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SISTEMA KANTIANO DE MANTENIMIENTO

El enfoque sistémico kantiano plantea la posibilidad de estudiar y entender todo fenómeno,


dado que define que un sistema está compuesto básicamente por tres elementos:
personas, artefactos y entorno.

En todo sistema es fundamental la participación de las personas, ya que ellas son las que
hacen que el sistema exista, y son las que le dan ese carácter real, en forma contextual, de
forma mental. Indudablemente, el mantenimiento es un sistema mental que se construye
de forma intelectual por el ser humano, y que los elementos de un sistema kantiano son los
artefactos3 que, en el caso particular del mantenimiento, constituyen el conjunto de
máquinas, componentes, sistemas de producción, herramientas, utensilios, líneas de
fabricación, documentos como órdenes de trabajo o historia de los equipos, aparatos,
materias primas, insumos, repuestos, sistemas de información, etc., los cuales son
elementos reales requeridos para hacer el mantenimiento.

El tercer componente de un sistema kantiano es el entorno, el cual es de carácter mental


(o intelectual) y corresponde a todos aquellos sitios en donde se desenvuelve la naturaleza
del sistema, y en donde se encuentran las máquinas que hacen posible la producción de
bienes reales o de servicio (Chiavenato, 2005).

El enfoque kantiano permite visualizar y probar la existencia de relaciones entre diferentes


elementos de un sistema real o mental, y para el caso del mantenimiento se reconoce la
existencia de diferentes elementos que se entrelazan. Entre ellos se pueden nombrar las
personas, que son directos usuarios o explotadores de los equipos de fabricación, los
productores y los que preservan el activo o máquina denominados mantenedores. En
cuanto a los artefactos, en este grupo se incluyen todos los equipos o elementos
productivos directos o indirectos que se describen en el texto.

Por último, el entorno es el que comprende los sitios de producción, como fábricas fijas o
móviles, por un lado y, por el otro, también incluye los espacios donde se prestan los
servicios de mantenimiento.
El modelo de la teoría de sistemas define a los departamentos de las empresas, como
módulos administrativos independientes (mantenimiento, producción, etc.), a los cuales los
denomina unidades, y éstos a su vez conforman un sistema con metas propias individuales
y comunes al sistema (empresa). Un sistema es un conjunto de unidades recíprocamente
relacionadas (Bertalanffy, 1994). Las unidades a su vez se pueden considerar como
elementos de un sistema cuando se encuentran relacionadas entre sí por alguna forma de
interacción o interdependencia (Chiavenato, 2005).

Los objetivos específicos para una unidad, por lo general, buscan los mayores beneficios
mediante la maximización de las utilidades y la reducción de los posibles desperdicios de
insumos o materias primas durante el proceso industrial, con una adecuada utilización de
los recursos disponibles. El concepto de departamento de mantenimiento se resume en la
prestación de un buen servicio para las instalaciones y el equipo para reducir al mínimo las
paradas de máquinas por fallas imprevistas, lo cual es posible si se incrementa la eficacia
en el empleo de dichos elementos y de los recursos humanos, con el menor costo posible
(Newbrough y otros, 1982).

Con el fin de entender la aplicación de estos conceptos a un sistema de mantenimiento, se


aplican de forma individual e independiente a los departamentos de operación y de
sostenimiento de maquinaria, para posteriormente usarlos en un sistema integral industrial,
de tal forma que se pueda visualizar la interacción de ambas unidades y el sistema global
unificado de mantenimiento empresarial.

Munsterberg, H. (1916). The photoplay: A psychological study. Recuperado de


http://www.gutenberg.org/files/15383/15383-8.t

América del Sur


Q’eswachaka, el último puente inca /
Q’eswachaka, the last inca bridge
16 de septiembre de 2011
© Texto y
fotografías: José María Fernández Díaz-Formentí
/ http://www.formentinatura.com

El imperio Inca fue el mayor que ha existido en el hemisferio


sur. Sus límites a la llegada de los españoles iban desde las
tierras de los indios pastos del sur de Colombia (río
Angasmayo) a las de las tribus araucanas al sur del río Maule
(Chile), 4200 kms al sur. Por el oriente los incas dominaron
amplias regiones de los Andes amazónicos, y aunque hicieron
expediciones incluso a zonas de selva baja algo más allá, no la
incorporaron a su imperio de facto. El llamado Tahuantinsuyo
incluía por tanto lo que hoy es el sur de Colombia, las zonas
andinas de Ecuador, Perú y Bolivia, noroeste de Argentina y
algo más de la mitad de Chile, ocupando 1 732 000 km2.

