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consideraciones
La lectura, entonces, es una actividad compleja que incluye habilidades tales como
las de actualizar conocimientos previos, hacer anticipaciones, confrontar lo nuevo
con lo ya adquirido, generar hipótesis y verificarlas, en un permanente movimiento
de avance y retroceso del lector sobre el texto.
Pero, ¿qué es ser un "buen lector"? ¿El que "sabe" leer? Y, en todo caso, ¿qué es
"saber leer"? ¿Es lo mismo saber leer en los distintos años de la escolaridad? ¿Por
qué –y los docentes de Lengua estamos acostumbrados a oírlo frecuentemente
como reclamo de colegas de otras áreas– los alumnos de niveles superiores "no
saben leer"?
Antes de continuar es importante que se recuerde que en todo texto –no sólo en los
escritos sino en la comunicación en general– circulan, básicamente, dos tipos de
información: una que se transmite explícitamente y otra que se transmite
implícitamente. La primera suele ser fácilmente reconocible, porque el emisor
ofrece pruebas directas, tanto de su intención como de aquello que transmite. Sin
embargo, la segunda clase de información, la implícita, presenta un modo de
circulación más complejo, porque el emisor parece no "responsabilizarse" de
aquello que dice y "deja la palabra" al destinatario (al lector). Estos sobreentendidos
implican saberes acerca del mundo y creencias presupuestas. Pero, en un nivel
básico de representación –que no necesariamente implica que se haya logrado una
comprensión global y profunda–, al leer un texto, aun uno que aparentemente no
presenta dificultades, el lector debe reponer no sólo la referencia de las palabras a
partir del reconocimiento de sus significados y construir con ellas proposiciones,
sino también –y constantemente– debe reponer relaciones "no dichas" entre las
diferentes proposiciones.
Una de las primeras tareas que debe enfrentar el docente a la hora de enseñar a
comprender textos es la de diagnosticar las dificultades de sus alumnos en la
comprensión, lo que le permitirá seleccionar contenidos y diseñar actividades que,
gradualmente, contribuyan a la formación de buenos lectores. Nos detendremos
ahora en algunas reflexiones acerca de qué es ser buenos lectores, a partir de la
consideración de ciertas acciones que los lectores competentes llevan a cabo al
leer.
Cassany, Luna y Sanz (1994) han señalado que los lectores competentes leen con
fluidez, habitualmente en silencio, y se fijan en unidades superiores del texto
(palabras, frases), de las que van construyendo representaciones amplias y a la vez
selectivas.
Asimismo, existen diferencias respecto del nivel de comprensión que alcanzan los
lectores experimentados frente a los que no lo son. Para sintetizarlas, los autores
citados proponen el siguiente esquema –que toman de Colomer y Camps (1991)–
basado en investigaciones sobre la capacidad de resumir a partir de un texto
escrito.
Aun a riesgo de simplificar, es oportuno, a los fines de una reflexión, sintetizar estas
observaciones en el siguiente esquema:
Las observaciones anteriores nos permiten hablar de distintos tipos de dificultades de
lectura. Siguiendo la terminología de Emilio Sánchez Miguel (1995), podemos hablar
de cuatro clases de déficit en los lectores inexpertos:
Déficit en los saberes previos: carencia de conocimientos acerca del mundo y del
lenguaje que puedan orientar la comprensión.
Déficit estratégico: tienen saberes pero carecen de estrategias que les permitan
emplearlos como esquemas para favorecer la comprensión.
"... el fracaso de los alumnos con los textos [...], es desde luego un fracaso a la hora
de ampliar, confirmar o modificar nuestro modelo del mundo, pero es un fracaso, en
realidad, mucho más básico. Digamos, por emplear palabras ya conocidas, que su
problema es que alcanzan un grado tan bajo de representación textual que les
impide ir más allá del texto".
Para este autor, comprender un texto requeriría las siguientes operaciones sobre él,
que darían lugar a la base o representación textual.
