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ANUARIO
ARGENTINO DE
DERECHO
CANÓNICO
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ANUARIO
ARGENTINO DE
DERECHO
CANÓNICO
Consejo de Redacción
Alejandro W. Bunge
Director
Víctor E. Pinto
Ariel D. Busso
† Nelson Carlos Dellaferrera
Editor responsable
Editado por la Facultad de Derecho Canónico Santo Toribio de Mogrovejo
Dirección y administración
Anuario Argentino de Derecho Canónico
ÍNDICE GENERAL
ARTÍCULOS
BAURA, E. Perfiles jurídicos del arte de legislar en la Iglesia. . . . . 9
BONET ALCÓN, J. La sacramentalidad del matrimonio . . . . . . . . . . 37
BUNGE, A. W. El escrito de demanda en las causas de nulidad
matrimonial (a propósito de su rechazo in limine) . . . . . . . . . 59
BUSSO, A. D. La distribución de los clérigos en la iglesia. Planteo
de la cuestión y normativa vigente en la iglesia latina . . . . . . 91
MEDINA, R. D. Algunas consideraciones acerca de las
modificaciones a las normas de los delitos más graves . . . . . 121
SALACHAS, D. Lo status giuridico-pastorale degli orientali
cattolici in emigrazione . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
SALINAS ARANEDA, C. Los Obispos de la provincia eclesiástica de
Buenos Aires y la codificación del derecho canónico de 1917. 185
NOTAS
CAPPELLO, H. H. El promotor de justicia en el proceso penal
canónico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
FRONZA, J. Inspiraciones constitucionales con respecto al factor
religioso en la Argentina (en torno al Bicentenario patrio) . . . 245
GONZÁLEZ, F. J. Apuntes liminares de derecho canónico indiano . . . 269
RODRÍGUEZ, F. H. Una Aproximación a la Tradición Armenia . . . . 279
USTINOV, H. A. von Magisterio, disenso y objeción de conciencia . 297
VILLAMIL, M. M. El actor y el convenido en la Instrucción Dignitas
connubii . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
BONET ALCÓN, J. Decreto de confirmación de sentencia del Tribunal
Eclesiástico Nacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325
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LEGISLACIÓN PARTICULAR
Acordo entre a República Federativa do Brasil e a Santa Sé
relativo ao estatuto jurídico da Igreja Católica no Brasil . . . 421
LO PRETE, O. El Acuerdo Brasil-Santa Sede del 13 de noviembre
de 2008: nota sobre el fruto de una relación madura . . . . . . . 427
USTINOV, H. A. von El Acuerdo entre la República Federativa
del Brasil y la Santa Sede del 13 De Noviembre De 2008 . . . 441
ACTUALIDAD
Crónica de la Facultad de Derecho Canónico Ciclos lectivos
2009 y 2010 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 457
Ghirlanda, G. Situazione attuale della Comunione Anglicana
e risposta della Santa Sede alle richieste rivoltele . . . . . . . . . 467
RECENCIONES
AA. VV., (a cura di I. Bolgiani), La Chiesa Cattolica in Italia. . . . . 491
AA. VV., (a cura di S. Coglievina), Le Conferenze episcopali
in Europa. Un nuovo attore delle relazioni
tra Stati e Chiesa cattolica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 493
AA. VV., (P. M. DUGAN, planner, presenter and editor), Towards
future Developments in Penal Law: U.S. Theory and Practice. 496
CAVALCANTE OSB, H., Introdção ao studo do código
de cânones das Igrejas Orientais . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 502
CORTÍNEZ CASTRO, R. SJ (COORDINADOR), CELIS BRUNET, A. M. Y
PIMSTEIN SCROGGIE, M. E., Derecho Eclesiástico Chileno.
Normas comentadas y concordadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 504
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ARTÍCULOS
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resto de las actividades de gobierno y establece las reglas del futuro com-
portamiento. No es extraño, por tanto, que el ejercicio de la función de le-
gislar esté habitualmente reservado a titulares del poder especialmente cua-
lificados: en los Estados democráticos al Parlamento elegido directamente
por el pueblo, y en la Iglesia a los órganos “capitales” que tienen la misión
de estar a la cabeza de una porción del Pueblo de Dios.
En la Iglesia el arte político de dar leyes puede calificarse como pas-
toral, también en el significado más estricto de este término, es decir, enten-
dido como la actividad propia y exclusiva de los ministros sagrados con la
que éstos desarrollan la función (y la correlativa potestad) de Cristo Pastor,
mediante el ejercicio de los tria munera, entre los que se encuentra el mu-
nus regendi, con el cual los sagrados Pastores conducen a la Iglesia hacia su
bien, que en último término no es otro que la salvación de las almas (y sin
que todo esto obste a la posibilidad de que los fieles no ordenados colabo-
ren con el ejercicio del munus regendi). Toda sociedad tiene necesidad de
ser gobernada, y la Iglesia necesita ser guiada en esta tierra, también me-
diante normas generales, para ser el instrumento de salvación querido por su
Fundador4.
Es indudable que mediante las leyes el Legislador eclesiástico ejerce
también el munus docendi, puesto que al legislar se desarrolla una actividad
educativa, como ya había descubierto la filosofía política griega5. Esto se
comprende bien si se considera la finalidad de la ley y la relación entre el
bien individual y el bien común (el cual no es bien porque sea común, sino
que es común porque es un bien)6. El cristianismo ha dado un ulterior estí-
mulo a esta idea, haciendo notar que el actuar justo conduce a la vía dirigi-
4 «Episcopi sacrum ius et coram Domino oficium habent in suos subditos leges fe-
rendi, iudicium faciendi, atque omnia, quae ad cultus apostolatusque ordinem pertinent, mo-
derandi» (CONCILIO VATICANO II, const. Lumen Gentium, n. 27).
5 Así, Platón concibe al legislador como un verdadero educador de los ciudadanos.
Baste pensar en la escena descrita en el Critón, en la que Sócrates, pudiendo escapar de la
prisión, imagina que se le aparecen las leyes como figuras vivientes que le exhortan a ser fiel
a ellas también en la hora de la tentación, ya que fueron las leyes quienes lo educaron y pro-
tegieron durante toda su vida (cf. PLATÓN, Critón, 49 y 54). Sobre la doctrina de Aristóteles
relativa al papel pedagógico del legislador cf. Ética Nicomaquea, X, 10, 1179b,31-35, y VI,
8, 1041b, 23-29. En general, sobre la idea de la dimensión pedagógica de las leyes en la Gre-
cia antigua, cf. W. JAEGER, Paideia: los ideales de la cultura griega, México 1988, sobre to-
do el Libro 3, cap. IX y Libro 4, cap. X.
6 Cf. C. CARDONA, La metafísica del bien común, Madrid 1966.
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15 S. Th. I-II, q. 97, a. 2. Para apoyar su doctrina, Santo Tomás cita la sentencia de
Ulpiano, que afirma: «in rebus novis constituendis, evidens debet esse utilitas, ut recedatur
ab eo iure quod diu aequum visum est» (Dig. 1.4.2).
16 Cf., por ejemplo, R. ASTORRI, Le leggi della Chiesa tra codificazione latina e di-
ritti particolari, Padova 1992, págs. 9-44; M. FALCO, Introduzione allo studio del “Codex Iu-
ris Canonici”, ed. G. FELICIANI, Bologna 1992, págs. 87-122 y las contribuciones en esta mis-
ma obra de G. FELICIANI, Mario Falco e la codificazione del diritto canonico, págs. 13-49 y
R. ASTORRI, L’”Introduzione” del Falco nel dibattito sulla codificazione, págs. 51-79; P. GAS-
PARRI, Storia della codificazione del diritto canonico per la Chiesa latina, en el PONTIFICIUM
INSTITUTUM UTRIUSQUE IURIS, Acta congressus iuridici internationalis saeculo a Decretalibus
Gregorii IX et XIV a Codice Iustiniano promulgatis. Romae 12-17 novembris 1934, vol. 4, Ro-
mae 1937, págs. 1-10; J. LLOBELL, E. DE LEÓN, J. NAVARRETE, Il libro “de processibus” nella
codificazione del 1917. Studi e documenti, vol. 1, Milano 1999, especialmente págs. 17-49; C.
FANTAPPIÈ, Introduzione storica al diritto canonico, Bologna 1999, págs. 213-232. Sobre la
incidencia del Código de 1917 en el derecho canónico, cf. J. HERVADA, P. LOMBARDÍA, Intro-
ducción al Derecho Canónico, en Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, ed.
A. Marzoa, J. Miras, A. Rodríguez-Ocaña, vol. 1, Pamplona 1996, págs. 150-153.
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ticano II17, estaba presente en la raíz la gran cuestión que había planteado el
Concilio sobre el equilibrio entre tradición y renovación18.
Sea como fuere, lo que interesa señalar ahora es que el sistema legal
canónico vigente se basa sobre la técnica de la codificación, técnica que fa-
cilita la realización del arte legislativo, pero que comporta, entre otros, el
riesgo, advertido por la doctrina canónica contemporánea a la elaboración
del Código de 1917, de inmovilizar las normas, volviéndolas obsoletas o ina-
decuadas con el transcurso del tiempo. Considero, por tanto, que en el mo-
mento actual el peligro más grave para el legislador eclesiástico no es tanto
el de excederse en cambios legislativos, cuanto el de dejarse llevar de la iner-
cia de la codificación o considerar el Código como una norma rígida dema-
siado difícil de modificar, al modo de las Constituciones de los ordenamien-
tos civiles, cuando en realidad la mayor parte de las normas del Código no
tienen carácter constitucional. Hay que recordar por otro lado que los códi-
gos civiles que han perdurado por mucho tiempo han sufrido derogaciones o
añadidos. Sin duda, es absolutamente necesario evitar, por motivos de clari-
dad, hacer modificaciones en el Código mediante instrumentos no adaptados
a la derogación de las leyes –como serían las “interpretaciones auténticas”
que en realidad modifican las leyes–, pudiendo realizarse formalmente la re-
forma del Código sin especiales dificultades técnicas19.
La existencia de una legislación universal codificada, por lo demás
comprehensiva de casi todas las materias jurídicas, puede fomentar la inope-
rancia de los legisladores particulares, sobre todo de los obispos diocesanos
(que cuentan también con la normativa emanada por las Conferencias Epis-
copales), a pesar del impulso que el Vaticano II ha dado a la responsabilidad
de los obispos, reconociendo su potestad de gobierno como vicarios de Cris-
to en las porciones del Pueblo de Dios a ellos encomendadas20.
17 Cf. JUAN PABLO II, const. ap. Sacrae disciplinae leges, 25 de enero de 1983, en
AAS, 75 (1983), pág. XI.
18 Sobre el tema, aunque sólo sea de una manera sintética, pero muy clara, además
de autorizada, cf. BENEDICTO XVI, Discorso alla Curia Romana, 22 de diciembre de 2005,
en AAS, 98 (2006), págs. 40-53.
19 En este sentido, hay que celebrar con satisfacción el motu proprio de JUAN PABLO
II, Ad tuendam fidem, 18 de mayo de 1998, en AAS, 90 (1998), págs. 457-461, con el que se
realizó la primera modificación del Código vigente.
20 Cf. CONCILIO VATICANO II, const. Lumen gentium, nn. 23 y 27, e IDEM, decr. Chris-
tus Dominus, n. 8 a). De hecho, el c. 391 reconoce expresamente la potestad legislativa de los
obispos diocesanos. Sobre el modo de ejercer esta potestad, cf. CONGREGACIÓN PARA LOS OBIS-
POS, directorio Apostolorum successores, 22 de febrero de 2004, Ciudad del Vaticano 2004, n.
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Tanto para emanar una nueva ley como para modificar una preceden-
te, el principio fundamental es la búsqueda del bien común. La verdad de la
virtud de la prudencia dependerá sobre todo de la determinación del bien co-
mún. Vale también para la Iglesia la definición que el Vaticano II daba del
bien común («el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a
los grupos y a los individuos alcanzar la propia perfección más plena y rá-
pidamente»21). Es verdad que el fin último de la ley canónica es la salus ani-
marum, pero esto no impide que el objetivo inmediato de la ley eclesiástica
sea la consecución del bien común eclesial, el cual debe ser entendido, pre-
cisamente, como el conjunto de condiciones que permite a los fieles alcan-
zar la salvación. Resulta casi superfluo advertir que con la expresión salus
animarum se significa la salvación eterna (no una cierta salud psicológica
obtenida con soluciones ventajosas mal llamadas pastorales), y que la sal-
vación no puede ser concebida en términos minimalistas, puesto que se en-
tra en el Cielo sólo cuando se tiene una caridad perfecta22. Se sigue que la
finalidad de la ley es, más precisamente, crear las condiciones que favore-
cen la perfección cristiana de los fieles: esto tiene muchas consecuencias,
sobre todo en el sector legislativo que organiza la atención pastoral23. La de-
terminación del verdadero bien común eclesial, que favorece el bien espiri-
tual de las almas incluso a costa del sacrificio de algunos deseos humanos,
es lo que distinguirá la verdadera prudencia de la prudencia de la carne con-
tra la que avisa la Sagrada Escritura24.
67 (son interesantes al efecto del objeto del presente trabajo algunas recomendaciones dirigi-
das a promover la prudencia legislativa de los obispos: «… los textos canónicos sean redac-
tados con precisión y rigor técnico-jurídico, evitando las contradicciones, las repeticiones inú-
tiles o la multiplicación de disposiciones sobre una misma materia; pondrá también atención
a la necesaria claridad, a fin de que sea evidente la naturaleza obligatoria u orientativa de las
normas y se conozca con certeza cuáles conductas están prescritas o prohibidas. Para este fin,
se contará con la competencia de especialistas en Derecho Canónico, que no deberán jamás
faltar en la Iglesia particular. Además, para regular adecuadamente un aspecto de la vida dio-
cesana, es condición previa la precisa información sobre la situación de la diócesis …»).
21 CONCILIO VATICANO II, const. Gaudium et spes, n. 26 (cf. también ibidem, n. 74).
22 Sobre el tema de la salus animarum como fin de la legislación eclesiástica y sus
consecuencias reenvío a mi trabajo Pastorale e diritto nella Chiesa, en Vent’anni di esperien-
za canonica: 1983-2003, ed. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Ciudad del Va-
ticano 2003, págs. 159-180.
23 Cf., por ejemplo, A. DEL PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia: bases de sus res-
pectivos estatutos jurídicos, Pamplona 19913, págs. 89-91.
24 Cf. Rom., 8, 6.
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25 Dig. 1.1.10.
26 Cf. en este sentido G. MICHIELS, Normae Generales Iuris Canonici. Comentarius
Libri Codicis Iuris Canonici, vol. I, Parisiis-Tornaci-Romae 1949, pág. 295.
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tae) tienen sólo eficacia moral y carecen de todo valor jurídico27, puesto
que, si la norma directiva establece como obligatoria una determinada con-
ducta, ésta es debida en justicia, y otro (un tercero o la comunidad) tendrá
el derecho de que se observe esta conducta, y, en cuanto a las leyes permi-
sivas (en el sentido de permittentes), es obvio que tienen el efecto jurídico
de constituir el derecho de seguir la conducta permitida. La ley directiva
crea, ciertamente, un deber moral, pero un deber que se refiere a la virtud
de la justicia y, por tanto, a la juridicidad. Por otro lado, no hay que olvidar
que el adjetivo “jurídico” hace referencia al ius. Que las leyes no prevean
una sanción (pena o efecto irritante) a su trasgresión (de ahí leges imperfec-
tae) no significa que no se deriven de ellas consecuencias jurídicas, incluso
prácticas (recursos, sanciones administrativas, etc.).
Se puede, por tanto, resumir la relación de la ley con el derecho recu-
rriendo a un célebre pasaje de Santo Tomás en el cual este afirma: «lex non
est ipsum ius, proprie loquendo, sed aliqualis ratio iuris»28. La ratio es la idea
que el artífice tiene de su obra; la ley es la ratio del ius o de lo iustum, es
decir, del obrar justo e indica el camino de lo que es justo, derecho.
Esta ratio iuris es obra de un acto humano (si bien hay derechos an-
teriores a toda norma humana, cuya ley o ratio se descubre en la misma rea-
lidad natural o sobrenatural). No es posible concebir la ley como si fuese
una entidad surgida de la nada, al modo de la idea iluminista de la ley pro-
pugnada por Montesquieu,29 sino que la ley es siempre fruto de elecciones
humanas. Puesto que la ley es el resultado de un acto humano, se requiere
que ésta tenga la característica esencial de la racionalidad, no en el sentido
racionalista de que la ley sea fruto del libre raciocinio del legislador, sino en
el sentido de que debe ser adecuada a la realidad, en cuanto es propio de la
razón adecuarse a la realidad conocida, ya que, para ordenar, es necesario
ante todo conocer la realidad que se pretende regular, de tal modo que el or-
den impuesto sea adecuado a la consecución del bien (del fin) de la realidad
ordenada30. El legislador debe ser ante todo un hermeneuta de la realidad
27 Opinión frecuente, sin embargo, entre los canonistas (cf., por ejemplo, ibidem,
págs. 298ss).
28 S. Th., II-II, q. 57, a. 1, ad 2.
29 Cf. Ch. MONTESQUIEU, De l’esprit des lois, Paris 1819.
30 Recientemente ha insistido sobre la racionalidad en el ejercicio del autoridad ecle-
siástica E. G. SARACENI, L’autoritá ragionevole. Premesse per uno studio del diritto canoni-
co secondo il principio di ragionevolezza, Milano 2004.
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22 Eduardo BAURA
31 No se debe confundir el poder legislativo con un poder despótico que pretenda cam-
biar todo sin tener en cuenta la realidad. Este aspecto ha sido puesto de relieve a propósito de
la liturgia y de su regulación por parte del Papa, el cual no puede ser entendido como un «mo-
narca absoluto, sino todo lo contrario, como el garante de la obediencia frente a la palabra re-
velada: su poder está ligado a la tradición de la fe, la cual es aplicable también al campo de la
liturgia» (J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia: una introducción, Madrid 20074, pág. 208).
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tivas del legislador o del intérprete, sino a la realidad de las cosas, mucho
más segura, estable y objetiva que otros mecanismos artificiales dirigidos a
crear seguridad jurídica.
32 Una exposición sintética y magistral del tema se puede ver en J. HERVADA, Intro-
ducción crítica al derecho natural, Pamplona 200710, págs. 15-19.
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derecho como lógica y como técnica, además de partir de una visión norma-
tivista del derecho, reduce al jurista a un servidor acrítico de las leyes, que
fácilmente deriva en la figura manzoniana del picapleitos. Al contrario, la
concepción del derecho como lo que es justo conduce a concebir la figura
del jurista como aquel que tiene la recta ratio de la identificación de lo ius-
tum, es decir, que tiene el «ars boni et aequi»33.
El arte jurídico no tiene como objeto propio la ley (ni su elaboración
ni su conocimiento), pero, ciertamente, no es ajeno a ella. Conviene recor-
dar que, para delinear el derecho y su medida, es necesario ante todo iden-
tificar su título, y, si bien no todos, muchos derechos tienen su título en la
ley, puesto que, como ya se ha expuesto más arriba, la ley, al establecer un
orden, atribuye derechos, distribuye competencias, califica jurídicamente
las situaciones (especificando sus efectos jurídicos), establece obligaciones
de justicia, etc. De aquí se sigue que el jurista deberá conocer las leyes pa-
ra cumplir su oficio, sin olvidar el aviso del jurista romano clásico: «scire le-
ges non hoc est verba earum tenere, sed vim ac potestatem»34. Se explica, por
tanto, que se suela identificar al jurista con el hombre de leyes. De todos
modos, es evidente que identificar el conocimiento de las leyes con el arte
jurídico resulta restrictivo y desorientador, puesto que existen también mu-
chos derechos (y no sólo los naturales y los que derivan de la constitución
esencial de la Iglesia) que no poseen un título legal, como son los derechos
resultantes del ejercicio de la autonomía privada. Además, tampoco hay que
olvidar que la ley, al ser una regla general, no puede tener en cuenta todas
las particularidades de la realidad, de modo que el discernimiento del ius
exige una valoración de las circunstancias del caso para llegar a la solución
justa; más aún, el discernimiento del ius no pasa tanto a través de la aplica-
ción lógica de la regla general al caso singular, como a través de la determi-
nación de la dimensión jurídica ínsita en la realidad del caso singular.
En síntesis, aunque no se puede confundir el deber del jurista con el
mero conocimiento de la ley, es innegable que el jurista necesita habitual-
mente conocer la ley para cumplir su función; se trata de un paso previo al
juicio sobre el derecho. Conocimiento que no es una mera percepción del
dato positivo normativo, sino una interpretación de la ley, que lleva a com-
prender el orden establecido mediante la promulgación del texto legal, que
35 El jurista puede estar obligado a ejercer su oficio (por ejemplo, el juez a dictar
sentencia, el abogado a presentar la defensa), y, en tal caso, cuando dice el derecho cumple
también un deber de justicia, pero “decir” el derecho por sí mismo no es objeto de la virtud
de la justicia (lo puede ser como lo es el objeto de cualquier otra profesión).
36 ARISTÓTELES, Ética nicomaquea, libro V, 10.
37 Cf. S. Th. II-II, q. 120, a. 1-2.
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38 Aristóteles advertía que una parte del derecho civil es de origen natural, otra se
funda sobre la ley (cf. ARISTÓTELES, Ética nicomaquea, V, 7).
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41 «Omnis definitio in iure civili periculosa est: parum [rarum?] est enim, ut non
subverti posset» (Dig. 16.17. 202 [Iavolenus]).
42 Por ello debería ser revisada la elección del Código de 1983 de prever tantas pe-
nas facultativas («puniri potest») o indeterminadas («iuxta poena puniatur»).
43 Es significativo que el Digesto y el Decreto de Graciano comiencen tratando de
las constituciones (es decir, de las leyes), como hacía también el Código de 1917, que lo ha-
bía previsto así desde los primeros esquemas.
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I.- INTRODUCCIÓN
El motivo de tratar la sacramentalidad del matrimonio es porque con-
sidero que ella se encuentra un tanto desdibujada en el Código, ya que gran
parte de los cánones relativos al matrimonio son aplicables tanto al matri-
monio que es sacramento como al que no lo es, porque al menos uno de los
cónyuges no está bautizado.
Por otra parte, no aparece en el Código la proyección del matrimonio,
sea o no sacramento, a toda la familia, aunque esto sí aparezca en múltiples
documentos de la Iglesia.
A lo cual se agrega el que no aparezca en la normativa canónica la
vinculación del matrimonio a los sacramentales de la Iglesia. Algunos de
ellos están directamente vinculados al matrimonio y la familia, constituyen
como una constelación. Y, si tenemos en cuenta que la familia es la célula
de la sociedad y que debe proyectar sobre la misma todos sus tesoros sobre-
naturales, entonces ya deberíamos afirmar que todo el cosmos de los sacra-
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2 S. Th. II - II, q. 2, a. 7, in c.
3 Cf. P. LANGA, San Agustín y el progreso de la Teología matrimonial, Toledo, 1984,
págs. 212-222.
4 Cf. «Mariage», en Dictionnaire de Théologie Catholique (=DTC), Tome IX, 2a,
col. 2129 ss.
5 Cf. Ibidem, col. 2149 ss.
6 Cf. Ibidem, col. 2144 ss.; Cf. J. BONET ALCÓN, Los “Sacramentos menores”, Bue-
nos Aires, 1993, pág. 29 ss.
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15 DTC, citado, col. 2272 ss.; Cf. J. BONET ALCÓN, El matrimonio en el nuevo Códi-
go de Derecho Canónigo, Buenos Aires, 1985, pág. 7.
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Más aún. Ellos aceptan someterse a una larga preparación, donde van
rectificando y/o complementando sus ideas sobre el matrimonio y la fami-
lia, hasta llegar no sólo a adherir a los principios y valores propios del ma-
trimonio natural, sino que afianzan su fe en Dios y obtienen algún conoci-
miento acerca de Jesucristo. Y, al cabo de unos años, muchos de ellos soli-
citan el bautismo. Llegando a ser la vía indicada, la principal o una de las
principales por las que se produce la conversión.
El otro caso, con el que nos encontramos más familiarizados, es el del
matrimonio contraído entre un bautizado católico y un no bautizado, ha-
biendo obtenido previamente la dispensa del impedimento de disparidad de
cultos16. Dado que es considerado de modo casi unánime que este matrimo-
nio no es sacramento, el Rito se convierte en un sacramental de la Iglesia.
Y, en este caso, no sólo ni principalmente la bendición nupcial es un sacra-
mental, sino lo fundamental del Rito17.
exclusiones del CIC can. 1101 § 224, también afectan a la validez del matri-
monio natural. (Digamos de paso que dichas exclusiones, sobre todo la de
la indisolubilidad del vínculo son las que más preocupan a la Santa Sede,
según aparece el proyecto de Vademecum para la preparación al matrimonio
que se anuncia).
En cuanto a la forma canónica, los cánones 1117 y 1118 ponen de ma-
nifiesto su exigencia, salvo la dispensa del canon 1127, para aquellos matrimo-
nios que no son sacramento porque una de las partes no está bautizada25.
Asimismo, en la normativa sobre los matrimonios mixtos, el CIC can.
1129 indica su aplicabilidad a los matrimonios que no son sacramento por-
que se contraen con la dispensa del impedimento de disparidad de cultos26.
Y nada impide que también a estos matrimonios se aplique la normativa es-
tablecida para la celebración del matrimonio en secreto27.
La sacramentalidad del matrimonio aparece explicitada en el canon
1134, que pertenece al capítulo de los efectos del matrimonio.
El presente canon tiene dos partes. En la primera hay una reafirma-
ción de las propiedades esenciales del matrimonio, al indicar que del matri-
monio válido se origina un vínculo perpetuo. Esto es reiterar la indisolubi-
lidad del matrimonio. Y al afirmar que ese vínculo es exclusivo, se afirma
la unidad o fidelidad a que se comprometen los cónyuges.
La segunda parte del canon habla de cómo los cónyuges cristianos
son fortalecidos y hasta consagrados por un sacramento peculiar. Notemos
que según el Código este sacramento que reciben los cónyuges se ordena al
cumplimiento de los deberes propios de su estado. Esto implica la recep-
ción, si se está bien dispuesto, de una gracia sacramental conyugal y fami-
liar. Más aún, podría admitirse con San Roberto Bellarmino que en el ma-
trimonio existe, de alguna manera, una sacramentalidad permanente. Él es
signo y participación de la unión de Cristo y su Iglesia. Puede considerarse
que dicha participación penetra en el vínculo de los esposos y que este vín-
culo es un cuasi carácter.
Por otra parte, la gracia sacramental del matrimonio da derecho a gra-
cias actuales. De tal manera que la presencia física mutua de los esposos, es
Por otra parte, entendemos que para que la sacramentalidad del ma-
trimonio vaya obteniendo una mayor presencia y eficacia se deberían tener
muy en cuenta los sacramentales de la Iglesia32.
Además de la bendición nupcial, que es un sacramental de la Iglesia
que acompaña siempre a la celebración litúrgica del sacramento del matri-
monio, debemos valorar y deberíamos hacer uso más frecuente de las ben-
diciones que se encuentran en la primera parte del Bendicional. Allí, en el
capítulo primero, se encuentran las bendiciones referidas a las familias y sus
miembros, entre ellas, la bendición anual de las mismas familias en sus pro-
pias casas, las bendiciones de los esposos, la bendición de los hijos, la ben-
dición de los niños, estén ellos ya bautizados o todavía no lo hayan sido; la
bendición de los prometidos, la bendición de la mujer antes o después del
parto, la bendición de los ancianos que no salen de casa33.
Esta sola enumeración ya nos indica la gran riqueza espiritual, bíbli-
ca y simbólica, que puede impregnar toda la vida de una familia, con la ala-
banza de Dios y acción de gracias en las diversas circunstancias, y con la
32 Cf. J. BONET ALCÓN, Los sacramentales de la Iglesia, el matrimonio y la familia,
AADC V (1998) 13-44.
33 Cf. Ibidem, pág. 35.
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bre de “res” en sentido pleno, que es Dios. Los cuales signos –creaturas–
son a su vez, en el orden de la acción, medios que debemos utilizar –“uti”–
para alcanzar esa misma Realidad, la única capaz de hacernos gozar
–“frui”– verdaderamente.
Tenemos en esta concepción la imagen y el simbolismo universal, de
tal modo que todo lo creado está en potencia de llegar a ser, de algún modo,
sacramento. Hay en todo lo creado una capacidad y un esbozo de significa-
ción divina44.
Santo Tomás, como afirmaba el P. Matthijs, al ver que todas las cosas
creadas son signo y participación de Dios, llegará a decir también que la sa-
cramentalidad es como una inmensa nube que cubre todo el mundo sensi-
ble. En él se encuentra como en potencia la capacidad de llegar a ser signo
sensible y, de algún modo, eficaz de la gracia de Dios.
Por todo lo cual no nos debe extrañar que pensemos, por ejemplo, en
una cierta sacramentalidad del padre y de la madre en el seno del hogar, por-
que la sacramentalidad no se da sólo en los esposos entre sí. Los padres,
cuando brindan su amor al hijo, hablan de ese Papá del cielo, que está enci-
ma del papá terreno, que es signo eficaz de la presencia, la ayuda y el amor,
de ese maravilloso y supremo Papá que es Dios. Y le hablan al chico de esa
Mamá celestial que está detrás y encima de la madre terrena.
Y podríamos referirnos más ampliamente a la sacramentalidad de la
mujer, que brota de la sublime sacramentalidad de la Virgen.
Y hablar incluso de la “sacramentalidad” de la alegría y del sufrimien-
to; o de la sacramentalidad de la amistad. Y también de la sacramentalidad
del estudio, en imitación y en unión con Jesucristo Niño y Adolescente.
En el mismo sentido el Padre Etcheverry Boneo se refería también a
la sacramentalidad que los sacramentales de la Iglesia podrían introducir en
las distintas profesiones, como podría ser la del empresario católico. Sacra-
mentalizar, en el sentido indicado, significaría planificar teniendo en cuen-
ta a la vez el fin inmediato, temporal, y el fin último al cual el anterior está
ordenado. Y el mismo Padre ponía el ejemplo de la planificación de una
planta industrial45. Y hablaba de salpicar la vida ciudadana de signos que
lleven al hombre hacia arriba, que le hagan tener presente a Dios, al fin úl-
timo, a la vida de la gracia.
44 Cf. J. BONET ALCÓN, Los “sacramentos” menores, Buenos Aires, 1993, págs. 17-19.
45 Cf. A. B. ARMELIN, Buenos Aires, 1973, pág. 19.
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Alejandro W. BUNGE
INTRODUCCIÓN
El tema que se aborda, el escrito de demanda en las causas de nulidad
matrimonial, a propósito de su rechazo in limine, fue originalmente propues-
to para concentrarse en este último particular. Sin embargo, pareció oportu-
no poner el centro de atención en el escrito de demanda en sí mismo, siem-
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 60
60 Alejandro W. BUNGE
pre con la mirada puesta de manera especial en las causas de nulidad, ya que
su rechazo sólo puede esperarse como consecuencia de una confección de-
fectuosa del escrito mismo. Debe tenerse en cuenta que la mayor parte de
las causas tratadas por los Tribunales eclesiásticos de primera instancia de
Argentina son causas de nulidad matrimonial, como seguramente sucede
también en los demás Tribunales eclesiásticos del mundo.
Aunque no se dejarán de señalar los principios generales del derecho
y las normas específicas que se refieren a la materia, así como los autores
que en los últimos tiempos han abordado con mayor detalle el tema, se pon-
drá especial atención en la aplicación práctica de los principios doctrinales
y las normas vigentes. Para ello se tendrán presentes también los defectos
más habituales en los escritos de demanda de nulidades matrimoniales que
se presentan en los Tribunales de Argentina y los modos de prevenirlos o
ponerles remedios, para evitar su rechazo.
Se estudiará primero la naturaleza jurídica del rechazo de un escrito
de demanda presentado a un Tribunal eclesiástico (I). Esto permitirá cons-
tatar desde el comienzo que se trata de una medida procesal de excepción.
En segundo lugar se pondrá atención a la especial circunstancia del rechazo
del escrito realizado in limine, es decir, incluso antes que el proceso se ini-
cie formalmente (II). Esto permitirá medir la gravedad de las circunstancias
que permiten tomar esta medida. A continuación se expondrán de manera
sucinta y con una mirada especialmente práctica, las normas que rigen el
contenido y la forma del escrito de demanda y sus requisitos (III). Esto per-
mitirá poner especial cuidado en los aspectos que limiten al mínimo posible
los casos en los que se produzca el rechazo. Se seguirá con la exposición de
lo que debe hacer un Tribunal eclesiástico que recibe un escrito de deman-
da (IV). Conociendo el contenido del escrito y los pasos que debe llevar
adelante el Tribunal eclesiástico que lo recibe será posible adentrarse con
los suficientes elementos de juicio sobre los motivos que permiten e inclu-
so en determinadas circunstancias obligan a su rechazo (V). En un primer
paso se abordarán los aspectos que pueden considerarse más formales (V.1:
competencia del Tribunal y capacidad procesal del actor), y en un segundo
paso los que hacen más al contenido del proceso (V.2: fumus boni iuris). Fi-
nalmente, después de haber detallado, al menos sucintamente, todos los as-
pectos que permiten admitir el escrito de demanda para ser tratado en el Tri-
bunal, se plantearán las condiciones y situaciones que permiten u obligan al
Tribunal a su rechazo, cuando no pueden ser subsanados sus defectos o sus
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carencias, cómo debe hacerse el rechazo y cuáles son los remedios que pue-
den interponerse ante el rechazo (VI). Quedará así puesto en evidencia el ca-
rácter extremo que tiene siempre y en todos los casos esta medida.
62 Alejandro W. BUNGE
64 Alejandro W. BUNGE
1. El actor
El derecho de impugnar la validez del matrimonio corresponde tanto
a los cónyuges, sean o no católicos, como al promotor de justicia, pero en
este caso sólo si la nulidad ya se ha divulgado y no es posible o convenien-
te convalidar el matrimonio7. Sería el caso, por ejemplo, de quien se presen-
tara ostentando como matrimonio sacramental válido uno que ha contraído
inválidamente, porque alguno de los dos contrayentes estaba vinculado por
un matrimonio válido anterior. Si la situación fuera ocasión de escándalo, el
promotor de justicia debe presentar un escrito de demanda al Tribunal com-
petente para declare la nulidad del segundo matrimonio, que se pretende vá-
lido, pero es nulo por el impedimento de vínculo anterior.
El matrimonio debe ser impugnado mientras viven los dos cónyuges.
Si no ha sido impugnado en vida de ambos, no puede ser impugnado de ma-
nera directa, aunque haya muerto uno solo de los cónyuges. Sólo podrá ser
impugnado si la resolución de dicha nulidad resulta prejudicial para la reso-
lución de otra controversia sea en el fuero canónico como en el fuero civil;
en este caso la causa puede ser presentada por aquél para quien la causa de
nulidad aludida resulta prejudicial para resolver la controversia que se plan-
tea como principal8.
La petición debe hacerse por escrito. Sólo el impedimento de hacer la
demanda por escrito autoriza la demanda oral, aunque en este caso sólo se-
rá materialmente oral, porque formalmente será volcada por escrito por el
5 Cf. R. RODRÍGUEZ OCAÑA, Comentario al canon 1502, en AA. VV, Comentario exe-
gético al Código de Derecho Canónico, Pamplona 20023, pág. 1177.
6 Cf. can. 1060.
7 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 92; cf. también can. 1674.
8 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 93; cf. también can. 1675 § 1.
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notario en un acta que deberá leerse al actor y que éste deberá aprobar. Es-
ta acta tendrá de ahí en más el valor formal de la demanda escrita9.
2. El escrito de demanda
Comenzaremos por lo que se ha legislado sobre el escrito de deman-
da en el Código, y se ha reasumido con mayor detalle y determinación en la
Instrucción Dignitas connubii. Seguiremos después con aquellas precisiones
que se agregan en la Instrucción, sin antecedentes inmediatos en el Código.
9 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 115; cf. también cáns. 1502-1503.
10 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 1°; cf. también can. 1504, 1°.
11 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 2°; cf. también can. 1504, 1° y 2°.
12 Cf. M. J. ARROBA CONDE, Diritto processuale canonico, Roma 20014, pág. 87.
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66 Alejandro W. BUNGE
13 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 3°; cf. también can. 1504, 2°.
14 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 4°; cf. también can. 1504, 3°.
15 Cf. cáns. 102-107. Se puede ver un comentario al respecto A. W. BUNGE, Las cla-
ves del Código, Buenos Aires 2006, págs. 195-199.
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16 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 2. No hay ninguna referencia a esta
prescripción en el Código. Se trata entonces de una determinación de la norma universal
agregada por la Instrucción.
17 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 3. También en este caso se trata de
un agregado de la Instrucción; es un detalle de aplicación de la norma que no se encontraba
en el Código.
18 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 117. No hay ninguna referencia a esta
prescripción en el Código.
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68 Alejandro W. BUNGE
19 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 239 y los cánones allí citados: 1600 y 1645
§ 2, 1°-3°.
20 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 118 § 1. En ese lugar se citan los Artícu-
los 48-49 de la Instrucción que hacen referencia al canon 1425 §§ 3 y 5, en los que no hace
falta detenerse en este momento ya que no agregan ni quitan sobre la aceptación o rechazo
del escrito de demanda.
21 Cf. can. 1425 § 2.
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22 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 118 § 2. Cf. también su antecedente en SA-
GRADA CONGREGACIÓN PARA LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instrucción Provida Mater,
15/08/1936, Art. 26.
23 Cf. ibid. Cf. también K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii. Norms and
Commentary, Alexandria 2006, pág. 211.
24 Cf. A. STANKIEWICZ, De libelli reiectione eiusque impugnatione in causis matri-
monialibus, Roma 1987 (Studio Rotale II), pág. 74.
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70 Alejandro W. BUNGE
25 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 119 § 1; cf. también can. 1505 § 1. La Ins-
trucción precisa que en las causas de nulidad matrimonial la decisión corresponde al Presi-
dente del Colegiado.
26 Cf. J. OCHOA, I titoli di competenza, en AA. VV., Il processo matrimoniale canonico.
Nuova edizione aggiornata e ampliata, Ciudad del Vaticano 1994, págs. 137-138.
27 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza, en AA. VV., Il Giudizio di nullità ma-
trimoniale dopo l’Isruzione “Dignitas connubii”, II, La parte statica del Processo, Ciudad
del Vaticano 2007, pág. 29.
28 Cf. J. OCHOA, I titoli..., págs. 139-140.
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luta, realiza una sentencia nula sin efecto jurídico alguno, mientras que el
Tribunal incompetente que emite una sentencia con incompetencia relativa
realiza una sentencia que es jurídicamente válida, pero el Tribunal puede ser
sancionado por haber obrado de manera ilícita.
La competencia del Tribunal es considerada por los autores más se-
guros como una cuestión preliminar, incluso prejudicial, porque debe ser
comprobada antes de admitir o rechazar la causa29. Sólo si el Tribunal es
competente puede avanzar con las siguientes preguntas, para concluir este
momento del proceso resolviendo si admite o rechaza el escrito de deman-
da. Pero si el Tribunal es incompetente debe declararse tal, sin siquiera pro-
nunciarse sobre la admisión o rechazo del escrito de demanda. Por lo tanto,
y para lo que a nosotros nos interesa en este ámbito, el Tribunal incompe-
tente, ya sea con incompetencia relativa o incompetencia absoluta, debe de-
clarar su incompetencia sin siquiera pronunciarse sobre la admisión o recha-
zo del escrito de demanda que se le ha presentado.
