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n Museu d'Art

U n ire rsiU I A utónom a d e B arcelona C ontem porani


S e rv e i d e P u b lic a c io n s de Barcelona

Un escenario singular de la transformación del espacio público


que se está produciendo en las ciudades occidentales ha sido
Barcelona, cuya política urbanística de los años ochenta, orientada
hacia el espacio público, culminó en las transformaciones
propiciadas por los Juegos Olímpicos en 1992 y dio lugar a la
expresión de «modelo Barcelona». Desde entonces, sin embargo,
Barcelona se ha ido enfrentando a importantes cambios en los
valores políticos que han dado lugar al nuevo espacio
metropolitano.

ContraTextos
Capital financiero,
propiedad inm obiliaria
y cultura

David Harvey
N eil Smith
I

David H arvey es uno de los geógrafos más


influyentes de los últimos treinta años. Sus
trabajos sobre la geografía humana le han lleva­
do a interesarse por los cambios en política
económica, los procesos de urbanización en
países capitalistas, las formas alternativas de
urbanización y la justicia ambiental. Actual­
mente es profesor de geografía en la City Uni-
versity of New York (CUNY).

Neil Sm ith es especialista en política econó­


mica, urbanismo social e historia y teoría de la
geografía, dirige el Centro de Cultura y Política
Geográfica en la City University of New York
(C U N Y ) e imparte clases de antropología
urbana y cultural. Ha investigado, entre otros
temas, aspectos del desarrollo urbano, como
el proceso de gentrificación y las pautas de
inversión y desinversión que sigue el mercado
inmobiliario.
C a p it a l f in a n c i e r o ,

PROPIEDAD INMOBILIARIA
Y CULTURA
C apital financiero,
propiedad inm obiliaria
y cultura

David H arvey - N eil Smith

Museu d’Art Contemporani de Barcelona


Servei de Publicacions de la Universitat Autónoma de Barcelona
Barcelona; Bellaterra (Cerdanyola del Valles), 2005
C onsejo asesor de la colección C ontraT extos:
M anolo Borja, M ela D ávila, Rafael G rasa, M agda Polo,
Jorge Ribalta y G erard Vilar

© D avid Harvey, Neil Smith


© de esta edición, M useu d ’Art C ontem porani de Barcelona y
Servei de Publicacions de la Universitat A utónom a de Barcelona

Traducción de Antonio Fernández Lera

Edición:
Universitat A utónom a de Barcelona
Servei de Publicacions
08193 Bellaterra (Barcelona). Spain
http://publicacions.uab.es
sp@ uab.es
ISBN 84-490-2409-9

M useu d ’Art C ontem porani de Barcelona


http://www .m acba.es
publicac@ m acba.es
ISBN 84-89771-11-1

Im preso en España - Printed in Spain


Universitat A utónom a de Barcelona
Servei de Publicacions
D epósito Legal: B. 3 0 .6 9 3 -2 0 0 5

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede


ser reproducido sin permiso escrito del editor.
índice

Prólogo, fordi Borja ..........................................................................9

El arte de la renta: la globalización y la mercantilización


de la cultura. D avid Harvey .........................................................29

1. Renta m onopolista y competencia .................................. 30


2. Aventuras en el comercio del vino .................................. 38
3. Iniciativa emprendedora urbana, renta m onopolista
y form as mundiales ............................................................ 42
4. C apital sim bólico colectivo, m arcas de distinción
y rentas m onopolistas .........................................................47
5. Renta m onopolista y espacios de esperanza ...............54

El redimensionamiento de las ciudades: la globalización


y el urbanism o neoliberal. N eil S m ith ........................................59

1. El redimensionamiento de las ciudades:


la globalización y el urbanism o neoliberal ................. 60
2. El urbanism o neoliberal .....................................................63
3. La ciudad revanchista .........................................................71
4. Conclusión: revanchismo y nuevo mundialismo ___ 75
Prólogo

Revolución / contrarevolución
en la ciudad global

I. Presentación: los urbanistas e investigadores urbanos


norteamericanos contra la ciudad capitalista actual

Espacios de esperanza, así titula su último libro David Har-


vey1. Sin em bargo, las intervenciones de Harvey, com o la de
Neil Smith y los otros destacados participantes norteam erica­
nos en los D iálogos sobre la Ciudad del Siglo X X I (Fórum de
las Culturas Barcelona 2004), no eran precisamente esperan-
zadoras. Tanto los dos autores citados com o Saskia Sassen, la
fam osa autora de L a ciudad glob al2, Michael Cohén3, ex
directivo del Banco M undial, M ike Dear, autor de un libro ya
clásico sobre el nuevo modelo urbano4, o Tom Angotti, profe­
sor de la City University New York y editor de Planners
N etw ork -’, presentaron un panoram a muy crítico, casi apoca-

1 H arvf.y , D. E spacios de esperanza. M adrid: A kal, 2 0 0 3 .


2 SASSEN, S. The G lob al City: N ew York, London, Tokyo. Princeton,
N .J.: Princeton University Press, 2 0 0 1 .
3 C o hf .N, M . Política urbana y desarrollo económ ico: Un program a p ara
el decenio de 1990. W ashington: Banco M undial, 1991; Preparing for the
Urban Future (con Ruble, Tulchin y G arland). W ashington D .C .: Wilson
Center-Sm ithsonian Institute, 1996.
4 Df.AR, M . From Chicago to LA . Th ousand O ak s (Calif.): Sage
Publications, 2002.
5 A n g o t t i , T. M etrópolis 2 0 0 0 , planning, poverty an d politics. Nueva
York: Routledge, 1993.
J o r d i B o r ja

líptico, de las ciudades de hoy, tanto en lo que se refiere a N o r­


teamérica com o al resto del mundo. Algunos invitados que no
pudieron asistir, com o Michael Sorkin o Mike Davis, o que
nos han visitado recientemente, com o Richard Sennett,
Edward Soja o Richard lngersoll6, han expresado posiciones
similares. La coincidencia entre autores m arcadamente «rad i­
cales», com o Harvey, Smith, Angotti o D avis, con otros de
talante más «liberal» (concepto en sentido norteamericano),
com o Cohén, Sassen, Dear o Sorkin, es significativa: nuestra
época replantea la razón de ser de la ciudad, las dinám icas dis-
gregadoras son muy fuertes y las incertidumbres sobre su futu­
ro, crecientes.
Los textos de Harvey y Smith nos proponen claves inter­
pretativas sobre las ciudades en la globalización. Neil Smith
v expone una interesante síntesis sobre la relación entre globa-
\ lización y urbanism o a partir de exponer algunos casos
y «an ecd ó tico s» y con statar la profunda crisis de las políticas
locales de «reproducción social» (vivienda, educación, servi­
os cios sociales, etc.), que han sido históricam ente propias de
jo s gobiernos m unicipales o regionales. Los nuevos espacios
locales, la ciudacfextensa o el espacio urbano-regional se han
convertido, por otra parte, en territorios de organización de
la «producción social» (conjunto de factores que intervienen
en el proceso económ ico de producción de bienes y servicios),
pero de gobernabilidades débiles y fragm entadas. Esto con ­
lleva a que se agudicen las contradicciones y se acentúen las
políticas «revanch istas» o represivas. Tanto Smith com o au ­
tores tan distintos com o Sassen y Angotti, a partir de su co-

6 D av is, M . Ver especialm ente «Planeta de ciudades-m iseria». New Left


Review, 26 (2004). Ed. española; S o r k in , M . Variaciones en un parque
tem ático. Barcelona: G ustavo Gili, 2 0 0 5 ; SENNETT, R. El respeto.
Barcelona: A nagram a, 2 0 0 3 ; S o ja , E. Postm etropolis: Critical Studies of
Cities an d Regions. O xford : Basil Blackwell, 2 0 0 0 ; IN G E R S O LL, R. «Tres
tesis sobre la ciu d ad ». Revista de O ccidente 185 (M adrid).

10
Pró lo go

nocim iento de las ciudades norteam ericanas, denuncian la


em ergencia de un «fascism o u rban o». En resumen, el con ­
flicto social (o la nueva lucha de clases) se ha desplazado,
relativam ente, del ám bito del estado-nación y del lugar de
trabajo a los territorios locales y al nexo entre lo local y lo
global .
Harvey parte del concepto de renta m onopolista para defi­
nir la posición de los actores dom inantes en e fe sp a c io urba ­
no-regional: aquellos que poseen el capital suficiente para
instalarse en lugares nodales de la globalización y obtener del
sector público las inversiones necesarias en capital fijo para
que estos lugares, ciudades más o menos globales, sean com ­
petitivos. |La competitividacT requiere ap o star por la disrin-
ción, la diferencia, lo cual se expresa especialm ente mediante
la imagen o el perfil de la ciudad, la oferta cultural, el
ambiente urbano. Pero, por otra parte, las firm as glob aliza2-1
das tienden a la creación de productos y entornos estan dari­
zados, lo cual a la larga hará que todos los espacios globales
dejen de ser com petitivos. En cierto m odo, siempre en el inte­
rior de una matriz m arxiana, Harvey nos anuncia la crisis de
la ciudad y del sistem a postindustrial c a p it a lis t a ^
En esta introducción expondrem os algunas reflexiones
sobre la m ism a temática tom ando com o principal referente
concreto el caso de Barcelona. Por un parte, tenemos en cuen­
ta las contribuciones de los autores citados y otros que han
analizado las contradicciones de la ciudad postindustrial8. Y
por otra, avanzarem os algunas hipótesis sobre el caso barcelo­
nés a partir de la emergencia de nuevas prácticas públicas
desde los inicios de la década de los noventa, de las respuestas

7 B o r ja , J .; C a s t e l l s , M . L o cal y glob al. M adrid: Taurus, 1997.


8 C om o Ascher en N uevos principios de urbanism o (M adrid: Alianza,
200 3 ); Amendola en la C iudad Postm oderna (M adrid: Celeste, 2000) y
Castells en La era de la inform ación (M adrid: Alianza, 2000) y «L a socio­
logía urbana» de M anuel Castells (I. Susser ed. M adrid: Alianza, 2001).
JORDI BORjA

sociales a las m ismas y de la renovación del pensamiento críti­


co, que había quedado relegado debido al éxito y al consenso
del urbanism o de los ochenta9.
El texto que sigue expone brevemente las características y
contradicciones de la «revolución urbana» de nuestra época.
En segundo lugar, las respuestas del urbanism o, la revaloriza­
ción de la ciudad y las dinám icas fragm entadoras y segrega­
doras que se dan en ella. Y, finalmente, el debate sobre los
m odelos de ciudad en curso (¿Barcelona es un m odelo?) y su
relación con el derecho a la ciudad propio de nuestra cultura
dem ocrática10.

2. La revolución urbana

El término «revolución urbana», que usó Gordon Childe en su


obra clásica sobre la Antigüedad, ha sido recientemente reusa-
do por Ascher11. La revolución urbana no es la traducción
directa de la globalización en el territorio, pero sí que está cau­
sada por un conjunto de factores tecnológicos, económicos,
políticos, sociales y culturales que también se vinculan a la glo­
balización, concepto, por otra parte, lo suficientemente confu­
so para que sirva un poco para to d o 12.

9 Ver la última parte de este texto.


10 El derecho a la ciudad, concepto que planteó Lefebvre en los años
sesenta, pero que ha sido desarrollado muy recientemente por los m ovi­
mientos sociales urbanos a escala internacional. En la conferencia de
H abitat de Estam bul (1996) aún no se planteó, pero sí en el Foro U rba­
no M undial de H abitat (Barcelona, 2 0 0 4 ). Ver B o r ja , J. L a ciudad con­
qu istada. M adrid: A lianza, 2003.
11 A sch f .r , E N uevos principios de urbanism o. M adrid: A lianza, 2003.
12 U sam os el término globalización solam ente en relación con sus im pac­
tos, reales o supuestos, sobre los territorios urbanos. El texto general de
referencia es, sin du da, el de Castells.

