oscuridad y en la luz al mismo tiempo. Empezaron a buscar en la
medicina preventiva la solución a nuevos atentados, pero cómo
empezar… La solución no era simple: las bases de datos compar-
tidas de todas las agencias policíacas y de inteligencia del mundo
no cubrían más allá del veinte por ciento de la población de sospe-
chosos del mundo. Eso quería decir, en términos muy simples, que
ocho de cada diez terroristas, asesinos, falsificadores, delincuentes,
etcétera, no estaban en ninguna base de datos.
—O también se puede traducir en que el ochenta por ciento de
la población no requería ser investigada por no tener antecedentes
o no ser peligrosa.
—No, Doc, no es por ese lado. Era población de la cual, si bien
se sabía datos básicos como fecha y lugar de nacimiento, no existía
registro alguno de nada más. Recuerde que los terroristas de Ma-
drid eran desconocidos en el ámbito policíaco, y los que atacaron
en Inglaterra eran, por así decirlo, personas comunes y corrientes
de nacionalidad inglesa… De cualquier forma, no es esto lo más
importante. Supongamos que la información es, como usted lo
dice; así pues las agencias sólo tenían información de los autores
99
y no de los cómplices. Acuérdese que lo peor que se vivió en Irak
fue por la resistencia del pueblo, de los que no tenían ni nombre ni
apellido, ni dirección ni nada de nada… Imagínese que la mayoría
de la población nunca había sacado un pasaporte o una licencia de
manejo, pero, por otra parte, sí habían cursado algún año escolar
o manejaban dinero o una cuenta bancaria… Muchos datos no los
tienen los gobiernos, sino las empresas, o las asociaciones civiles de
ayuda, o los pequeños grupos de trabajo social.
—La resistencia del pueblo en muchos casos es entendible.
—Aquí lo que importaba era la relación entre los que oponían
resistencia, o robaban bancos, o hacían bombas… Pero lo que mar-
ca la diferencia está aún más en el fondo. Deje que regresemos a mi
relato para que me entienda. Inicialmente el Archivo de la Huma-
nidad lo trataron de hacer los mormones. El archivo tenía como
fin originalmente conocer los datos generales de cada persona viva
en la tierra, con un fin religioso muy simple: esperaban evangelizar
a cada persona del mundo, pero poco a poco se dieron cuenta
del poder de esta información y lo transformaron en un proyecto
secreto. En los últimos años se dieron cuenta de mucho más: de
cómo mediante un cúmulo de eventos se propician otros, para lo
cual desde 1980 el Archivo de la Humanidad se dio por cerrado al
mundo, pero siguió clandestinamente, ahora con un toque muy
importante. Contaban con un grupo de psicólogos, analistas del
comportamiento, estadistas, y toda esa gente que, a base de estu-
dio, logró marcar parámetros de comportamiento que daban ten-
dencias, adicciones, fobias, etcétera, antes de que se manifestaran.
—Eso es casi imposible, la mente humana es mucho más amplia
y capaz que la mejor computadora; es más, es impredecible.
—Casi diría que comparto sus ideas, pero digamos que este
grupúsculo de semidioses tuvo su oportunidad de predicción en
Waco, Texas, cuando con casi tres meses de anticipación dieron a la
CIA los perfiles exactos de los davidianos, y los pusieron en alerta
antes de la tragedia. ¿Se acuerda de lo que pasó?… El reporte que
mandaron a la CIA identificaba a David Koresh como el autor de
una nueva Guyana, y no estaban muy lejos de la verdad… A partir
de ese acierto que, según recuerdo, fue en abril del noventa y tres,
100
este grupo comenzó a tener crédito, y se les comenzaron a dar fon-
dos federales para continuar sus investigaciones, pero se les limitó
a grupos radicales dentro de los Estados Unidos, y descuidaron al
resto del mundo. Por eso no pudieron ver venir los avionazos de
septiembre del 2001. Pero esto, sumado al avance tecnológico de-
tonó otra visión de las cosas.
No podían seguir investigando sólo a su gente: tenían que saber
lo que ocurría en todo el mundo… ¿Qué le parece, Doc?… Nada
más se dieron a la tarea de investigar a tres mil millones de personas
a la vez…
Tomás toma aire mientras que analiza cómo seguir.
—¿Sabe, Doc? Este grupito de investigadores era lo mejor de
lo mejor, y sus ideas iban mucho más allá de lo que usted pue-
da imaginar: habían iniciado con poco presupuesto, pero mucha
imaginación… Sólo píenselo: un grupo de, digamos, unos veinte
investigadores… ¿cómo podían hacer para analizar los datos que
recibían diariamente?… Empezaron con los datos recolectados en
registros civiles, como nacimientos, muertes, matrimonios y di-
vorcios, así como las bases de datos existentes como la policíaca,
siguieron con los datos financieros, interceptando estados de cuen-
ta, gastos con tarjetas, y siguieron con compras por Internet, ten-
dencias de mercado, etcétera. Pero en un grupo de computadores
personales de finales de los noventas, sin las capacidades de hoy,
con poco personal, poco podían hacer. Así que, como decía Eins-
tein, “en tiempos de crisis es más importante la imaginación que la
inteligencia” y pusieron en marcha un plan económico verdadera-
mente brillante… Sin darse cuenta, pondrían a trabajar para ellos a
más de diez mil computadoras personales en menos de tres meses.
Bernardo interrumpe:
—¿Quieres decir que diez mil personas trabajaron para el Archi-
vo de la Humanidad en los noventas y sigue siendo un programa
secreto?
—Algo así… algo así… Pero la realidad superó todas sus expec-
tativas. Cuándo se dieron cuenta, habían reclutado a casi seis mi-
llones en menos de un año sin que nadie lo supiera… ¿Alguna vez
escuchó del SETI?
101
—Sí, la búsqueda de inteligencia extraterrestre, ¿qué tiene que
ver con esto?
—Amparados en el SETI, la gente del Archivo de la Humanidad
comenzó su primera operación a gran escala a mediados de los no-
ventas. A estos geniecitos se les ocurrió que la unión hace la fuerza,
y que existían millones de computadoras caseras en funcionamiento
de las que la gran mayoría se conectaba a Internet; descubrieron
que la mayoría de estas computadoras tenían tiempos muertos y
que, si utilizaban los tiempos muertos, una máquina promedio po-
día ordenar en grupos simples alrededor de un millón de datos por
hora, y que si ponían a mil computadoras a través de la red a traba-
jar, podría procesar en tiempo real los datos como llegaban de los
bancos generadores de información. Así que publicaron en la web
la posibilidad de participar desde casa en la búsqueda de inteligen-
cia extraterrestre y, como sabe, Doctor, la gente se apasiona ante la
posibilidad de buscar marcianitos. La propuesta era tentadora: sólo
baja un pequeño software y deja tu computadora trabajar mientras
estás conectado a la red. El programa no interfería con el funciona-
miento de la máquina y procesaba datos que recibía encriptados.
El dueño veía un pequeño cuadro en la pantalla que le hacía pen-
sar que estaba analizando sonidos llegados del espacio, cuando en
realidad procesaba datos de gente que ni conocía e inclusive de los
suyos propios y hacía llegar resultados al Archivo de la Humanidad ,
donde era más fácil ordenarlos. Esto abrió el panorama, pero seguía
siendo limitado a lo que en la web pudiera viajar y si los usuarios
estaban o no conectados a la red. Acuérdese que la conexión en
aquellos años era vía telefónica y muy deficiente, así que casi inevi-
tablemente se interrumpían algunos procesos y se perdían algunos
datos, lo que se consideró un daño menor, sobre todo pensando
que podían procesar miles de veces su capacidad instalada y además
casi como un regalo. Los usuarios llenaban un cuestionario con el
que, sin saberlo, abrían su propio expediente básico…
La mente de Bernardo se proyecta a su antigua casa y Salomón
que regresando de la escuela emocionado por algo que le habían
dicho en el salón de clases, le pide entrar a una página de Internet
de la que podía bajar un pequeño programa ejecutable con el que
102
se ayudaba, voluntariamente, a buscar inteligencia extraterrestre.
La inquietud de su hijo había desatado en él viejas curiosidades
sobre si estamos solos en el universo, y padre e hijo se habían dado
a la tarea de descubrir señales en el infinito… Bajaron el programa
y al instalarlo —tras varias advertencias en las que se explicaba no
sólo que se trataba de un programa voluntario sino que, además,
se cargaba bajo su propio riesgo— vieron sus esperanzas iluminadas
cuando una pequeña imagen de un ser de otro mundo aparece en
la barra de tareas con los ojos alternando entre negro y verde indi-
cando que el programa estaba operando. Ambos pasaron muchas
horas de los siguientes dos años con la línea telefónica ocupada
esperando que su contribución sirviera para analizar diminutos
puntos en el infinito… Muchas veces, al hacer doble clic en el ico-
no, un pop-up se desplegaba con un texto de agradecimiento que
indicaba el número de datos que habían contribuido a procesar…
“Gracias a tu colaboración, hemos revisado más de setenta y tres
millones de posibles señales de otros mundos… Sigue ayudándo-
nos”… Era un proceso lento, pero que bien valía la pena si por fin
íbamos a comunicarnos con ET y probar de una vez por todas que
Carl Sagan tenía razón en que en los cientos de miles de millones
de galaxias y sistemas solares existe la posibilidad de vida, Demos-
trar así que había valido la pena mandar a los viajeros al espacio
con sus discos de invitación a conocer nuestro planeta para otras
civilizaciones… Las imágenes del universo, que cada vez eran más
impresionantes, del telescopio Hubble los había convertido a am-
bos en astrónomos aficionados. Y el solo pensar que estaban ayu-
dando en un barrido de señales del universo les erizaba la piel. En
esa época padre e hijo se habían unido para salir por las noches y
contemplar las estrellas mientras dejaban la computadora conecta-
da a Internet, imaginando qué partecita del universo estaría siendo
revisada por el SETI. La instalación del programa los había unido
en un fin común, sobre todo las tres o cuatro ocasiones en que una
alarma y una ventana de alerta les había notificado la localización
de una posible señal de inteligencia y que, después de un rato, la
misma ventana había cambiado a falsa alarma. Estos escasos des-
tellos de esperanza les daban la motivación necesaria para seguir
103
con el programa instalado. Sumado a esto, los correos periódicos
en que se reportaban avances y descubrimientos, siempre acom-
pañados de imágenes satelitales de la tierra o de una constelación
lejana. Algunas veces, en reuniones familiares, era comentario de
sobremesa, y siempre con el entusiasmo de los participantes, la di-
fusión era exponencial, pues, del mismo modo que alguien le dio
la dirección a Salomón en la escuela, él lo había hecho con amigos
de casa. De hecho, su participación en el SETI sólo fue suspendida
cuando el virus I love you les había estropeado el disco duro y, por
recomendación del técnico que reparó la máquina, no lo habían
reinstalado.
La memoria de Bernardo siguió trayéndole recuerdos de aque-
llos días, y a pesar de no haber seguido con SETI, con el paso de
los meses habían instalado varios programas más de comunicación
masiva que compartían archivos: ICQ, Napster, Galaxy, Limewire.
Lo que saca a Bernardo de su concentración en los recuerdos: era
enorme la indignación que le produce lo que Tomás ha contado.
—¿Y los programas de chat y comunicación, o los de intercam-
bio de datos…? ¿Qué me dices de ellos?
—Ése fue sólo el principio. Napster fue interceptado por el FBI
y la recién creada Comisión de Seguridad en la Red y, antes de
hacer un escándalo, lo dieron de baja alegando un conflicto sobre
derechos de autor. Sin embargo, ya tenían la siguiente generación
de espías en línea, y los pusieron a trabajar. Estos programas abren
un canal invisible para el usuario, y sirven para procesar los datos
del propietario… y se sirven de la información que el propio usua-
rio guarda. Por ejemplo, cualquier archivo que tuviera el nombre
“currículum” era enviado completo: los datos de registro de los
programas que al instalar almacenaban la información del propie-
tario, numero de usos, etcétera.
—Así que, de cualquier modo y con cualquier programa, seguían
tomando nuestros datos y procesándolos.
—Sí, y además se aprovecharon de una generación que nació
con computadoras, les dieron una cara amigable y casi les dijeron
que les regalaran datos en las redes sociales que se pusieron de
moda. Ya ningún muchacho podía resistirse a tener su página en
104
Hi5 o My Space, en las que se abrían nuevos perfiles por miles cada
minuto sin que sepan para qué se está usando sus datos y lo más
curioso es que a todo el mundo le parecía normal. Los datos sólo
fueron el principio.
—Así que sin esforzarse tenían toda la información.
—De hecho, sí, pero la información era muy limitada. Así, em-
pezaron a imaginar más cosas, cosas que se hicieron norma de fa-
bricación de algunos productos con el paso de los años, como, por
ejemplo, los chips que se incluyeron en celulares, que los hacían
funcionar como GPS a voluntad de los propietarios de la red y
sin que el usuario lo supiera, basados en la triangulación de antenas
celulares y así saber siempre donde se ubica el usuario, o parte del
software de las agendas electrónicas que, al sincronizarlas en tu PC,
hacían llegar sus citas y contactos a las bases de datos, o los billetes
con código de barras; así sabían el destino del dinero en efectivo
que le daban en el banco, o los pases múltiples para autobús y
metro, y cientos de cosas como éstas; escudándose en lograr están-
dares internacionales para equipos electrónicos, llegaron a meterse
en la fabricación de equipos de laboratorio clínico para saber los
resultados de los pacientes que acudían a hacerse análisis. En esto
varios gobiernos estuvieron de acuerdo y no sólo querían cono-
cimientos, exigían saber los resultados de enfermedades, como el
sida, o la hepatitis. En esta época también se creó la clave única
para cada persona. Así, a pesar de no tener computadora, cualquier
cosa que uno hiciera quedaba registrada… ¿Recuerda la época en la
que todos los equipos para funcionar tenían que estar conectados
a una línea telefónica?
—Sí, muchas cosas no servían sin una línea telefónica.
—Televisión por cable, por ejemplo. Al principio, conectaron
la línea telefónica con la excusa de las contrataciones de eventos
de pago, pero después descubrieron que el mismo cable que envía
puede recibir, y se dieron el lujo de monitorear lo que ves y lo que
no, teniendo así los datos más básicos para un perfil. Con el paso
de los meses la velocidad de datos creció exponencialmente con
las redes inalámbricas de conexión permanente, con lo que, sin
que usted lo supiera, conectaron aparatos tan inofensivos como el
105
refrigerador o el coche, que sin darnos cuenta se conectan a redes,
sin importar mucho cuáles, simplemente las disponibles, enviando
datos como cuántas veces abre el cajón de las verduras o el conge-
lador, o qué productos tiene adentro.
—Eso es imposible.
—Revise los empaques, Doc: todos tienen un código de barras y
una etiqueta magnética que al pasar por el sensor refleja y envía un
número de serie único de cada producto, que es leído cuando pasa
el arco magnético. Así es que saben lo que se comió o lo que dejó
que se echara a perder. ¿Recuerda cuando las primeras cajas de auto
pago aparecieron en los supermercados?
—Sí, casi nadie las usaba y aun a la fecha. Yo mismo prefiero que
otra persona me cobre.
—Pero no todos se resistieron a la tecnología; es más, la gene-
ración que le sigue prefiere procesos automáticos, y, casi como un
reto, se integra a cualquier nuevo avance tecnológico. ¿Se acuerda
de la avalancha de tecnología que siguió a los lectores MP3?
Bernardo sólo asiente con la cabeza. Recuerda de pronto la in-
sistencia con la que Salomón le insistió en comprarle un Ipod para
su cumpleaños; le parecía absurdo llevar treinta mil canciones en
el pequeño dispositivo; era más música de la que recordaba haber
escuchado en toda su vida. Luego recuerda el primer refrigerador
con monitor que vio (y le pareció una estupidez), pero él mismo
tiene uno en casa.
—En sólo dos años, los teléfonos dejaron de ser un simple co-
municador, para almacenar fotos, video, música, escuchar el radio,
y después ver televisión y, cuando llegó el momento, estar en la red
en todo momento… Pero, déjeme seguir contándole. Con el paso
del tiempo, la información los desbordaba; no podían procesar
todos los datos que generaba solamente la ciudad de Las Vegas,
así que por mucho la información del mundo estaba lejos de ellos.
Para cuando el ataque de las Torres Gemelas, había más de dos
millones de computadoras con el sistema SETI funcionando en
tiempos muertos y, a pesar de que las conexiones de la mayoría
de ellas ya eran de banda ancha y alta velocidad, no tenían resul-
tados… Aquí es donde encaja la historia de mi antigua vida que
106
hasta ahora le he contado. Espero que me siga. El día que escapé
de ellos y decidí desaparecer del mundo fue por una orden que el
mundo no entendía y que yo vi más que clara: el congreso de los
Estados Unidos dio la orden de encender el sistema GPS satelital,
ya todos los satélites habían sido colocados en una red que cubría
al mundo. Todos estaban festejando. La comunicación global era
una realidad y ya no serían necesarios los cables para el teléfono
o la red. Con algunos cambios tecnológicos cualesquiera en cual-
quier lugar del mundo tenía acceso a la GlobalNet; En los ochentas
hubo el sistema NAVSTAR con veinticuatro satélites, pero para el
2007 habían puesto más del doble y en el 2010 nos sorprendieron
abriéndolo a toda la población civil. ¿Recuerda el slogan “por un
mundo comunicado”? Comunicado y que proporciona datos, ésa
era la finalidad y pocos lo sabíamos. Para ese momento yo ya había
visto lo que hacía el programa que ensamblé y estaba tratando de
impedirlo. En ese momento, llevaba un año y medio de lucha sin
poder apenas lastimar al gigante…
Tomás otra vez se detiene. Luce triste.
—Los principios básicos fundamentales eran localizar y bloquear
a terroristas y delincuentes, pero usted lo dijo hace un rato, la men-
te humana es impredecible y el programa para no caer en acusación
de inocentes, manejaba más de setenta mil variantes individuales
que podían identificar a una persona en específico. Esta parte era
maravillosa, pero existía además un factor de identificación psi-
quiátrico que hacía un cruzamiento de más de dos millones de
opciones, lo que, según escuché, lo hacía infalible. Después llegó el
último descubrimiento a cambiar todo…
—¿Qué fue?
—Pocos días después de los incidentes de Atocha, un profesor de
sociología presentó una tesis sobre los grupos suicidas que habían
realizado los atentados… ¿Escucho alguna vez sobre el profesor
Serichang?
—Sí, la teoría de los grupos amigos decía que, lejos de ser grupos
entrenados y reclutados por Al Qaeda, eran grupos de amigos que
poco a poco se habían transformado en fanáticos y después habían
sido integrados a las redes terroristas. Por eso la mayoría de ellos no
107
tenía antecedentes. Además, al ser amigos, los obligaba otro tipo
de relación más allá del deber, según Serichang; por eso, el cuarto
suicida de Londres se hizo volar aun cuando no pudo llegar a su
objetivo y los otros habían explotado mucho tiempo antes. Es una
teoría muy interesante que entonces me hizo ver de otro modo a
los atacantes de los atentados. Para ser sincero no pensé que cono-
cieras esas teorías.
—¿Lo ve, Doc? Ya está entendiendo. Tras la visita de este pro-
fesor se aumentaron variables que tenían que ver con lo que yo
interpreté, como relaciones interpersonales. Así que cada persona
que tenía muchos amigos, era más susceptible a estar formando
un grupo subversivo o terrorista y si por casualidad alguno de sus
amigos pensaba diferente, eso afectaba a sus propios datos y creaba
nuevas variables; con lo que sólo en las pruebas se aumentaron en
un veinte por ciento las variables hasta donde yo supe. Todo es
cuestión de datos y más datos, información que corre y tiene un
origen, que al cruzarse con datos personales y con los datos perso-
nales de más gente, sin darnos cuenta hace una enorme red de la
que cada dato no sólo tiene un dueño, sino que además afecta a los
datos de todos los que están directa o indirectamente a su lado…
—Esto lo entiendo, Tomás, pero sigue sin quedarme claro cómo
consiguen nuestros datos. Las redes de los bancos son privadas, el
Internet, según me dijiste es más seguro gracias a los propios hackers
que desarrollan programas de protección para la red abierta y los
sistemas privados operan en redes propias.
—Así era y por eso me asustó la noticia… Ya nada es privado o
público. Desde GlobalNet a la fecha, cualquier cosa está en línea
todo el tiempo en cualquier parte de la tierra y lo único necesario
para interceptar datos es saber lo que se desea y cómo operan los
sistemas, en qué lenguaje de cómputo están. Si a eso se le suma que
la red ya no era publica sino operada por el grupo de gobiernos que
instalaron la nueva plataforma, nadie está seguro y nada es seguro.
La seguridad de la red radicaba principalmente en que era de todos
y no era de nadie, pero desde que la plataforma de tránsito tuvo
dueño, las reglas cambiaron y se estandarizaron protocolos que be-
neficiaron a unos cuantos… Es extraño, ¿verdad? La gente compra
108
programas para cuidar sus computadoras sin darse cuenta que sólo
están expuestos a otras personas. Los creadores de programas cie-
rran unas puertas y abren otras y aunque la información viaja pro-
tegida, siempre existe alguien capaz de abrirla, y, además, aunque
esté protegida, es posible almacenarla para abrirla cuando se tengan
las herramientas para desprotegerla. Pero aquí lo importante es de
dónde y cómo toman la información, lo que es tan simple que pa-
rece absurdo. La información está en el aire, sólo se necesita dinero
y equipo para tomarla. El principal problema de la globalización
inalámbrica de la red telefónica y de cómputo es que todo está en
el aire sólo esperando ser atrapado por algún dispositivo inalámbri-
co a donde llegar. En la normalidad de los casos, la información
está direccionada a un dispositivo específico con una dirección IP
definida, o un correo electrónico o una simple dirección web que
indique una ruta a dónde ir o mandar o recibir, pero, teniendo la
tecnología adecuada, se puede recibir la información mientras pasa
y después dejarla seguir sin que el receptor original lo note. Esta
información puede estar codificada, pero eso no les importa: ellos
pueden comprar cualquier codificador que exista en el mercado.
Así que una vez capturada la pasan por los traductores adecuados
y después la depuran, quitando la basura y el spam y dejando sólo
lo que les interesa… Información personal, de cualquier tipo, in-
formación que relacione a las personas y las empresas, desde una
suscripción a una página de carácter cultural, hasta la compra de
productos que pudieran relacionarse con la fabricación de bombas;
pero el peligro no es que sepan quiénes son los malos, lo malo es
que saben todo de todos: dónde está a cada minuto con ese chip
que le pusieron en el brazo con el cuento de que ayuda en caso de
accidentes o desastres; saben a dónde vamos y con quién, qué co-
memos y hasta si nos hizo daño cuando vamos al médico… Estos
desquiciados podrían utilizar la información para saber la causa de
enfermedades comunes y cómo se extienden en la población, pero
no lo hacen; también podrían saber las tendencias de mercado y
generar ofertas, o bien orientar a la población en caso de desastres.
En realidad, sólo quieren saber quién les es un problema y tener la
suficiente información para destruirlo y quitarlo del camino. Por
109
si esto fuera poco, parte del sistema que se desarrolló tenía una
pequeña rutina que llamó mi atención y me hizo reflexionar sobre
lo que ocurría. Esta pequeña rutina de intromisión entraba aleato-
riamente a las computadoras personales conectadas y tomaba toda
la información que encontraba a su paso, como los datos perso-
nales del dueño, cruzándolos lógicamente con el domicilio al que
estaba registrada la dirección IP, sacando los archivos escritos y las
fotos, los videos y los correos nuevos y los que estuvieran almace-
nados como expedientes viejos, y cruzándolos selectivamente con
lo que ya existían en el Archivo de la Humanidad. Esto se hacía
automáticamente y sin que nadie lo supiera o lo revisara. Por eso
eran tantas las variables, por eso se necesitaba limpieza de datos no
útiles y un cruzamiento de los que si lo podían ser… El monstruo
es enorme… Enorme y despiadado. Al cruzar los datos, confron-
taba amigos y familiares, verificaba las frecuencias con las que se
escribía a una u otra persona, el número y tiempo de las llamadas
telefónicas, además distinguía entre correos escritos y copiados. Así
sabía si la persona escribía o sólo reenviaba cosas, con lo que daba
un diferencial de familiaridad al receptor…
De pronto, Tomás se distrae. Observa su entorno. Esta vez el
tiempo ha transcurrido muy rápidamente. Con gesto de extrañeza
mira todo su alrededor. Algo le parece que no coincide: su rostro
cambia; aparentemente algo teme. Se pone en pie y trastabilla.,
Parece sufrir un fuerte mareo.
—Ha pasado mucho tiempo sin mi conteo, Doc… No sé qué
hora es. Necesitamos regresar. Estoy perdiendo el control. No debo
permitir que cambie sus variables y las mías. Con el monstruo vivo
podemos estar en peligro incluso desde antes de habernos dado
cuenta…
De regreso a la clínica, los primeros pasos de Tomás son casi
desorientados y habla muy muy rápidamente.
—Déjeme los papeles, Doc. Necesito enfriarme la cabeza para
entender como están las cosas. Necesito saber cuánto tiempo me
queda.
Bernardo observa a Tomás. Su paciente está tan abstraído por
la conversación y confundido por el tiempo que dejó de cojear y
110
prácticamente corre. El propio Bernardo no puede creer que hubie-
ra pasado tanto tiempo. Estaban tan absortos en el relato que había
pasado casi tres horas.
Para alcanzar a Tomás, Bernardo apresura el paso, y poniéndole
una mano en el hombro lo frena un poco.
—Calma, Tomás… Ya vamos a la clínica… No vayas a lastimarte
la pierna por correr.
Tomás lo mira a los ojos y Bernardo le guiña, señal que entiende
enseguida. Bernardo no sólo le comprende sino que quiere ayudar-
le: Al parecer ya uno confía en el otro. Tomás recupera la cojera y
apenas entra a la clínica, se dirige a su habitación con su block de
papeles.
Bernardo camina pausadamente hasta su oficina: No cree lo
que ha ocurrido. Ha sido una muy larga sesión; ha pasado del
reclamo al asombro. No entiende cómo Tomás le dio tantos datos
personales. Como en aquella montaña de papeles llenos de ceros y
unos podía leer esa información, para no olvidarla necesitaba llegar
a su despacho y hacer notas, pero también debe tener la cabeza fría
para extraer sólo lo importante y entender lo ocurrido sin magnifi-
car los hechos. Así que, al sentarse en el sillón, deja pasar casi una
hora antes de atreverse a tomar el lápiz y el papel.

111
Notas Bernardo…
Necesito ver para creer

El Tomás de hoy me dejó asombrado. Realmente significan algo


los unos y los ceros. No es posible que se enterara de cosas como
las que me dijo por alguien del hospital. Nadie conoce mi pasado
y siempre he sido muy discreto con respecto a mi vida. El único
empleado de la clínica que conoce las circunstancias de la muerte
de mi esposa es Braulio, pero él es de toda mi confianza. Pero los
datos sobre mis medios hermanos no lo sabe nadie.
Me interesa saber más acerca de lo que lleva dentro. Definitiva-
mente los destellos de locura son reflejo de su inteligencia. Es posible
que su historia sea verdadera, pero siento que ha perdido la esencia
de la realidad en algún punto. A pesar de los datos que me dio, no
pude obtener ningún tipo de información que lo corroborara. Todo
salió de su boca, pero en ningún lado encontré registro suyo.
Quizás también mi búsqueda no fue la adecuada. Debo iniciar
una nueva con datos de apreciación y corroborables acorde con sus
características personales y con los archivos policiales de gente des-
aparecida. Después de este descuido de Tomás, puedo estar seguro
de que no tiene ninguna lesión en la pierna, pero la reacción de
pérdida de noción del tiempo me recordó a los viejos aparatos eléc-
tricos que, al calentarse no funcionan bien; es como si su concien-
cia se hubiera distraído y hubiera dejado de atender su obsesión de
control de tiempo. Quizás esto sea el principio del fin de sus males
mentales, que, según puedo entender al día de hoy, sí existen, pero
hoy no estoy seguro de cuáles sean. Creo que es brillante, pero su-
fre de un delirio de persecución terrible; es como si hubiera sumer-
gido su vida real en un cuento de espías. Por otra parte, creo que
obtuvo la información que me proporcionó de la base de datos del
buró de crédito o algo parecido, y que simplemente solicitó mis da-
tos de bases públicas y de algún modo encriptó los resultados para
hacerme llegar la serie de ceros y unos. A lo mejor conoce alguna
metodología de búsqueda en la red que desconozco.
Según entiendo, un escrito en código binario se realizar en gru-
pos ordenados de ocho unidades para las letras y números. Pero
112
este archivo es secuencial y no tiene espacios intermedios. Dudo
que el noveno digito sea solamente un espaciador o si éste debie-
ra leerse haciendo espacios en grupos de ocho signos, por lo que
cualquier traducción pudiera verse afectada. Dando el beneficio
de la duda, ésa podría ser la razón por la que no realicé ninguna
interpretación coherente.

113
En la casa de Bernardo…
Insisto en buscar

Una vez más, Bernardo llega inquieto a casa. Pasó toda la tarde
pensando y tiene nuevas ideas para investigar la identidad de To-
más. Mientras lo observaba en la sesión, por momentos se daba
cuenta de que las características físicas eran quizás la primera señal
que registra de una persona y ésa podía ser la forma más simple de
búsqueda. Además, cabe la posibilidad de que alguien lo extrañe:
familia, esposa; eso sin contar que fuera buscado por la policía.
Después de cambiar su ropa, se dirige nuevamente al estudio,
no sin antes servirse un vaso de leche en la cocina.
Se sienta en el sillón y, después de ordenar mentalmente sus
ideas, suspira y dice:
—Activo
—Buenas noches, Doctor. Ningún nuevo mensaje en bandeja.
—Iniciar búsqueda global según perfil.
—¿Base de datos local, continental o mundial?
—Empecemos por la local.
—Generales.
—Busca perfiles de personas extraviadas de los últimos diez años:
varón, caucásico, ojos oscuros, de más de un metro con noventa
centímetros de estatura, de entre treinta y cinco y cuarenta y cinco
años de edad al día de hoy.
—Seis concordancias. Resultado en pantalla.
Bernardo comienza a ver los resultados. Todos ellos han sido
encontrados: dos vivos, los demás muertos y sus cuerpos plena-
mente identificados. Tomás no era ninguno de ellos.
—Amplía búsqueda a mundial con las mismas referencias. Agre-
ga el nombre “Daniel” a la búsqueda, pero que sea sólo como re-
ferencia adicional.
—Ciento cuatro concordancias generales; sólo una con el nom-
bre “Daniel”. Resultados en monitor.
Bernardo mira detalladamente la ficha que contiene el nombre.
Es increíble. Ha aparecido muerto en un accidente automovilístico
y calcinado, pero las pruebas de ADN lo identifican positivamente;
114
de los demás sólo cuatro siguen extraviados, pero no pueden ser
Tomás: uno es alemán y nunca ha salido de Alemania, y Tomás no
tiene acento de ninguna clase. Dos tienen estaturas superiores a los
dos metros, y el otro tiene el pelo cano en la foto y su complexión
es muy distinta… Ha llegado a otro callejón sin salida.
—Inicia nueva búsqueda en pacientes con trauma en peroné con
reconstrucción metálica y las mismas características anteriores.
—Imposible recuperar archivos por confidencialidad paciente-
doctor. Según estipula la Ley de Difusión de Red número cuatro
dos ocho siete uno cero dos internacional, se requiere autorización
del médico tratante, orden judicial o autorización del paciente;
ningún caso abierto a público coincide. ¿Alguna nueva búsqueda?
—No, desactiva.
—Imposible interrumpir proceso de impresión. Restan seis ho-
jas. Desactivación al término.
—¿Impresión?… ¿Qué estás imprimiendo?
—Su petición.
Bernardo se levanta de un salto y va a la impresora para toparse
con un grupo de unas veinte hojas llenas de ceros y unos…
—¿Cual petición de impresión estás ejecutando?
—Su petición específica.
—¿Cuando pedí esta impresión?
—Imposible precisar. Los datos se imprimen por aportación si-
multánea acorde con su petición.
Bernardo empieza a sentir una mezcla de miedo y curiosidad.
Las dudas lo empiezan a llenar. La impresión termina y la compu-
tadora se apaga. Regresa Bernardo al sillón y comienza a escribir
nuevamente sus notas sobre Tomás. Sus pensamientos son más
confusos que nunca. No puede ser que Tomás haya metido un
virus con sus comandos en binario; hace más de cuatro años que
los virus desaparecieron. El cambio de los antiguos sistemas opera-
tivos por la plataforma universal acabó con esos problemas y con
la inestabilidad de antes. Hace mucho que nada ocurre en las com-
putadoras. Pero algo ha ocurrido, algo de lo que no está seguro y
que le cuesta mucho entender.