El preámbulo de la Instrucción Dignitas connubii nos alerta sobre dos
riesgos que requieren especial atención cuando se trata de la competencia de
los Tribunales. Un riesgo es el formalismo y el otro el subjetivismo. Si se
tienen en cuenta estos riesgos con referencia a la competencia judicial, se
deberá atender a los conceptos de competencia absoluta y competencia re-
lativa y a las respectivas incompetencias. La competencia o incompetencia
absoluta tiene un carácter rígido y responde a normas que fijan límites inde-
rogables si no es con la concesión de competencia por parte de la Signatu-
ra Apostólica. La competencia o incompetencia relativa, en cambio, se fija
con normas flexibles que contienen ellas mismas los modos de superar sus
límites. Debe tenerse en cuenta que el bien que pretende protegerse con las
normas sobre la competencia de los Tribunales es la verdad subjetiva del
convenido, que se convierte en un instrumento principal de verificación de
la verdad subjetiva que el actor ha pretendido hacer valer ante el Tribunal30.
Cabe señalar que es derecho exclusivo del Romano Pontífice, y por
lo tanto tienen incompetencia absoluta todos los Tribunales, juzgar las cau-
sas de nulidad de los Jefes de Estado y las causas que el mismo Romano
72 Alejandro W. BUNGE
31 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 8; cf. también can. 1405 § 1, 1° y 4°. Cf.
J. OCHOA, I titoli..., pág. 142.
32 Téngase presente que se tratará de la misma causa si versa sobre el mismo matri-
monio, se aduce la misma causa petendi y se pide la nulidad por los mismos capítulos.
33 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 9; cf. también cáns. 1512, 2° y 1440. Cf.
J. OCHOA, I titoli..., pág. 146.
34 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 10 § 1; cf. también can. 1673.
35 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza..., págs. 34-35.
36 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 10 § 3. Cf. M. J. ARROBA CONDE, La com-
petenza..., págs. 36-37.
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cia al Tribunal relativamente incompetente está hecha a favor del actor, pa-
ra que no se vea perjudicado por la acción ilícita del Tribunal, pero no im-
pide que el Tribunal pueda recibir la sanción que le corresponda.
1.1.2. Lugar del domicilio o cuasidomicilio del convenido (canon 1673, 2°)
Teniendo en cuenta el criterio de favorecer en lo posible la expresión
de la verdad subjetiva del convenido como instrumento de verificación de
la verdad subjetiva esgrimida por el actor38, se concede título de competen-
cia para tratar una causa de nulidad al Tribunal correspondiente al domici-
lio o cuasidomicilio del convenido.
Se trata ciertamente del domicilio o cuasidomicilio en sentido canó-
nico, por lo tanto el lugar donde pernocta el convenido, con intención de
perpetuidad o por lo menos hace cinco años para el caso del domicilio, y con
intención de hacerlo durante tres meses o haberlo hecho de manera efectiva
durante tres meses para el caso del cuasidomicilio39.
74 Alejandro W. BUNGE
76 Alejandro W. BUNGE
1.1.4. Lugar donde se han de reunir la mayor parte de las pruebas (ca-
non 1673, 4°)
El cuarto y último título de competencia posible corresponde al Tri-
bunal del lugar donde se han de reunir la mayor parte de las pruebas. La ra-
zón aquí es objetiva, y se asienta en la mayor facilidad que puede preverse
de este modo para la recolección de las pruebas. Pero como en el caso ante-
rior, supone un riesgo para el convenido, que puede verse involucrado de
buena fe en una acción iniciada por el actor, que pretende introducir una
causa sobre la validez de su matrimonio, en la medida en que se dificulte su
participación en el proceso.
Por esta razón es que también en este caso se impone la necesidad del
consentimiento del Vicario judicial del convenido. Valen aquí, sin necesidad
de repetirlas, todas las puntualizaciones que ya se han hecho en el título an-
terior sobre la necesidad del Vicario judicial de oír al convenido antes de dar
su consentimiento, sopesar diligentemente todas las circunstancias del caso,
especialmente sobre las posibles dificultades del convenido para defender
su posición ante el Tribunal del lugar donde se encuentra la mayor parte de
las pruebas, la necesidad de dicha consulta para la validez del consentimien-
78 Alejandro W. BUNGE
53 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 14. Se trata de una determinación nueva,
sin una ley correspondiente en el Código vigente.
54 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza..., pág. 40. Cf. también J. OCHOA, I ti-
toli..., pág. 172.
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80 Alejandro W. BUNGE
60 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 97 § 2; cf. también can. 1478 § 4. Cf. A.
BLASI, Il libello introduttivo della causa, en AA. VV., Il Giudizio di nullità matrimoniale do-
po l’Istruzione “Dignitas connubii”, III, La parte dinamica del Processo, Ciudad del Vatica-
no 2008, pág. 34, y K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 174-177.
61 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 106; cf. también can. 1484.
62 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 119 § 2; también esta disposición carece
de antecedente en el texto del Código.
63 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 120 § 1; esta disposición no tiene antece-
dente en el texto del Código.
64 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 119 § 1; cf. también can. 1505 § 1.
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65 Cf. can. 57 §§ 1-2; puede verse al respecto A. W. BUNGE, Las claves..., págs. 139-140.
66 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 125; cf. también can. 1506.
67 Cf. K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 220-222.
68 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 4°; cf. también can. 1505 § 2.
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82 Alejandro W. BUNGE
69 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 120 § 2. Cf. R. RODRÍGUEZ OCAÑA, Co-
mentario al canon 1505, en AA. VV., Comentario exegético al Código de Derecho Canóni-
co, Pamplona 20023, Vol. IV/2, págs. 1201-1202.
70 Cf. K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 217.
71 Cf. can. 1505 § 2 e Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1. Cf. también L.
MATTIOLI, La fase introduttoria del processo e la non comparsa della parte convenuta, en AA.
VV., Il processo matrimoniale canonico. Nuova edizione aggiornata e ampliata, Ciudad del Va-
ticano 1994, pág. 483; K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 214; A. BLASI, Il
libello..., pág. 36.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 83
84 Alejandro W. BUNGE
81 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 3°; cf. también can. 1505 § 2, 3°.
82 Cf. K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 215-216.
83 Cf. A. STANKIEWICZ, De libelli..., pág. 76.
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86 Alejandro W. BUNGE
84 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 123; cf. también can. 1505 § 3. Se verá que
mientras para la generalidad de los casos (can. 1505 § 3) se brinda al actor la posibilidad de
presentar nuevamente el escrito de demanda enmendando los errores que provocaron su re-
chazo, para el caso de las nulidades matrimoniales la Instrucción insta al Tribunal a invitar
al actor a hacer la nueva presentación del escrito. Se pone así en evidencia la especial solici-
tud pastoral de la Iglesia por las personas que se encuentran en esta situación.
85 Cf. L. MATTIOLI, La fase introduttoria..., pág. 484.
86 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 5°; cf. también can. 1504. Cf. tam-
bién K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 216.
87 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 4°; cf. también can. 1505 § 2, 4°.
Cf. R. RODRÍGUEZ OCAÑA, Comentario al canon 1505..., pág. 1207.
88 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 122. Cf. también sus antecedentes en la
Instrucción Provida Mater, Art. 64.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 87
2. El rechazo
Veamos ahora sucintamente, siguiendo la normativa detallada que
nos presenta la Instrucción Dignitas connubii, cuáles son las formalidades
que debe cumplir el decreto con el que se realiza el rechazo de un escrito de
demanda y qué remedios es posible esgrimir ante él.
88 Alejandro W. BUNGE
92 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 2; cf. can. 1617. Cf. también K. LÜ-
DICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 421.
93 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 123.
94 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 124 § 1. Cf. también K. LÜDICKE y R. E.
JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 219-220 y 422.
95 Cf. ibid.
96 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 124 § 2.
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CONCLUSIÓN
La primera conclusión que se hace evidente después de este estudio
realizado es que el rechazo in limine de un escrito de demanda de la decla-
ración de la nulidad de un matrimonio será una medida de excepción, poco
habitual.
En segundo lugar, debe tenerse en cuenta que la mejor protección
contra un posible rechazo in limine del escrito de demanda es que el escrito
esté bien realizado, conforme a derecho, ya que si bien, igual que en otros
momentos del proceso, a la hora del rechazo in limine del escrito hay un mar-
gen discrecional confiado a la ciencia y conciencia del juez, éste no podrá
actuar arbitrariamente, sino que tiene taxativamente señalados los motivos
para un eventual rechazo, y no puede tomar esta medida por ningún motivo
fuera de los que fijan las leyes procesales por las que debe regirse.
En tercer lugar, en orden a una correcta y eficaz confección del escri-
to de demanda, no bastará guiarse por el Código de Derecho Canónico97, si-
no que habrá que acudir también a la Instrucción Dignitas connubii, que de-
be ser observada en todos los Tribunales diocesanos e interdiocesanos al tra-
tar las causas de nulidad matrimonial, y que presenta precisas determinacio-
nes sobre el modo de confeccionar el escrito de demanda98.
En cuarto lugar, para los casos en que un rechazo in limine de un es-
crito de demanda pueda atribuirse a un error del Juez, la misma norma ca-
nónica prevé el remedio, indicando los caminos del recurso posible.
Pero no es aventurado suponer que la mayor parte de los rechazos se
deberán a errores en la confección del escrito de demanda. Algunos de ellos,
en la medida en que son errores subsanables podrán y deberán ser indicados
por el Juez en el decreto de rechazo, y permitirán una nueva presentación
con errores dichos subsanados, llevando por lo tanto al Tribunal a admitir el
nuevo escrito de demanda.
De todos modos, vale aspirar al camino ideal que consistirá en la pre-
sentación de un escrito de demanda que, al mismo tiempo que expresa la
realidad y el pedido del actor para que la Iglesia resuelva con su autoridad
judicial lo que considera un justo reclamo de sus derechos, lo hace dentro
de los cauces que las normas procesales le señalan.
90 Alejandro W. BUNGE
Este estudio pretende ser un auxilio práctico a las partes y a sus abo-
gados para ayudarlos a la mejor confección posible del escrito de demanda.
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1. El concepto de incardinación
2 Se pueden citar entre ellos, los de África: Cartago (348 y 197), Mileve (402); los
de España: Toledo (400 y 527), Sevilla (619); los de las Galias: Arles (314) Tours (460) Or-
leáns (549), Epaone (517).
3 Cf. can. 16.
4 Cf. can. 5. “Episcopus si aliquem sine certo titulo, de quo necessaria vitae perci-
piat... ordinaverit, fandiu ei necessaria subministret, donec in aliqua ei ecclesia convenien-
tia stipendia...assignet. Nisi talis ordinatur de sua vel paterna hereditate subsidium vitae
possit habere. Este texto fue tomado en las Decretales de Gregorio IX, c. 40, De praebendis.
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8 Del 4-XI-1694.
9 Cf. M. MULLANEY, Incardination and the universal dimension of the Priestly mi-
nistry. A companson between CIC´17 and CDC 83, Roma (2002) pág. 30.
10 De la SCCONS., también es el Decreto A primis, del 20-VIII-1898, como respues-
ta a varias preguntas de Obispos.
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Por ese mismo motivo existe una solicitud, por parte del Concilio, de
revisar las normas sobre la incardinación:
“Revísense además, las normas sobre incardinación y ex-
cardinación, de tal forma que, permaneciendo firme esta
antiquísima institución, responda, sine embargo, mejor a
las actuales necesidades pastorales”22.
3. La necesidad de la incardinación
La incardinación parte del principio fundamental en el ordenamiento
canónico de la importancia que significa pertenecer a una comunidad pres-
biteral. La finalidad del instituto es que no existan clérigos “acéfalos o va-
gos”. La ley canónica obliga que todo clérigo deba estar incardinado en al-
guna institución eclesiástica concreta y capaz de incardinar. Esta determina-
ción es obligatoria, tanto para el clero diocesano como para los miembros
de institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica.
La palabra “incardinación” no posee una larga trayectoria, sino que
se la usa desde tiempos recientes, aunque su institución, como se ha visto,
se remonte a la época apostólica26. Si bien el ministerio sacerdotal posee mi-
sión universal por la recepción del sacramento del orden sagrado, esta fina-
lidad universal se hace concreta mediante la pertenencia a una estructura
eclesial determinada. La misión del clérigo es siempre universal, por eso di-
ce la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis27: “La pertenencia y de-
dicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del
presbítero, pues, dada la misma naturaleza de la Iglesia particular y del mi-
nisterio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites”. El
Concilio enseña sobre esto, como ya se ha señalado: “El don espiritual que
los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limi-
tada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación “has-
ta los confines de la tierra”28, pues cualquier ministerio sacerdotal participa
de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Após-
toles”29.
La incardinación, de suyo:
No constituye únicamente un simple vínculo de sujeción a un supe-
rior determinado, sino la incorporación a una Iglesia particular o a un insti-
tuto de vida consagrada o a una sociedad de vida apostólica o a una prela-
tura personal, para servir, a través de ellas, a toda la Iglesia universal. Nóte-
se la referencia a la causa final de la incardinación que es el mejor servicio
a la Iglesia universal y que realiza a través de la pertenencia a una comuni-
dad particular concreta.
Tampoco es una vinculación espacial donde solamente cuenta el te-
rritorio. Puede ser también vinculación personal, como en los casos de ins-
titutos de vida consagrada, sociedades de vida apostólica, prelatura perso-
nal, ordinariatos o a Iglesias particulares personales.
No significa inmovilización absoluta por la pertenencia misma, sino
que posee la flexibilidad que necesita la exigencia pastoral concreta.
Las normas actuales surgen de las disposiciones del Concilio Vatica-
no II. El Decreto Christus Dominus, determina: “Procuren (los Obispos)
que, en la medida de lo posible, algunos de sus sacerdotes marchen a las an-
tedichas misiones o diócesis, para ejercer allí el sagrado ministerio a perpe-
tuidad o por lo menos por un tiempo determinado”30. A su vez, el Decreto
27 Cf. n. 32.
28 Hech. 1,8.
29 Cf. PO n. 10.
30 N. 6.
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31 PO n. 10.
32 Cf. can. 265.
33 PDV n. 31.
34 Angl. Coet. n. VI § 4
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do. Pero en el caso de un clérigo que haya sido expulsado por un instituto
de vida consagrada religioso o de una sociedad de vida apostólica, además
de cesar ipso facto los votos, los derechos y las obligaciones provenientes
de la profesión, no podrá ejercer las órdenes sagradas hasta que no encuen-
tre un Obispo que lo reciba o, al menos, le permita el ejercicio de las órde-
nes sagradas68.
83 Cf. D. LE TOURNEAU, CECIC, comentario al can. 271, Vol. II/I pág. 316.
84 Cf. cáns. 368 y 381.
85 Cf. cáns. 272 y 427§1.
86 Cf. cáns. 423-425.
87 Cf. can. 127§1.
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88 Cf. I, 3§§3-4.
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89 Del 30-XII-1999.
90 CPF. Instr. De vitanda quorundam clericorum vagatione, del 25-IV-2001.
91 Cf. n. 5.
92 Cf. n. 6.
93 Cf. n. 7.
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SUMARIO: Introducción. I.- Alcance de las Normas para los delitos más graves.
II.- Los delitos más graves y las modificaciones. III.- Delitos contra el
sexto mandamiento cometido por clérigos contra menores. IV. El sujeto
del delito. V.- Algunos aspectos sobresalientes en la nueva normativa. 1.
La investigación preliminar. 2. Modificaciones en la prescripción de la
acción penal. 3. Dispensa del sacerdocio, del doctorado y facultad de
sanar leyes procesales. 4. Facultad de dispensar la vía procesal judi-
cial. 5. La Dimisión «ex officio» del estado clerical. Conclusión.
INTRODUCCIÓN
En la Iglesia Católica, hasta la promulgación del Código en 1983, los
delitos más graves eran juzgados por diversas normas, que por motivos de
espacio no mencionaremos. Al quedar sin vigor las disposiciones anteriores
quedó una laguna jurídica que fue rellenada en 2001 mediante el Motu Pro-
pio Sacramentorum sancitatis tutela1. El cual, como ya es sabido, fue urgi-
claración de una pena alude a las penas latae sententiae, mientras que la irro-
gación se refiere a las penas ferendae sententiae.
A nuestro juicio, sin duda alguna que el hecho de que un clérigo “ba-
je” pornografía infantil de Internet es un pecado grave, más aún, creíamos
necesario que la normativa canónica lo considerara un delito, de hecho así
está calificado en muchas legislaciones estatales. No obstante, disentíamos
en que pudiera considerarse dentro de la norma vigente: “delictum contra
sextum Decalogi praeceptum cum minore infra aetatem duodeviginti anno-
rum a clerico commissum”.5 No había, a nuestro entender, en la configura-
ción del delito, elementos para incluir una acción en la que estrictamente no
había ninguna participación directa de los menores. Además, se debe tener
en cuenta que no siempre se puede hablar de comercialización porque asom-
brosamente, es posible acceder a dicho material libremente, con relativa fa-
cilidad6. Además, es sabido que el grado de trastorno de algunos sujetos les
lleva a publicarlo sin dicho interés, en consecuencia no se puede sostener que
siempre que se acceda a dicho material, se incentive la comercialización o
producción del mismo. Lamentablemente, estas conductas tan perversas, se
realizarán independientemente de que alguien lo mire o “baje” por Internet.
Evidentemente, un clérigo comete el delito si produce ese material o bien lo
utiliza para engañar al niño y lograr desinhibirlo haciéndole creer que tales
acciones no están mal porque otros niños lo hacen7.
Por otra parte no nos resultaba claro a qué clase de material se estaba
refiriendo CH. Scicluna: sí sólo a imágenes fotográficas, o también a dibu-
jos y relatos. El Código Penal Español, que tipifica este delito, lo hace de
manera muy precisa en su art. 189. 2: “El que para su propio uso posea ma-
terial pornográfico en cuya elaboración se hubieran utilizado menores de
edad o incapaces, será castigado con la pena de tres meses a un año de pri-
sión o con multa de seis meses a dos años”. Este delito está en el título “De
los delitos relativos a la prostitución y a la corrupción de menores” y no ba-
jo el título “De los abusos sexuales”, donde la pena mínima es de tres años.
Un concepto de “abuso sexual de menores” delimitado de forma tan am-
plia hacía que la gravedad objetiva necesaria para que se dé el delito, quedara
un tanto difuminada con el consiguiente riesgo para la seguridad jurídica8.
era inapropiada porque el derecho nunca había permitido que esta cuestión
fuese tratada de ese modo. La norma no específica quién debe iniciar la ac-
ción cuando el obispo sea el acusado, pero se entiende que cualquier fiel
puede dirigirse a la Congregación de la Fe, que es el órgano competente, y
no es necesario que lo haga por medio de nadie aunque bien podría hacerlo
a través del Nuncio Apostólico.
La norma no constituye gran novedad ya que se mantiene, que la
Congregación tiene ese derecho “previo mandato del Romano Pontífice”,
por tanto éste sigue reservándose, en cierto modo, el derecho exclusivo de
juzgar a estas personas, aunque ordinariamente lo delegará a la Congrega-
ción para la Doctrina de la Fe.
1. La investigación preliminar
El c. 1722 establece que “para evitar escándalos, defender la libertad
de los testigos y garantizar el curso de la justicia, puede el ordinario, des-
pués de oír al promotor de Justicia y habiendo citado al acusado, apartar a
éste, en cualquier fase del proceso, del ejercicio del ministerio sagrado o de
un oficio o cargo eclesiástico, imponerle o prohibirle la residencia en un lu-
gar o territorio, o también prohibirle que reciba públicamente la Santísima
Eucaristía…”
Las “Modificaciones”, determinan ahora que “sin perjuicio del dere-
cho del Ordinario o del Jerarca de imponer cuanto se establece en el c. 1722
del CIC o en el c. 1473 del CCEO, desde el inicio de la investigación pre-
via, también el Presidente de turno del Tribunal a instancia del promotor de
Justicia, posee la misma potestad bajo las mismas condiciones determinadas
en dichos cánones” (art. 19).
Primeramente debemos decir que la norma viene a aclarar una situa-
ción que era discutida por algunos autores, no obstante que a mi juicio el c.
1722 era claro, es decir la investigación preliminar no es parte del proceso
propiamente dicho y en consecuencia no se podían aplicar esas medidas
12 Cfr. P. LAGGES, Resolution of Cases by Rescript, Penal Precept, or Decree, en: To-
wards future Developments in Penal Law: U.S. Theory and Practice, A symposium Held Un-
der the Auspices of the Pontifical council for Legislative texts at the Pontifical University of
the Holy Cross, Rome, March 5-6, 2009, Gratianus Series, Montréal, Wilson & Lafleur,
2010, pág. 166.
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13 J. P. BEAL, Doing What One Can: Canon Law and Clerical Sexual Misconduct,
en: The Jurist 52, 1992, págs. 662-663; J. SANCHIS, L’indagine previa al proceso penale, en:
Ius Ecclesiae, 4, 1992, pág. 519: “La credibilidad de la denuncia depende, evidentemente, de
diversos factores: las condiciones de la persona denunciante, la naturaleza de los hechos y de
cómo estos sean expuestos, la calidad de la persona denunciada, etc, factores estos que de-
berán ser tomados en consideración y prudentemente evaluados por quien deberá decidir
acerca del encausamiento o no del pedido, o sea del Ordinario”.
14 La norma 6ª de las “Essential Norms”, establece: “El Obispo/Eparca aplicará en-
tonces las medidas preventivas citadas en el CIC (c. 1722) o en el CCEO (c. 1473), es decir:
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Por otra parte entendemos que es claro que sin realizar una investiga-
ción que garantice que la denuncia tiene fundamentos y que debe incluir el
escuchar al clérigo acusado15, el Obispo o Superior no debería aplicar esta
medida16.
Resulta justificada esta modificación introducida por la Congrega-
ción para la Doctrina de la Fe, en los delitos sexuales de clérigos con meno-
res. Al menos en algunos casos es comprensible; el Ordinario se veía con
serias dificultades en afrontar estas situaciones en determinadas circunstan-
cias de particular gravedad. Pensemos en un párroco acusado de abuso a
menores y más aún si esa denuncia ha tomado estado público, es realmente
inconveniente que continúe en su función mientras exista la duda respecto
de su conducta. Está claro que la norma viene a dar respuesta a esta y otras
apartar al acusado del ejercicio del ministerio sagrado o de un oficio o cargo eclesiástico; im-
ponerle o prohibirle la residencia en un lugar o territorio determinado, y prohibirle que reci-
ba públicamente la Santísima Eucaristía hasta la conclusión del proceso”. Esta interpretación
tiene su fundamento en: CLSA, Revised Guide to the Implementation of the United State Bis-
hops’ Esencial Normas for Diocessan/Eparchial Polices Dealing With Allegations of Sexual
Abuse of Minors by Priest or Deacons, Washington, D.C. 2003, pág. 26, nota 27: «en el me-
morando mediante el cual la Congregación de Obispos concedió la recognition, el 16 de di-
ciembre de 2002, el Obispo Gregory observó lo siguiente: «El arzobispo Montalvo me ha in-
formado además que el Santo Padre ha concedido una derogación del c. 1722 del CIC y del
c. 1473 del CCEO a favor de la norma sexta de las Normas». En efecto cuando hay eviden-
cia suficiente del abuso sexual a un menor no sólo puede el Obispo/eparca excluir al clérigo
acusado del ministerio como lo establece la regla sino que debe excluirlo del ministerio co-
mo lo establece la norma sexta”. Sobre este tema: F. R. AZNAR GIL, A. J. CHONG ÁGUILA,
Abusos sexuales a menores realizados por clérigos: Normas de los obispos de los Estados
Unidos de América (2002). Texto y Comentario, in: REDC 62, 2005, 70-71: “…en cuanto a
la aplicación de los cc. 1722 del CIC, así como el c. 1473 del CCEO, citados en la Norma
sexta, denotamos una interpretación de los mismos mucho más «férrea» de lo que sugieren
los textos codiciales. Pues los cánones establecen la «posibilidad» de apartar al clérigo del
ministerio y establecer las prohibiciones señaladas; en cambio la Norma sexta establece las
medidas preventivas como apodícticas”; Cfr. CATHOLIC BISHOPS’ CONFERENCE OF ENGLAND
AND WALES, Catholic Office for the Protection o Children and Vulnerable Adults (COPCA),
Annual Report 2002, Birmingham 2002, pág. 19-20 (en adelante COPCA, Annual Report):
Estas “normas” de Inglaterra y Gales, establecen que en cuanto se realice una denuncia a las
autoridades legales, se debe remover a la persona de “papeles relevantes”, mientras la inves-
tigación tiene lugar; y por otra parte se da intervención a la Child Protection Coordinator, cu-
yo consejo en este aspecto debe seguirse.
15 Cfr. G. INGELS, Dismissal from the Clerical State: An Examination of the Penal
Process, en: SCan 33, 1999, pág. 185; T. DOYLE, The Canonical Rights, The Canonical
Rights of Priest Accused of Sexual Abuse, en: SCan 24, 1990, pág. 340.
16 Cfr. G. GHIRLANDA, Doveri e diritto implicate nei casi di abusi sessuali perpetra-
ti da chierici, en: Periódica 91, 2002, pág. 35.
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Tal vez sería positivo, que ante la denuncia de un delito de abuso se-
xual con menores, algunas de las medidas cautelares del c. 1722 se aplica-
sen en todos los casos sin que el Ordinario deba considerar previamente si
la denuncia es creíble, de este modo no estaría haciendo ningún juicio de va-
lor sobre los hechos y el denunciado y todos sabrían que esa medida es apli-
cada siempre, sin implicar ninguna culpabilidad. Aunque esta “suspensión
administrativa” no debe ser tomada como indicio de culpabilidad, dado que
el Ordinario sólo puede aplicarla después de considerar que el acto delicti-
vo es “al menos verosímil” hace inevitable que sea interpretada como un
primer juicio en contra del acusado. De hecho así ha sido entendida, gene-
ralmente, en las comunidades cristianas donde el clérigo ha sido apartado
del ministerio temporalmente.
Nosotros creemos que, dependiendo de las circunstancias, debe eva-
luarse con sumo cuidado si se dan algunas de los motivos mencionados por el
canon para la aplicación de las medidas cautelares que no quedan a libre ar-
bitrio del Ordinario sino que expresamente se dice que son “para evitar escán-
dalos, defender la libertad de los testigos y garantizar el curso de la justicia”.
Es decir, si no ocurren ninguno de estos motivos, el Ordinario no debería apli-
car tales acciones cautelares. Si, por el contrario, una vez consultado el Pro-
motor de Justicia, considera que si concurre la necesidad de una medida cau-
telar deberá con prudencia y equidad decidir cuál de ella o ellas otorgan el fin
buscado y a la vez protege la intimidad de las personas inclusive el acusado.
No se deben ahorrar esfuerzos e iniciativas en conseguir que niños y jóvenes
no corran ningún riesgo, pero a la vez también que la fama del clérigo se vea
afectada lo menos posible, no hay que subestimar el daño que se le puede lle-
gar a ocasionar si no se procede prudentemente ante estos hechos.
puede señalar que, como indicaba la Instrucción del Santo Oficio Crimen
Sollicitationis, el delito de solicitación no prescribía nunca23; además, como
la Instrucción ordenaba que en los casos de crimen pessimum, se debían
aplicar las mismas disposiciones relativas al delito de solicitación24, hay que
concluir que tampoco el crimen pessimum prescribía. Otros, por su parte,
mantenían que este canon remitía a las normas peculiares que el Santo Ofi-
cio pudiera dictar en esta materia25, sin embargo “no se conoce que la Con-
gregación haya dictado una normativa señalando un especial tiempo de
prescripción”26.
Con respecto a los delitos contra el sexto mandamiento, exceptuados
los delitos reservados, el plazo de prescripción para la acción penal en el
CIC 17 era de cinco años27; en el CIC 83, el tiempo de prescripción para los
delitos tipificados en el c. 1395 es de cinco años, debiendo comenzar a con-
tar el tiempo para la prescripción “a partir del día en el que se cometió el de-
lito o, cuando se trata de un delito continuado o habitual, a partir del día que
cesó”28. En este sentido se pronunció una c. Stankiewicz del 11 de noviem-
bre de 1993: “Itemquae, si de accusato delicto agatur, quod contra sextum
Decalogi praeceptum cum minore infra aetatem sedecim annorum reus pa-
traverat, actio criminales momento accusationis, id est die 16 apriilis a.
1986, iam in praescriptionem cecidit ad normam c. 1362 § 1, 2º (…) Ex his
igitur factis clare consequitur ut actio criminales contra accusatum celic-
tum, iam expleto die 23 augusti a. 1981 (cfr.c. 203 § 2), id este lapso quin-
quenio (cfr. c. 1362 § 1, 2º) post adeptam aetatem sedecim annorum a S.,
praescriptione extincta fuerit”29.
Con el m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela se aclara que la acción
criminal de los delitos reservados a la CDF es de diez años30 y el cómputo
del tiempo se realiza a tenor del c. 1362 § 1 del CIC y del c. 1152 § 3 del
CCEO; en los casos de los delitos contra el sexto mandamiento cometidos
por un clérigo con menores de 18 años, la prescripción comienza a contar a
partir de la fecha en que el menor ha cumplido 18 años31.
34 El Código Penal Español en el artículo 131.4 señala: “Los delitos de lesa huma-
nidad y de genocidio y los delitos contra las personas y bienes protegidos en caso de conflic-
to armado, no prescribirán en ningún caso”.
35 Cfr. L. NAVARRO, Las Esenciales Normas de la Conferencia Episcopal de Estados
Unidos, en: Fidelium Iura 13, 2003, pág. 40.
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36 D. G. ASTIGUETA, La persona y sus derechos en las normas sobre los abusos se-
xuales, en: AADC 11, 2004, pág. 48.
37 Cfr. A. BORRAS, Comentario al c. 1362, en: A. MARZOA, J. MIRÁS, R. RODRÍGUEZ
OCAÑA (dirs.), Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, IV-1, Pamplona 1997,
pág. 457.
38 Cfr. R. W. OLIVER, Sacramentorum sanctitatis tutela: Overview and Implementa-
tion of the Norms Concerning the More Grave Delicts Reserved to the Congregation for the
Doctrine of the Faith, en: CLSA Proceedings 65, 2003, 157.
39 M. I. GONZÁLEZ TAPIA, La prescripción en el Derecho penal, Madrid 2003, pág.
47: “…con el paso del tiempo las pruebas del hecho, de la culpabilidad y de la inocencia del
sujeto, desaparecen o se dificultan extraordinariamente (…) la prescripción se justifica en la
salvaguarda de un proceso justo con todas las garantías en cuanto a la defensa de las partes
y, desde un punto de vista meramente práctico, en razones de seguridad jurídica ante la fal-
ta de viabilidad de un proceso en el que no es posible llevar a cabo la suficiente actividad
probatoria”.
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los acusados fueron ordenados antes de 198045. En cambio, dos tercios de las
denuncias son posteriores a 1993, y un tercio son de los años 2002 y 2003.
La dilación, por tanto, es muy grande: apenas el 13% de las denuncias se pre-
sentaron en el mismo año de los hechos, mientras que un 41% de las denun-
cias fue hecha 25 años después de los hechos. Además de aquellos que espe-
raron 25 años para denunciar los abusos, un 26% lo hace de un solo hecho46.
Estos datos nos permiten concluir que, efectivamente, un número
grande de estos clérigos no siguieron delinquiendo, pues si la mayoría de las
denuncias son antiguas y en ese período de tiempo no han aparecido otras
no es desacertada nuestra conclusión, sin olvidar que siempre hay casos que
no se denuncian.
Finalmente, si tenemos presente la facultad que ha sido otorgada a la
Congregación para la Doctrina de la Fe de abrogar la prescripción, resulta
difícil conciliar esta facultad con el derecho del delincuente establecido en
el c. 1313 § 1: “Si la ley cambia después de haberse cometido un delito, se
ha de aplicar la ley más favorable para el reo”47. Esta ley es consecuencia
del ya clásico principio de que en materia penal debe darse la interpretación
más benigna, es decir, aquella que más favorece al reo, debido al carácter
restrictivo y odioso de estas leyes y al hecho de la presunción general de
inocencia.
En definitiva, hay que sostener que “a la luz de los distintos plazos de
prescripción, es de justicia que si el delito había prescrito conforme a la le-
gislación más favorable al reo (desde que se cometió el delito hasta la ac-
tualidad), no se pueda iniciar un proceso contra él”48. No obstante, la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe, ahora independientemente de la solici-
45 Cfr. JOHN JAY COLLEGE OF CRIMINAL JUSTICE, Study of the Nature and Scope of Se-
xual Abuse by Catholic Priest and Deacons in the United States 1950-2002. Study of the
Causes and Context of the Crisis of Sexual Abuse of Minors in the Catholic Church in the
U.S., Washington, D.C. 2004, pág. 41. (en adelante: John Jay College of Criminal Justice).
46 Cfr. JOHN JAY COLLEGE OF CRIMINAL JUSTICE, Study of the Nature and Scope of Se-
xual Abuse by Catholic Priest and Deacons in the United States 1950-2002. Study of the
Causes and Context of the Crisis of Sexual Abuse of Minors in the Catholic Church in the
U.S., 2006 Supplementary Report, Washington, D.C. 2006, págs. 8-9 (en adelante: John Jay
College of Criminal Justice, 2006 Supplementary Report).
47 D. ASTIGUETA, La persona y sus derechos, op. cit., 49: “Ahora bien, derogar la
prescripción sería ir contra este canon [1313 §1] que establece un derecho para el delincuen-
te”; Cfr. D. CITTO, Nota al m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela, en: Ius Ecclesiae, 2002,
pág. 131.
48 L. NAVARRO, op. cit., pág. 41.
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49 En sentido distinto opina R. E. JENKINS, The Charter and Norms Two Years La-
ter: Towards a Resolution of Recent Canonical Dilemas, en: CLSA Proceedings 66, 2004,
pág. 127: “La derogación, cuando es requerida por un Obispo, en referencia a un caso de la
Congregación, es otorgada cuando la gravedad de la alegación requiere un proceso penal pa-
ra restituir la justicia y reformar al delincuente. De allí, que la ley formal ceda al caso indi-
vidual cuando la seriedad particular del caso lo demande. En mi experiencia, la Congrega-
ción ha aplicado la derogación de manera extremadamente justa y equitativa. La revisión ca-
so por caso resulta la manera más adecuada de proceder para resolver alegatos pasados o pre-
sentes. Podría ser que en la gran mayoría, diez años sumen el tiempo límite ideal con todas
las consideraciones tomadas. Al mismo tiempo, permitir derogaciones en los casos excepcio-
nales, para que la justicia pueda reprender a los perpetradores de esa ley criminal, no es en
sí una injusticia. La ley no puede prever todas las circunstancias…”.
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casos, pero si es así no se comprende del todo por qué dispensar del proce-
so judicial toda vez que este puede perfectamente arribar a la verdad, máxi-
me si es clara, dándole al acusado y al acusador todas las garantías que un
proceso judicial otorga. Puede ser verdad que insuma mayor tiempo, pero
no debería ser esta una dificultad insalvable si los tribunales actúan con la
celeridad que corresponde o si como ya dijimos se constituyeran tribunales
penales que traten estas cuestiones. Además, es aceptado, que todo proceso
lleva un determinado tiempo y eso a nadie debería asustar puesto que en los
tribunales estatales también se resuelven las situaciones delictivas en tiem-
pos que usualmente no son denominados cortos. Como un claro ejemplo de
esto se puede observar lo que lleva juzgar un delito de índole sexual con me-
nores y no por eso se recurre a una vía administrativa que no existe para de-
litos de esta índole.
Así las cosas, resulta del todo prudente, que las penas expiatorias per-
petuas no puedan ser impuestas sin el necesario mandato de la CDF.
Es de desear que, en principio, se respete la vía judicial en el trata-
miento de los delitos reservados y que la vía administrativa sea una excep-
ción. Si el delito consta con claridad no hay motivos para pensar que la vía
judicial no pueda llegar a determinar la comisión del delito y su imputabili-
dad y si no es así, sin duda alguna la vía judicial permitirá con mayores ga-
rantías poder arribar a la veracidad de los hechos.
Finalmente si se considera las amplias posibilidades que se otorgan
en la determinación de tomar medidas cautelares, no debería ser un proble-
ma el tiempo prudencial de un juicio penal, ya que el sacerdote puede ser
apartado, y por ejemplo en el caso de delitos sexuales con menores, no cons-
tituir ningún riesgo ni escándalo para los fieles, que comprenderán que, el
derecho canónico, como cualquier derecho otorga las garantías de una de-
fensa justa, que es un principio de derecho natural, al menos en su formula-
ción general52.
53 USCCB, Essential Norms, art. 10. Pueden verse en comparación el primer texto
de las Essential Norms, aprobado por la USCCB, en junio de 2002 y el definitivo, aprobado
en noviembre de 2002, en: Fidelium Iura 13, 2003, 146-54.
54 Cfr. L. NAVARRO, op. cit., 41.
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por la pena expiatoria que establece el c. 1336, 5º del CIC. La expulsión del
estado clerical no puede imponerse por decreto extrajudicial según el c.
1342 § 2 del CIC y c. 1402, 21 del CCEO. Además, el tribunal tendría que
ser de tres jueces cuando decida causas penales sobre los delitos que pue-
dan castigarse con la expulsión del estado clerical: c. 1325 § 1, 2º del CIC
y c. 1084 § 1, 3º del CCEO. De esta manera, la legislación universal para la
expulsión del estado clerical, requiere que se lleve a cabo el proceso judi-
cial penal que, de darse, tendría que seguir los cc. 1717-1731 del CIC y los
cc. 1468-1485 del CCEO55.
A su vez, la expulsión de un clérigo del estado clerical ex officio se-
ría contraria a la normativa del m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela,
puesto que en el art. 17 de las normas procesales se establece: “Delicta gra-
viora Congregationi pro Doctrina fidei reservata, nonnisi in processu idu-
diciali persequenda sunt56”.
No obstante, cabía la posibilidad de alguna excepción, puesto que el
Romano Pontífice –conforme a una decisión del 7 de febrero de 2003– con-
cedió a la Congregación para la Doctrina de la Fe la facultad de dispensar
el art. 17 en los casos más graves que, a juicio del Congreso de la citada
Congregación, podían ser presentados al Santo Padre para la dimisión ex of-
ficio o ser tratados mediante el rito abreviado del c. 1720. El Obispo dioce-
sano, si es del parecer que se ha de proceder a la dimisión o expulsión del
55 Cfr. F. R. AZNAR GIL, A. J. CHONG ÁGUILA, op. cit., 73-74. JUAN PABLO II, SST,
Normas sustanciales y procesales, art. 26: “Se deben aplicar en estas causas, además de lo
establecido en estas normas, a las que están obligados todos los Tribunales de la Iglesia La-
tina y de las Iglesias Católicas Orientales, los cánones sobre los delitos y las penas y sobre
el proceso penal de ambos Códigos”.
56 JUAN PABLO II, SST, Normas sustanciales y procesales, art. 17; Cfr. Z. GROCHO-
LESKI, Presentazione, en: Z. SUCHECKI (dir.), Il processo penale canonico, Roma 2003, pág.