12
Pró lo go

a) La inform atización (por ejemplo, la difusión de las com ­


putadoras) ha m odificado las relaciones espacio-tiem po y per­
mite desarrollar actividades diversas (profesionales, de ocio o
cultura, de educación, de consum o) sin depender de una loca­
lización rígida. Si a ello se une la generalización de las form as
m odernas de com unicación, com o el automóvil privado, las
redes regionales de transporte y la telefonía móvil, es fácil
deducir que la ciudad hoy ya no es lo que era.

b) Los nuevos territorios urbanos ya no se reducen a la ciu­


dad central y a su entorno m ás o menos aglom erado, lo que se
llamó el «área m etropolitana», es decir, el modelo de ciudad
de la sociedad industrial. El territorio urbano-regional es dis­
continuo, una mezcla de zonas com pactas con otras difusas, de
centralidades diversas y áreas marginales, de espacios urbani­
zados y otros preservados o expectantes. Una ciudad de ciu­
dades en su versión optim ista o una com binación perversa
entre enclaves globalizados de excelencia y fragm entos urba­
nos de bajo perfil ciudadano.

c) El capital dom inante es hoy financiero más que produc­


tivo, nóm ada m ás que sedentario. Las decisiones se han «ex-
ternalizado» del territorio, el cual se ha vulnerabilizado al
tiempo que ha entrado en la carrera competitiva para atraer
inversiones, actividades em blem áticas, turistas, etc. El capital
fijo, dependiente del entram ado económico local, se resque­
braja, y las infraestructuras que soportan la nueva economía
corren el riesgo de ser de uso efímero.

d) El ám bito local-regional ha sido históricamente el de la


reproducción social (educación, sanidad, vivienda, etc.), hoy
afectado por la crisis del estado de bienestar (o por su carác­
ter inconcluso), al m ism o tiempo que las dem andas se multi­
plican (form ación continuada, envejecimiento, reducción del
tam año del núcleo familiar, colectivos pobres o m arginales,

13
JORDI BORJA

etc.). Los poderes locales y regionales deben reorientar sus


funciones hacia la «producción so cial», puesto que la «com-
petitividad » del territorio corresponde a esta escala m ás que
a la deTestado-nación. Pero no disponen de las com petencias
y recurso s para ello 13.

\ ; ' e) La sociedad urbana se ha hecho m ás com pleja, m ás indi-


; vidualizada y m ás multicultural. Las grandes clases sociales
de la época industrial se han fragm entado, los grupos socia­
les se definen en función de criterios múltiples (territoriales,
culturales, etc. adem ás de su relación con la producción), la
autonom ía del individuo se ha m ultiplicado. Los com porta­
m ientos urbanos se han diversificado (en los tiem pos, las
m ovilidades, las relaciones sociales, etc.) y, por lo tanto, tam ­
bién las dem andas. L as políticas urbanas hoy no pueden ser
simplemente de «o ferta» m asiva dirigida a grandes colectivos
supuestam en te hom ogéneos.

f) Pero, paradoja: al mism o tiempo que individuos y ciu­


dades apuestan por la distinción y la diferencia, las pautas
culturales se globalizan y se hom ogeneizan14. Arquitecturas y
form as de consum o, inform aciones y com portam ientos de
ocio, lenguas (las variantes del pseudoinglés) y vestimentas se
banalizan y pierden sus elementos distintivos cualificantes. La
carrera hacia la com petitividad mediante la distinción lleva a
la no-com petitividad mediante la banalización.

g) La gobernabilidad de los territorios urbano-regionales se


convierte en un difícil desafío. Especialmente difícil debido a
los factores citados que ahora resumimos:

13 S m ith , N . El redim ensionam iento de las ciudades, en este volumen.


14 H a r v ey , D. E l arte de la renta, en este volumen.

14
Pró lo go

- la m ultidim ensionalidad del territorio urbano-regional


(centros, periferias, red incompleta de geometría varia­
ble de ciudades medias y pequeñas, urbanización difusa,
enclaves y hábitat marginal, etc.)
- las potentes dinám icas privadas de ocupación de suelo
(en Barcelona-región m etropolitana, en los últimos vein­
ticinco años la urbanización del suelo se ha multiplica­
do por dos siendo la población estable1^
- la nueva com plejidad de la sociedad urbana y la diversi­
dad de sus dem andas y de sus com portam ientos (movi­
lidad, doble residencia...)
- la fragm entación de los poderes locales (entre ciento
cincuenta y doscientos municipios en la región m etro­
politana de Barcelona, m ás com arcas, m ancom unida­
des, entidades m etropolitanas, Diputación, Generalitat,
ministerios) que cooperan y se solapan, compiten, se
estorban...

15 D atos para ilustrar estas dinám icas de ocupación del suelo en las regio­
nes urbanas de Barcelona y M adrid. Para el caso de la Región M etrop o­
litana de Barcelona, el crecimiento de la superficie urbanizada entre 1972
y 1999 fue del 185 % , con un m ayor crecimiento en la segunda corona,
tal y com o vem os en el trab ajo de M anuel H erce en B o r j a , J.; M uxí, Z.
eds. U rbanism o en el siglo XX L B ilbao, M adrid, Valencia, Barcelona.
Barcelona: UPC. Tam bién entre 1987 y 2 0 0 1 , para el 78 % de los m uni­
cipios de la provincia de Barcelona, m ás de la m itad de la producción de
la vivienda había sido de tipología aislada o ad o sad a. Tam bién cabe des­
tacar que los 137 m unicipios pequeños de la provincia (de mil a diez mil
habitantes) son los que han producido m ás del 80 % de vivienda unifa-
miliar. Ver la tesis doctoral de Francesc M uñoz: U rbanalització: la pro-
ducció residencial de b aixa densitat a la provincia de Barcelona, 1985-
20 0 1 . UAB, 200 4. Para el caso de la región urbana de M adrid, entre
1957 y 1999, el suelo urbanizado se m ultiplica por 5 (pasa de 10.7 0 0 a
4 9 .0 0 0 ha), m ientras que la población lo hace por 2 (pasa de 2,3 a 4 ,7
millones). Estos datos constatan la enorm e expansión del territorio u rb a­
nizado en M adrid; ver los artículos de Jo aqu ín Leguina; Fernando Roch
y Jo sé M anuel N aredo en B o r j a , J .; M u xí, Z . op. cit.

15
J o r d i B o r ja

- la fuerza económ ica y a veces legal de las iniciativas pri­


vadas o de entes públicos sectoriales a la hora de definir
o m odificar grandes proyectos sectoriales sobre el terri­
torio

La gobernabilidad de estos territorios exige una capacidad de


innovación política que el m arco institucional obstaculiza y
que la deficiente representatividad de los partidos, convertidos
en m aquinarias electorales para ocupar posiciones en las insti­
tuciones, difícilmente su pera16.

/A
3. Las ciudades ante los efectos más o menos perversos
de la globalización: entre la sumisión y la resistencia

El análisis según una matriz explicativa de una sola dirección


es m ás gratificante, te aseguras un sector de público partidario
de tu discurso, y si otro sector lo crítica, pues muy bien, es
sabido que lo importante es que hablen de uno, y si hablan mal
mejor, la gente se fija m ás. Pero, con el riesgo de no com placer
ni a tirios ni a troyanos, me parece inevitable presentar un an á­
lisis que pone de relieve las ambivalencias más que las bonda­
des o m aldades de los procesos y de los discursos urbanos
actuales. Y las conclusiones serán irremediablemente abiertas.
Lo siento, el pensamiento dialéctico no produce autom ática­
mente la síntesis superadora.
En el plano económ ico, el discurso globalizador tuvo un
arranque arrollador. \ La presentación de las ciudades com o
lugares nodales17, las nuevas oportunidades de los territorios
(argumento apoyado en emergencias y reconversiones exito­
sas) y la prioridad al posicionam iento en las redes globales y,
en consecuencia, a su proyección exterior han sido elementos

16 B o r j a , J . La ciudad conquistada. M adrid: Alianza, 2 0 0 3 .


17 C a st e l ls y S a s s e n , o p . cit.

16
Pró lo go

clave de la construcción del vademécum de la buena política


urbana. El plan estratégico, a su vez, ha sido la herramienta
operativa (o ha pretendido serlo) de las ciudades aspirantes a
triunfar en el m undo global mediante el discurso «hipercom-
petitivo». Un tipo de plan no norm ativo, que favorece tanto
una concertación de cúpulas políticas con cúpulas económ icas
com o un am plio proceso participativo.¡Y que puede convertir­
se en un proyecto político transform ador de la ciudad o deri­
var en una cortina de humo llena de buenas intenciones sin
otra función que legitimar las prácticas del poder.
H a habido reacciones sociales y políticas críticas que han
denunciado, desde un plano ideológico, que la aceptación de la
prioridad a la «com petitividad» significaba aceptar casi siempre
una posición de dependencia respecto a los mecanismos exclu-
yentes que dominan la vida financiera y comercial internacio­
nal, y que en la práctica acentuaban las desigualdades y la dua-
lización social y territorial de la ciudad. Estas reacciones
apuestan por planes de carácter más proteccionista, alternati­
vos, que a su manera pueden ser modernizadores (por ejemplo,
la «nueva cultura del a g u a » 18, reutilizadores del capital fijo y
generadores de empleo. En bastantes casos, la oposición a la
adaptación acrítica a la globalización se fundamentó también
en la revalorización de los elementos identitarios del territorio y
en la defensa de la calidad de vida y de un desarrollo sostenible.
La síntesis teóricamente posible es cuadrar la ecuación
com petitividad, cohesión social, sostenibilidad, gobernabili-
dad y participación. N o es evidente y aún no se ha descubier­
to la piedra filosofal para ello, por lo menos rebus sic stanti-
bus.
Es significativa la importancia creciente que adquieren los
factores culturales en la orientación de los procesos urbanos

18 N ueva cultura del agu a, concepto reivindicativo y alternativo forjado


por el m ovim iento social de oposición al Plan H idrológico N acional
(derogado por el actual gobierno de España).

17
JORDI BORJA

actuales. Por una parte, la conciencia de las desigualdades


sociales, el afán de distinción, el miedo a los otros y el refugio
en la vida privada son muy funcionales con respecto al modelo
del urbanismo globalizado que describimos más adelante. Por
otra parte, surge una contestación cultural a los impactos de la
globalización y de la economía mercado sobre el territorio.
La defensa del patrim onio construido, del paisaje, de la
población y sus habilidades, de las relaciones sociales con so­
lidadas por el tiem po, de la lengua y de las culturas específi­
cas, y la valorización de la anim ación urbana (por ejemplo de
la calle y el espacio público com o elementos fundam entales
de la ciudad), todo ello cuenta cada vez m ás en la resistencia
a los proyectos privados o públicos con fuertes im pactos
sobre el territorio. El rechazo a la homogeneización cultural
que conlleva la globalización también form a parte de los
actuales procesos urbanos.
La cuestión es si estas resistencias son simplemente una opo­
sición legítima pero conservadora o, por el contrario, pueden
ser una palanca de desarrollo autocentrado en nuestro mundo
global. En todo caso, las anteriores reflexiones matizan las posi­
ciones críticas que se expresan en los textos de Smith y Harvey.

4. Urbanismo globalizado versus urbanismo ciudadano

En este texto parece más pertinente detenerse sobre los m ode­


los de desarrollo urbano. Es evidente que existen unas dinám i­
cas territoriales em pujadas por la globalización (Smith) en un
m arco imperfecto de economía de mercado dom inado por los
que disponen de «rentas m onopólicas» (usando el lenguaje de
Harvey). Pero también lo es que hay dinámicas de signo con­
trario o que m odifican los efectos de las primeras.
El modelo de desarrollo urbano característico de la era de
la globalización es el de la «urbanización difusa y discontinua»
mediante «productos urbanos» constitutivos de enclaves o

18
Pró lo go

parques tem áticos m ercantilizados19 y áreas degradadas o


m arginales20. Una urbanización de suelo regional que puede
darse sin crecimiento económico, com o en América Latina, o
sin crecimiento dem ográfico, com o en E uropa21. Es la urbani­
zación que genera «espacios lacónicos» punteados por gale­
rías comerciales y gasolineras22, «áreas de excelencia» (parques
empresariales o tecnológicos, barrios cerrados exclusivos), una
red de autopistas y una estratificación social en función de la
distancia-tiempo a los lugares de centralidad.
Sin em bargo, hay dinám icas de sentido contrario que
encuentran también su expresión en el urbanism o actual. N o
tanto en el new urbanism n , que crea sucedáneos de «ciudad
europea com pacta», sino en el urbanism o «ciudadano» pre­
sente en diversos grados en las políticas de bastantes ciudades
europeas y am ericanas. Es el urbanism o del «espacio público»
y de la ciudad densa (que ha distinguido el llam ado «m odelo
Barcelona»), de construcción de centralidades24 de mixtura
social y funcional25. ^

19 De ocio, com erciales, em presariales, tecnológicos, etc.


20 M uxí, Z . L a arquitectura de la ciudad global. Barcelona: G ustavo Gili,
2004.
21 D avis , M . o p . cit.; B o r ja , J . ; M u x í , Z . U rbanism o en el siglo x x i. B a r­
celo n a: U P C , 2 0 0 4 .
22 I n g e r s o l l , o p . cit.
23 C ongress for New U rbanism Basis (w w w .cnu.org/new urbanism .htm l).
Ver tam bién D u a n y , A. et al. The Rise o f Spraw l Suburb an d the D ecli­
ne o f N ation. N ueva York: N orth Point Press, 2 0 0 0 .
24 B u sq u e t s , J. Barcelona, la construcción urbanística de una ciudad
com pacta. Barcelona: Ed. del Serbal, 2 0 0 4 ; «Á reas de nuevas centralida­
des» (docum ento del Ayuntamiento de Barcelona, 1986, resum ido en la
revista Barcelona M etrópolis M editerránea 8 (1988). Sobre el m odelo
urbanístico de Barcelona, ver especialm ente BOHIGAS, O riol. L a recons-
trucció de Barcelona. Barcelona: Ed. 62, 1985.
25 Sobre la m ixtura social, ver especialm ente la experiencia francesa, nor-
m ativizada en la Ley de solidaridad y renovación urbana de 1999.