115
Notas Bernardo…
Ya te descubrí… Eso creo

Comienzo a entender el descontrol de mis colegas al tratar a To-


más. Empiezo a creer que los tratantes anteriores cayeron, como
yo, en su juego de espías y complots. Creo que por fin sé qué trata
de hacer. En realidad, es mucho más listo de lo que pensé. Ha
venido haciéndome terapia a mí desde el primer día. Al casi obli-
garme a no llevar registros electrónicos de su terapia, está jugando
conmigo para involucrarme y hacerme creer cada palabra que dice;
que si bien debo admitir que casi lo logra. La evasión de cualquier
dato fino sobre su pasado y los detalles inestables me hacen tener
una nueva hipótesis sobre Tomás.
Hoy creo tener una imagen clara de Tomás. Ha manipulado a
todos sus terapeutas con el fin de interrumpir la secuencia de su
historial médico. Indudablemente es un genio en el área informá-
tica, porque en mi limitada capacidad no entiendo cómo pudo,
con unas pocas instrucciones, recibir información acerca de mí.
Pero sé que si ha pasado su vida frente a una PC, debe conocer la
forma más simple de tomar información de una persona. Con sólo
pedirme mi número de registro no es difícil recopilar información
mía o de quien sea.
Considero que su peculiar modo de escribir y leer en código
binario es resultado de años de uso del lenguaje y, si bien me asom-
bra a cada momento su habilidad, empiezo a pensar que no es más
que una personalidad creada como defensa y que, al cabo de los
años, ha terminado por creérsela. Si bien hasta hace unos pocos mi-
nutos seguía pensando en su teoría y en sus historias, esta imagen
se ha desvanecido. Mientras más analizo lo ocurrido en estos cua-
tro meses, creo que me analizó desde el principio y me ha orillado
a llevarlo al exterior del edificio con algún fin. Tendré que cambiar
la metodología, traerlo a mis dominios y aislarlo del ambiente que
ha venido creando alrededor de nuestras sesiones.
Delante de los demás pacientes finge estar loco. También finge
su cojera. Evade aparecer en las cámaras de video, evita hablar con
enfermeros y pacientes y platica con Miguel. El que éste sea autista
116
le da cierta sensación de seguridad, pues sus secretos no serán reve-
lados. Creo que lo más simple es hacerle ver claramente que ya no
me engaña. Mañana cambiaré las sesiones de los demás pacientes.
Voy a tratarlo sólo a él, pero, en el diván de mi consultorio, cerran-
do cortinas y retirando el reloj de pared. Pienso relajar su obsesión
por el tiempo, que si bien hoy se vio afectada mientras más habló,
al aislarlo en un ambiente controlado podría relajarlo lo suficien-
te para desenmascararlo por completo. Hoy perdió el control que
normalmente tiene sobre todo lo que le rodea. Se sintió indefenso
y su reacción fue más que lógica (al correr a su habitación y buscar
nuevamente su nicho de confort).
Llegó el momento de pasar todas mis notas de papel y lápiz a
electrónico antes de perder la secuencia y no tener un testimonio
claro de la extraña evolución de Tomás Bit.

117
En la oficina de Bernardo
No se te ocurra mentirme…

Sentado en el sillón de cuero negro de su oficina Bernardo espera


a Tomás. Éste se abrirá correctamente con él: las cortinas cerradas
y la luz tenue le dan una atmósfera diferente a la oficina, y sin el
reloj de pared que normalmente paciente y doctor ojean durante
la sesión, Bernardo espera que la pérdida de la noción del tiempo
detone la apertura de Tomás. Ha traído las hojas que imprimiera la
noche anterior y se siente inquieto. Anoche le costó trabajo dormir
pensando como plantearía que sabía su juego.
La puerta se abre y entra Tomás. Acompañado por un enferme-
ro que indica al Doctor que estará afuera por cualquier cosa, el pa-
ciente entra con la cara desencajada y cargando el gran paquete de
hojas del día anterior. Pasa y se sienta en el diván junto a Bernardo,
mientras la sombra del enfermero se pierde detrás de la puerta. Se
cierra la puerta. De inmediato, Tomás mira a los ojos a Bernardo y
comienza a hablar.
—¿Qué no pudiste seguir mi reglamento?
Bernardo mira extrañado. Sabe que al descontrolar a Tomás en
su tiempo e itinerario lo alteraría, pero nunca pensó que reacciona-
ría así. Se terminó el respeto: Tomás comienza a tutear a Bernardo
y su actitud es muy agresiva.
—Calma, Tomás, aquí estás bien y sigo tomando notas con
papel… ¿Lo ves?
—¡Crees que soy imbécil!
Tomás agita los papeles en la cara de Bernardo con un grito. El
enfermero irrumpe por la puerta. El Doctor lo refrena; con una
seña le indica que todo está bien y que se retire. Tomás guarda unos
segundos de silencio y tras el cierre de la puerta comienza a hablar
en tono fuerte sin llegar a gritar.
—Estás jugando al investigador… Ya te veo, el doctor jugando a
Sherlock… A ver computadora, dime de Easyplayer y de Leviatán;
háblame de el Archivo de la Humanidad y de Samuel Sayer… ¿Sa-
bes lo que hiciste?…
—¿De qué hablas?
118
—Aquí está todo. El programa corre y lo hace muy bien… El
monstruo está suelto, y me quiere comer… Y ahora te va a comer
a ti también.
Las teorías de Bernardo se desmoronan. Si Tomás sabe sus bús-
quedas en la red, es porque está escrito en el paquete de hojas…
—Ayer cuando entré a mi habitación empecé a leer y leer. Tu
vida es poco interesante desde hace un par de años, pero las últi-
mas horas están aquí perfectamente reflejadas…
Tomás empieza a desesperarse. Bernardo se asombra. Todo lo
que había pensado hacer la noche anterior ha comenzado a pasar
a segundo término.
—Desde que llegaste a casa hasta muy entrada la noche estu-
viste haciendo una cacería de brujas en la red y, a pesar de que
te lo avisé y te pedí que evitaras los sistemas electrónicos en todo
lo concerniente a mí, infringiste la regla y nos hiciste vulnerables.
Ahora ellos pueden saber de nosotros lo mismo que nosotros de
ellos. La verdad es que no sé si lo que hiciste es bueno o malo,
así que me ayudarás a decidirlo. Es malo porque cuando entraste
a buscarme, es posible que las variables que te pueden relacionar
conmigo se empiecen a correr. Por otra parte, es bueno porque por
fin veo físicamente la capacidad del programa…; es malo porque
si las variables te relacionan vas a empezar a ser un match corto;
es decir, no vendrán en un coche negro unos hombres de traje
armados, pero te revisarán en el siguiente grado de variables, y eso
puede ser que no te guste. Es bueno porque así por fin me creerás.
Pero es malo porque las posibilidades de que, de repente, ambos
seamos trasladados a otra casa de locos, es grande…, tú sin mucha
información y por alguna excusa, y yo a un lugar donde me puedan
controlar mientras piensan cómo me hacen desaparecer sin llamar
mucho la atención…
Bernardo escucha cada palabra y cada vez más su cara refleja
su asombro. No quiere interrumpir pensando que, en ocasiones,
los exabruptos liberan todas las emociones reprimidas y a menudo
llevan a una cura, pero ahora no está seguro si debe dejar hablar a
Tomás como psicoanalista, o como un simple mortal que empieza
a ver cosas nuevas y que le empiezan a dar miedo.
119
—Es posible que no estés entendiendo. Déjame leerte lo que dice
en las últimas páginas… A ver… Si aquí es… “i w w pah-ef ”, esto
quiere decir que pediste búsqueda en la red global sobre pah-ef…
Quiere saber que son las siglas; sólo me lo hubieras preguntado;
quiere decir “proyecto Archivo de la Humanidad -encadenamientos
futuros”… Aquí también dice “i w w Samuel Sayer”; eso es que pe-
diste informes sobre Sayer… y así está la historia de la noche pero
algo me llamó la atención, sobre todo…
—¿Que fue?
—La cadena de comandos que dictaste a la computadora. Sólo
pedía la información que se encontraba en el archivo activo y ¡oh
sorpresa!… No sólo aparecieron tus aburridos antecedentes de vida,
apareció toda la información en activo en el archivo, incluyendo
lo que estás haciendo en tiempo real, así que los encadenamientos
futuros se transformaron en actividad presente… No sólo funciona
rápido, está en tiempo real; el archivo se actualiza por segundo…
Cuando menos en lo que corresponde a datos, porque aquí falta
algo…
—¿Qué falta? Creo que lo único que falta que me digas es qué
ropa me puse para dormir.
—Falta la relación… Esto sólo son los datos de tus actividades,
pero no aparece ninguna relación de nada, cuando menos no sobre
los datos de la última semana. Es posible que las bases de datos se
actualicen en tiempo real y que decidieran que era muy complicada
la ejecución de las variables para cada persona del mundo… Es po-
sible que aún no tengan la capacidad de proceso o que, por algún
motivo, no se actualiza a la misma velocidad de los datos… O qui-
zás encontraron cómo buscar sólo variables específicas diferentes
a las que yo vi… No lo sé… Es posible que mi inteligencia no dé
para más. Es posible que aún no pongan en marcha el módulo de
relaciones. Después de todo, cuando escapé no dejé funcionando
esa parte. Es posible también que la desactivaran para sólo almace-
nar datos por un tiempo y después ponerlo en marcha…
Con una seña Bernardo interrumpe a Tomás que camina en
círculos junto al diván y le entrega el paquete de hojas que anoche
se imprimieron solas.
120
—Otra sorpresa, Doc… No me digas… Seguiste jugando… ¿Qué
no te das cuenta que con lo que juegas es con nuestras vidas?
Tomás empieza a ver las hojas.
—Pues no, ya no falta nada. El sistema se actualiza con todo
y variables. No sé cada cuando lo hace, pero te tengo noticias:
ya eres grado D9; eso quiere decir que tu expediente cambió de
lugar. Llamaste la atención del sistema, y curiosamente, como en
el caos, no llamaste la atención por mí. Ellos parece que me dan
por muerto. En realidad, llamaste la atención por los temas que
buscaste. De hecho, fue en específico por tu búsqueda de relacio-
nes entre Samuel Sayer y el Archivo de la Humanidad. ¿Qué no lo
entendiste?… Es como si hubieras mandado correo electrónico a
fines de los noventas hablando mal de Bill Gates… Hubieras sido
interceptado inmediatamente…
Tomás sigue leyendo las hojas. Su cara parece relajarse, como
quien, esperando malas nuevas, hubiera recibido un cheque en sus
manos.
—¿Sabes, Doc?… No saben lo que hacen… ¿Recuerdas que te
dije que el ensamble final no se había terminado cuando salí co-
rriendo?
—Sí.
—Pues el ensamble final era la más delicada de las piezas. Era
como tener las partituras de Mozart para el teclado de la com-
putadora. Pero parece que no han terminado de identificar a qué
tecla pertenece cada nota. Déjame explicarte esta oportunidad que
tenemos. Imagínate que la evaluación de potencial peligroso en
cualquiera de los aspectos de la vida los habían ubicado en veinte
puntos de valor, es decir, si tu comportamiento por relación o por
compras o por estudio necesitaba ser visto más de cerca, el sistema
te daba un punto. ¿Me vas comprendiendo?
—Sí.
—Pues si obtenías un punto pasabas del grueso de la población
al primer nivel y, si por cualquiera de las variables sumabas puntos
o décimas de punto a tu lista, ibas subiendo en la escala, hasta que
tus puntos te hacían llegar a un grado D superior; los grados se
seguían por grupos: el primero es de D1 a D3, de D4 a D6, de D6
121
a D8, y después iban de uno en uno, lo cual si me vas siguiendo
en la plática, te darás cuenta que estás ya en la línea peligrosa. Los
primeros tres grupos no se seguían minuciosamente, pero a partir
del grado D9 empiezan a seguir todos tus pasos: cómo gastas tu
dinero, para qué usas el efectivo y para qué usas la tarjeta, qué
compras y qué dejaste de comprar regularmente, cuánto consumes,
etcétera; es más, aquí dice que ayer se terminó la leche en casa. ¿Tu
refrigerador hace la lista?
—Sí… Y ordena una vez a la semana una lista básica conforme
se terminan las cosas.
—¿Lo ves, Doc? Control, ése es el juego: Aquí también te mar-
can como comprador de partes usadas de equipo obsoleto y tienes
un reporte forestal que seguramente va a afectar sustancialmente
tus impuestos de este año. El que tiene la información tiene el
poder, y ellos tenían la información y el poder mucho antes de
poder entender la información. De cualquier modo, y después de
mi enojo, esto funcionó mejor de lo que pensé. Ahora ya sé que el
sistema funciona y lo hace muy rápido, pero que aún no han pues-
to a funcionar todo el módulo final. Es posible que estén activando
sólo un módulo a la vez, eso quiere decir que existen dos opciones,
aun no me encuentran porque sólo han activado el módulo D9 y
por eso no tienes una calificación más alta y no me pueden relacio-
nar contigo, o tu proceso no ha sido empatado con el mío, lo que
significa que el sistema de concordancia aún no opera…
Tomás se levanta, arranca de las manos de Bernardo el block de
papel y el lápiz, y se sienta en uno de los sillones de visita. Ahora
escribe mientras habla emocionado.
—¿Alguna vez recibiste una herencia?… Es claro que no, estaría
en tus datos.
Descontrolado, Bernardo asiente con la cabeza, y sigue escu-
chando:
—¿Alguna vez viste las películas antiguas de terror en que para
recibir la herencia tenían que resolver enigmas?
—Sí, claro.
Tras un par de minutos de minuciosa escritura, Tomás gira y
entrega en las manos a Bernardo una hoja de su block. En ella hay
122
unos y ceros como en los dibujos, pero también algunos renglones
escritos con unas instrucciones.
Siempre haz las cosas en orden.
Nunca olvides la dirección correcta.
No todos los años tienen los mismos días.
Empieza siempre por el principio y termina siempre en el
final.
La clave es de quien menos lo esperas.
Al final la vida siempre es justa.
Bernardo toma el papel y lo lee extrañado.
—¿Qué es esto?
—Esto es el testamento de un amigo. Es la única herencia y testi-
monio de la vida de Daniel, un amigo, que, a diferencia de David,
quien gano con una piedra, murió peleando contra Goliat. Él te
dejó todo a ti, todo lo que tenía, sus números y su última voluntad.
Él me dijo que tú sabes lo que tienes que hacer, y, si no lo sabes,
seguro tienes la capacidad de averiguarlo… Por cierto, Doc… ¿De
qué va a tratar la terapia de hoy?
Tomás camina nuevamente al diván, se recuesta y se relaja. Ber-
nardo parece no terminar de entender lo que ha pasado. Otra vez
ha cambiado totalmente sus intenciones. Nuevamente el cazador
ha sido cazado. Bernardo sigue un poco el juego dándose tiempo
para analizar lo que pasa. Se levanta del sillón y camina alrededor
de Tomás; con los brazos a medio cruzar toma su barba con la
mano derecha y hace gestos mientras piensa… ¿Qué sigue?
—Vale, Tomás. Empecemos… Háblame de la persona Tomás Bit.
—Déjame hablarte del nacimiento de Tomás. Imagínese, Doc,
a un tipo desesperado. Se ha metido en el peor lugar en el que
pudiera estar, pero se ha dado cuenta tarde, cuando ya ha costado
la vida de cuando menos dos de los involucrados y que empieza a
ver cómo las puertas de la vida se le van cerrando inexplicablemen-
te. Entonces toma la decisión de su vida. Es momento de morir.
Pero morir es una salida que podría afectar a mucha gente, así que,
acostumbrado a manejar información, decide morir virtualmente.
En su desesperación se compra un nuevo cuerpo y le prende fuego
y, después de ello, vacía casi un litro de su propia sangre para dejar
123
una evidencia física de ADN en su muerte, esperando que la gente
que lo investigue no fuera demasiado minuciosa en su trabajo y
que no se preocupara mucho por un accidente. Así me morí, pero
en mi muerte era necesario también dejar de existir, así que mutilé
mis huellas digitales y destruí cualquier forma de reconocimiento,
como mis dientes, evitando que los registros dentales o dactilares
me delataran.
—Por eso no te pude encontrar entre los desaparecidos.
—De hecho, me encontraste, por eso sé que estoy completamen-
te muerto, y por eso también sé que no voy a causar problemas,
cuando menos mientras algo no llame la atención de un muerto.
La excitación inicial de Tomás ha desaparecido. Nuevamente
habla despacio y su tono ya no es elevado; los ojos tienen una
apariencia normal y el rojo que había invadido sus mejillas ha des-
aparecido.
—¿Qué más me puedes decir de Tomás?
—Tomás… Tomás cree en la reencarnación y es un vivo ejemplo
de ella… Por eso está aquí. Pero, lejos de iniciar una vida nueva,
está tratando de terminar con una vida vieja: es el albacea de la
herencia de Daniel. Era un buen hombre, nunca trató de hacer mal
a nadie. Por eso Tomás esta aquí, tratando de corregir sus errores.
Tomás quiere darle una nueva historia al cuento de Daniel y, como
en la Biblia, espero que Daniel no sea comido por los leones.
Tomás respira profundamente y sus ojos se llenan de lágrimas.
—La historia de Daniel es uno de esos libros al que el escritor
quiso dar un final feliz y que nunca terminó por escribir la parte
en la que conoce a la mujer de su vida y que tiene una familia, con
unos hijos que van a la escuela y viven en una casa en los subur-
bios… Esa parte sólo la sabe Daniel… Pero él ya se murió… Aquí
sólo queda Tomás… Un Tomás absurdo y loco, que se encerró en
una cueva y trabajo día y noche en poner en blanco y negro sus
ideas, un Tomás que no hacía daño a nadie y sólo se aisló para
evitar contagiar a la población civil de su peligrosísimo D20…, ca-
lificación que no se merece, cuando su único pecado fue conocer la
vara con la que estamos siendo medidos… Pero dime, Doc, ¿quién
creería una historia tan absurda como ésta?
124
—Pues nadie. Es muy difícil de creer.
—Pero en resumen, la historia de Tomás no es tan mala. Está
rodeado de un excelente equipo, tiene un amigo… y ¿sabes? Te
quiero decir un secreto enorme. Nunca ha estado completamente
solo. Este buen amigo que no existe o eso piensa, lo creó en la red
y siempre puede contar con él. Antes se hablaban todo el tiempo y
te lo pienso presentar.
—Claro, Tomás… Me gustaría conocerlo. Háblame de él, hábla-
me de tus amigos afuera. Me gustaría saber más.
—Será después, Doc… Es más, ya lo conoces y no lo sabes, pero
hablaremos de él después. Hoy se terminó mi tiempo; hace mucho
que debí haberme ido de aquí.
—No te preocupes por el tiempo. Hoy dispuse todo el día para
ti; además, nunca esperé que en tu terapia primero me trataras tú a
mí; así que el tiempo está de tu lado.
—Precisamente de eso hablo. El tiempo que hoy te aparté ya se
acabó. Necesito regresar a mi cuarto. Me siento cansado. Sé que
dejé gran parte de mi carga hoy contigo. De verdad hace mucho
que necesitaba que alguien más supiera la verdad. Sé que esta no-
che podré dormir después de haber hablado y mañana habré des-
cansado bien. Sólo déjame insistirte en la herencia antes de irme.
Es muy importante lo que tienes en las manos: esto y los números
de Daniel son lo único que queda de él en el mundo, y todo te lo
deja a ti. Sé digno de ello como un caballero medieval… Sólo ha
tenido confianza en ti y en mí, y yo ya no quiero cargar toda esta
historia en mi espalda.
Tomás se pone en pie y va a la puerta, la abre y sale sin decir
nada más. Bernardo se queda más sorprendido que nunca, soste-
niendo el papel en su mano derecha; lo introduce en el bolsillo de
la chamarra que está colgada en el respaldo de su sillón y mientras
ve la sombra del enfermero ponerse en pie, trata de hilar nueva-
mente la sesión. Para variar, todo ha salido al revés de cómo había
pensado…

125
Notas Bernardo…
Empieza el miedo

He decidido deshacerme de la información de Tomás en electró-


nico, y de la gran mayoría de las notas a lápiz. Hace apenas unos
minutos que salió de mi oficina y sé que no tiene ningún tipo de
locura, pero esto me pone en un predicamento. No puedo declarar-
lo sano o curado sin una identidad real. Para tramitar su alta tendría
que tener un nombre y un número de registro personal, mismo que
ha tratado de ocultar al grado de automutilarse; es imposible gene-
rarle una salida del hospital sin haber identificado al paciente. Aho-
ra sé por qué ha decidido quedarse, por qué no permitió la revisión
oftalmológica que quizás podría identificar la huella de iris, la cual
no se puede alterar. Me encuentro en una compleja situación con
respecto a él: a mis ojos es lúcido e inteligente, pero para la clínica
deberá seguir siendo Tomás Bit, el paciente mental inestable. La
actitud que demostró en los últimos minutos me dio a entender
que se ha dado por vencido. Al parecer, existe el programa y, según
entiendo, no hay nada que pueda hacer.
Esta nota debo guardarla junto con las anteriores fuera de la
clínica y seguir haciendo anotaciones en casa como simple segui-
miento de lo ocurrido. Pero para efectos documentales del avan-
ce en la clínica, será mejor incluir comentarios electrónicos en el
expediente y, en la siguiente sesión, poner al tanto a Tomás de la
sintomatología que deberá reflejar de cara a los residentes y perso-
nal de la clínica. Lejos de tratarse de un caso mental, éste podría ser
un caso de carácter ético del que ahora me considero incapaz de
resolver. Espero que el tiempo me ayude a encontrar la solución.
Para el archivo del hospital debo armar un expediente simple
que le permita seguir tranquilo. Lo mejor es que nada ahí lo haga
destacar de la media de los pacientes regulares sin que lo señale en
específico y, con una sintomatología no agresiva, ni peligrosa, pero
con pocas posibilidades de cura, así podrá garantizar su estadía en
la clínica al menos mientras pueda encontrar cómo ayudarlo. Debo
buscar los medios para proporcionarle una estancia lo más normal
posible en la clínica… Le creo a pesar de mí.
126
Casa de Bernardo…
Malas noticias… muy malas

Viernes 5 de septiembre del 2014, 4:26 am.


—Doctor Seler, tiene comunicado urgente, ñññññññ. Doctor
Seler, tiene una comunicación urgente, ñññññññ, doctor Seler, tie-
ne una comunicación urgente, ñññññññ…
El sonido de la alarma despierta a Bernardo de un salto. El mo-
nitor del reloj digital del buró enciende en rojo y tiene escrito “lla-
mada urgente” en él. La luz de la habitación se enciende de golpe.
—¿De dónde es?
—Clínica Madox, área de seguridad.
—Activar.
—¿Doctor Seler?
—Sí, dígame.
—Tenemos un reporte de fuga de la clínica.
—¿De quién se trata?
—Enfermo Tomás Bit. Me pidió mi superior que le llame y se
presente de inmediato.
—¿Por qué? ¿Cómo ocurrió?
—No tengo información. Sólo atiendo la solicitud de mi jefe…
En diez minutos lo recogerá una unidad de seguridad en su domi-
cilio. Ellos lo van a esperar para traerlo.
—Gracias.
—Transmisión terminada.
Bernardo se apura a arreglarse pero, antes de poder ponerse el
pantalón, el sonido del timbre de la puerta lo pone nervioso. Un
par de minutos después sale a la puerta donde dos oficiales de po-
licía lo esperan.
—Doctor Seler… Nos pidieron que lo llevemos a la clínica
Madox.
—Sí, estoy enterado. Vamos.
Ninguno de los policías cruza palabra durante el trayecto de
más de veinte minutos a toda velocidad. Las luces de la patrulla
penetran el camino vacío mientras la torreta parpadea en rojo y
azul con los estrobos que avisan el avance de un vehículo de emer-
127
gencia. A su paso por los suburbios a la ciudad y tras salir al bosque
donde se encuentra la clínica, Bernardo razona sobre Tomás. Al
meter la mano al bolsillo de la chamarra, siente el papel que el día
anterior le ha dado Tomás. Se le pone la carne de gallina al pensar
que Tomás le ha anunciando esto y que se dio el lujo de llamarle
“herencia”. Era casi descabellado de puro lógica, ¿cómo no ha pen-
sado en que esto pasaría? Había confundido el mensaje, interpretó
resignación cuando era una despedida. Una y otra vez, Tomás le
decía lo que estaba haciendo, pero Bernardo, en su afán de tratar
a un enfermo, no se dio cuenta de la realidad. La conciencia de
Bernardo lo tortura.
Bernardo siempre se ha preciado de su buen instinto que siem-
pre privilegia la importancia de ver claramente al paciente. Esta vez
se ha equivocado .
La patrulla entra rápidamente en el terreno de la clínica y se
detiene frente a la entrada principal. Bernardo baja apuradamente
y mientras se acercaba a la entrada ve la silueta de un hombre que
sale de la puerta principal. La silueta es de un hombre muy común,
de estatura media, delgado . Sin embargo en cuanto lo ve, el primer
patrullero se cuadra y lo saluda como su superior.
—Doctor Seler, hace rato que lo esperamos.
—Eso me dijeron, ¿por qué tanto movimiento por la ausencia de
un interno que no es peligroso? Está considerado como nivel dos
de peligrosidad.
—Soy el capitán Valle. Entiendo que esté asombrado, pero no
estamos hablando solo de una fuga. Pensamos que es un homici-
dio…
—¿Homicidio?… ¿De qué habla?
—Sígame, Doctor. Entiendo que usted trataba al paciente… —El
capitán revisa anotaciones en su libreta electrónica— el paciente…
Tomás Bit.
—Sí, es un caso que tengo a mi cargo.
—Según entiendo, fue usted mismo quien tomó el caso a su
cargo más allá de una asignación.
—Así es; tomé un grupo desde mi llegada a la clínica y él está
entre ellos.
128
—Antes que nada, necesitamos que identifique el cadáver.
—¿El cadáver?… Me dijeron que se había fugado.
—Sí, eso pensamos, pero hace un rato mis hombres encontraron
lo que parece ser el paciente Bit. Sígame mientras le explico.
Valle entra al edificio y sigue revisando datos en la pequeña
pantalla de su computadora manual para explicar lo ocurrido a
Bernardo.
—A las once y veinte de la noche el enfermero de guardia avisó
a seguridad que un paciente del área verde no estaba en su cuarto.
Procedieron a buscarlo sin éxito. Debo comentar que, antes de de-
clarar la ausencia, les tomó unas dos horas. Fue entonces que avisa-
ron a la policía, así que un par de patrullas… las unidades setenta y
dos y la noventa y seis, llegaron para hacer una revisión de caminos
circundantes, pero con el mismo resultado. Para estos momentos
habían llegado a la clínica unos treinta elementos de rastreo y bús-
queda con perros. Fue entonces que alguien notó humo y un extra-
ño olor que venía de un ducto de expulsión de gases conectado a
la sala de máquinas; ¿la conoce?… ¿Alguna vez la visitó?… Son de
esos lugares que nunca visitan los directivos…
—No, en realidad no. No sabía que tuviéramos una sala de má-
quinas. ¿Es allá adónde vamos?
—Sí… Verá, Doctor, cuando abrimos la sala de máquinas, nos
topamos con una gran nube de humo que salía del incinerador
que usan para los materiales tóxicos, deshechos quirúrgicos y de
material médico; en fin, todas esas cosas que ningún procesador
de residuos en su sano juicio tomaría. El incinerador estaba encen-
dido y en el interior había unos cuantos restos que suponemos de
origen humano, pero después de casi seis horas a toda la intensi-
dad, no queda nada excepto residuos metálicos y un montón de
cenizas. Lamentablemente el incinerador de la clínica es de última
generación, así que no sólo quemó el cuerpo, también trituró los
huesos y los transformó en polvo quemado. Nos será muy difícil
una identificación por ADN.
—¿Qué quieren que identifique entonces?
—Para empezar los residuos metálicos, y en segundo lugar, nece-
sitamos tener un perfil detallado, sobre todo de quién pudo haber-
129
lo matado. Según la base de datos de la clínica, no tienen pacientes
relacionados con crímenes violentos, pero me preocupan algunos
pacientes con potenciales peligrosos que vi en sus expedientes y me
gustaría que me hable de ellos.
—Sigo sin entender. Me está diciendo que lo mataron y lo me-
tieron al incinerador.
—Sí, algo así. El incinerador estaba cerrado, y no había hue-
llas digitales, sólo encontramos unas marcas de manos, pero sin
huellas. Parece que el criminal usó guantes. No puedo darle más
detalles por cuestiones de la investigación, pero necesitamos saber
sobre todo las actividades diarias de Bit. Quiénes eran sus amigos y
sobre todo quiénes eran sus enemigos.
Al oír la palabra “enemigos”, Bernardo siente un enorme retum-
bo en el interior de su cabeza. No puede hablar de lo que sabía de
Tomás. Tiene que pensar claro lo que ocurría. Ahora Tomás está
muerto justo después de que él entrara a obtener información a
la red; la marcas de manos sin huellas son seguramente de Tomás,
pero tampoco puede asegurarlo. ¿Qué estaba pasando?, Tiene que
ganar tiempo para pensar, lo primero es saber bien qué ocurrió.
Siguen caminando. Después de atravesar la clínica, salen al pa-
tio trasero y a unos cien metros, detrás de un grupo de plantas
altas en el bosque del fondo, se ve la sala de máquinas. Una figura
familiar alcanza rápidamente a Bernardo y al capitán… Es Joel con
cara de angustia…
—¡Doctor!, ¡qué bueno que llegó! Esto es una locura. Yo revisé a
Tomás a las nueve en su habitación.
—¿Usted quién es?
—El enfermero de guardia. Esta semana tengo a mi cargo el tur-
no de la noche del ala verde, en el pabellón donde dormía Tomás.
—¿Ya le dio su declaración a los detectives?
—Sí, de hecho yo fui quien le insistió a seguridad interna para
llamar…
—No se aleje mucho de aquí. Me gustaría que habláramos más
tarde.
—¿Usted necesita algo, doctor?
—Todo está bien. Encárgate de los demás enfermos. No dejes
130
que se enteren de nada. Esto puede hacer caer en depresión a mu-
chos de ellos.
—Pasamos a todos a los dormitorios que dan al frente, desde
donde las ventanas no dejen ver la sala de máquinas, las ventanas
de las secciones dos y tres ven justo para acá. No consideré pruden-
te dejar que nadie se diera cuenta, sobre todo con tanto movimien-
to policiaco…
—¿Quién se dio cuenta de la ausencia de Tomás?
—Yo.
—¿Cómo está su habitación?
—La están revisando… También saqué a los de las habitaciones
contiguas.
—Déjame unos minutos con el capitán. Mientras, encárgate de
que todo siga normal en el interior. No comentes esto con nadie y
dile a los demás enfermeros que tampoco lo hagan.
Mientras Joel regresa al edificio, Bernardo y el Capitán retoman
el camino a la sala de máquinas, una casona a unos cien metros de
la salida posterior de la clínica y cerca de la zona de maniobras des-
tinada a la llegada de insumos a la clínica. La distancia que separa a
la clínica de este lugar se enlaza con un estrecho camino de piedras
que deja a la casona casi metida en el bosque y muy poco visible
por los árboles que cubren el terreno. Bernardo razona por qué
nunca la ha visto o nunca ha necesitado verla. Entre las ramas de
los árboles los reflejos de las luces instaladas por la policía, combi-
nadas con las linternas de algunos policías que recorren el bosque
y los fuertes faros de dos camionetas que han atravesado entre la
vegetación, enmarcan el lúgubre lugar de los hechos… donde entre
la nube de humo gris que aun sale del interior, un oficial coloca la
cinta amarilla de plástico que indica “No traspasar” acompañado
con los emblemas de la policía.
A cada paso, el corazón de Bernardo resuena con mayor fuerza
en sus oídos. Pasan junto a la subestación eléctrica y entran por
la puerta principal de la sala de máquinas. Lleno de policías que
se mueven como hormigas, es una casa de una planta como una
pequeña nave industrial con todos los equipos para hacer que una
clínica del tamaño de la Madox funcionara correctamente. En un
131
extremo el bombeo y los equipos de aire; detrás de una malla ci-
clónica, la planta de emergencia y al fondo, el incinerador. Al pasar
por la puerta el calor es intenso, el olor a grasa quemada invade
el ambiente. Apenas cruzan la puerta, un oficial ofrece un par de
cubrebocas.
—Mejor cúbranse la boca. Esto es asqueroso.
Tanto Bernardo como Valle toman los cubrebocas y se los colo-
can apresuradamente sin que esto quite el terrible olor; a medida
que se acercan al incinerador el humo atrapado comienza a permi-
tir ver lo que ocurre. Dos oficiales, vestidos de pies a cabeza con
traje quirúrgico desechable y máscara de mica, limpian minuciosa-
mente con pinceles las mallas que filtran los residuos del incinera-
dor y que aún están llenas de ceniza. A un lado y sobre un paño
blanco un montón de pedacitos de metal que parecen triturados
por la máquina, completamente negros y llenos de chamusquina;
lo que ve Bernardo parece más los restos de una fogata que un cuer-
po humano: los residuos apenas pueden llenar una lata plateada
que los peritos marcan con plumón permanente como evidencia
numero dos ocho siete nueve cuatro tres uno, mientras otro oficial
busca huellas en toda la máquina. Agitando la mano, Valle llama la
atención de Bernardo a un par de metros en un tablero de control
ubicado en la pared.
—¿Qué le parece, Doctor? El equipo sólo se puede encender
desde este tablero y está a más de dos metros de la puerta del inci-
nerador y la puerta estaba cerrada. No encontramos huellas ni en el
tablero, ni en la puerta, ni en el incinerador. Lo limpiaron perfecta-
mente… Por cierto, ¿tiene registro de la huellas del paciente Bit?
Bernardo vacila un poco antes de contestar. Es difícil no generar
sospechas a Valle.
—Tomás había sufrido quemaduras muy profundas en sus ma-
nos. No tenía huellas digitales que registrar.
—Por eso no estaban en el archivo… Qué conveniente.
Bernardo empieza a entender lo ocurrido… Su mente tiene que
trabajar en dos planos para atender la plática con el capitán Valle y,
por otro lado, ordenar sus pensamientos, Tomás podía fingirse loco
o inclusive estarlo, pero el comportamiento no era el de un suicida.
132
Se preguntaba qué tan prudente sería comentarle esto a Valle sin te-
ner que explicarle todo lo que sabe de Tomás. Sin embargo, quizás
sea mejor no esperar cuestionamientos. El miedo sobre lo ocurrido
y las advertencias que Tomás le había hecho empiezan a transfor-
marse en pánico y no quiere que esto se note. Valle se toma unos
segundos para seguir con las preguntas y Bernardo se adelanta a la
siguiente de su interlocutor.
—¿En algún momento pasó por su mente que esto sea un
suicidio?…
—Usted conoce a sus locos, Doctor. Por eso está aquí… pero
¿qué le puede hacer pensar que fuera suicidio? Es interesante su
pregunta, pero… ¿Quién, por loco que esté prendería un horno de
este tamaño y después se metería dentro? La muerte por quemadu-
ra es la más horrible; el dolor es inmenso… Además, su paciente
conocía el dolor de una quemadura, según entiendo por lo que me
mencionó hace unos minutos… Por cierto, necesito acceso a todos
los expedientes del paciente que no estén en la red y me gustaría
interrogar a todos los enfermeros que tuvieron contacto con él en
los últimos tres meses. También, Doctor, usted está invitado a la
comandancia.
—En el momento que usted disponga los acompaño. Pero los
expedientes, creo que necesito un par de horas para juntarlos. Este
paciente en particular fue tratado por seis médicos antes de mi
llegada, y si bien todo debe de estar en la base de datos, preferiría
verificar que esté completo…
—Deme unos minutos para dejar todo funcionando aquí y lo
alcanzo para hablar más con usted.
—Claro, lo espero en mi oficina. ¿Me imagino que no necesito
indicarle donde está?
—No se preocupe. Yo llego.
El capitán Valle sólo esboza una sonrisa y continua dando ór-
denes a sus subordinados mientras Bernardo marcha su oficina…
Nervioso, triste, asustado… Comprender que lo que ocurre está le-
jos de su alcance en este momento, pero sabe que está relacionado
con su búsqueda en la red y el programa del que Tomás tanto habla-
ba… Pensamientos de conspiración y homicidio se entremezclan
133
con los acontecimientos de los últimos días. No puede considerar
a Tomás un suicida… Casi a paso veloz recorre la distancia hasta
su oficina. Un hombre ha muerto y él conoce las razones, pero no
puede decirlas a nadie. Ya se lo había dicho Tomás: una vez que
sepa la verdad le será muy difícil confiar en los demás. Ya no está
seguro si esto le afectará también a él.
Puede sentir miedo. Esto no es un juego…

