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BernardO y Leviatán
Primera edición: 2009
Segunda edición: 2010
DR © Palabra de Clío, A. C. 2007
Insurgentes Sur #1810, Col. Florida
CP 01030 México, D.F.
ISBN: 978-607-95085-5-5
Para Ángel
01100111 01110010 01100001 01100011 01101001 01100001
01110011 00100000 01110000 01101111 01110010 00100000
01100011 01110010 01100101 01100101 01110010
Casi siempre los cambios nos hacen sentir mejor, pero en pocas
ocasiones me siento tan bien como hoy. Después de mucho esfuer-
zo, entre trabajo y estudio, terminé el doctorado que ha minado mi
sueño y mis fines de semana, y sumado a esto, se me invita a traba-
jar como director de una de las clínicas Madox. El doctor Madox
siempre ha sido uno de mis preferidos; sus teorías sobre rehabilita-
ción del subconsciente profundo cambiaron los tratamientos a fi-
nes de los años noventa: generar un ambiente propicio a la mejoría
—a lo que se suma un tratamiento que a cada padecimiento le da su
correcto tiempo de recuperación, terapias de música y relajación,
acompañado todo de una serie de sesiones personalizadas en las
que la presión era mínima así como sesiones diarias de ejercicio—
fue su éxito. Él siempre procura que la mitad de los pacientes de sus
clínicas sean casos que ninguna otra clínica quiere admitir y así dar
un poco de esperanza y a veces regresar a la vida a gente que no ha
tenido otra oportunidad…
Hace mucho que los nervios de iniciar una etapa nueva no me
hacían sentir burbujas en la cabeza. Amanecí antes que de costum-
bre y sé que llegaré a trabajar antes de tiempo, sé que me espera
algo bueno, sé que me espera un reto y quiero tomarlo con todo lo
que implique… Si estuvieras aquí…
5
La bienvenida…
Imponente clínica
Expediente de pacientes
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Sesión Tomás…
Primer encuentro
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Notas Bernardo…
Primera impresión
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Sesión Tomás
Salto cuántico… futuro, presente, pasado
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Notas Bernardo…
Cambio de decisiones
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Sesión Tomás…
Todo a su tiempo
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Notas Bernardo…
Imprimiendo impresionantes impresiones
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La oficina de Bernardo…
Memoria virtual
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Notas Bernardo
Lo que veo de ti
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Sesión Tomás…
Circadianismo puro
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Notas Bernardo
De algo eres culpable… Yo lo sé
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Sesión Tomás Bit…
Lecciones de literatura
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Notas Bernardo…
No trates de confundirme
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Notas Bernardo…
Sé que me espías
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Sesión Tomás…
¿Y el loco?
66
Notas Bernardo…
Sigues y sigues cambiando
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Notas Bernardo
Episodio de ira
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Sesión Tomás…
Artista mitómano
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Notas Bernardo…
Partes reales y partes no
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En la casa de Bernardo…
Te investigo y me sorprendes
Llegar a casa esa tarde es más que una necesidad: Bernardo quiere
averiguar lo que Tomás había hablado. Así que se apresura a entrar
a la casa, deja las cosas que traía en las manos y lleva consigo sólo
sus notas y el dibujo al estudio. El estudio tiene un escritorio de
madera muy viejo. Lleno de libros y papeles, rodeado de libreros
en los que no había espacio para un tomo más, detrás el escritorio,
hay una mesa auxiliar con fotografías enmarcadas.
Se sienta en el sillón y empieza a dar instrucciones.
—Activo.
—Buenas tardes, doctor Seler. Tiene dos mensajes en video, am-
bos de su hijo, y nueve escritos en su bandeja de entrada, todos
spam.
—Sólo déjame ver los de mi hijo y borra los demás.
Un pequeño plasma se activa en el escritorio y aparece el video
de un joven.
—Hola, papá. Sólo quería saludarte. Hace días que no habla-
mos. Te busco más tarde.
—Segundo mensaje.
—Hola de nuevo. Casi lo olvido. Ya tengo todo listo para ir al
término del curso. Nos vemos en cuatro semanas. Todo bien.
Al terminar los videos, Bernardo toma el dibujo y sigue las ins-
trucciones de Tomás.
—Interpreta y ejecuta código binario.
—Datos a interpretar.
—Interpreta cero, uno, uno, cero, cero, cero, uno, cero, cero,
uno, cero, cero, uno, cero, cero, cero, uno, cero, uno, uno, uno
cero…
Justo al dictar el último número, la computadora responde:
—El resultado está en pantalla.
En el pequeño plasma aparece un listado casi interminable de
unos y ceros.
—Almacena bajo el nombre BIT e imprime.
—Se requieren mil quinientas ochenta hojas. Favor de dispen-
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sarlas. Además, se requiere un cartucho nuevo de tóner para la im-
presión del total. El actual tiene una vida útil de quinientas ocho
hojas de impresión.
—Interrumpe impresión… Es ridículo, ¿qué puede ocupar tanto
espacio? Localiza intérprete de código binario y traduce documento.
—Traducción en pantalla.
Bernardo mira el monitor donde aparece la traducción, pero
sólo se ve una serie de letras y símbolos sin ningún significado.
—Existe alguna traducción para lectura convencional del docu-
mento.
—No según códigos de encriptación registrados.
—¿Busco en otros idiomas?
—No, no requiero otros idiomas. Busca algunos conceptos y de-
pura resultados. Quiero las ligas de “Archivo de la Humanidad” y
empresas con nombre “Pah-ef” en presente y en histórico… Voy a
comprar papel y tóner mientras depuras las búsquedas.
La extrañeza no se puede esconder en la cara de Bernardo. Nun-
ca en su vida ha necesitado imprimir más de cincuenta hojas y una
cantidad tan grande le parecía descabellada, pero esa noche la cu-
riosidad es mayor que su cansancio. Así que toma una chaqueta del
perchero y sale en busca de papel. Unas pocas calles lo separan de
la tienda donde regularmente hace sus compras, y aunque su com-
pra no es muy usual espera encontrar lo necesario… Como a un
viejo conocido lo saluda el policía de la puerta y el encargado de la
fuente de sodas. Recorre la tienda hasta los anaqueles de papelería.
Un dependiente ordena tablillas de digitalización en una repisa y
al ver a Bernardo se le acerca.
—¿Le puedo ayudar?
—Sí… Le parecerá absurdo, pero necesito unas dos mil hojas de
papel.
—No sé si tenga, y si las tengo le van a costar muy caras por el
impuesto forestal… ¿No prefiere algún otro sistema de almacena-
miento de datos?
—No, quiero el papel, por favor, y, si es posible, un cartucho de
tóner para una vieja impresora láser HP cinco mil quinientos.
—Deme unos minutos; veré qué puedo hacer.
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La vergüenza que sintió cuando el empleado mencionó el im-
puesto forestal le hace sentir como un asesino de la naturaleza,
cosa que en su juventud nadie hubiera hecho caso, pero en los últi-
mos tres años se ha declarado una veda general a la tala de árboles
combatir el calentamiento global, y el papel ha sido uno de los pri-
meros productos afectados. Tras unos minutos el empleado regresa
con una plataforma de ruedas y unas cajas plásticas en ellas.
—Servido, dos mil hojas de papel reciclado y totalmente legal.
Sólo necesito que me llene el formulario de compra.
—¿Formulario de compra?
—Sí, las ventas superiores a cien hojas al mes requieren un re-
porte de venta… Dos mil hojas de papel son un poco más de tres
árboles de cinco años, así que espere una multa sobre el costo del
papel… De cualquier modo me tomé la libertad de traerle otra
opción…
El empleado se agacha y toma una de las cajas, con una impre-
sora y una hoja de poliéster reciclado color blanco.