19
J o r d i B o r ja

La arquitectura banalizada y estandarizada caracteriza al


urbanism o «g lo balizado», lo mismo que el uso y el abuso de
las arquitecturas ostentosas y «no reproducibles»26 para m ar­
car sim bólicamente las zonas de excelencia. El urbanism o
«ciudadano» apuesta por el perfil identitario de lo urbano,
atendiendo a la m orfología del lugar, a la calidad del entorno
y a la integración de los elementos arquitectónicos excepcio­
nales o em blemáticos. En la realidad, es frecuente que am bas
tendencias se mezclen y confronten en la misma ciudad, com o
en la Barcelona actual27.
El efecto «político» de esta confrontación de m odelos es
incierto, aunque no cabe duda de que, con independencia de
las voluntades políticas locales en el m arco de la econom ía
globalizada capitalista, de la propiedad privada del suelo y de
la m ercantilización de la vivienda, la tendencia dom inante es
la de la «urbanización difusa» y de la producción de enclaves
o parques tem áticos. Es la del urbanism o de la privatización,
de la distinción y del m iedo28. En algunos países europeos se
han im plem entado políticas urbanas de signo ciudadano,
com o en G ran Bretaña29 y en Francia30, pero en el mejor de

26 B a u d r i l l a r d , Jean ; N o u v e l, Jean . Les objets singuliers. París: Cal-


man-Lévy, 2 0 0 0 . Ver la crítica a este texto de Graciela Silvestri: «Un
sublim e atardecer. El com ercio sim bólico entre arquitectos y filó so fo s».
Punto de Vista, 74 (Buenos Aires, 2 0 0 2 ). Ver una crítica m ás general a la
arquitectura no reproducible en B o h ig a s , O riol. R econ sid erad o m oral
de Íarqu itectura i la ciutat. Barcelona: Electa, 2 0 0 4 .
2 Ver la última parte de este texto.
28 B o r ja , J. «U rbanism e i ciu tad an ia». Barcelona M etrópolis M editerrá­
nea (2005) y «El futuro urbano tiene un corazón an tigu o». C atálogo de
la exposición «Q u o ru m ». Barcelona: Institut de Cultura de Barcelona,
2005.
29 RoGERS, R. Tow ards an urban renaissance. Londres: D epartm ent of
the Environment, Transport and the Regions, 1999 y 2 0 0 1 .
30 M a s b o u in g i, A. Colección Projet Urbain, M inistére d ’ Equipement,
París; French Urban Strategies. Projets U rbains en France. París: Le

20
Pró lo go

los casos se obtienen resultados contradictorios, es decir un


poco de todo. En Francia, la hegemonía cultural del projet
urbain que ha orientado el excelente urbanism o de diversas
ciudades en los últimos veinte años no ha im pedido la urba­
nización difusa, creciente y banal de una parte im portante del
territorio31.
Aunque, siguiendo el razonam iento de Harvey, se puede
interpretar que el resultado final es muy funcional con res­
pecto al urbanism o de la globalización, puesto que la compe-
titividad entre los territorios requiere estos «lugares nodales
de cualidad» que son las ciudades vivas, con espacios públi­
cos anim ados y ofertas culturales y com erciales diversas, con
entornos agradables y seguros, donde se concentra el sector
terciario de excelencia y el ocio atractivo para los visitantes.
Los residentes son los extras de la película.
El efecto directamente político de esta confrontación (desi­
gual) de tendencias es el que nos plantea una incertidumbre
sobre el devenir de la dem ocracia en el territorio. Por una
parte, hay un resurgir del ám bito político urbano-regional. Se
habla incluso, a favor o en contra, de las nuevas ciudades-
estado. En las regiones m etropolitanas, com o hemos visto al
principio, se plantean problem as de gobernabilidad. Pero
también son, o pueden ser, ám bitos de innovación política,
com o apuntan algunos procesos de descentralización, de con-
tractualización interinstitucional, de gestión cívica o partici-
pativa, de concertación público-privada, de experim entación
de dem ocracia deliberativa y de e-gobernabilidad (electrónica
o virtual).

Moniteur, 2 0 0 2 ; Fabriquer la ville. O utils et m ethodes: les am enageurs


proposent. París: La D ocum entation Frangaise, 2 0 0 1 . Ver tam bién de la
m ism a autora y B o u r d in , A. U rbanism e des m odes de vie. Le Moniteur,
2 004.
31 «L’urbanisation grignote sans répit le territoire fran ^ais». Le M onde
(14-4-05), citando el informe de Serge Lepeltier, m inistro de Ecología.
J o r d i B o r ja

Sin em bargo, las crecientes desigualdades en el territorio, la


división cada vez m ás manifiesta entre «incluidos y excluidos»
que caracteriza por ahora más a la ciudad americana que a la
europea, pero también presente entre nosotros, pueden dar
lugar a una «lucha de clases en el territorio» o una «conflicti-
vidad asim étrica»32 de difícil gestión en la fragm entada dem o­
cracia local. La agudización de los conflictos entre colectivos
sociales segregados puede desem bocar en el «fascism o urba­
no» que recientemente anunciaba Sassen33.

5. Sobre el hipotético modelo Barcelona

¿Existe un modelo de transform ación urbana denominable


Barcelona34? ¿Es solamente una marca, una etiqueta de m ar­
keting urbano exitoso35? Existe, en todo caso, la percepción

’ 2 D e l a r u e , Jacqu es. Banlieus en difficulté: la rélégation. París, 1991. El


autor, delegado del gobierno para la ciudad (equivale a viceministro,
dependiente del jefe de gobierno), utilizó ya el concepto de «lucha de cla­
ses en el territorio». El Censis (Centro de Estudios Sociales, Rom a) acuñó
el concepto de «conflictividad asim étrica» en sus inform es anuales, a
principios de los noventa.
33 S a sse n , S. Intervención en los D iálogos sobre la C iudad del Siglo XXI
(Fórum 200 4 ). Ver también su artículo «I “ senza potere” protagon istrdel
futu ro». Atlante di u n ’altra econom ía. Politiche e pratiche del cam bia-
mento. R om a: M anifestolibri, 2 0 0 5 .
í4 B o r ja , J. ed. Barcelona. Un m odelo de transform ación urbana. Q uito:
Program a de Gestión U rbana/Banco M undial/N aciones U nidas, 1995.
Tim M arshall ha publicado un conjunto de textos que ofrecen un pan o­
ram a analítico muy com pleto sobre el «m odelo B arcelon a», incluyendo
una perspectiva crítica al final: Transform ing Barcelona. Londres: Rou-
tledge, 2004.
35 B a lib r e a , M . P. «B arcelona, del m odelo a la m arca» (www.desacuer-
dos.org). Una versión anterior de este texto se encuentra en Tim M a rs­
hall, op. cit.

22
Pró lo go

y social (local e internacional), tanto en el ám bito político com o


en el intelectual, de que el urbanism o barcelonés de los ochen­
ta y de los noventa se ha caracterizado por un conjunto de
políticas públicas que han configurado unas prácticas y unos
discursos coherentes, y que se han reflejado tanto en las for^
. nías físicas com o en los usos sociales del territorio. El referirse ¡'^
a ello com o modelo, es decir, com o algo ejem plar y transferi-
ble a otras ciudades, ha sido en parte una operación prom o­ A
cional de la ciudad (de su gobierno, de sectores profesionales
y de algunas em presas de servicios). Pero la fam a y la inspira-1
ción en Barcelona, y a veces la copia, se han debido más a la
necesidad de otras ciudades de encontrar experiencias que sir­
vieran de ejemplo y de legitimación ante la necesidad de inven­
tar nuevas políticas que respondieran a los desafíos de la glo­
balización.
E1 m odelo barcelonés parte de unas prem isas interesantes,

I aunque no es evidente que estén todavía vigentes y menos


aún que lo hecho sea un m odelo aplicable a otras ciudades.
Siempre es posible recibir estím ulos de otras experiencias: la
práctica urbana avanza principalm ente mediante com para­
ciones y confrontaciones, y se aprende de los éxitos y los fra­
casos de los dem ás. Pero nunca es recom endable aplicar rece­
tas de un caso al otro. La m ediación necesaria es la que
proporciona la elaboración intelectual de la cultura u rbanís­
tica.
Las prem isas que se dieron a finales de los setenta, com o se
verá, son muy específicas. La coyuntura política y cultural es
la de los inicios de la dem ocracia. La década que precedió a la
dem ocracia fue de gran movilización cívica, tanto en los ám bi­
tos ciudadanos de los barrios com o en los medios profesiona­
les. La crítica al urbanism o desarrollista, la recuperación de lo
mejor de las propuestas de Cerdá y del movimiento moderno,
la elaboración de propuestas para cada barrio y para la ciudad
basadas en una concepción igualitaria del espacio pú blico y los
equipam ientos, y la legitimación de un urbanismo participati-

23
J o r d i B o r ja

vo construyeron un consenso activo que las fuerzas políticas


no podían dejar de lado36.
En este m arco ganaron las prim eras elecciones los partidos
de izquierda, que representaban la movilización cívica anterior
y cuyos program as dem ocratizadores y regeneracionistas eran
aceptables por parte de los sectores empresariales. Estos preci­
san de unas políticas públicas que crean una oferta urbana de
calidad para que invertir en la ciudad sea rentable y, al mismo
tiempo, se den respuestas que regulen la conflictividad social
en el territorio. Esta alianza saintsim oniana (la de los «p ro ­
ductivos» de la parábola de Saint-Simon) se construyó en los
ochenta, especialmente con la nominación de Barcelona com o
sede de los Ju egos O lím picos en 1986. La década siguiente
estará m arcada por los resultados de la iniciativa pública hege-
mónica.
El éxito es indiscutible y sobre todo vistoso: unos trescien­
tos proyectos realizados de espacios públicos y de equipa­
mientos de calidad repartidos por toda la ciudad; se proyecta
una am biciosa política de generación de nuevas centralidades,
del eje del frente marítimo y de la transf7orm ación del este de
1 la ciudad (zona de industrias y infraestructuras relativamente
obsoletas); proyectos integrales de regeneración de barrios;
oferta cultural diversificada y revalorización del patrim onio
arquitectónico; descentralización hacia los distritos y los
barrios y reconocimiento de los interlocutores sociales; infra­
estructuras ciudadanas que comunican los fragm entos de la
ciudad y de su entorno inmediato. La ciudad cam bia de im a­
gen, se reducen las desigualdades sociales en el territorio, se

36 S o b re el m ovim ien to cívico o p o p u la r u rb a n o , ver H u e r t a s C l a v e r ía ,


J. M .; A n d r e u , M . Barcelona en lluita, el movim ent urbá, 1 965-1995.
B a rc e lo n a: F ed eració d ’A sso c ia c io n s de Veins de B a rc e lo n a, D L, 1996.
Ver tam b ién B o r j a , J. Por unos m unicipios dem ocráticos. M a d rid : IEA L,
1986 y D escentralización y participación ciudadana. M a d rid : IEA L,
1987.

24
Pró lo go

genera empleo, la ciudad se posiciona favorablemente en los


flujos internacionales.
Pero, a m ediados de los noventa, las condiciones iniciales
habían cam biado. La ciudad se ha enriquecido y la inversión
privada en la ciudad se ha hecho muy rentable. El gobierno
local, por el contrario, se ha em pobrecido, tanto en el plano
económ ico com o en el cultural, y necesita hacer de la etiqueta
Barcelona un factor de atracción de capitales y turistas. Las
políticas urbanas anteriores en parte se mantienen, pero en
una dura y casi siempre desigual competencia con nuevas polí­
ticas m ás acordes con las condiciones de la globalización y del
mercado.
El éxito ha tenido también efectos perversos. L os precios
del suelo y de las viviendas se disparan. Los new projects3/ se
plantearon com o la venta de fragm entos de ciudad a los pro­
motores privados y el resultado m ás emblemático fue la discu­
tible operación D iagonal Mar. La presión del sector privado
conlleva la realización de enclavesT^e parques tem áticos, de
operaciones segregadas, la destrucción del patrim onio arqui­
tectónico (especialmente la herencia de la ciudad industrial), la
deslocalización de sectores medios y bajos hacia la región
m etropolitana, el crecimiento de la urbanización difusa sin que
corresponda a un crecimiento de la población38.,E l modelo
Barcelona se pone en tela de juicio. O, en todo caso, se puede
hablar de un «contram odelo» que entra en contradicción con
el anterior.
El Fórum 2 0 0 4 se ha convertido en el paradigm a de los
críticos, tanto de los que hacen la crítica desde la defensa
de lo m ejor del prim er m od elo39 com o de los hipercríticos

37 «B arcelona Regional: N ew Projects». A juntam ent de Barcelona, 1995.