Organizar y controlar tan inmenso territorio conquistado sólo


hubiese sido posible mediante la creación de un sistema vial
que permitiese las comunicaciones entre las distintas zonas del
imperio con la capital u “ombligo” del mismo, Cuzco (Cusco).
Ello permitía el tráfico de mercancías y productos entre las
distintas regiones del imperio (costa, sierra y selva), el cobro de
tributos, el acceso de inspectores y funcionarios a remotas
regiones, el sistema de mensajeros o la rápida movilización de
los ejércitos del inca por el imperio.

El tramado vial incaico se estima tuvo cerca de 60 000 kms,


comunicando los desiertos costeros con las elevadas punas y
altiplanos de los Andes y con las selvas nubosas del oriente.
Esta compleja red de caminos se articulaba en torno a dos
grandes caminos que recorrían el imperio en sentido
longitudinal durante miles de kilómetros, uno por la costa
desértica y otro por la cordillera andina, interconectándose con
gran número de caminos secundarios. Los caminos principales
eran conocidos como Q’hapaq Ñan, y los actuales países que
conservan estas calzadas están coordinándose para que la
UNESCO lo declare Patrimonio Cultural de la Humanidad.

UNA GEOGRAFÍA DESPIADADA

La cordillera de los Andes es joven, muy abrupta, con fuertes


desniveles. Profundos tajos y cañones en el territorio separan
altiplanos, volcanes y nevados. Los ríos al fondo suelen ser
bastante caudalosos y tener fuertes pendientes, de forma que
no son fáciles de cruzar. Los constructores del Q’hapac Ñan y
de sus caminos asociados tuvieron que enfrentarse a una
geografía despiadada, que supone el mayor reto para los
ingenieros de caminos actuales: pantanos, cañones, ríos,
laderas empinadísimas, terremotos, “huaycos” o
desprendimientos de terrenos, volcanes, desiertos, punas,
selvas, etc. Era necesario, pues, nivelar el piso del camino,
hacer escaleras, empedrarlo, recurrir a tallar a cincel laderas y
algunos túneles en ocasiones y, por supuesto, a construir
puentes. Cuando el cauce a salvar no era demasiado ancho se
construían puentes de troncos de madera (material escaso en
los Andes no amazónicos), con losas de piedra o puentes
flotantes sobre balsas, pero si el río era más ancho o había que
superar un cañón, la solución eran los puentes colgantes.

Funcionario inca encargado de los puentes. Guamán Poma de Ayala (fines s XVI-1615)

Cuando los españoles llegaron al Perú en 1532 quedaron


maravillados de la red vial incaica y de sus puentes. Pedro
Sancho de la Hoz, secretario de Francisco Pizarro, que
acompañó a este último en su viaje desde Cajamarca al Cuzco
(1533), hace una primera descripción de estos puentes al año
siguiente en su Relación (1534). Aunque, por la novedad, llama
bejucos a las sogas elaboradas con ichu y magüey, Pedro
Sancho cuenta que levantan en las orillas “una pared grande de
piedra, y después ponen cuatro bejucos, que atraviesan el río,
gruesos de dos palmos o poco menos, y en el medio, a manera
de zarzo, entretejen mimbres verdes que son como de dos
dedos, bien tupidos de suerte que unos no quedan más flojos
que otros, atados en buena forma, y sobre estos ponen ramas
atravesadas de modo que no se ve el agua, y de esta manera
es el piso de la puente. Y de la misma suerte tejen una
barandilla en el borde del puente con estos mismos mimbres
para que nadie pueda caer al agua, de lo cual no hay a verdad
ningún peligro, bien que al que no es práctico parece cosa
peligrosa el haberlo de pasar, porque siendo el trecho grande,
se dobla el puente cuando pasa uno por él, que siempre va uno
bajando hasta el medio, y desde allí subiendo hasta que acaba
de pasar a la otra orilla; cuando se pasa tiembla muy fuerte, de
manera que el que no está a ello acostumbrado se le va la
cabeza”.
Puente sobre el río Pampas (o Vilcas, en Ayacucho). Squier, 1864

