You are on page 1of 114

ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

A N A S T A S I A BL A C K

SERIE WARDELL, 02

Belleza Peligrosa
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

AVISO

El material que viene a continuación tiene un alto contenido gráfico sexual y va dirigido a
lectores adultos. Belleza peligrosa ha sido clasificada como novela Erótica por al menos tres revisores
independientes.
La Cueva de Ellora cuenta con tres niveles de lectura de entretenimiento Romántica'™: S (S-
ensual), E (E-rótica) y X (X-trema).
Las escenas de amor S-ensual son explícitas y no dejan ningún espacio a la imaginación.
Las escenas de amor E-rótico son explícitas, no dejan espacio a la imaginación y ocupan gran
parte de la novela. Además, algunos de los títulos clasificados como E pueden contener material
fantasioso que algún lector podría encontrar reprensible, como la esclavitud, la sumisión, los
encuentros sexuales entre dos personas del mismo sexo, las seducciones forzadas, etc. Aquellos
libros clasificados como £ son los más gráficos de la colección; es normal, por ejemplo, que un autor
emplee palabras como "follar", "polla", "cono", etc. en sus obras.
Los libros X-tremos únicamente se diferencian de los E-róticos en el lugar en que se desarrolla
la trama y en la ejecución del argumento. Al revés que los títulos E, las historias designadas con la X
tienden a contener temas polémicos, no aptos para corazones asustadizos.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 1

Muelles del East End, Londres, 1838

Se oyó el entristecedor silbido del remolcador resonar sobre el agua. Su paso y la estela del
barco que arrastraba hicieron mecer el Artemis, amarrado al muelle. El movimiento confirmó a Seth
Harrow que la noche anterior había conseguido volver a bordo. También le hizo darse cuenta de lo
mucho que le dolía la cabeza. Mantuvo los ojos cerrados para evitar la luz que se filtraba por los ojos
de buey de la cabina del capitán y se quedó quieto, siguiendo la suave oscilación del barco.
Con suerte, aquel sería su último día en aquella apestosa ciudad. La noche anterior se
reencontró con el vicio y la ponzoña de la urbe. Resguardado en la fresca y dinámica Albany, en lo
profundo de las colonias, había olvidado los efectos que podía tener el doblez de la gente, que
acababa con el ánimo de un hombre y terminaba destruyéndole. Bien, ya lo había recordado, y ahora
estaba listo para irse. Un último recado y podría desplegar las velas con dirección a Irlanda.
Su casa. El pensamiento vino acompañado de una profunda nostalgia, una necesidad de lo
conocido. Y cuando pensaba en su hogar recordaba a Liam, la última vez que le vio, sentado en el
juzgado con expresión afligida en el pálido rostro mientras se dictaminaba su sentencia.
Seth abrió los ojos sobresaltado al notar una mano cálida y ligera deslizarse sobre su cadera
desnuda. Lentamente giró la cabeza hacia la derecha y se encontró con una pelirroja de verdes ojos
soñolientos que descansaba sobre su costado, sonriendo ligeramente. La mano femenina le
acariciaba la pierna y él dejó que sus rodillas cediesen ante la persuasión de aquellos dedos que
revoloteaban sobre el interior de sus muslos.
Recordó la noche anterior y sonrió.
—Buenos días tengáis vos también, Duquesa —dijo con marcado acento irlandés mientras se
giraba para quedar de frente a ella.
Ella sonrió abiertamente dejando al descubierto su brillante dentadura. Abrió ligeramente los
ojos.
—Se os nota el acento, Seth —su voz era profunda y ronca pero él recordó que poseía una
elegancia que no se disipaba ni en los momentos de agonía orgásmica. Era una sangre azul genuina.
La duquesa callejeaba la noche anterior, buscando el entretenimiento sin restricciones que los
cotillones y bailes no le podían ofrecer. Se detuvo brevemente a las puertas de la taberna del puerto
para bajarse la caperuza del manto que la cubría, quitarse los guantes y evaluar a los hombres en la
sala. Al ver a Seth sentado en una banqueta, se acercó a él.
—Podéis invitarme a una copa, Capitán —le dijo con voz ronca. Esbozó una sonrisa cómplice
que él entendió al instante. Se levantó, le ofreció la banqueta como un caballero, y fue en busca de
otro vaso de ron.
Ahora miró a los amplios pechos con los que había jugado la noche anterior. En la penumbra
eran blancos y estaban coronados con pezones de color rosa que se endurecieron al sentir la mirada
masculina.
—Creo recordar que anoche no pusisteis objeciones a mi acento irlandés.
Ella cogió su henchida y dispuesta polla y él emitió una exclamación ahogada.
—Yo recuerdo haber oído hablar a un hombre culto —contestó ella. Cediendo, relajó la mano y
comenzó a acariciarle con suavidad, deslizando sus dedos sobre la base de su glande. Sus caricias
eran suaves y enloquecedoramente excitantes.
Seth tragó saliva. Buscó fórmulas que hacía tiempo que no utilizaba.
—Es ciertamente asombroso cómo una persona puede dejarse engañar por las apariencias,
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

¿no es así? —dijo refinando su pronunciación, reflejo de la educación privada recibida en su infancia.
—Parece todo un caballero, ¿eh? —dijo otra suave voz. Una mano pequeña se deslizó sobre su
cintura desde atrás.
Seth se giró, mirando sobre su hombro. Sentada detrás de él, una rubia menuda con pechos
pequeños le acariciaba.
Annie. Ahora lo recordaba todo. Annie, la doncella de la duquesa, que al igual que ésta, tenía
un espíritu aventurero.
Una súbita imagen le volvió a la memoria: echado en la cama con los brazos extendidos
mientras ellas le atacaban con sus bocas y manos. La combinación de sensaciones creó en él una
explosión de placer.
Gruñendo, tomó a la mujer, para colocarla del lado de la duquesa. Esta, revolcándose, lanzó un
grito y rió. La pelirroja se sentó y le cogieron entre las dos. La duquesa mostraba la mirada de un
predador, un animal hambriento.
En ese momento llamaron a la puerta con cierta vacilación.
—¡Largo! —gritó Seth frunciendo el ceño.
Volvieron a llamar a la puerta, pero esta vez con golpes decididos.
—Más vale que seas tú, Harry, de lo contrario fabricaré un par de ligueros con los intestinos de
quienquiera que sea.
—Soy Harry —se oyó la respuesta ahogada.
—Será sólo un momento —dijo Seth, mirando a la duquesa con una sonrisa afligida.
Annie hizo una mueca de disgusto y la pelirroja se dejó caer sobre la almohada con un
exagerado suspiro.
—Mi paciencia sólo durará un momento, Seth.
Seth pasó por encima de la duquesa buscando sus pantalones que encontró debajo de una pila
de almidonadas enaguas y un corsé. Una de las gastadas camisas que usaba en el mar colgaba de una
escarpia clavada en la pared. Se la puso por encima. Sin tomarse la molestia de abrochársela,
entreabrió la puerta.
Harry, bronceado por el sol, clavó sus ojos rasgados en Seth a través de la rendija.
—Hay un chico aquí, en el muelle. Dice que tiene que hablar contigo, que tiene un mensaje.
Las noticias que esperaba. Seth asintió y abrió la puerta lo imprescindible para deslizarse a
través de ella. Harry alargó el cuello para ojear la habitación. Seth cerró la puerta rotundamente y
sonrió.
—Sólo las asustarás.
—¿Son dos? —contestó Harry parpadeando.
—Apuesto a que ninguna ha visto antes un chino —Seth dio un suave tirón a la trenza que caía
entre los omóplatos de Harry, y se dirigió hacia los empinados escalones que llevaban a la cubierta.
—Yo tampoco he visto antes a una duquesa —contestó Harry siguiéndole.
—Desnudas son todas iguales —subió a la cubierta y tomó una bocanada del aire denso y
húmedo. La niebla, tan espesa que apenas permitía distinguir el barco amarrado junto a ellos y
menos aún el lado opuesto del río, cubría el Artemis. Revestía la cubierta, enroscándose en la
arboladura y sus blancas volutas ahogaban el sonido, silenciándolo—. La humedad de Inglaterra...
Había olvidado lo triste que puede ser este lugar —miró hacia la pasarela, donde un chico menudo
de pantalones raídos y camisa gastada, aferrado a la barandilla, miraba con ojos muy abiertos el agua
que, sucia y aceitosa, separaba la nave del muelle de piedra—. Tú, chaval —dijo suavemente—, ven
aquí, no tengas miedo.
El chico tragó saliva y se dirigió al barco arrastrando los pies. Se quitó la gorra rápidamente,
como si acabase de recordar la costumbre.
—Tienes un mensaje para mí, ¿verdad, chico?
El chaval asintió. Miró por encima del hombro de Seth y sus ojos se abrieron más aún. Seth
echó una mirada a Harry, detrás de él.
—Es Harry Hang. No te hará daño. Dame el mensaje, chico.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Éste sacó un grueso sobre lacrado del interior de su camisa.


—Sus ojos son raros —dijo sin apartar la mirada de Harry mientras le daba el encargo a Seth.
—Nací en China hace mucho, mucho tiempo.
El muchacho se quedó pensativo. El acento occidental de Harry pareció tranquilizarle un poco.
—Mi papá me ha hablado de los chinos. ¿No llevan una especie de pijama blanco, sombreros
redondos y puntiagudos y trenzas colgándoles por la espalda?
Seth se rió mientras rompía el sello de la carta.
—Harry no. Ahora sólo lleva la trenza.
Harry giró la cabeza para enseñarle al chico su larga trenza.
—¿Por qué? —preguntó el niño inocentemente.
—Así, cuando me muera, Dios podrá tirar de mí hasta el cielo —explicó Harry.
El chico negó rotundamente con la cabeza.
—Dios no hace eso, te hace coger un barco.
—¿Cómo este? —preguntó Harry sonriendo.
Seth se distanció de la poco convencional conversación teológica y frunció el ceño mientras
leía el escrito.
—Me tenéis que dar dos peniques —le dijo el chico a Seth, señalando la carta con la cabeza—,
dijo que os lo escribiría ahí, en la carta.
—Eso pone —asintió Seth—. Harry, saca dos peniques del monedero del barco para el chico.
—Sí, Capitán —respondió él, yendo a por ellos.
El chico, encantado con su bien merecido dinero, bajó la pasarela dando brincos.
Harry separó las piernas para equilibrarse en la suave oscilación de la cubierta y se cruzó de
brazos.
—¿Buenas noticias? —preguntó Harry, echando una mirada al grueso papel color crema que
Seth tenía en la mano.
—En parte sí —respondió éste frotándose el mentón y examinando el documento. Esta noche
irá al Baile Anual del Clarín.
—No suena muy mal.
Seth se encogió de hombros.
—Entonces, ¿por qué tienes cara de haber comido grasa de ballena?
—Es uno de esos puntos álgidos de la temporada, un evento ineludible al que todo el que se
precie se siente obligado a ir y hacer el ridículo.
Harry rió extrañado. Seth tomó una bocanada de aire y también rió.
—Harry, tendrías que verlo para creerlo. Las mujeres se gastarán tu salario de un año en un
traje, irán apretujadas en sus corsés y cargadas de joyas con las que podrías alimentar a tus seis hijos
durante cinco años. Los hombres... —dijo meneando la cabeza—, los hombres vestirán paño y raso, y
camisas blancas con cuellos tan almidonados y altos que impiden acercar la barbilla al pecho. Cuando
lleguen al baile se quitarán los abrigos, sombreros y guantes, y enseguida se pondrán otro par de
guantes.
—¿Por qué hacen eso? —preguntó Harry mirándole fijamente.
—Para no manchar el traje o la piel de las damas con las que bailen.
Harry se quedó pensativo un segundo.
—Es un buen chiste, Seth —dijo, estallando luego en carcajadas—, muy bueno.
—No bromeo —comento éste, dejando escapar un suspiro. Definitivamente, estaba de vuelta
en Inglaterra, la tierra de la aristocracia.
Harry dejó escapar otra carcajada y tomó aliento.
—¿Y tú vas a ir? —preguntó. Su amplio y fornido pecho, ejercitado de tanto izar lonas mojadas
y anudar pesadas sogas, se sacudía, dejándose llevar por la jubilosa exaltación.
—¿Qué? —preguntó Seth, extendiendo sus manos.
Harry no pudo contener las lágrimas que se escapaban de sus ojos mientras le señalaba.
—¿Tú? ¿Tú vas a ser una liebre entre conejos? ¿Una burda liebre?
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Seth sonrió mirándose a si mismo. Los pantalones podían pasar, pero llevaba los grandes pies
desnudos y la camisa que una vez fuera la mejor de las que tenía, rasgada, manchada y hecha jirones
sobre sus hombros. Sus manos callosas resistían quemaduras causadas por la soga, pero se alejaban
mucho de la pulcra y mimada aristocracia con la que pretendía mezclarse aquella noche.
—Hay algo que no sabes de ellos, Harry. La apariencia lo es todo. Si visto y hablo como ellos,
asumirán que soy uno de ellos —dijo, acordándose repentinamente de las dos mujeres a las que
había dejado bajo la cubierta. Dobló la carta y la deslizó en el bolsillo de sus pantalones.
—Es un mundo verdaderamente raro —señaló Harry mirando los adoquines del muelle. Su
buen humor se esfumó.
Seth se dio cuenta del súbito cambio de ánimo de Harry. Una leve alarma se apoderó de él.
—No te pongas supersticioso conmigo, Harry —le dijo. A veces Harry sacaba a relucir su
exótica educación asiática, rescatando retazos de sabiduría oriental, que a menudo resultaban
proféticos—. Voy al baile, la veo y nos vamos a Irlanda. Punto.
Harry meneó la cabeza observando los remolinos que hacía la niebla.
—Cuando pones pie fuera del barco pisas un suelo extranjero donde nada tiene sentido. Los
mundos desconocidos pueden ser peligrosos —dijo.
Seth rió suavemente y le dio una palmada en la espalda.
—Me crié rodeado de esta gente, Harry. Estaré bien.
Se giró, bajó rápidamente las escaleras y abrió la puerta de la cabina.
Se alegró al ver a la duquesa echada con los ojos cerrados exhalando leves gemidos mientras
Annie, arrodillada entre sus muslos, acariciaba los pliegues del coño de su ama con la lengua. Bien se
entretenían las dos.
Su polla se puso dura y lista enseguida. Cerró la puerta suavemente, se quitó la camisa, se
desabrochó los pantalones y los dejó caer mientras se dirigía a los pies de la cama. Desde atrás, cogió
a la doncella por las caderas y la penetró súbitamente. Ella lanzó un grito ahogado y empujó sus
caderas contra él, incitándole a seguir. Él recordó, una vez más, la noche anterior, cuando montó a la
duquesa y ella se estremeció de placer, susurrándole al oído: "Folladme hasta el final, Seth".
De sangre azul o de clase baja, daba igual, en el fondo eran todas iguales. Las de la élite no
eran mejores que las mujeres a las que ellas mismas despreciaban. Todo lo que Seth había vivido lo
confirmaba, incluido aquel momento de placer primario.
Se corrió con un gruñido desafiante y lleno de rabia, echando su cabeza hacia atrás y
empujando su pelvis contra la chica mientras ésta se retorcía de placer.
En cuanto recuperó el aliento acompañó a ambas mujeres hasta el carruaje que las esperaba.
Se sintió ligeramente satisfecho al hacer caso omiso de la pechugona duquesa, quien se quejó de que
no la había atendido.
Pero la satisfacción se esfumó rápidamente, y la rabia recorrió su cuerpo.

***

Al igual que los otros cuatrocientos invitados del Baile del Clarín, Natasha miraba el gigante
cisne de papel maché flotar sobre ellos. Su placer era seguramente auténtico. Se arremolinaban
saludándose y cotilleando, examinándose minuciosamente.
¿No cambiaban nunca aquellos eventos? La semana anterior estuvo en el baile anual de
Abernathy, un elaborado acontecimiento para la hija del duque de Devonshire, en el que se
repartieron a los hombres cigarros envueltos en billetes de libra esterlina y a las mujeres chocolates
con forma de corazón traídos directamente desde Bélgica. Natasha exhaló un pesado suspiro y miró
a través de la ventana.
Las luces del jardín la llamaban. Escapar. ¡Lo que daría por estar lejos de aquel sitio! Aunque
sólo fuera en su casa de la ciudad, cómodamente sentada en su sillón favorito leyendo El Vampiro de
John Polidori. Su madre se horrorizaría si descubriese que el dolor de cabeza que obligaba a Natasha
a retirarse a su habitación cada tarde aquellos últimos días era en realidad una artimaña para leer la
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

novela escabrosa y espeluznante que la hacía estremecer.


—Natasha, cielo, haz el favor de traerme una copa de ponche —le pidió su madre,
abanicándose exageradamente. El abanico, que adquirió esa misma mañana, era el más caro de la
tienda de Madame le Boutellier, y absolutamente falto de buen gusto. Natasha sabía que su madre lo
había cogido intencionadamente, pues la tía Susanah estaba con ellas y aquel derroche con tanta
soltura fue una forma sutil de recordarle a ésta cuánto le debía a su adinerada hermana mayor. El
detalle no se les escapó ni a Susanah ni a Natasha.
—Aprisa —añadió su madre—, pues temo que este calor pueda acabar conmigo.
Conteniendo una mueca de exasperación como respuesta al dramatismo de su madre,
Natasha asintió y se acercó al sirviente con peluca y levita roja. El joven permaneció impávido,
aunque su mirada se dejó llevar hacia el amplio escote del vestido y esbozó una leve sonrisa.
Natasha no se molestó en simular asombro. La verdad era que la reacción del sirviente la
complació. El traje, el más atrevido de la pequeña tienda de Madame le Boutellier, era una creación
en seda azul cobalto de corpiño extremadamente ceñido y escote escandalosamente amplio que
resaltaba sus pechos. Su madre aprobó la elección creyendo que Natasha tenía en mente el mismo
objetivo que ella: encontrar a un esposo adinerado. Natasha sólo lo compró por la expectación que
causaría.
¡Qué ganas tenía de escandalizar a aquellos estirados a quienes ella no les importaba más que
por la eterna evaluación de su soltería!
Con veinte años iba camino de convertirse en una solterona y su madre no dejaba de
recordárselo, provocando en ella cierta inquietud cada vez que lo hacía.
Natasha sonrió al sirviente, le dio un silencioso "gracias" por su admiración, tomó dos copas de
la bandeja e inició su retorno por entre lo mejorcito de Londres.
El aire ya era sofocante. Demasiado perfume mezclado con olor corporal, convertían la
respiración en un reto. Con suerte el anfitrión abriría de par en par las puertas acristaladas que
llevaban al jardín.
Un hombre alto y delgado hablaba con la madre de ella cuando llegó. Su padre ya se había ido.
Era habitual que se ausentara del bullicio lo antes posible. La baraja siempre le llamaba la atención
más que el baile.
En ocasiones había visto a aquel hombre hablar seriamente con su madre, y le recordaba por
sus gestos y forma de hablar afeminados. Movía las manos al hablar. Sobre todo, recordaba los
grandes y acuosos ojos azules que miraban a su madre sin pestañear.
—Ahí estás, querida —dijo su madre tomando una de las copas que Natasha llevaba—. Me
gustaría presentarte a Lord Henscher.
Natasha hizo una reverencia y extendió su mano. Los carnosos labios rojos de Lord Henscher
se afinaron en una sonrisa mientras sus pálidos ojos azules la examinaban de arriba abajo. Tomó la
mano femenina en la suya y la alzó hasta sus labios.
—Sholto Piggot, señora. Es un placer conocer a una dama tan bella. Vuestra madre me ha
dicho que os gusta bailar. Me encantaría que me añadieseis a vuestro carné de baile.
—Será un honor para ella, señor —respondió rápidamente su madre, que parecía bastante
orgullosa consigo misma. Natasha apuntó, con rápidos movimientos, el nombre de Lord Henscher en
su tarjeta bajo una quadrille. No bailaría un vals con él. Quería dejar los valses para hombres a los
que conociese mejor.
—Lady Munroe —dijo Sholto a su madre con voz nasal mientras Natasha escribía—, tenéis un
aspecto tan joven que uno pensaría que vuestra hermosa hija y vos sois hermanas.
Natasha contuvo una mueca. No era de extrañar que pensara que eran hermanas ya que su
madre era diez años menor que él. Él alzó un monóculo para inspeccionarlas y miró de Caroline a
Natasha. La lente distorsionaba el acuoso ojo azul y aumentaba las rojas venas.
—En efecto —dijo—, podríais pasar por hermanas.
La madre cogió a Natasha de la muñeca y se la apretó mientras reía disimuladamente.
Un sirviente con levita se situó al lado de Piggot y le susurró algo al oído.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¿No podrías, al menos, intentar ser agradable? —masculló Caroline a Natasha aprovechando
la ocasión.
—No me importa quién es ni qué título tiene —respondió Natasha fingiendo una amplia
sonrisa hacia su madre o cualquiera que la pudiera estar viendo.
Piggot inclinó la cabeza hacia el sirviente y volvió la atención a ellas.
—Lady Natasha, ¿os gustaría pasear por los jardines? El aire aquí está un tanto cargado, ¿no os
parece?
—Sin duda, una idea excelente —contestó su madre, con una falsa sonrisa.
Natasha aceptó el brazo extendido del lord, y bajo sus dedos notó el áspero paño sobre el
antebrazo larguirucho. Piggot la condujo hacia las puertas más cercanas y ella esperó encontrar a
otras personas en el jardín tenuemente iluminado. ¡Su madre podría haberse ofrecido para hacer de
carabina!
—Vuestra madre me ha dicho que pasaréis aquí, en Londres, toda la temporada —comentó
Piggot—. ¿Os apetece?
Natacha alzó la mirada hacia él y le pilló contemplando su escote. No había duda de que desde
su altura él podía ver más que la mayoría. Arqueó una ceja y él abruptamente desvió la mirada.
—Las vistas de Londres me resultan estimulantes —dijo ella secamente.
—Se me ocurren muchas oportunidades estimulantes —dijo él esbozando una mueca que ella
interpretó como una sonrisa, pero la expresión era tan distorsionada que le daban escalofríos.
Ya habían abandonado el balcón y aunque el aire nocturno se agradecía, la luz era
considerablemente más tenue aquí afuera. Había algunas personas en el balcón y en las escaleras
que a cada lado de éste descendían en arco hasta el jardín. A pesar de los testigos, Piggot deslizó su
brazo alrededor de la cintura femenina, acercándola a él. Ella contuvo la respiración mientras los
delgados dedos de él acariciaron su pecho izquierdo. ¡Qué hombre más indecoroso! Debatiéndose
entre darle una bofetada o patearle en la entrepierna, que según había oído era bastante doloroso,
se detuvo bruscamente, logrando que él la soltase. Él giró para quedar frente a ella y arqueó la ceja
levemente, observándola.
Oyendo el latir de su propio corazón, ella le sonrió radiantemente para pillarle desprevenido,
dio un pequeño paso para tenerle a su alcance, y le pisó fuerte sobre el empeine con el tacón de su
zapato de baile.
Oyó el sofocado grito de dolor de él, pero no esperó más. Volvió al interior con el pecho
henchido de pura desesperación y furia. Su madre estaba decidida a encontrar un marido para ella y
ahora que Natasha se había resistido tantos años, parecía como si quisiera literalmente empujarla a
los brazos de un hombre más o menos adecuado, sin tener en cuenta los modales o las
consecuencias para su hija.
Las paredes de la trampa estaban empezando a cerrarse. Podía notar cómo se acercaban.
Durante todos aquellos años de tramar y planificar... ¿Habrían perdido sus padres la paciencia con
ella y pretendían ahora casarla a la fuerza?
Ojalá... ojalá nunca hubiese conocido a Vaughn y Elisa Wardell. ¡Su vida sería mucho más
sencilla!
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 2

—Lo siento, señor, pero no puedo permitiros la entrada sin invitación —dijo el lacayo
arqueando las cejas hasta el nacimiento del pelo.
—Como ya le he dicho antes, olvidé la invitación sobre el escritorio de mi despacho. Dejadme
pasar. Vuestra cabezonería está haciendo esperar a estas damas y caballeros tan elegantes —
contestó Seth, que ya había contado hasta diez dos veces. Aquel joven no sabía lo cerca que estaba
de perder su dentadura.
Había un grupo de personas cubiertas con capas y sombreros esperando tras él, lo cual le irritó
porque sabía que estaban más interesados en lo que le sucedía a él que en entrar al baile. Tras tanto
tiempo sin asistir a una de estas malditas historias olvidó que debía presentar la invitación para que
le permitiesen entrar. La insistencia del joven portero estaba llamando la atención hacia Seth, una
atención que él no deseaba. Su frustración aumentaba con cada cabeza que se giraba curiosa para
mirarle.
Además, los picos del cuello de su camisa nueva se le clavaban en el mentón de la manera más
incómoda. Las modas eran molestas, y cada rasguño le hacía desear la comodidad de sus harapos de
a bordo. En cualquier caso, a juzgar por las miradas aprobadoras de las mujeres más atrevidas, la
nueva moda le sentaba bien.
—Diantres, hace un frío terrible aquí afuera —espetó Seth, dirigiéndose al portero otra vez,
con una sonrisa forzada.
—Tal vez vuestro sirviente pueda ir a buscar vuestra invitación.
—¿A Yorkshire?
—Lo siento, señor —dijo el lacayo sin mucha convicción.
La ira se apoderó de Seth. Sintiendo sus venas palpitar, cogió las solapas del portero en sus
puños y le acercó a sí. El hombre abrió ampliamente ojos y boca. Seth deseó zarandearle como a un
sonajero.
—¡Oiga! —se oyó con indignación desde detrás.
Abruptamente, antes de que pudiera hacer más que levantar al portero en volandas, varias
manos se apoyaron sobre sus brazos y hombros, y lo cogieron de las muñecas.
—No querrá hacerle daño, ¿verdad, señor? No pretendía ofenderle. Soltadle y discutiremos
esto cívicamente —le dijo un hombre con cara grande y redondeada que se situó frente a él.
El público de caballeros y sus señoras, encantados, dejaron escapar sonidos llenos de
consternación mientras, con deleite, comentaban la escena. Las sienes de Seth latieron aún con más
fuerza ante su hipocresía.
Dejó que el portero cayese sobre sus pies. Pasara lo que pasase, tenía que conseguir entrar al
baile, y dar rienda suelta a su temperamento no ayudaría en nada.
Tomó una bocanada de aire. Y otra más.
El portero retrocedió como un pollo asustado, alisándose el abrigo.
Seth hizo un leve movimiento de cabeza hacia el hombre de cara redondeada, un hombre
mucho mayor con librea.
¿El mayordomo? ¿El conserje? Daba igual. Era alguien que sabía cómo lidiar con situaciones
diplomáticas de la alta sociedad. Los criados que contuvieron a Seth se alineaban tras el hombre.
Claramente era su jefe.
—Ahora, señor, si me decís vuestro nombre y el de alguien que responda por vos,
solucionaremos esta cuestión —dijo el conserje con una amable sonrisa.
Seth casi se rió, con cierta amargura. ¿Quién respondería aquí por él? ¡Y su nombre! Se colocó
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

el abrigo y recorrió los dedos por su cabello dándose tiempo para contestar. No podía dar su nombre
real, aunque éste le daría acceso instantáneo...
—Harrow —dijo por fin, pero sin añadir la habitual retahíla de títulos ni su nombre.
—¿Harrow? —repitió el conserje con el ceño fruncido, haciendo un esfuerzo por localizar el
nombre en su lista de familias de clase alta. Claramente, el nombre no era inmediatamente
reconocible. Seth se relajó levemente. Seguramente dejaron de incluir ese nombre en los de la alta
sociedad.
—¿Habéis dicho Harrow? —preguntó otra voz por detrás del conserje.
Seth contuvo el aliento.
Un hombre rodeó al grupo de sirvientes, cojeando significativamente. Era tremendamente
delgado y con aspecto anémico. Sus ojos, grandes y acuosos, le recordaron a Seth a los de una gacela
asustada. Vestía un traje de noche muy correcto, aunque no a la última moda. Se posicionó al lado
del conserje y se colocó un monóculo.
—¿Harrow? ¿Seth Harrow? —repitió parpadeando.
—¿Respondéis por este caballero, Lord Henscher?
Éste miraba a Seth esperando que confirmase su identidad. Seth, aun odiando la revelación
pública, asintió con un leve movimiento de cabeza.
Lord Henscher mostró una sonrisa nerviosa y, sin dudarlo, extendió su mano.
—Encantado de conoceros, por fin —dijo, mientras Seth daba un apretón a la mano delgada y
húmeda.
El conserje y sus hombres se fueron.
—¿Me conocéis? —preguntó recelosamente frunciendo el ceño.
—Sólo por correspondencia. Sholto Piggot, Lord Henscher, a vuestro servicio, señor.
Finalmente, emparejando el nombre con el título, Seth fue consciente de por qué Piggot le
conocía.
—Piggot. Encantado de conocerle. Fue un placer recibir vuestra carta esta mañana
informándome de este acontecimiento —contestó con cierta rigidez formal.
—De nada —le aseguró Piggot, conduciéndole hacia el vestíbulo del gran edificio, mientras se
cruzaban con el portero, que había retomado su puesto.
El hombre había firmado toda su correspondencia a lo largo de los años, simplemente como
"Piggot", sin mencionar su título, razón por la cual Seth no le había reconocido.
Hacía aproximadamente diez años que Piggot ejercía de agente de Seth en Inglaterra, y estaba
claro que no quería que se supiera que, siendo un aristócrata, se dedicaba a los negocios.
Piggot le llevaba por un ancho pasillo alfombrado con cuatro puertas dobles al final que
seguramente conducían al salón de baile. Pero a mitad de camino, se abría otra puerta doble, a
través de la cual los hombres entraban y salían en parejas y grupos.
Seth supuso que aquel sería el salón de fumar. Piggot giró hacia la sala y Seth tuvo que
contener su protesta. El quería llegar al salón de baile. Ahora. Pero Piggot, como la mayoría de los
hombres, prefería entretenerse en la sala y tomar el brandy de menor calidad del hotel.
Piggot se tomó con calma la preparación y el encendido de su cigarro, dándole caladas hasta
poder aspirar el humo sin dificultades, mientras Seth intentaba controlar su paciencia. Recorría al
hombre con la mirada, desde su fino y cuidadosamente cepillado cabello falto de vida y la expresión
extraña que se dibujaba en sus delgados labios, hasta sus flacos y nerviosos, dedos y escuálido
cuerpo. Las solapas de su chaqueta estaban ligeramente brillantes y raídas, y el dobladillo de sus
pantalones un poco desteñido. En el cuero de sus zapatos, aunque bien lustrados, se veían profundas
arrugas provocadas por el uso.
Así que Piggot tenía poco dinero para mantener su título y por eso se dedicaba a los negocios.
Al fin, Piggot dio una calada al cigarro con satisfacción y se lo cedió a Seth.
Este se estremeció al pensar en tener que fumar un cigarro que había estado en contacto con
los labios de otro hombre. ¿Sería una nueva costumbre que se había puesto de moda mientras él
estaba fuera?
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

No quiso parecer grosero, y menos cuando la pequeña intervención de aquel hombre le había
salvado de agredir al portero. Aspiró el cigarro y rápidamente se lo devolvió. No le gustaba fumar
tanto como a otros hombres.
—Me habéis proporcionado una considerable suma de dinero a lo largo de los años, Harrow, y
os lo agradezco —dijo Piggot saboreando otra larga calada a su cigarro.
—Y yo aprecio los servicios prestados —respondió Seth.
Piggot permaneció de pie con la cadera ladeada, apoyando el codo sobre la repisa, y la mano
colgando despreocupada. Seth se sorprendió ante su aspecto. Se lo había imaginado como un
hombre grande, con amplio pecho, a quien la vestimenta le interesaría poco, con mirada penetrante
y cabeza para los negocios. Por el contrario, su cuidada apariencia daba la impresión de haber
pasado horas frente al espejo.
El hombre también le observaba. Su mirada recorría el cuerpo de Seth. ¿Se detuvo por debajo
de su chaleco o eran imaginaciones suyas?
—Y bien... ¿qué os trae a Londres después de diez años? —dijo Piggot fijando la mirada en
Seth.
—Un pequeño asunto. Después partiré a Irlanda —respondió éste sintiéndose incómodo.
—Ah, me pareció detectar un leve acento —dijo, y deslizó la lengua sobre sus labios después
de quitarse una hebra de tabaco de ellos—. Un irlandés de pelo oscuro —juzgó, con expresión de
conocedor—, ello explica el berrinche que presencié ahí afuera.
—Podría decirse que sí, supongo —respondió Seth. Conservó la compostura, aun cuando una
oleada de irritación recorría su cuerpo—. Tengo muchas ganas de volver —dijo, manteniendo su
mirada fija en la de Piggot—, de volver a Harrow.
Piggot parpadeó, claramente relacionando el apellido de Seth con su destino. Arqueó
sutilmente una ceja, lo máximo que un aristócrata inglés podía permitirse para mostrar su sorpresa.
Piggot dejó caer la ceniza de su cigarro dentro de un pesado cenicero de cristal colocado junto
a su muñeca.
—Mientras permanezca en suelo inglés deberíamos conocernos mejor... personalmente. Para
tratar nuestros negocios. Tal vez mañana. ¿Un brunch os parecería bien? —dijo Piggot manteniendo
un tono casual, aunque su penetrante mirada no se apartaba de Seth, sopesándole.
—Tal vez —dijo Seth, cansado del extraño juego. Se estiró los puños de la chaqueta e inclinó la
cabeza levemente—. Gracias por responder por mí.
—Cuando queráis —contestó Piggot asintiendo—. ¿Nos veremos más tarde?
—Por supuesto —respondió cortésmente, aunque Seth no tenía ningún interés en volver a
encontrarse con él.

***

Natasha encontró una esquina tranquila lejos de su madre y, por suerte, también de Piggot. El
barón había reaparecido mostrando su extraña sonrisa mientras exploraba el salón de baile, sin
duda, en busca de ella.
Le dio un escalofrío al pensar en los escuálidos dedos de él acercándose a su pecho. Lo único
que quería era volver a su casa en la ciudad y encerrarse en su habitación toda la noche, leer su libro
y olvidarse de los hombres como Lord Henscher.
A su izquierda un grupo de tres debutantes reía tontamente y cuchicheaba tras sus abanicos.
Natasha las observó. Su primera temporada tuvo lugar hacía escasamente tres años, pero
comparándose con aquellas jóvenes se sentía vieja y cansada. También había reído y cuchicheaba
como ellas.
—Madre mía. Mirad a aquel —dijo una de ellas, dirigiendo la vista hacia la entrada del salón de
baile. Otra de ellas giró la cabeza para observar y, dejando escapar una exclamación ahogada, abrió
los ojos como platos.
Natasha se interesó por la curiosidad de las jóvenes: desde lo alto del corto y ancho tramo de
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

escaleras, un hombre observaba la sala.


El corazón le dio un vuelco y sintió mariposas en el estómago mientras le miraba. Incluso a
través de la amplia sala de baile, se dio cuenta de que él estaba intranquilo. Aunque parecía otro
aristócrata de la zona con su traje negro y camisa y corbata blancas como la nieve, ella supo que
había algo salvaje en él que le haría desenvolverse con mayor naturalidad al aire libre. Su pose
reflejaba una tensión animal, distinta de los demás hombres que ella conocía, que le diferenciaba de
ellos.
Les sacaba una cabeza a la mayoría de los hombres presentes, y su pelo era muy oscuro. La
anchura de sus hombros daba a entender que era un hombre que llevaba a cabo actividades físicas.
Él se abrió la chaqueta para poder colocar los puños sobre sus caderas, dejando ver cómo los prietos
pantalones marcaban un estómago plano y unos muslos torneados.
Ella no pudo ver el color de sus ojos, pero parecían sorprendentemente penetrantes e intensos
aún desde aquella distancia, mientras él examinaba la multitud.
¿A quién buscaba? Sintió un ataque de envidia preguntándose quién sería. Contuvo el aliento
cuando se dio cuenta de que su itinerante escrutinio casi la había alcanzado.
La mirada no se detuvo en ella.
Natasha resopló, expresando su aguda decepción mientras se reprendía a sí misma. ¿Qué
esperaba, que cruzase la sala, hiciese una reverencia y la invitase a bailar?
No, quiero que me bese, y mucho más que eso.
Se sintió sacudida por aquel atrevido pensamiento, pero con la honestidad que ella misma se
había forzado a cultivar durante los últimos años, reconoció que con sólo mirarle se había
despertado en ella un desenfrenado deseo carnal.
¡Ser tomada por un hombre así! Él satisfaría a una mujer plenamente.
Fue entonces que la mirada de él se detuvo... y regresó a ella.
El corazón se le paró a ella en el pecho.
Él la miraba con total franqueza, sin una sonrisa tranquilizadora, sin gesto de reconocerla, sin
siquiera una reverencia. Simplemente la miraba con los ojos clavados en ella.
Ella creyó ver un atisbo de perplejidad en la expresión masculina, pero la idea se vio sepultada
bajo una avalancha de maliciosos pensamientos.
¡Sí, mucho más que un beso! Sus libros, los que estaban escondidos en el cajón oculto de su
secretaire, no eran nada claros en lo que pasaba exactamente cuando una mujer era tomada por un
hombre, aunque muchas de las heroínas sobre las que había leído parecían disfrutar del proceso
tanto como los apuestos y valientes héroes. Al quedar asombrada por la falta de detalles, supuso que
sería parecido a lo que hacían las ovejas y otros animales de granja durante la época de celo, pero al
aplicar el procedimiento a hombres y mujeres la idea no la emocionaba. Parecía ridículo y
físicamente incómodo.
Pero ahora, con aquel hombre observándola, ella creyó comprender la fogosidad que movía
semejantes actos. Aquella pasión que ardía en su pecho hizo que sus pechos se estremeciesen y
comenzase a palpitarle la entrepierna. Podía notar cada aliento atravesar su garganta.
Aquellos inquietantes ojos no la soltaban. Parecían estar extrayendo el alma de su organismo y
acercándola al cuerpo masculino a través de la sala. ¡Él era tan distinto! Tan... vivo. Todo su cuerpo
irradiaba sus emociones.
Es un hombre peligroso.
La advertencia no la calmó en absoluto. Por el contrario, reconocer el lado salvaje de él hizo
que su pulso se acelerase. Podía sentirse atraída hacia él, los pechos apretados contra el corpiño de
su vestido. Sus pezones rozaban con deliciosa presión su camisola.
Él avanzó un paso hacia ella. Natasha contuvo la respiración y el corazón le dio un vuelco.
Otro grupo de gente se hizo paso hacia el salón rozando a Seth, haciendo que perdiese de vista
a Natasha. Se vio obligado a aceptar las bien intencionadas disculpas, y Natasha podía sentir la
frustración dibujada en cada línea del cuerpo masculino.
Él se giró para buscarla de nuevo, y ésta supo con total certeza que era a ella a quien pretendía
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

encontrar. Un estremecimiento la recorrió cuando sus miradas se encontraron una vez más, aunque
él mantuvo la distancia mostrando una leve sonrisa que pasó a transformarse en mueca.
La decepción la atravesó como si de ácido se tratara, dejándola temblorosa. Tan claramente
como ella había notado la frustración, la impaciencia y el asombro que había causado su apariencia
en él, ahora podía sentir su arrepentimiento.
En los perfectos labios masculinos se dibujó una suave sonrisa. Con la mano sobre su pecho
inclinó levemente la cabeza.
Lo lamento, pudo leer en la reverencia. No puede ser.
Natasha ni siquiera pudo devolverle una sonrisa. Sentía ganas de llorar. Tragó saliva con
firmeza conteniendo las lágrimas y consiguió hacer una reverencia. Decidida a no mostrarle las
devastadoras consecuencias de su negativa, mantuvo los hombros y espalda muy rectos.
Pero él se dio cuenta, y su sonrisa se llenó de una calidez con la que ella se sintió apreciada.
Después, él desvió la mirada y siguió inspeccionando la sala.
Ella sintió escalofríos y mareos. Los temblores habían empeorado. Se quedó muy quieta
esperando que se le pasase el desmayo.
¿Buscaba él a su amante, su esposa o a un amigo? ¿A un compañero de negocios, tal vez?
Ojalá que sea lo último, deseó silenciosamente, aunque supo que no podría ser eso. La persona a la
que buscaba había sido la razón por la que él no le había dirigido la palabra, no la había besado, y un
simple compañero de negocios no habría exigido tanto.
La quadrille terminó, y la gente comenzó a desperdigarse por la sala. El hombre de las
escaleras aprovechó que la pista de baile se despejaba para bajar las escaleras y dirigirse al otro
extremo del amplio salón de baile, lejos de ella.
Natasha trató de controlar su agitada respiración para bajar el ritmo de su corazón, que latía
tan alocadamente que incluso le producía dolor.
Lord Shelburne, el anfitrión del baile anual, se subió a la tarima donde se encontraban los
músicos y agradeció el cortés aplauso de los invitados. Un mayordomo del hotel le acercó
rápidamente una soga dorada con una gran borla en su extremo, que colgaba del techo, donde se
unía al enorme cisne que flotaba sobre las cabezas de los asistentes.
Las debutantes chillaban encantadas corriendo para despejar la pista mientras los jóvenes
solteros se arremolinaban bajo el cisne, empujándose unos a otros sin mala intención para conseguir
el mejor lugar.
Shelburne tiró con fuerza de la cuerda y el cisne se partió con un sonoro crujido, rociando a los
hombres con millones de ramilletes de rosas rojas sin espinas y clarines.
Los invitados lanzaron encantados exclamaciones de asombro, riendo y aplaudiendo a los
hombres mientras que ellos se esforzaban por recoger la mayor cantidad de ramilletes posible.
Después empezaron las risillas nerviosas cuando cada hombre eligió a su dama preferida y le ofreció
el ramo. Al aceptarlo, la dama accedía a ser acompañada por el caballero a la cena.
Natasha dejó escapar un pesado suspiro. Qué ridículo, la verdad. ¿Por qué nunca le había
resultado aquello emocionante? Era un gesto caro que no significaba nada en absoluto. ¿No tenían
los ricos nada mejor en lo que gastar el dinero? Apretó los labios y meneó levemente la cabeza. El
duque debería haber destinado el dinero a la ayuda de los menos favorecidos. No había ninguna
duda de que lo que había gastado en esta extravagancia habría ayudado a todo un pueblo asolado
por la pobreza.
Entonces se le hizo un nudo en la garganta que la hizo contener el aliento: él sorteaba al grupo
de jóvenes que se encontraban en la pista de baile, ¡y se dirigía hacia ella!
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 3

Llevando una sola rosa descuidadamente en la mano, sin usar ninguna de las fórmulas de
cortesía que los demás utilizaban para presentar sus ramos, Seth se detuvo frente a Natasha, y ella
vio cómo las debutantes que la rodeaban apartaban momentáneamente la atención de los ramilletes
que habían recibido para dirigirle miradas punzantes.
No le importaba. Él la observaba con la misma mirada pensativa. Sus ojos eran de un azul
plateado enmarcados por largas y espesas pestañas. Aunque era bastante alta, tuvo que alzar la
cabeza para poder mirarle. No había muchos hombres lo bastante altos como para hacerla elevar la
barbilla.
Él era asombrosamente apuesto, el hombre más guapo que ella había visto en su vida. La
dificultad para respirar y la dolorosa palpitación reaparecieron. Se dio cuenta de que se había
quedado muda, que ni siquiera podía decir una de sus fórmulas educadas carentes de emoción que
solía utilizar en estas ocasiones.
—Los clarines no son de vuestro estilo, pero ésta... eres tú —dijo él ofreciéndole la rosa que
llevaba apoyada sobre su mano. Su grave voz acarició los pensamientos femeninos y provocó un
hormigueo que la recorrió hasta la punta de los pies.
—Todavía tiene espinas —dijo ella, cogiendo la flor.
—Sí —respondió más grave todavía—. El peligro que esconde la belleza extrema.
Ella elevó los ojos hacia él sintiéndose incapaz de mantener la mirada apartada durante más
tiempo. Sintió la atracción masculina como una compulsión que se originaba en su proximidad.
—¿Quién sois? —susurró ella.
—Una pobre alma perdida que en estos últimos minutos deseó que fuera de otra manera —
dijo él meneando suavemente la cabeza.
—¿Por eso me rechazáis? —dijo, sin poder mantener su deseo de no rebajarse pidiendo
explicaciones.
Las risas ahogadas a su izquierda la hicieron caer repentinamente en la cuenta de que a su
alrededor, cada supervisora, debutante y acompañante masculino al alcance del oído les miraba
escandalizado por la falta de delicadeza de la conversación.
La cara femenina se enrojeció llena de rabia, pues sabía que aquel hombre no permanecería a
su lado. Su actitud sin trabas daba indicios de que no encontraba nada interesante en aquella gente y
se marcharía pronto. Los cotilleos estaban destruyendo el poco rato que pasaría con él.
Por un momento tuvo la tentación de encararles y decirles lo que pensaba acerca de ellos.
Sería un gran alivio decir la verdad y después marcharse llevándole con ella. Pero no podía. Por
mucho que la irritasen las restricciones de su vida, eran lo único que tenía.
Deseó poder explicárselo a él, pero no podía porque la gente seguía ahí. Aquella situación no le
gustaba en absoluto.
Él pareció entenderlo, al menos lo justo para disimular un poco y actuar frente a la gente que
les observaba. De alguna manera, trataba de proteger la reputación de ella. Se enderezó, colocó los
hombros rectos e hizo una pequeña reverencia aceptable para alguien que no conoce el rango ni los
títulos de la persona a la que se está presentando.
—Seth Harrow a vuestro servicio, señora.
Seth Harrow. Sin título. Un cualquiera. ¡Madre no lo aprobaría! Aquel pensamiento provocó un
leve escalofrío que recorrió su cuerpo.
—Natasha Winridge —contestó, omitiendo deliberadamente sus antecedentes, que incluían
los títulos y propiedades de su padre y su madre, y extendió la mano.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