—Mire, ésta es una impresora de grabado láser a color, y trabaja
sobre cualquier superficie sintética como poliéster, acetato, plásti-
co, etcétera, y esto es plastibond sin pulir. Lo puede usar para impri-
mir o hasta dibujar. Es más barato y está hecho de basura, botellas,
pañales, bolsas, etcétera.
—¿Y qué tiene de bueno?
—Son varias cosas: la primera es que como tengo el papel, pero
no el cartucho, no creo que pueda imprimir sus hojas; la segunda
es que el precio de la impresora y las dos mil hojas de plastibond le
cuesta menos del diez por ciento que las hojas de papel normal.
Además, esta impresora ya no requiere cablear a la computadora,
sólo corriente y a trabajar.
Bernardo piensa por unos segundos. Una impresora nueva y
mucho más barata le parece buena idea, pero retumban las palabras
en su cabeza: “Ya no requiere cableado”. La sola idea de que fuera
cierto que los equipos inalámbricos transmiten las actividades del
propietario, como Tomás le había dicho, le eriza la piel. No es el
momento de darse el lujo de experimentar; tiene severas dudas so-
bre la veracidad de Tomás, pero… ¿y si fuera verdad?…
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En su vida Bernardo no se ha caracterizado por ser innovador
y tecnócrata, sino más bien rea cio a aceptar lo nuevo… Su primer
organizador digital se lo había regalado Salomón hace apenas dos
años, y, lejos de usarlo por gusto, lo ha hecho por necesidad; ya
todo es por vía electrónica y en eso Salomón es quien siempre lo
empuja a actualizarse. En esta ocasión y con dudas sembradas por
Tomás, decide seguir con su viejo equipo…
—No, prefiero el papel normal… ¿Dónde puedo conseguir el
cartucho de la impresora?
—A esta hora sólo en el Centro, en la calle catorce hay una tien-
da que abre las veinticuatro horas y seguro encontrará el cartucho.
Es una tienda de equipo nuevo y usado que vende partes descon-
tinuadas.
El empleado extiende el tablero electrónico con el cuestionario.
Al tomar Bernardo el tablero identifica los datos del chip de su
antebrazo y despliega los datos en los espacios en blanco y sólo
parpadea un texto en la base. “Si sus datos son correctos ponga en
el recuadro su dedo índice izquierdo.” Bernardo revisa los datos,
sólo para asustarse más al notar que en un recuadro marca que en
los últimos veinticuatro meses ha adquirido cien hojas de papel, lo
que suma a la fecha dos mil doscientas; destaca en un recuadro y
con letras rojas una falta menor a las disposiciones forestales, junto
con la anotación de una multa abonable en su próxima declaración
de impuestos… Luego de tocar la pantalla, la tablilla expide un
certificado de compra. El empleado toma nuevamente la tablilla,
recorta el comprobante impreso sobre una cinta de acetato trans-
parente y se lo entrega.
—Gracias por su compra, doctor Seler… Déjeme ponerle en
unas bolsas su compra.
—Gracias.
Bernardo sale de la tienda. Sin entrar en su casa, sube a su co-
che y se dirige al centro de la ciudad. Llega rápidamente a la calle
catorce, aunque no da con la tienda de consumibles para oficina.
Esperaba ver un local grande y bien iluminado, pero se topa con
una puerta con un pequeño anuncio de insumos para impresión.
Al entrar, más parecía una tienda de usados. Las paredes sucias y
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grises y un hombre viejo y malencarado, sentado tras un mostrador
blindado con cristal y herrería viendo televisión, con cámaras de
seguridad en ambos lados del mostrador y un micrófono de dos
vías sobre el cristal. Al acercarse al mostrador suena una campani-
lla. El televisor cambia la pantalla y aparece una foto de Bernardo
y sus datos, que el empleado lee y gira la cabeza a la ventanilla de
atención.
—Buenas noches, Doc… ¿Qué necesita?
—Hola, buenas noches. Quiero un cartucho de tóner para una
impresora HP cinco mil quinientos.
—Ya no existen…
—¿Qué puedo hacer?
—Rellenarlo, pero yo no lo hago. Si quiere, puedo venderle los
materiales y un instructivo, pero es bajo su responsabilidad. No le
puedo garantizar que funcione bien. Depende de en qué estado
esté su viejo cartucho…
—Adelante, necesito poner a funcionar mi equipo… Es cuestión
de nostalgia.
—Espero que sea mucha su nostalgia, porque sólo admito efec-
tivo y, en este caso, no tenemos recibos… Considere que le estoy
haciendo un favor…
Después de sacar hasta el último centavo de su cartera, Bernar-
do sale de la tienda, con una botella de tóner, unos cuantos sellos
de goma, un par de pequeños embudos y una especie de enorme je-
ringa acompañado todo de papeles mal impresos que, según el ven-
dedor, son las instrucciones de llenado. La noche seguía avanzando
y el camino a casa se hace pesado. Ha perdido mucho tiempo.
Regresa a casa desesperado por continuar. Así que va derecho al
estudio cargando las bolsas de papel y el kit de recarga de la impre-
sora. Sin siquiera sentarse continuó su búsqueda.
—Activo… Descripción de avance.
–Imposible localizar empresa con siglas Pah-ef.
Bernardo desempaqueta las hojas y las coloca en la bandeja de
la impresora. Sin acabar de entender si lo que estaba haciendo esta-
ba bien, sigue las instrucciones de un enfermo mental, insertando
un programa cuyo contenido desconoce. Ha tenido que hacer una
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inversión enorme en papel, acompañado del pago de impuestos
por el uso de papel… “Todo lo que he hecho desde que salí de la
clínica es un completo error…” Pero ya ha empezado, y quizás lo
mejor sea terminar.
—Iniciar impresión.
—Iniciada… Archivo de la humanidad, en pantalla, sesenta y
cuatro mil quinientos ocho match, ¿algún criterio de depuración?
—Elimina novelas, cuentos y ficción. Conserva artículos de pe-
riódico y revista, páginas principales y biografías.
—Catorce mil doscientos match, ¿algún nuevo criterio de depu-
ración?
—Elimina archivos posteriores a 2010.
—Imposible continuar con la impresión. Favor de cambiar car-
tucho de tóner.
La molestia se refleja en la cara de Bernardo, mientras quita el
cartucho y comienza a seguir las instrucciones de rellenado, entre
carreras para buscar herramienta, un trapo para limpiar el finísimo
polvo que, en su desesperación por rellenar rápidamente el tanque,
ha manchado parte del escritorio, y una navaja para hacer un par
de cortes a los tapones plásticos que debe colocar en el orificio de
entrada y el de respiración… Entretanto Bernardo sigue buscando
en la red.
—Ningún match posterior al año dos mil diez. El total de la bús-
queda es histórico. La última fecha de artículo es mayo 14 de 2007.
¿Algún nuevo criterio de depuración?
—Da prioridad a los que contengas nombre Samuel Sayer.
—Cero match. Iniciar búsqueda nueva o regresar.
—Iniciar nueva búsqueda… Archivo de la humanidad sin im-
portar año; solamente conceptos históricos. Ordena cronológica-
mente del más antiguo al más nuevo.
—Trescientos noventa y seis match.
—Elimina páginas no firmadas o sin respaldo histórico.
—Setenta y ocho match.
—Alguno respaldado por la sociedad de historia.
—Tres match, todos ellos ligados.
—Preséntalos uno a uno en pantalla.
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La página no contenía imágenes. Era de la vieja Web: sólo texto
con un rudimentario banner superior de letras sombreadas y descri-
bía los orígenes del Archivo de la Humanidad en el año cincuenta
y ocho en la Universidad de Yale, describiendo una tesis de un
estudiante de economía sobre una teoría de en tendencias demo-
gráficas…
Bernardo coloca el cartucho recargado y continúa automática-
mente la impresión y el retoma su lugar para seguir leyendo, sin
encontrar nada muy concreto.