Después otros muchos cronistas de Indias los alaban en sus


escritos. Pedro Cieza de León, uno de los más rigurosos y
objetivos habla de estos puentes hechos de “…maromas de
rama, a manera de las sogas que tienen la anorias para sacar
agua con la rueda. Y estas, después de hechas, son tan fuertes
que pueden pasar los caballos a rienda suelta, como si fuesen
por la puente de Alcántara o de Córdoba.”

El Inca Garcilaso de la Vega describe en detalle los puentes


colgantes y su elaboración en el capítulo VII del libro tercero de
su obra “Comentarios Reales de los Incas” (1609). Explica que
para ello juntan grandísima cantidad de mimbre, con los que
hacen criznejas muy largas, a la medida del largo que ha de
tener el puente. Trenzándolas entre sí llegan a hacer cinco
maromas tan gruesas y más que el cuerpo de un hombre. Una
vez pasado un cordel a la otra orilla, amarraban esas gruesas
maromas y tiraban de ellas gran multitud de indios hasta
pasarlas de la otra parte. Y habiéndolas pasado todas cinco, las
ponen sobre dos estribos altos que tienen hechos de peñas
vivas, donde las hallan en comodidad. Y no hallándolas hacen
los estribos de cantería tan fuerte como la peña. (…) Por cada
viga de estas hacen dar una vuelta a cada una de las criznejas
gruesas de mimbre, de por sí, para que el puente esté tirante y
no se afloje con su mismo peso, que es grandísimo.

El escritor mestizo explica después que tres de las maromas se


usan como suelo o piso del puente, y las otras dos se ponen
por pretiles o barandillas a un lado y otro. Las del suelo eran
cubiertas con palos o madera delgada, atravesada y puesta por
su orden en forma de zarzo, amarrándola a las maromas
basales para así protegerlas. Para conseguir un piso más
regular, por encima de ella echan gran cantidad de rama atada
y puesta por su orden (…) para que los pies de las bestias
tengan en que asirse y no deslicen ni caigan. Y finalmente, para
aumentar la seguridad, de las criznejas bajas (que sirven de
suelo) a las altas (que sirven de pretiles), entretejen mucha
rama y madera delgada muy fuertemente atada, que hace
pared por todo el largo del puente. Frecuentemente se hacían
dos puentes paralelos, uno para uso de dignatarios y nobleza y
otro para el pueblo llano.

Pero estos puentes tenían un importante problema de


mantenimiento y necesidades de renovación periódica, debido
a la pronta caducidad y deterioro de los materiales con los que
se habían construido. El propio Garcilaso nos cuenta que “en
tiempo de los incas se renovaban aquellos puentes cada año.
Acudían a hacerlo las provincias comarcanas, entre las cuales
estaba repartida la cantidad de los materiales conforme a la
vecindad y posibilidad de los indios de cada provincia. Hoy se
usa lo mismo.” La necesidad común hizo que las comunidades
indígenas cercanas a los puentes fuesen las primeras
interesadas en continuar manteniéndolos y renovándolos
durante la época colonial, pero aún así fueron muchos los
puentes que, por cambios en los tránsitos comerciales,
despoblación o sustitución por otros de piedra, quedaron
olvidados y desaparecieron en pocos años.
EL PUENTE DE MAUCACHAKA