134
Amanece en la clínica
Tranquilo, todo se va a resolver

Bernardo no puede pensar claro, pero se da cuenta de que no debe


entregar toda la información de Tomás; es más, si sólo entrega los
reportes en la base de datos puede parecer que oculta algo… “¿qué
razón tuvo Tomás al decirme que tarde o temprano iba a decidir
deshacerme de mis notas”… Bernardo piensa. Si bien trata de apa-
rentar un paso firme y normal, siente que se desmorona. Una an-
gustia enorme de pensar en la muerte de Tomás. No puede sacarse
de la mente que después de haber investigado en la red, existe la
posibilidad de que lo hayan encontrado y lo mataran. ¿Puede su
conocimiento ser tan peligroso? Normalmente para Bernardo no
existen las casualidades. Algo ha ocurrido esa tarde que mató a un
hombre en la clínica y aun cuando conoce las razones, no entiende
las causas…
Torrentes de comentarios sutiles que Tomás ha hecho durante
sus sesiones empiezan a tomar forma, desde cómo se refería a los
hombres del futuro que seguían paso a paso la vida de todos, hasta
las actitudes agresivas cuando se dio cuenta de las búsquedas en la
red que Bernardo había realizado… Todo va tomando forma en sus
pensamientos lo que le produce un fuerte dolor de cabeza. ¿Que
leyó Tomás en el enorme listado de ceros y unos que o supo que lo
iban a matar, o bien lo llevó a suicidarse?
Mientras Bernardo se acerca a su oficina, el capitán Valle conti-
núa con las investigaciones en la sala de máquinas. Parece disfrutar
de dar órdenes a todos, viendo atentamente lo que cada uno de sus
subordinados hace. El sol empieza a iluminar el cielo y el término
de la noche sólo indica lo largo que será el día. Enfermeros, poli-
cías, investigadores, nadie ha dormido esa noche, y no lo harán en
muchas horas.
Por un momento Joel pasa en la mente de Bernardo. ¡Qué difícil
debió de ser para él haber descubierto que faltaba un paciente! Las
horas de búsqueda hasta hacer el macabro descubrimiento… ¿Qué
sigue? Ni siquiera existe una familia a la que informar… ¿Quien le
dará sepultura?… La reflexión sobre un sepulcro en fosa común lo
135
altera. Él sabe su identidad… o eso cree, pero no está dentro de sus
planes comentar nada… No mientras no se sienta muy seguro de
qué hacer y en quién confiar… Después de todo, esto puede con-
siderarse parte del privilegio entre paciente y doctor y ni siquiera
legalmente lo pueden obligar a decir lo que había ocurrido en las se-
siones. Es moralmente necesario buscar a la familia detrás de Tomás.
Seguramente existe una madre y un padre, quizás unos hermanos de
Daniel. Siente que falta a sus principios, pero también analiza que de
existir familia lo más seguro es que la estén monitoreando en todo
momento para localizar al fugado y peligroso Leviatán; como un
golpe en la cabeza le llega la idea de lo peligroso que puede esto ser
para la familia… Sería ponerlos en el mismo peligro .
El recorrido le pareció eterno mientras su cabeza no deja de dar
vueltas a todo lo ocurrido y a las posibles consecuencias. Cuando
por fin llega hasta su despacho con la frente cubierta de sudor, en-
ciende la luz y apuradamente dice:
—Activo.
—Imposible, comando intervenido por procedimiento judicial
seis nueve tres de escena de crimen.
—Código de acceso personal password “Jerusalén”.
—Imposible, su clave de acceso, doctor Seler, ha sido inactivada
por procedimientos judiciales. Debe esperar a reactivación de siste-
ma por parte de la policía.
“Esto no me está pasando”, piensa Bernardo mientras decide el
siguiente paso a seguir. Los archivos electrónicos ya no están a su
alcance, es más, están bloqueados y ha dejado en casa sus apuntes;
cuando menos éstos han quedado lejos de la policía. Pero ¿cómo
va a justificarles el no tener notas desde que llegó al hospital?, sobre
todo si ha llevado un registro minucioso electrónico de todos y
cada uno de sus pacientes… Entretanto pone sus ideas en orden el
capitán Valle entra a la oficina.
—Doctor, olvidé decirle que lo electrónico ya está en mis ex-
pedientes, y comprenderá que siendo policía necesito su experta
opinión sobre algunos de sus pacientes. Como comprenderá, no
estoy familiarizado con la terminología… Por cierto, mientras ¿me
podría enseñar la habitación de Bit?
136
—Con gusto… Sígame.
Jamás Bernardo había sentido que la distancia fuera tan grande
entre su oficina y la habitación de Tomás. Tiene que pasar dos
puertas de seguridad eléctricas, bajar dos pisos y caminar el larguí-
simo corredor de las habitaciones. Ha sido un infierno, sobre todo
porque no sabe si quiere llegar o no; se pregunta qué puede en-
contrar allí. A lo largo del camino procura evitar cualquier actitud
que pudiera invitar al capitán Valle a conversar. Su corazón late tan
fuerte, que siente que su acompañante lo escucha a la distancia. A
unos diez metros de la habitación, ve la puerta. Ya hay gente en el
interior. Un par de hombres con linternas de luz ultravioleta y ne-
gra buscan huellas. Mientras se acercaba puede notar que el aspecto
no es el usual de la habitación de Tomás, inclusive la cama está en
otra posición…
—Aquí la tiene, Capitán.
—¿Nota algo diferente a simple vista, Doctor?…
—¿Algo como qué? Estas habitaciones, si se fija, son todas igua-
les; algunos pacientes ponen algo personal en las paredes, pero no
era el caso de Bit.
—No sé: algo inusual para este paciente, algo que nos indique
un cambio de conducta.
—A simple vista no.
Bernardo traga saliva tan evidentemente que puede ver los ojos
de Valle escudriñando su cuello mientras unas pequeñísimas gotas
de sudor se reflejan en sus sienes…
—Gracias, Doctor. ¿Por qué no, mientras mis muchachos revi-
san, me habla del paciente?
Valle saca un pañuelo del bolsillo y se lo extiende a Bernardo
haciéndole una seña de que se limpie el sudor de la frente.
—Tómelo con calma, Doctor. Cuénteme de Bit de modo que
yo entienda.
—Con gusto, ¿qué le gustaría saber?
—Empecemos por su descripción… La mental, me refiero… la
física está en el expediente… Y por cierto… ¿por qué no encontré
nada sobre Bit escrito por usted?
El capitán Valle abre su libreta electrónica y comienza a escribir
137
en ella. Bernardo respira profundamente para serenarse. Ha llega-
do el momento de la explicación que tanto temía, y lo peor es
que no estaba seguro de que la explicación fuera verdaderamente
creíble…
—Verá, capitán, el paciente Bit era estable, tranquilo y controla-
ble, si bien suf…
—Perdón que lo interrumpa, doctor Seler, dice que era tranqui-
lo… y estable… Según el reporte de enfermería de hace unas sema-
nas agredió a dos guardias y en dos ocasiones más a sus médicos
tratantes. Eso no es precisamente tranquilo ¿o sí?…
—Sí, fue un incidente aislado. En lo general tenía un compor-
tamiento bueno, es… más bien… podría decir que la agresión fue
provocada. Verá, Capitán, Tomás tenía un cúmulo de fobias que lo
atormentaban, fobia a la luz, a los aparatos eléctricos, etcétera, y
por instrucciones mías, como me imagino que ya vio en el reporte,
iba a ser trasladado a una revisión oftalmológica, pero, como com-
prenderá, a una persona con esas fobias los aparatos electrónicos
que usan para la revisión le genera un miedo enorme y él sólo tra-
taba de evitar estar en una situación que, para él, ponía en riesgo su
vida. En términos legales, le diría que él sintió que era en defensa
propia… Para mí, mero instinto de supervivencia…
—Qué curioso que lo mencione, doctor Seler. Me llama la aten-
ción que usted mencionara que buscara resguardar su vida y hace
unos minutos me preguntó si podía haber sido un suicidio…
—Quería considerar su opinión de lo ocurrido. Después de todo,
el experto en una escena del crimen es usted. Tenga en cuenta que,
como la gran mayoría de la población, me es muy difícil pensar
en un homicidio. No es algo a lo que se exponga uno todos los
días…
Valle asiente con cierta extrañeza en la cara y toma notas nueva-
mente. Bernardo mira con detalle la habitación… Nada en ella está
en la misma posición: los cuadros han sido removidos de la pared
y la mesa luce perfectamente limpia, sin libros ni papeles. Bernardo
sabe que es momento de retirarse y dejar que la policía siga con su
trabajo; debe evitar seguir dando información de la cual se pue-
da arrepentir. Valle mira con detenimiento la habitación, cosa que
138
Bernardo aprovecha para retirarse. Así que se vuelve y, con un ade-
mán, da a entender al capitán Valle que estará en su oficina. Sale de
la habitación y regresa. Mientras ordena sus ideas correctamente,
la clínica parece un panal: agentes entran y salen con sus linternas
y libretas electrónicas que comparten entre sí, y sobre todo con el
Capitán. Bernardo ha visto cómo mientras Valle toma notas en la
habitación de Tomás, en un recuadro de la pantalla del dispositivo
aparecen las notas que hacían los demás policías, y que, en ocasio-
nes, llaman la atención de Valle en tanto escribía. La información
fluía como las aguas de un río y todas las notas, por insignificantes
que fueran, se almacenan como evidencia. Más de una vez Bernar-
do había visto en los programas de tecnología estos dispositivos de
la policía, pero nunca los había visto operar. Nuevamente algunos
comentarios de Tomás regresan a la cabeza de Bernardo. Estaba ob-
servando el viaje de los datos, la simpleza de la comunicación entre
dispositivos y, sólo Dios sabe con qué más, eran compartidos… y
adónde llega. La pregunta en su mente era obligada… ¿Será posible
que lo que ocurre en esté siendo monitoreado por el Archivo de la
Humanidad?
Al salir de la habitación se da cuenta. Quizás ésa sea la mejor
salida para Bernardo. El entrar y salir de gente ha inquietado a los
pacientes y comienza a constituir un problema de seguridad para
la clínica. Como iluminado por una idea repentina, Bernardo da
media vuelta y se encamina a ver a Valle.
—Capitán Valle, perdón que lo interrumpa, pero estamos empe-
zando a experimentar una situación tensa dentro de la clínica. La
actividad poco usual de esta noche puede generarnos problemas
serios con los pacientes.
—Sí, le entiendo Doctor. Es algo que por default generamos con
nuestra llegada a cualquier lugar y me imagino que en un sitio
como éste cualquier tensión se puede multiplicar por tres; denos
unos minutos y desalojaremos la clínica. Pero el caso de la casa de
bombas es distinto; allí tendremos para casi todo el día. Por cierto,
esta habitación queda a custodia de mi gente, así que pondremos
sellos y es muy posible que un equipo especializado regrese varias
veces en los siguientes días.
139
—Adelante, Capitán. Ya daré instrucciones al personal de segu-
ridad para que les faciliten todo lo necesario. Si no me requiere
más, lo dejo trabajando y comienzo a atender mis obligaciones
que, como bien dice, hoy se me van a multiplicar por tres.
Ya el sol ilumina el cielo y Bernardo recorría frenético la clínica,
dando instrucciones a cada uno del personal que ve en su camino;
cuando por fin ve que todo sigue su correcto cauce, entra a su ofi-
cina a darse unos minutos de descanso. Ha sido una larga mañana
y llena de información que su cerebro no ha podido procesar, pero
aun no ha terminado la lluvia de cosas sobre él. Unos instantes des-
pués de sentarse y después de un par de suspiros de inspiración se
abre la puerta de la oficina y aparece Joel. Sin ningún comentario
entra, cierra la puerta tras él y se sienta frente a Bernardo. Baja la
vista. El doctor entiende cómo puede sentirse…
—Perdone, Doctor, pero necesito unos minutos de su atención.
—Dime, Joel, me imagino el tema. Pasaste un muy mal trago
esta noche. Me puedo imaginar lo que sientes. Yo también lamento
mucho lo de Tomás.
—Creo que ni siquiera se lo imagina… Anoche pasé un poco
más de una hora con Tomás antes de que todo pasara.
Bernardo nota que la plática de Joel va a ser más profunda de
lo que esperaba. Mira atentamente la cara del enfermero y está
desencajada, con lágrimas en sus ojos e impregna el aire con un
nerviosismo que lo hace tartamudear.
—Anoche ayudé a Tomás a arreglar su habitación. Me dijo que
era una sorpresa para usted… Y me pidió que hiciera muchas co-
sas… ¿Debo comentar esto a la policía?... Tomás me dijo que era
un secreto entre él y yo… ¡Me hizo jurarlo por mi madre!…
El enorme hombre parece desmoronarse mientras cuenta lo
ocurrido. Las lágrimas en sus ojos reflejan su tristeza, pero el tono
de su voz le plantea a Bernardo que algo más ha pasado y que Joel
se siente culpable, sensación que comparte con el enfermero.
—Tranquilo, Joel… Cuéntame lo que hiciste y entre los dos de-
cidimos lo que dices y lo que no.
—Todo empezó antes de entrar a mi turno. Al llegar vi a Tomás
por la ventana y me hizo señales con las manos. Cuando entré, me
140
dio un par de paquetes y me dijo que si le hacia el favor de echarlos
al correo y como aún tenía tiempo, lo saque al buzón que está cer-
ca de la entrada del terreno de la clínica. Además, Tomás siempre
ha sido un paciente modelo; ¿por qué no le haría el favor?… y a
pesar de no hablar mucho siempre me cayó bien…
—¿Sabes para quién eran los paquetes?
—Sí, Doctor, para usted.
—¿Y por qué no me los dio él? Lo vi por la mañana.
—Cuando regresé le pregunté lo mismo. A mí también me llamó
la atención que no se lo diera él en persona y me dijo que era muy
importante que nadie supiera de la existencia de ese paquete y que
tampoco quería que lo vieran a usted llevándolo consigo.
—¿Qué más pasó?
—Un poco antes de cenar me pidió ayuda. Quería reubicar los
muebles de su habitación, limpiar todo y me dio una cátedra de
orden y tiempo.
—¿Recuerdas lo que te dijo?
—Fue muy complicado, pero me explicó la importancia del or-
den. Parecía hablar del tiempo, que cada acontecimiento pasa en
un momento distinto o algo así y que si un evento pasa antes que
otro tiene una razón de ser… Era como si no fuera él; hablaba
como citando teorías y de pronto decía “tiempo, evento, espacio”
y lo repetía. Me explicó sobre la importancia del orden de los even-
tos en nuestras vidas, y me dijo que no era bueno que ningún
otro factor que no fuéramos nosotros mismos debiera intervenir en
nuestras decisiones personales… Pero… no es eso lo que me tiene
tan nervioso…
—¿Qué más pasó?
Joel extiende su mano con un pedazo de papel, en él hay una
gran cantidad de ceros y unos.
—Cuando terminamos de recoger la habitación me pidió un tra-
po y limpió todo, después un papel y un lápiz y empezó a escribir
esto. Dijo que usted iba a saber qué hacer con esto al final y me
dijo que le explicara que era el último papel que escribía y que nada
tenía que ver con sus demás escritos. Enfatizó que le dijera que es
el final. ¿Qué querría decir?…
141
Bernardo toma el papel como haciéndole poco caso, lo mira y
lo deja sobre la mesa como sin entender.
—No sé qué decirte, Joel. Creo que tengo que pensar mucho
sobre lo que pasó y lo que Tomás pretendía con esto… ¿Sabes tú
lo que significa esto, Joel?
—No, pero mientras escribía esto, me pidió algunos datos míos
personales. Me pareció extraño, pero así era Tomás, así que le di
mi nombre completo y me preguntó sobre mi cumpleaños y cuán-
tos años tengo, pero cuándo me pregunto mi dirección, no le dije
nada.
—No entiendo esto, Joel, pero si se me ocurre algo te lo comento.
—Espere, Doctor, aún no termino. Después de la cena me pidió
un favor. Quería tomar el aire en la terraza… y lo dejé… Tomás
murió por mi culpa… No me di cuenta cuando apagué las luces
que no había regresado a su habitación; es más, en el tablero de la
estación de enfermería no aparecía la ausencia. Antes de la ronda
de las once revisé el tablero y todas las luces estaban iluminadas en
verde; fue sólo hasta la inspección ocular que me di cuenta… Y es
que Tomás muy seguido me pedía que lo dejara respirar en la terra-
za y nunca había pasado nada. Con sus miedos sabía que no esca-
paría de la clínica… Es mi culpa… Me van a arrestar, ¿verdad?
—Vamos a dejar esto entre nosotros. No comentes nada de lo
pasado ayer y vamos a pensar que fue un día normal… Yo no sé
nada de lo que me has dicho y procura no ponerte nervioso. No es
culpa tuya. Tomás era inestable… No es tu culpa. ¿Lo entiendes?…
No es tu culpa.
—Si supiera lo que sentí cuando empezó a llegar ese olor a la
clínica. No sabíamos de dónde venía, pero sabía que algo muy
malo había pasado. Los policías estaban buscando por el bosque
cuando uno de ellos se dio cuenta de dónde venía el olor. Entre el
bosque y a unos cien metros de la sala de máquinas, está el cuarto
de filtros de la chimenea del incinerador. Primero no sabían qué
había ahí, pero llamaron al encargado de la guardia nocturna de
mantenimiento y él les explico que sólo era la salida filtrada de los
equipos que estaban en la sala de máquinas y que se encontraba le-
jos porque se incineraban residuos potencialmente peligrosos, pero
142
al llegar a la sala de máquinas y abrirla, una enorme nube de humo
nos cubrió; el olor era espantoso… pero jamás pensamos que fuera
tan malo como lo ocurrido…
Joel sólo se levanta y sale lentamente de la oficina. Al llegar a la
puerta voltea.
—Creo que me retiro por hoy, Doctor. Necesito descansar… Re-
greso a mi turno por la tarde…
Bernardo se queda nuevamente solo. Ahora con otro papel de
Tomás. Abre ambos papeles y le retumban en la cabeza la palabra
“testamento”. Nunca hubiera pensado que era tan serio; todo pa-
recía indicar que Tomás sabía lo que iba a ocurrir. En la cabeza de
Bernardo los pensamientos entre homicidio y suicidio tomaban
sus propios argumentos y se ubicaban por momentos uno frente
al otro como caballos que compiten en una carrera. No sabe lo
que ha ocurrido y todos los supuestos tienen cabida en tan com-
pleja historia; por un lado, los sentimientos de culpa que Tomás
había externado a lo largo de las sesiones, pueden haberle orillado
al suicidio y por otro lado, si todo lo que Tomás había dicho era
cierto, existe la posibilidad de que lo hayan matado. Era una muer-
te tan descabellada que un suicidio parecía demasiado complejo.
Bernardo comienza a imaginar la dantesca escena en cualquiera
de las posibilidades: un dramático suicidio rodeado del dolor más
impresionante que un hombre pueda imaginar… Morir quemado.
En más de una ocasión ha atendido a pacientes que se recuperan
del trauma de quemaduras profundas que los han marcado de por
vida física y mentalmente, todos ellos le han dicho que hubieran
preferido morir instantáneamente que sufrir los terribles dolores de
una quemadura intensa y Tomás se había quemado completamen-
te hasta casi desaparecer. También imagina un sutil secuestro por
personas que, al amparo de la noche, lo atraparon en la terraza y
sin más lo metieron en el incinerador para terminar con el riesgo de
dejarlo vivo… Cualquier hipótesis es espantosa. ¿Cómo un hom-
bre puede morir así?, ¿lo habrían matado y después incinerado para
eliminar las evidencias?
A lo largo de la mañana las horas pasan cada vez más lentamente.
Bernardo ha recorrido la clínica en numerosas ocasiones y sin que-
143
rerlo sus pasos siempre lo conducen a la habitación de Tomás, que,
adornada con los sellos policíacos, es como un recordatorio de lo
ocurrido y las ideas aún incompletas nuevamente le retumban en
la cabeza. Pese a la tensión con la que empezó el día, el compor-
tamiento general de los pacientes no se ve afectado, sobre todo
cuando pasa la hora de la comida y los especialistas de la policía se
retiran, no sin antes advertir que nadie puede acercarse a la sala de
máquinas o la habitación del paciente Bit.
Con la tarde y sin haber tenido más presión por las fuerzas po-
licíacas, Bernardo cierra su oficina y pide que lo lleven a su casa.
El día le ha dejado un enorme dolor de cabeza, pero sabe que al
llegar a casa no se sentirá mejor. Ha estado pensando en las notas
que tiene en casa sobre las sesiones clínicas de Tomás y qué hacer
con ellas…

144
La casa de Bernardo…
Razones para enloquecer

En casa, al bajar del vehículo de la clínica,, la imagen es triste: el


cielo está nublado; amenaza una tormenta; la casa tiene las luces
apagadas. Seguramente Patricia no las ha encendido al marchar-
se; la tarde es plomiza y el estado de ánimo de Bernardo es una
combinación dramática. Mientras cruza la puerta algunas lágrimas
saltaron de sus ojos. A su paso por la puerta principal, el bipeo que
indica que la computadora principal ha desactivado la alarma de
intrusión y detectado su presencia, lo devuelve a la realidad. Con
la vista nublada pasa por la estancia y camina a la cocina donde se
sirve un vaso de agua que bebe apuradamente. Mientras se sirve
el segundo vaso advierte un paquete en la mesa. Se acerca. Lee la
etiqueta: Tomás se lo envió.
Patricia es una mujer entrada en años corpulenta de cuerpo y ca-
rácter; siempre le deja la correspondencia en la mesa y ésta no es la
excepción. Con más curiosidad que prisa abre el paquete quitando
poco a poco las cintas que lo sujetan. El paquete no tiene forma de
caja, es como esos paquetes que envuelven varias cosas a la vez, un
tanto amorfos, así que es necesario abrirlo con cuidado; no quiere
estropear nada lo que tenga adentro. El sobre de plástico opaco
poco deja entrever del interior y por el maltrato del transporte del
correo, tiene una esquina doblada…
Adentro están los dibujos de Tomás, un sobre pequeño con una
carta dentro, una caja de puros cerrada con clavos, las plumillas
y seis hojas de papel numeradas y con líneas en código binario.
Bernardo inicia con lo que le parece más lógico y abre el sobre para
leer la carta…

Doctor Bernardo Seler:


Aún no nos conocemos, pero tenemos un buen amigo en co-
mún, que, si usted está leyendo esta carta, seguramente sufrió al-
gún percance que le impidió seguir con su trabajo y que por orden
ahora le toca a usted. Mi nombre es Daniel Newman, y hace unos
años cometí crímenes contra la humanidad de los que me arrepien-

145
to y declaro culpable por no haberme dado cuenta a tiempo. Pero
eso usted ya lo sabe, nuestro amigo común ya se lo contó.
Casi puedo ver su cara al leer estas líneas, y le pido que deje su
preocupación a un lado y haga un favor a un amigo desaparecido en
batalla. Sé de buena fuente que nuestro amigo le dio mi testamento.
Junto a esta carta encontrará todos mis bienes. En ellos le dejó a cada
persona del mundo algo bueno, pero por estar muerto me cuesta
mucho trabajo hacérselo llegar. Usted es el único vehículo que pue-
de hacer mi última voluntad, la cual es simple: sólo tiene que seguir
rigurosamente el testamento y aplicarlo a los bienes heredados. Si se
equivoca no servirá y habrá que empezar de nuevo. Usted es muy
capaz y eso fue lo que decidió a Tomás a nombrarlo albacea de mi
voluntad. Cuando termine de leer esta carta rómpala en pedazos
pequeños y tírela en varias descargas en el baño. No tenga miedo
pues, si todo sale bien, conocerá la verdad de lo ocurrido y, sobre
todo, estará a salvo.
Cada cero y cada uno es mucho más que un número, y he corri-
do cientos de veces en mi cabeza cada proceso que espero tenga los
resultados que necesitamos.
Las hojas anexas son un amuleto que mantendrá alejados a los
malos espíritus de la red. Cárguelas y ejecútelas como código bina-
rio y será invisible ante cualquier búsqueda en la red de datos y al
terminar cargue la que Tomás le dio y la que le dio a Joel y después
destrúyalas y tirelas como todo lo demás.
Sé que estará dudando sobre hacer lo que aquí le pido, pero en
sus manos está la única esperanza de detener el proceso. La decisión
de hacerlo o no es suya, y la única garantía de que lo que hace es lo
correcto es la palabra de un loco. Por eso le pido que antes su cabeza
obedezca a su corazón.
Gracias
Daniel Newman

Si hubiera leído en otras circunstancias, Bernardo pensaría que


es una broma, Newman… “Hombre Nuevo”. Pasa por su mente
que éste nunca ha sido mejor aplicado, pero que es una cruel rea-
lidad, extraña y cierta como la vida misma. Luego de pensar unos
146
instantes, Bernardo coloca todas las cosas esparcidas en la mesa.
Son dieciocho dibujos, todos diferentes y de distintos temas. Abre
la caja de puros y encuentra un bolígrafo desechable sin el pequeño
tapón de la parte posterior; al tomarlo ve algo que asoma del inte-
rior: un rollito de papel muy apretado y que se nota que ha sido
guardado por años; es un recorte de periódico en el que aparece
una fotografía de cinco personas, una de ellas mucho más alta que
las demás… Es Tomás antes de deformar su cara, se veía muy joven.
El artículo habla de un grupo de muchachos que, como trabajo
escolar, habían optimizado los recursos de las computadoras perso-
nales al intercalar un sistema multitarea y que abrieron una nueva
línea de programación con plataforma propia logrando un ahorro
de más del sesenta por ciento de recursos. En los créditos, como
líder de proyecto, se menciona al joven erudito Daniel Newman.
Después de leer el artículo, Bernardo sacude la cabeza, saca de
su bolsillo los papeles que les diera a Joel y a él y se dispone a en-
tender. Destruye la carta y la tira al retrete, tal como se lo ha pedido
en el escrito… Un poco a la vez, cuatro descargas y la carta deja de
existir… Entonces mira la mesa llena de datos. Para Bernardo han
dejado de ser dibujos. Primero debe entender todo lo que hay que
hacer, pero mientras más piensa en orden, su cabeza más se pierde
en sus pensamientos…
—Veamos… ¿cuál es el instructivo?… Siempre haz las cosas en
orden, nunca olvides la dirección correcta, no todos los años tie-
nen los mismos días, empieza siempre por el principio y termina
siempre en el final. La clave es de quien menos lo esperas. Al final
la vida siempre es justa… Esto no es un instructivo, es una adi-
vinanza… Siempre las cosas en orden… ¿Cómo puedo ordenar
esto?… No está numerado. Todos son del mismo tamaño… No sé
en qué orden los dibujó… ¿Qué orden?
Extender los dibujos, las hojas y leer el instructivo parece muy
fácil inicialmente, pero Bernardo se atora en la primera instruc-
ción. Pasan cuatro horas sin ninguna idea, y sin darse cuenta ter-
mina dormido sentado junto a los papeles. Deben ser más de las
tres de la mañana cuando despierta pensando que todo ha sido
una pesadilla, pero al abrir los ojos se da cuenta de que no es así…
147
Todo ha pasado y sigue pasando… Se da unos minutos para ver
nuevamente el recorte con la foto. Por un instante trata de imaginar
todos los acontecimientos que ocurren en el caos para que lleguen
de esa imagen de un muchacho triunfador al Tomás que él había
conocido.
Bernardo se levanta de la silla y decide despejar la cabeza de
enigmas y seguir haciendo algo más sereno. Coloca los dibujos y
los papeles uno sobre otro y va a su despacho donde tiene el expe-
diente de Tomás en un paquete dentro del portafolio.
—¡Qué suerte haberlo dejado anoche cuando me llamaron!…
Saca el paquete del portafolio y comienza a leer hoja por hoja,
dividiéndolo en dos paquetes: uno para destruir y otro para llevar
a la clínica, pensando que el capitán Valle puede solicitarle sus no-
tas… El montón de destruir era desproporcionadamente más gran-
de que el otro. Bernardo toma lápiz y papel y decide hacer nuevas
anotaciones. Le perturba la idea de estar en peligro real y, por la
soledad de su vida, no haber dejado vestigio de lo ocurrido. Así que
escribió… esta vez sobre sí mismo, en parte sintiendo lo que por
momentos cree que pudo sentir Tomás al escribir su testamento…

Salomón
Creo que me encuentro en peligro y estas notas son el único
testimonio de la odisea que pasé sin saberlo en los últimos meses
y que, como alud de nieve, me sobrepasó en la última semana. No
espero que nadie entienda lo que significan mis notas. Por eso quie-
ro hacer un resumen de lo que está pasando, en espera de que estas
páginas sean destruidas por mí en los siguientes días. De no ser así y
si llegó a tus manos, es porque fui víctima de un grupo de personas
cuya identidad desconozco y que, según creo, asesinaron a Tomás
Bit o Daniel Newman, como quiera que se haya llamado y que fue
mi paciente en la clínica Madox.
Si bien no encuentro a quién culpar por lo que está pasando.
Sé que es una situación persecutoria. Mi única tranquilidad radica
en creer en que lo que me dejó Daniel puede ser la salida, no sólo
para mí, sino para toda la gente a la que se pudiera afectar con el
desarrollo que hizo.