—Regresar y suspender búsqueda.
—La impresión ha terminado, resultando mil quinientas ochenta
y tres hojas impresas, seis millones cincuenta mil doscientos vein-
tiséis caracteres recibidos impresos.
Bernardo lee por casi una hora y haciendo más búsquedas sobre
el tema. En cada ocasión se topa con callejones sin salida. Impo-
tencia ante su poca práctica en la red. Es que nunca ha necesitado
hacer búsquedas más complicadas que una biografía o un libro. En
esta ocasión no sabe cuál es el camino correcto.
—Busca archivos que relacionen a programadores, hackers y
crakers con los nombres Leviatán, Easyplayer y Lio.
—Resultados conjuntos ninguno, sólo un match con los tres
nombres pero no relaciona las palabras programador hacker o crac-
ker, y existen más de dos millones de referencias de combinaciones
individuales.
—Muéstrame la página de conjunto.
En la pantalla aparece un site de un diccionario de términos para
el juego de la red. Una versión compleja de calabozos y dragones
que los jóvenes utilizan globalmente y en que se combina un juego
tridimensional en primera persona en un mundo ficticio y unas
tarjetas de poderes que intercambian en la red y que les ayuda a
pasar de un lugar a otro de los miles de escenarios donde más de
siete millones de usuarios participan… En alguna ocasión Bernardo
trató a un grupo de jóvenes obsesionados con el juego y que habían
perdido la noción de la realidad… (Algunos países prohibieron el
juego, pero la red siempre se ha dado sus modos de seguir llegando
a cualquier jugador…) El solo verlo le revuelve el estomago…
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—No, no es lo que busco. Busca relaciones entre los mismos…
No, busca antecedentes policíacos de cada nombre por separado.
—Catorce mil quinientos treinta y dos resultados. ¿Algún crite-
rio de depuración?
—Sí, busca los comprendidos entre el 2002 y el 2007, y comienza
a presentar los más recientes.
—Resultados en pantalla.
—Descarta los que tengan más de cuarenta y cinco y menos de
treinta y cinco años, y también a los de raza negra, asiáticos o la-
tinos.
—Resultados en pantalla.
—¿Cuántos match encontrados?
—Seiscientos uno individuales y trece con dos concordancias. La
impresión ha terminado, resultado mil quinientas ochenta y nueve
hojas, seis millones setenta y tres mil ciento cincuenta y ocho carac-
teres recibidos impresos.
—Presenta en pantalla iniciando por los que tengan fotografía y
en orden cronológico.
—Primer resultado en pantalla.
—Avanza al siguiente.
—Resultado en pantalla.
—Avanza al siguiente…
Bernardo lee detenidamente cada resultado de la búsqueda,
pero ninguna parece ser lo que busca. Ya de madrugada, y después
de haberse levantado de la silla sólo para prepararse un par de tazas
de cafés, luce desconcertado. Ninguno de los datos que Tomás dijo
parece corroborable: nombres, fechas, apodos o la famosa empre-
sa… ¿Había investigado correctamente?… El Archivo de la Huma-
nidad existió, pero para la época a la que Tomás se refería ya había
sido cerrado por incosteable; en ningún momento la biografía de
Samuel Sayer menciona haber colaborado en la creación o desarro-
llo del archivo antes de morir; ninguno de los archivos de antece-
dentes coincide con Tomás: la descripción física y las fotografías de
los expedientes no coinciden con el aspecto de Tomás. Incluso si
trata de imaginárselo sin la deformación facial… Su altura es muy
peculiar. Sin embargo, la respuesta a los datos que Tomás le dio
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seguía siendo una incógnita: la extensísima impresión de una se-
cuencia casi interminable de unos y ceros le ha intrigado y a la vez
siente que ha sido objeto de una burla cibernética de su paciente.
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Notas Bernardo…
Empapelitamiento
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Sesión Tomás…
Traducción simultánea, viejos nuevos recuerdos
111
Notas Bernardo…
Necesito ver para creer
113
En la casa de Bernardo…
Insisto en buscar
Una vez más, Bernardo llega inquieto a casa. Pasó toda la tarde
pensando y tiene nuevas ideas para investigar la identidad de To-
más. Mientras lo observaba en la sesión, por momentos se daba
cuenta de que las características físicas eran quizás la primera señal
que registra de una persona y ésa podía ser la forma más simple de
búsqueda. Además, cabe la posibilidad de que alguien lo extrañe:
familia, esposa; eso sin contar que fuera buscado por la policía.
Después de cambiar su ropa, se dirige nuevamente al estudio,
no sin antes servirse un vaso de leche en la cocina.
Se sienta en el sillón y, después de ordenar mentalmente sus
ideas, suspira y dice:
—Activo
—Buenas noches, Doctor. Ningún nuevo mensaje en bandeja.
—Iniciar búsqueda global según perfil.
—¿Base de datos local, continental o mundial?
—Empecemos por la local.
—Generales.
—Busca perfiles de personas extraviadas de los últimos diez años:
varón, caucásico, ojos oscuros, de más de un metro con noventa
centímetros de estatura, de entre treinta y cinco y cuarenta y cinco
años de edad al día de hoy.
—Seis concordancias. Resultado en pantalla.
Bernardo comienza a ver los resultados. Todos ellos han sido
encontrados: dos vivos, los demás muertos y sus cuerpos plena-
mente identificados. Tomás no era ninguno de ellos.
—Amplía búsqueda a mundial con las mismas referencias. Agre-
ga el nombre “Daniel” a la búsqueda, pero que sea sólo como re-
ferencia adicional.
—Ciento cuatro concordancias generales; sólo una con el nom-
bre “Daniel”. Resultados en monitor.
Bernardo mira detalladamente la ficha que contiene el nombre.
Es increíble. Ha aparecido muerto en un accidente automovilístico
y calcinado, pero las pruebas de ADN lo identifican positivamente;
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de los demás sólo cuatro siguen extraviados, pero no pueden ser
Tomás: uno es alemán y nunca ha salido de Alemania, y Tomás no
tiene acento de ninguna clase. Dos tienen estaturas superiores a los
dos metros, y el otro tiene el pelo cano en la foto y su complexión
es muy distinta… Ha llegado a otro callejón sin salida.
—Inicia nueva búsqueda en pacientes con trauma en peroné con
reconstrucción metálica y las mismas características anteriores.
—Imposible recuperar archivos por confidencialidad paciente-
doctor. Según estipula la Ley de Difusión de Red número cuatro
dos ocho siete uno cero dos internacional, se requiere autorización
del médico tratante, orden judicial o autorización del paciente;
ningún caso abierto a público coincide. ¿Alguna nueva búsqueda?
—No, desactiva.
—Imposible interrumpir proceso de impresión. Restan seis ho-
jas. Desactivación al término.
—¿Impresión?… ¿Qué estás imprimiendo?
—Su petición.
Bernardo se levanta de un salto y va a la impresora para toparse
con un grupo de unas veinte hojas llenas de ceros y unos…
—¿Cual petición de impresión estás ejecutando?
—Su petición específica.
—¿Cuando pedí esta impresión?
—Imposible precisar. Los datos se imprimen por aportación si-
multánea acorde con su petición.
Bernardo empieza a sentir una mezcla de miedo y curiosidad.
Las dudas lo empiezan a llenar. La impresión termina y la compu-
tadora se apaga. Regresa Bernardo al sillón y comienza a escribir
nuevamente sus notas sobre Tomás. Sus pensamientos son más
confusos que nunca. No puede ser que Tomás haya metido un
virus con sus comandos en binario; hace más de cuatro años que
los virus desaparecieron. El cambio de los antiguos sistemas opera-
tivos por la plataforma universal acabó con esos problemas y con
la inestabilidad de antes. Hace mucho que nada ocurre en las com-
putadoras. Pero algo ha ocurrido, algo de lo que no está seguro y
que le cuesta mucho entender.
