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ANUARIO
ARGENTINO DE
DERECHO
CANÓNICO
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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA


SANTA MARÍA DE LOS BUENOS AIRES

FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO


SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO

ANUARIO
ARGENTINO DE
DERECHO
CANÓNICO

Volumen XVI 2009-2010


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Editado por la Facultad de Derecho Canónico


SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO
de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Santa María de los Buenos Aires

Consejo de Redacción

Alejandro W. Bunge
Director

Víctor E. Pinto
Ariel D. Busso
† Nelson Carlos Dellaferrera

Con las debidas licencias

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


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Editado por la Facultad de Derecho Canónico Santo Toribio de Mogrovejo

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ÍNDICE GENERAL

ARTÍCULOS
BAURA, E. Perfiles jurídicos del arte de legislar en la Iglesia. . . . . 9
BONET ALCÓN, J. La sacramentalidad del matrimonio . . . . . . . . . . 37
BUNGE, A. W. El escrito de demanda en las causas de nulidad
matrimonial (a propósito de su rechazo in limine) . . . . . . . . . 59
BUSSO, A. D. La distribución de los clérigos en la iglesia. Planteo
de la cuestión y normativa vigente en la iglesia latina . . . . . . 91
MEDINA, R. D. Algunas consideraciones acerca de las
modificaciones a las normas de los delitos más graves . . . . . 121
SALACHAS, D. Lo status giuridico-pastorale degli orientali
cattolici in emigrazione . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
SALINAS ARANEDA, C. Los Obispos de la provincia eclesiástica de
Buenos Aires y la codificación del derecho canónico de 1917. 185

NOTAS
CAPPELLO, H. H. El promotor de justicia en el proceso penal
canónico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
FRONZA, J. Inspiraciones constitucionales con respecto al factor
religioso en la Argentina (en torno al Bicentenario patrio) . . . 245
GONZÁLEZ, F. J. Apuntes liminares de derecho canónico indiano . . . 269
RODRÍGUEZ, F. H. Una Aproximación a la Tradición Armenia . . . . 279
USTINOV, H. A. von Magisterio, disenso y objeción de conciencia . 297
VILLAMIL, M. M. El actor y el convenido en la Instrucción Dignitas
connubii . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
BONET ALCÓN, J. Decreto de confirmación de sentencia del Tribunal
Eclesiástico Nacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325
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BUNGE, A. W. Comentario al Decreto de confirmación de sentencia


del Tribunal Eclesiástico Nacional del 8/05/2007 . . . . . . . . . . 351
MORENO DIEHL, F. Introducción a la lectura de los Decretos
del Tribunal de la Rota Romana del año 1993, publicados
en el 2005, en bajo el título de Decreta . . . . . . . . . . . . . . . . 361

LEGISLACIÓN PARTICULAR
Acordo entre a República Federativa do Brasil e a Santa Sé
relativo ao estatuto jurídico da Igreja Católica no Brasil . . . 421
LO PRETE, O. El Acuerdo Brasil-Santa Sede del 13 de noviembre
de 2008: nota sobre el fruto de una relación madura . . . . . . . 427
USTINOV, H. A. von El Acuerdo entre la República Federativa
del Brasil y la Santa Sede del 13 De Noviembre De 2008 . . . 441

ACTUALIDAD
Crónica de la Facultad de Derecho Canónico Ciclos lectivos
2009 y 2010 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 457
Ghirlanda, G. Situazione attuale della Comunione Anglicana
e risposta della Santa Sede alle richieste rivoltele . . . . . . . . . 467

RECENCIONES
AA. VV., (a cura di I. Bolgiani), La Chiesa Cattolica in Italia. . . . . 491
AA. VV., (a cura di S. Coglievina), Le Conferenze episcopali
in Europa. Un nuovo attore delle relazioni
tra Stati e Chiesa cattolica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 493
AA. VV., (P. M. DUGAN, planner, presenter and editor), Towards
future Developments in Penal Law: U.S. Theory and Practice. 496
CAVALCANTE OSB, H., Introdção ao studo do código
de cânones das Igrejas Orientais . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 502
CORTÍNEZ CASTRO, R. SJ (COORDINADOR), CELIS BRUNET, A. M. Y
PIMSTEIN SCROGGIE, M. E., Derecho Eclesiástico Chileno.
Normas comentadas y concordadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 504
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ARTÍCULOS
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AADC XVI (2009-2010) 9-36

PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR


EN LA IGLESIA*

Eduardo BAURA

SUMARIO: I.- La actividad legislativa en cuanto arte prudencial de gobier-


no. II.- La dimensión jurídica del arte legislativo. 1. La relación de
la ley con el derecho. 2. La relación del arte legislativo con el arte
jurídico. III.- La legalidad al legislar.

I.- LA ACTIVIDAD LEGISLATIVA EN CUANTO ARTE PRUDENCIAL DE


GOBIERNO

Quizás no ha sido reconocida suficientemente la importancia que en


el derecho en general, pero sobre todo en el derecho canónico, ha tenido el
tratado sobre la ley de Santo Tomás de Aquino. Es cierto que el autor que
ha tenido un influjo decisivo en la doctrina canónica sobre la ley (especial-
mente en la redacción de los cánones sobre la ley del Código pío-benedic-
tino, que han pasado casi íntegramente al Código de 1983) es indudable-
mente Suárez, pero no se puede olvidar que el Doctor Eximio, también en
este ámbito, se presenta como comentador y servidor de Santo Tomás, has-
ta el punto de que no pocas de las reflexiones tomistas sobre la ley han sido
transmitidas por el teólogo granadino, si bien, como es sabido, la concep-
ción voluntarista de Suárez sobre el acto de legislar aleja mucho a este au-
tor del Doctor Angélico, precisamente en lo que constituye el núcleo de la
doctrina tomista sobre la ley. Dejando aparte la valoración histórica del in-

* Traducción del original italiano publicado en Ius Ecclesiae 19 (2007) 13-36.


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10 Eduardo BAURA

flujo de la doctrina de uno u otro autor, y sin entrar en la discusión sobre la


esencia del acto humano de legislar (efecto de la voluntad o de la razón), el
presente trabajo aprovechará muchas de las ideas tomistas sobre la ley, aun
sin colocarse en un nivel filosófico ni teológico, sino pretendiendo mostrar
algunas exigencias jurídicas de la actividad legislativa en la Iglesia.
Ante todo, hay que recordar la célebre definición de ley propuesta por
el Aquinate, comúnmente aceptada: «rationis ordinatio ad bonum commune, ab
eo qui curam cummunitatis habet, promulgata»1. El deber del legislador es, por
tanto, el de establecer una ordenación de la vida social que conduzca a la co-
munidad hacia su bien (común). Forma parte de la esencia de la ley que ésta
haya sido promulgada, que sea cognoscible por la comunidad destinataria. En
el caso de la ley humana –ley entendida como constitutio scripta–, el orden
ideado por el legislador debe quedar plasmado en un texto escrito que es pro-
mulgado, es decir, impuesto y hecho público para los destinatarios.
Para poder llevar a término una operación semejante es necesario an-
te todo “saber hacerla”, es decir, tener el arte de legislar. Empleo aquí la pa-
labra “arte” en su significado clásico de conocimiento práctico, del saber
hacer («recta ratio factibilium»2), y más específicamente, en su acepción de
saber práctico en cuanto es una habilidad personal, una virtud intelectual del
sujeto, el cual es capaz de idear y realizar un determinado objeto. Aunque
este concepto se refiere al término techne con el que Aristóteles designaba
el saber práctico adquirido a través de una reflexión y no por la mera expe-
riencia3, como consecuencia de las clasificaciones medievales del saber se
ha abierto camino la distinción actual entre “arte” –entendido como el saber
práctico constitutivo de una virtud personal– y la “técnica”, concebida ésta
como el conocimiento del conjunto de procedimientos objetivos preestable-
cidos para obtener un determinado resultado.

1 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae (en adelante S. Th.), I-II, q. 90 a. 4.


No trato aquí de la problemática relativa a la definición de la ley eclesiástica como «ordina-
tio fidei» propuestas por algunos autores (cf. E. CORECCO, «Ordinatio rationis» o «ordinatio
fidei». Appunti sulla definizione della legge canonica, en IDEM, Ius et communio. Scritti di
diritto canonico, ed. G. BORGONOVO y A. CATTANEO, vol. I, Lugano 1997, págs. 135-156).
Como ha puesto en evidencia Hervada, considero que el orden tiene que ser fruto de la ra-
zón, y no de la fe, lo que no impide que la razón sea iluminada por la fe (cf. J. HERVADA, Pen-
samientos de un canonista en la hora presente, Pamplona 1989, págs. 18-20).
2 S. Th. I-II, q. 57, a. 4. Cf. también el artículo anterior de la misma cuestión 57.
3 Para una exposición sintética del pensamiento de Aristóteles sobre el arte y la evo-
lución posterior del concepto, cf. I. YARZA, Una introducción a la estética, Pamplona 2004,
págs. 191ss.
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 11

Partiendo de esta distinción, y utilizando siempre los mencionados


términos en el sentido precisado, se debe concluir que la actividad legislati-
va es un arte pero no una técnica: el legislador no puede limitarse a “apli-
car” mecánicamente un protocolo objetivo para obtener el orden social jus-
to formulado en un texto (si bien podrá siempre tomar en préstamo expe-
riencias legales de otros ordenamientos), sino que debe primero idear (inte-
riormente) él mismo el orden que quiere establecer para alcanzar el bien co-
mún, y comunicar después a la comunidad el orden concebido.
El hecho de que la actividad legislativa no sea una técnica sino un ar-
te no significa que no deba servirse de las técnicas. Todo artista, para reali-
zar sus obras de arte, se sirve de técnicas precisas, muchas de ellas fruto de
la experiencia ajena, si bien no basta el uso de las técnicas para realizar una
obra de arte. Del mismo modo, en el arte de legislar hay muchos aspectos
técnicos, cuyo uso ayuda al buen resultado de la obra: uso de un lenguaje pre-
ciso, reagrupamiento sistemático de las normas, reenvíos y analogías, utili-
zación de cláusulas ricas en significado, y otras semejantes. Aunque las téc-
nicas tengan un valor subsidiario en la realización de una obra de arte, el ser-
virse o no de ellas puede tener una importancia decisiva en el resultado final.
El arte de legislar corresponde a la actividad política, entendida la pa-
labra “política” también aquí en su sentido clásico, esto es, de gobierno de
la polis, que se puede también extender al gobierno de la Iglesia. (En estas
páginas, utilizaré el término “política” en este sentido amplio de gobierno
de cualquier sociedad, aplicable, por tanto, también a la Iglesia). Es eviden-
te que entre las funciones correspondientes a quien debe dirigir una comu-
nidad está la de establecer las normas según las cuales la comunidad debe-
rá regularse en el futuro para alcanzar su propio bien. Es necesario, de he-
cho, determinar las normas de conducta de los miembros de la sociedad, or-
denando y prohibiendo algunas acciones, previendo las consecuencias de
ciertos actos y la medida de la reparación debida por conductas injustas; por
otro lado, hace falta organizar las funciones públicas, distribuyendo funcio-
nes y competencias. Ésta es la tarea de la función legislativa, a la que co-
rresponde, precisamente, producir normas generales y abstractas, dadas pa-
ra el futuro, que establecen el orden de la vida social.
La función legislativa, si bien excesivamente enfatizada a partir del
legalismo proveniente de los ideales de la Revolución francesa, tiene siem-
pre una cierta posición de preeminencia respecto a las otras funciones de di-
rección de una sociedad, en cuanto la ley determina el recto desarrollo del
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12 Eduardo BAURA

resto de las actividades de gobierno y establece las reglas del futuro com-
portamiento. No es extraño, por tanto, que el ejercicio de la función de le-
gislar esté habitualmente reservado a titulares del poder especialmente cua-
lificados: en los Estados democráticos al Parlamento elegido directamente
por el pueblo, y en la Iglesia a los órganos “capitales” que tienen la misión
de estar a la cabeza de una porción del Pueblo de Dios.
En la Iglesia el arte político de dar leyes puede calificarse como pas-
toral, también en el significado más estricto de este término, es decir, enten-
dido como la actividad propia y exclusiva de los ministros sagrados con la
que éstos desarrollan la función (y la correlativa potestad) de Cristo Pastor,
mediante el ejercicio de los tria munera, entre los que se encuentra el mu-
nus regendi, con el cual los sagrados Pastores conducen a la Iglesia hacia su
bien, que en último término no es otro que la salvación de las almas (y sin
que todo esto obste a la posibilidad de que los fieles no ordenados colabo-
ren con el ejercicio del munus regendi). Toda sociedad tiene necesidad de
ser gobernada, y la Iglesia necesita ser guiada en esta tierra, también me-
diante normas generales, para ser el instrumento de salvación querido por su
Fundador4.
Es indudable que mediante las leyes el Legislador eclesiástico ejerce
también el munus docendi, puesto que al legislar se desarrolla una actividad
educativa, como ya había descubierto la filosofía política griega5. Esto se
comprende bien si se considera la finalidad de la ley y la relación entre el
bien individual y el bien común (el cual no es bien porque sea común, sino
que es común porque es un bien)6. El cristianismo ha dado un ulterior estí-
mulo a esta idea, haciendo notar que el actuar justo conduce a la vía dirigi-