148
Aunque es difícil describir lo que está ocurriendo, el resumen es
muy simple… Estamos siendo espiados desde el futuro… Están ve-
rificando nuestras actividades, nuestros gustos, preferencias, errores,
estamos siendo juzgados sin derecho a defensa y creo que también
están eliminando a cualquiera que no sea como ellos han dispuesto
que debe de ser la gente.
Existe un grupo que opera como una agencia gubernamental
que tiene la información de cada persona en el planeta y, mediante
un programa de cómputo muy sofisticado, verifican cada cosa que
hacemos, compras, viajes, llamadas telefónicas, visitas en la red, y
cualquier otra cosa que deje un registro en algún sistema electrónico,
y después es procesado de acuerdo con variables que nos clasifica
dentro de una tabla de riesgo y, según esta tabla, vas siendo más y
más vigilado hasta que te consideran un peligro y entonces, según
entendí, puedes ser eliminado.
Si algo me pasó y estás leyendo esta carta, encontrarás dentro
de este sobre una memoria de la cámara de fotos. En ella están las
imágenes de cada uno de los dibujos de Tomás y de lo que él llamó
su testamento y una hoja que le dio a uno de los enfermeros. Lee
atentamente mis notas y verás cómo se tiene que leer. Sé por los
comentarios de Tomás que existe un grupo de hackers que aún opera
en la red. Quizás ellos serán los indicados para ayudarte. Yo pienso
tratar de hacerlo solo, para no llamar más la atención. De no ser así,
buscaré ayuda en la red y si en el camino no lo logro, quiero que
sepas que en mis datos ya soy peligroso para ellos.
Te quiero.

Al terminar de escribir, Bernardo se levanta y busca su vieja


cámara digital. Aumenta la resolución de la imagen para que no
se pierda detalle de lo escrito en los dibujos y toma fotos de todos
ellos, así como de las seis hojas y de los papeles de él y de Joel.
Retira la tarjeta de memoria y la guarda en un sobre, después lía
un paquete con sus notas, la carta y la tarjeta, y sale por la puerta
de la cocina al garaje donde quita una tabla suelta de la pared,
mete el paquete y lo cierra nuevamente, entra a la casa y regresa al
estudio.
149
—Activo.
—Buenas noches, doctor Seler, tiene dos mensajes: uno, en vi-
deo, de su hijo y, otro, de texto de la policía.
—Abre el de video.
El plasma se despliega y aparece el video de Salomón.
—Hola, papá, trabajas demasiado. Ya nunca te encuentro. Son
las seis de la mañana y no te encuentro. Quería sorprenderte para
decirte “feliz cumpleaños”, pero el sorprendido fui yo… Te busco
después.
—Graba respuesta en video.
—Grabando.
—Hola, Salomón. Gracias por acordarte. Si no hubiera sido por
tu llamado no me hubiera acordado de mi propio cumpleaños.
Espero verte en un par de semanas y salimos a festejar. Por cierto,
los cumpleaños siempre me recuerdan el lugar en donde guardabas
mis regalos para sorprenderme… ¿Te acuerdas?… Es un lugar que
siempre me ha dejado algún recuerdo y a ti espero que también.
Espero verte pronto.
Bernardo toca la pantalla de plasma para indicar la terminación.
Tiene esperanzas de que si algo le ocurre y Salomón escucha el
mensaje pensará en buscar en ese lugar del garaje que sólo ellos dos
conocen y donde ha guardado el paquete.
—Mensaje enviado.
—Déjame ver el de la policía.
—Desplegado en plasma.
El mensaje es una invitación a acudir a la oficina del capitán
Valle a responder unas preguntas sobre el caso Bit.
—Cierra mensaje.
—Solicita respuesta el remitente.
—Ya contestaré después.
—Requiere respuesta el remitente al recibo.
—Responder “el lunes después de mis consultas me reporto”.
—El remitente requiere de alguna hora en su respuesta.
—Corrige “el lunes después de las seis de la tarde”.
—Enviado.
—Desactivar.
150
La computadora se apaga y Bernardo va a su recámara a dormir.
Ha sido la noche de un día muy raro y aunque piensa que no podrá
dormir. En cuanto toca la almohada se queda dormido.

151
La casa de Bernardo…
Un fin de semana… Un rompecabezas

El despertar del sábado es muy extraño. Usualmente Bernardo


despierta muy temprano, pero cuando abre los ojos son casi las
once. Un ruido le ha inquietado. Se incorpora y escucha ruidos de
nuevo… Su corazón se agita; de pronto recuerda lo pasado el día
anterior. Había dormido plácidamente, pero al abrir los ojos otra
vez regresa el nerviosismo. ¿Qué será este ruido? Se levanta de la
cama y se asoma a la ventana. Una camioneta de la compañía tele-
fónica está haciendo reparaciones en la estación de amplificación
de frecuencia que está a unos metros de su casa. (Desde que se
terminaron las comunicaciones con cable, estas cajas son casi un
intermediario entre los aparatos y el satélite; así se había logrado
que cualquier equipo por pequeño que fuera pudiera comunicarse
globalmente.) La camioneta, con un brazo de extensión tipo Hiab,
tiene en la pequeña canastilla a dos operadores que con sus apara-
tos de medición revisan minuciosamente el contenedor cilíndrico
y la pequeña parábola que se sostiene del delgado poste monopolar
que se camuflajea con ramas metálicas pintadas en colores cafés y
un incontable número de hojas plásticas que hacen más llevadera
la vista al incorporar la tecnología a la imagen de la naturaleza…
—¿Por qué estarán trabajando hoy en eso?… Creo que ya estoy
paranoico…
Pasa al baño y se da una ducha larga con agua caliente. Debe
encender en tres ocasiones el contador de agua, pues no quiere sa-
lir. Trata de empezar calmadamente el día. Necesita tener la cabeza
muy despejada para resolver el acertijo de Tomás. Al bajar, el cálido
y familiar saludo de Patricia lo recibe desde la cocina acompañado
del aroma del café recién hecho y que tanto le gusta.
—Buenos días, Doctor… Hace mucho que no le veía descansar
hasta tan tarde. Ojalá no lo desperté.
—En realidad, no. Fueron los de la telefónica los que lo hicieron,
y creo que el olor de café los ayuda un poco.
Patricia sirve una taza y la extiende.
—No quise tocar nada de lo que dejó aquí, pero me dio miedo
152
que se ensuciara. Así que lo coloqué todo en su escritorio… ¿Quie-
re desayunar? Preparé huevos con jamón y algo de fruta.
—Nada me caería mejor.
Bernardo se sienta mientras le sirven. Disfruta mucho la comida
casera, sobre todo por su falta de sazón. Por otro lado, y después
de todo lo acontecido, no le cae nada mal un poco de vida de ho-
gar… Aunque fuera sólo por unos minutos… Así que, después de
los huevos y algo de pan tostado, sin mucho que decir a Patricia
además de agradecerle, se levanta y va directamente al estudio con
una taza de café en la mano.
Hay que reiniciar la interpretación del testamento y entender
los dibujos… Los extiende en el suelo y repasa lo hecho el día
anterior.

153
Lo primero es lo primero…
Librémonos del mal

Bernardo no lo piensa mucho. Al plantearse el orden, toma las seis


hojas sueltas y los papeles que Tomás le había dado, y, acercándose
al escritorio, abre la tapa del pequeño digitalizador de documentos
que utilizaba para las comprobaciones de gastos.
—Activo.
—Buenos días, doctor Seler. Ningún mensaje en bandeja.
—Escanea en formato de texto y almacena datos en un archivo
nuevo; llámalo amuleto.
—Realizado.
—Asigna a cada línea un uno y a cada círculo un cero.
—Aplicando a escaneo.
—Escanea el siguiente consecutivo, sin espacio entre el anterior
y éste.
Una a una pasa las hojas por el digitalizador que apenas abarca
el área escrita y al terminar hace lo mismo con los papeles de Joel y
él guardándolos por separado en el mismo archivo.
—Interpreta y ejecuta código binario del archivo amuleto.
—¿Las tres secciones?
—Sí, comenzando por el compilado de los primeros seis esca-
neos; déjalo correr y haz lo mismo con las otras dos partes.
—Realizado.
—Resultado.
—Ningún resultado.
—Corrió correctamente.
—Verificando… Sí, ejecutado correctamente.
—Algún proceso en activo.
—No. Todos los procesos generados por ejecución de código
binario terminaron su ejecución.
—Localiza dirección donde ejecutó el programa.
—Imposible localizar ubicación de ejecución. Se ejecutó directa-
mente en la red. No existe un destino IP.
Sin que sea precisamente lo que espera, es lo que deseaba que
pasara… Nada… Cuando menos lo tranquiliza con la idea de que
154
este programa evitará ser espiado. A partir de ahora, y si Tomás
tuviera razón, es invisible.
—Desactivar.
La computadora se apaga y Bernardo continúa con su siguiente
paso… Rodea la mesa mientras mira los dibujos desde todos los
ángulos.… Toma el primero y lo examina por delante y por de-
trás… En el reverso sólo dice: Golden Gate, aludiendo a lo que se
ve al frente… Pudiera ser el título. Lo pone sobre la mesa y toma
el siguiente: es una calle llena de comercios, de noche y sin gente;
atrás dice la imagen. Sin entender tomo la tercera buscando una
relación. La siguiente era una imagen conocida y nostálgica: el Con-
corde vuela acompañado de cuatro aviones pequeños en formación;
atrás dice Despedida del Concord por la RAE. Ningún tema tiene
que ver con el otro. Los temas son variados y sin concordancia…
Quizás con el cuarto halle la relación. Es un paisaje nocturno: un
lago un cielo estrellado, y atrás dice Hale Bopp. Nada tiene relación:
son imágenes distintas, cada una con su propio título, sin fechas ni
descripción… Algo no entiende.
Acostumbrado a pensar, Bernardo está desconcertado. Le gus-
tan mucho los ejercicios mentales. Necesita desesperadamente una
pista. Anota todos los títulos en una hoja y los coloca para verlos
todos a la vez. Se sirve otra taza de café y puso música vieja que
siempre le ayudaba a pensar claro.
—Activo.
—Buenos días, doctor Seler. Ningún mensaje en bandeja.
—Reproduce perfil de música.
—Reproduciendo.
Un suave rock de los años ochenta comienza a sonar como soni-
do ambiente haciendo más ligero el momento. La música siempre
le da la tranquilidad que necesita en momentos difíciles y en su
perfil ha seleccionado la que le recuerda la época en que conoció
a su esposa.
—¿Qué me quieres decir?… Haz siempre las cosas en orden…
Está bien… ¿Cuál es el orden? Eso es lo primero…
Bernardo empieza a hacer ejercicios de imaginación. La lista
de títulos podría ser el primer paso. Comienza por orden alfabé-
155
tico, pero no se convence: tres de los títulos inician con “la” y es
demasiado simple para venir de Tomás. Quizás el orden alfabético
es correcto pero empezando de modo inverso como él lo hace, así
que escribe al revés los títulos y los reordena, los dispone de mane-
ra ascendente y descendente; los ordena por número de letras en
los títulos, pero en todos los casos algo le parece que no aclara que
ése sea el orden, siempre se topa con dos o más títulos que pueden
corresponder a la misma posición.
—¿Cómo los ordeno…? Siempre haz las cosas en orden, nunca
olvides la dirección correcta… Tengo que seguir las instrucciones
en orden o al revés, o combinarlas…
Otra vez lee y relee las instrucciones; debe tener alguna relación.
Seguramente la primera es la clave para la segunda y la segunda a la
tercera, pero, ¿es el orden correcto? La ultima instrucción no tiene
sentido… Al final la vida siempre es justa… ¿Cómo entender esas
palabras de alguien que ha muerto quemado?; alguien que para
ocultar su identidad ha mutilado su propio cuerpo… Bernardo
sabe que frente a sus ojos está la solución y no puede entenderla.
Quizás es tan simple que no tiene que buscar ni pensar mucho y ya
se ha viciado, viendo y viendo las partes de un rompecabezas que
posiblemente no está desarmado.
—Perdón que lo interrumpa, Doctor.
—No, pasa Patricia… ¿Qué ocurre?
—En realidad nada, sólo para avisarle que me voy. Le dejé comi-
da hecha y caliente. Coma algo antes de que se enfríe. No quería
interrumpirle, pero ya sabe que normalmente no salgo después de
la una y ya son más de las tres.
—No me di cuenta de la hora… Gracias por la comida… Nos
vemos el lunes.
—Buen fin de semana.
No se había dado cuenta, pero tiene hambre. Se dirige a la coci-
na y entre dos pedazos de pan coloca un poco del guisado de carne
aún humeante sobre la hornilla de la cocina, así como un vaso de
agua y unas cuantas servilletas en una bandeja y regresa al estudio.
Seis horas después, Bernardo parece estudiante en época de
exámenes. Ha empezado a relajarse y se prepara otro sándwich y
156
come mientras examina cada cuadro y lee las instrucciones. A veces
canta las viejas selecciones musicales que su perfil tiene registra-
das: canciones de cuando empezaba la universidad, y uno de esos
momentos llama su atención. Pedacitos de una vieja canción de
Miguel Ríos le llenan la cabeza de recuerdos, entre un flashback de
juventud. De pronto se da cuenta de lo que dice…
—…El año del cometa, mi vida va a devenir en soledad, el año
del cometa… el año del cometa… “eso es… ¿Dónde está?”
Miguel Ríos sigue interpretando recuerdos, Bernardo busca
el dibujo del paisaje nocturno. Al encontrarlo vuelve a revisar el
nombre Hale Bopp. Su cara se ilumina : el cometa pasó en los años
noventas del siglo pasado y le encantó ver un cometa con dos
colas. La imagen que, al tenerla en sus manos no es clara. Cuando
la ve un poco más lejos reconoce el cometa, un cometa de dos
colas…
—Activo.
—Buenas tardes, doctor Seler. Ningún mensaje en su buzón.
—Realizar búsqueda sobre cometa Hale Bopp.
—Resultados en pantalla.
—Eso es… Mayo de 1997… Nueva búsqueda: puente Golden
Gate.
—Resultados en pantalla.
—Se inauguró en 1937… Eso es; cada cuadro debe tener una
coincidencia con algún año…
Uno a uno, cada dibujo le da algún año. Es ingenioso y simple:
un grupo de imágenes que se ordena solo. Ahora empieza a enten-
der las primeras instrucciones. Necesita ordenar cronológicamente
los dibujos; ya ha ordenado casi todos los dibujos, pero uno supera
su imaginación… Una calle llena de comercios… El título: La ima-
gen. Mira de cerca el dibujo, lo aleja. ¿Cuál era el punto focal?
En las últimas dos horas ha resuelto todos menos uno… Algo
falta… Esa calle puede estar en cualquier parte y puede ser de los
últimos treinta años; eso la ubica entre cinco diferentes dibujos,
lo que puede alterar el resultado; cualquiera de los comercios es
actual, no hay coches ni personas, ninguna referencia que indique
el año…
157
—Concéntrate, Bernardo… ¿Qué quiso decir aquí Tomás… o
Daniel…? ¿Qué ves aquí?
Bernardo recarga el dibujo en la pared y se aleja viéndolo dete-
nidamente… Cada paso atrás la imagen es más clara, y el pixelado
se pierde en una visión más nítida…
—La imagen. ¿Cuál imagen? Sólo se ve la calle y los comercios…
Los comercios… Tienen que ser los comercios…
Una calle que puede ser cualquiera, con comercios sin nombres,
sólo algunas galerías que nada dicen… Los examina al derecho y al
revés. Aparenta una de esas perspectivas para la preventa de locales
comerciales en las que ninguno de los letreros dice en realidad
nada… Ninguno de los comercios es relevante, menos uno… Al
fondo, y mimetizado como parte de todos los letreros de la calle,
se ve una porción pequeña de un cartel oculto detrás de los demás;
pero, pese a estar escondido, es perfectamente significativo… Se ve
una pequeña porción de una letra “K” que le era familiar; el perfi-
lado de la letra encerrada en un marco descendente que se tapa con
los demás carteles de la calle, pero que curiosamente es la única
letra perfilada en toda la imagen.
—Kodak… Eso es Kodak… Ya no existen las tiendas Kodak, por
eso el título… La imagen… Eso es lo que querías decir…
La relación entre las antiguas tiendas Kodak y La imagen es con-
gruente, pero eso hace más complicada la búsqueda. ¿A qué ima-
gen Kodak se refiere? Bien puede ser a alguna de las tiendas, que
se encuentra en un lugar similar al del cuadro. Pero ése no era el
estilo de Tomás… Más bien, parece que lo orienta a alguna imagen
en particular de Kodak, un concurso de fotografía o un momento
histórico… Bernardo lo piensa bien y la relación que busca es una
fecha de una imagen… Posiblemente la primera imagen fotográfica
de Kodak…
—Realizar nueva búsqueda: historia de la fotografía.
—Algún criterio de orden.
—Buscar la fecha de la primera imagen fotográfica.
—Resultados en pantalla.
—Mmm… En 1822 Niépce, en 1839 Daguerre y en 1841 Tal-
bot… Busca cuándo se tomó la primera fotografía Kodak.
158
—Resultados en pantalla.
—1891… Busca la imagen y despliégala en pantalla.
La imagen es una calle, pero no tiene nada que ver con el dibujo
de Tomás, se puede apreciar la calle, la baranda de un río, algunos
rastros de lo que fue gente o carretas que pasaban y que por el tiem-
po de obturación no habían dejado más que unas difusas líneas
oscuras como espectros sobre la calle y la banqueta, pero el texto
que acompaña a la imagen se refiere a la primera fotografía tomada
con los recién patentados rollos fotográficos Kodak, quizás no era
ésa la imagen y si no era así el orden podía variar.
—Nueva búsqueda… Busca la primera imagen fotográfica regis-
trada.
—Imagen en pantalla.
Bernardo queda asombrado: la imagen es de Daguerre, tomada
en 1838 desde la ventana de su laboratorio, y entre sombras se ven
las casas colindantes y sus techumbres y la perspectiva del parque
lejano; en el centro el vestigio más antiguo de un humano retrata-
do: la silueta de un hombre leyendo el periódico mientras le bolea-
ban los zapatos, pero el detalle que llama la atención de Bernardo
es otro… Coincide con el dibujo de Tomás. Al ver a uno y otro
se entiende que Tomás ha disfrazado la imagen para no mostrar
claramente lo que quería decir… Cada línea de perspectiva de la
imagen de Daguerre había sido utilizada sutilmente en un nuevo
dibujo. Los contornos de los edificios coinciden con los de los co-
mercios de Tomás y el poste con el hombre leyendo el periódico;
se había transformado en un semáforo y una bruma nocturna que
en conjunto hacen una pregnancia de lo que Daguerre vio desde
su estudio y lo que Tomás hizo en su habitación. Si bien no era la
primera foto, pues ésta la tomó Niépce nueve años antes, sí es la
primera imagen en la que apareció un hombre… Es la primera foto
de un ser humano.
—Es un genio ese desgraciado… Pon nuevamente la música y
desactiva.
La música recomienza. Un aire de triunfo se manifiesta en la
habitación mientras Bernardo coloca el último cuadro en el orden
correcto.
159
—Bien, ya sé el orden correcto; la dirección debe ser como me lo
indicó la vez anterior, de abajo arriba y de derecha a izquierda. Los
años… No todos los años tienen los mismos días, años normales
y años bisiestos… ¿Cuáles son bisiestos?… Si el 2000 fue bisiesto
sólo es cuestión de hacer cuentas para atrás y adelante… ¿Pero para
qué necesito saber cuáles son bisiestos?
Bernardo busca y marca los bisiestos: sólo tres de ellos, pero
¿qué diferencia tienen entre ellos?… Para encontrarlo comienza a
contar los ceros y unos que cada uno tiene por línea… Justo lo que
esperaba: los que coinciden con un año normal tienen trescientos
sesenta y cinco signos por renglón, y los bisiestos tienen uno más.
Es la forma de confirmar que descifra correctamente las pistas. To-
más quiere asegurarse de hacerlo bien.
—Lo dicho… Es un genio… A ver… Ya sólo necesito ingresar
los datos… Espero, por mi bien, estar haciendo lo correcto…
Bernardo se da cuenta de que es hora de empezar a guardar
ceros y unos, pero es una cadena que considerando tres renglones
por dibujo y trescientos sesenta y cinco ceros o unos de más de
diecinueve mil… Ha perdido prácticamente todo el sábado, y es
muy difícil hacerlo sin equivocarse; después de meditarlo un rato,
decide no dictar directamente los números, es más simple digitali-
zar la imagen y guardarla por secciones.
—Activo.
—Buenas noches, doctor Seler. No tiene mensajes en bandeja.
—Abre carpeta bajo nombre “diluvio”.
—Abierta.
“Diluvio” le parece un buen nombre para un programa que ter-
minará con la maldad que ha venido creciendo. Es como darle una
nueva oportunidad a la humanidad. Sólo esperaba ver el arco iris
al final de todo esto. Bernardo toma el primer dibujo y lo extiende
sobre el escritorio. Es demasiado grande para el scanner de cama,
pero recuerda que en un cajón tiene un scanner de lápiz que en
alguna ocasión compró para tomar textos aislados de artículos de
revistas y libros cuando empezó a hacer la tesis de maestría. El
pequeño dispositivo inalámbrico es del tamaño de un puro, con
dos ruedas plásticas en la punta entre las cuales hay una cabeza óp-
160
tica, detrás de un pequeño cristal, que enviaba imágenes de lo que
pasaba bajo ella. Mientras lo busca Bernardo, recuerda las horas
de práctica para poder usar el sensible dispositivo que, después de
dominado, le permitiera terminar su tesis a tiempo… Las baterías
están bajas tras haber permanecido por varios meses en el cajón
sin recargarse. De todos modos funciona. Ojalá duren lo suficiente
para terminar de examinar todos los dibujos. Tras oprimir el botón,
un bipeo indica la puesta en marcha y uno más, acompañado de
un parpadeo en la pequeñísima pantalla de Status, indica “carga
baja de baterías”…
—Dispositivo de captura localizado.
—Almacena captura como fila imagen uno. Identifica puntos
como cero y líneas como uno, y guarda.
—Almacenando.
El lento recorrer del scanner sobre el dibujo hace desesperante el
trabajo. Se requiere pasar todo el texto de un tirón a la velocidad
que las pequeñas ruedas marcan y oprimir el botón de pausa que
ajusta en el índice para cambiar de renglón. Pero, con todo y las
dificultades, es mucho mejor que leer y dictar o transcribir a mano
los números; dos de las líneas hay que pasarlas más de una vez y,
después del tercer dibujo, la batería se agota… Así que tras guardar
el archivo y poner a cargar el dispositivo se acuesta cansado y sa-
tisfecho. Aún no tiene idea de lo que estaba haciendo, pero confía
que Tomás no sacrificó su vida en vano. Es quizás el mejor modo
de pensar que algo bueno está haciendo dentro de todo lo malo.
Siente como si por fin diera de alta a Tomás de la clínica Madox. Es
una satisfacción guardada que ya ha sentido en algunas ocasiones
cuando un paciente se reincorpora a la sociedad…
Esa tranquilidad le ayuda a dormir.

161
La casa de Bernardo
Domingo de datos y más datos

Domingo es muy diferente. Apenas despunta el alba ya se ha le-


vantado. Con un plato de cereal con leche va al despacho a conti-
nuar con su sucesión de números. El digitalizador indica con una
luz verde que está completamente cargado… Casi como se siente
Bernardo.
—Activar.
—Buenos días, Doctor. tiene un nuevo mensaje de remitente
desconocido.
—Será spam. Eliminar.
—Eliminado… Tiene un nuevo mensaje de remitente desconocido.
—Eliminar.
—Eliminado… Tiene un nuevo mensaje de remitente desconocido.
—Ábrelo.
—Texto en pantalla.
En el pequeño plasma aparece una línea de ceros y unos de
apenas unos sesenta o setenta números.
—Imprime, guarda como correo binario uno y borra de la bandeja.
—Impresión lista.
Bernardo se acerca a la bandeja de la impresora y toma el pa-
pel. Aun cuando le intriga, lo pone a un lado. No es momento de
atenderlo, está disp uesto a terminar con la herencia lo más pronto
posible.
—Continúa con grabación como fila imagen cuatro.
—Almacenando.
De nuevo se pone en marcha con el pequeño scanner y poco a
poco se cargan todos los números. Sólo se detuvo a comer algo y
rellenar una taza de café. Después de diez dibujos, siente fuertes
dolores en la muñeca de la mano derecha, pero ya no quiere parar;
contando los realizados el día anterior y con los de hoy sólo le
faltan cinco más… Así que con un empujón de ánimo casi a las
once de la noche ha terminado. No sabe si estar contento o no.
Si ejecuta la secuencia sabrá lo que ha ocurrido… Duda por unos
minutos y en un arrebato ordena.
162
—Interpreta y ejecuta código binario por orden de carpeta
Diluvio.
No han pasado más de tres segundos cuando le sorprende una
respuesta.
—Tiene dos millones cuatrocientos sesenta y siete mil doscien-
tos cuarenta y siete mensajes en bandeja; uno urgente… Ninguno
tiene remitente.
—Muéstrame el urgente.
El plasma muestra un texto que parece de broma.
Uno, tres, cinco, siete de cada diez y empieza otra vez.
—Mensajes eliminados.
—Eliminados… No pedí eliminar.
—Sólo sigo sus instrucciones, Doctor.
Antes de que Bernardo pudiera entender otra vez…
—Tiene nueve millones trescientos cuarenta y siete mil doscien-
tos ochenta y nueve mensajes; nueve millones trescientos cuarenta
y siete mil doscientos ochenta y ocho son urgentes.
—Muéstrame el que no es urgente.
El plasma muestra una cadena de sesenta y ocho ceros y unos.
—Mensajes eliminados.
—No ordené eliminar.
—Sí, Doctor, sólo sigo sus indicaciones. La orden de eliminar
correos en proceso de entrada fue asignada antes de su llegada por
usted. ¿Desea que siga eliminando mensajes entrantes?… En este
momento existen en bandeja de entrada trescientos nueve mil se-
senta y ocho en proceso de eliminación.
—No, deja copia antes de eliminar.
—Correos eliminados. Imposible dejar copia de correos no exis-
tentes.
Bernardo no entiende lo que ocurre, pero sabe que lo que está
pasando es consecuencia de su tarea. Analiza un poco el primer y
el segundo mensaje y razona sus opciones.
—Divide el mensaje en grupos de diez signos y borra el segundo,
el cuarto, el sexto, el octavo, el noveno y el décimo, y, después,
coloca los que quedan en una sola cadena.
—Resultado en pantalla.
163
—Traduce código binario.
—Resultado en pantalla.
Bernardo no puede entender pero sabe que algo pasa. En el
monitor sólo aparece una palabra saicarg… En otro momento hu-
biera buscado alguna traducción en el diccionario, pero después de
llevar tantas horas tratando de pensar como Tomás, el significado
es más que evidente… Dice “gracias” al revés… Así Tomás lo hacía:
son números primos en cadenas y escritos al revés.
—Eres un desgraciado… De verdad me estabas contando tu vida
y yo tratando de curarte.
—Desactivar.
—Desactivado.
La confianza de Bernardo está restablecida. Ha logrado hacer
todo lo que estaba en su mano. Ahora vienen otras tempestades.
Mañana tendrá que ver al capitán Valle en su propio territorio y eso
lo pone nervioso. Si bien algo ha cambiado en cuanto al sistema
desarrollado por Tomás, cambiar a un policía es otra cosa. Excita-
do por el logro y nervioso por esta cita, se va a la cama. El día fue
desgastante y complejo. Entre la comida fría, café y nerviosismo
seguramente no podría dormir: una serie de vueltas en la cama,
grandes cantidades de pensamientos y sentimientos, pero como es
la una de la mañana por fin descansa.