El tomó la mano enguantada y la elevó hasta sus labios dándole un suave beso sobre los
dedos. El calor y la humedad rozaron los nudillos femeninos causando en ella una oleada de placer.
—¿Recién llegado a Londres?
—Sois muy astuta, Señorita Winridge. Acabo de llegar a Londres —respondió él soltando su
mano—. Mi nave esta atracada en el puerto y mi tripulación me espera.
Un capitán de barco alto, de ancha espalda y estrechas caderas, largo pelo oscuro, piel
bronceada y, enmarcados por largas pestañas negras, unos increíblemente exóticos ojos claros,
grises como un cielo invernal, tremendamente luminosos comparados con la oscuridad de su pelo y
su piel.
—Decidme, ¿viajáis por Inglaterra? —preguntó ella plegando juntas sus temblorosas manos. La
pregunta fue hecha con la intención de recabar cualquier información sobre él.
Meneó la cabeza y las esperanzas de ella se fueron a pique. Maldita sea, ¿por qué no podía él
vivir aquí?
—La verdad es que me dirijo a mi hogar, a Irlanda.
Irlanda. Así que no era inglés. Su padre sufriría una apoplejía si supiese que ella conversaba
con un irlandés.
—Pensaba, Harrow, que consideraríais las Antípodas vuestro hogar —comentó una tercera
voz.
Natasha disimuló su molestia ante la inoportuna interrupción.
Sholto Piggot, llevando dos copas de champagne, dio un paso para ponerse a la altura de los
otros dos.
—Albany —le dijo a Harrow—. ¿No es así como se llama la pintoresca ciudad ballenera de
donde venís?
Piggot le ofreció la segunda copa a Natasha, que ella rechazó con seco meneo de cabeza, antes
de mirar de vuelta a Harrow.
—¿Australia? —preguntó ella.
—En efecto. El Señor Harrow ha pasado al menos la última década en Australia —respondió
Piggot sonriendo escuetamente. Se había acercado mucho más a ella que lo necesario, hasta el punto
de hacerla sentir el irresistible deseo de alejarse de él.
La mirada de Seth pasó de ella a Piggot, y de vuelta a ella. Al igual que antes ella había sido
capaz de sentir las emociones de Harrow, ahora podía notar un repentino recelo.
—Aunque por qué una persona querría vivir allí escapa a mi entendimiento —continuó Sholto
Piggot—. Las colonias están repletas de convictos y salvajes.
—Me pareció detectar un acento —Natasha se dirigió a Seth, cambiando de tema
instintivamente—. No podía localizarlo. ¿Nacisteis en Irlanda?
—Sí, así es —contestó él con marcado acento. Su mirada se fijó en la garganta femenina, y ella
supo que él había notado su pulso alterado.
Él giró levemente la cabeza y ella vio un brillo dorado en su oreja, lo cual agitó aún más sus
palpitaciones.
—¿Lleváis un pendiente? —preguntó asombrada, incapaz de censurar la indiscreta cuestión.
Sonrió para sus adentros. ¡A su madre le darían mareos!
—Es costumbre entre los marineros —dijo Seth mostrando una pequeña e irónica sonrisa,
como intentando disculparse.
—Yo pensaba que era costumbre entre los piratas —dijo Piggot riendo.
—Para cualquiera que viva a mar abierto es costumbre marcar de esta forma la primera vez
que se cruza el ecuador.
Natasha sintió un hormigueo de emoción ante su presencia. Aquel hombre vivía una vida de
total libertad. Había cruzado el ecuador, había visto el otro extremo del mundo. Era normal que se
sintiera incómodo en el agobiante ambiente aristocrático en el que se movía aquella noche.
—Debéis de encontrar esto tremendamente aburrido —dijo Natasha señalando la sala con la
mano.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Todo lo contrario —contestó él, dirigiendo la mirada hacia los labios femeninos.
La simple ojeada hizo rebrotar en ella el ardiente deseo, dejándola débil y sin aliento. Se dio
cuenta de que sus pechos se agitaban con cada corta respiración, y asombrada, notó palpitar su
ahora henchida y humedecida entrepierna. Bajo las enaguas agitó los muslos nerviosamente. ¡Cómo
quería que él la alzase en sus brazos, la llenase de besos y recorriese con sus manos todo su cuerpo!
Un movimiento tras el hombro de él la hizo volver a la realidad. Un hombre alto la miraba
fijamente y por un momento sintió una oleada de confusión.
Era Vaughn Wardell, Marqués de Fairleigh y Vizconde de Rothmere, el hombre que le había
partido el corazón hacía tres años. Siempre pensó que reencontrarse con Vaughn sería el reto más
duro en sus veinte años, y que su orgullo recibiría un duro golpe cuando ese encuentro tuviese lugar.
Pero ahora, con Seth Harrow frente a ella, tan sólo tuvo un extraño sentimiento de
desconexión. Examinó a Vaughn, su atractivo aspecto rudo, la entrañable sonrisa de galán de la que
se había enamorado... ¿había sido aquello amor?
Se alegró al verle a él y a su esposa, la hermosa Elisa Wardell, que le acompañaba. Sonriente,
Natasha les hizo señas, y la sonrisa de Vaughn se agrandó e incluso dejó ver una pincelada de alivio.
Tal vez ellos habrían sentido el mismo miedo que ella al reencuentro.
Todo aquello parecía trivial ahora. Natasha contuvo una carcajada ante los cuchicheos a su
alrededor. Parecía que todos, a excepción de ella, esperaban un enfrentamiento. Vaughn y Elisa se
acercaron. Tanto Piggot como Seth se giraron para mirar tras de sí, curiosos por la sonrisa y
gesticulación de Natasha.
Vaughn no había cambiado en aquellos años, salvo por unas marcadas líneas alrededor de los
ojos que, contra todo pronóstico, le hacían parecer aún más atractivo. A pesar de haber tenido un
padre cruel, Vaughn era un hombre que sabía reír y disfrutar la vida a fondo.
Natasha había oído rumores de que él y Elisa eran felices viviendo una vida tranquila alejada
de la alta sociedad, y se preguntó qué les habría traído a Londres.
—Lady Natasha, os habéis convertido en una belleza exquisita —dijo Vaughn mostrando una
sonrisa genuina. Alzó la mano de ella y la presionó contra sus labios—. Qué placer veros después de
todos estos años.
Natasha tembló sintiéndose de nuevo la rechazada niña de diecisiete años. Después miró a
Vaughn a los ojos y todos sus miedos se esfumaron. Él la animaba, incluso ahora, a ser fuerte, a
mantener la cabeza bien alta, a ser la chica que estuvo presente en una sala llena de gente mientras
su prometido juró su amor a otra mujer. Este era Vaughn, el hombre con quien comparaba a todos
los demás. Y él le ofrecía una cálida sonrisa llena de confianza y amabilidad.
—Lord Fairleigh... —comenzó a decir ella.
—Vaughn —la corrigió, dándole a entender que no aceptaría ningún formalismo entre ellos.
—Muy bien, Vaughn, también es para mí un placer veros —dijo ella sonriendo. Era la pura
verdad. Estaba encantada de poder gozar de su compañía en aquel momento, pues la hacía recordar
la promesa que se hizo tres años atrás cuando Vaughn declaró públicamente sus sentimientos hacia
Elisa. En aquel momento se juró a sí misma no volver a ser hipócrita nunca más. La verdad sería la
única moneda que utilizaría. Ahora, frente a Vaughn, recordó una vez más el valiente ejemplo que él
le había dado, el fundamento de su promesa—. ¿Qué os trae a Elisa y a vos a Londres?
Elisa beso a Natasha en la mejilla.
—Raymond ingresa en Eton este año y no puedo estar apartada de él. Nos quedaremos un
tiempo para ayudarle durante la transición al internado. Puede ser una experiencia dura para un niño
—dijo antes de alzar la mirada hacia Vaughn, compartiendo un momento privado.
—Piggot —saludó Vaughn mirando al Lord mientras inclinaba la cabeza. Ese fue todo su
tratamiento, y Natasha se dio cuenta de que a Vaughn tampoco le gustaba Piggot. Vaughn no era una
persona que escondiera sus sentimientos.
—Williams, ¿verdad? Oxford. ¿1822? —dijo Vaughn girándose hacia Seth.
—No, lo siento. Harrow, Seth Harrow —respondió, ofreciendo su mano.
Vaughn estrechó su mano frunciendo el ceño.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¿Seguro? —preguntó entrecerrando los ojos expresando su falta de convicción. Después


sacudió la cabeza como si estuviese disipando los pensamientos—. Pido disculpas por mi error.
Poseéis un parecido asombroso con un viejo amigo. Ambos sufrimos juntos los primeros años en
Eton.
—Sólo soy un capitán de navío —dijo Seth encogiéndose de hombros y extendiendo las manos
abiertas.
—Eso ya lo veo —dijo Vaughn asintiendo y señalando al pendiente de Seth.
—Me prometisteis un vals —le recordó Elisa a Vaughn con voz cantarina.
Vaughn echó una mirada a los músicos que retomaban sus puestos sobre la tarima y le ofreció
el brazo a Elisa.
—Por favor, venid a visitarnos. Estaré encantada de recibiros —dijo Elisa poniendo una tarjeta
en la mano de Natasha.
—Lo haré —prometió guardando la tarjeta en un bolsillo. Era una promesa que seguro
cumpliría.
La pareja se deslizó hacia la pista de baile.
Natasha miró a Seth, que parecía haber perdido todo el buen humor.
Piggot también se mantenía muy callado.
—¿Me disculpáis? —preguntó Piggot, pero no esperó a recibir respuesta.
Natasha alzó la mirada y encontró a Seth observándola. La mirada masculina la recorrió desde
los diamantes en su pelo hasta los lazos de sus zapatos deteniéndose brevemente en el amplio
escote de su vestido. ¿Por qué se tenía la sensación de encontrarse desnuda en una sala llena de
gente vestida?
—¿De qué conocéis a Fairleigh? —preguntó él a un volumen tan reducido que nadie más pudo
oírle.
—Estuvimos comprometidos —respondió ella aclarando su repentinamente seca garganta.
—Ah. Eso explica su cambio de actitud —contestó Seth, arqueando las cejas.
Afortunadamente no se conmiseró con ella, algo que la hubiese molestado profundamente.
—Vaughn es un hombre encantador. Me trató con amabilidad y respeto.
—Su esposa debe de ser una mujer extremadamente asombrosa para que él os haya dejado
escapar —le susurró él al oído.
—Gracias, Señor Harrow, pero no es necesario que me hagáis un cumplido —contestó ella,
estremeciéndose tras sentir el tibio aliento masculino sobre su oreja.
—Pero es verdad, Lady Natasha. No me molestaría en hacer un cumplido a una persona como
vos.
—¿Por qué no? —preguntó ella sin poder contenerse.
—Porque odiáis el ornato de este mundo tanto como yo. Habéis oído muchos piropos, pero no
creéis ninguno de ellos.
—¿Cómo lo sabéis? —inquirió, humedeciéndose los labios.
—Lo vi en vuestra cara —dijo marcando la rosa que ella sujetaba en la mano—. Conozco a esta
gente... —comentó y señaló con su mano a toda la sala—. Vuestros padres quieren que os caséis,
pero vos no tenéis ningún interés en que os adjudiquen un marido. Parece como si prefirieseis estar
en cualquier sitio menos en este baile, probablemente, incluso, fuera de este país. Estáis buscando
un sitio donde poder ser vos misma.
Natasha tragó saliva con fuerza. ¿Cómo podía ser que la hubiese interpretado tan bien? ¿Cómo
podía él conocer sus pensamientos más secretos cuando ni su madre sabía que ella anhelaba tanto
ser mucho más que un bonito adorno para un aristócrata de la alta sociedad?
—Estáis en lo cierto, Señor Harrow. Durante muchos años sólo quise hacer felices a mis padres
en ese aspecto, pero eso se acabó.
—¿Qué pasó? —preguntó, y ella supo por el interés que se reflejó en sus ojos, que él la
entendería, y que hasta se identificaría con ella.
—Conocí a Vaughn y me enamoré de él.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¿Y no habéis encontrado un hombre que le pueda remplazar? —preguntó él, sin inmutarse.
—No, no es eso en absoluto. Vaughn, Lord Fairleigh, me enseñó lo que la vida me ofrece, más
allá de los planes que mis padres tienen para mí. Y ningún hombre me puede dar esa...
—¿Libertad? —aclaró él.
—Sí —respondió Natasha, notando su corazón acelerarse.
Seth la miraba con aquellos ojos plateados, sin perder de vista ni su más mínima reacción.
Natasha, nerviosa y avergonzada por haber sido tan franca, bajó la mirada a la corbata de él y
luego más abajo, a su ancho pecho, pero ello no la hizo sentirse menos inquieta. Seth Harrow tenía el
físico de un hombre acostumbrado a pasar largas horas a bordo de un barco. Incluso ahora, que
estaba totalmente vestido, ella se imaginó el aspecto que tendría desnudo hasta la cintura. Los
firmes músculos se contraerían bajo la piel cetrina con cada movimiento. Los marcados tendones le
daban un aspecto de cincelada perfección que la mayoría de los hombres que ella conocía no
lograrían nunca debido a la vida regalada que llevaban, en la que comer y beber eran su sólo
deporte.
Él alargó la mano y apartó un rizo rebelde del rostro femenino. Ella deseó que aquellos largos
dedos no llevasen guantes. Seguramente tenía manos muy masculinas, encallecidas y ásperas debido
al trabajo duro que realizaban.
La imagen de unas manos de largos dedos deslizándose por su desnudo talle le vino a la mente
y se estremeció.
—¿Es Piggot uno de vuestros candidatos? —preguntó él, haciéndola volver al presente.
—Me temo que me hará una visita pronto. A mi madre parece gustarle.
—¿Y a vos no? —preguntó él, arqueando una oscura ceja.
—No —dijo ella, apretando los labios.
La mirada de él se dirigió a la gente y Natasha sintió el súbito desinterés como una bofetada.
Qué joven y ridícula le parecería a él, quejándose allí de su vida.
—¿A quién buscáis? —preguntó.
—A una vieja amiga —confesó él con una sonrisa divertida—. ¿Conocéis a la Condesa de
Innersford?
—Sí —asintió Natasha con la cabeza—. Mi madre y ella asistieron a una soireé la semana
pasada.
—¿Sabéis si ha venido? —preguntó él, que parecía volver a interesarse.
A la condesa, aunque solamente tenía sesenta años, no le gustaba demasiado bailar. Por el
contrario, una vez que tomaba asiento, rara vez se movía y prefería controlar los asuntos de todos
con ojo de águila. A Natasha siempre le había parecido un poco triste, sin duda porque su esposo
llevaba bastante tiempo enfermo.
Natasha buscó y divisó a la condesa sentada con un pequeño grupo de mujeres mayores que
conversaban.
—Allí está. ¿Queréis que os le presente?
—Por favor —dijo él, enderezándose y acomodándose la chaqueta. Alargó el brazo y Natasha
se tomó de él. Sintió que los músculos bajo sus dedos se tensaban. ¿Estaba nervioso? ¿Qué relación
le unía a la condesa?
Se detuvieron frente a ella, que elevó la barbilla para mirar a Natasha.
La mirada de ésta se elevó hacia Seth, quien se había quedado completamente quieto. Le
sentía temblar.
—Lady Innesford, me gustaría presentaros a un amigo.
Lady Innesford sonrió a Natasha y se volvió hacia Seth. Abruptamente, su sonrisa desapareció.
Se puso de pie, casi derribando la silla en su precipitación, encarando a Seth con el rostro pálido.
Natasha la miró fijamente. La condesa siempre conservaba la compostura, nunca la había visto
de aquella guisa... hasta ahora.
—Lady Innesford, os presento a Seth Harrow, el capitán del barco... —miró a Seth para que él
le diese el nombre del navío.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—El Artemis —dijo Seth, dando un paso para coger la mano de la condesa y hacer una
profunda inclinación.
—¿Harrow? —murmuró la condesa. Luego asintió—. Señor Harrow —sacudió la cabeza como
para aclarar su mente, y abruptamente arrancó su mano de la de él.
Seth se enderezó y dio un paso atrás. Estaba pálido.
—Por favor, disculpadme —hizo una inclinación de cabeza a la Condesa de Innesford—.
Señora... —sin mediar más palabra, se dio la vuelta y se marchó.
La condesa le miró marcharse.
—¿Cómo le has conocido, Natasha querida?
—Le acabo de conocer —replicó Natasha, disimulando su furia. ¿Cómo se atrevía la condesa a
tratar a Seth de aquella manera tan horrible?—. Es capitán, y mantiene relaciones de negocios con
Lord Henscher.
—No es un aristócrata —dijo la condesa con altanería.
—Le admiro —replicó Natasha levantando la barbilla.
La condesa sonrió cortésmente, pero sus ojos permanecieron fríos.
—Conoces muy poco a los hombres, querida Natasha. Mantente alejada del señor Harrow. Los
hombres de su calaña son peligrosos. Te prometen el oro y el moro y luego te dejan sin nada —lanzó
un profundo suspiro y la mano que se apoyaba en el bastón tembló. La condesa tenía fama de ser
inmutable, y sin embargo un simple capitán irlandés había logrado alterarla completamente.
Pero la condesa rápidamente recobró la compostura, volviéndose para atravesar a Natasha
con una de sus miradas penetrantes.
—Te he visto hablando con Lord y Lady Fairleigh —dijo la condesa, apretando las trémulas
manos—. Me sorprende que les hables, teniendo en cuenta que él te dejó en ridículo irrumpiendo en
tu fiesta para anunciar a quien quisiera oírlo que se casaría con esa puta. Tiene suerte de que no le
hayas retirado el saludo.
—Lord y Lady Fairleigh son y siempre serán unos queridos amigos, Lady Innesford —dijo
Natasha con una forzada sonrisa.
—Algún día aprenderás que hay gente en este mundo que no se merece el perdón —dijo la
dama, meneando la cabeza.
—Todo el mundo merece que se le perdone.
—No todos, querida —dijo, frunciendo los labios—. Cuando hayas vivido tanto como yo, tú
también comprenderás esa verdad —se giró, dirigiendo la mirada hacia donde se había marchado
Seth.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 4

Seth subió las escaleras de dos en dos, ciegamente, desesperado por marcharse del agobiante
salón de baile lleno de gente. El corazón le golpeaba en el pecho, susurrándole: "¡Más rápido!" con
cada latido.
Tenía que controlarse. No era aquél momento para dejar que su maldito mal genio le
dominase. Con todo lo que había viajado y esperado, no debía causar una calamidad, cosa que
ciertamente haría si no vigilaba su lengua y su mal carácter. Pero sentía que le faltaba el aliento,
porque la culpabilidad le asaltaba. ¿Qué le había sucedido a su madre?
Cuando se había visto forzado a abandonar Irlanda hacía quince años, ella era una mujer llena
de vida de cuarenta años. Y en quince había envejecido el doble. Vestida de negro de la cabeza a los
pies, se la veía frágil. Y sin embargo, sus ojos, duros como el hielo, le habían mirado fijamente como
si no fuese más que un insecto.
Lo peor fue que él había visto en ellos una fugaz expresión de reconocimiento, seguido del
rechazo instantáneo. Todo en un segundo. Ella había arrancado su mano de la de él, como si no
pudiese soportar su contacto, y aquello fue lo que más le dolió.
Su madre le odiaba. No, ¡le aborrecía!
Alargó el paso hasta dar un golpe ahogado con cada tacón en el largo pasillo alfombrado. Llegó
hasta el oscuro final y se dio cuenta de que no podía permitirse volver todavía. No estaba listo para
enfrentarse a ella nuevamente.
Abrió la puerta más cercana y entró, cerrándola firmemente detrás de sí. Hizo una profunda
inspiración. Silencio y bendita quietud. Solamente disipaba las oscuras sombras una solitaria y
olvidada lámpara de aceite sobre una mesa de caoba en un rincón, donde había una pila de papeles,
un pesado cenicero con la colilla de un cigarro y una copa de brandy con un resto de dorado liquido
en el fondo. La habitación de un hombre.
No era el Artemis. No había brisa que le agitase el cabello, ni suave mecerse de la cubierta bajo
sus pies. El agua de mar no gorgoteaba bajo la proa que avanzaba, pero de momento le serviría de
escape.
Recorrió con la mirada a su alrededor mientras los sobrecogedores latidos de su corazón se
tranquilizaban. Observó los oscuros paneles de la carpintería, las altas bibliotecas, el sofá y el par de
sillones de cuero con orejas. Sobre un aparador detrás de la mesa había una gran bandeja de plata
dispuesta con un tapete de encaje que contenía un cubo de hielo de plata y botellones de cristal.
Seth cogió el primero que tuvo a mano, le quitó el tapón y le dio un largo trago. El licor le
calentó hasta el nudo que tenía en el estómago. Volvió a ver los helados ojos de su madre y sintió el
tirón de ella cuando retiró su mano de la de él. Apretó con más fuerza el estrecho cuello de la botella
y tomó otro largo trago.
Había esperado que se enfadara. Durante los últimos años había pensado mil veces todas las
variaciones imaginables de su retorno a Londres, y sabía que el enfado era inevitable. Mary Williams
era irlandesa de pura sangre. Era de ella que él había heredado su mal genio irlandés. Sabía entonces
que cuando finalmente se enfrentase a su madre una vez más, seguramente nacería el enfado, de la
misma forma que el sol que veía nacer cada mañana desde la cubierta del Artemis.
No, no era el enfado lo que le consternaba.
Tomó otro profundo trago, cerrando los ojos para apartar el recuerdo de aquellos fríos ojos.
Ella le había mirado como si fuese un extraño.

***
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Libre al fin de la atención de la condesa, Natasha corrió tras Seth. Él le llevaba bastante
delantera, pero le había visto en las escaleras, como si los sabuesos del infierno le persiguiesen.
Arriba había girado a la derecha. Estaba claro que no tenía intención de marcharse del baile, y
mientras permaneciese en el edificio, ella le encontraría. Era un hombre y un confiado lobo de mar,
pero por algún motivo la condesa le había hecho daño. La sombría expresión de sus ojos era
inconfundible.
Atravesó la pista de baile lo más rápido que la gente se lo permitiese y finalmente llegó a las
escaleras. Cogiéndose las faldas, subió por el centro de los amplios escalones, evitando la congestión
de los pasamanos. Le habría gustado subirlas de dos en dos, igual que Seth, pero sabía que no podía
hacerlo con aquel corsé tan ajustado. Llegó arriba y se apretó la mano contra el corazón, sintiéndolo
latir apretado entre los cordones y las ballenas de una forma que la asustó.
Anduvo lo más rápido que pudo por el pasillo. A la derecha había una balaustrada de piedra,
igual que la de la escalera, desde la que se podía ver el salón de baile abajo. Había gente mirado a los
bailarines y cotilleando. No le prestaron ninguna atención cuando pasó a su lado.
El pasillo torcía bruscamente a la izquierda y a lo largo de él había muy poca gente, ya que se
internaba en el edificio. Había pasillos más estrechos que daban a él, supuso que para el servicio.
Miró por uno y un movimiento le llamó la atención, haciendo que se detuviese completamente,
abriendo mucho los ojos.
El pasillo de servicio acababa en una puerta lisa, sin adornos, pero de pie frente a ella se
encontraban Vaughn y Elisa. Se hallaban enfrentados, los hombros rozando la puerta, y estaban tan
abstraídos el uno en el otro que no se dieron cuenta de que ella se encontraba al otro extremo del
pasillo, con la boca abierta por la sorpresa.
La pareja se abrazaba y Natasha recordó inmediatamente los libros atrevidos que escondía
bajo su colchón. Vaughn se inclinaba hacia su hermosa mujer, su boca asaltándole la suya. Su lengua
se deslizaba por los labios de ella, saboreándolos, y sus brazos la estrechaban contra sí.
Natasha se movió silenciosamente a una esquina del pasillo para quedar escondida tras la
pared y miró descaradamente, el corazón latiéndole acelerado y todo el cuerpo pulsando con él.
Vaughn llevó a Elisa contra la pared sujetándola del talle. Esbozando una pícara sonrisa, la
besó firme pero rápidamente en la boca antes de bajar los labios a su garganta y seguir la larga y
elegante curva hacia su pecho. Las manos masculinas estaban ocupadas tras el vestido y cuando
llegaba a la parte superior de sus pechos con la boca, el vestido se soltó de sus hombros.
Elisa lanzó un leve suspiro que casi era una risilla contenida. Inclinó la cabeza hacia atrás
contra la pared. No parecía alarmarse con lo que hacía Vaughn.
Cuando él tironeó del vestido para desnudarle los pechos, ella hundió los dedos en el cabello
masculino y atrajo su cabeza hacia ellos. Vaughn comenzó a lamer y acariciar uno de los pezones,
tironeándolo con los dientes, y Elisa emitió un sonido que era más primal que nada de lo que
Natasha había oído en su vida, y sus nudillos se pusieron blancos cuando contrajo la mano que
apretaba el cabello de Vaughn.
Natasha sintió de repente que comprendía. Ella deseaba ese tipo de atención, la invitaba
deliberadamente, al no ponerse un corsé bajo el vestido y así estar completamente accesible para su
esposo.
Natasha se dio la vuelta, dejando sola a la pareja del pasillo y se apoyó contra la pared,
dejando que su corazón se recuperase. Los libros nunca habían sido tan explícitos. El "acto", cuando
se lo mencionaba, se describía con referencias veladas, lo cual resultaba muy frustrante. Nunca lo
habían mostrado como una actividad carnal placentera para ambas personas, tal como se lo
acababan de revelar Vaughn y Elisa. Los libros habían pintado el acto de amor como una maravilla
florida y poética.
Seth. El corazón le volvió a dar un salto. Seth sería carnal. Seth lo encontraría placentero para
los dos. Al pensar en aquello, todo el cuerpo se le puso tenso y le comenzó a vibrar mientras que un
deseo le comenzaba entre las piernas. Seth.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Corrió tras él, sabiendo que aunque ella intentase reconfortarle, Seth era el tipo de hombre
que exigiría más que ello.

***

Detrás de él, Seth oyó el suave sonido de la puerta que se abría y cerraba. Durante un
momento se quedó helado con el botellón a medio llevar a los labios. Lanzando un juramento para sí,
lo bajó a la bandeja haciendo que el movimiento pareciese normal, inconsciente. Al estar de
espaldas, su mano quedaba escondida, por lo que la metió dentro de la chaqueta buscando el
cuchillo que normalmente guardaba en la bota.
Tantos años sobreviviendo por su astucia y nunca se olvidaba de ponerse de frente a la puerta.
Lo sorprendió haber permitido que aquel momento con su madre le hubiese alterado tanto como
para olvidarse de tomar aquella precaución elemental.
El siguiente sonido que oyó fue el roce inconfundible del tafetán. Relajándose un poquito, se
dio la vuelta para enfrentarse a la mujer mientras soltaba el arma que llevaba en el bolsillo.
Natasha Winridge.
Durante un momento se le detuvo el corazón. Se encontró observando nuevamente los
detalles clásicos de ella que le habían causado tanto placer la primera vez que los vio. La delicada
zapatilla de baile de satén que asomaba por debajo del ribete de encaje de sus enaguas. Las puntillas
también se veían porque ella había levantado las faldas al caminar, y ahora se encontraba petrificada
junto a la puerta, sus grandes: ojos azules mirándole con fijeza.
El fino talle, que seguramente él le podría abarcar con sus manos, pues sus dedos se
encontrarían en la hendidura de la columna. La curva de las caderas se iniciaría allí, y él podría apoyar
sus manos en ellas, sentir el calor de la suave piel. Desde allí podría deslizar sus manos hacia arriba,
hasta los pechos redondos y maduros que se elevaban por encima del profundo escote del traje de
baile. La moda había cambiado durante su ausencia. En las colonias las mujeres todavía llevaban los
vestidos de talle imperio, que caían recto desde la axila hasta el tobillo. Le habían asombrado al
llegar los vestidos de amplias faldas que Londres consideraba esenciales ahora, con sus capas de
enaguas almidonadas. Y las mangas...
En el caso de Natasha, las mangas caídas que llevaban todas las mujeres parecían una
estrategia deliciosa para llamar la atención. Se iniciaban en los hombros y llevaban tantos volantes y
adornos que daban la sensación de deslizársele por los brazos, arrastrando al vestido con ellas.
Aquella sensación incitante era más que suficiente para mantener la atención de un hombre fija en
los blancos hombros y en el botín que seguía debajo. Seth sintió que el cuerpo se le ponía tenso y
que el corazón, que había comenzado a tranquilizársele, le daba un ligero vuelco antes de acelerarse.
De repente deseó tener una copa del oporto que acababa de beber del botellón, para poder beberla
y permitir que la quemazón del alcohol le hiciese olvidar la tirantez de su entrepierna.
Luego notó la expresión de los ojos femeninos, dulces y llenos de conmiseración, y le invadió la
furia. No deseaba que nadie le tuviese pena, y mucho menos aquella hermosa y malcriada mujer
para quien era inconcebible la idea de estar totalmente solo en el mundo, rechazado y abandonado.
Mientras ella se acercaba acompañada por el sonido del rozar de la seda, él pensó
deliberadamente en indecencias, como si con ello la castigase por su ignorancia.
Se imaginó que aquellas largas piernas le rodeaban la cintura mientras él la follaba. ¡Oh, dios,
ella era una fruta madura, lista para ser cogida! Su mirada se detuvo un momento en la curva de los
redondos pechos que se asomaban por encima del profundo escote, amenazando con escapársele de
la tela. ¡Qué daría por hundirse hasta el fondo y olvidarse de aquella noche desastrosa! Quizá
debiera llevársela a Irlanda con él, sería una forma muy agradable de distracción.
Luego los deliciosos pensamientos se desperdigaron y la mente se le silenció, porque ella le
rodeó la cintura con los brazos, apoyó la cabeza en su hombro y... se quedó quieta, abrazándole.
Durante un segundo, él no pudo ni respirar. Le envolvió la presencia femenina, su perfume, su suave
cuerpo y el contacto de sus pechos apoyándose contra su torso.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

¿Cuánto hacía que una mujer no intentaba consolarle? Siempre le habían buscado por el sexo,
para copular, sin buscar nada a cambio, excepto un buen polvo. Pero ella era diferente. Le abrazaba
por compasión.
Cerró los ojos e inhaló su perfume, una exótica mezcla de flores y especias. La mano de ella se
movió a lo largo de la espalda de él, calmándole, causando inconscientemente un profundo deseo en
la entrepierna masculina. Parecía que toda la sangre de su cuerpo se le había ido a la polla, que
palpitaba contra los botones de sus pantalones.
Dios santo, la deseaba. Deseaba aquella inocente joven que no sabía nada de su sórdido
pasado. Y no se trataba de un deseo superficial el que le recorría. La empatía de ella lo había
cambiado en algo más profundo. Cuando ella se arrebujó contra él con la mejilla apoyada contra su
hombro, los brazos masculinos permanecieron a los lados mientras una alarma le sonaba dentro de
la cabeza.
Solamente aquella mujer le había ido a buscar a aquella habitación oscura, mientras que
quinientas personas iban y venían en el piso de abajo. Pero, ¿qué sucedería si alguien les descubría
en aquella actitud? El abrazo consolador sería mal interpretado y el escándalo sacudiría a la alta
sociedad.
Y sin embargo ya sabía que a Natasha le daría igual lo que pensasen los demás. Él lo había leído
en su rostro en cuanto la vio. Ella encontraba aquellos excesos tan tediosos e insoportables como él.
No, no sería feliz casada con un afeminado magnate de una naviera u otro lord del reino. Ella
deseaba un hombre, un hombre de verdad. Ya se lo había dicho en el piso de abajo, aunque no
formulado de aquella forma, porque ella carecía de la experiencia para reconocer lo que le causaba
aquella insatisfacción e inquietud. Pero él lo había hecho, de la misma forma en que había
reconocido la obcecación femenina, su decisión de enfrentarse al mundo entero si con ello lograba lo
que quería.
Ella había comprendido el dolor de él aunque no conociese los detalles y ahora le ofrecía su
consuelo por más que su madre y todas las demás mujeres que la rodeaban le hubiesen enseñado
que era peligroso estar sola con un hombre en una habitación.
Era una mujer de un coraje único. Si conocía el peligro, y sus ojos abiertos de par en par al
entrar en la habitación le indicaron a él que así era, entonces había dejado a un lado los
convencionalismos para coger lo que quería.
El corazón de él comenzó a doler cuando reunió todo aquello. Natasha le había hablado de
Vaughn Wardell, enseñándole el valor de una relación verdadera, no un matrimonio vacío. Y ahora le
buscaba a él.
Le deseaba a él, a Seth Harrow. Deseaba los placeres que él podría darle. Por muy virgen que
fuera, había una sabiduría en los ojos femeninos cuando la conoció en la pista de baile, que le
convenció de que ella conocía el ritual del apareamiento.
Finalmente, se permitió moverse, una prueba a las intenciones de ella. Movió las manos para
rodear el talle femenino y sonrió cuando sus dedos se encontraron en la espalda de ella. La
respiración femenina se detuvo un segundo y ella elevó la mirada hacia él, las largas y oscuras
pestañas escondiendo el deseo que él pudo divisar.
—¿Por qué me seguís, Natasha? —le preguntó, la voz ronca de ansia.
Sentía el corazón de ella latiendo alocado contra su pecho. Ella se pasó la lengua por los labios
y bajó la mirada. Era una señal inequívoca. Lo sabía, sí, pero no lograba formular las palabras. El valor
se le había acabado.
Él sintió una excitación de placer. La combinación de inocencia y voluptuosidad era
abrumadora. Separó una mano del talle de ella para apoyarla en el dulce hombro y tironear
ligeramente, de modo que la espalda de ella se arqueó, apartándose de él. Por debajo de las enaguas
almidonadas, sintió las caderas apretadas contra su polla y los pechos enhiestos que empujaban
contra él.
Abarcó uno de ellos con la otra mano. Ella lanzó una ahogada exclamación y se puso tensa,
dándole la impresión de que se apartaría. En vez de ello, elevó la mirada hacia él y en un instante él
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

vio que los hermosos ojos azules se estrecharon un poco para relajarse luego. Sí, sabía lo que
buscaba.
—Me di cuenta de que el comportamiento de la condesa os hizo daño —dijo ella en voz baja,
controlada.
Él le rozó el pezón con el pulgar y ella contuvo la respiración. Se ruborizó, pero no se apartó. Él
esbozó una sonrisa cuando sintió que se endurecía bajo la seda del vestido y el material rígido del
corsé.
—Es una sensación maravillosa —susurró ella. Había una sonrisa maliciosa en sus labios llenos
y la excitación de él pasó a otro plano, llegándole a la mente a la vez que al cuerpo.
No pudo contenerse. Su boca se acercó a la de ella, la lengua rozando los labios llenos,
pidiéndole entrada. Trémula, la boca femenina se abrió y la lengua de ella se atrevió a acariciarle
mientras las manos se aferraban a los hombros de él. Podría hundirse totalmente en ella. Podría
profundizar en los placeres sensuales que le ofrecía, haciendo caso omiso a todas las demás
exigencias de su vida, y beber de sus labios hasta que todo aquello desapareciese y lo único que
quedase fuese aquella mujer.
Le cogió el culo a través de las enaguas y la apretó contra él, frotando con su gruesa erección
el vientre. Oyó cómo ella ahogaba una exclamación para luego lanzar un suave gemido. Era una
exhalación verdaderamente sensual y el sonido más erótico que había oído en su vida. Antes de
perder el control totalmente, arrancó sus labios de los de ella. Le asombró darse cuenta de que tenía
la respiración entrecortada.
—¿Nunca os dijo vuestra madre lo peligroso que era estar sola en una habitación con un
hombre?
La comisura de la boca se elevó ligeramente y los ojos llenos de pasión se cerraron un instante.
—Sé lo que quiero. Se encuentra frente a mis ojos.
Acicateado por la expresión de ella, le deslizó las manos por debajo de las pesadas faldas,
buscando la raja de los calzones. Rápidamente la encontró y tuvo que apretar los dientes y contener
un rugido de gozo al tocarla.
Pero ella no se reprimió. Se apoyó contra él con un profundo gemido de placer femenino
cuando él encontró su centro caliente y húmedo. La acarició hasta hacerla jadear. Le rozó el clítoris
con la yema del dedo y la respiración de ella se aceleró más todavía.
No había placer más grande que el de acariciar a una mujer y saber que era la primera vez que
ella experimentaba semejante placer. No sabía si tendría fuerza como para detenerse. Seguramente,
ella encontraría todo aquello demasiado abrumador para su inocencia y se apartaría.
—Decidme que pare y lo haré —le dijo con la voz entrecortada.
El pecho de ella se agitó cuando elevó la mirada a él.
—No paréis —dijo, y se le quebró la voz.
Con un gemido, él bajó la cabeza y la besó. Su lengua jugueteó con la de ella cuando le deslizó
un dedo dentro. Las paredes dulces como la miel le apretaron con fuerza. Dios santo, era virgen. Tan
cachonda, tan comprimida... la polla le palpitó. Su cuerpo entero ardía con las oleadas de placer que
le recorrían.
La levantó, cruzó la estancia y la depositó delicadamente en el sofá. La mirada de ella se posó
en él y se dirigió sin tapujos a la prominente erección masculina. Las mejillas se le encendieron a
pesar del atrevimiento.
Aquello le hizo a él recordar lo que había olvidado durante los últimos momentos: que ella era
la hija de un lord y además inocente. Estaba destinada a casarse con un hombre de título y dinero.
Un hombre que pretendería que su esposa fuese virgen cuando le recibiese en la noche de bodas. La
sociedad en la que ella vivía le crucificaría por mancillar a una de sus hijas, pero el castigo que
reservaban para ella sería muchísimo peor. Quizá no la apedrearan físicamente, pero aquella
sociedad tenía otras formas más poderosas de convertir la vida de una mujer en un horror de miseria
y soledad.
Ella deslizó la lengua por sus labios antes de volverle a mirar. Dios, necesitaba correrse, pensó
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

él, trémulo.
Levantó uno de los delicados pies, le quitó el escarpín y lo dejó caer. El otro se le unió
rápidamente. Le rodeó los tobillos y deslizó las manos por la suave seda de sus medias, descubriendo
su piel. Sus largas y esbeltas piernas eran blancas y suaves bajos sus dedos.
Cómo le gustaría desvestirla, tomarse su tiempo para desvelar cada centímetro de delicada
piel. Pero la música que se oía abajo le recordó dónde se hallaban y que pronto se darían cuenta de
la ausencia de la joven aristócrata.
Se le acababa el tiempo. Aunque el instinto le decía que la acompañase a la puerta y la
escoltase abajo, no podía acabar de aquella forma. Quería dejarle a ella un trocito de sí, una marca
indeleble en el alma.
Entonces supo lo que tenía que hacer.

***

El corazón de Natasha aceleró sus latidos cuando Seth bajó la vista a ella, sus llamativos ojos
brillando con una promesa que ella no comprendió del todo. La boca masculina esbozó una sonrisa
sensual que hizo que la excitación la estremeciese.
Ya había experimentado tantas cosas nuevas y excitantes. Estaba segura de que se pasaría
muchas horas dándoles vuelta en la cabeza, analizándolas y recordando las oleadas de sentimientos
y emociones que la habían recorrido. Por ahora simplemente aceptaba todo lo que le sucedía,
absorbiéndolo. Él se puso de rodillas junto al sofá y con las manos la abrió de piernas. Ella sintió
perplejidad, pero antes de poder hacer ninguna pregunta, él tiró de ella para acercarla al borde del
asiento y bajó la cabeza.
Súbitamente, Natasha se quedó sin respiración cuando la lengua larga y aterciopelada le
acarició el coño. No se podía creer el atrevimiento de él, ni el suyo, pero no encontraba fuerzas para
detenerle. Se aferró a los hombros de él y se estremeció con cada lengüetazo que le daba.
Aunque la sensatez le decía que tenía que salir corriendo de allí, no podía negar el placer que
le producía. El cuerpo le vibraba, palpitando con una energía que no había sentido en su vida. Lanzó
una mirada a la puerta, a sabiendas de que les podrían pillar en cualquier momento. Si alguien la
abría, su reputación se vería mancillada para siempre. ¡Qué escándalo!
Y aunque sabía a lo que se arriesgaba, no podía detenerle. En vez de ello, bajó la mirada,
hipnotizada ante la imagen de él comiendo su chocho. Su cabello le rozaba la cara interna de los
muslos. Las largas pestañas le sombreaban las angulosas mejillas y al sentir su mirada, levantó la
vista.
El estómago de ella se puso tenso cuando vio el deseo inconfundible en aquellas plateadas
profundidades. La lengua masculina le rozó su pequeño núcleo, haciéndola menear las caderas. Ella
gimió y la sorprendió aquel sonido animal que provenía de su garganta, pero la única reacción de
Seth fue sonreír levemente.
Natasha cerró los ojos y el cuerpo se le puso más tenso. Luego la mano de él le cubrió el pecho
y los dedos le acariciaron los pezones a través de la gruesa tela del vestido... y perdió la cabeza.
La respiración se le hizo más y más jadeante con cada toque de la lengua y los dedos
masculinos hasta que llegó al clímax, algo que nunca había experimentado antes. El cuerpo le
palpitó, y el canal se le contrajo cuando se corrió, clavando los dedos en los hombros a Seth.
Cuando el corazón volvió a su ritmo normal, abrió los ojos. Seth seguía de rodillas y
delicadamente la cubrió decorosamente con el vestido. Ella vio su erección, henchida dentro de sus
pantalones.
De repente, comprendió. Seth también tenía derecho a tener placer. Ansió calmar su deseo,
pero sabía que él no se atrevería a tomarla allí. Ya habían corrido demasiados riesgos. El canal
todavía le pulsaba de deseo, un deseo que sólo podría satisfacer que él la penetrase. Ahora lo sabía.
Él se inclinó y la besó profundamente. Ella le sintió el sabor a alcohol y a algo más. Se dio
cuenta con un sobresalto que se trataba de su propia esencia.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Ahora debéis marcharos —murmuró él contra sus labios, y luego se puso de pie,
levantándola.
Ella se tambaleó, buscando el equilibrio y él encontró los escarpines y se los puso con
delicadeza. Natasha se dirigió a la puerta con piernas trémulas, sin poder creer que hasta hacía
escasos momentos hubiese sido una joven ingenua, con escasa información sobre cómo hacerle el
amor a un hombre. Ahora era una mujer, completamente consciente del placer que le podía
proporcionar un hombre. Su cuerpo ansiaba concluir lo que sabía que solamente Seth le podía
brindar.
—Quiero veros otra vez —espetó, sin poder contenerse. No quería ni pensar en que él se
marchase a Irlanda después de lo que había sucedido.
Él sonrió como un chiquillo.
—Y lo haréis, pero ahora tenéis que volver o alguien seguro que vendrá en vuestra busca.
Ella le miró fijamente, observando cada detalle del guapo rostro masculino, deteniéndose en
su boca. Deseaba profundamente darle el placer que él le había proporcionado con tanta pericia.
—Que vengan —replicó—. Me da igual.
—Tendría que preocuparos —dijo él, sus palabras fuertes como latigazos. Luego lanzó un
suspiro y se pasó la mano por el pelo, que se le alborotó—. Hay tanto que no conocéis, que no podéis
saber, que no me atrevo a explicaros... Tenéis que confiar en mí. No es momento ahora de
abandonar vuestra vida de forma temeraria.
—Pero...
—Confiad en mí —dijo él, colocándole un dedo sobre los labios. La mirada gris se hundió en
sus ojos, rogándole que aceptase aquello.
Finalmente, ella asintió.
—Os entregué mi confianza en cuanto entré en esta habitación y no me defraudasteis, así que
volveré a confiar en vos. Gracias, Seth Harrow.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 5

Seth encontró el botellón del brandy y se sirvió una buena medida del líquido dorado. Bebió
sin poder pensar en nada y luego se lo acabó de un trago. Aún temblaba.
Dejó la copa en la mesa de caoba con un golpe y dirigió su mirada a la puerta que acababa de
atravesar Natasha. ¿En qué habría estado pensando, por el amor a Dios? Se pasó la mano por el
cabello. Podría haberla destruido en un instante y causado un escándalo como hacía años que no se
veía en Londres.
Después de los seis años que había pasado en MacQuarrie Harbour, tendría que haber
aprendido a no dejar que la pasión dominase su sentido común. Se había equivocado totalmente y
no podía permitirse cometer semejante error.
Y, sin embargo, ¡qué dulce había sabido ella! Sonrió al recordar los suaves gemidos y la
sensación de los dedos femeninos clavándosele en los hombros. Deseó hundirse profundamente en
su estrecho canal para enseñarle todas las formas de hacer el amor. Se llevó los dedos a la nariz,
inhalando su aroma almizclado. ¡Déjala en paz, Seth! se mofó su conciencia. Apartó el recuerdo y el
deseo también.
Se dirigió a las escaleras porque lo que más deseaba era perderse en la noche y volver al
Artemis. Volver a lo familiar. Había visto a su madre, recibido su respuesta. Harry tenía razón, aquel
sitio era tierra extraña para él ahora. No había nada más para él en Londres.
Excepto Natasha.
Frunció el ceño. Había prometido verla otra vez, y cumpliría su promesa, pero la reunión sería
la última. Tenía que cortar la atadura que había surgido entre los dos de la forma más delicada
posible. Quizá debiese preguntarle a Vaughn Wardell el truco, ya que éste había logrado conservar su
amistad.
Y tu serías el segundo hombre que le rompería el corazón.
Se sintió invadido por la culpabilidad e intentó justificarse. Ella le había buscado. Él no la había
alentado en lo más mínimo. Ella le había tentado... pero ninguna excusa eliminaba la verdad: que se
había establecido una conexión entre ellos la noche pasada, y que nunca desaparecería.
Mientras descendía las escaleras hacia el salón de baile, apenas notó las miradas de las
debutantes. Sus susurros y risillas quizá le hubiesen divertido en otro momento.
Por el rabillo del ojo vio a una mujer un poco mayor con Natasha y Piggot. Este apoyaba su
mano posesivamente en la cadera de Natasha. Ella tenía las mejillas sonrosadas aún. Aunque sonreía
de forma agradable, en sus ojos se veía que se hallaba molesta. Al verle ella esbozó una sonrisa
radiante, haciendo que el corazón le diese un vuelco.
Una noche más en Londres... para verla otra vez.
—Anda, ¡si es Seth Harrow! Veros de pie allí con tu ropa elegante podría hacerme pensar que
vos erais el buscón anoche —la voz ronca a sus espaldas le resultó familiar, y sus palabras
confirmaron quién era. La duquesa buscona con quien se había acostado la noche anterior se hallaba
ahora detrás de él. Seth contuvo un juramento y logró esbozar una sonrisa al volverse. Sabía que no
podría escaparse de aquella. La duquesa sabía quién era, de lo contrario no se habría atrevido a
hablar de algo tan poco delicado.
Llevaba un caro vestido de color verde, por supuesto. Era completamente decente, pero sin
embargo lograba resaltar su generoso busto.
Había un calor en sus ojos que Seth bien conocía. Ella se humedeció los labios mientras le
recorría con la mirada y cuando sus ojos se detuvieron cerca de su polla, el calor se convirtió en
innegable ansia. A Seth le divirtió aquel comportamiento subido de tono. Una dama educada,
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

particularmente una duquesa, nunca permitiría que su mirada descendiese más allá de la cintura de
un hombre.
A juzgar por la expresión de sus ojos, le había perdonado por echarla aquélla mañana. Se
acercó a él, rozándole el brazo con su pecho.
—¿Puedo subir a bordo esta noche, marinero? —le rozó la oreja con los labios.
Seth no pudo evitar lanzarle una mirada a Natasha. Con un poco de suerte ella no había visto
aquel intercambio y no pudo resistir la necesidad de confirmarlo. Aunque todos los demás estuviesen
ciegos ante las insinuaciones descaradas de la duquesa, Natasha las vería y él quería evitarle ese
dolor si podía.
Pero estaba claro que la diosa fortuna no se hallaba de su lado aquella noche. Natasha le
miraba fijamente estrechando ligeramente los ojos.
Son los pecados de tu pasado que vienen a rendirte cuentas, pensó Seth, resignándose. Con
más fuerza de la que quería, respondió a la directa invitación de la duquesa:
—Esta noche, no.
—Entonces, ¿qué tal una vuelta por los jardines, mmm? —abrió el abanico y se acercó a él,
escondiendo sus rostros un instante—. Así podéis acabar lo que empezasteis esta mañana.
—Lo acabé, señora.
Ella hizo un mohín y se mordió el labio inferior.
—Pero conmigo no.
—Tengo otras cuestiones de las que ocuparme —dijo él, con un encogimiento de hombros.
Ella frunció las oscuras cejas cerró el abanico con un chasquido.
—Queréis decir otra mujer.
—No, negocios.
Ella se volvió a relajar, esbozando una sonrisa.
—¿Mañana, entonces?
—Me marcho de la ciudad.
—¡Tan pronto! —exclamó ella, haciendo una mueca al darse cuenta de su volumen. Miró
alrededor para ver si alguien había notado el agudo grito, lo cual le indicó a Seth que pretendía ser
discreta. Sabía que había límites que respetar. Estaba claro que hacía años que jugaba aquel juego.
—Lo siento, duquesa —dijo, porque sabía perfectamente a lo que llevaría aquel paseo, ya que
había experimentado la creatividad de la duquesa la noche anterior.
—Podríais disponer de un momento —dijo ella, sin esconder un gesto de disgusto. Le dio un
golpecito con el abanico y se dirigió a las puertas dobles—. Voy a salir a tomar aire. Si lo deseáis,
seguidme dentro de unos minutos —cogiéndose las faldas, se dirigió bordeando el salón hacía las
altas puertas acristaladas.
Seth la vio marcharse con una profunda sensación de alivio. No tenía intención de seguirla a
ningún sitio ahora que sabía que ella no le montaría una escena. En vez de ello, se dirigió a Natasha.
Pudo ver la incertidumbre en los ojos de ella. Piggot se volvió también y esbozó una sonrisa tensa.
Seth percibió su cautela.
Natasha se apartó de Piggot y cogió a Seth del brazo. Aquel gesto de intimidad no pasó
desapercibido a nadie. Todos les observaban con avidez detrás de abanicos o sin disimulo alguno.
—Venid, permitidme que os presente a mi madre —murmuró Natasha. Luego Seth se dio
cuenta de porqué tenían una audiencia tan ávida. Los padres de Natasha impulsaban activamente la
relación con Piggot. La mujer que completaba el trío era obviamente la madre. Los vecinos
probablemente esperaban algún tipo de enfrentamiento.
Seth permitió que Natasha le llevase hasta su madre, que les miraba con la expresión de
altanería que solamente logran los privilegiados.
—Madre, ¿me permites que te presente a Seth Harrow, el capitán de Artemis? Señor Harrow,
esta es mi madre, Lady Munroe.
Seth inclinó la cabeza con el respeto que uno expresa ante un par del reino, aunque
técnicamente, Caroline solamente era la esposa de un lord. Era una forma de halagarla, pero cuando
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