En el siglo XIX aún quedaban algunos de estos puentes, en


lugares estratégicos y donde resultaba difícil construir otros.
Uno de los más notables, admirado ya desde el siglo XVI, fue el
puente de Huacachaka, también conocido como puente de
Maucachaka, Presidentiyuc o San Luis Rey, que cruzaba el
cañón del rugiente río Apurímac cerca de Curahuasi, entre
Cuzco y Guamanga (Ayacucho). Aquel fue el puente más
importante y estratégico del imperio Inca, construido
posiblemente en el siglo XIV, tal vez en el reinado de Mayta
Cápac o de Inca Roca. Permitió al naciente Tahuantinsuyo
movilizar sus ejércitos al otro lado del río y proseguir una
expansión que el cañón del Apurímac había refrenado hasta
entonces. Aunque no fue el único que construyeron para
superar el cañón, sí era el principal. Medía unos 50 m y se
suspendía en pleno cañón, a 35 metros sobre un Apurímac
rugiente y embravecido. Los vientos en el cañón lo hacían
mecerse como una hamaca por las tardes, de modo que los
viajeros procuraban cruzarlo en la mañana. El viajero
norteamericano E. George Squier recorrió en1863 y 1864 gran
parte de la geografía peruana, tomando fotografías que luego
transformó en las magníficas plumillas que ilustran su libro
“Perú: incidencias de un viaje y exploración en la tierra de los
incas” (1877). Una de las más clásicas láminas del libro,
reproducida en otros muchos libros posteriores, es la que
representa el puente sobre el cañón del Apurímac. Atravesarlo
le impresionó grandemente, según nos narra en su libro:
“El cruce de este gran puente colgante del Apurímac constituyó
un incidente memorable en mis experiencias de viaje. Nunca lo
olvidaré, (…) y todos aquellos con quienes nos encontramos y
que lo habían cruzado estaban llenos de horrorosos recuerdos
de su paso: cómo se mecía la frágil estructura a una altura
vertiginosa sobre gigantescos riscos que se alzaban sobre un
negro abismo, colmado con el profundo y ronco bramido del río,
y como se nublaban sus ojos, desfallecía su corazón y se
volvían inseguros sus pies mientras se esforzaban en cruzarlo,
sin atreverse a echar una mirada a ambos lados”.
Pero también este emblemático puente sucumbió al tiempo. En
1890 seguía allí suspendido, pero los vecinos del entorno de
Curahuasi ya no se preocupaban de su renovación. Cruzarlo
por entonces hubiese sido una temeridad, pues colgaba
peligrosamente a la profundidad del abismo, al que terminaría
desplomándose poco tiempo después. A principios de los años
50 del pasado siglo, el explorador Victor W. Von Hagen
examinó los restos de las plataformas que sustentaban aquel
gran puente y de los túneles tallados en la roca que daban
acceso al mismo. Hoy pueden visitarse desde Cconoc,
caminando unas 2 horas (4 km)
Los avances tecnológicos y materiales (cables y vigas de
acero) en ingeniería de puentes, junto a la despoblación rural y
cambios en las rutas comerciales tradicionales hicieron que los
puentes colgantes de tradición inca acelerasen su desaparición
durante los siglos XIX y XX. Entrados en el siglo XXI, sólo
queda un lugar en el que se continúa renovando uno de estos
puentes cada año según la antigua tradición inca: el puente de
Q’eswachaka (“puente de soguillas” en quechua).

Q’ESWACHAKA, El “PUENTE DE SOGUILLAS”

El lugar se encuentra en las tierras altas del departamento de


Cuzco (Perú), concretamente en el distrito de Q’ewe (o
Quehue), provincia de Canas. Sus coordenadas en Google
Earth son 14º 22’ 53.59’’S / 71º 29’ 3.17’’O. Los indígenas
Canas fueron conquistados en el siglo XV por el Inca
Pachacútec, tras duras batallas. A consecuencia de ellas y de
una violenta represalia inca tras la victoria, los Canas fueron
prácticamente exterminados, por lo que Pachacútec “mandó
que viniesen de las naciones comarcanas indios con sus
mujeres (que son los que llaman mitimaes), para que fuesen
señores de los campos y heredades de los muertos, y hiciesen
la población grande y concertada” (Cieza de León). Era
frecuente que tras las guerras de conquista los incas
desplazasen poblaciones enteras dentro del imperio,
repartiendo y diseminando los pueblos conquistados por zonas
seguras y pacificadas del mismo, e instalando colonos fieles al
imperio (mitimaes) en las zonas recién anexionadas. En la zona
que nos ocupa parece haber ocurrido algo así, y con esos
colonos y el nuevo estado llegaría la tradición inca de los
puentes colgantes a la zona a mediados del siglo XV. Por tanto,
el puente que nos ocupa llevaría renovándose desde hace más
de 550 años. El documento más antiguo que recoge su
existencia es una relación de puentes del ministerio de
Fomento del año 1904.

