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Médico Humanista en la Edad Media

En la Europa occidental y durante miles de años se conoció a un periodo como la


Edad Media, la ciencia de la época basaba su idea central en una perspectiva
filosófica, a diferencia de la ciencia actual que frecuentemente se coloca contrapuesto
a la filosofía. Esa visión filosófica de la ciencia tuvo como actor principal a Aristóteles,
pero fue matizado después por las creencias religiosas del Islamismo, del Judaísmo y
sobre todo del Cristianismo. El ámbito de la filosofía medieval era bastante amplio y
comprendía todo acerca de universo y que fue concebido por la razón. De esa forma,
la teología era excluida del campo de la filosofía, al igual que las artes prácticas y
disciplinas tales como la gramática, la mecánica y la medicina.

Algunos de los primitivos Padres de la Iglesia fueron abiertamente hostiles a la filosofía


del helenismo: “Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?”, se preguntaba
frecuentemente Tertuliano. Otros, sin embargo, consideraron que el Cristianismo podía
dar respuesta a muchas inquietudes de la filosofía griega y que el pensamiento de
Platón era el más cercano a la sabiduría cristiana. San Agustín, obispo de Hipona, que
había sido entrenado en retórica y había leído textos platónicos, se convenció de la
existencia de una realidad espiritual al descubrir la naturaleza del mal como una
privación y no como algo positivo en sí, y al mostrar que el mal no excluía la creación
del mundo por un Dios que es todo bondad. Para San Agustin existe un universo de
verdades eternas que el alma, iluminada por Dios, está en capacidad de conocer para
poder juzgar todas las cosas mediante su luz; esas verdades eternas, presentes en la
mente de Dios, a través de un proceso de iluminación ejercen su acción reguladora
sobre la mente del hombre. Platón fue el primero de los filósofos griegos cuyas ideas
entraron en la corriente del pensamiento medieval bajo el patronazgo de San Agustín.

Boecio, en el siglo V, fue una personalidad interesante que se coloca entre la cultura
antigua y el Escolasticismo del siglo XII y XIII. Boecio se nos presenta como el máximo
pionero en la transmisión del pensamiento filosófico griego al mundo cristiano
medieval; por ello fue conocido como el “último de los romanos y el primero de los
escolásticos”. Como filósofo, reintrodujo en el pensamiento medieval las artes
liberales, el trivium y el quatrivium; se propuso traducir al latín los escritos de Platón y
Aristóteles, intentando demostrar el acuerdo básico de estos pensadores en materias
filosóficas. Algunos de sus discípulos fomentaron el cultivo de las ciencias profanas;
otros, como San Benito, orientaron la religiosidad monacal europea y señalaron las
obligaciones del cristiano con los desvalidos y enfermos; algunos mas como San
Isidoro de Sevilla, el gran intelectual de la Europa de esos tiempos, al considerar a la
medicina como “filosofía segunda” se constituyó en una figura decisiva en las
estimaciones medievales del arte de curar.

La consideración más genuina del enfermo, desde el punto de vista del Cristianismo,
hizo su aparición con las enseñanzas de San Benito. En la regla benedictina se dice:
“El cuidado de los enfermos debe ser ante todo practicado como si dispensándosele a
ellos, al mismo Cristo se le dispensase”. El mayordomo, añade San Benito, “tratará a
los enfermos con toda solicitud, como un padre, y el procurar que así sea constituye
para el abad una de sus más importantes obligaciones”. (San Benito. “Regla para los
Monasterios”. Versión inglesa. Capítulo 36).

El mundo en el que se ejerce el tipo de atención hospitalaria preconizado por la regla


benedictina es el mundo medieval, organizado en tres estamentos: el de los hombres
que hacen la guerra y mandan; el de los hombres que rezan representados por los
clérigos; y el de los que trabajan o siervos. Este tipo de ordenación en tres niveles, fue
considerado como un orden natural establecido por la naturaleza y a la postre por Dios
y por lo tanto ineludible e intocable. Es un mundo en el que prevalece la “mentalidad
ordálica” y en el cual se alterna entre el oficio de curar y el milagro sanador. (R.
Foissier. “La Sociedad Medieval”. 1996). La medicina bajo esas condiciones se redujo
a la indicación empírica de prescripciones dietéticas y de medicamentos de origen
vegetal y a la ejecución de sencillas intervenciones quirúrgicas como flebotomías,
incisiones de abscesos o reducción de algunas fracturas.