se enderezó pudo ver que la expresión de ella no había cambiado en absoluto. Sus ojos le medían
con frialdad de pies a cabeza, deteniéndose un momento en su pendiente.
—¿Un capitán? Oh... qué divertido —dijo. A pesar de su perfecta vestimenta y de sus modales
refinados él no había logrado su aprobación. Apenas unas horas atrás, le habría dado totalmente
igual aquel rechazo y habría seguido su camino sin alterarse, pero ahora el desdén de ella le quemó
las entrañas y el corazón. ¡Deseaba la aprobación de aquella gente por el bien de Natasha!
Encontraba irónico que si aquella siniestra noche en Irlanda, hacía quince años, las cosas
hubiesen resultado un poco diferentes, Lady Munroe y todas las madres de jóvenes casaderas serían
quienes le harían la reverencia y le presentarían sus hijas casaderas con toda la prisa que la
respetabilidad lo permitiese.
Un corpulento cincuentón con el cabello plateado en las sienes se unió al grupo. Sus ojos
azules eran los ojos de Natasha y Seth se puso tenso, sintiendo una oleada de inquietud. Habían
llamado a las tropas. Seguramente aquél sería el padre de Natasha, el mismísimo Lord Munroe.
El hombre alargó la mano.
—No nos han presentado. Munroe.
Seth estrechó su mano con suficiente fuerza como para igualar la de Munroe, pero no más. No
tenía intención de demostrar su masculinidad con aquel antiguo ritual, estaría en desventaja ante los
ojos de Munroe.
—Harrow —replicó Seth—, capitán del Artemis.
—¿Remolcador? —arriesgó Munroe.
Seth escondió la sonrisa ante el patético esfuerzo por desprestigiarle. No mordería aquel
ridículo anzuelo.
—Mercante —respondió.
Munroe estrechó los ojos y Seth se dio cuenta de que le sometería a un interrogatorio o le
cortaría en filetes si pudiese.
—¿Qué tipo de navío? —exigió Munroe.
—Es una nave de cinco toneladas, clase de las Indias orientales. Tres mástiles —dijo Seth, sin
molestarse en disimular el orgullo que sentía.
—No hay ningún Artemis que tenga la amarra en este puerto.
—En Albany sí.
Munroe se puso rojo.
—¡Si vais a mentir, muchacho, será mejor que os cercioréis de que lo que digáis sea correcto!
—explotó.
—¡Henry! —le advirtió Caroline—. ¡Cuida tus palabras, por favor, que hay damas presentes!
—Albany no es puerto de mar —exclamó Munroe, meneando el dedo frente a Seth—. ¡Ni
siquiera se halla en la costa!
—Albany en Australia, papá —intervino Natasha—. No en Nueva York.
—Australia Occidental —añadió Seth y sonrió para disipar la tensión.
—¡Dios santo! —exclamó Caroline con una exclamación ahogada—. ¿Dónde envían a los
convictos? ¡Qué horror...! —dijo, callándose como si el concepto fuese demasiado para su
constitución. Se apoyó en el brazo de su esposo.
Piggot sonrió, disfrutando del espectáculo.
—Albany es una colonia libre —dijo Seth, sin alterarse. Intentaban que mordiese el anzuelo
deliberadamente. Apretó los dientes.
Natasha se dio cuenta de ello también porque frunció el ceño y le lanzó a Seth una mirada
tranquilizadora.
No te enfades, se dijo él, porque sentía que se le despertaba la ira, a pesar de saber que los
padres de Natasha sencillamente protegían a su hija. Le molestaba que los esfuerzos combinados de
los dos diesen en la diana.
Munroe carraspeó. A cambio de estrategia, pensó Seth, preparándose para ello.
—Me resultáis familiar —dijo Munroe, frunciendo el ceño como si intentase ubicar su rostro.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Seth sintió que le recorría un escalofrío pero siguió sonriendo mientras maldecía
mentalmente. Tendría que haberse dado cuenta de que aquello sucedería. Vaughn Wardell le había
reconocido y Seth tenía la constitución y los ojos de su padre. Aquellas personas, Munroe en
particular, conocerían a su padre. Su única alternativa era tirarse un farol.
—Dudo que nuestros caminos se hayan cruzado, Lord Munroe. Llevo muchos años en alta mar.
—Hay algo en vos, señor...
—Harrow —repitió Seth.
—Buenas tardes, Lord Munroe —dijo Vaughn Wardell, acercándose al orondo lord con la
mano extendida. Elisa se hallaba a su lado, cogida de su otra mano y Seth vio que tenía los nudillos
blancos. Ella miraba a Lord y Lady Munroe y daba la sensación de querer estar en otro lado.
Munroe titubeó un largo momento, y su mujer se enderezó, como una gallina preparándose a
atacar.
Natasha se adelantó un poco.
—Papá, ¿recuerdas a Vaughn Wardell, verdad? Ah, perdonadme Vaughn, lo olvidé totalmente.
Papá, este es el nuevo marqués de Fairleigh. Vaughn, lamenté mucho la muerte de tu padre. Y Elisa
también. Seguramente recordarás a Elisa, papá —alargó la mano a Elisa, y cuando ella la cogió,
titubeante, ella se la estrechó entre las dos y le sonrió. Luego elevó el rostro hacia su padre con una
sonrisa compradora.
Natasha deliberadamente defendía a la pareja, como un escudo que les protegía de la furia de
su padre.
Seth rápidamente se dio cuenta de lo que sucedía: Natasha y Vaughn habían estado
comprometidos. Vaughn se había casado con Elisa. Y ahora Natasha protegía a la pareja de la
reacción de su padre. Y nuevamente le maravilló la determinación de Natasha de hacer lo que
consideraba correcto, sin tener en cuenta la desaprobación que pudiese surgir.
Lord Munroe no tuvo más remedio que estrechar la mano de Vaughn, que éste había
conservado levantada.
—Munroe —dijo Vaughn con una cabezadita, ya que Natasha había tenido cuidado de
mencionar su título para asegurarse de que su padre le saludase como a un igual—. Harrow —dijo
también, incluyendo a Seth en el círculo.
—¿Os conocéis? —preguntó Lord Munroe.
Vaughn no parpadeó ni miró a Seth.
—Nos hemos conocido esta noche —le dijo a Lord Munroe—. Harrow es dueño de un navío
mercante con amarra en Australia.
—¿Dueño? —repitió Lord Munroe, dirigiéndole una mirada a Seth—. No mencionasteis que
fueses el dueño de la nave.
—No me di cuenta de que necesitase tal información —respondió Seth con frialdad—. ¿Os
gustaría conocer los nombres de todas las naves de mi flota?
—¿Flota? ¡Dijisteis que erais capitán de navío!
—Lo soy. Soy el capitán del Artemis porque creo que el ojo del amo... Empleo a otros capitanes
para los demás barcos.
Hasta Natasha le miraba con los ojos desorbitados.
Vaughn sonrió.
—Un éxito, lo mire por donde se lo mire —declaró.
Pero la expresión de Lord Munroe era más sombría aún. Meneó la cabeza, como si aquellas
revelaciones fueren algo irritante, y volvió a su interrogatorio.
—¿Asistió vuestro padre o algún pariente a Cambridge?
Seth hizo un esfuerzo para disimular su reacción. ¿Le habría asociado Lord Munroe con su
padre? Nuevamente decidió tirarse otro farol.
—Que yo sepa no, Lord Munroe.
—No recuerdo ningún Harrow en Cambridge tampoco.
Seth se dio cuenta de que Vaughn le había reconocido a pesar de que lo hubiese negado
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

anteriormente y había decidido apoyarle. Vaughn le lanzó una rápida mirada y nuevamente fueron
los amigos de la infancia que aborrecían el purgatorio de la escuela y los arcaicos colegios de
Cambridge. Seth se relajó un poquito. Inesperadamente había encontrado un amigo y aliado.
Vaughn volvió su atención a Lord Munroe y le dio una palmada en la espalda.
—Lord Munroe, Elisa y yo nos sentiríamos muy halagados si vuestra esposa y vos pudieseis
venir a cenar algún día de esta semana.
Lord Munroe miró a su esposa. Como la señora de la casa, era ella quien respondía a las
invitaciones sociales. Caroline tenía el aspecto de haber tomado leche agria y Seth se dio cuenta del
motivo. No podía rechazar la invitación ahora que su esposo había estrechado la mano de Vaughn y
aceptado simbólicamente a él y a su esposa.
—Será un placer —dijo Caroline rígidamente.
—Elisa, ¿cuál será el mejor día para ti? —preguntó Vaughn a su esposa, que se hallaba tan
pálida como Caroline.
Seth cruzó su mirada con la de Vaughn que le hizo una ligerísima inclinación de cabeza hacia la
puerta. Estaba claro lo que le quería decir: Vaughn había creado una distracción, que aprovechase
para irse.
Seth le dirigió una mirada a Natasha. Ella le miró, mordiéndose el labio. Seth era consciente de
que la gente les miraba y tomaba nota de cada una de sus palabras y acciones. Se limitó a sonreír,
hacer una inclinación con la mano en el corazón y marcharse discretamente mientras Elisa, Caroline y
los hombres discutían posibles fechas para lo que prometía ser la velada más aburrida de la semana.
Tendría que encontrar un momento para agradecer a Vaughn y a la encantadora Elisa más
tarde.

***

Natasha miró a Seth marcharse hasta que se dio cuenta de que su padre la observaba.
Inmediatamente volvió su atención al diálogo. Vaughn le preguntó cuál era su comida favorita,
incorporándola a la conversación.
—Ropa vieja —respondió ella, esperando que su madre pusiese el grito en el cielo, como
siempre lo hacía cuando ella mencionaba la sencilla comida. También, como imaginó, su madre se
ocupó de hablar del menú con Elisa, y cuando acabasen Natasha sabía que Elisa acabaría con un
menú elegido por su madre y que no podría hacer otra cosa que cocinarlo.
Notó que Vaughn tenía la vista clavada en ella. Él había estado esperando que ella volviese a
prestarle atención y porque cuando vio que le miraba, deliberadamente bajó la mirada al talle de
ella.
Ella también bajó la vista. La mano del odioso Piggot se apoyaba en su falda y probablemente
le había manchado de sudor la frágil seda. Agradeció que aunque él se atreviese a rodear su talle con
su mano en un sitio público, al menos no se atrevía a tocarle el torso. Habría sido demasiado que
soportar.
Elevó el rostro a Vaughn otra vez y esbozó una triste sonrisa.
Él le sonrió y un ojo se cerró casi del todo. Un guiño. Se dio cuenta de lo que le quería decir:
Ten fuerza, Natasha.
Se cercioró que la atención de su padre hubiese retornado a la conversación. A él le gustaba la
buena comida y aunque no se considerase masculino, se involucraba con entusiasmo en
conversaciones sobre comida si se le presentaba la ocasión. Y, efectivamente, estaba enfrascado en
una charla sobre qué vino iría mejor con el pato a la naranja, el nuevo plato del continente que
estaba de moda.
Natasha miró las escaleras por las que se había marchado Seth. ¿Y si se marchaba a Irlanda y
no le volvía a ver nunca? Recordó el ardiente placer que él le había proporcionado y sintió que se le
ponían rojas las mejillas. Se preguntó cómo podía experimentar más momentos como aquél. ¿Sería
aquél el pináculo de la excitación que los libros se referían indirectamente? Decidió que por más
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

atrevidos que fuesen considerados los libros que leía, no eran tan instructivos como ella había creído.
Había muchos aspectos prácticos que no mencionaban.
Necesitaba un mentor, alguien que no se desmayase si le hablaba del tema. Alguien que no
tuviese los oídos de su madre. Pero por ahora tendría que confiar en sus propios instintos. Y sus
instintos le decían que siguiese a Seth. No podía dejar que él se marchase sin una última palabra.
Quizá hasta un beso, como aquel en el que le había deslizado la lengua dentro de su boca. Era
extraño como un beso como ese, que al leerlo descrito en los libros le había parecido de lo más
asqueroso, había resultado maravilloso en la realidad.
—¿Me perdonáis, por favor? —murmuró, esperando que nadie la oyese, y se alejó
sigilosamente. Por suerte estaban totalmente absortos en una discusión sobre quién ofrecía la mejor
mesa del país, fiestas del pasado, y quién tema el mejor cocinero de Londres.
—El Claridge, por supuesto —insistía su padre cuando ella se marchó. Como siempre, no había
tenido en cuenta que una mujer no podía ser vista comiendo en un establecimiento público.
Natasha se apresuró por el costado del largo salón de baile. Había una puerta que se utilizaba
poco al otro extremo que daba acceso al salón de la servidumbre. De ese salón partía un pasillo que
llevaba directamente al vestíbulo del edificio, donde emergía por detrás de los enormes helechos en
jardineras de bronce junto a la gran escalera. Miró a su alrededor por si había alguien observándola
pero todos estaban bailando o mirando el baile, meciéndose al irresistible ritmo del vals.
Se deslizó por la puerta y se apresuró por el pasillo en penumbra. Estaba deliciosamente
ventilado allí y el aire le refrescó el rostro y los hombros mientras avanzaba. El corazón le latía con
fuerza cuando abrió la puerta al vestíbulo y salió, mirando a su alrededor para ver a Seth.
Se hallaba esperando un carruaje. Estaba guapo y elegante con su traje de buen corte y su
aspecto de caballero. Toda la noche se había comportado como tal. Pero ahora, cuando creía que
nadie le miraba, se quedó de brazos cruzados con las piernas abiertas.
Ese es el aspecto que tiene en la cubierta de su barco, pensó Natasha. La postura la ayudó a
reemplazar mentalmente su elegante atuendo por lo que ella suponía que llevaría un capitán
mercante: pantalones, botas altas y una amplia camisa blanca de lino. El pendiente no quedaría fuera
de lugar en absoluto allí. Resistió la tentación de dibujarle una espada al cinto, pero en su mente
sabía que habría al alcance de su mano una pistola cargada.
Cada uno de los desenfadados ángulos de su postura irradiaba poder. Este es el hombre que
me ha seducido esta noche. Se estremeció de placer secreto y se dirigió hacia las amplias puertas
acristaladas. El portero se llevó la mano a la gorra y se las abrió, y ella salió al refrescante aire
nocturno.
Seth no se dio la vuelta hasta que ella se encontró a un metro de él, y ella se sobresaltó al ver
que tenía el ceño fruncido. Instantáneamente reemplazó su gesto una sonrisa que mostró sus
blancos dientes e hizo que se le iluminasen los ojos.
—¿No... no tendría que haberos seguido? Sólo deseaba daros las buenas noches...
Él meneó la cabeza ligeramente.
—El ceño no va por vos, cielo. Y no os negaría nunca una despedida —pero vio que él miraba
por detrás de ella por sí había gente escuchando. Testigos.
—Prometisteis que os vería otra vez —le recordó. Necesitaba que él la tranquilizase, porque la
cautela que él tenía desataba una serie de temores innombrables. Había tanto de aquel hombre que
ella desconocía...
—Exacto —dijo él, pero había vuelto a fruncir el ceño.
—¿Qué pasa, Seth? Decidme la verdad que titubeáis en formular. Preferiría oír la verdad a una
bonita mentira. ¿Jugasteis simplemente conmigo esta noche? Por favor, decídmelo si es así.
Preferiría oír eso que agravar mi estupidez al perseguiros como una doncella enferma de amor.
La frente se alisó y los ojos grises se clavaron en ella.
—Creo que ya sabéis la verdad, si escucháis a vuestra alma.
—Todo esto es muy nuevo para mí —rogó ella.
—Yo también —le respondió él en voz baja.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

El corazón de ella palpitó, acelerado.


—Entonces, yo no imaginé...
—No, no lo habéis hecho —sus ojos la mantenían cautiva. Dio un paso, acercándose hasta que
rozó el bajo del vestido con sus botas—. Natasha, acabad con esto. Bastará una palabra vuestra y no
volveré.
—No puedo —dijo, y era la verdad.
—Os arruinaré la vida si me quedo.
—Si yo os dijese que os marchaseis, ¿no sería yo quien acarrease con las culpas?
—Arremeteríais contra el mundo... vi lo que hacíais por Vaughn y su esposa. Hay que tener
coraje para ello, pero Natasha... —meneó la cabeza, como si le doliese algo—. Hay cosas sobre mí...
cosas que no podéis imaginar.
—Me asustáis —se estremeció.
—¡Deberíais estarlo! Alejadme de vuestra vida, Natasha, ahora antes de que sea demasiado
tarde. Echadme, porque no tengo la voluntad de hacerlo solo.
Ella le apoyó la mano en el brazo.
—Esa es la verdad que necesitamos —dijo en voz baja—. Me enfrentaré con quien sea
sabiendo esa verdad.
—Por el amor de Dios... —comenzó él.
—¡Natasha!
Natasha dio un brinco al oír la firme llamada de su padre y dejó caer la mano que apoyaba en
el brazo de Seth. Se dio la vuelta. Su padre abría las puertas acristaladas, el portero se apartó de un
salto. Había tensión en el rostro de su padre, los ojos le relampagueaban, la mirada iba de Seth a ella
y nuevamente a Seth. Estaba furioso.
—Vuelve al salón de baile inmediatamente.
—Padre...
—¡Obedece! —rugió.
Ella se enfrentó a él, a pesar de que se sacudía como una hoja. Nunca había desafiado a su
padre de forma tan abierta. Intentó disimular el temblor de su voz.
—Pero padre, al menos podrías...
—¡Ahora! —y levantó la mano.
La invadió el horror. ¡Su padre estaba a punto de pegarle, y en público! Jamás le había pegado
en la vida. Estaría desesperado para recurrir a algo así. Se preparó. No había forma de evitar el golpe.
Cuando la gran mano descendió, le dio a la palma de Seth. Seth cogió la muñeca de su padre,
sus nudillos blancos por la fuerza que hacía para detenerle.
—Lord Munroe, controlaros.
Su padre tiró del brazo que sujetaba Seth y se dirigió a él con un sonido que parecía un rugido.
—¡Debería arrestaros en este mismo momento! ¿Cómo os atrevéis a jugar con los
sentimientos de mi hija?
Hubo un murmullo detrás de ella y Natasha se volvió. Los gritos de su padre habían llamado la
atención. La gente salía por las puertas, llenando el amplio porche.
—Creo que habéis malinterpretado la situación —dijo Seth en voz baja.
—Sé lo que veo —rugió Lord Munroe, el rostro ruborizado—. ¿Creéis que no sé quién sois,
Williams? ¿Creéis que me habéis engañado con las tonterías esas de los barcos y las flotas?
—Es la verdad —dijo Seth con frialdad, pero sus manos se apretaban en dos puños.
—Sois el hijo del Conde Innesford. Sois el canalla que mató a dos de vuestros compatriotas
ingleses en aquel motín en Irlanda hace quince años. Vuestro nombre real es Williams. Sois igual a
vuestro padre.
Natasha miró a Seth fijamente, deseando que lo negase, pero él no profirió ningún sonido de
protesta y su rostro se había puesto pálido.
No podía permitir que soportase aquel ataque sin ayuda.
—Padre, esto es una locura. Es un capitán de mar, de Australia.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Natasha, no —dijo Seth en voz baja.


Natasha se le quedó mirando, el corazón acelerado. ¿Por qué le decía que se callase? ¿Porque
era la verdad? Oh, Dios, ¿era aquella la verdad que él no quería decirle?
—Vuestro padre tiene razón, joven Natasha.
Natasha se giró de golpe para enfrentarse a la Condesa de Innesford, que había surgido de
entre la gente, cubriéndose los delgados hombros con un chal.
—Este es mi hijo, Seth Williams. No le veía desde el motín de Irlanda. Creía que llevaba quince
años muerto —miró a Seth y su expresión era idéntica a la altanera que le había ofrecido antes,
cuando él la saludó—. Y seguirá muerto para mí —dándole la espalda, se alejó.
El pequeño grupo que se había formado susurraba en voz alta, pasándose la información. ¡Oh,
cómo disfrutarían con aquello!
Un frío terrible la invadió y comenzó a temblar. Ahora comprendía a qué venía el
comportamiento increíblemente grosero de la condesa. Seth era su hijo. Y Vaughn le había
reconocido también, aunque Seth lo había negado. Y su padre...
Lord Munroe se acercó a Seth.
—No os acerquéis a mi hija, Harrow. Williams. Da igual como os llaméis. No sois más que un
ladrón y un asesino, así que no sois bienvenido aquí.
—Seth, decidles que están equivocados —rogó ella.
Él la miró y Natasha vio la pena reflejada en sus ojos.
—No puedo, aunque daría mi alma porque fuese lo contrario.
Natasha intentó absorber aquella información. Seth Harrow era el hijo del Conde de Innesford.
Sintió la bilis que le quemaba la garganta. Dios santo, había estado a punto de entregarse a un
asesino.
Se tambaleó, vio que el suelo se acercaba y ya no vio nada más.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 6

Seth miró fijamente las llamas. La imagen del rostro exangüe de Natasha no le dejaba en paz.
Había logrado cogerla antes de que cayese, todavía la sentía entre sus brazos, el cuerpo yermo y el
rostro blanco.
Apenas había tenido tiempo para hacerle una caricia en la mejilla cuando le apartaron de ella
de un tirón. La familia de ella la había rodeado, dejándole fuera. Hasta Munroe se apresuró a correr a
su lado, olvidando su furia.
En aquel momento Vaughn le había apartado de allí, llevándole a la fuerza a un carruaje que
esperaba.
—¿Queréis otro? —preguntó Vaughn y sin esperar respuesta le llenó la copa de excelente
brandy. La noche anterior, su viejo amigo había insistido que Seth se quedase a dormir en su casa en
vez de volver al Artemis. Seth no sabía si había insistido con el objeto de evitar que Seth levante
ancla y se marchase de Inglaterra o si temía que Seth hiciese algo más directo, como colarse en el
dormitorio de Natasha.
Ambas ideas se le habían ocurrido con igual compulsión y la necesidad de hacer algo —lo que
fuese— le había asaltado hasta sentir que enloquecería. Quizá Vaughn también había sentido su
desesperación, porque también había insistido en quedarse levantado hasta la madrugada jugando al
ajedrez y bebiendo un buen madeira. Después del madeira habían bebido brandy y después de
demasiados brandys Seth encontró que le llevaban a una cómoda habitación de huéspedes.
Se pasó el resto de la noche sudando bajo las frescas sábanas, intentando olvidar el recuerdo
del rostro pálido de Natasha en sus brazos y el pánico y la furia que le producían.
Ahora bebió el brandy, intentando buscar alguna solución que eliminase el horror que había
visto reflejado en el rostro de ella antes de que se desmayase.
—Sabéis que ella os comprenderá una vez que se lo expliquéis —Vaughn le tapó el botellón de
cristal y se sentó en el sillón de orejas junto al duro banco que había elegido Seth.
—¿Explicar qué? ¿Que nada de lo que oyó anoche fue mentira? ¿Que su familia tiene razón?
¿Que soy un criminal, un asesino ante los ojos de la ley?
Vaughn se inclinó adelante, calentando el balón de brandy entre sus dos manos. A la luz de las
llamas sus ojos brillaron como duro hielo, dando un atisbo de la fuerza de su carácter tras las guapas
facciones.
—Os acabáis de conocer, ¿no?
—Sí —dijo Seth, apartando la mirada—. Podéis llamarme idiota, no os culparé por ello.
—Oh, no creo que sea una tontería. Es muy irlandés, y os va perfectamente. Quizá os
sorprenda que os comprendo porque experimenté lo mismo.
—¿Vos? —se sorprendió Seth, mirándole. Vaughn esbozaba una semisonrisa—. Vos erais el
sensato, el estratega. Erais quien me decía que dejase de pensar con mi corazón.
La sonrisa de Vaughn se hizo más amplia.
—Sigue siendo un buen consejo, pero es poca defensa en contra del amor —acabó el resto de
su brandy de un trago y dejó la copa sobre la mesa—. No tenéis intención de dejarla ir, ¿verdad?
Seth apretó los dientes y contuvo la furia ante su indefensión una vez más.
—No —dijo con rigidez.
—Entonces, necesitáis un plan para recobrarla. ¿Tenéis uno?
—No —se pasó las manos por el pelo, asombrado al ver cómo le temblaban—. ¿Cómo hago
para apoderarme de un país entero? ¿Un sistema político entero? Tengo una espada oxidada y un
par de pistolas de duelo. Ellos, por el contrario, se agruparán y sacarán a relucir cada deuda y favor
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

que les deba a lo largo y lo ancho del país para forzarme a que les obedezca.
—Yo soy el estratega, ¿recordáis? —sonrió Vaughn—. Lleváis demasiado tiempo fuera de
Inglaterra, Seth. Habéis olvidado cómo vencer a esta gente en su propio juego.
—Nunca tuve la oportunidad de aprenderlo —puntualizó Seth.
—¿Qué edad teníais cuando os arrestaron? —preguntó Vaughn, poniéndose serio.
—Diecinueve.
Vaughn se quedó un momento reflexionando.
—Y pensar que yo creía que era quien había sido encarcelado. No puedo ni imaginar lo que
habrá sido para vos —le dirigió a Seth una mirada fría y calculadora que Seth reconoció de sus
épocas de estudiantes. Vaughn estaba maquinando un plan—. ¿Y es verdad que cometisteis un
asesinato?
Seth dio un salto.
—¿Importa eso?
—Si queréis que os ayude, importa.
—Debéis considerarme capaz de cometerlo, si me lo preguntáis.
Vaughn sonrió.
—Capaz, sí. Conozco de antiguo vuestro mal carácter irlandés. Por la causa correcta, por el
motivo correcto, sí, creo que podríais matar a un hombre. Pero nunca por vos mismo, para ganar
algo. Mataríais por aquellos a quien amaseis.
Seth sintió que le ardían las mejillas.
—Habéis cambiado —dijo sin tapujos—. Habláis de emociones fuertes con naturalidad.
Una sombra oscureció las facciones de Vaughn.
—Casi perdí a Elisa una vez. Una vez me basta para aprender la lección. Y no desviéis el tema,
Seth. Debo saber la verdad sobre vuestra condena. ¿Cometisteis el asesinato del que os acusaron?
Seth hizo una profunda inspiración.
—No —dijo, lanzando el aire. Salió con fuerza.
—¿Qué sucedió? Oí un poco sobre el tema, rumores en el colegio. Se decía que erais un
Feniano y que os arrestaron por sedición, además de asesinato.
—Parte era verdad —reconoció Seth—. Sedición era uno de los cargos. Uno de los muchos
cargos. Encontraron todo lo que pudieron y lo metieron en la misma bolsa.
—¿Por qué, qué sucedió?
—Después de aquel primer año en Cambridge, volvía a casa, a Irlanda —dijo Seth con una
mueca—. A la propiedad de Harrow. Recuerdo lo mucho que os molestó que yo fuese a mi casa
mientras que vos teníais que quedaros en Cambridge. No debiste haberme envidiado, Vaughn,
porque fue una vuelta a casa tristísima. Liam y mis amigos del pueblo habían cambiado.
—¿Liam, el chico del pueblo cuya madre trabajaba en vuestra propiedad y su padre en la
mina?
—Sí —asintió Seth con la cabeza—. Pero cuando volví ese verano, todo era muy diferente. Su
madre se había caído y hecho daño en la espalda, por lo que no podía trabajar más en la propiedad. Y
habían despedido hombres en la mina, porque la producción se desaceleraba y su padre se quedó sin
trabajo. Su hermana, Siobahn, con apenas quince años, ya trabajaba como sirvienta y lo poco que
ganaba mantenía a la familia entera, porque Liam no podía encontrar trabajo.
Seth recordó aquellos días de cálido verano en los que se había acabado su adolescencia. Liam,
que había sido su fiel amigo durante toda su infancia, estaba amargado y hosco. Con frecuencia se
refería a Inglaterra como a un enemigo, culpando a la dominación inglesa de los males que asolaban
a su familia, su pueblo, el país entero.
Le bastaba a Seth mirar alrededor para darse cuenta de que mucho de lo que decía Liam era
verdad. Había poca comida, pues dos malas temporadas habían destruido la mayoría de las cosechas
y familias enteras subsistían a base de patatas y de lo que podían cazar furtivamente en los
bosques... o robar. Pero la caza furtiva y el robo tenían su castigo. El ejército inglés, al que se le había
ordenado que mantuviese la paz a toda costa, se aseguraba de que quien fuese pillado robando
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

fuese a juicio. Hasta el crimen más pequeño era penalizado fuertemente. La mayoría de los
irlandeses que iban a juicio cumplían su condena en Australia.
Casi a diario, Seth cogía comida de la despensa y se la daba a la madre de Liam, demasiado
desesperada como para rechazar el regalo. Seth no se lo dijo a Liam, quien hubiese preferido que la
familia entera muriese de hambre antes que aceptar semejante caridad.
La situación desesperada en que se encontraba la gente y el creciente odio de Liam a los
ingleses puso a Seth en una situación difícil, porque aunque simpatizaba con sus problemas, él era
mitad inglés. Su padre era el señor de la comarca, el Conde de Innesford. Marcus Williams se pasaba
tanto tiempo en Inglaterra asistiendo a las sesiones del parlamento que no era consciente de los
problemas que tenía en sus tierras.
Seth se pasó el verano viendo cómo los campesinos morían de hambre mientras aumentaba su
rabia de no poder hacer nada. Una noche, Liam le invitó a una reunión y él había aceptado.
—¿Fenians? —preguntó Vaughn abruptamente—. ¿Seguramente sabíais que estaría
involucrado con ellos?
—Claro que lo sabía. Era un secreto que ambos compartíamos pero del que nunca
hablábamos, del mismo modo que Liam sabía que yo le daba a su madre comida de la despensa.
—Entonces, ¿por qué fuisteis?
—Porque Liam era mi amigo. Y pensaba que quizá pudiese ayudarles de alguna forma.
—Ya les estabais ayudando.
—No hacía ninguna diferencia —Seth se encogió de hombros—. Y yo me moría por encontrar
una forma de ayudarles, de mejorar. Mi padre no quería... o no podía. Hasta el día de hoy que no lo
sé.
—Ah... —asintió Vaughn.
El motín había tenido buena asistencia, pero apenas había comenzado cuando las tropas
inglesas lo interrumpieron. Los irlandeses se desperdigaron y corrieron, su instinto de supervivencia
bien afilado bajo el yugo inglés. Pero a Seth le habían cogido por sorpresa y aunque él también había
intentado escapar, se encontró entre el puñado de irlandeses armados que protegían la retaguardia
mientras sus amigos se perdían en la noche. Las tropas les habían superado en número y armas, y les
rodearon, incluyendo a Seth.
Vaughn frunció el ceño, mirando su copa.
—¿Por qué iban a apresar al hijo de un lord inglés, particularmente alguien con tanto poder en
el parlamento?
—No les dije quien era.
Vaughn arqueó las cejas, sorprendido.
—¿Por qué no?
Seth se encogió de hombros.
—Había pasado meses oyendo cómo los ingleses oprimían a los irlandeses y aplicaban una ley
dura e implacable que les mantenía pisoteados y humillados. Si les hubiese dicho quién era, mi padre
se habría asegurado de que se retirasen los cargos y me soltasen. Aquello habría confirmado todo lo
que decían de los ingleses. Quería demostrarles que no era verdad.
—¿Nunca pensaste en las consecuencias que podría tener?
—Honestamente, creí que me llevaría una reprimenda y nada más —dijo Seth, meneando la
cabeza—. No había sido parte del grupo que mató a los soldados. Era mi primera reunión y todos lo
sabían. Nunca creí que llegase a ser tan grave.
—Entonces... ¿no creías realmente a los Fenians cuando decían que la ley era mucho más dura
para los irlandeses?
Seth lanzó una amarga carcajada.
—Pues lo aprendí en carne propia. Mis protestas y mi declaración de inocencia cayó en oídos
sordos. Me llevaron a la prisión y a la corte y luego me sentenciaron a siete años de transportación a
Port MacQuarrie, el penal más duro de las colonias. Les daba igual que no me identificase y que
tampoco lo hiciesen los otros Fenians que arrestaron conmigo, aunque todos sabían quién era. Así
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

que me apuntaron como Seth Harrow, ya que allí fue donde me habían arrestado.
—¿No intentó tu padre reducir la sentencia?
—Para cuando se enteró de dónde estaba, la sentencia ya había sido confirmada —Seth
meneó la cabeza—. Yo estaba tan furioso... los Fenians tenían razón, había sufrido durante tres
meses la justicia inglesa. No permitiría que mi padre, el inglés, levantase un dedo para ayudarme. Me
negué a verle. Era medio inglés, pero en mi corazón era totalmente irlandés, como Liam.
—¿No salió Liam en tu defensa?
—Le habrían metido en el mismo barco prisión que a mí. El barco estuvo en el puerto de
Dublín cerca de un año, hasta tener suficiente carga y prisioneros para hacer un viaje rentable a las
colonias. Cuando finalmente bajé en Port MacQuarrie, me había convertido en el hombre peligroso
que ellos creían haber sentenciado. Doscientos prisioneros partieron de Dublín. Solamente ciento
trece llegamos a Port MacQuarrie, y ninguno ileso. Habíamos sobrevivido la fiebre, el hambre y la
opresión de los guardias del barco, a quienes les pagaron cuando salieron de Irlanda y les daba igual
si vivíamos o no. Fue peor para las mujeres, a quienes forzaron a someterse a las atenciones de los
guardias, pero tampoco respetaron a los hombres más jóvenes.
Vaughn le lanzó una penetrante mirada.
—¿Tú?
—Ninguno de nosotros llegó ileso —repitió Seth suavemente.
Vaughn carraspeó y luego se puso de pie para servirse otro brandy. Un tronco se partió con
una explosión y una lluvia de chispas. Seth lanzó un suspiro.
—Llevo quince años pensando en volver a Irlanda como un hombre libre y ayudar a mis amigos
de la forma que pueda. Me daba igual que me tildasen de criminal. En Australia casi todos están
igual, no hace ninguna diferencia. A un hombre se le juzga por sus acciones allí —se pasó la mano por
el pelo—. Pero ahora...
Vaughn se volvió a mirarle nuevamente.
—Si quieres enfrentarte a esta gente con su mismo juego, tendrás que hacerlo siguiendo sus
reglas.
—De acuerdo.
—Yo lo hice una vez, Seth, y gané, pero por un pelo. Y el pasado de Elisa era una mínima parte
de lo que es el tuyo —hizo girar el líquido de su copa.
Seth vio el camino que Vaughn le había marcado.
—La única forma de conseguir lo que quiero es recobrar mi sitio como el hijo del Conde de
Innesford. Para hacer eso, tengo que limpiar mi nombre. Eso significa que debo demostrar mi
inocencia no solamente ante mi madre, sino también ante Natasha y su familia... ante todos.
—Bienvenido a casa, inglés —sonrió Vaughn.

***

Lo único que Natasha deseaba era volver a la calidez de su cama donde podía olvidarse del
mundo, pero su madre no se lo permitió. El cambio en la actitud de su madre era sorprendente,
porque Caroline había pasado el día anterior junto a su cama, insistiendo que descansase y se
recuperase de aquella traumática experiencia. Caroline había hecho que se fuesen todos los
sirvientes y se había ocupado de su hija personalmente.
Ahora Natasha tenía que recibir a una visita. Mientras la doncella le arreglaba el cabello le
había informado astutamente de la identidad de la visita: la tía Susannah, una mujer que adoraba
cotillear y darse aires.
Vestida con un traje que se había pasado de moda hacía años, la tía Susannah se sentaba
frente a su madre ante la mesa del comedor. A las hermanas las separaban dos años de edad, pero
parecían mellizas, porque eran casi idénticas. La única diferencia era su condición social. Susannah se
había casado por amor, un barón del continente que había muerto hacía más de una década. Su
muerte la había dejado endeudada y a la merced de su rica hermana, que no le permitía olvidar su
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

generosidad ni por un instante.


Cuando Natasha entró al comedor para tomar el té de la mañana, la tía Susannah esperaba
que el lacayo le sirviese el té, y lo hacía mirándole el culo. El joven tenía la cara tan roja como su pelo,
y Natasha se rió para dentro. Había oído rumores del apetito de su tía por hombres jóvenes, y
mientras la mayoría de sus amigas pensaban que no era más que un cuento chino, Natasha se dio
cuenta de que podría ser verdad. Ya no creía que nada de lo que sucediera en el mundo la volviese a
sorprender. Y con el recuerdo indirecto de Seth, se esfumó su bueno humor. Tomó el asiento que le
ofrecía el mayordomo.
—Mató al hombre a sangre fría, según tengo oído —dijo Caroline, poniéndole nata a un scone.
Natasha se dio cuenta de quién hablaba su madre. Náuseas la recorrieron, haciendo que le
picasen las sienes y el corazón le latiese con un retumbar enfermizo. Así había sido desde el baile, el
recuerdo de Seth Harrow... Williams... y el tipo de hombre que era la ponía enferma. Y la hacía volver
a la cuestión que ahora la torturaba: ¿Cómo había podido estar tan equivocada con respecto a él?
La tía Susannah esperó a que el lacayo se retirase tras la puerta de la cocina para responder.
—Desde luego, eso es lo que he oído. ¡Y un soldado inglés! —se estremeció de placer.
Natasha dejó caer la cuchara que acababa de coger, haciendo deliberadamente que chocase
en el platillo con estrépito.
—No podéis creer en todo lo que oís, tía Susannah.
—Querida niña —dijo la tía con una mueca de desagrado—, pasó los últimos quince años en
una prisión en Australia. Una de las peores del mundo —alargó la mano y cogió el té, tomando un
sorbo, seguramente para hacer una pausa de efecto. Susannah llevaba años puliendo el arte de
contar historias para conseguir la atención de la gente que de lo contrario la rechazaría—. Es un
animal, un hombre sin conciencia. Me sorprende que le hayan soltado —alargó la mano hacia
Caroline—. Y, querida, lleva pendiente, según he oído.
—Se lo vi en el baile. Era de lo más vulgar —dijo Caroline con un estremecimiento.
No era nada por el estilo, pensó Natasha. Era una sencilla arandela de oro, no se parecía en
nada a lo que llevaban los piratas.
—Es costumbre que los marinos lleven un pendiente para indicar que han cruzado el ecuador
—informó.
Susannah dejó la taza rápidamente, mirando con fijeza a Caroline y haciendo total caso omiso
al comentario de Natasha.
—¿Hablasteis con él? ¿Directamente? ¡Oh, querida hermana, contádmelo todo! ¿Qué aspecto
tenía? ¿Era realmente vil?
—¡Venga ya! —exclamó Natasha, disgustada por la curiosidad malsana de su tía—. La ley cree
que una vez que un hombre ha cumplido su condena, ha pagado por sus crímenes y está listo para
volver a la sociedad y ocupar un sitio útil —Natasha sintió un repentino asombro ante su hipocresía.
Porque ella se había sentido tan consternada por el pasado de Seth como todos, e incluso más. Pero
la irritaba que le analizasen como si fuese un bicho raro. ¿Por qué no le dejaban en paz? No les había
pedido nada y ellos le estaban convirtiendo en el último caso célebre.
La madre le dirigió una sonrisa suave y preocupada.
—Sabemos cómo jugó con tus sentimientos, querida. No estás en condiciones de juzgarle en
este momento.
—¡No jugó con mis sentimientos! —gritó Natasha, y la voz de su cabeza le gritó: ¡Mentirosa,
mentirosa!
Nuevamente su madre le dirigió una sonrisa paciente y comprensiva.
—Se ganó tu confianza. Estuvo hablando de forma íntima contigo. ¿Cómo, si no, sabrías
porqué lleva pendiente?
—Porque leo libros, madre. ¿Quizá debieses probarlo?
—Oh, cielos...—dijo Susannah con voz débil, llevándose la mano a la garganta.
—La experiencia le ha resultado muy traumática —le explicó Caroline a su hermana.
La ceguera de su madre la puso furiosa. Inesperadamente, un recuerdo de los ojos de Seth le
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

vino a la mente. Volvió a ver el profundo dolor que reflejaron cuando su madre retiró la mano de la
suya. ¿Sentiría un curtido criminal dolor por tal rechazo? ¿Se habría molestado en buscar a su
madre? Porque era evidente que aquella había sido su única razón para asistir al baile: encontrar a su
madre. Y sin embargo, no se había proclamado su hijo. ¿Por qué no?
Porque no tenía intención de reclamar su herencia. Volvía a Irlanda. Había parado en Londres
para verla, y luego volver a separarse de ella.
Mientras Natasha consideraba aquella nueva perspectiva de las acciones de Seth la noche del
baile, su madre se inclinó hacia Susannah, bajando la voz:
—¡Se atrevió a darle a mi hija una rosa! ¡Una rosa! ¡Qué arrogancia!
Natasha se sobresaltó. ¿Cómo se había enterado su madre de lo de la rosa si no se hallaba
cerca de la pista de baile en aquel momento? Luego suspiró. Los cotillas habían estado muy
ocupados durante los dos últimos días.
La tía Susannah lanzó una exclamación ahogada dejando la taza sobre el platillo con estrépito y
se volvió a mirar a Natasha con expresión de horror.
Bajo la mirada de su madre y su tía, Natasha sintió que las mejillas le ardían. Levantó apenas la
barbilla.
—Es cierto que me dio una rosa, pero sólo como gesto de amabilidad.
—Un hombre como ese no tiene ni idea de lo que es la amabilidad —dijo su madre con
arrogancia—. Me incomodó desde el primer momento en que le conocí, y no me gustó que te
prestase tanta atención, querida.
—Natasha, tienes mucho que aprender con respecto a los hombres —dijo la tía Susannah con
un profundo suspiro.
—El señor Harrow se comportó como un perfecto caballero todo el tiempo —dijo Natasha con
frialdad. No quería ni pensar en lo horrorizadas que se sentirían aquellas mujeres si supiesen lo que
había sucedido verdaderamente entre ella y Seth Harrow. Le ardieron las mejillas al recordar el beso
íntimo que compartieron, la forma en que él había acariciado sus pliegues femeninos con su lengua
haciendo que su cuerpo latiese y vibrase... y cómo la gruesa erección se había apretado contra los
botones de sus pantalones. Él podría haberla tomado aquella noche, porque ella no le habría
detenido.
Y luego le asaltó un pensamiento con la fuerza de un carruaje a la carrera. Sigo deseando que
me haga suya.
Parpadeó y se dio cuenta de que sujetaba la taza de té a medio camino hacia sus labios
mientras miraba sin ver los cortinajes de terciopelo entre el comedor y el salón. Depositó
cuidadosamente la taza en el platillo mientras digería aquella nueva revelación. Era verdad, ardía por
él, incluso después de haber oído hablar de su horrible pasado. Le daba igual lo que dijesen de él, ella
seguía deseando sentir su gruesa masculinidad deslizarse dentro de ella mientras le susurraba al oído
palabras con su acento irlandés. Le deseaba. Deseaba estar en sus brazos.
Le daba igual su pasado. Al principio la había horrorizado, pero ahora ya había absorbido las
noticias. Sabía que tenía dos hechos que apoyaban su decisión. Primero, Seth había sido amable,
dulce y comprensivo. La expresión de sus ojos cuando le había pedido a ella que le hiciese
marcharse... ella sabía con cada fibra de su ser que el temor de sus ojos había sido genuino. Segundo,
por más crímenes que hubiese cometido, ya había pagado por ellos. La tía Susannah lo había
resumido perfectamente: quince años en la peor colonia penal del mundo.
—Un caballero nunca mataría a otro hombre, querida —dijo la tía Susannah sirviéndose tres
cucharaditas de azúcar en el té y demostrando por al menos dos cucharaditas que ella tampoco era
una dama—. Y no es el señor Harrow. Nos mintió a todos y a ti más que a nadie.
Natasha dejó el tenedor en el plato que no había tocado. Recordó algo que Vaughn le había
dicho una vez: "Esta sociedad es demasiado rápida en condenar y demasiado perezosa para
cuestionar. Si alguien le hubiese pedido a Elisa que se explicase, ella y su hijo se habrían ahorrado
ocho años de miseria". Se llevó la servilleta a los labios.
—Quizá el señor Harrow tenía motivos para lo que hizo.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

El disgustado suspiro de su madre llenó la estancia.


—¡Por el amor a Dios, Natasha! ¿Qué motivos puede tener una persona para matar a otra? —
su madre y su tía la miraron como si le hubiese crecido una segunda cabeza.
—No justifico el acto —dijo Natasha, dirigiéndose a su madre primero—. Me pregunto qué
habrá pasado. Quizás haya parte de la historia que no conocemos. ¿Se ha molestado alguien en
preguntarle al señor Harrow lo que sucedió? —Su madre abrió los ojos de par en par—. Yo le seguiré
llamando señor Harrow hasta que me dé licencia para llamarle de otra forma —dijo, dirigiéndose a su
tía—. No sé si te habrás enterado, tía Susannah, que el señor Harrow no vino a Londres a reclamar su
herencia y cometer una sarta de crímenes y escándalos, sino que estuvo en Londres para asegurarse
de que su madre se hallaba bien y nada más. Fue mi padre quien de forma muy descortés y sin su
consentimiento reveló el antiguo nombre del señor Harrow a voz en cuello.
Ambas mujeres se la habían quedado mirando ahora, boquiabiertas. Y desde luego que tenían
motivos. Natasha nunca les había hablado de aquella manera. Rápidamente añadía más cosas a la
lista de comportamientos de su cuenta. La tía fue la primera en recuperarse de la sorpresa.
—Se pasó quince años de su vida en prisión, Natasha —dijo, meneando la cabeza—, no puedes
contradecir eso.
—¿Por qué negó quien era? Es un hombre malo, más claro, agua. Ni su pobre madre pudo
negar la vergüenza en el baile —añadió Caroline.
—Oh, pobrecita —dijo la tía Susannah, cortando el jamón en trozos pequeños—. Como si no
fuese suficiente tener a su esposo enfermo. Ahora también tiene que lidiar con la vuelta del asesino
de su hijo. Tenemos que visitarla pronto, Caroline.
Natasha se mordió los labios. Deseaba defender a Seth con todas sus fuerzas, pero, ¿cómo
podría hacerlo si ni siquiera sabía la verdad? Y nuevamente el recuerdo de los suaves labios
masculinos contra los suyos, los largos dedos acariciándola por fuera y por dentro y la forma en que
le había dado placer con sus labios. La sangre le corría caliente por las venas, bajándole al vientre
para causarle una palpitación en la entrepierna.
—Seguramente habrá vuelto porque su padre se muere —dijo su madre, mordisqueando el
scone—. Es el heredero de todos sus bienes, así como de sus títulos.
La tía Susannah arqueó una ceja.
—Desde luego, es hijo único.
¿No oyeron nada de lo que les había dicho? Se sintió furiosa. Era humillante que no le hiciesen
ningún caso. Ninguna de las dos mujeres creía que ella tuviese siquiera un pensamiento útil en la
mente. Hablaban entre ellas como si ella no estuviese allí y cualquier cosa que ella decía se
descartaba inmediatamente como si fuesen las tonterías de un niño.
Jenkins, el mayordomo, entró, interrumpiendo la conversación. Llevaba una bandeja de plata
con una tarjeta de visita color crema colocada exactamente en el centro. Le alargó la tarjeta a
Caroline, que la leyó y lanzó una mirada a su hermana.
—Oh, caramba. Es la Elisa esa. La esposa del nuevo Marqués de Fairleigh —dijo, como si ella y
Elisa no hubiesen sido amigas cuando la última se había mudado al norte y vivido en Fairleigh Hall, la
propiedad de los padres de Natasha.
—¿El hijo de Wardell? —preguntó Susannah, curiosa—. ¿No fue ella quien...? —luego le lanzó
una mirada de reojo a Natasha, recordando súbitamente su presencia—. Bien... eh —alargó la mano
hacia la taza.
Caroline le devolvió la tarjeta a Jenkins.
—Dígale que estaré encantada de recibirla, Jenkins.
—Sí, señora —se alejó, sin reaccionar en absoluto a lo que acababa de oír.
Caroline apoyó la mano en la tetera.
—Necesitaremos una tetera caliente —dijo. Se puso de pie y tiró del llamador de terciopelo
justamente cuando se abrió la puerta.
Elisa entró. Estaba hermosa, con un traje amarillo pálido que resaltaba sus rizos color trigo.
Dos manchas de color enrojecían sus altos pómulos y se sobresaltó un poco al ver a Susannah del
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

otro lado de la mesa. Se volvió a Caroline.