Ver una síntesis de este docum ento en Tim M arshall, op. cit.
38 Ver la nota 15.
x39 B o r j a , J .; M o n t a n e r , J. M . Textos sobre el «m odelo Barcelona» en

25
J o r d i B o r ja

que consideran am bos m odelos dos caras de la m ism a m o­


neda40.
El Fórum , relativo fracaso cultural y político (o de m ar­
keting), es en su dim ensión/urbanística una expresión de la
ciudad que apuesta por la inserción global: se trata de un
urbanism o orientado a la dem anda externa41.
M ientras que la ciudad-centro (Barcelona municipio)
se orienta a ser un parque tem ático del sector terciario que
pretende ser de excelencia, aunque predom ina la oferta de
servicios de ocio, en la región m etropolitana emergen las con­
tradicciones propias de la urbanización globalizada: espacios
fragm entados por au topistas y una red del ferro (tren, metro,
tranvía) muy atrasad a; desarrollos privatizados de baja den­
sidad de urbanizaciones de viviendas, ad o sad as o no; hiper-
consum o de suelo, agua y servicios en general; segregación
social y funcional crecientes; urbanización discontinua y des­
pilfarradora; enclaves especializados.

Urbanism o en el siglo XXI. Barcelona: UPC. De M ontaner ver también:


Repensar Barcelona. Barcelona: U PC, 200 3 (selección de artículos de
1984 a 200 1 ). Y de Borja, las referencias citadas en la nota 28. Sobre el
m odelo Barcelona es im prescindible la consulta de la colección de publi­
caciones de Aula Barcelona, iniciada en 1999, titulada precisam ente
M odel Barcelona (en catalán, con un resumen en inglés). N o son textos
críticos pero sí que se trata de síntesis bien inform adas realizadas por los
profesionales protagon istas de la gestión urbana de los años ochenta y
noventa. Edición a cargo de la Fundació Bosch G im pera-U niversitat de
Barcelona. Para una visión m ás crítica, ver la excelente revista de la
FAVB, E l Carrer. Ver tam bién C a p e l, H. E l m odelo de Barcelona, un
exam en crítico. Barcelona: Ed. del Serbal, 2 005.
40 A A .W . Barcelona, m arca registrada. Un m odelo p ara desarm ar. Bar­
celona: Virus, 2 0 0 4 ; A A .W . L a otra cara del Fórum de las C ulturas SA.
Barcelona: Bellaterra, 2 0 0 4 ; D e l g a d o , M . Elogi del vianant, del m odel
Barcelona a la Barcelona real. Barcelona: Ed. 1984, 2 0 0 5 .
41 D om us 866 (enero de 2 0 0 4 ) y Révue Urbanisme, 339 (noviembre-
diciem bre 2004).

26
Pró lo go

Pero hay otra cara de la realidad: un territorio estructura­


do por ciudades m edias dotadas de potencial de centralidad;
una conciencia colectiva que se expresa en dem andas de cali­
dad de vida y desarrollo sostenible; un tejido económ ico y
cultural diversificado; unas voluntades políticas, no siempre
hegem ónicas, que no se quieren someter a la lógica mercantil
a cualquier precio; y un sentido crítico en la ciudad central, en
Barcelona, que cuestiona la deriva del supuesto m odelo ideal,
que en la última década se ha som etido dem asiadas veces a la
contrarrevolución urbana.
En fin, una realidad contradictoria, ambivalente, no conde­
nada necesariamente a convertirse en ejemplo del urbanism o
globalizado que Harvey y Smith exponen en sus estimulantes
'an álisis críticos. Aunque a veces los proyectos recientes pare­
cen ejemplificar todas sus tesis.

J o r d i B o r ja
abril de 200 5

27
El arte de la renta: la globalización
y la mercantilización de la cultura

David Harvey

Es innegable que la cultura se ha convertido en un cierto tipo


de mercancía. Sin em bargo, también está muy extendida la
creencia de que hay algo tan especial en relación con los pro­
ductos y acontecimientos culturales (ya sea en las artes, el tea­
tro, la m úsica, el cine, la arquitectura o, m ás en general, en
las form as de vida, el patrim onio, las m emorias colectivas y las
com unidades afectivas de carácter local) que nos lleva a dife­
renciar a estos productos y acontecimientos de otras m ercan­
cías cotidianas, com o las cam isas o los zapatos. Es posible, por
supuesto, que los separem os simplemente porque no podem os
pensar en ellos de otro m odo que no sea com o algo distinto,
existente en un plano humano de creatividad y significado más
elevado que el correspondiente a las fábricas de producción y
consum o de m asas. N o obstante, incluso cuando nos despoja­
m os de todo residuo de pensamiento ilusorio al respecto
(a menudo reforzado por poderosas ideologías), sigue quedán­
donos una sensación muy especial en relación con esos pro­
ductos designados com o «culturales». Entonces, ¿cóm o puede
reconciliarse la condición de mercancía que tienen tantos de
estos fenómenos con su carácter especial? La relación entre
cultura y capital requiere, evidentemente, una indagación
meticulosa y un m atizado análisis.

29
D a v id H a r v e y

I. Renta monopolista y competencia

Comienzo con algunas reflexiones sobre la relevancia de las ren­


tas m onopolistas, para comprender de qué modo se relacionan
los procesos contemporáneos de la globalización económica con
las instancias locales y las formas culturales. La categoría de
«renta m onopolista» es una abstracción tom ada del lenguaje de
la economía política. Aquellas personas a las que les interesan
m ás los asuntos de la cultura, la estética, los valores afectivos, la
vida social y el corazón, semejante término puede parecerles tan
técnico y árido como para tener mucha incidencia en los asun­
tos humanos, más allá de los posibles cálculos del especialista en
finanzas, el prom otor de viviendas, el especulador inmobiliario
y el arrendador. Pero espero demostrar que su importancia es
mucho mayor: si se elabora adecuadamente puede generar fruc­
tíferas interpretaciones de los numerosos dilemas prácticos y
personales que se plantean en el nexo entre la globalización
capitalista, los procesos político-económicos locales y la evolu­
ción de significados culturales y valores estéticos. Toda renta se
basa en el poder monopolista de los propietarios privados de
ciertas zonas del planeta. La renta monopolista surge porque los
actores sociales pueden obtener un flujo de ingresos mayor
durante un período de tiempo prolongado en virtud de su con­
trol exclusivo sobre un artículo determinado, directa o indirec­
tamente negociable, y que en determinados aspectos cruciales es
único y no reproducible. Hay dos situaciones en las cuales la
categoría de renta monopolista pasa a primer plano. La prime­
ra se produce porque los actores sociales controlan algún recur­
so, alguna mercancía o algún lugar de calidad especial que, en
relación con cierto tipo de actividad, les permite extraer rentas
m onopolistas de quienes desean utilizarlo. En el ámbito de la
producción, argumenta M arx 1, el ejemplo más obvio es el viñe­

1 M a r x , Karl. C apital. Vol. 3. N ueva York: International Publishers,


1976. P. 774-775.

30
El a rte d e la r en t a

do que produce un vino de extraordinaria calidad que puede


venderse a un precio monopolista. En esta circunstancia, «el
precio monopolista crea la renta». La modalidad geográfica
sería la centralidad (para el capitalista comercial) en relación
con, por ejemplo, la red de transporte y comunicaciones, o la
proxim idad (para la cadena hotelera) en relación con una acti­
vidad altamente concentrada (como por ejemplo un centro
financiero). El capitalista comercial y el empresario hotelero
están dispuestos a pagar una prima por el terreno debido a su
accesibilidad. Estos son los casos indirectos de renta m onopolis­
ta. N o se comercia con el terreno, el recurso o la ubicación geo­
gráfica de cualidades excepcionales, sino con la mercancía o el
servicio que se producen mediante su uso. En el segundo caso,
se comercia directamente con el terreno o el recurso (como
cuando unos viñedos o unos terrenos inmobiliarios de primera
categoría se venden a capitalistas y financieros multinacionales
con fines especulativos). La escasez puede crearse por el proce­
dimiento de impedir los usos actuales del suelo constituido en
recurso y especular sobre valores futuros. La renta m onopolista
de este tipo puede extenderse a la propiedad de obras de arte
(como un Rodin o un Picasso), que pueden (y cada vez más)
comprarse y venderse como inversiones. La excepcionalidad del
Picasso o del terreno es lo que constituye, en este caso, la base
para el precio m onopolista.
Am bas form as de renta m onopolista se combinan a menu­
do. Un viñedo (con su chatéau y su entorno físico excepciona­
les), célebre por sus vinos, puede venderse directamente a un
precio m onopolista, com o también puede hacerse con los
vinos de excepcional sabor que producen sus tierras. Un Picas­
so puede adquirirse para obtener ganancias de capital, y luego
ser arrendado a un tercero que lo exhibe por un precio m ono­
polista. La proxim idad a un centro financiero puede ser obje­
to de venta tanto directa com o indirecta, por ejemplo, a la
cadena hotelera que lo utiliza para sus propios fines. Pero la
diferencia entre estas dos form as de renta es importante. Es

31
D a v id H a r v e y

im probable (aunque no imposible), por ejemplo, que la abadía


de Westminster y el palacio de Buckingham vayan a ser obje­
to de una transacción directa (hasta los m ás ardientes privati-
zadores se opondrían a ello). Pero pueden ser y claramente son
objeto de transacción mediante las prácticas de com ercializa­
ción de la industria turística (o bien, en el caso del palacio de
Buckingham, por parte de la propia reina).
La categoría de renta m onopolista conlleva dos contradic­
ciones implícitas. Am bas son importantes para el argumento
que se expone a continuación.
En primer lugar, aunque la excepcionalidad y la particula­
ridad son cruciales en la definición de «cualidades especiales»,
el requisito de com erciabilidad significa que ningún producto
puede ser tan excepcional o tan especial com o para quedar
totalm ente al margen del cálculo m onetario. El Picasso tiene
que tener un valor m onetario, com o lo tiene el M onet, el
M anet, el arte aborigen, los objetos arqueológicos, los edifi­
cios históricos, los m onum entos antiguos, los tem plos budis­
tas, la experiencia de bajar en balsa por el C olorado, visitar
Estam bul o llegar hasta la cima del Everest. Se produce aquí,
com o claram ente se desprende de esta relación, cierta dificul­
tad de «form ación de m ercado». Porque, si bien se han for­
m ado m ercados en torno a las obras de arte y, en cierta m edi­
da, en torno a los objetos arqueológicos (hay casos bien
docum entados, com o el del arte aborigen australiano, sobre
lo que sucede cuando una form a de arte determ inada se ve
involucrada en la esfera del m ercado), varios de los elementos
de esta lista son claram ente difíciles de incorporar de form a
directa (tal es el problem a con la abadía de W estminster). Con
m uchos de estos elementos puede resultar difícil com erciar
incluso indirectamente. La contradicción, a este respecto, es
que cuanto m ás com ercializables se vuelven estos productos,
m enos excepcionales y especiales parecen. En algunos casos la
propia com ercialización tiende a destruir las cualidades
excepcionales (en particular si esas cualidades dependen de

32
El arte d e la r en t a

cosas com o la lejanía de territorios inexplorados, la pureza de


una experiencia estética o sim ilares). De form a m ás general,
cuanto m ás fácilmente com ercializables (y objeto de duplica­
ción mediante falsificaciones, adulteraciones, imitaciones o
sim ulacros) son tales productos o acontecim ientos, menor es
su capacidad de constituir la base para una renta m onopolis­
ta. M e viene a la m em oria, a este respecto, aquella estudiante
que se lam entaba de lo inferior que había sido su experiencia
de Europa en com paración con Disneylandia:

En Disneylandia todos los países están mucho más cerca


entre sí, y muestran lo mejor de cada uno. Europa es
aburrida. La gente habla idiom as extraños y las cosas
están sucias. A veces en Europa no ves nada interesante
durante días, pero en Disneylandia en todo momento
sucede algo diferente y la gente está contenta. Es mucho
m ás divertido. Está bien diseñado2.

