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FERNANDO DEVOTO
La crisis de 1890 significó un duro golpe para los inmigrantes ya instalados y desalentó nuevos despla-
zamientos. El resultado fue inevitable. En 1891 los retornos superaron a los ingresos y el saldo anual del
movimiento migratorio fue negativo en alrededor de 50.000 personas. Muchos inmigrantes empezaron a
dirigirse a otros destinos, en especial Brasil, en el corto plazo, y EEUU, en el mediano.
La recuperación del flujo migratorio europeo en la década del ´90 fue lenta, más aún que el de la eco-
nomía real. Los niveles de 1888 y 1889 no volverán a alcanzarse en esos años y deberá esperarse hasta
1896 para superar los niveles de ingreso de 1886. Con todo, no debe establecerse una correlación tan
estrecha entre oscilaciones de la economía y del flujo de población y se debe incluir también el problema
de las expectativas de los inmigrantes alimentadas por la información que recibían de amigos y parientes
en la Argentina. Una oleada de imágenes negativas sustituía ahora a las positivas de la década preceden-
te. Ello ocurría pese a que la creación de nuevas colonias siguió su marcha inalterada más acá y más allá
de la crisis. Además. La tendencia a subir de los arrendamientos y el empeoramiento de las condiciones
ofrecidas a los colonos en las zonas de colonización más antiguas explican el corrimiento hacia el oeste,
paralelo al del ferrocarril, donde las condiciones de los contratos eran favorables para tantas familias de
agricultores.
En este contexto económico, el nivel de llegadas de los inmigrantes italianos seguirá condicionado por el
flujo general. Dentro de aquél, por otra parte, se estaban produciendo cambios significativos, como la de-
clinación relativa de la inmigración septentrional y la irrupción con fuerza de una corriente meridional y la
de una región central (Las Marcas). En contraposición, la emigración española desplegaba con fuerza y el
destino argentino volvería a competir ventajosamente, desde mediados de la década, con otros alternati-
vos como Cuba o Brasil. También aquí las diferencias regionales según destino eran marcadas. Por ejem-
plo, el componente gallego, la Argentina atraía mayoritariamente a la emigración de la provincia de Ponte-
vedra, Brasil en cambio a la de Orense y Cuba a las de Lugo y La Coruña.
Los cambios en los flujos regionales iban acompañados también por modificaciones en la composición
profesional de los migrantes: decrecía el número de agricultores y subían en cambio tanto el de los jornale-
ros y sin profesión como el de los artesanos. En compensación tenían ahora tanto o más peso relativo las
nuevas oportunidades que surgían en la economía urbana.
Desaparecida la influencia de las políticas de fomento estatal, el boom del “mito argentino” de los años
´80 que era capaz de atraer inmigrantes individuales, estabilizados aunque no detenidos os programas de
colonización, el movimiento vio crecer ulteriormente los mecanismos de cadena y en menor medida los del
llamado “comercio de la emigración”. En opinión de Juan Alsina, las cadenas migratorias (que él denomi-
naba “llamada de amigos y parientes”) eran ampliamente predominantes. Eso le servía para explicar el
escaso éxito de la Oficina del Trabajo. La mayoría de los inmigrantes, sostenía, había sido traída por sus
paisanos, que financiaban la experiencia migratoria y los integraban a través de redes personales en el
mercado de trabajo.
El censo nacional de 1895, momento en que el flujo migratorio comenzaba a recuperarse, nos brinda
otra fotografía de la situación de la inmigración, que muestra cómo pesa cada vez más en la población
argentina en la perspectiva de los últimos 20 años y pese a la crisis del 90. Los inmigrantes son ahora el
25% del total de la población y hay un significativo porcentaje de hijos de inmigrantes entre los argentinos.
Entre los extranjeros, los italianos son algo menos del medio millón (12,5% de la población total), los es-
pañoles alrededor de 200.000 (5%) y los franceses casi 100.000 (2,4%).
En el nivel ocupacional, los inmigrantes estaban presentes en casi todos los sectores. Un rubro en el
que eran muy visibles lo constituía el incipiente tejido industrial. La presencia de los inmigrantes era rele-
vante no sólo en los pequeños talleres que estaban incluidos en el rubro de propietarios industriales sino
también en los establecimientos medianos. Empero, a medida que aumentaba el número de personal em-
pleado, todos los grupos extranjeros (salvo los españoles) disminuyen su porcentual entre los propietarios.
Los inmigrantes estaban muy representados entre los propietarios de bienes inmuebles, en una proporción
global más alta que los argentinos nativos en toda la República.
Un dato más interesante es el de los distintos grupos nacionales entre los propietarios de viviendas.
Dentro de ellos, un rubro destacado es el de los propietarios de aquellas viviendas de la ciudad de Bs As
en las que se alojaban por lo menos diez familias. Es decir, en gran medida, los llamados “conventillos”.
Los italianos eran propietarios del 47% de esas casas, los españoles del 10% y los franceses eran dueños
del 6% de ellas. Dadas las redes sociales premigratorias y posmigratorias y la preferencia étnica, una bue-
na parte de los recién llegados vivía en una casa de propiedad de un connacional y trabajaba en una fábri-
ca de la que era dueño otro de su misma nación.