—Mis disculpas, Lady Munroe. No se me hubiese ocurrido interrumpiros si hubiese sabido que
teníais compañía.
—No es nada —respondió la madre de Natasha cortésmente—. ¿Conocéis a mi hermana,
Susannah, la baronesa de Beaufort, por supuesto?
—Baronesa —dijo Elisa, con una pequeña inclinación de cabeza. Casada con un marqués, Elisa
tenía más rango que las otras dos mujeres. Pero parecía nerviosa. Natasha se dio cuenta de que Elisa
encontraba difícil su retorno a la sociedad. Por más que Vaughn hubiese recobrado su respetabilidad
y la sociedad la hubiese aceptado de nuevo, había mil formas de poner a una persona en su sitio y la
tía Susannah y su madre se las conocían todas. Caroline no había perdonado nunca a Elisa por
llevarse a Vaughn del sitio que le correspondía, junto a Natasha. Elisa tenía sobrados motivos de
preocupación.
—Desde luego, querida —añadió Susannah—, habéis llegado justo a tiempo. Estábamos
poniéndonos al día con los últimos cotilleos.
—Oh —dijo Elisa, sobresaltada. Habían sido los cotilleos los que destruyeron su vida, rumores
dañinos que circularon sin control detrás de sus espaldas. Se mordió el labio.
Caroline hizo gesto al lacayo de que acercase una silla a la invitada, lo cual forzó a Elisa a que
se sentase. El lacayo le sirvió una taza de té y una vez que se retiró, Elisa se enderezó y levantó la
barbilla.
—Desgraciadamente, Lady Munroe, no puedo quedarme a escuchar lo que seguramente será
un escándalo maravilloso. Tengo una cita con mi modista en una hora y como es una persona muy
ocupada, no quiero perderla, o no tendré mi vestido para el Baile de la Cosecha el mes próximo.
Caroline arqueó una ceja.
—Oh, ¿y quién es vuestra modista?
—Madame de Torville, en Saville Row.
La taza de Susannah dio en el platillo ruidosamente.
—¿Madame de Torville acepta vuestros encargos? —preguntó levantando la voz.
Natasha disimuló una sonrisa. Madame Solange de Torville era la modista mejor considerada
de todo Londres. En consecuencia, elegía a sus clientes entre las más influyentes de la sociedad, y los
que creía que pronto lo serían. Que Madame de Torville te diese una cita era indicativo de que eras
un personaje de importancia en la sociedad londinense. Cualquiera podía ir a París y comprar un
vestido en Worth, pero solamente la élite llevaba vestidos diseñados por Madame de Torville.
Elisa se mordió el labio.
—Lo siento... ¿os he molestado? No fue mi intención.
Caroline parecía tan sobresaltada como Susannah, pero se alisó el cabello y carraspeó:
—En absoluto. Bien, no seré yo quien haga que perdáis vuestra importante cita...
—Muy amable de vuestra parte, y yo no os entretendré más —dijo Elisa, poniéndose de pie—.
He venido un momento nada más a preguntar a Natasha si le gustaría venir a tomar el té con Vaughn
y conmigo esta tarde —y sonrió a Natasha.
Natasha le devolvió la sonrisa, aliviada y emocionada por la invitación.
—Muchas gracias...
—Ni pensarlo —dijo Caroline con firmeza.
—¡Madre! —exclamó Natasha, poniéndose de pie de golpe. La silla cayó al suelo con un ruido
sordo.
Elisa las miró con el rostro pálido y los ojos desorbitados.
—Es totalmente inapropiado que mi hija vaya de visita a casa de un hombre con el que ha
estado comprometida —dijo con una rígida sonrisa.
—¡Elisa y Vaughn son mis amigos!
Caroline dirigió su mirada a ella y luego a Elisa.
—Debéis perdonar este ataque de histeria de mi hija, Lady Wardell. Lo ha pasado muy mal
últimamente, sufriendo las atenciones de un criminal asesino.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Natasha dio con el pie en el suelo. Llevaba botines de día y sus tacones, fuertes y sólidos,
dieron en el suelo de madera con un satisfactorio con un golpe que sintió hasta la cadera. Todos la
miraron.
—Elisa, os ruego que os marchéis antes que mi madre, con la excusa del sentido común, os
siga ofendiendo más. Ya os iré a ver más tarde.
La mirada de Elisa fue de madre a hija y vuelta.
—Quizá es lo que debiese hacer —murmuró, calzándose los guantes—. Gracias por el té, Lady
Munroe. Baronesa Beaufort —con una cabezadita a cada una, se marchó, la barbilla decidida y los
hombros rectos. No miró atrás al salir.
—¡Cómo os habéis atrevido! —exclamó Caroline, dando la vuelta a la mesa para enfrentarse a
Natasha.
—¡Me atrevo porque vos habéis sido terriblemente grosera con mi amiga!
—¡Es una mujerzuela que os robó el hombre que debió casarse con vos! No permitiré que os
mezcléis con gente de su calaña.
—Qué hipocresía, proviniendo de vos, Madre. Nuestra familia no es precisamente un ejemplo
de castidad y perdón.
—¡Os atrevéis a hablar de esas cuestiones! —exclamó Caroline con asombro.
—¡Ya era hora de que alguien lo hiciese! ¡Vaughn Wardell es el único que se ha atrevido a
hablar de ello y eso fue hace tres años! ¿Ibais a contarme alguna vez sobre la existencia de mi medio
hermano, decirme su nombre? ¿O Vaughn desveló un secreto que no teníais intención de desvelar?
Tengo curiosidad, madre. ¿Le sentó mal a Padre que se ventilasen sus trapos en público de aquella
manera? ¡Es una pena que no lo recordase cuando puso a Seth Harrow en la picota!
Caroline le dio una bofetada que resonó en la habitación y la hizo tambalearse. Susannah lanzó
un grito, pero Natasha apretó los dientes y permaneció silenciosa, llevándose la mano a la mejilla, los
ojos llenos de lágrimas.
—Id a vuestra habitación —dijo Caroline, la voz trémula—. Enviaré a la doncella para que os
encierre con llave.
—Virgen santa... —dijo Susannah, enjugándose la frente con la servilleta.
—Iré a ver a mis amigos, que son perfectamente respetables —dijo Natasha, lo más calma que
pudo. Miró a su madre a los ojos—. ¿O preferiríais que pasase el rato con ese cruel criminal, Seth
Harrow, y os proporcionase un verdadero escándalo para que os entretuvieseis?
Caroline empalideció.
—¡No toleraré semejante impertinencia! ¡Soy vuestra madre y haréis lo que os diga! ¡Y nunca
jamás volveréis a mencionar el nombre de ese hombre en esta casa! ¿Está claro?
Natasha se quedó mirando a su madre fijamente, asombrada ante la furia que mostraba.
Caroline no gritaba nunca, no era considerado elegante. Pero ahora parecía una pescadera, con las
venas de la frente latiéndole visiblemente.
—Iré a la casa de Lord y Lady Fairleigh esta tarde —y dicho esto se marchó intentando imitar la
elegante forma de deslizarse de Elisa, pero las rodillas le temblaban demasiado.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 7

La casa de la ciudad de Vaughn y Elisa se hallaba en la calle más elegante del lujoso distrito de
Mayfair, una hermosa mansión de ladrillo visto con reja de hierro forjado y un llamador dorado con
forma de cupido. Muy apropiado para la pareja que allí vivía, pensó Natasha cuando llamó tres veces
a la puerta laqueada en negro. Miró a su alrededor mientras esperaba respuesta, porque rara vez
visitaba Mayfair y los añosos árboles que sombreaban sus calles siempre le llamaban la atención.
Hizo una inspiración tan profunda como se lo permitían las ballenas de su corsé y soltó el aire.
Todavía temblaba. Durante todo el camino había repetido mentalmente la discusión del comedor. El
castigo de sus padres por su arrogancia sería severo.
La puerta se abrió y apareció Vaughn. Para su consternación, Natasha sintió que el corazón le
daba un vuelco. ¡Qué guapo que era! Sus ojos verdes brillaban con verdadero cariño, recordándole
cuando él había sido el centro de su pequeño mundo.
—¡Dios santo, esperaba que fuese vuestro mayordomo!
—Sabía que seríais vos. Natasha, me alegro mucho de veros —se llevó la mano de ella a los
labios—. Estáis preciosa.
—Gracias, vos también estáis muy guapo.
Él hizo una sonrisa maliciosa, pero luego su sonrisa se esfumó en un instante. Con delicadeza
cogió la barbilla de ella para girarle la cara y poder ver bien su mejilla por debajo del ala del
sombrero.
—No es nada —dijo ella, apartando la mano.
—Necesita una compresa fría. Pasad, Natasha, que Elisa se ocupará —tiró de ella suavemente
de su mano, que colocó sobre su brazo para dirigirse por el pasillo de mármol hacia el salón.
La larga y estrecha habitación tenía las paredes empapeladas con flores de color rosa y malva,
mientras que por debajo del guardasilla la pared era de un profundo verde bosque, que quedaba
hermoso con los muebles de cerezo. No era un color de moda, pero resultaba muy cálido y muy
diferente de lo que Natasha había visto en las estancias de la sociedad. El fuego chisporroteaba en la
chimenea, calentando la habitación.
—Sentaos, por favor —dijo Vaughn, ofreciéndole una silla de amplio respaldo. Elisa entró en la
habitación. Llevaba el mismo vestido amarillo pero esta vez su sonrisa era cálida y amistosa.
—Me alegro de que no hayáis cambiado de opinión. ¡Oh, Dios santo, Natasha, vuestra mejilla!
—se llevó la mano a la boca—. Oh, cielo, no habréis recibido eso por mi invitación, por favor,
decidme que no.
—No —respondió Natasha con calma—. Lo he recibido porque he elegido pasar el rato con
amigos verdaderos, al margen de lo que piense la gente de ellos.
Los ojos de Elisa se llenaron de lágrimas, pero le dio a Natasha un abrazo con una sonrisa.
—Sentaos, por favor. Me ocuparé de eso inmediatamente. ¡Oh, Gilroy!
El mayordomo entró a la habitación inmediatamente llevando una bandeja en la que había un
recipiente y una pila de blancos paños de lino.
—Me he adelantado, señora.
—Dios os bendiga, Gilroy —dijo Elisa, cogiendo la bandeja. Mojó uno de los paños en el
recipiente, en el que tintineó hielo—. Vaughn aprendió este truco de los pugilistas profesionales
cuando era muy joven —sonrió. Doblando el paño lo aplicó con delicadeza en la mejilla de Natasha.
El frío era tremendo, pero le alivió el dolor—. Sujetadlo un momento mientras enfrío otro paño.
—Gracias.
—Admiro vuestro coraje —dijo Vaughn, sentándose frente a ellas—. Pero debéis elegir
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

vuestras batallas con más cuidado. Está bien que yo, un hombre, decida llevar su vida a su manera,
pero para vos, una doncella bajo la protección de su familia y dependiente de ellos, es mucho más
difícil elegir su destino.
Natasha asintió.
—Comienzo a comprenderlo más claramente según pasan los días, pero Vaughn, si hubieseis
oído lo que dijo sobre... pues... —se dio cuenta de que si seguía acabaría repitiendo las palabras de
su madre, y no tenía intención de ello.
Vaughn rió y Elisa sonrió un poco.
—Dejadme adivinarlo —dijo Vaughn—. Elisa es una mujerzuela, yo debí casarme con vos y
somos una desgracia para la sociedad.
Natasha no pudo controlar su rubor.
—¿Cómo lo sabíais?
Vaughn rió más fuerte.
—Ya hemos oído esos sentimientos... más de una vez —su risa se interrumpió y se inclinó
hacia ella—. Natasha, no deberíais defendernos. No tenéis el poder para hacerlo. Sé que la limitación
que tenéis para elegir vuestra vida os frustra, pero debéis actuar dentro de las limitaciones de
vuestro mundo si queréis hallar la forma de salir de él.
—¿Hay una salida para alguien como yo? —preguntó Natasha, sintiendo que ardientes
lágrimas le llenaban los ojos, porque Vaughn había dado en la llaga al mencionar precisamente la
desesperación que llevaba un año acrecentándose en ella.
—Quizá —dijo él, pero había un brillo en sus ojos que Natasha reconoció y aunque él no dijo
nada más, se sintió reconfortada. Sintió que se relajaba.
—Espero que me ayudéis a encontrar esa puerta cuando aparezca, Vaughn, vos tenéis más
práctica en ello que yo.
—Desde luego. Ambos estaremos alertas por vos.
Elisa le quitó el paño de la mano y se lo cambió por otro frío.
—Debéis considerarnos vuestros amigos, Natasha —dijo, dándole un apretoncito en el
hombro—. Siempre seréis bienvenida en nuestra casa, en cualquier momento del día o de la noche.
En nuestro hogar tenéis la libertad de decir lo que pensáis y sentís. Nada saldrá de entre estas
paredes y nadie os reprenderá ni pensará mal de vos por lo que digáis. Tenéis que recordar siempre
que nosotros os comprendemos.
—Desde luego —dijo Natasha con una trémula sonrisa—, me alegro de que pasaseis a
ofrecerme vuestra invitación.
Elisa y Vaughn compartieron una sonrisa y Natasha sintió una punzada de envidia. ¿Cómo sería
estar enamorada de la forma en que lo estaban ellos dos? Se preguntó si alguna vez lo descubriría.
Una vida de soledad parecía infinitamente más atractiva que ser la mujer de un hombre como Sholto
Piggot. Se estremeció al pensar en lo que sería compartir la cama de matrimonio con aquel hombre.
¡Ojalá tuviese la fuerza de carácter que tenían Vaughn y Elisa! Ellos se habían casado a pesar de los
rumores de escándalo que causaron.
—Queremos que seáis la primera en oír nuestras noticias, también —dijo Elisa, volviéndose a
Natasha.
Natasha dirigió su mirada a Vaughn y luego a Elisa, ambos radiantes.
—¿Un niño? —preguntó Natasha, haciendo un esfuerzo para que la voz le saliese natural.
Solamente las matronas hablaban del embarazo y el parto, generalmente tras abanicos o
puertas cerradas. Los hombres y jóvenes nunca lo mencionaban. Una mujer en estado de gravidez
rara vez aparecía en público, y si las circunstancias la forzaban a hacerlo, nadie mencionaba su estado
hasta que el feliz evento tenía lugar. Luego todo el mundo mostraría la conveniente sorpresa por la
noticia.
Elisa se ruborizó.
—Ambos estamos encantados, al igual que Raymond —sonrió Vaughn—. Siempre ha querido
una hermanita.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Vaughn insiste en que será una niña —dijo Elisa, meneando la cabeza.
—Me hará feliz, sea lo que sea —dijo Vaughn, encogiéndose de hombros. Dio un beso a su
mujer en la mejilla—. Pero me gustaría una niña que comparta la belleza de su madre.
Elisa hizo un gesto de exasperación y se sentó con una sonrisa junto a él.
—Hola, Natasha —dijo una voz de fuerte acento irlandés.
Natasha dejó caer el paño húmedo. El corazón le dio un vuelco y pareció detenérsele un
momento debido a la sensación de extremo peligro y excitante sorpresa.
Seth se encontraba junto a la otra puerta, la mano apoyada en el picaporte, como si no se
decidiese a entrar. La miraba como un ratón mira a un gato, esperando a ver lo que el predador
intenta hacer.
Llevaba pantalones y una camisa sin cuello ni puños. El lino blanco estaba suave de muchos
lavados y dejaba ver su cuello. La piel de su garganta surgía de la abertura con un color bronceado
que contrastaba de forma sorprendente contra la tela.
El pulso femenino se aceleró de forma alarmante. A la luz del día él tenía un aspecto diferente
al del caballero urbano vestido para un baile. La barba le ensombrecía el rostro y llevaba el cabello
despeinado, como si se acabase de despertar. Pero nada de ello escondía la tensión de sus hombros
ni el cansancio que rodeaba sus ojos. Seth Harrow no lo había pasado bien desde el baile.
La indignación de Natasha de que la sorprendiese con su presencia se esfumó al mirarle.
Mientras que todo Londres había pasado el rato disecando el pasado de Seth y el escándalo que su
padre había desvelado en el baile, ella con egoísta mezquindad, pensaba en la forma en que él le
había cambiado la vida. No se había preguntado ni una vez lo que sentía Seth por lo que había
sucedido. Bien, acababa de ver un atisbo de la respuesta.
—Hola, Seth —dijo, consternada al oír cómo temblaba su voz.
La mano de la puerta se levantó con la palma hacia arriba.
—No tenéis porqué tenerme miedo.
—No me malinterpretéis. Me habéis sorprendido. No creía que os volvería a ver.
Él se acercó a ella lentamente, intranquilo. Hasta su paso parecía sensual, despertando su
feminidad. La tela negra se adhería a sus muslos poderosos y al impresionante montículo en su
entrepierna. Noches antes le había visto en toda su gloria: enorme y claramente definido por sus
pantalones. Ella tragó el nudo que tenía en la garganta y apartó la vista. Elisa la observaba.
—Me alegro de veros aquí —dijo él, cogiendo su mano y llevándosela a los labios ardientes.
Había un calor en los ojos plateados que reconoció de la noche del baile. Se sintió atrapada bajo
aquella mirada, incapaz de apartar la suya. El corazón le palpitaba con un latido irregular y el mismo
temblor que había sacudido su voz se transmitió ahora a sus dedos. ¡Seguramente él se daría cuenta
de ello!
Se sintió abrumada por la oleada de pensamientos y sentimientos que la invadieron. Llevaba
más de un día oyendo a su familia hablar de lo peligroso que era el hombre que se hallaba frente a
ella, cómo le arruinaría la vida, cómo le había arruinado la vida a tantos antes que ella. Y sin
embargo, su contacto y la expresión de sus claros ojos parecía contradecir todo aquello. ¿Debería
confiar en su propio juicio o creer a todos los que la rodeaban?
Necesitaba tiempo para reflexionar, y con Seth tan cerca no podía hilar ni un solo
pensamiento. Apartó con esfuerzo su mirada de la de él y se topó con la sobria expresión de Vaughn.
La de ella debió ser elocuente, porque él se adelantó y apoyó su mano en el hombro de Seth.
El irlandés le soltó la mano y se apartó, como si se forzase a hacerlo. Buscó una silla pero
finalmente se quedó de pie al extremo de la chimenea, apoyándose contra el estante de ésta.
Se siente demasiado incómodo para sentarse, pensó Natasha, lo cual la tranquilizó un poco. No
era ella sola quien se hallaba nerviosa. Pero, ¿por qué estaba Seth nervioso? Miró a Vaughn, que era
quien obviamente había organizado aquella reunión.
—Lady Natasha, señorita Munroe, ¿me permitís que os presente a Seth Williams, el hijo y
heredero de Marcus Williams, Conde de Innesford?
Natasha dirigió su mirada a Seth. Él se hallaba muy quieto, como esperando su reacción.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Debéis saber que esta no es una sorpresa para mí, Seth. Aunque no me lo hubieseis hecho
creer la noche del baile, no podía hacer caso omiso a las reclamaciones de vuestra madre, ni a los
rumores de todos los cotillas y chismosos de Londres.
—Permitidme deciros, Natasha, que Seth y yo nos conocemos desde que éramos niños.
—Sin embargo, anteanoche le preguntasteis si era Seth Williams y él lo negó —miró a Seth—.
Os presentasteis como Seth Harrow. Nos mentisteis a todos.
Él se pasó la mano por el pelo, alborotándoselo.
—Natasha, llevo quince años siendo Seth Harrow. Williams era un nombre que dejé atrás en
Irlanda, pensaba que para siempre. Vuestro padre ha cambiado eso ahora. Si él no hubiese hablado,
nadie en Londres sabría mi conexión con el Conde de Innesford.
—Pero ahora reclamáis el nombre. ¿Por qué?
Seth titubeó y tragó antes de hablar.
—Por vos.
—¿Por mí? Pero... ¿por qué? —sintió un ruido en los oídos, las piernas le resultaban
demasiado débiles. Aunque reclamase una explicación, sabía a qué se debía, la increíble y dulce
razón. La quería. No había sido un juego ni un interludio. La quería de una forma en que la sociedad
aceptase.
De repente, las piernas cedieron bajo su peso y se dejó caer en la silla.
—¡Vaughn, se ha puesto pálida! —exclamó Elisa.
Al ver que Seth tenía intención de abalanzarse sobre ella, levantó la mano.
—Me encuentro bien —dijo rápidamente—. Por favor, no. Ahora no.
Seth se aferró al borde del estante con los nudillos blancos, pero se quedó donde estaba.
Lanzó una mirada a Vaughn y Natasha reconoció el ruego en su expresión. Vaughn unió las manos.
—Permitidme que os cuente la historia de Seth, Natasha. Luego podréis decidir lo que queréis
hacer. ¿Me lo permitís?
—Desde luego. Necesito saberlo. Pero primero, Elisa... por favor, ¿podría tomar un poco de té,
o agua quizá?
Elisa se levantó y se dirigió al llamador. Cuando Gilroy apareció por arte de magia, le pidió que
les sirviese el té.
Vaughn le contó entonces la increíble historia de la vida de Seth, el tiempo que compartieron
juntos en Eton y luego el año en Cambridge, antes de que Seth volviese a Irlanda aquel fatídico
verano. Ella escuchó con total concentración mientras Vaughn le contaba sobre la noche en que le
arrestaron y el año y medio que le siguieron mientras le juzgaban, sentenciaban y transportaban a
Port MacQuarrie.
—Dicen que es la peor colonia penal del mundo —comentó Natasha.
—Es verdad —replicó Seth, el primer comentario que hizo.
Vaughn le lanzó una mirada y Natasha se dio cuenta de que Vaughn había hecho que Seth
accediese a dejar que él contase la historia porque la conocía y sabría lo que ella era capaz de
soportar. Se dio cuenta por los horribles detalles que Vaughn daba que había mucho más que él no
decía. Decidió que algún día Seth le contaría todos aquellos detalles y ella no le juzgaría por ello.
Pero ahora escuchó y pensó en Seth como en un joven de diecinueve años, confuso y solo en
el mundo, enviado a unas tierras extrañas a purgar un crimen que no había cometido nunca.
—Siete años. Es mucho tiempo... —pensó en todo lo que había sucedido en aquel tiempo, las
fiestas, los cumpleaños, las cenas familiares. Las vacaciones en el campo y su primer viaje por el
continente a los trece años. Las discusiones con sus padres sobre lo que era apropiado que llevase
una joven de su edad. Bailes, ¡tantos bailes y veladas! La emoción del inicio de una temporada y lo
más destacado del calendario social. Y durante todos aquellos años, Seth había vivido aquella
existencia miserable en la peor prisión del mundo. Cerró los ojos un momento—. Os habrá resultado
terrible.
—Los que no tenían preparación iban a campos de trabajo —dijo Seth en voz baja—. Día tras
tía picaban piedra y hacían paredes. Vivían en tiendas todo el año y en van Dieman Land el invierno
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

es tan frío como un invierno frío en Innersford —frunció el ceño—. Aquellos pobres muchachos
murieron como moscas, pero había siempre más convictos para reemplazarles, porque Inglaterra
mandaba más y más —meneó la cabeza—. Yo fui de los afortunados. Me asignaron a un inglés que
intentaba montar un negocio de comercio en Port MacQuarrie. Tenía un ballenero magnífico que
usaba como navío mercante. A veces bajaba mercancías desde la ciudad de Sydney u otras desde la
misma Inglaterra, cuando las cosas salían bien. Y durante seis años trabajé con John Foley. Era un
hombre orgulloso, pero honrado, aunque no sabía escribir. Para él yo habré sido un envío del cielo,
un convicto que se podía ocupar de todos sus documentos, pero que no le costaría más que darle
techo y comida. Pues, cuando murió... —se frotó la nuca—, me dejó su negocio.
—¿A vos? ¿Un convicto?
—Lo que Seth no os ha dicho es que en uno de sus viajes, en los que transportaban convictos
desde Inglaterra...
—¿Convictos? —interrumpió Natasha, sorprendida.
—No podía hacer otra cosa sino obedecer —dijo Seth—. Al menos intenté que las condiciones
fuesen mejores que las mías.
—... la nave tuvo que capear un terrible temporal —prosiguió Vaughn con el relato—. Seth
salvó la vida de su amo atándolo al palo mayor y después de la tormenta, hicieron el recuento de los
daños y las pérdidas. La mayoría de la tripulación había perecido o estaba herida. Foley no sabía
cómo navegar un barco, él era un comerciante, así que Seth convenció a los convictos a que
trabajasen para él para mantener la nave a flote y llegar a puerto sanos y salvos. Cuando el barco
llegó al puerto de Fremantle, Foley hizo una petición al Gobernador de New South Wales, el
representante de la corona en Australia, para que se perdonase a Seth incondicionalmente. Seis
semanas más tarde recibieron la respuesta: los convictos que ayudaron a Seth vieron que sus
sentencias se reducían a la mitad y Seth era un hombre libre. En 1832 Foley murió y el resto ya lo
sabéis.
—¿Y no creíais que esto era algo que yo debería saber? —preguntó Natasha, mirando a Seth.
Él se volvió a frotar la nuca.
—No era algo de lo que me sintiese orgulloso. Tendría que haber logrado disuadir a Foley de
que transportara convictos en vez de tratar de emparchar las cosas luego.
—Y los hombres, mujeres y niños cuyas sentencias se vieron reducidas seguirían en prisión si lo
hubieseis hecho.
—Bueno... sí, es verdad —dijo Seth, avergonzado.
Natasha dejó el té, que ahora se encontraba helado, sobre la mesa.
—¿Cuánto hace de aquello? ¿Cinco años? Os quedasteis en Australia, Seth, y sin embargo
dijisteis que lo que queríais era retornar a Irlanda a ayudar a vuestros amigos.
—Es cierto —dijo Seth y Natasha se dio cuenta de que estaba más tranquilo. Lo peor de la
historia ya había sido contado, entonces. ¡Y qué historia! Ojalá todo Londres la pudiese oír. Quizá
cambiasen el concepto que tenían de aquel criminal peligroso y desesperado.
—¿Perdón, qué decíais?
—Que tenía seis barcos y sus tripulaciones de los que hacerme cargo. Muchos de los marineros
tenían familia en Albany y dependían de mí para ganarse el salario con que alimentar a los suyos.
Foley tardó seis años en reunir el dinero para financiar un viaje a Inglaterra, y a mí me llevó más o
menos lo mismo. Pasé los años acrecentando el negocio. Siempre contando los peniques y sumando
los márgenes, observando cómo crecía el superávit. Transportaba mercancías y gente, que me
pagaba por viajar, por supuesto, entre Albany, Port MacQuarrie, Sydney, Fremantle, donde fuese que
consiguiese un buen beneficio. Y todos los años alguien me ofrecía su ballenero a un precio que me
hacía ruborizar.
—¿Seguisteis comprando más barcos? —preguntó Natasha—. ¿No intentabais reunir capital?
—por lo que había aprendido con sus tutores, Natasha sabía que comprar barcos, reinvertir en el
negocio, se comería las ganancias que Seth había apartado.
Seth se volvió a frotar la parte de atrás del cuello.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Es que había algunos que llegaban a Albany pensando que podían hacer buen negocio
cazando ballenas. Pero había muchos balleneros ya en ese puerto. Duraban quizá un año mientras el
dinero se les iba de entre las manos como agua entre los dedos. Entonces se encontraban en un
brete de que no sabían cómo salir y alguien les decía que Seth Harrow les compraría el barco
pagando en efectivo. Así que venían a verme, con el sombrero en la mano y pura humildad, y...
pues...
—Los barcos tenían tripulación que dependían de que su dueño les pagase el salario —explicó
Vaughn simplemente.
Natasha se mordió el labio para esconder una sonrisa y miró a Seth.
—No podíais dejarles morir de hambre, ¿verdad? —dijo, manteniendo su tono razonable.
—¡Por supuesto que no podía, muchacha! ¡Hay demasiado hambre ya en el mundo! —exclamó
Seth, casi enfadado con ella, su indignación haciendo que ella tuviese que morderse por dentro la
mejilla con más fuerza todavía. Luego él añadió, más calmo—: He visto demasiados bebés llorando
por el dolor de su tripita vacía, demasiados niños mirándome con esos ojos abiertos, confusos,
preguntándose qué tipo de mundo era este que les quitaba la comida y permitía que se muriesen así
como así. No me quedaré sentado permitiendo que los niños pasen hambre mientras me quede
aliento en el cuerpo. Nunca jamás.
Natasha ya no se rió más.
—Lo siento —dijo, sin saber qué decir para que desapareciese el brillo furioso de aquellos ojos.
Él se volvió a pasar la mano por el pelo e hizo una profunda inspiración.
Vaughn se removió en su asiento y retomó la historia.
—Seth finalmente acabó de reunir el dinero que necesitaba en 1837. El año pasado. Se hizo a
la mar el día después de Navidad. La noche del baile, la noche en que le conocisteis, Natasha, fue su
primera noche en suelo inglés en quince años. Había dos motivos por los que se molestó en visitar
este país. Y creo que podéis adivinar ambos.
—Para ver a vuestra madre —dijo Natasha instantáneamente, lanzando una mirada a Seth,
que se lo confirmó con una breve cabezada—, y... comida. Para vuestros amigos de Irlanda. Liam y
los demás.
—Exacto —dijo Vaughn.
—Mi intención era quedarme lo bastante para llenar las bodegas de comida, luego partir
inmediatamente hacia Cork —añadió Seth—. Una vez que llegase a Irlanda pensé que podría
convencer a muchos de ellos que se volviesen a Australia conmigo, si les contaba lo que había sido mi
vida allí. Y es verdad que es una vida mucho mejor que la que muchos de ellos llevan bajo el yugo
inglés. Pasaría por Londres, pero... —hizo una mueca y luego se encogió de hombros—, no contaba
con mi maldito carácter ni... —la miró a los ojos—... imaginé que me encontraría con vos.
Natasha se estremeció y se le aceleró el corazón, pero hizo un esfuerzo por concentrarse,
porque a pesar de lo que implicaban aquellas palabras, seguía un poco preocupada. Intentó controlar
su loco corazón y analizar las palabras de Seth con serenidad.
—Podríais iros a Irlanda —señaló—. No hay nada que os retenga en Inglaterra. Podríais coger
vuestro barco e ir a ayudar a vuestros amigos. Nadie os detendría.
—Nadie excepto vos —puntualizó Seth y ella sintió que se le detenía el corazón y que el
estómago se le contraía, haciéndola estremecerse.
—Elisa, un paseo por Hyde Park sería ideal —dijo Vaughn, poniéndose de pie.
—Tenéis razón —dijo Elisa, dejando de lado su taza de té.
—No, por favor, no os vayáis por mí —dijo Natasha rápidamente.
—Seth y vos tenéis que hablar en privado —dijo Vaughn meneando la cabeza—. Gilroy estará
disponible si necesitáis algo, pero no creo que suceda. Estaréis perfectamente con Seth.
Natasha se mordió el labio, indecisa. La asaltó el miedo nuevamente. Por más que le hubiesen
contado la verdad sobre él, no le conocía. Le estaba pidiendo una decisión que cambiaría el curso de
su vida y afectaría las vidas de cientos de personas que dependían de él para su diario vivir,
basándose en una historia.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Vaughn debió de ver ese miedo reflejado en su rostro, porque sonrió amablemente.
—Antes de marcharme, os diré algo que quizá os ayude a pensar en esto —Gilroy le sujetó el
abrigo y él deslizó sus brazos en las mangas para luego levantar un dedo enfáticamente—. Nada de la
historia de Seth ha sido demostrado. No hay ni un solo fragmento de evidencia, porque todavía
tengo que ver el bote ese que dice tener amarrado en el East End.
—Es una nave, gamberro —gruñó Seth—. Si esa es vuestra forma de ayudar a la muchacha,
prefiero que os ahorréis las palabras.
Vaughn prosiguió sin arredrarse.
—Lo que deberíais saber, Natasha, es que la pena de la que dice ser inocente va con su
carácter. Es apasionado, irlandés hasta la médula, a pesar de ser medio inglés, y terriblemente noble.
Seth es uno de los hombres más honrados y leales que yo haya conocido en mi vida. Esas son las dos
cualidades que me hacen creer su historia.
Elisa se puso un chal sobre los hombros.
—Lo que dice es verdad, Natasha. Vaughn está tan seguro de Seth que se ha pasado el día
contactando con toda su gente, particularmente los de Irlanda con la única intención de ayudar a
Seth a encontrar las pruebas que necesita. Y a Vaughn se le da mejor esto que a cualquiera, porque
encontró a mi hijo cuando nadie más lo podía... o quería hacer —sonriendo, le apoyó la mano en el
brazo a Natasha.
Cuando Vaughn y Elisa se marcharon a Hyde Park, Gilroy salió de la estancia, cerrando
cuidadosamente tras él.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 8

Seth la miraba fijamente y ella se fue a sentar al otro extremo del sofá, lo más lejos posible de
él.
—Menuda... menuda vida habéis tenido, Seth —dijo por fin, porque parecía que él no tenía
prisa por romper el silencio.
—No... no me creéis, ¿verdad? —preguntó él en voz baja.
—Necesito tiempo para... digerirlo —rogó ella—. Llevo dos días oyendo las terribles historias
sobre vuestra condena como asesino, y como le habéis arruinado la vida a tanta gente. Y nadie, ni
siquiera vos, cuestionó que hubieseis sido transportado a Australia por asesinato. Ahora encuentro
que hay una faceta totalmente nueva de la historia que no era visible antes.
—¿Y no creíais que yo tendría mi propia historia que contar? —dijo él, acercándose a ella.
—Sí —suspiró.
Él se sentó junto ella y apoyó el codo en el brazo del sofá, pasando los dedos por la tela de
pana roja. Tenía las manos grandes de dedos largos y callosos. Se hizo el silencio nuevamente, roto
solo por el chisporrotear del fuego. Ella sintió que él la observaba, que sus ojos plateados se clavaban
en ella. El rubor le subió por las mejillas. Consternada, intentó disimular la reacción reveladora.
Levantó la vista y la clavó en la de él.
—¿Por qué me miráis así?
—Creo que sois más hermosa sin tantos adornos y volantes —dijo él, recorriendo su rostro con
la mirada y recordándole que no llevaba ni polvos ni ornamento alguno en su cabello. Su vestido era
igual de sencillo.
—Me marché de casa sin siquiera mirarme al espejo —dijo, tocándose el pelo cohibida—.
Estaba furiosa.
—¿Os golpearon? —preguntó, rozándole la mejilla con un dedo, suavemente. Los ojos le
brillaban como si se acercase una tormenta.
—Me porté muy mal con mi madre.
—¿Se lo merecía?
—Pues... quizá. Se estaba comportando como una hipócrita.
Seth se echó atrás de repente, los ojos más oscuros todavía. Era como mirar al cielo para ver
qué tiempo se acercaba. Podía leer la rabia en sus ojos.
—Con respecto a mí —dijo él, con voz inexpresiva.
¿Debería decirle la verdad? Él le había dicho la verdad de su pasado y casi no había escondido
nada.
—Sí —reconoció finalmente con reticencia.
Él se puso de pie abruptamente y se dio la vuelta, como si buscase en qué dirección marcharse,
los puños cerrados.
Natasha se puso de pie también y le cogió del brazo.
—Seth, es lo que todo Londres dice de vos —el brazo masculino era musculoso, duro como el
hierro—. Si os enfadáis con mi familia, tendréis que enfadaros con toda la ciudad, el país entero. Ellos
sólo pueden juzgar por lo que ven, y lo que les habéis mostrado es un hombre condenado por
asesinato, que destruyó a su familia.
Él se dio la vuelta violentamente para enfrentarse a ella.
—¿Es eso lo que pensáis? ¿Qué quiero retorcerles el cuello por lo que piensan de mí?
Ella titubeó, soltándole el brazo.
—¿No es eso lo que os enfurece?
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Por el amor a... —él le cogió el talle y la acercó a sí. Natasha no intentó apartarse, aunque el
corazón le latía tan fuerte como para despertar a los muertos. Él la acercó suavemente, como si no
quisiese sobresaltarla, hasta tenerla estrechada contra sí, y ella sintió el calor del cuerpo de él contra
el suyo. Se encontró mirándole a los ojos, sumida en las emociones que se leían en ellos. Los dedos
de él le volvieron a rozar la mejilla suavemente—. Mi enfado no es por lo que dicen de mí, mi dulce
Natasha. Es por el dolor que os he causado. Haría lo que pudiese con tal de librarme de este terrible
pasado mío, cualquier cosa menos poneros en peligro.
—Esto no fue por culpa vuestra.
—¿Habríais desafiado a vuestra familia si el criminal que ellos menospreciaban hubiese sido
otro? —preguntó él en voz baja.
Natasha tragó. La proximidad de él hacía que se le ofuscase el pensamiento. Lo único en que
podía pensar era en que él le pasase las manos por todo el cuerpo. Sus pechos ansiaban su contacto.
—Os lo he pedido antes, pero ahora que habéis oído la historia completa, podéis volver a
elegir. Echadme, Natasha. Decidme que me marche y lo haré.
—¿Me haréis daño alguna vez, en espíritu o en cuerpo? —preguntó ella, poniéndole un dedo
en los labios. El contacto de la suave piel de él contra la suya le causó un escalofrío de emoción.
—Mataría y sería un asesino de verdad antes de permitir que os hiciesen daño.
—Entonces, eso es lo que importa, ¿verdad?
La boca masculina se acercó a la de ella en un beso que fue sorprendentemente suave. Una
mano le sujetó la cabeza, la otra la barbilla. Su lengua le abrió los labios y él gimió cuando ella le
permitió la entrada. Sabía a menta, dulce y fresco y ella también gimió sin poder evitarlo.
Los dedos de su barbilla se deslizaron por el cuello de ella, por encima del pulso que latía
alocadamente, bajando a la curva de los pechos. Ella contuvo el aliento, sorprendida por aquel
contacto que resultaba extraño y familiar a la vez. Seth hizo una pausa, levantando la cabeza para
mirarle el rostro.
El estómago de ella se contrajo al leer el deseo en las plateadas profundidades, un apetito
ardiente. Le hicieron una pregunta muda. Ella sonrió y le dio la respuesta con un beso.
Que Dios la perdonase, pero no quería que él se detuviese. Se encontró arqueando la espalda,
como si se estuviese ofreciendo a él. Deseaba que la mano que él apoyaba sobre su pecho se lo
tocase como correspondía, sin la barrera de la ropa, pero no sabía cómo decírselo, por mucho que le
latiese en las venas.
Los labios de él se apartaron de los suyos y la mano abandonó su pecho. Ella ahogó su protesta
cuando se dio cuenta de que él se entretenía con los botones de su vestido de día. El corazón le dio
un salto de alegría.
—Dime que pare —susurró él, mirándola a los ojos.
Ella deslizó su mano por debajo de la de él y soltó el botón por debajo del que él
desabrochaba, luego hábilmente siguió con los demás, hasta bien debajo de la cintura.
El vestido se abrió, revelando el satén de su corsé y la camisola por debajo. Ella tironeó del lazo
que cerraba la camisola y con un tirón impaciente, se bajó las mangas del vestido y los tirantes de la
camisola por los hombros. Sus pechos no estaban totalmente expuestos, pero sí todo lo accesibles
que lo permitía el corsé.
Recordó las manos de Vaughn en los pechos de Elisa, el vestido bajándosele por los hombros...

Cogió la mano de Seth y la puso sobre sus pechos, lanzando una exclamación ahogada cuando
sintió el contacto de su cálida piel. A través del fino algodón de la camisola sus pezones reaccionaron
a su contacto, apretándosele hasta ponerse duros y tiesos.
Seth gimió y la apretó más contra sí nuevamente. Le recorrió con la mano la piel de los
hombros. Luego tiró de la camisola para revelar sus pechos menos la parte inferior, que sujetaba el
corsé.
Natasha contuvo la respiración. Ningún hombre le había visto los pechos hasta aquel instante.
Sintió que la recorría un temblor y que la humedad de su entrepierna palpitaba.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Seth besó su hombro, le lamió la piel, haciéndola estremecerse, y sus labios comenzaron a
descender hacia la curva superior de su pecho.
Natasha contuvo el aliento porque sabía que él estaba por cogerle el pezón con la boca. Se
preguntó cómo sería...
Cuando los labios de él finalmente se cerraron sobre el henchido y sensible pezón, ella echó la
cabeza atrás con un grito ahogado. ¡Qué placer! Y aumentó cien veces más cuando los dientes de él
tironearon mientras su lengua le humedecía el pezón y la aureola. Pensó que moriría si él se
detenía... o si no lo hacía. Su mundo, su vida, se redujo a centrarse en aquella deliciosa sensación que
le producía oleadas de placer que subían y giraban, atravesándola.
Sintió las cosquillas del cabello masculino contra sus hombros, cuello... y su mano. Se dio
cuenta de que le había hundido la mano en el pelo, que le alentaba con inquietos movimientos de
sus dedos. La otra mano le sujetaba el hombro, apretándole contra ella. ¡Qué voluptuosidad!
Pero luego él le cogió el otro pezón y sus pensamientos se perdieron en la espiral de placer
que la recorrió. Sentía calor y frío a la vez, la sacudían temblores de gozo. La ropa era un
impedimento y deseó poder quitársela.
Sintió que Seth la apoyaba contra en sofá. Sintió más placer que alarma. Ahora él disponía de
las dos manos para darle placer. Los muslos se le abrieron inquietos bajo las amplias faldas y deseó
poseer la audacia para levantárselas para darle a él completo acceso a su cálida y húmeda
entrepierna. Su carne se sentía hinchada y latía a ritmo con su corazón. Cada espasmo de placer que
la boca de él le ofrecía a través de sus pechos tenía su eco allí. El sitio donde su lengua la había
acariciado antes respondió ahora pulsante y estremecido.
Quizá... quizá volviese a experimentar nuevamente la explosión de los sentidos que había
experimentado antes.
Pero Seth se apartaba y levantaba las manos de ella.
—¡No! —exclamó ella, la voz ronca y ahogada—. No, no os detengáis, por favor.
—Tranquila —dijo él. La mano de su talle era suave pero firme—. Debemos detenernos ahora,
mientras yo tenga todavía suficientes fuerzas para apartarme —dijo, enderezándole la camisola,
cubriéndole los pechos y abrochándole el vestido mientras hablaba. Él tenía los ojos semicerrados,
pero ella vio que sus pupilas estaban dilatadas.
—Pero... —no pudo decir más, porque la humillación parecía tragarla. Lágrimas ardientes se le
acumulaban en una bola indigesta en la garganta y le quemaban los ojos.
Seth le miró el rostro. Sus manos se detuvieron.
—No me miréis así —rogó.
—No me queréis, después de todo —dijo ella, forzando a las palabras a pasar por la restricción
de su garganta. Le dolía formularlas.
—No comprendéis, Natasha. Es porque os quiero que no debo tomaros.
—No, no comprendo —dijo ella y las lágrimas corrieron por su rostro. Se sentó en el sofá,
sintiéndose mortificada mientras se le deslizaban por las mejillas.
Seth se las enjugó con el pulgar y se echó atrás.
—Sois la mujer más desconcertante del mundo, Natasha. Una doncella como sois... ¿no
significa nada la virtud para vos?
—Me molesta —dijo ella con sinceridad—. Mantenerla significa que no puedo experimentar...
—sintió que se ruborizaba profundamente, sentía el rostro ardiendo—... no puedo experimentar lo
que me disteis en... en el baile —bajó la vista al regazo, incapaz de mirarle a los ojos.
—Ah —dijo él, y parecía aliviado, lo cual la hizo levantar la barbilla, sorprendida, para mirarle
nuevamente. Sonreía un poco con un brillo de complicidad en los ojos—. Si se trata de eso
solamente, entonces vuestra virtud no es barrera —volvió a acariciarle la mejilla, aunque las lágrimas
casi se habían secado—. ¿Quién iba a sospechar la desvergüenza que se esconde bajo estas
elegantes sedas y volantes?
—Vos lo hicisteis —dijo Natasha.
La mano se apartó y los ojos se oscurecieron.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Sí —dijo él.


—Pero el placer del cual habláis... no es ese el problema, ¿verdad?
—No —los ojos se veían todavía más sombríos. Ella sintió que se hundía en su mirada
turbulenta—. Pero hasta que nuestra unión sea aceptada por todo Londres, esto es todo lo que debe
haber. ¿Comprendes, Natasha?
Ella tragó.
—Sí —dijo. Lo comprendía perfectamente. El acto final, el concepto borroso y apenas
comprendido de un hombre tomando a una mujer... era lo que ella más deseaba, pero no lo tendría.
Ahora no. Primero Seth tenía que enfrentarse a todo Londres... y ganar.

***

—¿Y, qué pensáis de Seth? —preguntó Elisa a Natasha, una sonrisa cómplice en los labios.
Era el día después de que Seth se rehusara dulcemente a seducirla. Habían pasado muchas
cosas en las veinticuatro horas desde entonces. Natasha había vuelto a su casa en el carruaje de
Vaughn, preparándose para el enfrentamiento con sus padres, pero cuando llegó su padre se limitó a
saludarla con la cabeza antes de desaparecer nuevamente tras el periódico que leía. Natasha se
quedó mirando los titulares, perpleja. Seguramente él sabía lo que había sucedido, porque no se
había puesto de pie para besarla en la sien, como solía hacer cuando volvía a casa. Pero tampoco se
hallaba junto a la chimenea con su copa de whisky, esperándola, como lo hacía cada vez que ella
transgredía sus reglas de alguna forma.
Y su madre no estaba por ningún sitio.
Finalmente, se dio la vuelta con la intención de dirigirse a su dormitorio.
—Natasha.
La voz de su padre la detuvo a un paso de la puerta. Se volvió hacia él nuevamente. Él bajó el
periódico lo bastante para mirarla por encima. Su expresión era sombría.
—Sois una mujer adulta, y a pesar de ser mujer tenéis una mente excelente. Porque sé que
sois capaz de tomar buenas decisiones, no las voy a contradecir mientras no afecten vuestras
obligaciones hacia la familia y hacia mí.
Ella asintió con la cabeza. La obligación hacia su familia se la habían inculcado desde que era
una niña: encontrar y casarse con un par del reino y darle un heredero adecuado.
—Lo comprendo, padre.
—Se lo he explicado a vuestra madre.
¡Con razón su madre había desaparecido! Que le dijese que su hija era libre de pensar y tomar
sus propias decisiones... a su madre la habría dado un telele.
—Gracias —dijo, inadecuadamente. Hizo un gesto hacia la puerta—. Debo cambiarme para la
cena.
—Un momento —se aclaró la garganta y bajó el periódico un poco más—. Deberías saber,
Natasha, que aunque se acepta a Wardell en los círculos elegantes, hay murmuraciones. Sabéis un
poco de su historia y la de su mujer. Tened cuidado de que no os vean demasiado con ellos, hija.
De repente Natasha se dio cuenta de que sus padres no tenían ni idea de que Vaughn y Elisa
alojaban a Seth en su casa. De haberlo siquiera sospechado, seguramente la encerrarían en su
habitación durante el resto de su vida.
—Gracias por vuestra confianza, padre —dijo con una profunda inspiración. Y se apresuró a
marcharse antes de que su rostro ruborizado la delatase.
Durmió poco y mal, porque sentía un peso en su conciencia. Encontró solamente una pequeña
semilla de confort: sabía que estaba tomando la decisión que podía con la información que tenía,
que sólo compartía con Elisa y Vaughn. Confiaba en Seth y debía apoyarle.
Su madre no bajó hasta el mediodía siguiente, y se mantuvo silenciosa y pálida, jugueteando
con su comida. Cuando Natasha se levantó de la mesa y pidió su chal y su sombrero, su madre
mostró la primera señal de verdadera animación aquel día.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¿Dónde vas? —exigió.


—A casa de Elisa. Va a dar una merienda informal.
Su madre empalideció todavía más, y se le marcaron las venas de la frente.
—Pero... —luego se contuvo—. ¿Habrá alguien más? ¿Alguien que conozcamos?
—Lady Danforth, creo. Y Sophia, la Baronesa Luciano —dos damas que eran sólidos pilares de
la sociedad, de reputación intachable. Natasha cedió un poco, porque su madre estaba muy pálida.
Añadió suavemente—. Me ocuparé de que mi reputación no se mancille, Madre. Padre me habló
anoche.
Caroline se mordió los labios y revolvió el té con furia.
—Pues, muy bien —masculló. Pero no dijo adiós.

***

Después de la elegante y correcta merienda, las señoras Danford y Luciano se marcharon para
prepararse para una velada a la que ambas asistirían aquella noche. Elisa le sugirió a Natasha que la
acompañase a un paseo por el parque, pero Natasha intentó negarse, porque hervía de frustración.
Seth no había aparecido en toda la tarde. Tampoco Vaughn, pero la ausencia de Seth era la que a ella
le importaba.
Pero Elisa insistió con suave firmeza que Natasha encontró difícil de rechazar. Ahora se
encontraban andando por uno de los muchos senderos de Hyde Park. Elisa parecía preocupada, y
Natasha se preguntó si no sería el niño que llevaba lo que centraba su atención, pero no podía hacer
una pregunta tan poco delicada.
Luego Elisa fue la que hizo la pregunta poco delicada, sobre Seth.
—¿Que qué siento por él? —repitió Natasha, que no sabía qué decir—. Creo que es muy guapo
—dijo finalmente.
—¿Eso es todo?
Natasha arqueó las cejas ante la franqueza de su amiga. Se ruborizó.
—¿Qué es lo que queréis saber? ¿Queréis que use palabras escandalosas?
—Lo único que quiero es la verdad —dijo Elisa con suavidad, pero había una firmeza allí que
Elisa lograría lo que quería, que la verdad era la única moneda de cambio con la que se trataba con
Elisa—. Dime, ¿qué sentís por Seth?
—Me asusta —dijo Natasha sin pensar—. Pero también me hace sentir... ¡No tengo palabras
para expresarlo! —se apoyó la mano sobre el estómago—. Está todo aquí, una mezcolanza de
dilemas. Mis sentimientos que luchan entre ellos además de hacerlo contra mi familia, contra el
mismo Seth.
Elisa le apoyó la mano en el brazo.
—Calmaos, Natasha, calmaos. Contadme. ¿Por qué lucháis contra Seth?
Y, de repente, le surgieron las palabras. Natasha le explicó todo mientras Elisa enlazaba su
brazo con el de ella y la hacía retomar la caminata. Mientras andaban, Natasha encontraba un retazo
de sentimiento dentro de sí y se lo expresaba, y luego otro surgía y luego otro. Y trocito a trocito, con
palabras sencillas, se lo reveló todo.
—Antes mi única ambición era encontrar un esposo. No tenía ni idea... Pero vosotros dos me
habéis mostrado el valor de la verdad.
—Entonces, creéis a Seth, creéis su historia, su inocencia.
—Sí, creo lo que me ha contado. Creo que no es ni un asesino ni un criminal. Pero también es
capaz de hacer todo eso. Y creo que es lo que ve la gente, esa rabia, y debido a ella, creen en su
culpabilidad.
—La suya no ha sido una vida fácil —dijo Elisa, apretándole ligeramente el brazo—. Pero él no
os haría daño. Lo sabéis, ¿verdad?
A Natasha todavía le dolían los pechos por las caricias de Seth. Se le hizo un nudo en el
estómago al recordar su boca.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Lo sé —dijo, y la voz le salió ronca y sensual.