4 «Episcopi sacrum ius et coram Domino oficium habent in suos subditos leges fe-
rendi, iudicium faciendi, atque omnia, quae ad cultus apostolatusque ordinem pertinent, mo-
derandi» (CONCILIO VATICANO II, const. Lumen Gentium, n. 27).
5 Así, Platón concibe al legislador como un verdadero educador de los ciudadanos.
Baste pensar en la escena descrita en el Critón, en la que Sócrates, pudiendo escapar de la
prisión, imagina que se le aparecen las leyes como figuras vivientes que le exhortan a ser fiel
a ellas también en la hora de la tentación, ya que fueron las leyes quienes lo educaron y pro-
tegieron durante toda su vida (cf. PLATÓN, Critón, 49 y 54). Sobre la doctrina de Aristóteles
relativa al papel pedagógico del legislador cf. Ética Nicomaquea, X, 10, 1179b,31-35, y VI,
8, 1041b, 23-29. En general, sobre la idea de la dimensión pedagógica de las leyes en la Gre-
cia antigua, cf. W. JAEGER, Paideia: los ideales de la cultura griega, México 1988, sobre to-
do el Libro 3, cap. IX y Libro 4, cap. X.
6 Cf. C. CARDONA, La metafísica del bien común, Madrid 1966.
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da hacia el bien último, siguiendo la tradición veterotestamentaria en la que


las leyes del Señor son a menudo llamadas “vías”. Esta imposición han con-
ducido incluso a sustituir en muchas áreas lingüísticas de influjo cristiano el
término ius con el de directum, derecho, que recuerda que lo justo es lo in-
dicado por la ley, que conduce hacia el bien, hacia lo que es justo. A pesar
de todo esto, hay que señalar sin embargo que la actividad de las leyes for-
ma parte específicamente del munus regendi, no del magisterial, puesto que
la finalidad de las leyes no es la de enseñar, sino la de ordenar, y esto no de
manera meramente orientadora, sino de un modo jurídicamente vinculante;
de las consecuencias de este punto se tratará más adelante.
El objeto inmediato de la ley no es hacer justicia (como sí lo es, en cam-
bio, el de la sentencia), sino ordenar la vida social al bien común. El objetivo
de la ley no es declarar o reivindicar un derecho sino alcanzar un bien, con-
cretamente el bien común. Por esto, legislar es un arte político, no jurídico,
aunque haya, como se verá más adelante, numerosas exigencias jurídicas en
el momento de dar leyes. Se sigue que la virtud que guía más directamente el
arte legislativo no es la justicia sino la prudencia, «recta ratio agibilium»7 que
conduce a actuar moralmente bien, a gobernar las propias capacidades para al-
canzar el bien, y, en el caso de la prudencia específica del gobernante, a dis-
poner lo necesario para dirigir la sociedad hacia el bien común.
Para desarrollar bien una función es necesario, por tanto, el entrela-
zamiento de arte, virtudes y de un buen número de técnicas. Para realizar
correctamente el arte de legislar, también desde el punto de vista moral, es
necesaria ante todo la guía de la prudencia. Actuar conforme a la virtud de
la prudencia comporta la realización de los actos de consiliari, iudicare y
praecipere8. Aconsejarse quiere decir indagar para obtener todos los datos
necesarios antes de tomar la decisión9. En segundo lugar es necesario juz-
gar los datos recabados por la indagación previa y, finalmente, decidir, em-
pujar a actuar.
Todo esto aplicado al arte legislativo comporta que el legislador, an-
tes de emanar una ley, deberá aconsejarse (indagar) sobre la realidad que

7 S. Th. I-II, q. 57, a. 4.


8 Cf. S. Th. I-II, q. 57, a. 6.
9 Éste es el sentido del consilium dado por Santo Tomás (cf. S. Th. I-II, q. 14, a. 1;
y I-II, q. 47, a. 8).
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pretende ordenar, sobre las circunstancias (materiales y espirituales) de la


comunidad destinataria de la norma, sobre eventuales precedentes (legisla-
tivos y consuetudinarios), sobre posibles medios para alcanzar el fin desea-
do, etc. En este trabajo el legislador se puede servir de terceros, pero en un
segundo momento corresponde sólo a quien tiene la función de legislar el
valorar cada uno de aquellos datos y considerarlos globalmente a la luz del
bien común que se quiere alcanzar (la salus animarum), con el fin de tomar
la decisión sobre lo que debe hacerse.
Hay múltiples consecuencias de la prudencia que se presentan en el
momento de legislar. Ante todo el legislador, después de las fases del con-
silium y del iudicium, deberá decidir si legislar o no; la decisión dependerá
de la valoración que el legislador haga sobre el modo mejor de obtener el
bien pretendido, y, antes aún, sobre las posibilidades reales, vistas las cir-
cunstancias, de obtener este bien (en este sentido se habla de la política co-
mo el arte de lo posible, lo que no puede derivar en una cínica actitud pesi-
mista, timorata –imprudente– que concluya en la omisión del propio deber).
La observación de que la primera decisión que se ha de tomar es si
emanar o no la ley no es una cuestión banal. No se debe olvidar que en to-
da comunidad humana se crea de modo natural un orden, el consuetudina-
rio, que conviene respetar por el bien de la comunidad (en la medida en que
conduce efectivamente al bien común), porque la costumbre se adecua per-
fectamente a la realidad social. La ley, por el contrario, es una norma posi-
tiva, que se impone mediante un acto de autoridad, y es, por otro lado, abs-
tracta y rígida (puesto que está fijada en un texto escrito), lo que en el futu-
ro puede crear problemas. Por lo demás, un gran número de leyes hace a la
vida social, al menos, complicada; además, cuantas más leyes hay, más di-
fícil será su conocimiento, lo cual es contrario al fin de las leyes.
El iluminismo, que veía en la ley el modo racional y seguro de gober-
nar la sociedad, y el positivismo jurídico legalista, que rechaza cualquier
fuente de derecho distinta de la ley, han conducido a los ordenamientos ci-
viles a multiplicar las leyes en cuanto éstas constituyen el único medio de
gobierno para resolver los nuevos problemas planteados a la sociedad. Se ha
llegado así a lo que alguno ha llamado la “elefantiasis” legislativa, con la ri-
gidez, las paradojas y tal vez las injusticias que comporta el hecho de ser re-
gulados por una masa normativa imposible de conocer, olvidando la verdad
que ya Tácito había advertido sabiamente: «… et corruptissima re publica plu-
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rimae leges».10 En la Iglesia se cuenta, por el contrario, con instrumentos de


gobierno (la dispensa, el privilegio) que permiten salir al encuentro de las
necesidades del caso singular, las cuales, incluso siendo extralegales, pue-
den (y deben) ser justas11.
Sin duda, una manera de no multiplicar sin necesidad las leyes es la
de evitar dictar normas generales para resolver un problema singular. Nada
impide que por inducción se extraiga una regla general de un caso particu-
lar y, haciéndolo así, se prevengan posibles males futuros. También aquí la
prudencia conduce a preguntar primero si estas prevenciones no pueden
causar escándalos u otros males peores de los que se pretende evitar. De to-
dos modos, parece un ejercicio imprudente del arte de legislar el dar una
norma general no para resolver los supuestos generales que se prevén con
motivo de un caso singular, sino con la finalidad principal y directa de re-
solver el caso singular. Por otro lado, hay que señalar, aunque sólo sea co-
mo inciso, que, aparte de los posibles daños que se pueden derivar de una
ley superflua, el uso errado del instrumento de la ley (general y abstracta)
en lugar del acto de gobierno singular podría manifestar una actitud de de-
bilidad por parte de la autoridad que preferiría las declaraciones generales
al deber de afrontar directamente los problemas singulares.
Un problema prudencial muy delicado en general, pero de modo es-
pecial en el ámbito de la Iglesia, es el de la tolerancia12. Solamente es nece-
sario ordenar lo que se refiere a crear las condiciones sociales para que la
comunidad pueda alcanzar el bien común, pudiendo (y frecuentemente de-
biendo) dejar a la iniciativa individual la consecución de otros bienes. Por
otra parte, la ley es una norma general, que no puede tener en cuenta sólo a
un determinado grupo de personas, sino que debe dirigirse a todos los
miembros de la comunidad. En este sentido interesa señalar que, siendo la
ley una ordenación de la vida social, la norma que, justa en teoría, no fuese
adecuada a la realidad de la comunidad cuya vida quiere ordenar, iría con-
tra su propia esencia, en cuanto no introduciría un orden, sino un desorden:
ésta es una de las exigencias de la nota esencial de toda norma jurídica, la

10 TÁCITO, Annales, Lib. III, 27.


11 Me he ocupado del tema en La dispensa canonica dalla lege, Milano 1997.
12 Cf. S. Th. I-II, q. 97, a. 2. En el ámbito canónico es interesante el estudio históri-
co de G. OLIVERO, «Dissimulatio» e «tolerantia» nell’ordenamiento canonico, Milano 1953.
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16 Eduardo BAURA

racionalidad13. De esto se sigue que para poder legislar prudentemente es


necesario indagar primero la realidad social de los destinatarios de la futu-
ra ley.
Una cuestión presente en todo ordenamiento, pero de especial impor-
tancia en la legislación eclesiástica, es la relativa a la incidencia de las leyes
en el ámbito de la conciencia. El tema es muy complejo y no puede ser es-
tudiado aquí en profundidad, pero, desde la perspectiva de la prudencia le-
gislativa, se puede recordar una vez más que el fin de la ley es el bien pú-
blico y, por tanto, todo lo que no forma parte del ámbito de las relaciones
interpersonales de los fieles excede por su naturaleza del ámbito de la ley
(otra cosa es la actividad magisterial que pretende auxiliar la formación de
las conciencias de los fieles). Hay que observar que las soluciones legales
que buscan una eficacia automática (como las penas latae sententiae y al-
gunas irregularidades) pueden no tenerla en absoluto en el ámbito interper-
sonal, que es el propio de la competencia de la función legislativa14. De es-
te modo, estas soluciones resultan a menudo perjudiciales, en cuanto son ca-
paces de crear inútiles problemas de conciencia, complican la praxis jurídi-
ca con las dificultades típicas del tener que ventilar en el foro jurídico lo que
pertenecía al de la conciencia, y, sobre todo, pueden dejar sin resolver el
problema que pretendían remediar, puesto que la sanción general automáti-
ca puede conducir a una inacción de las autoridades ejecutivas en la mate-
ria regulada por este tipo de leyes, mientras que para hacer valer las conse-
cuencias legales en el ámbito jurídico es siempre necesaria la intervención
positiva de alguien: sería, de hecho, ingenuo, además de una omisión del de-
ber del gobierno, esconderse detrás del automatismo de la regla general pa-
ra evitar tener que afrontar la solución jurídica de los casos singulares difí-
ciles.
Análogos a los problemas prudenciales relativos a la emanación de
nuevas leyes son los que emergen en el momento de decidir si cambiar o no
la legislación precedente. Santo Tomás se pregunta si la ley se debe modifi-
car siempre que se presenta un bien mejor. Partiendo del principio de que

13 Cf. J. HERVADA, Lecciones propedéuticas de filosofía del derecho, Pamplona


1992, págs. 355-372.
14 En realidad, cabría preguntarse si, teniendo en cuenta el carácter externo y social
del ámbito legislativo, no convendría abolir completamente las penas latae sententiae, y re-
visar el régimen de algunas irregularidades.
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 17

una ley se cambia rectamente sólo cuando haciéndolo se contribuye al bien


común, el Doctor Angélico hace notar sin embargo que el mero cambio de
la ley es ya en sí mismo un daño al bien común, en cuanto la costumbre ayu-
da al cumplimiento de las leyes. Por tanto, el cambio debe darse sólo cuan-
do de la nueva ley se seguirá un notorio y grande provecho o cuando hay
una necesidad extrema de eliminar una injusticia15.
En la Iglesia existe ya –valga el juego de palabras– una larga tradi-
ción de respeto de la tradición en el ámbito jurídico. Los momentos más di-
fíciles y delicados, en cuanto podían romper en cierto sentido esta tradición,
han sido –en la Iglesia latina– las dos codificaciones. Los mayores temores
surgidos ante la aplicación, por primera vez, de la técnica de la codificación
fueron precisamente referentes a la posible ruptura con el pasado, a pesar de
que el Código pío-benedictino se presentaba con la intención de recoger la
tradición canónica, sin ninguna pretensión de cambio (otra cuestión es el re-
sultado)16. Ciertamente, el sistema normativo anterior a la codificación fa-
vorecía un sistema jurídico de corte más bien jurisprudencial, donde las pro-
blemáticas vinculadas a los cambios legales eran percibidas con menos in-
tensidad. En la segunda codificación, como existía el precedente del Códi-
go de 1917, no salió a flote la cuestión de la codificación del derecho canó-
nico, pero, puesto que el Código quería traducir en lenguaje jurídico el Va-