En las estrategias que se ponen en juego en la comprensión lectora intervienen
diversos tipos de saberes: sobre el mundo físico y social, sobre los textos y el
lenguaje, sobre las estrategias más apropiadas para aplicar en una situación de
lectura dada (con un determinado propósito, frente a un texto con características
específicas). Esto es: en la lectura, además de saberes acerca de la realidad (física,
social, cultural, comunicativa, lingüística) intervienen otros acerca de cómo activar y
emplear esos conocimientos que se poseen y acerca de cuándo, por qué y para
qué es conveniente emplearlos, lo que implica una evaluación de las condiciones
para su aplicación.
Los esquemas –en tanto variables que pueden ser "llenadas" de diferentes
maneras– nos indican, al activarse a partir de algún indicio, qué es esperable
encontrar en un texto dado, y funcionan como hipótesis de lectura que deben ser
probadas o descartadas en el texto, orientando la comprensión.
Ahora bien: para que los saberes previos aporten a la comprensión, es importante
que se activen en el momento apropiado y, como ha observado Sánchez Miguel,
"ello depende también de la transparencia del texto para evocarlos":
"La aportación que hacemos desde nuestros conocimientos previos afecta a todos
los niveles de procesamiento: desde el acceso al significado de las palabras, a la
construcción de un modelo sobre la situación, pasando por la construcción de
proposiciones, la integración de proposiciones, etc. Una parte de estas inferencias
son llevadas a cabo durante la propia lectura y se integran en la representación
final. Normalmente, este conjunto de inferencias garantiza una representación
coherente del texto. Además, hay otro grupo de inferencias que son de carácter
opcional y no se realizan necesariamente en el acto mismo de la lectura sino
después: cuando se recuerda, cuando se piensa en la información del texto, etc. [...]
No hay duda de que estamos ante un complejo e interactivo proceso que va de la
interpretación del texto a nuestros conocimientos y de ellos a la interpretación
consiguiente del texto".
Los reyes indiscutidos del agua son los peces. La mayoría de ellos, tanto de agua
dulce como marinos, poseen un cuerpo comprimido lateralmente (forma
hidrodinámica), lo que les permite desplazarse con cierta velocidad en el agua. Sus
aletas sirven para moverse y cambiar de dirección cuando nadan. Además, poseen
branquias para respirar el aire disuelto en el agua.
Las aves acuáticas, como los patos y los albatros, tienen una membrana entre los
dedos de sus patas, de modo que pueden usarlas como remos cuando están en el
agua.
El animal más grande que existe es un mamífero acuático: la ballena azul. Puede
llegar a medir treinta metros y a pesar ciento treinta toneladas. Como todos los
mamíferos de hábitos acuáticos, respira aire en la superficie mediante sus pulmones.
A pesar de su gigantesco tamaño, se alimenta de pequeños organismos,
especialmente de unos crustáceos llamados krills.
Por ejemplo, en el título, se predica que algunos seres (los que, aún no
identificados, con lo que se genera una expectativa de búsqueda del tema
oracional a nivel local, en la proximidad) viven en el agua. Esta información se
presenta como ya dada en la oración inicial del primer párrafo (Existe... que
viven). Aquí, la información nueva es una enorme variedad de animales, que
responde a la expectativa generada por el título. Al margen, se puede notar que,
en el texto del ejemplo, el título no sólo significa en tanto construcción del tema
global, sino que también forma parte del primer párrafo, con el que se relaciona,
temática y referencialmente (agua-ella).
Más complejo resulta, sin embargo, comprender estos diferentes temas locales
como una totalidad que especifica el tema global del texto, dado que las
relaciones entre ellos no están explícitamente formuladas y deben inferirse para
construir una representación coherente. Se puede, entonces, llegar a decir que los
párrafos segundo y cuarto especifican animales exclusivamente acuáticos; que el
cuarto introduce una nueva diferenciación de estos últimos en mamíferos (la
ballena) y no mamíferos (los peces), mientras que el quinto introduce la distinción
invertebrados (lo que implica leer los anteriores como vertebrados), distinción
ampliada en el párrafo final. Para poder establecer que estos dos últimos párrafos
se refieren a lo mismo hay que reconocer a los insectos como invertebrados, para
lo cual el texto ofrece pistas como la repetición de la palabra "lagunas" y el conector
de ejemplificación "por ejemplo".