El puente de Q’eswachaka se encuentra suspendido en un


hermoso cañón rocoso por el que corre el río Apurímac, aún
joven. Es una región elevada, a unos 3700 m sobre el nivel del
mar, con muy escasa población. Por aquí pasaba uno de los
caminos secundarios del imperio, que seguramente iría a
conectar con el Q’hapac Ñan principal que desde Cuzco se
dirigía a la gran provincia del Collasuyu, o tierra de los collas,
es decir, el Titicaca y los altiplanos de la actual Bolivia. La
vegetación predominante del la zona es el pajonal andino de
altura, constituido principalmente por el “ichu” o paja brava, que
consumen llamas y alpacas, y que es materia prima
fundamental en la renovación del puente.

En el segundo fin de semana de junio, el puente es renovado


cada año por las comunidades del distrito de Q’ewe: Dos
miembros de las de Ccollana y W’inchiri, herederos de esta
ancestral tradición, dirigen el trenzado del puente, ayudados por
las comunidades de Chaupibanda, Choccayhua y Pelcaro. A
principios de mes estos indígenas comienzan a recolectar ichu
de la variedad qolla. Llegado el primer día de la renovación del
puente, el ichu recolectado es apilado mientras se hacen
plegarias al Apu o espíritu tutelar de la región (Quinsallallawi).
Las mujeres se ponen a tejer soguillas entrelazando las hierbas
de ichu, y en la tarde los hombres se organizan en grupos para
ir trenzando las sogas mayores, guiados por el chakaruhac
(heredero conocedor de estas técnicas) y hacerlas pasar de
una orilla a otra.
Al día siguiente se sueltan las sogas del puente viejo, que cae a
las aguas del río Apurímac. A los clavos de piedra en las que
iban sujetas, se amarran ahora las nuevas maromas, tensando
las cuatro que harán de base y las dos que actuarán de
pasamanos. El último día se amarran los cordones laterales
entre las sogas de la base y las de los pasamanos que harán
de pared protectora, y se colocan y amarran palos atravesados
sobre los cordones basales para hacer un piso más fácil y
cómodo de transitar. El chakaruhac se sienta a horcajadas
sobre las maromas de la base y va haciendo los amarres con
cordones de ichu, magüey o trozos de cuero. Finalmente, el
nuevo puente queda inaugurado y a disposición del uso público,
festejándose al día siguiente. A unos cientos de metros existe
un puente moderno de metal por el que pasa la carretera a
Livitaca, pero para usos peatonales los lugareños parecen
seguir prefiriendo su puente colgante.

El viaje hasta Q’eswachaka desde Cuzco es largo (algo más de


4 horas), pese a que la distancia es de algo más de 140 Kms.
Se sale por la carretera a Puno (lago Titicaca), cuyo trazado es
muy próximo al antiguo Q’hapaq Ñan que iba al Collasuyu. El
camino es pródigo en atractivos arqueológicos (Tipón,
Pikillacta, Rumicolca…) e iglesias coloniales del barroco andino
(Andahuaylillas, Huaro, Canincunca…) discurriendo junto al río
Vilcanota (aguas abajo conocido como Urubamba). Llegados a
la población de Combapata se abandona esta carretera y se
toma la que asciende a Pampamarca, dejando a nuestra
derecha el lago homónimo. En Pampamarca conviene
detenerse a admirar su gran iglesia colonial, antes de seguir
viaje, ya sin asfalto, hasta Yanaoca. Desde este último pueblo
se ve la impresionante mole del nevado Ausangate en el
horizonte, una de las cumbres más sagradas para los incas.
Finalmente, desde Yanaoca se toma la pista que sigue hacia
Liviataca (provincia de Chumbivilcas), deteniéndonos tras pasar
Qéwe cuando la carretera está ya próxima a cruzar un moderno
puente sobre el cañón del Apurímac. En este solitario paraje
veremos el puente en el fondo del cañón, suspendido unos 10-
12 metros sobre el río y destacando el color amarillo del ichu
con que está hecho. Se puede acceder al mismo en ambas
orillas descendiendo por unas escaleras.

