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Micropaleontología (E. Molina, ed.

, 2004) 53

Capítulo 3

Tafonomía.
Particularidades de la fosilización de los microfósiles

Eustoquio Molina

3.1. Introducción
El término tafonomía ha sido poco utilizado en el campo de la
Micropaleontología, aunque sí lo han sido términos tales como transporte,
disolución, conservación, que sólo expresan ciertos procesos o resultados de la
alteración tafonómica. El término «tafonomía» se debe a Efremov, quien lo
propuso en 1940 para denominar al estudio de todos los detalles de la transferencia
de los organismos muertos desde la biosfera hasta la litosfera. Etimológicamente
significa: «leyes del enterramiento», y estudia la dinámica de la fosilización. La
Tafonomía es un subsistema conceptual de la Paleontología (Fernández López,
1986-1987, 1998) que aspira a explicar cómo ha sido producido y qué
modificaciones ha experimentado el registro fósil. El proceso de fosilización suele
producir una destrucción parcial o total que supone una pérdida de información
paleobiológica sobre la morfología de los organismos, pero a la vez supone una
ganancia de información tafonómica sobre los elementos producidos y los procesos
que han sufrido los fósiles en los sedimentos.
La Tafonomía tiene un campo de acción que para algunos autores es difícil de
deslindar del de la Paleoecología. Ahora bien, si consideramos que la
Paleoecología es el estudio de las relaciones que tuvieron lugar en el pasado
geológico entre los organismos vivos y su medio ambiente, el problema puede
quedar resuelto. En este sentido, el campo de estudio de la Tafonomía abarcaría el
estudio de los procesos posteriores a la producción del resto o huella de la actividad
vital, procesos que son básicamente dos: bioestratinómicos y fosildiagenéticos. Así,
tras su muerte o producción biogénica o tafogénica, los restos y/o señales de las
asociaciones de organismos (biocenosis) se acumulan (tanatocenosis), pudiendo
incluir restos de varias biocenosis; posteriormente son enterrados (tafocenosis), y
finalmente se encuentran juntos (orictocenosis) tras haber sufrido el proceso de
fosilización. Ciertos autores españoles consideran más apropiado utilizar los
términos «entidad paleobiológica», «entidad producida», «entidad conservada» y
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«entidad registrada», ya que, al designar conceptos relacionales, permiten expresar


relaciones y describir procesos.