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Notas Bernardo…
Ya te descubrí… Eso creo
117
En la oficina de Bernardo
No se te ocurra mentirme…
125
Notas Bernardo…
Empieza el miedo
134
Amanece en la clínica
Tranquilo, todo se va a resolver
144
La casa de Bernardo…
Razones para enloquecer
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to y declaro culpable por no haberme dado cuenta a tiempo. Pero
eso usted ya lo sabe, nuestro amigo común ya se lo contó.
Casi puedo ver su cara al leer estas líneas, y le pido que deje su
preocupación a un lado y haga un favor a un amigo desaparecido en
batalla. Sé de buena fuente que nuestro amigo le dio mi testamento.
Junto a esta carta encontrará todos mis bienes. En ellos le dejó a cada
persona del mundo algo bueno, pero por estar muerto me cuesta
mucho trabajo hacérselo llegar. Usted es el único vehículo que pue-
de hacer mi última voluntad, la cual es simple: sólo tiene que seguir
rigurosamente el testamento y aplicarlo a los bienes heredados. Si se
equivoca no servirá y habrá que empezar de nuevo. Usted es muy
capaz y eso fue lo que decidió a Tomás a nombrarlo albacea de mi
voluntad. Cuando termine de leer esta carta rómpala en pedazos
pequeños y tírela en varias descargas en el baño. No tenga miedo
pues, si todo sale bien, conocerá la verdad de lo ocurrido y, sobre
todo, estará a salvo.
Cada cero y cada uno es mucho más que un número, y he corri-
do cientos de veces en mi cabeza cada proceso que espero tenga los
resultados que necesitamos.
Las hojas anexas son un amuleto que mantendrá alejados a los
malos espíritus de la red. Cárguelas y ejecútelas como código bina-
rio y será invisible ante cualquier búsqueda en la red de datos y al
terminar cargue la que Tomás le dio y la que le dio a Joel y después
destrúyalas y tirelas como todo lo demás.
Sé que estará dudando sobre hacer lo que aquí le pido, pero en
sus manos está la única esperanza de detener el proceso. La decisión
de hacerlo o no es suya, y la única garantía de que lo que hace es lo
correcto es la palabra de un loco. Por eso le pido que antes su cabeza
obedezca a su corazón.
Gracias
Daniel Newman
Salomón
Creo que me encuentro en peligro y estas notas son el único
testimonio de la odisea que pasé sin saberlo en los últimos meses
y que, como alud de nieve, me sobrepasó en la última semana. No
espero que nadie entienda lo que significan mis notas. Por eso quie-
ro hacer un resumen de lo que está pasando, en espera de que estas
páginas sean destruidas por mí en los siguientes días. De no ser así y
si llegó a tus manos, es porque fui víctima de un grupo de personas
cuya identidad desconozco y que, según creo, asesinaron a Tomás
Bit o Daniel Newman, como quiera que se haya llamado y que fue
mi paciente en la clínica Madox.
Si bien no encuentro a quién culpar por lo que está pasando.
Sé que es una situación persecutoria. Mi única tranquilidad radica
en creer en que lo que me dejó Daniel puede ser la salida, no sólo
para mí, sino para toda la gente a la que se pudiera afectar con el
desarrollo que hizo.
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Aunque es difícil describir lo que está ocurriendo, el resumen es
muy simple… Estamos siendo espiados desde el futuro… Están ve-
rificando nuestras actividades, nuestros gustos, preferencias, errores,
estamos siendo juzgados sin derecho a defensa y creo que también
están eliminando a cualquiera que no sea como ellos han dispuesto
que debe de ser la gente.
Existe un grupo que opera como una agencia gubernamental
que tiene la información de cada persona en el planeta y, mediante
un programa de cómputo muy sofisticado, verifican cada cosa que
hacemos, compras, viajes, llamadas telefónicas, visitas en la red, y
cualquier otra cosa que deje un registro en algún sistema electrónico,
y después es procesado de acuerdo con variables que nos clasifica
dentro de una tabla de riesgo y, según esta tabla, vas siendo más y
más vigilado hasta que te consideran un peligro y entonces, según
entendí, puedes ser eliminado.
Si algo me pasó y estás leyendo esta carta, encontrarás dentro
de este sobre una memoria de la cámara de fotos. En ella están las
imágenes de cada uno de los dibujos de Tomás y de lo que él llamó
su testamento y una hoja que le dio a uno de los enfermeros. Lee
atentamente mis notas y verás cómo se tiene que leer. Sé por los
comentarios de Tomás que existe un grupo de hackers que aún opera
en la red. Quizás ellos serán los indicados para ayudarte. Yo pienso
tratar de hacerlo solo, para no llamar más la atención. De no ser así,
buscaré ayuda en la red y si en el camino no lo logro, quiero que
sepas que en mis datos ya soy peligroso para ellos.
Te quiero.
151
La casa de Bernardo…
Un fin de semana… Un rompecabezas
153
Lo primero es lo primero…
Librémonos del mal
161
La casa de Bernardo
Domingo de datos y más datos
164
Casa clínica casa
Un día importante
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La casa de Bernardo
Cartas de un conocido
Hoja 1
Hola, Desconocido.
Esta carta es un intento desesperado de buscar ayuda. Sé que
sin importar quién lea este mensaje se estará viendo afectado por el
trabajo que he desarrollado en estos últimos años. Aún no sé cómo
resolverlo ni cómo ha de terminar. Tengo temor por mi vida y creo
que por la de algunas de las personas con las que colaboré en mi tra-
bajo. Nunca fue mi intención afectar a la gente, sobre todo a gente
inocente. No quiero pensar en dejar este mundo sin pedir perdón
por mis errores, y prometerte a ti que me lees, que haré lo posible
por ayudarte.
Si estás leyendo esta hoja, es porque lograste armar el rompeca-
bezas que, si hubiera enviado como texto, habría sido leído por las
páginas de pesca de la red, pero con el formato despiezado que envié
sólo es una imagen que no pueden reconocer y no les interesa perder
el tiempo en leer. Por eso llegó a tus manos.
Si recibiste esta carta es por qué no logré hacer las modificacio-
nes correctas en persona y que tú ya hayas comenzado a modificar
la base de datos, por lo que no importa lo que hagas en ella, no
corres peligro. Tengo algunas ideas de cómo te entregué los datos,
pero pudo haber pasado mucho tiempo desde que escribí este correo
hasta que llegó a tus manos, por lo que las cosas pudieron haber
cambiado. Así que te pongo el tanto de lo que pienso hoy y después
confío en mi buen juicio para entregar la información a la persona
adecuada y que sabrá utilizarla.
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Desconozco si pude contarte lo que ocurre, pero me gustaría
hacer un resumen. En los últimos años, un grupo de gente, que aun
no logro entender de quién dependen y que se identifican como el
Archivo de la Humanidad, están usando los datos electrónicos de
cada personas para llevar un registro detallado de cada habitante del
planeta, y tratando de hacer relaciones entre ellas con el fin de iden-
tificar a personas peligrosas. Sin embargo, según entiendo, los linea-
mientos de clasificación pueden afectar realmente nuestras vidas,
al transformar al programa en una especie de juzgador de nuestros
actos y capaz de tomar decisiones de castigo que van desde cerrar los
créditos hasta borrar a la persona de la base de datos, sin importar lo
que esto signifique. Creo que el seguimiento de las actividades de la
gente no es malo con fines estadísticos, pero la clasificación, etique-
tado y castigo ya es trabajo de Dios y no de los hombres.