164
Casa clínica casa
Un día importante

Despierta a su hora y se concientiza que es un día normal. Se dirige


a la clínica. Nada es extraordinario hasta que llega a la habitación
de Tomás. Dos policías quitan las cintas pasote la puerta, y se reti-
ran de la clínica. Estuvieron todo el fin de semana y su trabajo ya
había terminado. Así que Bernardo entra a la habitación y al verla
le queda más claro el mensaje… Todo en la habitación estaba al
revés de cómo Tomás lo había puesto… Le había dejado pistas por
todos lados. Joel sale de su turno nocturno y se aproxima a darle el
reporte del fin de semana.
—Doctor Seler, ya le veo mejor cara que el viernes. ¿Cómo se
siente?
—Mejor, a todos nos tomó por sorpresa. ¿Tú cómo estás?
—Bien… El sábado vino Valle y nos interrogó a todos. Creo que
consideran que alguien de aquí mató a Tomás. ¿Por qué habríamos
de hacerlo?
—Es su trabajo desconfiar de todos, Joel; no lo tomes a mal. Lo
más seguro es que desconfíe hasta de su mujer, pero no debe de ser
un mal tipo en el fondo.
—Un tipo así dudo que tenga mujer…
—Vamos. Esto ya pasó y la vida sigue… ¿Cómo van las cosas?
Dame el reporte del fin de semana…
Comienzan juntos el recorrido normal de los lunes, aunque en
la cabeza de ambos sigue presente lo que ha ocurrido. El haber
dejado el expediente de Tomás el fin de semana le dio mayor tran-
quilidad ante su inminente visita a la comisaría para ver al capitán
Valle. El día transcurre sin ningún evento relevante y cuando se
acerca la hora de salir de la clínica, Bernardo recibe en su oficina la
visita del capitán Valle que llega sin ningún aviso.
—Doctor Seler, ¿se puede? Encontré la puerta a medio abrir.
—Adelante… Pensaba ir a visitarlo al terminar aquí.
—Entonces creo que le ahorré el viaje.
—Le ofrezco un café antes de empezar para que no nos inte-
rrumpan.
165
—Me parece bien. Me gustan las entrevistas civilizadas. Es algo
que normalmente no ocurre en mi profesión, pero, bueno, ¿qué le
puedo presumir a usted rodeado de locos peligrosos?
Bernardo sólo sonríe mientras por medio de la computadora
pide a su asistente que les sirva un par de cafés y se retire hasta el
día siguiente.
—Pues dígame… ¿En qué le puedo ayudar?
—Digamos que quiero saber un poco de todo sobre el paciente
Bit, pero sobre todo me gustaría que me aclarara aquello que co-
mentó usted sobre la posibilidad de que fuera suicidio… Viniendo
de su médico tratante supongo yo que debe haber algún funda-
mento para ese comentario.
—Verá, el paciente en cuestión era uno de los casos más compli-
cados que yo hubiera visto en mi experiencia profesional. Así que
mi pregunta está basada en mi experiencia… Déjeme ponerlo al día
en los últimos meses y entenderá mi pregunta. Desde que comencé
mi trabajo con Tomás, recorrió cuando menos ocho posibles diag-
nósticos distintos y con diferentes orígenes y tratamientos. Cada
sesión era distinta y única…
—Perdón que lo interrumpa… ¿Por qué no está documentado
esto?
—Está documentado en la base, pero, como verá, en mis notas
de otros pacientes, las que seguramente ya vio, mis notas son vec-
toriales; trato de tener una noción clara de la dirección a seguir con
el paciente…
Bernardo toma el portafolio que tiene a su lado en el suelo, y
saca el grupo de hojas que había separado anteriormente.
—Como verá, estas notas que hice en mis sesiones, son el bo-
rrador de lo que podría ser un diagnóstico pero por las fobias tan
marcadas que tenía el paciente las realizaba a mano. Bit, como
ya le había dicho, sentía miedo de elementos tecnológicos, entre
otras cosas, así que el borrador siempre fue a mano. El paciente
era cambiante y metódico. En ocasiones frío y calculador, y en
otras desparpajado e irreverente. Esto hacía muy difícil orientarse
por un diagnóstico definitivo, pero también me hacía considerarlo
inestable. Por eso mi duda sobre un posible suicidio. El paciente
166
era muy inteligente, según los exámenes que se le habían venido
realizando a lo largo de estos años, y la experiencia me dice que las
personalidades obsesivas con una inteligencia superior al grueso de
la población, tienen un índice de suicidios por encima del prome-
dio. Sumando esas razones y que no recuerdo que Tomás tuviera ni
visitas, ni lo que pudiera llamar enemigos, ni ninguna posesión que
interesara a alguien, me hace pensar que nadie podría tener algún
afán en matarlo.
Mientras Bernardo habla, Valle miraba por encima las hojas del
registro de Tomás, deteniéndose en algunos puntos y revisando
otros…
—¿Qué me puede decir de la familia del paciente?… ¿Nunca lo
visitó nadie?
—No, desde que yo lo tengo a mi cargo, no. Y, según los repor-
tes, nunca fue visitado y nunca dio ningún dato de familiares o
amigos.
—¿Quiénes eran sus amigos en la clínica?
—En general se llevaba bien con todos.
—Alguien con quien en particular se llevara bien… o mal… En-
fermeros, personal de intendencia, otros pacientes…
—Sólo con Miguel… Es un paciente.
—¿Peligroso?… ¿Violento?
—No, de hecho es autista. Dudo mucho que siquiera hayan po-
dido tener un diálogo. La relación se limitaba a que Tomás le ha-
blaba a él y en ocasiones le ayudaba con su comida.
—Alguien más… ¿Qué me dice del enfermero?… Joel. Es un
tipo fuerte que bien puede someter a cualquier loco peligroso.
—Le puedo decir que es una buena persona, y que dudo mucho
que tenga algo que ver.
—Noté que tiene heridas en los brazos.
—Sí, hace una semana llegaron dos pacientes con crisis muy
fuertes, y uno de ellos tuvo un episodio de ira. Joel lo sometió sin
ningún problema, pero le hizo algunos moretones en los brazos…
Nada de cuidado.
Mientras el Doctor habla, el detective lo analiza tan profunda-
mente que Bernardo recordaba algunas sesiones con sus propios
167
pacientes. Había sido entrenado para identificar signos de mentira
o desvío de información en lo que decían los pacientes y él está
cayendo en lo mismo. Por momentos siente que cada gesto y cada
movimiento está siendo valorado por un profesional.
—Y en relación a la identidad del paciente Bit, ¿por qué nunca
lo enviaron a identificación genética? Hace mucho que hubieran
podido saber quién era.
—Hace poco que fuimos incluidos en el programa de identi-
ficación genética y aún no se nos ha indicado que ya podemos
proceder con nuestro pacientes; de hecho tenemos a tres pacien-
tes más esperando poder saber algo sobre sus familiares. Tenga en
cuenta que esto empezó en orfanatos y hospitales pediátricos para
identificar a niños que habían sido secuestrados de pequeños, pero
el programa tiene apenas dos años. Es muy difícil que se considere
prioridad a una clínica psiquiátrica… Somos por mucho los últi-
mos de la fila.
—¿Y cruzamiento de información con la policía?… ¿Nunca bus-
caron sobre la base de datos de personas desaparecidas?
—Sí, si checa en nuestros registros de intercambio, aparece men-
sualmente, pero si es una de esas personas que perdieron a sus
padres y nadie como familia los extraña, es casi imposible ubicar
su identidad.
Valle se reclina un poco sobre el sillón y mira a Bernardo con
cierto aire de triunfo. Mira un poco a su alrededor, como revisando
que nadie los vea. Retomando su posición, recargando los codos
sobre el escritorio, le dice más bajo a Bernardo.
—¿Quiere saber quién era su paciente?
—Por supuesto… ¿Usted lo sabe?
El capitán Valle saca un sobre del bolsillo interior de su saco
y se lo entrega a Bernardo que rápidamente lo abre y saca un pa-
pel membreteado del laboratorio de análisis forenses y de clínica
criminalística con unos pocos renglones escritos, con una breve
explicación de lo encontrado.
“Sujeto no identificable en especie o genero en ningún tipo de
reconocimiento visual; el triturado de huesos impide armar alguna
pieza y la médula fue totalmente consumida; no fueron encontra-
168
das piezas dentales completas o con nervio suficiente para obtener
muestra; debido a la calcinación es imposible identificar especie
o genero de ADN del sujeto; los restos son de origen animal, sin
certeza de que sean humanos.”
“Existen también cenizas de origen vegetal identificadas como
papel en proporción de uno a ochenta y siete con respecto a las de
origen animal, suponiendo, de acuerdo con el grado de incinera-
ción, que fueron expuestos a unos catorce mil grados centígrados,
que es el máximo de la unidad incineradora por un periodo supe-
rior a las cinco horas con veinte minutos, y considerando el peso
del material recuperado de tres kilos con doscientos veinte gramos,
descontando el proporcional de fibras vegetales, se calcula que el
sujeto analizado tenía un peso antes de la incineración de entre
cincuenta y ocho y sesenta y ocho kilos.”
“Imposible identificar positivamente al sujeto incinerado.”
—¿Entonces no saben quién es?
—De hecho debo decir que sí, pero creemos que no murió hace
unos días.
—Entonces no está muerto.
—Creemos que está muerto hace unos cinco años.
—Ahora sí no entiendo.
—Hace unos cinco años un prófugo de la ley llamado Daniel
Newman murió en un accidente mientras lo buscábamos. Poco
tiempo después, parte de los archivos de Newman desaparecieron
de la base de datos, y los expedientes sufrieron cambios. Yo, como
usted, tengo una fuerte tendencia a llevar notas a mano. Cuando
vi el cadáver de Newman, no pude guardar su expediente porque
otro caso me tomó de súbito. Al terminar con éste y proceder a
archivar el expediente, noté que habían modificado los datos al
compararlos con mis notas. Desconozco cómo lo hicieron, pero
investigando descubrí una banda, que para regularizar extranjeros,
modificaba archivos de muertos en accidentes, personas sin fami-
liares, para dar nueva identidad a gente sin papeles. Pero nunca
pude darle seguimiento… Creo que su paciente es quien usurpó
su identidad, sin saber que el señor Newman había muerto en un
accidente, pero era un fugitivo de la ley.
169
—¿Tiene idea de su identidad real?
—Investigué y creo tenerla. Al parecer es un alemán de nombre
Andel. ¿Sabe, Doctor? Usted estuvo sentado al lado de un asesino
mucho tiempo… ¿No siente cierto miedo?
Las imágenes de Tomás preguntándole sobre asesinos en serie y
personas peligrosas distraen por un momento a Bernardo… ¿Pudo
Tomás haber sido un asesino? Recuerda como si fuera ayer cuando
entró a su despacho y lo interrogó sobre el perfil de un asesino.
Cualquiera pudiera serlo.
—¿Por qué debería de tener miedo?… Tomás nunca hizo nada
que me diera la idea de poder ser peligroso…
—Perdón, ¿qué dije? Usted trata con gente así todo el tiempo.
¿Me podría decir si tenía algún tipo de acento?
—Para ser sincero no tenía acento, pero siempre hablaba muy
lento como pensando cada palabra antes de decirla.
—Pues, Doctor, debo decirle que su paciente estaba mucho más
cuerdo de lo que usted piensa y ¿sabe? Comienzo a dudar de si esta
muerto o no, según mis averiguaciones en Alemania mató a diez
personas y no dudaría que se hubiera visto acorralado y lo hubiera
hecho de nuevo. Así que tenga cuidado cuando menos hasta que
terminemos con la investigación. ¿Le comenté que encontramos la
ropa del paciente Bit a unos cien metros de la sala de máquinas?
El Capitán se levanta y sale sin hacer más comentario. Bernardo
se queda más sorprendido que nunca. Tras unos minutos y salir de
su asombro, se incorpora y ordena sus cosas para irse. Su cabeza
comienza a doler fuertemente; no logra entender lo que ocurre.
Al cabo de unos minutos y de un profundo suspiro, Bernardo
comienza a entender algunas cosas y a tener nuevas dudas en otras.
Mientras resolvía los acertijos y corría sólo Dios sabe qué en su
computadora, Tomás se suicidaba o quizás se fugaba con tiempo
para alejarse rápidamente. Bernardo se preocupa cada vez más so-
bre lo que éste había hecho. Quizás con su silencio sólo le había
dado tiempo para huir.
—¿Qué metí en la computadora?
Guarda algunos papeles en su escritorio y cuando se dispone a
salir, otra silueta aparece en la puerta: Joel.
170
—Buenas noches, doctor Seler.
—¿Qué tal, Joel?, ¿qué me tienes de nuevo?
—Sólo vengo a agradecerle su cortesía. Hace unos minutos me
llegó mi informe de jubilación.
—¿Jubilación?… Eres muy joven para eso…
—Empecé muy joven en las clínicas Madox, pero, además, hace
unos cuatro años recibí un golpe en el cuello por un paciente con
una crisis. Me fracturó el cuello y, después de unos meses de re-
habilitación, regresé al trabajo. Desde entonces he tramitado mi
jubilación con poco éxito hasta hoy. Creo que voy a extrañar esto,
pero también pienso disfrutar mucho a mi familia.
—¿Desde cuándo te vas?
—Según el documento aplica desde hoy y entiendo que mañana
llega mi reemplazo, así que pongo a su consideración venir una
semana completa para dejar en orden cualquier pendiente. ¿Está
de acuerdo?
—Claro, me parece bien.
—Bueno pues, mañana lo veo.
Mientras Joel sale de la oficina, Bernardo apaga la lamparita del
escritorio, sale y cierra la puerta. El sonido del pestillo electróni-
co, que normalmente no llama su atención, ahora le hace salir del
trance en que lo ha dejado el resultado de la autopsia. Si bien ha
conversado con Joel, su mente se ha concentrado en otra cosa. Le
obsesiona el tic del pestillo. Todo el hospital los tiene. ¿Cómo había
evadido Tomás la seguridad de la clínica, de la casa de bombas y del
terreno que cubre casi dos hectáreas? ¿ Qué le había pedido hacer
en la computadora de casa? ¿Es posible que hubiera desconectado
la seguridad de la clínica desde su casa sin darse cuenta y haber
sido utilizado en una descabellada trama, mientras Tomás, o quien
quiera que fuera, fingía un suicidio y escapaba ante sus narices?
Y si en las primeras instrucciones que metió a la computadora le
dio la facilidad de abrir las puertas de la clínica, ¿qué era lo que
había ingresado después? Esa confusa relación de ceros y unos de
la herencia parece tener una nueva cara y no la de ayudar a la gente
del mundo como Tomás le había planteado. Por otra parte, la foto del
periódico que le llegó junto con los dibujos, le da la certeza de ser
171
quien decía. Aun con las deformaciones de la cara, el parecido es
impresionante… ¿Sería ésta una investigación de la gente del Archi-
vo de la Humanidad para saber cuánto sabe?
Recorre la clínica, sale a su auto, se marcha directo a casa, y en
los casi cuarenta minutos de camino sigue sin entender. Se siente
estúpido y empieza a urdir teorías en su mente. ¿Qué parte de la
historia es verdad y cuál mentira? Bernardo confía que lo dicho por
Tomás haya sido verdad, pero Valle le había hecho pensar en algu-
nas cosas. Lo ocurrido no fue obra de la casualidad. Seguramente
Tomás lo había venido planeando durante mucho tiempo. El cono-
cimiento de la sala de máquinas podía ser entendible después del
tiempo que llevaba ya en la clínica y sus conocimientos de cómpu-
to y electrónica le hubieran podido ayudar para abrir los pestillos
de su recorrido hasta la sala de máquinas e inclusive manipular el
tablero de la estación de enfermería para evitar ser detectado.
Originalmente no le prestó atención a que Valle lo visitara en la
clínica en lugar de esperarlo en la comisaría, pero ahora le parece ex-
traño. Quizás el policía no quería que fuera a verlo en sus oficinas.
La situación comenzaba a incomodarlo. La habilidad del Capitán
para escarbar en los detalles y, cuando éstos salían a relucir, fingir
que los ignoraban cambiando el tema, lo ponía nervioso. Siente
que en su plática pudo haber dicho más cosas de las que quiso. Así
que recorre mentalmente la conversación. En muchas ocasiones
suele repasar las sesiones mentalmente y siempre encuentra lo que
los pacientes dicen sin decir. Sin embargo, en esta ocasión, como
era él el interrogado, esperaba no haber dado a entender nada de lo
que después se pudiera arrepentir. Nunca le ha pasado por la mente
que Valle, además de ser policía, trabaje para la gente del Archivo,
pero ahora ya no estaba seguro de nada.

172
La casa de Bernardo
Cartas de un conocido

Al abrir la puerta de su casa se siente aliviado. Su pequeño reino,


donde siempre tiene el control, le da la seguridad que su mente
requiere desesperadamente. Cierra la puerta tras sí y se recarga en
ella con la espalda. Un largo suspiro lo acompaña mientras mira
la escalera y se dice a sí mismo que necesita tirarse en la cama y
observar detenidamente el interior de sus parpados. Pero nada más
lejos de la realidad: al levantar la vista y ver la parte superior de la
escalera y el pasillo a su habitación, debe atender a las luces de la
cocina. Decide que un poco de leche no le caerá mal. Después de
todo, hace días que por los nervios no cena, y esa noche no es la
excepción. Aún no ha dado los primeros pasos cuando el chip de
reconocimiento en su brazo activa la computadora de su casa:
—Buenas noches, doctor Seler. Tiene cinco correos urgentes.
—¿De quiénes son los correos?
—Usuario Leviatán.
—¿Todos?
—Sí, los cinco.
Los ojos de Bernardo se abren, redondos como platos. El nom-
bre Leviatán era el Nic que Tomás le había dicho en alguna de sus
sesiones. Sin dejar a un lado las sorpresas, se encamina al estudio.
La primera idea que le salta es: “está vivo”.
—Despliega el correo en el monitor del estudio.
—Imposible; es un archivo PDF cifrado. No puede ser desplega-
do en monitor. Es sólo para impresión.
—Ok. Imprime. ¿Los correos son iguales?
—Mismo remitente; todos sin asunto. Diferentes archivos ata-
chados.
—Imprime todos.
—Impresión terminada.
—Desactivar.
Bernardo recoge unas hojas de la impresora, las ve y antes de
empezar a leerlas decide seguir con su idea original. Va a la cocina,
se sirve un vaso de leche y regresa a su habitación. Después de cam-
173
biarse, sentado en la cama, mira fijamente a las hojas que ha dejado
en la cómoda. Cada hoja dividida en cincuenta cuadros iguales,
y con textos incompletos en ellas, es una especie de rompecabe-
zas, así que debe recortar las piezas con unas tijeras y comenzar a
ordenarlas. Los pequeños cuadros no tienen ningún indicador de
orden, pero Bernardo sigue el racional de un rompecabezas bus-
cando primero las piezas del borde más fáciles de identificar por
sus márgenes blancos. Poco a poco arma el primer rompecabezas…
Sigue el mismo criterio hasta que todos quedan armados. Cada una
de las hojas es una carta y estaban numeradas en orden.

Hoja 1
Hola, Desconocido.
Esta carta es un intento desesperado de buscar ayuda. Sé que
sin importar quién lea este mensaje se estará viendo afectado por el
trabajo que he desarrollado en estos últimos años. Aún no sé cómo
resolverlo ni cómo ha de terminar. Tengo temor por mi vida y creo
que por la de algunas de las personas con las que colaboré en mi tra-
bajo. Nunca fue mi intención afectar a la gente, sobre todo a gente
inocente. No quiero pensar en dejar este mundo sin pedir perdón
por mis errores, y prometerte a ti que me lees, que haré lo posible
por ayudarte.
Si estás leyendo esta hoja, es porque lograste armar el rompeca-
bezas que, si hubiera enviado como texto, habría sido leído por las
páginas de pesca de la red, pero con el formato despiezado que envié
sólo es una imagen que no pueden reconocer y no les interesa perder
el tiempo en leer. Por eso llegó a tus manos.
Si recibiste esta carta es por qué no logré hacer las modificacio-
nes correctas en persona y que tú ya hayas comenzado a modificar
la base de datos, por lo que no importa lo que hagas en ella, no
corres peligro. Tengo algunas ideas de cómo te entregué los datos,
pero pudo haber pasado mucho tiempo desde que escribí este correo
hasta que llegó a tus manos, por lo que las cosas pudieron haber
cambiado. Así que te pongo el tanto de lo que pienso hoy y después
confío en mi buen juicio para entregar la información a la persona
adecuada y que sabrá utilizarla.
174
Desconozco si pude contarte lo que ocurre, pero me gustaría
hacer un resumen. En los últimos años, un grupo de gente, que aun
no logro entender de quién dependen y que se identifican como el
Archivo de la Humanidad, están usando los datos electrónicos de
cada personas para llevar un registro detallado de cada habitante del
planeta, y tratando de hacer relaciones entre ellas con el fin de iden-
tificar a personas peligrosas. Sin embargo, según entiendo, los linea-
mientos de clasificación pueden afectar realmente nuestras vidas,
al transformar al programa en una especie de juzgador de nuestros
actos y capaz de tomar decisiones de castigo que van desde cerrar los
créditos hasta borrar a la persona de la base de datos, sin importar lo
que esto signifique. Creo que el seguimiento de las actividades de la
gente no es malo con fines estadísticos, pero la clasificación, etique-
tado y castigo ya es trabajo de Dios y no de los hombres.
Hoy es jueves 6 de agosto de 2009. Durante los últimos dos me-
ses he decidido modificar el sistema de organización y selección de
datos de la base del archivo en que trabajo. Hace días que no tengo
noticias de mis colegas, por lo que pienso que nuestros temores son
ciertos. Esta gente es peligrosa y no sé si tenga el tiempo correcto
para resolver las modificaciones que se necesitan. He tratado de rea-
lizar cambios mientras termino las pruebas de ensamble, pero des-
conozco cuánto tiempo me queda antes de que termine el trabajo, o
ellos se den cuenta de que modifico algunas partes del software.
Daniel Newman

Hoja 2
Hola, Desconocido.
He dejado una puerta abierta, con un bloqueo de acceso y dos
contraseñas para poder acceder en todo momento al programa. Sé
que en cuanto se den cuenta de que lo hice van a investigar y blo-
quearlo, pero tengo una justificación simple. Es un acceso que me
permite hacer pruebas reales y modificaciones sobre la marcha sin
interrumpir el programa. Ésta será la forma de hacer las correcciones
que necesitamos para evitar ser sorprendidos o que las modificacio-
nes que hagamos sean interceptadas.
Ayer corrió el programa en la parte de bases de datos en propor-
175
ción de uno a seis mil. Espero que la tecnología no nos alcance antes
de encontrar un modo de control. No puedo pensar en destruir el
programa, pues se autorrespalda cada diez minutos y desconozco
dónde lo hagan, pues la unidad de respaldo es remota. Tampoco
pude poner un virus de tiempo para que destruyera la columna del
programa, pues la primera parte del sistema y, creo yo, la obra maes-
tra de Lio, es un sistema de protección autoinmune, que no permite
que ninguna parte del programa borre a otra, por lo que considero
como única alternativa complementar el programa de modo que
filtre la información antes de tasarla en la base de datos.
La puerta que dejé está en la unidad de evaluación. Así que pue-
do seguir haciendo adhesiones al programa base sin que se sienta
agredido y, como ya he venido trabajando así, no creo que sospe-
chen nada; es más, pensando como Einstein es tan relativo como
que tú estés leyendo esto. Sólo Dios sabe cuándo y dónde mientras
yo lo escribo hoy, así que si este correo es leído por alguien, es la
principal prueba de que aún está abierta la puerta y que funciona,
sin importar cuándo o cómo.
Daniel Newman

Hoja 3
Hola, Desconocido.
No puedo alargar más la entrega del paquete completo. En los
últimos dos días aumentó la supervisión de mi trabajo y el propio
Sayer, quien es el director del programa, viene cada dos o tres horas
a verme. Me es muy difícil desde mi estación de trabajo sacar estos
mensajes a una red segura. El firewall va cerrando puertas cada vez
que abro otras, así que los mensajes atachados ya son imposibles de
enviar. He abierto una página en un servidor gratuito de Guatemala
en el que estoy dejando estos breves mensajes, que espero sean sufi-
cientes para evitar que seamos espiados en el futuro.
Desde ayer la red ha cambiado. Los sistemas han comenzado a
migrar al GlobalNet, lo que me hace más difícil cada día mandar
información y consolidar una posible solución a esta invasión en
un servidor remoto. Espero que antes de que cierren la red terrena
pueda llegar a alguna solución. El tiempo se termina. La red satelital
176
corre diez veces más rápido y eso puede ser el detonador que ellos
esperan.
Daniel Newman

Hoja 4
Hola, Desconocido.
He ideado un método para hacer funcionar las correcciones
en caso de no poder hacerlo yo. Como sabrás si has recibido es-
tos correos, la comunicación más simple es el código binario y el
encriptamiento que usaste para llegar hasta aquí es tan simple que
es perfecto. Por ello te diría que sigas las mismas instrucciones que
usaste, pero empieces al revés y termines con todos y cada uno de
los signos, excepto los ya usados. Llegó el momento de emprender la
graciosa huida y tratar de impedir que esto siga adelante.
Quiero agradecerte, quienquiera que seas, el haber confiado en
mi palabra para ayudarme en algo tan complicado y tan difícil de
creer.
Daniel Newman

Hoja 5
Hola, Desconocido.
Espero firmemente ser yo mismo el que reciba estos correos.
La situación llegó a su límite. No sé de qué modo, pero ha venido
eliminándose de mi unidad de trabajo el acceso al programa en ge-
neral. Sólo me quedan los accesos correctivos y mis passwords están
siendo cerrados. He verificado si la puerta trasera sigue operando y,
aun cuando el software corre en un nuevo equipo, el encadenamien-
to de datos opera desde cualquier unidad conectada a la red. Eso
quiere decir que ya está en funciones, pero no sé a qué velocidad
ni cuántos datos está empezando a recibir, aunque espero que sólo
esté corriendo con los datos de captura que han venido realizando
los últimos años. Sólo puedo saber que son cientos de miles por
segundo y que el proceso está a un diez por ciento de la capacidad
esperada, con lo que pueden procesar todos los datos de la gente de
Europa entera.
177
Hoy es viernes 4 de septiembre de 2009 y creo que el fin de se-
mana me puede ser un buen velo para desaparecer y darme setenta y
dos horas antes de que me busquen. He venido guardando efectivo
por los últimos cinco meses y sé que podré alejarme lo suficiente
para trabajar en revertir el programa del que en un principio estuve
tan orgulloso… Una vez más te pido perdón.
Daniel Newman

Bernardo pone sus manos sobre la cabeza. Pensó que lo malo y


lo difícil ya había pasado; es más, esperaba que los correos dijeran
que Tomás estaba vivo y que todo había terminado, pero la cosa
parece ser más y más larga.
—¿Tengo que meter todos los datos faltantes?… ¡Son miles!
Toma nuevamente su cabeza con ambas manos y calcula. Des-
pués saca una calculadora portátil. Su mente está abrumada. Son
dieciocho dibujos con ciento veinte renglones y trescientos sesenta
y seis símbolos por renglón. Ve los números y crece su espanto.
—Descontando los que ya metí, son setecientos sesenta y ocho
mil símbolos… No puedo hacerlo…
Bernardo camina rápidamente y agitado de un lado al otro. Es
una cantidad inmensa; además ¿cómo ordenarlos? ¡Es imposible!
—No es posible que haya escrito estas instrucciones. No puede
tener tanta imaginación. Algo está mal. Han pasado cinco años.
Él mismo lo dijo: el programa era enorme y él no lo hizo todo.
¿Cómo puede recordar lo suficiente para hacer un programa en
papel y, sin probarlo, saber que va a funcionar? Estoy siendo utili-
zado y no sé por quien ni para qué.
Bernardo necesita pensar. Toma las hojas y se preparo un café
en la cocina y se sienta en la barra. Queriendo dejar de pensar, se
levanta y sube a la recámara donde se cambia y se acuesta. En vela
toda la noche, es un manojo de nervios. Las nuevas instrucciones
son muy extensas. No está seguro de poder hacerlo; es más, no
está seguro de si debía hacerlo. ¿Qué significa y qué hacen estas
cadenas de ceros y unos? La pregunta más insistente en su cabeza
es razonable: ¿realmente podía haber escrito esas cartas? En cierto
modo entiende el formato en que las mandó, suponiendo que fue-
178
ra cierto que los datos eran espiados, el envío de un rompecabezas
le recuerda las páginas con datos personales que debe autentificarse
con una contraseña que la propia página brinda en un cuadro en
que las letras se deforman y que en su momento se enteró que lo
hacían para evitar que fueran llenados por máquinas y que requie-
ren de la vista de un humano para entenderse. Los rompecabezas
le parecen coherentes, pero ¿cómo es posible con tanto tiempo de
por medio…? Recuerda también el comentario de Tomás cuando
le dijo que no estaba solo y que él ya conocía a la persona que le
ayudaba… No hablaba más que de él mismo, de Daniel, que hace
años que se presentaba como fantasma a ayudar… Con los pensa-
mientos enredados en su cabeza, le da la madrugada hasta llegar
nuevamente a la cama y poder dormirse.