3.2. Tafonomía y Micropaleontología


Los aspectos tafonómicos en los microfósiles han sido menos estudiados que
en los fósiles de mayor tamaño, aunque, por lo general, los microfósiles han sufrido
una serie de modificaciones durante el proceso de fosilización que no se
diferencian mucho de las que afectan a los macrofósiles. Sin embargo, debido a su
pequeño tamaño los microfósiles tienen una serie de particularidades que debemos
resaltar y que han sido generalmente olvidadas en los textos de
Micropaleontología, con excepción de Bignot (1982) y Molina en Meléndez
(1998). Esta laguna se debe a que los procesos tafonómicos que experimentan los
microfósiles han sido poco estudiados, salvo en el caso de los microorganismos
planctónicos, y especialmente en el de los foraminíferos planctónicos, ya que
determinados procesos, como el de la disolución, han dado lugar a artículos muy
específicos. No obstante, se echan en falta publicaciones de síntesis sobre la
tafonomía de los foraminíferos, a pesar de que para los foraminíferos planctónicos
se han realizado algunos intentos por Hemleben et al. (1989) y Molina (1990,
1996).
Los estudios micropaleontológicos deben interpretar los microfósiles teniendo
muy en cuenta los aspectos tafonómicos, es decir, las condiciones en que han sido
producidos, y las modificaciones que han experimentado en sus correspondientes
ambientes geológicos. Los microorganismos son muy abundantes en casi todos los
medios en que se produce sedimentación. Este hecho, unido a la resistencia que
ofrecen algunos a cierto grado de metamorfismo, es la causa principal de que
logren fosilizar tan frecuentemente y que su registro sea excelente. Ahora bien, la
capa superficial mezclada de los sedimentos, debido principalmente a la
bioturbación y disolución, actúa como un filtro que disminuye la resolución de las
asociaciones de microfósiles en los medios marinos más someros (Martin, 2002).
Se pueden reconocer tres tipos de entidades tafonómicas: las acumuladas, las
resedimentadas y las reelaboradas. Los procesos que implican estos estados
mecánicos de conservación se denominan acumulación, resedimentación y
reelaboración (Fernández-López, 2000). Las entidades acumuladas son aquellas
nuevas entidades tafonómicas, biogénicamente producidas, transferidas de la
biosfera a la litosfera. Las entidades resedimentadas son las entidades acumuladas
que han sufrido un desplazamiento sobre el sustrato, antes de su enterramiento. Las
entidades reelaboradas son fósiles que han sufrido desenterramiento y posterior
desplazamiento. Ninguno de los tres tipos de entidades implica necesariamente
autoctonía o aloctonía. Sin embargo, si no ha habido una necrocinesis evidente, se
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puede afirmar que las entidades acumuladas producidas por organismos bentónicos
se encuentran en su lugar de producción biogénica (autoctonía). Por el contrario, en
Micropaleontología, las entidades resedimentadas y reelaboradas reconocibles
implican casi siempre aloctonía. Por otro lado, tanto la acumulación como la
resedimentación son procesos mecánicos que implican intervalos de tiempo muy
cortos desde el punto de vista geológico, por lo que se puede hablar de
penecontemporaneidad con el momento de depósito de la roca sedimentaria que los
contiene. Por el contrario, la reelaboración tafonómica implica generalmente
alocronía, ya que se produce cuando la erosión denuda materiales del fondo ya
litificados y de épocas geológicas anteriores a los que se están depositando. Así
como la resedimentación es un proceso bioestratinómico, la reelaboración es un
proceso fosildiagenético.
Por tanto, ciertos procesos tales como la disolución, la resedimentación y la
reelaboración, que afectan notablemente a los microfósiles, pueden causar
problemas en la interpretación de los datos del registro fósil y su utilización en la
solución de problemas paleobiológicos y geológicos. En el pasado se han cometido
errores en la aplicación geológica de los microfósiles debido a un insuficiente
conocimiento de los aspectos tafonómicos. Como ejemplo de la importancia de los
aspectos tafonómicos, especialmente de la reelaboración, se puede considerar la
contribución a la solución de la fuerte controversia sobre la extinción del límite
Cretácico/Paleógeno analizada por Molina et al. (2002). En consecuencia, la
interpretación rigurosa de los microfósiles requiere ineludiblemente el estudio
previo de los procesos tafonómicos.

3.3. Procesos de producción


Los procesos tafonómicos pueden comenzar para algunos autores, como
Fernández López (1986-1987, 1998), antes de la muerte de los organismos, ya que
la producción puede ser previa. Así, la autolisis se consideraría como un proceso de
producción biogénica. La autolisis está muy bien documentada en el foraminífero
planctónico Hastigerina pelagica, pues durante la reproducción se pueden observar
una serie de cambios, tales como el proceso de disolución inducido por reabsorción
de parte de la concha durante la gametogénesis. Este proceso provoca la
reabsorción de los septos, región apertural, espinas y la producción de hoyos en la
superficie externa de la concha (fig. 3.1). Consecuentemente, la estructura se hace
inestable y la concha se desintegra. Ésta es la causa del reducido número de
conchas de dicha especie que fosilizan, a pesar de ser muy abundantes en las
biocenosis. Es un proceso ontogenético que tiene importantes consecuencias en el
proceso de fosilización.
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Por el contrario, ciertos fenómenos de encostramiento, bastante frecuentes en


los microorganismos, pueden dar lugar a que fosilicen mejor. El caso de la
inclusión de microorganismos en excrementos produce conservación diferencial y
es una particularidad muy interesante en Micropaleontología.

FIGURA 3.1. Autolisis en Hastigerina pelagica, mostrando la disolución de septos por reabsorción.
Fotos de Hemleben et al. (1979).

Las entidades producidas pueden dejar de ser parte del organismo, como en el
caso de las esporas, huevos, dientes, mudas, etc. Así, por ejemplo, los ostrácodos,
durante su ontogenia, se desprenden varias veces de las dos valvas que constituyen
su caparazón (mudas), ya que al crecer se les quedan pequeñas. Los procesos
tafonómicos se iniciarían en dichas mudas antes de la muerte del organismo,
constituyendo un caso de producción biogénica similar al de las mudas de dientes.
Algo equivalente ocurre cuando el caparazón de un foraminífero es abandonado al
transformarse el citoplasma en esporas o gametos, pues habría un proceso de
producción que es diferente de cuando la célula muere dentro de la concha.
Estos ejemplos de producción biogénica tienen un cierto carácter ontogenético
o paleoecológico, pero muestran cómo la tafonomía puede comenzar antes de la
muerte de los organismos o, mejor dicho, después de la producción. Muchas veces
los microfósiles conservan materia original. Sin embargo, la producción
tafonómica no implica necesariamente transferencia de materia y en muchos casos
la producción transfiere sólo información. Al contrario, la transferencia de materia
puede darse sin que haya producción tafonómica, como ocurre en la formación del
petróleo.
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3.4. Procesos bioestratinómicos


