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A.

Millán-Puelles

“La dignidad de la persona humana, y la de toda persona, está íntimamente unida al valor
que la libertad tiene de suyo, de una manera intrínseca. En el caso del hombre, ese valor
intrínseco o esencial del libre arbitrio refuerza, en cierta manera, la subsistencia necesaria
para el nivel de la persona desde el punto de vista de la suficiencia o plenitud que este mismo
nivel exige. De un modo expreso, Tomás de Aquino lo observa al señalar la peculiar
perfección del individuo en las sustancias de naturaleza racional por el dominio que de su
actividad existe en ellas. La libertad acentúa la individualidad y, si bien ésta no se identifica
con la subsistencia, la posesión de una individualidad que de ese modo se halla acentuada
constituye un imprescindible requisito del rango de la persona en cuanto para ésta es
necesaria la individualidad no solamente en su aspecto pasivo, sino también, y
fundamentalmente, en el activo (según ya se explicó). El hombre tiene la dignidad de la
persona, mientras el animal irracional está por debajo de ella (cabalmente en virtud de su
irracionalidad y a pesar de ser, en cada caso, un efectivo individuo con la correspondiente
subsistencia).”

“La conciencia del propio yo de cada hombre es un acto que puede no estar siendo ejecutado,
sin que por ello deje de ser persona ningún hombre. No se es persona por la autoconciencia,
sino por la capacidad correspondiente. El yo personal del hombre no consiste en ningún acto
de conciencia, sino en un ser capaz de realizar esos actos. Su índole es ontológica, no
meramente representativa. Cierto que la capacidad de auto-representarse es imprescindible
para ser lo que se denomina una persona, pero esta capacidad no se confunde con su
actualización, de la misma manera en que la capacidad de enseñar un saber es realmente
distinta de cualquier acto efectivo de enseñarlo; y no se pierde por no estar siendo actualizada
en tal o cual ocasión. El matemático no deja de serlo cuando duerme, sin pensar en el objeto
de su ciencia, ni cuando, despierto, piensa en otras cosas.”

“La dignidad de toda persona humana no es una preeminencia que se adquiere por razón de
alguna actividad. La “dignidad moral” de cada hombre es cosa muy diferente de la “dignidad
ontológica” de la persona humana. Esta dignidad es innata e indivisible y, aunque supone la
posesión del libre arbitrio, no se encuentra determinada por su buen o mal uso.”

“La dignidad ontológica de la persona humana posee, no obstante, una significación esencial:
la de constituir el fundamento, no el único o radical, ya que éste consiste en Dios, de los
deberes y los derechos básicos del hombre. Estos deberes y derechos básicos suelen
denominarse naturales por suponer en toda persona humana la naturaleza racional, de modo
que también se ha de tomar a esta naturaleza por fundamento de ellos, pero no solamente por
ser algo que tenemos en común todos los hombres, ya que asimismo la dignidad ontológica
de la persona humana la tenemos todos los hombres en común, sino por hacer que nuestro
nivel o rango de personas sea justamente el de personas humanas.”

“Hay un deber general, en el cual se resumen los diversos deberes de toda persona humana:
el de mantenerse a la altura de su dignidad ontológica al hacer uso de la libertad. Todo deber
natural consiste en una exigencia que responde objetivamente a la manera sustancial de ser
de su sujeto. El plano de la conducta no es el del ser sustancial, pero, por ello mismo, la
conducta, en su plano, puede no ser con-digna de lo que el ser sustancial es en el suyo. No
solamente es posible el no estar a la altura de las circunstancias, sino que cabe también el
estar por debajo de la sustancia en el modo de comportarse. Y hay un derecho general
también, en el cual se resumen los diversos derechos de toda persona humana: el de ser
tratados cabalmente como personas humanas, no en virtud de razones o motivos particulares,
sino en función de la dignidad ontológica del ser sustancial del hombre. Ello no se opone a
las sanciones que cada cual se merezca por el uso efectivo de su libertad. Tales sanciones no
ofenden, en principio, a la dignidad ontológica de la persona humana, dado que esta misma
dignidad no está condicionada en modo alguno por el trato que se recibe, ni tan siquiera por
la sanción divina de la conducta personal de cada cual. Más aún: los seres que no pueden
recibir ningún tipo o clase de sanción en el más propio sentido de esta palabra son
precisamente aquellos que no tienen, bajo ningún aspecto, la dignidad ontológica de la
persona (finita).”
J. Seifert