15 S. Th. I-II, q. 97, a. 2. Para apoyar su doctrina, Santo Tomás cita la sentencia de
Ulpiano, que afirma: «in rebus novis constituendis, evidens debet esse utilitas, ut recedatur
ab eo iure quod diu aequum visum est» (Dig. 1.4.2).
16 Cf., por ejemplo, R. ASTORRI, Le leggi della Chiesa tra codificazione latina e di-
ritti particolari, Padova 1992, págs. 9-44; M. FALCO, Introduzione allo studio del “Codex Iu-
ris Canonici”, ed. G. FELICIANI, Bologna 1992, págs. 87-122 y las contribuciones en esta mis-
ma obra de G. FELICIANI, Mario Falco e la codificazione del diritto canonico, págs. 13-49 y
R. ASTORRI, L’”Introduzione” del Falco nel dibattito sulla codificazione, págs. 51-79; P. GAS-
PARRI, Storia della codificazione del diritto canonico per la Chiesa latina, en el PONTIFICIUM
INSTITUTUM UTRIUSQUE IURIS, Acta congressus iuridici internationalis saeculo a Decretalibus
Gregorii IX et XIV a Codice Iustiniano promulgatis. Romae 12-17 novembris 1934, vol. 4, Ro-
mae 1937, págs. 1-10; J. LLOBELL, E. DE LEÓN, J. NAVARRETE, Il libro “de processibus” nella
codificazione del 1917. Studi e documenti, vol. 1, Milano 1999, especialmente págs. 17-49; C.
FANTAPPIÈ, Introduzione storica al diritto canonico, Bologna 1999, págs. 213-232. Sobre la
incidencia del Código de 1917 en el derecho canónico, cf. J. HERVADA, P. LOMBARDÍA, Intro-
ducción al Derecho Canónico, en Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, ed.
A. Marzoa, J. Miras, A. Rodríguez-Ocaña, vol. 1, Pamplona 1996, págs. 150-153.
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18 Eduardo BAURA

ticano II17, estaba presente en la raíz la gran cuestión que había planteado el
Concilio sobre el equilibrio entre tradición y renovación18.
Sea como fuere, lo que interesa señalar ahora es que el sistema legal
canónico vigente se basa sobre la técnica de la codificación, técnica que fa-
cilita la realización del arte legislativo, pero que comporta, entre otros, el
riesgo, advertido por la doctrina canónica contemporánea a la elaboración
del Código de 1917, de inmovilizar las normas, volviéndolas obsoletas o ina-
decuadas con el transcurso del tiempo. Considero, por tanto, que en el mo-
mento actual el peligro más grave para el legislador eclesiástico no es tanto
el de excederse en cambios legislativos, cuanto el de dejarse llevar de la iner-
cia de la codificación o considerar el Código como una norma rígida dema-
siado difícil de modificar, al modo de las Constituciones de los ordenamien-
tos civiles, cuando en realidad la mayor parte de las normas del Código no
tienen carácter constitucional. Hay que recordar por otro lado que los códi-
gos civiles que han perdurado por mucho tiempo han sufrido derogaciones o
añadidos. Sin duda, es absolutamente necesario evitar, por motivos de clari-
dad, hacer modificaciones en el Código mediante instrumentos no adaptados
a la derogación de las leyes –como serían las “interpretaciones auténticas”
que en realidad modifican las leyes–, pudiendo realizarse formalmente la re-
forma del Código sin especiales dificultades técnicas19.
La existencia de una legislación universal codificada, por lo demás
comprehensiva de casi todas las materias jurídicas, puede fomentar la inope-
rancia de los legisladores particulares, sobre todo de los obispos diocesanos
(que cuentan también con la normativa emanada por las Conferencias Epis-
copales), a pesar del impulso que el Vaticano II ha dado a la responsabilidad
de los obispos, reconociendo su potestad de gobierno como vicarios de Cris-
to en las porciones del Pueblo de Dios a ellos encomendadas20.

17 Cf. JUAN PABLO II, const. ap. Sacrae disciplinae leges, 25 de enero de 1983, en
AAS, 75 (1983), pág. XI.
18 Sobre el tema, aunque sólo sea de una manera sintética, pero muy clara, además
de autorizada, cf. BENEDICTO XVI, Discorso alla Curia Romana, 22 de diciembre de 2005,
en AAS, 98 (2006), págs. 40-53.
19 En este sentido, hay que celebrar con satisfacción el motu proprio de JUAN PABLO
II, Ad tuendam fidem, 18 de mayo de 1998, en AAS, 90 (1998), págs. 457-461, con el que se
realizó la primera modificación del Código vigente.
20 Cf. CONCILIO VATICANO II, const. Lumen gentium, nn. 23 y 27, e IDEM, decr. Chris-
tus Dominus, n. 8 a). De hecho, el c. 391 reconoce expresamente la potestad legislativa de los
obispos diocesanos. Sobre el modo de ejercer esta potestad, cf. CONGREGACIÓN PARA LOS OBIS-
POS, directorio Apostolorum successores, 22 de febrero de 2004, Ciudad del Vaticano 2004, n.
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 19

Tanto para emanar una nueva ley como para modificar una preceden-
te, el principio fundamental es la búsqueda del bien común. La verdad de la
virtud de la prudencia dependerá sobre todo de la determinación del bien co-
mún. Vale también para la Iglesia la definición que el Vaticano II daba del
bien común («el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a
los grupos y a los individuos alcanzar la propia perfección más plena y rá-
pidamente»21). Es verdad que el fin último de la ley canónica es la salus ani-
marum, pero esto no impide que el objetivo inmediato de la ley eclesiástica
sea la consecución del bien común eclesial, el cual debe ser entendido, pre-
cisamente, como el conjunto de condiciones que permite a los fieles alcan-
zar la salvación. Resulta casi superfluo advertir que con la expresión salus
animarum se significa la salvación eterna (no una cierta salud psicológica
obtenida con soluciones ventajosas mal llamadas pastorales), y que la sal-
vación no puede ser concebida en términos minimalistas, puesto que se en-
tra en el Cielo sólo cuando se tiene una caridad perfecta22. Se sigue que la
finalidad de la ley es, más precisamente, crear las condiciones que favore-
cen la perfección cristiana de los fieles: esto tiene muchas consecuencias,
sobre todo en el sector legislativo que organiza la atención pastoral23. La de-
terminación del verdadero bien común eclesial, que favorece el bien espiri-
tual de las almas incluso a costa del sacrificio de algunos deseos humanos,
es lo que distinguirá la verdadera prudencia de la prudencia de la carne con-
tra la que avisa la Sagrada Escritura24.

67 (son interesantes al efecto del objeto del presente trabajo algunas recomendaciones dirigi-
das a promover la prudencia legislativa de los obispos: «… los textos canónicos sean redac-
tados con precisión y rigor técnico-jurídico, evitando las contradicciones, las repeticiones inú-
tiles o la multiplicación de disposiciones sobre una misma materia; pondrá también atención
a la necesaria claridad, a fin de que sea evidente la naturaleza obligatoria u orientativa de las
normas y se conozca con certeza cuáles conductas están prescritas o prohibidas. Para este fin,
se contará con la competencia de especialistas en Derecho Canónico, que no deberán jamás
faltar en la Iglesia particular. Además, para regular adecuadamente un aspecto de la vida dio-
cesana, es condición previa la precisa información sobre la situación de la diócesis …»).
21 CONCILIO VATICANO II, const. Gaudium et spes, n. 26 (cf. también ibidem, n. 74).
22 Sobre el tema de la salus animarum como fin de la legislación eclesiástica y sus
consecuencias reenvío a mi trabajo Pastorale e diritto nella Chiesa, en Vent’anni di esperien-
za canonica: 1983-2003, ed. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Ciudad del Va-
ticano 2003, págs. 159-180.
23 Cf., por ejemplo, A. DEL PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia: bases de sus res-
pectivos estatutos jurídicos, Pamplona 19913, págs. 89-91.
24 Cf. Rom., 8, 6.
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20 Eduardo BAURA

II.- LA DIMENSIÓN JURÍDICA DEL ARTE LEGISLATIVO

1. La relación de la ley con el derecho

Sin quitar nada a cuanto se ha expuesto hasta ahora sobre la naturale-


za política –en el sentido amplio indicado– y prudencial del arte de legislar,
es evidente que este arte no es ajeno al derecho. La identificación del mun-
do jurídico con el de la ley puede responder a una concepción normativista
y positivista del derecho, pero refleja también una cierta realidad. Para com-
prender la relación de la ley con el derecho vale la pena recordar algunas no-
ciones básicas sobre el derecho mismo y sobre el arte jurídico.
En línea con la tradición filosófica griega seguida por la concepción
romanista, se puede definir el derecho como aquello que pertenece a cada
uno y que, por tanto, le es debido, es decir, como el objeto de la virtud de la
justicia, la cual a su vez puede definirse, con la célebre fórmula atribuida a
Ulpiano: «constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi»25.
No es función de la ley, como se recordaba al inicio del presente tra-
bajo, restablecer o declarar la justicia, sino ordenar la sociedad hacia su pro-
pio bien; ahora bien, la ley, en el cumplimiento de su objetivo, es decir, al
fijar un orden, constituye derechos, crea deberes, atribuye competencias,
determina el ejercicio de algunos derechos precedentes, y, sobre todo, el or-
den establecido por ella debe ser seguido obligatoriamente, con obligación
de justicia (de justicia, llamada precisamente justicia legal). La ley, por tan-
to, en sí misma no es un acto de justicia (no es su objeto dar a cada uno lo
suyo), no es por sí misma un acto debido en justicia (existe el deber jurídi-
co de gobernar, pero difícilmente se podrá concretar en el dar una determi-
nada ley) y, sin embargo, la ley está en relación con el ámbito jurídico, en
cuanto es un acto constitutivo de derechos.
La ciencia canónica suele señalar, entre los efectos de la ley, la vis di-
rectiva y la vis coactiva. Con la vis directiva se entiende el efecto de condu-
cir las conductas, que es el que producen las normas praecipientes, prohi-
bentes y permittentes, mientras que con la vis coactiva se entiende el efec-
to de castigar o de invalidar o inhabilitar26. Considero equivocado pensar
que las leyes que sólo tienen la vis directiva (las llamadas leges imperfec-

25 Dig. 1.1.10.
26 Cf. en este sentido G. MICHIELS, Normae Generales Iuris Canonici. Comentarius
Libri Codicis Iuris Canonici, vol. I, Parisiis-Tornaci-Romae 1949, pág. 295.
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 21

tae) tienen sólo eficacia moral y carecen de todo valor jurídico27, puesto
que, si la norma directiva establece como obligatoria una determinada con-
ducta, ésta es debida en justicia, y otro (un tercero o la comunidad) tendrá
el derecho de que se observe esta conducta, y, en cuanto a las leyes permi-
sivas (en el sentido de permittentes), es obvio que tienen el efecto jurídico
de constituir el derecho de seguir la conducta permitida. La ley directiva
crea, ciertamente, un deber moral, pero un deber que se refiere a la virtud
de la justicia y, por tanto, a la juridicidad. Por otro lado, no hay que olvidar
que el adjetivo “jurídico” hace referencia al ius. Que las leyes no prevean
una sanción (pena o efecto irritante) a su trasgresión (de ahí leges imperfec-
tae) no significa que no se deriven de ellas consecuencias jurídicas, incluso
prácticas (recursos, sanciones administrativas, etc.).
Se puede, por tanto, resumir la relación de la ley con el derecho recu-
rriendo a un célebre pasaje de Santo Tomás en el cual este afirma: «lex non
est ipsum ius, proprie loquendo, sed aliqualis ratio iuris»28. La ratio es la idea
que el artífice tiene de su obra; la ley es la ratio del ius o de lo iustum, es
decir, del obrar justo e indica el camino de lo que es justo, derecho.
Esta ratio iuris es obra de un acto humano (si bien hay derechos an-
teriores a toda norma humana, cuya ley o ratio se descubre en la misma rea-
lidad natural o sobrenatural). No es posible concebir la ley como si fuese
una entidad surgida de la nada, al modo de la idea iluminista de la ley pro-
pugnada por Montesquieu,29 sino que la ley es siempre fruto de elecciones
humanas. Puesto que la ley es el resultado de un acto humano, se requiere
que ésta tenga la característica esencial de la racionalidad, no en el sentido
racionalista de que la ley sea fruto del libre raciocinio del legislador, sino en
el sentido de que debe ser adecuada a la realidad, en cuanto es propio de la
razón adecuarse a la realidad conocida, ya que, para ordenar, es necesario
ante todo conocer la realidad que se pretende regular, de tal modo que el or-
den impuesto sea adecuado a la consecución del bien (del fin) de la realidad
ordenada30. El legislador debe ser ante todo un hermeneuta de la realidad

27 Opinión frecuente, sin embargo, entre los canonistas (cf., por ejemplo, ibidem,
págs. 298ss).
28 S. Th., II-II, q. 57, a. 1, ad 2.
29 Cf. Ch. MONTESQUIEU, De l’esprit des lois, Paris 1819.
30 Recientemente ha insistido sobre la racionalidad en el ejercicio del autoridad ecle-
siástica E. G. SARACENI, L’autoritá ragionevole. Premesse per uno studio del diritto canoni-
co secondo il principio di ragionevolezza, Milano 2004.
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22 Eduardo BAURA