Los procesos bioestratinómicos son los que experimentan los restos de
organismos y señales de su actividad vital desde el momento de su producción o
muerte hasta su enterramiento inicial. Aquellos restos y señales producidas por
organismos endobentónicos, o que fueron enterrados vivos, pueden no haber
experimentado procesos bioestratinómicos.
Generalmente, tras la muerte de los organismos se produce un proceso de
biodegradación y descomposición que tiene como consecuencia inmediata,
especialmente en medios muy oxigenados, la rápida destrucción de las partes
blandas. Los principales organismos descomponedores son microorganismos tales
como bacterias, hongos, algas, protozoos y nematodos. Sin embargo, en medios
reductores puede haber una conservación de restos de naturaleza orgánica tales
como los palinomorfos.

FIGURA 3.2. Ostrácodo fosfatado conservando sus valvas, apéndices y otras partes blandas. Fotos de
Müller (1979) en Lethaia.

Asimismo, en resinas como el ámbar o en excrementos (coprolitos) se pueden


conservar mejor ciertos microorganismos. Ahora bien, los encostramientos más
frecuentes se dan cuando algunas cianobacterias producen costras estromatolíticas
como resultado de su actividad. Ciertas algas calcáreas, briozoos y foraminíferos
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también han contribuido al desarrollo de encostramientos, ya que son organismos


cementantes o incrustantes. En medios marinos la actividad de algunas algas
filamentosas y hongos endolíticos puede dar lugar al desarrollo de envolturas
micríticas constructivas en torno a los restos esqueléticos aragoníticos. La
precipitación de siderita o de compuestos fosfáticos en torno a las partes blandas
puede ser producida por el desarrollo de una capa de bacterias sobre la materia
orgánica en descomposición. En algunos ostrácodos se han conservado por
fosfatización la forma de los apéndices y otras partes blandas (fig. 3.2).
La desarticulación se suele producir tras los procesos de biodegradación y
descomposición. Así, las valvas de los ostrácodos se suelen desarticular y se
pueden dispersar por lugares diferentes. De forma similar, los cocolitos que se
encuentran formando las cocoesferas se encuentran generalmente dispersos en los
sedimentos. Igualmente, los elementos de los conodontos se suelen encontrar
desarticulados. Todos estos elementos tienen a veces distintas morfologías, lo que
ha ocasionado problemas de tipo taxonómico. La existencia de elementos de
morfología diferente, al no saber que pertenecían a la misma especie biológica, ha
provocado la definición errónea de nuevas especies. Por todo ello, estos elementos
son considerados como parataxones.

FIGURA 3.3. Foraminífero bentónico con perforaciones por bioerosión. Fotos de Shroba (1993) en
Palaios.

La bioerosión es un proceso cuyos resultados se han observado en los


microfósiles. Algunos presentan microperforaciones producidas principalmente por
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bacterias microendolíticas, hongos, algas, gusanos, esponjas, etc., y su carácter