“La dignidad tiene su raíz inteligible en la persona como sujeto individual, único, irrepetible,
con una naturaleza racional, que llevó a Alejandro de Hales a definir que «la persona es una
sustancia que se distingue a través de propiedad relacionada con la dignidad. La esencia y la
verdadera existencia de la persona dan lugar a una dignidad ontológica que sólo pertenece a
los seres dotados de una naturaleza que les permite el principio de la comprensión, los actos
libres, la conciencia moral, los actos religiosos, etc. Aunque esa dignidad se enraíza en la
naturaleza y en la existencia de la persona, le pertenece de manera tan íntima que no sólo
surge de los rasgos distintivos de las personas, sino que es en sí misma un rasgo distintivo de
esa naturaleza. Distingue a las personas de otros seres y, por lo tanto, se incluye,
correctamente, en las definiciones axiológicas de la persona.”

“La dignidad es inalienable. Este término no se aplica en realidad a todas las formas y
dimensiones de la dignidad, como veremos, pero sí que se aplica al valor ontológico de la
persona como tal, que está inteligiblemente enraizado en el ser y la esencia de la persona. La
dignidad también porta una relación intrínseca que es el objeto de un tipo especial de
imperativos morales absolutos e incondicionales […] La dignidad es un caso especialmente
claro de valor moralmente relevante cuya violación no constituye un mero acto inmoral, sino
un ultraje moral particular. Como consecuencia de todo ello, la dignidad representa un valor
moralmente relevante que es capaz de cimentar un intrinsece malum: aquellas acciones que
esencial y gravemente se dirigen contra esa dignidad también irán esencialmente dirigidas
contra la moralidad, es decir, serán esencial e intrínsecamente malvadas y no podrán volverse
buenas y permisibles ni siquiera en ciertas circunstancias o aun cuando se lleven a cabo con
ciertos propósitos buenos.”

“El ser de la persona, la primera fuente de dignidad humana, requiere tanto una esencia
racional e intelectual como la existencia individual concreta del sujeto a quien designamos
persona. Las personas no son nunca entidades abstractas; siempre son individuos que existen
y que son incomunicables […] Así, la esencia de un ser racional y la verdadera existencia y
vida de un individuo insustituible de esa naturaleza se penetran la una a la otra en el origen
de la dignidad personal. Un ser humano posee una dignidad inalienable no sólo cuando
funciona como persona, sino que posee esa dignidad en virtud de ser una persona. En
términos aristotélicos, la base de esta dignidad es el ser sustancial de un hombre y sus
potencias, y no sólo su realización. Del mismo modo que los hombres poseen esa dignidad
cuando duermen, también la poseen cuando caen en un estado de inconsciencia o coma.
También el embrión, que no puede aún utilizar su intelecto, pero lo posee como condición
para que tenga la posibilidad de utilizarlo alguna vez, está dotado de esta dignidad de la
persona. A esto podemos llamarlo dignidad puramente ontológica de las personas.”

“Existe una dignidad humana que surge únicamente de las buenas realizaciones de la persona
a través del conocimiento de la verdad, la felicidad y, sobre todo, de las perfecciones morales
de la justicia, del amor a la verdad, de la amabilidad, etc. Esa realización que trasciende al
yo de la persona también incluye una relación con un tú, con otra persona, y ulteriormente
incluye el don del yo en el amor y en la formación de una communio personarum. La mera
realización de la personalidad en la consciencia no constituye una base suficiente para ese
nivel cualitativo y principalmente moral de la dignidad humana que también da lugar a
muchos derechos humanos nuevos.”

“Dado que la vida de un hombre es una vida personal y mental, está en todos sus aspectos
controlada, en el sentido de una vocación, por un principio de trascendencia en diversas
acepciones del término: en el conocimiento encontramos una trascendencia receptiva en la
que el ser y la esencia de las cosas se muestran a sí mismas a la mente. Encontramos el
alcance de la vida mental más allá de su propia realidad inmanente, una apertura de su sujeto
hacia aquello que se encuentra más allá de la propia vida, una participación en eso y en cómo
son las propias cosas, ellas mismas. En un conocimiento absolutamente cierto resulta
indudable esa trascendencia y el descubrimiento de las cosas como tales y de las cosas en
ellas mismas, tal y como existen independientemente de la consciencia humana. Esa
trascendencia en el conocimiento de la verdad representa uno de los pilares de la dignidad
humana que se ve atacado por toda forma de escepticismo y relativismo, así como por la
fuerza política ideológica que se utiliza para desconectar las mentes humanas de su contacto
con la verdad.”