(cumpliendo los actos prudenciales de consiliari y iudicare) para después


decidir el orden que se ha de establecer. De aquí se sigue que la racionali-
dad limita intrínsecamente el poder legislativo, puesto que la norma jurídi-
ca debe ser conforme con la naturaleza humana, con la realidad y con el bien
social, pues de lo contrario no introduciría un orden, sino un desorden y, por
tanto, no sería una norma. En otros términos, al legislar es necesario tener
en cuenta la realidad preexistente, ante todo los derechos naturales y, en la
legislación canónica, los que dimanan de la constitución esencial de la Igle-
sia fundada por Cristo, y de otros derechos previamente adquiridos31.
Excede de estas reflexiones un estudio profundo sobre la racionalidad
de la norma jurídica y sobre sus consecuencias, pero merece la pena repetir
que la exigencia de racionalidad no menoscaba en absoluto la potestad jurí-
dica del legislador, precisamente porque se trata de una potestad jurídica,
que genera una obligación jurídica de obediencia, y no un mero deber mo-
ral de observancia, porque tiene como fundamento la necesidad de desarro-
llar una función. En efecto, para poder alcanzar su bien, la sociedad necesi-
ta un orden; es el legislador quien tiene la misión (es un suum) de estable-
cer este orden, y, por esto, existe el deber de justicia de observar la ley, pe-
ro este deber, precisamente porque es de justicia, está intrínsecamente deli-
mitado por el contenido de la función de gobernar. De aquí se sigue que la
desviación o el exceso de poder no generan ninguna obligación de justicia
de obedecer –a menos que la desobediencia produzca un daño injusto a la
comunidad–, porque no sería ejercicio de una función, sino, al contrario, de
una disfunción (sin negar que se pueda, y quizás será incluso aconsejable en
el plano moral, obedecer por motivos de caridad). En suma, la exigencia de
racionalidad no es una exigencia extrínseca a la actividad legislativa.
Tampoco se debe pensar que el apelo a la racionalidad sea un elemen-
to de insubordinación o un factor de inseguridad jurídica. Aparte de la pre-
sunción en favor de la racionalidad de la norma emanada por la autoridad
competente, hay que subrayar que la racionalidad no reenvía a ideas subje-

31 No se debe confundir el poder legislativo con un poder despótico que pretenda cam-
biar todo sin tener en cuenta la realidad. Este aspecto ha sido puesto de relieve a propósito de
la liturgia y de su regulación por parte del Papa, el cual no puede ser entendido como un «mo-
narca absoluto, sino todo lo contrario, como el garante de la obediencia frente a la palabra re-
velada: su poder está ligado a la tradición de la fe, la cual es aplicable también al campo de la
liturgia» (J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia: una introducción, Madrid 20074, pág. 208).
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 23

tivas del legislador o del intérprete, sino a la realidad de las cosas, mucho
más segura, estable y objetiva que otros mecanismos artificiales dirigidos a
crear seguridad jurídica.

2. La relación del arte legislativo con el arte jurídico


El arte de legislar forma parte, como se ha señalado más arriba, del ar-
te de gobierno, pero con consecuencias jurídicas de gran importancia, por lo
que es posible preguntarse si no tiene que tener también una cierta relación
con el arte jurídico. De hecho es significativo que sea común abinar a los ju-
ristas con las leyes. Para delimitar bien la función de estos dos artes conviene
recordar, aunque sea brevemente, en qué consiste el arte del derecho32.
Siendo la justicia la virtud de dar a cada uno lo suyo, para poder prac-
ticarla es necesario identificar primero el suum, el ius de cada uno. Indicar
el derecho, a quién pertenecen las cosas, en qué medida, cuál es la solución
justa del caso que se presenta, es una actividad no siempre fácil y, en todo
caso, una actividad que es necesario saber desarrollar; requiere, esto es, un
arte, concretamente el arte jurídico, el arte de ius-dicere: es el arte del juez,
que indica el derecho con potestad (con fuerza vinculante para las partes),
el arte del abogado que pone de relieve el derecho de la parte por él patro-
cinada. Jurista es aquel que posee el arte jurídico.
El arte jurídico, y aún más la ciencia jurídica, necesitan de la lógica.
El jurista se puede servir de técnicas para desarrollar su arte. Pero el dere-
cho no es ni lógica ni técnica, sino un arte. La confusión, por lo demás muy
frecuente, del arte jurídico con la lógica o con la técnica proviene de una
concepción normativista del derecho: si el derecho se confunde con la nor-
ma, el jurista será el experto de las normas, de la aplicación (lógica y técni-
ca) de la regla general al caso singular. En efecto, para aplicar una regla ge-
neral y abstracta a un caso singular, es necesario realizar una operación ló-
gica dirigida a verificar si el caso concreto forma parte del supuesto de he-
cho abstracto de la ley, considerada en el interior del sistema lógico-norma-
tivo. Al mismo tiempo, la aplicación de reglas generales a casos singulares
es una actividad técnica, consistente en actuar automáticamente mecanis-
mos ya previstos y conceptos previamente elaborados. La consideración del

32 Una exposición sintética y magistral del tema se puede ver en J. HERVADA, Intro-
ducción crítica al derecho natural, Pamplona 200710, págs. 15-19.
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24 Eduardo BAURA

derecho como lógica y como técnica, además de partir de una visión norma-
tivista del derecho, reduce al jurista a un servidor acrítico de las leyes, que
fácilmente deriva en la figura manzoniana del picapleitos. Al contrario, la
concepción del derecho como lo que es justo conduce a concebir la figura
del jurista como aquel que tiene la recta ratio de la identificación de lo ius-
tum, es decir, que tiene el «ars boni et aequi»33.
El arte jurídico no tiene como objeto propio la ley (ni su elaboración
ni su conocimiento), pero, ciertamente, no es ajeno a ella. Conviene recor-
dar que, para delinear el derecho y su medida, es necesario ante todo iden-
tificar su título, y, si bien no todos, muchos derechos tienen su título en la
ley, puesto que, como ya se ha expuesto más arriba, la ley, al establecer un
orden, atribuye derechos, distribuye competencias, califica jurídicamente
las situaciones (especificando sus efectos jurídicos), establece obligaciones
de justicia, etc. De aquí se sigue que el jurista deberá conocer las leyes pa-
ra cumplir su oficio, sin olvidar el aviso del jurista romano clásico: «scire le-
ges non hoc est verba earum tenere, sed vim ac potestatem»34. Se explica, por
tanto, que se suela identificar al jurista con el hombre de leyes. De todos
modos, es evidente que identificar el conocimiento de las leyes con el arte
jurídico resulta restrictivo y desorientador, puesto que existen también mu-
chos derechos (y no sólo los naturales y los que derivan de la constitución
esencial de la Iglesia) que no poseen un título legal, como son los derechos
resultantes del ejercicio de la autonomía privada. Además, tampoco hay que
olvidar que la ley, al ser una regla general, no puede tener en cuenta todas
las particularidades de la realidad, de modo que el discernimiento del ius
exige una valoración de las circunstancias del caso para llegar a la solución
justa; más aún, el discernimiento del ius no pasa tanto a través de la aplica-
ción lógica de la regla general al caso singular, como a través de la determi-
nación de la dimensión jurídica ínsita en la realidad del caso singular.
En síntesis, aunque no se puede confundir el deber del jurista con el
mero conocimiento de la ley, es innegable que el jurista necesita habitual-
mente conocer la ley para cumplir su función; se trata de un paso previo al
juicio sobre el derecho. Conocimiento que no es una mera percepción del
dato positivo normativo, sino una interpretación de la ley, que lleva a com-
prender el orden establecido mediante la promulgación del texto legal, que

33 Dig. 1.1.1. (la cursiva es, obviamente, mía).


34 Dig. 1.3.17 (Celso).
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 25

PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 25

permite determinar el ius. Se explica así el dominio que del contenido y de


otros aspectos de la legislación tiene el jurista habitualmente. Sin embargo,
es necesario superar la vieja y pobre idea, por desgracia frecuente en ámbi-
tos eclesiales, que considera al buen jurista como aquel que conoce muchas
leyes, en vez del hombre que sabe indicar el derecho, y concibe el estudio
del derecho como el aprendizaje memorístico de los textos legales, en vez
del conocimiento científico de lo iustum, que conlleva, entre otras cosas, un
bagaje de conocimientos que permite comprender el sentido justo estableci-
do por las leyes para aplicarlas con justicia.
Continuando con esta descripción sintética del arte jurídico, conviene
ahora observar que la práctica del arte jurídico no se refiere esencialmente al
ejercicio de la virtud de la justicia. El objeto del arte jurídico es “decir” el de-
recho, indicarlo, no “darlo”35. Naturalmente, la unidad de la vida personal
conducirá al experto en derecho a amar la justicia, de otro modo será difícil
en la práctica que llegue a comprender el derecho a causa del influjo que la
voluntad, y la vida moral en general, ejerce de hecho sobre el intelecto, pero
por sí misma la actividad del jurista no se rige directamente por la virtud de
la justicia. Habida cuenta que el jurista debe realizar una actividad, la de de-
cir el derecho, el arte jurídico se rige también por la virtud que supone la rec-
ta ratio agibilium, es decir, la prudencia: iuris-prudentia. Aristóteles, hablan-
do de la prudencia jurídica habla de una parte especial de esta virtud: la gno-
mé36, que Santo Tomás explica como la virtud que juzga según los principios
más altos y, por ello, capaz de ofrecer una solución ecuánime distinta de la
prevista por la regla general, esto es, que permite aplicar la epiqueya37.
A la luz de estas consideraciones se puede ahora volver al momento
de la producción normativa, para insistir en que el arte legislativo forma
parte del arte político y que, por tanto, no se debe confundir con el jurídico,
pero que al mismo tiempo es posible identificar numerosas consecuencias
jurídicas presentes en el momento de la emanación de una ley, que justifi-
can y postulan la intervención de los juristas. Por algo es universal la expe-
riencia de contar con juristas en el momento de redactar los textos legales.

35 El jurista puede estar obligado a ejercer su oficio (por ejemplo, el juez a dictar
sentencia, el abogado a presentar la defensa), y, en tal caso, cuando dice el derecho cumple
también un deber de justicia, pero “decir” el derecho por sí mismo no es objeto de la virtud
de la justicia (lo puede ser como lo es el objeto de cualquier otra profesión).
36 ARISTÓTELES, Ética nicomaquea, libro V, 10.
37 Cf. S. Th. II-II, q. 120, a. 1-2.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 26

26 Eduardo BAURA

En efecto, puesto que el jurista, con motivo de su específica función,


debe tener un dominio de los textos legislativos y de sus técnicas, tiene ex-
periencia en la interpretación de textos legislativos, conoce el alcance de
ciertas fórmulas legales, está al corriente de la normativa vigente, etc., pue-
de dar una contribución importante al legislador en el momento de formular
una nueva ley. Un jurista, de hecho, podrá hacer ver las consecuencias no de-
seadas de una cierta fórmula, el contraste de una disposición proyectada con
otra en vigor de rango superior, la ambigüedad de una expresión determina-
da, el significado jurídico de un vocablo determinado, y otros aspectos seme-
jantes. En este sentido, también la doctrina científica contribuye al perfeccio-
namiento de las leyes, sobre todo cuando elabora propuestas de iure conden-
do, pero no sólo en estas ocasiones, puesto que con el solo hecho de reflexio-
nar y de estudiar con profundidad el aspecto de justicia ínsito en los diversos
institutos contribuye a mejorar el arte jurídico (non est iuris prudentia sine
iuris scientia) y, de modo indirecto, también el legislativo.
En particular, no hay que olvidar que legislar es establecer un orden,
que, aunque sea nuevo, no consiste nunca en crear una novedad absoluta: se
ordena una realidad preexistente donde existen ya derechos y deberes que
han de ser respetados también por el legislador38. Se sigue que el deber pri-
mario y específico del jurista en el momento de proyectar una ley es juzgar
(ius-dicere) si el orden que se pretende establecer es justo o no, es decir, si
es posible jurídicamente (en el sentido estricto del término, o sea, de confor-
midad con el ius) o no, si daría lugar a un ius o a una iniuria. No es el juris-
ta quien debe decidir cuál debe ser el orden que hay que establecer, sino que
le corresponde valorarlo desde el punto de vista de la justicia. Sería, por tan-
to, una reducción indebida limitar la intervención consultiva del jurista a los
aspectos meramente técnicos de la elaboración de las leyes (a la búsqueda de
formulaciones independientemente de su contenido). Haciendo esto, en rea-
lidad no se consulta al jurista, que tiene el ars boni et aequi, sino al técnico
de textos normativos. Una reducción así corre el peligro de desembocar en
una instrumentalización del arte jurídico (y del jurista) para la consecución
de bienes inmediatos que pueden, sin embargo, conculcar derechos.

38 Aristóteles advertía que una parte del derecho civil es de origen natural, otra se
funda sobre la ley (cf. ARISTÓTELES, Ética nicomaquea, V, 7).
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 27

Naturalmente, que no se pueda limitar la intervención consultiva del


jurista a los aspectos meramente técnicos de la redacción, no significa en
absoluto que el experto en derecho pueda decidir sobre el contenido “polí-
tico” de la ley. Establecer positivamente un orden determinado, organizar,
distribuir cargas y competencias, etc., corresponde a «qui curam communi-
tatis habet», no a los expertos. El parecer del jurista debe moverse en el pla-
no jurídico (es decir, de la justicia), no en el de la oportunidad de las deci-
siones de gobierno, bien entendido que al jurista corresponde también valo-
rar la justicia de las consecuencias prácticas racionalmente previsibles in-
cluso cuando la fórmula legal sea por sí misma intachable en su formulación
abstracta.