destructivo depende de la naturaleza y estructura de los organismos en que son
producidas. Estos fenómenos pueden haberse desarrollado en vida o durante el
proceso inicial de biodegradación, aunque también pueden producirse
posteriormente, cuando sólo quedan las partes duras (fig. 3.3).
La abrasión es un mecanismo que afecta a aquellos microorganismos cuyos
restos son sometidos a la acción de las olas y las corrientes. Las conchas más finas
y angulosas son pulidas más fácilmente que las gruesas y redondeadas. Los
mejores ejemplos se observan en las conchas de los foraminíferos bentónicos y
pequeños moluscos que se encuentran en las arenas de las playas.
Las olas y las corrientes también pueden producir reorientación, menos
evidente en los microfósiles que en los macrofósiles. Sin embargo, aquellos de
mayor tamaño, tales como los macroforaminíferos, que suelen vivir en bancos con
una orientación preferente, a menudo se encuentran con otra orientación o se
reagrupan acumulándose según su tamaño y forma.
La necrocinesis es uno de los mecanismos de alteración tafonómica que afecta
de forma importante a los microorganismos, pues los desplazamientos horizontales
(deriva necroplanctónica) pueden ser muy considerables. Debido a su pequeño
tamaño, los microorganismos son fácilmente arrastrados por cualquier tipo de
corriente acuática o aérea. Así, los granos de polen son frecuentemente arrastrados
por el viento a muchos kilómetros de su lugar de producción, y pueden llegar a
depositarse incluso en medios marinos. En los medios acuáticos, las corrientes
producen el mismo efecto de dispersión: en la superficie de los océanos se ha
estimado una velocidad de deriva necroplanctónica de 0,5 a 3,2 km/h, pudiendo
arrastrar los restos de microorganismos planctónicos a otras áreas geográficas y
biogeográficas. Los foraminíferos, radiolarios y pterópodos tardan algunos días en
caer al fondo, por lo que la deriva puede ser importante. Las diatomeas,
silicoflagelados y cocolitofóridos, debido a su menor tamaño, pueden tardar incluso
años en llegar al fondo y ser depositados por ello a mayores distancias; por
ejemplo, los cocolitos descienden a una velocidad media de 150 m/día (Honjo,
1976).
La necrocinesis ha sido investigada en los foraminíferos planctónicos,
estimándose la magnitud de los desplazamientos que sufren las asociaciones antes
de su acumulación, al ser arrastrados por las corrientes en su descenso a los fondos
oceánicos. Las conchas de los foraminíferos que mueren contienen restos del
citoplasma y caen más lentamente que las vacías y abandonadas; en aguas marinas
y oceánicas, las conchas microscópicas caen a modo de lluvia o nieve hasta llegar a
depositarse (Berger, 1971; Silver et al., 1978). Las conchas al caer pueden
adherirse a otros agregados orgánicos o incluso hacerlo dentro de pelotas fecales.
Las velocidades de caída de los agregados se han estimado entre 100 y 150 m/día,
habiéndose realizado también cálculos más precisos para los foraminíferos
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planctónicos (Fok-Pun y Komar, 1983). Así, una concha pequeña de G. ruber que
pese vacía 5 µg cae a una velocidad de aproximadamente 320 m/día, mientras que
una concha relativamente grande de G. truncatulinoides que pese 50µg, lo hace a
1400 m/día. En consecuencia, la mayor parte de los foraminíferos planctónicos
tardan entre tres y doce días en alcanzar una profundidad oceánica media de 3800
m. Teniendo en cuenta que las velocidades de deriva necroplanctónica pueden ser
muy altas en zonas con corrientes marinas intensas donde se han llegado a medir
velocidades de 250 km/día, el desplazamiento post-morten puede plantear
problemas cuando se intenta la reconstrucción paleoambiental a partir de la
composición de la orictocenosis.
Estos problemas se manifiestan en la aloctonía de las entidades conservadas, y
el criterio para reconocer la aloctonía sería la evidencia de transporte en dichas
entidades (selección por tamaños, etc.). No obstante, salvo excepciones, la
información paleobiogeográfica obtenida con foraminíferos planctónicos no está
tan distorsionada tafonómicamente como para impedir hacer un estudio
paleoambiental de gran interés. Normalmente, los procesos bioestratinómicos en
medios pelágicos no producen más que una cierta difuminación caótica de la
información, por lo que el porcentaje de pérdida o de distorsión de información
entre el sistema paleoecológico y el tafonómico no suele ser grande. La
necrocinesis puede plantear problemas para las reconstrucciones paleoambientales,
aunque, por el contrario, puede ser ventajoso para la correlación bioestratigráfica.
La disolución es un proceso que puede tener unos efectos muy destructivos y,
consecuentemente, provocar una gran pérdida de información. El grado de
disolución depende de la estabilidad de los constituyentes minerales frente a los
factores físico-químicos del medio ambiente. El reducido tamaño de los
microorganismos provoca, además, una disolución más rápida que en los fósiles de
mayor tamaño. Esta disolución puede ser especialmente rápida en medios tales
como turberas, manglares y estuarios, en los cuales puede haber descensos del pH
que tengan como consecuencia la disolución de las pequeñas conchas calcáreas,
llegando éstas a desaparecer en un sólo día. Algunos investigadores como
Boltovskoy (1991) han realizado experimentos de laboratorio con foraminíferos
actuales sometiéndolos a un pH de 6,5 durante cuatro meses. Se observó que
algunas especies se disolvían totalmente, mientras que otras quedaban dañadas y
fragmentadas o se volvían muy frágiles. Sólo las conchas de la especie bentónica
Trochammina inflata se mantuvieron intactas, debido a que poseen una capa
orgánica envolvente. Por lo general, las formas planctónicas mostraron ser más
resistentes que las bentónicas.
En los medios marinos, ciertos restos y conchas de naturaleza aragonítica
(dasycladáceas, pterópodos y algunos foraminíferos) son objeto de una rápida
disolución a no ser que se hayan neomorfizado en calcita, la cual es más estable. La
disolución es resultado de la corrosividad de las aguas, la cual depende del
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contenido de ión carbonato, la temperatura, la presión hidrostática y,