El puente mide casi 30 metros de largo y aproximadamente 1


metro de ancho a la altura de los brazos. Está amarrado a unos
clavos de piedra en unas estructuras de cantería (posiblemente
de origen inca) en ambas orillas del cañón. Las descripciones
hechas de estos puentes por los antiguos cronistas de Indias se
ajustan a la perfección con el de Q’eswachaka. Al cruzarlo
caminando ocurre lo que bien escribía Pedro Sancho hace 480
años: “va uno bajando hasta el medio, y desde allí subiendo
hasta que acaba de pasar a la otra orilla”. La idea de cruzar un
cañón sobre un puente hecho de paja puede parecer alocada.
Ya decía Cieza al cruzar ríos como este en el siglo XVI “que no
es pequeño espanto ver lo mucho a que se ponen los hombres
que por las Indias andan”. Sin embargo, aunque se mueve algo
durante el paso, no inspira temor o desconfianza, si bien
durante mi visita en uno de los extremos el piso estaba
deteriorado e inclinado a un lado, lo que hacía tener cierta
precaución. Muy diferente es el paso que hace el turista cuando
se aventura a hacerlo que el de los lugareños cuando lo
utilizan, por el que pasan rápidamente y sin titubeos.

El puente de Q’eswachaka es el último depositario de una


ancestral ingeniería que ya habría caído en un olvido
irrecuperable, de no haber mantenido viva la antorcha de sus
secretos los indígenas de las comunidades cercanas. Hoy es
patrimonio cultural de la nación peruana y la UNESCO ha
valorado especialmente su pervivencia. Uno llega a soñar que
otras comunidades aprendan estas técnicas y recuperen sus
antiguos puentes, como el emblemático de Huacachaka que
tanto impresionó a los viajeros del pasado y que supondría un
interesante destino turístico para los actuales. En Conchucos,
sobre el río Yanamayo, a finales del 2006 las comunidades
indígenas de Llama y Yauya han rehabilitado con técnicas
tradicionales incas el antiguo puente de Pukayacu, cuyas
dimensiones parecen ser próximas al famoso puente del
Apurímac, pues mide unos 45 m y está suspendido unos 50
metros sobre el río Yanamayo, a sólo 18 kms del Marañón. Las
comunidades cercanas se han propuesto recuperar la tradición
y continuar renovando el puente. Ojalá sea un ejemplo a seguir,
pues el puente de Q’eswachaka sigue uniendo no sólo las dos
orillas del Apurímac, sino el ancestral pasado inca con el siglo
XXI.

© Texto y fotografías: José María Fernández Díaz-Formentí


/ http://www.formentinatura.com (© 2011 Prohibida su
reproducción)

Una web interesante sobre este puente, con una galería de


fotos de su renovación
es http://www.patronatomachupicchu.org/qeswachaka.html
Elaboración de planes de
mantenimiento basados en protocolos de
mantenimiento por tipo de equipo

Santiago García Garrido ha dirigido el proyecto de desarrollo de planes de mantenimiento basados en


protocolos de mantenimiento por tipo de equipo.
El proyecto, que ha durado más casi dos años y que recoge toda la experiencia del departamento
técnico de RENOVETEC en la elaboración de planes de mantenimiento de diversas plantas
industriales, ha culminado con la elaboración del MANUAL DE PROTOCOLOS DE MANTENIMIENTO
POR TIPO DE EQUIPO y del libro ELABORACIÓN DE PLANES DE MANTENIMIENTO EN
CENTRALES ELÉCTRICAS, en el que se explica todo el trabajo realizado.

Formas de elaborar un plan de mantenimiento


A la hora de abordar el plan de mantenimiento de una instalación industrial, existen tres metodologías
para llevarlo a cabo:

 Basándose en las recomendaciones de los fabricantes, con diversas aportaciones de los técnicos de
mantenimiento de la planta
 Basándose en protocolos de mantenimiento por equipo
 Basándose en RCM, es decir, en el análisis de fallos potenciales de la instalación y en la
determinación de medidas preventivas que eviten estos fallos.