III.- LA LEGALIDAD AL LEGISLAR


Cuanto se ha dicho hasta ahora se podría resumir en la célebre des-
cripción de la ley que san Isidoro de Sevilla, apoyándose en la sabiduría clá-
sica, transmitió a la cristiandad medieval y que Graciano recoge en el De-
creto: «Erit autem lex honesta, iusta, possibilis, secundum naturam, secundum
consuetudinem patriae, loco temporique conveniens, necessaria, utilis, manifesta
quoque, ne aliquid per obscuritatem inconveniens contienat, nullo privato commo-
do, sed pro communi utilitate civium conscripta»39. Es interesante notar que
Santo Tomás se pregunta si la enumeración es superflua, para responder ne-
gativamente.40 Puede ser útil comentar brevemente la descripción citada.
Ya se ha evidenciado que la ley debe ser justa: no porque deba (sola-
mente) cumplir un deber de justicia, y no porque sea constitutiva de dere-
chos, sino porque al establecer el orden debe respetar los derechos prece-
dentes, ante todo los naturales («secundum naturae») y, en la Iglesia, los que
dimanan de su constitución esencial. Por lo demás, forma parte de la justi-
cia (distributiva) que la ley se dirija al bien común, no al individual.
También es interesante el realismo que se transparenta en la descrip-
ción comentada: la ley debe ser posible, adaptada a las costumbres y a las
circunstancias de tiempo y lugar. La ley no es un orden ideal, racionalista,

39 SAN ISIDORO DE SEVILLA, Etymologiarum, L. 2, cap. 10, n. 6 (PL 82.131), recogi-


do por Graciano (D. 4, c. 2).
40 Cf. S. Th., I-II, q. 95, a. 3; cf. también F. SUÁREZ, Tractatus de legibus ac Deo le-
gislatore in decem libros distributus, Conimbricae (1612=Madrid 1968), III.15.1.
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28 Eduardo BAURA

una fórmula alejada de la realidad social, sino el orden de una comunidad


en un determinado momento histórico; no es ley aquella que no puede cum-
plir la comunidad a la que se dirige (ad impossibilia nemo tenetur). También
es una manifestación de realismo la característica de la utilidad y la necesi-
dad: introducir un nuevo orden comporta por lo menos una incomodidad pa-
ra la comunidad, que se debe adaptar al nuevo orden. La novedad, como se
ha recordado más arriba a propósito de la prudencia legislativa, debe ser re-
servada para los casos necesarios, y no se pueden considerar necesarios si
no conllevan una cierta utilidad. Hay que observar que las leyes superfluas
o inútiles, precisamente porque introducen reglas inadecuadas, pueden le-
sionar derechos. Por ello, contrariamente a los estereotipos comunes, el
buen jurista tiende a evitar la emanación de leyes no del todo necesarias,
prefiriendo dejar espacios de libertad y la posibilidad de que la comunidad
desarrolle órdenes de forma espontánea, a través de los usos, la praxis y la
jurisprudencia (es el normativismo positivista el que necesita de la regula-
ción legislativa de toda la vida social).
Naturalmente, estas consideraciones no pueden ser entendidas unila-
teralmente, como si el legislador no pudiese incidir en la vida de la comu-
nidad o como si las circunstancias sociales requiriesen siempre un debilita-
miento de la disciplina eclesiástica. Al contrario, tal vez las circunstancias
sociales pueden aconsejar una intervención de la autoridad que limite los
derechos para alcanzar un determinado bien común.
Además de estas notas que se muestran de mayor relieve, hay otra
que, aunque parezca secundaria, no carece de importancia, y que es preci-
samente aquélla sobre la que deseo detenerme ahora: la ley tendrá que ser
«manifesta quoque, ne aliquid per obscuritatem inconveniens contineat». Cierta-
mente no se puede pretender una claridad perfecta: el lenguaje humano no
es siempre unívoco y su comprensión varía con frecuencia según el lugar y
el tiempo. Y, en todo caso, no hay que engañarse con una aplicación auto-
mática de la ley gracias a su evidencia, porque también en el caso de una ley
que tenga una gran claridad, será necesaria la función del intérprete, puesto
que la ley no es un texto literario, sino un orden expresado en un texto. En
todo caso, forma parte del arte (del saber hacer) del legislador encontrar las
fórmulas más claras para los textos legislativos. Por lo demás, hay que ob-
servar que aquí no se trata de una característica meramente deseable, sino
que es ante todo una exigencia jurídica: los destinatarios de la ley tienen de-
recho a conocer (claramente) la legislación en vigor. Por otro lado, el solo
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 29

hecho de que la ley sea dudosa comporta ya un inconveniente, además de


una menor eficacia de gobierno.
De cuanto se ha expuesto hasta ahora en el presente trabajo, resulta
evidente la importancia de la motivación de una ley a efectos de su claridad.
En este sentido conviene señalar que las “interpretaciones auténticas”, da-
das per modum legis pero encerradas en fórmulas lacónicas, como si fueran
rescriptos, además de tener la ambigüedad, más arriba, denunciada de intro-
ducir un cambio legislativo mediante una “interpretación”, tienen el grave
inconveniente de no estar motivadas.
Para alcanzar la claridad debida, el legislador tendrá que ejercer pru-
dentemente su arte. Por ejemplo, un modo de ser claros es, sin duda, definir
los conceptos utilizados y los institutos regulados, pero previendo con pru-
dencia las implicaciones de las definiciones legales41; tal vez es totalmente
legítimo e incluso conveniente recurrir a conceptos jurídicos indetermina-
dos –los cuales señalan en todo caso una dirección legal precisa–, puesto
que sería ingenuo pretender resolver todos los problemas jurídicos a priori
en sede legislativa. También forma parte de la valoración prudente del legis-
lador la determinación del ámbito de discrecionalidad que debe ser dejado
a las autoridades ejecutivas y judiciales. La valoración dependerá lógica-
mente de los valores que están en juego. En este sentido, parece oportuno
reducir al máximo el espacio dejado a la discrecionalidad en ámbito penal,
ya que debe ser tutelada la seguridad jurídica de los individuos ante even-
tuales privaciones de los bienes jurídicos42.
La claridad requerida en una norma no se limita al tenor literal de su
texto, sino que debe ser patente también por lo que respecta a su valor nor-
mativo, a su rango, a su eficacia para derogar otras normas, su aplicabilidad
a situaciones pasadas, etc. Estos aspectos son regulados por las normas de
normación, existentes en los ordenamientos jurídicos más desarrollados43.
Estas normas, junto a la doctrina científica, contribuyen a crear técnicas nor-
mativas, como, por ejemplo, la codificación, la jerarquía normativa, y otras,

41 «Omnis definitio in iure civili periculosa est: parum [rarum?] est enim, ut non
subverti posset» (Dig. 16.17. 202 [Iavolenus]).
42 Por ello debería ser revisada la elección del Código de 1983 de prever tantas pe-
nas facultativas («puniri potest») o indeterminadas («iuxta poena puniatur»).
43 Es significativo que el Digesto y el Decreto de Graciano comiencen tratando de
las constituciones (es decir, de las leyes), como hacía también el Código de 1917, que lo ha-
bía previsto así desde los primeros esquemas.
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30 Eduardo BAURA

las cuales no son, obviamente, estrictamente necesarias, pero constituyen


indudablemente un auxilio para el legislador.
Es innegable que muchas de estas técnicas legislativas han sido desa-
rrolladas en un contexto problemático, de oposición política al poder legis-
lativo y de pretensión de garantizar los derechos únicamente con los recur-
sos del positivismo jurídico, pero es igualmente innegable que ayudan a la
claridad normativa, y de hecho algunas han sido asumidas por la Iglesia. Se
ha renunciado a la técnica de los ordenamientos constitucionales de contar
con una ley fundamental universal a la que todas las otras leyes deben so-
meterse bajo pena de nulidad, pero ha sido en todo caso introducida –bajo
el influjo entre otras cosas de la doctrina44– una jerarquía normativa (ade-
más de la que se hace a través de la diferencia entre el legislador supremo y
los legisladores inferiores) derivada de la distinción de funciones, lo que ha
dado lugar a una tipificación legal de normas canónicas. De hecho, aparte
de la relación jerárquica entre ley universal (emanada por el legislador uni-
versal, supremo) y ley particular regulada por los cánones 20 y 135 § 2,
existe la sumisión de las normas administrativas generales (decretos gene-
rales ejecutivos e instrucciones, estatutos y «reglamentos») a la ley45.
Las reglas canónicas de producción normativa son muy simples si se
comparan con las civiles, sobre todo por lo que respecta al proceso de pro-
ducción. Esto se debe en parte al hecho de que los órganos que tienen po-
testad legislativa son habitualmente unipersonales, si bien no faltan organis-
mos colectivos con potestad normativa, sobre todo a nivel administrativo.
Sea como fuere, hay ciertas exigencias formales de la actividad legislativa,
algunas connaturales al arte legislativo y otras de introducción reciente, que
forman lo que se puede llamar la legalidad en el momento de legislar46. La
simplicidad de las exigencias legales en materia de emanación de las nor-
mas no debería excluir su obligatoriedad, sino más bien al contrario, aparte
de que existe el deber de ejemplaridad que pesa sobre las autoridades inte-

44 Cf., por ejemplo, las intervenciones en el III Congreso Internacional de Derecho


Canónico en La norma canónica. III Congreso Internacional de Derecho Canónico. Pam-
plona 10-15, octubre 1976, 2 vols., Pamplona 1979.
45 Sobre esto reenvío a mi estudio L’attività normativa dell’Amministrazione eccle-
siastica, en «Folia Canonica», 5 (2002), págs. 59-84 y a la bibliografía allí citada.
46 Uno de los canonistas que más ha insistido sobre la necesidad de respetar esta le-
galidad ha sido indudablemente P. LOMBARDÍA (cf., por ejemplo, de este autor, Legge, con-
suetudine ed atti amministrativi nel nuovo Codice di diritto canonico, en Il nuovo Codice di
diritto canonico, ed. S. Ferrari, Bologna 1983, págs. 69-101).
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 31

resadas. Obligatoriedad que no procede solamente de las leyes positivas de


normación, sino también de la necesidad intrínseca de la ley de ser «mani-
festa (…) ne aliquid per obscuritatem inconveniens contineat».
La Iglesia goza de dos milenios de experiencia y de tradición canónica
y de un bagaje cultural riquísimo, que le permite ejercer con gran prudencia el
arte legislativo, además del elemento más importante que es la asistencia del
Espíritu Santo, que si bien no comporta el don de la infalibilidad en materia
disciplinar, implica siempre un auxilio divino a las autoridades eclesiásticas
que deben ejercer el munus regendi. Por otro lado, es significativa la tradición
existente en el momento de poner en práctica la parte del consilium: en la ela-
boración de muchas leyes universales, incluso siendo el Romano Pontífice el
único legislador, son consultados muchos organismos y personas físicas y, en
el caso de los Códigos, ha sido consultado todo el episcopado interesado.
Sin embargo, no se puede decir lo mismo del uso de las técnicas al
servicio de la claridad normativa. Ya sea porque no se tiene que dar cuenta
a una oposición política, o porque se prefiere respetar una tradición de can-
cillería, es un dato de hecho que la actividad normativa en la Iglesia podría
progresar en diversos puntos desde el punto de vista formal. Señalo breve-
mente a continuación aquéllos que, a mi parecer, se podrían perfeccionar,
con la intención de contribuir a cumplir una de las funciones propias de la
doctrina en relación al ordenamiento canónico.

a) La promulgación.- Siendo la ley un orden plasmado en un texto es-


crito, es esencial que la ley haya sido promulgada47. Antes de la promulga-
ción existe solamente un proyecto de ley sin ninguna eficacia normativa. Al
contrario de lo que suele ocurrir en los ordenamientos jurídicos de tipo par-
lamentario, la promulgación en el derecho canónico consiste simplemente
en la publicación oficial del texto legislativo, que tiene en sí misma eficacia
obligante («publicatio et intimatio», según la fórmula repetida en los manua-
les que comentan el Código de 1917). La promulgación no debe confundir-
se con la difusión; la publicación propia de la promulgación debe tener la
nota de la autenticidad del texto promulgado y la intención vinculante. Una
vez promulgado, el texto legal queda fijado, se necesita la promulgación de
una nueva ley para cambiarlo.
47 Sin entrar en la discusión sobre si el acto de promulgación pertenece a la esencia
o al actus essendi, basta referirse aquí, una vez más, a la doctrina tomista sobre la ley (cf. S.
Th., I-II, q. 90, a. 4).
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32 Eduardo BAURA

El c. 8 establece la forma de promulgación de las leyes eclesiásti-


cas48, que para las leyes universales se hace «per editionem in Actorum Apos-
tolicae Sedis commentario officiali, nisi in casibus particularibus alius promulgan-
di modus fuerit praescriptus», y por leyes particulares «modo a legislatore de-
terminato». No está claro si el legislador particular debe determinar a priori
el modo en que promulgará las leyes49. En cuanto al legislador universal, si
en un caso particular quisiera promulgar la ley de modo distinto al general-
mente previsto, deberá declararlo expresamente (y oficialmente) y, por tan-
to, podría darse una promulgación que no obedeciese a la disposición prin-
cipal del c. 8 § 1, con tal de que tenga los elementos esenciales de toda pro-
mulgación (autenticidad de la publicación del texto escrito y de la voluntad
legislativa). De todos modos, si bien la discrecionalidad dejada al legislador
eclesiástico (universal y particular) puede ser beneficiosa para evitar rigidez
y formalismos inútiles, comporta la necesidad de un esfuerzo ulterior para
promulgar de modo claro, sobre todo para dejar patente la autenticidad de
la publicación y de la intimatio, de manera que no se confunda con la mera
divulgación. Sin la promulgación, esto es, sin la publicación auténtica y vin-
culante, la ley no es tal50. Una promulgación incierta equivale a una ley in-
cierta desde el inicio, lo que no sólo contrasta con el correcto desarrollo del
arte legislativo y con la eficacia de la ley, sino que sobre todo lesiona los de-
rechos de los destinatarios de la ley a ser bien gobernados y a conocer su
propia situación jurídica. La existencia de los nuevos medios de comunica-
ción podría abrir nuevas técnicas de promulgación.