Hacia el siglo XII, obras de Aristóteles desconocidas hasta entonces fueron traducidas
al latín junto con comentarios y tratados de pensadores árabes y judíos, con lo cual
comenzó a desarrollarse el Escolasticismo temprano de Pedro Abelardo y San
Anselmo, en París y en Chartres, y se preparó el camino para el florecimiento del
Escolasticismo de la Edad de Oro en las Universidades de París y Oxford en el siglo
siguiente.
Una de las personalidades más importantes de la Edad Media fue indudablemente
San Alberto Magno, quien fue el primero en comprender que la mejor manera como la
ciencia grecoarábica podía servir a la fe cristiana era concediéndole su autonomía
propia. San Alberto no dudaba en dar a San Agustin la primacía en materias de fe y de
moral, pero en medicina prefería seguir a Galeno o Hipócrates y en física a Aristóteles
o cualquiera otro “experto” en asuntos de la naturaleza.

Santo Tomás de Aquino, célebre discípulo de San Alberto y mejor conocido por sus
innovaciones metafísicas y teológicas, fue considerado en su tiempo como un
excelente lógico y filósofo de la naturaleza. Sus comentarios a las obras de Aristóteles
sobre física, meteorología, astronomía y biología, son aceptados hoy como algunos de
los mejores producidos en la época medieval. Para el estudio científico del mundo,
Santo Tomás, si-guiendo a Aristóteles, separó la física de la metafísica y de las
matemáticas y tomó en cuenta algunas ciencias intermedias como la óptica y la
astronomía. Se apartó de la doctrina agustiniana de la iluminación divina y consideró
que ningún conocimiento podía llegar a la mente humana sin haberse originado
primero en los sentidos. Al nacer, la mente, para Santo Tomás, es una especie de
“tabula rasa” en la cual se van imprimiendo, por así decirlo, las primeras sensaciones
aportadas por los sentidos, idea que posteriormente hizo suya el filósofo empirista
inglés John Locke.

El problema clave para el filósofo de la naturaleza, en opinión de Santo Tomas, era


entender el movimiento en función de sus causas, tomando el movimiento de la
manera más amplia posible para significar cualquier cambio perceptible por la
experiencia de los sentidos. A partir de esas inquietudes desarrolló una amplia
doctrina sobre las Causas, que condujo a los pensadores medievales a formularse
preguntas de este orden: Qué causa el movimiento continuo de un proyectil cuando ha
salido de la mano del que lo lanza?, qué causa la caída de los cuerpos celestiales?,
qué causa el enfriamiento del agua caliente cuando se la deja en reposo?. Santo
Tomas rechazó la doctrina de los átomos de Demócrito y consideró que las sustancias
materiales eran continuas, no compuestas por átomos separados por espacios vacíos
como lo había pensado el sabio griego. Este tipo de inquietudes científicas eran
abordadas con gran confianza ya que el conocimiento griego parecía apoyado en la fe
cristiana, y además por la creencia de que un Dios omnisapiente llamaba al hombre a
descubrir lo racional e inteligible de su creación material.
La influencia del pensamiento islámico en la Europa del siglo XII fue especialmente
ejercida por Averroes, médico y filósofo ya mencionado quien, siguiendo a Aristóteles
literalmente, sostenía que los cielos, el movimiento, el tiempo y la materia, no habían
tenido un comienzo temporal ni tendrían un final, de manera que no habían sido
creados ni dejarían de existir. Los averroistas latinos enseñaron la unidad del intelecto
para todos los hombres, la eternidad del universo y de todas sus especies, la
mortalidad del alma humana, la negación de la libertad y providencia de Dios y la
influencia necesaria de los cuerpos celestiales en el mundo sublunar. Alarmadas por el
crecimiento del racionalismo naturalista, las autoridades eclesiásticas de París
decidieron condenar las tesis averroistas y detener además el pensamiento aristotélico
heterodoxo, lo que se tradujo en profundas consecuencias para el desarrollo de la
filosofía natural en los tiempos siguientes y para las relaciones entre el pensamiento
filosófico y el teológico.

Nuevas doctrinas filosóficas de la Edad Media tardía, representadas entre otras


muchas por las sostenidas por los franciscanos John Duns Scotus y Guillermo de
Ockham, hicieron que para finales del siglo XIV existiera un cuerpo de conocimientos
nuevos que eran en su origen básicamente aristotélicos, enriquecidos, sin embargo,
por conceptos matemáticos y dinámicos, que al decir del historiador de la Filosofía de
la Ciencia William A. Wallace, muestran considerable afinidad con los de la ciencia
moderna. Paulatinamente se fue estableciendo un cierto grado de eclectisismo y los
comentaristas comenzaron a escoger aquellas tesis que fueran más favorables a sus
propósitos y parecieran más consistentes con sus propias experiencias.