fundamentalmente, de la concentración de CO2. Así, a partir de unas determinadas
profundidades denominadas lisoclina y nivel de compensación (variables en el
espacio y en el tiempo), se disuelven los restos de los organismos calcáreos, sobre
todo los planctónicos, en su caída hacia los fondos marinos (fig. 3.4). Entre éstos,
los pterópodos son disueltos antes de alcanzar los 3000 m, mientras que los
foraminíferos calcíticos, son disueltos a partir de 4000 a 5000 m en latitudes
medias y bajas. Estos son los valores medios más generales, pero las bajas
temperaturas hacen que la lisoclina se sitúe en niveles muy superficiales a medida
que nos acercamos a los polos, llegando a estar tan sólo a 500 m en el Ártico. En
consecuencia, en estas regiones se disuelven casi todos los organismos calcáreos,
permitiendo la concentración de organismos de naturaleza silícea. Los sedimentos
profundos de altas latitudes son ricos en radiolarios y diatomeas. No obstante, sólo
llega al fondo una pequeña parte de los restos de microorganismos silíceos, ya que
las aguas superficiales, infrasaturadas en sílice, disuelven la gran parte de los
mismos.

FIGURA 3.4. Diagrama esquemático que muestra la disolución selectiva de los microorganismos
calcáreos menos resistentes al aumentar la profundidad. Modificado de Be (1977) en Oceanic
Micropaleontology.
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En los foraminíferos planctónicos, la disolución es un proceso bastante


estudiado. Gracias a ello sabemos que la disolución es selectiva, afectando en
diferente grado a las distintas especies y estadios ontogenéticos. Así, por ejemplo,
las conchas juveniles son las que más fácilmente se disuelven. El proceso de
disolución puede comenzar durante la digestión, si el organismo es ingerido por un
predador, o bien por reacción química al adherirse a ciertos agregados. No
obstante, la principal causa de disolución de foraminíferos planctónicos es el agua
con alta concentración en CO2. La disolución de las conchas depende de la
estructura y grosor de las mismas, siendo más lenta en las paredes internas de los
poros y en las especies más grandes y robustas con costras calcíticas (fig. 3.5). Se
han establecido escalas de susceptibilidad a la disolución, como la de Thunell y
Honjo (1981) para las especies actuales, y la de Malmgren (1987) para las especies
fósiles del Cretácico Superior del Atlántico sur. La disolución tiene consecuencias
importantes para los estudios de sedimentos profundos. Así, los sondeos en los
fondos oceánicos (DSDP, ODP, etc.) atraviesan con frecuencia formaciones
depositadas a grandes profundidades, cuyos microfósiles calcáreos han sido
afectados por la disolución. Si ésta no es total, permanecen las especies que poseen
conchas más resistentes, lo que ha conducido a ciertos investigadores, como Orr y
Jenkins (1977), a proponer biozonaciones basadas en las especies más resistentes a
la disolución.

FIGURA 3.5. Evidencias de disolución en foraminíferos planctónicos, a la izquierda superficie disuelta