Esta opinión, aunque suene ridicula, resulta aleccionadora


para reflexionar sobre el punto hasta el cual Europa está
intentando rediseñarse de acuerdo con los patrones de Disney
(y no solam ente en consideración a los turistas estadouniden­
ses). Pero — y aquí está el m eollo de la contradicción— cuan­
to m ás se disneyfica Europa, menos excepcional y especial se
vuelve. La anodina hom ogeneidad que lleva consigo la pura
m ercantilización borra las ventajas del m onopolio. Para que
se produzcan rentas m onopolistas, es preciso encontrar algu­
na form a de conservar m ercancías o lugares que sean lo
suficientemente excepcionales y especiales (y m ás adelante
reflexionaré sobre lo que esto puede significar) com o para
mantener una ventaja m onopolista en una econom ía, por otra
parte, m ercantilizada y a menudo ferozmente com petitiva.

2 K f.lb a u g h , D ouglas. C om m on Place: Tow ard N eigh borh ood an d


Regional D esign. Seattle: University o f W ashington Press, 1997. P. 51.

33
D a v id H a r v e y

Pero, ¿por qué, en un mundo neoliberal donde los m erca­


dos com petitivos son supuestamente dominantes, habría de
tolerarse un m onopolio de cualquier género, y menos aún ser
visto com o deseable? N os encontram os aquí con la segunda
contradicción que, en su propia raíz, resulta ser una imagen
especular de la primera. La competencia, com o hace mucho
tiempo observó M arx, tiende siempre hacia el m onopolio
(o hacia el oligopolio) simplemente porque la supervivencia de
los m ás dotados en la guerra de todos contra todos elimina a
las em presas m ás débiles. Cuanto más feroz es la competencia,
m ás rápida es la tendencia hacia el oligopolio, cuando no
hacia el m onopolio. N o es casual, por tanto, que la liberali-
zación de los m ercados y la celebración de la competencia
mercantil en los últimos años haya producido una increíble
centralización del capital (M icrosoft, Rupert M urdoch, Ber-
telsmann, servicios financieros y una oleada de absorciones,
fusiones y concentraciones en líneas aéreas, comercio m inoris­
ta e incluso industrias tradicionales com o las del automóvil, el
petróleo y similares). Esta tendencia se reconoce desde hace
m ucho tiempo com o un rasgo preocupante de la dinámica
capitalista; de ahí la legislación antim onopolio en Estados Uni­
dos y el trabajo de las comisiones sobre m onopolios y fusiones
en Europa. Pero estas son defensas débiles contra un poder
abrum ador.
Esta dinámica estructural no tendría la importancia que
tiene de no ser porque los capitalistas cultivan activamente los
poderes m onopolistas. De este modo establecen un control
de largo alcance sobre la producción y la comercialización, y
con ello estabilizan su entorno empresarial para permitirse el
cálculo racional y la planificación a largo plazo, la reducción
del riesgo y la incertidumbre, y en general para asegurarse una
existencia relativamente pacífica y tranquila. Por consiguiente,
la m ano visible de la corporación, como la denomina Chandler,
ha tenido mucha mayor importancia para la geografía históri­
ca capitalista que la mano invisible del mercado a la que tanta

34
El arte d e la r en t a

relevancia concedía Adam Smith, y que en los últimos años se


nos ha presentado ad nauseam como la fuerza rectora en la ide­
ología neoliberal de la globalización contemporánea.
Pero es aquí donde con m ayor claridad puede verse la im a­
gen especular de la primera contradicción: los procesos mer­
cantiles dependen crucialmente del m onopolio individual de
los capitalistas (de todo tipo) sobre los medios de producción
de plusvalía, incluidas las finanzas y la tierra (recordemos que
toda renta es un retorno al poder m onopolista de la propiedad
privada sobre cualquier porción del planeta). Por consiguien­
te, el poder m onopolista de la propiedad privada es a la vez el
punto inicial y el punto final de toda actividad capitalista.
Existe un derecho jurídico no comerciable en la base mism a de
todo comercio capitalista, que convierte la opción de no
com erciar (acaparam iento, retenciones, com portam iento mez­
quino) en un problem a importante en los m ercados capitalis­
tas. La pura competencia comercial, el libre intercambio de
mercancías y la perfecta racionalidad de los m ercados son, por
tanto, m ecanism os bastante inusuales y crónicamente inesta­
bles para la coordinación de las decisiones de producción y
consum o. El problem a radica en mantener las relaciones eco­
nóm icas lo suficientemente com petitivas, a la vez que se con­
servan los privilegios m onopolistas individuales y de clase de
la propiedad privada que constituyen la base del capitalism o
com o sistema político-económico.
Este último punto requiere una explicación adicional para
acercarnos un poco m ás al tema en cuestión. Suele suponerse
erróneamente que la indicación m ás clara del poder m onopo­
lista a gran escala y de m áxim o nivel se encuentra en la centra­
lización y concentración del capital en las m egacorporaciones.
A la inversa, suele suponerse, de nuevo erróneamente, que la
dimensión pequeña de una empresa es un signo de una situa­
ción competitiva en el mercado. Según este criterio, un capita­
lismo anteriormente competitivo se ha ido m onopolizando
cada vez m ás con el paso del tiempo. El error tiene su origen en

35
D a v id H a r v e y

que la teoría económica sobre la empresa ignora por completo


su contexto espacial, incluso aunque acepte (en esas raras oca­
siones en las que se digna a considerar el asunto) que la venta­
ja geográfica implica «competencia m onopolista». En el siglo
X IX , por ejemplo, tanto el cervecero com o el panadero o el
fabricante de candelabros estaban protegidos en gran medida
respecto de la competencia en los m ercados locales, debido al
elevado coste del transporte. Los poderes m onopolistas locales
eran omnipresentes y muy difíciles de romper en cualquier
aspecto, desde la energía hasta el suministro de alimentos.
Según este criterio, el capitalism o del siglo X IX era mucho
menos competitivo que el actual.
Precisamente en este punto es donde las condiciones cam ­
biantes del transporte y las comunicaciones entran en juego
com o variables determinantes de carácter decisivo. A medida
que las barreras espaciales se reducían por la propensión capi­
talista a «la aniquilación del espacio por medio del tiem po»,
num erosas industrias y servicios locales perdieron sus protec­
ciones locales y sus privilegios de m onopolio. Se vieron
forzados a entrar en competencia con productores de otras
procedencias, relativamente cercanos en un principio, pero
m ás adelante con productores mucho m ás lejanos. La geogra­
fía histórica de la industria cervecera es muy instructiva a este
respecto. En el siglo X I X , la m ayoría de la gente bebía cerveza
local porque no tenía elección. A finales del siglo X IX la pro­
ducción y el consum o de cerveza en Gran Bretaña se habían
racionalizado considerablemente, y así se mantuvieron hasta
los años sesenta (las im portaciones de otros países, con la
excepción de la Guiness, eran algo desconocido). Pero enton­
ces el m ercado se hizo nacional (en Londres y en el sur apare­
cieron la New castle Brown y la Scottish Youngers) antes de
hacerse internacional (las im portaciones, de pronto, hicieron
furor). Si alguien bebe cerveza local hoy en día es por propia
elección, generalmente por una mezcla de com prom isos con su
entorno local basados en los propios principios, o por alguna

36
El ar t e d e la r en t a

cualidad especial de la cerveza (que tenga que ver con la técni­


ca de fabricación, el ag u a ... es decir, cualquier factor) que
supuestam ente la distinga de las otras. Es evidente que el espa­
cio económ ico de la competencia ha cam biado a lo largo del
tiempo, tanto en su form a com o en sus dimensiones. También
existen otras barreras frente al movimiento espacial. Los aran ­
celes proteccionistas, por ejemplo, suelen proteger los privile­
gios m onopolistas dentro del espacio del estado-nación.
Ahora, el lector tal vez podrá ya adivinar con más claridad
el sentido de mi argum ento. El reciente proceso de globaliza­
ción ha reducido de form a significativa las protecciones m ono­
polistas que históricamente garantizaban los elevados costes
del transporte y de las comunicaciones, mientras que la supre­
sión de las barreras institucionales al comercio (proteccionis­
mo) ha reducido también las rentas m onopolistas que podrían
obtenerse por ese medio. Pero el capitalism o no puede funcio­
nar sin poderes m onopolistas y anhela tener los medios para
acum ularlos. Así pues, la cuestión que se plantea es cóm o acu­
mular esos poderes m onopolistas en una situación en la que
las protecciones otorgadas por los denom inados «m onopolios
naturales» de espacio y ubicación, así com o las protecciones
políticas de las fronteras nacionales, se han visto seriamente
reducidas, cuando no elim inadas.
La respuesta obvia es centralizar el capital en megacorpo-
raciones o establecer alianzas más flexibles (por ejemplo, en
líneas aéreas y autom óviles) que dominen los m ercados. H e­
mos tenido abundantes muestras de ello. El segundo camino
consiste en afianzar m ás aún los derechos m onopolistas de la
propiedad privada a través de las leyes comerciales internacio­
nales que regulan todo el comercio mundial. Las patentes y los
denom inados «derechos de propiedad intelectual» se han con­
vertido, en consecuencia, en un importante cam po de batalla
donde se hacen valer m ás genéricamente los poderes m onopo­
listas. La industria farm acéutica, por poner un ejemplo p ara­
digm ático, ha adquirido extraordinarios poderes m onopolistas

37
D a v id H a r v e y

en parte mediante m asivas centralizaciones de capital y en


parte mediante las protecciones de patentes y contratos de
licencia. Adem ás, se propone vorazmente alcanzar poderes
m onopolistas aún mayores cuando trata de establecer dere­
chos de propiedad sobre materiales genéticos de todo tipo
(incluidos los de raras especies de plantas de bosques tropica­
les tradicionalmente cultivadas por las poblaciones indígenas).
A m edida que disminuyen los privilegios m onopolistas de una
determ inada fuente, presenciamos el desesperado intento de
preservarlos y acum ularlos por otros medios.
Se han escrito innumerables libros y artículos sobre este
proceso. N o me es posible exam inarlos aquí. Pero deseo, no
obstante, observar con m ayor detenimiento aquellos aspectos
de este proceso que inciden m ás sobre los problem as del desa­
rrollo local y de las actividades culturales locales. Deseo m os­
trar, en primer lugar, que continuamente se producen luchas
sobre la definición de los poderes m onopolistas que podrían
concederse a la ubicación y a las instancias locales, y que la
idea de «cultura» está cada vez más entrelazada con los inten­
tos de reafirm ar tales poderes m onopolistas precisamente por­
que es el m ejor m odo de articular las reivindicaciones de
excepcionalidad y autenticidad com o reivindicaciones cultura­
les distintivas y no duplicables. Empiezo por el ejemplo m ás
obvio de renta m onopolista que nos ofrece «el viñedo que p ro­
duce un vino de extraordinaria calidad que puede venderse a
un precio m onopolista».

2. Aventuras en el comercio del vino

En los últim os treinta años, el com ercio del vino, al igual que
la cerveza, se ha vuelto cada vez m ás internacional, y las ten­
siones de la competencia internacional han producido efectos
curiosos. Bajo la presión de la Com unidad Europea, por ejem­
plo, los productores internacionales de vino han accedido

38
El arte d e la renta

(después de prolon gadas batallas legales e intensas negocia­


ciones) a retirar paulatinam ente el uso de «expresiones tradi­
cionales» en las etiquetas de los vinos, que en su caso podían
incluir términos com o chatéau y dom aine junto a términos
genéricos com o cham pagne, burgundy, chablis o sauterne. De
este m odo la industria europea del vino, encabezada por
Francia, trata de conservar las rentas m onopolistas mediante
la insistencia en las virtudes excepcionales de la tierra, el clima
y la tradición (todo ello agrupado bajo el término francés
terroir) y en el carácter distintivo de su producto certificado
por una denominación. Reforzado por controles instituciona­
les com o la appellation contrólée, el sector francés del vino
insiste en la autenticidad y la originalidad de su producto, que
sirve de fundam ento para la excepcionalidad en la que puede
basarse la renta m onopolista.
Australia es uno de los países que accedió a dar este paso.
Chateau Tahbilk, de Victoria, se prestó a ello con la retirada
del Chatéau de su etiqueta y con esta displicente declaración:
«Estam os orgullosos de ser australianos y no necesitamos uti­
lizar términos heredados de otros países y culturas de tiempos
p a sa d o s»3. Com o com pensación, identificaban los factores
que una vez com binados «nos otorgan una posición excepcio­
nal en el mundo del vino». La suya es una de las seis únicas
regiones vinícolas del mundo donde el mesoclima está decisi­
vamente influido por la m asa de aguas fluviales (los num ero­
sos lagos y lagunas locales m oderan y enfrían el clima). Su
suelo es de un tipo excepcional (encontrado únicamente en
otro lugar de Victoria), descrito com o limo rojo-arenoso colo­
reado por un contenido muy elevado de óxido férrico, que
«tiene un efecto positivo sobre la calidad de la uva y añade a
nuestros vinos un determinado carácter regional inconfundi­
ble». Estos dos factores se unen para definir los Lagos N agam -

3 Tahbilk Wine Club, 2 0 0 0 : Wine Club Circular, núm. 15, junio de 2000.
Tahbilk Winery and Vineyard, Tabilk, V ictoria, A ustralia.