b) El nomen iuris de la norma.- La segunda codificación del derecho


de la Iglesia ha realizado un notable esfuerzo para definir y clasificar los di-

48 Siguiendo el criterio ya previsto en la const. ap. Promulgandi, del 29 de setiem-


bre de 1908, de S. Pío X (AAS, 1 [1909], págs. 5-6), con la cual se creaba Acta Apostalicae
Sedis, como publicación oficial.
49 Cf. J. OTADUY, comentario al c. 8, en Comentario exegético al Código de Derecho Ca-
nónico, ed. J. MARZOA, J. MIRAS y R. RODRÍGUEZ-OCAÑA, Pamplona 1996, vol. I, págs. 308-309.
50 Los textos no promulgados, aunque se difunda su contenido, no pueden conside-
rarse normas jurídicas con eficacia general, y son jurídicamente inexistentes, puesto que no
pueden crear ningún efecto jurídico (ninguna obligación de justicia), no siendo el texto legal
públicamente cognoscible por el destinatario. Estos textos podrán tener una eficacia prácti-
ca, que sin embargo es muy distinta de la eficacia jurídica; apoyándose en ellos, se podrá, de
facto, seguir, por ejemplo, una determinada modalidad de proceso, pero este proceso no se
habrá llevado a cabo sobre la base de normas jurídicas generales preestablecidas.
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 33

versos tipos de normas51. La utilidad de estas calificaciones “técnicas” no


es de ningún modo meramente académica, ya que la tipificación de las di-
versas categorías permite definir los ámbitos de competencia de las autori-
dades y los efectos jurídicos de las mismas normas, lo que tiene especial re-
levancia a la hora de someter al principio de legalidad la actividad normati-
va de las autoridades ejecutivas (aunque esto sea poco eficaz mientras siga
faltando un control jurisdiccional de las normas administrativas). En todo
caso, la praxis normativa ha continuado usando la larga tradición de canci-
llería que distingue numerosos tipos de documentos según las solemnida-
des, la importancia del contenido, el modo de producción52, pero no según
los vigentes rangos normativos; a veces incluso se emplean algunos nom-
bres acuñados por el Código en un sentido distinto (“decretos” para las le-
yes particulares, “instrucciones” para documentos no normativos o para
normas de otro tipo). La calificación de la norma realizada por el autor mis-
mo en la intitulatio del documento, según las vigentes categorías legales,
comportaría un notable progreso en el uso de las técnicas normativas que
mejoran el arte legislativo y hacen la ley «manifiesta».

c) Identificación del autor de la norma.- El esfuerzo por distinguir las


funciones de gobierno y por clasificar los tipos normativos será vano si no se
puede conocer con certeza quién es el autor del acto normativo y con qué po-
testad actúa. Como es fácil intuir, el tema tiene especial importancia en el mo-
mento de valorar las normas emanadas por los Dicasterios de la Curia Roma-
na. En este sentido, si un Dicasterio recibiese una delegación para legislar, se-
ría muy oportuno que esta delegación fuese promulgada regularmente, tam-
bién para poder conocer los términos del mandato. En general, parece oportu-
no que en el proemio de la norma –como se ha hecho, por ejemplo, en los Có-
digos– se dé noticia de las diversas fases de su elaboración, sobre todo de las
que tienen relevancia jurídica. Del mismo modo se podría, por ejemplo, seña-
lar explícitamente en los proemios de las normas que se ha observado el re-
quisito previsto por el art. 156 de la const. ap. Pastor Bonus, que se refiere a

51 Cf., sobre todo, los cc. 29 a 34 y 94 y 95.


52 Cf. J. M. GONZÁLEZ DEL VALLE, Los actos pontificios como fuente del Derecho
Canónico, en «Ius canonicum», 32 (1976), págs. 245-292; para un estudio de carácter des-
criptivo y ejemplificativo de los diversos tipos de documentos pontificios, cf. F. MORRISEY,
Papal and Curial Pronouncements: Their Canonical Significance in Light of the 1983 Code
of Canon Law, Ottawa 1995 (2 ed. actualizada por M. Thériault).
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34 Eduardo BAURA

la función del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos de asesoramien-


to de los Dicasterios de la Curia Romana para que sus normas sean conformes
al derecho vigente y revistan la correcta forma jurídica.
En cuanto a la aprobación específica, el artículo 126 § 4 del Regla-
mento de la Curia Romana, que dispone que ésta debe constar explícitamen-
te en la misma norma aprobada, supone indudablemente un paso adelante,
si bien contenido en una norma de rango secundario. Naturalmente, la apro-
bación específica puede ser eficaz solamente a partir de la promulgación de
la aprobación53. En el caso de que la norma entera fuese aprobada específi-
camente, cabría preguntarse si no sería mejor que el Romano Pontífice asu-
miese directa y expresamente la norma como propia.
Según el autor y el tipo normativo elegido, se podrá colocar la nueva
norma en el nivel correspondiente a la jerarquía normativa preestablecida.
Después del Código de 1983 y la constitución apostólica Pastor Bonus, es
posible vislumbrar una cierta jerarquía normativa en el derecho canónico
(cuya estructura es algo complicada, pues hay que tener presentes dos series
de niveles: leyes y normas administrativas de actuación, por una parte, y
normativa universal y particular, por otra). Pero la técnica de la jerarquía
normativa se convierte en práctica ineficaz si no existe la posibilidad de
controlar la legitimidad de las normas de rango inferior. En el vigente siste-
ma canónico existe un control de conformidad de la legislación particular
con la universal (art. 158 de la const. ap. Pastor Bonus), pero falta todavía
el control de legalidad de las normas administrativas emanadas por los Di-
casterios de la Curia Romana.

53 Algunas aprobaciones específicas que legitiman la actividad normativa de los Di-


casterios han sido publicadas posteriormente a la promulgación de las relativas normas. Cf.
CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Professio fidei et iusiurandum fidelitatis in suscipiendo
officio nomine Ecclesiae exercendo, sin fecha, AAS, 81 (1989), págs. 104-106, con la que,
además de establecer la fórmula de la professio fidei y del juramento de fidelidad, se exten-
día la obligación del juramento de fidelidad, previsto por el Código sólo para los obispos, a
las categorías enumeradas en el c. 833, nn. 5-8, lo que recibió la aprobación específica del
Papa, pero publicada posteriormente (cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Rescriptum ex
Audientia Sanctissimi, 19 de septiembre de 1989, en AAS, 81 [1989], pág. 1169). Cf. también
ROTA ROMANA, Normae Rotae Romanae Tribunalis, 18 de abril de 1994, en AAS, 86 (1994),
págs. 508-540, aprobadas «in forma specifica» por el Papa (cf. SECRETARÍA DE ESTADO, Res-
criptum ex Audientia Sanctissimi, 23 de febrero de 1995, en AAS, 87 [1995], pág. 366).
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PERFILES JURÍDICOS DEL ARTE DE LEGISLAR EN LA IGLESIA 35

d) Elección del valor normativo.- No basta tender hacia un determina-


do bien público, sino que es necesario también decidir con cuánta fuerza vin-
culante se quiere imponer un determinado orden o si se quiere simplemente
expresar un bien posible y deseable. La elección de la eficacia normativa que
se quiera atribuir a la norma determinará también al autor competente.
Por otro lado, en la Iglesia se presenta frecuentemente la necesidad o
la conveniencia de dar orientaciones y enseñanzas. Sin olvidar el valor pe-
dagógico de las leyes anteriormente subrayado, quita claridad y certeza al
texto legislativo la mezcla de disposiciones normativas con consideraciones
magisteriales o con meras orientaciones o exhortaciones. Una buena técni-
ca, por el contrario, es la de expresar en un proemio la ratio de la ley; es allí
donde se pueden recoger los fines y los auspicios, los cuales tienen por lo
demás un valor interpretativo de la ley misma. Sin duda, habría que evitar
el uso de los mismos nombres para documentos con contenido normativo y
para otros que contienen orientaciones pastorales o enseñanzas. Los desti-
natarios de los documentos tienen derecho a saber si se encuentran ante en-
señanzas, exhortaciones u orientaciones para alcanzar un ideal, o si están
ante disposiciones vinculantes desde el punto de vista jurídico.

e) La eficacia normativa en el tiempo.- El legislador no se puede li-


mitar a formular la norma abstracta, sino que debe tener en cuenta también
el momento histórico en el cual ésta entra en vigor. El c. 8 prevé un perío-
do de vacatio legis, pero deja al legislador la valoración de la oportunidad
de modificarlo o incluso suprimirlo. Se suele afirmar la no necesidad, en
teoría, de la vacatio (y tal vez incluso su inoportunidad), en los casos de nor-
mas meramente declarativas (por ejemplo de un contenido del derecho di-
vino) o de una norma que se limita a recoger una costumbre, pero es muy
difícil en la práctica que una norma no contenga ninguna novedad, de for-
ma que la eliminación de cualquier vacatio plantea problemas importantes
en el momento de aplicar con justicia una norma. En todo caso, la reducción
de la vacatio no puede ser arbitraria, sino que, al ser una disposición legis-
lativa, tiene que ser en cualquier caso racional, respetuosa de los derechos
de los destinatarios de la ley.
Al emanar una ley se deberá también prever la posible abrogación de
la legislación anterior. El Código ha regulado la materia de la sucesión de
leyes en los cc. 20 y 21, pero subsiste en la práctica el problema interpreta-
tivo de las cláusulas tradicionales de abrogación («contrariis quibuscumque
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36 Eduardo BAURA

minime obstantibus» y otras semejantes), puesto que permanece la duda so-


bre si éstas indican expresamente o no la abrogación de la legislación parti-
cular (y con mayor razón se podría dudar si abroga la legislación especial o
la de carácter constitucional de los entes); como ha señalado la doctrina, se
debería revisar la utilización de estas cláusulas en orden a establecer con
claridad si se abroga o no la normativa particular o especial54.
Finalmente, no se puede descuidar la previsión de posibles disposi-
ciones transitorias. Una ley puede ser justa, razonable, en abstracto, y plan-
tear importantes problemas de justicia en el momento de su aplicación a si-
tuaciones creadas en el pasado y duraderas en el presente y en el futuro. Sin
duda, también la discrecionalidad del legislador prevista por el c. 9 respec-
to a la posible retroactividad de las leyes se debe ejercer de modo racional
y justo.

54 Cf. J. OTADUY, La relación entre el derecho universal y el particular (a propósi-


to de la Const. Ap. Pastor Bonus), en «Ius Canonicum», 60 (1990), págs. 485-489, publica-
do también en IDEM, Fuentes, interpretación, personas, Pamplona 2002, págs. 115-121.
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AADC XVI (2009-2010) 37-58

LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO

José BONET ALCÓN

SUMARIO: I.- Introducción. II.- Peculiaridad del sacramento del matrimonio.


III.- El matrimonio en la Historia de la Iglesia. IV.- Sacramentalidad
del matrimonio entre bautizados. V.- El Rito del matrimonio como só-
lo sacramental de la Iglesia. VI.- La sacramentalidad del matrimonio
en el CIC. VII.- Observación final sobre la sacramentalidad del ma-
trimonio en el CIC. VIII.- La sacramentalidad del matrimonio y los
sacramentales de la Iglesia. IX.- Proyección del sacramento del ma-
trimonio a la vida social. X.- Sacramentalidad del matrimonio para
la unión de lo eterno y lo temporal.

I.- INTRODUCCIÓN
El motivo de tratar la sacramentalidad del matrimonio es porque con-
sidero que ella se encuentra un tanto desdibujada en el Código, ya que gran
parte de los cánones relativos al matrimonio son aplicables tanto al matri-
monio que es sacramento como al que no lo es, porque al menos uno de los
cónyuges no está bautizado.
Por otra parte, no aparece en el Código la proyección del matrimonio,
sea o no sacramento, a toda la familia, aunque esto sí aparezca en múltiples
documentos de la Iglesia.
A lo cual se agrega el que no aparezca en la normativa canónica la
vinculación del matrimonio a los sacramentales de la Iglesia. Algunos de
ellos están directamente vinculados al matrimonio y la familia, constituyen
como una constelación. Y, si tenemos en cuenta que la familia es la célula
de la sociedad y que debe proyectar sobre la misma todos sus tesoros sobre-
naturales, entonces ya deberíamos afirmar que todo el cosmos de los sacra-
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38 José BONET ALCÓN

mentales de la Iglesia, actuales o potenciales, ordenados a santificar toda la


vida social, está de algún modo vinculado a la familia y, por tanto, al matri-
monio.

