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Boecio, en el siglo V, fue una personalidad interesante que se coloca entre la cultura
antigua y el Escolasticismo del siglo XII y XIII. Boecio se nos presenta como el máximo
pionero en la transmisión del pensamiento filosófico griego al mundo cristiano
medieval; por ello fue conocido como el “último de los romanos y el primero de los
escolásticos”. Como filósofo, reintrodujo en el pensamiento medieval las artes
liberales, el trivium y el quatrivium; se propuso traducir al latín los escritos de Platón y
Aristóteles, intentando demostrar el acuerdo básico de estos pensadores en materias
filosóficas. Algunos de sus discípulos fomentaron el cultivo de las ciencias profanas;
otros, como San Benito, orientaron la religiosidad monacal europea y señalaron las
obligaciones del cristiano con los desvalidos y enfermos; algunos mas como San
Isidoro de Sevilla, el gran intelectual de la Europa de esos tiempos, al considerar a la
medicina como “filosofía segunda” se constituyó en una figura decisiva en las
estimaciones medievales del arte de curar.
La consideración más genuina del enfermo, desde el punto de vista del Cristianismo,
hizo su aparición con las enseñanzas de San Benito. En la regla benedictina se dice:
“El cuidado de los enfermos debe ser ante todo practicado como si dispensándosele a
ellos, al mismo Cristo se le dispensase”. El mayordomo, añade San Benito, “tratará a
los enfermos con toda solicitud, como un padre, y el procurar que así sea constituye
para el abad una de sus más importantes obligaciones”. (San Benito. “Regla para los
Monasterios”. Versión inglesa. Capítulo 36).
Hacia el siglo XII, obras de Aristóteles desconocidas hasta entonces fueron traducidas
al latín junto con comentarios y tratados de pensadores árabes y judíos, con lo cual
comenzó a desarrollarse el Escolasticismo temprano de Pedro Abelardo y San
Anselmo, en París y en Chartres, y se preparó el camino para el florecimiento del
Escolasticismo de la Edad de Oro en las Universidades de París y Oxford en el siglo
siguiente.
Una de las personalidades más importantes de la Edad Media fue indudablemente
San Alberto Magno, quien fue el primero en comprender que la mejor manera como la
ciencia grecoarábica podía servir a la fe cristiana era concediéndole su autonomía
propia. San Alberto no dudaba en dar a San Agustin la primacía en materias de fe y de
moral, pero en medicina prefería seguir a Galeno o Hipócrates y en física a Aristóteles
o cualquiera otro “experto” en asuntos de la naturaleza.
Santo Tomás de Aquino, célebre discípulo de San Alberto y mejor conocido por sus
innovaciones metafísicas y teológicas, fue considerado en su tiempo como un
excelente lógico y filósofo de la naturaleza. Sus comentarios a las obras de Aristóteles
sobre física, meteorología, astronomía y biología, son aceptados hoy como algunos de
los mejores producidos en la época medieval. Para el estudio científico del mundo,
Santo Tomás, si-guiendo a Aristóteles, separó la física de la metafísica y de las
matemáticas y tomó en cuenta algunas ciencias intermedias como la óptica y la
astronomía. Se apartó de la doctrina agustiniana de la iluminación divina y consideró
que ningún conocimiento podía llegar a la mente humana sin haberse originado
primero en los sentidos. Al nacer, la mente, para Santo Tomás, es una especie de
“tabula rasa” en la cual se van imprimiendo, por así decirlo, las primeras sensaciones
aportadas por los sentidos, idea que posteriormente hizo suya el filósofo empirista
inglés John Locke.
Las ideas discutidas desde San Agustín hasta Nicolás Oresme mil años más tarde,
originadas en los escritos de Platón y Aristóteles, constituyeron la llamada ciencia
medieval que es en realidad idéntica a la filosofía de la naturaleza o ciencia de la
naturaleza. Indica Wallace como digno de mencionarse, que la mayor parte de los
problemas de la filosofía natural, particularmente los formulados por Aristóteles, no
tienen aún soluciones definitivas en el momento actual y que en su mayor parte han
pasado al terreno de una nueva disciplina conocida como filosofía de la ciencia, en la
cual, realistas y nominalistas o positivistas todavía continúan discutiendo los temas
básicos. (W. A. Wallace. “The Philosophical setting of Medieval Science”. 1978). En
ese sentido, la Edad Media no puede ser considerada por los historiadores de la
ciencia como una edad oscura sino más bien como un período de gradual
esclarecimiento que habría de culminar en el siglo XIV, época en la cual se
establecieron los fundamentos reconocibles de la era científica moderna.
Durante el largo período de mil años que duró la Edad Media, la medicina fue una
ciencia esencialmente débil; su desarrollo fue mínimo si se le compara con el
extraordinario esfuerzo intelectual y los altos grados de energía que se emplearon en
lograrlo. Los historiadores de la ciencia piensan que la debilidad de la medicina
medieval se debió, no tanto a que se hubiera sustentado en ideas heredadas del
pasado sino más bien a las interpretaciones discordantes que se tuvieron sobre ellas.
Había demasiadas autoridades que discrepaban entre sí y los conflictos que se
suscitaron entre sus seguidores distrajeron a las mentes de la real tarea de lograr una
síntesis que fuera aceptable y tuviera credibilidad para todos. En realidad no se
establecieron nuevos paradigmas que hubieran modificado el curso de la ciencia
médica. La medicina de la Edad Media europea careció de figuras importantes que le
hubieron dado el relieve que tuvo la profesión en Grecia, Roma y el mundo árabe. En
ese milenio, no se trataba meramente del problema de la medicina versus la filosofía,
o de Galeno versus Aristóteles o inclusive de Avicena versus Averroes, sino sobre qué
clase de filosofía y qué clase de medicina eran las adecuadas para la época y los
tiempos subsiguientes.