Elisa arqueó una ceja con una maliciosa sonrisa.
—Eso es lo que siento con Vaughn —dijo.
Natasha se ruborizó furiosamente.
—¿Puedo hablaros de algo muy íntimo? —preguntó titubeante, los ojos bajos.
—¡Por supuesto que sí!
—Entonces, por el amor de Dios, Elisa... —levantó los ojos, las pupilas dilatadas—, decidme
cómo darle placer a un hombre. ¿Cómo tengo que hacer que él... desee hacerme suya?
Elisa sonrió.
—¿Por dónde empiezo? —preguntó Natasha, mirando por encima de su hombro para
asegurarse de que seguían solas.
—Tocándole allí abajo —susurró Elisa—. Los hombres son muy sensibles al tacto, igual que
nosotras, pero lo muestran de forma más obvia. No hay peligro de equivocaros si le tocáis la verga a
un hombre.
—¿Verga? —repitió Natasha. Le gustaba el sonido de la palabra.
—Sí, verga... o polla, o virilidad. Podéis hablar del sexo de un hombre de mil maneras —dijo
Elisa con una sonrisa coqueta—. Acaríciale el miembro con las puntas de los dedos desde la raíz a la
punta, luego rodéalo con tus dedos y muévelo arriba y abajo suavemente. No demasiado rápido pero
tampoco demasiado lento.
—¿Cómo sabré si es demasiado rápido?
Elisa rió, un maravilloso cascabeleo que hizo que Natasha soltase una risilla.
—Él os lo dirá, generalmente deteniendo vuestra mano. No os ofendáis, sabed que lo estáis
haciendo bien.
Sabiendo que estaba siendo increíblemente atrevida, Natasha bajó la voz todavía más.
—Me dio placer la otra noche —dijo.
Elisa se detuvo y cogió a Natasha de la muñeca.
—¿Qué queréis decir?
—Sigo siendo virgen —le aseguró Natasha—. Creo que lo soy, al menos. No usó su... ejem,
virilidad.
Elisa lanzó un suspiro.
—Gracias a Dios. Tenéis que tener cuidado, Natasha. Hay consecuencias para tal acto que
nadie puede negar. Un niño no deseado, por Dios... sería la ruina de vuestra vida y la de Seth. Pero
hay formas de evitar tales cosas.
—¿Las hay? —preguntó Natasha, abriendo mucho los ojos.
—Pero no hay necesidad de preocuparse si Seth no consuma el acto, estáis segura.
—No quiere penetrarme por ahora. Pero usó su boca de mil maneras —dijo Natasha sin poder
evitar una sonrisa.
—¿Y vos desearíais saber cómo hacer lo mismo con él? —dijo Elisa con una carcajada.
—Sí.
—Bien, debéis de tener cuidado y usar vuestros dientes con delicadeza para no hacerle daño. Y
recordad tocarle todo, no solamente su polla, porque todo es sensible.
Las mejillas de Natasha ardieron al recordar la erección de Seth, escondida tras sus pantalones.
Se preguntó qué aspecto tendría desnuda.
—¿Me creerá menos elegante por hacer semejantes cosas?
—Querida —dijo Elisa dando un resoplido—, os adorará, creedme. Hacer el amor es puro
placer. No solamente el acto en sí mismo, pero todas las otras cosas que van aparejadas. Son un
entretenimiento por sí solas.
Natasha lo pensó.
—Parece que consideráis que es mucho mejor... no hacerlo.
—En ocasiones, sí —dijo Elisa con firmeza.
—Pero... yo quiero sentirle dentro de mí —se llevó las manos enguantadas a las mejillas
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

ardientes y cerró los ojos—. Me siento vacía.


—Todo a su tiempo, Natasha, a su tiempo. Por ahora, disfruta de lo que te dé Seth, que es
considerable por sí solo. Además —Elisa rió súbitamente con malicia—. Oh, cielos, ¿debería? —dijo
para sí.
—¿Elisa? —preguntó Natasha, intrigada.
Elisa apretó los labios, como conteniendo la risa. Hasta se llevó los dedos a los labios,
apretando con fuerza. Luego asintió, tomando la decisión. Volvió a enlazar el brazo de Natasha para
seguir caminando.
—Natasha, querida, debéis escucharme cuidadosamente y confiar en mí. Os enseñaré a
vengaros de Seth. Será una venganza placentera, pero Seth pagará por rehusarse a daros todo lo que
deseáis.
Y procedió a explicarle con todo detalle la forma en que Natasha se vengaría. Natasha escuchó,
intentando no sobresaltarse, así oía todos los detalles. Elisa fue detallada y franca. Natasha encontró
que el cuerpo se le calentaba, que la raja entre sus piernas se humedecía y los pezones se le
endurecían con sólo pensar en lo que haría.
—¿Nadie lo sabrá? —susurró, dudosa—. ¿Nadie lo sospechará? ¿Y mi reputación estará a
salvo?
Elisa lanzó una alegre carcajada.
—Oh, querida, hay muchísimas cosas que se pueden hacer, sólo hay que tomar unas
precauciones básicas. Para vos y para mí, para todas las mujeres, las apariencias lo son todo...
Totalmente cautivada por el tema, Natasha no oyó el ruido de las ruedas del carruaje hasta
que el vehículo estuvo casi encima de ellas. Se apartaron para permitirle pasar y Natasha miró por
encima del hombro para asegurarse de que las hubiese visto.
Era un coche negro, sin adornos ni escudo en la puerta. El cochero iba vestido de negro y tenía
el cuello levantado cubriéndole la mitad de la cara, lo cual le llamó la atención, porque no hacía tanto
frío.
El carruaje redujo la velocidad al pasarlas y Elisa apartó sus faldas de las ruedas. Natasha vio
que se abría la portezuela del vehículo, pero Elisa miraba abajo en ese momento.
Natasha sintió un aguijonazo de alarma, pero ya era demasiado tarde. Otro hombre, también
vestido de negro con un cuello subido y el sombrero calado hasta las cejas surgió de la puerta,
cogiéndose con una mano del marco de la puerta. Alargando el brazo, cogió a Elisa de la cintura.
Ella chilló y se debatió mientras él la metía dentro del carruaje, que aceleró la marcha. Natasha
se detuvo, aturdida ante el súbito desastre. Tenía la mente en blanco. Luego el ruido de la portezuela
cerrándose de un golpe la sacó de su parálisis.
—¡Elisa! ¡Oh, Señor! ¡Elisa! —gritó Natasha, corriendo tras el carruaje.
El cochero usó el látigo con un juramento y el carruaje dio un salto adelante por el camino de
grava, giró la curva más adelante y desapareció.
¡Piensa, piensa! Se dijo Natasha. Las preguntas vendrían más tarde. Por ahora tenía que actuar
rápido. Dejando caer el chal, se arremangó las faldas y corrió hacia The Row, segura de que allí habría
más tráfico. Cuando llegó al paseo, tomó una rápida decisión. Un carruaje abierto se acercaba y ella
corrió y se detuvo en su camino. Soltando las faldas, elevó las manos.
—¡Parad, deteneos! —gritó.
El cochero, con los ojos desorbitados, puso el freno de mano y luego usó todas sus fuerzas
para detener a los caballos. Natasha se quedó quieta, nada podía asustarla más de lo que estaba. Las
mujeres del carruaje gritaban, las manos cubriéndose las bocas, abrazándose. Natasha pensó que
conocía a la de más edad, pero no recordaba su nombre.
Los caballos se detuvieron a un paso de ella y se alzaron de manos, sacudiéndolas
frenéticamente. Sintió el aliento de las bestias y se aferró a uno de los dogales cuando los cascos del
caballo tocaron nuevamente el suelo. Le dio la vuelta al caballo para poder ver al cochero.
—¡Joder, señora! ¡Podría habérmela cargado! —exclamó el cochero. Tenía la cara roja y le
corría el sudor por las mejillas.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¡Callaos y escuchad! —le respondió Natasha y las damas lanzaron exclamaciones de horror.
Ella se apresuró a acercarse al pescante—. Mi amiga, Lady Fairleigh, acaba de ser raptada.
—¡De qué coño habla! —dijo el cochero mientras ella se levantaba las faldas lo suficiente
como para subir la bota al pescante y luego izarse hasta el asiento del cochero.
—Haceos a un lado —le dijo—. Iré tras ellos.
—¡Pero, qué se cree!
—Virgen santa —dijo débilmente una de las mujeres.
—Dadme las riendas, inmediatamente —dijo Natasha, alargando la mano con toda la altanería
que había aprendido de su madre.
El cochero, que también había aprendido a obedecer a la clase dominante, se quedo callado y
le dio las riendas y el látigo.
Natasha se acomodó en el asiento. Había conducido un carruaje con dos caballos una sola vez
en su vida, pero le daba igual. Lo que necesitaba era velocidad. Hizo chasquear el látigo.
—¡Adelante, muchachos! —gritó y los caballos se lanzaron adelante.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 9

Cuando Elisa se dio cuenta de que había dos hombres en el carruaje y que eran mucho más
fuertes que ella, cesó de forcejear. Estaba muy asustada, pero se dio cuenta de que tenía que
mantener la cabeza fría y estar alerta para buscar una oportunidad para escapar.
—¿Qué queréis de mí? —la alegró que su voz no temblase. Hasta parecía un poco enfadada.
Bien.
El hombre frente a ella se había tapado la cara con un pañuelo y también encasquetado el
sombrero hasta las cejas. Se inclinó hacia ella y ella se dio cuenta con un escalofrío que llevaba un
cuchillo en la mano. El cuchillo se deslizó hacia ella y ella se tiró hacia atrás hasta casi tocar el hombre
que la había metido dentro del carruaje. El cuchillo siguió acercándose hasta que la punta le tocó la
garganta.
¡Mi bebé!, pensó desesperada. No rogaría. No permitiría que se diesen cuenta de que haría lo
que fuese con tal de asegurar la vida del niño que llevaba en sus entrañas.
El cuchillo se deslizó hacia abajo, hacia la curva de sus pechos. Cerró los ojos. ¿Qué, era una
violación? Muy bien, la soportaría. Sobreviviría a ello. Si lo hacía ella, también lo haría su niño. El
corazón se le oprimió al pensar en su esposo. Vaughn sería quien lo pasaría peor con aquello...
El cuchillo le cortó el vestido, abriéndolo y el encaje se apartó para revelar su corsé y la seda
de su camisola. Sintió el sabor de la bilis en su garganta.
—Está buena esta dama —dijo el que llevaba el cuchillo. Su voz era ronca y tenía un tono
ávido.
El hombre que la sujetaba reconoció ese deseo.
—Date prisa, ¿quieres? Cuanto más estemos aquí, más rápido estarán tras nosotros.
El del cuchillo giró el cuchillo en la mano como un experto giro de muñeca de modo de sujetar
el mango como una pluma. Delicadamente, pasó la hoja por la seda tirante sobre los pechos,
chocando con los pezones debajo. La hoja estaba tan afilada que cortó la seda y el pezón se asomó
por el tajo.
—¡Mira eso! —exclamó el del cuchillo con voz ronca.
Elisa gimió, desesperada. Sentía una oleada de náusea y mareo que la invadía, amenazando
con dominarla, pero sabía que tenía que mantenerse serena. Forcejeó, empujándose a la acción.
—Oooh, y se menea como una puta también —canturreó el hombre.
—Eres un enfermo hijo de puta —masculló el otro—. Hagamos el trabajo por el que nos
pagaron. No nos agradecerá si tonteamos con ella.
Aquello pareció calmar al del cuchillo. Con un juramento, metió la mano en el bolsillo. Elisa vio
que tenía algo amarillo pálido en la mano. El otro hombre le pasó la mano por detrás y le
desenganchó la mitad del corsé. Ella comenzó a forcejear más cuando el del cuchillo le metió la mano
dentro del corsé y le apretó un pecho causándole un terrible dolor.
No tenia que desmayarse. Tragó para dominar la sensación de náusea.
Luego él sacó la mano. El del cuchillo se echó atrás y lanzando un juramento abrió la puerta del
carruaje. Ella vio pasar la vegetación. Se preguntó para qué lo haría, pero en ese momento el hombre
que la sujetaba la levantó, la hizo ponerse de pie. No, de pie no, sino a través de la puerta.
Gritó al volar por el aire. Había un tejo justo delante de ella y levantó los brazos para
protegerse la cara justo cuando golpeaba contra su grueso y duro tronco.
La oscuridad la envolvió por fin.

***
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Seth se paseó frente a la chimenea, helado hasta los huesos, a pesar del calor de la estancia.
De vez en cuando lanzaba una mirada a Natasha y se maravillaba de su quietud.
Ella se encontraba junto a la ventana, mirando hacia fuera. Cada vez que la veía, su corazón
volvía a conmoverse al recordar cómo ella había traído a Elisa a casa.
Vaughn y él se encontraban en el estudio de Vaughn cuando oyeron a una mujer que gritaba
en la calle. Corrieron hacia la ventana a tiempo para ver la sorprendente visión de Natasha
conduciendo un carruaje. Tenía el cabello suelto, que le caía como una oscura cascada por la espalda,
alborotado por el aire. En su rostro había una expresión que Seth no olvidaría jamás. Era una mezcla
de miedo y rabia, y sin embargo decidida. Había tenido que ponerse de pie encima del freno para
tener la bastante fuerza para parar los caballos que se detuvieron echando espuma por la boca, los
ojos espantados, temblando, mientras Natasha llamaba a Vaughn a voces.
Por toda la calle la gente se detenía, sintiendo que pasaba algo, y deseando mirar. Vaughn le
tocó el brazo a Seth.
—Quédate dentro. Es plena luz de día y hay demasiada gente mirando la casa ahora.
Seth asintió secamente, aunque hubiese deseado salir con Vaughn a averiguar qué era lo que
hacía que Natasha hiciese semejante alharaca.
En cuanto Natasha vio a Vaughn, señaló dentro del carruaje y le gritó algo. Dentro del carruaje
había un hombre, que sería el cochero, y dos mujeres, todos apretujados en el asiento trasero.
Vaughn se dirigió al asiento delantero y se agachó. Cuando se enderezó, llevaba a Elisa en los brazos.
Seth se aferró a la cortina. Elisa estaba blanca como un fantasma y se la veía fláccida y sin
fuerzas. Su vestido... algo había roto el vestido, abriéndoselo hasta la cintura.
Natasha le arrojó las riendas al cochero y se bajó del carruaje. Durante un instante maravilloso,
Seth vio un elegante tobillo que tapaba la bota de piel azul y una bonita pantorrilla con una media de
seda blanca, antes de que el vestido cayese nuevamente. Ella guió a Vaughn hacia la puerta y Seth la
oyó hablar todo el tiempo.
Seth corrió a la puerta de entada. Gilroy abrió la puerta y la sujetó. Natasha le quitó la
lámpara.
—Al dormitorio —le dijo a Vaughn, que se dirigía al despacho. Él la miró—. Al dormitorio —
repitió ella con firmeza—. Hay que llamar al doctor para que la vea —Vaughn titubeó un instante—.
Vaughn, está sangrando por allí, por el sitio de las mujeres —dijo Natasha, y Seth se dio cuenta de
que ella ni tartamudeaba ni se ruborizaba al hablar de aquellos temas delante de un mayordomo,
una doncella y dos caballeros.
Vaughn empalideció, pero asintió y se dirigió a las escaleras, subiéndolas de dos en dos a pesar
de su carga. Natasha subió detrás de él, la falda recogida en un brazo, la otra llevando la lámpara en
alto para mostrarle el camino a Vaughn. El cabello suelto le caía en ondas por la espalda, más debajo
de la cintura.
Seth tocó a Gilroy en el hombro.
—Será mejor que vayáis a por el doctor enseguida —dijo suavemente.
Gilroy asintió, siguiendo con la mirada a sus señores.
—Será mejor que lo haga —dijo con preocupación y salió por la puerta, que seguía abierta. No
llevaba ni chaqueta ni cuello, porque se había tomado la tarde libre, pero se había olvidado que no
iba correctamente arreglado, algo tan sorprendente como todo lo que estaba sucediendo aquel día.
Natasha se quedó con Vaughn y Elisa hasta que llegó el médico y un poco tiempo después de
que éste lo hiciera. Mientras tanto, Seth comenzó a pasearse frente a la chimenea y Gilroy
reapareció para avivar el fuego con su cuello, su corbata y su chaqueta rayada abrochada
perfectamente. Después de haber cargado la chimenea, le sirvió un whisky a Seth, sin que éste se lo
pidiese.
—¿Podríais decirle a Lady Natasha que he avisado a su familia que está aquí sana y salva? —
dijo.
Seth asintió y Gilroy se retiró tras hacer una inclinación. Seth se bebió el whisky de un trago y
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

reanudó sus paseos. Finalmente, se oyó el crujir de las escaleras, unas voces murmurando y el sonido
de la puerta de entrada que se abría y cerraba. Natasha entró en la habitación, con aspecto cansado
y triste.
—¿El doctor se acaba de ir? —preguntó Seth.
Natasha se dirigió a la ventana, viendo la noche.
—Elisa... perdió el bebé —dijo, dándole la espalda.
Seth asintió. La noticia no era inesperada, después de lo que Natasha había dicho en el
vestíbulo, pero sintió tristeza de todos modos. Vaughn sentiría su pérdida intensamente.
—¿Qué sucedió? —le preguntó suavemente.
—Si no os importa, Seth, preferiría contarlo una sola vez... cuando venga Vaughn —su tono era
remoto. Etéreo. Y seguía dándole la espalda.
Seth volvió a comenzar a pasearse.
Más tarde, cuando el fuego comenzó a extinguirse otra vez, Vaughn entró a la habitación.
Parecía exhausto y una enorme tristeza se reflejaba en sus ojos. Se dirigió directamente a Natasha y
la abrazó con fuerza. Cerró los ojos mientras apoyaba su mejilla contra la parte de arriba de la cabeza
de ella y Natasha se estrechó contra él con la misma fuerza. Seth ahogó la vocecilla de protesta
dentro de sí. El abrazo de Vaughn no era más que el de un amigo que se apoya en otro amigo.
Finalmente, Vaughn la soltó y la besó en la mejilla.
—¿Cómo puedo agradecéroslo? —le preguntó, con la voz quebrada.
—Amándola y haciendo que quede encinta lo antes posible —dijo ella, mirándolo con calma.
Seth sintió otro pequeño sobresalto. Algo había cambiado en Natasha aquella larga tarde. Se
enfrentaba al mundo y resolvía las cosas como un hombre, sin ceder, sin disculparse, sin vergüenzas.
Y, de repente, su miedo aumentó un poco más. Sintió que le estrangulaba. Quería saber lo que le
había sucedido a Elisa. Ahora, mientras le corría un escalofrío por la espalda, hubiese dado lo que
fuese para no oír lo que Natasha estaba por decir, porque sentía en los huesos que de alguna manera
aquello había sido por su culpa.
Vaughn suspiró como respuesta a la franca contestación de Natasha y se sentó, pero no se
hundió en el sillón de orejas, sino que se quedó en el borde y apoyó los brazos en las rodillas.
—Contádnoslo —le dijo a Natasha.
Ella se sentó en el sofá frente a él, también en el borde, y se apoyó en los brazos, pero con las
rodillas unidas bajo el vestido manchado, arrugado y roto. Con voz monótona, carente de emoción,
relató el rapto de Elisa y su persecución del carruaje. Aunque dio pocos detalles de cómo se las
ingenió para apoderarse del carruaje y conducirlo ella, cómo había corrido a lo largo del solitario y
estrecho sendero del parque y cómo habían encontrado a Elisa, un bulto arrugado a los pies de uno
de los centenarios tejos al sudeste del parque. La había encontrado gracias a su vestido blanco, que
se veía en la penumbra.
Las dos mujeres se habían alarmado por la forma en que le habían roto el vestido a Elisa, pero
Natasha estaba más preocupada por la salud de su amiga. Las enaguas manchadas de sangre de ésta
habían confirmado sus temores. Mientras el cochero daba voces acusando a Natasha de asustar y
escandalizar a sus señoras, Natasha cubrió a Elisa con la manta del caballo, se trepó al asiento del
cochero e hizo girar al coche para dirigirse a casa de Vaughn, el sitio más seguro que se le ocurrió.
Gilroy entró para volver a ocuparse del fuego. Natasha se apoyó sobre el respaldo, y Seth se
dio cuenta de que había más, pero que ella no se atrevía a decirlo frente a Gilroy.
—¿Qué? —preguntó Vaughn cuando Gilroy acabó y se retiró, cerrando la puerta.
Ella sacó de su manga un trozo de pergamino doblado y se lo dio.
—Le metieron eso en el vestido a Elisa. Lo cogí antes de que nadie lo viese.
Vaughn lo abrió y leyó y sus labios hicieron una mueca de dureza. Le lanzó una mirada a Seth.
—¿Qué dice? —preguntó Seth, cansado.
Vaughn se lo alargó y Seth lo cogió con mano temblorosa. Cogió aire y lo leyó:
Parad la investigación, de lo contrario...
—Por todos los santos —masculló Seth con la voz ronca—. Me siento enfermo...
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Sentaros antes de que os caigáis, hombre —dijo Vaughn, tironeándole de la manga.


Seth se derrumbó en el sofá. El temblor de las manos se le había extendido a todo el cuerpo.
—Siento un frío más intenso que el que hace en el invierno en Harrow... —le pusieron una
copa en las manos. Elevó la vista. Vaughn se había levantado y le había servido un whisky. Seth se
aferró a la copa con ambas manos y bebió. El cristal se entrechocó con sus dientes—. Es todo por
culpa mía, ¿no os dais cuenta? —les dijo—. Mi pasado, mi maldito pasado. El único motivo por el que
Elisa se encuentra en esa cama allí arriba es por mí. No debí venir. Debí haberme contentado con mi
suerte estos quince días. Navegado a Irlanda para vivir una existencia sencilla. Pero en vez de ello...
oh, Dios, en vez... —se bebió de golpe lo que le quedaba de whisky y apretó los dientes—. Tendría
que marcharme.
Natasha le miró. Sus ojos se veían enormes en el rostro pálido.
—¿Por qué?
—¿No os dais cuenta de que si me quedo crearé más problemas?
—Natasha tiene razón, ¿qué diferencia haría que os marchaseis? —preguntó Vaughn.
—Si no estoy aquí...
—No es por culpa vuestra, Seth, no permitiré que penséis que lo es.
—¡Sí que lo es, maldición! ¡El único motivo por el que esto ha sucedido es porque os convencí
de que investigaseis aquella terrible noche en Harrow, hace quince años. ¿Sabéis cuánto deseo que
aquella noche no hubiese tenido lugar? Juré que haría lo que fuese para cambiar lo que sucedió
aquella noche, pero no quería decir esto. Jamás.
—Pero ya está —dijo Vaughn suavemente—. Y no creáis que fue vuestro encanto irlandés el
que me convenció. Lo hice por mi propia voluntad —Vaughn cogió la copa vacía de las manos sin
fuerzas de Seth, atravesó la estancia y sirvió tres whiskies. Le dio una a Natasha—. Es whisky puro —
le advirtió—, pero os calmará —le dio la bebida a Seth.
Detrás de ellos, Natasha empinó la copa, bebiéndosela de un trago. Dejó la copa vacía con la
misma delicadeza con la que hubiese dejado una taza de té en su platillo y se reclinó sobre el
respaldo.
Vaughn sorbió pensativo su bebida.
—En realidad, la nota esta es una señal alentadora, Seth.
—¿Cómo iba a serlo? —un terrible dolor de cabeza le impedía pensar.
—Estaremos buscando información en los sitios adecuados, de lo contrario no habrían
reaccionado de esta forma. El objetivo de esto ha sido asustarnos para que dejemos la investigación
y que vos os marchéis. Pretenden que os volváis a Irlanda o quizá incluso a Australia.
—¿Pero, quiénes son? —preguntó Natasha.
—No lo sé, pero pretendo averiguarlo —respondió Vaughn. La expresión de su rostro hizo que
Seth recordase al Vaughn de su época de Eton, pero nunca había visto tanta dureza en ella antes—.
Quieren que nos marchemos con el rabo entre las patas —repitió Vaughn—. Así que haremos
exactamente lo contrario. Aceleraremos la investigación. Cuento con veinticinco hombres a mi
disposición y haré que olisqueen como sabuesos hasta el último rincón de Inglaterra e Irlanda antes
de la puesta de sol.
—¿Estáis seguro, hombre? —preguntó Seth, sintiendo que su esperanza renacía.
Vaughn levantó la mirada. Sus ojos brillaban no con la furia negra y apasionada que sufría Seth,
sino con una rabia fría e implacable.
—Se han equivocado con el hombre al que han atacado.

***

Natasha y Seth se paseaban por el pequeño jardín detrás de la casa de los Wardell. Era de
noche pero relativamente pronto. Gilroy había enviado a un hombre a preparar el carruaje de
Vaughn para llevar a Natasha a casa. Vaughn había vuelto a subir para estar con Elisa cuando ésta se
despertase.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Seth habló en la oscuridad, rompiendo el silencio que les envolvía como el aire de la noche.
—Dijisteis que una vez amasteis a Vaughn. ¿Todavía le amáis?
Sobresaltada ante la íntima pregunta, Natasha le miró a los ojos. Los ojos de él brillaban con un
calor que le hacía hervir la sangre. Era un hombre tan hermoso de alma y cuerpo, aquel hombre que
había soportado tanto por un crimen que no había cometido. Su sufrimiento al creer que la desgracia
de Elisa era culpa suya le había llegado a Natasha al corazón.
Para devolverle su amabilidad, respondió a su pregunta con honestidad:
—Le quiero como amigo. Siempre será mi amigo del alma, y Elisa también.
—¿Pero no le deseáis?
—No. No fue solamente su aspecto lo que me hizo enamorarme de él. Era la forma en que me
hablaba, como no lo había hecho ningún hombre antes ni desde entonces. Me hacía muchas
preguntas y escuchaba mis respuestas. Como corresponde. Yo no estaba acostumbrada a eso. En
absoluto. Por primera vez en mi vida a alguien le importaba lo que yo pensase.
—Pero él se enamoró de Elisa. ¿Os rompió el corazón? —Sorprendida, Natasha arqueó una
ceja.
—Sí, pero no lo hizo a propósito. Uno no puede evitar enamorarse de alguien. Sé que él no me
hubiese hecho daño deliberadamente y si me hubiese podido ahorrar la vergüenza lo habría hecho
—hizo una pausa y luego intentó buscar la verdad, una verdad más dura—. Le respeto por su coraje,
Seth. Se enfrentó a toda la sociedad y habló de su amor por Elisa, y de que tenía intención de casarse
con ella. Les mandó a todos al infierno.
—Según me contó él, fue vuestra valentía lo que los salvó por fin.
—¿De veras que dijo eso? —que la apreciasen Vaughn y el hombre que tenía delante le
producía una cálida felicidad.
La estaba mirando fijamente y sus ojos se clavaron en los labios de ella. Deslizó la lengua por
ellos, cohibida y el corazón comenzó a latirle más rápidamente.
—Sois muy hermosa, ¿lo sabéis?
—¿Aunque esté sucia y desarrapada? —bromeó, pensando en el cabello suelto que tendría
que arreglarse antes de volver a casa para que no la enloqueciesen a preguntas sus padres.
—Son las marcas de vuestro coraje.
—¿Lo creéis así? Sencillamente intentaba ayudar a Elisa porque Vaughn no estaba allí.
—Habéis hecho lo que había que hacer y no os arredrasteis ante una tarea dura. Lo recordaré
toda la vida —dijo él en voz baja, con un timbre que hizo vibrar la columna femenina de arriba abajo.
Ella hizo una profunda inspiración, buscando en ello el valor que él declaró que poseía y le
rodeó el cuello con la mano.
—Besadme, Seth —murmuró agradeciendo que la noche le escondiese las mejillas ardientes.
Él se sorprendió y luego sonrió. Los dientes brillaron en la oscuridad.
—Lo que pida la dama —dijo, tomándola en sus brazos.
Ella elevó ligeramente el rostro y salió al encuentro de sus labios. Le besó dulcemente,
delicadamente y sintió cómo él se quedaba un poco cortado. ¿Sorprendido? ¿Satisfecho? Recordó lo
que Elisa le había dicho y, envalentonada, continuó explorando. Le deslizó la lengua por el contorno
de los labios, sintiendo su suavidad, urgiéndole a que los abriese, y él lo hizo.
—¿Buscando la recompensa del guerrero, señora? —murmuró él contra sus labios. Olía a
madera de sándalo y almizcle, un aroma agradable, y podía sentirle el sabor del whisky en los labios y
el aliento. Todo aquello estaba dominado por el calor y la talla de él, que sometía sus pensamientos y
la hacía sentir muy débil y femenina.
—Callad —le dijo. Acercó la boca de él a la de ella colocándole la mano en la cabeza y se
apretó contra él. Le gustaba la sensación de su contacto contra ella, a lo largo de su cuerpo. Cerró los
ojos y paladeó su aroma, su calor, su sabor. Probó a deslizar su lengua por los labios masculinos y le
encantó la sensación. Bajó la mano por la espalda de él, la hizo descender hasta el culo de él. Metió
la mano por debajo de la chaqueta que llevaba él y la apoyó firmemente en el músculo, abriendo los
dedos para explorar la forma y la sensación que le producía.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Seth levantó la cabeza para mirarla y a la suave luz de la luna ella percibió su sobresalto.
—Señora, veo que vuestro coraje todavía está inflamado.
Ella le sonrió un poco y le apretó contra ella con la mano que le apoyaba en el culo.
—Decís la verdad, Seth —y su corazón le dio un vuelco cuando se dio cuenta de que él
empujaba contra ella su gruesa polla. Era un bulto contra su cadera que ella podía sentir a través de
tres capas de enaguas. No pudo evitar mover las caderas un poco para explorar su forma.
Seth emitió un gran gemido y sus manos la estrecharon por la cintura.
—¿Qué es lo que pretendéis, Natasha? ¿Volverme loco?
Sí, eso exactamente, pensó ella, riéndose por dentro. La confianza la invadió, a la vez que una
ardiente excitación. Elisa tenía razón, podría vengarse. Inclinó la cabeza un poco para sonreírle a
Seth.
—Sólo deseaba besaros.
Oyó una tosecilla detrás de ella, que provenía del porche trasero de la casa.
—Señora, el carruaje os espera —anunció Gilroy.
—Gracias, Gilroy, enseguida voy —dijo ella por encima del hombro. Se puso de puntillas para
darle un último beso a Seth y esta vez dejó que la mano se deslizase por encima de la cadera
masculina para rozarle apenas el paquete. El contacto, aunque ligero, le dio la sensación de carne
caliente y dura, y un estremecimiento la recorrió como respuesta.
Seth lanzó una exclamación ahogada.
Al oírla, ella sintió que la embargaba la emoción.
—Buenas noches, Seth —le deseó, y corrió hacia la casa, donde se hallaba Gilroy con un
sombrero de Elisa y un chal y guantes para que se pusiese Natasha. Esta miró atrás mientras Gilroy le
ponía el chal sobre los hombros. Seth se hallaba a la luz de la luna, con las manos en las caderas,
mirándola. Desde donde ella se encontraba, no le podía ver la cara, pero sabía que él la miraba con
los ojos entrecerrados y que su cuerpo palpitaba por el sobresalto y la pizca de placer que ella le
había proporcionado.
Disimuló una sonrisa y entró a la casa.

***

Vaughn se encontraba junto a Elisa, estrechándole la mano mientras ella dormía.


La pena pesaba en el corazón masculino, angustiándole. ¡Cuánto había deseado Elisa aquel
niño! Todos lo esperaban con ilusión, hasta Raymond le había confesado la alegría que sentía.
Retiró un rubio rizo del rostro femenino y ella se movió. Abrió los ojos, parpadeando unas
veces. El dolor de los ojos azules le oprimió el corazón.
—Lo siento, mi amor —dijo, besándola dulcemente.
Los ojos femeninos se llenaron de lágrimas y rodaron por las mejillas. Desoyendo el consejo
del médico de que no la moviese, él se acostó a su lado y la estrechó en sus brazos, dejándola llorar.
Le acarició la espalda mientras cada mudo sollozo no hacía más que aumentar la pena de su corazón.
—Encontraré quién os ha hecho esto, Elisa. Os juro que le encontraré.
Ella le miró, los ojos enrojecidos.
—Pero, ¿y la nota? Os matarán si lo intentáis.
El dolor del pecho masculino se abrió, enviándole afiladas astillas por todo el cuerpo. Aquel era
el quid de la cuestión.
—Elisa, debemos hacer esto. Vos y yo nos hemos enfrentado a monstruos antes y juntos
encontramos la forma de superarlos. Aquellos monstruos intentaron dirigir el curso de nuestras
vidas, pero les ganamos. Amor mío, no cambiaría los últimos años con vos por nada, ni siquiera por
mi vida. Han sido un tesoro para mí.
—¡No debéis decir eso, Vaughn! ¿Qué haría sin vos? Por favor, retirad vuestras palabras. Mi
vida sin vos no tendría sentido.
—Ssssh... —la calmó él, estrechándola contra su pecho—. No debemos ceder ante este nuevo
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

monstruo que intenta decirnos cómo vivir nuestras vidas. Si cedemos, Elisa, si hacemos lo que nos
dicen, nos someteremos, nuestras vidas perderán parte de la libertad por la que hemos luchado
tanto.
—Si seguís con esto, Vaughn, quizá os maten. O a mí. A cualquiera de nosotros.
Él le levantó la barbilla para mirarla a los ojos.
—Sí, quizá —dijo, lo más calmo que pudo—. Creo que lo dicen muy en serio.
Ella le miró a los ojos un largo rato en silencio y luego sorbió las lágrimas y se secó las mejillas.
—Tenéis razón. Me enseñasteis lo hermosa que puede ser la vida cuando se lucha para vivirla
a tu manera. No podría volver a la vida llena de miedo que tenía antes, así que os apoyaré ahora.
Perseguidles, Vaughn —dijo, con la voz firme—. No seríais el hombre con el que me enamoré si no lo
hicieseis.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 10

—Aunque, para ser franco —dijo Seth, elevando su copa de brandy de modo que la luz del
fuego iluminó el líquido dorado—, me pregunto por qué decidieron tomarla con vosotros y con los
vuestros. Después de todo, es a mí a quien quieren echar del país, no a vos.
—Yo resulto una amenaza mayor para ellos en este momento —respondió Vaughn. Había
unido las puntas de los dedos y su copa sin tocar se hallaba a su lado. A diferencia de Seth, estaba
perfectamente sobrio—. Vos no tenéis los medios que tengo yo para hurgar en Irlanda y revolver su
historia. Si hubiesen logrado dejarme fuera de juego, habría sido mucho más fácil lidiar con vos.
—¿Medios? —dijo Seth, enfadado—. Tengo tres mil malditas libras inglesas en mi camarote.
En plata.
Vaughn sonrió.
—Y por Dios que las usaremos —le aseguró—. Pero no conocéis ninguna persona influyente en
estas tierras a quien le importase mover un dedo para ayudaros.
—Excepto vos —dijo Seth, tomando un trago de brandy y haciendo una mueca.
—Exacto —acabó Vaughn en voz baja.
Seth se pasó las manos por el pelo y lanzó un suspiro.
—Entonces, atacan a vuestra esposa. ¡Menuda panda!
—Otra cosa en la que estamos de acuerdo —dijo Vaughn, dejando caer las manos—. Pero
ahora sabemos que no dan cuartel, Seth, podemos tomar nuestras precauciones. ¿Queréis otro
brandy?
—He bebido más de la cuenta —dijo Seth, frotándose los ojos. Era muy tarde—. ¿Se puede
hacer algo más aparte de esperar la información de vuestros hombres?
—No.
Se hizo un silencio y los pensamientos de Seth volvieron a Natasha, de pie junto a la ventana,
calma e imperturbable mientras él se había dedicado a pasearse por la estancia. Y con ella vino la
sensación de su pequeña mano rozándole.
Aquella caricia deliberada. Su cuerpo palpitó como respuesta, al igual que aquella noche, cada
vez que pensaba en ello.
—Esta tragedia no solamente os ha afectado a vos y a Elisa —dijo.
Vaughn le atravesó con una penetrante mirada.
—¿Natasha? —dijo—, sí, parece que por fin ha encontrado su sitio.
—Nunca habría imaginado la guerrera que se escondía tras su belleza.
—La mayoría de la gente la subestima —sonrió—. Incluso sus padres —la sonrisa se esfumó—.
Y Natasha misma.
—Ya no —dijo Seth. Y, nuevamente sintió el roce de su mano y la mirada de complicidad
cuando le sonrió.
—¡Qué pareja! —rió Vaughn—. Me pregunto quién llevará los pantalones en vuestra casa —se
estiró—. Ya es hora de dormir. Os quedáis, ¿verdad?
De repente, algo se estrelló contra el cristal de la ventana y al girarse, le golpeó en el hombro
con una fuerza que hizo trastabillar. Vaughn lanzó un grito y corrió hacia la puerta. Se oyó la puerta
abrirse y sus pasos en el porche.
Una piedra grande como un puño había caído a sus pies. Curiosamente, estaba atada con una
cuerdecilla. Frotándose el hombro, le dio la vuelta con el pie y vio que la cuerda sujetaba una nota
doblada.
Con el pulso acelerado, levantó la piedra. Desapareció todo el cansancio y el efecto de la
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

bebida.
Hablad con vuestro padre. Pedidle que os explique cuál es el precio por meter las narices donde
no debéis. Luego marcharos de Inglaterra. De lo contrario...

***

Seth se incorporó para abrir la puerta del carruaje y miró atrás.


—¿No venís? —dijo.
Vaughn no se movió. Apoyaba las manos en el bastón de cabeza de plata que llevaba
consigo—. Esto tiene que ser entre vos y vuestro padre, Seth —dijo en voz baja—. Está claro que
vuestro padre es parte del asunto, pero es vuestro padre y debéis enfrentaros a él solo. No puede
haceros más daño del que os ha hecho ya.
—En lo único que pienso es en Albany —dijo Seth, apretando los puños.
—Recordad por qué estáis haciendo esto.
Natasha. El bebé de Elisa. Liam. Su madre. Cada una de las personas que habían sido
transportadas a las colonias. Asintió con la cabeza.
—No me esperéis —le dijo a Vaughn—. Cogeré un coche a la vuelta.
Vaughn se llevó la mano al ala del sombrero.
—Tened cuidado.
Seth se llevó la mano a la corbata una última vez y salió del carruaje antes de cambiar de
opinión. Subió las escalinatas de la elegante mansión georgiana que llevaba trescientos años en su
familia. Detrás de él, el carruaje se alejó por el camino de grava.
Seth llamó y se ajustó el sombrero. Llevaba el mejor traje de paño que se podía comprar en
Saville Row, la camisa de seda y las botas de brillante piel. Pero no se había quitado el pendiente y
mientras esperaba que le abrieran, se le ocurrió pensar que su pendiente era la única parte
verdadera de aquel Seth Harrow. ¿A quién había creído que podría engañar con aquel atuendo tan
fino y acento cuidado?
Desde luego que a su padre no.
El mayordomo casi le doblaba en dos con la edad y elevó la mirada escrutando el rostro de
Seth mientras parpadeaba en la cruda luz de la mañana.
—¿Puedo serviros en algo señor?
—¿Se encuentra Lord Innesford en casa esta mañana? Me gustaría verle —dijo Seth con
elegante acento que le salió naturalmente al estar vestido con aquellas ropas, y en presencia del
anciano mayordomo que tantos recuerdos le traía.
—Lo siento, pero Lord Innesford no puede ser molestado, particularmente sin cita previa —
replicó Humphries. La voz le temblaba, pero su dignidad permanecía intacta. Era una afrenta
personal que alguien se atreviese a molestar a su amo sin la cortesía de acordar previamente el
tema.
—Venga, Humphries —dijo Seth suavemente—. ¿No podrá encontrar un momento para su
hijo?
—Desde luego que esa es una broma de mal gusto, señor —dijo Humphries, parpadeando—. El
hijo de Lord Innesford lleva quince años muerto.
—Humphries, ¿no me reconoces? Sé que han pasado quince años, pero me niego a creer que
te hayas olvidado de mí.
Humphries le miró y no había nada en su mirada que desvelase sus pensamientos. Aquella cara
impertérrita llevaba treinta años sirviendo a su padre y seguía a su servicio.
—Lo siento, señor, pero el señor no se encuentra disponible —comenzó a cerrar la puerta.
Seth apoyó la mano contra la madera, manteniéndola abierta.
—Preguntadle —dijo suavemente—. Decidle quién soy, y preguntadle. Al menos merezco esa
cortesía.
El mayordomo reflexionó un instante.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Veré si el señor se encuentra disponible —dijo, con su formal rigidez.


—Esperaré aquí —dijo Seth, entrando.
Se quitó el sombrero y los guantes y los dejó en la mesa de la entrada, debajo del espejo
dorado de la pared. Más allá del vestíbulo se veía la escalera de mármol y hierro forjado que llevaba
a los pisos superiores, con sus alfombras de incalculable valor, que su padre había traído de
Constantinopla en uno de sus viajes a ver sus intereses allí. Aquellos intereses databan del tiempo de
las cruzadas, en las que otro ancestro había peleado y muerto valientemente ante los muros de
Jerusalén, su vida cercenada por el mismo infiel que ahora mercaba alfombras con su familia en vez
de insultos.
Humphries descendió las escaleras, los brazos a los costados. A pesar de su avanzada edad, no
se rebajaba a cogerse del pasamanos. Seth le esperó al pie de la escalera. Sabía que Humphries no se
apresuraría ni le daría la información sin acabar de bajar los escalones. Apretó los dientes y esperó
hasta que el viejo se encontró a su lado.
—Lord Innesford no se encuentra disponible, señorito.
Seth sorteó a Humphries y subió corriendo las escaleras. Al llegar arriba giró a la izquierda
instintivamente, hacia el despacho de su padre, donde el sol de la mañana entraba por las ventanas y
un fuego crepitaba en la chimenea. Su padre siempre se sentaba tras un ornamentado escritorio
estilo imperio, que según decían provenía del Palacio Real de Viena.
Mientras se dirigía por el pasillo hacia la gran puerta, Seth se dio cuenta de que su infancia
entera había sido una larga serie de problemas y dificultadas puntualizados por mortificantes
entrevistas con su padre.
Después de conocer a Vaughn en Eton y aprender cómo apañárselas con la autoridad en vez
de enfrentarse a ella con los puños levantados, las interminables entrevistas e interrogatorios con su
padre se redujeron un poco. En cierto modo, su condena y transporte a las antípodas no habían
hecho más que coronar su infancia y cerrado aquel período de su vida irrevocablemente.
Abrió la puerta del despacho, entró a la habitación brillantemente iluminada y la cerró con
llave detrás de sí. Olía a alcanfor y a algo más que le hizo pensar en hojas podridas.
—¿Eres tú, Humphries? ¿Se ha ido ya? —era la voz de su padre, débil y trémula. Y no provenía
del escritorio, sino de un sillón de orejas que había junto al fuego.
—No, no se ha ido, Padre —dijo Seth, con el pulso acelerado, algo que no tenía ninguna
relación con que hubiese subido las escaleras de dos en dos. Se acercó a la chimenea y se dio la
vuelta para enfrentarse a su padre. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener su expresión
ecuánime.
Su padre era un inválido.
El picaporte hizo un violento ruido.
—¡Señor! —exclamó la voz de Humphries del otro lado—. ¡No podéis molestar al señor conde!
Aquel robusto hombre lleno de vida que tanto había atemorizado a Seth hacía quince años era
ahora un frágil viejecillo de piel grisácea, acurrucado bajo una manta a cuadros.
—Decidle que ya me habéis molestado —dijo, sin resuello. Hablar le dio un ataque de tos que
le sacudió el cuerpo entero y le dejó sin aliento durante un interminable minuto mientras Seth le
miraba, alarmado.
Cuando remitió, su padre se apoyó en el respaldo del sillón, cerrando los ojos, la boca floja.
Se oyó un ahogado ruido metálico en la puerta y Seth dirigió allí la mirada. Habían empujado la
llave desde el otro lado de la cerradura para que cayese en un periódico que habían pasado por
debajo de la puerta. Ahora tiraban del periódico nuevamente, llevándose la llave.
Seth se agachó frente a su padre.
—Señor, atravesarán esa puerta en unos segundos y solamente vos podéis evitar que me
echen de esta casa. Sólo necesito unos minutos de vuestro tiempo, y luego me marcharé de vuestra
vida. Eso es lo único que os pido como mi padre, y nada más.
—¿Por qué habría de hacerlo? —dijo su padre en un susurro, abriendo apenas los ojos.
Se oyó cómo metían la llave en la cerradura. Habló rápidamente.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Padre, la esposa de un amigo fue herida anoche. Perdió su bebé. Los responsables de la
pérdida me dicen que os pregunte por qué tengo que marcharme de Inglaterra y deje de hacer
preguntas sobre lo que sucedió en Irlanda hace quince años.
El rostro de su padre empalideció aún más, su piel fina y apergaminada. El anciano emitió un
gemido.
La puerta se abrió de golpe y dos forzudos lacayos entraron corriendo, cogiendo a Seth por los
brazos y haciéndole incorporarse.
—¡Padre! —dijo éste.
—Dejadle —susurró su padre con un suspiro.
—¡Señor! —protestó Humphries—, ¿estáis seguro? —portaba una pistola.
—No, no estoy seguro —dijo Marcus Williams con un suspiro—, pero es lo que deseo. Ocúpate
de ello, Humphries.
—Sí, señor —dijo el mayordomo con una inclinación de cabeza a los dos lacayos, que se
retiraron a desgana. Se marcharon.
Seth miró a Humphries a los ojos y dio la vuelta al sillón para hablar con él.
—¿Cuánto lleva así? —dijo en voz baja.
—El señor lleva varios años indispuesto —dijo Humphries rígidamente—, pero su condición se
empeoró de repente hace unos días —retorció las manos—. No he logrado que coma nada —una
preocupación sincera se manifestó en el rostro del anciano. Llevaba toda la vida ocupándose de las
cuestiones de su amo.
Seth le apoyó una mano en el hombro para ofrecerle consuelo. Humphries dirigió su mirada a
ella, se enderezó todo lo que pudo y dejó caer los brazos a los lados. Había recobrado el control.
—Sufrió un vahído el martes por la mañana. Le encontré aquí, en el suelo...
El martes. El día después del baile. Su padre había sufrido un colapso cuando se enteró de que
su hijo, el repudiado, el convicto, había vuelto a Londres.
—Gracias, Humphries —dijo Seth, y volvió con su padre. Acercó un sillón y se sentó en el
borde, para tener sus ojos a la altura de los de él. Oyó que Humphries cerraba la puerta. Por fin a
solas con su padre. Sacó del bolsillo la nota arrugada que estaba atada a la roca y se la enseñó.
—Esto es lo que me mandaron anoche, después de que Elisa, Lady Fairleigh, fuese atacada.
¿Queréis que os la lea?
Su padre levantó una mano cubierta de manchas e hizo un gesto de rechazo.
—Te creo, muchacho —cerró los ojos, como si sintiese un dolor.
—Entonces, decidme lo que significa. Lo sabéis, ¿verdad? —preguntó Seth. Al ver la tensión en
el viejo y sus labios apretados, insistió—. Padre, creedme. Nunca hice nada de lo que me acusaron.
La sedición, el asesinado, todos los cargos, excepto uno, eran mentira. El único crimen que cometí
aquella noche en Irlanda fue sentir compasión por mi amigo Liam y su familia, y asistir a aquella
reunión porque él necesitaba desesperadamente que yo le demostrase que me importaba.
—Lo sé —dijo su padre con un suspiro—. Siempre lo he sabido —y, sorprendentemente, su
rostro se frunció y dos lagrimones se deslizaron por las secas mejillas. Se cubrió el rostro con las
manos, los hombros hundidos—. Oh, Dios... —lloró.
—¡Os exijo la verdad, Padre, por vuestro honor y vuestra dignidad! ¡Decidme quién es el
enemigo!
Finalmente, Marcus Williams dejó caer las manos en el regazo. Mantuvo la vista fija en ellas.
—No lo sé —susurró—. Nunca lo he sabido. ¿Creéis que si lo hubiese sabido, si hubiese tenido
alguna pista, no le habría perseguido hasta los confines de la tierra para evitar que este terrible
destino os persiguiese? Intenté visitaros en Dublín, pero no quisisteis verme —dijo finalmente,
mirando a Seth con los ojos enrojecidos.
—¡Padre, estaba enfadado! ¿Cómo no os diste cuenta de lo que sucedía? ¿Estabais ciego y
sordo? ¡Estaban muriéndose de hambre! ¡Familias enteras, Padre!
—Parecéis vuestra madre.
Era una acusación que Seth recordaba de siempre, pero esta vez la recibió con cariño.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Sí. Madre es irlandesa. Y yo soy medio irlandés, pero no os gusta que os lo recuerde,
¿verdad? —hizo una mueca de desagrado—. Habladme de lo que sabéis de este enemigo. ¿Qué
relación tenéis con mi condena?
Marcus Williams suspiró.
—Tengo todo que ver, aunque estoy seguro de que no os reconfortará en absoluto. No os
interesabais en vuestra herencia, aunque alguna vez sería vuestra. ¿Probablemente no recordéis que
unos meses antes de vuestro arresto, el proyecto de ley más ambicioso de comercio irlandés que se
haya propuesto jamás se debatía a la vez en la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes?
Seth negó con la cabeza.
—¿Cómo iba a saberlo? Estaba en Cambridge.
—Estudiando leyes, según recuerdo —dijo su padre con una sonrisilla.
Seth intentó no sentir el ramalazo de culpabilidad.
—No la recuerdo —dijo, un poco más fuerte de lo que era su intención.
—Oh, nadie recuerda esa ley —dijo su padre con una amarga sonrisa—. La retiré el día
después de vuestra condena.
—¿Os obligaron a hacerlo por mí?
—No, Seth. Vuestra condena fue el castigo por no retirar el proyecto la primera vez que me
dijeron que lo hiciese.
Seth se volvió a hundir en el sillón.
—Es... es... —meneó la cabeza—. ¿Y no le dijisteis a nadie? ¿Ni siquiera a Madre?
—Insistieron en que no se lo dijese a nadie, de lo contrario vuestra madre se enfrentaría a un
futuro tan interesante como el que habían arreglado para vos.
Seth miró a su padre fijamente. Durante quince años, Marcus Williams había llevado aquel
secreto dentro. No era de extrañar que estuviese enfermo. Y que sufriese un colapso cuando se
enteró de la vuelta de su hijo...
Marcus Williams abrió los ojos nuevamente.
—El enemigo evidentemente tiene intereses irlandeses, de lo contrario, ¿para qué intentaría
vetar una ley que afectaría a Irlanda? —tosió, sacudido por los espasmos. Se llevó un pañuelo
blanquísimo a los labios mientras duró el ataque. Luego se reclinó contra el respaldo, agotado.
El pañuelo estaba manchado de sangre.
Seth tragó, la garganta seca y áspera.
—¿Qué más? —le sonsacó.
Le llevó un momento contestar.
—No hay nada más —dijo ahogadamente—. Al igual que vos, a mí me mandaban mensajes
cuyo origen era imposible de hallar.
Seth miró el pañuelo manchado y el cuerpo débil de su padre. Era como si aquella información
le hubiese estado carcomiendo todos esos años. Su padre ya había pagado su culpa. Se puso de pie.
—Os dejaré descansar.
Marcus Williams abrió un ojo.
—Recordad, Seth, el enemigo os vencerá atacando a vuestros seres queridos.
Seth asintió. Habían intentado sojuzgar a Vaughn utilizando a Elisa como punto de apoyo, eso
le convenció que la gente que había coaccionado a su padre era la misma que intentaba detener a
Seth.
Natasha.
Comenzó a dirigirse a la puerta antes de que su mente pudiese registrarlo. Si atacaban a
aquellos que creían tus seres queridos, ¿qué harían a Natasha? Los dos habían estado abrazados en
el jardín la noche anterior... seguramente se habrían percatado de ello.
Corrió a la calle, buscando un carruaje de alquiler. Paró al primero que vio y se subió dentro. El
cochero se inclinó y Seth le dio la dirección de Vaughn.
Cuando los cascos de los caballos comenzaron a resonar en el empedrado, Seth se incorporó y
golpeó en el techo.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¡No, esperad! —gritó.