39
D a v id H a r v e y

bie com o una región vitícola única (cosa que supuestamente


debe ser corroborada por el G eographical Indications Com-
mittee [comité de indicaciones geográficas] de la Australian
Wine and Brandy C orporation [corporación au stralian a
de vinos y licores], cuya función es identificar las regiones vití­
colas de toda Australia). De este m odo, Tahbilk establece un
contraargum ento frente a las rentas m onopolistas que se fun­
dam entan en unas excepcionales condiciones m edioam bienta­
les en la región donde se encuentra. Lo hace de form a análoga
y rival con respecto a las reivindicaciones de excepcionalidad
del terroir y del dom aine en las que insisten los productores
vinícolas franceses.
Pero entonces nos topam os con la prim era contradicción.
Todo vino es com erciable y, por tanto, en cierto sentido, com ­
parable, cualquiera que sea su procedencia. Aquí entra en
escena R obert Parker y su publicación periódica The Wine
Advócate. En ella Parker valora los vinos por su sabor, y no
presta especial atención al terroir ni a cualquier otro argu ­
mento cultural o histórico. Tiene fam a de independiente (la
m ayoría de las dem ás guías están patrocinadas por influyen­
tes sectores de la industria vinícola). Parker clasifica los vinos
en una escala basada en su propio gusto particular. Tiene
num erosos seguidores en Estados Unidos, un m ercado im por­
tante. Si a un chatéau de Burdeos le otorga sesenta y cinco
puntos y puntúa un vino australiano con noventa y cinco pun­
tos, ello afecta a los precios. Los productores de vino de
Burdeos le tienen pánico. Le han dem andado, denigrado, in­
sultado e incluso agredido físicamente. Parker pone en tela de
juicio las bases de sus rentas m onopolistas.
Podem os concluir que las alegaciones m onopolistas son a
la vez «una consecuencia del discurso» y un resultado de la
lucha, puesto que son un reflejo de las cualidades del produc­
to. Pero, si se abandona el lenguaje del terroir y la tradición,
¿qué tipo de discurso puede ocupar en su lugar? Parker y
muchos otros dentro del sector vinícola han inventado en los

40
El arte d e la r en t a

últimos años un lenguaje en el que los vinos se describen en


términos com o «sabo r a melocotón y ciruela, con un ligero
toque de tomillo y grosella». El lenguaje suena extraño, pero
este cam bio discursivo, que se corresponde con la creciente
competencia internacional y la creciente globalización del co­
mercio vinícola, asum e una función característica que refleja la
mercantilización del consum o de vino según criterios norm ali­
zados.
Sin em bargo, el consum o de vino tiene muchas dimensiones
que abren cam inos a una explotación rentable. Para muchos
constituye una experiencia estética. M ás allá del puro placer
(para algunos) de un buen vino con la com ida adecuada, hay
toda otra serie de referentes dentro de la tradición occidental
que se remontan a la m itología (Dionisio y Baco), la religión
(la sangre de Jesús y los rituales de la comunión) y tradiciones
celebradas en festivales, poesía, canciones y literatura. El
conocimiento sobre los vinos y su «correcta» apreciación es a
menudo un signo de clase, y es analizable com o una form a de
capital «cultural» (como diría Bourdieu). Conseguir el vino
adecuado puede haber ayudado a sellar no pocos tratos
com erciales im portantes (¿confiaría usted en alguien que no
supiera seleccionar un vino?). El estilo de vino está relaciona­
do con las cocinas regionales, y por tanto está arraigado en
esas costum bres que convierten la regionalidad en una form a
de vida m arcada por estructuras de sentimiento distintivas (es
difícil im aginar a Z orba el griego bebiendo vino de M ondavi
de California, por mucho que ese vino se venda en el aero­
puerto de Atenas).
El comercio del vino tiene que ver con el dinero y el bene­
ficio, pero tiene que ver también con la cultura en todos sus
sentidos (desde la cultura del producto hasta las prácticas
culturales que rodean su consum o y el capital cultural que
puede desarrollarse en paralelo y por igual entre productores
y consum idores). La perpetua búsqueda de rentas m onopolis­
tas implica buscar criterios de especialidad, excepcionalidad,

41
D a v id H a r v e y

originalidad y autenticidad en cada uno de estos ám bitos. Si la


excepcionalidad no puede establecerse mediante la apelación
al terroir y a la tradición, y tam poco mediante la simple des­
cripción del sabor, entonces deben invocarse otros m odos de
distinción para establecer las reivindicaciones y los discursos
m onopolistas destinados á^ aran tizar la verdad de tales reivin­
dicaciones (el vino que garantiza la seducción o el vino que
mezcla bien con la nostalgia y el fuego de leña son m etáforas
publicitarias actuales en Estados Unidos). En la práctica, lo
que encontram os en el sector vinícola es una gran cantidad
de discursos enfrentados, todos ellos con distintas alegaciones
de veracidad con respecto a la excepcionalidad del producto.
Ahora bien, volviendo a mi argumento inicial, todos estos
cam bios y vaivenes discursivos, así como muchos de los cam ­
bios y virajes que se han producido en las estrategias para con­
trolar el m ercado internacional del vino, tienen en su raíz no
solamente la búsqueda de beneficio, sino también la búsqueda
de rentas m onopolistas. En este sentido, el lenguaje de la
autenticidad, la originalidad, la excepcionalidad y las cualida­
des especiales y no duplicables ha ejercido gran influencia. El
carácter general de un m ercado m undializado produce, cohe­
rentemente con la segunda contradicción que antes he men­
cionado, una poderosa fuerza cuya finalidad es garantizar no
solo la continuidad de los privilegios m onopolistas de la pro­
piedad privada, sino las rentas m onopolistas resultantes de la
presentación de las mercancías com o incom parables.

3. Iniciativa emprendedora urbana,


renta monopolista y formas mundiales

Las recientes luchas en el sector del vino ofrecen un modelo útil


para comprender una gran variedad de fenómenos dentro de la
fase en actual de la globalización. Son especialmente relevantes
para comprender cómo se absorben los procesos y tradiciones
El a r t e d e la r en t a

culturales locales en los cálculos de la economía política


mediante los intentos de cosechar rentas m onopolistas. El mer­
cado vinícola también plantea la cuestión de hasta qué punto el
interés actual por la innovación cultural local y por la resu­
rrección e invención de las tradiciones locales va unido al deseo
de extraer dichas rentas y apropiarse de ellas. D ado que los
capitalistas de todo tipo (incluidos los más exuberantes finan­
cieros internacionales) son fácilmente seducidos por las pers­
pectivas lucrativas de los poderes m onopolistas, discernimos de
inmediato una tercera contradicción: que los m ás ávidos glo-
balizadores prestarán su apoyo a los procesos locales con posi­
bilidades de producir rentas m onopolistas (¡incluso aunque la
consecuencia de tal apoyo sea producir un ambiente político
local hostil a la globalización!). Resaltar la excepcionalidad y la
pureza de la cultura balinesa local puede ser esencial para la
industria hotelera, las líneas aéreas y el turismo, pero ¿qué ocu­
rre cuando ello da alas a un movimiento balinés que se resiste
violentamente a la «im pureza» de la comercialización? El País
Vasco puede parecer una configuración cultural con valor
potencial precisamente por su excepcionalidad, pero ETA no es
susceptible de comercialización. Profundicemos un poco m ás
en esta contradicción, por cuanto incide en las políticas de
desarrollo urbano. Para hacerlo, no obstante, hemos de referir­
nos brevemente a la relación de dichas políticas con la globali­
zación.
En las últimas décadas, la iniciativa emprendedora urbana
ha adquirido im portancia tanto en el ám bito nacional com o en
el internacional. Con ello me refiero a ese m odelo de com por­
tam iento, dentro del gobierno urbano, que agrupa poderes
estatales (locales, m etropolitanos, regionales, nacionales o
supranacionales) y una gran variedad de form as organizativas
de la sociedad civil (cám aras de comercio, sindicatos, iglesias,
instituciones educativas y de investigación, grupos sociales,
organizaciones no gubernamentales, etc.) e intereses privados
(corporativos e individuales) para form ar coaliciones con el fin

43
D a v id H a r v e y

de prom over o gestionar un desarrollo urbano o regional


de un tipo u otro. En la actualidad existe ya extensa docu­
mentación sobre este tema, que muestra que las form as,
las actividades y los objetivos de estos sistem as de gobierno
(diversamente conocidos com o «regímenes u rban os», «m a­
quinarias de crecimiento» o «coaliciones de crecimiento regional»)
varían enormemente en función de las condiciones locales y de la com­
binación de fuerzas que actúan en su seno.
El papel de esta iniciativa emprendedora urbana en relación
con la variante neoliberal de la globalización ha sido analiza­
do también extensamente, la m ayor parte de las veces bajo el
epígrafe de las relaciones locales-globales y de la denominada
«dialéctica espacio-lugar». La m ayoría de los geógrafos que
han estudiado el problem a han concluido, con razón, que es
un error garrafal considerar la globalización com o una fuerza
causal en relación con el desarrollo local. Lo que está en juego
aquí, argumentan con razón, es una relación bastante más
com plicada entre diferentes escalas, en la cual las iniciativas
locales pueden infiltrarse hacia arriba, hacia una escala global,
y viceversa, al mismo tiempo que los procesos internos de una
definición concreta de escala (los ejemplos m ás obvios son la
competencia interurbana e interregional) pueden remodelar las
configuraciones locales o regionales relativas a la globaliza­
ción. La globalización, por tanto, no debe entenderse com o
una unidad indiferenciada, sino com o una modelación geográ­
ficamente articulada de actividades y relaciones capitalistas a
escala global.
Pero ¿qué significa exactam ente hablar de «una m ode­
lación geográficam ente articu lad a»? Existen, claro está,
abundantes indicios de un desarrollo geográfico desigual (en
diversas escalas) y al menos alguna teorización convincente
para com prender su lógica capitalista. Parte de ello puede
entenderse en términos convencionales com o una búsqueda
que im pulsan los capitales móviles (el capital financiero, el
comercial y el productivo tienen distintas capacidades a este

44
El arte d e la ren ta

respecto) para obtener ventajas en la producción y en la ap ro ­


piación de plusvalías mediante su movimiento de un sitio a
otro. Desde luego, es posible identificar tendencias que se aju s­
tan a m odelos sencillos de «una carrera hasta el fon d o», en los
cuales la fuerza de trabajo m ás barata y m ás fácil de explotar
se convierte en el criterio guía para las decisiones sobre m ovi­
lidad e inversiones de capital. Pero también existen abundan­
tes indicios en sentido contrario, que sugieren que ello consti­
tuye una simplificación burda y excesiva cuando se proyecta
com o explicación y causa única de la dinámica del desarrollo
geográfico desigual. El capital, en general, fluye en las regio­
nes de salarios elevados con la misma facilidad que en las
regiones de salarios bajos, y a menudo parece guiarse geográ­
ficamente por criterios diferentes de los establecidos conven­
cionalmente tanto en la economía política burguesa com o en la
m arxista.
El problem a, en parte (aunque no totalmente), es resultado
del hábito de ignorar la categoría de capital en bienes raíces y
la considerable im portancia de las inversiones a largo plazo en
el entorno edificado, que son por definición geográficam ente
inmóviles (excepto en el sentido de accesibilidad relativa). Ta­
les inversiones, en particular cuando son de tipo especulativo,
requieren siempre oleadas de inversiones aún mayores si la pri­
mera oleada resulta rentable (para llenar el centro de conven­
ciones necesitamos hoteles que a su vez exigen mejores medios
de transporte y com unicaciones, lo que a su vez requiere una
am pliación del centro de convenciones...). Así pues, en la
dinámica de las inversiones en zonas m etropolitanas intervie­
ne un elemento de causalidad circular y acum ulativa (observe­
m os, por ejemplo, toda la remodelación de los D ocklands en
Londres y la viabilidad financiera de Canary W harf, que de­
pende por igual de nuevas inversiones tanto públicas com o pri­
vadas). A menudo las maquinarias de crecimiento urbano
tienen que ver simplemente con esto: la orquestación de la diná­
mica del proceso de inversiones y la provisión de inversiones