7: No obstante, algunas excepciones, parece clara hasta el momento la posición de la Santa
Sede de mantener la dimisión ex officio como algo extraordinario y en la medida en que no
hay ninguna posibilidad de otra solución más adecuada. Tratando de las propuestas de mo-
dificar la legislación codicial para permitir la aplicación en vía administrativa de penas gra-
vísimas, como la dimisión del estado clerical, el Cardenal Z. GROCHOLESKI ha afirmado que
admitirlo sería “un fuerte retroceso en relación: a) al general progreso conseguido, con la
contribución del pensamiento cristiano, en materia de aplicación de la pena; b) a la valora-
ción de la dignidad de la persona humana o de sus derechos, de parte del Concilio Vaticano
II; c) a la determinación del Código de 1983, debilitando notablemente también la proclama-
ción del citado c. 221, del derecho fundamental en la materia; d) y para la tutela de la justi-
cia y la caridad, en cuanto el proceso administrativo no da una mayor garantía para llegar a
la certeza moral y el respeto del derecho de defensa y de aquel judicial”.
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reo del estado clerical, debía pedir a la Congregación que conmine esa pe-
na mediante decreto57.
Es oportuno recordar aquí, como antecedente, que en las normas de
la Congregación para la Doctrina de la Fe (organismo competente en aquel
momento para la dispensa del celibato), de 1971, se previó la hipótesis de
pérdida del estado clerical y dispensa del celibato ex officio, para los casos
en los que, después de una investigación atenta, se viera necesario –a causa
de su vida perversa, por errores doctrinales o por otra causa grave– expul-
sar al sacerdote del estado clerical y, a la vez, por misericordia, concederle
la dispensa de las obligaciones, para que no incurra en el peligro de eterna
condenación58.
Durante los trabajos de revisión del Código de Derecho Canónico, se
planteó la cuestión de la dimisión ex officio del estado clerical. La comisión
encargada de esa tarea recibió un proyecto relativo a la dimisión ex officio
de los diáconos que, no siendo idóneos, se negasen a solicitar la dispensa59.
La comisión codificadora decidió no admitir esa posibilidad porque podía
dar lugar a abusos y producir indefensión del clérigo60.
Las normas de 1980 no se refieren expresamente a la dimisión ex of-
ficio del estado clerical61, no obstante, proveen la posibilidad de pérdida del
estado clerical ex rescripto Apostolicae Sedis y de hecho parece ser que en
63 Cfr. A. BUSSO, La dimisión del estado clerical -ex officio- de los clérigos no idó-
neos que han cometido delito grave y rechazan pedirla pro gratia, en relación con el perío-
do de su formación sacerdotal, en: AADC 9, 2002, pág. 42.
64 Cfr. CIC 83 c. 220.
65 Cfr. CIC 83 c. 221 §3
66 T. DOYLE, The Canonical Rights, op. cit., p. 348; C. M. PADAZINSKI, Loss of Cle-
rical State. A Penalty or Rescript? Roma 1999, p. 155: este autor afirma que la dimisión ex
officio fue utilizada por la Sede Apostólica, dándose en los Estados Unidos de América, en
el año 1998, un número imprecedente de pérdidas del estado clerical sin un proceso formal,
a través de lo establecido en el c. 290, 3º; Cfr. A. D. BUSSO, La dimisión del estado, op. cit.,
p. 43, nota 11; Otro autor señala que entre 1996 y 2001 hubo 22 casos de dimisión del esta-
do clerical in poenam ex officio, in: L. NAVARRO, op. cit., 43, nota 74. Según el Prefecto de
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Exmo. Sr. Carde-
nal Jorge Medina Estévez, en la audiencia pública a profesores y alumnos de la Facultad de
Derecho Canónico de la Universidad Católica Argentina, en febrero de 1999, el procedimien-
to se había utilizado en 17 casos.
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1395– pero sí un delito para las leyes civiles; b) otras veces la acción penal
se había extinguido por prescripción, pero el clérigo permanecía en serio pe-
ligro de recaída en el comportamiento desviado, por un trastorno psicológi-
co subyacente en él; otras veces, el trastorno padecido era tan grave que la
imputabilidad había –si no quedado completamente exenta– sí disminuida de
tal manera que la grave pena de la reducción al estado laical no podía apli-
carse o era desproporcionada; c) en otros casos el clérigo se oponía a seguir
un tratamiento médico y a pedir voluntariamente el rescripto de seculariza-
ción67.
De este modo se daba solución a casos que eran de muy difícil reso-
lución mediante las normas previstas en el Código. Por tanto las “Normas
Esenciales” materializaron como una ley particular lo que hasta ese momen-
to era la praxis en determinados casos extraordinarios, en los que no era po-
sible la aplicación de las normas habituales determinadas por el Derecho.
Ahora las “modificaciones” permiten claramente y mediante una ley
presentar al Santo Padre el pedido de dimisión del estado clerical junto con
la dispensa del celibato. No dice la norma que los Obispos puedan solicitar-
lo a la CDF, tampoco lo prohíbe y sería ciertamente extraño que ésta lo hi-
ciese, al menos, sin escuchar la opinión del Ordinario, más aún entendemos
que sería lo aconsejable. No obstante, la libertad de la CDF para presentar
estos casos al Santo Padre no parece depender de la opinión de los Ordina-
rios, es decir, a tenor de la norma lo podría hacer no solo sin consultarles si-
no también en contra de la opinión de los mismos.
Dos elementos se señalan en esta normativa que deben respetarse: el
derecho de defensa y que debe resultar manifiesta la comisión del delito que
se examina. Da la impresión que el derecho de defensa se verá, cuanto me-
nos, disminuido, en estos casos. Es por ello que sería de esperar que la CDF
diese algunas pautas concretas que garanticen, en tales circunstancias, que
el derecho de defensa será escrupulosamente respetado. Es necesario que se
sepa de qué modo el acusado puede ejercer en estos casos ese derecho. No
puede dejarse de lado que este tipo de decisiones, provenientes del mismo
Santo Padre, son inapelables.
68 USCCB, NATIONAL REVIEW BOARD FOR THE PROTECTION OF CHILDREN AND YOUNG
PEOPLE. A report on the Crisis in The Catholic Church in the United States, Washington, D.C.
2004, págs. 102-103.
69 Cfr. C. ARRU, Le procedure canoniche da seguire in caso di accuse odiose nei
confronti di ministry sacri, en: Apollinaris 75, 2002, p. 808.
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CONCLUSIÓN
Habrá que esperar el transcurso del tiempo y la puesta en marcha de
estas “modificaciones” para poder realizar un juicio más completo respecto
de la eficacia de las mismas. De todos modos, da la impresión que en parte,
se puede correr el serio riesgo de que el derecho a la defensa se vea afecta-
do. Las facultades de dispensa otorgadas a la CDF y que hemos comentado
nos dejan esa sensación. La ausencia –en ocasiones– de un proceso judicial,
la dispensa del doctorado en derecho canónico de los oficiales del tribunal
y una prescripción que prácticamente no existe, son, al menos juntos, ele-
mentos que nos preocupan. No obstante habrá que confiar en el buen crite-
74 Mc. 2, 17.
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rio jurídico de la CDF que deberá velar para que las presentes normativas
aporten más eficacia y contribuyan a la claridad y a la certeza del derecho.
Finalmente nos permitimos señalar que, no obstante, no tener dudas
que la Santa Sede, busca el bien de los fieles mediante los nuevos procedi-
mientos, parece claro que estos si bien pueden llegar a contribuir a encontrar
una solución a los casos planteados, es decir cuando el delito ya se ha come-
tido, difícilmente sean un solución para enfrentar nuevos casos de abusos se-
xuales. No es un proceso más rápido ni más eficaz la solución a estos delitos
sino normas más inteligentemente severas en la selección de candidatos al
Orden Sagrado. Un gran número de casos son debidos a trastornos psicose-
xuales, que suelen conllevar problemas de control de impulsos y por tanto
creemos que difícilmente les disuada esta nueva legislación de la Iglesia.
El fin último debe ser buscar que no haya delitos, de este modo no ha-
brá necesidad de disponer de medidas tan peculiares para combatir delitos
canónicos de clérigos. Tal objetivo no será posible sin una adecuada selec-
ción de candidatos al Orden Sagrado, es de desear que en este aspecto tam-
bién se implementen modificaciones eficaces que contribuyan a la forma-
ción de un clero sano y santo.
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Dimitrios SALACHAS
1 Secondo quel principio, «ritus enim latinus propter suam praestantiam, eo quod sit
ritus Sanctae Romanae Ecclesiae omnium Ecclesiarum Matris et Magistrae, sic supra Grae-
cum ritum praevalet...» e «...latinus ritus...reliquis omnibus ritibus praeferi debet...». Cf. I.
ZUZEK, «Incidenza del “Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium” nella storia moderna
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della Chiesa universale», in Ius in vita et in missione Ecclesiae, Acta Symposii internationa-
lis iuris canonici, Edit. Vaticana 1994, 676-735.
2 AAS 82 (1990) 1033-1044.
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che altri canoni in cui, sebbene la Chiesa latina non sia espressamente no-
minata, essa viene inclusa come una Chiesa sui iuris, quantunque diversa
dai quattro tipi di Chiese sui iuris previsti dal CCEO. Riteniamo la Chiesa
latina come Ecclesia sui iuris in quanto anch’essa è retta, governata e strut-
turata secondo il proprio Codice.
Indirettamente vincolano anche i latini, soprattutto quelle autorità ec-
clesiastiche latine, vescovi e parroci, che hanno potestà di governo su fede-
li orientali loro sudditi, come avviene nei luoghi di emigrazione, dove non
è costituita una propria gerarchia per gli orientali (cf. CCEO, can. 916,§ 5).
E’ sufficiente ricorrere a tutte quelle leggi che determinano lo status giuri-
dico-pastorale degli orientali cattolici in emigrazione.
Il principio contenuto nella clausola del can. 1 CCEO è applicabile
anche al can. 1 del CIC, cioè il senso di questo primo canone nel CIC sareb-
be il seguente: I canoni di questo Codice riguardano la sola Chiesa latina, a
meno che, per quanto riguarda le relazioni con le Chiese orientali, non sia
espressamente stabilito diversamente. Infatti, anche il CIC comprende una
serie di norme che vincolano direttamente anche i fedeli orientali (cann. 111
§ 1, 112 § 2, 214, 372 § 2, 383 § 2, 450 § 1, 476, 479 § 2, 518, 535 § 2, 846
§ 2, 923, 991, 1015 § 2, 1021, 1109, 1248 § 1).
Si può dunque affermare, in base al fatto stesso della duplice codifi-
cazione e al can. 1 del CCEO e al can. 1 del CIC, che, di regola, ogni fede-
le cattolico orientale è soggetto al diritto comune della Chiesa cattolica, uni-
versale, al diritto comune delle Chiese orientali cattoliche e al diritto parti-
colare della Chiesa orientale sui iuris, alla quale è ascritto; ogni fedele lati-
no è soggetto al diritto comune della Chiesa cattolica, universale, al diritto
comune della Chiesa latina e al diritto particolare personale o territoriale (cf.
CIC, cann. 12, 13). Da segnalare, qui, che, mentre il CIC parla di leges uni-
versales intendendo le leggi della Chiesa latina, il CCEO usa il termine le-
ges iuris communis per indicare le leggi comuni alle tutte le Chiese orienta-
li. Le leges universales sono quelle che vincolano tutti i cattolici, orientali e
latini.
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d’occidente non sono sempre immuni dal sindrome di xenofobia e dal con-
cetto di praestantia ritus latini, ritenendo l’inserimento degli emigrati come
sradicazione ed assimilazione, latinizzazione, alienazione, perdita della pro-
pria identità e tradizione etnica, culturale ed ecclesiale. La diaspora di cat-
tolici di diversi riti fa correre loro il rischio di essere assimilati ai cattolici
di rito latino, soprattutto là dove la Chiesa locale si dimostra xenofoba ed
impreparata a sopportare e gestire la diversità.
Sotto il pontificato di Leone XIII emerge già una delle note rivelate-
si rivoluzionarie ed estremamente feconde per tutta la pastorale migratoria:
la tutela e la valorizzazione dei gruppi minoritari all’interno di ogni Chiesa
cattolica locale. La costituzione apostolica Orientalium dignitas del 1894
comminava la scomunica al sacerdote di rito latino che intendesse allonta-
nare i fedeli orientali dal loro rito4.
Ovviamente sotto l’aspetto sociale, gli emigrati in terra straniera per
sopravvivere dovranno inserirsi nella società che li ospita, imparare la lin-
gua, rispettare l’ordinamento giuridico locale, adattarsi agli usi e costumi lo-
cali, inserirsi in genere in un nuovo contesto sociale, cultuale, politico e re-
ligioso. Sotto l’aspetto ecclesiale, l’emigrato cattolico deve sentirsi sempre
cattolico, pronto a conservare l’unità cattolica, disposto a coesistere, parte-
cipare attivamente e condividere la realtà ecclesiale, evitando di chiudersi in
“ghetto”, in “caste”.
4 G.G. TASSELLO (a cura di), Enchiridion della Chiesa per le migrazioni. Documen-
ti magisteriali ed ecumenici sulla pastorale della mobilità umana (1887-2000), EDB, Bolog-
na 2001, págs. 22-23.
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potestà si eserciti validamente solo entro i confini del territorio delle proprie
Chiese (cf. CCEO, cann. 78, § 1 e 147), tuttavia, a norma del CCEO, can.
148, i Patriarchi hanno il diritto e il dovere di esercitare lo ius vigilantiae sui
propri fedeli in tutto il mondo. Questo ius vigilantiae consiste nel cercare le
opportune informazioni sullo stato di questi fedeli cristiani, e, dopo aver dis-
cusso della cosa nel Sinodo dei vescovi della Chiesa patriarcale, proporre
alla Sede Apostolica i mezzi opportuni da adottare per provvedere adegua-
tamente alla loro cura pastorale. Il Patriarca, dunque, può proporre alla Se-
de Apostolica, per la tutela e l’incremento del bene spirituale di questi fede-
li migranti la costituzione di centri di missioni, di parrocchie o anche di
eparchie proprie in diaspora.
Da parte sua, la Sede Apostolica per mezzo della Congregazione per
le Chiese Orientali «segue con premurosa diligenza le comunità dei fedeli
orientali che si trovano nelle circoscrizioni territoriali della Chiesa latina, e
provvede alle loro necessità spirituali per mezzo di visitatori, anzi, laddove
il numero dei fedeli e le circostanze lo richiedano, possibilmente anche me-
diante una propria gerarchia, dopo aver consultato la Congregazione com-
petente per la costituzione di Chiese particolari nel medesimo territorio»8.
In pratica, la Sede Apostolica ha applicato ed applica ampiamente questa
norma, costituendo dovunque in territori latini una gerarchia orientale: Esar-
cati apostolici o anche Eparchie (Diocesi) direttamente dipendenti dal Ro-
mano Pontefice.
tinati per fuori dei confini della Chiesa patriarcale con la presentazione de-
lla terna (CCEO, cann. 102, § 2, e 149).
Per quanto riguarda le leggi emanate dal Sinodo dei Vescovi della
Chiesa patriarcale e promulgate dal Patriarca, «se sono leggi liturgiche han-
no vigore dappertutto; se invece sono leggi disciplinari, o se si tratta di tut-
te le altre decisioni del Sinodo, hanno valore giuridico entro i confini del te-
rritorio della Chiesa patriarcale»; tuttavia ci sarebbe l’alternativa che i Ves-
covi eparchiali costituiti fuori dei confini del territorio della Chiesa patriar-
cale potrebbero dare forza di legge nelle proprie eparchie alle leggi discipli-
nari e a tutte le altre decisioni sinodali che non eccedono la loro competen-
za; se però queste leggi o decisioni sono state approvate dalla Sede Aposto-
lica, hanno valore giuridico dappertutto (CCEO, can. 150, §§ 2 e 3).
La ratio legis di queste norme è triplice: a) il principio della territo-
rialità della potestà dei Patriarchi e dei loro Sinodi; b) il patrimonio liturgi-
co è un elemento essenziale di identità e di unità di ciascuna Chiesa sui iu-
ris, ovunque costituita; c) il principio della potestà legislativa del Vescovo
eparchiale nella propria eparchia, in base alla quale una legge disciplinare
sinodale potrebbe diventare una legge eparchiale.
Tuttavia non è chiara la ratio legis della promulgazione da parte del
Sinodo di un eventuale diritto particolare che limiterebbe il voto deliberati-
vo dei Vescovi eparchiali costituiti fuori dei confini del territorio della Chie-
sa patriarcale, come anche della distinzione tra leggi liturgiche e leggi dis-
ciplinari, poco comprensibile in una visuale teologica e canonica orientale.
CONCLUSIONI E PROSPETTIVE
Il fenomeno della mobilitazione dei popoli dall’oriente all’ occidente
e dall’occidente all’ oriente, e in particolare –dal secolo scorso ad oggi– la
massiccia emigrazione di milioni di fedeli cattolici di varie Chiese sui iuris
e tradizioni orientali dall’Est e Centro Europeo e dal Prossimo e Medio
Oriente ha avuto un duplice effetto positivo: Da una parte, è stato provvi-
denziale per i Cattolici di tradizione latina il contatto con i loro fratelli
Orientali, ed hanno progressivamente preso coscienza della cattolicità della
Chiesa universale, – da non identificare con la Chiesa Latina –. D’altra par-
te, gli stessi Orientali prendono maggiormente coscienza della loro duplice
identità, cioè di essere Orientali e allo stesso tempo Cattolici, come anche
della loro specifica missione ecumenica:
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1. Diritto da osservare
Quanto alla celebrazione del sacramento del matrimonio, il diritto da
osservare nei matrimoni tra una parte cattolica latina e una parte cattolica
orientale è stabilito nei due Codici e nella l’Istruzione Dignitas Connubii,
pubblicata il 25 gennaio 2005 dal Pontificio Consiglio per i Testi Legislati-
vi, previa approvazione del Sommo Pontefice.
Sia il CCEO, nel can. 778, sia il CIC, nel can. 1058, prescrivono che
possono celebrare il matrimonio tutti coloro ai quali non è proibito dal di-
ritto. Inoltre, sia il can. 1059 del CIC sia il can. 780 § 1 del CCEO stabilis-
cono che «il matrimonio dei cattolici, anche se una sola parte è cattolica, è
regolato non solo dal diritto divino, ma anche da quello canonico, salva res-
tando la competenza dell’autorità civile circa gli effetti puramente civili del
matrimonio».
Ovviamente, per «matrimonio dei cattolici» nel CCEO s’intende que-
llo dei cattolici orientali, e nel CIC quello dei cattolici latini. Per «diritto ca-
nonico» nel CCEO s’intende quello orientale, comune e particolare (cann.
1493, 1490-1491). Per «diritto canonico» nel CIC s’intende quello latino, co-
mune e particolare (cann. 11-13). Inoltre, da notare, che tra le due discipline
matrimoniali, orientale e latina, ci sono delle differenze in materia di impe-
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«ai diaconi sono imposte le mani non per il sacerdozio ma per il servizio»,
aggiunge che «appartiene al diacono, secondo le disposizioni stabilite dalla
competente autorità, amministrare solennemente il battesimo [...] e in nome
della Chiesa assistere e benedire il matrimonio [...]».
Riteniamo, invece, salvo migliore giudizio, che il diacono latino non
può benedire il matrimonio sia tra una parte latina e una parte orientale, sia
tra due orientali, perché contrario alla tradizione teologica e canonica delle
Chiese orientali. I sacri canones dei primi secoli non permettono al diaco-
no di benedire il matrimonio. Sembra che la Lett. Apost. Omnium in men-
tem i forma di “Motu Proprio” del 15.12.2009, art. 2, condivida questa tesi,
in quanto afferma che, «coloro che sono costituiti nell’ordine dell’episcopa-
to o del presbiterato ricevono la missione e la facoltà di agire nella persona
di Cristo Capo, i diaconi invece vengono abilitati a servire il popolo di Dio
nella diaconia della liturgia, della parola e della carità». Comunque, per evi-
tare ogni discussione, sarebbe opportuno in pratica che gli Ordinari delegas-
sero solo un sacerdote in questi casi.
Quanto alla celebrazione del matrimonio fra cattolici orientali o fra
una parte cattolica orientale e una parte cattolica latina o fra una parte cat-
tolica latina e una parte ortodossa davanti a un fedele laico latino, in virtù
del can. 1112 § 1 del CIC, gli autori sostengono che tale matrimonio sareb-
be invalido, per mancanza di rito sacro, dato che il fedele laico non può es-
sere ministro del rito sacro, essendo questa potestà, nella disciplina orienta-
le, connessa con l’ordine sacro.
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lar “Pergratum mihi”, fechada el 25 de marzo de 1904, hay una referencia expresa al motu
proprio “Arduum sane munus”. Son de esta opinión, J. LLOBELL; E. DE LEÓN; J. NAVARRETE,
Il libro “De processibus” nella codificazione del 1917. Studi e documenti (Giuffré, Milano,
1999), I, p. 34 n. 30. Para una historia de la codificación canónica de 1917, por todos puede
verse C. FANTAPPIÈ, Chiesa romana e modernità giuridica, I: L’edificazione del sistema ca-
nonistico (1563-1903); II: Il Codex Iuris Canonici (1917) (Milano, Per la storia del pensie-
ro giuridico moderno 76, Giuffrè Editore, 2008), con bibliografía actualizada.
9 La nómina de sus integrantes en ASS 36 (1903-1904), p. 551.
10 Antiguo profesor en el Instituto Católico de Paris, entonces arzobispo titular de
Cesarea y secretario de la S. Congregación de asuntos eclesiásticos extraordinarios, a quien
se le nombró al mismo tiempo presidente de la Comisión de consultores. Posteriormente se-
ría hecho cardenal.
11 En la decisión cuarta el Papa manifestaba su deseo de que todo el episcopado,
conformándose a las reglas que serían dadas en tiempo oportuno, colaboraran y concurrieran
a esta obra tan importante: “IV. Volumus autem universum episcopatum, iuxta normas oppor-
tune tradendas, in gravissimum hoc opus conspirare atque concurrere”.
12 ASS 36 (1903-1904), págs. 603-604.
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dentro de los cuatro meses siguientes, en pocas palabras, las principales modi-
ficaciones y correcciones que debían hacerse al derecho canónico en vigor13.
En la misma circular se comunicaba a los obispos que, por decisión
del Santo Padre, los obispos de cada nación tenían la facultad de escoger y
enviar a Roma, a su costo, uno o dos especialistas en derecho canónico o
teología, que pudiesen formar parte del grupo de consultores; si preferían
escoger uno de los que ya habían sido nombrados consultores por los carde-
nales, podían encargarles que los representara para someter a discusión y
defender sus proposiciones en las reuniones de los consultores; incluso, po-
dían nombrar a alguno de su nación que, residiendo fuera de Roma, pudie-
se, por correspondencia, aportar de alguna manera a los consultores el apo-
yo de su colaboración.
La respuesta de los obispos del mundo latino fue amplia, contándose
entre ellas la de numerosos obispos latinoamericanos, incluidos los argenti-
nos. Se calcula en aproximadamente cinco mil el número de personas que
fueron consultadas por lo que, no sin razón, se ha dicho que el trabajo de
consulta a los obispos fue como un concilio ecuménico por corresponden-
cia. El numeroso material reunido fue sistematizado en un volumen que per-
maneció inédito, bajo la dirección del consultor Bernardino Klumper, con el
título “Postulata Episcoporum in ordine digesta”14. Posteriormente se agre-
gó un segundo volumen, más breve que el anterior, con sólo 68 páginas, im-
preso en 1908 con el título “Appendix ad Postulata Episcoporum”, reprodu-
cido igualmente por Bernardino Klumper15 en el que se recogen, probable-
mente, las respuestas llegadas con retraso, cuando el primero de estos volú-
menes ya estaba en prensa. Ninguno de los dos volúmenes llegó a empas-
tarse y su circulación quedó estrictamente restringida a los consultores, de
manera que no fueron conocidos fuera de ellos. Preciso es tener presente,
sin embargo, que no todos los “postulata” fueron recogidos por Klumper;
de hecho, los “postulata” del arzobispo de Buenos Aires no aparecen reco-
gidos en ninguno de los dos volúmenes elaborados al efecto. No tengo una
explicación para esta omisión, salvo la constatación de que ella existe, co-
mo sucede con la de otros episcopados. En cuanto a los que fueron inclui-
dos, el consultor fue incorporando lo que consideraba de utilidad o cambió
de colocación las sugerencias iniciales, por lo que la consulta a los docu-
mentos originales se hace indispensable para poder conocer con precisión lo
sugerido por los obispos16.
Como ha sido puesto de relieve17, estos “postulata” reflejan el sentir
del episcopado mundial en lo que se refiere a la codificación y permiten co-
nocer cuáles eran las preocupaciones y los problemas que les interesaban a
los inicios del siglo XX, no sólo de orden jurídico, sino también eclesioló-
gico, disciplinar, pastoral, etc.; desde esta perspectiva, los “postulata” cons-
tituyen una útil manera de aproximarse a las realidades de las iglesias loca-
les de la época a partir de unos protagonistas tan directos como son los obis-
pos de cada una de ellas. En ellos se solicitan soluciones que, en no pocos
casos, sólo fueron adoptadas por el Concilio Vaticano II y el Código de De-
recho Canónico de 198318.
san Pío X y se hizo enviando los distintos proyectos parciales a todos los
obispos y prelados de la Iglesia latina que, de acuerdo con los cánones vi-
gentes, hubiesen debido ser convocados a un eventual Concilio Ecuménico,
incluidos los vicarios y prefectos apostólicos.
Por medio de una carta circular firmada por el cardenal Pedro Gaspa-
rri, presidente de la comisión codificadora, fechada el 20 de marzo de 1912,
se envió a los obispos y a los superiores generales de las órdenes religiosas
el proyecto de libro I, “Normae generales”, y del libro II, “De personis”, re-
cogidos los dos en un solo volumen20. Según las instrucciones que se daban
a los obispos en dicha circular, podían proceder al examen de los cánones
contenidos en cada uno de los dos proyectos valiéndose de tres expertos en
derecho canónico, clérigos regulares o seculares, pero, tanto los obispos co-
mo los consultores quedaban obligados al secreto pontificio; las observacio-
nes debían ser enviadas a la Santa Sede no más allá de los seis meses de ha-
ber recibido el proyecto. Un año después, el 1 de abril de 1913, se envió el
libro III, “De rebus”21, anunciándose el envío del libro IV, “De delictis et
poenis”22, y del libro V, “De iudicis ecclesiasticis”23, que les serían transmi-
tidos, respectivamente, el 1 de julio de 1913 y el 15 de noviembre de 191424.
La numeración de los cánones no era única y continua para todos estos pro-
yectos parciales, sino que se iniciaba en cada uno de los volúmenes. Y to-
dos ellos, con excepción del quinto, llevaban, a pie de página, notas en las
que se individualizaban la o las fuentes de donde había sido tomado el res-
29 San Juan de Cuyo fue erigido obispado en 1826 y arzobispado el 20 de abril de 1934.
30 La Plata fue erigido obispado el 15 de febrero de 1897 y arzobispado el 20 de abril
de 1934.
31 Paraná fue erigido obispado el 13 de junio de 1859 y arzobispado el 20 de abril de 1934.
32 Salta fue erigido obispado el 28 de marzo de 1806 y arzobispado el 20 de abril de 1934.
33 Santa Fe fue erigido obispado el 15 de febrero de 1897 y arzobispado el 20 de abril
de 1934.
34 Tucumán fue erigido obispado el 15 de febrero de 1897 y arzobispado el 11 de fe-
brero de 1957.
35 Mariano Antonio Espinosa nació en Buenos Aires el 2 de julio de 1844 de padres
desconocidos. Fue recogido por doña Candelaria Somellera de Espinosa y de Pino, quien le
dio el apellido de su primer esposo, don Julián Gregorio Espinosa ya fallecido. Ingresó al se-
minario arquidiocesano el 7 de febrero de 1859, continuando sus estudios en Roma, en el Co-
legio Pio Latinoamericano, donde estuvo entre marzo de 1865 y noviembre de 1869. El 11
de abril de 1868 fue ordenado presbítero en Roma. Posteriormente se doctoró en teología en
la Universidad Gregoriana. Durante el Concilio Vaticano I (1869-1870) actuó como secreta-
rio del arzobispo de Buenos Aires, Mariano José de Escalada. De regreso en Buenos Aires,
fue secretario del arzobispado entre 1870 y 1879, provisor, vicario general y canónigo. Fue
párroco de La Merced y entre 1870 y 1889 fue capellán de la capilla de Santa Lucía, en Ba-
rrancas, alcanzando gran popularidad. En 1878 realizó misiones en los territorios del sur de
Argentina y al año siguiente acompañó como capellán al general Roca en la “Conquista del
desierto”, que culminó con la ocupación de un extenso territorio. En 1877 el internuncio de
Río de Janeiro, César Rochetti, lo comisionó para gobernar la Iglesia del Paraguay, acéfala
por la guerra anterior. Su informe del 8 de mayo de ese año provocó el envío de Ángel di Pie-
tro como delegado apostólico para Argentina, Paraguay y Uruguay. Fue promovido a la Igle-
sia titular de Tiberiópolis el 15 de junio de 1893, siendo consagrado el 22 de octubre de ese
año. Al crearse el obispado de La Plata pasó a ocupar dicha sede el 24 de abril de 1898 don-
de llevó adelante una gran labor pastoral. Participó en el Concilio Plenario de América Lati-
na (1899) en el que actuó como juez de excusas y relator. Fue promovido al arzobispado de
Buenos Aires el 24 de agosto de 1900, tomando posesión de su nueva sede el 18 de noviem-
bre de 1900. “Fue el prelado argentino más descollante de su época por su virtud y austeri-
dad, celo apostólico y misionero, dotes de gobierno y sentido práctico de la realidad”. Falle-
ció el 8 de abril de 1923 cuando el nuevo Código de Derecho Canónico llevaba algunos años
de vigencia. P. GAUDIANO, Presidentes, relatores y miembros del Concilio Plenario de Amé-
rica Latina, en PONTIFICIA COMMISSIO PRO AMERICA LATINA, Los últimos 100 años de la
evangelización en América Latina. Centenario del Concilio Plenario de América Latina
(Ciudad del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 2000), págs. 751-752, con bibliografía.
36 Juan Sinforiano Bogarín, nació en Mbuyapey, junto al Tebicuary-mí, compañía de
Ñanduruguá, diócesis de Paraguay, el 21 de agosto de 1863, quedando huérfano de niño co-
mo consecuencia de la guerra de la Triple Alianza, por lo que fue criado por una tía materna
en Arecayá, donde aprendió a cultivar la tierra, e hizo sus primeros estudios, los que siguió
en el seminario conciliar de Asunción, siendo ordenado presbítero el 24 de febrero de 1886.
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En los años siguientes fue cura rector de la catedral y secretario del obispado. El 21 de sep-
tiembre de 1894 fue elegido para el obispado de Paraguay, siendo consagrado por el obispo
salesiano Luis Lasagna el 23 de febrero del año siguiente, pasando a ser el obispo más joven
de América Latina. En su calidad de obispo de Asunción del Paraguay participó el Concilio
Plenario de América Latina (1899). Durante 54 años rigió una diócesis cuyos límites, duran-
te la mitad de su gobierno, coincidían con los de Paraguay. Una de sus grandes preocupacio-
nes fue el seminario conciliar por la escasez de sacerdotes que encontró al inicio de su go-
bierno episcopal. Otra de sus preocupaciones fue la paz, condenando con energía la violen-
cia; de hecho, durante sus 54 años de gobierno episcopal se sucedieron 30 presidentes. Cuan-
do la diócesis de Asunción del Paraguay fue elevada a arzobispado, Pío XI (1922-1939) lo
preconizó su primer arzobispo. Ejerció una amplia labor pastoral, especialmente entre los
campesinos, llevó numerosas congregaciones religiosas a su diócesis, creó no pocas parro-
quias y organizó las primeras asociaciones de apostolado laical. Además de alentar el perio-
dismo católico, luchó contra la masonería, el laicismo, el comunismo y los diversos proyec-
tos de ley contrarios al Evangelio, como el de divorcio. Cuando murió el 25 de febrero de
1949, a los 85 años de edad, era el decano de los obispos católicos en ejercicio. El mejor elo-
gio se lo brindó “L’Osservatore Romano”, según el cual “sus realizaciones representan cuan-
to de más meritorio se ha obrado en los cuatro primeros siglos de existencia que lleva la dió-
cesis del Paraguay”. P. GAUDIANO, cit. (n. 35), págs. 740-741, con bibliografía.
37 Reginaldo Domingo Toro, O.P., había nacido en San Miguel de Tucumán el 31 de
julio de 1839, siendo bautizado el 2 de agosto siguiente con el nombre de Ángel José, nom-
bre que cambió por el de Reginaldo Domingo cuando comenzó su noviciado en la Orden de
Predicadores (dominicos), el 3 de enero de 1859. Hizo su primera profesión el 6 de enero de
1860 y fue ordenado presbítero el 20 de agosto de 1862. Se recibió de lector en 1864, ense-
ñando filosofía y después teología durante 15 años, alcanzando el título de maestro. Fue uno
de los más valiosos artífices de la reforma de la Orden, en la que desempeñó diversos cargos:
maestro de novicios, prior del convento de Córdoba (1870-1872), prior provincial (1877, ree-
legido en 1881); asistió al capítulo general convocado en Lovaina (1885). En 1886 fundó la
congregación de las Hermanas Dominicas de San José. Fue preconizado obispo de Córdoba
el 1 de junio de 1888, siendo consagrado el 19 de agosto siguiente. Hizo visitas pastorales y
frecuentes misiones en su diócesis. Fue el primer obispo de Córdoba en hacer personalmente
la visita ad limina lo que hizo en 1892, obteniendo de León XIII (1878-1903) la coronación
de la imagen de Nuestra Señora del Milagro, lo que se llevó a cabo solemnemente el 1 de oc-
tubre de 1892. También obtuvo la designación de dos obispos auxiliares, Uladislao Castella-
no y Rosendo de la Lastra, a quienes, por ser promovidos, les siguieron Aquilino Ferreira y
Filemón Cabanillas. Creó el diario católico cordobés “Los Principios”, cuyo primer número
apareció el 22 de abril de 1894. En su calidad de obispo de Córdoba participó en el Concilio
Plenario de América Latina (1899) en el que fue juez de querellas. El 25 de octubre de 1900
sufrió en la Villa de Santa Rosa un ataque de apoplejía que lo dejó mudo, insensible y medio
paralítico. Llevado a Córdoba, obtuvo de León XIII en 1902 autorización para celebrar senta-
do, posición que era en él la habitual. Sólo pudo hacerlo una vez. Falleció el 21 de agosto de
1904. GAUDIANO, Pedro, cit. (n. 35), págs. 780-781, con bibliografía.
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de 1904, hacen improbable que haya sido consultado; tenía, empero, dos
obispos auxiliares: Aquilino Ferreyra y Álvarez38 y Filemón Cabanillas39.
Obispo de San Juan de Cuyo, era Marcelino del Carmelo Benavente, O.P.40,
electo el 7 de enero de 1899. Al frente del obispado de La Plata estaba Juan
Nepomuceno Terrero y Escalada41 desde el 7 de diciembre de 1900. Obispo
de Paraná era Rosendo de la Lastra y Gordillo42 desde el 16 de enero de
1898. Obispo de Salta era Matías Linares y Sanzetenea43, elegido el 16 de
54 Juan Martin Yáñez (Jañiz) y Paz nació en Córdoba el 23 de octubre de 1840. Pío
X (1903-1914) lo eligió obispo de Santiago del Estero el 7 de febrero de 1910, siendo con-
sagrado el 8 de mayo de 1910. Tomó posesión de la diócesis el 17 de mayo siguiente. Murió
como obispo de Santiago del Estero el 6 de abril de 1926.
55 Luis María Niella nació en Corrientes el 24 de abril de 1854. Ordenado presbíte-
ro el 2 de febrero de 1879. Pío X (1903-1914) lo nombró obispo de Corrientes el 3 de febre-
ro de 1911, siendo consagrado el 4 de junio del mismo año. Falleció siendo obispo de Co-
rrientes el 30 de noviembre de 1933.
56 Barnabé Piedrabuena nació en Tucuman el 10 de noviembre de 1863. Fue orde-
nado presbítero el 31 de mayo de 1886. Pío X (1903-1914) lo nombró obispo auxiliar de Tu-
cumán y titular de “Cestrus” el 16 de diciembre de 1907, siendo consagrado el 31 de mayo
de 1908. El mismo Pontífice lo nombró obispo de Catamarca el 8 de noviembre de 1910, dió-
cesis de la que tomó posesión el 20 de abril de 1911. Pío XI (1922-1939) lo nombró obispo
de Tucumán el 11 de junio de 1923, tomando posesión de su nueva diócesis el 31 de octubre
del mismo año. Renunció el 17 de diciembre de 1928 siendo nombrado el mismo día obispo
titular de “Callinicum dei Maroniti”. Murió el 11 de junio de 1942 como obispo emérito de
Tucumán.
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1. Propuestas generales
2. Cabildo eclesiástico
Cuatro de las 13 propuestas se refirieron al cabildo eclesiástico y to-
das ellas dejaban ver tensiones entre los obispos y sus respectivos cabildos.
No era una novedad de la Iglesia argentina, pues las mismas tensiones se ha-
bían advertido en el Concilio Plenario de América Latina de un modo más
generalizado, mostrando los obispos preocupación por fijar bien las compe-
tencias de los canónigos y dejar clara la libertad episcopal para conferir los
diversos beneficios73.
tulo valiesen por sí mismos todos los negocios expedidos por el obispo y
que el consejo nunca fuese necesario a menos que se tratase de la destitu-
ción o castigo de los canónigos.
El Código de Derecho Canónico, sin embargo, no se hizo eco de es-
tas propuestas, pues exigió el “consentimiento” del cabildo eclesiástico pa-
ra que el obispo pudiere tomar algunas decisiones, especialmente en mate-
ria patrimonial78.
3. Matrimonio
Cuatro de las 13 proposiciones del prelado se refirieron al matrimo-
nio, las propuestas que iban de la quinta a la octava. Las veremos en el mis-
mo orden.
86 Los obispos de las diócesis de Arras (Francia) y de San Alberto (Canadá), ibid.,
págs. 170, 168.
87 Los obispos de la región de Calabria (Italia), ibid., p. 170.
88 Los padres de las provincias de Poznan (Polonia), de Salzburgo (Austria) y de Ta-
rragona (España), y los obispos de la región Beneventana (Italia), ibid., págs. 176, 178.
89 El obispo de Kandi (Benin), ibid., p. 174.
90 Conc. Trid., sess. 24 de ref. matr. c. 1. Es el famoso capítulo Tametsi.
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d) Matrimonios mixtos
La última de las propuestas referidas al matrimonio, la octava en la
ordenación general, se refería a una situación específica en relación con los
matrimonios mixtos: “que cuando el párroco no pueda conseguir que en los
matrimonios mixtos no vayan los contrayentes antes o después al ministro
protestante, pueda permanecer pasivo y no obstante esto autorizar el matri-
monio a fin de impedir muchos pecados que se seguirían de la negativa del
párroco, pues se contentarían con el sólo matrimonio protestante de los
contrayentes”.