Las ideas discutidas desde San Agustín hasta Nicolás Oresme mil años más tarde,
originadas en los escritos de Platón y Aristóteles, constituyeron la llamada ciencia
medieval que es en realidad idéntica a la filosofía de la naturaleza o ciencia de la
naturaleza. Indica Wallace como digno de mencionarse, que la mayor parte de los
problemas de la filosofía natural, particularmente los formulados por Aristóteles, no
tienen aún soluciones definitivas en el momento actual y que en su mayor parte han
pasado al terreno de una nueva disciplina conocida como filosofía de la ciencia, en la
cual, realistas y nominalistas o positivistas todavía continúan discutiendo los temas
básicos. (W. A. Wallace. “The Philosophical setting of Medieval Science”. 1978). En
ese sentido, la Edad Media no puede ser considerada por los historiadores de la
ciencia como una edad oscura sino más bien como un período de gradual
esclarecimiento que habría de culminar en el siglo XIV, época en la cual se
establecieron los fundamentos reconocibles de la era científica moderna.

Durante el largo período de mil años que duró la Edad Media, la medicina fue una
ciencia esencialmente débil; su desarrollo fue mínimo si se le compara con el
extraordinario esfuerzo intelectual y los altos grados de energía que se emplearon en
lograrlo. Los historiadores de la ciencia piensan que la debilidad de la medicina
medieval se debió, no tanto a que se hubiera sustentado en ideas heredadas del
pasado sino más bien a las interpretaciones discordantes que se tuvieron sobre ellas.
Había demasiadas autoridades que discrepaban entre sí y los conflictos que se
suscitaron entre sus seguidores distrajeron a las mentes de la real tarea de lograr una
síntesis que fuera aceptable y tuviera credibilidad para todos. En realidad no se
establecieron nuevos paradigmas que hubieran modificado el curso de la ciencia
médica. La medicina de la Edad Media europea careció de figuras importantes que le
hubieron dado el relieve que tuvo la profesión en Grecia, Roma y el mundo árabe. En
ese milenio, no se trataba meramente del problema de la medicina versus la filosofía,
o de Galeno versus Aristóteles o inclusive de Avicena versus Averroes, sino sobre qué
clase de filosofía y qué clase de medicina eran las adecuadas para la época y los
tiempos subsiguientes.

Desde sus comienzos, tanto en Alexandría como en Ravena, se perpetuó la idea de


que el médico era un artesano y que en razón de ello sus conocimientos debían
adquirirse por medio de la práctica. Las Enciclopedias de la época, como las
“Lecciones de Heliodoro” y la “Sabiduría del arte médico”, hacían énfasis en la práctica
de la sangría, la uroscopia y la dieta, y estaban orientadas, no a las clases
profesionales sino a las populares. En los monasterios, el saber médico de los libros,
escritos por monjes y clérigos para monjes y clérigos, se difundía de un
establecimiento a otro conservando siempre su carácter de literatura médica más
popular que científica. Los monasterios no solamente fueron los poseedores de la
literatura médica; en ellos comenzó a dispensarse el cuidado médico a los enfermos y
los monjes fueron los primeros “profesionales” de la medicina de la época medieval.
Se hicieron expertos en el uso de medicamentos vegetales y establecieron bien
diseñados jardines y huertos de hierbas medicinales, similares en todos los
establecimientos religiosos, algunos de los cuales con el correr del tiempo fueron
imitados con pocas variaciones en nuestra América.
Hacia el año 1000 un musulmán converso, Constantino el Africano, inició en el
monasterio de Monte Casino, en el sur de Italia, la traducción de obras médicas
producidas por los árabes. Sin embargo, sus libros chocaron con las ideas
eminentemente prácticas de la naciente escuela de Salerno que no se preocupaba por
los conocimientos médicos teóricos de la profesión. Solamente dos siglos después,
con el nacimiento de las Universidades de Bolonia y París, las traducciones de
Constantino el Africano de algunas obras de Aristóteles, de Galeno y de los médicos
árabes, ejercieron su buena influencia en medio de una atmósfera universitaria
propicia de enseñanza, aprendizaje y estudio.

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