El problema de cómo lograr la integración de los inmigrantes siguió intermitentemente presente en esta
década. En este terreno, nuevos elementos vinieron a abonarlos. En 1893, por ejemplo, los colonos suizo-
alemanes de Humboldt resistieron el pago de tributos y repelieron a la policía armados con fusiles. Los
episodios revelaban dos cosas: el poderío y la cohesión de los inmigrantes en algunas zonas rurales y la
situación de inconformidad en que se encontraban respecto a un Estado que era visto cocmo un promotor
de un conjunto de arbitrariedades, en especial en la justicia y en la policía, que afectaban la vida cotidiana
de los colonos. Desde luego que descubrían también la debilidad del estado provincial, más allá del autori-
tarismo cotidiano, y el no pagar tributos justos o injustos es siempre una buena causa para aglutinar volun-
tades.
Más allá de estos episodios, otros, menos drásticos pero más visibles, no dejaban de aumentar las
aprensiones. Por ejemplo, las manifestaciones patrióticas de las colectividades de inmigrantes en ocasión
de las fiestas nacionales. Un momento particularmente relevante había sido el año del centenario de la
revolución (1889) cuando, organizados en cuerpos, los miembros de las veintiuna organizaciones france-
sas de Bs As desfilaron por la ciudad.
La creación de la Asociación Patriótica Española, realizaron iniciativas políticas que trajeron como resulta-
dos, por ejemplo, la supresión de las estrofas antiespañolas del Himno Nacional Argentino, la invitación a
prestigiosos intelectuales españoles a dictar conferencias, las relaciones estrechas con Julio A. Roca en
su segunda presidencia y la creación de una Liga Republicana Española en 1903. Una de las múltiples
iniciativas de ésta fue la de lograr elegir un diputado a las cortes españolas que representase los intereses
de los peninsulares en la Argentina.
En el extremo opuesto de ese activismo se encontraban aquellas acciones que veían una creciente impor-
tancia de los extranjeros en las nacientes asociaciones obreras y en la fundación en 1896 del Partido So-
cialista. Esta situación de un país con un extraordinario aporte inmigrante debía generar distintos tipos de
fenómenos nuevos:
Si lo analizamos desde la perspectiva de las elites argentinas, el activismo obrero de los inmigran-
tes, que era visible en los mítines como los del 1° de mayo, en la fundación de asociaciones obre-
ras y de movimientos políticos socialistas y anarquistas, también era visto como otra amenaza.
Mirado el problema desde la perspectiva del mismo movimiento obrero o de las nuevas fuerzas po-
líticas de izquierda, el fenómeno era valorado por razones diferentes, también de manera preocu-
pante. La enorme heterogeneidad étnica era percibida aquí más como un obstáculo que como una
ayuda para constituir la cohesión sindical o política.
Las tensiones tenían que ver, en primer lugar, con el marco asociativo. En las entidades étnicas coexistían
todos los estratos sociales de una misma nacionalidad o región. Empero también estaba vinculada con el
clima ideológico patriotero imperante en ellas. De allí procedían las frecuentes quejas que registra, por
ejemplo, el diario La Vanguardia, vocero del socialismo, contra esa identidad étnica que obstaculiza la
identidad de clase. Un punto en especial de crítica del periódico eran esas sociedades de socorros mutuos
que, integradas mayoritariamente por obreros y otros grupos de trabajadores manuales, eran controladas
en sus comisiones directivas por notables comunitarios, entre los que, junto a comerciantes, intelectuales y
profesionales, había un número importante de personas que entre sus múltiples ocupaciones estaba el ser
propietarios de industria o de viviendas.
El problema iba de todos modos más allá. Por un lado se expresaba en el nivel de lo cotidiano: conflictos
no frecuentes tenían lugar entre trabajadores criollos e inmigrantes, en el mismo lugar de trabajo, dado los
prejuicios mutuos y la tendencia de estos últimos a mantener una sociabilidad separada (llegaban y se
reagrupaban en el mismo hotel por nacionalidades). Por otra parte, existían a la vez niveles potenciales de
conflicto entre obreros y propietarios de la misma nacionalidad, o propietarios de casas y sus inquilinos
que se articulan de modo complejo con la enorme retórica que descendía sobre los inmigrantes por parte
de los órganos comunitarios. Éstos trataban de hacer de ellos, desde la prensa étnica o las asociaciones,
fueles cultores de los mitos ligados con la patria de origen. En efecto, muchos inmigrantes habían llegado
aquí sin haber pasado por la escuela pública en sus países de origen ni por otras experiencias “nacionali-
zadoras” y sus vínculos y sus identidades eran más aldeanas que nacionales. La identidad étnica así en-
traba en una tensión constructora con la identidad de clase. Pero otro actor trataba de operar sobre ellos:
el Estado Argentino y sus grupos dirigentes, que intentaban “argentinizarlos”.
Aunque algunas iniciativas generadas por los grupos inmigrantes no eran contradictorias con una situación
de apacible inserción en la sociedad argentina, miradas en conjunto por parte de los grupos dirigentes lo-
cales, exhibían un preocupante activismo. La nacionalización de los inmigrantes no era sólo un argumento
político que intentaba saldar la disociación entre productores y ciudadanos, denunciada por Sarmiento,
sino que ahora se trataba de convertir a aquellos extranjeros en argentinos, no sólo desde el punto de vis-
ta jurídico sino desde el cultural. La propuesta de una legislación que estableciera la obligatoriedad del
idioma nacional en las escuelas contó con tenaces opositores que apelaban a la legitimidad de una educa-
ción abierta a la cultura universal y a las ventajas de la heterogeneidad en la constitución de las naciones.
Ello reflejaba cuánto la tradición liberal clásica seguía sosteniéndose firmemente.