parcialmente, en el centro trozos de pared y carena, a la derecha Globorotalia truncatulinoides con
septos disueltos y carena casi inalterada. Fotos de Hemleben et al. (1989).
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En los fondos abisales la disolución es muy fuerte para las formas de concha
calcárea, por lo que sólo se encuentran, aparte de los microfósiles de esqueleto
silíceo, algunos foraminíferos bentónicos aglutinados y, a veces, restos de
nanofósiles calcáreos. Éstos últimos se conservan cuando están protegidos por una
membrana orgánica o dentro de coprolitos de copépodos a los que sirvieron de
alimento (Honjo, 1976). En general, los cocolitofóridos se conservan mejor que los
foraminíferos, estando los ortolitos mejor conservados que los heliolitos y los
ciclos mejor que las áreas centrales. Por otra parte, un proceso alterativo puede
hacer a los elementos más resistentes a la disolución, como, por ejemplo, los
frústulos de las diatomeas digeridas por otros organismos (Margalef, 1983).
La resedimentación tafonómica penecontemporánea es también un proceso a
tener muy en cuenta, ya que afecta notablemente a los organismos de pequeño
tamaño. Los caparazones de los mismos pueden ser rápidamente enterrados, por lo
que tienen mayores posibilidades de fosilización que los organismos grandes. Sin
embargo, antes de su enterramiento definitivo, los microorganismos pueden ser
fácilmente arrastrados a otras áreas, donde son finalmente enterrados. Las
corrientes que afectan a los fondos marinos producen remoción, arrastrando a las
conchas a velocidades diferentes según su forma y tamaño. Estas velocidades han
sido estimadas experimentalmente para los foraminíferos planctónicos por
Kontrovitz et al. (1979). Un buen ejemplo de resedimentación alóctona
penecontemporánea acontece cuando los caparazones de ciertos foraminíferos
endobentónicos son arrastrados por corrientes a medios más profundos. Este
mecanismo afecta con más frecuencia a los microorganismos de menor tamaño,
pero es más evidente en los macroforaminíferos y algas calcáreas que viven en
plataformas externas. Ejemplares o restos de los mismos son a veces arrastrados
por corrientes de turbidez, encontrándose intercalados con sedimentos
hemipelágicos más profundos.
En definitiva, hay que distinguir entre los elementos que se han acumulado en
su lugar de producción, los que se han resedimentado penecontemporáneamente y
los que se han resedimentado alocrónicamente; este último más propiamente
denominado reelaboración tafonómica, que sería un proceso fosildiagenético.

3.5. Procesos fosildiagenéticos


Las tafocenosis son afectadas por una serie de procesos en la litosfera, desde
su enterramiento hasta que los microfósiles son encontrados en los yacimientos. En
la superficie de los fondos marinos pueden encontrarse tanatocenosis muy
diferentes de las tafocenosis subyacentes. Este fenómeno es muy evidente y ha sido
puesto de manifiesto por Loubere y Gary (1990) para los foraminíferos bentónicos
del Golfo de México que se encuentran a profundidades entre 1020 y 1170 m. Así,
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se ha observado que los procesos tafonómicos son muy activos en los 10 cm


superiores de sedimento (Jorissen, 2002), sufriendo pérdidas sustanciales en el
intervalo con bioturbación (fig. 3.6). Estas pérdidas son especialmente
significativas para las especies epifaunales, que vivían en la superficie, mientras
que son menores para las infaunales, que vivían enterradas. En consecuencia, las
posibilidades de conservación dependen tanto de la intensidad de los procesos
como del modo de vida de los microorganismos. En esta etapa inicial pueden
seguir actuando procesos bioestratinómicos, tales como la reorientación y el relleno
sedimentario.

FIGURA 3.6. Esquema mostrando los procesos de bioturbación y resedimentación que afectan más
intensamente a los microorganismos de hábitats someros. Modificado de Jorissen (2002).
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El mecanismo de reelaboración tafonómica constituye un proceso


fosildiagenético, ya que los restos de microorganismos han sido previamente
enterrados y han sufrido ciertas transformaciones en el transcurso de la
fosilización. Estas transformaciones los diferencian de los restos de organismos
contemporáneos del segundo depósito, con los que se han mezclado al ser
desenterrados, reiniciándose su proceso de enterramiento. Los fósiles reelaborados
o «rodados» suelen tener una conservación más deficiente, permitiendo detectar
este tipo de mecanismos. Sin embargo, los cambios tafonómicos pueden ser
conservativos en vez de destructivos, por lo que, a veces, la reelaboración facilita
una mejor conservación de los elementos, aumentando la durabilidad de los
mismos. En líneas generales, los fósiles reelaborados presentan una conservación
diferente, ya sea mejor o peor, a los otros tipos de fósiles. Otro criterio que puede
ayudar a su reconocimiento es la menor frecuencia de las formas reelaboradas en
relación a las demás, que se pone en evidencia con el análisis cuantitativo de las
distintas muestras de una serie.
Sin embargo, hay casos como el de la cuenca de París (fide Bignot, 1986),
donde los estratos eocenos descansan directamente sobre la superficie erosionada
del Cretácico y contienen microfósiles (foraminíferos y cocolitos) procedentes de
la creta. Estos microfósiles cretácicos pueden estar mejor conservados, con mayor
grado de durabilidad, y ser más numerosos que los microfósiles eocenos. A veces
es muy difícil reconocer ciertos casos de reelaboración alocrónica, y especialmente
distinguirla de la resedimentación penecontemporánea. La reelaboración es tanto
más intensa cuanto menor es el tamaño de los organismos. Así, los nanofósiles son
los que más posibilidades tienen de ser reelaborados, pues se ponen en suspensión
fácilmente y, cuando en una cuenca sedimentaria existe denudación, los diminutos
cocolitos se pueden volver a poner en circulación, depositándose en terrenos más
modernos.
Por otra parte, los restos de microorganismos pueden infiltrarse por una grieta
y depositarse en terrenos más antiguos. Ambos fenómenos, reelaboración e
infiltración, pueden influir bastante en la exactitud de las interpretaciones
bioestratigráficas y paleoecológicas. Ahora bien, los especialistas generalmente han
sido conscientes de estos problemas y han tratado de detectar estos procesos. En
este sentido, Bignot (1986) concluye que los criterios cuantitativos, morfológicos y
mineralógicos utilizados para saber que un microfósil está reelaborado no son
decisivos, y salvo en el caso de un desfase cronológico importante, la
resedimentación no puede ser asegurada, sino solamente sospechada. Este es un
problema complejo, que requiere un enfoque pluridisciplinar, y en el que
probablemente los datos geoquímicos (contenido en elementos traza) e isotópicos
(∂13C, ∂18O) suministrarán argumentos nuevos (Hsü et al., 1982).
Los microfósiles sufren una serie de transformaciones durante la
fosildiagénesis que, por el momento, han sido poco estudiadas. En general, las altas
66 Tafonomía (E. Molina)