Miró la calle, a los niños junto a la verja, la mujer vendiendo flores, el grupo de personas en
una esquina, del otro lado de la casa de su padre, el comerciante barriendo su sendero. Había
demasiada gente. Demasiados ojos le observaban.
—Llevadme al parque —le dijo al cochero, mientras sentía que le sudaban las sienes.
El enemigo le estaba vigilando, porque había sabido cada uno de los movimientos que había
hecho Vaughn hasta entonces. Sabían dónde se encontraba Seth cuando tiraron la piedra con la
nota, sabían que Elisa y Natasha se encontraban en el parque... aquello quizá indicase que el
enemigo era alguien a quien él conocía, o alguien que se movía con tanta naturalidad por su mundo
que no se habían percatado de él.
No podía volver a casa de Vaughn y llevar el enemigo hasta sus puertas. Hasta saber quién era,
tenía que aceptar que no tendría vida privada ni secretos, que le seguirían y que cada uno de sus
movimientos sería examinado hasta encontrar sus puntos flacos y vulnerables.
Atacan a tus seres queridos.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 11

Natasha se sentaba con las piernas juntas, las manos unidas comedidamente en el regazo y su
columna, perfectamente recta, a diez centímetros del respaldo de la silla. Una leve e indiferente
sonrisa curvaba sus labios. Llevaba un discreto vestido de noche y el cabello arreglado de forma
conservadora. Apenas se había dado colorete y polvos y parecía el modelo del decoro.
Bajo ese plácido exterior había un torbellino de emociones, principalmente la rebelión, la
venganza, y los deseos carnales.
Apenas había pasado un día desde que volviese a casa en el carruaje de Vaughn, el cabello y la
ropa totalmente desarreglados. El momento de su llegada fue desafortunado, ya que al entrar a la
casa se encontró con el salón lleno de encopetadas visitas que se la quedaron mirando
boquiabiertas, tomando nota de cada vergonzoso detalle de su apariencia.
Su madre, vestida de satén azul y encaje, el cuello y las orejas adornadas con los diamantes de
la familia, sorteó un grupo de invitados y se apresuró hacia Natasha, apretándole el brazo hasta
causarle dolor.
—¡Cómo te atreves a aparecer aquí en esas condiciones! —masculló, llevando a Natasha hacia
las escaleras.
—Madre, mi intención era subir las escaleras, simplemente. No tenía ni idea de que tuvieseis
invitados esta noche. Desde luego que no me lo dijisteis.
—Ya has indicado que no te interesan los asuntos de esta familia —siseó amargamente
Caroline mientras subía las escaleras con Natasha—. Tu padre insistió que respetásemos tus deseos
siempre que no nos avergonzases. Le dije que seguramente no cumplirías tu parte del acuerdo y
desde luego que tenía razón. ¡Dos días y ya nos has convertido en el hazmerreír de la ciudad!
—Madre, ¿a qué os...?
—¡De picos pardos por Hyde Park, mostrando los tobillos, gritando como una pescadera...!
¿No tienes ningún sentido de la propiedad? ¿No tienes orgullo? —abrió la puerta del dormitorio de
Natasha—. ¡¿Cómo has podido?! —exigió, dándole la vuelta a Natasha para que la mirase.
Natasha la miró, perpleja.
—No comprendo. Si habéis oído lo que sucedió en el parque hoy, entonces debéis saber que lo
único que hacía era ayudar a Elisa... Lady Fairleigh.
—¿Qué? ¿Gritando a voz en grito en un sitio público y mostrando las piernas? Y lo que es peor,
te rebajaste al realizar una tarea que corresponde a la clase trabajadora, cuando ya había un cochero
allí —el rostro de Caroline estaba rojo, sus labios blancos—. ¿Sabes la humillación que me has hecho
pasar esta noche? ¡Se están riendo de nosotros!
Natasha se apartó de su madre, dirigiéndose a la ventana.
—Pero... si lo único que hacía era ayudar...
—Abandonaste completamente todas las lecciones, todos los principios que te he enseñado.
Has avergonzado a tu padre. Apenas puede mantener la cabeza en alto, allí abajo, ¡soportando una
cena a la que han venido para cotillear sobre nosotros... sobre ti!
Natasha se dejó caer en la cama.
—A ver si te comprendo, Madre. ¿Quieres decir que lo correcto habría sido no hacer nada?
¿Dejar que los raptores de Elisa se la llevasen a quién sabe dónde?
—Pedir auxilio no está por debajo de la dignidad de una dama —dijo Caroline cuadrando los
hombros—. Pero semejante alharaca en público... ¡Oh, nunca podré superar esto!
—Comprendo —dijo Natasha, disimulando su enfado. Mantuvo los puños apretados, dejando
que las uñas se le clavasen en las palmas y se centró en el dolor que le producían. Recordó el
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

increíble mensaje que Elisa le había transmitido aquella misma tarde: para una dama, la apariencia lo
es todo.
Hizo una profunda inspiración. No sabía si podría hacerlo, pero lo intentaría, por el bien de
Elisa.
—Siento muchísimo haberos avergonzado a vos y a Padre, mamá. No era mi intención. Olvidé
mi condición, pensé solamente en el peligro en el que se encontraba Lady Fairleigh. ¿Cómo puedo
remediarlo? —las palabras le dejaron mal sabor de boca, pero la expresión sobresaltada de su madre
y la forma en que se suavizaron sus facciones y se convirtió en la madre cariñosa y dulce que Natasha
recordaba de su infancia, de repente parecieron justificarlo.
—Aprecio tu contrición —dijo Caroline rígidamente—, pero una trasgresión como ésta merece
un castigo. Permanecerás en tu habitación hasta que yo te lo indique. Y estoy segura de que tu padre
tendrá algo que decirte.
—Sí, Madre —dijo Natasha, mordiéndose la lengua. No podía permitirse empeorar la situación
ahora que su madre se había calmado.
Caroline se dirigió al espejo encima de la chimenea y se arregló el peinado.
—He de volver al salón para que llamen a cenar. Si queda algo después de que sirvan a los
invitados, le diré a una de las doncellas que te traiga una bandeja.
—Gracias, Madre.
Caroline hizo una mueca de disgusto ante el espejo.
—La verdad es que no sé cómo podré sobrevivir a esta velada. Son tan maliciosos... —
haciendo una profunda inspiración, se alisó el satén encima del abdomen y recogió la cola del
vestido. Le dirigió una mirada a su hija.
—Aprovecha el tiempo que estás aquí —sugirió—. Piensa que eres de noble cuna, con todo lo
que ello implica. Debes aprender a comportarte de acuerdo con tu posición social.
—Sí, Madre.
Pero Caroline no le respondió. La puerta se cerró y se oyó la llave al girar, dejado a Natasha
sola en su habitación.
Permaneció allí hasta las cinco de la tarde del día siguiente, sin ver a nadie excepto a la
doncella que le llevaba la comida. Y en vez de pasar el tiempo reflexionando en sus obligaciones en la
vida, se dedicó a imaginar su siguiente cita con Seth. ¿Qué haría él? ¿Qué diría? ¿Qué podría hacer
ella? Sacó sus novelas secretas y leyó las partes más reveladoras y estimulantes. Se preguntó, como
siempre, sobre los aspectos prácticos que los libros no mencionaban. Elisa la había ayudado un poco,
pero pronto se enteraría de aquellos secretos. Muy pronto.
En cuanto el reloj de carillón de la chimenea dio las cinco, apareció Caroline con dos doncellas
a la zaga.
—Debes prepararte para la cena. Asistiremos a la cena de Lord Dulsenay esta noche. Tu padre
nos acompañará.
Seguramente su madre aceptó la invitación en su nombre. Natasha se mordió la lengua y
recordó la lección de Elisa.
—Debo tomar un baño —dijo, poniéndose de pie—. Todavía huelo al polvo de Hyde Park.
—Ya te traen la tina y el agua —dijo Caroline—. Yo también debo arreglarme. ¿Confío en que
puedo confiar en ti al respecto?
—Ya me he disculpado, mamá. ¿Qué más puedo decir que os asegure que me he corregido?
Caroline miró a Natasha de arriba abajo y se marchó con porte altanero.
Natasha se bañó y se puso el traje más conservador que poseía. Era de su primera temporada
y seguramente que alguien lo recordaría y haría algún comentario sobre su antigüedad, pero le daba
igual. Lo que importaba era la impresión que causase. Deseaba que todos creyesen que era la
doncella dulce y prudente que sólo tenía en la cabeza la idea de encontrar esposo.
Bajo el traje no llevaba corsé y sus calzones y camisola eran de ligerísima seda francesa, casi
transparente. Durante unos momentos irreflexivos se le ocurrió no ponerse nada, pero la doncella
que la vestía no era Alice, la pelirroja jovencita de Manchester a quien Natasha podía intimidar
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

fácilmente. No podía arriesgarse a que llegase a oídos de su madre que no iba correctamente
vestida, y necesitaba la ayuda de la doncella para abrochar el vestido.
Además, la idea de estar totalmente desnuda debajo del vestido era demasiado atrevida; con
sólo pensarlo se ruborizó.
Se tocó el vientre para probar. Cedió con una blandura extraña y se inclinó a tocarse los dedos
de los pies, maravillándose ante su amplitud de movimiento. Tendría que tener cuidado de mantener
la espalda bien recta, como una dama, o todo el mundo se enteraría de que no llevaba corsé.
Bajó las escaleras a la hora acordada, moviéndose con calma, pensando en el paso elegante de
Elisa.
Su padre se hallaba de pie junto a la chimenea con una copa de jerez en la mano y levantó la
vista cuando ella entró.
—Querida, estás adorable —dijo con una sonrisa paternal.
—Gracias, papá —dijo ella, poniéndose de puntillas para besarle la mejilla. El carraspeó,
absurdamente feliz.
Cuando Caroline llegó, miró a Natasha de arriba abajo y arqueó una ceja.
—¿No llevas colorete, querida? —preguntó, desconfiada.
—Pero madre, ¿acaso es ese un tema apropiado para discutir frente a un caballero?
Aquello tranquilizó a Caroline. Como no pudo criticar nada más sobre el aspecto de Natasha,
se vio forzada a centrar su atención en algo más.
Después de que sus padres bebiesen una copita de jerez, que Natasha rehusó, llamaron al
carruaje y se dirigieron a la gran mansión de los Dulsenay, a dos millas de distancia. Llegaron al
mismo tiempo que muchos otros invitados. Natasha mantuvo los ojos bajos, pero sin embargo logró
identificar a todos los que no habían entrado a la casa todavía. Vaughn y Elisa no se encontraban
entre ellos.
No esperaba que Seth asistiese. Seguía siendo persona no grata en Londres y nadie sabía de su
relación con los Wardell, ni de que ellos le estuviesen ayudando con su investigación. Quizá fuese
mejor que Seth no estuviese allí. Natasha no sabía cuan firme era la relación de Vaughn con la
sociedad en aquel momento, y si éste intentaba forzar la aceptación de Seth, quizá dañase su propia
reputación, logrando que no sólo Seth sino él y su esposa fuesen rechazados también.
Natasha pensó con cariño en Elisa, que seguramente seguiría en la cama. No sabía si ella
hubiese podido soportar tan bien como ella semejante golpe. El coraje de Elisa era maravilloso.
Por fin fueron recibidos por Lord Dulsenay y entraron en el enorme salón para tomar un jerez
antes de la cena. Natasha encontró una silla aislada en una esquina, aceptó una limonada, y contuvo
una mueca de disgusto. Le hubiese venido bien un brandy en aquel momento.
No había ni una sola persona en la habitación que tuviese menos de cuarenta años, y desde
luego nadie que ella conociese lo bastante como para hablar sin que la tuviesen que presentar
formalmente, o al menos acompañar durante la conversación. De repente, se dio cuenta de todas las
reglas y convenciones que llevaba al menos un año saltándose. Con razón sus padres habían acabado
llenos de enfado y frustración.
Recordó algo que le había dicho Vaughn. Eres una mujer joven, no tienes el poder de vivir tu
vida propia sin consecuencias. Todavía no. Dependes de la familia. Es más fácil para los hombres de
esa forma.
Era una lección amarga, pero Elisa la había suavizado un poco con su propio axioma. Para las
mujeres, la apariencia lo es todo.
Pues muy bien, jugaría el juego al estilo de Elisa, y vería si funcionaba un poco mejor. Desde
luego, su abierto desafío no le había servido de nada. ¿La ayudaría aquella estrategia a ganarse a
Seth? ¿Podría Seth limpiar su nombre?
De repente, oyó la voz gangosa de Sholto Piggot, y el sobresalto casi la hizo volcar la limonada.
Se echó hacia atrás en la silla. Por suerte no llevaba el corsé y podía doblar la espalda un poquito
para esconderse detrás del borde del arco que se proyectaba. Oyó la voz de su madre, alegre y
tintineante de risa, y de repente, se dio cuenta de que ella era la única chica soltera allí y que Piggot
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

era el único hombre sin compañera.


Sintió una opresión en el pecho. Se había olvidado de aquella potencial complicación en su
vida.
La voz de Elisa le susurró al oído: "Coraje, Natasha". Después de todo lo que Elisa había pasado
para surgir victoriosa y con Vaughn a su lado, aquella pequeña cena no era nada en comparación.
Pero no se sentaría ociosa, dejando que Sholto Piggot eligiese el sitio de la confrontación. Dejó
la copa de limonada con cierto alivio y salió de detrás del arco. Su madre y Piggot se hallaban junto a
la chimenea, bajo el gran candelabro de cristal que colgaba del techo. Piggot tenía aspecto de
enfermo, con sendas manchas de color en los agudos pómulos y la nariz muy roja.
Natasha hizo una profunda inspiración y se acercó a saludarle con una sonrisa en el rostro.
Piggot se enderezó y le hizo una pequeña inclinación.
—Lady Natasha, me honráis con vuestra presencia, qué agradable veros aquí.
Natasha permitió que le besase la mano y tuvo que contenerse para no secarse la huella
húmeda con la otra mano.
—Lord Henscher. Qué placer volver a veros —le dijo.
El monóculo de Piggot se cayó cuando él abrió los ojos con sorpresa y ella disimuló una
sonrisa.
—Lady Natasha, estáis deliciosa esta noche —dijo, la mirada yéndosele al modesto escote de
su vestido. El corte conservador de la prenda no pareció detener sus ojos inquisitivos. La forma en
que la miraba la hizo sentir como si no llevase nada de ropa.
—Gracias, señor —dijo, cortésmente.
Él se alisó el ralo bigote con un flaco dedo.
—Por favor, querida, llamadme Sholto.
Su aliento apestaba a brandy.
Su madre esbozó una sonrisa radiante, su mirada yendo de Piggot a Natasha. De repente,
como un relámpago, se dio cuenta: ¡sus padres iban a forzar una alianza con él! Era cuestión de
casarse ahora o quedarse solterona, y sus padres nunca se contentarían con la segunda opción. Sintió
el amargo sabor de la bilis en la boca. Se le había acabado el tiempo. Se quedó sin palabras. ¿Qué le
podía decir a ese hombrecillo odioso?
Pero luego, como una brisa sobre un lago estival, una fuerte emoción se extendió por la
estancia, y los presentes susurraron y se sobresaltaron con ella. Su atención se centró en la puerta
del salón. El mayordomo hacía pasar a un invitado nuevo.
La recorrió una oleada de alivio. Era Vaughn que estrechaba la mano a algunos de los
caballeros que le rodeaban. Por supuesto, todos le conocían. Los hombres le apreciaban. Elevó la
mano como para indicar a un acompañante y hacerle acercarse y Natasha sintió un sobresalto.
¿Habría asistido Elisa, después de todo? ¿No era demasiado pronto para que se levantase? Quizá era
por eso que todos estaban tan confusos.
Luego, cuando el acompañante entró, Natasha sintió que el corazón le daba un vuelco.
Era Seth.
Vestido con un traje perfectamente correcto, Seth era el caballero que ella había conocido en
el baile. El sobresalto fue reemplazado por una ola de cálido júbilo. ¡Cómo se alegraba de verle!
Deseó atravesar la habitación corriendo y echarse a sus brazos.
Pero en vez de ello, bajó la mirada e hizo un esfuerzo por mantener su rostro inexpresivo. La
apariencia lo es todo.
Se dio cuenta de que Piggot la observaba detenidamente. Los ojillos agudos brillaban con algo
que parecía orgullo posesivo. ¡Cómo le odiaba!
Por debajo de los párpados, observó discretamente la reacción de los invitados: las mujeres
cuchicheaban tras los abanicos, los hombres les observaban comentando abiertamente, ellos no
necesitaban abanicos.
Era una estrategia peligrosa la que habían elegido Vaughn y Seth. Vaughn se estaba jugando su
propia reputación. Contaba con que no le deshonrasen diciéndole que su invitado no era bien
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

recibido. Iba a utilizar su posición en la sociedad para imponerles a Seth y hacer que le aceptasen.
Pero, ¿lo harían?
Vaughn divisó al padre de Natasha y se dirigió directamente a él. ¡Qué valiente era! Se
disponía a confrontar al hombre que sería el que ofreciese más oposición a la presencia de Seth.
El rostro de su padre se ruborizó al darse cuenta de que Vaughn le buscaba. Al igual que ella,
todos los asistentes observaban a Vaughn y Seth sin perder detalle, ya que seguirían lo que hiciese el
padre de Natasha. Si él se negaba a estrecharle la mano a Seth, si rehusaba a aceptarle, todos le
rechazarían. Todos harían lo que hiciesen los demás, nadie se arriesgaría a que le sometiesen al
mismo aislamiento que ellos le aplicaban a quien fuese diferente de ellos.
Vaughn llegó hasta el padre de Natasha y ella deseó poder estar unos pasos más cerca para
poder oír lo que decían. Vaughn hizo acercar a Seth y se lo presentó al caballero. El rostro de éste se
puso todavía más rojo y había líneas blancas a ambos lados de su boca y Natasha se dio cuenta de
que estaba a punto de echar a Seth de allí, aunque la casa fuese de Lord Dulsenay. Su padre estaba
furioso.
Vaughn se inclinó un poco más, hablando, una sonrisa amable en el rostro. ¿Qué decía? Lord
Munroe, aunque escuchaba a Vaughn, tenía la mirada clavada en Seth. Seth parecía tranquilo, pero
al igual que ella, sabía que todo dependía de lo que hiciese su padre ahora.
Finalmente, moviéndose como un hombre con las articulaciones rígidas, su padre levantó la
mano y se la ofreció a Seth.
Seth se la estrechó e hizo una ligera inclinación cortesana, el reconocimiento a un igual. ¡Qué
mal le caería a su padre aquello! Daba igual que Seth fuese técnicamente de un rango superior.
Natasha se dio cuenta del porqué. Seth quería que le aceptase no solamente como el amigo de
Vaughn, sino como el heredero de un par de Inglaterra, por su propio derecho.
Su padre le devolvió el saludo con una rígida cabezadita. Aceptación. Lo habían logrado. Ahora
no podrían echar a Seth de la habitación a menos que cometiese una indecencia tan grande que
volviese a mancillar su nombre.
Y su padre odiaba aquello. Ella se lo notaba en la cara, lo cual la hizo darse cuenta de la
inteligencia con que Vaughn y Seth habían elegido a su primer contrincante. Vaughn sabía que el
padre de Natasha prefería esconder lo desagradable en vez de resolverlo, particularmente en
público. Ya lo había hecho una vez, cuando se enfrentó a su padre con Elisa a su lado. Bastaría con
que Vaughn mencionase el esqueleto que se escondía en el armario de los Winridge, el hijo ilegítimo
de su padre, que seguía anónimo hasta la actualidad, y su padre se había plegado, vencido. ¿Usaría
Vaughn la misma táctica allí? ¿Sería eso de lo que le hablaba a su padre antes de que éste le
estrechase la mano a Seth, un recuerdo de que su pasado no era más prístino que el de Seth?
Ahora daba igual, habían ganado su victoria. Seth tenía libertad para mezclarse con los otros
invitados y Vaughn le acompañaba, presentándole. Natasha notó que, como correspondía, le estaba
presentando a los de mayor rango primero. Como había al menos un príncipe proveniente del
continente y dos duques, pasaría un rato antes de que llegasen a las damas y las jóvenes. Sin
embargo, Natasha se encontró conteniendo el aliento y observando su lento avance por la estancia,
esperando su turno con impaciencia.
Sonó el gong y el mayordomo de peluca blanca anunció:
—Damas y caballeros, la cena está servida.
Lady Munroe deslizó su brazo por el de Piggot.
—Lord Henscher, ¿nos haría el honor a mi hija y a mí de escoltarnos a la mesa?
—Con todo gusto, Lady Munroe —dijo Piggot, con la voz tensa, como si estuviese nervioso.
Conteniendo su impaciencia y esbozando una sonrisa cortés, Natasha se dirigió tras Piggot y su
madre al comedor, donde encontró su sitio, marcado con una tarjeta, junto a un lord de grandes
bigotes que estaba sordo como una tapia. Deslizando la mirada a la derecha vio que la elegante
tarjeta color crema confirmaba sus sospechas.
—¡Oh, qué agradable sorpresa! —exclamó Sholto Piggot, viendo que la tarjeta ponía su
nombre. Sonrió a Natasha y apartó al lacayo para ocuparse él personalmente de acercarle la silla a
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Natasha. Lo hizo torpemente, enganchándole el bajo del vestido con la pata del asiento. Ella se vio
forzada a ponerse de pie y desengancharlo. Tan cerca de ella, la colonia de él era lo bastante fuerte
como para ahogar a un caballo. Y, lo que era peor, subyacía al aroma de la colonia otro más
desagradable que la hizo ahogarse y llenó sus ojos de lágrimas. Ella esbozó una sonrisa y se volvió a
sentar, con el desdichado corazón latiéndole acelerado.
Cuando Sholto se sentó, ella le lanzó una mirada a Seth. Se moría por hablarle. El corazón se le
había acelerado y alargó la mano trémula para coger su copa. Apartando la mirada de él, tomó un
sorbo de agua fresca y volvió a dejar la copa sobre la mesa.
Sus padres la vigilaban estrechamente desde sus puestos más cerca del anfitrión. Seth y
Vaughn se sentaban más cerca todavía de Lord Dulsenay, un honor que no pasaría desapercibido a
nadie. Pudo ver que la duquesa pelirroja que le había hablado con tanta intimidad en el baile se
sentaba junto a Seth y se le oprimió el corazón.
—Bonito tiempo, ¿verdad? —dijo Piggot, añadiendo—: Le estaba preguntando a vuestro padre
si podía ir a visitaros mañana. ¿Quizá quisieseis ir a dar un paseo por Hyde Park?
¡Qué torpe era aquel hombre! Por supuesto, un compromiso tenía que ser precedido por el
cortejo, por torpe que ése fuese.
Tuvo que hacer uso de toda su voluntad para no mirar directamente a Seth después de la
primera vez. Sabía que sus padres la vigilaban y que Piggot ya sospechaba algo. Sin embargo, Natasha
no podía olvidar la presencia de Seth sentado al extremo de la larga mesa, charlando con sus vecinos.
Aunque todos seguramente sabían de su reputación, no parecía que ello les impidiese hablar con él.
Se dio cuenta de que era precisamente por su reputación que estarían deseosos de departir con él.
Controlándose para no mirar a Seth directamente, Natasha intentó responder a los
comentarios corteses de los dos hombres que se sentaban a su lado. Sholto Piggot comía como si
fuese la última vez, y ella se preguntó si los rumores que había oído sobre él serían ciertos. ¿Se había
quedado su familia sin su legendaria fortuna? Fuese cual fuese el motivo de su gula, la alegró no
tener que conversar con él.
Cuando creía que nadie la miraba, observaba a Seth. Él no le dirigió la vista en ningún
momento, ni siquiera una mirada casual. ¿Por qué evitaría su mirada? Estaba segura de que él lo
hacía deliberadamente. Su atención estaba centrada en la duquesa, una sonrisa en los labios que
más parecía una mueca. El pendiente reflejó la luz y el corazón de Natasha palpitó de forma
alarmante. Deseaba a aquel hombre con una desesperación que la asustaba.
Un ardiente resentimiento comenzó a crecerle en el pecho, mezclado con la emoción que le
causaba su proximidad. La mezcla le destruyó el poco apetito que tenía. El recuerdo de la última vez
que estuvieron juntos le vino a la mente, la forma en que la boca de Seth se había posado en la de
ella, su sabor, la dulce suavidad de la lengua masculina jugueteando con la suya. Y ahora se dedicaba
a flirtear con la duquesa a su lado y ni siquiera la miraba.
Trajeron el postre, crema helada, que un americano había puesto de moda pero que a ella no
le gustaba. Mientras tomaba apenas unas cucharaditas, Natasha pensó en su estrategia de batalla.
Cuando retiraron la mesa, los hombres se pusieron de pie y con elegantes inclinaciones a sus
acompañantes femeninas, se retiraron al salón de fumar. Allí se quedarían el resto de la velada para
discutir a voz en cuello de política, caballos y quién sabe qué más.
Natasha esperó a que Seth se pusiese de pie e hizo una seña al lacayo que se hallaba detrás de
ella. Él se acercó presuroso a retirarle la silla. Ella apartó la cola de su vestido y le sonrió ampliamente
a la dama sentada junto al caballero sordo.
—Por favor, ¿podríais decirle al camarero que tomaré té? Enseguida vuelvo.
La mujer asintió con la cabeza y Natasha corrió alrededor de la mesa intentando que pareciese
que se deslizaba con elegancia. Tenía que buscar el momento adecuado porque debía parecer algo
totalmente inocente.
Seth se dirigía a la puerta junto con el mismísimo Dulsenay. Llevaba la cabeza inclinada, como
si se concentrase en algo que le decía el aristócrata. No podría hacerlo si el lord permanecía con
Seth, tendría que hablarle a él primero, él tenía un rango más elevado. Casi lanzó un suspiro de alivio
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

cuando alguien llamó a Dulsenay y él se detuvo, haciendo señas a Seth de que continuase. Ella se
cruzó con Seth al llegar a la puerta. Para alguien que la mirase parecería que llegaba a la puerta al
mismo tiempo que Seth por casualidad.
Él se quedó mirándola, sentía sus ojos en ella, como si su contacto le calentase la piel. Sintió
que comenzaba a temblar de terror y excitación. Tan cerca...
Le ofreció su mano, como lo haría cualquier dama que conoce por primera vez a un caballero.
—Harrow, ¿verdad? Nos conocimos en el Baile del Clarín, aunque todavía no nos han
presentado formalmente.
Los ojos de él se estrecharon. No hizo gesto de aceptar su mano, sino que pareció retroceder
un poco, como si ella fuese veneno. Cuadró la mandíbula y hablando en voz alta, de modo que todos
en la habitación le oyesen, incluso el viejo sordo que se había sentado junto a ella.
—Dais demasiado por sentado, señorita.
Atónita, Natasha dejó caer la mano mientras Seth pasaba a su lado para salir de la estancia.
Sin saber cómo reaccionar, se dio la vuelta para volver a la mesa y vio que Piggot, su madre y
su padre la miraban fijamente. El rostro de su madre mostraba abierta satisfacción, mientras que
tanto Piggot como su padre estaban enfurecidos.
Lo habían visto. Habían visto cómo ella había montado ese instante y el rechazo de Seth. Y
ahora, seguramente que veían la profundidad de su consternación, porque le resultaba imposible
disimular algo que le invadió todo el cuerpo, haciéndola temblar.
Lo habían visto y apuntado. Y ahora actuarían para evitar la amenaza que Seth representaba
para sus planes.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 12

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Natasha se enteró por sus padres de que Piggot
no había esperado ni una hora para hacer su jugada en contra de Seth.
Se sentó a la gran mesa, y mientras la criada le servía una taza de té, su padre se enjugó los
labios con la servilleta y carraspeó.
—Permitidme, hija, que os dé la enhorabuena por vuestro compromiso.
Se quedó mirando a su padre fijamente, intentando comprender sus palabras mientras él
dejaba caer The Times frente a su plato, abierto por la página de Anuncios Públicos. PIGGOT-
WINRIDGE ponía en letras mayúsculas como el primero de la lista.
Cogió el periódico con una mano trémula. Sentía que rodeaba su corazón una masa de hielo
sólido.
El anuncio público de su compromiso con Sholto Piggot. Su padre o Piggot habrían corrido a las
oficinas del periódico después de la cena para poner el anuncio antes de que se cerrase la edición a
las doce de la noche. Todo Londres lo sabría ya.
—¿No os pareció adecuado consultármelo? —preguntó, mirando a su padre. La rabia se
extendía como delicados tentáculos por su cuerpo, rodeaba su helado corazón.
El sonrió benévolamente.
—Vuestra madre vio el entusiasmo con que buscasteis su compañía anoche. Cuando Sholto
pidió permiso para casarse con vos, yo acepté en vuestro nombre. Sabía que os gustaría.
Jaque mate. Ahora no podía retractarse de su falso comportamiento la noche pasada. Miró a
su madre y vio la abierta satisfacción en sus ojos. Su madre se había dado cuenta de todo, ¿o lo
habría hecho después que Natasha traicionase sus verdaderos sentimientos por Seth?
Sintió deseos de llorar, pero sabía que las lágrimas resultarían fútiles ahora.
—Debéis poneros vuestro mejor vestido —dijo su madre, sin voz vibrante de alegría—. Hoy
nos presentarán al duque.
—Queréis decir que le presentarán a su futura nuera y los ricos padres de ésta —le espetó
Natasha—. No simuléis que esto es algo diferente a lo que es, Madre. Me habéis vendido por un
título.
Su madre se puso de pie, los ojos relampagueantes.
—Muy bien —dijo en voz baja—, si queréis la verdad, la tendréis. Piggot es el hijo de un duque,
y tendréis la oportunidad de ser una duquesa. No habéis mostrado ninguna inclinación a cumplir con
vuestro deber para con vuestros padres y encontrar un esposo adecuado, y Piggot desea casarse con
vos. A vuestros años, no se puede rechazar semejante oferta, ya que no surgirán otras. Aceptamos
porque vos no lo haríais. Piggot se casará con vos antes de un mes.
—Se casará con mi dote, queréis decir —dijo Natasha—. No tiene ni un penique. Le estaréis
manteniendo durante el resto de vuestros días.
—Eso no es problema —dijo su madre, dejando caer la servilleta doblada sobre la mesa—.
Estad lista a las diez —y sin mediar más palabras, se marchó.
Natasha miró a su padre, pero él bajó la vista y se concentró en su comida, como si su vida
dependiese de acabar el desayuno. No le ofrecería su apoyo.
Apesadumbrada, comenzó a prepararse para conocer a su futuro suegro.

***

Seth contuvo el grito de angustia que quería surgir de su garganta, la mirada fija en las
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

palabras que ponía la página. El compromiso de Sholto Piggot y Natasha Winridge estaba allí en
blanco y negro, por mucho que quisiese negarlo. Apretó el puño, furioso, arrugando el periódico, y
haciéndolo a un lado.
Ojalá no la hubiese rechazado la noche anterior... seguramente por ello habían forzado el tema
sus padres. Sentía en los huesos que Natasha no habría permitido aquello si él no la hubiese
humillado públicamente.
Apoyó la frente en los puños y cerró los ojos, sintiendo una ardiente angustia y desesperación.
Su culpa, todo era su culpa.
—Lo hice para protegerla —masculló.
Y ahora la había perdido. La mujer de un comerciante, un hombre que no la merecía en
absoluto. Se pasó la mano por el cabello alborotado, y recordó que había bebido demasiado después
de la cena. Le latía la cabeza.
La noche anterior había bebido una botella de brandy, seguida por una frasca de vino barato
que compró en la cantina del puerto que había adoptado mientras el Artemis se encontraba
amarrado. Harry había aparecido misteriosamente mientras él acababa el vino y le había ayudado a
subir al Artemis.
Pensó que una mujer podría hacerle olvidar el dolor reflejado en el rostro de Natasha, pero la
puta francesa que se sentó en su regazo y le acarició íntimamente sólo le hizo recordar los ojos
inocentes y confiados de Natasha. Había empujado a la mujer, haciéndola caerse de culo y luego la
echó del barco, pagándole con una moneda de plata.
Había encontrado una botella de whisky y se pasó el resto de la noche ahogando sus penas y el
desastre que era su vida. Sus padres le desheredaban, la mujer que amaba le rechazaba y no podía
huir de su pasado, por más que lo intentaba.
Ahora no tendría oportunidad de remediar el daño. Natasha se casaría con Piggot, tendría sus
hijos y llevaría una vida privilegiada.
—Veo que habéis leído las noticias.
Levantó la vista, sobresaltado. Vaughn se hallaba en la puerta de su camarote. Seth asintió,
aliviado al ver a su amigo. Éste estaba vestido impecablemente, sin un volante fuera de su sitio, y su
presencia en el pequeño camarote hizo que Seth se diese cuenta del estado de su camarote y de su
propio aspecto, sin afeitar y con el rostro hinchado por el alcohol.
—Quizá sea lo mejor —masculló—. ¿Qué tipo de vida podría ofrecerle a una mujer así?
—¿Os habéis olvidado de vuestras ambiciones tan pronto, Seth?
Seth meneó la cabeza.
—No esperaba tanta oposición. Hasta mi padre... Pues sé cuál es la situación. No levantaría ni
un dedo para ayudarme. Dejó que todo pasase mientras él lo observaba. Y todo sucedió por culpa
suya, pero él no hizo nada para ayudarme. Tampoco haría nada ahora.
—De modo que la única forma en que conseguiréis el reconocimiento que necesitáis como
legítimo heredero es si os apoderáis de vuestros dominios —señaló Vaughn. Seth agradeció que no le
mencionara que aquella era la quinta o sexta vez que había oído a Seth descargar la rabia que le daba
la hipocresía de su padre. Vaughn era un buen amigo.
—¿Apoderarme de ellos? —resopló Seth—. Necesitaría el apoyo de un ejército. Esa gente es
tan...
—Lo sé —dijo Vaughn—, pero el Seth que yo conocía de Oxford... aquel Seth no se venía abajo
ante la primera señal de resistencia.
Seth levantó la cabeza, mortificado por la suave reprimenda.
—¡Jamás dije que abandonaría!
—Entonces, os he malinterpretado —sonrió Vaughn—. Disculpadme.
—Lo que pasa es que no sé qué hacer ahora. Ella se ha comprometido con ese petimetre
adulador. Y se comprometió con él porque yo no le hice caso anoche.
—Ambos sabemos que no podías hacerle caso, que no debías hacerlo públicamente. El
enemigo, sea quien sea, lo ve todo, lo oye todo. Hasta que sepáis quién es el manipulador, nadie
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

tiene que enterarse de la importancia que ella tiene para vos.


—Entonces, estoy totalmente perdido.
—He dicho "públicamente". Lo que suceda a puertas cerradas es completamente diferente.
Tenéis que decirle la verdad, Seth. Decidle lo que sentís. Tiene que enterarse. La vida es demasiado
corta.
—Quizá fuese mejor que me marchase de Londres de una vez por todas.
Vaughn frunció el ceño.
—Es una mujer fuerte, Seth. Flaco servicio os hacéis a ambos al no hablar. ¿Qué podéis perder
con decirle lo que sentís en vuestro corazón?

***

Dos horas más tarde, Seth se encontraba frente a la casa de los Munroe. Llevaba más de una
hora allí, esperando tras el tejo del parque frente al pequeño y elegante edificio, donde se hallaba
escondido de la mayoría de los paseantes y las ventanas de la casa que vigilaba.
Aunque se había lavado, desayunado y bebido un cuartillo de agua para apagar el fuego de la
falta de moderación de la noche anterior, no se había quitado la ropa de marino. Así, estaba seguro
de que nadie, excepto Natasha, le reconocería cuando no llevase el atuendo de un lord.
No estaba seguro de lo que deseaba hacer, aunque lo que sí deseaba era contactar con ella de
tal modo que ni sus padres ni el odioso Piggot lo supiesen.
Hacía quince minutos, habían traído el carruaje a la puerta, lo cual indicaba que iban a salir.
Quizá aquella fuese la oportunidad que buscaba.
La puerta de entrada se abrió y él se enderezó, viendo como aparecía Sholto Piggot con
Natasha. El corazón le dio un vuelco al verla. Ella llevaba un vestido color azul cielo y estaba
terriblemente pálida. Iba colgada del brazo de Sholto y él le cubría la mano con la suya, como
queriendo evitar que ella la retirase.
La pareja bajó las escalinatas seguida de Lord Munroe y su esposa, y Seth sintió que se le
ponían tensas las entrañas. Todos juntos. Aquello sí que complicaba las cosas.
—Mírame, Natasha —dijo por lo bajo.

***

Natasha sentía que le daba igual casarse con Piggot o no. Era más fácil así. Nada de lo que
había hecho o intentado hacer parecía haber cambiado el rumbo de su vida en absoluto, así que no
tenía sentido intentar cambiar nada ya.
Era más fácil dejar que la vida siguiese así.
Cuando Piggot llegó a la casa, ella esperaba nerviosa sentada en el salón. Él estaba nervioso y
acelerado, trabándose con las palabras, ruborizado con el éxito de su compromiso. Su timidez
normalmente habría irritado a Natasha, pero ahora estaba totalmente insensible. Ni parpadeó
cuando él deslizó una antigua sortija de compromiso en su dedo.
Ahora, sus dedos estaban atrapados bajo la sudorosa palma de él mientras la guiaba hacia el
carruaje. Su padre se acercó a su lado y la cogió del codo con fuerza, como si intentase asegurarse de
que ella no saliese corriendo calle abajo, alejándose del carruaje y de su futuro.
No había demasiado tráfico en la calle. El único testigo de lo que casi podría considerarse un
rapto era un vagabundo detrás del seto al otro lado de la calle. El hombre la miraba, pero ella bajó
los ojos, dejándose llevar. Un vagabundo solitario no comprendería su dilema y aunque lo hiciese, le
daría igual.
Su padre se detuvo.
—¿Qué demonios...? —exclamó.
La indignación y sorpresa de su voz le llamaron la atención y levantó la vista. Su padre miraba
al otro lado del camino, los ojos clavados en el vagabundo. Luego, señalando con la cabeza al
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

hombre, le dijo al mayordomo:


—Jones, echad a ese vagabundo. No le queremos en nuestra calle.
—Sí, señor —dijo Jones, soltando la puerta del carruaje que sujetaba. Hizo una seña con la
mano a los lacayos se que hallaban en lo alto de las escaleras, y ellos se apresuraron a bajar para
acompañar al corpulento mayordomo que cruzaba el empedrado.
Natasha miró al solitario detrás del seto, preguntándose qué le habría molestado a su padre.
Luego el vagabundo dirigió su mirada directamente a ella. Un par de penetrantes ojos grises la
clavaron al pavimento. Sintió su contacto como una acusación. Seth.
Toda la obnubilación de su mente se esfumó como niebla que se lleva la brisa marina. El
corazón le dio un salto, el cuerpo se le puso tenso y alerta mientras despertaba de su letargo.
Seth se hallaba allí. Sus ojos fulguraban.
De repente, Natasha se dio cuenta de que la repudia de él la noche anterior había sido un
montaje, que de alguna manera él había intentado protegerla. No comprendía en realidad porqué,
pero saber que él no la había rechazado de verdad era lo único que necesitaba de momento. ¿Cómo
había sido tan ciega?
Soltándose de un tirón de su padre y de Piggot, invadida por el alivio y la emoción, cruzó
corriendo la calle. Su madre la llamó a voces. La sorprendió que se rebajase a comportarse así en
público. Natasha aceleró el paso. Ahora corría, y pasó junto al mayordomo y sus dos hombres.
¡Gracias a Dios que no se había puesto el corsé aquella mañana!
Llegó hasta donde se hallaba Seth, detrás de la verja del parque, y le cogió la mano. Sabía que
contaba con unos segundos solamente.
—No me di cuenta —le dijo apresuradamente—. No vi porqué lo hacíais.
—¿Por qué casaros con él? —preguntó él con voz ronca.
—Me cegaba el orgullo —confesó ella—. Y mis padres...
Dos fuertes manos la cogieron de la cintura. Se la llevaron, pero estaba contenta, porque había
visto el alivio en los ojos de Seth. Y su cálido amor tras aquel alivio. Le seguía importando.
Trastabilló en los adoquines, y casi se cayó. Sholto Piggot la sujetó y su madre se aferraba a la
puerta del carruaje como si en ello le fuese la vida.
Lord Munroe corrió hacia el parque y entre él, Jones y los dos lacayos, consiguieron reducir a
Seth.
—¿Por qué estáis vigilando mi casa? —exigió el padre de Natasha. Su cara estaba roja de rabia.
Seth no contestó, limitándose a mirarle.
Ante una muda indicación de Lord Munroe, el mayordomo le dio un puñetazo a Seth en la
boca del estómago. Seth se dobló en dos, a pesar de que los lacayos le sujetaban, así que Jones le dio
un puñetazo en el rostro, haciendo que le cedieran las rodillas. Se habría caído si los lacayos no le
hubiesen sujetado. La cabeza le cayó adelante nuevamente.
Natasha ahogó un grito de horror. Piggot la cogió del brazo.
—No es necesario que veáis algo así —le dijo, llevándola hacia al carruaje.
Ella tiró de él y se quedó donde estaba. No dejaría a Seth enfrentarse a aquellos momentos
solo.
Finalmente, Seth meneó la cabeza y la levantó. Le corría sangre de la comisura de la boca. Le
sonrió a su padre y escupió. La saliva sanguinolenta manchó la blanca pechera almidonada de su
camisa.
—Mi hija se casa dentro de menos de un mes. No tiene interés en relacionarse con alguien de
vuestra... condición. No quiero que os acerquéis a ella. Pero veo que sois un hombre obcecado, por
lo que os ofreceré un incentivo para que permanezcáis alejado de ella.
—No podréis comprarme —dijo Seth—. No tenéis suficiente dinero para ello.
Su padre asintió, como confirmando algo que sospechaba.
—Imaginaba que diríais eso. Mi aliciente no es dinero. Jones y un par de amigos suyos os
llevarán de vuelta al muelle del que habéis venido. Os darán una paliza y luego os echarán a vuestro
pulgoso barco. Harán que el barco sea remolcado hasta mar abierto y lo soltarán. Sugiero que un
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

hombre con vuestra inteligencia aproveche la lección que le estoy ofreciendo y la aplique.
Natasha se lanzó hacia ellos, pero Sholto Piggot la sujetó con mucha más fuerza de la que ella
le creía capaz. Al verla, Seth le lanzó una mirada. Ella vio que estrechaba los ojos y sacudía la cabeza
un poquito, sólo un poquito.
Ella dejó de forcejear. Había comprendido su mensaje. Aunque ella no comprendiese
demasiado, aquel movimiento le decía que él planeaba algo. Tenía que confiar en él y quedarse
callada. Dejó que la metiesen en el carruaje. Desde la ventanilla vio cómo se lo llevaban para darle la
paliza.
Subrepticiamente, se secó las lágrimas con una mano temblorosa. Tenía que confiar en Seth,
confiar en que él haría lo que fuese mejor para los dos.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 13

Cuando volvieron de la aburrida visita al padre de Sholto Piggot, el duque, Natasha pensó que
finalmente la dejarían en paz, con tiempo para pensar. Además, nerviosa y cansada tras la merienda
en la residencia de la ciudad del duque. Había sido el centro de atención como futura esposa de
Sholto.
Pero cuando se quitaba los guantes y el sombrero, su madre la cogió del brazo y la llevó casi en
volandas a su dormitorio.
—¡Me haces daño!
Su madre no le hizo caso.
Llegaron a la habitación. ¿Qué habría hecho mal ahora?
Esperó estoicamente que su madre ventilase su furia y desaprobación nuevamente, pero en
vez de ello, su madre levantó la mano y le dio una sonora bofetada en el rostro.
El golpe le adormeció instantáneamente ese lado de cara y se quedó petrificada donde se
hallaba, el horror invadiéndola con sus dedos helados. Se llevó la mano a la cara y se tocó. No sentía
nada, pero las lágrimas le corrían libremente.
—¡Cómo os atrevéis a insultar al duque de esa manera! —le espetó su madre en voz ahogada,
el pecho subiéndole y bajándole dentro del encorsetado traje de tarde de encaje—. ¡No hablasteis
con nadie, ni sonreísteis, ni aceptasteis ninguna de las delicadezas que os ofreció el duque! Le
hicisteis sentir incómodo, nos hicisteis sentir incómodos a todos. Vuestro padre está avergonzado.
¡Avergonzado!
Natasha miró fijamente a su madre. Según parecía, ni le permitirían cumplir con lo que ellos le
exigían involucrándose lo menos posible emocionalmente, no, además tenía que hacerlo con
entusiasmo. ¡Oh, Seth, Seth, cómo desearía poder huir con vos!
Mirando a su madre fijamente, Natasha daba vueltas a esos pensamientos en su mente una y
otra vez. Sí... se escaparía. Iría con Seth.
—Os quedaréis en vuestra habitación —declaró su madre—, y reflexionaréis sobre vuestra
ingratitud.
—Sí, Madre —murmuró obediente, la mente llena de pensamientos de Seth.
Su madre se marchó enfadada y ella oyó que la encerraba con llave. Se dejó caer en la cama y
contempló la ventana. Era una gran ventana de guillotina y el muro exterior estaba recubierto por
una hiedra de gruesos troncos...
La llave se oyó girar otra vez y su madre apareció con la doncella de Natasha, Hailey.
—Quitaros el vestido —ordenó su madre.
Aquella era una táctica que su madre empleaba desde que Natasha cumplió los catorce años y
se escapó una vez que la había encerrado. Al retirarle toda la ropa de la habitación, su madre se
aseguraba de que si se llegaba a escapar, no podría ir demasiado lejos.
Detrás del biombo, Natasha se quitó silenciosamente el vestido con ayuda de Hailey
agradeciendo que su madre no viese la ausencia del corsé. En camisola y calcetines, Natasha
apareció a tiempo para ver que su madre se llevaba hasta la bata, y se marchaba. No le había dejado
ni un par de zapatos.
Natasha se sentó en la cama y miró por la ventana. No podía escapar por allí, no iba a vagar
por las calles de Londres en ropa interior.
Tres horas más tarde, se abrió la puerta y entró Hailey Con una bandeja con comida. Apenas
unos años mayor que Natasha, su doncella era su amiga desde que eran pequeñas.
—Hailey, ¿me harías un favor?
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Hailey elevó la vista del té que le servía, el ceño fruncido.