45
D a v id H a r v e y

públicas esenciales en el lugar y en el momento adecuados para


fomentar el éxito en la competencia interurbana e interregional.
Pero esto no resultaría tan atractivo si no fuera por las
form as en que podrían obtenerse también rentas m onopolis­
tas. Una estrategia bien conocida de los prom otores inm obi­
liarios, por ejemplo, es reservar la zona de suelo m ás selecta y
rentable de un determinado proyecto inmobiliario con el fin de
extraer renta m onopolista del mismo una vez realizado el resto
del proyecto. Los gobiernos astutos y dotados de los poderes
necesarios pueden aplicar las m ism as prácticas. El gobierno de
H ong Kong, según tengo entendido, se financia en gran parte
mediante ventas controladas de suelo de dominio público para
su urbanización a precios m onopolistas muy elevados. Esto, a
su vez, se convierte en rentas m onopolistas sobre las propie­
dades, lo cual hace de H ong K ong un lugar muy atractivo para
el capital de inversión financiera internacional que se mueve en
los m ercados inmobiliarios. Por supuesto, H ong Kong tiene
otras reivindicaciones de excepcionalidad, dada su ubicación
geográfica, en función de las cuales puede también negociar
muy enérgicamente con la oferta de ventajas m onopolistas.
Singapur, por cierto, se propuso atraer rentas m onopolistas y
tuvo mucho éxito en su iniciativa, de un m odo bastante sim i­
lar aunque por medios político-económicos muy diferentes.
Este tipo de gobierno urbano está orientado principalmente
hacia la construcción de m odelos de inversiones locales, no
solo en infraestructuras físicas tales com o el transporte y las
com unicaciones, las instalaciones portuarias o los sistem as de
alcantarillado y agua, sino también en las infraestructuras
sociales de educación, tecnología y ciencia, control social,
cultura y calidad de vida. El objetivo es generar en el proceso
de urbanización una sinergia suficiente para que tanto los inte­
reses privados com o los estatales puedan crear y obtener igual­
mente las rentas m onopolistas. N o todos los esfuerzos de este
tipo tienen éxito, por supuesto, pero incluso los ejemplos de
fracaso pueden entenderse en parte o en gran medida com o un

46
El arte de la ren ta

fracaso en el intento de obtener rentas m onopolistas. N o ob s­


tante, la búsqueda de rentas m onopolistas no se reduce a las
prácticas de la prom oción inmobiliaria, las iniciativas econó­
micas y las finanzas gubernamentales. Su aplicación es mucho
m ás am plia.

4. Capital simbólico colectivo, marcas de distinción


y rentas monopolistas

Si las reivindicaciones de excepcionalidad, autenticidad, parti­


cularidad y especialidad son subyacentes a la capacidad de
obtener rentas m onopolistas, ¿qué mejor terreno para plantear
tales reivindicaciones que el cam po de las prácticas culturales
y los artefactos históricamente constituidos y de las caracterís­
ticas m edioam bientales especiales (incluidos, por supuesto, el
entorno urbanizado y los entornos social y cultural)? Todas
estas reivindicaciones son, al igual que en el sector vinícola,
resultado de construcciones y luchas discursivas a la vez que se
basan en hechos m ateriales. M uchas de ellas se apoyan en
narraciones históricas, interpretaciones y significados de
m em orias colectivas, significaciones de prácticas culturales y
cosas por el estilo: siempre interviene un importante elemento
social y discursivo en la elaboración de tales reivindicaciones.
Una vez establecidas, no obstante, estas reivindicaciones pue­
den utilizarse a fondo en la causa de la extracción de rentas
m onopolistas, dado que, al menos en las mentes de muchas
personas, no existirá lugar mejor que Londres, El C airo, Bar­
celona, M ilán, Estam bul, San Francisco o cualquier otra ciu­
dad para acceder a cualquier cosa supuestamente exclusiva de
tales lugares. El punto de referencia m ás obvio donde esto fun­
ciona es el turism o actual, pero en mi opinión sería un error
ceñir la discusión a este aspecto. Porque lo que está en juego,
aquí, es el poder del capital sim bólico colectivo y de las m ar­
cas especiales de distinción vinculadas a un lugar determinado,

47
D a v id H a r v e y

que ejercen un poder de atracción significativo sobre los flujos


de capital en un sentido m ás general. Por desgracia, Bourdieu,
a quien debem os la generalización del uso de estos términos,
los restringe a los individuos (considerados m ás bien com o
átom os flotando en un m ar de juicios estéticos estructurados),
mientras que en. mi opinión las form as colectivas (y la relación
de los individuos con esas form as colectivas) podrían tener un
interés aún mayor. El capital sim bólico colectivo unido a
nom bres y lugares com o París, Atenas, N ueva York, Río de
Janeiro, Berlín y Rom a es de sum a relevancia y otorga a estos
lugares grandes ventajas económ icas en com paración con,
pongam os por caso, Baltimore, Liverpool, Essen, Lille y G las­
gow. Para este segundo grupo de lugares, el problema consiste
en elevar su cociente de capital sim bólico y aum entar sus m ar­
cas de distinción para fundam entar mejor sus reivindicaciones
con respecto a la excepcionalidad que produce renta m onopo­
lista. H abida cuenta de la pérdida general de otros poderes
m onopolistas debido a la m ayor facilidad de transporte y
com unicaciones y a la reducción de otras barreras com ercia­
les, la lucha por el capital sim bólico colectivo adquiere una
im portancia todavía m ayor com o base de rentas m onopolis­
tas. ¿De qué otro m odo puede explicarse el revuelo organiza­
do por el M useo Guggenheim de Bilbao con su arquitectura
«de m arca G ehry»? ¿Y cóm o si no podem os explicar la buena
disposición de im portantes instituciones financieras, con m ar­
cados intereses internacionales, para financiar semejante pro­
yecto de m arca?
El ascenso de Barcelona a la prominencia dentro del siste­
ma europeo de ciudades, por poner otro ejemplo, se ha b asa­
do en parte en su constante acopio de capital sim bólico y su
acum ulación de m arcas de distinción. En este sentido han ejer­
cido una gran influencia la exhumación de una historia y una
tradición distintivamente catalanas y la difusión comercial de
sus sólidos logros artísticos y de su legado arquitectónico
(G audí, por supuesto), junto con sus m arcas distintivas en

48
El arte d e la renta

cuanto a estilos de vida y tradiciones literarias, con el respal­


do de un aluvión de libros, exposiciones y eventos culturales
que celebran su carácter distintivo. Todo esto se ha presenta­
do con nuevos adornos arquitectónicos «de m arca» (la torre
de telecomunicaciones de N orm an Foster y el flamante y blan­
co M useu d’Art Contem porani de Barcelona (M ACBA) de
Richard Meier, situado en medio del tejido urbano, un tanto
degradado, del casco antiguo) y gran cantidad de inversiones
destinadas a abrir el puerto y las playas, recuperar terrenos
abandonados para la Villa Olímpica (con una atractiva refe­
rencia al utopism o de los icarianos) y convertir lo que antes
era una vida nocturna bastante lóbrega e incluso peligrosa en
un panoram a abierto de espectáculo urbano. A todo esto
contribuyeron los Juegos Olímpicos, que abrieron grandes
oportunidades de cosechar rentas m onopolistas (Samaranch,
presidente del Comité Olímpico Internacional, tenía casual­
mente grandes intereses inmobiliarios en Barcelona).
Pero el éxito inicial de Barcelona parece profundamente
inmerso en la primera contradicción. En la medida en que las
oportunidades de recaudar abundantes rentas m onopolistas se
presentan sobre la base del capital sim bólico colectivo de Bar­
celona com o ciudad (los precios de la propiedad inmobiliaria
se han disparado y el Royal Institute o f British Architects ha
concedido al conjunto de la ciudad su medalla por logros
arquitectónicos), su irresistible atractivo deja una estela de
mercantilización m ultinacional cada vez m ás homogeneizado-
ra. Las últimas fases de urbanización de la zona portuaria
parecen exactam ente iguales a otras cualesquiera del mundo
occidental, la increíble congestión del tráfico provoca presio­
nes en favor de construir bulevares que atraviesen determina­
das zonas de la parte antigua de la ciudad, las grandes tiendas
multinacionales sustituyen a las tiendas locales, la renovación
de antiguos barrios obreros provoca el desplazam iento de anti­
guas poblaciones residenciales y destruye el tejido urbano
anterior, y Barcelona pierde algunas de sus m arcas de distin­
D a v id H a r v e y

ción. Se producen incluso síntom as nada sutiles de disneyfica-


ción. Esta contradicción viene m arcada por interrogantes y
resistencia. ¿Qué memoria colectiva se celebra aquí? ¿La de los
anarquistas, com o los icarianos, que desempeñaron un im por­
tante papel en la historia de Barcelona? ¿La de los republica­
nos que com batieron tan fieramente contra Franco, la de los
nacionalistas catalanes, la de los inmigrantes andaluces o la de
un viejo aliado de Franco com o Sam aranch? ¿Qué estética es
la que realmente cuenta: la de los tremendamente vigorosos
arquitectos de Barcelona, com o Bohigas)? ¿Por qué aceptar
cualquier tipo de disneyficación?
Los debates de este género no pueden ser acallados con
facilidad, precisamente porque resulta obvio para todos que el
capital sim bólico colectivo que Barcelona ha acum ulado de­
pende de valores basados en la autenticidad, la excepcionali­
dad y unas especiales cualidades no duplicables. Tales m arcas
de distinción local son difíciles de acum ular sin que se suscite
la cuestión de la delegación de poder en el ám bito local, inclu­
so en los movimientos populares y de oposición. Llegados a
este punto, por supuesto, los guardianes del capital simbólico
y cultural colectivo (los m useos, las universidades, la clase de
los benefactores y el aparato estatal) suelen cerrar sus puertas
e insisten en mantener a la chusma al margen (aunque en Bar­
celona el M useu d ’Art M odern, a diferencia de la m ayoría de
las instituciones de su género, se ha mantenido asom brosa y
constructivamente abierto a las sensibilidades populares). Lo
que está en juego en todo ello es importante. La cuestión es
determinar qué segmentos de la población se beneficiarán del
capital sim bólico al que todo el mundo, a su m odo, ha contri­
buido. ¿Por qué dejar que la renta m onopolista ligada a ese
capital sim bólico sea recogida solamente por las m ultinacio­
nales, o por un segmento de la burguesía local pequeño pero
poderoso? Incluso Singapur, que creó rentas m onopolistas y se
apropió de ellas de form a implacable y con enorme éxito
(sobre todo debido a su ventaja geográfica y política) a lo

50
El a r t e d e la r en t a

largo de los años, se preocupó de que los beneficios tuvieran


una am plia distribución en vivienda, atención sanitaria y edu­
cación. Por el tipo de razones de las que la reciente historia de
Barcelona es ejemplo, las industrias del conocimiento y el
patrim onio, la producción cultural, la arquitectura de m arca y
el refinamiento de los juicios estéticos distintivos se han con­
vertido en poderosos elementos constitutivos de la iniciativa
em prendedora urbana en muchos lugares (aunque muy espe­
cialmente en Europa). Prosigue la lucha por acum ular m arcas
de distinción y capital sim bólico colectivo en un mundo alta­
mente com petitivo. Pero esto conlleva com o secuela todos los
interrogantes locales sobre qué memoria colectiva, qué estéti­
ca, y a quién beneficia. La eliminación inicial de toda mención
al comercio de esclavos en la reconstrucción del Albert Dock
de Liverpool, por ejemplo, generó protestas por parte de la
población excluida de origen caribeño, y el monumento en
memoria del holocausto en Berlín ha suscitado interminables
controversias. Incluso monumentos de la antigüedad, com o la
A crópolis, cuyo significado podría considerarse a estas alturas
bien consolidado, son objeto de disputa. Tales disputas pueden
tener implicaciones políticas am plias, aunque indirectas.
C onsiderem os, por ejem plo, los argum entos expuestos en
torno a la reconstrucción de Berlín después de la reunificación
alem ana. C olisionan allí todo tipo de fuerzas divergentes al
desplegarse la pugna por definir el capital sim bólico de Ber­
lín. Es bastante obvio que Berlín puede reclam ar su derecho a
la excepcionalidad sobre la base de su potencialidad para
m ediar entre el Este y el Oeste. Su posición estratégica en rela­
ción con el desigual desarrollo geográfico del capitalism o
actual (con la apertura de la antigua Unión Soviética) le con­
fiere obvias ventajas. Pero se está librando también otro tipo
de batalla por la identidad, que invoca m em orias colectivas,
m itologías, historia, cultura, estética y tradición. M e referiré
solo a una dimensión particularm ente perturbadora de esta
lucha, una dimensión que no es necesariamente dom inante y