“En los actos de amor y en los actos morales nos trascendemos a nosotros mismos en un
sentido bastante diferente: a través del uso correcto de nuestra libertad, es decir, al reconocer
de manera libre el ser y el valor del prójimo en su cualidad de ser precioso, intrínseco, digno
e importante.”

“Acerca de este nivel de dignidad moral de la persona, Gabriel Marcel dice, correctamente,
que se trata de una conquista, y no de una posesión. La dimensión y fuente de dignidad
personal a que aquí se hace referencia, siendo totalmente nueva, surge claramente en su
carácter irreductible ante las dos primeras fuentes antedichas cuando se contempla el hecho
de que depende del buen uso del intelecto y de la libertad. Esta dignidad no es inalienable ni
nos pertenece de forma automática como personas. Es el fruto de los actos moralmente
buenos y por ello resulta radicalmente diferente del primer tipo de dignidad. También posee
una cualidad distinta y única que, como señala de manera adecuada Kant, culmina en la
santidad. Esta dignidad se diferencia de la dignidad puramente ontológica de las personas en
que tiene opuestos: constituye el opuesto radical de la indignidad y la maldad morales, de la
malicia de un Hitler que pierde cualquier dignidad moral a través de sus acciones.”

T. Melendo

“A lo largo de toda la historia, el ser humano ha sido consciente de su diferencia y


superioridad respecto a los animales, plantas y demás integrantes del universo corpóreo. Los
indicios de esa preponderancia podrían contarse por cientos e incluso por miles. Los hay de
muy diversa clase y categoría (…) Hasta el punto de que bastantes estudiosos se han perdido
en medio de semejante sobreabundancia, y no han logrado discernir entre los distintos signos,
ni vertebrarlos en torno a los que de forma más inmediata expresan no sólo la diferencia, sino
la radical supremacía del hombre respecto a todo lo que lo rodea. Otros, por el contrario,
ahondando con lucidez en esos síntomas, han empalmado con la densa y larga tradición que
apareja dignidad y libertad.”

“La excelsa trascendencia de la persona sobre el cosmos infrapersonal, su elevación respecto


a él, se manifiesta con claridad en el hecho de que el hombre puede actuar libremente,
mientras los animales y plantas obran movidos por necesidad y de forma predeterminada.”

“La dignidad humana va mucho más allá del simple arbitrio, entendido como mera capacidad
de optar. No basta con elegir. Sin duda, es éste un integrante de la libertad finita, pero incapaz
por sí solo de manifestar la dignidad del hombre […] La innegable excelsitud del sujeto
humano se infiere sin posibilidad de equívocos de su intrínseco poder de autodeterminación
sólo cuando éste se advierte con perspicacia en la totalidad de sus dimensiones constitutivas.
O, con palabras más concretas: la libertad es signo privilegiado de la grandeza humana no
sólo porque gracias a ella el hombre puede conducirse por sí mismo, sino también y de
manera indisoluble porque por sí mismo puede encaminarse hacia el propio bien o plenitud.”

“Se afirma que una persona actúa con dignidad cuando sus operaciones no parecen poner en
juego el noble hondón constitutivo de su propio ser. Alguien acepta un castigo o una injusticia
dignamente, o lucha por adquirir un bien conveniente o incluso necesario con pareja
compostura, precisamente cuando nada de ella parece afectar la consistencia de su grandeza
o densidad interior, ni las afrentas la amenazan ni semejante realiza depende de la
consecución de los beneficios o prebendas: el sujeto digno se encuentra como asegurado en
su propia espesura y en su solidez interna. La dignidad apunta, de esta suerte, a la autarquía
de lo que se eleva al asentarse en sí, en su propia intimidad, de lo que no se desparrama para
buscar apoyo en exterioridades inconsistentes: ni las requieren ni, como sugería, se siente
acechado por ellas. Desde este punto de vista, la templanza, el desprendimiento de los bienes
materiales, suscita indefectiblemente la sensación de dignidad: justamente porque quien obra
con tal moderación se muestra suficientemente radicado en su valía interior, hasta el punto
de que las realidades que lo circundan se le apareen como superfluas y es capaz de renunciar
a ellas.”