El tema había sido abordado expresamente por el Concilio Plenario de
América Latina que en su artículo 591 prevenía a los párrocos, ni aún des-
pués de obtenida la dispensa, de “asistir a un matrimonio mixto, si los novios
tienen intención de presentarse, antes o después, a un ministro no católico”;
si ya lo habían hecho, correspondía al párroco llevar el asunto al obispo pa-
ra que éste tomara las providencias, después de haber absuelto a la parte ca-
tólica de las censuras en que había incurrido y haberle impuesto una saluda-
ble penitencia. Esta disciplina la conservó el Código de Derecho Canónico
que abordó expresamente el tema disponiendo que, aunque se hubiese con-
cedido dispensa del impedimento de mixta religión, no podían los cónyuges,
“ni antes ni después de haber contraído matrimonio ante la Iglesia, presen-
tarse también, personalmente o por medio de procurador, al ministro acató-
lico, como ministro de un culto, para otorgar o renovar ante él el consenti-
miento matrimonial” (can. 1063 § 1). Conforme a ello, si al párroco le cons-
97 F. R. AZNAR GIL, El nuevo derecho matrimonial canónico (2ª ed., Salamanca, Pu-
blicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, 1985), págs. 86-87; EL MISMO, Derecho
matrimonial canónico, I: Cánones 1055-1094 (Salamanca, Publicaciones Universidad Pon-
tificia de Salamanca, 2001), págs. 72-80; P, ADNÉS, De matrimonio infidelium qui convertun-
tur, en Periodica 67 (1978), págs. 73-80.
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taba con certeza que los esposos iban a quebrantar o habían quebrantado ya
dicha ley, no debía asistir a su matrimonio “a no ser por causas gravísimas,
evitando el escándalo y consultando antes al ordinario” (§ 2). El quebranta-
miento de esta ley suponía para la parte católica la excomunión latae senten-
tiae reservada al ordinario del lugar (can. 2319 § 1 n° 1).
Como se ve, la propuesta argentina no fue acogida en los términos su-
geridos por el prelado, pero le proporcionaba una solución al dejar entrega-
da al párroco la resolución del tema, facultándolo para asistir a este tipo de
matrimonios; pero, para hacerlo, debía no sólo tomar en cuenta las limita-
ciones, no menores, de que hubiera causas gravísimas y se evitara el escán-
dalo, sino que, además, debía consultar al ordinario, con lo cual le corres-
pondía a éste una directa participación, si bien la resolución final quedaba
entregada al párroco.
4. Propuestas varias
Además de las anteriores, el arzobispo de Buenos Aires presentó otras
tres propuestas referidas a temas diversos entre sí.
pus que, con el transcurso del tiempo hicieron pasar el principio de emen-
dación a un decidido primer plano en el espíritu de la Iglesia. Es por lo que
algunas sanciones, como la confiscación de bienes, estaban a principios del
siglo XX abolidas por las leyes y costumbres98.
La propuesta del prelado argentino coincidía con las sugeridas por
otros episcopados, algunos de los cuales99 pedían que las penas se acomo-
daran a las costumbres modernas; o que se discurriesen nuevos modos de
castigar a los sacerdotes incorregibles100; o que se revisaran las penas ecle-
siásticas para adecuarlas a los tiempos modernos101. Fue una de las tareas
que tuvieron que asumir los codificadores, por lo que bien puede decirse
que la genérica propuesta de los prelados argentinos tuvo eco en ellos.
bían dictarse en los concilios provinciales y, en todo caso, era menester pa-
ra su fuerza legal y ejecución, que concurriese el asenso y aprobación de la
autoridad civil competente. Y poco años antes de la propuesta bonaerense,
el 10 de junio de 1896, la S. Congregación del Concilio104, había reiterado
esta disciplina al declarar que no debía dejarse a disposición de cada obis-
po el señalar las tasas que hubieran de regir en las respectivas diócesis, an-
tes bien se tratara de eso en los Concilios provinciales o en las asambleas de
obispos, bajo la condición de fijar, en cuanto fuera posible, una tasa unifor-
me para cada provincia eclesiástica. El Concilio Plenario de América Lati-
na, refiriéndose a esta norma, había pedido expresamente que se observase
“al pie de la letra” (art. 862) y su texto lo incluyó en el apéndice105.
Se trataba, pues, de una práctica no sólo vigente al momento de ha-
cerse este “postulatum”, sino hondamente arraigada en la Iglesia, por lo que
hubo algunos episcopados que pidieron, precisamente, una acomodación de
la tasa “Inocentiana” a los tiempos modernos y una mayor uniformidad en
las diócesis de una provincia eclesiástica o de una nación106. Es por lo que
la sugerencia argentina no era de fácil acogida, como de hecho no lo fue,
pues el canon 1507 del Código de Derecho Canónico dispuso que pertene-
cía “al concilio provincial o a la asamblea de obispos de la provincia el fi-
jar las tasas que se han de pagar en toda la provincia eclesiástica por los
varios actos de la jurisdicción voluntaria o por ejecutar los rescriptos de la
Sede Apostólica o con ocasión de administrar los sacramentos o sacramen-
tales”; la norma agregaba que dichas tasas carecían de todo valor si antes no
eran aprobadas por la Sede Apostólica107.
otra manera. Lo mismo se entienda de las misas rezadas que por primera vez
se celebran después de la muerte, con invitaciones por los diarios”.
Parece que hasta el siglo X no se celebró de un modo general la mi-
sa pro defunctis, si bien hay documentos que permiten entender que con an-
terioridad ya se celebraba la Misa por los difuntos o en su recuerdo108. La
regla general establecida por la Iglesia era atribuir a la parroquia propia el
derecho de celebrar los funerales de sus feligreses, lo que era del todo razo-
nable porque, como lo decía Bonifacio VIII (1294-1303) en el Sexto 109, “en
ella tenía el difunto costumbre de oír la divina palabra y de recibir los san-
tos sacramentos”. La regla, obviamente, no era absoluta y había no pocas
excepciones, algunas debidas a la decisión libre de la persona que elegía el
lugar de sus funerales, otras a disposiciones del mismo derecho.
Tres eran los derechos que correspondían al párroco cuando fallecía
un parroquiano: el “ius sepeliendi”, el “ius funeribus interveniendi” y el “ius
emolumenta ex funeribus provenientia percipiendi”110. El derecho de inter-
venir en los funerales de un parroquiano lo tenía incluso cuando no le co-
rrespondiese el derecho a enterrarlo en su parroquia, en cuyo caso debía dar-
le su bendición antes de que se extrajese de su casa y acompañarlo hasta la
sepultura111; era la razón por la que, aunque el parroquiano falleciese en un
monasterio, ya casualmente ya como huésped, el párroco debía ser llamado
para sus funerales112. Por su parte, el derecho a recibir los emolumentos no
era menor, pues en algunos lugares eran, si no el único, al menos un ingre-
so importante para la sustentación de los párrocos. Porque era claro que “es-
tos derechos corresponden a la parroquia a que pertenecía el muerto y no
otra”113.
108 M. GARRIDO BOÑANO, O.S.B.; A. PASCUAL DÍEZ, O.S.B., Curso de liturgia roma-
na (Madrid 1961), p. 422.
109 VI, 2, 3, 12. La cita es de S. ALONSO MORÁN, O.P., [Comentario al canon 1216],
en A. ALONSO LOBO, O. P.; L. MIGUELEZ DOMÍNGUEZ; S. ALONSO MORÁN, O. P., Comenta-
rios al Código de Derecho Canónico con el texto legal latino y castellano, II: cánones 682-
1321 (Madrid, Bac, 1963), p. 804.
110 D. CRAISSON, Manuale totius juris canonici (6a ed., Pictavii, 1880), II, p. 48.
111 J. DEVOTI, Instituciones canónicas (Valencia, 1830), p. 208.
112 D. CRAISSON, cit. (n. 110), p. 53.
113 J. DONOSO, Manual del párroco americano o instrucción teolójico-canónico-le-
gal, dirijida al párroco americano i particularmente al chileno, sobre sus derechos, faculta-
des i deberes, i cuanto concierne al cabal desempeño del ministerio parroquial (2ª ed., Val-
paraíso, 1862), p. 136.
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118 El tema no ofreció mayores dificultades en el futuro, salvo algunas dudas pun-
tuales que fueron aclaradas por decisiones de los dicasterios romanos. Cf. BARGUILLIAT, De-
rechos y deberes de los párrocos y sus vicarios según el Código de Derecho Canónico y las
novísimas instrucciones pontificias (trad. del francés Manuel Rovira, Barcelona, 1921), págs.
201-206.
119 Se puede ver en el anexo 3.
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prelados argentinos a los proyectos parciales del Codex, salvo la breve car-
ta que he referido la que, en todo caso, no contiene ninguna observación es-
pecífica al contenido del proyecto de libro V.
ANEXO
224
versa condición de los ca- / tólicos en las distintas diócesis de esta pro- / vin-
cia eclesiástica.
10° Que las misas de cuerpo presente solo puedan / hacerse en la pa-
rroquia del finado, lo mismo / que el primer funeral a no ser que por testa-
/ mento lo hubiera dispuesto de otra manera. / Lo mismo se entienda de las
misas rezadas que por / primera vez se celebran después de la muerte, / con
invitaciones por los diarios. /
11° Que nunca esté el obispo obligado a pedir // [3] el consentimien-
to del cabildo eclesiástico sino sola- / mente el consejo y eso cuando lo cre-
yere necesario. /
12° Como en la América Latina las parroquias no / son veri nominis ta-
les, pues no se dan por concur- / sos y los curas son nombrados ad nutum epis-
copi, / que no se precise el consentimiento del cabil- / do eclesiástico para la
desmembración de las / parroquias antiguas y erección de las nuevas. /
13° Que se supriman los cabildos eclesiásticos, /capitula canonico-
rum, como ya se hace en las / nuevas diócesis que se van erigiendo sin ellos
/ y en vez de ellos que el obispo tenga su con- / sejo de tres sacerdotes a los
cuales consulte en los / casos que crea de importancia o de dudosa solución,
/ pues los canónigos se creen como los diputados al / parlamento nacional,
nombran comisiones lo /mismo que en la Cámara de Diputados, son por / lo
general irrespetuosos, insolentes y atrevidos / con los obispos y se jactan de
serlo así: basta / que el obispo quiera hacer una cosa para que / lo contradi-
gan, son opositores por sistema, per- / turbadores de la paz, publican lo que
se trata en sus // [3vta] acuerdos, son fautores de discordia entre el clero / y
los obispos y un real y verdadero tormentum / episcoporum, con gran escán-
dalo de los seminaristas, / del clero joven y del pueblo fiel y triunfo de los
mal- / vados que de nada se alegran tanto como de esta / oposición de los
canónigos a los obispos, cuidan- / do los mismos canónigos rebeldes a la au-
toridad / eclesiástica de hacer publicar en los diarios sus desa- / venencias
con el prelado, dándose naturalmente / la razón a sí mismos, por lo que su
supresión / sería un gran servicio a la Santa Iglesia y faci- / litaría a los obis-
pos el cumplimiento de su / divina misión. /
Con este motivo me es grato besar / la sagrada púrpura de V. S. R. y
repetirme / su affmo. Servidor / +Mariano Antonio / arzobispo de Buenos
Aires. /
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225
NOTAS
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F anuario 227-322 p 7/16/11 4:39 PM Page 229
Hugo H. CAPPELLO
INTRODUCCIÓN
Se me ha pedido que exponga sobre la figura jurídica del Promotor
de Justicia en el proceso penal canónico. Con la especial recomendación de
que aborde todos los aspectos prácticos y concretos de la cuestión, sin omi-
tir aquellos aspectos teórico-científicos que sean necesarios tratar.
En el presente estudio abordaré, en primer lugar, el proceso penal ca-
nónico, puesto que este es el marco amplio de referencia para que podamos
luego centrar la atención en la naturaleza y la acción (o misión) del Promo-
tor de Justicia. Esa es la segunda parte. Mientras que, en la tercera parte, in-
dicaré las situaciones concretas y el modo en que tiene que actuar este mi-
nistro de los tribunales eclesiásticos.
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1 El c. 1362 establece que la acción criminal prescribe, como norma general, a los tres
años para todos los delitos. Se exceptúan los delitos reservados a la Congregación para la Doc-
trina de la Fe, con el plazo establecido para cada delito (nº 1); además los delitos del clérigo
o religioso que atentan matrimonio civil (c. 1394); el que comete homicidio (c. 1397) y el que
procura el aborto (c. 1398), prescriben a los cinco años (nº 2). Finalmente, los delitos castiga-
dos por una ley particular, prescriben según lo establece la misma ley particular (nº 3).
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1. Naturaleza jurídica
El canon 1430 establece que la función propia del P.J. es “velar por
el bien público”. De modo que, si en una causa contenciosa se advierte que
está implicado el bien público, el P.J. debe hacerse presente en dicha causa
y actuar de modo que pueda promover todo lo que beneficie o favorezca ese
bien público, y a la inversa, oponerse a todo lo que pueda ir en detrimento
del bien público. Igualmente es preceptivo que actúe en toda causa o proce-
so penal. Ya dije anteriormente que, según el canon 1721,1, las causas de ín-
dole penal no pueden sustanciarse si no toma la iniciativa acusatoria el P.J.
En las causas contenciosas en las que se afecta de algún modo la salvación
de las almas, el bien público ciertamente queda afectado de algún modo. Y,
ciertamente, en las causas penales, en las que se procura proteger los bienes
que tienen mayor relevancia pública en la Iglesia, reclaman la presencia y
acción del P.J.
En el proceso penal siempre se aplicarán, además de aquellos cáno-
nes que le son propios, aquellos de los juicios en general y del juicio con-
tencioso ordinario, como también todas aquellas normas especiales acerca
de las causas que hacen referencia al bien público (canon 1728,1).
2. Antecedentes históricos
En cuanto a los antecedentes históricos del P.J. no están en el Dere-
cho romano, ya que en los procesos criminales se tenía en cuenta la acusa-
ción popular. Su más remoto antecesor lo encontramos en Francia, a partir
del s. XIII, donde, en paralelismo con los reyes que constituyeron a los pro-
curadores para que defendieran sus derechos y bienes y persiguieran a los
que cometían crímenes, los obispos crearon la figura del “promotor”, con la
finalidad de perseguir a los cometían delitos en el fuero eclesiástico y tam-
bién para proteger los derechos de los huérfanos, viudas y abandonados. Se-
gún el reconocido procesalista Roberti7, el P.J. tal como lo entendemos hoy,
aparece en tiempos del Papa Inocencio III (1198-1216), cuando se introdu-
jo en la Iglesia el proceso inquisitivo y se deslindó perfectamente la función
del juez respecto de la del inquisidor. Todavía no se hablaba en aquellos
tiempos de “promotor”. El término de promotor, aplicado al inquisidor, apa-
rece en tiempos del Papa Gregorio IX (1227-1234). A mediados del s. XIII
ya se convierte en un oficio estable. Siglos más tarde, será el Papa Benedic-
4. En la legislación vigente
1. A tenor del canon 1435 el nombramiento del P.J. como también el
de Defensor del vínculo, corresponde al obispo diocesano. El obispo dioce-
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8 J. J. GARCÍA FAÍLDE, Nuevo Derecho Procesal Canónico, Salamanca 1984, pág. 67.
Mientras que J. L. LÓPEZ ZUBILLAGA, en Derecho Canónico II, sostiene lo contrario. Ver pág,
332.
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1502 y 1504. Esto quiere decir que el escrito deberá indicar ante qué juez se
introduce la causa; qué se pide y contra quién se pide; el derecho en que fun-
da su petición; y, al menos de forma general, los hechos y pruebas que po-
see para fundamentar la acusación. Además indicará la fecha, el lugar, el do-
micilio o cuasi domicilio del imputado, y firmando el escrito, de modo que
guarde las formalidad es que requiere el acto (canon 1721).
2. Tiene que dar se parecer al Ordinario antes de que éste, con el fin
de evitar escándalos, defender la libertad de los testigos y garantizar el buen
curso de la justicia, tome una serie de previsiones y cautelas acerca del acu-
sado (canon 1722).
3. Puede renunciar a la instancia en cualquier grado del juicio, sea por
mandato o con el consentimiento del Ordinario que tomó la decisión de ini-
ciar el proceso penal. Para la validez, la renuncia del P.J. debe ser aceptada
por el reo, a no ser que éste haya sido declarado ausente del juicio (canon
1724). Conviene aquí recordar cuanto se dijo sobre el particular en torno a
la perplejidad que suscita esta norma y sobre la cual ya expresé cuál puede
ser su justificación jurídica.
4. Puede apelar contra la sentencia dictada, siempre que considere
que no se ha provisto suficientemente a la reparación del escándalo o a la
restitución de la justicia (canon 1727).
5. Hasta aquí presenté la figura del P.J. y su actuación propia y espe-
cífica en el proceso penal, tal como lo establece el C.I.C. vigente. Sin em-
bargo, es insoslayable mencionar las recientes últimas modificaciones que
se han introducido en esta materia y que, digámoslo con claridad, introdu-
cen cambios verdaderamente sustanciales en la normativa vigente. Los re-
sumiré en los puntos siguientes:
A) Un rumbo nuevo en la regulación penal canónica lo marcó el Mo-
tu proprio de Juan Pablo II, titulado: “Sacramentorum sanctitatis tutela”
(2001), mediante el cual el Romano Pontífice atribuía a la Congregación pa-
ra la Doctrina de la Fe, la competencia para tratar y juzgar en el ámbito del
ordenamiento canónico una serie de delitos considerados particularmente
graves9.
10 Según el citado c., la acción criminal se extingue por prescripción a los 3 años.
Excepto aquellos delitos reservados a la Congreg. para la Doctrina de la Fe. Los delitos del
clérigo o religioso que atenta matrimonio civil (c. 1394); el que comete homicidio (c. 1397)
y del que procura el aborto (c. 1397), prescriben a los 5 (cinco) años.
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11 Quedan excluidos para actuar en estos procesos, por tanto, los LAICOS. Aquí se
modifica cuanto expresa el c. 1435
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INTRODUCCIÓN
Al comienzo del tercer milenio, y precisamente en el ámbito de su ex-
pansión original, América del Sur, los países de este continente se encuen-
tran inmersos en las reflexiones y actos conmemorativos en torno a su pro-
ceso independentista iniciado hace doscientos años atrás. La Argentina no
es ajena a este fenómeno. Las connotaciones que presentan estas reflexio-
nes se insertan en un diálogo histórico con características profundamente
culturales. No se trata de referir sucesos acontecidos o textos legales sancio-
nados, si no volver a pensar en los hechos fundadores de nuestra nacionali-
dad penetrando en las ideas de quienes concibieron un proyecto de país pa-
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Británica de una perfecta e ilimitada libertad de conciencia, y del ejercicio de su religión pú-
blica o privadamente en las casas de sus morada, o en las capillas y sitios de culto destina-
dos para dicho fin; en conformidad con el sistema de tolerancia establecido en los dominios
de su Majestad” (cf. E. RAVIGNANI, Asambleas constituyentes constituyentes argentinas,
Buenos Aires 1937-1939, III, pág. 1286).
8 Estas tres últimas citas pertenecen al discurso del Doctor Funes en la sesión secre-
ta del Congreso del 15 de febrero de 1825. Se encuentra en el Archivo General de la Nación,
Biblioteca Nacional, ms. 6251; en A. TONDA, El pensamiento teológico del deán Funes, II (la
Iglesia y el Estado), Santa Fe, 1984, págs. 171 y 172.
9 Ibidem, pág. 174.
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artículo no crea ninguna ley, sino que otorga una gracia a los inmigrantes in-
gleses, y además, requiere la aprobación de los respectivos gobiernos pro-
vinciales para su aplicación efectiva en cada provincia. Finalmente el deán
cordobés vota por la negativa. Es oportuno aclarar que el doctor Gregorio
Funes va al Congreso General de 1824 en carácter de diputado de la provin-
cia de Córdoba, habiendo recibido las siguientes instrucciones: “1º. No pu-
diendo dudar el voto de la Nación en punto de Religión, después de haber-
se declarado tantas veces cuantas se reunió en Asambleas y Congresos por
la Católica, Apostólica Romana con exclusión de otro culto, la Provincia de
Córdoba entra en el Congreso bajo la base de no hacerse la menor alteración
en esta Religión, que siempre sería la del Estado de las Provincias de Sud
América. 2º. Que en caso de sancionarse alteración en la creencia, cesen sus
diputados en sus funciones de tales”10.
Esta actitud del Doctor Funes no le quita “el singular mérito de ser el
primer escritor que en este estado ha promovido la libertad de cultos”, co-
mo afirma en sus datos autobiográficos11, y como le es reconocido por otros
importantes autores argentinos12.
El debate del Tratado de Amistad y Comercio con Inglaterra no es pací-
fico en el Congreso; en primer lugar porque el artículo 12 no es coherente con
los proyectos Constitucionales, y, además, porque las provincias habían dado
expresas indicaciones en contra de la libertad de culto a sus respectivos dipu-
tados. Las instrucciones recibidas por Funes no constituyen un caso aislado. A
modo de ejemplo citamos las instrucciones dadas por la provincia de Catamar-
ca a su diputado Azevedo: “En el caso de que el Congreso haya de entrar en
asuntos de religión se retiren los diputados”; la provincia de La Rioja otorga
amplias facultades a su diputado Ventura Vázquez “con la única limitación que
no puede variarse la ley fundamental, sobre que la Religión Católica, Apostó-
lica, Romana, ha de ser la única del Estado”; y las indicaciones dadas a los di-
putados de Tucumán: “La provincia no debía admitir el tolerantismo de reli-
giones”13. Para la provincia de Santa Fe es de tal importancia este punto que
decide enviar entre sus representantes a su propio párroco el Dr. D. José de
Amenábar con el objeto principalísimo “de que el Congreso sancionase como
la primera de sus Leyes la observancia de la Religión Católica, con exclusión
de todo otro culto público y privado, y que en consecuencia se abra comunica-
ción con la Silla Apostólica, como es de absoluta necesidad”14.
A pesar de estas precisas instrucciones se opta por ratificar el debatido
artículo 12, pero reduciendo la aplicación exclusivamente a la provincia de
Buenos Aires y dejando a las demás provincias “en plena libertad de adoptar
o no la tolerancia”15. Las provincias rechazaron casi unánimemente el trata-
do16, y Buenos Aires, considerando que la ratificación del art. 12 le afecta só-
lo a ella, el 12 de octubre de 1825 extiende por una ley la libertad de culto a
todos los habitantes de la provincia, y no sólo a los ciudadanos ingleses. Esa
ley establece: “Art. 1. Es inviolable en el territorio de la Provincia el derecho
que todo hombre tiene para dar culto a Dios Todopoderoso, según su concien-
cia; Art. 2. El uso de la libertad religiosa queda sujeto a lo que prescriben la
moral, el orden público y las leyes existentes del país”17.
Sólo en la provincia de San Juan se intenta introducir la libertad de
culto. Se sanciona el 6 de julio de 1825 un texto legal de características
constitucionales para la mencionada provincia, conocido como Carta de
Mayo de San Juan. El 15 del mes siguiente es promulgada por el Goberna-
dor Salvador María Del Carril. En dos de sus artículos dice:
18 En C. BRUNO, El Derecho Público de la Iglesia en la Argentina, II, op. cit., pág. 66.
19 Las personas que componen el poder ejecutivo deben ser católicas, un mínimo de
dos tercios de la legislatura deben pertenecer también a esta religión, etc. (cf. C. BRUNO, His-
toria de..., IX, op. cit., pág. 90).
20 AAEESS, Argentina, Pos. 4, Fasc. 14, págs. 21 y 22.
Esta carta, y la que citaremos inmediatamente, fueron enviadas a la Secretaría de Es-
tado por los respectivos destinatarios.
21 Ibidem, pág. 13. Mons. Mastai formó parte de la comitiva que acompañó a Mons.
Muzi en su visita a América a principios de 1820. Allí conoció al clero del antiguo virreina-
to del Río de la Plata, y desde entonces mantiene correspondencia con algunos sacerdotes de
esa zona, que le informan las novedades.
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tas que la figura de Rosas presenta en la historia argentina. Como señala Ra-
vignani, “ni con Rosas, ni contra Rosas”, para confiar luego que “mis con-
vicciones sobre el procedimiento a seguir, para exponer integralmente nues-
tra historia, me conducen a apartarme de la disyuntiva. Existe una tercera y
única solución: conocer a fondo lo que se ha dado en llamar la «época de
Rosas»”31. Y ya se lo considere “un producto social a pesar de ser abomina-
ble”32, o se enaltezca su patriotismo trayendo a colación el gesto del liber-
tador José de San Martín de la ofrenda de su gloriosa espada, no puede ne-
garse que la descripción del obrar político del dictador porteño es tarea di-
fícil, sobre todo “por lo controvertidos que son la figura y el accionar de
Juan Manuel de Rosas”33. Estas consideraciones permitirán entender el
cambio que dará la política religiosa de Rosas con el paso de los años.
El nuevo gobernador de Buenos Aires, en quien las provincias habían
delegado las Relaciones Exteriores del estado hasta tanto se concrete y or-
ganice su unión definitiva por medio de una Constitución, viene a represen-
tar el pensamiento y los intereses federales. Y si bien provoca una cruel per-
secución a los unitarios, todavía hoy se discute si su política puede encua-
drarse realmente dentro del planteamiento federal. Sin duda, como ya he-
mos señalado, realiza a su modo la pacificación y unidad nacional, y con
“una empírica y peculiar concepción del federalismo”34 consigue la estabi-
lidad y constituye una cierta garantía contra los excesos lesivos al orden pú-
blico35.
Luego de esta referencia genérica a Rosas que venimos haciendo y
que demuestra lo controvertida que es su figura36, nos limitaremos a tratar
los rasgos importantes de su política religiosa que incidan en el objeto de
nuestro estudio.
31 E. RAVIGNANI, Rosas. Interpretación real y moderna, Buenos Aires, 1970, pág. 51.
32 J. M. ESTRADA, La política liberal bajo la tiranía de Rosas, Buenos Aires, 1955,
pág. 1.
33 W. ANSALDI,, Rosas y..., op. cit., pág. 7.
34 H. GALMARINI, Del fracaso unitario al triunfo federal. 1824-1830, Buenos Aires,
1977, pág. 115.
35 Cfr. J. INGENIEROS, Evolución de ideas argentinas, II, Buenos Aires, 1920, pág.
182.
36 Cfr. B. GONZALEZ ARRILI, La tiranía y la libertad. Juicio histórico sobre Juan Ma-
nuel de Rozas, Buenos Aires, 1970.
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2. Intervención de Rosas
El Fiscal enrecia su postura regalista en su segundo dictamen, pues
citando las leyes de Indias recuerda “la diligente atención que debe ponerse
43 Segunda vista del Fiscal, 11 de diciembre de 1830; en Ibidem, pág. 46. Todo este
segundo documento, que abarca las Págs. 44-61 del libro citado, es un compendio de argu-
mentos regalistas de la época favorables a la intervención estatal en asuntos eclesiásticos.
44 Cfr. vista del Fiscal del 24 de enero de 1831; en Ibidem, págs. 67-70.
45 Decreto del Gobierno del 31 de enero de 1831; en Ibidem, págs. 70-73. La cita co-
rresponde a esta última página; cfr. AAEESS, Argentina, Pos. 12, Fasc. 15, págs. 84-86.
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51 Provista della Chiesa di Buenos Ayres. Minuta del rapporto della sessione del 27
giugno; en AAEESS, Argentina, Pos. 22, Fasc. 18, pág. 15.
52 Sobre estos hechos cfr. C. BRUNO, Historia de la..., IX, op. cit., págs. 317-344.
53 Cf. P. AGRELO, Memorial ajustado..., op. cit., pág. 87.
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58 Cf. R. LEVENE, Manual de historia del derecho argentino, Buenos Aires, 1969,
págs. 375 y 376.
59 Cf. C. BRUNO, Historia de la..., IX, op. it., págs. 322-325.
60 Cf. Ibidem, págs. 344-354; R. LEVENE, Manual de..., op. cit., pág. 376; J. ZURET-
TI, Nueva historia..., op. cit., pág. 243.
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A MODO DE CONCLUSIÓN
No quisiera terminar sin recoger unas palabras de Mariano Moreno,
quien señalaba: “si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede, y lo
que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar al-
gún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de
tiranos, sin destruir la tiranía”.
Las reflexiones vertidas en este trabajo en el que pretendimos hacer
salir del olvido documentos y voces de hace 200 años relativos al tema de
67 Sobre estos hechos cfr. BRUNO, C., Historia de la ..., IX, op. it., págs. 342 y 343.
68 CARTA de Mons. Mastai a Mons. Frezza, Secretario de Estado, del 16 de noviem-
bre de 1835; en AAEESS, Argentina, Pos. 38, Fasc. 22, pág. 73.
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.
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Fernando J. GONZÁLEZ
tiva visión de Mariano Cuevas, ni los cumplidos aportes del Padre Egaña,
por nombrar a los pioneros, han podido apaciguar las voraces vocaciones de
quienes aun hoy siguen planteando temas tales como la extensión del dere-
cho patronal. Anécdotas, episodios y personajes históricos llenan las pági-
nas de libros y publicaciones periódicas sumando hallazgos que nunca son
concluyentes. Ello se explica claramente al considerar que España elaboró
un complejo y vasto sistema para poner en acto el Ius Patronatus concedi-
do por la célebre Bula Universalis Ecclesiæ regimini, dada el 28 de julio de
15081 por Julio II, que no puede considerase y estudiarse aisladamente, si-
no como integrante de lo que se ha llamado “Bulas de Donación”
Más adelante, vendrán las Leyes de Indias y sus sucesivas recopila-
ciones que regularán la materia eclesiástica, siempre bajo el amparo de la
regalía patronal.
En este ámbito, brevemente descripto coexistía con vigor y fuerza ad-
mirables el derecho canónico. El incontenible ardor misionero despertado en
España y Europa en general, al conocerse las noticias de las miles de almas
que esperaban sedientas la conversión del otro lado del Mundo, no encuentra
paralelo histórico. Pero las misiones en manos de las órdenes, o religiones co-
mo se decía entonces, tenían su necesario sostén canónico. Se aplicaban las
normas del Corpus Iuris Canonici, pero también el derecho particular de ca-
da orden, plasmado en sus constituciones y reglas. Para los Jesuitas además,
se aplicaban las normas emanadas de las Congregaciones Generales.
Esta dualidad de fuentes, temas e intereses era fomentada desde los
claustros y obras impresas vinculadas al derecho de la Iglesia. Así uno de
los tratadistas más sobresalientes del periodo indiano expresa: “…cierta-
mente aquel que está bien versado en derecho canónico será útil para sí mis-
mo y para los demás, y será muy apto para las dignidades eclesiásticas y se-
culares, será como Aod que usaba ambas manos como derechas y su estu-
dio servirá mucho para utilidad pública…”2
Así presentada la temática que nos ocupa, se evidencia que para in-
tentar navegar por las aguas procelosas de la historia del derecho canónico
tal como se ejerció, desarrolló y aplicó en Indias, no bastará asomarse a la
De la lectura de las líneas que anteceden parece surgir claro que el de-
recho canónico indiano tuvo dos fuentes principales, las emanadas del esta-
do en tanto patrono, y las propiamente eclesiásticas.
En uno y otro caso, nos encontramos ante la clasificación primaria:
fuentes editadas e inéditas.
En cuanto hace al derecho secular indiano, sus fuentes han sido rese-
ñadas y tratadas extensamente por diversos especialistas, donde conviene
remitirse. Sin perjuicio de ello, más adelante volveremos sobre el particular
en alguna cuestión concreta. Únicamente tal vez convenga poner de mani-
fiesto la necesidad de contar con el concurso de las resoluciones locales que
pudieran haberse tomado en materia eclesiástica.
Diverso es el caso si nos referimos a la temática propiamente canóni-
ca. Un primer grupo de fuentes se encuentra conformado por las bulas y dis-
posiciones pontificias que en modo concreto han dirimido cuestiones vincu-
ladas a la administración de la Iglesia o la vida de los fieles en Indias. Esta
clasificación deberá iniciarse con la Primera Bula Inter Cætera del 3 de ma-
yo de 1493 y las siguientes del “corpus” Alejandrino. En general la docu-
mentación pontificia se encuentra publicada ya en los bularios generales, ya
en las diversas publicaciones particulares existentes, tales como la Opera
Omnia de Benedicto XIV, editada varias veces.
Un segundo grupo de normas que influyeron en la formación del de-
recho canónico de Indias provino de las Congregaciones de la Curia Roma-
na. Las más completas publicadas fueron las resoluciones de la Sagrada
Congregación del Concilio, que superaron ampliamente el centenar de vo-
lúmenes.
En la Epifanía de 1622, Gregorio XV fundó la Congregatio de Pro-
paganda Fide mediante la Bula Inscrutabili divinæ providnetiæ arcano,
otorgándole facultades tanto ejecutivas como legislativas y los primeros ele-
mentos de sostenimiento material. La influencia que esta congregación ro-
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3 Fray Antonio de Llinaz había fundado para esa época, varios colegios en España.
Un elenco completo de sus fundaciones puede verse en F. SAINZ DIEZ, “Los Colegios de Pro-
paganda Fide en Hispanoamérica”, Madrid 1969, págs. 15 y ss.
4 El texto de la mencionada Letra Patente en M. CUEVAS, “Historia de la Iglesia en
México” Texas, 1928 Tº IV, pág. 139 y ss.
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7 Esta obra es considerada la primera que sostiene la teoría del Regio Vicariato de
Indias.
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CONCLUSIÓN
Partamos de la realidad: esta cuestión no puede darse por concluida.
En efecto, solo hemos hecho una enumeración sumarísima de presupuestos
con los que resulta imprescindible trabajar para asomarse mínimamente al
derecho canónico indiano.
El periodo temporal que abarca nuestro estudio es verdaderamente
abrumador. En efecto y aunque una natural simplificación nos lleve a esti-
mar que el periodo de elaboración y aplicación del derecho canónico india-
no culminó con la emancipación, otra realidad muy diversa aparece ante la
compulsa de antecedentes. En efecto, así como el derecho hispano fue apli-
cado supletoriamente hasta la sanción del Código Civil de 1869-71, el dere-
cho canónico indiano siguió vigente hasta la promulgación del Código de
Derecho Canónico de 1917. Sin perjuicio de ello muchos principios se en-
contrarían contenidos en el cuerpo codicial. Claro ejemplo de ello era el an-
tiguo canon 1125 que hacía extensivas a la Iglesia Universal las prescripcio-
nes de las Constituciones Altitudo, Romani Pontificis y Populis de los Papas
Paulo III, San Pio V y Gregorio XIII respectivamente, referentes al privile-
gio paulino.
Ante la magnitud de la tarea que espera a quienes se interesen por la
historia del derecho de la Iglesia en esta parte del Mundo, aportamos diver-
sas hipótesis que puedan servir para mantener viva la esperanza de poder
ofrecer una sistematización científica adecuada para llevar a término la obra
que tenemos por delante.
Falta de medios, pérdida y destrucción de archivos civiles y eclesiás-
ticos, inadecuada formación profesional de agentes, y mil otros inconve-
nientes nos encontraremos en el camino que apenas pretende replantearse.
Comencemos pues, por identificar las fuentes de la ciencia que pre-
tendemos abordar, individualicemos las obras de las necesitamos valernos y
los archivos que merecen ser relevados, que Dios da los trabajos y la fuer-
za para cumplirlos.
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I. INTRODUCCIÓN
La unidad y la comunión plena en la Iglesia católica son cualidades
que adornan a las Iglesias orientales católicas: ellas han logrado alcanzar la
unidad y la mantienen en comunión tras no pocas dificultades, tanto por fac-
tores no eclesiales como eclesiales. Por ello estas Iglesias conforman la uni-
dad y comunión católicas perseverando fieles a sus propias tradiciones.
Toda Iglesia oriental ha de mostrarse fiel a su propio patrimonio. El
mismo Concilio Vaticano II se mostró garante de las tradiciones orientales
al señalar: “Sepan y tengan por seguro tosdos los orientales que pueden y
deben conservar siempre sus propios ritos litúrgicos y su disciplina, y que
no se deben introducir cambios sino por razón del propio progreso orgáni-
co”1. Por ello: “es deseo de la Iglesia católica que las tradiciones de cada
Iglesia particular o rito se conserven y se mantengan íntegras, y quiere
igualmente adaptar su forma de vida a las distintas necesidades de tiempo
y lugar”2. La tarea de conservar las tradiciones orientales corresponde no
sólo a los católicos orientales sino también a los que pertenecen al “Rito La-
tino”.
1 OE 6; cf UR 15-17.
2 OE 2.
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cepto San Gregorio, salvado por su nodriza cristiana, que huyó a Cesarea,
donde recibió educación cristiana. Allá se casó y tuvo dos hijos honrados
como santos, Aristakes y Vartan. Pasado mucho tiempo, volvió a Armenia
acompañando al rey Tirítades III. Éste, después de haberse opuesto a la fe
cristiana, cedió bajo la influencia de San Gregorio, al que envió a Cesarea,
donde fue recibido por el Obispo Leoncio, el cual, habiendo convocado a
sus 20 obispos ayudantes, eligió y consagró a San Gregorio como primer
Obispo-Patriarca de los Armenios. Tomó la posesión canónicamente como
patriarca de toda Armenia en la ciudad Ardasciad. Mantuvo su cargo duran-
te 25 años. Organizó la Iglesia Armenia, consagró nuevos obispo y creó 15
diócesis. Gracias a él cesaron las persecuciones de los cristianos.
Su sucesor San Aristakes, su hijo, participó en el. Concilio de Nicea
en el año 325. Le sucedió su hermano San Vartan, y el de éste su hijo San
Hussig, asesinado poco después por orden del rey Tiran. En el año 354 su-
bió al trono patriarcal un sobrino de San Gregorio, San Narsés. Convocó en
el año 365 el primer sínodo de la Iglesia Armenia en Ardasciad. En este sí-
nodo se dieron reglas para los monjes armenios, exhortaciones a los segla-
res y sanciones a los libertinos. Además del cuidado de las almas, como ca-
beza de la Iglesia Armenia, cumplía cargos públicos y le correspondía la ad-
ministración de la justicia. Hizo pactos de amistad con los emperadores
Constancio II y Valente I. Murió envenenado por el rey Pap.
En el tiempo del Patriarca San Isaac, hijo de San Narsés elegido en el
año 387 por el rey Cosroes III, Armenia fue dividida entre Bizancio y Per-
sia. San Isaac, junto con su colaborador San Mesrop, organizó, dirigió y ani-
mó la obra de la invención del alfabeto armenio, con lo que empezó nuevo
ciclo literario para Armenia. En esta época comenzaron las celebraciones li-
túrgicas en armenio, fue traducida la Biblia. San Isaac introdujo el celibato
obligatorio para los obispos. Por cuatro años (426-430) fue depuesto por el
rey de Persia. Muere en el año 439.
La Iglesia Armenia no estuvo representada en el Concilio de Calce-
donia (451) contra el monofisismo, por causa de la guerra (duró hasta el año
484) contra los Persas que querían imponer al “mazdeísmo” en Armenia. El
emperador Anastasio I en el año 506 envió al Patriarca Bapken (490-514) el
Henotikon5. Fue convocado el Sínodo de Dvin (506-507) y allí empezó la
Con esta táctica, cargada con calumnias, y por medios simoníacos (ya
que se compraron las dignidades eclesiásticas), diversos eclesiásticos subie-
ron a la Sede Patriarcal. Fuertes por el apoyo del poder civil, éstos entrega-
ron al brazo seglar a muchos obispos, eclesiásticos y notables armenios de
fe calcedonense, es decir, católicos.