51
D a v id H a r v e y

cuya capacidad com o base para reivindicar una renta m ono­


polista en las condiciones de com petencia m undial no es en
absoluto clara ni segura.
Una parte de los arquitectos y planificadores locales (con
el apoyo de ciertos sectores del aparato estatal local) preten­
de revalidar las form as arquitectónicas del Berlín de los siglos
XV III y X IX y en especial realzar la tradición arquitectónica de
Schinkel en detrimento de m uchos otros. Esto podría consi­
derarse una simple cuestión de preferencia estética de tipo eli­
tista, pero lleva consigo toda una serie de significados que
tienen que ver con las m em orias colectivas, la monumentali-
dad, el poder de la historia y la identidad política de la
ciudad. Tam bién está relacionado con ese clima de opinión
(articulado en una variedad de discursos) que define quién es
y quién no es berlinés, y quién tiene derecho a la ciudad en
términos estrechamente definidos de linaje o de adhesiones a
valores y creencias particulares. Desentierra una historia local
y un legado arquitectónico cargado de connotaciones nacio­
nalistas y rom ánticas. En un contexto de m altrato y violencia
generalizados contra los inmigrantes, puede suponer incluso
una legitim ación tácita de tales acciones. La población turca
(muchos de cuyos integrantes actuales son berlineses de naci­
miento) ha sufrido num erosas vejaciones y, en todo caso, se
ha visto obligada en gran m edida a abandonar el centro de la
ciudad. Su contribución a Berlín com o ciudad es totalmente
ignorada. Adem ás, este estilo rom ántico-nacionalista coincide
con un enfoque tradicional de la m onum entalidad que repro­
duce a grandes rasgos en los planes actuales (aunque sin refe­
rencia específica y tal vez sin saberlo) los proyectos de Albert
Speer (elaborados para Hitler en los años treinta) para una
fachada m onum ental del Reichstag.
Esto, por fortuna, no es todo lo que está sucediendo en la
búsqueda de capital sim bólico colectivo en Berlín. La recons­
trucción del Reichstag diseñada por N orm an Eoster, por
ejem plo, o el grupo de arquitectos m odernos internacionales

52
El arte d e la renta

con tratados por las m ultinacionales (en gran parte en op osi­


ción a arquitectos locales) com o elementos predom inantes en
la Potsdam er Platz, son difícilmente com patibles con ello. Y
la respuesta rom ántica local frente a la am enaza de dom ina­
ción m ultinacional podría acabar convirtiéndose, por supues­
to, en un mero elemento inocente de cierto interés dentro de
una com pleja realización de diversas m arcas de distinción
para la ciudad (Schinkel, después de todo, tiene un considera­
ble mérito arquitectónico, y un castillo reconstruido del siglo
XV III podría prestarse fácilmente a una disneyficación). Pero
el potencial aspecto negativo de la historia tiene interés p o r­
que resalta la enorme facilidad con que pueden desarrollarse
las contradicciones de la renta m onopolista. Si estos planes
m ás lim itados, esta estética m ás excluyente y estas prácticas
discursivas llegaran a ser dom inantes, resultaría difícil nego­
ciar en libertad con el capital sim bólico colectivo creado,
dado que sus muy peculiares cualidades lo situarían en gran
m edida al margen de la globalización. Los poderes m on opo­
listas colectivos que el sistem a de gobierno urbano puede lle­
gar a controlar pueden siempre ser organizados en oposición
al cosm opolitism o banal de la globalización m ultinacional.
Am bos dilemas — aproxim arse tanto a la pura comerciali­
zación com o para perder las marcas de distinción que sirven de
fundamento a las rentas m onopolistas, o construir m arcas
de distinción tan especiales que resulta difícil comerciar con
ellas— están constantemente presentes. Pero, como sucede en el
sector del vino, siempre están en juego intensos efectos discur­
sivos cuando se trata de definir qué tienen o qué no tienen de
especial un producto, un lugar, una form a cultural, una tradi­
ción, un legado arquitectónico. Las batallas discursivas pasan a
form ar parte del juego y los defensores (en los medios de com u­
nicación y en las instituciones académ icas, por ejemplo) consi­
guen su audiencia, al igual que su apoyo financiero, en relación
con estos procesos. Es mucho lo que puede conseguirse, por
ejemplo, con las apelaciones a la m oda (es interesante obser­

53
D a v id H a r v e y

var que ser un centro de m oda, para las ciudades, es una forma
de acum ular un capital sim bólico colectivo considerable). Los
capitalistas son muy conscientes de ello y, por tanto, tienen
que meterse en las guerras culturales, así com o en los m ato­
rrales del multiculturalismo, la m oda y la estética, porque pre­
cisamente por tales medios es com o pueden llegar a obtenerse
rentas m onopolistas, aunque sea temporalmente. Y si, como
yo creo, la renta m onopolista es siempre un objeto del deseo
capitalista, los medios para obtenerlo mediante intervenciones
en el cam po de la cultura, la historia, el patrim onio, la estéti­
ca y los significados deben ser necesariamente de gran rele­
vancia para los capitalistas de cualquier especie.

5. Renta monopolista y espacios de esperanza

A estas alturas, los críticos protestarán por el aparente reduc-


cionism o económico del argum ento. H ago que parezca, dirán,
com o si el capitalism o produjera las culturas locales, diera
forma a significados estéticos y dom inara así las iniciativas
locales hasta el punto de impedir el desarrollo de cualquier
tipo de diferencia que no esté directamente integrada en la cir­
culación del capital. N o puedo evitar semejante lectura, pero
esto sería una perversión de mi mensaje. Pues lo que espero
haber m ostrado, al invocar el concepto de renta m onopolista
dentro de la lógica de acum ulación del capital, es que el capi­
tal tiene form as de apropiación y extracción de plusvalías de
las diferencias locales, de las variaciones culturales locales y de
los significados estéticos de cualquier origen. La industria
musical estadounidense, por ejemplo, tiene un éxito extraordi­
nario en su apropiación de la increíble creatividad de todo tipo
de m úsicos de raíces rurales y locales (casi invariablemente en
beneficio de la industria m ás que en beneficio de los propios
músicos). La descarada mercantilización y comercialización de
todas las cosas es, después de todo, uno de los sellos distinti­

54
El arte d e la r en t a

vos de nuestra época. Pero la renta m onopolista es una forma


contradictoria. Su búsqueda lleva al capital mundial a valorar
iniciativas locales distintivas (y en ciertos aspectos, cuanto m ás
distintiva sea la iniciativa, mejor). También lleva a valorar la
excepcionalidad, la autenticidad, la particularidad, la origina­
lidad y toda otra serie de dimensiones de la vida social que son
incongruentes con la supuesta homogeneidad de la producción
de mercancías. Y si el capital no pretende destruir por com ­
pleto la excepcionalidad que constituye la base de la apropia­
ción de rentas m onopolistas (y hay muchas circunstancias
en las que no ha hecho otra cosa), entonces debe apoyar una
form a de diferenciación y permitir procesos culturales locales
divergentes y en cierta medida incontrolables, que puedan ser
antagonistas con respecto a su propio funcionamiento sin
sobresaltos. En el interior de tales espacios es donde puede
form arse todo tipo de movimientos de oposición, incluso pre­
suponiendo, com o suele suceder, que los movimientos de o p o ­
sición no estén ya firmemente arraigados allí. El problem a
para el capital es encontrar form as de cooptar, subsumir, mer-
cantilizar y m onetizar tales diferencias en la medida justa para
poder apropiarse de las rentas m onopolistas resultantes. El
problem a para los movimientos de oposición es utilizar la vali­
dación de la particularidad, la excepcionalidad, la autentici­
dad, la cultura y los significados estéticos de manera que abran
nuevas posibilidades y alternativas, en vez de permitir que sean
utilizadas para crear un terreno m ás fértil para la extracción
de rentas m onopolistas por parte de quienes tienen el poder y
la inclinación com pulsiva para hacerlo. Las luchas generaliza­
das pero habitualmente fragm entarias que se desarrollan entre
la apropiación capitalista y la creatividad artística pueden lle­
var a un segmento de la com unidad, preocupado por las cues­
tiones culturales, a tom ar partido en favor de una política
opuesta al capitalism o multinacional.
N o está claro en absoluto, sin em bargo, que el conservadu­
rismo e incluso el espíritu excluyente y reaccionario que

55
D a v id H a r v e y

a menudo va unido a los valores «p uros» de autenticidad y


originalidad y a una estética de particularidad cultural no
constituya tam poco una base adecuada para una política de
oposición progresista. Puede caer con excesiva facilidad en
una política de identidad local, regional o nacionalista de corte
neofascista, de la cual ya se han producido dem asiados sínto­
m as preocupantes en muchos puntos de Europa. Se trata de
una contradicción esencial que a su vez la izquierda debe
afrontar. L os espacios para una política transform adora exis­
ten porque el capital nunca puede permitirse cerrarlos, y la
oposición de izquierda, poco a poco, va aprendiendo a utili­
zarlos mejor. Los fragm entados movimientos de oposición a la
globalización neoliberal, tal com o se han m anifestado en Seat-
tle, Praga, M elbourne, Bangkok y N iza, y ahora, de una form a
más constructiva, en el Foro Social M undial de Porto Alegre
(en oposición a las reuniones anuales de las élites em presaria­
les y los jefes de gobierno en D avos), son un indicativo de ese
tipo de política alternativa. N o es totalmente contraria a la
globalización, pero desea que esta se produzca en términos
muy distintos.
N o es casual, por supuesto, que sea la ciudad de Porto Ale­
gre, y no Barcelona, Berlín, San Francisco o M ilán, la que se
abre a esta iniciativa. En esa ciudad las fuerzas de la cultura
y de la historia están siendo m ovilizadas por un movimiento
político (encabezado por el Partido de los T rabajadores
de Brasil) de un m odo com pletam ente distinto, en busca de un
capital sim bólico colectivo de tipo diferente de aquel que es
objeto de ostentación en el M useo Guggenheim de Bilbao o
en la am pliación de la Tate Gallery de Londres. Las m arcas
de distinción que se acum ulan en Porto Alegre provienen de
su lucha por elaborar una alternativa a la globalización que
no capitalice las rentas m onopolistas en particular, o que no
se rinda al capitalism o m ultinacional en general. Al centrarse
en la m ovilización popular, construye activamente nuevas for­
mas culturales y nuevas definiciones de autenticidad, origina­

56
El a r t e d e la r e n t a

lidad y tradición. Es un cam ino difícil de seguir, com o lo


dem ostraron ejem plos anteriores, com o los extraordinarios
experim entos de la «B olonia roja» en los años sesenta y seten­
ta. El socialism o, en una ciudad, no es un concepto viable.
Pero también resulta obvio que ninguna alternativa a la form a
contem poránea de globalización nos será entregada desde
arriba. Tendrá que surgir de múltiples espacios locales com bi­
nados en un m ovim iento m ás am plio. Aquí es donde las con­
tradicciones con las que se enfrentan los capitalistas en su
búsqueda de renta m onopolista adquieren cierta significación
estructural. En su intento de capitalizar los valores de auten­
ticidad, localidad, historia, cultura, m em orias colectivas y tra­
dición, abren un espacio para la reflexión y la acción política
dentro del cual es posible concebir y ejercer alternativas. Ese
espacio merece una exploración y un cultivo intensos por
parte de los m ovim ientos de oposición. Es uno de los espacios
esenciales de la esperanza en la construcción de un tipo de
globalización alternativa. Una globalización en la que las
fuerzas de la cultura se apropiarán de las fuerzas del capital,
en lugar de suceder lo contrario.

57
ContraTextos

Esta colección, producto de la colaboración del Museu


d’Art Contemporani de Barcelona y la Universitat Autónoma
de Barcelona, se concibe com o un espacio destinado a la
investigación de nuevas formas de resistencia y mediación
cultural, e impulsado por la necesidad de reinventar una no­
ción de educación popular que privilegie la actividad, la
producción y el debate, en su condición de medios para
construir una esfera pública democrática.

Los materiales que darán forma a esta nueva colección, que


nace con este volumen, son variados y constituyen el producto
de direfentes acciones: la investigación de la producción de
teoría crítica y su circulación, la experimentación sobre la re­
presentación de las minorías de género, la intersección de
p rocesos artísticos y p rocesos terapéuticos, las transfor­
maciones de la ciudad, las nuevas form as de imaginación y
acción política y la renovación de los discursos de pedagogía
artística crítica. Estas líneas discursivas ponen en práctica un
concepto de «múltiples minorías» que contrasta con la idea
abstracta y universal del público propia de los museos de arte
moderno, y producen una multiplicidad discursiva heterogénea
pero a la vez interconectada.

Museu d’A r t C ontem porani de Barcelona


Universitat A utó no m a de Barcelona

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