Hoy es jueves 6 de agosto de 2009. Durante los últimos dos me-
ses he decidido modificar el sistema de organización y selección de
datos de la base del archivo en que trabajo. Hace días que no tengo
noticias de mis colegas, por lo que pienso que nuestros temores son
ciertos. Esta gente es peligrosa y no sé si tenga el tiempo correcto
para resolver las modificaciones que se necesitan. He tratado de rea-
lizar cambios mientras termino las pruebas de ensamble, pero des-
conozco cuánto tiempo me queda antes de que termine el trabajo, o
ellos se den cuenta de que modifico algunas partes del software.
Daniel Newman
Hoja 2
Hola, Desconocido.
He dejado una puerta abierta, con un bloqueo de acceso y dos
contraseñas para poder acceder en todo momento al programa. Sé
que en cuanto se den cuenta de que lo hice van a investigar y blo-
quearlo, pero tengo una justificación simple. Es un acceso que me
permite hacer pruebas reales y modificaciones sobre la marcha sin
interrumpir el programa. Ésta será la forma de hacer las correcciones
que necesitamos para evitar ser sorprendidos o que las modificacio-
nes que hagamos sean interceptadas.
Ayer corrió el programa en la parte de bases de datos en propor-
175
ción de uno a seis mil. Espero que la tecnología no nos alcance antes
de encontrar un modo de control. No puedo pensar en destruir el
programa, pues se autorrespalda cada diez minutos y desconozco
dónde lo hagan, pues la unidad de respaldo es remota. Tampoco
pude poner un virus de tiempo para que destruyera la columna del
programa, pues la primera parte del sistema y, creo yo, la obra maes-
tra de Lio, es un sistema de protección autoinmune, que no permite
que ninguna parte del programa borre a otra, por lo que considero
como única alternativa complementar el programa de modo que
filtre la información antes de tasarla en la base de datos.
La puerta que dejé está en la unidad de evaluación. Así que pue-
do seguir haciendo adhesiones al programa base sin que se sienta
agredido y, como ya he venido trabajando así, no creo que sospe-
chen nada; es más, pensando como Einstein es tan relativo como
que tú estés leyendo esto. Sólo Dios sabe cuándo y dónde mientras
yo lo escribo hoy, así que si este correo es leído por alguien, es la
principal prueba de que aún está abierta la puerta y que funciona,
sin importar cuándo o cómo.
Daniel Newman
Hoja 3
Hola, Desconocido.
No puedo alargar más la entrega del paquete completo. En los
últimos dos días aumentó la supervisión de mi trabajo y el propio
Sayer, quien es el director del programa, viene cada dos o tres horas
a verme. Me es muy difícil desde mi estación de trabajo sacar estos
mensajes a una red segura. El firewall va cerrando puertas cada vez
que abro otras, así que los mensajes atachados ya son imposibles de
enviar. He abierto una página en un servidor gratuito de Guatemala
en el que estoy dejando estos breves mensajes, que espero sean sufi-
cientes para evitar que seamos espiados en el futuro.
Desde ayer la red ha cambiado. Los sistemas han comenzado a
migrar al GlobalNet, lo que me hace más difícil cada día mandar
información y consolidar una posible solución a esta invasión en
un servidor remoto. Espero que antes de que cierren la red terrena
pueda llegar a alguna solución. El tiempo se termina. La red satelital
176
corre diez veces más rápido y eso puede ser el detonador que ellos
esperan.
Daniel Newman
Hoja 4
Hola, Desconocido.
He ideado un método para hacer funcionar las correcciones
en caso de no poder hacerlo yo. Como sabrás si has recibido es-
tos correos, la comunicación más simple es el código binario y el
encriptamiento que usaste para llegar hasta aquí es tan simple que
es perfecto. Por ello te diría que sigas las mismas instrucciones que
usaste, pero empieces al revés y termines con todos y cada uno de
los signos, excepto los ya usados. Llegó el momento de emprender la
graciosa huida y tratar de impedir que esto siga adelante.
Quiero agradecerte, quienquiera que seas, el haber confiado en
mi palabra para ayudarme en algo tan complicado y tan difícil de
creer.
Daniel Newman
Hoja 5
Hola, Desconocido.
Espero firmemente ser yo mismo el que reciba estos correos.
La situación llegó a su límite. No sé de qué modo, pero ha venido
eliminándose de mi unidad de trabajo el acceso al programa en ge-
neral. Sólo me quedan los accesos correctivos y mis passwords están
siendo cerrados. He verificado si la puerta trasera sigue operando y,
aun cuando el software corre en un nuevo equipo, el encadenamien-
to de datos opera desde cualquier unidad conectada a la red. Eso
quiere decir que ya está en funciones, pero no sé a qué velocidad
ni cuántos datos está empezando a recibir, aunque espero que sólo
esté corriendo con los datos de captura que han venido realizando
los últimos años. Sólo puedo saber que son cientos de miles por
segundo y que el proceso está a un diez por ciento de la capacidad
esperada, con lo que pueden procesar todos los datos de la gente de
Europa entera.
177
Hoy es viernes 4 de septiembre de 2009 y creo que el fin de se-
mana me puede ser un buen velo para desaparecer y darme setenta y
dos horas antes de que me busquen. He venido guardando efectivo
por los últimos cinco meses y sé que podré alejarme lo suficiente
para trabajar en revertir el programa del que en un principio estuve
tan orgulloso… Una vez más te pido perdón.
Daniel Newman
179
Saliendo a trabajar…
Eventos paranoicos
Por la mañana abre los ojos. Es tarde, son casi las diez de la mañana
y el teléfono ha sonado más de diez veces. Abre los ojos como sin
despertar, y mira a su alrededor. Durmió con la luz encendida y la
computadora está activa en estado de reposo. Localiza el teléfono.
Al tomarlo reconoce el número; es el de la clínica. Antes de descol-
gar tose un poco para aflojar la voz, y mira el reloj…
—Sí.
—¿Doctor Seler?… ¿Está bien?
—Sí. Buenos días, Braulio. No me sentí bien temprano, pero ya
voy mejorando. Un poco más tarde estaré en la clínica.
—Nos tenía preocupados. Nunca llega tarde, y pensamos que
algo le había ocurrido…
Braulio ha sido su asistente por hace casi diez años; es una de
las condiciones de trabajo que ha impuesto en cada lugar al que se
ha cambiado, pero desde su llegada a la clínica Madox, Bernardo
decidió darle un puesto donde pudiera desarrollarse él solo y dejar
que creciera. Sin embargo, siempre está al pendiente de él.
—No, todo está bien; sólo es cansancio acumulado y que me
generó cierta jaqueca. ¿Alguna novedad o problema?
—No se preocupe. Yo estoy a cargo. ¿Por qué no se queda en
casa y descansa? Ya mañana nos vemos aquí… Yo le aviso si pasa
algo.
—En unos minutos salgo para allá. Prefiero trabajar y distraerme
un poco.
Cuelga y pasa al baño. Mientras llena la tina y se rasura regre-
san sus fantasmas nocturnos llenos de ceros y unos. Ya no está
tan seguro de lo que hace. La visita de Valle con el resultado de la
autopsia y la posibilidad de que Tomás tampoco fuera Daniel, sino
una tercera persona lo dejó frió. La herencia. La foto del periódico
que revelaba que era Daniel Newman, esa foto es más antigua que
las aseveraciones de Valle. Pero tampoco puede decírselo. Lo mejor
sería replantearse las cosas desde ese punto… Al juntarlo todo sólo
puede pensar en depender de su buen juicio. Han ocurrido mu-
180
chas cosas más que la muerte de un hombre y, según se da cuenta,
es más largo de lo que piensa.
Arreglándose la corbata se topa con Patricia, que arregla la
cocina.