Azarian (1881-1899): Monseñor Azarian fue secretario y Vicario General de Su Beatitud Ha-
sounian. Le sucedió en 1881. Fue uno de los más brillantes Patriarcas que tuvo la Iglesia Ar-
menia Católica en el siglo XIX. Convocó en el año 1890 un sínodo, donde fue redactado un
código canónico armenio. Roma tomó un examen el código, pero no lo confirmó. Lleva a ca-
bo muchas empresas que sin su gran habilidad y prudencia no se hubieran realizado en tan
poco tiempo, ni del mismo modo. Su actuación en pro del Pontificio Colegio Armenio en Ro-
ma, lo transforma en el verdadero organizador del colegio; aplica la misma conducta con el
Instituto Patriarcal de Bzommar. El Sultán lo nombra su embajador personal para represen-
tar a Turquía y al gobierno en el Jubileo de Oro del Papa León XIII y enviarle sus regalos,
entre ellos el epitafio de Abercio [Epitafio de gran valor para la historia de la Iglesia primi-
tiva, lleva el nombre de Abercio, obispo de Gerápolis en Frigia. Es del año 180-200. En su
texto simbólico cristiano Abercio llama a la Comunidad (Iglesia) de Roma “una Reina ves-
tida de oro y sandalias de oro” a donde él había sido enviado para ver al Santo Padre.] Mue-
re en 1899 a la edad de 73 años; Pablo Bedrós XI Emanuelian (1899-1904): Nacido en Mar-
din, en 1829, obispo de Cesarea en 1881. A pesar de su salud quebrantada y corto pontifica-
do Su Beatitud Emanuelian, gran conocedor del idioma y de las leyes turcas, supo proteger
las diócesis y las instituciones armenio católicas que actuaban en el Imperio Otomano, man-
tener la paz, crear escuelas y promover las obras de caridad a favor de los desamparados so-
brevivientes de las masacres de 1895-1896. Muere el 5 de abril de 1904; Pablo Bedrós XII
Sablaghian (1904-1910): El pontificado de Su Beatitud Sablaghian, que se inicia el 18 de
abril de 1904, coincide con los grandes acontecimientos que ocurren en el Imperio Otoma-
no, la llegada al poder del partido Unión y Progreso de los Jóvenes Turcos. La nueva cons-
titución turca, la euforia de las minorías que creen rotas las cadenas de la esclavitud, euforia
que cae cuando las masacres de Adana y alrededores provocan 30.000 víctimas armenias. Se
dedica a la organización de los seminarios de Bzommar y de Roma, donde se preparan los
sacerdotes del Patriarcado. El Patriarca visita sus diócesis y los centros culturales de la co-
munidad, pensativo y preocupado quizás, si acaso no estarán en acecho las fuerzas de las ti-
nieblas para destruir la eclosión maravillosa de la cultura armenia en Estambul, su sede, y en
las diócesis armenias de Turquía. Dios llama a su fiel servidor afines de marzo de 1910; Pa-
blo Bedrós XIII Terzian (1910-1931): Monseñor Terzian, arzobispo de Adana es elegido Pa-
triarca el 24 de abril de 1910. Presentimiento quizás del Papa San Pío X cuando al recibir,
ello de noviembre de 1911, al nuevo Patriarca y a los Padres Sinodales, les exhorta a termi-
nar, lo antes posible, los trabajos sinodales y regresar a sus diócesis, por los malos vientos
que estaban soplando en el ámbito internacional. A su Beatitud le tocó vivir los momentos
más gratos y más desgraciados de la historia de la Iglesia Armenio Católica. El 20 de octu-
bre de 1911 Su Beatitud consagra nueve Obispos; preside el Sínodo Armenio del Patriarca-
do con la participación de 19 Obispos, del 23 de octubre al lO de diciembre de 1911, obra
magistral este sínodo en vigencia hasta hoy; promueve y asiste a la beatificación del sacer-
dote Gomidás Keumurgian, el 23 de junio de 1929. A estas faustas fechas se agregan las san-
grientas fechas de 1815 a 1920, cuando ve la destrucción de todas las diócesis de Cilicia, de
Armenia Menor, de Armenia Mayor y del Cáucaso, el martirio de numerosos obispos, sacer-
dotes, religiosos y religiosas. Frente a este vacío operado en la jerarquía armenia se decide,
en el Sínodo de Roma de 1928, el regreso de la Sede Patriarcal de Estambul a su cuna, a su
primera Sede en El Líbano, Bzommar. Su Beatitud Terzian muere el 15 de diciembre de
1931, en Roma; Avedis Bedrós XIV Arpiarian (1931-1937): A su Beatitud Mons. Terzian, ha-
biendo renunciado a su cargo de Patriarca en abril de 1931, le sucede Mons. Avedis Arpia-
rian, un venerable anciano de 76 años. Había nacido en Aguin, cerca de Jarpert, el 13 de abril
de 1855. Ordenado sacerdote en 1884, es nombrado vicerrector del Pontificio Colegio Arme-
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nio. Muy joven es elegido obispo. Considerado sospechoso al gobierno turco por su apelli-
do (10 mismo tenía el periodista revolucionario Arpiar Arpiarian) se refugia en el Convento
de Bzommar, donde lo vemos como rector del seminario en 1907. Se enriquece con él, el pla-
no de estudios con nuevas asignaturas: historia natural, fisica, química, botánica, geología,
álgebra, geometría, arqueología, patrología y retórica. Manda a muchos alumnos a perfeccio-
nar sus estudios en las mejores escuelas de los Jesuitas, los Franciscanos y los Asuncionistas
de Estambul, a la Universidad Urbana de Roma (1912), a Universidad San José de Beyrouth
(1913) etc. Elegido Obispo de Marash se hace querer como Pastor dispuesto dar su vida por
sus ovejas. Cuando los franceses abandonaron Marash, en 1920 le ofrecen llevarlo con ellos.
El buen Pastor les contesta “donde está mi grey, allá me quedo yo” y es el último en dejar
Marash. Refugiado en Beyrouth, actuaba como Vicario Patriarcal. En su pontificado de seis
años fue un buen padre para sus sacerdotes y fieles, asistido en la administración por Mons.
J. Naslian, uno de los obispos más doctos que tuvo la Iglesia Armenia Católica. Muere en
septiembre de 1937; Gregorio Bedrós XV Agagianian (1937-1962): Nacido en Ajaltzja, 18
de septiembre de 1895, a la edad de 21 años era ya doctor en Filosofia y Teología; en 1917
se ordena de sacerdote; en 1919 se doctora en Derecho Canónico; en 1922 es Rector del Pon-
tificio Colegio Armenio de Roma y profesor de filosofia y luego de teología en la Universi-
dad Urbana. Obispo en 1935, es elegido Katolicós - Patriarca con el voto unánime de los
electores el 30 de noviembre de 1937. Por su humildad, caridad y tacto conquista la estima
y la admiración de Patriarcas y Obispos, de presidentes y ministros, por el mundo entero. Le
tocó vivir la segunda guerra mundial, llegando con su caridad discreta y silenciosa a las más
humildes familias; y su palabra sirvió de aliento al sufrido Pueblo Armenio por causa de gue-
rra. El 18 de febrero de 1946, el Papa Pío XII lo crea Cardenal y le confia el importantísimo
ministerioen la Sagrada Congregación de la Propagación de la Fe. Como Patriarca fue un
gran constructor de seminarios, de orfanatos, de iglesias, de clubes, etc. Visitó las institucio-
nes armenias del mundo entero, llegando hasta Brasil y Uruguay en 1955. Se ocupó de la si-
tuación de los desterrados. Sus cartas pastorales, sus conferencias y sus sermones dirigidos
a los armenios eran una ayuda espiritual enorme para todo el pueblo armenio. Su cargo en la
Santa Sede no le dejaba tiempo para cumplir con su cargo de Patriarca y renuncia al Patriar-
cado el 23 de agosto de 1962. Vivió nueve años más y muere en olor de santidad el 16 de
mayo de 1971. Estas fueron las palabras que dijo un ministro en Armenia al hablar del Car-
denal Agagianian: “toda Armenia lloró a su gran hijo, al mejor embajador que tuvo nuestra
Nación para hacer conocer y glorificar el nombre armenio en todos los rincones de la tierra”;
Ignadiós Bedrós XVI Batanian (1962-1976): Nace el 15 de febrero de 1899 en Mardin. Se
ordena sacerdote el 29 de junio de 1921. Es consagrado Obispo de Bagdad en 1933, en Bey-
routh. Cuando Mons. Agagianian es elegido Patriarca, lo nombra Vicario General del Patriar-
cado, cargo que cumplió con una fidelidad y devoción ejemplar. Al renunciar el Cardenal
Agagianian a su cargo de Patriarca, Mons. Batanian le sucede en 1962. Participa al Concilio
Vaticano II. Construye el orfanato de Andjar, que lleva el nombre de Card. Agagianian. Fue
el primer Patriarca que visitó Armenia y trató con las autoridades de la Patria de la posibili-
dad de mandar sacerdotes armenios católicos para los fieles que viven en el suelo armenio
desde siglos y para los recién repatriados. Renunció en 1976, a la edad de 77 años; Hmayak
Bedrós XVII Guedikian (1976-1982): Su Beatitud Guedikian es el primer religioso mekhita-
rista que llega a ser Patriarca. Es elegido Vicario General del Patriarcado el 8 de abril de 1971
; consagrado obispo en Roma el 31 de mayo de 1976, fue elegido Katolicós -Patriarca por el
Sínodo de los Obispos Armenios Católicos reunidos en Roma, el 2 de julio de 1976. Estan-
do en la sede en El Líbano, su Patriarcado se ejerció en un país medio destruido y desarticu-
lado por la guerra civil. Ordenó la construcción de nuevos centros religiosos y culturales
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(iglesias y clubes) en los suburbios de Beyrouth, hacia Antillás, donde se habían refugiado
muchos armenios. Experto en derecho canónico, en liturgia y tradiciones armenias. Visitó
dos veces las colonias armenias de la Argentina, Uruguay y Brasil durante su pontificado.
Llegado ala edad canónica, renunció en 1982; Hovannés Bedrós XVIII Kasparian: Nació en
El Cairo, Egipto, el 20 de enero de 1927. Después de efectuar sus estudios primarios en El
Cairo, ingresó, en 1943, en el Seminario de Bzommar, El Líbano, donde terminó los estudios
secundarios. En 1946 fue enviado al Pontificio Colegio armenio de Roma donde cursó los
estudios filosóficos y teológicos en la Universidad Gregoriana. Fue ordenado Sacerdote el 13
de abril de 1952. Ejerció su apostolado como Prefecto del seminario de Bzommar y luego,
de 1952 a 1953, como Vicerrector del Pontificio Colegio armenio de roma. En este periodo
obtuvo el Bachillerato en Derecho Canónico en la Universidad de Letrán. Vuelve después a
Bzommar como Vicerrector del Seminario. Actuó como párroco en El Cairo, su tierra natal,
de 1957 hasta su elección, en diciembre de 1972, como Arzobispo de Bagdad, Iraq. Fue con-
sagrado Obispo el 25 de febrero de 1973 por manos de Su Beatitud Ignadiós Bedrós XVI Ba-
tanian. El 5 de agosto de 1982 el Sínodo de Obispos Armenios Católicos, reunidos en Roma,
eligió al Arzobispo de Bagdad, Mons. Hovannés Kasparian, como nuevo Katolicós- Patriar-
ca de todos los armenios Católicos. Su Beatitud asumió el nombre de Hovannés Bedrós
XVIII Kasparian, y fue entronizado el 12 de septiembre de 1982, fiesta de la Santa Cruz. Hoy
es Patriarca Emérito y reside en El Líbano. Hizo dos visitas pastorales en la Argentina: en
1983 y en 1988.
8 Con respecto a la terminación “ian” de los apellidos armenios, se trata de un ele-
mento fruto de la influencia de la cultura irania, es el genitivo plural iranio que significa: “fa-
milia de”. Cf. N. BOULGUORDJIAN-TOUFEKIAN, Los Armenios en Buenos Aires, La reconstruc-
ción de la identidad (1900-1950). Ed. Centro Armenio, Buenos Aires 1997. 11-47.
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1. La “Divina Liturgia”
Al principio, dos anáforas, de carácter secundario, que llegaron en
nombre de San Gregorio el Iluminador y de San Isaac el Grande (siglo V),
son en realidad, anáforas prebizantinas de San Basilio.
Después de la introducción de la lengua armenia, la Divina Liturgia
es conocida por los escritores bajo el nombre de San Atanasio, que quizás
debiera atribuirse más oportunamente a San Gregorio Nacianceno. Esta se-
lección para la obra litúrgica se cree fue hecha por el patriarca Juan Manta-
guni a fines del siglo V.
En esta liturgia, compuesta sobre fondo de una antigua liturgia de San
Basilio, con elementos de tradiciones capadocianas y también sirias, resal-
ta el elemento de la liturgia propiamente dicha de San Juan Crisóstomo, so-
bre todo en la primera parte, es decir, en la parte de la Misa de los Catecú-
menos.
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Se trata, en todos los casos, de verdades a las que puede acceder la ra-
zón natural y que son necesarias para comprender la fe. A la vez, la garan-
tía de la asistencia divina hace posible que el dato de fe permita a la razón
trascender sus propios límites4.
Esas verdades, que pertenecen de suyo al orden de la razón, son –por
tanto– afirmadas y enseñadas en modo definitivo, sin que encuentren su
fundamento inmediato en las fuentes bíblicas.
4 CDF, Instrucción Donum Veritatis sobre la vocación eclesial del teólogo, del 24 de
marzo de 1990: 15. Para poder cumplir plenamente el oficio que se les ha confiado de ense-
nar el Evangelio y de interpretar auténticamente la revelación, Jesucristo prometió a los pas-
tores de la Iglesia la asistencia del Espíritu Santo. El les dio en especial el carisma de la in-
falibilidad para aquello que se refiere a las materias de fe y costumbres. El ejercicio de este
carisma reviste diversas modalidades. Se ejerce, en particular, cuando los obispos, en unión
con su cabeza visible, en acto colegial, como sucede en los concilios ecuménicos, proclaman
una doctrina, o cuando el Romano Pontífice, ejerciendo su función de Pastor y Doctor supre-
mo de todos los cristianos, proclama una doctrina “ex cathedra”. 16. El oficio de conservar
santamente y de exponer con fidelidad el depósito de la revelación divina implica, por su misma
naturaleza, que el Magisterio pueda proponer “de modo definitivo” enunciados que, aunque no
estén contenidos en las verdades de fe, se encuentran sin embargo íntimamente ligados a ellas, de
tal manera que el carácter definitivo de esas afirmaciones deriva, en ultimo análisis, de la misma
Revelación.Lo concerniente a la moral puede ser objeto del magisterio auténtico, porque el Evan-
gelio, que es palabra de vida, inspira y dirige todo el campo del obrar humano. El Magisterio,
pues, tiene el oficio de discernir, por medio de juicios normativos para la conciencia de los fie-
les, los actos que en si mismos son conformes a las exigencias de la fe y promueven su expresión
en la vida, como también aquellos que, por el contrario, por su malicia son incompatibles con es-
tas exigencias. Debido al lazo que existe entre el orden de la creación y el orden de la redención,
y debido a la necesidad de conocer y observar toda la ley moral para la salvación, la competen-
cia del Magisterio se extiende también a lo que se refiere a la ley natural. Por otra parte, la Reve-
lación contiene enseñanzas morales que de por si podrían ser conocidas por la razón natural, pe-
ro cuyo acceso se hace difícil por la condición del hombre pecador. Es doctrina de fe que estas
normas morales pueden ser ensenadas infaliblemente por el Magisterio. 17. Se da también la
asistencia divina a los sucesores de los Apóstoles, que ensenan en comunión con el sucesor
de Pedro, y, en particular, al Romano Pontífice, Pastor de toda la iglesia cuando, sin llegar a
una definición infalible y sin pronunciarse en “modo definitivo”, en el ejercicio del magiste-
rio ordinario proponen una enseñanza que conduce a una mejor comprensión de la Revela-
ción en materia de fe y costumbres, y ofrecen directivas morales derivadas de esta enseñan-
za. Hay que tener en cuenta, pues, el carácter propio de cada una de las intervenciones del
Magisterio y la medida en que se encuentra implicada su autoridad; pero también el hecho
de que todas ellas derivan de la misma fuente, es decir, de Cristo que quiere que su pueblo
camine en la verdad plena. Por este mismo motivo las decisiones magisteriales en materia de
disciplina, aunque no estén garantizadas por el carisma de la infalibilidad, no están despro-
vistas de la asistencia divina y requieren la adhesión de los fieles.
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8 Traducido al castellano, dice: Creo también con fe firme todo aquello (ea omnia:
todas aquellas cosas) que se contiene en la palabra de Dios escrita o ‘entregada’ (es decir,
recibida o contenida en la Tradición) y que es propuesto por la Iglesia para ser creído como
divinamente revelado, sea por juicio solemne o por el Magisterio ordinario y universal.
9 Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. Dei Filius, cap. 3 (DS 3011); CONC. VATICANO
II, Const. Lumen Gentium, n. 25; C.I.C., can. 749 y 750.
10 Sobre este punto, cf., p. ej., CONCILIO VATICANO II, Const. Dei Verbum, nn. 8-10.
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11 CIC83, can. 750: “Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se con-
tiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir en el único depósi-
to de la fe encomendado a la Iglesia y que además es propuesto como revelado por Dios, ya
sea por el magisterio solemne de la Iglesia ya sea por su magisterio ordinario y universal,
que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio;
por tanto todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria.”
12 CIC83 can. 1364: “§ 1. El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en
excomunión latae sententiae, quedando firme lo prescrito en el c. 194 § 1, 2; el clérigo pue-
de ser castigado además con las penas enumeradas en el c. 1336 § 1, 1º, 2º y 3º; § 2. Si lo
requiere la contumacia prolongada o la gravedad del escándalo, se pueden añadir otras pe-
nas, sin exceptuar la expulsión del estado clerical.” [can. 194 § 1, 2º: “Queda de propio de-
recho removido del oficio eclesiástico (…) quien se ha apartado públicamente de la fe cató-
lica o de la comunión de la Iglesia”; can. 1336 § 1, 1º, 2º y 3º: “Además de otras que pudie-
ra establecer la ley, las penas expiatorias susceptibles de afectar al delincuente perpetua-
mente o por un tiempo determinado o indeterminado, son las siguientes: 1º la prohibición o
mandato de residir en un determinado lugar o territorio; 2º la privación de la potestad, ofi-
cio, cargo, derecho, privilegio, facultad, gracia, título o distintivo, aun meramente honorífi-
co; 3º la prohibición de ejercer los actos que se enumeran en el n. 2º, o la prohibición de
ejercerlos en un determinado lugar o fuera de un lugar determinado; pero estas prohibicio-
nes nunca son bajo pena de nulidad”.]
13 Traducido al castellano dice: Además, con religioso asentimiento (religioso obse-
quio) del entendimiento y de la voluntad, adhiero a las enseñanzas (o doctrinas) enunciadas
ya por el Romano Pontífice ya por el Colegio de los obispos, al ejercer su Magisterio autén-
tico, aunque no tengan la intención de proclamarlas con un acto (de magisterio) definitivo.
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14 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen Gentium, n. 25; CIC83, cánn. 752 y 753.
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18 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos en visita ad limina,
15-X-1988, n. 4. Por ejemplo, si un Papa en una encíclica –que no contenga una definición ex
cathedra– propone una doctrina como definitiva, y esa misma doctrina la predican a la vez o
después la totalidad moral de los obispos también como definitiva, entonces se trata de una
enseñanza infalible del Magisterio ordinario universal, aunque no sean infalibles en sí mismos
ninguno de los actos singulares con que es enseñada. Por otra parte, también es infalible la
proclamación de que el alma de un determinado fiel difunto goza ya de la gloria celestial y,
por tanto, puede (beatificaciones) o debe (canonizaciones) recibir culto público (lo contrario
equivaldría a sostener que el Papa puede inducir por error a la Iglesia a un culto falso).
19 Cf. CDF, Declaración Mysterium Ecclesiae, 24-VI-1973, n. 3.
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V.- CONCLUSIONES
El examen de los tres párrafos finales de la Profesión de Fe nos han
permitido dar respuesta a la primera de las preguntas formuladas al princi-
pio: en qué medida y de qué modo el fiel católico ha de prestar su adhesión
a las enseñanzas magisteriales.
Pero también hace posible dar respuesta al segundo interrogante: si
cabe la posibilidad de objetar en conciencia una enseñanza magisterial que
zanja una cuestión hasta ese momento controvertida o que presenta vacila-
ciones entre los autores católicos.
No cabe duda alguna de que los fieles tienen el derecho y, en ocasio-
nes, también el deber de manifestar a los Pastores su opinión, sobre todo en
cuestiones en las que tienen particular competencia. Así lo expresa el canon
212 §§ 2 y 3 (CCEO 15). Pero el apartado § 1 del mismo canon, también
expresa la necesaria adhesión de los fieles a lo que los Pastores declaran co-
mo maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia20
De esa manera, habida cuenta de que la función magisterial es un ser-
vicio a la verdad y un servicio a la caridad, puesto que la ley suprema de la
Iglesia es la salvación de las almas; y habida cuenta de que, en el ejercicio
de su Magisterio la Iglesia cuenta con la asistencia divina sin la cual no po-
dría asegurar a todos los medios de salvación, la posibilidad de la objeción
de conciencia ante una enseñanza expuesta como definitiva resulta al menos
problemática.
21 Por ejemplo, PAULO VI, Enc. Humane Vitae n. 6: (…) habiendo examinado aten-
tamente la documentación que se nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas
plegarias, queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo nos confió, dar nuestra res-
puesta a estas graves cuestiones. También JUAN PABLO II en Enc. Evangelium Vitae n. 5: El
Consistorio extraordinario de Cardenales, celebrado en Roma del 4 al 7 de abril de 1991,
se dedicó al problema de las amenazas a la vida humana en nuestro tiempo. Después de un
amplio y profundo debate sobre el tema y sobre los desafíos presentados a toda la familia
humana y, en particular, a la comunidad cristiana, los Cardenales, con voto unánime, me pi-
dieron ratificar, con la autoridad del Sucesor de Pedro, el valor de la vida humana y su ca-
rácter inviolable, con relación a las circunstancias actuales y a los atentados que hoy la
amenazan.
22 Cf. CDF, Instrucción Communionis Notio, del 28 de mayo de 1992.
23 Ibidem, n. 3
24 Ibidem.
25 Ibidem, n. 4.
26 Ibidem.
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27 Cf. CDF, Instrucción Donum Veritatis, sobre la vocación eclesial del teólogo, n. 38.
28 CDF, Ibidem, n.32: Entre los factores que directa o indirectamente pueden ejer-
cer su influjo hay que tener en cuenta la ideología del liberalismo filosófico que impregna
la mentalidad de nuestra época. De allí proviene la tendencia a considerar que un juicio es
mucho más auténtico si procede del individuo que se apoya en sus propias fuerzas. De esta
manera se opone la libertad de pensamiento a la autoridad de la tradición, considerada
fuente de esclavitud. Una doctrina transmitida y generalmente acogida viene desde el pri-
mer momento marcada por la sospecha y su valor de verdad puesto en discusión. En defini-
tiva, la libertad de juicio así entendida importa más que la verdad misma. Se trata entonces
de algo muy diferente a la exigencia legitima de libertad en el sentido de ausencia de coac-
ción, como condición requerida para la búsqueda leal de la verdad. En virtud de esta exi-
gencia la iglesia ha sostenido siempre que “nadie puede ser forzado a abrazar la fe en con-
tra de su voluntad”.
29 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos en visita ad limina,
15-X-1988, n. 6.
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sia”30: es decir, a aceptar, entre las enseñanzas del Magisterio, sólo lo que
les parece acertado, después de someterlas a su juicio propio31.
Una tesis bastante frecuente consiste en afirmar que la mayor parte de
las enseñanzas del Magisterio no son infalibles y que, por tanto, pueden es-
tar equivocadas o son reformables. De ahí se seguiría la legitimidad de re-
cibirlas críticamente, sólo como una opinión autorizada. Acerca de esto, hay
que subrayar dos cosas:
a) Es verdad que no todas las enseñanzas del Magisterio eclesiástico
gozan del mismo grado de autoridad, pero no puede olvidarse que pertene-
ce a la fe católica el creer que, en todas sus manifestaciones, el Magisterio
auténtico de la Iglesia es ejercido con la autoridad de Cristo mismo32, y que
su específica fuerza vinculante –aunque en diversos grados– no proviene
propiamente de la solidez racional y científica de los argumentos que el mis-
mo Magisterio exponga para fundamentar y explicar la doctrina enseñada,
sino del carisma cierto de verdad que, según la misma fe católica, asiste a
los obispos en el ejercicio de la función magisterial33. Por eso, considerar
que allí donde aún no haya una enseñanza infalible tampoco hay seguridad
de doctrina ni, en consecuencia, obligación de prestar el propio asentimien-
to, connota una concepción equivocada –en el fondo, apartada de la fe–
acerca de la naturaleza misma del Magisterio y acerca de la asistencia del
Espíritu Santo a la Iglesia.
b) Además, la Iglesia cree también que no sólo hay Magisterio infa-
lible en las definiciones dogmáticas de los Concilios ecuménicos y en las
definiciones ex cathedra de los Papas, sino que también es infalible el Ma-
gisterio ordinario universal: es decir, el de los Obispos cuando, dispersos
por el mundo y manteniendo el vínculo de comunión con el Obispo de Ro-
ma (el Papa), en su ordinaria función de enseñar, coinciden en proponer co-
mo definitiva una doctrina relativa a la fe o a las costumbres34. Como ya se-
ñalamos (vid. nota n.18), el Magisterio ordinario universal, en palabras de
Juan Pablo II, “puede verdaderamente ser considerado como la forma ha-
bitual de la infalibilidad de la Iglesia”.
Finalmente, al tratar de la realidad del Magisterio en la Iglesia y del
asentimiento que le es debido por parte de los fieles es preciso evitar consi-
derar la autoridad magisterial como una cortapisa o límite de la libertad. Por
el contrario, el Magisterio auténtico instituido por Jesucristo en su Iglesia es
un servicio a la verdad y una garantía de verdad. En ese sentido, enseña el
Concilio Vaticano II: “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de
Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la
Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo”35.
Citando al Vaticano II, también podemos leer en la Enc. Veritatis Splen-
dor: “Los cristianos tienen –como afirma el Concilio– en la Iglesia y en su
Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia: ‘Los cristia-
nos, al formar su conciencia, deben atender con diligencia a la doctrina cierta
y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es
maestra de verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Ver-
dad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar con su autoridad
los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana’
(Decl. sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 14). Por tanto, la auto-
ridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menos-
caba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo por-
que la libertad de conciencia no es nunca libertad ‘con respecto a’ la verdad,
sino siempre y sólo ‘en’ la verdad, sino también porque el Magisterio no pre-
senta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verda-
des que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la
fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia, ayudándola
a no ser zarandeada aquí y allá por cualquier viento de doctrina según el en-
gaño de los hombres (cf. Ef. 4, 14), a no desviarse de la verdad sobre el bien
del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones
más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella”36.
El fiel católico no se empeña en querer encontrar comprometido el
carisma de la infalibilidad donde no lo está, pero sí agradece a Dios que se
haya dignado participar su propia infalibilidad a la Iglesia, para que su luz
brille siempre en las tinieblas37.
INTRODUCCIÓN
La Instrucción DC promulgada el 25 de Enero de 2005 vincula a los
Tribunales de la Iglesia católica latina y contiene 308 artículos distribuidos
en 15 títulos. El documento tiene como modelo la Instrucción Provida Ma-
ter Ecclesia, publicada el 15 de Agosto de 1936 por la entonces Sagrada
Congregación para la Disciplina de los Sacramentos. A semejanza de aqué-
lla, su finalidad principal –como dice en su introducción–, es ofrecer a los
jueces y demás ministros de los Tribunales eclesiásticos, un documento de
índole práctico que sirva de guía para cumplir mejor su trabajo en los pro-
cesos canónicos de nulidad matrimonial. De este modo se ha querido repe-
tir la experiencia positiva de la instrucción análoga Provida Mater de 1936.
Ambas instrucciones han sido publicadas dos décadas después de promul-
gados los respectivos Códigos de Derecho Canónico (el de 1917 y 1983) pa-
ra facilitar su consulta y aplicación.1
2 Cáns.1400-1655 y 1671-1691.
3 Can. 1674, 1º.
4 Can. 1674, 2º.
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5 Can. 1085.
6 Can. 1501.
7 Can. 1478
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El canon 1476 indica quiénes pueden ser partes en una causa y espe-
cifica que cualquier persona, esté o no bautizada, puede demandar en juicio
y la parte legítimamente demandada tiene obligación de responder. Después
del Concilio Vaticano II, la Iglesia permite a cualquier persona esté o no
bautizada presentar su petición ante los tribunales eclesiásticos, porque la
Iglesia está al servicio de todos los hombres, y defiende sus derechos por el
mero hecho de ser persona humana.
En el CIC del 17 no estaba reconocido el derecho de acción no sólo
a aquellos que no estaban bautizados, sino también a los que habiendo reci-
bido el bautismo estaban afectados por una sanción o pena canónica. La ley
no negaba el derecho a ser parte sino sólo el ejercicio del derecho, es decir
la legitimación para actuar en el caso concreto.
Por otro lado el canon 1671 establece que “las causas matrimoniales
de los bautizados corresponden al juez eclesiástico por derecho propio”.
Además el canon 1059 se limita a afirmar que “el matrimonio de los
católicos, aunque esté bautizado uno solo de los contrayentes, se rige no só-
lo por el derecho divino, sino también por el canónico, sin perjuicio de la
competencia de la potestad civil sobre los efectos meramente civiles del
mismo matrimonio”.
La falta de correspondencia entre ambos cánones, ha planteado diver-
sos interrogantes, uno de los cuales es el derecho aplicable –sustantivo y
procesal– cuando el juez eclesiástico deba conocer sobre la validez o no del
matrimonio de los bautizados no católicos, ya que la Iglesia también viene
admitiendo su competencia para juzgar sobre la validez o no de los matri-
monios de los no bautizados.
8 Can. 1478 § 3.
9 Can. 1401, 1º.
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El CIC nada dice sobre esta cuestión, mientras que el Código de Cá-
nones de las Iglesias Orientales establece muy acertadamente, normas al
respecto en los cánones 780 y 781.
La Instrucción Dignitas Connubii ha venido a colmar una laguna del
derecho que el Código no regulaba el matrimonio de los bautizados occi-
dentales acatólicos. Para ello, ha sistematizado con buen criterio en sus ar-
tículos 2, 3 y 4 el desarrollo operado en esta materia por la doctrina, los pro-
nunciamientos del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y la juris-
prudencia del Tribunal de la Rota Romana.
La Instrucción establece, como punto de partida, que el juez eclesiás-
tico pueda conocer las causas de nulidad matrimonial de los acatólicos es-
tén o no bautizados, “en las que quede probado ante la Iglesia Católica el
estado libre, de al menos, uno de los contrayentes”10 respetando el princi-
pio del canon 1501, el juez no puede juzgar causa alguna a no ser que haya
una petición de la parte que tenga derecho a impugnar el matrimonio.
Establecido estos principios, la Instrucción fija las normas sustantivas
y procesales, que el juez eclesiástico debe observar cuando juzgue sobre la
nulidad del matrimonio de los acatólicos, sean o no bautizados..
En relación con las normas procesales, la Instrucción recuerda que “la
nulidad se regirá por las normas del derecho procesal canónico”.11
En relación con las normas sustantivas, los principios que se deben
aplicar en estos casos son los siguientes:
1. Bautizados orientales acatólicos: su matrimonio se regula por el
derecho propio de la Iglesia a la que pertenecen, teniendo en
cuenta además que siempre y cuando al menos uno de los con-
trayentes sea fiel de una Iglesia oriental acatólica y que el matri-
monio se debe celebrar con el rito sagrado.12
2. Bautizados occidentales acatólicos: generalmente las Iglesias o
Comunidades eclesiales a las que pertenecen no disponen de de-
recho matrimonial propio por lo que hay que tener en cuenta el
derecho que respeta la Comunidad eclesial a la que pertenecen,
que suele ser el de la Nación o Estado.13
10 Art. 3 § 2.
11 Art. 4 § 2, 1º.
12 Art. 2 § 2, 1º y art. 4 § 1, 2º.
13 Art. 2 § 2, 2º y art. 4 § 1, 2º.
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14 Art. 4 § 2, 2º.
15 Art. 16 § 1.
16 Art. 16 § 2.
17 CCEO: can. 916 § 5.
18 Art. 7 § 1.
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19 Art. 139 § 2.
20 Art. 258 § 3.
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el paralelo del canon 1524 § 3, al establecer los requisitos para que el actor
pueda renunciar válidamente a la instancia. La renuncia a la instancia es un
acto bilateral, por lo tanto debe notificarse a la otra parte y ser aceptada, o
al menos no ser impugnada por esta.21 . Por ello, el presidente o ponente se-
ñalará un plazo al demandado con el fin de que estudie la petición y respon-
da. Si llegado el término no hay respuesta, el juez puede interpretar ese si-
lencio como aceptación del desistimiento. El demandado, una vez constitui-
da la relación procesal con la citación o su comparencia, tiene el mismo de-
recho que el actor a la sentencia: por eso es necesaria su aceptación. Si bien
ni el código (canon 1594) ni tampoco la DC (arts.140 150) lo establecen, en
la praxis de los tribunales, acontece que si el actor no comparece o no tiene
interés en el juicio, pero la parte convenida tiene interés, el convenido pasa
a ser actor y el juicio sigue siendo el mismo y continúa hasta la sentencia,
ya sea que el actor haya sido declarado ausente o haya renunciado a la ins-
tancia22 y debe correr con las costas de los actos a los que haya renunciado.
Si la parte actora desea posteriormente intervenir en el proceso, se ob-
servará lo establecido en el artículo 139.23
La declaración de ausencia lleva consigo una limitación de la normal
comunicación de los actos procesales a la parte afectada por esa declara-
ción, tal como lo dispone el artículo 134 § 3 de la DC. En cualquier caso, se
le notificarán la fórmula de las dudas y la sentencia definitiva.
El artículo 142 de la DC es novedoso y prescribe: “han de observar-
se también con las debidas adaptaciones, cuando se haya de declarar ausen-
te a una persona durante el proceso.” Los autores discrepan en relación a
cuál fue la finalidad del legislador con este artículo novedoso
Un cuidado particular se debe tener con la tutela del derecho de de-
fensa, en el caso de la no comparecencia de una de las partes en el proceso
cuando las decisiones de los tribunales eclesiásticos tienen efectos civiles tal
como sucede en España, Italia, Portugal, Brasil, etc., ya que tales efectos
pueden ser denegados si no se ha observado este derecho a tenor de la legis-
lación del país correspondiente.
24 Art. 102.
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JURISPRUDENCIA
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8 DE MAYO DE 2007
José BONET ALCÓN
I.-
Se plantea si puede ser confirmada mediante Decreto, de acuerdo al
CIC can. 1682 § 2 la Sentencia de nulidad matrimonial “V - M” del Tribu-
nal Interdiocesano de la Ciudad C1, del 20 de marzo de 2007, recibida en
nuestro Tribunal Eclesiástico Nacional con fecha 28 de marzo de 2007. Se-
gún la Sentencia de Primera Instancia consta dicha nulidad del matrimonio
contraído por el actor, A. B. V, con la convenida X. Y. M, por los capítulos
de: 1) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por parte del ac-
tor; 2) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por parte de la
convenida; y 3) Exclusión de la fidelidad (CIC can. 1101 § 2) por parte del
actor. Integran el Colegiado en Segunda Instancia: Presidente y Ponente:
Mons. Dr. José Bonet Alcón; Jueces Adjuntos: Pbro. Dr. Ariel David Busso
y Pbro. Dr. Carlos Baccioli. Es Defensora del Vínculo la Dra. Ana Lía Ber-
çaitz. Y son notarios el Sr. Esteban Antonio Costanzo y la Sra. Norma Hay-
dée Ferrando.
II.-
1.- En cuanto a las causas que se plantean en este proceso, nos remi-
timos al texto del Juez Ponente: Elementos de Derecho Matrimonial Canó-
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Simulación total
En ella falta absolutamente la voluntad de contraer, o más bien, hay
una intención positiva de no contraer matrimonio; mientras que en la simu-
lación parcial hay voluntad de constituir un nexo que, sin embargo, no pue-
de ser matrimonio porque se excluye algo esencial de él.
En el caso de la simulación total el matrimonio es tomado sólo como
medio para otra cosa. Por ejemplo: alguien se casa para obtener el ingreso
o la residencia en el país; para librarse del servicio militar, etc. El simulan-
te es consciente de su engaño y de la nulidad de su matrimonio; mientras
que en la simulación parcial el simulante muchas veces ignora que contrae
inválidamente.
En este capítulo de nulidad se puede incluir el caso del que rechaza
positivamente y de modo absoluto la sacramentalidad del matrimonio di-
ciendo: “si es sacramento yo no me caso”. Dado que para los bautizados el
contrato matrimonial y el sacramento son inseparables, la exclusión de éste
implica la exclusión del matrimonio mismo. Equivale esa postura, de algún
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derecho exclusivo que la otra parte debe otorgar. Y, por ello, contrae inváli-
damente el que lo hace con la intención de imponer a la mujer una vida de
meretriz46.
Es importante una más profunda estimación del propósito de adulte-
rar. Al respecto hay que señalar que contrae inválidamente la mujer que se
casa con el propósito actual o virtual de entregarse a otros varones, consi-
derándose como señora y legisladora y propiciando los principios del amor
libre. “In hypothesi enim mulier non assumit obligationem fidei, et id qui-
dem positivo acto talem obligationem reiciens, cum sibi ius vindicet, iuxta
proprium, cum aliis commiscendi, quod satis superque est ad matrimonium
irritandus”47. El “ius adulterandi” no debe ser entendido como si se diera
un cierto derecho a una cosa intrínsecamente ilícita, sino que más bien indi-
ca la intensidad de la voluntad por la cual “quis eadem ratione vult uni co-
pulari et alteri pariter adhaerere”48. Esta voluntad contraria a la fidelidad
persevera virtualmente en aquel que por causa de sus malas costumbres “li-
bidinosas voluntati congrediendi cum quibuslibet foeminis nullo modo re-
nuntiavit, nec renuntiare intenderet, si perciperet hic et nunc quid verba
consensus secunferant in ordine ad exclusivitatem iuris in corpus”49.
En cuanto a los elementos probatorios, hay que tener en cuenta que el
simple error acerca de la unidad del matrimonio no lo invalida, mientras
permanezca en el intelecto y no llegue a traducirse en un acto positivo de la
voluntad. Para percatarse de cual sea la intención del contrayente el Juez de-
berá atender no sólo a los hechos anteriores y posteriores a las nupcias, si-
no también a la “forma mentis” de la persona, a los efectos posibles de su
educación, a los malos ejemplos de consanguíneos y amigos que hayan po-
dido influir en él e incluso a las anormalidades psíquicas, si existen50.
En la estimación judicial de la exclusión de la fidelidad es importan-
te distinguir entre la exclusión del derecho y la simple infracción del uso del
derecho51. Ya que la intención de negar el derecho exclusivo “in corpus”
constituye una limitación del consentimiento y lleva consigo la nulidad del
mismo, mientras que “intentio non satisfaciendi officiis susceptis, veluti fi-
III.-
En nuestro caso:
1.- Dice el actor en su escrito inicial que conoció a la convenida cuan-
do ella se encontraba todavía en el secundario. Ella tenía 18 años y él 20
años. El noviazgo duró un año. No tuvieron relaciones prematrimoniales, pe-
ro el actor afirma que mantenía relaciones con otras mujeres. En enero de
1983 nació un hijo fruto de esas relaciones; y en abril de ese año el actor con-
trajo matrimonio con la convenida. El matrimonio civil se contrajo por po-
der en Ecuador, a causa de que en ese tiempo no existía el divorcio vincular
en la Argentina y las partes querían contar con la posibilidad de divorciarse.