179
Saliendo a trabajar…
Eventos paranoicos

Por la mañana abre los ojos. Es tarde, son casi las diez de la mañana
y el teléfono ha sonado más de diez veces. Abre los ojos como sin
despertar, y mira a su alrededor. Durmió con la luz encendida y la
computadora está activa en estado de reposo. Localiza el teléfono.
Al tomarlo reconoce el número; es el de la clínica. Antes de descol-
gar tose un poco para aflojar la voz, y mira el reloj…
—Sí.
—¿Doctor Seler?… ¿Está bien?
—Sí. Buenos días, Braulio. No me sentí bien temprano, pero ya
voy mejorando. Un poco más tarde estaré en la clínica.
—Nos tenía preocupados. Nunca llega tarde, y pensamos que
algo le había ocurrido…
Braulio ha sido su asistente por hace casi diez años; es una de
las condiciones de trabajo que ha impuesto en cada lugar al que se
ha cambiado, pero desde su llegada a la clínica Madox, Bernardo
decidió darle un puesto donde pudiera desarrollarse él solo y dejar
que creciera. Sin embargo, siempre está al pendiente de él.
—No, todo está bien; sólo es cansancio acumulado y que me
generó cierta jaqueca. ¿Alguna novedad o problema?
—No se preocupe. Yo estoy a cargo. ¿Por qué no se queda en
casa y descansa? Ya mañana nos vemos aquí… Yo le aviso si pasa
algo.
—En unos minutos salgo para allá. Prefiero trabajar y distraerme
un poco.
Cuelga y pasa al baño. Mientras llena la tina y se rasura regre-
san sus fantasmas nocturnos llenos de ceros y unos. Ya no está
tan seguro de lo que hace. La visita de Valle con el resultado de la
autopsia y la posibilidad de que Tomás tampoco fuera Daniel, sino
una tercera persona lo dejó frió. La herencia. La foto del periódico
que revelaba que era Daniel Newman, esa foto es más antigua que
las aseveraciones de Valle. Pero tampoco puede decírselo. Lo mejor
sería replantearse las cosas desde ese punto… Al juntarlo todo sólo
puede pensar en depender de su buen juicio. Han ocurrido mu-
180
chas cosas más que la muerte de un hombre y, según se da cuenta,
es más largo de lo que piensa.
Arreglándose la corbata se topa con Patricia, que arregla la
cocina.
—Buenos días, Doctor. Me pareció escuchar su teléfono. No
sabía que estaba en casa.
—Buenos días. Pues gracias a ese teléfono estoy despierto. Ya se
me hizo tarde. ¿Hace falta algo en casa?
—Había pensado dejarle una lista en la puerta de refrigerador.
—Está bien. Ya mañana surto lo que haga falta. Adiós.
—Adiós.
Sale rápidamente, se monta en el coche y toma camino. No ha
llegado a la esquina cuando repentinamente da la vuelta y regresa.
Ha visto por el retrovisor a la misma camioneta de servicio de la
telefónica que lo despertó unos días antes. Es muy raro ver dos
veces estos vehículos en tan pocos días. Vuelve un tanto agitado
y se dirige a la recámara, donde había dejado las hojas recibidas el
día anterior. Rompiéndolas, las tira en el retrete, después baja al es-
tudio. Busca los dibujos de Tomás. Los separa en diferentes lugares
como adornando casualmente y toma los que le sobraron, los mete
en un enorme tomo de un atlas universal anterior a la terminación
de la Guerra Fría y lo coloca en la parte baja de un estante. Con
un libro bajo el brazo para simular el regreso, se dirige a la puerta.
Antes de llegar se topa nuevamente con Patricia.
—¿Olvidó algo?
—Sí, pero ya lo tengo aquí. Adiós.
Enseña el libro y sigue su camino. La calle está vacía de nuevo.
El camión se ha ido. No han pasado más que un par de minutos,
pero han sido suficientes para que ni siquiera estuviera a la vista a
los extremos de la calle. El corazón de Bernardo comienza a tran-
quilizarse. Sube en el coche nuevamente y se aleja con rumbo a la
clínica.
—Estás cada vez más paranoico; sólo era gente trabajando.
Al llegar a la clínica, Braulio lo espera en la puerta, con su ac-
titud de siempre serena pero dominante, Braulio es psicoanalista
pero se desarrolla mejor en los ámbitos administrativos de la clíni-
181
ca, donde ha encontrado un nicho entre el ejercicio de la profesión
y su gusto por los números. Viste siempre en monocromía con de-
gradados entre blanco y negro y con un aspecto refinado que, para
muchos, raya en lo hipócrita: siempre con una sonrisa en la boca,
el cabello perfectamente cortado, un andar erguido y con aires de
nobleza, desentona un poco en el contexto normal de Bernardo,
pero al trabajar juntos hacen un equipo inmejorable.
—Doctor, nos tenía preocupados. No pensé ver el día en que
llegara tarde a trabajar… ¿Está bien?
—Sí, mentalmente agotado después de los acontecimientos de
los últimos días, pero ya listo para empezar de nuevo.
Braulio le da un apretón de manos y lo acompaña a la clínica
donde un montón de expedientes lo espera en su despacho. Mien-
tras caminan al interior, Braulio lo pone en antecedentes. Han in-
gresado dos nuevos pacientes: uno de ellos un caso de esos que les
gustan a los dos.
Un hombre encontrado en la playa, sin papeles ni antecedentes,
sin señales de maltrato, que no responde a ningún estímulo; parece
no entender ningún idioma en que le han hablado, pero desde
que lo sentaron hace una semana en un separo de la policía se la
ha pasado esculpiendo con papel que alguien le ha proporciona-
do, con una habilidad asombrosa… En fin, uno de esos retos que
disfrutan.
El día fue mejor de lo esperado; pasó rápido con el trajín del
trabajo, y sin dar tiempo a pensar en nada, fue uno de esos días
en que da gusto llegar al final y pensar que fueron productivos y
buenos. Pasan de las ocho de la noche cuando se da cuenta de la
hora. Así que va a su despacho a dejar los informes del día. Deja la
tablilla digital sobre la mesa con una nota en la pantalla que pide
a su secretaria que archive en el expediente de cada paciente los
documentos electrónicos en memoria, identificando fecha y hora.
Se sienta por un momento en su sillón Le Corbusier y contempla
la puerta. Sabe que el buen día está por terminar. Al salir por la
puerta seguramente su cabeza empezará a jugar en contra de la paz
que siente en ese momento y comenzará a escudriñar en todo lo
pasado lo que debe hacer.
182
El concierto de Bach que pone en el coche le distrae la mente a
otros tiempos. Recuerdos de su esposa, los primeros pasos de Salo-
món y sus inicios en el tratamiento clínico que tanto le gusta y, sin
darse cuenta, ha dejado atrás los pensamientos que le cargan la men-
te, el viento fresco que entra por la ventana y el panorama boscoso
de camino a casa son la mejor terapia de relajación que se pudiera
pedir. La noche húmeda y fresca con olor a pino y tierra mojada,
le incita a alargar el viaje a casa. Ese camino que, sobre todo en la
noche, disfruta tanto, más que nunca en días productivos. Por un
momento piensa en seguir manejando toda la noche hasta donde
el camino lo lleve y olvidar lo complicado de su vida en esos mo-
mentos… Recordar a su esposa… Un buen día de trabajo… Buena
música… El panorama perfecto… Unas pocas lágrimas salieron de
sus ojos y se las enjuga rápidamente.
La llegada a casa fue como tener que bajarse del mejor juego
de la feria. En realidad desea dar una vuelta más; sin embargo, se
estaciona, apaga las luces y el motor y, dando un suspiro sale del
coche y se dirige a la casa. Su semblante cambia. Al abrir la puerta,
nota que no suena el bipeo que produce el chip al paso por el arco
y frente a sus ojos aparecen sombras de destrucción en el interior.
Con un marcado retardo, al detectar la presencia de su chip de
identificación, la computadora enciende las luces del interior y se
escucha una fuerte sirena de alarma…
—Se advierte al intruso que es propiedad privada y que está tras-
grediendo un espacio protegido por alarma conectada a la central
de la policía que ya ha sido avisada.
Bernardo salta del susto. Quien hubiera entrado a la casa aún
está en ella. Retrocede dos pasos y contempla la fachada de la casa,
en espera de ver algún movimiento, pero nada ve, así que se aleja
unos pasos más. Mientras mira a las ventanas del piso superior,
escucha sirenas policíacas a lo lejos.
Los vecinos salen a la calle. Conoce sus caras, pero nunca les ha
dicho más allá de un “buenos días”; es más, no conoce los nombres
de la mayoría. Aún con las llaves en la mano y con cara de franca
sorpresa, va al pasillo lateral de la casa que conduce al jardín trase-
ro. Todas las luces del jardín están encendidas y los vecinos de las
183
casas que colindaban atrás podían apreciarse asomados por algunas
ventanas, mientras las luces estroboscópicas rojas y azules de las
patrullas se acercaban desde el fondo de la calle a gran velocidad.
No parece haber movimiento en el interior de la casa. Rápida-
mente la policía se aproxima y dos agentes entran con las armas en
la mano. En cuanto se acercan al pórtico de la entrada, la computa-
dora detecta la identificación de los policías y apaga la alarma.
—Computadora, localización de intruso.
—Negativo; ningún intruso detectado en el interior.
—Descripción de alarma.
—Violación de protocolo de acceso a las trece horas con seis
minutos del martes ocho de septiembre del dos mil catorce.
—¿Por qué no se reportó a tiempo?
—Reportado hace once minutos a las trece horas con seis minutos.
—Son las veintiún horas diez y siete minutos. Verificar hora in-
ternacional en red.
—Hora en tiempo real trece horas diez y siete minutos.
Sin más comentarios los policías continúan con la inspección
general de la casa en busca de intrusos. Después de una revisión de
las habitaciones de la casa, los policías permiten la entrada de Ber-
nardo, casi al tiempo que el capitán Valle llega al lugar. Bernardo lo
ve de reojo y sigue su camino dentro de la casa, donde comienza a
ser interrogado.
—¿A qué hora llego a casa?
—Nueve y cinco o algo así; justo cuando comenzó a sonar la
alarma.
—¿Había alguien en la casa cuando entró?
—No vi a nadie. Al abrir la puerta sonó la alarma. Vi el interior
de la casa en desorden y decidí salir. La computadora ya había
hecho la llamada de emergencia, así que sólo me asomé a la parte
trasera de la casa.
—¿Alguien puede confirmar lo que está diciendo?
—Los vecinos le podrán decir que me vieron en el jardín hace
unos minutos cuando sonó la alarma. ¿Qué más le puedo decir?
Llegué solo a casa… Vivo solo.
—¿Alguien puede confirmar la hora en que llegó a casa?
184
—Si quisiera verificar la hora de salida de mi trabajo, verá que con
el tiempo de recorrido es minutos más o menos lo que le digo.
—¿Notó si le falta algo?
—¿Notar si falta algo?… Aún no he podido entrar. ¿Cómo lo
puedo saber?
—¿Dónde está el tablero de control de la casa?
—A un lado de la escalera.
El policía revisa en su tableta electrónica y después de verificar
algunos datos, replica a Bernardo.
—Según el reporte de su computadora, lleva ocho horas en casa,
cosa que se corrobora con el tiempo de su coche y el del identifica-
dor de salida de la clínica Madox.
Una silueta conocida llega al lado de Bernardo. Valle viene en
una de las patrullas, pero descendió después de los agentes y se
ha venido acercando lentamente. Está a buena distancia para inte-
rrumpir el interrogatorio del policía.
—Yo termino con las preguntas.
Hace una seña a su subordinado, indicando que lo deje con
Bernardo a solas, cosa que hace sin ningún comentario.
—Hola, Doctor… ¿Veo que ha tenido un día pesado? Los po-
licías jóvenes son muy impulsivos y quieren saber todo con dos
preguntas.
—Capitán Valle… Usted llega a todas las emergencias o es sólo
mi imaginación.
—No, Doctor, una de las unidades me llevaba a casa cuando
escuchamos la alerta y no conozco a muchos doctores Bernardo
Seler, así que decidimos apoyar… Cuénteme lo ocurrido.
—Es muy simple: llegué de trabajar, sonó la alarma y llegó la
policía. Eso es todo.
Mientras Bernardo hace su breve relato a Valle, ve cómo un
par personas con pantalón negro y chamarra amarilla, sin ningún
distintivo en el uniforme ni en el vehículo del que descendieron,
entran a la casa y se dirigen sin aviso al pequeño cuarto de circui-
tos en la base de la escalera. Uno de ellos porta una caja plástica
similar a las de pescar, pero, al abrirla, Bernardo puede apreciar un
pequeño monitor y algunos cables con diferentes conectores en las
185
puntas. Al abrir la puerta de los circuitos, conectan varios cables
y el monitor se enciende. Al Bernardo tratar de ver lo que hacen,
Valle lo toma del brazo y lo aleja del lugar.
—Parece que el problema es que los tiempos no coinciden.
Como sabe, la red de la policía puede tomar datos de los controles
generales de los edificios y vehículos para evitar ilícitos y lamen-
tablemente, usted pertenece al quince por ciento de la población,
que ya es registrable con el chip de reconocimiento. Pero casi podría
asegurarle que es un mal entendido…
La cara de Bernardo pasa del asombro al enojo y al desconcierto.
—No entiendo el problema. Salí de la clínica después de las ocho
y cuando sus agentes entraron a la casa, la computadora tenía un
error en la hora, pero esto no tiene nada que ver con la hora de mi
llegada a casa.
—Eso estamos verificando. ¿Por qué no revisa su casa? Así po-
demos un poco más tarde, llenar un reporte entre todos. Tómeselo
con calma, Doctor; es más, considere dos o tres días para revisar la
casa y levantar un acta complementaria en la que incluya lo que le
robaron; del acta de intrusión yo me encargo.
Bernardo intenta acercarse a los hombres de la base de la esca-
lera. Así, mientras habla el Capitán, él gira un poco y se dirige a la
parte baja de la escalera esperando ver qué hacen los dos hombres
de la caja de circuitos, pero ya no están. Sólo han pasado dos minu-
tos; debieran estar en la casa. Comienza a recorrer las habitaciones
sin verlos nuevamente. Valle no hace por continuar a su lado y se
queda en el pasillo que lleva a la cocina. La siguiente prioridad de
Bernardo es revisar la casa, así que trata de relajarse y recorre len-
tamente la casa. Las habitaciones en desorden, cosas tiradas, pero
las cosas de valor están en su lugar. El joyero donde guarda algunas
cosas de su esposa está intacto sobre la cómoda, pero los cajones
han sido sacados de su lugar. Es difícil saber si falta algo entre tan-
tas cosas revueltas. Se necesita recoger para saber qué falta, así que
busca a Valle. La casa ya se ha transformado en un hormiguero. No
están los dos oficiales del principio, para ese momento hay unos
diez, todos con uniforme policíaco y la placa con el identificador
luminoso en azul y rojo en el brazo.
186
Bernardo encuentra a Valle en la cocina hablando con los pri-
meros policías que llegaron a la casa. Al verlo entrar Valle deja la
plática y se acerca.
—¡Qué bueno que baja! ¿Encontró faltantes?…
—A decir verdad, no. Más Bien no puedo saberlo; esto es un caos.
—No se preocupe, como le dije, tiene tres días para levantar su
queja y denunciar los faltantes. Mientras, mis agentes continuarán
con su trabajo. ¿Le importa si trabajamos otro par de horas buscan-
do evidencias?
—No, adelante. ¿Quiere un café, Capitán? Pensaba prepararme
uno.
—Lo acompaño; así aprovechamos el tiempo.
No le agrada la disposición de Valle a pasar un tiempo con él;
a pesar de haberle dicho que no tenía problemas en que su gente
trabajara, Bernardo quiere desesperadamente quedarse solo. Esa
noche su vida ha sido violada dos veces, una ilegalmente y otra
con todas las de la ley… ¿o ambas han sido iguales?
—¿Sabe, Doctor? Como autoridad competente tenemos la ca-
pacidad de accesar a redes de información privada mediante una
autorización judicial en casos como el suyo, sin necesidad de mo-
lestar a un juez, y debe saber que desde lo ocurrido en la clínica lo
he venido vigilando de cerca pensando en que podía ser atacado
por nuestro paciente supuestamente muerto. Y con esto no quiero
decir que tenga evidencia de que está vivo, sino más bien que aún
dudo que esté muerto. En fin, como le decía, he venido mante-
niendo una vigilancia pasiva de su vida, sin ponerle una escolta que
lo siga, pero hoy me desconcertó…
Tras un corto silencio que Bernardo utiliza para pensar rápido
qué decir y decidir en dejar que Valle siguiera hablando.
—Hoy salió muy tarde y regresó extrañamente temprano; sólo
trabajó una hora y durante ocho horas destrozó su propia casa.
—Creo que su discreta vigilancia se durmió igual que yo esta
mañana; en parte tiene razón, me levanté tarde y llegué muy tarde
a trabajar, como nunca en mi vida lo había hecho, pero salí de la
clínica después de las ocho y el personal del turno de noche se lo
puede confirmar…
187
—Ya lo haremos en su momento, pero sí quiero comentarle que
tanto el reloj de la computadora de control de la clínica como la
del coche que indica su hora de encendido, kilómetros recorridos
y hora de apagado y que además desde ese momento no ha en-
cendido de nuevo… ¡Ah! y la computadora de su casa, que indica
su hora de llegada a casa a las trece horas con seis minutos, que
coincide con la clínica y el auto, además de una instrucción suya
de emergencia a las veintiún horas con seis minutos y una instruc-
ción de borrado de archivos de las últimas ocho horas. Como verá,
todo apunta a que cualquier testigo que presente puede ser poco
creíble.
—Si me está acusando de algo, dígamelo.
—En realidad sólo de hacerme perder tiempo. Usted es dueño
de sus cosas y puede destruirlas si quiere… Sólo espero que esto no
sirva para complicar más las cosas sobre lo ocurrido en la clínica.
Sólo recuerde que pienso estar observándolo.
Valle deja la tasa sobre la barra de la cocina y sale lentamente,
dejando a Bernardo sin saber qué dijo. Desde la llegada de Valle esa
noche, Bernardo ha tenido la sensación de que algo no le parece
correcto. Valle ha llegado sólo unos instantes después de la primera
patrulla. Los primeros policías tenían información en cuestión de
minutos de los tiempos de entrada y salida de la clínica y no eran
reales. Es como si alguien empezara a manipular su vida, su infor-
mación, sus datos…
Ya no intercambia palabra con nadie más hasta que todos se re-
tiran de la casa. Son más de las tres de la mañana cuando el último
investigador se larga y lejos de sentir descanso, al cerrar la puerta y
ver al interior de la casa, bloquea su mente y, como un autómata,
levanta objetos tirados por todas partes. Empieza por el pasillo, lue-
go la sala donde se siente extraño. Hace meses que no entra y verla
así le descompone el alma; fue levantando objetos poco a poco, en
algunos deteniéndose a mirarlos con extrañeza. Una foto con su
esposa… Hace mucho que no la ve; tiene el marco descuadrado y
el cristal roto en pedazos; es como si todos los recuerdos le llegaran
de pronto, sin darse cuenta, la resaca de las últimas semanas, los
eventos del día, y los tristes recuerdos lo han puesto en un rincón
188
sentado en el suelo abrazando sus rodillas… llorando. Ha llorado
más en estas dos últimas semanas que en toda su vida.
Tarda un par de horas en serenarse y decidir dejar todo como
estaba y acostarse a dormir. Arrastra los ojos todo el trayecto y con
rumores en el estomago que ya manifiesta la inminencia de una
úlcera por las últimas jornadas a base de café. El cansancio pron-
to lo vence y duerme profundamente hasta que a las cinco de la
mañana se despierta sobresaltado. Entre sueños, todos los eventos
de los días pasados lo han atacado. Las pesadillas sobre asesinos
nocturnos y datos ocultos le han mantenido tenso. Se sienta en la
cama y viendo un poco al infinito, decide levantarse. Su corazón
está agitado. Le duelen los músculos del cuerpo. Ha dormido apre-
tando las manos y los dientes y está pagando el precio de la tensión
corporal con punzadas y dificultad para moverse. Como si hubiera
pasado la noche en el gimnasio… sudando… tenso… nervioso…
muy cansado. Lentamente se endereza y camina al baño; tras un
duchazo con agua muy caliente, baja a la cocina donde con pan y
un poco de jamón, se procura el desayuno. Mientras mira su entor-
no, una pequeña batalla se ha librado entre sus pertenencias y un
anónimo desgraciado que ha roto más el ánimo de Bernardo que
sus objetos personales. Continúa con el levantamiento de objetos,
la tristeza lo ha llenado como sólo tras la muerte de su esposa, se
siente despojado de lo más íntimo. Su mente opera en blanco sin
pensar en nada, sólo comenzando a colocar poco a poco lo que a
su paso quedaba casi automáticamente.

189
Después de lo pasado…
Un día normal, ¡por favor!

El sonido de la puerta le hace reaccionar; Patricia llega a casa como


todos los días a las siete de la mañana para realizar las tareas del
hogar. El sonido de la puerta fue seguido por un grito.
—¿Doctor Seler?… ¿Está bien doctor?
Bernardo sale del comedor donde ha llegado entre las muchas
vueltas que lleva colocando cosas al azar. No ha tenido humor
para vestirse y luce desconocido para Patricia, con unos pantalones
deportivos y una playera, descalzo y sin peinar.
—Buenos días. No te asustes. Ayer hicieron una fiesta en casa
pero no me invitaron. Necesito ayuda para ordenar esto. La casa
está hecha un caos. ¿Podrás quedarte un tiempo extra hoy?
—Por supuesto, Doctor, pero ¿usted está bien?
—Sí, la verdad es que alguien entró ayer antes de que yo
llegara… ¿A qué hora te fuiste ayer?
—Como a las doce y media.
Bernardo extravía la mirada razonando las horas: desde la salida
de Patricia hasta su llegada ha pasado poco más de las ocho horas
que Valle le cuestionó en su singular interrogatorio. De pronto re-
cuerda que la computadora tiene la hora equivocada…
—Computadora activa.
—Buenos días, doctor Seler. Tiene dos mensajes en la bandeja
de entrada.
—¿Qué hora es?
—Siete de la mañana con cuarenta y seis minutos.
—Registro de actividades de ayer entre las trece horas y las vein-
tiún horas.
—Ninguna actividad.
—Hora de la emergencia.
—Ninguna emergencia registrada.
—¿Emergencia en las últimas cuarenta y ocho horas?
—Ningún registro.
—Desactivar.
Seguramente los policías de la chamarra amarilla habían borra-
190
do lo ocurrido y corrigieron el reloj interno. Ahora no puede estar
seguro de ninguno de los datos de la computadora. Se dirige a la
pequeña puerta del cuarto de circuitos donde se encuentra tanto la
computadora como las conexiones de cada monitor, micrófonos y
bocinas de la casa. Al abrirlo no encontró nada raro, pero eso tam-
poco es muy alentador. Bernardo no es precisamente un erudito
en electrónica, así que pueden haber hecho cualquier cosa y él no
enterarse. Detrás de una puerta plástica transparente ahumada, el
pequeño cuarto tiene dos paneles de circuitos con tarjetas inserta-
das en casi cuarenta bahías sin que supiera a ciencia cierta de qué
es cada una o si todas estaban ayer.
Patricia recorre las habitaciones recogiendo cuanto estaba a su
mano. En media hora cambia el panorama. Poco tiene Bernardo
que hacer ante la capacidad de orden de esa mujer corpulenta, así
que viendo la hora decide marcharse a trabajar y dejar atrás este
trago amargo. Sube a vestirse y unos minutos después está en ca-
mino a la clínica. En su recorrido sus ojos revisan constantemente
los espejos; cada coche le parece sospechoso y conduce temeroso
y errático hasta la clínica cambiando la ruta usual, y haciendo al-
gunos giros inesperados de vez en cuando. Aparentemente cada
persona lo observa. Quizás la gente del Archivo de la Humanidad
ha dado con él. Es posible que todo fuera un teatro montado alre-
dedor de él para cercarlo y, como le dijo Tomás, eliminarlo de las
estadísticas. Tiene miedo… muchísimo miedo.

191
Entre recuerdos y copas…
Sin esperanzas de lograrlo

No obstante, tras una mañana tranquila de trabajo y una tarde en-


tre aburrida y relajada, el temor lo sigue a cada paso…
Bernardo no quiere regresar a casa. Se ha pasado el día llamando
al teléfono de Patricia a ver que estuviera bien, hasta prácticamente
hartarla; comió con Braulio en el comedor de la clínica comentado
con él lo ocurrido anoche (la invasión de su casa) y por un momen-
to estuvo a punto de contarle la historia de Tomás. No sabe qué
hacer y Braulio siempre ha sido de su confianza. Quizás hablar un
poco del tema le ayudaría a pensar claro y dejar todas las paranoias
adquiridas atrás. Pero se detuvo. En algún momento pensó que si
empezaba a hablar no podría parar. Sin saber cómo lo logró, no
dijo nada, aunque pensándolo después y regresando a sus miedos
hubiera sido mejor hacerlo. ¿Qué tal si algo le ocurría? Nadie sabría
la verdad. En su regreso a casa Tiene que pasar el camino que tanto
le gusta y ahora le parece el lugar perfecto para una emboscada.
Oscuro, solitario, alejado de la población. Nunca pensó temerle a
su paseo favorito.
Al llegar, todo se ve normal, como si nada hubiera pasado. Al
entrar como cada noche la computadora se enciende y lo saluda, y
pegado al refrigerador con un imán hay una nota de Patricia: hace
apenas unos minutos que se había ido, dejándole sobre el escritorio
del estudio algunas cosas que no supo qué hacer con ellas. Por lo
demás todo está en su lugar: parece mentira, son apenas las siete y
media y ya estaba en casa en paz. La jornada anterior ha quedado
atrás, su cuerpo pide a gritos un día normal como los de antes, el
cansancio se empieza a ver en el marco oscuro que las ojeras pro-
ducen en sus ojos.
Normalmente la tele no es su mejor alternativa, pero esa tarde
noche destapa una cerveza del refrigerador que seguramente se en-
friaba por más de dos años y, con una bolsa de pretzels caducada
que encuentra en una puerta de la cocina, se tira en el sillón y
enciende el televisor en el justo momento en que Indiana Jones
recuperaba la estatua del mono de oro. Estaba sintonizado el canal
192
de cine del recuerdo y no puede ser mejor. Esto es lo que le hace
falta: algo tan intrascendente que le lleva a dormir casi tan rápido
como se recostó.
Más de cuatro horas muy profundas de sueño y un sobresaltado
despertar causado por los balazos en el televisor que, en la mezcla
con el sueño en que se halla, le provocan taquicardia. Ve su entor-
no y mientras cobra conciencia de dónde está, mira con extrañeza
los juegos de luces y sombras causados por la iluminación cam-
biante de la pantalla, que hacen poco reconocible la habitación.
Hace mucho que no dormía viendo la tele, estirándose un poco se
pone de pie y se encamina a su cama a continuar durmiendo. Es
apenas la una de la mañana.
La noche es joven y puede descansar más sin ningún remordi-
miento. Sin embargo, al poner su cabeza en la almohada y ver el
reloj digital en el buró, es la una de la mañana con un minuto…
una cero uno. Esta imagen lo levanta de golpe de la cama. Entre
tanto ajetreo han pasado a segundo término los dibujos de To-
más. ¿Cómo hacer para pasar las cadenas de datos de corrido y
sin errores? Sentado en la cama de pronto creció su inquietud aun
más. ¿Dónde están los dibujos? No recuerda haberlos visto desde
el ataque a su casa.
Baja corriendo la escalera y comienza a buscarlos. No están por
ningún lado. Los ha dejado casualmente colocados y ahora ningu-
no está. Recordando el escrito de Patricia, camina hasta el escrito-
rio del estudio, pero no halla ninguno. Quizás ése era el objetivo
de la persona que entró a su casa.
Observa al estante donde colocaba los libros grandes. Aparen-
temente no ha sido tocado. El enorme atlas sigue en su lugar y al
abrirlo encuentra en el interior los dibujos que había metido. Son
sólo ocho, la colección está incompleta, y con ello el programa.
Fuera lo que fuera, el programa ya no puede ser ejecutado.
Quien se hubiera llevado los otros dibujos no tiene idea de cuán-
tos son. Bernardo está seguro de que cuando menos no se trata de
Tomás. Se sienta en el escritorio y mirando su entorno es invadido
de nuevo por la tristeza. Los muebles que tenían chapa han sido
forzados y a pesar de que Patricia ha dejado todo en orden, las
193
cicatrices que deja la invasión por todos lados sólo le recuerdan el
triste acontecimiento.
El pensar que había roto y tirado al retrete las instrucciones de
uso, los correos llegados y el recorte de periódico de Tomás, le tran-
quiliza. Por otra parte, y a pesar de sus dudas, cada vez piensa más
claramente en la historia de Tomás. Cada vez está más seguro de
lo que pasa. Por su estupidez habían identificado a Tomás y ahora
quieren cazarlo; el propio Valle lo dijo claramente pero hasta ese
momento lo entendió: había perseguido a Daniel Newman hasta
que murió en un accidente automovilístico; quizás esta vez sí lo ha
alcanzado; el policía alardeó de la capacidad que le da la ley para
entrar a los sistemas… ¿Pudo haber sido Valle quien mató a Tomás?
La lógica de Bernardo empieza a trabajar en una nueva vía: no sólo
están sus datos a merced de un grupo que no puede identificar. Lo
están investigando muy de cerca.
Se sienta en el estudio. Ahora toda la historia toma forma ante
sus ojos y la incredulidad de su mente. Bernardo se reclina en el
sillón viendo al techo. Su mente analiza fríamente cada aconte-
cimiento de la última semana, pero no con la visión que le ha
brindado vivir cada uno de los eventos. Esta vez puede poner en
práctica su análisis de detalle, revisar los pequeños rasgos que hi-
cieron cada momento. Tomás le dijo la verdad aunque le costara
trabajo admitirlo y cada vez que reflexiona sobre el tema llega a la
misma conclusión: Tomás tenía razón.
En esa misma actitud reflexiva, se topa con pared… No se pue-
den completar las instrucciones. Falta la mitad de los datos. La
mente de Bernardo está bloqueada. No hay mucho que hacer. Sin
embargo, una nueva reflexión llena su mente: “ellos saben que To-
más me dio la información antes de morir”. Recuerda las palabras
de Joel cuando le explicó que era importante que nadie lo viera
salir con ese paquete del hospital y por eso se lo mandaba por co-
rreo. Aun así, habían entrado a su casa a buscar los dibujos; alguien
ya sabe el método de Tomás para escribir información. ¿Cómo?
Nunca había recibido visitas; la única opción son las cámaras de
la clínica; debe ser alguien con acceso a las cámaras… Un policía.
Después de unos instantes y decepcionado endereza la silla
194
—Activo.
—Buenas noches, doctor Seler. Tiene tres mensajes en bandeja.
—¿Remitentes?
—Uno de Salomón y dos de ventas; direcciones no bloqueadas
de spam. ¿Desea leerlos o se bloquean en automático?
—Pon el de Salomón y bloquea las demás direcciones.
El pequeño monitor del escritorio se abre y aparece una imagen
llena de dibujos de serpentinas y explosiones de fuegos artificiales
y un texto que aparece poco a poco: “Por fin se terminó la escuela,
te veo en una semana después del baile de graduación. Te quiere
Salomón”.
Bernardo sonríe por primera vez en semanas. Desde la muerte
de su esposa lo más doloroso en su vida ha sido la separación de
su hijo y, al fin lo verá de regreso, ahora como todo un profesio-
nal. Noticias buenas. La mente de Bernardo viaja por un extenso
recorrido entre el nacimiento de Salomón y el día de hoy. ¡Cuántos
recuerdos juntos!
—Despliega imágenes de álbum Salomón en monitor, y pon
música tranquila.
—Desplegando en pantalla.
En el pequeño monitor comienzan a aparecer fotografías de
Salomón que se entremezclan con un fondo musical de New Age.
Las imágenes vienen acompañadas de una buena dosis de senti-
mientos y recuerdos. Sin dejar de ver el monitor se levanta y se
acerca a un librero con dos pequeñas puertas. Abriéndolas saca
una botella de escocés y un vaso Old Fashion y llenándolo casi a la
mitad, se sienta de nuevo. Entre la enorme cantidad de fotos que
aparecen y algunos pequeños sorbos de whisky, se relaja y puede
disfrutar de los recuerdos, las fotos y la música… Casi veinte minu-
tos en los que se resume la vida de su hijo…
—¿Fueron todas?… ¿No hay más fotos en el álbum?
—Álbum completo desplegado… ¿Desplegar otra vez?
—No… Desactivar.
Bernardo se levanta y caminando a la habitación habla solo.
—¡Qué lástima! Fueron pocas fotos. Siempre pensé que había
tomado las suficientes… ¿Cómo no tomé más?
195
Sus propias palabras lo hacen reaccionar. De súbito desvía su ca-
mino y va directamente al escondite donde había dejado el paquete
para Salomón… Saca la tarjeta de memoria y corre al despacho.
—Activo.
—Buenas noches, doctor Seler. Ningún mensaje de entrada.
Bernardo coloca la tarjeta en la ranura junto al monitor sobre
la mesa.
—Baja los archivos a un directorio nuevo, nómbralo “arte”.
—Realizado.
Bernardo toma la tarjeta y la regresa al paquete. Lo deja nue-
vamente en el escondite y regresa al despacho, sentándose rápida-
mente.
—Numéralas en orden ascendente desde el uno.
—Realizado.
—Presenta imagen uno.
—Desplegando en monitor.
—Divide en renglones y columnas según espacio entre caracteres.
—Realizado, trescientas sesenta y seis columnas y ciento veinte
renglones encontrados.
—Elimina los últimos tres renglones.
—Realizado.
—Identifica los puntos como cero y las líneas como uno.
—Realizado.
—Guárdalo con el nombre datos y el mismo número que le diste
a la imagen.
—Realizado.
—Haz lo mismo con todas las imágenes.
Después de un par de minutos, la computadora continúa.
—Realizado.
—Imprime una placa de muestra de todas las imágenes con su
número de identificación.
La impresión sale y Bernardo la toma. Se sienta nuevamente, mar-
cando los años bisiestos y los normales. En los últimos días había visto
tantas veces estas imágenes que sabe de memoria el orden, así que,
tomando la hoja impresa con las imágenes en miniatura, comienza a
numerarlas el orden de años que tanto trabajo le ha costado entender.
196
—Renombra los archivos en el siguiente orden: nueve es prime-
ro, siete es segundo, dieciocho es tercero, catorce es cuarto, once es
quinto, tres es sexto, cuatro es séptimo, seis es octavo, dieciséis es
noveno, uno es décimo, cinco es decimoprimero, dos es decimose-
gundo, diecisiete es decimotercero, quince es decimocuarto, trece
es decimoquinto, ocho es decimosexto, doce es decimoséptimo,
diez es decimoctavo.
—Realizado.
—Encadena datos en un solo archivo comenzando en orden
progresivo renglón uno de imagen uno, hasta terminar todos los
renglones de la misma imagen y encadena los datos de la imagen
dos en el mismo orden, siguiendo hasta la imagen dieciocho…
—Realizado.
—Grabado como archivo “arte numérico”
—Realizado.
Bernardo no puede creerlo. Ha rescatado todos los archivos y
no sólo eso, todos los datos estaban capturados en una sola línea y
le había llevado apenas veinte minutos. Es difícil de creer que tuvo
la solución en sus manos todo el tiempo. Duda mucho antes de dar
la última instrucción…
—Ejecuta código binario archivo arte numérico.
Unos muy largos segundos pasan sin una respuesta.
—Código binario ejecutado. Tiene un nuevo mensaje en la ban-
deja.
—Remitente.
—Leviatán.
—Ábrelo en pantalla.
—Desplegando en monitor.
La pantalla presenta sólo un renglón “algo hiciste mal”. Bernar-
do se sorprende: esperaba que todo hubiera estado bien, así que
revisa de nuevo…
Por la brevedad del mensaje se dirá que Tomás había dejado
una serie de filtros para verificar que la información fuese correcta;
quizás los primeros renglones son el detonador de que un encade-
namiento de código binario sea recibido o rechazado; era posible
que hubiera usado un digito verificador o que simplemente no
197
tuviera sentido… Necesitaba Bernardo tratar de nuevo y hacerlo
las veces que sea necesario.
—Borra archivo arte numérico.
—Realizado.
—Inicia con el archivo datos decimoctavo, toma renglón uno
como inicio y encadena los renglones progresivamente hasta termi-
nar y grábalo como binario dieciocho; después haz lo mismo con
el decimoséptimo y así hasta el primero.
—Realizado.
—Ahora junta los archivos en uno sólo iniciando por el deci-
moctavo y terminando por el primero.
—Realizado.
—Graba el resultado como archivo arte dos.
—Realizado.
—Ahora ejecuta código binario archivo arte dos.
Comenzaron a pasar los segundos, y después minutos, sin que
existiera respuesta alguna, Bernardo sirvió nuevamente el vaso de
escocés y tomo un par de tragos que apenas humedecieron sus
labios. No había ninguna respuesta y el monitor permanecía en
blanco.
—Estado del proceso.
—Ejecutando código binario, grafica de avance en monitor.
El monitor despliega una pequeña barra de ejecución que mar-
ca el porcentaje de avance. Han pasado unos cinco minutos y el
avance es de menos del dos por ciento. El tiempo sigue pasando y
lentamente avanza la gráfica, pero antes de llegar a diez por ciento
Bernardo se ha quedado dormido en el sillón.