presiones y temperaturas producen alteraciones en las tafocenosis, cambios que se


acrecientan con el paso del tiempo: compresión, reemplazamiento (epigénesis),
recristalización, hasta llegar a la disolución fosildiagenética o a la destrucción total
por el metamorfismo.
La distorsión tafonómica produce cambios de tamaño, forma, estructura y
textura debido a esfuerzos mecánicos. Durante la diagénesis, además del aumento
de la presión y temperatura propia de los sedimentos que se van acumulando,
pueden actuar procesos tectónicos que producen deformaciones e incluso fracturas.
Los elementos más grandes y esféricos son más propensos a la distorsión, así como
aquellos de naturaleza orgánica y menor consistencia como los palinomorfos. En
este sentido, los acritarcos suelen encontrarse muy deformados y fragmentados.
Los procesos de inversión mineralógica sólo cambian la estructura cristalina:
los restos silíceos opalinos (radiolarios, diatomeas y espículas de esponjas) suelen
transformarse en calcedonia y los restos calcáreos aragoníticos (algas, pterópodos y
algunos foraminíferos) en calcita (si no se disuelven). La inversión mineralógica se
produce cuando se sustituye el componente mineral por otro polimorfo, de igual
composición, pero más estable; muchos restos silíceos sufren una transformación
del ópalo original en calcedonia. También se producen fenómenos de
neomorfismo, como en el caso de la sustitución del aragonito por su polimorfo más
estable, que es la calcita. Asimismo, se pueden dar procesos de recristalización
disminuyendo el tamaño de las partículas cristalinas. En ambientes marinos
algunos microorganismos endolíticos reducen a tamaños criptocristalinos las
partículas carbonáticas y causan la micritización de los restos esqueléticos.
Se pueden dar también fenómenos de reemplazamiento que sustituyen el
mineral original por otro de distinta composición química. Un caso frecuente es el
reemplazamiento de la sílice por calcita o incluso por cuarzo microcristalino.
Muchos restos esqueléticos de radiolarios, diatomeas y espículas de esponjas
silíceas, que han fosilizado en calizas, han sido calcitizados. Los microfósiles
piritosos pueden formarse por distintos procesos de mineralización y
reemplazamiento. La pirita o la marcasita suelen ser reemplazadas por óxidos de
hierro durante la diagénesis tardía, debido a la meteorización actual. En otros casos
de reemplazamiento, como son los procesos de dolomitización, se pueden destruir
los restos esqueléticos, pero a veces la destrucción es parcial y se conservan
algunos macroforaminíferos, tales como las orbitolinas.
Otras veces se pueden producir recrecimientos cristalinos que, como ocurre en
los cocolitofóridos (fig. 3.7) y discoastéridos, pueden dar lugar a confusiones
taxonómicas, habiéndose llegado incluso a la definición de especies distintas para
formas con depósitos secundarios. En los conodontos también se han encontrado
recrecimientos superficiales de minerales (Burnett y Austin, 1990), los cuales
habían sido interpretados por otros autores como elementos ornamentales propios
Micropaleontología (E. Molina, ed., 2004) 67

de estos organismos. Ahora bien, lo más frecuente es que existan pérdidas


progresivas de material que conduzcan a la desaparición parcial o total del resto.