La luna de miel fue de una semana en la ciudad de C2 en la Provincia de P1
y en dicha luna de miel comenzaron las desavenencias. No consumaron el
matrimonio. Al regreso de la luna de miel, al día siguiente del viaje de bodas
él fue a buscar a una antigua amante con la que le fue infiel a su mujer. La
convivencia duró solamente una semana. La convenida regresó a la casa de
sus padres. El actor afirma que su matrimonio fue un capricho juvenil surgi-
do por el deseo de independizarse. El actor también afirma que era muy mu-
jeriego y que fue infiel a la convenida en el noviazgo y en la breve conviven-
cia. Afirma que después de la separación tuvo una segunda unión con la Sra.
M2, con la que se casó por la Iglesia. Este segundo matrimonio fue declara-
do nulo por proceso documental por el impedimento de vínculo, siendo la
Sentencia dictada por el Tribunal Interdiocesano de la Diócesis de D1 con fe-
cha 10 de marzo de 2001. El actor también afirma que la convenida contra-
jo matrimonio canónico con el solo fin de darle el gusto al padre de él ya que
ella no se consideraba creyente. El mismo actor dice que se encuentra en una
tercera unión desde hace unos 10 años y que hace cinco años contrajo matri-
monio civil con esta tercera mujer, con la que tiene una hija.
2.- La convenida comparece como resultado de la citación a Dubio y
manifiesta por vía rogatorial en Polonia que está de acuerdo con la nulidad
de su matrimonio y con lo manifestado por el actor en el escrito inicial. Di-
ce que no se hará representar legalmente y tampoco propondrá testigos, e in-
dica que no se hará ninguna pericia.
3.- El actor en su declaración en el Tribunal dice que es católico y que
va a la Iglesia cuando lo necesita. Reitera que el noviazgo fue de un año, que
él era creyente pero no practicante; que la convenida no era ni practicante
ni creyente; que él tenía 22 años y ella 20 años; que en la luna de miel dis-
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cutían de manera casi permanente, por todo. No hubo consumación del ma-
trimonio ni en la luna de miel, ni en la convivencia que duró una semana.
Él dice que tenía otra persona con la que fue infiel. Cuando volvieron de la
luna de miel, al día siguiente, salió con esa otra persona, con la que mante-
nía relaciones sexuales antes de casarse. Lo hizo porque no era muy estable
su relación sentimental con la convenida. El actor reitera que formó una
nueva unión bastantes años antes del momento de su declaración
(18/03/04). Esa unión duró ocho años aproximadamente. El actor hizo una
celebración civil y luego una celebración religiosa respecto de esta segunda
unión. Dicho matrimonio fue declarado nulo por el impedimento de víncu-
lo anterior y también hubo un divorcio civil de esa segunda unión. Luego,
realizó una tercera unión civil años antes de su declaración. Con respecto a
su matrimonio con la convenida, considera que fue una inconsciencia de la
juventud. Reitera que tuvo diversas infidelidades durante el noviazgo.
4.- La convenida realiza su declaración por vía rogatorial en Polonia y
en ella dice que conoció al actor siendo estudiante en la secundaria. Afirma
que fue bautizada, pero que cuando declara no es creyente. Dice que ambos
sabían con claridad que el matrimonio era un simple formalismo. El actor le
confesó haber tenido un hijo con otra mujer horas antes de contraer el matri-
monio religioso. La decepción y desengaño de ella no fueron suficientes co-
mo para terminar con lo que ya se suponía era una farsa. La convenida seña-
la que cuando sus padres se enteraron de lo manifestado por el actor tuvieron
como respuestas palabras agrias de ambos y una tremenda paliza por parte del
padre de ella, como una manifestación de castigo por no haberlos escuchado.
La convenida dice que cuando se casó estaba totalmente confundida pero te-
nía la imperiosa necesidad de desprenderse de sus padres que eran un círcu-
lo opresor. En la luna de miel ambos evitaron el contacto corporal y cuando
estaban solos se comportaban como extraños. En su vuelta de la luna de miel
recibió noticias de la madre del actor y de amigos comunes que le decían que
el actor no sólo había tenido un hijo con otra mujer, sino que también le era
infiel con otras varias mujeres. La convenida tomó la decisión de volver a ca-
sa de sus padres por lo que su padre volvió a golpearla. Además el padre la
amenazó con matarla si el actor llegaba a cruzar la puerta de la casa. Esto hi-
zo que el primer tiempo de la separación la convenida estuviera prácticamen-
te encarcelada. La convenida afirma que el casamiento se realizó porque am-
bos se aferraron el uno al otro para poder salir de sus círculos familiares. La
misma convenida también señala que realizó un nuevo matrimonio civil con
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el que tuvo un hijo. Su esposo falleció en el año 2000 y ella en el año 2003
contrajo nuevas nupcias por civil con un ciudadano polaco con el que se en-
cuentra en paz, armonía interior, felicidad y tranquilidad.
5.- En la presente causa se encuentra el proceso documental del ma-
trimonio realizado por el actor con la Sra. M2. Este matrimonio se celebró
en la fecha F1. Se indica que este segundo matrimonio por la Iglesia del ac-
tor con la Sra. M2 quiso ser primero celebrado en la Parroquia de Pa1 de la
Ciudad de C3, pero el Párroco conociendo la existencia de un matrimonio
anterior del actor se negó a celebrarlo. Este impedimento de vínculo fue
descubierto dos días antes de la proyectada boda en la mencionada Parro-
quia de la Ciudad C3. El Párroco comunicó su decisión de suspender el ma-
trimonio a la familia de la Sra. M2, la cual no podía ignorar la existencia de
ese anterior matrimonio canónico del actor. No obstante, el actor y la Sra.
M2 fueron a la Parroquia de Pa2 de la Ciudad de C4 y lograron que el Pá-
rroco los casara canónicamente. Este supuesto matrimonio canónico, “V-
M2” es el que fue declarado nulo, por proceso documental, por el Tribunal
de la Ciudad C5, por impedimento de ligamen. Como indicará la Señora De-
fensora del Vínculo de Segunda Instancia dicho matrimonio canónico que
el actor y la Sra. M2 contrajeron fue realizado con dolo, porque no podían
ignorar la celebración del anterior matrimonio: el Sr. V por haber sido par-
te, y la Sra. M2, porque el Párroco de la Ciudad C3 le negó celebrar ese ma-
trimonio en su Parroquia por la existencia del vínculo anterior.
6.- Los testigos de la presente causa manifiestan que el matrimonio
civil del actor y la convenida fue celebrado en Ecuador y que la familia de
él lo calificaba como una locura. Indican también que el actor tenía un hijo
con otra muchacha. Las partes se separaron al regresar de la luna de miel.
El actor volvió a casarse y tuvo una hija con una mujer que vive en la Ciu-
dad de C6. Después se casó con otra mujer con la que también tuvo otra hi-
ja. El actor es calificado como un tiro al aire y un irresponsable. Se indica
también que no había enamoramiento entre las partes. La convenida era
muy linda y el actor quería casarse pero al mismo tiempo hacía otra vida y
le era infiel en el noviazgo. Nadie entendía por qué se casaban. Tres meses
antes del casamiento el actor tuvo un hijo con otra mujer y al regresar de la
luna de miel volvió con la madre de su hijo. Pero él salía con cualquiera. El
padre del actor se oponía al casamiento y no asistió a la ceremonia. La opo-
sición de la familia del actor no era por la novia sino por el modo de ser del
actor. A las tres semanas de la separación el actor fue a verla pero la conve-
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vivencia de una semana, muestra que él también excluía la fidelidad. Por to-
do lo cual los Señores Jueces de Primera Instancia consideran que está pro-
bada la exclusión de la indisolubilidad del matrimonio por ambas partes y
la exclusión de la fidelidad por parte del actor. En la Sentencia se indica que
conforme al Artículo 251 § 2 de la Instrucción Dignitas Connubii se grava
a ambas partes con la prohibición de pasar a nuevas nupcias sin la autoriza-
ción del Ordinario del Lugar, que deberá consultar, antes de darla al Tribu-
nal de Alzada que confirme esta prohibición.
10.- La Sra. Defensora del Vínculo de Segunda Instancia expone los
Hechos, el Derecho aplicable y la Prueba obtenida. En este punto señala mi-
nuciosamente lo que corresponde a las manifestaciones de las partes y de los
testigos. Ese Ministerio expone como cuestión previa todo lo relativo al ma-
trimonio del actor con la Sra. M2, así como la declaración de nulidad de ese
matrimonio realizada por el Tribunal de la Diócesis D1 por existir el impedi-
mento de vínculo. Ese Ministerio señala cómo el Juez que intervino en el pro-
ceso documental de nulidad del matrimonio “M2- V”, no investigó la validez
o nulidad del vínculo precedente, en el caso el matrimonio V-M, esto de
acuerdo a lo que dispone el Artículo 145 § 2 de la Instrucción Dignitas Con-
nubii. Ese Juez único que intervino no se interiorizó ni sobre las circunstan-
cias que llevaron al primer matrimonio del Sr. V, ni sobre su duración, ele-
mento que habría arrojado prima facie dudas sobre la validez del vínculo. Por-
que de no haber existido impedimento alguno de ligamen para el matrimonio
V-M2 ese matrimonio se habría celebrado válidamente. Ese Ministerio agre-
ga con respecto a dicho matrimonio V-M2 que ambas partes, que atentaron
matrimonio, actuaron con dolo, porque no podían ignorar la celebración del
matrimonio, es decir, el matrimonio V-M. Todo lo cual deberá ser tenido en
cuenta en el Veto que se imponga a la parte actora en esta causa. Por otra par-
te, ese Ministerio en una nueva intervención en la presente causa señala que
de conformidad a lo dispuesto por la Signatura Apostólica en su Declaración
del 18 de junio de 1987 sobre el recto modo de proceder en la declaración de
nulidad de matrimonios sucesivos, solicita la intervención del Señor Promo-
tor de Justicia de la Diócesis D1, por estar implicado en el caso el bien públi-
co. Hechas estas advertencias, ese Ministerio expone en sus Observaciones lo
que estima más significativo en las declaraciones de las partes y de los testi-
gos, y concluye indicando que ambos decidieron casarse vía Ecuador porque
no existía divorcio vincular en la Argentina en el orden civil. El actor fue in-
fiel en el noviazgo, tuvo un hijo y la convenida decidió volver al hogar fami-
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IV.-
Por todo lo expuesto, ratificamos, a tenor del c. 1682 § 2, la Senten-
cia de nulidad matrimonial “V - M” del Tribunal Interdiocesano de C1, del
20 de marzo de 2007, recibida en nuestro Tribunal Eclesiástico Nacional
con fecha 28 de marzo de 2007 y declaramos que consta dicha nulidad del
matrimonio contraído por el actor, A. B. V, con la convenida X. Y. M, por
los capítulos de: 1) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por
parte del actor; 2) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por
parte de la convenida; y 3) Exclusión de la fidelidad (CIC can. 1101 § 2) por
parte del actor.
NOTA 1: Se prohíbe a la parte actora acceder a nuevas nupcias sin
que sea autorizada por el Ordinario del lugar, quien deberá consultar al Tri-
bunal Eclesiástico Nacional de Segunda Instancia, para asegurarse que el
actor haya adquirido la libertad canónica, que en el momento de la presen-
te Sentencia no posee; y que tenga la disposición sincera y firme de admitir
los fines y propiedades esenciales del matrimonio canónico.
NOTA 2: Se prohíbe a la parte convenida acceder a nuevas nupcias
sin que sea autorizada por el Ordinario del lugar, quien deberá asegurarse
que dicha convenida tenga la disposición sincera y firme de asumir los fi-
nes y propiedades esenciales del matrimonio canónico.
Mandamos que sean colocadas las correspondientes notas marginales en
el acta de matrimonio y en las actas de bautismo de las partes, haciendo cons-
tar la nulidad matrimonial y las Notas respectivamente, la primera en el acta de
bautismo del actor y la segunda en el acta de bautismo de la convenida.
Las costas procesales que se han producido en nuestro Tribunal de
Apelación con motivo de esta causa, corren por cuenta de la parte actora.
Publíquese y, sin perjuicio de los recursos legales que procedieren,
ejecútese este Decreto definitivo que declaramos firme y ejecutorio.
Dado en la Sede del Tribunal Eclesiástico Nacional, en Buenos Aires,
a los 8 días del mes de mayo del año del Señor de 2007
Mons. Dr. José BONET ALCÓN, Vicario de Justicia y Ponente
Pbro. Dr. Ariel David BUSSO
Pbro. Dr. Carlos BACCIOLI
Jueces Adjuntos
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Alejandro W. BUNGE
Mons. José Bonet Alcón, con la solvencia que hace tiempo se le cono-
ce y demuestra en su carrera docente y judicial, aprovecha esta vez la oca-
sión que le presenta un caso particular para exponer dos enseñanzas de peso,
fundamentadas en su probada sabiduría y conocida capacidad didáctica.
Sirva primero, antes de adentrarnos en el contenido de este Decreto
confirmatorio de una sentencia de primera instancia, resumir brevemente, a
modo de presentación, el caso ante el que estamos.
Años después V se casó por Iglesia con M2. Intentaron primero ha-
cerlo en una parroquia donde no fue posible porque dos días antes de la fe-
cha planeada para la boda el párroco supo del matrimonio anterior de V. M2
fue advertida por este párroco del matrimonio anterior de V. Fueron a otra
parroquia y allí lograron concretar la celebración, a pesar de la existencia
del matrimonio anterior de V.
Tenemos, entonces, en este caso, una sentencia de primera instancia
que declara la nulidad del primer matrimonio del actor por los capítulos de
exclusión de la indisolubilidad por parte de ambos y exclusión de la fideli-
dad por parte del actor, que se elevó para su revisión en segunda instancia.
El actor de esta causa se había casado una segunda vez después de su pri-
mer matrimonio. Antes de obtener la nulidad de su primer matrimonio ha-
bía planteado y obtenido la nulidad de este segundo matrimonio, con ante-
rioridad a la declaración de la nulidad, aduciendo el impedimento de víncu-
lo anterior; en esa causa se siguió el proceso documental.
1. Exclusión de la prole
Aquí el Decreto sigue la distinción constantemente hecha por la juris-
prudencia de la Rota Romana entre la exclusión del derecho de la otra par-
te a los actos por sí aptos para la generación de la prole de la exclusión del
ejercicio de dichos actos, sin exclusión del derecho a los mismos. Recuer-
da, haciendo pie en una famosa Alocución de Pío XII de Pío XII5 a las obs-
tetras, que la exclusión del derecho hace nulo el matrimonio mientras que la
exclusión del ejercicio no. Conforme a la jurisprudencia mencionada, si la
exclusión se realiza de manera perpetua se supone que se ha excluido el de-
recho, mientras que si la exclusión sólo se ha hecho por un tiempo determi-
nado, se supone que se ha excluido el ejercicio, pero no el derecho a los ac-
tos por sí aptos para la generación de la prole; dichas presunciones son iuris
tantum, y admiten prueba en contrario.
En cuanto a la prueba de este capítulo, el Decreto menciona la confe-
sión judicial del que simula (no constituye por sí sola prueba suficiente), la
extra judicial (en tiempo no sospechoso, y demostrada en juicio mediante
testigos), la causa por la que quiere excluir la prole (aversión inmoderada a
los hijos, deseo de seguir siendo libre para dedicarse a sus ocupaciones de
soltería, excesivo egoísmo, etc.), las circunstancias antecedentes (modo de
ser del que simula, frecuencia, modo y firmeza con que manifestó su propó-
sito) y las circunstancias subsiguientes (por ejemplo la tenacidad con que
llevó a la práctica su propósito durante la convivencia conyugal).
Siguen algunas precisiones acerca de la negación que hace la juris-
prudencia de la Rota Romana sobre un supuesto derecho a la cópula onaní-
sitica que no haría nulo el matrimonio y sobre la posibilidad de la privación
del ejercicio del derecho por voluntad conjunta de los contrayentes de vivir
en castidad sin que esto invalide el consentimiento si prevalece la intención
matrimonial. Se aclara que la exclusión temporal podrá invalidar el matri-
monio si es realizada como condición sine qua non., ya que contraer bajo
condición es subordinar el consentimiento al cumplimiento de la circunstan-
cia condicionante, de forma tal que sólo se quiere contraer el vínculo matri-
monial en la hipótesis de que se excluya del matrimonio ese elemento esen-
cial. Prevaleciendo la intención de la exclusión, cae el matrimonio si la con-
dición no se cumple. Normalmente deberá entenderse que el acto positivo
2. Exclusión de la fidelidad
El Decreto aborda también la relativamente frecuente exclusión de la
fidelidad. Afirma que no basta para que se dé este capítulo que el contrayen-
te prevea que, por debilidad, tendrá relaciones extra conyugales; Hace falta
que se reserve formalmente el derecho a tenerlas, sea porque otorgue este
derecho a una tercera persona o bien simplemente porque niegue la exclu-
sividad del derecho al otro contrayente. También se ve afectado por este vi-
cio del consentimiento el que se casa con la intención de no aceptar el dere-
cho exclusivo que la otra parte le debe otorgar, por ejemplo un varón que se
casa con la intención de imponer a la mujer una vida de prostituta.
Para verificar la exclusión el Decreto considera aplicable el criterio
del “dilema”: contrae inválidamente el que antes está dispuesto a renunciar
a la esposa y al matrimonio que a la relación con una tercera mujer, o el va-
rón que se casa con la intención de no desprenderse de otra mujer con la que
se propone seguir manteniendo comercio sexual, o la mujer que se casa con
la intención de entregarse sexualmente a otros varones. Tener relaciones se-
xuales con una tercera persona inmediatamente antes y/o después de cele-
brar el matrimonio es indicio de esta simulación.
Recuerda el Decreto que la jurisprudencia de la Rota Romana identi-
fica la unidad como propiedad esencial del matrimonio con la fidelidad, ya
que la primera reclama excluir tanto un vínculo múltiple como cualquier có-
pula con otro, incluso sin intención de establecer un vínculo. La jurispru-
dencia más reciente pone el acento en la negación del derecho exclusivo a
la comparte, más que en dar el derecho a una tercera persona.
En cuanto a quien se casa con la intención de cometer adulterio, la ju-
risprudencia es constante en considerar inválido el matrimonio de la mujer
que se casa con el propósito de entregarse a otros varones, sin importar si
considera esto ilícito o no. Puede suponerse esta voluntad contraria a la fi-
delidad en aquel que por causa de sus malas costumbres no renuncia a unir-
se con otras/os cuando se presente la ocasión.
Respecto de la prueba de esta exclusión, recuerda el Decreto que no
alcanza con el simple error acerca de la unidad del matrimonio, mientras
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3. Exclusión de la indisolubilidad
Finalmente el Decreto confirmatorio aborda la exclusión de la propie-
dad esencial de la indisolubilidad del matrimonio. Señala el nexo que exis-
te entre la exclusión de la fidelidad y la exclusión de la indisolubilidad, de
tal manera que la exclusión de ésta lleva consigo la exclusión de la prime-
ra, pero no al contrario, ya que el que se reserva la facultad de separarse y
realizar una nueva unión, además de rechazar la indisolubilidad, no otorga
el derecho exclusivo a la otra parte, pero puede no otorgarse este derecho
sin que con ello se excluya la indisolubilidad.
Incluye dentro de esta capítulo los casos de quienes se casan con la
intención de realizar un matrimonio “ad experimentum”, o “ad determinatum
tempus”. En cambio considera que si la intención de recurrir al divorcio ci-
vil implica sólo intención de separarse o de cambiar de domicilio, sin afec-
tar el vínculo conyugal, no conlleva la nulidad del matrimonio, aunque ge-
neralmente, la intención de divorciarse lleva consigo la intención de librar-
se de todo vínculo con la comparte e incluye la facultad de realizar un nue-
vo matrimonio, siendo de esta manera causa de nulidad, aunque la intención
de divorciarse sea sólo condicionada, por ejemplo, al naufragio del matri-
monio, o al adulterio de la otra parte, o condicionando la duración del ma-
trimonio “mientras dure el amor”.
Recuerda el Decreto que el error acerca de la indisolubilidad no hace
nulo el consentimiento, con tal de que no determine la voluntad. Pero si es-
te error se une al desprecio de la indisolubilidad y está muy arraigado, pue-
de presumirse que afecta también a la voluntad y por en consecuencia vicia
al consentimiento. Señala también que la exclusión de la indisolubilidad es
posible si falta el amor conyugal pero no resulta compatible con un amor ar-
diente del que supuestamente simula hacia la otra parte. Además, normal-
mente, la generación de los hijos se considera como un argumento contra-
rio a la exclusión de la indisolubilidad.
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CONCLUSIÓN
En definitiva, y como decíamos desde el comienzo, nos encontramos
ante un Decreto confirmatorio que resuelve acertadamente y con exquisita
prudencia un caso a la vez particular y con cierta peculiaridad por el cami-
no recorrido.
Pero además el Decreto, basado en las oportunas intervenciones del
Defensor del Vínculo y el Promotor de Justicia de segunda instancia, seña-
la con discreción lo que correspondía corregir en la intervención del Tribu-
nal que intervino declarando la nulidad del segundo matrimonio sin revisar
la validez del primer.
Y finalmente el Decreto aprovecha la ocasión para constituirse en un
adecuado punto de referencia para resolver los planteos de nulidades de ma-
trimonios sucesivos de un mismo contrayente y para plantear, cuando co-
rresponda, los capítulos de exclusión tanto total como parcial, hoy quizás
más frecuentes que los que efectivamente se plantean en los Tribunales ecle-
siásticos, al menos en Argentina.
Más allá se ciertas repeticiones que podrían haberse vitado, sobre to-
do en el tratamiento de los fundamentos de derecho del vicio del consenti-
miento por simulación o exclusión, sin duda se trata de un valioso pronun-
ciamiento de la jurisprudencia local, que puede resultar muy útil para los
jueces, sea de primera instancia como de segunda instancia, tanto en Argen-
tina como en otros lugares en los que, por la similitud de la cultura, se pue-
de esperar los motivos o capítulos por los que se presenten las causas de nu-
lidad sean semejantes a los de las causas que se llevan adelante en nuestro
país.
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ducción a la lectura que pide ser completado con la lectura del decreto cu-
yo tema despierte el interés del lector, sin olvidar que una visión de conjun-
to de los decretos ayuda a la mejor comprensión de la jurisprudencia en su
totalidad..
El volumen 11 (XI) de los Decreta selecta inter ea quae anno 1993
prodierunt cura eiusdem apostolici tribunalis edita, publicado por Librería
Editrici Vaticana el año 2005 comienza con un índice: págs. V a XVI en el
cual se enumeran todos los decretos emitidos por el tribunal de la Rota Ro-
mana durante el año 1993. Algunos se publican, otros no. Los no publica-
dos en lugar de la página tienen un asterisco. El número todal de decretos
fue de 87, de los cuales se publicaron 39.
ya que según el derecho de los orientales la mujer era inhabil para proponer
una acción ante el tribunal eclesiástico mientras no revocara la acción de di-
vorcio ante el tribunal civil. Tampoco se da ante el doble rechazo del libelo
una nueva proposición de la causa dado que la causa ni siquiera comenzó.
Tampoco se le denegó el derecho de defensa en la causa introducida por el
varón ya que ella se negó a declarar hasta haber sido notificada de algún de-
creto definitivo. Una vez recibido el decreto fue negligente en aducir prue-
bas contrarias a la tesis del actor. Más bien parecería que ella hubiera renun-
ciado a su derecho. Tampoco hay nulidad por atentado porque el tribunal de
primera instancia haya procedido aun pendiente la instancia de la conveni-
da ante el tribunal rotal. La apelación ante la Rota Romana no implica que
el tribunal rotal asuma la causa y suspenda la actividad del tribunal de pri-
mera instancia salvo en casos excepcionales (intervención del Papa o uso de
las facultades extraordinarias del Decano del Tribunal), lo cual no sucedió
en el caso que estudiamos. Por lo tanto la continuación de la causa en el tri-
bunal de primera instancia no puede considerarse un atentado. En lo que
respecta a la custodia de los menores, era de preveerse si la sentencia defi-
nitiva se daba por la falta grave de discreción de juicio de la mujer conve-
nida. Ella misma hubiera podido apelarla si se volvía habil para estar en jui-
cio revocando su acción civil de divorcio. Tambien hubiera podido seguir la
discusión en el fuero civil ya que en, en general, no se reconocen efectos ci-
viles a las sentencia de tribunales eclesiásticos. Por todo lo dicho, la senten-
cia de primera instancia es válida.
ber peligro al revelar el contenido de alguna prueba, sin excluir la acción pe-
nal ante algún tribunal secular, sobre todo en las naciones donde vige una
asi llamada “separación de la Iglesia y del Estado o de cualquier denomina-
ción religiosa” Asi sucede en EE.UU y en Canadá. El daño que se teme fre-
cuentemente no es sólo económico sino también social y pastoral. La difi-
cultad es todavía mayor cuando se trata de los capítulos de nulidad del c.
1095. Estos capítulos si se divulgan con detalles pueden tener secuelas ne-
gativas para una o para ambas partes poniendo en peligro su buen nombre,
su buena fama, su ocupación o su profesión.
La sentencia de primera instancia no es nula. Fue favorable a la mu-
jer convenida y a las observaciones del Defensor del Vínculo. Pudo también
alegar el abogado de la parte convenida. El Actor no promovió ninguna que-
rella de nulidad contra la sentencia, solo la apeló. Antes de concordar la du-
da fue nombrado “ex officio” el Abogado de la parte convenida. La parte
convenida pudo escribirle al Vicario Judicial que no quería que su matrimo-
nio sacramento fuera anulado y que ella no estaba insana. Le pudo escribir,
incluso, una carta al Santo Padre sobre su posición en el proceso. La Secre-
taria de Estado le pidió al tribunal de primera instancia que le diera “la apro-
piada atención pastoral”. Por lo tanto no hubo una violación del derecho de
defensa de la convenida, ni tampoco del actor, que no presentó querella de
nulidad sino que apeló. Solo la parte convenida y algunos testigos pidieron
que no se le diera a conocer a la otra parte el contenido de sus testimonios.
En lo que se refiere a la sentencia de segunda instancia, tanto el De-
fensor del Vínculo de la Rota como el primer decreto rotal sostienen que la
sentencia es nula ya sea por un nuevo capítulo de nulidad invocado, ya sea
por violación del c. 1598 en lo que respecta a la publicación de las actas y a
la comunicación de las mismas a las partes. Pero no se trató de la violación
de los c. 1514 y 1677, sino, mas bien, de la excepción al c. 1639 § 1 previs-
ta en el c. 1683. La proposición de este nuevo capítulo fue comunicada a las
partes c. 1513 § 3. El actor ya lo había aceptado y la parte convenida había
expresado su posición tanto antes como después de la proposición del nuevo
capítulo y pudo también agregar nuevas pruebas a favor de su tesis. El tribu-
nal de segunda instancia agregó nuevos documentos y escuchó a un Perito.
Todo fue comunicado a los abogados de las partes y al abogado de primera
instancia de la parte convenida. Se escucharon las observaciones del Defen-
sor del Vínculo. La sentencia rechazó los capítulos alegados en primera ins-
tancia y resolvió a favor de la nulidad por el capítulo nuevo alegado en se-
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derecho de defensa”. Los Jueces dicen que a las partes compete en primer
lugar el derecho de inspeccionar las actas y luego a sus abogados legítima-
mente constituídos. Solamente los abogados, excluídas las partes, pueden
pedir un ejemplar de las actas. Las actas a inspeccionar son todas tanto que
se refieran al bien público como al bien privado. Solamente en las causas
que se refieren al bien público, por excepción y para evitar peligros gravísi-
mos puede decidir el juez que algún acto singular y no todos los actos per-
manezca bajo secreto pero debe preservar el derecho de defensa por medios
oportunos. La facultad de inspeccionar las actas en orden a la propia defen-
sa debe siempre ser concedida bajo pena de nulidad, incluso cuando se pien-
se que la parte no lo usará ni ejercitará. Pertenece el derecho de defensa al
bien de las partes del cual el juez no puede disponer salvo casos previstos
por las leyes (por ej: ausencia declarada según el c. 1592). La denegación
de la facultad de inspeccionar las actas no solo teórica sino práctica, impli-
ca la nulidad insanable de la sentencia (c. 1598 § 1 y c. 1620, nº 7) . El fin
de la publicación de las actas es dar a la parte la posibilidad de defensa con-
tra lo alegado por la otra. Puede algún acto mantenerse en secreto pero ex-
clusivamente en un caso peculiar, para evitar males gravísimos y siempre
que permanezca íntegro del derecho de defensa. Es claro que el motivo gé-
nerico de no dejar inspeccionar las actas a las partes porque la causa toca al
bien publico es totalmente inepto para circunscribir o disminuir el conoci-
miento de todas las actas y provoca la nulidad ineluctable de la sentencia.
En el caso bajo análisis se les prohibió a las partes en el decreto de publica-
ción el acceso a las actas. El convenido carecía de abogado de oficio y se
había remitido a la justicia del tribunal, no obstante lo cual e incluso reco-
nociendo sus propias culpas desde el decreto de dudas había militado a fa-
vor de la validez de su matrimonio. Si hubiera querido inspeccionar las ac-
tas no hubiera podido hacerlo dada la decisión de mantenerlas en secreto del
propio tribunal. Esta prohibición provocó la inmediata apelación de la par-
te convenida al tribunal de segunda instancia. El abogado de la parte actora
alegó formalismo, pero nadie puede negar que la exclusión de las mismas
partes de la publicación de las actas es contraria a la ley y provoca una in-
sanable nulidad de la sentencia. Y asi se decretó resolviendo la cuestión pre-
liminar diciendo que consta la nulidad de la sentencia de primera instancia.
En el decreto nº 50 se trató de un matrimonio que había convivido
desde los esponsales durante 15 años. Luego contrajeron matrimonio canó-
nico y convivieron conyugalmente ocho meses mas. Finalmente interrum-
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bas dado a ambas partes, que deben poder inspeccionar todas las actas para
poder preparar su defensa. Si se ignoran las pruebas presentadas por la otra
parte es imposible defender el propio derecho. Se deben publicar las actas.
Una vez publicada la causa si hay nuevas pruebas, debe volverse a publicar.
Después de la sentencia de primera instancia, la parte tiene derecho a pro-
poner la querella de nulidad junto con la apelación. No es necesario que uti-
lice la palabra técnica: querella de nulidad. La posible nulidad de la senten-
cia se debe tratar antes que la cuestión de fondo concediendo a las partes el
mas amplio derecho de defensa. La nueva proposición de la causa exige
nuevos argumentos y nuevas pruebas. Canon 1644 § 1. La convenida dice
que se violó su derecho de defensa tanto en primera instancia como en se-
gunda. En primera se sentenció sin que ella pudiera ver las actas no obstan-
te sus pedidos al respecto. En segunda instancia se repitieron las conductas:
se enviaron documentos a un domicilio que no era el suyo a pesar de haber
comunicado su domicilio al tribunal y se confirmó la sentencia por decreto
sin que ella pudiera defenderse, invoca los c. 1598; 1620,7; 1621; 1625;
1634 y 1638. La publicación y la conclusión de la causa fueron enviados a
su antiguo domicilio, nunca recibió la notificación. Lo mismo pasó con la
sentencia de primera instancia. El tribunal de segunda instancia tampoco es-
cuchó las quejas de la convenida. Trató toda la causa sin intervención de la
parte convenida ni del Promotor de Justicia. Volvió a enviar notificaciones
al antiguo domicilio de la convenida. Las observaciones del Defensor del
Vínculo fueron enviadas al actor y no a la convenida. Se decretó la nulidad
de la sentencia de primera instancia y del decreto confirmatorio. Siendo am-
bos nulos no se trató la nueva proposición de la causa.
vención del Promotor de Justicia de la Rota Romana que consideró que la sen-
tencia de segundo grado era insanablemente nula y pidió que fueran tratados
por memoriales tanto la nulidad insanable como la nueva proposición de la
causa. Se nombró abogados de oficio a las partes para tratar la cuestión inci-
dental y una vez intercambiados los memoriales y oidos el Defensor del Vín-
culo y el Promotor de Justicia se fijó la siguiente fórmula de dudas:
Si consta la nulidad insanable de la sentencia de segundo grado según
el c. 1620, nº 8 correlacionados con el c. 1611, nos. 1 y 3; si consta la nuli-
dad de la sentencia por el c. 1622, nº 2 y si la respuesta es negativa: si se de-
be admitir la nueva proposición de la causa.
En cuanto al primer capítulo de nulidad insanable de la sentencia según
el c. 1620, nº 8: se dijo que es cierto que la sentencia dejó traslucir la mente
del expositor (presidente) contraria a la validez. Pero, no obstante, en sus fun-
damentos se citan los argumentos conrarios a la aversión de la parte conveni-
da, ahora bien, si no hay aversión tampoco hay posibilidad de presión. El Pro-
motor de Justicia de la Rota indicó estas anomalías cfr. c. 1611, nº 1; c. 1610;
c. 1609 § 4. El abogado del actor pidió la declaración de la nulidad insanable
de la sentencia. El Defensor del Vínculo y la parte convenida pidieron la nuli-
dad sanable según el c. 1622 nº 2 y 1611 nº 3. El Promotor de Justicia, a su
vez, vuelve a criticar la sentencia invocando los c. 1610 § 2; 1455 y 1389 § 1.
Finalmente, los Jueces decidieron que el modo de actuar del Redactor fue im-
prudente pero no provocó la nulidad insanable de la sentencia.
En cuanto al segundo capítulo de nulidad sanable de la sentencia se-
gún el c. 1622 nº 2. En este caso, la nulidad se sana no por obra del mismo
Juez sino por el transcurso del tiempo: c. 1623 y 1626 § 2.
En cuanto al tercer capítulo sobre la nueva proposición de la causa ( c.
1643 y 1644 § 1) los Jueces dijeron que se podía discutir y ya se discutió so-
bre la nulidad insanable o sanable de la sentencia. Dado que se decidió que
era sanable y que los argumentos dados por el actor se referían mas a esta
cuestión que a fundamentar la nueva proposición de la causa y siendo que no
propuso nuevos argumentos de peso ni nuevas pruebas, que la nulidad sana-
ble se sano luego tenemos que hay dos sentencias negativas conformes y que
no hay nuevos argumentos de peso o nuevas pruebas a considerar.
teada los Jueces examinaron las actas que contenían muchas nimiedades que
no se referían a la materia del juicio. Entre otras cosas se habían formulado
172 preguntas para el actor y 342 para la convenida. La sentencia les pare-
ció vaga sin que quedara en claro porque se había sentenciado la nulidad.
Casi no había testigos que hubieran conocido a las partes antes de su matri-
monio. La causa no proporcionaba una relación pericial psiquiátrica que si-
guiera a la batería de tests psicológicos. Tomado todo en cuenta se decidió
decretar la apertura a trámite ordinario. Se sentenció el 20.07.00.
En el decreto nº 43 se trataba de una sentencia de primera instancia
por la cual se declaraba la nulidad del matrimonio por error en la actora so-
bre la persona del varón. El matrimonio era de 1964. En el decreto de dudas
se había establecido el capítulo de error en la cualidad de la persona. El ha-
bía dicho que tenía un doctorado cosa que resultó falsa. La sentencia fue
apelada ante la Rota. La causa se abrió a trámite ordinario. La sentencia ape-
lada tenía cierta incongruencia dado que en la parte in iure se trataba, am-
plísimamente, del error en cualidad, c. 1893 § 2 CIC/1917, c. 1097 § 2
CIC/1983, que en la parte dispositiva se descartó, omitida cualquier motiva-
ción en el in facto esse. En cambio, en el in facto se trató en forma amplia
y casi exclusiva del error en persona: CIC/17 c. 1083 § 1 y CIC/83 c. 1097
§ 1. La sentencia se basó en el error en la persona del cual había callado en
la parte in iure. El Defensor del Vínculo pidió que se estableciera una nuli-
dad insanable por el c. 1620 nº 8. Se rechazó este pedido y se decidió que
la nulidad era sanable según el c. 1622 nº 2. Se consideró que la nulidad era
sanable por el transcurso del tiempo. No obstante se decretó la apertura a
trámite ordinario. En efecto, dijeron los Jueces si se había negado que hu-
biera error en la cualidad de la persona (se trataba de un doctorado en juris-
prudencia que no había sido obtenido) ¿cómo después se daba por error en
la persona?. La actora que descubre en 1967 la inexistencia del doctorado,
siguió conviviendo con el convenido, antes de dar el consentimiento ya co-
nocía algunas mentira del novio que habían suscitado sus sospechas. Pero la
sospecha no condice con el error. La actora se queja de las mentiras pero
agrega, al mismo tiempo, que si hubiera conocido la verdad a lo mejor se
habría o no casado igual. ¿Puede haber en este caso error en cualidad direc-
ta y principalmente intentada o un error en una cualidad que identificaba al
futuro cónyuge?. Se decretó la apertura a trámite ordinario.
En el decreto nº 52 se trató de un matrimonio que se mantuvo unido
durante siete años durante los cuales tres hijos fueron engendrados. Luego
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res, ¿son nuevos?, es decir no han sido considerados y rechazados con an-
terioridad y hacen al fondo del tema. Ninguna de estas características se dio
en este caso, por lo cual, fue denegada la nueva proposición de la causa. El
decreto fue apelado y el 13.01.92 se archivaron las actas.
En el decreto nº 33 se trató el caso de un varón actor que había pedi-
do la nulidad de su matrimonio por haber padecido miedo y por exclusión
del bien de la fidelidad por su parte. Obtuvo una sentencia negativa en pri-
mera instancia. Apeló la sentencia ante el tribunal de la Rota Romana que
sentenció a favor de la validez. El actor pidió una nueva consideración de la
causa. Para que pueda ser concedida la nueva proposición de la causa se exi-
gen argumentos nuevos y graves. Los nuevos argumentos pueden brotar de
nuevas pruebas o de pruebas que habiendo sido ya presentadas no fueron su-
ficientemente consideradas y ponderadas por los jueces anteriores. La gra-
vedad del argumento debe ser tal que debe producir en los Jueces la seria
duda sobre que los jueces anteriores se equivocaron en el fundamento jurí-
dico o aplicaron mal el derecho en los hechos produciendo así una herida
grave a la justicia y a la equidad. En este caso, los Jueces consideraron que
las sentencias anteriores eran correctas dado que de la vida viciosa y luju-
riosa del actor no se podía deducir un acto positivo de exclusión del bien de
la fidelidad. Tampoco que hubiera habido coacción y aversión del actor ha-
cia el matrimonio. Se rechazó la nueva proposición de la causa. Se interpu-
so una apelación que fue resuelta el 18.11.94.