—Buenos días, Doctor. Me pareció escuchar su teléfono. No
sabía que estaba en casa.
—Buenos días. Pues gracias a ese teléfono estoy despierto. Ya se
me hizo tarde. ¿Hace falta algo en casa?
—Había pensado dejarle una lista en la puerta de refrigerador.
—Está bien. Ya mañana surto lo que haga falta. Adiós.
—Adiós.
Sale rápidamente, se monta en el coche y toma camino. No ha
llegado a la esquina cuando repentinamente da la vuelta y regresa.
Ha visto por el retrovisor a la misma camioneta de servicio de la
telefónica que lo despertó unos días antes. Es muy raro ver dos
veces estos vehículos en tan pocos días. Vuelve un tanto agitado
y se dirige a la recámara, donde había dejado las hojas recibidas el
día anterior. Rompiéndolas, las tira en el retrete, después baja al es-
tudio. Busca los dibujos de Tomás. Los separa en diferentes lugares
como adornando casualmente y toma los que le sobraron, los mete
en un enorme tomo de un atlas universal anterior a la terminación
de la Guerra Fría y lo coloca en la parte baja de un estante. Con
un libro bajo el brazo para simular el regreso, se dirige a la puerta.
Antes de llegar se topa nuevamente con Patricia.
—¿Olvidó algo?
—Sí, pero ya lo tengo aquí. Adiós.
Enseña el libro y sigue su camino. La calle está vacía de nuevo.
El camión se ha ido. No han pasado más que un par de minutos,
pero han sido suficientes para que ni siquiera estuviera a la vista a
los extremos de la calle. El corazón de Bernardo comienza a tran-
quilizarse. Sube en el coche nuevamente y se aleja con rumbo a la
clínica.
—Estás cada vez más paranoico; sólo era gente trabajando.
Al llegar a la clínica, Braulio lo espera en la puerta, con su ac-
titud de siempre serena pero dominante, Braulio es psicoanalista
pero se desarrolla mejor en los ámbitos administrativos de la clíni-
181
ca, donde ha encontrado un nicho entre el ejercicio de la profesión
y su gusto por los números. Viste siempre en monocromía con de-
gradados entre blanco y negro y con un aspecto refinado que, para
muchos, raya en lo hipócrita: siempre con una sonrisa en la boca,
el cabello perfectamente cortado, un andar erguido y con aires de
nobleza, desentona un poco en el contexto normal de Bernardo,
pero al trabajar juntos hacen un equipo inmejorable.
—Doctor, nos tenía preocupados. No pensé ver el día en que
llegara tarde a trabajar… ¿Está bien?
—Sí, mentalmente agotado después de los acontecimientos de
los últimos días, pero ya listo para empezar de nuevo.
Braulio le da un apretón de manos y lo acompaña a la clínica
donde un montón de expedientes lo espera en su despacho. Mien-
tras caminan al interior, Braulio lo pone en antecedentes. Han in-
gresado dos nuevos pacientes: uno de ellos un caso de esos que les
gustan a los dos.
Un hombre encontrado en la playa, sin papeles ni antecedentes,
sin señales de maltrato, que no responde a ningún estímulo; parece
no entender ningún idioma en que le han hablado, pero desde
que lo sentaron hace una semana en un separo de la policía se la
ha pasado esculpiendo con papel que alguien le ha proporciona-
do, con una habilidad asombrosa… En fin, uno de esos retos que
disfrutan.
El día fue mejor de lo esperado; pasó rápido con el trajín del
trabajo, y sin dar tiempo a pensar en nada, fue uno de esos días
en que da gusto llegar al final y pensar que fueron productivos y
buenos. Pasan de las ocho de la noche cuando se da cuenta de la
hora. Así que va a su despacho a dejar los informes del día. Deja la
tablilla digital sobre la mesa con una nota en la pantalla que pide
a su secretaria que archive en el expediente de cada paciente los
documentos electrónicos en memoria, identificando fecha y hora.
Se sienta por un momento en su sillón Le Corbusier y contempla
la puerta. Sabe que el buen día está por terminar. Al salir por la
puerta seguramente su cabeza empezará a jugar en contra de la paz
que siente en ese momento y comenzará a escudriñar en todo lo
pasado lo que debe hacer.
182
El concierto de Bach que pone en el coche le distrae la mente a
otros tiempos. Recuerdos de su esposa, los primeros pasos de Salo-
món y sus inicios en el tratamiento clínico que tanto le gusta y, sin
darse cuenta, ha dejado atrás los pensamientos que le cargan la men-
te, el viento fresco que entra por la ventana y el panorama boscoso
de camino a casa son la mejor terapia de relajación que se pudiera
pedir. La noche húmeda y fresca con olor a pino y tierra mojada,
le incita a alargar el viaje a casa. Ese camino que, sobre todo en la
noche, disfruta tanto, más que nunca en días productivos. Por un
momento piensa en seguir manejando toda la noche hasta donde
el camino lo lleve y olvidar lo complicado de su vida en esos mo-
mentos… Recordar a su esposa… Un buen día de trabajo… Buena
música… El panorama perfecto… Unas pocas lágrimas salieron de
sus ojos y se las enjuga rápidamente.
La llegada a casa fue como tener que bajarse del mejor juego
de la feria. En realidad desea dar una vuelta más; sin embargo, se
estaciona, apaga las luces y el motor y, dando un suspiro sale del
coche y se dirige a la casa. Su semblante cambia. Al abrir la puerta,
nota que no suena el bipeo que produce el chip al paso por el arco
y frente a sus ojos aparecen sombras de destrucción en el interior.
Con un marcado retardo, al detectar la presencia de su chip de
identificación, la computadora enciende las luces del interior y se
escucha una fuerte sirena de alarma…
—Se advierte al intruso que es propiedad privada y que está tras-
grediendo un espacio protegido por alarma conectada a la central
de la policía que ya ha sido avisada.
Bernardo salta del susto. Quien hubiera entrado a la casa aún
está en ella. Retrocede dos pasos y contempla la fachada de la casa,
en espera de ver algún movimiento, pero nada ve, así que se aleja
unos pasos más. Mientras mira a las ventanas del piso superior,
escucha sirenas policíacas a lo lejos.
Los vecinos salen a la calle. Conoce sus caras, pero nunca les ha
dicho más allá de un “buenos días”; es más, no conoce los nombres
de la mayoría. Aún con las llaves en la mano y con cara de franca
sorpresa, va al pasillo lateral de la casa que conduce al jardín trase-
ro. Todas las luces del jardín están encendidas y los vecinos de las
183
casas que colindaban atrás podían apreciarse asomados por algunas
ventanas, mientras las luces estroboscópicas rojas y azules de las
patrullas se acercaban desde el fondo de la calle a gran velocidad.
No parece haber movimiento en el interior de la casa. Rápida-
mente la policía se aproxima y dos agentes entran con las armas en
la mano. En cuanto se acercan al pórtico de la entrada, la computa-
dora detecta la identificación de los policías y apaga la alarma.
—Computadora, localización de intruso.
—Negativo; ningún intruso detectado en el interior.
—Descripción de alarma.
—Violación de protocolo de acceso a las trece horas con seis
minutos del martes ocho de septiembre del dos mil catorce.
—¿Por qué no se reportó a tiempo?
—Reportado hace once minutos a las trece horas con seis minutos.
—Son las veintiún horas diez y siete minutos. Verificar hora in-
ternacional en red.
—Hora en tiempo real trece horas diez y siete minutos.
Sin más comentarios los policías continúan con la inspección
general de la casa en busca de intrusos. Después de una revisión de
las habitaciones de la casa, los policías permiten la entrada de Ber-
nardo, casi al tiempo que el capitán Valle llega al lugar. Bernardo lo
ve de reojo y sigue su camino dentro de la casa, donde comienza a
ser interrogado.