198
Parecía haber terminado…
¿La vida es justa?

La puerta se abre y el ruido despereza a Bernardo. Es Patricia tan


puntual como los vuelos transcontinentales. Bernardo abre los ojos
entre asustado y apenado al verse dormido en el despacho y con
una copa en la mano. Patricia no lo ve en su camino directo a la
cocina. Mira el monitor: la barra de avance da por terminada la
ejecución.
—Estado del proceso.
—Terminado.
—¿Algún mensaje?
—Bandeja vacía.
—Desactivar.
Bernardo se levanta y va a la cocina donde Patricia se pone el
delantal para empezar la limpieza de la casa.
—Buenos días, Patricia.
—Buenos días… Necesitamos un café, ¿verdad? —dice al ver las
condiciones en que está Bernardo, mientras le sonríe.
—Estaría bien.
—¿Quiere darse un baño mientras que le preparo uno de mis
famosos desayunos y un buen café?
—Creo que sí. Te tomo la palabra… Ahora regreso.
Bernardo sube a la recámara, pasa al baño y se rasura. Luego
desciende como un hombre nuevo. El olor a café recién hecho,
pan tostado y huevos le cambia el semblante. Por fin ha dejado
atrás el capítulo. No sabe lo que ha hecho, pero ya no tiene cabos
sueltos con respecto a lo ocurrido. Mientras se acerca a la mesa co-
mienza a escuchar el noticiero matinal que Patricia sintoniza en el
monitor de la cocina. ¡Qué diferente puede ser la vida con un buen
baño! Habiendo descansado y con la cabeza limpia por dentro y
por fuera.
Sentándose a la barra de la cocina, saborea un desayuno casero
que le hacía mucha falta. Su semblante ha rejuvenecido diez años
en esos pocos minutos. El sol entra por la ventana y parece un her-
moso día. Esta vida es la que le gusta, ésa es su vida, con paz en el
199
desayuno, tiempo de descanso, días de buen trabajo y que corren
rápido mientras atiende a los pacientes y lento cuando se sienta a
leer un buen libro… Así le gusta. Sólo han pasado horas desde el
último trajín con el caso Tomás, pero ya se siente aliviado. Aún
no sabe como todo se ha ido hilando para llegar a ese momento.
Tiene que limpiar los archivos de la noche anterior para liberarse
completamente de lo ocurrido e iniciar el primer día de una vida
más tranquila. Así que al terminar el desayuno y ya arreglado para
salir a trabajar, pasa nuevamente al despacho sólo para cerciorarse
de que todo ha terminado y no es un sueño…
—Activo.
—Buenos días, doctor Seler. Tiene un acceso directo en su
bandeja.
—¿Quién es el remitente?
—Es un acceso directo, no tiene remitente.
—Ponlo en pantalla.
—Desplegado.
En el monitor aparece un recuadro con la leyenda “clave de
acceso” y un espacio en blanco. El resto del monitor con un azul
profundo que cambia degradándose al azul claro y regresando a los
casi negros.
—Eliminar.
—Imposible eliminar, es un acceso directo; requiere su pass-
word.
—No se puede desactivar.
—Imposible desactivar: es un acceso directo; requiere su pass-
word.
—¿Cuál es su origen?
—La red.
—¿Autor, remitente, destino?
—La red.
Guardando silencio trata de pensar. No esperaba seguir con es-
tas tribulaciones. Había que intentar de algún modo…
—Prueba con “Tomás”.
—Acceso denegado.
—Daniel.
200
—Acceso denegado.
—Newman.
—Acceso denegado.
—Pah-ef.
—Acceso denegado.
—Humanidad.
—Acceso denegado.
Como un cubetazo llega el testamento a la memoria de Bernar-
do… Ya lo había destruido con los demás papeles y la foto… Decía
la clave es de quien menos lo esperas…
—Sayer.
—Acceso denegado.
—Samuel.
—Acceso denegado.
Otra vez se le calienta la cabeza y esto no le ayuda a pensar.
Entre las ganas de seguir intentando claves, decide darse tiempo
para pensar y ordenar posibles claves. Lógicamente el propio To-
más le ha dado la clave y la solución, pero no puede hallarla tan
apresuradamente.
—Eliminar archivo Arte.
—Eliminado.
—Procura mantenimiento de unidades de almacenamiento y
limpieza de archivos.
—Imposible programar.
—¿Cuál es razón?
—Bandeja de entrada en uso con acceso directo.
—Desactivar.
—Imposible desactivar con acceso directo activo; se requiere su
password.
Ante la desesperación Bernardo opta por la calma… Da la vuel-
ta y despidiéndose de Patricia sale de casa…

201
Dispuesto a estar bien…
Alguna razón para llorar

No está dispuesto a estropear el día. Un buen camino con buena


música, en la clínica el tiempo se ve intercalado entre los momen-
tos de trabajo intenso, con los pequeños descansos en los que en
un pedacito de papel ha anotado alternativas de claves que van
ocurriéndosele a lo largo del día. Luego de una breve comida con
Braulio y unas cuantas terapias individuales, un poco el destino y
otro poco la costumbre lo hacen llegar a la otrora habitación de
Tomás. El mobiliario básico, la silla, la mesa y la cama era lo que
adorna el interior, pero la atención de Bernardo se dirige a la esqui-
na atrás de la mesa; sentado con las piernas cruzadas y con la cara a
la pared está Miguel… Tiene la vista perdida en el infinito, un plato
de plástico color amarillo en las manos y lágrimas en los ojos… Es
como si supiera que Tomás ya no regresará. Al verlo Bernardo se le
acerca y, poniéndole la mano en el hombro, se sienta junto a él en
el suelo recargando la espalda en la pared para quedar casi frente
a frente.
—Hola, Miguel… ¿Qué haces aquí?… ¿Saben que estás aquí?
Bernardo sabe que ninguna de sus preguntas iba a ser respondi-
da. Por un momento entendió a Tomás cuando hablaba con él…
Puede hablar sin que su confidente fallara a su confianza…
—Yo también lo extraño. Sé que era un buen hombre y que no
me di cuenta a tiempo. Debía de ser más humano y menos psicólo-
go; por ejemplo tú, Miguel, hasta hoy nunca hablé contigo como
si lo hiciera con un amigo. Ésa es otra de las lecciones que aprendí
en este episodio. Podría decirte lo duro que han sido estos últimos
días; podría pensar que es un castigo divino, pero mi vida no ha
sido como para castigarla. Si bien no soy un santo, jamás he hecho
mal a nadie, además de que ya sufrí lo que me tocaba. Perdí a mi
esposa cuando más la necesitaba; después mi hijo se fue a estudiar
lejos y pasé de ser el feliz padre de familia que siempre reía al solita-
rio doctor que se refugia en el estudio para matar su soledad. Hace
unos días que me siento más humano. ¿Sabes? Creo que los malos
momentos me están haciendo más sensible, pero ¿qué puedo yo
202
decirte, Miguel? Sé bien que escuchas y que estás atrapado. De vez
en cuando así me siento, atrapado… Me gustaría ser libre; no en
el sentido que el mundo da, en ese sentido que sólo tú sabes, libre
para comprender, para hablar, para poder expresar esas cosas que
guardas con recelo y que debiste dejar ir hace mucho. Imagínate
nada más, liberar rencores y angustias ¿Qué sientes tú, Miguel? Un
cuerpo que te ata y una mente que, a su modo, viaja libremente
por las ideas, sin poder terminar con este eterno aislamiento que la
vida, en una cruel jugada, te impuso. ¿Que veía en ti Tomás, ade-
más del silencioso confesor que nunca lo defraudó desperdigando
sus secretos? Si supieras que, en ocasiones, tengo envidia de la in-
consciencia que protege del exterior a algunos de mis pacientes…
Los hace invulnerables, casi indestructibles. Sé que me entiendes,
Miguel; sé que lo extrañas tanto como yo.
Los ojos de Miguel se inundan y comienza a balancearse adelan-
te y atrás bruscamente, sin dejar de mirar el infinito. Abre y cierra
la mano derecha mientras que, con la izquierda, sujeta el plato de
plástico y mantiene la boca apretadamente cerrada. Su tono mus-
cular ha cambiado del relajamiento en que normalmente se le veía
a una tensión que puede notarse a simple vista en su cuello. A pesar
de ser rítmico su balanceo ha dejado de ser un oscilar del cuerpo y
ahora parece un agresivo impulso que sólo es frenado para iniciar
un impulso opuesto. Casi puede leerse rabia en sus gestos, pero
su mirada es suave y como siempre está perdida en un punto tan
lejano como su posibilidad de cura.
—¿Así hablabas con Tomás? ¿De qué te hablaba? Déjame pen-
sar… Te contó historias de gente del futuro y de números y acerti-
jos. Te contó de los superpoderes que lo hacían el único ser capaz
de salvar a la humanidad y de cómo no podía contárselo a nadie
porque ponía en peligro su identidad, tal y como lo hizo al contár-
melo a mí Tú resultaste ser mejor confesor, cuando menos no lo
mataron por tu culpa; te contó su vida, te contó que de ser una per-
sona normal tuvo que convertirse en un ser diferente con secretos
y personalidades que, en parte, eran de espía y en parte de mártir…
como novelas policíacas de ciencia ficción. ¿Sabes qué es lo peor
de todo, Miguel? Ésos no eran cuentos. Tomás te contó toda la
203
verdad, una terrible verdad que hoy siento que obsesiona todo lo
que hago y que por momentos me hace sentir que no existe, pero
que, al abrir los ojos y ver alrededor, comprendo que vivimos en
un tablero de ajedrez en que otros son los que deciden cómo nos
movemos y cuándo sacrificarnos por otros. Verdaderamente envi-
dio tu inconsciencia. Antes viajaba con la imaginación armando
románticos paseos con mi esposa cerca de la torre Eiffel. Hoy mis
sueños son de terror al recordar cómo la vida se le fue mientras
yo no podía liberarme para ayudarla… Me encuentro atado y sin
poder liberarme para ayudarla.
Ahora son los ojos de Bernardo los que están llenos de lágrimas.
Los recuerdos lo ponen siempre triste, pero ahora lo han quebran-
tado y llora. Desde la muerte de su esposa no había podido hacer-
lo, primero por la entereza que tuvo que demostrar a Salomón y
después se había vuelto cada vez más duro, evitando relacionarse
más allá del límite profesional o amistoso. En la vida sólo tenía a
su hijo y ya ha pasado mucho tiempo sin verlo. Mientras sus pensa-
mientos se fugan entre liberación y llanto, su vista es llamada fuer-
temente por la mano derecha de Miguel que estira bruscamente
el dedo índice y después cierra el puño varias ocasiones poniendo
nuevamente el índice recto.
—Me quieres decir algo, ¿verdad?
Sin mover más que la mano al hacer su balanceo adelante y
atrás, Miguel sigue estirando el índice y cerrando el puño repeti-
damente.
—Es algo que te dijo Tomás ¿verdad?
La mano de Miguel se abre completamente por unos instantes y
luego comienza de nuevo… El índice, el puño, el puño… Bernar-
do saca el papel donde había anotado las claves posibles.
—Son ceros y unos ¿verdad?… Déjame anotarlos.
Apresuradamente anota las señas traduciéndolos en ceros y
unos. La mano de Miguel se abre y comienza de nuevo. Es una
cadena de ceros y unos. Las mismas señales se repitieron una y
otra ocasión , uno, cero, cero, uno, cero, uno, uno, uno, cero, uno,
cero, uno, cero y de nuevo…
—¿Cómo pudo enseñarte esto? Ese desgraciado resultó ser mejor
204
que yo, Miguel. ¿Te das cuenta? Te estás comunicando. No estás
aislado.
Bernardo guarda el papel y por más de dos horas habla a Mi-
guel. Aunque la expresión facial de Miguel no cambió en ningún
momento, sus ojos brillan y su balanceo es armónico y no frené-
tico, como en muchos momentos. Sin darse cuenta, Bernardo se
halla en la misma situación en la que tantas veces vio a Tomás. En
los últimos días se dio cuenta de los pequeños detalles que siempre
estuvieron frente a sus ojos. Él se consideraba un buen observador,
pero algunas cosas es necesario verlas sin el tamiz de las enseñan-
zas de la escuela. La relación de Tomás y Miguel era real, y no una
extraña adopción, como pensó en algún momento. En su ceguera
no había podido ver la profundidad de las enseñanzas que le dio
Tomás. Sin decir nada, se da cuenta de la persona que oculta detrás
de sus secretos: fue una buena persona llena de sorpresas y que se
dio la oportunidad de ayudar al más indefenso, al que nadie hacía
caso, al que parecía no tener esperanzas, aun cuando él mismo
tampoco las tuviera …
Sentados en el suelo son sorprendidos por Joel que llega a su
último turno.
—Hola, Doctor. Veo que encontró a Miguel.
—Hola, Joel. Hace un rato que estamos juntos. Creo que tuvi-
mos una excelente sesión.
—Creo que antes de irme voy a cambiar a Miguel a esta habita-
ción. Le sienta bien y todos los días busca venir. Creo que extraña
a Tomás.
—Todos lo extrañamos. Me parece bien el cambio. Hoy es tu
último día ¿verdad?
—Quiero pensar que mañana es mi primer día de vida libre, así
los extrañaré menos. ¿Qué digo? ¡Quién extrañaría un lugar así
pudiendo vivir de vacaciones!
Ambos sonríen. Joel ayuda a Bernardo a levantarse y entre los
dos ayudan a Miguel conduciéndolo a su habitación mientras Joel
prepara el cambio de cuartos. El horario de llegada de Joel a la
clínica está ligado a la salida de Bernardo, pero esta tarde los en-
fermeros han preparado una despedida para el enfermero. Así que
205
entre un pastel y un brindis sin alcohol, la salida de Bernardo se
prolonga un par de horas y lo hace sin ninguna prisa. Igualmente
sin prisa maneja y sin prisa entra a casa. Esta vez la terapia la ha
recibido el tratante…

206
Regreso a casa…
Clave para la clave de la clave

Apenas cruza la entrada y la computadora registra su chip de iden-


tificación…
—Buenas noches, doctor Seler, tiene un acceso directo en su
bandeja… Requiere de su password.
—Ya lo sé. Ya lo daré… Primero déjame cenar.
La presión ya ha pasado y Bernardo está seguro de tener la clave.
Sube a su habitación y se cambia por ropa más cómoda, baja a la
cocina y tras cerciorarse de que Patricia no le ha dejado ningún re-
cado en su acostumbrado imán, examina el refrigerador buscando
algo de cenar. Un poco de espagueti con tomate está en un refrac-
tario con un aspecto de “cómeme” al que no puedo resistirse. Tras
calentarlo y servirlo acompañándolo con un enorme vaso de agua,
cena con hambre del día como por primera vez en días, y se da el
tiempo de disfrutar los alimentos que le saben a gloria; se da tiem-
po para sentirse satisfecho. Deja el refractario y el vaso en la barra
de la cocina, sube a la recámara y busca en el bolsillo del saco, en-
cuentra el papel con la clave que Miguel le ha mostrado a señas.
Regresa al estudio y se sienta casi dejándose caer.
—Ahora sí: la clave es uno, cero, cero, uno, cero, uno, uno, uno,
cero, uno, cero, uno, cero.
—Acceso denegado.
La cara de Bernardo cambia entre el día y la noche… “Como
que denegado” pensó…
—Tratemos al revés: cero, uno, cero, uno, cero, uno, uno, uno,
cero uno, cero, cero, uno, cero, cero, cero.
—Acceso denegado.
La solución debe de estar frente a sus ojos… Quizás sea al revés:
los ceros eran unos y los unos ceros. Eso era digno de Tomás y sus
adivinanzas.
—Probemos al revés: cero, cero, cero, uno, cero, cero, uno, cero,
uno, uno, uno, cero, uno, cero, uno, cero.
—Acceso denegado.
—Utiliza los últimos números en sentido opuesto.
207
—Acceso denegado.
—¿Alguna traducción de código binario?
—Primera cadena traducción “W H”; ambas mayúsculas.
—En sentido inverso, sólo la primera secuencia de ocho dígitos sig-
nifica línea vertical negrilla; el segundo grupo no tiene significado.
—Utiliza clave W H.
—Acceso denegado.
—Trata con H W.
—Acceso denegado.
—No puede ser. Tomás escribió. “la clave es de quien menos lo
esperas”. La clave me la dio quien menos esperé, así fue… ¿Cómo
podía yo pensar que Miguel me diera la clave?
La computadora interrumpe a Bernardo en su monólogo.
—Acceso autorizado.
—¿Como autorizado…? ¿Autorizado con qué clave?
—Autorizado con la clave “Miguel”
—No eran los ceros y los unos… Era Miguel… ¡Desgraciado!
Le enseñó a llamar mi atención. Sólo quería que llamara mi aten-
ción… ¿Tengo correo?
—Ningún correo en bandeja.
—¿Algún proceso activo?
—Ningún proceso activo.
—Desactivar.
Tras apagar la computadora, Bernardo reclina un poco el respal-
do del sillón. Respira profundo y lento un par de ocasiones y decide
acostarse. No puede creer que hubiera terminado… En su mente
esperaba algo: la última vez que pensó que terminaba le ocurrió
lo mismo, pero esta vez todo coincidía con la herencia de Tomás.
Ya sólo falta entender por qué el último punto “la vida es justa”…
Espera un rato dando tiempo a que algo ocurra. Es un poco frus-
trante que termine así. No es el estilo de Tomás. La lógica le dice
que espere algún festejo en el monitor, algún correo de felicitación,
fuegos artificiales, pero pasa lo que pasa en los casos que terminan
las cosa… Nada… Todavía con dudas pero con la tranquilidad de
terminar este episodio, va a dormir. La cama lo recibe tibiamente y
lo acaricia con las sábanas hasta que el sueño lo vence.
208
¿Ya terminaste?…
Despierta y vive

El sol rompe el perfil de las montañas. A lo lejos, algunas nubes


muy blancas resaltan sobre un cielo azul intenso rayado con los
destellos amarillentos y reflejos del sol atacando a las nubes… Ama-
nece. Un rayo pega directamente en la cara de Bernardo mientras
se arrebuja entre la ropa de cama. “No quiero despertarme” piensa
cuando se da cuenta de que ya es tarde. La conciencia traiciona al
cuerpo, gana la batalla. Ya ha despertado. Sin ponerse en pie opri-
me el botón que abre las cortinas. El pequeño rayo que le da en la
cara y se cuela en el único espacio abierto, se fue transformando en
una inundación de luz que le ciega brevemente. Se pone de pie y
sigue su rutina normal de amanecer. Pasa al baño, se rasura y, tras
un regaderazo, se viste en su recámara. Se siente raro haciendo su
vida normal. Baja a la cocina adonde Patricia acaba de llegar, acom-
pañada como siempre de ese aroma a café que le hace sentir vivo.
—Buenos días… ¿café?
—Claro que sí, gracias.
—Como se nota que ya está a punto de ver a Salomón. Cada día
tiene mejor semblante.
—Ésa es una de las muchas razones. La principal diría yo.
Hace mucho que no se da un tiempo para hablar con Patricia
y, mientras ella le sirve el desayuno, le cuenta sobre Miguel y sus
nuevas esperanzas de ayudarlo a salir de ese profundo aislamiento.
Es buena hora para salir rumbo a la clínica sin prisa y poder disfru-
tar el viaje como lo hacía antes de todos los acontecimientos de las
últimas semanas. Pero al acercarse a la puerta interrumpe su salida
para preguntar por su correo.
—Activo,
—Buenos días, doctor Seler, tiene dos mil ochocientos setenta
y tres millones quinientos cuarenta y dos mil seiscientos treinta y
dos mensajes.
—¿Es spam?
—Sólo tres de ellos.
Bernardo se dirige al estudio donde continúa…
209
—¿Son de un solo remitente?
—No, mil novecientos ochenta y siete millones cuatrocientos
treinta y seis mil doscientos noventa y dos remitentes; uno repeti-
do en cincuenta y dos veces, dos repetidos cincuenta y un veces,
seis repetidos cincuenta veces, dos repetidos cuarenta y nueve ve-
ces, once rep…
—Interrumpir, ¿el contenido es el mismo?
—Sólo cinco diferentes.
—Presenta uno de los iguales en pantalla.
—Desplegando.
En el pequeño monitor sólo aparece “gracias doctor”.
—Borra todos los archivos que tengan el mismo contenido.
—Realizado. ¿Incluyo los que sigan entrando?
—¿Siguen entrando?
—Un promedio de ciento sesenta mil por segundo.
—¿Ciento sesenta mil por segundo?… Es imposible, eso no puede
caber en ningún sistema de almacenamiento… ¿Qué capacidad de
recepción tiene la bandeja?
—Imposible calcular… Capacidad ilimitada; la carga se almacena
en todos los contenedores conectados.
—Borra todos los que tengan el mismo contenido, pero lleva
registro de la cantidad de correos que llegan.
—Enterado. Realizado.
—¿Cuántos correos quedan?
—Cinco correos, tres de spam y dos de remitente Leviatán.
—Despliega el primero de Leviatán.
—Imposible: es un archivo PDF sólo de impresión en ambos
casos del mismo remitente.
—Mismo contenido.
—Negativo diferentes archivos contenidos.
—Imprime ambos.
—Impresos.
No sorprende a Bernardo ver dos nuevos rompecabezas. Los
toma, corta y arma como con los anteriores. El formato es el mis-
mo, pero el contenido es mayor…

210
Hoja 1
Hola, Bernardo.
Ya sé cómo te llamas. Sin saberlo tú mismo me lo dijiste entre
los muchos números que te puse a enviar. Te parecerá curioso pen-
sar que hice esto en el pasado y lo estás viendo en el presente…
En tu presente, siendo ésta una demostración real de que se puede
espiar desde el futuro como seguramente en algún momento te dije.
Tendrás muchas dudas de lo que hiciste y si quieres una respuesta
a tus preguntas, la podría resumir en “no lo sé”. Cuando menos no
en este momento. Sé que si en algún momento corriste riesgos, ya
no los corres, que si te siguieron o espiaron ya no lo pueden hacer;
también sé que sabrás lo que es el agradecimiento de la gente que
ha dejado de ser espiada, que te enterarás de cada persona en el
mundo que compra un helado y lo hace libremente, o que llega
tarde a trabajar sin que sea etiquetado por ello, te enterarás de la
capacidad del monstruo y de cuánta gente sin saberlo te tiene que
decir “gracias” y puede hacerlo anónimamente, sin que sepas sus
secretos y sus vidas.
Es muy curioso, pero seguramente este nuevo mundo es más
simple que el que ayer tenías. Muy posiblemente no lo notes; muy
posiblemente la gran mayoría de la gente no lo note, pero ellos, los
malos, se darán cuenta, y buscarán en el programa por que han de-
jado de recibir las mismas cantidades de información que recibían,
pero para cuando quieran reaccionar ya será tarde. Irónicamente han
sido atacados desde el pasado, desde un pasado de hace años, que
los ha venido persiguiendo y que gracias a tu ayuda los alcanzó.
Mi agradecimiento no basta. Sin embargo, es un principio, en rea-
lidad llevo desde abril del 2007 agradeciendo, así que tú sabrás que tan
grande es. Sé que eres una excelente persona para haber pasado por
esto hasta hoy y para la gente como tú, la vida siempre es justa.
Daniel Newman

Hoja 2
Hola, Bernardo.
Como sé que un dialogo es imposible, recibe estas líneas y hábla-
las con la almohada; debes saber que a través de algunas instruccio-
211
nes que enviaste dentro del programa, hiciste algunas modificaciones
a tu vida que te pediría las tomes como el premio que merece un
héroe por salvar al mundo y te des cuenta de que la vida sí es justa
a pesar de lo que haya ocurrido en tu vida hasta hoy; por lo que has
pasado…
• Nunca pagarás nuevamente impuestos.
• Tus tarjetas de crédito y todas las que te den en adelante se pagarán
automáticamente, sin importar lo que gastes.
• Tu sueldo ha aumentado al triple desde hoy, dinero que recibirás
en tu cuenta aunque en papeles aparecerá igual.
• Tu historial crediticio, académico, laboral, etc., ha sido limpiado
así como cualquier marca a tus expedientes.
• Tu jubilación será verdaderamente muy generosa.
Todo lo que ha ocurrido en tu computadora con relación a nues-
tra peculiar relación ha sido eliminado, así que elimina esta hoja
también que es el único testimonio que queda.
Nada de lo que recibas directa o indirectamente es registrable,
y nadie te cuestionará ni te auditarán; a quien pagues recibirá su
dinero y los bancos no tendrán registro de lo que hagas. Eres in-
visible, con lo anterior y esperando no ofenderte, quiero darte las
gracias de parte del mundo entero y decirte que no sientas cargo de
conciencia de gastar dinero, pues sale de cuentas inactivas por más
de treinta años que generan más dinero cada día. Así que nadie lo va
a extrañar. Ésta es nuestra última comunicación. Todo ha terminado.
Olvida lo ocurrido y vive plenamente tu vida.
Por cierto, para cuando leas estas líneas yo ya formaré parte de
la historia.
Daniel Newman

Habiendo leído las hojas, Bernardo las rompe en pedazos y las


tira al retrete, dejando que el agua se las lleve. Va la cocina para
tomar una taza más de café, donde está Patricia
—¿Escuchó las noticias?
—La verdad no he puesto mucha atención. Estos días mi vida ha
tenido muchas distracciones inesperadas.
—Es cierto, para que le caliento la cabeza.
212
Bernardo ve el reloj. Se despide de Patricia. Se va a trabajar. A
pesar de sentirse extraño, se siente bien, aunque un poco nervioso.
Es como haber hecho una travesura y no haber sido atrapado, pero
piensa asimismo qué tan cierto esto es. Después de todo, han pasa-
do más de cinco años desde que Tomás o Daniel había dejado las
instrucciones en un servidor en solo Dios sabe dónde y las cosas
podían haber cambiado. Nada es seguro, pero, ¿ha terminado? El
tiempo le dirá qué sigue.
Sale de casa como siempre, pone música suave como siempre,
maneja sin prisa como siempre, llega a la clínica como siempre,
pero su mente piensa y da vueltas a las últimas cartas de Daniel. En
su mente por fin ha cambiado de nombre: Daniel Newman.
El correr de la mañana le ubica los pensamientos poco a poco.
Casi parece que nada ha pasado. Por fin se puede concentrar en
los pacientes sin tener la cabeza en otro lado. Se siente bien, como
quien termina un trabajo que le ha llevado mucho tiempo y esfuer-
zo, podría decirse que está satisfecho y eso se refleja en su cara, y
Braulio se lo dice durante la comida.
—Hace años lucía así todos los días. Por fin regresó el doctor
que conocía.
—Sí, he estado ausente mentalmente y cansado físicamente,
pero parece que ya regresé.
—Y con razón, los acontecimientos de la clínica, el robo en
casa… Por cierto, ¿le robaron muchas cosas? En casa, cuando en-
traron a robar sólo se llevaron electrónicos.
—No, la verdad es que no me había puesto a pensar. Creo que
fue más vandalismo que robo. En realidad faltaban muy pocas co-
sas, y ninguna de valor.
—¡Qué gente! Destruir por destruir y ¿cómo esta Salomón?
—Recién egresado. Terminó la escuela hace unos días, y la sema-
na entrante viene de regreso. Tengo que tener té en casa. Después
de cuatro años en Inglaterra seguro lo toma todas las tardes a las
cinco.
—Me va a dar gusto verlo.
Después de ese comentario, Bernardo cambia el tema sutilmen-
te y continúa con pláticas sobre algunos pacientes. Nada le hace
213
más feliz que pensar que su hijo regresa a casa y eso ilumina los
siguientes días, que pasan rápidamente.

214
Esperando a Salomón
Historias de aeropuerto

Domingo 14 de septiembre del 2014.