En el decreto nº 40 se trató el caso de una pareja que cuando consin-
tieron tenían él 20 años y ella 17. Luego de intercambido el consentimiento
les nació un hijo concebido antes del consentimiento. Luego de dos años de
convivencia el abandonó el hogar conyugal. Ella pidió la declaración de nu-
lidad argumentando la incapacidad psíquica de él pero el tribunal rechazó el
libelo. Ella volvió a demandar por simulación por parte de él. Esta vez, el
tribunal sentenció negativamente. Ella apeló al tribunal de segunda instan-
cia el cual confirmó la sentencia apelada. La actora pidió obtener una nue-
va proposición de la causa ante el tribunal de la Rota Romana, que se hizo
la pregunta, ¿se debe o no admitir la nueva proposición de la causa?. Para
admitirla se deben aportar o nuevas y serias pruebas o nuevos y serios argu-
mentos. Dentro del mes de recibido el pedido el tribunal superior debe por
decreto resolver si admite o no la nueva proposición de la causa, c. 1644 §
1. Para aceptar la nueva proposición de la causa basta con que los argumen-
tos o las pruebas hagan probable la reforma de la sentencia. Los argumen-
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tos o las nuevas pruebas deben introducir una novedad no sólo material si-
no también formal. El argumento de la actora fue que el convenido había
contraido matrimonio para liberarse del servicio militar. El convenido, en
cambio, dijo que había tenido intención de contraer un verdadero matrimo-
nio. Los testigos no abonan el argumento de la actora. La actora dijo tam-
bién que ella tuvo miedo y no lo dijo porque sino sus padres y el Pbro. in-
terviniente le impedirían llegar al matrimonio. Los argumentos ya habían si-
do considerados antes. Se rechazó la nueva proposición de la causa, pero,
dejando, sin embargo, abierta la posibilidad de iniciar una nueva causa an-
te el tribunal competente, por un nuevo capítulo.
En el decreto nº 72 se trató de un matrimonio que se había celebrado
el 20.10.78. En Agosto de 1980, la mujer abandonó el hogar conyugal. No
tuvieron hijos. El 01.08.83 la mujer inició el juicio de nulidad matrimonial
canónica, por las causales de simulación total por parte de ella, o porque su
inmadurez psíquica la incapacitaba para emitir un consentimiento libre. El
tribunal de oficio agregó la causal de violencia o miedo ejercida por los pa-
dres sobre la actora. La sentencia de primera instancia sentenció a favor de
la nulidad porque consideró que la mujer actora carecía de las condiciones
de los c. 1081 y 1082 del CIC/17. En segunda instancia se sentenció a favor
del matrimonio. La actora apeló al Tribunal de la Rota Romana que senten-
ció a favor de la validez. La actora solicitó el beneficio de la nueva propo-
sición de la causa. ¿Debe ser concedido o rechazado?. Los nuevos argumen-
tos propuestos deben inducir en el ánimo del Juez una esperanza racional se
subvertir la presunción a favor del matrimonio que procede de las dos sen-
tencias anteriores a favor de la validez. Se deben presentar o nuevas prue-
bas: nuevos testigos, nuevos documentos, o nuevos argumentos no suficien-
temente sopesados por los jueces anteriores. Es suficiente demostrar que los
jueces no estimaron rectamente las pruebas o los documentos o si los tess-
timonios fueron menos ponderados de lo que debieran haber sido. De todo
ello pueden surgir argumentos graves que induzcan a conceder la nueva pro-
posición, siempre, claro esta, que de este examen se desprendan defectos
que sean graves y substanciales y verdaderamente influyentes en la decisión
que se tomó con anterioridad.
La actora había alegado que el convenido y su familia habían menti-
do por odio a ella y para que no pudiera lograr la nulidad. Además agregó
que no se había tomado suficientemente en cuenta su inmadurez en el mo-
mento del consentimiento. Pero, en la sentencia anterior se habían conside-
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rados todos los dichos del convenido, incluso sus vacilaciones. El conveni-
do había comenzado oponiéndose a la nulidad, en segunda instancia habia
sido remiso y descuidado y en tercera instancia, olvidando todo tipo de re-
sentimiento había decidido declarar la verdad para que el tribunal decidiera
si su matrimonio era válido o no. La actora que era un tanto remisa a acep-
tar su proposición matrimonial finalmente había accedido a su pedido, sin
manifestar muestras de antipatía hacia él o hacia el matrimonio con él. En
cuanto a la inmadurez de la actora sus parientes dicen que ella quería casar-
se para conseguir la libertad de la vigilancia de los padres. Quería ser inde-
pendiente y vivir su propia vida. La sentencia tomo en cuenta la pericia y
también el testimonio de un hermano de la actora que no había sido escu-
chado antes y que confirma lo que luego en la sentencia de la Rota se expli-
có abundantemente sobre la libertad de la hermana con respecto a la fami-
lia. Tomando todo lo dicho en cuenta, se denegó la nueva proposición de la
causa.
En el decreto nº 75, se trató sobre la admisión o no de la nueva pro-
posición de la causa en el caso de la aplicación de la pena de la dimisión del
estado clerical del Pbro. NN.
El Pbro. NN habia sido ordenado el 27.06.61, ejerció el ministerio
pastoral, como vicario parroquial, en diversas parroquias. El 01.07.72 fue
nombrado Párroco. Fue acusado de una relación torpe con AA. quien era
una de sus catequizandas. El 22.09.77 fue cambiado de Parroquia. Trasladó
consigo a toda la familia de AA con ella incluída y la colocó como servicio
doméstico en la nueva Parroquia. AA tuvo dos hijos de padre desconocido.
El pueblo pensaba que el Padre era el Pbro. NN.
El Obispo lo trasladó a otra Parroquia el 21.03.80 y le prohibió tras-
ladar consigo a AA y a su familia. El Pbro. NN se negó a obedecer. Llevó a
toda la familia consigo y la alojó en la Parroquia. Fue removido del oficio
parroquial y se le impuso un precepto penitencial: hacer ejercicios espiritua-
les en una casa religiosa X. El 22.05.80 se lo nombró Capellán de Hospital
y se le pidió prestar auxilio en la Parroquia vecina. Además le fueron prohi-
bidas las relaciones con AA y su familia bajo la pena de perder su ministe-
rio. En el Hospital lo acusaron de administrar indecorosamente los sacra-
mentos y fue trasladado para ejercer como capellán de Hospital en otra ciu-
dad el 23.07.84. Pero no mejoró su modo de actuar en el nuevo Hospital. El
28.01.86 fue acusado de hurtar un anillo de oro del dedo de una mujer di-
funta. A causa de ello fue privado del oficio de Capellán con precepto de vi-
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obstáculo para que aceptaran luego al recurrente que se había excusado le-
gitimamente. Lo cual vale mas aún en las causas matrimoniales en las cua-
les los plazos no se aplican con tanta rigurosidad. De hecho, el recurrente ha
presentado las causas por las cuales, por la ignorancia de la ley, la distancia
de los lugares donde debían recolectarse los nuevos documentos y por la de-
mora en el nombramiento del abogado, no se habían observado estrictamen-
te los plazos fijados por la ley. Las causas presentadas se consideran sufi-
cientes para reasumir la causa y tratarla. Sobre los documentos y las razo-
nes que ahora se presentan se consideran suficientes para que se traten por
memoriales y se conceda la nueva proposición de la causa. Se decide enton-
ces que no ha cesado la competencia del turno y que por lo tanto puede se-
guirse adelante. El decreto es del 02.04.93. Un nuevo decreto en esta causa
fue dado el 29.04.94.
tra el decreto emitido por el colegio del tribunal antes mencionado. Luego
presentó sus argumentos a favor de la nulidad o justificando la apelación.
Pero el abogado del actor pidió que se tratara la cuestión preliminar sobre el
derecho de apelación de la mujer convenida.
En lo que se refiere al derecho de apelar de la mujer convenida con-
tra el decreto del colegio del Tribunal de Primera Instancia, el Tribunal de
la Rota contestó citando el c. 1629 nº4: “No cabe apelación: 4.- contra el de-
creto del Juez o Sentencia Interlocutoria que no tengan fuerza de sentencia
definitiva, a no ser que se acumule con la apelación contra la sentencia de-
finitiva” y el c.1618: “La sentencia interlocutoria o el decreto tienen fuerza
de sentencia definitiva si impiden o ponen fin al juicio o a una instancia del
mismo, al menos por lo que se refiere a una de las partes en causa”. Luego
dice el Tribunal dado que el decreto judicial no pone fin ni impide el juicio,
de ninguna manera puede ser apelado. Además, según el canon 1629 nº 5:
“No cabe apelación: 5.- contra la sentencia o decreto en una causa que se-
gún el derecho debe dirimirse con la mayor rapidez posible.” Pero, el c.
1589 establece que una cuestión incidental debe decidirse con la mayor ra-
pidez (expeditissime ). Además según el c. 1513 § 3 la impugnación contra
el decreto de dudas debe definirse con toda rapidez (expeditissime). Por lo
tanto no se da la apelación contra el decreto en cuestión ya que no tiene
fuerza de sentencia definitiva; y, además, porque es un decreto en una cues-
tión incidental que debe definirse con toda rapidez, “expeditissime”.
En cuanto a la validez del decreto de la concordación de la duda, de-
ben tenerse en cuenta el c. 1513 § 3 que dice: “Se ha de notificar a las par-
tes el decreto del Juez; y, si no están de acuerdo, pueden recurrir en el pla-
zo de diez días, para que lo modifique, ante el mismo juez, el cual debe de-
cidir la cuestión con toda rapidez: expeditissime ”; entonces por el c. 1629,
nº 5 no se da la apelación al decreto del Juez y además en el c. 1514 dice:
“Los términos de la controversia, una vez definidos, no pueden modificarse
válidamente, si no es mediante nuevo decreto, por causa grave, a instancia
de parte y habiendo oído a las restantes, cuyas razones han de ser debida-
mente ponderadas”. Luego los términos de la duda pueden cambiarse según
la pretensión de la parte resistente siempre que se sigan las normas de este
canon.
En lo que se refiere a la presencia del Defensor del Vínculo, se debe
tener en cuenta el c. 1513. El Defensor recibió el decreto de la duda junto
con las partes en la causa. Que el haya firmado el acta el 31.03, en lugar del
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12.03 con el Ponente y el abogado del actor no toca la validez del acto, da-
do que en ninguna parte se dice que la debe firmar simultáneamente con
ellos. Se debe atender entonces al c. 124 § 1: “Para que un acto jurídico sea
válido, se requiere que haya sido realizado por una persona capaz, y que en
el mismo concurran los elementos que constituyen esencialmente ese acto,
así como las formalidades y requisitos impuestos por el derecho para la va-
lidez del acto.” § 2: “Se presume válido el acto jurídico debidamente reali-
zado en cuanto a sus elementos externos”. Tener también en cuenta que en
el c. 1433, se dice: En aquellas causas que requieran la presencia del pro-
motor de justicia o del defensor del vínculo, si no han sido citados, son nu-
los los actos, salvo que, no obstante, se hagan presentes de hecho, o, al me-
nos, hayan podido cumplir su misión antes de la sentencia, mediante el exa-
men de las actas”. Basta, entonces, para la validez, con que cumpla con su
misión de Defensor antes de la sentencia.
Además, si la mujer convenida piensa que existen elementos que abo-
nan su solicitud puede usar el derecho que le concede el c. 1391.
Se decretó, entonces, que en el caso no se da apelación contra el de-
creto colegial del Tribunal de Primera Instancia.
2.16. Iurium
2.16.1. Se confirma el rechazo del libellum
tos hechos en beneficio del Obispo y a pagar una indemnización por la re-
pentina dimisión del actor de su oficio de administrador, y por los daños
causados por la injusta dimisión. El abogado de oficio del Obispo apeló al
siguiente Turno Rotal. Mientras tanto, el Obispo había enviado una carta al
Ponente del Turno de apelación manifestando que estaba dispuesto a resol-
ver con buena voluntad, como sugería la sentencia anterior, el litigio que se
había suscitado con los herederos, y que para ello había dado el correspon-
diente mandato. El Ponente del turno de apelación devolvió las actas al tur-
no inicial, porque la transacción sugerida es parte dispositiva de la senten-
cia primera y por ello pertenece a su Turno. Los herederos solicitaron que
se declarara desierta la apelación, cosa que el segundo turno rechazó y re-
mitió nuevamente las actas al primer turno para que, previa composición
que no dañe a ninguna de las partes se llegue al fin de un litigio tan largo.
El primer ponente confirmó la competencia de su turno y ordenó que se
practicara la transacción y si no que se mandara ejecutar la sentencia. Había
mandato del Obispo y de los herederos para llegar a una trasnsacción. Efec-
tuada la transacción, habiendo intervenido los peritos correspondientes todo
frente al Juez Ponente de la primera sentencia, habiendo declarado la parte
actora de no tener nada más que pedir del Ordinario, ni de la Diócesis mis-
ma por el servicio prestado por su pariente difunto, se declara finalizado el
juicio a todos los efectos. Los jueces del Tribunal de la Rota por este decre-
to, declaran que la transacción entre las partes ha sido llevada a buen fin y
aprueban lo hecho. Luego se detallan las cifras que han de devolverse a los
herederos por los gastos efectuados en estuco, litros de nafta, por compen-
sación por la dimisión del oficio y por los daños complexivamente y global-
mente considerados, computados también los correspondientes intereses. La
suma debe ser enviada al Tribunal Apostólico para que sea entregada al Pro-
curados de los herederos del actor.
locado por el legislador en la Parte I “De los delitos y penas en general” que
rige todo el ordenamiento del derecho penal canónico, o la general discipli-
na de las sanciones en la Iglesia, el título VII “Norma general” donde apa-
rece unicamente el c. 1399 siendo el último canon en la Parte II, que trata
“de las penas para cada uno de los delitos”; además este canon cierra el mis-
mo libro de derecho penal canónico “Acerca de las sanciones en la Iglesia”:
lo cual según los Jueces tiene una especial significación.
El c. 1399, entonces, bajo la guía de la lógica jurídica, se encuentra
en la segunda parte del Libro VI luego de seis títulos: De los delitos contra
la religión y la unidad de la Iglesia (I); De los delitos contra las autoridades
eclesiásticas y contra la libertad de la Iglesia (II); De la usurpación de fun-
ciones eclesiásticas y de los delitos en el ejercicio de las mismas (III); Del
crimen de falsedad (IV); De los delitos contra obligaciones especiales (V);
De los delitos contra la vida y la libertad del hombre (VI).
Además, el contenido de este título se completa meramente por las
palabras “Norma general”, forma usada muy raramente en todo el CIC, y
expresado por las pocas líneas del canon: “Aparte de los casos establecidos
en esta u otras leyes, la infracción externa de una ley divina o canónica só-
lo puede ser castigada con una pena ciertamente justa cuando así lo requie-
re la especial gravedad de la infracción y urge la necesidad de prevenir o de
reparar escándalos” (c. 1399).
Esta norma, que por una parte según lo que hemos visto se presenta
como penal y esta subordinada a las normas generales del derecho penal ca-
nónico, entre las cuales esta presente la del c. 1362 (cfr. c. 1311-1363), por
otra parte, contiene un manifiesto significado pastoral, por lo cual a las au-
toridades constituidas en la Iglesia se le concede la función en cualquier no
previsto o no considerado caso en el Código: “aparte de los casos estableci-
dos en esta u otras leyes” de imponer una justa pena por la gravedad de la
violación de la ley divina o canónica y por la urgente necesidad de prevenir
o reparar escándalos.
Sobre esta cuestión explica el ilustre autor Velasio de Paolis: “En la
Iglesia, por una parte, se debe respetar la naturaleza típica del propio orde-
namiento jurídico tambien en la parte penal: el derecho penal también se re-
fiere al bien de las almas; tiene un fin salvífico. Por otra parte, deben respe-
tarse también los derechos de los fieles contra los abusos y las arbitrarieda-
des. ( V. De Paolis, De sanctionibus in Ecclesia, cit. pág. 123), pero en se-
guida agrega: “El Nuevo Código estatuye el principio “nulla pena sine cul-
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pa” (cf. c. 1321). Asimismo generalmente pena solo los delitos dolosos. En
el c. 221 § 3 se enuncia, de modo moderado, el principio “nulla poena sine
lege poenali praevia”. Se lee alli: “Los fieles tienen derecho a no ser sancio-
nados con penas canónicas, si no es conforme a la norma legal”.
El c. 1399 determina más a este principio. Por una parte, de nuevo es-
tablece, aunque indirectamente, que los fieles pueden ser castigados en los
casos establecidos en esta u otras leyes”; por otra parte, se amplia la posibi-
lidad de castigar (ibid., págs. 123s). Pero con respecto a las penas a aplicar
en estos casos –sigue diciendo– las penas medicinales no pueden aplicarse
sin previa amonestación canónica, según la norma del c. 1347. En el c. 1399
no se da la derogación de esta norma […] En cuanto a las penas expiatorias,
se habla solamente de “justa pena” (ibid., pág. 124); sin olvidar, por último
lo que dijera el celebérrimo Michiels, sobre el c. 2222 § 1 (CIC/17), esto es:
“Muy frecuentemente afirman los autores que la pena justa, que en el caso
se permite infligir, no es una de las las graves penas ordinarias que se en-
cuentran en el CIC, estatuidas contra delitos establecidos y definidos en el
derecho, sino alguna pena menor extraordinaria, porque el reo no habría
podido conocer la pena con anterioridad, ni se podría haber podido defen-
der perfectamente” […]. Es evidente que no se puede inflijir una pena, cu-
ya aplicación por la prescripción del mismo código, se restrinje a solos los
casos expresamente definidos por el derecho” (G. Michiels, De delictis et
poenis, vol. II. Parisiis-Tornaci-Romae-Neo Eboraci 1961, pág. 165; cfr.
etiam A. Calabrese, Diritto penale canonico, cit., págs. 291 ss).
Por lo cual, una vez mas, es preciso concluir que en derecho penal ca-
nónico el c. 1362 expresa –también relacionado al c. 1399- un principio ge-
neral y fundamental que por voluntad del Legislador es superior tambien a
todas las normas generales, sin ninguna excepción.
Tampoco puede omitirse señalar que es irracional o ilógico el recur-
so al c. 1399 con referencia a la aplicación de penas accesorias cuando ya,
hace tiempo, han sido perimidas las principales, pues lo accesorio sigue a lo
principal, de tal modo que si este falta, lo accesorio no puede existir.
Por lo tanto, proponer este castigo, no parece ciertamente una “apli-
cación relativa del principio de legalidad ordenado a la tutela del bien co-
mún de la Iglesia” cuando para conseguirlo, si permaneciera la causa del es-
cándalo, el Superior puede recurrir a remedios administrativos y si fuera el
caso a preceptos de índole penal.
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no, por el contrario, como un medio apto para asegurar la justa aplicación
del derecho canónico. Como las causas de nulidad de matrimonio no pasan
a cosa juzgada y hacen al estado de las personas pueden siempre modificar-
se si hay nuevas pruebas, o nuevos argumentos o nuevas valoraciones de las
pruebas y de los argumentos.
Por último, hago una referencia a las causas penales que hemos resu-
mido en este artículo. Sobresalen los decretos 12 y 75. En el decreto 12, los
Jueces del Tribunal de la Rota Romana al analizar las relaciones entre el c.
1321 y el c. 1399. Los Jueces han considerado que el c. 1321 debe prevale-
cer sobre el c. 1399 que es considerado como una excepción y no como el
principio general. Han dicho los Jueces que también en el derecho canóni-
co tienen lugar los axiomas de “Nulla poena sine lege poenali previa”; citan
el c. 221 § 3: “Christifidelibus ius est, ne poenis canonicis nisi ad norman
legis plectantur”, dicen que generalmente se penan los delitos que tienen
origen en el dolo y no en la culpa, establecen también el axioma de “nullo
delicto absque sententia” y el de “nullo reo sine condemnatoria sententia”;
también han sostenido que en el derecho penal canónico prevalece el crite-
rio de la misericordia y de la benignidad. Según los Jueces, entonces, el c.
1399 es una excepción a la norma general que se debe aplicar muy cuida-
dosamente y que no puede aplicarse a delitos ya prescriptos, o aplicando las
mas graves penas del CIC en caso de delitos no tipificados. Además si se
aplica en el caso de faltas mas leves, debe hacerse considerando que el que
lo cometió podría ignorar que estaba cometiendo un delito (no estaba tipifi-
cado previamente) o que no tiene ocasión de defenderse bien ya que se le
aplica una pena por un delito no tipificado previamente. Para estos casos, en
definitiva se puede recurrir a otros remedios canónicos, ya sean de índole
administrativa ya de preceptos de índole penal.
También el decreto nº 75 ofrece facetas dignas de ser tenidas en cuen-
ta. La pena que se intentaba aplicar y que finalmente no se aplicó fue una
de las mas graves del derecho penal canónico: la dimisión del estado cleri-
cal. Durante la instrucción de la causa se respetaron los derechos del acusa-
do. Se le nombró abogados de oficio que llevaron adelante su defensa. Se
escuchó al acusado y a sus testigos. Resulta interesante que se insista en se-
ñalar que en caso de sentencia condenatoria no se da la cosa juzgada ya que
siempre se puede probar la inocencia del reo y que se diga que en materia
de penas siempre se ha de elegir la interpretación más benigna (c. 18 y 22).
Se señala también muy acertadamente que la nueva proposición de la causa
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LEGISLACIÓN PARTICULAR
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422
Artigo 6º
As Altas Partes reconhecem que o patrimônio histórico, artístico e
cultural da Igreja Católica, assim como os documentos custodiados nos seus
arquivos e bibliotecas, constituem parte relevante do patrimônio cultural
brasileiro, e continuarão a cooperar para salvaguardar, valorizar e promover
a fruição dos bens, móveis e imóveis, de propriedade da Igreja Católica ou
de outras pessoas jurídicas eclesiásticas, que sejam considerados pelo Brasil
como parte de seu patrimônio cultural e artístico.
§ 1º. A República Federativa do Brasil, em atenção ao princípio da
cooperação, reconhece que a finalidade própria dos bens eclesiásticos men-
cionados no caput deste artigo deve ser salvaguardada pelo ordenamento
jurídico brasileiro, sem prejuízo de outras finalidades que possam surgir da
sua natureza cultural.
§ 2º. A Igreja Católica, ciente do valor do seu patrimônio cultural,
compromete-se a facilitar o acesso a ele para todos os que o queiram con-
hecer e estudar, salvaguardadas as suas finalidades religiosas e as exigências
de sua proteção e da tutela dos arquivos.
Artigo 7º
A República Federativa do Brasil assegura, nos termos do seu orde-
namento jurídico, as medidas necessárias para garantir a proteção dos luga-
res de culto da Igreja Católica e de suas liturgias, símbolos, imagens e obje-
tos cultuais, contra toda forma de violação, desrespeito e uso ilegítimo.
§ 1º. Nenhum edifício, dependência ou objeto afeto ao culto católico,
observada a função social da propriedade e a legislação, pode ser demolido,
ocupado, transportado, sujeito a obras ou destinado pelo Estado e entidades
públicas a outro fim, salvo por necessidade ou utilidade pública, ou por inte-
resse social, nos termos da Constituição brasileira.
Artigo 8º
A Igreja Católica, em vista do bem comum da sociedade brasileira,
especialmente dos cidadãos mais necessitados, compromete-se, observadas
as exigências da lei, a dar assistência espiritual aos fiéis internados em esta-
belecimentos de saúde, de assistência social, de educação ou similar, ou
detidos em estabelecimento prisional ou similar, observadas as normas de
cada estabelecimento, e que, por essa razão, estejam impedidos de exercer
em condições normais a prática religiosa e a requeiram. A República
Federativa do Brasil garante à Igreja Católica o direito de exercer este ser-
viço, inerente à sua própria missão.
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Artigo 9º
O reconhecimento recíproco de títulos e qualificações em nível de
Graduação e Pós-Graduação estará sujeito, respectivamente, às exigências
dos ordenamentos jurídicos brasileiro e da Santa Sé.
Artigo 10 º
A Igreja Católica, em atenção ao princípio de cooperação com o
Estado, continuará a colocar suas instituições de ensino, em todos os níveis,
a serviço da sociedade, em conformidade com seus fins e com as exigências
do ordenamento jurídico brasileiro.
§ 1º. A República Federativa do Brasil reconhece à Igreja Católica o
direito de constituir e administrar Seminários e outros Institutos eclesiásti-
cos de formação e cultura.
§ 2º. O reconhecimento dos efeitos civis dos estudos, graus e títulos
obtidos nos Seminários e Institutos antes mencionados é regulado pelo
ordenamento jurídico brasileiro, em condição de paridade com estudos de
idêntica natureza.
Artigo 11º
A República Federativa do Brasil, em observância ao direito de liber-
dade religiosa, da diversidade cultural e da pluralidade confessional do País,
respeita a importância do ensino religioso em vista da formação integral da
pessoa.
§ 1º. O ensino religioso, católico e de outras confissões religiosas, de
matrícula facultativa, constitui disciplina dos horários normais das escolas
públicas de ensino fundamental, assegurado o respeito à diversidade cultu-
ral religiosa do Brasil, em conformidade com a Constituição e as outras leis
vigentes, sem qualquer forma de discriminação.
Artigo 12º
O casamento celebrado em conformidade com as leis canônicas, que
atender também às exigências estabelecidas pelo direito brasileiro para con-
trair o casamento, produz os efeitos civis, desde que registrado no registro
próprio, produzindo efeitos a partir da data de sua celebração.
§ 1º. A homologação das sentenças eclesiásticas em matéria matrimo-
nial, confirmadas pelo órgão de controle superior da Santa Sé, será efetua-
da nos termos da legislação brasileira sobre homologação de sentenças
estrangeiras.
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Artigo 13º
É garantido o segredo do ofício sacerdotal, especialmente o da confi-
ssão sacramental.
Artigo 14º
A República Federativa do Brasil declara o seu empenho na destina-
ção de espaços a fins religiosos, que deverão ser previstos nos instrumentos
de planejamento urbano a serem estabelecidos no respectivo Plano Diretor.
Artigo 15º
Às pessoas jurídicas eclesiásticas, assim como ao patrimônio, renda e
serviços relacionados com as suas finalidades essenciais, é reconhecida a
garantia de imunidade tributária referente aos impostos, em conformidade
com a Constituição brasileira.
§ 1º. Para fins tributários, as pessoas jurídicas da Igreja Católica que
exerçam atividade social e educacional sem finalidade lucrativa receberão o
mesmo tratamento e benefícios outorgados às entidades filantrópicas recon-
hecidas pelo ordenamento jurídico brasileiro, inclusive, em termos de requi-
sitos e obrigações exigidos para fins de imunidade e isenção.
Artigo 16º
Dado o caráter peculiar religioso e beneficente da Igreja Católica e de
suas instituições:
I - O vínculo entre os ministros ordenados ou fiéis consagrados
mediante votos e as Dioceses ou Institutos Religiosos e equiparados é de
caráter religioso e portanto, observado o disposto na legislação trabalhista
brasileira, não gera, por si mesmo, vínculo empregatício, a não ser que seja
provado o desvirtuamento da instituição eclesiástica.
II - As tarefas de índole apostólica, pastoral, litúrgica, catequética,
assistencial, de promoção humana e semelhantes poderão ser realizadas a
título voluntário, observado o disposto na legislação trabalhista brasileira.
Artigo 17º
Os Bispos, no exercício de seu ministério pastoral, poderão convidar
sacerdotes, membros de institutos religiosos e leigos, que não tenham nacio-
nalidade brasileira, para servir no território de suas dioceses, e pedir às auto-
ridades brasileiras, em nome deles, a concessão do visto para exercer ativi-
dade pastoral no Brasil.
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PELA SANTA SÉ
Dominique Mamberti
Secretário para Relações com os Estados
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Octavio LO PRETE
I. INTRODUCCIÓN
La celebración del Acuerdo entre la Santa Sede y la República
Federativa del Brasil constituye un acto de singular trascendencia para
ambas partes y un ejemplo al mundo de que los convenios internacionales,
por más complejos que a primera vista resulten, exigen para su concreción
un trabajo diplomático profesional, apuntalado por una decisión política
firme que, en este caso, encontró su fundamento en la constatación de una
realidad fáctica que requería un marco jurídico más adecuado.
El Acuerdo es importante por varios motivos: porque Brasil es el país
con mayor número de fieles católicos en el mundo, porque llevado al
Congreso brasileño para su aprobación fue -salvo aisladas excepciones-
muy bien acogido por las dos Cámaras y porque, entre otros factores para
destacar, comprende un vasto campo de “res mixtae”. Sobre esto último, si
bien tal amplitud nos permitiría llamarlo un verdadero “Concordato”, con-
viene respetar su terminología oficial de “Acuerdo”, explicada por el
Nuncio Apostólico en Brasil y actor principal de las negociaciones, SER.
Mons. Lorenzo Baldisseri, para quien la palabra “Concordato” dice mas
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III. CONTENIDO
En primer término, sustancial por cierto, surge del Acuerdo un reco-
nocimiento que el Estado hace a la Iglesia, con fundamento en la libertad
religiosa, del derecho que ésta tiene a desempeñar su misión apostólica,
garantizándosele a la vez el ejercicio público de sus actividades en tanto,
claro está, observe el ordenamiento jurídico brasileño. En conexión con
ello, el Estado reafirma la personalidad jurídica de la Iglesia, entendiéndo-
se que gozarán de personalidad propia todas las estructuras que el derecho
canónico reconoce como tales. En consecuencia, si para la ley eclesial una
parroquia, un instituto de vida consagrada, una diócesis u otras figuras aná-
logas ostentan personalidad jurídico canónica, pues también para el Estado
tendrán dicho carácter. Siempre, de nuevo, desde que no entren en contra-
dicción con el sistema constitucional y las leyes brasileñas.
Presupuestas dichas dos garantías, vale decir, el reconocimiento del
derecho a “ser” conforme a lo que es y a “actuar” para cumplir su tarea, el
Acuerdo aborda un vasto campo de materias de interés común, siempre guia-
do por el principio de cooperación, teniendo en cuenta que ambas partes, como
surge de los Considerandos, “cooperan para la construcción de una sociedad
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más justa, pacífica e fraterna”. Las materias son: 1) la protección del patrimo-
nio histórico, artístico y cultural de la Iglesia (comprometiéndose ésta a facili-
tar el acceso a dicho patrimonio); 2) la protección de los lugares de culto; 3) la
cuestión de la asistencia espiritual a los fieles internados en establecimientos
de salud, de asistencia social, de educación, cárceles o semejantes; 4) el reco-
nocimiento recíproco de títulos de graduación; 5) la enseñanza de religión
facultativa en las escuelas públicas de nivel fundamental (sobre el particular se
hace mención a que la Iglesia seguirá poniendo todas sus instituciones educa-
tivas al servicio de la sociedad brasileña); 6) el otorgamiento de efectos civiles
al matrimonio canónico y la homologación civil de las sentencias dictadas en
los tribunales eclesiásticos; 7) la garantía del secreto de confesión; 8) la inser-
ción de espacios para la construcción de edificios religiosos en los planes urba-
nísticos; 9) el reconocimiento de beneficios tributarios en todo lo que se refie-
re a sus finalidades propias; 10) en materia laboral, la clarificación de la natu-
raleza del vínculo que se crea entre aquellas personas que se consagran y la
entidad a la que pertenecen -como asimismo el tema del voluntariado- y 11) la
problemática migratoria que conlleva el ingreso de misioneros.
Queremos detenernos en algunos de los aspectos mencionados:
Referente al terreno educativo, la cuestión ha generado algunas con-
troversias. Ello sin embargo, lo cierto es que la enseñanza religiosa faculta-
tiva en los horarios comunes de clase del nivel elemental era una previsión
ya contenida en la Constitución (hemos citado el art. 210) como también en
la ley fundamental sobre enseñanza escolar. Por lo demás, para destacar, el
Acuerdo menciona la importancia de la enseñanza de religión para la “for-
mación integral de la persona”. No menos significativo resulta el hecho de
que es la primera vez que un Acuerdo firmado por la Santa Sede hace men-
ción a la enseñanza de religión por parte de otras confesiones.
También, en materia “laboral”, es novedosa la previsión referida al
tipo de ligazón que nace entre los sacerdotes y las diócesis y entre los reli-
giosos y sus institutos. El Acuerdo no los considera “en sí mismo” vínculos
“empleado-empleador”, de lo que se sigue que la relación está regulada por
el derecho canónico. Se trata de otro reconocimiento formulado por el
Estado al derecho propio de la Iglesia, que fue posible gracias a profusos
antecedentes jurisprudenciales de los tribunales del trabajo brasileños que
venían fijando dicha doctrina.
A su turno, es notable lo que surge del art. 14, declarando la
República Federativa del Brasil “su empeño en destinar espacios a fines
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V. CONCLUSIÓN
Hemos pretendido mostrar, porque de ello estamos convencidos, que
el Acuerdo suscripto entre la Santa Sede y Brasil resulta ser un hecho de
especial significación. Acaso en otro lugar del mundo, aún con mayoría de
población católica, su firma no habría sido posible, porque hubiesen prima-
do prejuicios, sospechas de concesión de privilegios o muestras de mayor
hostilidad hacia cualquier reconocimiento que el Estado hiciese del factor
religioso presente en la sociedad. Brasil, por el contrario, acogió con deci-
sión el pedido original de la Santa Sede de trabajar en un acuerdo que siste-
matizara, consolidara y explicitara en un único cuerpo las disposiciones
legales y consuetudinarias que conformaban el marco jurídico de la Iglesia
Católica en su territorio. Brasil auscultó la realidad y entendió que ello era
lo mejor para las dos partes. Brasil, sin menoscabar su orden jurídico ni
obviamente su soberanía, facilitó las condiciones para la realización de la
tarea pastoral de la Iglesia. Lo hizo también con el resto de las confesiones
religiosas, porque, de nuevo, “el Estado es laico pero el hombre es religio-
so”. Sería necio e injusto desconocer el dato. Definitivamente entonces, un
signo de madurez.
Artículo 20º
El presente acuerdo entrará en vigor en la fecha de intercambio de los
instrumentos de ratificación, salvaguardadas las situaciones jurídicas exis-
tentes y constituidas amparadas en el Decreto nº 119-A, del 7 de enero de
1890 y del Acuerdo entre la República Federativa del Brasil y la Santa Sede
sobre Asistencia Religiosa a las Fuerzas Armadas, del 23 de octubre de
1989.
Hecho en la Ciudad del Vaticano, a los 13 días del mes de noviembre
del año de 2008, en dos originales, en los idiomas portugués e italiano, sien-
do ambos los textos igualmente auténticos.
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I.- COMENTARIO
Al cabo de un proceso de negociación que se extendió de manera
intermitente por casi sesenta años, la Santa Sede y la República Federativa
del Brasil firmaron el 13 de noviembre de 2008 un Acuerdo por el que que-
dan reguladas sus relaciones institucionales. El documento tiene el carácter
de instrumento de Derecho internacional público, con la consiguiente natu-
raleza de tratado internacional. Llama la atención que se lo titule modesta-
mente “acuerdo”, cuando en realidad abarca un considerable espectro de
asuntos de la máxima relevancia para el desenvolvimiento de la Iglesia en
esa gran nación sudamericana.
Algunos autores lo han calificado el acontecimiento de histórico,
para subrayar la trascendencia de sus características, a la vez que el hecho
de que la Santa Sede lo haya firmado con una de las naciones más pobladas
de Occidente que ya es sin duda, a estas alturas, una potencia en el subcon-
tinente. Tanto desde el punto de vista de las altas partes signatarias como de
las peculiaridades de su contenido normativo, resulta más que probable que
habrá de ser tenido en cuenta para posteriores acuerdos que la sede apostó-
lica alcance con otros países de la región.
Debe tenerse en cuenta que el estatuto jurídico de la Iglesia en el
Brasil era bastante precario, si bien el Decreto 119-A del 7 de enero de 1890,
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dad existente entre la Iglesia católica y los Estados en el plano del derecho
internacional público, las normas de carácter pacticio vigentes y la calidad de
persona jurídica pública de la Iglesia católica reconocida en el Acuerdo fir-
mado, conducen a sostener la incompetencia del Estado para establecer uni-
lateralmente regímenes de salvaguardia, acceso, protección o custodia de
bienes de valor cultural que sean propiedad de la Iglesia católica.
Esto significa que, en la medida en que los bienes eclesiásticos tienen
una condición jurídica propia que los distinguen de los bienes de propiedad
de personas físicas o de personas jurídicas que son sólo sujetos de derecho
en el orden interno del país, toda normativa restrictiva o condicionante de la
plenitud del derecho de dominio del titular sobre bienes eclesiásticos ha de
ser necesariamente fruto de una convención pactada entre dos sujetos de
derecho público que son pares entre sí.
De esto último se sigue que, en principio, en el caso de los Estados,
la autoridad competente para entablar la negociación y alcanzar el acuerdo
sea aquélla a la que están confiadas las relaciones internacionales. En el
caso de la Iglesia católica, la autoridad competente es la Santa Sede, cuyo
máximo órgano es el Papa. Sin embargo, nada impide que el régimen pac-
tado en ese nivel remita a las autoridades inferiores o locales para estable-
cer regímenes de salvaguardia específicos, dentro de una normativa-marco
común. Y esto es lo que el texto prevé en su art. 18, al decir que las partes
podrán tanto acordar ajustes complementarios a lo estipulado cuanto forma-
lizar convenios sobre materias específicas en orden a la aplicación del
Acuerdo. En este caso, el interlocutor del Estado es la Conferencia de
Obispos, la que debe ser autorizada por la Santa Sede ese efecto. En otros
términos, cuando se dé el caso, la Conferencia episcopal recibirá un manda-
to para actuar en nombre y por cuenta de la Santa Sede.
Se contempla también la necesaria atención pastoral y espiritual que
requieren las personas que por su condición no tienen posibilidades de reci-
birla de las estructuras pastorales comunes. Se trata de los fieles católicos
internados en establecimientos sanitarios o detenidos en establecimientos
penitenciarios. La Iglesia se compromete a proveer dicha asistencia en el res-
peto de los requisitos legales, mientras que el Estado brasileño se obliga, por
su parte, a garantizar el ejercicio de ese cometido pastoral, que es explícita-
mente reconocido como inherente a la misión eclesial. En cambio, el
Acuerdo no menciona la asistencia espiritual y pastoral a los fieles católicos
integrantes de la Fuerzas Armadas, porque el tema está regido por el Acuerdo
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entre el Brasil y la Santa Sede del 23 de octubre de 1989 sobre asistencia reli-
giosa a las Fuerzas Armadas, cuya vigencia se mantiene expresamente.
En materia de educación, los acuerdos son particularmente significati-
vos. En efecto, mientras que la Iglesia se compromete a que todas sus institu-
ciones educativas sigan estando al servicio de la sociedad, el Brasil reconoce
a la Iglesia el derecho de erigir y administrar seminarios y otros institutos ecle-
siásticos de formación y cultura. El reconocimiento de los efectos civiles de los
estudios, grados y títulos obtenidos en instituciones eclesiásticas estará regula-
do por las normas del ordenamiento jurídico brasileño, en condiciones de pari-
dad con estudios de idéntica naturaleza. Así, las partes establecieron el recono-
cimiento recíproco de los títulos y calificaciones de grado y de postgrado, que
estará sujeto a las exigencias de cada uno de los ordenamientos jurídicos.
El Brasil reconoce de forma explícita la importancia de la enseñanza
religiosa en orden a la formación integral de la persona. Y, en virtud del
principio de libertad religiosa, la enseñanza religiosa católica, o de otras
confesiones religiosas, constituye una disciplina que ha de impartirse en los
horarios normales de las escuelas de gestión estatal, de modo facultativo y
en el respeto a la diversidad cultural y religiosa del Brasil, conforme con la
Constitución y otras leyes vigentes, sin forma alguna de discriminación.
La normativa en materia de enseñanza religiosa en los establecimien-
tos escolares de gestión estatal y en horarios curriculares representa una
clara decisión progresista, tendiente a superar un laicismo primitivo que le
daba un tratamiento de mera tolerancia a la presencia del factor religioso en
la sociedad.
El matrimonio canónico tiene en el Brasil, a partir de ahora, plenos
efectos civiles. Las condiciones para adquirirlos son dos: primeramente que
se haya celebrado canónicamente, atendiendo a las exigencias que el
Derecho brasileño contempla para la celebración matrimonial válida; en
segundo lugar que la celebración sea inscripta en el Registro correspondien-
te. En esas condiciones, el matrimonio canónico produce efectos civiles
desde la fecha misma de su celebración.