—¿A qué hora llego a casa?
—Nueve y cinco o algo así; justo cuando comenzó a sonar la
alarma.
—¿Había alguien en la casa cuando entró?
—No vi a nadie. Al abrir la puerta sonó la alarma. Vi el interior
de la casa en desorden y decidí salir. La computadora ya había
hecho la llamada de emergencia, así que sólo me asomé a la parte
trasera de la casa.
—¿Alguien puede confirmar lo que está diciendo?
—Los vecinos le podrán decir que me vieron en el jardín hace
unos minutos cuando sonó la alarma. ¿Qué más le puedo decir?
Llegué solo a casa… Vivo solo.
—¿Alguien puede confirmar la hora en que llegó a casa?
184
—Si quisiera verificar la hora de salida de mi trabajo, verá que con
el tiempo de recorrido es minutos más o menos lo que le digo.
—¿Notó si le falta algo?
—¿Notar si falta algo?… Aún no he podido entrar. ¿Cómo lo
puedo saber?
—¿Dónde está el tablero de control de la casa?
—A un lado de la escalera.
El policía revisa en su tableta electrónica y después de verificar
algunos datos, replica a Bernardo.
—Según el reporte de su computadora, lleva ocho horas en casa,
cosa que se corrobora con el tiempo de su coche y el del identifica-
dor de salida de la clínica Madox.
Una silueta conocida llega al lado de Bernardo. Valle viene en
una de las patrullas, pero descendió después de los agentes y se
ha venido acercando lentamente. Está a buena distancia para inte-
rrumpir el interrogatorio del policía.
—Yo termino con las preguntas.
Hace una seña a su subordinado, indicando que lo deje con
Bernardo a solas, cosa que hace sin ningún comentario.
—Hola, Doctor… ¿Veo que ha tenido un día pesado? Los po-
licías jóvenes son muy impulsivos y quieren saber todo con dos
preguntas.
—Capitán Valle… Usted llega a todas las emergencias o es sólo
mi imaginación.
—No, Doctor, una de las unidades me llevaba a casa cuando
escuchamos la alerta y no conozco a muchos doctores Bernardo
Seler, así que decidimos apoyar… Cuénteme lo ocurrido.
—Es muy simple: llegué de trabajar, sonó la alarma y llegó la
policía. Eso es todo.
Mientras Bernardo hace su breve relato a Valle, ve cómo un
par personas con pantalón negro y chamarra amarilla, sin ningún
distintivo en el uniforme ni en el vehículo del que descendieron,
entran a la casa y se dirigen sin aviso al pequeño cuarto de circui-
tos en la base de la escalera. Uno de ellos porta una caja plástica
similar a las de pescar, pero, al abrirla, Bernardo puede apreciar un
pequeño monitor y algunos cables con diferentes conectores en las
185
puntas. Al abrir la puerta de los circuitos, conectan varios cables
y el monitor se enciende. Al Bernardo tratar de ver lo que hacen,
Valle lo toma del brazo y lo aleja del lugar.
—Parece que el problema es que los tiempos no coinciden.
Como sabe, la red de la policía puede tomar datos de los controles
generales de los edificios y vehículos para evitar ilícitos y lamen-
tablemente, usted pertenece al quince por ciento de la población,
que ya es registrable con el chip de reconocimiento. Pero casi podría
asegurarle que es un mal entendido…
La cara de Bernardo pasa del asombro al enojo y al desconcierto.
—No entiendo el problema. Salí de la clínica después de las ocho
y cuando sus agentes entraron a la casa, la computadora tenía un
error en la hora, pero esto no tiene nada que ver con la hora de mi
llegada a casa.
—Eso estamos verificando. ¿Por qué no revisa su casa? Así po-
demos un poco más tarde, llenar un reporte entre todos. Tómeselo
con calma, Doctor; es más, considere dos o tres días para revisar la
casa y levantar un acta complementaria en la que incluya lo que le
robaron; del acta de intrusión yo me encargo.
Bernardo intenta acercarse a los hombres de la base de la esca-
lera. Así, mientras habla el Capitán, él gira un poco y se dirige a la
parte baja de la escalera esperando ver qué hacen los dos hombres
de la caja de circuitos, pero ya no están. Sólo han pasado dos minu-
tos; debieran estar en la casa. Comienza a recorrer las habitaciones
sin verlos nuevamente. Valle no hace por continuar a su lado y se
queda en el pasillo que lleva a la cocina. La siguiente prioridad de
Bernardo es revisar la casa, así que trata de relajarse y recorre len-
tamente la casa. Las habitaciones en desorden, cosas tiradas, pero
las cosas de valor están en su lugar. El joyero donde guarda algunas
cosas de su esposa está intacto sobre la cómoda, pero los cajones
han sido sacados de su lugar. Es difícil saber si falta algo entre tan-
tas cosas revueltas. Se necesita recoger para saber qué falta, así que
busca a Valle. La casa ya se ha transformado en un hormiguero. No
están los dos oficiales del principio, para ese momento hay unos
diez, todos con uniforme policíaco y la placa con el identificador
luminoso en azul y rojo en el brazo.
186
Bernardo encuentra a Valle en la cocina hablando con los pri-
meros policías que llegaron a la casa. Al verlo entrar Valle deja la
plática y se acerca.
—¡Qué bueno que baja! ¿Encontró faltantes?…
—A decir verdad, no. Más Bien no puedo saberlo; esto es un caos.
—No se preocupe, como le dije, tiene tres días para levantar su
queja y denunciar los faltantes. Mientras, mis agentes continuarán
con su trabajo. ¿Le importa si trabajamos otro par de horas buscan-
do evidencias?
—No, adelante. ¿Quiere un café, Capitán? Pensaba prepararme
uno.
—Lo acompaño; así aprovechamos el tiempo.
No le agrada la disposición de Valle a pasar un tiempo con él;
a pesar de haberle dicho que no tenía problemas en que su gente
trabajara, Bernardo quiere desesperadamente quedarse solo. Esa
noche su vida ha sido violada dos veces, una ilegalmente y otra
con todas las de la ley… ¿o ambas han sido iguales?
—¿Sabe, Doctor? Como autoridad competente tenemos la ca-
pacidad de accesar a redes de información privada mediante una
autorización judicial en casos como el suyo, sin necesidad de mo-
lestar a un juez, y debe saber que desde lo ocurrido en la clínica lo
he venido vigilando de cerca pensando en que podía ser atacado
por nuestro paciente supuestamente muerto. Y con esto no quiero
decir que tenga evidencia de que está vivo, sino más bien que aún
dudo que esté muerto. En fin, como le decía, he venido mante-
niendo una vigilancia pasiva de su vida, sin ponerle una escolta que
lo siga, pero hoy me desconcertó…
Tras un corto silencio que Bernardo utiliza para pensar rápido
qué decir y decidir en dejar que Valle siguiera hablando.
—Hoy salió muy tarde y regresó extrañamente temprano; sólo
trabajó una hora y durante ocho horas destrozó su propia casa.
—Creo que su discreta vigilancia se durmió igual que yo esta
mañana; en parte tiene razón, me levanté tarde y llegué muy tarde
a trabajar, como nunca en mi vida lo había hecho, pero salí de la
clínica después de las ocho y el personal del turno de noche se lo
puede confirmar…
187
—Ya lo haremos en su momento, pero sí quiero comentarle que
tanto el reloj de la computadora de control de la clínica como la
del coche que indica su hora de encendido, kilómetros recorridos
y hora de apagado y que además desde ese momento no ha en-
cendido de nuevo… ¡Ah! y la computadora de su casa, que indica
su hora de llegada a casa a las trece horas con seis minutos, que
coincide con la clínica y el auto, además de una instrucción suya
de emergencia a las veintiún horas con seis minutos y una instruc-
ción de borrado de archivos de las últimas ocho horas. Como verá,
todo apunta a que cualquier testigo que presente puede ser poco
creíble.