Las tres de la tarde, y Bernardo sale corriendo de casa. Patricia
ha preparado una cena muy especial. En tres horas más aterrizará
Salomón. El tiempo pasa muy lento; en el trayecto al aeropuerto
observa no menos de veinte veces la hora, esperando que el coche
avance rápidamente y el tiempo lento. No quiere llegar tarde por
ningún motivo.
Llega al estacionamiento del aeropuerto donde parece que le
han reservado un lugar junto a la entrada. Casi corre a través de
las salas y ventanillas hasta la puerta de arribos internacionales
donde, al llegar, se percata de que tiene aún más de dos horas de
tiempo…
Mira su entorno pensando algún modo práctico de perder dos
horas sin alejarse mucho de las puertas de cristal de las que con-
tinuamente sale gente con maletas, algunos comercios, un restau-
rante con vista a las puertas, y un grupo de sillas fijas en filas para
espera de familiares. Después de unas cuantas vueltas mentales
decide meterse en un restaurante y tomar una de las mesas que,
estando junto al ventanal, le dan la mejor vista.
—Buenas tardes, aquí tiene la carta. ¿Desea que le traiga algo de
tomar mientras?
—Sólo agua quina, por favor. Y deme dos minutos para ordenar
algo.
En verdad, Bernardo no quiere comer nada; el estomago le
burbujea desde muy temprano por la mañana y los nervios no le
permiten comer, pero perder dos horas es mucho tiempo, así que
luego de leer dos veces la carta se decide por una ensalada. Al re-
gresar el mesero y mientras le sirve su bebida, ordena sin quitar los
ojos de la puerta de cristal, para ver el reloj y darse cuenta que sólo
habían pasado dos minutos.
Cinco minutos después, y con la ensalada servida, su nerviosis-
mo se transforma. Una voz conocida le habla cerca y una silueta se
sienta en su mesa.
215
—¿Se preguntó cómo lo hizo?
Entre sobresaltado y curioso Bernardo gira la cabeza sólo para
comprobar que había identificado correctamente la voz. Mira di-
rectamente a los ojos del capitán Valle que tomaba asiento en la
silla enfrente de él.
—Buenas tardes… ¿De qué me habla?
—Buenas tardes, Doctor. ¿No le ha dado mucha curiosidad el
episodio del paciente Bit?
—Para ser sincero me da más curiosidad saber qué hace aquí…
¿Me está siguiendo?
—Para ser honesto, sí. Pero no ocurrirá de nuevo; es más, diga-
mos que lo sigo de pura casualidad.
—Primero dígame por qué me ha estado siguiendo y después
por qué he de estar seguro de que ya no me va a seguir… ¿Soy
sospechoso de algo?
—Prometo contestarle todo, pero primero déjeme saber su opi-
nión de algunas cosas. Además, según entiendo, tenemos un poco
más de una hora y media antes de que llegue Salomón. ¿O me
equivoco?
—No me impresiona que sepa sobre la llegada de mi hijo. Des-
pués de todo, usted me lo dijo, tiene acceso a las bases de datos más
sofisticadas por ser policía.
—Déjeme aclararle que no es por ser policía…
La expresión de Bernardo comenzó a denotar el enojo que, des-
de dentro, empieza a salir como un volcán en erupción, cosa que
Valle nota inmediatamente y evitando una confrontación, llama al
mesero que se ha acercado a la mesa contigua. Pide una naranjada
y reinicia la plática.
—No se ponga a la defensiva, Doctor. Debo decirle que me hu-
biera gustado sentarme y tomar algo con usted hace tiempo y qui-
tar esa imagen que tiene mía.
—Debo aclarar que usted no es por mucho mi invitado a tomar
nada en esta mesa…
—Seré yo quien lo invite y, por favor no me juzgue tan duramen-
te. Sé que no le caigo bien, pero las circunstancias no las elijo yo,
aunque debo decirle que si ayudé a que así fueran.
216
Nuevamente el comentario sorprende a Bernardo, pero esta vez
controla su expresión esperando que Valle no lo note.
—¿De qué habla?
—Empecemos por el principio. ¿Recuerda cómo nos conoci-
mos?
—Cómo olvidarlo.
—Alguna vez en su mente armó lo ocurrido aquella noche en
la clínica. Imagínese por un momento a un loco desesperado que
siente que es perseguido por espías del futuro y que en una noche
despejada al ver por la ventana una estrella fugaz y en su loca men-
te determina que el mundo va a ser invadido por gente que viaja
en el tiempo y que quieren terminar con él… ¿Cómo evalúa mi
imaginación, Doctor?
—Siga y le digo mi opinión al final.
—Pues al verse en una situación que fuera tan terrible, busca
fugarse de la clínica, así que, haciendo gala de sus dotes de ladrón,
como la profesión que tenía en su natal Alemania, digitó los núme-
ros que había visto utilizar a algún enfermero en alguna puerta de
servicio que aún opera con código y se dio cuenta que podía abrir
las puertas de la clínica, pero al tratar de salir supo que no podía
hacerlo sin un chip subcutáneo de identificación. Entonces corrió a
esconderse en la sala de máquinas, donde escuchó los ruidos típi-
cos de la noche, el viento, el crujir de los árboles, posiblemente una
rata y pensó que ya estaban cerca: los hombres del futuro lo habían
localizado y querían extraer de su cerebro los conocimientos que
tenía; lo torturarían con tecnologías aún desconocidas; miró a su
entorno y se dio cuenta de que todo estaba perdido. Se encontraba
encerrado en una bodega con equipo de mantenimiento y rodeado
por seres del futuro que, en cualquier momento, entrarían por la
puerta; El pánico lo invadió cuando las sombras de los árboles y la
luna formaron imágenes que él entendió eran de sus enemigos. Y
tomó una extraña decisión: antes de ceder sus conocimientos y su
brillante mente a los que le habían venido espiando desde dentro
de cien años, prefería destruir esa infinita fuente de conocimien-
tos. Encendió el incinerador, abrió la compuerta, y con el calor
reflejándose en su rostro tuvo un pequeño y heroico instante de re-
217
flexión en que pensó salvar a la humanidad de ella misma y dando
un paso de fe, fue incapaz de sentir siquiera los mil cuatrocientos
grados de calor que lo rodeaban y en los dos segundos de vida
que le quedaron cerró fuertemente la puerta desde el interior. Se
sacrificó por todos nosotros. ¿En realidad, se puede estar tan loco,
Doctor? ¿Alguien puede ser capaz de ignorar el tremendo dolor de
ser quemado vivo y continuar con una estupidez de ese tamaño?
—Usted dígamelo: ésta es su historia. Yo sólo lo trataba clínica-
mente.
—Debo decirle que no es la historia que más me ha gustado,
aunque es la que más se aproxima a la realidad. Tengo otras dos.
¿Le gustaría escucharlas?
—De cualquier modo las va a decir.
Bernardo se reacomoda en la silla y empieza a poner atención a
la plática de Valle cruzando los brazos con cierto fastidio.
—Esta historia me gusta mucho…
Valle se quita el saco y lo coloca en el respaldo de la silla, y
mientras toma nuevamente asiento se frota las manos en señal de
la buena historia que le va a contar.
—Déjeme decirle que no sólo me gusta, sino que es la oficial…
—Me gustaría escucharla.
—Según pude averiguar esto inició en Alemania en los años no-
ventas cuando un señor de nombre Andel comenzó a hacer peque-
ños fraudes y estafas, que a través de los años lo llevaron en dos
ocasiones a la cárcel, situación que alrededor del año dos mil tres
lo obligó a dejar la Unión Europea y emigrar clandestinamente a
América, donde después de dos años de vivir de pequeños hurtos
y estafitas, terminó con un grupo de gitanos que entre otras cosas,
falsificaban documentos tomando la identidad de personas recien-
temente muertas. Aquí entro yo. Mientras un servidor seguía a un
sospechoso de fraude cibernético y durante una larga persecución,
hubo un accidente en que el sospechoso llamado Daniel Newman,
perdió la vida. Daniel era un genio de los sistemas y, al parecer,
había generado fraudes por cuando menos cien millones de dólares
cuando detectamos su operación, en la que, al parecer, tomando
datos de cuentas con pocos movimientos o cuentas sin uso en dé-
218
cadas, había generado un sistema que hacía pequeñísimos retiros
de las cuentas y dispersaba los fondos en unas cien cuentas abiertas
en todo el mundo y a las que él accesaba desde una pequeña com-
putadora en su casa. Fascinante, ¿verdad?
—Siga, siga; esto se va poniendo interesante.
—Habiendo afectado, según calculamos unos setecientos millo-
nes de cuentas con desfalcos de centavos. Fue el fraude más extra-
ño que investigamos. Seguí su pista hasta su muerte: una carretera
oscura, un vehículo a muy alta velocidad y un muro de contención
de concreto. Si hubiera visto el cuerpo… La explosión lo calcinó y
sólo lo identificamos por el ADN de la sangre que salpicó cuando
se impactó a más de ciento cincuenta kilómetros por hora y sin
cinturón. Le explotó el cuerpo y dejó un largo corredor de manchas
rojas que fue lo único que quedó después de la explosión y el in-
cendio. En fin, el caso es que, mientras seguía el proceso de cerrar el
caso, noté algunos cambios en la base de datos que utilizamos para
darle seguimiento, datos como la desaparición de la fecha en que
murió o la reactivación del número de seguro social. Así que traté
de acceder a la base compartida con el registro civil, encontrando
que, a pesar de haber sido cerrado el caso, Daniel Newman apa-
recía como vivo. Soy curioso por naturaleza y no quise dejar este
misterio en mi historial como policía. Me tomó casi un año, pero
seguí las pequeñas huellas de la banda de gitanos. En conjunto con
otras agrupaciones y con un operativo en el que intervinieron más
de cien policías de diferentes áreas, atrapamos a los falsificadores
y aparte de los inmigrantes ilegales que habían ayudado, pero un
caso había quedado en el tintero, uno muy peculiar de un hombre
de unos dos metros y con la identidad de un prófugo al que yo hu-
biera atrapado si hubiera manejado mejor. ¿Qué le va pareciendo?
—Más interesante de lo que esperé.
—Este señor Andel sufrió mucho de joven, entre otras cosas, de
una tortura muy común en las cárceles de las provincias alemanas,
sobre todo a los violadores de jovencitas o ancianas. A ellos les
queman manos y pies y les tumban las muelas a golpes. ¿Le suena
familiar?
—Mucho más de lo que piensa.
219
—Pues lo demás es más simple. Al verse perseguido, fingió la
locura que usted ya conoce. Era mucho más simple pasar por loco
y desconocido que seguir ocultándose de un sabueso que lo busca-
ba. Pasado el tiempo encontró difícil seguir viviendo así, y tomó la
decisión de suicidarse, y lo demás ya lo sabe.
—Interesante el principio, pero el final es lo más absurdo que
he escuchado. Prefiero el final de la historia anterior. Eso de los
visitantes del futuro es más creíble.
—Debo decirle que la mayoría de los investigadores de homici-
dios están de acuerdo con esta teoría; es más, es el dictamen oficial
de lo ocurrido. De cualquier modo, aún tengo más teorías. ¿Le
gustaría oír una más?
Bernardo mira el reloj. Todo parece indicar que escuchará una
historia más. Sólo habían pasado siete minutos, así que estaba a
merced de Valle cuando menos otra hora más.
—Si escuchar otra historia más da por terminada nuestra rela-
ción, adelante.
—Me parece más que justo, aunque debo decirle que de cual-
quier modo al terminar esta plática pienso tomar un avión directo
al resto de mi vida, cosa que ya le explicaré también. Por cierto,
usted nunca me contestó. ¿Alguna vez se preguntó cómo lo hizo?
—¿Cómo hizo qué?
—No nos engañemos, Doctor. ¿Usted se lo ha preguntado? Y
sabe perfectamente a qué me refiero.
—No… De hecho no sé a qué se refiere.
—¿Me va a decir que nunca dudó de nada de lo que pasó?
—He tenido dudas de todo: de usted, del robo de mi casa, de las
personas que se acercan demasiado a mi coche, de los ruidos en la
noche. Dudo de todo, no sólo es la muerte de un paciente. En las
últimas semanas murió Bit, robaron mi casa, y usted me ha seguido
como si yo hubiera hecho algo. ¿Me pregunta si dudo de algo? En
este momento dudo de usted, Capitán.
Bernardo levanta la voz más de lo que él mismo esperaba. Al
darse cuenta trata de serenarse tan rápido como ha perdido los es-
tribos, pero la expresión en la cara de Valle le da a entender que éste
logra su objetivo. El capitán esboza una sonrisa un tanto burlona.
220
—Déjeme contarle mi tercera teoría y después me contesta, por-
que veo que se está alterando y yo no soy el enemigo… Es más,
represento a la ley.
Bernardo no contesta; sólo hace una mueca que le da a enten-
der a Valle que siga con sus relatos.
—Le aclaro que mi imaginación es muy grande. Es más, me da
vergüenza decir que he pensado en esta historia. Bien podría de-
dicarme a la novela. Imagínese por un momento que un grupo de
los mejores programadores son contratados para la elaboración de
un programa que ya terminado fuera capaz de ordenar y clasificar
a cada persona del mundo. Sé que suena descabellado pero es sólo
el principio.
Bernardo, aunque trata de ocultar su curiosidad, levanta un
poco la cara y arquea las cejas, señal que Valle entiende en el mo-
mento y continúa con el relato.
—Imagínese, sería el programa que cualquier banco quisiera te-
ner, pero en mi historia el programa no es sólo clasificatorio; no,
señor, el programa además puede interferir en tu vida, controlando
tus tendencias y compras, abriendo y cerrando créditos y sabiendo
cada paso que das y a qué hora lo haces. No sabe, Doctor, cómo
me gustaría tener algo así para localizar a los malos. Aunque, pen-
sándolo bien, es posible que con tanto poder empiece a monitorear
mejor a alguna que otra actriz que me gusta. ¿Se imagina el morbo?
¿Saber dónde compra su ropa interior o si va a un motel de paso
con alguien?
Al escuchar este comentario, Bernardo frunce las cejas y pone
cara de mal sabor de boca.
—Suena grotesco.
—Opino lo mismo. Era sólo una idea al aire para saber si me
estaba haciendo caso, pero escuche completo el cuento. Imagínese
este grupito de programadores del que ya hablaremos más adelan-
te; imagínese que ellos se dieron cuenta de que lo que hacían si
bien era su trabajo, podría ser… como decirlo… ¿inmoral?
—Qué rara palabra para explicar algo así.
—¿Usted cómo lo diría?
—No sé… Peligroso quizás… Voyerista… Absurdo.
221
—Yo creo que pensaron en todas esas cosas, pero, además, creo
que razonaron que toda esa información podría dar un extraño
poder al propietario y mientras ellos razonaban, fueron desapare-
ciendo metódicamente, cosa que asustó mucho a uno de ellos, uno
que resultó ser el mejor del equipo, el único capaz de terminar el
programa y el único que quedaba al final. Imagínese lo solo que
se sintió sin saber la suerte de los demás del equipo. Tenía miedo,
había razonado lo que suponía su trabajo y se dio cuenta de que la
gente con la que trataba era muy peligrosa. Así que simplemente se
fugó; un día salió corriendo lo más rápido que pudo, se escondió y
se dio tiempo de pensar lo que debía hacer; se alejó de todo lo que
significaba poder ser monitoreado, computadoras, cámaras, tarjetas
de crédito, inclusive dinero en efectivo. Todo lo que normalmente
hacemos día con día. Ocultó su verdadera identidad cuando pla-
neó un aparatoso accidente en que aparecería muerto. Así se dio
tiempo de pensar la solución. Planeó un virus, por llamarlo de al-
gún modo, pero era muy difícil de lograr con un programa tan
sofisticado y tan protegido. Así que decidió buscar una solución
dentro del propio problema, pero mientras empezaba su desarro-
llo, alguien lo sorprendió en su pequeño refugio de la tecnología y
lo encerraron en un sanatorio pensando que estaba loco. Aprove-
chando esta situación, le pareció un lugar estúpidamente confiable
para seguir con su trabajo. Para él ya era personal reparar el daño
que su trabajo pudiera causar a la humanidad. Así que muy disi-
muladamente se hizo de lo necesario para trabajar: papel, lápiz y
su enorme imaginación, sumado a un IQ de más de ciento noventa
puntos. ¿Impresionante?, ¿verdad?
—Muy impresionante.
—Sé que es un disparate, pero también en mi teoría. Se me ocu-
rre que este singular personaje comenzó a escribir un complicado
código de ceros y unos simulándolo como rayas y puntos en un
grupo de dibujos artísticamente perfectos, en los que podía ocultar
toda la información necesaria para el programa de filtrado que pen-
saba implantar en algún momento en el programa maestro.
—Y si no es indiscreción, y pensando en que usted sabe todo
¿cómo pensaba implantar un programa desde la clínica?
222
—Conoce Guatemala, Doctor. ¡Qué pregunta! Según su ficha
nunca ha estado en Guatemala. Bueno, déjeme explicárselo. Esto es
increíble. Antes de dejar a la empresa que lo contrató, nuestro buen
amigo dejó abierto un canal directo con un servidor en Guatemala
vía un acceso de servicio. Es algo así como la versión complicada de
dejar descuidadamente descolgado el teléfono. ¡Ya no se puede dejar
descolgado el teléfono! Pero usted me entiende; son épocas que sí
vivió. En fin, desde la clínica, y con todo el tiempo de su lado, pudo
hacer un programa y correrlo mentalmente. Imagínese, lo corrió
mentalmente. Pero aquí empiezan los problemas de mi teoría. No
creo que haya podido hacerlo solo. Necesitó un cómplice.
—Un cómplice… Eso es terrible. ¿Y de quién sospecha? No pue-
do imaginar a un grupo de locos juntos unidos para salvar a la
humanidad de un programa asesino que se come los créditos de
la gente. ¿No cree que su cuento esté saliéndose demasiado de la
realidad? Si no le importa, ya es momento de decirme porque me
está siguiendo y si no, por favor déjeme en paz disfrutar del rato
que me queda antes de que llegue mi hijo.
Bernardo se pone en pie con una actitud de reto ante Valle y
extiende los brazos frente a él con la voz exaltada.
—Si está aquí para arrestarme porque en su cabeza desquiciada
cabe la idea de que tuve algo que ver con lo ocurrido a Bit, o con
el incidente de mi casa, dígamelo ahora, póngame las esposas y
lléveme a la cárcel, pero déjese de estupideces.
—¡Ups! No se altere, Doctor. Necesito quince minutos más de
su atención y después usted me dice. ¿Qué le parece? Quince mi-
nutos y paramos la plática, toma su asiento y así nos dejan de ver
todos por sus desplantes… Quince minutos en paz y es todo.
—Quince minutos.
Bernardo se sienta nuevamente mientras mira que los ojos de la
gente a su alrededor están clavados en él.
—¿Dónde estaba? Sí, un cómplice. Creo que necesitó dos cóm-
plices. El primero fue a quien le entregó la información; debería
ser alguien con la suficiente integridad e inteligencia para entender
el problema y ayudar discretamente. Imagínese que en su estancia
en la clínica Bit consiguió a una persona así, alguien quizás como
223
usted, sin afán de señalar a nadie, alguien en quien se pudiera con-
fiar y que tuviera la capacidad para seguir instrucciones complejas.
Bernardo trata de conservar la calma ante las acusaciones tan evi-
dentes, aunque ha tratado de conservar la misma expresión. A los
ojos de Valle era evidente el nerviosismo que empezaba a sentir. “Él
sabe todo” piensa Bernardo, mientras trata de simular sus nervios.
La expresión agresiva de unos segundos atrás, se ha transformado
en una que trataba de simular el temor que empieza a sentir.
—Creo que en esta historia surrealista este cómplice es mucho
más inteligente de lo que el propio Bit pensó. Pero déjeme regresar
un poco. Si bien ya tenía el programa y un cómplice de confianza,
necesitaba un formato infalible, un modo de capturar el programa
que fuera lo suficientemente complicado como para que no se pu-
diera hacer sin las instrucciones correctas y lo suficientemente sim-
ple para que un ser humano normal sin experiencia en sistemas lo
pudiera ejecutar; es más, me atrevería a pensar que ya había pensa-
do en esta opción desde antes y solamente juntó la información en
un formato que para él era conocido; también supongo yo que el
cómplice requería estar seguro de lo que hacía. Creo que, estando
yo en el lugar del cómplice, también hubiera buscado que probara
esta historia tan loca. Así que, supongo yo que Bit le procuró una
buena prueba de la existencia de este grupo que investiga nuestras
vidas para tomar ventaja de ello, con lo que el cómplice, sin saber-
lo, se convirtió en incondicional.
—Su imaginación es impresionante, Capitán… Cuente el resto.
Vamos.
—Esto es lo mejor de todo, creo que el cómplice hizo mucho
más. No sólo cumplió con la prueba, después ayudó a meter un
programa que seguramente no podía entender, sin saber lo que iba
a suceder después. Mientras esto pasaba, nuestro amigo Bit planeó
una huida que lo dejara verdaderamente libre…
—¿Y cómo cree usted que lo hizo?
—Es lo que he venido preguntando desde que llegué. ¿Lo ve?,
usted tiene la misma duda. ¿Cómo lo hizo?
—La verdad es que me lo pregunto al calor de su disparatada
teoría.
224
—Pues lo he pensado y creo que tengo la otra parte del cuento.
Déjeme contárselo en estos últimos diez minutos que nos quedan.
Bernardo mira el reloj: aún falta media hora para el arribo de
Salomón, pero hace poco caso de esto.
—Creo que ya hile todo, pero no se me ofenda si lo meto de
más. De cualquier modo es sólo una historia que he armado en mi
cabeza y que está muy lejos de la realidad.
Luego de tomar un sorbo de naranjada para humedecer su gar-
ganta seca, Valle sigue con su relato.
—Creo que Bit le dio… digamos que a usted para hacerlo más
familiar, unas indicaciones iniciales para seguir desde su propia
computadora para hacerle llegar la prueba de que lo que le decía es
cierto; estas indicaciones le hicieron llegar una serie de cadenas de
ceros y unos que no le decían nada, pero que, en las manos de Bit
se transformó en un compendio de la vida del doctor Seler: datos
personales, íntimos, absurdos, serios, datos y más datos… Pero esto
es sólo parte de lo que hizo al meter los datos a la computadora.
Bit, cuando recibió las hojas con sus datos, Doctor, no estaba bus-
cando leer morbosamente sus intimidades, sino que buscaba dos
respuestas. La primera era saber si usted era la persona indicada y la
segunda era tener noticias de su segundo cómplice…
—Explíqueme. Este cuento suyo se pone interesante.
—Verá. Para esto tendría que irme otra vez atrás en el tiempo.
¡Qué curioso! Esto se trata de datos en el tiempo desde donde lo
quiera ver. Pues imagínese que este señor Bit, cuando se llamaba
Newman… ¿Le había dicho su nombre? El muerto de la historia
anterior, el del fraude.
—Capitán, su imaginación no tiene límites.
—Pues este tipo Newman notó que las demás personas con las
que trabajaba habían desaparecido de la red. Viendo lo que pasaba,
pensó que podían haber muerto, así que abrió un espacio codifica-
do en un servidor que no llamara la atención y puso un faro. ¿Sabe
lo que es un faro?
—En términos de computación no: los que conozco son los que
iluminaban las costas para los barcos.
—Es algo similar. Puso una señal de alarma codificada e intermi-
225
tente en un espacio público que sabía que frecuentaban los hackers
y programadores de élite y llamó la atención de un viejo conoci-
do. Alguien que, al igual que Newman, había decidido desaparecer
antes que lo desaparecieran a él, alguien a quien llamaremos Lio.
Esta persona había dejado su trabajo y su identidad después de
la desaparición de otro de los programadores que empezaron esta
aventura, al que llamaremos EasyPlayer. Entenderá que los nom-
bres son de mi cosecha…
—Entiendo, entiendo…
Bernardo está tranquilo, pero se da cuenta de que Valle lo sabe
todo y está tratando de acorralarlo.
—Este tipo, Lio, lo contactó en persona, en condiciones supuesta-
mente controladas, en una especie de caverna aislada de la tecnología,
donde hicieron un proyecto de trabajo. En primer lugar, no podía
seguir escondiéndose de ese modo. Newman había ya eliminado sus
huellas digitales y sus registros dentales, así que tenían que buscar
alguna opción donde meterlo sin preocuparse de su manutención y
cuidado… Un lugar que le diera el tiempo necesario para desarrollar
el antídoto perfecto al espionaje que ellos mismos habían puesto en
marcha. Me imagino que conoce la siguiente parte.
—Viendo su inagotable imaginación, pienso que pretenderá de-
cirme que fue así como ingresó a la clínica Madox.
—Fue la base. Lio estaba huyendo, pero no tenía los proble-
mas de Newman, Lio era un tipo más común, de estatura media,
poco llamativo como usted o como yo; pero Newman era un tipo
bastante alto y su perfil era tan poco común que no pasaría inad-
vertido. En esos días, como caído del cielo, Lio estaba trabajando
con un grupo de falsificadores que hacían nuevas identidades de
inmigrantes ilegales, y conoció a Andel. Recuerda al alemán ¿ver-
dad? Pues este personaje sufrió un accidente en el que muere, y
nuestros amigos, aprovechando la situación eliminan de un golpe
la vida de Newman al poner evidencia falsa en el accidente, dando
así una opción en la que ya no tenía que correr, y la oferta de entrar
a la clínica Madox fue buena; un lugar tranquilo, sin mucha vigi-
lancia, sin presiones. Debo decir que hasta buena comida, según
sé, así que, con ayuda de algunos contactos de Lio, Newman entró
226
a la clínica con un trato preferente dándole el tiempo de hacer su
trabajo…
—Trato preferente. Eso no existe en las clínicas Madox. Todos
son tratados igual.
—Claro que existe un trato preferente. En las clínicas Madox
tratan a los locos como personas. Eso, según yo, es un trato prefe-
rente. Sólo nos faltaba el motivo.
—¿El motivo?
—Claro. ¿Cómo meterlo en una clínica de locos si no estaba
loco? Digamos que seleccionaron muy bien el tipo de padecimien-
to que simularía.
—¿Qué tipo de padecimiento?
—Ninguno… Eso es lo maravilloso. Sólo tenía que ser él sin de-
cirlo, ocultar su identidad y dejar que los doctores le colgaran del
cuello cuanta enfermedad mental les diera la gana…
—¿Y por qué no se quedaron juntos? O ¿por qué Lio no hizo el
programa? Su historia es interesante pero poco sólida.
—También había pensado en eso, Doctor. Lio, a pesar de ser un
buen programador, no conocía todo el sistema. Él sólo había tra-
bajado en partes del programa, en las secciones de seguridad, pero
Newman lo conocía por completo y con la conexión que dejó en
Guatemala; sortear la seguridad ya estaba hecho. Además, la clínica
era el encubrimiento perfecto que podía brindar un correcto camu-
flaje; era un lugar lo suficientemente vulnerable como para poder
sacarlo en cualquier momento…
—¿Sacarlo?
—Sí, Doctor, sacarlo. Déjeme regresar en poco a nuestros días.
El ahora Tomás Bit, lo utilizó como cómplice incondicional para
enviar un mensaje a su cómplice Lio; esto a través del programa
que le pidió ejecutar en su computadora. Esto suponiendo claro
está, que fuera usted, sin afán de señalar a nadie. Como le decía,
Bit mandó un mensaje que decía: 4N. al faro.
—Cuatro ene. ¿Qué clase de mensaje es ése?
—Cuando Newman entró a la clínica dividieron el trabajo: el de
Bit era hacer el programa, y el de Lio era planear un modo de huir
y el mensaje era el número de días a partir de ese momento en que
227
debería hacer la huida. El cuarto día y la ene indicaba que fuera en
la noche, así que pasaron cuatro días y Lio apareció en escena, des-
activó los pestillos eléctricos de las puertas desde un computadora
portátil y desvió la señal de localización de la habitación de Bit
para evitar que los enfermeros se preocuparan por él. Cuado co-
menzó a anochecer y mediante un apuntador láser a la ventana de
Bit, llamó su atención al jardín haciéndole señas. Bit solicitó per-
miso de salir a la terraza donde vio a Lio, quien le explicó el resto
del plan. Lio había preparado todo, había dejado un cerdo muerto
en el jardín y entre los dos lo llevaron a la sala de máquinas, donde
ya no necesito decir lo que hicieron.
—Un cerdo… Jamás se me hubiera ocurrido… Es usted increí-
ble… y después ¿vivieron felices para siempre? ¿No le parece que
su historia tiene muchos vacíos?
—Algunos, pero verá cómo los arreglo en este momento. Cuan-
do Lio y Bit salen de la clínica y llegan a un lugar seguro, tienen
una pequeña pelea.
—¿Una pelea?
—Sí, habían pasado muchas cosas. Bit había tenido mucho tiem-
po, tiempo para trabajar y tiempo para pensar; había dejado de
confiar tan ciegamente en Lio. Bit tenía nuevas consideraciones;
por ejemplo, no podía entender que Lio se hubiera librado a tiem-
po de las cosas, o las coincidencias de la muerte del alemán, o la
facilidad de encubrir evidencias de su fuga… Newman o Bit, como
quiera llamarlo, no estaba loco; usted lo sabe bien.
—Debo decir que lo mismo pensé muchas veces, pero también
lo pensé de usted y después de esta historia no sé qué decir.
—¿Sabe cuál es el problema de la gente muy inteligente?
—¿Cuál?
—Debe de estar entretenida, pues de lo contrario imagina cosas
que no existen.
—Sí, ocurre en muchos casos…
—Pues eso pasó. Así que, estando solos en una casa que Lio ha-
bía preparado con lo último en computadoras, conexiones no ras-
treables, alimentos y lo necesario para trabajar varias semanas sin
necesidad de salir, dando tiempo a Newman a meter el programa
228
de corrección y esperando a que se enfriara el ambiente. Estando
los dos solos, Newman enfrentó a Lio. No confiaba en él, no tenía
consigo nada del programa, es más, se lo había dado a alguien más;
en este caso a usted, aunque no se lo dijo a Lio. En realidad, él tuvo
que averiguarlo.
—Vale, sigo siendo el cómplice preferido.
—Sólo en este cuento, Doctor, sólo en este cuento.
—Debo decirle que si no termina rápido su cuento, mi hijo lle-
gará por esa puerta y lo pienso dejar hablando solo…
—Falta muy poco, Doctor. Imagínese una riña entre Lio y Bit, en
la que Bit sale de la casa y Lio no logra alcanzarlo. Al día siguiente
de la simulada muerte del paciente, usted recibió un paquete sor-
presa. Era de Bit, en donde encontró sus cuadros codificados. ¿Le
hable de ellos? Es un viejo truco que usaban los programadores de
tarjetas perforadas de IBM en los sesentas. Hace muchos años si-
mulaban dibujos con los programas que hacían en tarjetas. Ellos lo
hacían como arte, pero para Newman era camuflaje puro. Así pues,
que le hizo llegar sus dibujos, con una guía básica para sabotear
propiedad privada a distancia, ingresando un complejo programa
no entendible, lleno de ceros y unos en cadenas que debieron pa-
recerle interminables. Y, según mi cuento, usted lo hizo.
Bernardo sonríe con la mitad de la boca mientras una gota de
sudor le cae por su frente. Por momentos parece que Valle adivina
y en otros, que sabe cómo había pasado todo, con detalles tan
precisos que le da miedo.
—Aquí es donde entra lo más divertido. Imagínese, el irreverente
de Bit le dio instrucciones a medias a su primer cómplice. Así no
sentirá que es a usted a quien incluyó en la historia.
—Me parece mucho mejor, ya empezaba a sentirme culpable.
—Pues imagínese que el cómplice metió los datos que Bit le
indicó, con un enorme grado de dificultad para un inexperto en
las artes de los hackers. Pero eso era sólo la primera parte y, antes
de lo esperado recibió nuevas instrucciones, éstas aún más difíciles
de cumplir. No sabía qué hacer y se dio un tiempo para pensar lo
que debía hacer. Después de todo no estaba seguro de lo que hacía,
pero se dio tiempo de más, y algo pasó.
229
—Su historia está llena de recovecos, Capitán. Cuénteme…
¿Qué pasó?
—Llena de recovecos está la vida misma, mi querido doctor,
y si bien puede ser fantasiosa mi historia, le garantizo que no es
ni la mitad de muchas historias de la vida real. Dirá que regre-
so a involucrarlo al cuento, pero, aunque le parezca increíble, al
cómplice le ocurrió algo parecido a lo que le pasó a usted hace
unos días. Alguien entró a su casa a robar los dibujos codificados
de Bit y cómo puede imaginar había sido Lio, que después de la
discusión con Bit estaba decidido a obtener el software. En estos
años también él había hecho su propia idea de cómo terminar
con la amenaza del programa y se había transformado en una
obsesión. Así que entró, modificó el sistema de la computadora y
la alarma, para evitar ser descubierto, revisó la casa entera y tomó
lo que él pensó eran todos los dibujos. Regresó a su guarida ro-
deado de tecnología de punta e insertó cada listado de datos pero,
después de insertarlos al revés y al derecho, traducirlo de código
binario a sistema máquina, separarlo por renglones y ubicar las
instrucciones en forma, se dio cuenta de que faltaban dibujos.
Cinco días ordenando y traduciendo para darse cuenta de que
no estaba toda la información… ¿Puede imaginar su cara? No era
posible para Lio generar un programa coherente a partir de lo que
tenía en las manos; habían pasado cinco días de intenso trabajo y
no había logrado nada… Sin embargo, algo había ocurrido… El
doctor Seler… Perdón… lo usé de nuevo, pues el cómplice, aun
después de que le habían robado parte de los cuadros, fue capaz
de resolver el programa y hacer que esto fuera un cuento con
un final feliz. De algún modo, el cómplice hizo lo que ninguno
de los espectadores pensó que fuera capaz… Imagínese… logró
introducir un software tan sofisticado que sólo unos pocos pro-
gramadores especializados en el mundo hubieran podido hacer,
y que no creo que más de cinco pudieran entender. Eludió las
más intrincadas pruebas de seguridad, solucionó enigmas, algo así
como un moderno Indiana Jones. ¿Vio la película?.. Hace unos
días la pasaron en la tele. Yo la he visto unas diez veces y no me
canso de verla. Pero, regresando al tema, no sé cómo lo hizo, so-
230
bre todo no entiendo cómo teniendo solo en sus manos una parte
de la información…
—Después de toda esta historia. ¿Me va a decir que no conoce el
final?
—Sí conozco el final, pero me falta saber cómo llegamos a
él. ¿Me ayudaría, Doctor? No me gusta dejar las cosas a medias
nunca.
—Cuénteme el final y a ver qué inventamos para cubrir los fal-
tantes a su historia.
—Pues imagínese la sorpresa de Lio cuando recibe un correo
muy especial, en que Leviatán… ¿Le dije que así le llamaban en la
red a Newman?
—No, no lo había dicho.
—Pues Leviatán le mandó una especie de herencia que Lio no
esperaba. Algo de dinero en una cuenta, no pagar nuevamente sus
tarjetas de crédito, recibir una generosa liquidación, etcétera. Ima-
gínese: olvidarse de sus deudas de crédito y que además nadie salga
perdiendo… Ese Bit es un buen tipo. Junto con esto también reci-
bió una carta codificada en la que le decía que no estaba seguro de
confiar en él, pero que sin su participación nunca hubiera podido
terminar este trabajo, que más adelante seguramente la vida los
juntaría en algún lugar cuando todo haya pasado y que entonces
hablarían. Aquí es donde aparece el cartel de fin: el publico entien-
de que Bit, Newman, Leviatán o, como se llame hoy está libre y
se encuentra bien. La sala se enciende y parte del público aplaude.
¿Qué me dice de cómo lo hizo, Doctor?
—Usando sus mismos parámetros de imaginación: piense por un
momento en el miedo que el cómplice sentía. Y cómo usted dice,
imagínelo tan lleno de limitantes para cumplir una encomienda tan
difícil. Nunca fue más que usuario de los sistemas y además el temor
de la historia de gente peligrosa y conspiraciones lo mantenía con el
alma en vilo. Esto quizás orillo al cómplice a guardar un testimonio
de lo que estaba ocurriendo por si algo le pasaba. Así, este individuo
limitado pero decidido tomó fotografías de cada uno de los dibujos
y, a pesar del robo, en su casa conservó una imagen fidedigna de
cada uno de ellos. ¿Qué le parece esta contribución a su cuento?
231
—Muy interesante… Inesperadamente interesante… ¿Sabe qué
es lo más curioso?
—Dígame.
—El tal Bit siempre dijo que lo espiaban desde el futuro.
—Usted lo ha dicho.
—Pues la verdad es que era él quien espiaba desde el pasado
esperando la oportunidad de destruir a sus hombres del futuro…
¿Curioso, verdad?
—Muy curioso.
—Se imagina… Eran espiados desde el pasado…
—Ahora hábleme de Lio. ¿Qué fue de él? Ya lo atrapó y lo metió
en la cárcel. Ahora busca al otro cómplice. Piensa encontrar a Bit.
¿Dónde queda usted, Capitán?
—Cómo le dije, ésta es una versión extraoficial. Con respecto a
Bit, sé que algún día, cuando menos me lo espere, la vida me lleva-
rá hasta él, y de Lio qué le puedo decir, que era policía encubierto
para fraudes cibernéticos y se metió en más cosas de las que pensó
y aunque no lo crea, Doctor, hace unos días por fin lo atraparon.
¿Ve a esa mujer que está cerca de la columna?
—La rubia.
—Sí, ésa… Es una de las mejores investigadoras de mi división.
Ella lo atrapó. Es más astuta de lo que parece. Debo decirle que
habló y habló hasta decirle todo lo ocurrido. Le confesó todo a ella
en cuestión de minutos.
Bernardo mira a su alrededor, y comienza a ponerse nervioso.
Valle no está solo. Ya han atrapado a Lio, y le ha contado todo lo
que pasó. Es el momento de enfrentarlo: no puede dejar las cosas
así. Valle sabe todo y solamente lo ha cercado como en este estú-
pido laberinto de palabras esperando la oportunidad de atraparlo.
Pero se anticipa: el propio Valle le ha dicho que la versión oficial
es otra. Quizás Valle es parte del Archivo de la Humanidad. Quizás
únicamente lo quieren borrar de la base de datos, borrarlo para
siempre. Es momento de retarlo, lo que vaya a pasar que tenga
que pasar. Está en un lugar público lleno de gente, no se atreverá a
hacer nada delante de tantos testigos.
—Si ya atrapó a Lio quiere decir que ahora viene por el otro
232
cómplice y, según su cuento, deduzco que viene por mi… ¿Me está
acusando de algo?
—Déjeme aclararle dos cosas, Doctor. La primera es que nunca
dije que yo atrapé a Lio. Eso sería imposible; ella agarró a Lio. Nos
casamos hace unos días y hoy nos vamos a disfrutar de esta hermo-
sa e inesperada jubilación anticipada y, como segunda aclaración,
dígame de qué podría yo acusarlo… Cómo ya le dije: es sólo una
de las muchas historias que se me ocurrieron sobre la marcha.
—¿Usted es Lio?
Valle observa su reloj y sonríe asintiendo con la cabeza. Mira
fijamente a los ojos a Bernardo y tomando aire continúa con su
elocución.
—Llegó la hora de irse. Cómo le dije, sólo necesitaba quince
minutos y aquí se terminaron. Ha sido un placer. ¿Podría pagar
usted la cuenta? De cualquier modo su tarjeta ya no le genera gas-
tos y, Doctor… Debería utilizar estos minutos antes de que llegue
Salomón para leer un diario o ver la tele. Según leí en su historial
no lo hace.
Valle se pone en pie, deja un diario sobre la mesa y camina hacia
la mujer que lo espera junto a la primera mesa del restaurancito, un
beso y sigue camino sin voltear hasta perderse entre la gente que
circula en el aeropuerto. Bernardo queda absorto por los últimos
comentarios. El diario está doblado de modo que aparece una foto
que le es familiar: la imagen de la primera fotografía tomada en
la historia por Daguerre, el encabezado ciber libre, y un pequeño
párrafo que dice: “Más de seis mil millones de correos electrónicos
recibieron esta imagen simultáneamente alrededor del mundo con
las palabras ‘gracias doctor’ y un pequeño mensaje que dice ’eres
libre’, escrito en el idioma del receptor del correo. Hasta este mo-
mento se han encontrado correos en más de doscientos idiomas y
lenguas nativas. El correo está firmado por Leviatán anexando la
cita bíblica de Job 41”.
Al terminar de leer y con la mirada en el infinito y cara de incre-
dulidad, baja el diario y sin darse cuenta empieza fijar la vista en un
monitor de televisión colocado en una columna y dirigida al grupo
de mesitas. Su atención se dirige a la cenefa de títulos en la pantalla
233
debajo del locutor. “¿Archivo de la Humanidad?” Se acerca al mo-
nitor que tiene el volumen muy bajo para poder escuchar…
“…Cuyos datos habían sido cruzados con bases de datos no
confiables y violando los convenios internacionales de confiden-
cialidad, secreto bancario y los derechos internacionales. De igual
modo, el Congreso formó una comisión investigadora y esperan
poder regular el excesivo flujo de información privada que esta
empresa utilizaba con fines comerciales y que, según algunos ex-
pertos en el tema, podría ser sólo la punta del iceberg. Esto se
desató a consecuencia del suicidio del investigador Samuel Sayer,
quien se quitó la vida después de matar al reportero de la BBC,
Vincent Sunn, quien, al igual que otros setenta y ocho reporteros
de diferentes fuentes recibió un correo póstumo del finado Daniel
Newman con datos sobre el llamado ‘Archivo de la Humanidad’ y
dónde localizar a Sayer. La información incluía datos personales
confidenciales de cada uno de los reporteros y una carta explicativa
sobre las actividades ilícitas de esta empresa. Sayer, quien aparecía
legalmente muerto hace unos cinco años, se desempeñaba como
coordinador del proyecto y, hasta la fecha todas las instancias y
dependencias gubernamentales se han deslindado de la responsa-
bilidad sobre la existencia de dicho archivo… Nos trasladamos en
vivo al Congreso donde nuestro enviado especial…”

Fin

234
Bernardo y Leviatán
Se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2009,
en Impresora litográfica Heva, S. A.
Se tiraron 500 ejemplares.

You might also like