“El hombre es persona porque, según demuestran el conocimiento intelectual y el obrar libre,
su alma es de tal categoría que puede recibir el ser en sí mismo y, en este sentido, por sí. De
ahí que semejante alma, en oposición a la de los animales o plantas, sea capaz de subsistir
cuando el cuerpo perece[...] La clave metafísica de la dignidad del hombre es, pues, la
espiritualidad del alma que le pertenece.”

Ana M. Gonzales

“La fundamentación metafísica o trascendental de la peculiar dignidad de las personas no


debe confundirse con su expresión moral. En atención a esto conviene distinguir entre
dignidad ontológica y dignidad moral. La dignidad ontológica tiene un carácter fundante, y
no es disponible: acompaña necesariamente a todo ser humano, por el solo hecho de serlo:
porque tiene una naturaleza racional, con independencia de que esa racionalidad, por las
razones que sea, se haya desarrollado plenamente o no. Considerada así, la dignidad tiene el
carácter de un primer principio, y en este sentido puede verse como la fuente de derechos.
Parece, en efecto, que la palabra dignidad reclama un complemento: se es digno de algo. Sin
embargo, cuando afirmamos que el ser humano es digno –o que tiene dignidad– la
predicamos de modo absoluto. La palabra dignidad manifiesta entonces su sentido más
originario: no por ser esto o aquello, sino simplemente por ser humano, el hombre es digno.
Su dignidad no depende de condiciones externas. Más bien es una razón para tratarle de cierta
manera.”

“En la medida en que la dignidad es una condición originaria, afirmar que el hombre es digno
simpliciter supone dos cosas: por una parte, que es digno de reconocimiento por parte de sus
semejantes, y, por otra, que es digno de ser reconocido como un semejante. La dignidad,
entendida en estos términos, acompaña al mismo proceso de humanización individual, esto
es, al proceso de formación de la personalidad, hasta el extremo de que, si a lo largo de este
proceso faltase el reconocimiento, difícilmente un hombre podría llegar a manifestarse como
humano. Cuando se habla de «calidad de vida», nos referimos a las condiciones físicas y
psicológicas que deben acompañar al desarrollo de la propia vida, precisamente porque es
una vida intrínsecamente digna. Porque el hombre es digno, merece ciertas atenciones. Pero
la falta de esas atenciones no desmerece su dignidad. Asimismo, porque el hombre es digno,
se espera de él cierto comportamiento, a la altura de dicha dignidad. Y entonces hablamos de
dignidad moral.”

“La dignidad moral depende del propio comportamiento libre, en la medida en que esté o no
a la altura de lo que reclama la dignidad ontológica. A diferencia de la dignidad ontológica,
que se comporta como un primer principio y es, por tanto, inalterable, la dignidad moral
puede crecer o disminuir, aunque siempre por obra del propio agente: rigurosamente
hablando nadie, desde fuera, puede arrebatarnos la dignidad moral, pues ésta depende
radicalmente del uso que hagamos de nuestra propia libertad, de que esté o no a la altura de
la dignidad ontológica. Por esa razón, siempre que se habla de «atentados contra la dignidad»
se habla, en rigor, de «atentados contra la manifestación externa de la dignidad». En la
medida en que el hombre se manifiesta principalmente mediante su corporalidad y su
lenguaje, caen bajo esta denominación toda clase de violencias, vejaciones, abusos, etc.”

“La dignidad ontológica puede verse entonces como un título que reclama una respuesta
proporcional, de parte, en primer lugar, del propio sujeto, pero también de parte de terceros.
Esta respuesta se cifra en el reconocimiento práctico de la persona. En efecto, el
reconocimiento, como actitud originaria que preside la relación entre personas, preside
también la vida moral: sin un reconocimiento originario de la propia dignidad no habría razón
alguna para llevar una vida moral. Pero ese reconocimiento originario pide concretarse en
modos de acción determinados, porque las personas poseen una naturaleza también
determinada, por referencia a la cual distinguimos de una manera genérica entre tipos de
acción que suponen una ayuda y tipos de acción que suponen un daño. Así concretado, el
reconocimiento se vuelve práctico, y la idea de dignidad se vuelve operativa.”

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