Ahora bien: para llevar a cabo estas operaciones no bastan el texto ni los saberes
previos acerca del lenguaje, oportunamente actualizados. La comprensión de estas
relaciones "no dichas" supone conocimientos previos acerca de ciertas
características de los animales y un procesamiento más activo que permitan
enriquecer la información explícita y construir una representación del mundo
descrito en el texto.
Su relevancia para la formación integral del alumno, dado que leer, además
de nuestro objeto de enseñanza, es un medio para la adquisición de todos
los aprendizajes. En este sentido, las estrategias de comprensión lectora
deben recorrer transversalmente el currículo como contenido de todas
las asignaturas.
Su función "significativizadora" de otros saberes específicos del área de
Lengua, como los gramaticales, que suelen trabajarse aisladamente en la
escuela, y que se refuncionalizan ahora en virtud de las estrategias a las
que apuntalan. El "saber" acerca del lenguaje se resignifica en tanto se
constituye en herramienta para la reflexión sobre los textos. Es decir, ya no
interesará, por ejemplo, memorizar una clasificación semántica de los
pronombres pero sí su identificación como recurso de sustitución y el
reconocimiento de su referencia a la hora de desarrollar estrategias de
comprensión. En otras palabras: se trata de establecer ciertas
regularidades que permitan adquirir instrumentos para el control de la
comprensión.
Con el foco en las diversas operaciones que tienen lugar antes, durante y después
de la lectura, Solé (2000, pág. 63) sostiene que en la escuela deben enseñarse
estrategias que ayuden a:
Es decir, conocer y manejar las “reglas” que constituyen la base de una comunicación
eficaz, y con ella la garantía de que se le está dando una direccionalidad concreta a la
conducta del receptor, porque “las reglas constitutivas –escribe John Searle-, tales
como las de los juegos, proporcionan las bases para especificaciones de conducta que
no podrían darse en ausencia de la regla.” 2
2
Searle, John. Actos de habla. Madrid: Cátedra, 1990. p. 45.
No caben dudas de que la herramienta de la que se vale el emisor de estos textos
para ser eficaz en sus objetivos, es el lenguaje. Todos los ítemes señalados
anteriormente quedan indefectiblemente ligados a un uso relativamente “ágil” de la
gama de posibilidades que nos presenta el lenguaje.
Desde este punto de vista, es pertinente insistir en los elementos que entran en este
“juego” discursivo:
El vocabulario:
Hay que pensar que, según el orden en que se configure un enunciado, queda puesto
el énfasis de lo que se quiere decir. La palabra -la acción, la idea- que aparezca en
primer término, será la que el interlocutor registre con mayor facilidad.
En un enunciado del tipo “analice y compare” se postula un orden, que tiene que ver
con una jerarquización en la direccionalidad de la acción que se solicita, en el que se
pone un particular interés en el análisis. En la escritura de una consigna -en el
lenguaje- “el orden de los factores sí altera el producto”.
La adecuación al contexto:
Es evidente que, en el circuito propuesto, las personas y las circunstancias deben ser
las apropiadas para apelar y recurrir al procedimiento que se emplea. Concretamente:
una consigna debe ser adecuada, no sólo lingüísticamente a los objetivos didácticos
del emisor, sino a la habilidades con las que cuenta el receptor. No se puede pedir al
alumno que participe de un proceso que requiere de competencias que no posee.
Bibliografía de consulta
Devanne, B. Lire & écrire. Des apprentissages culturels. París, Armand Colin,
1993.
Jorba, J.; Gómez, I y Prat, A. (eds.) Hablar y escribir para aprender. Barcelona,
Síntesis, 2000.