II.- PECULIARIDAD DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO


Tal vez este predominio de la realidad natural del matrimonio sobre
la sacramentalidad del mismo se deba a su peculiaridad, que lo distingue de
los otros sacramentos.
Porque el matrimonio tiene la particularidad de encontrarse simultá-
neamente con un pie en el ámbito que de algún modo podríamos llamar pro-
fano y, por otra parte, con otro pie en el ámbito religioso, sagrado, sacra-
mental. Porque en él hay una realidad preexistente que es elevada a sacra-
mento, que no tiene un valor meramente simbólico, como el lavado del bau-
tismo o la alimentación de la eucaristía. En el matrimonio la realidad natu-
ral asumida importa en sí misma. Más aún, el sacramento no sólo eleva esa
realidad, sino que la sana, con respecto a las consecuencias que el pecado
original y los pecados personales han dejado en lo humano. Esta sacramen-
talidad del matrimonio tan peculiar es quizá lo que ha ocasionado que la to-
ma de conciencia de la Iglesia haya tenido lugar en épocas relativamente
tardías.

III.- EL MATRIMONIO EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA


Al respecto, podríamos decir que, en la Historia de la Iglesia, como
es sabido, siempre se ha considerado el carácter sagrado del matrimonio.
Podríamos decir que aún en el matrimonio contraído por los no bautizados
aparece dicho carácter, también ahora, dado que en el matrimonio se da la
participación del amor de Dios, aunque nos quedáramos en un plano natu-
ral. Se trataría de un amor muy total entre los cónyuges, en cuya totalidad
se incluye el tiempo1. Y, por otra parte, el acto conyugal, expresión de ese
amor, debe estar abierto a la procreación; y en el origen de la vida está Dios.
Más aún. Incluso en el matrimonio natural se puede encontrar, de al-
guna manera, un cierto signo y una cierta participación de la unión de Cris-

1 Cf. Exhort. Ap. Familiaris consortio, n°. 11.


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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 39

to con su Iglesia, como lo dice Santo Tomás, a propósito de la fe del hom-


bre anterior al estado de pecado2.
Y mucho antes, San Agustín, al referirse a los famosos tria bona, en
el caso concreto del bonum sacramenti se refiere al simbolismo fundamen-
tal de la unión de Cristo y su Iglesia que tiene todo matrimonio, también el
matrimonio de los no cristianos. De ahí la indisolubilidad del vínculo matri-
monial natural; indisolubilidad que es lo que en definitiva constituye para
San Agustín lo que llama el bonum sacramenti, como lo exponen los espe-
cialistas. De ahí, entre otras cosas, que el Obispo de Hipona se plantee si los
paganos adúlteros podrán ser bautizados. Porque la indisolubilidad del ma-
trimonio valía para ellos3.
Pero la Iglesia, después de San Agustín decayó en la consideración de
los sacramentos en general y de la sacramentalidad del matrimonio en particu-
lar. Al punto de que San Bernardo considerara la existencia de doce sacramen-
tos, sin incluir entre ellos al matrimonio. Podría decirse que la Iglesia adquirió
plena conciencia de que el matrimonio entre bautizados es uno de los siete sa-
cramentos a través de un largo proceso. En más de un centenar de columnas el
Dictionnaire de Théologie Catholique expone dicho proceso4. En él tuvo lugar
lo que podría considerarse como una etapa de preparación de la doctrina clási-
ca, en el siglo XI, con las colecciones canónicas francesas, alemanas e italia-
nas; las doctrinas de teólogos y canonistas; y las decisiones pontificias. Pero
las primeras síntesis las encontramos en la mitad del siglo XII. Podemos seña-
lar que una gran influencia en el desarrollo de la doctrina sobre la sacramenta-
lidad del matrimonio la tuvieron dos grandes obras, una canónica y otra teoló-
gica. Fueron el Decreto de Graciano y las Sentencias de Pedro Lombardo5.
Anteriormente nos hemos encontrado con la distinción entre “sacra-
mentos” mayores y menores, que aparece en Hugo de San Víctor y que, con
el tiempo, llegará a constituir la distinción entre sacramentos en sentido es-
tricto y sacramentales de la Iglesia6.

2 S. Th. II - II, q. 2, a. 7, in c.
3 Cf. P. LANGA, San Agustín y el progreso de la Teología matrimonial, Toledo, 1984,
págs. 212-222.
4 Cf. «Mariage», en Dictionnaire de Théologie Catholique (=DTC), Tome IX, 2a,
col. 2129 ss.
5 Cf. Ibidem, col. 2149 ss.
6 Cf. Ibidem, col. 2144 ss.; Cf. J. BONET ALCÓN, Los “Sacramentos menores”, Bue-
nos Aires, 1993, pág. 29 ss.
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40 José BONET ALCÓN

Junto con la controversia que se plantea sobre si es sacramental o no


el matrimonio no consumado y sobre si son sacramentales o no las segun-
das nupcias, se irá llegando al triunfo definitivo de la doctrina consensual,
como es sabido, por etapas que irían, desde Alejandro III hasta Inocencio III
o Gregorio IX7. Y, en una concurrencia de la teología y el derecho canóni-
co, diversas otras problemáticas se irán planteando como, por ejemplo, el
valor del acto conyugal: si es simplemente útil o verdaderamente honesto8.
Por otra parte, desde mediados del siglo XII se encuentran las enume-
raciones septenarias de los sacramentos, incluyendo al matrimonio; al punto
de que se llegará a plantear si el matrimonio de los infieles es sacramento9.

IV.- SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO ENTRE BAUTIZADOS


También se toma conciencia de que “entre bautizados no puede haber
contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento”10. Al
respecto, puede señalarse, como excepción, la postura de Duns Scoto11 que
considerará la “forma” del sacramento entendida muy materialmente, de tal
modo que serían necesarias las palabras de los contrayentes para que hubie-
ra sacramento12.
Posteriormente, en el siglo XVI, Melchor Cano considerará que el
matrimonio contraído sin la presencia de un sacerdote o ministro sagrado no
es sacramento. Esta postura será refutada anticipadamente por Domingo de
Soto y con posterioridad por Belarmino, con numerosos argumentos13.
Y, por último, también podemos señalar la postura de Billuart en el
siglo XVIII14, para quien la sacramentalidad o no del matrimonio dependía
de la voluntad de los esposos, de modo tal que pudiera realizarse un matri-
monio natural solo, sin que fuera, por eso mismo sacramento.
Pero esa posición no prevalecerá de tal manera que la inseparabilidad
entre contrato matrimonial y sacramento entre bautizados se robustecerá co-

7 Cf. DTC, citado, col. 2156 – 2158.


8 Cf. Ibidem, col. 2177 ss.
9 Cf. Ibidem, col. 2196 ss.; col. 2201.
10 Cf. c. 1055 § 2.
11 Cf. DTC, citado, col. 2203 – 2205.
12 Cf. J. BONET ALCÓN, El matrimonio en el nuevo Código de Derecho Canónigo,
Buenos Aires, 1985, págs. 6-7.
13 Cf. Ibidem, pág. 7; DTC, citado, col. 2255 – 2257.
14 Cf. Ibidem, pág. 7; DTC, citado, col. 2259 – 2260.
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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 41

mo doctrina clásica en la Iglesia, incluso como consecuencia de la seculari-


zación del matrimonio y la posición del laicismo y liberalismo que tratará
de ubicar el matrimonio en cuanto tal en el orden civil, dependiendo del Es-
tado, dejando la sacramentalidad como un simple agregado que puede estar
o no. Pero la Iglesia siempre condenó esa división y desde Pío VI, pasando
por León XIII en la Encíclica Arcanum y después Pío XI en la Encíclica
Casti Connubii, etc., hasta el Concilio en la Gaudium et Spes, nº 48 ss., y la
Familiaris Consortio, y el Código en el c. 1055, siempre el Magisterio ha
afirmado la absoluta inseparabilidad entre el verdadero matrimonio entre
bautizados y el sacramento. Entre bautizados, si hay matrimonio, hay sacra-
mento; si no hay sacramento, no hay matrimonio15.

V.- EL RITO DEL MATRIMONIO COMO SÓLO SACRAMENTAL DE LA


IGLESIA
Podemos agregar que hay casos en que el Rito del matrimonio cons-
tituye un sacramental de la Iglesia y no un sacramento.
Un ejemplo de ello es el que tiene lugar en Tokyo, en la Universidad
“Sophia” de los PP. Jesuitas, y, más en concreto, en la iglesia San Ignacio
de dicha Universidad. Allí, desde hace varias décadas y con un permiso por
diez años de la Santa Sede que se ha ido renovando sucesivamente, se cele-
bra el matrimonio de no bautizados usando el Rito del sacramento del ma-
trimonio. Esto tiene lugar a petición de los interesados. Y, en los últimos lus-
tros, ha alcanzado la cifra de unos 800 matrimonios por año. Lógicamente,
en este caso, al no estar bautizados los contrayentes, el Rito del matrimonio
podría considerarse como un sacramental de la Iglesia, ya que éstos pueden
ser recibidos por paganos.
Sobre el tema puede ser útil tener en cuenta el contexto religioso cul-
tural en que tiene lugar la mencionada realidad, la preparación al matrimo-
nio y la consecuencia religiosa posterior. Este pueblo es capaz de captar el
simbolismo expresivo de los ritos; y de percibir, aunque sea vagamente, la
incidencia de esos ritos en hacer eficaces los compromisos que se asumen.
Lo cual, entre otras cosas, les lleva a la aceptación y a la elección de la ce-
lebración del matrimonio cristiano.

15 DTC, citado, col. 2272 ss.; Cf. J. BONET ALCÓN, El matrimonio en el nuevo Códi-
go de Derecho Canónigo, Buenos Aires, 1985, pág. 7.
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42 José BONET ALCÓN

Más aún. Ellos aceptan someterse a una larga preparación, donde van
rectificando y/o complementando sus ideas sobre el matrimonio y la fami-
lia, hasta llegar no sólo a adherir a los principios y valores propios del ma-
trimonio natural, sino que afianzan su fe en Dios y obtienen algún conoci-
miento acerca de Jesucristo. Y, al cabo de unos años, muchos de ellos soli-
citan el bautismo. Llegando a ser la vía indicada, la principal o una de las
principales por las que se produce la conversión.
El otro caso, con el que nos encontramos más familiarizados, es el del
matrimonio contraído entre un bautizado católico y un no bautizado, ha-
biendo obtenido previamente la dispensa del impedimento de disparidad de
cultos16. Dado que es considerado de modo casi unánime que este matrimo-
nio no es sacramento, el Rito se convierte en un sacramental de la Iglesia.
Y, en este caso, no sólo ni principalmente la bendición nupcial es un sacra-
mental, sino lo fundamental del Rito17.

VI.- LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO EN EL CIC


Dicho esto, mostraremos brevemente cómo la sacramentalidad del
matrimonio se encuentra en el Código tal vez sin la fuerza e importancia que
los cristianos necesitarían de ella en este tiempo.
Como sabemos, el canon 1055 afirma que el matrimonio natural fue
elevado por Cristo a la dignidad de sacramento entre bautizados. Digamos de
paso que entendemos modestamente que la gracia sacramental, sin dejar de ser
elevante, parecería tener prevalencia en ella dicha gracia en cuanto sanante.
En el mismo canon está la inseparabilidad del matrimonio natural y
el sacramento entre bautizados, a lo que ya nos hemos referido18.
En el canon siguiente, el 1056 se nos dice que las propiedades esen-
ciales del matrimonio tienen una particular firmeza por razón del sacramen-

16 Cf. c. 1086, §§ 1 y 2; c. 1078, §§ 1 y 2.


17 Prescindimos del problema planteado por las Iglesias orientales sobre si la bendi-
ción nupcial es parte integrante de la “forma” del sacramento, aunque excepcionalmente pue-
da no estar presente. Consideración ésta vinculada a la del verdadero ministro del sacramen-
to del matrimonio. En la Iglesia latina son claras ambas consideraciones: los ministros son
los contrayentes, y la bendición nupcial es un sacramental que acompaña y ayuda a la mejor
recepción de los efectos del sacramento del matrimonio.
18 Cf. J. BONET ALCÓN, Elementos de derecho matrimonial canónico, Buenos Aires,
2001, págs. 25- 28.
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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 43

to19. ¿Qué quiere decir esto? Ciertamente, el matrimonio que es sacramen-


to (cuya realidad sacramental aparece como enmascarada bajo la designa-
ción de “rato”), cuando va seguido de la consumación es indisoluble tanto
intrínseca (por voluntad de los cónyuges), como extrínseca (por ninguna au-
toridad, civil o religiosa). En cambio, del matrimonio que no es sacramento
sólo se afirma de modo absoluto su indisolubilidad intrínseca.
Y, con respecto a la fidelidad, tal vez podría decirse que faltar a ella
en el matrimonio entre bautizados sería más grave, por lo mismo que es más
grave emborracharse con un cáliz que hacerlo con un vaso; y en cuanto pe-
cado contra la justicia, en el sacramento del matrimonio sería más grave
porque se roba algo muy valioso a quien está insertado en Cristo, y, por tan-
to a Cristo mismo.
Otras referencias relativas al matrimonio que es sacramento las en-
contramos en los cánones 1059, 106120, y ya en el capítulo primero, en el
canon 106321 sobre la preparación al matrimonio, donde se indica que en la
celebración litúrgica se ponga de manifiesto que los cónyuges se constitu-
yen en signo del misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Igle-
sia y que participan de él.
El canon 1065 indica que si es posible sin dificultad grave los cónyu-
ges reciban el sacramento de la confirmación antes del matrimonio. Y para
una recepción fructuosa del sacramento del matrimonio se recomienda a los
contrayentes que reciban los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía.
Asimismo, respecto de los impedimentos matrimoniales, que en bue-
na parte hacen referencia al orden natural, justamente el que con mayor fre-
cuencia se solicita y concede la dispensa es el de disparidad de culto, para
contraer un matrimonio que no es sacramento22.
Y, en cuanto a los vicios de consentimiento, el que con más frecuen-
cia aparece en los Tribunales cuando se solicita la nulidad de un matrimo-
nio es el de la incapacidad consensual contemplada en el CIC can. 109523,
incapacidad que afecta al orden natural. Y, aparte de las causas psíquicas, las
que podemos considerar como causas éticas, como son las simulaciones o