—Por supuesto, señora.
—Cuando mi padre se marche a la cama, ¿me dejarás salir?
Hailey ahogó una exclamación y se llevó la mano al pecho.
—Me quedaría sin trabajo —susurró, ruborizándose.
Natasha le cogió la mano.
—Hailey, eres la única persona en quien puedo confiar. Necesito ver a Elisa, la marquesa de
Fairleigh. Necesito hablar con ella.
—Podría enviarle un mensaje por vos.
—Mis padres no lo permitirían. Saben que Vaughn y Seth son amigos.
—No me puedo arriesgar, Lady Natasha.
—Hailey, mis padres quieren forzarme a que me case con Sholto Piggot. Has visto a Piggot con
tus propios ojos. ¿Te sentirías contenta si le tuvieses por esposo?
—Yo no soy quién para decirlo, señorita —dijo Hailey, sin mirarla a los ojos.
—No me puedo casar con ese hombre. Necesito ayuda y Elisa y Vaughn son los únicos que
pueden ayudarme. Si haces esto por mí, nunca lo olvidaré. Y te quedarás conmigo durante el resto de
tu vida. No te arrepentirás, te lo prometo.
—¿Me llevaréis con vos cuando os marchéis de aquí? —preguntó Hailey, mordiéndose el labio
inferior.
—Te lo juro. Te doy mi palabra de honor.
—De acuerdo. Volveré a la medianoche. Eso le dará a vuestro padre bastante tiempo para
beber el vino que solicitó.
—Gracias, Hailey —dijo Natasha, abrazándola—. Muchas gracias.

***

Natasha se puso la capa gastada de Hailey por encima de la enagua. La capa le llegaba hasta
los tobillos y la cubría totalmente, excepto los pies descalzos, pero los zapatos de Hailey le iban
pequeños. Salió por la ventana y se cogió con fuerza a la hiedra que se agarraba a la pared de ladrillo.
No se atrevió a mirar hacia abajo y se concentró en descender con cuidado.
La casa de los Wardell no estaba demasiado lejos, pero se tomó su tiempo para asegurarse de
que nadie la veía. Las calles estaban oscuras, excepto algunas luces de gas que titilaban, disipando
apenas las tinieblas.
Necesitaba llegar hasta Seth con ayuda de Vaughn. Tenía que hablar con Seth, decirle lo que
sentía. Luego podría hacer planes para el futuro. Quizá pudiese viajar con él a Irlanda y empezar una
nueva vida. Por un momento se permitió el lujo de imaginar lo que sería su vida. Se contentaría con
lo que fuese con tal de estar con Seth. Incluso una casita en la costa del Mar de Irlanda. Sin servicio,
bueno, Hailey sí, por supuesto pero solamente unos pocos sirvientes y... niños. Le encantaría tener
muchos hijos. Sabía lo que era crecer sola, hija única, privada de compañía.
Gilroy respondió a la llamada de Natasha inmediatamente, como si hubiese estado
esperándola. Abrió la puerta de par en par en cuanto la vio.
—Por favor, entrad, Lady Natasha. Parece que tenéis mucho frío.
Vaughn la recibió en la puerta de su despacho.
—Natasha —le dijo, cogiéndole las manos y mirando por encima del hombro de ella, como si
esperase a alguien más—. ¿Qué ha sucedido?
Cohibida por la avanzada hora, ella se movió, inquieta.
—Tengo que ver a Seth. Vino por casa esta mañana y me avergüenza decir que mi padre se ha
encargado de que no vuelva a venir. Temo que esté herido, o algo peor. ¿Habéis hablado con él hoy?
Vaughn lanzó un juramento por lo bajo.
—Quizá debiésemos ir al Artemis ahora —cogió su abrigo del perchero junto a la puerta de
entrada y llamó al mayordomo, que apareció rápidamente—. Nos vamos, Gilroy, que traigan el
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

faetón inmediatamente.
Mientras esperaban, Vaughn se dio cuenta del atuendo de Natasha.
—¡Dios santo, qué ha pasado con vuestra ropa?
—Me encerraron en mi habitación y me quitaron la ropa —dijo ella, a lo cual Vaughn le ofreció
la gruesa capa de terciopelo que colgaba junto a su abrigo—. Quitaros eso, podéis poneros la capa de
Elisa.
Ella se puso la cálida capa que Vaughn le sujetaba y cuando se volvió a mirarle, el rostro de él
estaba neutro nuevamente, pero apretaba los labios con fuerza.
—¿Estáis enfadado conmigo? —le preguntó.
—Con vos no, Natasha —negó él con la cabeza—. Esperad a que subamos al faetón.
Cuando subieron al carruaje, que tenía la capota baja, Natasha se alegró de ir bien abrigada.
—¿Os dijo algo Seth esta mañana?
—No tuvimos tiempo. Mi padre le atacó muy rápido. Le sujetaron entre cuatro —se
estremeció súbitamente.
—Debéis saber, Natasha, que Seth no se puede permitir que el mundo se entere de la relación
entre vosotros dos. Hasta que nos enteremos de quién nos está manipulando, debemos suponer que
cualquiera puede ser esa persona.
—¿Por eso no queríais que hablase en la casa? ¿No confiáis siquiera en vuestros sirvientes?
Vaughn volvió a apretar los labios.
—Solamente la gente de nuestra casa, incluyendo los sirvientes, sabía que Seth se encontraba
allí la noche en que rompieron la ventana.
—Oh —dijo ella con el ceño fruncido.
—Por la misma razón, Seth no puede confiar en nadie. Corrió un enorme riesgo al ir a veros
esta mañana.
—Y pagó por ello —murmuró Natasha. Vio por el camino que iban y se dio cuenta de por
dónde iban por primera vez—. Este camino no lleva a los muelles.
—No —dijo Vaughn, pero no añadió nada más.
Veinte minutos más tarde se oyó el chapotear del agua y el crujir de la madera. Se hallaban
cerca del Támesis. Luego la espesa niebla se abrió un momento y Natasha vio los gruesos mástiles de
un gran barco, detrás de los arbustos que tenían por delante. Luego la niebla se volvió a cerrar.
Vaughn detuvo el coche y la ayudó a bajar. La llevó por los arbustos hasta una rampa. Atracado
junto a un pequeño muelle, había un navío cutter, enorme junto al pequeño poste al que lo habían
atado.
—¿Es el Artemis? —susurró ella—. ¿Cómo es que está aquí? ¿No es demasiado poco profundo
para un barco de tal calado?
—Normalmente sí, pero esta sección del río es más profunda que el resto y Seth es un
excelente navegante. Seguramente que os está esperando.
Ella se detuvo con un pie en la inclinada rampa.
—¿No subís a bordo?
—Volveré por la mañana.
—¿Y si Seth os necesita? ¿Si necesita ayuda?
Vaughn sonrió.
—Buenas noches, Natasha.
Ella hubiese querido colgarse de su brazo e insistir que subiese a bordo con ella, pero Vaughn
ya se alejaba.
Comenzó a subir la rampa, alegrándose de estar descalza, lo cual le daba más agarre. Cuando
llegó a la cubierta, se abrió una puerta y una alta figura salió a la niebla. Seth llevaba ropa similar a la
que tenía por la mañana, pero esta estaba todavía más harapienta. Tenía el pelo alborotado, como si
hubiese estado en la cama, y se parecía mucho al pirata de sus novelas.
Al acercarse, vio los moratones de su mejilla y el corte de su labio, pero aquello fue todo, lo
cual la sorprendió mucho.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¡Pero, si os llevaron para daros una paliza! ¿Cómo es que estáis aquí, intacto?
—No tan intacto —gruñó Seth, tocándose la boca.
—Pero... mi padre ordenó... no lo comprendo... ¡he estado tan preocupada!
—Después de quince años en una colonia penal —sonrió Seth—, ¿no creéis que he aprendido
cómo esquivar un puñetazo?
—¡Pero eran cuatro!
—Cuatro no es nada —dijo Seth suavemente—. A veces tuve que luchar contra seis, en mis
épocas, pero no podía hacerlo hasta que vuestro padre no lo viese, porque de lo contrario se hubiese
asegurado de mi partida. Después de que me deshiciese de ellos, Harry y yo navegamos al Artemis
río arriba. Teníamos que sacarlo de los muelles, porque vuestro padre se habría cerciorado de que
abandonásemos la amarra y nos hubiese remolcado hasta el mar.
Ella resistió el impulso de correr hacia él y decirle lo asustada que había estado, lo feliz que
estaba de verle, y lo poco que quería casarse con otro hombre.
Se hizo un silencio. Natasha sentía el latir de su corazón y deseó que él dijese algo, lo que
fuese.
—¿Qué hacéis aquí?
—Tenía que venir. Necesitaba veros, asegurarme de que estuvieseis bien.
—Ya lo habéis hecho.
No había respuesta posible a ello, excepto decir la verdad.
—No quiero marcharme —confesó.
—Entonces, no lo hagáis —en dos pasos se acercó a ella, la estrechó contra su pecho, la besó
con una urgencia igual a la de ella. Ella se aferró a él.
Cuando él se separó, la apartó para mirarla.
—Me gusta vuestra ropa de marinero —le dijo, porque estaba guapísimo su capitán.
Él lanzó una risa ahogada.
—¿No os ha dicho vuestra madre que no es seguro salir de noche?
—Sabéis perfectamente que a mi madre le daría un síncope si supiese que estoy aquí.
—Entonces, será mejor que vayáis bajo cubierta, antes de que alguien os vea.
Ella titubeó. Sabía perfectamente a lo que se refería él. Le haría el amor allí, en su barco. Su
virginidad sería tomada por un capitán de navío, un hombre que había sido mal tratado por la gente
que tendría que haberle amado más.
—Puedo llevaros a casa si queréis —dijo Seth suavemente, como si no quisiese sobresaltarla.
—No —dijo ella rápidamente, cogiéndole la mano. Seth la llevó por un estrecho pasillo hasta
su camarote. Ella entró, mirándolo todo. Estaba claro que aquella era su sala de mando, porque
había una mesa con papeles y una lámpara que colgaba de una cadena de una viga del techo. La
lámpara tenía la mecha baja y había un candelabro en el estante por encima de la cama. Y un sencillo
cofre a los pies.
La cama estaba ligeramente arrugada, pues seguramente estuvo descansando antes de que
ella llegase. Excitación y miedo le recorrieron la espalda. Esta noche se convertiría en mujer.
Seth se quitó la camisa y la tiró a un costado. Su torso desnudo, de lisa piel cetrina y duros
músculos la cautivó. Sholto Piggot no tendría aquel aspecto. Pocos hombres habría más guapos que
Seth Harrow. Y por esta noche era de ella.
Natasha apartó el cabello que llevaba suelto, se desabrochó el abrigo de Elisa y se lo quitó,
dejándolo caer sobre una silla. Al darse la vuelta vio a Seth que la miraba fijamente.
—¿Habéis venido preparada, eh? —le preguntó, al verle la enagua.
Ella se mordió el labio, preguntándose si la verdad serviría aquella vez. Parecía que enfadaba a
Vaughn, en vez de hacerle sentir comprensión.
—Mi madre me encerró en mi habitación y me quitó la ropa.
Él se acercó, levantándole la barbilla.
—Sois valiente, Natasha, increíblemente valerosa. Obcecada y decidida. Y adorable —sus
labios se curvaron en una sonrisa cuando la acercó a sí.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Un momento más tarde, la camisola de ella se le deslizaba por el cuerpo para caer a sus pies.
La mirada masculina la recorrió. Ella se sintió cohibida y expuesta, pero luego los ojos grises se
clavaron en los de ella.
—Sois extraordinaria, Natasha.
Ella no pudo evitar sonreír ante su halago. Luego él la besó y la levantó en sus brazos para
llevarla a la cama. Se desabrochó los pantalones y se los bajó por las piernas.
Ella se quedó sin aliento al ver su miembro largo y grueso que se erigía más allá de su ombligo.
Ella nunca había visto a un hombre desnudo, pero dudaba que muchos tuviesen su aspecto. Al
darse cuenta de que le estaba mirando, volvió su atención al rostro masculino.
—No pasa nada, Natasha —sonrió él al ver su expresión—. Puedes mirar si quieres.
Ella sintió que se sonrojaba.
—Es que soy nueva en esto. Quiero hacerlo bien, Seth, pero me temo que no sabré cómo.
—Callad —dijo él, deslizándose junto a ella en la cama, sin apartar la mirada—. Ésta es la
primera ocasión para los dos, sabes.
—¿Vos? Pero, desde luego, vos habréis... —se interrumpió, confusa.
—Claro, ha habido muchas mujeres en mi vida. Pero nunca una como vos —se inclinó a
besarla. Sus labios eran suaves, cálidos y dulces, convenciéndola para que abriese los suyos. Ella
recordó el sobresalto y la extraña y erótica reacción de Seth cuando ella había respondido a su beso
antes, así que sacó la lengua para recibir la de él.
—Mmm —dijo él—. ¿Quién os ha enseñado eso?
—Vos. Me refiero que me lo hicisteis a mí, así que pensé...
—Tenéis que dejar de pensar —dijo él, empujándole el hombro, de modo que ella quedase
con la espalda sobre la sábana—, y comenzar a sentir —le pasó la pierna por encima de la cadera y se
puso a horcajadas sobre ella—. No podéis disfrutar si estáis preocupada por lo que hacéis.
—No puedo evitarlo —confesó ella—. ¿Cómo puedo asegurarme de que vos... disfrutáis si no
me preocupo por ello?
Seth se inclinó para besarle la boca, rápidamente y sin pasión.
—¿Entonces, solucionemos eso, os parece? Permitidme deciros que lo he pasado
maravillosamente esta velada. Ha sido muy divertida.
Natasha lanzó una risilla.
—A veces parecéis un lord, como cualquiera de los del reino. Otras vuestro acento es muy
irlandés. Y otras veces, tenéis un acento que no he oído nunca.
—Australiano. ¿Preferís alguno de ellos? —le peguntó—. Lo que queráis será un placer.
—Sed vos mismo, Seth —dijo ella en voz baja.
—De acuerdo —dijo él suavemente. Luego su sonrisa volvió, juntamente con un brillo
malicioso en la mirada—. Cogeros de la barra, aquí —le dijo, mostrándole.
Ella alargó los brazos y se cogió la fina barra de la cama.
—¿Qué vais a hacer? —le preguntó, alarmada.
—Os enseñaré a sentir en vez de pensar, así que vuestras manos tienen que estar quietas,
pase lo que pase, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, creo —tragó, porque la garganta se le había secado—. ¿Qué me vais a hacer?
—Lo que quiero es que os concentréis en lo que hacen mis manos, eso es todo.
—¿Solamente vuestras manos?
—Por ahora —sonrió él. Le acarició la mejilla con las manos—. ¿Sentís eso?
—Sí, por supuesto.
—Concentraros, Tasha, mi amor, concentraros —le dijo—. Cerrad los ojos.
Ella le miró, incapaz de obedecerle. Se habría sentido demasiado vulnerable en una situación
en la que no sabía lo que sucedería a continuación.
—Cerradlos... o podría tapároslos, si queréis.
Obediente, ella los cerró. Enseguida comenzó a sentir el suave contacto de la sábana en su
espalda, el calor donde los muslos de Seth se apretaban contra sus caderas y el suave rozar de sus
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

testículos contra su pelvis. Y su aroma... emanaba de él, que emanaba de sus sábanas, la almohada, y
de él mismo, envolviendo su mente en sus embriagadores tentáculos. El pulso se le aceleró.
Las manos de él le rozaron las clavículas, haciéndola dar un salto.
—¿Veis? Ahora estáis sintiendo, no pensando —murmuró Seth.
—Sí —dijo Natasha roncamente.
Las suaves yemas de sus dedos le rozaron el costado de los pechos y ella se sintió
decepcionada por un instante. Pensaba que él se los tocaría luego. Pero las manos le acariciaban las
caderas y el vientre, y ella emitió un grave sonido cuando su vientre se estremeció de placer. Los
dedos le recorrieron el hueco junto al hueso de la cadera, y ella se encontró levantando las caderas
para acercarse a ellos como respuesta.
—Dios, sí —dijo Seth, su voz también ronca—. Escuchad vuestro cuerpo, Natasha. Escuchad lo
que está haciendo, lo que os está diciendo.
El peso de él se retiró de sus caderas y sus manos la cogieron suavemente de los tobillos y le
separaron las piernas. Ella sintió el fresco en la entrepierna. Se había humedecido allí, como lo hacía
cuando leía sus novelas. Entonces aquello era parte de hacer el amor, algo normal.
Las manos de él le subían por las pantorrillas, acariciándola, ascendiendo más y más. Se dio
cuenta de que si él seguía por allí, sus dedos pronto se encontrarían en ese punto caliente y húmedo
que ahora palpitaba de anticipación. Y se ruborizó al pensar que Seth ya había tenido contacto antes
con aquella parte de su anatomía. El cuerpo entero saltó de placer cuando recordó la excitación que
la lengua masculina le había causado. Pero intuía que aquello no lo era todo y que Seth estaba a
punto de demostrárselo.
Las manos de él se deslizaban por sus muslos, acariciándole la piel, haciendo que pequeñas
oleadas de placer la recorriesen. Se dio cuenta de que hacía ruidos como jadeos, pequeños gemidos
y quejidos.
—Decidme lo que queréis, Natasha.
—No lo sé —logró decir ella, y se pasó la lengua por los labios.
—Venga, decídmelo, ¿qué os pide vuestro cuerpo?
—Mis pechos —dijo ella, sintiendo que se ponía roja nuevamente—. Lo que quiero es... —pero
no pudo acabar, porque no sabía lo que quería. Lo único era que sus pechos ansiaban que los
tocasen, de alguna forma.
—Ah —dijo él, moviéndose en la cama—. ¿Así? —Preguntó, y sus dedos le rozaron
ligeramente los pechos. Era maravilloso, y el placer la recorrió con el contacto, pero no estaba del
todo bien.
—No, no del todo —dijo, frunciendo el ceño.
—Entonces, esto es a lo que os referís —los dedos se deslizaron por los pezones,
tironeándolos, y ella lanzó un gemido de placer cuando la excitación de su contacto pareció ir como
una flecha hacia su entrepierna, al punto donde él le había causado placer aquella noche.
—El gemido de una mujer —murmuró él, y ella se sintió absurdamente complacida de haber
emitido aquel sonido gutural—. Entonces, os gustará esto mucho más.
Ella contuvo el aliento, esperando. Luego sintió el contacto increíble de algo cálido y húmedo
alrededor de un pezón. Se dio con una llamarada de pasión de que él estaba mordiéndola y
tironeando suavemente con su boca. Cuando él transfirió su atención al otro pecho, ella lanzó una
exclamación ahogada y abrió los ojos involuntariamente.
—¡Oh, cielos!
Seth la miró. Sus ojos estaban semicerrados. Y su virilidad parecía más gruesa, más dura y más
larga, pulsando con su propio corazón.
Natasha se oyó jadear, y al mirar la polla de Seth, finalmente se dio cuenta de lo que pasaba.
—Dentro de mí —dijo, su voz gutural por el deseo—. Quiero que estéis dentro de mí.
Seth esbozó una lenta sonrisa, como un gourmet que se toma su tiempo.
—Dentro de un rato —le aseguró. Volvió a acercar su boca al pecho femenino y esta vez, ella le
miró chupárselo, su lengua haciendo que brillase a la luz de la lámpara. Ella echó la cabeza atrás
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

sobre la almohada, gimiendo de placer.


La boca comenzó a deslizarse abajo, pasando por su abdomen y llegando a su monte. Él se
acomodó entre las piernas femeninas e inclinó su cabeza. Ella sintió su lengua deslizándose dentro de
ella, lamiendo el pequeño punto que ella misma había descubierto en la bañera. Pero ella nunca se lo
había frotado hasta llegar al punto al que Seth la había hecho llegar, no sabía que tal explosión de los
sentidos fuese posible. Mientras la lengua de él la hacía retorcerse sobre el colchón, se dio cuenta de
que quizá sus dedos pudiesen hacer lo mismo.
Y luego sus pensamientos se desperdigaron en fragmentos incoherentes según la excitación
aumentaba y crecía, hasta que de repente el cuerpo entero comenzó a sacudirse con oleada tras
oleada de exquisito placer, robándole el aliento.
Finalmente, sin energía, cayó sobre la cama, el cuerpo hormigueándole y los nervios ardiendo.
Seth se puso a su lado y le besó la frente.
—Eso es sentir, muñeca —le dijo, la voz baja y ronca. La hizo soltar la barra de la cama y le
masajeó las palmas, donde las uñas se le habían clavado en la piel.
—Pero, ¿y vos? —preguntó ella.
Él llevó la mano femenina a la henchida polla e hizo que se la cogiese.
—No hemos acabado todavía —le aseguró. Guiándole la mano, le mostró cómo acariciarle, el
suave movimiento arriba y abajo, asegurándose de que la palma rozase los bordes del capullo, su
suave voz irlandesa instruyéndola mientras ella experimentaba.
Ella se sorprendió del calor y la rigidez de su verga, y de cómo la sentía aterciopelada al
contacto con su mano. La hechizó cómo su contacto hacía que Seth gimiese y que se acelerase su
respiración. Luego él le cogió la mano y se la apartó.
—Suficiente —le dijo, con los ojos oscuros, las pupilas dilatadas.
Deslizando la mano por el muslo de ella, llegó a su entrepierna, y le metió los dedos entre sus
pliegues, llegando al calor y la humedad de su centro.
Ella se estremeció contra su mano, pues todos los nervios de esa zona estaban sensibles y
alertas. Él sonrió al ver su reacción y la volvió a acariciar, haciendo que meneara las caderas. Ella
ahogó una exclamación cuando los dedos se hundieron en ella, y supo que allí era donde iría su polla.
—Daos prisa —le dijo, ansiando aquel momento.
Él se volvió a colocar entre las piernas de ella, pero esta vez sus caderas se hallaban contra las
de ella y se incorporó en los codos. La miró a los ojos.
—No podemos darnos prisa. Esta vez no.
Ella sintió que él empujaba en su entrada e instintivamente abrió las piernas más.
—Sí —dijo él—. Abríos para mí.
Y su polla la penetró un poquito. A ella le pareció enorme y lanzó un grito ahogado ante la
intrusión. Seth bajó la cabeza y le cogió un pezón entre los dientes, tironeando suavemente y
acariciándoselo con la lengua. El hormigueo se expandió y llegó a la orgullosa zona de la entrepierna
femenina. Y sintió que él la penetraba un poco más, abriéndola.
—Sentid, Natasha —susurró él.
Ella cerró los ojos y a pesar de la tirantez, sintió que aquella penetración a su cuerpo estaba
bien. Aunque hubo un dolor súbito y penetrante, estaba bien. Le gustaba. Sentía la presión en su
perla de placer y la excitación que le causaba comenzaba a aumentar rápidamente.
Seth se deslizó de repente dentro de ella totalmente, penetrándola hasta el fondo y ella gimió.
—Oh, ¡qué maravilloso!
Él rió, una carcajada profunda que reverberó por su pecho y la hizo sonreír.
—Eso se supone que lo tengo que decir yo —dijo, besándole la sien. Le sintió retirarse un poco
y luego volver a metérsela, y ella se dio cuenta de que aquel movimiento era igual a la caricia que le
había hecho con la mano. El movimiento de él no le causó molestia, porque su humedad hacía que se
deslizase bien. Luego, la presión sobre su perla se convirtió en un placentero masaje que
rápidamente aumentó hasta convertirse en una oleada de placer.
—¿Otra vez? —exclamó con los ojos desorbitados.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Quiero que os corráis para mí —dijo Seth sin aliento. Tenía sudor en las sienes y los
tendones de su cuello le sobresalían, tensos y duros. Su movimiento se hizo más rápido, más duro,
más fuerte, haciendo que aumentase el placer de ella también.
Llegó a la cima justamente cuando Seth se tensó sobre ella con un profundo rugido tan gutural
como lo había sido el de ella. Y le podía sentir moviéndose dentro de ella con pequeños espasmos y
empujones.
Ahora soy una mujer. El pensamiento le produjo una intensa satisfacción mientras el cuerpo le
sacudía con la fuerza del clímax.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 14

Volvieron a hacer el amor aquella noche, entre momentos de tranquilidad en los que sus
cuerpos descansaban y dejaban vagar la mente. Hacia el final de la larga noche, Natasha se despertó
con Seth acariciándola. Estaba echada de costado y Seth se hallaba tras ella, con la cabeza en la
almohada. La mano masculina, que antes se apoyaba cálida y pesada, comenzó a moverse, a acariciar
su vientre, haciéndolo estremecerse. Luego subió hasta sus pechos para acariciarle los pezones y
tocarle la curva inferior se los senos.
La caricia la despertó del todo. Sintió que se volvía a humedecer con el solo contacto de la
mano de él en sus pechos. Quizá él lo notó, porque deslizó la mano de los pliegues femeninos lo
bastante como para metérsela dentro. Ella se movió, inquieta, para que él pudiese acceder mejor y
oyó una risilla ahogada tras ella. Los labios masculinos le besaron el hombro y la mano se elevó para
acariciar lo que durante la noche había aprendido que se llamaba clítoris y que era una enorme
fuente de placer para ella.
Se estremeció por las oleadas que le producía el contacto de la mano de él. Sintió que la polla
de él la presionaba por detrás y luego la penetraba. Le recibió con una ardiente satisfacción, que
elevó todavía más su placer. Alentó a Seth con murmullos y suspiros de deleite mientras él la
penetraba con fuerza.
Cuando llegó al clímax, sintió que Seth se ponía rígido detrás de ella, sintió su semen
vertiéndosele dentro y cerró los ojos con un gozo soñoliento y satisfecho.
Un rato más tarde, Seth la sacudió suavemente.
—Es casi la madrugada —le advirtió.
Ella abrió los ojos y se encontró con los de él, clavados en su rostro. Se sintió invadida por una
calidez mientras miraba al hombre que se había llevado su virginidad y que le había enseñado cosas
que ella nunca se hubiese imaginado. Recuerdos de aquella noche le pasaron por la mente,
recordándole porqué el cuerpo le dolía en sitios que nunca le había dolido antes.
Con razón sus novelas no describían lo que sucedía. No había palabras como para expresar las
emociones que se experimentaban, excepto que era lo más cercano al cielo que hubiese
experimentado nunca.
Miró por el pequeño ojo de buey. El cielo comenzaba a tomar un color gris. La aurora se
asomaba. Tendría que marcharse ahora, volver a su casa antes de que sus padres notasen su
ausencia. Le devolvió la mirada a Seth. Él le sonrió suavemente y toda idea de marcharse se le fue de
la cabeza.
—Buenos días —dijo él, acercándola a sí. Su cuerpo era cálido y firme. Le besó, inhalando su
aroma almizclado, masculino. Ojalá pudiese quedarse así todo el día, en sus brazos.
Su virilidad, como acero y terciopelo, se apoyó contra el estómago de ella. Sonrió.
—¿Veis lo que me hacéis, muñeca?
Ella lanzó una ligera carcajada, y sus dedos le recorrieron la tiesa verga, sintiéndole alargarse y
engrosarse. De repente se dio cuenta de lo que Elisa quería decir cuando mencionaba el poder que
una mujer tenía sobre un hombre. Como un contacto podía hacer que un hombre cayese de rodillas.
—Aprendéis pronto, Natasha.
—He aprendido con el mejor.
Su declaración le gustó, se dio cuenta por el brillo de los ojos grises y él se lo demostró un
momento más tarde, besándola con fuerza, penetrándola con su lengua, acariciándola con pericia,
robándole el aliento.
Empujándola suavemente para que se echara de espaldas, la abrió de piernas con sus rodillas.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Apartó los labios y sus ojos, tan oscuros y apasionados hicieron que el corazón le diese un salto. Le
lanzó una mirada a su virilidad, cuya punta le tocaba su abertura, caliente y húmeda de deseo.
Lentamente él la penetró, centímetro a centímetro, mientras el cuerpo femenino se
acomodaba a su gran tamaño. Él cerró los ojos, la mandíbula tensa, obviamente esforzándose por
controlarse. Y luego comenzó a moverse, un movimiento suave y rítmico que hacía que las caderas
de ella deseasen levantarse con cada golpe.
Le cubrió un pecho con la mano y cogiéndole el pezón entre el índice y el pulgar, se lo tironeó
haciendo que la invadiese un calor que se extendió por todo su cuerpo. La besó allí, su boca caliente,
su lengua como terciopelo mientras la acariciaba.
Las entrañas de ella se tensaron como un arco según se acercaba al increíble clímax.
Y luego la sacudió con una fuerza que la dejó sin aliento, el cuerpo palpitante y latiente
mientras el clímax la reclamaba.
Seth lanzó un profundo rugido cuando la siguió, su cuerpo estremeciéndose contra el de ella.
Cuando el corazón femenino finalmente se calmó, ella vio por encima de Seth el ojo de buey y
recordó que tenía que vestirse. No había tiempo que perder. Se sentó y sacó las piernas por el
costado de la cama, cogiendo la enagua para ponérsela rápidamente.
Seth le pasó la mano por la espalda, causándole carne de gallina.
—¿Y ahora qué, Natasha? ¿Os volvéis a casaros con él?
Ella se inclinó a besarle.
—¿Cómo podéis preguntar eso? ¿Sabéis que mi padre acordó ese matrimonio en contra de
mis deseos?
—Vuestro padre no permitirá nunca que os caséis conmigo —dijo él con voz dura—. Siempre
me verá como un ex convicto. No os retendré conmigo, Natasha, a no ser que nos casemos. No
permitiré que el mundo os rechace como me ha rechazado a mí.
—Volveré a mi hogar con mis padres, pero vos venís conmigo, Seth. Juntos. Acabaremos esto
juntos.
—No puedo volver con vos —dijo él—. Ahora no, porque estáis en peligro. Debemos mantener
esto privado. Nadie debe saberlo. Solamente prometedme que no os casaréis con él.
—Os juro que no lo haré —dijo Natasha. Se oyeron pisadas en la cubierta. Vaughn había
llegado. Se puso el abrigo de Elisa, lo abrochó y luego le dirigió una última mirada a Seth. ¿Debía
decirle lo que había en su corazón? ¿Tenía derecho a decirlo? Le dirigió una mirada a la cama en la
que había dormido y supo que era su esposa de acto, si no de ipso, y que el derecho era suyo.
Le sonrió.
—Os amo, Seth. Solamente a vos.
Y vio su expresión atónita antes de cerrar la puerta tras de sí.

Diez minutos más tarde, sentada a salvo en el carruaje de Vaughn, Natasha se mordía el labio
inferior. Había visto la expresión de Seth cuando le declaró su amor. Sobresalto e incredulidad.
¿Habría cometido un error al declarar sus sentimientos?
Todo su cuerpo protestaba al abandonar a Seth y el Artemis, pero Seth tenía razón, debía
buscar el momento. Había alguien que les podía hacer verdadero daño. Como prueba, bastaba con
que mirase lo que les había pasado a Vaughn y a Elisa.
El carruaje se detuvo a la vuelta de su casa. Cambió el abrigo de Elisa por el de Hailey y,
envolviéndose en éste, bajó la cabeza y se dirigió a la parte trasera de la casa. No se atrevió a usar la
entrada de servicio, porque a aquella hora ya habría gente levantada, sino que volvió a trepar por la
hiedra, rogando que no cediese y la tirase al suelo. Cuando llegó a su habitación le dolían las manos
de aferrarse a la hiedra y estaba sin aliento. Lanzando una última mirada abajo para asegurarse de
que nadie la hubiese visto, abrió la ventana y se deslizó dentro. Hailey dormía profundamente en una
silla.
La doncella se despertó en cuanto Natasha le dio un golpecito en el hombro.
—Señora, creía que no llegarías a tiempo —bajó la voz—. Gracias a Dios que ya estáis en casa
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—la abrazó estrechamente—. Venga, vamos a quitaros esa enagua y poneros un camisón.
A los pocos minutos, Natasha se encontraba vestida con su camisón, metida en cama y
durmiéndose mientras pensaba en Seth y en la noche con él.
Un terrible alarido la despertó de un profundo sueño. Se sentó de golpe en la cama e intentó
tranquilizar los latidos de su corazón.
¿Era su madre la que gritaba? Así lo parecía.
Natasha se arrebujó en las sábanas, preguntándose qué habría sucedido. ¿Había descubierto
su secreto su madre? ¿La habrían visto trepando por la hiedra?
La invadió un oscuro presentimiento. Salió de la cama, se puso la bata y la ató de cualquier
forma. Golpeó la puerta, dando voces, hasta que finalmente alguien le quitó el cerrojo y pudo salir,
pero se marchó antes de que pudiese abrir la puerta para averiguar quién había hecho una pausa
para ayudarla. Corrió por el pasillo y bajó la escalera a los trompicones.
Se detuvo del golpe con el corazón en la boca. Su madre, siempre tan recatada, estaba sentada
en el umbral del estudio de su padre, las faldas mostrando indecentemente sus tobillos.
—¡Madre! —exclamó Natasha, corriendo a su lado, pero el valet de su padre, Nigel, la sujetó—
. Lady Natasha, por favor, volved a vuestra habitación. No deberíais ver esto.
Una doncella le puso un frasco de sales bajo la nariz a su madre, y ésta se movió, emitiendo un
profundo sollozo.
¿Qué podía ser tan horrible que causase a su madre desmayarse y sollozar en público?
Se soltó de los brazos de Nigel para asomarse dentro de la habitación.
Parecía haber nevado dentro. Todo estaba cubierto de plumas blancas. Y en el suelo,
despatarrado junto a la copa de whisky preferida de su padre, un hombre yacía en un charco de
sangre.
Su padre. En aquel momento supo que su padre había muerto.
Natasha sintió que las rodillas le cedían al marearse. Nigel la sujetó.
—¡No lo comprendo! —lloró ella.
Los ojos del viejo servidor se llenaron de lágrimas y meneó la cabeza.
—Han disparado a vuestro padre, señorita.
—¿Disparado? ¿Quién?
—Y quien sino el hombre que estuvo aquí ayer. Es una pena que no le matásemos.
¿Seth?
—Eso es imposible —dijo, meneando la cabeza.
—Me temo que es verdad, señorita. Vuestro padre tenía una nota firmada por Seth Harrow,
reclamando compensación por el insulto de ayer.
—El señor Harrow no estuvo aquí anoche.
—Habrá venido en la madrugada. Vuestro padre se despertó a las dos de la mañana, y yo le
traje un vaso de leche tibia. Estaba vivo entonces, cuando me retiré. Vuestra madre le encontró hace
un momento. Lo siento muchísimo.

***

El sol se había levantado, produciendo sombras alargadas en la cubierta del Artemis mientras
Seth, vestido con toda la elegancia de un caballero, se preparó para el día que se iniciaba.
Normalmente se despertaba pronto, pero esta mañana su mente le daba vueltas y vueltas al
pequeño milagro que había experimentado anoche. Cuando organizó el viaje, en Australia, se había
dicho que tendría que ser fuerte para poder enfrentarse a todas las tareas tristes y desagradables
que le esperaban en Londres. Nunca imaginó que encontraría tanta felicidad, y sin embargo, así
había sucedido.
—Os amo.
Le había dicho Natasha. Todavía recordaba su voz.
Le amaba. Lo había visto en sus ojos, la dulzura, la devoción, y, por supuesto, el amor.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Hacía mucho tiempo que nadie le miraba de aquella forma. Igual tiempo hacía desde que
sentía algo así por otra persona. Las colonias penales no dejaban tiempo para las emociones más
dulces y pisoteaban despiadadamente cualquier inclinación hacia ellas. A los guardias no les
importaba, y pronto a los prisioneros dejaba de importarles. Lo único que importaba era sobrevivir a
toda costa.
Pero ahora todo había cambiado. Por más que hubiese intentado negarlo, tenía mucho por lo
que vivir, mucho que demostrar, si quería ganarse la mano de Natasha.
Y lo haría.
Daba igual lo que tardase y la forma en que lo hiciese. Natasha Winridge sería su esposa.
—¡Seth, sube a cubierta! —le llamó Harry.
Seth se sorprendió. Harry nunca gritaba. Con el pulso acelerado, Seth corrió escaleras arriba y
subió a cubierta.
Harry señaló a la costa.
Un poco más allá del Artemis un grupo de hombres se reunía en el pequeño muelle. Muchos
de ellos llevaban uniformes azules y altos sombreros.
Se le hizo un nudo en el estómago. Bobbies, muchos bobbies. Y todos se dirigían a su barco.
¿Para qué estaban allí, si no?
¿Cómo le habían encontrado? En realidad, no había escondido el barco, era imposible
esconder un barco tan grande en el Támesis. Simplemente lo había movido a un sitio donde no se
imaginarían que estuviese.
Al ver el grupo que se acercaba, se preguntó qué problemas le provocaría ahora el padre de
Natasha. Estaba claro que había llamado a las autoridades. Seth no estaba seguro de qué ley había
roto al acostarse con la hija de un noble, pero estaba seguro de que su padre encontraría una forma
de castigarle por ello.
Muy bien, entonces. Hizo una inspiración. La noche pasada había asumido unos riesgos
conscientemente. Cuando vio que Natasha subía la rampa y se dio cuenta de que ella venía a él y en
lo que resultaría la visita, había aceptado todo lo que conllevaría aquella noche de placer. El gozo y el
placer, el momento supremo en el que ella le había confesado su amor... pero también las
consecuencias.
Entonces, se volvió para recibir a la policía como era debido.
—Harry —llamó suavemente—. Quiero que vayas a la casa de Lord Fairleigh. Dile que se reúna
conmigo en Scotland Yard en cuanto pueda. Y dile que traiga el mejor abogado que se pueda
contratar.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 15

—La carga se pudre, Seth. Toda esa comida. Es una pena, pero tengo que tomar una decisión
—los dedos de Harry cogieron con fuerza los barrotes de la celda, porque sabía tan bien como Seth a
dónde iba dirigida aquella comida: Irlanda, a llenar la tripa de los amigos hambrientos. Seth no tenía
intención de volver a casa con las manos vacías.
Hacía un día que habían arrestado a Seth por el asesinato de Lord Munroe. La acusación había
sido una ducha fría, y había pasado el tiempo que llevaba en la celda intentando comprender cómo
se beneficiaría alguien con la muerte del barón. No tenía sentido.
Pero la nota que encontraron junto al cuerpo era toda la evidencia que necesitaban los
ingleses. Le daba a Seth el único motivo probable para matar a Munroe.
El problema era que él no había escrito la carta, y sin embargo nadie le creía. Seth veía un
futuro sombrío, pues ya había probado en carne propia las injusticias del sistema judicial. Ya sabía
que no siempre la verdad es la que prevalece, ni que triunfa la justicia.
La forma terrible en que le había tratado la policía presuponía que lo peor estaba por llegar. Ya
habían decidido que era culpable.
Y pobre Natasha. ¿Creería ella que él no tenía nada que ver con el asesinato de su padre?
¡Maldición, debió marcharse directamente a Irlanda!
Y ahora Harry venía con peores noticias.
—Ya se ha corrido la voz —prosiguió Harry—, y los acreedores vienen por todos los lados. El
Artemis necesita levar anclas, Seth. ¿Qué hago?
Seth se pasó la mano por el pelo, pensando rápidamente.
—¿Dónde cuernos está Vaughn? ¿Le hiciste saber exactamente lo que te dije?
—Por supuesto que sí —dijo Harry, dolorido.
—Perdona —dijo Seth con una mueca—, pero estoy varado aquí sin poder hacer nada.
—Lo sé —dijo Harry, cediendo—. ¿Voy a Irlanda, Seth? ¿Lo hago por ti? Puedo reunir a la
tripulación en un pis pas. Además, se están aburriendo aquí sin hacer nada, en las tabernas. Hace
demasiado frío y se alegrarán de poder marcharse.
Seth suspiró. Problemas, demasiados problemas. ¿Cómo podría resolverlos encerrado en su
celda? ¿Dónde estaba Vaughn?
Ahora que su amigo se retrasaba, se dio cuenta de lo mucho que había contado con que él le
resolvería las cosas. Pues bien, tendría que arreglárselas por sí solo. Lo había hecho durante quince
años, así que tendría que hacerlo ahora también.
Y nunca más se abriría a la amistad.
Ni al amor.
—No te marches todavía, Harry —dijo, aferrándose a los barrotes—. Dame un poco de tiempo.
Mañana por la mañana tengo vista con el juez, quizá logre librarme de ésta. Si mañana a la noche no
he salido de la cárcel, márchate a Irlanda y entrega toda la comida que puedas. Sabes bien a quién
buscar, ya lo hemos hablado con frecuencia.
—Sí, bien lo sé —dijo Harry.
—Una vez que descargues en Irlanda, puedes considerar al Artemis tuyo. Puedes ir donde
quieras, hacer lo que quieras. Yo te recomendaría que volvieses a Australia, pero como serás el
capitán, serás tú quien tome esa decisión.
—Pero, ¡no puedo hacer eso! —protestó Harry, aferrándose a los barrotes también—. ¿Qué
harás cuando salgas de aquí? ¿Aunque sea más tarde que mañana?
—Harry —dijo Seth, cogiendo la mano de Harry—, si no consigo salir antes de mañana por la
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

noche, es que iré a juicio y me encontrarán culpable. Creen que he matado a un lord del reino, Harry.
Esta vez no me mandarán a prisión. Me colgarán.

***

Cuando Vaughn llegó a la casa, mantuvo en secreto los motivos por los que Natasha debía
acompañarle, se negó a compartirlos hasta con ella.
Ella no quería ir con él. El torbellino de emociones que la habían invadido desde ver el cadáver
de su padre la había obnubilado y sentido como si su cuerpo estuviese recubierto de plomo. Deseaba
quedarse en su habitación.
Pero tras cerciorarse con una mirada de que no hubiese testigos, Vaughn había cubierto la
mano de ella con la suya.
—Por favor, Natasha, esto es muy importante. Tienes que hablar por tu familia en la cuestión
de la que me tengo que ocupar. Tu madre no puede.
—Nuestro abogado se está ocupando...
—No, Natasha, él se ocupa de los negocios de tu padre. Le dan igual los tuyos. Ven conmigo.
Y entonces ella había ido. No había encontrado ninguna resistencia a su marcha. Su madre, el
rostro tan blanco como las lilas funerarias que adornaban la casa, se hallaba acurrucada frente al
fuego en el salón. No se movió ni levantó la vista cuando Natasha le dijo que saldría un momento. Su
tía Susannah, en la esquina junto a la chimenea, se había limitado a levantar la vista antes de volver a
su Biblia.
Las instrucciones que Vaughn le dio al cochero cuando subieron a su carruaje tampoco le
dieron ninguna pista.
—Las caballerizas de Rumpole —dijo brevemente.
Cuando emprendieron el camino, Vaughn se apoyó en el respaldo de su asiento y la miró.
—Siento lo de tu padre, Natasha. Era un hombre de honor que siempre intentó vivir de
acuerdo con sus principios. Eso es mucho más de lo que se puede decir de muchos de sus
congéneres.
Natasha sintió que las lágrimas le ardían en los ojos, pero se contuvo. De todos los tópicos que
había oído durante el último día, el de Vaughn era el más sincero y honesto. Había capturado el
espíritu de su padre en unas pocas palabras.
—Gracias —le dijo, cuando su voz estuvo lo bastante fuerte para hablar.
Él asintió y se tiró del chaleco. Natasha se dio cuenta de su incomodidad.
—¿Por qué me habéis traído? —preguntó—. ¿Qué es lo que no me podéis haber dicho en la
casa?
—Vos y yo sabemos que Seth no asesinó a vuestro padre. Es imposible que lo hiciese, y ambos
sabemos porqué.
Ella asintió.
—Pero eso es algo que no puede admitir públicamente. Porque no podemos hablar de ello,
todo lo que verán los demás es que Seth tenía amplios motivos para matar a vuestro padre, y que era
más que capaz de asesinar.
Natasha se quedó sin aliento, el corazón oprimido.
—Seth no haría algo así...
—He dicho que era capaz de hacerlo, eso es todo —la interrumpió Vaughn—. La mayoría de
los hombres son capaces de asesinar si la pasión les domina, y Seth tiene más pasión que la mayoría.
Y eso es lo que verán los jueces. Así que necesito vuestra ayuda, Natasha.
—Por supuesto —dijo ella con sencillez—. Pedidme lo que sea.
—Voy a pediros bastante —le advirtió él.
—Lo que pidáis —afirmó ella, estremeciéndose—. Lo haré.
El resto del viaje fue en silencio, lo cual le dio tiempo a Natasha para preguntarse qué era lo
que Vaughn le iba a pedir. El pesado torbellino de culpabilidad y dolor remitió un poco. Estaba
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

ayudando a Seth, y si ayudaba a Seth era posible que el verdadero asesino se revelase y que la
muerte de su padre no quedase impune.
—Espero meter al asesino en prisión para siempre —masculló—. No, espero que le
transporten a Port MacQuarrie y que se muera picando piedra tras años de miseria a manos de sus
guardias.
—Oh, no quedará en ello —dijo Vaughn. Le lanzó una penetrante mirada, como si estuviese
sorprendido o incómodo—. Si descubren quién asesinó a vuestro padre, le colgarán.
—Pero... creen que lo hizo Seth —dijo, sintiendo que una mano helada le oprimía el corazón.
—En efecto —dijo Vaughn en voz baja.
El carruaje se detuvo de golpe, puntualizando la simple respuesta.
Natasha le miró fijamente. No hizo ademán de bajarse del carruaje.
—¿Le colgarán? —preguntó, la voz tensa.
—Si le encuentran culpable.
—Pero... pero, ¡la última vez era inocente y le enviaron a Australia de todos modos!
Vaughn apoyó los antebrazos en las rodillas, y uniendo las manos, miró fijamente a Natasha.
—Por eso es que os he traído aquí. Tenéis que confiar en mí, Natasha.
Había una seriedad en su voz que Natasha no supo cómo interpretar. Se estremeció.
—Dije que lo haría —dijo, pero su voz carecía de convicción.
—Venid conmigo, entonces —dijo Vaughn asintiendo con la cabeza. Abrió la portezuela y la
ayudó a bajar al empedrado.
Se hallaban frente a unas hermosas caballerizas que habían sido convertidas en elegantes
edificios de oficinas. Detrás de ellos, el Big Ben dio la hora con una nota sonora, y ella se dio cuenta
de que se encontraban en Whitehall, cerca del Parlamento. Y, más cerca aún, los juzgados. Se
estremeció.
Vaughn la hizo pasar al despacho más cercano. El cochero tenía la puerta abierta y su alto
sombrero tapaba la placa de bronce.
Entraron a la cálida y bien iluminada estancia. Un auxiliar sentado ante su alto escritorio se
volvió ante su llegada y, bajándose del alto taburete se acercó a ellos, limpiándose las manchas de
tinta de los dedos con un trapo.
—¿En qué puedo serviros, señor?
—Tengo una cita con el señor Davies —dijo Vaughn.
—Un momento, señor, le diré que habéis llegado —dijo el empleado, apresurándose hacia una
puerta al fondo de la habitación. Golpeó ligeramente, entró y cerró la puerta tras de sí. Natasha
elevó el rostro hacia Vaughn, esperando leer en su rostro lo que sucedía, pero la cara de él
permanecía inescrutable.
La puerta se abrió y el escribiente se apresuró hacia ellos nuevamente.
—Por aquí, señor. Señora... —se inclinó y les indicó la puerta, que había dejado abierta.
Natasha vio estanterías en las que se alineaban pesados volúmenes forrados en piel, pero nada más.
Vaughn la guió hacia la puerta, hacia la gran habitación que había detrás de ella. Al entrar, le
llamó la atención la gran ventana con parteluz que daba al Támesis, pero luego vio al hombre que se
incorporaba tras la mesa y su placer ante la vista se congeló, al igual que todos sus pensamientos.
¡Aquel hombre podría ser su padre! Era idéntico a él, excepto en la edad. Tendría unos treinta
años. Bajó la mano que alargaba a Vaughn y sus ojos se estrecharon mirando fijamente a Natasha.
Ella se aferró al brazo de Vaughn porque se le aflojaron las rodillas. Había una única explicación
para la semejanza del hombre a su padre.
—Os lo podría haber advertido, Natasha, pero pensé que si lo sabíais quizá no vinieseis
conmigo —dijo Vaughn en voz baja.
Los ojos del hombre, tan parecidos a los de su padre, y a los suyos, se estrecharon más cuando
Vaughn habló. Se dirigió a Natasha.
—Añadiendo a lo que acaba de decir Vaughn vuestra extraordinaria apariencia, deduzco que
sois Natasha Winridge, la única hija legítima del fallecido Lord Munroe —dijo flemático, acercándose
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

a ella para observarla.