Llamó mucho la atención el reconocimiento que el Brasil hace de las
sentencias de los tribunales eclesiásticos en materia matrimonial. Son pocos
los estados con los que la Santa Sede ha firmado hasta ahora acuerdos que
incluyen esta cláusula y el Brasil es ahora integrante de ese grupo selecto de
naciones. Se trata de la expresión de la máxima confianza recíproca que exis-
te entre las partes. El Acuerdo se limita a las decisiones que tienen su origen
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II.- ANEXO
Decreto 119-A, de 7 de enero de 1890.
DECRETO 119-A
Proíbe a intervenção da autoridade federal e dos estados em materia
religiosa, consagra a plena liberdade de cultos, extingue o padroado e esta-
belece outras providências.
O Marechal Manoel Deodoro da Fonseca, Chefe do Governo
Provisório da República dos Estados Unidos do Brasil, constituído pelo
Exército e Armada, em nome da Nação decreta”:
Art. 1º.
É proibido à autoridade federal, assim como à dos Estados federados,
expedir leis, regulamentos, ou atos administrativos, estabelecendo alguma
religião, ou vedando-a, e criar diferenças entre os habitantes do país, ou nos
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ACTUALIDAD
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I. NUEVO DECANO
Al cumplirse el segundo mandato de Mons. Víctor Enrique Pinto
como Decano de la Facultad, los miembros del Consejo Académico votaron
una terna de profesores para desempeñar el decanato que fue elevada a
S.E.R. Cardenal Jorge Mario Bergoglio sj, Arzobispo de Buenos Aires y
Gran Canciller de la Universidad, quien eligió como Decano por un trienio
al Pbro. Dr. Alejandro W. Bunge. El nombramiento fue confirmado por
decreto de la Congregación para la Educación Católica del 15 de septiem-
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II. PROFESORES
El 28 de marzo de 2010 falleció en Córdoba el Pbro. Dr. Nelson
Carlos Dellaferrera, uno de los profesores más reconocidos de la Facultad,
mentor de varias generaciones de canonistas e historiadores. Profesor
Ordinario y miembro del Consejo Académico de la Facultad desde sus ini-
cios, fue el primer presidente de la Sociedad Argentina de Derecho
Canónico y tuvo a su cargo la dirección del Instituto de Historia del Derecho
Canónico Indiano a partir de su creación en el ámbito de la Facultad, en
2005.
Fue Vicario Judicial del Tribunal Interdiocesano de Córdoba desde
1978 hasta 2005, miembro del Consejo de Asuntos Jurídicos de la
Conferencia Episcopal Argentina, académico correspondiente en la
Academia Nacional de Ciencias de Buenos y miembro de número de la
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, entre
muchas otras instituciones que integró y animó en el ámbito del derecho, la
historia y la formación del clero.
Sus colegas del claustro de la facultad, habían organizado una obra
colectiva con motivo de sus bodas de oro sacerdotales que publicó Educa en
dos tomos a fines de 2008, con el valioso aporte de unos cuarenta destaca-
dos canonistas e historiadores del país y del exterior. En el proemio de dicha
obra el Gran Canciller de la Universidad, SER Cardenal Jorge Mario
Bergoglio sj, lo definía como un “hombre de cercanía, de projimidad. Ha
ejercido esa paternidad espiritual propia de los sabios y doctos en la cien-
cia del Espíritu, lo que ha motivado que se lo llamara “Maestro” por pro-
fesores y alumnos que siempre lo escuchan en el aula, en la consulta, en la
búsqueda del consejo prudente. En su vida se ve una expresión sacerdotal
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de Cristo Maestro”. Por todo esto, más allá de sus indudables méritos aca-
démicos, fue tan sentida su partida a la casa del Padre.
Otro Profesor Estable de la Facultad, Mons. Dr. Marcelo Daniel
Colombo, fue consagrado obispo el 8 de Agosto de 2009 haciéndose cargo
de la Diócesis de San Ramón de la Nueva Orán (Salta) el 22 de Agosto de
ese año. Abogado graduado en la Universidad de Buenos Aires, obtuvo la
Licenciatura en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana
de Roma en 1994 y el doctorado en esta disciplina en la Pontificia
Universidad Santo Tomás de Aquino de Roma, en 1995. En el año 2000 se
incorporó al claustro de nuestra Facultad dictando las asignaturas de Fieles
Cristianos I y posteriormente Teología del Derecho. Integraba su Consejo
Académico como Profesor Ordinario.
Ya en 2010, a raíz de la designación del Pbro. Bunge como Decano,
se designó al Pbro. Dr. Ariel David Busso – primer profesor que ejerció el
decanato – como Director del Ciclo de Doctorado, manteniendo también a
su cargo la dirección del Instituto de Derecho Eclesiástico.
También algunos graduados comenzaron a incorporarse a la labor
académica, colaborando como profesores asistentes en distintas cátedras. El
Pbro. Dr. Mauricio Landra que ya venía desempeñándose en Iglesias
Particulares I, en el año 2009 comenzó a dictar algunas clases de Iglesias
Particulares II. Ya en el año 2010, el Pbro. Lic. Alejandro Russo sumó a sus
asignaturas del ciclo introductorio la materia Derecho Litúrgico, del ciclo de
licenciatura. El R.P. Dr. Ricardo Daniel Medina OAR dictó las clases de
Sanciones en la Iglesia e Institutos de Vida Consagrada. El Pbro. Dr. Carlos
Olguín Reguera ayudó en la cátedra de Normas Generales I. Hicieron lo
propio el Pbro. Lic. Fernando Rodríguez en Derecho Oriental y el Lic.
Octavio Lo Prete en Derecho Público Eclesiástico II.
IV. ACTIVIDADES
La actividad académica de la Facultad comenzó muy temprano en el
año 2009 con la visita del Pbro. Dr. Federico Aznar Gil – Profesor Ordinario
y ex decano de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad
Pontificia de Salamanca - quien ya había dictado un curso especial en 1995.
En esta ocasión además de la lectio brevis sobre “La inmadurez afectiva y
el consentimiento matrimonial” del 18 de marzo, se reunió con el claustro
de profesores e integró el tribunal examinador de una tesis doctoral.
Unos meses más tarde, del 18 al 20 de mayo, los profesores de la
facultad ofrecieron uno de los cursos especiales – abierto a todos los intere-
sados – que contó con mayor cantidad de asistentes. Con la participación de
SER Francesco Coccopalmerio, Presidente del Pontificio Consejo para los
Textos Legislativos, que abrió y cerró el encuentro, más de dos centenares
de participantes reflexionaron sobre “La Parroquia. Comunidad de
Comunidades. (Aportes del Derecho Canónico en orden a valorizar la
parroquia y a orientar sobre su acción)”. Fueron ponentes los profesores de
la Facultad Pbro. Dr. Carlos Baccioli, Mons. Dr. José Bonet Alcón, Pbro. Dr.
Alejandro Bunge, Mons. Dr. Marcelo Colombo, R.P. Dr. Ricardo Daniel
Medina oar, Mons. Dr. Víctor Pinto, Pbro. Lic. Alejandro Russo, Pbro. Dr.
Hugo von Ustinov y el R. P. Marcelo Gidi SJ, profesor de Chile invitado
para la ocasión.
En el auditorio “San Agustín”, durante tres intensas jornadas los
expositores fueron desgranando el programa que incluía cuestiones tales
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IV. PUBLICACIONES
Mientras se ultiman los detalles de edición de nuevas obras y la
actualización de títulos ya publicados por los profesores de la Facultad, un
nuevo libro se integró durante 2010 a la Colección Facultad de Derecho
Canónico. En total suman veintitrés títulos editados por la facultad, la
mayoría integrados dentro de dicha colección que recoge el fruto de la
investigación de nuestros profesores.
En este caso se trata del trabajo del R.P. Dr. Marcelo E. Méndez OFM
“¿Como se hace un santo? El proceso de beatificación y canonización”,
que contiene en 151 páginas una explicación de este proceso analizando la
Instrucción Sanctorum Mater y las Normas de la Congregación para las
Causas de los Santos, con el conocimiento y la experiencia de quien fuera
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Gianfranco GHIRLANDA
2 Cf. GIOVANNI PAOLO II, Enc. Ut unum sint, 25 mag. 1995, n. 94; 97, in AAS 87
(1995) 921-982; EV 14/2667-2884.
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3 Cf. CONGREGAZIONE EPR LA DOTTRINA DELLA FEDE, Dich. Dominus Iesus, 6 ag.
2000, n. 16, in AAS 92 (2000) 742-765; EV 19/1142-1200; cf. UR 3e; 4c.g.
4 Cf. CONGREGAZIONE PER LA DOTTRINA DELLA FEDE, Dich. Dominus Iesus, n. 17.
5 Cf. Ibid., n.16.
6 Ibid.
7 Cf. GIOVANNI PAOLO II, Enc. Ut unum sint, n. 95; W.KASPER, Una situazione in
cambiamento, in Regno/Doc. 51 (2006) 724; 726-727; la Nota informativa della
Congregazione per la Dottrina della fede così conclude: “gli Ordinariati personali istituiti
secondo la suddetta Costituzione Apostolica possono essere visti come un ulteriore passo
verso la realizzazione dell’aspirazione per la piena e visibile unione nell’unica Chiesa, che è
uno dei fini principali del movimento ecumenico” (L’Osservatore Romano, 21 ott. 2009, 8).
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8 “There will be no seeking to lessen the legitimate prestige and the worthy
patrimony of piety and usage proper to the Anglican Church when the Roman Catholic
Church … is able to embrace her beloved Sister un the one authentic communion of the
family of Christ: a communion of origin and of faith, a communion of priesthood and of rule,
a communion of the Saints in the freedom and love of the Spirit of Jesus” (Insegnamenti di
Paolo VI, vol. VIII (1970), Tip.Pol.Vat. 1971, 1067).
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L’analogia viene stabilita dal fatto che sia gli Ordinariati Militari che
gli Ordinariati personali per gli Anglicani sono circoscrizioni ecclesiastiche
personali assimilate giuridicamente alle Diocesi.
Degli Ordinariati militari o castrensi non si parla nel Codice di Diritto
Canonico del 1983, ma ad essi si riferisce indirettamente nel c. 569, dove si
dice che i cappellani militari sono retti da leggi speciali. Un’allusione agli
Ordinariati militari si ha in PO 10b, come ricorda la Cost. ap. Spirituali mili-
tum curae (Introd.) e in CD 43a dove viene stabilito che in ogni nazione sia
eretto un Vicariato castrense per la cura spirituale dei militari. Del Vicariato
castrense espressamente si trattava nei cc. 219 dello Schema del 1977 e 337,
§ 2 dello Schema del 1980, nei quali si prevedeva la figura della Prelatura
personale con popolo proprio, pienamente assimilata ad una Chiesa partico-
lare, e quella del Vicariato castrense, che veniva chiamato Prelatura castren-
se e portato come esempio di Prelatura personale12. Esclusa la Prelatura per-
sonale dalla categoria delle Chiese particolari, in quanto i canoni che la
riguardano (cc. 294-297) non si trovano nella parte II del libro II, ma nella
parte I, e soppresso il paragrafo secondo del c. 337 dello Schema del 1980,
che trattava di essa, nello Schema del 1982, redatto dopo la Plenaria del
1981, in nessun canone si faceva menzione, neanche indirettamente, del
Vicariato castrense. Tuttavia nel c. 372, § 2 del Codice di Diritto Canonico
del 1983 si trovano aggiunte le parole “aliave simili ratione”13, che nel c.
372, § 2 dello Schema del 1982 non c’erano.
Nel c.372, § 1 si dice che “pro regula” la porzione di popolo di Dio,
che costituisce una Diocesi o un’altra Chiesa particolare, dev’essere circos-
critta entro un determinato territorio, per cui i fedeli fanno parte di una
Diocesi o di qualsiasi Chiesa particolare in base al domicilio o quasi-domi-
cilio, che è un criterio oggettivo, non strettamente ecclesiale, ma piuttosto
d’indole sociologica (c.107, § 1). Questa oggettività del criterio di apparte-
nenza viene messo significativamente in luce proprio dal territorio. Nello
stesso c. 372, § 2 non si esclude, tuttavia, la possibilità, dove l’utilità pasto-
rale lo richieda, di erigere Chiese particolari personali, ma il criterio di
appartenenza deve essere sempre ugualmente oggettivo, o ecclesiale, come,
sia scelta una figura giuridica sul modello dell’Ordinariato apostolico per i
fedeli di rito orientale in un territorio di rito latino, in quanto la tradizione
liturgica, spirituale e pastorale anglicana viene a configurarsi piuttosto come
una particolarità all’interno della Chiesa Latina stessa. Questo stesso fatto è
stato, probabilmente, anche una prima ragione per cui non si è prevista la
figura di una Chiesa sui iuris, insieme a una possibile ragione ecumenica,
per evitare ogni analogia con le Chiese uniate orientali.
Un Ordinariato personale per gli Anglicani è, allora, una circoscrizio-
ne ecclesiastica personale assimilata alla Diocesi, in quanto elemento costi-
tutivo di esso è la “portio populi Dei”, formata “da fedeli laici, chierici e
membri di Istituti di vita consacrata o di Società di vita apostolica, origina-
riamente appartenenti alla Comunione Anglicana e ora in piena comunione
con la Chiesa Cattolica, oppure che ricevono i Sacramenti dell’iniziazione
nella giurisdizione dell’Ordinariato stesso” (Cost. Ap. I, § 4). Le Norme
Complementari (= NC) stabiliscono che possono essere ammessi nell’Ordi-
nariato coloro che sono stati battezzati come cattolici fuori dell’Ordinariato
solo se sono congiunti di una famiglia appartenente all’Ordinariato stesso
(art. 5, § 1); questo per evitare che si diventi membri dell’Ordinariato per
motivi soggettivi, come, per es., l’attrazione della liturgia oppure per con-
trarre matrimonio prima dell’ordinazione, e non oggettivi, come dev’essere
per le circoscrizioni ecclesiastiche assimilate alle Diocesi17.
I fedeli laici e gli Istituti di vita consacrata e delle Società di vita
apostolica, provenienti dall’Anglicanesimo, debbono manifestare per iscri-
tto la volontà di entrare a far parte dell’Ordinariato (Cost. Ap. IX). Le
Norme Complementari prevedono che tali laici e Istituti di vita consacrata
e Società di vita apostolica siano iscritti in un apposito registro dell’Ordina-
riato (art. 5 § 1). Infatti, mentre si fa parte di una Chiesa particolare territo-
riale per il fatto del domicilio o quasi domicilio, si fa parte dell’Ordinariato
personale sulla base del fatto oggettivo della precedente appartenenza
all’Anglicanesimo oppure perché si è venuti alla fede cattolica tramite l’Or-
dinariato. Possiamo dire che l’iscrizione nel registro sostituisce il fatto del
domicilio o quasi domicilio, che in relazione all’appartenenza ad una stru-
ttura di carattere personale è irrilevante.
I chierici, invece, sono ascritti all’Ordinariato personale tramite l’in-
cardinazione, regolata secondo il Codice di Diritto Canonico (Cost. Ap. VI
18 Cf. Ibid.
19 Cf. Ibid. 33.
20 Cf. Ibid.
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cesano si vuole dire che dev’essere esercitata in modo coordinato per prov-
vedere che sia assicurata la cooperazione tra i fedeli di ogni categoria appar-
tenenti all’Ordinariato e quelli appartenenti alla Diocesi solo nei casi stre-
ttamente previsti (Cost. Ap. VI, § 4; VIII, § 2; NC art. 5, § 2; 9) 21. Inoltre,
è indicativo che le Norme Complementari espressamente applica all’Ordi-
nario personale i cc. 383-388, 392-394 e 396-398, riguardanti il vescovo
diocesano (art. 4, § 1).
L’Ordinario, che può essere un Vescovo o un presbitero nominato dal
Romano Pontefice ad nutum Sanctae Sedis, esercita la sua potestà, proprio
perché ordinaria vicaria, in nome del Romano Pontefice. La nomina è fatta
in base ad una terna presentata dal Consiglio di governo, che corrisponde al
Consiglio presbiterale della Diocesi (NC art. 4, § 1). Il fatto che l’Ordinario
possa essere anche un presbitero dà una maggiore possibilità di scelta, in
quanto i Vescovi già anglicani coniugati non possono essere ordinati
Vescovi nella Chiesa Cattolica, ma possono essere ordinati presbiteri; un già
vescovo anglicano coniugato, se viene ordinato presbitero ed è nominato
Ordinario, esercita il ministero pastorale e sacramentale con piena autorità
giurisdizionale (NC art. 11, § 1). È stabilito che, sia se è vescovo sia se è
presbitero, è membro della rispettiva Conferenza Episcopale, quindi ha voto
deliberativo, lì dove è richiesto, come tutti gli altri membri (NC 2, § 2).
È evidente che di per sé tutti i vescovi già anglicani, se sono celibi e
hanno tutti i requisiti stabiliti dalla Chiesa Cattolica per la consacrazione
episcopale, la possono ricevere. In questo caso sarà normale che tra di loro
venga scelto l’Ordinario, in modo da evitare che Ordinario sia un presbite-
ro, sotto la cui giurisdizione si troverebbero dei vescovi; comunque questi,
a preferenza di presbiteri, dovrebbero essere assunti per assistere l’Ordina-
rio nell’amministrazione dell’Ordinariato.
Il fatto che l’Ordinariato personale per gli Anglicani sia una la por-
zione di popolo di Dio su cui l’Ordinario esercita una potestà ordinaria
piena lo differenzia dall’Ordinariato militare e dell’Amministrazione apos-
tolica di Campos, in quanto in essi la potestà ordinaria propria dell’Ordina-
rio militare e ordinaria vicaria dell’Amministratore apostolico è cumulativa
21 C’è chi interpreta la cosa nel senso che si tratta di “una potestà di giurisdizione
concorrente con quella dell’Ordinario loci” (cf. V.PARLATO, Note sulla Costituzione
apostolica Anglicanorum coetibus, in Stato Chiese e pluralismo confessionale (rivista
telematica: www.statochiese.it), Gennaio 2010, 9; 10). La nozione di “giurisdizione
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con quella del Vescovo diocesano, pur avendo in comune il fatto che anch’e-
sse sono circoscrizioni ecclesiastiche personali. Le stesse caratteristiche,
invece, avvicinano di più l’Ordinariato personale per gli Anglicani all’Ordi-
nariato apostolico per i fedeli di rito orientale in un territorio di rito latino.
Che l’erezione dei vari Ordinariati personali possa essere solo all’in-
terno dei confini di una determinata Conferenza Episcopale (Cost. Ap. I, §
1) ci fa dire che si vuole mantenere una relazione dei fedeli e dell’esercizio
della giurisdizione dell’Ordinario con l’ambiente territoriale e culturale di
origine. Inoltre, nel territorio di una stessa Conferenza Episcopale, a secon-
da delle necessità, possono essere eretti anche più Ordinariati personali
(Cost. Ap. I § 2). Data la varietà dei gruppi appartenenti all’Anglicanesimo,
dai quali possono provenire i fedeli che chiedono di entrare in piena comu-
nione con la Chiesa Cattolica, si può ipotizzare, se i diversi gruppi sono
abbastanza numerosi, di costituire, all’interno di una stessa Conferenza
episcopale, Ordinariati per diversi gruppi di diversa origine22.
Da quanto descritto sopra, è chiaro, allora, che quello della Cost. ap.
Anglicanorum coetibus è un provvedimento che va ben al di là della
Pastoral Provision del 1980, di cui abbiamo parlato più sopra. Infatti, men-
tre la Pastoral Provision prevedeva che i fedeli provenienti dall’Anglicane-
simo appartenessero alla Diocesi in cui avessero il domicilio, pur essendo
oggetto di una particolare cura pastorale da parte del Vescovo diocesano, la
Cost. ap. Anglicanorum coetibus prevede che fanno parte dell’Ordinariato
personale, e non della Diocesi in cui stabiliscono il loro domicilio, fedeli di
ogni stato di vita (laici, chierici, membri di Istituti di vita consacrata e
Società di vita apostolica), provenienti, come singoli o in gruppi, dall’An-
glicanesimo o che ricevono i sacramenti dell’iniziazione nell’Ordinariato
stesso (Cost. Ap. I § 4).
concorrente” rimane oscura. Infatti, sembrerebbe indicare il fatto che i fedeli dell’Ordinariato
personale siano sottoposti alla giurisdizione del Vescovo diocesano secondo il loro domicilio
o quasi domicilio e che in concorrenza con tale giurisdizione, eserciti su di loro la sua
giurisdizione anche l’Ordinario. In fin dei conti questo equivarrebbe a una giurisdizione
cumulativa. Se l’autore intende questo contraddircee quanto poco sopra afferma: “Quanti
optano per l’adesione ad un Ordinariato sono soggette unicamente a quella struttura
gerarchica”. Perciò rimane oscuro che cosa vuole dire.
22 Cf. G.READ, Document No.V, 31.
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23 Su questo insiste più di una volta la Nota informativa della Congregazione per la
Dottrina della fede (cf. L’Osservatore Romano 21 ott. 2009, 8).
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24 Alcuni elementi specifici della tradizione anglicana nella formazione del clero
sono: la particolare insistenza sugli studi biblici e l’approccio teologico patristico e storico;
la formazione liturgica non solo nella celebrazione dei sacramenti, ma anche al culto
paraliturgico; la predicazione; la collaborazione con i laici.
25 Cf. G.READ, Document No.V, 31.
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CONCLUSIONI
Come si può vedere, ci troviamo di fronte a una struttura canonica
flessibile, in quanto si può prevedere che i Decreti di erezione dei singoli
Ordinariati terranno conto della situazione particolare dei vari luoghi ada-
ttando ad essa quanto contenuto nella presente Costituzione Apostolica e
nelle Norme Complementari.
Ci si può chiedere se la Cost. ap. Anglicanorum coetibus può creare
delle difficoltà nei rapporti ecumenici tra la Chiesa Cattolica e la
Comunione Anglicana.
Dobbiamo dire che, dal punto di vista della Chiesa Cattolica, difficol-
tà ecumeniche non possono sorgere dal provvedimento preso con la Cost. ap.
Anglicanorum coetibus. Difficoltà ecumeniche sono sorte precedentemente
con l’ordinazione di donne al presbiterato e all’episcopato, l’ordinazione di
persone che vivono in un’unione omosessuale e la benedizione delle coppie
omosessuali. Queste stesse ragioni sono state causa di divisioni all’interno
della Comunione Anglicana e l’occasione ultima, che ha spinto gruppi di
Anglicani a chiedere la piena comunione con la Chiesa Cattolica. Il Cardinal
Kasper, nello stesso discorso tenuto alla Conferenza di Lambeth del 2008,
riguardo all’ordinazione delle donne affermava: “Ora, sembra che la piena
comunione visibile quale fine del nostro dialogo abbia fatto un passo indie-
tro, che il nostro dialogo ha obiettivi meno definiti e quindi che il suo cara-
ttere ne risulterà alterato. Sebbene questo dialogo possa ancora condurre a
buoni risultati, non sarà sostenuto dal dinamismo che deriva dalla possibili-
tà realistica dell’unità che Cristo esige da noi o dalla partecipazione comune
alla mensa del Signore, alla quale aneliamo con tanto ardore”28.
27 Si tratta di una proroga di competenza a favore del tribunale della Diocesi in cui
una delle parti ha il domicilio, per venire incontro alla difficoltà che facilmente l’Ordinariato
potrebbe avere di costituire un tribunale proprio. In nota 21 si fa riferimento anche ai cc.
1410-1414 e 1673, che stabilkiscono i diversi titoli di competenza.
28 W.KASPER, Anglicanesimo oggi: speranze di un cattolico, in Regno/Doc. 53,
2008, 517.
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29 È da tener presente che gli anglicani non sono tenuti alla forma canonica (c. 1117).
Inoltre, dopo il loro ingresso nella Chiesa Cattolica, per le cause di nullità sono competenti i
tribunali cattolici, tenendo presente quanto stabilito nella Cost. ap. Anglicanorum coetibus,
XII.
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gadas por la Santa Sede. De tal manera, los concordatos o acuerdos que és-
ta celebra tienden a convertirse en “concordatos marco”, necesitados de
acuerdos ulteriores librados a la actuación de las Conferencias Episcopales,
según el modelo del concordato italiano de 1984. Tal la tesis de Feliciani.
Los estudios que trae el libro no se refieren a todos los acuerdos fir-
mados por la Santa Sede en tiempos recientes, ni siquiera a todos los euro-
peos, sino solamente a la situación de algunos países de ese continente (lo
que, dicho sea de paso, alienta a emprender estudios similares referidos a
otras regiones, en particular América Latina). Tampoco todos los países de
Europa: deliberadamente se han dejado de lado algunos ya muy estudiados,
como España. Hay un estudio sobre Italia, uno sobre Francia por su pecu-
liar modelo de “laicidad” (completado con un agudo ensayo del prof. Fran-
cesco Margiotta Broglio entorno del concepto de “laicidad positiva” pro-
puesto por el presidente Sarkozy), y otros sobre Malta, Polonia, República
Checa, Eslovaquia, Eslovenia, y Hungría. Como se advierte, se ha dado pre-
ferencia a los países “ex comunistas” donde la actividad concordataria o pa-
raconcordataria ha sido necesariamente intensa por el cambio de condicio-
nes políticas del final del siglo XX.
Esos estudios sin embargo no están únicamente dedicados al rol de
las Conferencias Episcopales, sino que como necesario marco conceptual e
histórico informan sobre las relaciones entre Iglesia y Estado en general y
su evolución reciente, lo que les confiere aún un mayor interés. Es posible
de esa manera asomarse a las particularidades nacionales y sus complejida-
des (por ejemplo, el peculiar rol que en Hungría cumple, históricamente pe-
ro también ahora, el “Primado”, quien se erige en un actor en sí mismo que
se suma a la Santa Sede y a la Conferencia Episcopal en las relaciones con
el Estado, según explica el muy buen artículo de Balasz Schanda). El artí-
culo principal sobre Francia, debido a Patrick Valdrini, gira en torno de la
novedosa experiencia de la “instance de dialogue” institucionalizada entre
la Conferencia Episcopal y el gobierno, oportunamente ilustrada con algu-
nos documentos.
El examen de las evoluciones particulares de cada país, permiten no-
tar también que por una parte las Conferencias Episcopales en ocasiones son
“empoderadas” (para usar un término de moda) por la Santa Sede para pro-
ducir las normas de desarrollo ulterior de los concordatos –tal es la hipóte-
sis propuesta por Feliciani en la convocatoria-, pero en otras ocasiones tie-
nen una actuación que es previa a la firma de concordatos y acuerdos, que
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se firman ulteriormente para dar seguridad jurídica a lo que había sido pre-
viamente negociado y acordado entre la Conferencia y el Estado. Se trata de
un rol no formal, pero que pertenece a la dinámica real de las relaciones, y
sobre el que vale la pena detenerse.
Además de los trabajos referidos a cada uno de los países, el libro
contiene otro también debido al prof. Feliciani, que analiza el rol y la origi-
nal estructura jurídica de la “Comisión de los episcopados de la Comunidad
Europea” (COM.E.CE.), creada para interactuar con la Unión Europea y
que se suma, o se superpone, a la existencia de un representante de la San-
ta Sede ante dicha comunidad (nuncio), y al Consejo de Conferencias Epis-
copales Europeas (CCEE). Evidentemente, la novedad de la Unión Europea
obliga también a la Iglesia a crear estructuras nuevas y adecuadas; pero en
todo caso y reforzando la tesis del libro, otorga un renovado protagonismo
a los episcopados nacionales, acaso a expensas de la Santa Sede.
Todos los trabajos son interesantes, de distinto modo. Algunos son
más académicos. Otros más testimoniales, casi “en primera persona”, por
ser escritos por protagonistas de la negociación y aplicación de los acuerdos
(como el caso del referido a Malta, de Ugo Mifsud Bonnici; o el de Eslove-
nia de Ivan Janez –tuhec). Queda claro que no es lo mismo una conferencia
episcopal antigua y numerosa como la polaca, que otra con apenas cuatro o
cinco miembros, como la maltesa o la eslovaca. La carta del cardenal Ber-
tone que abre el volumen, advierte sobre “la notable variedad de aproxima-
ciones y soluciones, fruto de la diversa historia y cultura de cada una de las
naciones”, al tiempo que resalta la vigencia actual de los concordatos y
acuerdos entre la Santa Sede y los estados que, “en los últimos decenios tie-
nen como característica la de prever un involucramiento de las Conferencias
Episcopales”, tal como queda demostrado a lo largo del libro. La edición es
de muy buena calidad.
Juan G. NAVARRO FLORIA
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AA. VV., (P. M. DUGAN, planner, presenter and editor), Towards future
Developments in Penal Law: U.S. Theory and Practice. A Symposium
Held under the Auspices of the Pontifical Council for Legislative Texts at
the Pontifical University of the Holy Cross, Rome, March 5-6, 2009. Co-
llection Gratianus Series. Montreal, Wilson and Lafleur, 2010.
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dos dentro de la Iglesia Católica. La autora muestra con claridad que la pre-
sión de los medios no puede justificar el no cumplimiento de determinados
derechos de los clérigos, hace particular referencia al c. 281. Adviértase
aquí que seguramente por error de tipografía en las pags. 22-23 se alude al
c. 280, entendemos que se pretende continuar refiriéndose al mismo canon
ya referido, es decir, el c. 281. Se hace a continuación un tratamiento del se-
creto pontificio en relación a lo implica el termino como tal en la realidad
propia de los Estados Unidos y sugiere que el termino que sería más ade-
cuado podría ser, desde esa realidad, “privilegio pontificio”. No duda en
afirmar que el “poligrafo” es una violación al secreto pontificio. Sin rodeos,
ella sugiere, incluso, el modo en que debería juzgarse un posible caso de
violación del secreto pontificio. Por otro lado, también se exponen las difi-
cultades que trae consigo para el acusado el secreto pontificio lo cual se
ilustra con dos ejemplos. Se concluye el artículo dejando clara la necesidad
de que cada sociedad debe tener una ley en orden a proteger ambos dere-
chos, el individual y el social, de igual modo se afirma que la sociedad pue-
de castigar pero en orden a rehabilitar al transgresor para convertirlo en un
miembro productivo de la sociedad.
El Rverendo John J. Foley, expuso acerca de la Investigación Preli-
minar (cc. 1717-1719). El autor expone el tema desde su propia experiencia
a través del ejemplo de algunos casos. De este modo plantea algunos inte-
rrogantes: ¿Es apropiado que un ordinario inicie una investigación prelimi-
nar basada en una denuncia anónima? ¿Debería el ordinario remover a un
sacerdote del ministerio pastoral mientras se conduce la investigación pre-
liminar? Su respuesta, por cierto adecuada, es que ninguna ley de la Iglesia
ordena que durante la investigación preliminar se remueva al sacerdote del
ministerio. Asimismo afirma que el c. 1717 no requiere el inicio de una in-
vestigación preliminar ante denuncias anónimas. A través de otros ejemplos
el autor aconseja que no se prive al sacerdote de la investigación preliminar
ni se “canonice” los reportes de la autoridad civil. Tampoco que se utilice
las posibilidades otorgadas por el c. 1722 durante la investigación prelimi-
nar sino cuando el juicio ha sido comenzado. Además se deja en claro el mo-
do de utilizar los métodos psicológicos de evaluación, es decir con previo,
explícito, informado y libre consentimiento. En este tema recuerda una Di-
rectiva del Secretario de Estado en el año 1976, conocida en nuestro entor-
no. De vital importancia y en no pocos casos ausentes es la recomendación
a los ordinarios de considerar el tipo de abuso cometido, el grado de impu-
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crean que lo mejor es la expulsión del sacerdote del estado clerical. Otra di-
ficultad, por cierto común, planteada por la autora es la poca colaboración
que suelen querer prestar quienes afirman haber sido abusados. La autora
sugiere una revisión acerca de la imposición de penas en la ley de la Iglesia
que pueda facilitar la resolución de conflictos. Y reclama mayor protección
de los derechos de los acusados durante la investigación preliminar y el pro-
ceso ya sea penal o administrativo.
Hubiéramos deseado que se tratara más en extenso el rol del promotor
de justicia, que la premisa con la que comenzó hubiese sido especificada más
en detalle, seguramente el tiempo breve de una conferencia no lo hizo posible.
El reverendo David L. Deible abordó el tema: “Canon 1341: Pastoral
Principles Within the Penal Process. El autor comienza realizando conside-
raciones al evangelio, Santo Tomás, San Agustín, el Código de 1917 y el
Concilio Vaticano II, que ubican el contexto del significado del c. 1341 es-
pecíficamente de elementos como la corrección fraterna antes del inicio de
un juicio penal. Se llega a través de esta exposición a comprender el signi-
ficado e importancia de este canon y el conflicto que en la práctica ha plan-
teado respecto de las “Essential Norms” y el “Charter” y el conocido “prin-
cipio” que muchos obispos en los Estados Unidos denominaron “tolerancia
cero”. El autor ilustra muy bien las dificultades con algunos ejemplos prác-
ticos que deben conducir a la reflexión y a la vez encontrar la respuesta de
cuál es a la luz de los distintos casos de abusos sexuales la posibilidad real
que tienen los ordinarios de aplicar este canon. Claramente el autor, con
quien coincidimos, plantea la necesidad de una modificación del otro prin-
cipio que subyace en las decisiones respecto de los casos de abusos, y no so-
lo en los Estados Unidos: “one strike-and-you are-out” (un error y estás fue-
ra). Asimismo se hace una defensa del sistema canónico y se responde a al-
gunos cuestionamientos en los que no nos es posible detenernos pero que
ciertamente son dignos de atender. Al respecto se concluye que ningún sis-
tema legal es completo. También se dedica aquí a tratar, brevemente la cues-
tión del c. 22. Una vez más en este simposio se reclama la distinción de las
conductas de abuso sexual en cuanto a la gravedad para una aplicación de
las penas acorde a la misma. Finalmente se concluye afirmando el lado
evangélico, pastoral y jurídico del c. 1341.
El Reverendo Paul F. Robinson, expuso su conferencia titulada “Co-
llection and Evaluation of Proofs. El tema central como se expone en el tí-
tulo son las pruebas. Se da una breve explicación de la naturaleza de la prue-
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la sanción de las normas pertinentes. Esa carta fue acompañada con un do-
ble elenco de materias: aquéllas sobre las que los Obispos debían dar nor-
mas y aquéllas sobre las que los Obispos podían dar normas.
El cuerpo del volumen que ha visto ahora la luz está estructurado se-
gún el orden alfabético de las Conferencias de obispos, algunas de las cua-
les abarcan todos los Pastores de un país y otras abarcan los Pastores de va-
rios países vecinos. Y cada conjunto de legislación particular está ordenada
según la numeración de los cánones, aun cuando varios cánones hayan sido
tratado en un mismo Decreto general: esta ha sido, entre las posibles, una
opción hecha por los A.A., de la que se hacen cargo. Las normas están pu-
blicadas en la lengua original cuando se trata del castellano, del francés, del
inglés, del italiano y del portugués. Cuando se trata de otras lenguas, el tex-
to viene transcripto en latín o en inglés (China-Taiwan, Corea, Holanda…).
No falta la indicación de las fuentes a las que se puede acudir para cotejar
los textos, ya que buena parte de toda esa masa de legislación particular ha
sido publicada en boletines oficiales y en revistas vinculadas a las áreas geo-
gráficas correspondientes.
Junto a la indicación de esas fuentes, las abundantes notas a pie de pá-
gina contienen breves apostillas y observaciones, información acerca del
iter de aprobación, recognitio y promulgación, y oportunas menciones si
una normativa ha sustituido a otra precedente.
Al final, se incluye una tabla de países y cánones. Se trata de un cua-
dro a doble entrada, en el que se puede comprobar con facilidad cuáles cá-
nones del Código han sido materia de legislación particular en cada una de
las Conferencias de obispos. Esto permite constatar la variedad que hay en-
tre algunas que han hecho uso generoso de sus facultades, mientras que
otras han dado hasta ahora muy pocas normas. Esta tabla será probablemen-
te de mucha utilidad para el estudioso del derecho particular comparado,
pues le permite acceder a una información que, de otro modo, le resultaría
muy trabajoso reunir.
Si bien están reunidas normas dictadas por setenta y tres Conferen-
cias de obispos, los A.A. advierten que son bastante numerosas las Confe-
rencias que están ausentes de la compilación. Muchas de ellas corresponden
a territorios de misión dependientes de la Congregación para le Evangeliza-
ción de los Pueblos, pero también hay ausencias importantes entre la Con-
ferencias de países del centro y del este de Europa. Entre las naciones de
América latina, se puede señalar la ausencia de Cuba. Esta circunstancia
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permite pensar que dentro de algún tiempo se hará necesaria una nueva ac-
tualización de esta recopilación que, sin embargo, debemos reconocer es la
más completa que se nos ofrece hoy en día.
La obra ha sido publicada por el Editor en la colección Testi legisla-
tivi, de la Facultad de Derecho Canónico de la P.U.S.C.
Hugo Adrián VON USTINOV
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sitiva no han hecho más que formalizar lo que son exigencias de derecho na-
tural que, si no habían tenido cabida en el Código Piano-benedictino, fue-
ron a menudo acogidas por la jurisprudencia rotal aun antes de la sanción
del Código de derecho canónico hoy vigente.
Lo que señalamos es la clave de lectura de esa antología de senten-
cias. Cada una de las que componen el volumen refleja la complejidad de
cuestiones que presenta la acertada y justa aplicación jurisprudencial de las
normas vigentes sobre la validez o nulidad del matrimonio canónico por vi-
cios del consentimiento.
Es de sobra conocido que, en los años inmediatamente anteriores y
posteriores a la sanción del Código de derecho canónico, el abordaje juris-
prudencial de las causales de nulidad matrimonial por vicios del consenti-
miento tuvo una andadura –cuando menos– azarosa, sino confusa y hasta
contradictoria. Cuestiones como la sic dicta relatividad de la incapacidad
consensual o la incidencia de la “inmadurez” en la consistencia del consen-
timiento dieron lugar a debates tan ricos e interesantes como –en algunas
ocasiones– ásperos y enconados.
Las sucesivas intervenciones pontificias fueron paulatinamente acla-
rando el panorama doctrinal y esa claridad se proyectó sobre la jurispruden-
cia rotal, de manera que hoy en día resulta patente que sólo una alteración
de las facultades superiores que afecte la libertad sustancial del contrayen-
te puede ser estimada como base de una incapacidad consensual.
Esto es lo que subraya el Prof. Serres, al sostener que “toda esta cues-
tión [sobre la incapacidad] sólo se puede enfocar adecuadamente desde un
planteamiento antropológico integral, que tenga en cuenta toda la realidad
del ser humano, caído y redimido, capaz de realizar su propia vocación, pe-
ro siempre en medio de las resistencias propias del pecado y de eventuales
desequilibrios que, sin embargo, no llegan a afectar sustancialmente a su li-
bertad y a su capacidad para el amor, la entrega y el don de sí en el matri-
monio” (p. 80).
Con este enfoque, el Autor establece un juicio negativo hacia algunas
sentencias que “parecen verdaderos tratados de psicopatología” lo que lleva
con facilidad a establecer “un diálogo entre el derecho canónico y la psi-
quiatría o, concretamente entre el juez eclesiástico y el psiquiatra o psicólo-
go, sobre unas bases inadecuadas” (p. 81), en lugar de hacerlo sobre la ba-
se de los conceptos y las categorías canónicas.
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