FIGURA 3.7. Cocolitos de Emiliania huxleyi en vista distal (1-3) y proximal (4-6), mostrando
recrecimientos hacia la derecha. Escala = 2 µm. Fotos de Winter (1982) en Micropaleontology.

Algunos restos de microorganismos de naturaleza orgánica, como los


palinomorfos, o de naturaleza fosfática como los conodontos, presentan una mayor
resistencia a los mecanismos anteriormente expuestos, pudiendo incluso soportar
un cierto metamorfismo. Así, ciertos pólenes, esporas, dinoflagelados, quitinozoos,
acritarcos, etc., se pueden encontrar en rocas que han soportado condiciones tales
que han hecho desaparecer a otros fósiles; éstos suelen estar alterados, habiendo
sufrido un mecanismo de carbonificación que produce un cambio de color debido
al enriquecimiento de carbono. La materia orgánica se puede transformar en
sustancias con mayor concentración de carbono, dando lugar a sapropeles (de
origen animal) y humus (de origen vegetal). Al aumentar la presión y temperatura
llegan a formarse hidrocarburos (kerógeno, petróleo) y carbones (lignito, hulla,
antracita) en los cuales se conservan algunos restos identificables de organismos.
En los conodontos se han establecido índices de alteración que se manifiestan
por cambios progresivos de color: amarillo, marrón, negro, pardo, blanco, opaco y
transparente. Estos colores se deben a la carbonificación inicial y a la posterior
68 Tafonomía (E. Molina)

desaparición del carbono. Se ha llegado a cuantificar estos cambios progresivos


estableciéndose ocho grados distintos de alteración en conodontos. Así se pueden
estimar las condiciones de temperatura y presión que han soportado las rocas que
los contienen, siendo utilizados como termómetro geológico. Además, se han
utilizado los palinomorfos (quitinozoos, dinoflagelados, polen y esporas) que
también cambian de color al aumentar la presión y temperatura. Finalmente, el
estado de conservación de otros microfósiles, tales como los foraminíferos, ha sido
utilizado como posible indicador de circulación del agua en las arcillas por Wolff y
Carls (1987).

3.6 Importancia litogenética


Los procesos tafonómicos tienen como resultado la progresiva degradación y
destrucción parcial o total de los restos y señales de actividad de los
microorganismos, provocando una gran selectividad en el registro fósil, todo lo
cual debe ser tenido muy en cuenta en la solución de problemas paleobiológicos y
geológicos. A las rocas sedimentarias que aparentemente no contenían fósiles se les
llamaba azoicas o estériles. Sin embargo, en la mayoría de ellas se han encontrado
microfósiles, por lo que estos términos ya no se utilizan más que para señalar la
ausencia de un tipo de fósil concreto. Generalmente los microfósiles tienen la
particularidad de presentar un registro más continuo y mejor conservado que el de
los macrofósiles.

FIGURA 3.8. Lumaquela caliza formada por una acumulación de macroforaminíferos, principalmente
nummulítidos, del Eoceno.
Micropaleontología (E. Molina, ed., 2004) 69

Paradójicamente, los microorganismos, a pesar de su pequeño tamaño,


contribuyen a la construcción de las formaciones litológicas más potentes, lo cual
da idea de su gran importancia litogenética como consecuencia de su gran
abundancia y de sus particularidades tafonómicas. En este sentido, se pueden citar
las formaciones estromatolíticas, producidas por la actividad de cianobacterias, que
alcanzaron gran desarrollo durante el Precámbrico. Asimismo, son destacables las
grandes acumulaciones de macroforaminíferos del grupo de los nummulítidos, los
cuales dieron lugar a que el Paleógeno fuera inicialmente denominado
Nummulítico (fig. 3.8).
Además, los microorganismos de modo de vida planctónico dan lugar a
potentes formaciones por acumulación bioclástica, cuyas rocas reciben nombres
(diatomitas, radiolaritas, etc.) derivados de los abundantes microfósiles que
contienen. Los nanofósiles son el componente principal de muchas calizas, margas
y arcillas. Los nanofósiles y los microfósiles no se aprecian a simple vista, como
ocurre con los macroforaminíferos, pero son mucho más abundantes y suelen
formar la mayor parte de las rocas sedimentarias marinas. Asimismo, el cemento de
muchas rocas puede estar formado por la concentración de sustancias procedentes
de microorganismos. Todo lo cual demuestra el gran interés tafonómico y
litogenético de los microfósiles.

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