Aquel era su hermano, pensó Natasha, el hijo de una actriz galesa. El hermano que su padre
nunca quiso reconocer.
—No sé vuestro nombre —dijo, ruborizándose violentamente—. Nunca me lo dijeron. Me
enteré de vuestra existencia hace algunos años, y fue... a través de Vaughn.
—Rhys Davies —sonrió el hombre. Se le marcaron dos hoyuelos. La falta de título hacía que el
nombre pareciese desnudo, soso. Hizo una breve reverencia, casi burlona. Quizá comprendía lo que
ella pensaba. Si su padre le hubiese reconocido, ahora sería el Barón Munroe.
Vaughn acercó una silla a Natasha y la hizo sentarse ante la mesa.
—Rhys es uno de los mejores abogados de Londres —dijo, enderezándose.
—No dejéis que los viejos del Bowery os oigan —comentó Rhys con amargura. Al ver que
Natasha se sobresaltaba, esbozó una triste sonrisa—. Perdonadme, pero Vaughn ha metido el dedo
en la llaga. Mis colegas no me reconocen debido a mi "juventud" —se encogió de hombros,
restándole importancia—. Pero no es ninguna novedad, es algo a lo que estoy acostumbrado.
Ella sintió un poco de pena. Estaba claro que el hecho de que su padre no le reconociese le
había causado a Rhys una profunda herida, que nunca se curaría ahora que su padre había muerto y
no podría remediar esa ruptura. Comprendió la soledad que él sentía, pero le lanzó una mirada
directa.
—¿Sois tan bueno como dice Vaughn, señor Davies?
El parpadeó y la miró pensativo, como si la estuviese revalorando.
—Sí, así es —dijo por fin.
—Entonces, eso es todo lo que importa.
—Rhys lleva el récord de ganar los juicios en defensa de los desposeídos —dijo Vaughn,
sentándose junto a Natasha mientras Rhys volvía a su puesto tras la mesa, arqueando una ceja.
—¿Qué desposeído necesitáis defender? —se acercó el cofre de escritura y cogió la pluma.
Natasha se cuadró de hombros.
—Me temo que soy la portadora de malas noticias, señor Davies. Mi padre, o mejor dicho,
nuestro padre, murió ayer.
Rhys dirigió su mirada de Natasha a Vaughn, su expresión indescifrable.
—No es una noticia para mí, señorita Winridge. Perdonadme si añado que no lo considero ni
malo ni bueno. Y sigo sin ver porqué necesitáis de mis servicios.
—¿Cuánto sabéis al respecto? —preguntó ella.
—Solamente lo que informó The Times. No tengo relación con miembros de vuestra familia.
—Han arrestado a un hombre por su asesinato. Seth Harrow.
—Eso lo he leído también —dijo Rhys con frialdad—. Me pareció raro que The Times no
indicase el motivo de su arresto —sus ojos parecieron clavarla a la silla—. Vos sabéis porqué,
¿verdad? Por eso estáis aquí.
Vaughn se movió.
—Debéis saber, Rhys, que Seth Harrow es en realidad Seth Williams, heredero de Marcus
Williams, el conde de Innesford.
—No sabía que Innesford tuviese un hijo —dijo Rhys con el ceño fruncido.
—Fue declarado culpable de traición y transportado a Australia hace quince años.
Los ojos de Rhys se agrandaron un poquito, la única reacción que demostró a ninguno de los
hechos sorprendentes de que le habían informado hasta entonces. Miró a Natasha.
—¿Y por qué iba el hijo de Innesford desear que vuestro padre muriese?
—No tenía motivos. No lo hizo. Es imposible.
—¿Por qué me buscáis a mí? Por derecho, es Williams quien debería acercase a mí para que le
representase. ¿No es extraño que la hija de la víctima trabaje como representante del acusado?
—Me he... liado con él —las mejillas femeninas se colorearon bajo la firme mirada de Rhys—.
Mi padre se oponía a nuestra unión tan vigorosamente que me encerraron en mi habitación para que
no pudiese verle.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Rhys lanzó una mirada a la hoja de papel bajo su pluma, luego dejó la pluma y apartó el cofre
de escritura.
—Eso le da a Williams más que motivos para matar a vuestro padre, así que debe haber más
que necesitéis decirme.
Natasha sintió que las mejillas le ardían.
—La noche en que murió mi padre yo... yo estaba con Seth.
Rhys recibió aquello como si fuese un dato más que añadir a la historia.
—¿Tenéis prueba de que estuvisteis con él todo el tiempo? —preguntó.
La humillación de ella fue completa.
—Señor Davies, ¿cómo os atrevéis a poner en duda mis palabras? —respondió
acaloradamente.
Vaughn le apoyó una mano en la muñeca.
—Yo la llevé allí, Rhys. Y la pasé a recoger. Y estaba el contramaestre a bordo también, que la
vio llegar y marcharse.
Rhys asintió.
—Debéis disculparme, señorita Winridge, pero las preguntas que os he hecho son leves
comparadas con las que el fiscal le dirigirá.
Natasha sintió que se le detenía el corazón. Le lanzó una mirada a Vaughn, con los ojos muy
abiertos.
—No puede aparecer en la corte —declaró Vaughn rápidamente.
—Ah —dijo Rhys, apretando los labios—. Entonces, hemos llegado al meollo de la cuestión,
¿no es verdad? —miró a Natasha nuevamente, evaluándola—. Hace unos días leí sobre vuestro
compromiso con Sholto Piggot, el hijo del Duque de Marlberry.
Natasha no apartó la vista.
—Mis padres arreglaron el matrimonio a mis espaldas y sin mi consentimiento. Cuando leí la
noticia en The Times, me sorprendí tanto como vos.
Rhys reflexionó un instante.
—Supongo que vos estaríais más sorprendida que yo, señorita Winridge —su sonrisa era
totalmente encantadora, con aquellos hoyuelos en cada mejilla.
—Desde luego que lo estaba, señor Davies —respondió Natasha, devolviéndole la sonrisa.
Él se reclinó en el respaldo.
—¿Os puedo ofrecer un poco de té, señorita Winridge? Puede que tengamos que estar aquí un
rato, tengo muchas preguntas que haceros.
—¿Quiere decir eso que aceptaréis el caso? ¿Lucharéis por Seth? —contuvo la respiración
mientras esperaba su respuesta.
—Sí, señorita Winridge, lo haré. Seth tiene derecho a ello. Este es un caso que ningún otro
abogado de Londres se rebajaría a coger, y a mí me gustan las buenas batallas —nuevamente,
aquella sonrisa encantadora, que parecía tener más que un poco de malicia—. Me dais la impresión
de ser una dama sensata y con la cabeza bien plantada en los hombros, lo cual ayudará
tremendamente, ya que tenemos mucho trabajo por delante y vos encontraréis que mucho de ello
es incómodo porque requerirá que seáis perfectamente franca, totalmente honesta en cuando a
vuestra relación con Seth Williams, con mi cliente. ¿Os parece bien, señorita Winridge?
—Sólo si me llamáis Natasha, señor Davies —dijo ella con una leve sonrisa.
Él lo consideró un instante.
—Dadas las circunstancias, será mejor que me llaméis Rhys —le alargó la mano, en un gesto de
hombre a hombre que ella comprendió inmediatamente. Si su padre le hubiese reconocido, ella
habría pasado años llamándole Rhys. Y le gustó la forma de establecer el acuerdo entre caballeros,
así que tomó su mano, como un hombre, y se la estrechó.
Y por primera vez en dos días sintió que su cuerpo se despertaba y que su espíritu se
levantaba.
Finalmente tenía esperanzas.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 16

Natasha había oído terribles historias sobre la prisión de Newgate, pero la realidad fue mucho
peor. En el pasado había sido una de las puertas de entrada a una Londres mucho más pequeña, pero
ahora la prisión se elevaba sobre una de las zonas más deprimentes y pobres de la ciudad. Una
mugre negra parecía pegarse a todo, incluso a la gente de blancos rostros y ropa harapienta que se
acurrucaba en las aceras viendo al carruaje pasar con ojos desesperanzados.
El hedor era indescriptible, y cada vez que penetraba por la ventanilla, Natasha se echaba
atrás. Miró a Vaughn con una mueca de desagrado y se llevó un pañuelo a la boca.
—¿Es espantoso, verdad? ¿Habrías sospechado alguna vez que existía este mundo, mientras
caminabas por los cuidados senderos de Hyde Park?
—¿Es este el duro mundo que los hombres intentáis constantemente esconder de nosotras, las
mujeres? —preguntó ella.
—Es un porcentaje mínimo de él —reconoció Vaughn.
—¿Y por qué esconderlo? —exigió ella—. ¿Por qué no hacer algo al respecto? ¿Cómo podéis
ver esto sin vergüenza?
—Hago lo que puedo —dijo Vaughn sin alterarse—. Elisa y yo hemos fundado un orfanato en
el campo. Ya hay más de cien niños allí.
—Nunca me lo dijisteis —dijo Natasha, mirándole fijamente.
—La caridad es una práctica que la aristocracia no aprueba demasiado —dijo él con una
mueca—. No queríamos tener que explicar una y otra vez.
Ella asintió. Tenía razón. La gente como su madre no comprendería en absoluto, sino que se
sentirían perplejos ante algo así.
El carruaje se detuvo ante el formidable edificio. Vaughn la ayudó a bajarse y la escoltó hasta
la entrada de la prisión. Rhys llegó a caballo y se aproximó a la puerta a la misma vez que ellos. Rhys
habló con alguien tras una reja más pequeña, palabras en voz baja que ella no pudo oír. Luego la reja
se abrió deslizándose hacia arriba con un estruendo de maquinaria y chirridos de metal sin engrasar.
Rhys les hizo señas de que entrasen, estaba claro que conocía la prisión. Si se había pasado la carrera
defendiendo los casos más duros, entonces seguramente que había estado allí en el pasado.
La reja bajó tras ellos con una sacudida que Natasha sintió a través de las suelas de sus zapatos
y se estremeció. ¿Seth se hallaba allí, en aquel sitio?
Se levantó las faldas y cruzó por encima de basura que prefirió no identificar y siguió a Rhys
hacia unas estrechas escaleras que atravesaban el túnel en el que se hallaban y acababan en una
sólida puerta. Rhys la abrió.
Dentro, la habitación parecía de lo más normal. El suelo de madera estaba sin pulir, desde
luego, y el mostrador se hallaba toscamente labrado, pero las ventanas estaban enteras y había una
estufa en un rincón que producía un agradable calor.
Ya había muchas personas en la habitación y Natasha vio con consternación a su madre, el
mayordomo de su padre, y a Sholto Piggot hablando con un hombre de aspecto servicial que asentía
con la cabeza y apuntaba algo con una pluma mal recortada.
Qué mala suerte, pensó Natasha. Intentó esconderse tras Vaughn pero ya era demasiado
tarde.
El rostro de su madre se puso tenso y sus labios se apretaron al ver a Natasha.
—¿Qué haces aquí? —exigió en voz alta. Parecía que tras la muerte de Lord Munroe, Caroline
había perdido todo el autocontrol y el sentido de la propiedad. Hasta su atuendo estaba descuidado.
Al oír la exclamación, todos los demás dejaron lo que estaban haciendo para mirar a Natasha.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Luego su madre emitió un gemido entrecortado.


—Vos... —exclamó, mirando fijamente a Rhys. El rostro empalideció y se llevó la mano al
pecho. Pareció tambalearse un poco y Jones, el mayordomo de su padre, la sujetó para que no se
cayese.
—No tenéis nada que temer, Lady Munroe —dijo Rhys—. Mi padre eligió estar ausente de mi
vida. No necesitáis compartir su culpa.
—¿Qué hacéis aquí? —susurró Caroline—. ¿Por qué, por qué? ¿Para torturarme en mi hora de
luto?
—Estoy aquí para hablar con un cliente, señora. Eso es todo. Soy abogado en la corte de Old
Bailey —había frialdad en su voz—. La corte real —añadió, cuando la expresión de perplejidad de
Caroline no cambió—. El juzgado en lo penal de Londres.
En aquel momento se oyó entrechocar de metales y el sonido de una pesada puerta que se
cerraba. De una puerta interior salieron tres hombres. La figura central se movía de forma pesada y
extraña. Era Seth, con grilletes en los brazos y los tobillos que se ataban a su cintura con gruesas
cadenas. Parecía que le habían golpeado malamente. Tenía un ojo hinchado y amoratado.
Pero había brillo en sus ojos, que relampagueaban de rabia, y Natasha sintió un placer enorme
al ver aquello. Seth bullendo de furia era el hombre que ella había llegado a amar, el hombre lleno de
pasión, de vida, y de la voluntad para enfrentarse a lo que fuese.
—Oh, Seth, ¿qué ha pasado? —le preguntó, moviéndose hacia él.
A la vez, los guardias se espabilaron, empuñando las armas, y una mano detuvo a Natasha al
apretarle el brazo, y unas uñas se le clavaron con fuerza.
Miró atrás. Su madre había encontrado la energía para saltar tras ella y tirarle del brazo. Su
madre retrocedió ahora, con un fuerza que desentonaba con la palidez y la debilidad de hacía un
momento.
—No te acerques a ese asesino, o por la gloria de tu padre que te mantendré encerrada en tu
habitación el resto de tu vida —masculló su madre.
Rhys le lanzó a Lady Munroe una fría mirada. Ella parpadeó y soltó el brazo de Natasha.
—Necesito hablar con el prisionero en privado —le dijo Rhys luego al oficial sentado tras el
mostrador—. Tiene juicio mañana. Tengo que preparar el caso.
El policía asintió.
—Podéis utilizar la habitación de siempre, señor Davies. Los guardias le llevarán —hizo un
gesto a los guardias y ellos llevaron a Seth a través de otra puerta casi en volandas, ya que los
grilletes no le permitían moverse con facilidad.
Natasha apretó los dientes para no protestar ante aquel tratamiento. Si realmente era
culpable de asesinato, ella también querría que le arrastrasen atado con cadenas.
—Iré con vos —dijo Natasha en voz baja a Rhys.
Su madre emitió una exclamación ahogada y la miró con horror.
—¿Qué has hecho, Natasha?
—Lady Munroe —dijo Vaughn en voz baja—. ¿Queréis saber la verdad sobre la muerte de
vuestro esposo?
—Ya conozco al monstruo que me ha convertido en viuda —le espetó Caroline—. Y estoy aquí
para asegurarme de que le cuelguen como corresponde.
Vaughn meneó la cabeza ligeramente.
—Entonces, si insistís en esa postura, dejaré que sigáis con vuestros asuntos. Buenos días, Lady
Munroe —haciendo una ligera inclinación, se volvió para deslizar su mano por debajo de la de
Natasha—. Rhys, ¿queréis mostrarnos el camino? —murmuró.
Rhys les llevó por un oscuro pasillo de paredes de ladrillo que chorreaban humedad. A unos
metros había una luz colgada sobre una puerta abierta y fue allí donde Rhys se metió y Vaughn y
Natasha le siguieron.
Seth seguía entre sus dos guardias, que parecían dispuestos a permanecer estoicamente en su
sitio el resto del día, si fuese necesario.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Podéis marcharos —les dijo Rhys, colocando una bolsa grande en la sencilla mesa de madera
que había en el centro de la estancia.
—Pero, ¡es un asesino, señor Davies! —protestó uno de los guardias.
Rhys sacó de la bolsa un enorme revólver y lo colocó sobre la mesa.
—No corro peligro —les aseguró—. ¿Por qué no vais y os quedáis del otro lado de la puerta?
Podréis oír si sucede algo —les dio una moneda a cada uno.
—Muchas gracias, señor Davies —dijo uno de los guardias, tirando de la visera de su gorra. El
otro se metió la moneda en el bolsillo asintiendo. Ambos se marcharon de la habitación y Rhys lanzó
un gran suspiro.
Natasha se acercó a Seth, pero éste le apartó las manos, elevando una.
—No, Natasha, estoy mugriento y huelo a rayos gracias a esas malditas celdas. No os tocaré
hasta que me haya bañado una semana entera —sonrió—. Pero me alegro de veros, mi cielo.
Ella se detuvo a unos centímetros de él.
—Oh, Seth, ¿creíais que no vendría?
La mirada de él se dirigió a Vaughn y luego a ella.
—No me habría sorprendido que esto os hubiese resultado demasiado terrible.
—¿Tan poca cosa me consideráis? —dijo ella, su voz apenas un susurro. Las lágrimas le
impedían hablar—. ¿Creéis que preferiría veros ahorcado antes de enfrentarme a esto?
Seth meneó la cabeza levemente.
—Por dentro soy un hombre amargado y retorcido, Tasha. Cuando os transportan a Australia,
aprendes que la única persona en que puedes confiar es en ti mismo. Perdonadme, pero creí que no
os volvería a ver nunca más, y fue como sentir que me envolvían otra vez las nubes negras con las
que conviví aquellos años.
—Bien, estoy aquí —dijo ella, enderezándose y enjugando las lágrimas con el dorso de su
mano—. Y os he traído ayuda. Os presento al señor Rhys Davies, abogado de la corte de Londres, que
defenderá vuestro caso ante la corte de la Reina mañana.
Vaughn tiró del brazo de Natasha.
—Venid, Natasha. Dejadle que se siente.
Ella permitió que él la alejase y Rhys cogió la silla que se destinaba para él y la puso del otro
lado de la mesa.
—Sentaos, señor Williams. Conozco bien las condiciones de las celdas de Newgate, y he venido
preparado. Sentaos.
Seth arrastró los pies hasta la silla y se sentó con cuidado. Sus cadenas sonaron y Natasha
gimió y apartó la vista.
—No puedo hacer nada respecto de las cadenas por ahora —explicó Rhys, rebuscando en la
bolsa—, pero tenga.
Dio la vuelta a la mesa llevando una petaca de plata.
—Un poco de brandy, para que os recuperéis —levantó la otra mano—. Pan fresco, para llenar
vuestro estómago.
—Alabado sea el Señor, comida —masculló Seth. Cogiendo la pequeña hogaza con sus manos
engrilladas, la partió y comió con ansia.
Rhys le dejó la petaca en el regazo y volvió a la bolsa. Sacó una manzana, que dejó sobre la
mesa, un peine, una pequeña pila de tela limpia y doblada, y una botella tapada con un corcho.
—Agua —explicó al ver que Seth la miraba—. ¿Podéis escucharme bien mientras coméis?
—Desde luego —dijo Seth, abriendo la petaca.
—Vuestros amigos aquí presentes han...
—Natasha no es solamente una amiga, ¿verdad? —le interrumpió Seth.
Rhys elevó la mirada del grueso libro que llevaba y parpadeó.
—Si lo que queréis decir con ello es que...
—Los ojos, hombre, los ojos —dijo Seth con impaciencia—. O ambos tenéis el mismo padre, o
yo soy muy mal fisonomista.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Rhys escuchó aquello con el rostro inexpresivo.


—Eso es correcto —dijo al final.
—¿Y a pesar de ello vais a defenderme, al hombre que se supone que ha matado a vuestro
padre?
—Por extraño que os parezca, sí —respondió Rhys en voz baja—. Natasha puede ser muy
convincente.
—¿Qué os ha dicho? —exigió Seth.
—Le he dicho la verdad, Seth —dijo Natasha con dulzura—. Nada más. En un juicio como el
que se avecina, lo único que prevalecerá será la verdad.
—Otra verdad —respondió Rhys en voz baja—. ¿Me permitís que prosiga?
Seth suspiró y se pasó la mano por el pelo. La otra mano la siguió, sujeta como estaba por las
esposas que tintinearon con las cadenas que colgaban de ellas.
—¿Por qué no? —dijo finalmente—. Este mundo se torna cada vez más extraño.
—En 1824, en Harrow, Irlanda, os hallaron culpable del asesinato de dos soldados ingleses
durante el Motín del 1823. Os transportaron a Australia para una sentencia de siete años, ¿es eso
correcto?
Seth lanzó una mirada a Natasha y tragó.
—Sí —dijo finalmente.
Ella disimuló su consternación. Se había olvidado del pasado que perseguía a Seth. Asesinato.
Si el mundo creía que era capaz de asesinar una vez, volvería a creerlo.
Rhys mencionó los hechos más importantes de los quince años de vida de Seth en Australia,
hasta que llegó a la muerte de Lord Munroe.
—Hablé con los policías que respondieron a los gritos de Lady Munroe —dijo Rhys—. Me
enteré de que Lord Munroe cayó sobre su reloj de bolsillo y lo rompió, con lo cual éste se detuvo a
las dos —dijo Rhys, elevando la vista de la página—. ¿Dónde os hallabais las dos hace dos días, señor
Williams?
Seth le dirigió una mirada a Natasha antes de volver la vista a Rhys.
—Me hallaba a bordo del Artemis.
—¿Podéis demostrarlo?
Seth asintió.
—Mi contramaestre, Harry, me vio a medianoche cuando entré en la cabina.
—¿Y os fuisteis a dormir... a media noche?
—Sí.
—¿Solo?
Seth miró a Rhys sin parpadear.
—Sí.
Rhys le devolvió la mirada, cuestionando la mentira.
Natasha tenía un nudo en el estómago. Seth era un criminal convicto. Le colgarían por aquel
asesinato si ella no decía la verdad en público. Y si ella revelaba la verdad, todo Londres se enteraría
de su comportamiento escandaloso. Sería su muerte social, pero Seth quedaría libre. Un torbellino
de emociones la invadió.
Vio que Vaughn la observaba y recordó de repente la noche en que él se había enfrentado al
mundo con Elisa, desafiando a todos a que la rechazasen. Momentos antes, en medio de la pista de
baile, él había hablado con Natasha de su amor por Elisa y el temor de lo que aquel amor significaría
para ellos.
—El verdadero amor es algo inevitable, Natasha —había intentado explicarle, y ella había visto
la consternación en sus ojos, el estrés—. Me resulta imposible detenerlo y sé que ambos vamos a
pagar un precio tremendo por ello. Pero Natasha, no quiero detenerlo. Prefiero pagar el precio que
haya que pagar para seguir con Elisa. Sé que no lo comprendéis ahora, que estáis demasiado dolida,
pero algún día os enamoraréis y entonces quizá recordéis este momento y lo que os digo. Espero que
nunca tengáis que tomar una decisión como la que yo tengo que tomar esta noche.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Y Vaughn se había vuelto a enfrentarse al mundo, con Elisa a su lado, y de milagro había
logrado que les aceptasen.
Ahora él la miraba y ella se dio cuenta de que estaba recordando aquel momento también. Los
labios de él esbozaron una ligera mueca de conmiseración. Pero no la ayudaría a que tomase la
decisión. Sabía que era ella quien debía hacerlo.
Ella dirigió la vista a Seth y sus miradas se cruzaron. En los ojos de él se leía un mensaje tan
claramente como si lo hubiese dicho: No abras la boca.
Ella meneó la cabeza. No podía. El silencio le mataría.
—Yo estaba con él, Rhys. Lo sabéis. Todos lo sabéis. Y parece que tenemos que decirlo a los
cuatro vientos si queremos que Seth sobreviva.
Seth cerró los ojos y apretó los dientes.
—¿Estáis segura, Natasha? —preguntó Rhys.
—No lo hagáis, Tash, amor mío —dijo Seth con dulzura—. No lo hagáis por mí.
—Si no lo hago por vos, ¿por quién lo haré? —exigió ella, volviéndose hacia él—. Os amo, Seth,
y ya no me importa lo que piense el mundo —apoyó la mano en el brazo de Rhys—. ¿Cómo lo
haremos, Rhys? ¿Cómo hago que me escuchen?
—Yo me ocuparé de ello —asintió Rhys con la cabeza.
—¡No! —gritó Seth, intentando ponerse de pie y haciendo que la petaca volase por los aires y
las cadenas resonasen en la habitación. Los dos guardias entraron corriendo y le cogieron por los
brazos.
—Necesitamos ver al alcaide inmediatamente —exigió Rhys—. ¿Hay un jefe de policía aquí?
—Sí, señor —dijo uno de los guardias.
—Traed al prisionero —dijo Rhys, guardando todo en su amplia bolsa nuevamente—. Natasha,
Vaughn, seguidme, por favor.
Rhys volvió a la oficina. Natasha vio que su madre y Sholto Piggot seguían allí, y aunque sintió
una opresión en el pecho, la invadió la satisfacción. Cuanta más gente oyese aquello, mejor. Al igual
que Vaughn, tenía intención de declarar la verdad a los cuatro vientos.
Nada más salvaría a Seth ahora. Todos la miraban a ella y al grupo que surgía de la prisión en
aquel momento.
Su madre se abanicaba, tocándose los rizos.
—Oh, Dios... —exclamó con una vocecilla trémula, que Natasha sabía que era falsa. La fuerza
con que su madre la había cogido del brazo antes, delataba que no era la viuda indefensa que
simulaba ser. Como siempre, manipulaba, la preocupaba las apariencias.
Rhys se hallaba frente a un hombre de uniforme azul con botones dorados que se sentaba tras
el mostrador ahora.
—Señor, con respecto al asesinato del que mi cliente, Seth Williams, hijo de Marcus Williams,
el Conde de Innesford, tengo nueva evidencia. ¿Conocéis el caso?
—Bastante. Yo fui quien le arrestó.
—Bien. Entonces sabréis que Lord Munroe murió a eso de las dos de la mañana, ¿verdad?
—Correcto —dijo el jefe de la policía, apoyando la barbilla en sus manos, claramente intrigado
por la forma de actuar de Rhys.
—Señor, esta joven dama puede responder por el acusado aquella noche y demostrar que él
no mató a Lord Munroe.
La aguda vista del policía se centró en Natasha y ella elevó la barbilla y dio un paso adelante. El
elevó la mano indicándole que se detuviese.
—Señor Davies, creo que será mejor que evacuemos la estancia, ¿no lo creéis vos?
Escuchemos lo que tenga que decir la dama en privado.
—No —dijo Natasha con firmeza—. Quiero que todos lo oigan, señor. Quiero que no haya
duda de la inocencia de Seth.
El jefe de policía consideró aquello y luego asintió.
—Muy bien, entonces. Por favor, proseguid, señora.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Seth forcejeó con sus guardias.


—Por el amor de Dios, Natasha. No, no lo hagáis.
Ella le sonrió y se volvió al jefe de policía.
—Seth Williams, o Seth Harrow, como le conocéis, estuvo conmigo la noche en que murió mi
padre. Toda la noche.
—Oh, cielo santo —exclamó Sholto Piggot, con voz trémula.
—¡Mentís! —gritó su madre—. Buen hombre, mi hija miente por razones más allá de la
comprensión. Yo la había encerrado en su habitación. Allí pasó toda la noche.
El policía la miró y arqueó una ceja.
—Mi doncella me dejó salir aquella noche —dijo Natasha, intentando mantener la calma—.
Cuando volví después de la madrugada, trepé por la hiedra de mi ventana. Enviad a alguien a
cerciorarse, veréis que la hiedra está separada de la pared en una docena de sitios.
—Lo haré —dijo el jefe de policía. Girándose en su alto taburete, chasqueó los dedos a un par
de los hombres uniformados que se sentaban ante las mesas detrás de él—. Y hablad con la doncella
también —añadió—. La hiedra demostrará que entrasteis y salisteis de vuestra habitación, no
demuestra la noche en que lo hicisteis. ¿Os vio alguien más en esta... aventura, señora?
Ella pensó un momento.
—El contramaestre de Seth, ejem, el señor Williams. Creo que se llama Harry —dijo Natasha y
se adelantó otro paso—. Señor, después de lo que he dicho hoy, nunca seré aceptada nuevamente
en sociedad. Mi familia me repudiará. Perderé todo lo que tengo. Y hasta puede que pierda al
hombre que amo. Podría haber mantenido la boca cerrada y evitado ese coste.
Vaughn carraspeó.
—Señor, como la señorita Winridge ya se ha comprometido con esta confesión, me gustaría
señalar que yo la llevé en mi carruaje al barco de Seth aquella noche y la recogí nuevamente en la
mañana.
El jefe le miró, las hirsutas cejas ensombreciéndole los ojos.
—¿Es eso así, Lord Fairleigh? Pues esto sí que es una prueba, desde luego.
—Esto es fácil de resolver —dijo Rhys—. Haced que Williams escriba las palabras de la nota
que Lord Munroe tenía en la mano. Comparad la caligrafía. Tenéis la nota, ¿no es verdad?
—Pues, sí, sí que la tengo —el jefe se movió—. Que alguien le quite las cadenas a ese hombre.
Daos prisa, muchachos. Dadle tinta y una pluma. Resolvamos esta cuestión.
Cuando le quitaron los grilletes y las cadenas, Seth flexionó las manos y los pies, frotándose la
piel mientras le alcanzaban el papel, la pluma y un tintero. Se sentó ante la mesa y miró al policía.
—No sé qué palabras queréis que escriba —dijo. El jefe, que tenía los brazos cruzados, dijo:
—Me alegro de que lo preguntaseis, muchacho. Me habría preocupado si os hubieseis sentado
y escrito la nota sin pararos a pensar —miró el papel que tenía en la mano y la leyó mientras Seth las
apuntaba rápidamente. Seth luego le alargó lo que había escrito al jefe, quien se estiró para coger la
nota. Mirando un papel y luego el otro, el oficial dijo—: Pues, en buena estamos. Parece que no
tenemos sospechoso.

***

Seth atravesó la puerta e hizo una profunda inspiración. Vaughn lanzó una risilla.
—Yo no diría que el aire es demasiado puro por aquí.
—Es suficiente, más que suficiente —dijo Seth. Se encontró frotándose las muñecas
nuevamente y dejó caer la mano. Seguía sintiendo las esposas aunque no estuviese más allí. Lanzó
una mirada al patio frente a la puerta de la prisión—. ¿Dónde está Natasha?
—Su madre se la llevó después de que escribieseis la nota —dijo Rhys, acercándose a ellos con
la bolsa.
—Os debo la vida —dijo Seth, alargando la mano.
Rhys se la estrechó.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—Me debéis la cuenta, que será bastante considerable. Vuestra vida es vuestra, yo sólo he
hecho mi trabajo —miró por encima del hombro—. Me espera un carruaje. Y parece que Lady
Munroe os está esperando para hacer algún comentario, así que os dejo que departáis con ella. Me
alegra no ser un miembro reconocido de esa familia —sonrió—. A Natasha le resultará duro.
—No, no será así —dijo Seth con un gruñido.
Rhys puso la cabeza de lado un segundo.
—Quizá no —accedió—. Bien, tengo que ocuparme de mi despacho...
—Enviadme vuestra cuenta —dijo Vaughn.
Seth vio que, efectivamente, Lady Munroe les esperaba.
—Bien, aclaremos esta cuestión —dijo, dirigiéndose a ella.
Oyó que Vaughn le seguía, pero no esperó ni acortó el paso. Se enfrentó a Caroline.
—Podéis encerrarla en el carruaje, o en su habitación, pero ello no evitará que Natasha esté
conmigo. No podréis hacerlo eternamente. ¿No lo veis, Lady Munroe? No os la quito, es ella quien os
deja.
Caroline se sorprendió.
—Natasha no está conmigo. Se ha marchado ya en el carruaje de Lord Henscher —esbozó una
sonrisa astuta—. Después de todo, está comprometida para casarse con él.
Seth parpadeó.
—¿Sigue insistiendo en casarse con ella, después de todo esto? ¿A pesar de su confesión?
Caroline se ruborizó, bajó la vista y masculló algo para sí.
—¿Qué? —exigió Vaughn, junto a Seth.
Caroline elevó la barbilla nuevamente, revelando sus mejillas sonrosadas. Estaba claramente
mortificada.
—He dicho que Natasha es demasiado voluntariosa. Prácticamente tuvo que meterla en su
carruaje por la fuerza.
—¿Por la fuerza? —repitió Seth.
—Bien, después de todo, ¡se va a casar con ella! —repitió Caroline.
—¿Qué queréis decir, por la fuerza? —insistió Vaughn.
Ella adoptó una expresión confusa y aturullada.
—No lo sé —dijo, tocándose el cabello nerviosamente—. La levantó en sus brazos y la empujó
dentro.
—¿Dijo ella algo? ¿Protestaba? —insistió Seth.
—¿Qué más da? Después de todo, ella está... —comenzó Caroline.
—¡Claro que importa, maldición! —explotó Seth—. Si Henscher es un hombre que no puede
soportar la idea de que una mujer no se entregue a él intacta, entonces es probable que la castigue
por ello.
—Pero... —dijo Caroline, empalideciendo.
Seth sintió que le tiraban de la mugrienta camisa y bajó la vista. Un chaval de grandes ojos
marrones e igual de sucio que él le alcanzó una nota y alargó la mano.
—Vaughn, no tengo moneda —masculló Seth, mientras abría el papel. Oyó que Vaughn le
daba al niño un cobre mientras él leía la nota. Luego se quedó totalmente paralizado cuando
comprendió lo que significaba aquella nota:
No os marchasteis cuando os lo dije. Ahora pagaréis el precio.
—Natasha. Tiene a Natasha —dijo Seth, la garganta constreñida. La agonía dentro de su pecho,
su corazón, hizo que se doblase en dos. Elevó la mirada hacia Vaughn, incapaz de lograr que su pecho
se abriese lo bastante como para permitirle respirar.
—Es Piggot. Siempre ha sido Piggot.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Capítulo 17

Vaughn cogió la nota y la leyó. Asintió.


—Mi carruaje está aquí mismo. Vamos.
Seth logró tomar aliento. Uno más, luego se enderezó.
—¿En qué dirección se marchó Henscher?
Caroline se había llevado ambas manos a las mejillas. Aunque no comprendía totalmente lo
que estaba sucediendo, él le había contagiado su tensión y ahora se encontraba más aturullada
todavía.
—¿Por qué iba a decíroslo a vos, un criminal común...? —comenzó.
—Por el amor de Dios, mujer —gritó Seth—, Henscher mató a vuestro esposo. El hombre a
cuyos brazos habéis arrojado a vuestra hija. ¡Decidme en qué dirección han ido!
Caroline comenzó a temblar, los ojos anegados en lágrimas.
Seth alargó la mano.
—Señalad si no podéis encontrar las palabras. Iré tras ella y necesito una dirección. Sólo
señalad.
Ella señaló.
—Venga —urgió Vaughn, corriendo al coche. Le gritó las instrucciones al cochero al subir y el
carruaje estaba dando la vuelta cuando Seth se metió dentro. Se acomodó para poder ver el tráfico
por delante de los caballos.
Vaughn fruncía el ceño.
—¿Cuál es la conexión entre vos y Henscher?
—Era el agente de mi naviera aquí, en Londres.
—¿Queréis decir que... Henscher es un comerciante? —se sorprendió Vaughn.
—Llevo años enviándole mercancías desde Australia —dijo Seth, pasándose la mano por el
pelo—. Es Henscher, aunque siempre firmaba como Sholto Piggot. ¿Quién lo habría pensado?
Vaughn deliberó sobre aquello.
—Desde luego que tiene mucho que perder. Incluso hace quince años, cuando tu padre votó
defendiendo las restricciones de mercancías a Irlanda que competían con las industrias locales. Es un
secreto a voces que su familia no tiene ni un penique. Lo habría perdido todo —miró a Seth
fijamente—. ¿No habéis dicho que los soldados interrumpieron la reunión Fenian aquella noche
cuando acababa de empezar?
—Sí.
—¿Es posible que supiesen de la reunión antes?
—Es posible. Han tenido más de un traidor a lo largo de los años.
Vaughn martilleó con los dedos en la ventana, pensando.
—¿Es posible que los soldados interrumpiesen aquella reunión con el único motivo de
arrestaros?
—¿Pero, por qué? —dijo Seth con un brinco—. Para hacerlo tendrían que haber sabido quién
era yo, que estaría allí...
Vaughn se inclinó hacia él.
—Creo que descubrirás, si se lo preguntáis a vuestro padre, que Piggot se hallaba por allí en
aquel momento, pasando desapercibido, recogiendo información. Por ahora, supongamos que lo
estaba. Os hizo apresar para forzar a vuestro padre —lanzó una mirada por la ventanilla—. Nos
dirigimos a Vauxhall.
Seth se aferró al marco de la ventana.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¡Vauxhall! Piggot tiene un almacén allí.


—¿La dirección?
Seth se la dio y Vaughn se asomó por la ventanilla para dársela al cochero. Cerró la ventanilla y
se volvió a sentar.
—Le mataré, Vaughn —dijo Seth, los pulsos latiéndole en las sienes—. Os lo juro.
Vaughn se quitó la chaqueta y se enrolló las mangas.
—Y yo no os detendré, amigo. Ese hombre nos ha quitado mucho a ambos, y no vivirá para ver
otro día —metiendo la mano por debajo del asiento cubierto de terciopelo, Vaughn sacó una caja.
Dentro había dos pistolas de duelo de cachas nacaradas, que comenzó a cargar.
—Os preguntaría para qué son, pero supongo que no necesito hacerlo —dijo Seth, arqueando
una ceja.
—Nunca salgo de casa sin ellas —dijo Vaughn.
—Lord Wardell, hay un carruaje delante —dijo el palafrenero, y los caballos bajaron la
velocidad.
Seth reconoció el coche abandonado de Piggot inmediatamente. Se le había roto una rueda y
se veían las pisadas en el camino de tierra.
—El almacén no estará demasiado lejos —dijo Vaughn, alargándole una pistola a Seth cuando
ambos se bajaban del carruaje.
Subieron la suave colina corriendo y el Támesis, con el sol del atardecer rielando en sus aguas,
se extendió ante sus ojos. En sus costas, cerca de donde los barcos podían cargar y descargar sus
mercancías, había un enorme edificio de ladrillo con pocas ventanas. Ninguna de las enormes
puertas se hallaba abierta.
Se oyó un disparo de pistola y el proyectil pasó casi rozando la cabeza de Seth. Luego otro tiro.
Vaughn lanzó un gemido tras Seth, que se volvió con el corazón en la boca. Vaughn se hallaba en el
suelo, cogiéndose la pierna. La sangre brotaba entre sus dedos. Seth se dejó caer a su lado, se
arrancó una manga de la camisa y se la alargó a Vaughn. En aquel momento, el cochero de Vaughn se
acercó corriendo. Seth le hizo señas de que tuviese cuidado y el hombre se agachó, siguiendo
inclinado hasta ellos.
—Tengo que marcharme —dijo Seth. Una fuerza irresistible le atraía hacia el almacén. El
cochero cogió la manga de Seth y comenzó a atarla al muslo de Vaughn.
—Un poco a la izquierda de la puerta más lejana hay otra tamaño de un hombre, ¿la veis? —
preguntó Vaughn, la voz áspera por el dolor. Le alargó su pistola—. Llevaros ésta también.
—Quedárosla —dijo Seth meneando la cabeza.
—El tiene dos. Tendréis que ser más rápido que él. ¿Sois lo bastante bueno para ello?
—Natasha está con él. Seré lo bastante bueno —dijo Seth. Luego, el sentido común le hizo
añadir—: Si no lo soy y Piggot sale de ese edificio con vida, le cogéis tú con la vuestra, ¿De acuerdo?
—No me quedan fuerzas para discutir con vos —dijo Vaughn, apoyándose en los codos—. Idos.
Seth corrió hacia el almacén con el corazón palpitándole en el pecho. Se había enfrentado a
muchos enemigos en la vida, pero ninguno de ellos le había quitado algo tan querido. Si le sucediese
algo a Natasha, haría a aquel hombre picadillo con sus propias manos.
No sonaron más tiros mientras se acercaba, y Seth supuso que Piggot había entrado al edificio.
Se acercó a la puerta más pequeña y la empujó con el pie, mirando la oscuridad interior.
Ni un sonido, ni un movimiento.
Se metió en el edificio y recién ahora notó el frío de la brisa del atardecer en su pecho
desnudo. Había cajas y cajones apilados por todas partes sin ton ni son. Olía a cerrado y humedad.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, él vio delante de sí que había una especie de
pasillo entre las cajas. Se deslizó silenciosamente por la tierra que constituía el suelo del almacén
moviéndose silenciosamente, empuñando el arma. Cogió aire.
—¡Natasha! —llamó.
Silencio. Luego un débil raspar de zapatos.
—¡Seth, estoy a...!
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Le invadió el terror. Aquel grito interrumpido sólo podía significar que Piggot la había
silenciado de alguna forma.
Avanzó unos centímetros por el largo pasillo. La voz de ella había retumbado y rebotado por el
enorme edificio, pero creía que provenía de adelante y a la derecha. Según avanzaba, miraba detrás
de cada una de las cajas.
Había un pequeño espacio detrás de la siguiente caja. Avanzó sigilosamente y luego se asomó
con el corazón acelerado.
En una zona libre de cajas se hallaba Piggot con Natasha frente a él, mirando el pasillo con los
ojos desorbitados. Le apuntaba la sien a su prisionera con una pistola y la otra iba dirigida a Seth.
Éste rodeó la caja con la pistola a su lado.
—Acabo de recargar. No deis un paso más —advirtió Piggot.
—La nota no fue una buena idea, Piggot —le dijo Seth—. Tendríais que haber sabido que os
señalaría inmediatamente. ¿O es que quizá deseabais que supiésemos quién sois de verdad?
—¡Os mataré si dais un paso más hacia mí! —chilló Piggot.
—Todos esos años de planear y manipular, de ser tan inteligente sin que nadie os aplaudiese
los esfuerzos. Pensar que nadie apreciaría nunca el trabajo que habíais invertido en conservar
vuestro capital os habrá reconcomido, ¿verdad?
Se hallaba a veinte metros del hombre. Piggot sudaba profusamente, la mano temblorosa.
—¡La mataré!
—No si yo os mato primero.
—¡Lo digo en serio!
Natasha miraba a Seth fijamente, los ojos desorbitados y vidriosos por el miedo. Seguramente
la había golpeado para callarla antes. La determinación de Seth se hizo más firme.
—De acuerdo, matadla. Luego yo os mataré —le dijo a Piggot.
—¡Me mataréis de todas las formas! —chilló Piggot, su aguda voz elevándose hasta las vigas y
sobresaltando a unos pájaros que habían anidado allí.
Seth se dio cuenta de que él necesitaba un poquito más de presión.
—No os ha amado nunca, Piggot —se burló—. No sois suficiente hombre para ella.
Con un grito de furia, Piggot disparó.
Y falló.
Seth se levantó de su postura agachada y levantó la pistola. Sólo tenía un disparo. De repente,
todo le pareció brillante y claro a su alrededor mientras veía cómo Piggot retiraba la pistola de la sien
de Natasha para apuntarle a él. Apretó el gatillo sabiendo que su disparo daría en el blanco.
El proyectil le dio a Piggot en el medio de la frente y por un momento trastabilló con una
expresión de sorpresa en el rostro antes de que su cuerpo se diese cuenta de que estaba muerto. Se
desplomó contra una de las cajas.
Natasha corrió a los brazos de Seth, que intentó apartarla.
—No soy lo que os conviene —le dijo, tocándose los pantalones manchados de la cárcel.
—Estáis equivocado. Sois exactamente el hombre que llevo años buscando. Ahora que os he
encontrado no os dejaré ir nunca... —dijo ella, y le rodeó con sus brazos.
Seth cerró los ojos e inhaló su dulce perfume.
Paz. Por fin.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Epílogo

Harrow, Irlanda. Día de Navidad

Natasha entró al salón de Innesford y recorrió con su mirada la gente que más amaba en el
mundo. Para aquél día especial se habían reunido en su casa.
Seth, su guapo esposo, se sentaba junto a Vaughn y Elisa, y les hablaba del viaje que iban a
hacer a Australia.
Natasha no veía el momento de conocer la tierra de la cual hablaba tanto Seth.
Al verla, él se interrumpió y se puso de pie.
—Ya está aquí.
Elisa, redonda por su avanzado embarazo, se acercó a ella con los brazos abiertos.
—Ah, por fin habéis venido —dijo—. Me preocupé cuando al llegar Seth nos dijo que no os
encontrabais bien. ¿Os sentís mejor ahora?
Natasha abrazó a su amiga, aliviada de que hubiesen llegado por fin a pasar las fiestas con
ellos.
—Me siento mucho mejor, particularmente ahora que estáis aquí. Os he echado de menos.
—Y yo a vos —dijo Elisa, cogiendo a Natasha de la mano y llevándola hacia los otros.
—Me sorprende mucho que decidieseis viajar en vuestra condición, pero me alegra mucho
que lo hayáis hecho —le dijo Natasha.
—No voy a encerrarme durante nueve meses por algo que es un proceso perfectamente
natural. Prefiero veros.
Natasha se sentó y su esposo se quedó de pie tras ella, tomando su mano entre las suyas. Seth
carraspeó:
—Tenemos noticias que querríamos compartir con vosotros.
—¿Y? —preguntó Vaughn, arqueando una ceja.
—Mi madre llegará esta tarde. Ha decidido que le gustaría quedarse aquí, con nosotros.
—Es una noticia maravillosa —replicó Elisa, sonriendo a Seth.
Vaughn se mostró sorprendido.
—¿Y qué ha hecho que vuestra madre cambiase de opinión, pasase de negarse a asistir a
vuestra boda, a tener ningún contacto con vos, y se convirtiese de repente en una madre... y suegra
amantísima? —preguntó.
—Ah. Bueno, el tema es que... —dijo Seth, haciendo una pausa de efecto para tomar un sorbo
de su Madeira.
Vaughn se cruzó de brazos y Elisa se sentó con los labios apretados y los ojos brillantes de
alegría.
—Oh, Seth, dejad ya de hacer bromas —le dijo Natasha, tirando de su mano.
Seth cedió.
—Parece que quiere estar aquí para el nacimiento de su nieto.
—¿Nieto? —repitió Vaughn, esbozando una sonrisa radiante.
Natasha se ruborizó hasta el nacimiento del pelo.
—Es verdad. Tendré un niño en la primavera.
—¡Qué noticia más maravillosa! —exclamó Elisa, aplaudiendo—. Nuestros niños serán amigos,
al igual que nosotros.
Seth se sentó en la silla junto a Natasha, con su mano todavía entre las suyas y ella le miró. La
sonrisa se había borrado del rostro de él.
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

—¿Qué sucede, amor mío? —preguntó ella, preocupada.


Él meneó la cabeza.
—Feliz —dijo por fin—. Estoy feliz, todo lo feliz que puede llegar a estar un hombre. Ojalá
pudiese volver el tiempo atrás hasta el chaval que hicieron subir a aquella pasarela atado con
grilletes y decirle que valdría la pena, que tenía que pasar aquello para encontrar la felicidad al otro
extremo.
—No sé si habría hecho alguna diferencia que lo hubieses sabido entonces —dijo Vaughn y
chocó su copa con la de Seth.
—¿Por qué no? —preguntó Seth, con cierta dureza.
—Porque aquel chaval no sabía lo que quería, no sabía su sitio. No podría haber cogido la
felicidad si se le hubiese ofrecido, porque no creía que se la merecía. Tuvisteis que pasar por todo
aquello para descubrir que erais capaz de devolver aquel amor.
Natasha volvió a apretar la mano de Seth y besarle la mejilla, sin importarle que no estuviesen
solos.
—Os amo, Seth.
Para su alegría, él la estrechó entre sus brazos y le devolvió el beso.
—Y yo os quiero a vos, Lady Innesford.

***
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

ANASTASIA BLACK
Anastasia Black es el pseudónimo de dos de las autoras de La Cueva de Ellora, que colaboran
juntas: Julia Templeton y Tracy Cooper-Posey.
Julia Templeton nació en California y ahora vive en el estado de Washington con su familia, es
una ávida lectora desde siempre, escribió romance histórico cuando tenía diecinueve años, y hasta el
día de hoy todavía se entusiasma cuando entra en una librería. Julia es miembro del
Club de Escritores de Romance de América, del Club Futurista y de Fantasía y RWA
Paranormal, del de Corazones Celtas y del de Pasiones y Corazones a través de la
historia.
Tracy Cooper-Posey, nació en Australia y se traslado a
Canadá con su familia, allí conoció a su marido a través de internet.
Ella actualmente vive en Edmonton con su marido y sus tres hijos.
En 1994 Tracy ganó el Premio de Emma Darcy para
novelistas, con su novela “Eyes of a Stranger”, y repitió su éxito colocando su
siguiente novela “Diana in the Moon” en cuarto lugar. Sus historias cortas y
artículos han aparecido en varias revistas canadienses y australianas y periódicos, y
en Internet.
Anastasia Black escribe novelas románticas e históricas ambientadas en las épocas Victoriana y
de la Regencia.
Si quieres saber más: www.cuevadeellora.com

BELLEZA PELIGROSA
En el transcurso del prestigioso baile anual "Sweet Pea Ball", dos vidas están a punto de
cambiar para siempre.
Natasha es una de las mujeres más bellas de todo Londres y gracias a Vaughn Wardell, a quien
creyó amar, ha aprendido a no sufrir desengaños y encuentra a la mayoría de los hombres más
arrogantes de lo soportable. Sin embargo, su madre pretende casarla cuanto antes, cueste lo que
cueste.
Seth Harrow es un capitán irlandés recién llegado de las colonias australianas. Viste como un
lord y oculta un secreto que dividiría a la sociedad londinense si saliera a la luz. Está en Londres para
cumplir un última misión antes de dirigirse a Irlanda para ayudar a un amigo. No tiene tiempo que
perder en bailes de debutantes y en las hipocresías de la sociedad, pero debe hacer ambas cosas
para conseguir lo que busca.
La noche del baile cambiará a Seth y Natasha, quienes se enfrentarán al odio, a la intolerancia
y a una pasión que les dejara marcados. El resultado de ésta les meterá de lleno en un torbellino de
amor, vida y muerte.

SERIE WARDELL
1. Forbidden (2004) / Prohibido (2008)
2. Dangerous Beauty (2005) / Belleza peligrosa (2008)

***
ANASTASIA BLACK BELLEZA PELIGROSA

Título original: Dangerous Beauty


© 2005, Anastasia Black
© de esta edición: 2008, El tercer nombre, Si.
Almirante, 9, 2º dcha. 28004 Madrid
© de la traducción: 2008, Mary Solari
© Cubierta: Ellora's Cave Publishing, Inc.
I.S.B.N.: 978-84-96693-38-8
Depósito legal: M-28993-2008
Printed in Spain - Impreso en España por Top Printer

You might also like