—Si me está acusando de algo, dígamelo.
—En realidad sólo de hacerme perder tiempo. Usted es dueño
de sus cosas y puede destruirlas si quiere… Sólo espero que esto no
sirva para complicar más las cosas sobre lo ocurrido en la clínica.
Sólo recuerde que pienso estar observándolo.
Valle deja la tasa sobre la barra de la cocina y sale lentamente,
dejando a Bernardo sin saber qué dijo. Desde la llegada de Valle esa
noche, Bernardo ha tenido la sensación de que algo no le parece
correcto. Valle ha llegado sólo unos instantes después de la primera
patrulla. Los primeros policías tenían información en cuestión de
minutos de los tiempos de entrada y salida de la clínica y no eran
reales. Es como si alguien empezara a manipular su vida, su infor-
mación, sus datos…
Ya no intercambia palabra con nadie más hasta que todos se re-
tiran de la casa. Son más de las tres de la mañana cuando el último
investigador se larga y lejos de sentir descanso, al cerrar la puerta y
ver al interior de la casa, bloquea su mente y, como un autómata,
levanta objetos tirados por todas partes. Empieza por el pasillo, lue-
go la sala donde se siente extraño. Hace meses que no entra y verla
así le descompone el alma; fue levantando objetos poco a poco, en
algunos deteniéndose a mirarlos con extrañeza. Una foto con su
esposa… Hace mucho que no la ve; tiene el marco descuadrado y
el cristal roto en pedazos; es como si todos los recuerdos le llegaran
de pronto, sin darse cuenta, la resaca de las últimas semanas, los
eventos del día, y los tristes recuerdos lo han puesto en un rincón
188
sentado en el suelo abrazando sus rodillas… llorando. Ha llorado
más en estas dos últimas semanas que en toda su vida.
Tarda un par de horas en serenarse y decidir dejar todo como
estaba y acostarse a dormir. Arrastra los ojos todo el trayecto y con
rumores en el estomago que ya manifiesta la inminencia de una
úlcera por las últimas jornadas a base de café. El cansancio pron-
to lo vence y duerme profundamente hasta que a las cinco de la
mañana se despierta sobresaltado. Entre sueños, todos los eventos
de los días pasados lo han atacado. Las pesadillas sobre asesinos
nocturnos y datos ocultos le han mantenido tenso. Se sienta en la
cama y viendo un poco al infinito, decide levantarse. Su corazón
está agitado. Le duelen los músculos del cuerpo. Ha dormido apre-
tando las manos y los dientes y está pagando el precio de la tensión
corporal con punzadas y dificultad para moverse. Como si hubiera
pasado la noche en el gimnasio… sudando… tenso… nervioso…
muy cansado. Lentamente se endereza y camina al baño; tras un
duchazo con agua muy caliente, baja a la cocina donde con pan y
un poco de jamón, se procura el desayuno. Mientras mira su entor-
no, una pequeña batalla se ha librado entre sus pertenencias y un
anónimo desgraciado que ha roto más el ánimo de Bernardo que
sus objetos personales. Continúa con el levantamiento de objetos,
la tristeza lo ha llenado como sólo tras la muerte de su esposa, se
siente despojado de lo más íntimo. Su mente opera en blanco sin
pensar en nada, sólo comenzando a colocar poco a poco lo que a
su paso quedaba casi automáticamente.
189
Después de lo pasado…
Un día normal, ¡por favor!
191
Entre recuerdos y copas…
Sin esperanzas de lograrlo
198
Parecía haber terminado…
¿La vida es justa?
201
Dispuesto a estar bien…
Alguna razón para llorar
206
Regreso a casa…
Clave para la clave de la clave
210
Hoja 1
Hola, Bernardo.
Ya sé cómo te llamas. Sin saberlo tú mismo me lo dijiste entre
los muchos números que te puse a enviar. Te parecerá curioso pen-
sar que hice esto en el pasado y lo estás viendo en el presente…
En tu presente, siendo ésta una demostración real de que se puede
espiar desde el futuro como seguramente en algún momento te dije.
Tendrás muchas dudas de lo que hiciste y si quieres una respuesta
a tus preguntas, la podría resumir en “no lo sé”. Cuando menos no
en este momento. Sé que si en algún momento corriste riesgos, ya
no los corres, que si te siguieron o espiaron ya no lo pueden hacer;
también sé que sabrás lo que es el agradecimiento de la gente que
ha dejado de ser espiada, que te enterarás de cada persona en el
mundo que compra un helado y lo hace libremente, o que llega
tarde a trabajar sin que sea etiquetado por ello, te enterarás de la
capacidad del monstruo y de cuánta gente sin saberlo te tiene que
decir “gracias” y puede hacerlo anónimamente, sin que sepas sus
secretos y sus vidas.
Es muy curioso, pero seguramente este nuevo mundo es más
simple que el que ayer tenías. Muy posiblemente no lo notes; muy
posiblemente la gran mayoría de la gente no lo note, pero ellos, los
malos, se darán cuenta, y buscarán en el programa por que han de-
jado de recibir las mismas cantidades de información que recibían,
pero para cuando quieran reaccionar ya será tarde. Irónicamente han
sido atacados desde el pasado, desde un pasado de hace años, que
los ha venido persiguiendo y que gracias a tu ayuda los alcanzó.
Mi agradecimiento no basta. Sin embargo, es un principio, en rea-
lidad llevo desde abril del 2007 agradeciendo, así que tú sabrás que tan
grande es. Sé que eres una excelente persona para haber pasado por
esto hasta hoy y para la gente como tú, la vida siempre es justa.
Daniel Newman
Hoja 2
Hola, Bernardo.
Como sé que un dialogo es imposible, recibe estas líneas y hábla-
las con la almohada; debes saber que a través de algunas instruccio-
211
nes que enviaste dentro del programa, hiciste algunas modificaciones
a tu vida que te pediría las tomes como el premio que merece un
héroe por salvar al mundo y te des cuenta de que la vida sí es justa
a pesar de lo que haya ocurrido en tu vida hasta hoy; por lo que has
pasado…
• Nunca pagarás nuevamente impuestos.
• Tus tarjetas de crédito y todas las que te den en adelante se pagarán
automáticamente, sin importar lo que gastes.
• Tu sueldo ha aumentado al triple desde hoy, dinero que recibirás
en tu cuenta aunque en papeles aparecerá igual.
• Tu historial crediticio, académico, laboral, etc., ha sido limpiado
así como cualquier marca a tus expedientes.
• Tu jubilación será verdaderamente muy generosa.
Todo lo que ha ocurrido en tu computadora con relación a nues-
tra peculiar relación ha sido eliminado, así que elimina esta hoja
también que es el único testimonio que queda.
Nada de lo que recibas directa o indirectamente es registrable,
y nadie te cuestionará ni te auditarán; a quien pagues recibirá su
dinero y los bancos no tendrán registro de lo que hagas. Eres in-
visible, con lo anterior y esperando no ofenderte, quiero darte las
gracias de parte del mundo entero y decirte que no sientas cargo de
conciencia de gastar dinero, pues sale de cuentas inactivas por más
de treinta años que generan más dinero cada día. Así que nadie lo va
a extrañar. Ésta es nuestra última comunicación. Todo ha terminado.
Olvida lo ocurrido y vive plenamente tu vida.
Por cierto, para cuando leas estas líneas yo ya formaré parte de
la historia.
Daniel Newman
214
Esperando a Salomón
Historias de aeropuerto
Fin
234
Bernardo y Leviatán
Se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2009,
en Impresora litográfica Heva, S. A.
Se tiraron 500 ejemplares.