Los planes de mantenimiento y las


recomendaciones de los fabricantes
La determinación de las tareas de mantenimiento programado que componen el plan de mantenimiento
de una instalación industrial puede hacerse por cualquiera de esos métodos, aunque la forma más habitual
es basarse en las recomendaciones de los diversos fabricantes de los equipos que componen la planta.
Esta metodología tiene algunas ventajas, como la sencillez a la hora de determinarlas, pero también
graves inconvenientes. RENOVETEC y su director técnico, Santiago García, siempre hanb considerado
que basarse en ese método no era la forma más efectiva de elaborar el plan de mantenimiento inicial de
una instalación. El segundo de los métodos expuestos para realizar el plan de mantenimiento, esto es,
basarse en el empleo de protocolos generales de mantenimiento por tipo de equipo, soluciona algunos de
los graves inconvenientes que tiene basarse en las recomendaciones de los fabricantes.
El plan de mantenimiento basado en protocolos de
mantenimiento
Este método de determinación de las tareas que componen el plan parte del concepto de que los
diferentes equipos que componen la planta pueden agruparse en tipos genéricos de equipos o equipo
tipo, y que a cada equipo le corresponden una serie de tareas preventivas con independencia del quien
sea el fabricante y cual sea la configuración exacta del equipo. Así, es posible definir como equipo genérico
una bomba centrífuga de gran caudal. Independientemente de quien sea el fabricante y cual sea el modelo
exacto, es posible identificar una serie de tareas preventivas a realizar en cualquier bomba de HTF de
gran caudal. El conjunto de tareas de mantenimiento que corresponde a un equipo tipo se
denomina protocolo de mantenimiento programado. Si se elaboran los protocolos de mantenimiento de
todos los tipos de equipos presentes en una instalación industrial y se confecciona una lista con todos los
equipos de que dispone la central, solo hay que aplicar el protocolo de mantenimiento que le corresponde
a cada uno de ellos para tener una lista completa y detallada de todas las tareas de mantenimiento
preventivo a realizar en la planta. El posterior tratamiento de esta gran lista de tareas para agruparlas por
sistema, frecuencia y especialidad irá formando las diferentes gamas que componen el plan de
mantenimiento de la planta.
El proceso completo puede verse en la figura adjunta.

Los protocolos de mantenimiento, la clave del


proyecto
Por supuesto, la gran dificultad del proyecto consiste en elaborar los diversos protocolos de mantenimiento
de cada equipo tipo de forma rigurosa y eficaz. El trabajo de investigación llevado a cabo por el equipo
dirigido por Santiago García Garrido ha consistido en la elaboración de más de 170 protocolos de
mantenimiento para cada equipo tipo. La figura adjunta muestra el protocolo de mantenimiento de un
intercambiador de placas.
La mayor dificultad del trabajo ha sido la determinación de las tareas de mantenimiento más adecuadas
para cada tipo de equipo. Para ello, ha sido necesario consultar numerosa documentación y contar con
expertos de todo tipo: mecánicos, eléctricos, instrumentistas, especialistas en determinados equipos,
fabricantes, etc. El resultado final ha sido un MANUAL DE PROTOCOLOS DE MANTENIMIENTO, que ya
forma parte del know-how de RENOVETEC para la elaboración de planes de mantenimiento y que
constituye la más completa y rigurosa biblioteca de mantenimiento programado existente hasta la fecha.

Un sistema de elaboración que ya ha sido llevado a


la práctica
El sistema de elaboración de planes de mantenimiento basados en protocolos genéricos por tipo de equipo
ha sido llevado a la práctica en al menos dos centrales eléctricas españolas:

 Central híbrida LES BORGES, propiedad de la sociedad formada por ABANTIA y COMSA-EMTE, y
que está formada por una central de biomasa hibridada con una central termosolar.
 Central termosolar LA AFRICANA, situada en la provincia de Córdoba, que dotada de
almacenamiento térmico contiene algunas de las soluciones más novedosas y eficaces aplicadas
nunca a una central termosolar

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