19 Cf. Ibidem, págs. 28-43.


20 Cf. Ibidem, págs. 49-54.
21 Cf. Ibidem, págs. 57-59.
22 Cf. Ibidem, págs. 80-81.
23 Cf. Ibidem, págs. 91-111.
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44 José BONET ALCÓN

exclusiones del CIC can. 1101 § 224, también afectan a la validez del matri-
monio natural. (Digamos de paso que dichas exclusiones, sobre todo la de
la indisolubilidad del vínculo son las que más preocupan a la Santa Sede,
según aparece el proyecto de Vademecum para la preparación al matrimonio
que se anuncia).
En cuanto a la forma canónica, los cánones 1117 y 1118 ponen de ma-
nifiesto su exigencia, salvo la dispensa del canon 1127, para aquellos matrimo-
nios que no son sacramento porque una de las partes no está bautizada25.
Asimismo, en la normativa sobre los matrimonios mixtos, el CIC can.
1129 indica su aplicabilidad a los matrimonios que no son sacramento por-
que se contraen con la dispensa del impedimento de disparidad de cultos26.
Y nada impide que también a estos matrimonios se aplique la normativa es-
tablecida para la celebración del matrimonio en secreto27.
La sacramentalidad del matrimonio aparece explicitada en el canon
1134, que pertenece al capítulo de los efectos del matrimonio.
El presente canon tiene dos partes. En la primera hay una reafirma-
ción de las propiedades esenciales del matrimonio, al indicar que del matri-
monio válido se origina un vínculo perpetuo. Esto es reiterar la indisolubi-
lidad del matrimonio. Y al afirmar que ese vínculo es exclusivo, se afirma
la unidad o fidelidad a que se comprometen los cónyuges.
La segunda parte del canon habla de cómo los cónyuges cristianos
son fortalecidos y hasta consagrados por un sacramento peculiar. Notemos
que según el Código este sacramento que reciben los cónyuges se ordena al
cumplimiento de los deberes propios de su estado. Esto implica la recep-
ción, si se está bien dispuesto, de una gracia sacramental conyugal y fami-
liar. Más aún, podría admitirse con San Roberto Bellarmino que en el ma-
trimonio existe, de alguna manera, una sacramentalidad permanente. Él es
signo y participación de la unión de Cristo y su Iglesia. Puede considerarse
que dicha participación penetra en el vínculo de los esposos y que este vín-
culo es un cuasi carácter.
Por otra parte, la gracia sacramental del matrimonio da derecho a gra-
cias actuales. De tal manera que la presencia física mutua de los esposos, es

24 Cf. Ibidem, págs. 130-145.


25 Cf. Ibidem, págs. 155-162.
26 Cf. Ibidem, págs. 163-168.
27 Cf. Ibidem, págs. 169-170.
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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 45

de algún modo signo e instrumento eficaz de la presencia de Dios. Y el amor


humano que se brindan los esposos es signo e instrumento de la comunica-
ción del mismo amor de Dios. Y también la ayuda humana que se prestan
mutuamente los esposos es también signo y de algún modo instrumento de
la ayuda sobrenatural de Dios, es decir, de la comunicación de la gracia de
Dios en la vida cotidiana. Pero además las gracias actuales que surgen de la
gracia sacramental habitual del matrimonio, se extienden a toda la vida fa-
miliar, es decir, a las relaciones paterno filiales y aún a las de la vida frater-
na. Y, por último, dado que la familia es la célula de la sociedad, esa vida de
gracia se debería proyectar a todo el ámbito social. Así en la gracia sacra-
mental del matrimonio podría encontrarse como un germen de la “sacra-
mentalización” de toda la vida social.
No podemos omitir sobre la fórmula del Código, que estimamos teo-
lógicamente inadecuado afirmar o reafirmar la sacramentalidad del matri-
monio como un efecto de dicho matrimonio, que recibirían los bautizados;
es inadecuado ubicar la sacramentalidad como un efecto, porque ella asume
y penetra la esencia misma del matrimonio. Es un tema sobre el que se po-
dría reflexionar extensamente.
Por otra parte, señalamos el canon 113628, relativo a la obligación
gravísima y el derecho primario de los padres a la educación de los hijos.
Ello implica alguna proyección, aunque mínima, del matrimonio sobre la
vida familiar.
Al tema de la educación católica se refiere el libro tercero del Códi-
go que trata de la función de enseñar de la Iglesia; y, en particular el título
tercero de dicho libro. El c. 793 reitera la obligación y el derecho que tienen
los padres de educar a la prole. Y en su § 2 afirma el derecho de los padres
a que la sociedad civil les proporcione las ayudas que necesitan para procu-
rar a sus hijo una educación católica.
En el c. 794 se afirma el deber y el derecho de educar que, de modo sin-
gular, compete a la Iglesia. Esto porque Dios le ha confiado la misión de ayu-
dar a los hombres para que puedan llegar a la plenitud de la vida cristiana.
El c. 795 es programático y da una noción de educación. Ésta debe
procurar la formación integral de la persona humana en orden a su fin últi-
mo y, simultáneamente, al bien común de la sociedad; además de la perfec-
ción integral, natural y sobrenatural de la persona que es educada.

28 Cf. Ibidem, págs. 171-173.


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46 José BONET ALCÓN

A continuación el Código, en el c. 796 trata de las escuelas católicas.


Dice que la escuela debe ser muy apreciada como ayuda primordial de los
padres en el cumplimiento de su deber de educar; señala seguidamente que
es un derecho-deber de los padres y de los maestros el colaborar entre sí. La
colaboración debe partir de los padres hacia los maestros y de éstos hacia
los padres, de ambos lados. Y después, el mismo c. 796 tiene un párrafo que
merece destacarse y que dice que “las asociaciones de padres deben organi-
zarse”. No dice “pueden”, sino que “deben” organizarse. Y que deben ser
muy apreciadas.
Más adelante hay otros cánones relativos a la libertad de enseñanza y
a cómo se debe defender. El c. 797 afirma que “es necesario que los padres
tengan verdadera libertad para elegir las escuelas; por tanto, los fieles deben
mostrarse solícitos para que la sociedad civil reconozca esa libertad de los
padres y, conforme a la justicia distributiva la proteja también con “ayudas
económicas”. En realidad, aunque se habla de “ayuda”, es algo debido y que
surge, como el canon mismo lo indica, de la justicia distributiva. Y si se de-
be en justicia no es algo que constituya un regalo.
También nos indica la norma canónica que los padres deben enviar a
sus hijos a escuelas que les impartan educación católica y si esto no es po-
sible tienen la obligación de procurar que fuera de las escuelas se organice
esa educación católica (Cf. c. 798).
Algo sumamente importante es lo establecido en el c. 799 que dice:
“deben esforzarse los fieles para que, en la sociedad civil, las leyes que re-
gulan la formación de los jóvenes provean también a su educación religio-
sa y moral en las mismas escuelas, según la conciencia de sus padres”. Es
decir, que en los colegios del estado debería haber educación religiosa y mo-
ral; y los fieles deben esforzarse para que esto sea una realidad. En el canon
también aparece claro el respeto a la libertad religiosa.
Siguiendo con la normativa del Código sobre el matrimonio nos en-
contramos con la separación de los cónyuges con disolución del vínculo29.
Sabemos que eso puede ocurrir, en el caso de un matrimonio que sea sacra-
mento y haya sido consumado, sólo por la muerte de uno de los cónyuges
(c. 1141) o cuando no tuvo lugar la consumación del matrimonio (c. 1142)
puede ser disuelto por el Romano Pontífice. Y en los casos en que el matri-
monio no sea sacramento la disolución del vínculo podrá tener lugar tam-

29 Cf. Ibidem, 175-186.


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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 47

bién por la no consumación o por aplicación del privilegio in favorem fidei,


desde el privilegio paulino (c. 1143), a los casos tipificados a iure (cc. 1148
y 1149) o por la autoridad del Romano Pontífice.
Y en lo que respeta a la convalidación de un matrimonio nulo por la
llamada convalidación simple30, ello puede tener lugar, según el motivo de
la nulidad, tanto para matrimonios que vayan a ser sacramentos como para
matrimonios que no lo vayan a ser (cf. cc. 1156-1160).
Y en la convalidación que tiene lugar mediante la llamada sanación
en la raíz (cf. cc. 1161-1165)31, también nos encontramos con la posible
aplicación a un matrimonio que sea sacramento como a un matrimonio que
no lo sea. Pensemos en el caso de un matrimonio en el que faltó la dispen-
sa del impedimento de disparidad de cultos y se contrajo solamente por ci-
vil, pero en el que tanto el cónyuge católico como el no bautizado prestaron
un consentimiento naturalmente válido.

VII.- OBSERVACIÓN FINAL SOBRE LA SACRAMENTALIDAD DEL


MATRIMONIO EN EL CIC

Así pues, en síntesis, la normativa del Código sobre el matrimonio


aparece especialmente centrada en asegurar la validez del mismo. Y la sa-
cramentalidad aparecería, en cierto modo, absorbida por el matrimonio na-
tural y mezclada con el mismo. Lo cual dificulta una fuerte valoración de
dicha sacramentalidad.
Curiosamente, entre los discursos del Romano Pontífice a la Rota Ro-
mana que más explícitamente señalan la sacramentalidad del vínculo matri-
monial contraído por los bautizados, está el del 1 de febrero de 2001, en el
que el Venerable Juan Pablo II, afirma que dicha sacramentalidad está en re-
lación con la índole natural del matrimonio y debe servir e impulsar hacia
una revalorización de la dimensión natural del matrimonio.
Notemos que el Romano Pontífice se refiere a “las tentativas actuales
de presentar las uniones de hecho, incluidas las homosexuales, como equi-
parables al matrimonio cuyo carácter natural precisamente se niega”. Y el
Santo Padre dedica todo su discurso a explicar este carácter natural del ma-
trimonio, desde el punto de vista de la razón y de la fe, citando a Santo To-

30 Cf. Ibidem, págs. 191-194.


31 Cf. Ibidem, págs. 194-199.
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48 José BONET ALCÓN

más y mostrando cómo la referencia a la masculinidad y la femineidad es


decisiva para comprender la esencia del matrimonio, que es inseparable de
la familia. Porque, por la masculinidad y la femineidad las personas casadas
están constitutivamente abiertas al don de los hijos. Y también las propieda-
des esenciales, la unidad y la indisolubilidad, se inscriben en el ser mismo
del matrimonio.
Al interpretar este discurso en la línea de lo que queremos destacar,
no consideramos que la sacramentalidad del matrimonio es algo subordina-
do a la realidad natural del mismo, ya que el matrimonio cristiano es cierta-
mente un camino de santidad, pero sí que el aspecto de la gracia sacramen-
tal que se destaca es el aspecto sanante más que el elevante, como quizá lo
más urgente y acuciante en el difícil momento presente, en el que el medio
cultural pone en grave crisis la concepción misma multisecular del matrimo-
nio y la familia.

VIII.- LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO Y LOS


SACRAMENTALES DE LA IGLESIA

Por otra parte, entendemos que para que la sacramentalidad del ma-
trimonio vaya obteniendo una mayor presencia y eficacia se deberían tener
muy en cuenta los sacramentales de la Iglesia32.
Además de la bendición nupcial, que es un sacramental de la Iglesia
que acompaña siempre a la celebración litúrgica del sacramento del matri-
monio, debemos valorar y deberíamos hacer uso más frecuente de las ben-
diciones que se encuentran en la primera parte del Bendicional. Allí, en el
capítulo primero, se encuentran las bendiciones referidas a las familias y sus
miembros, entre ellas, la bendición anual de las mismas familias en sus pro-
pias casas, las bendiciones de los esposos, la bendición de los hijos, la ben-
dición de los niños, estén ellos ya bautizados o todavía no lo hayan sido; la
bendición de los prometidos, la bendición de la mujer antes o después del
parto, la bendición de los ancianos que no salen de casa33.
Esta sola enumeración ya nos indica la gran riqueza espiritual, bíbli-
ca y simbólica, que puede impregnar toda la vida de una familia, con la ala-
banza de Dios y acción de gracias en las diversas circunstancias, y con la
32 Cf. J. BONET ALCÓN, Los sacramentales de la Iglesia, el matrimonio y la familia,
AADC V (1998) 13-44.
33 Cf. Ibidem, pág. 35.
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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 49

petición a Dios de beneficios espirituales y temporales, con la fuerza de im-


petración de la Iglesia, obteniendo así, entre otras cosas, numerosas e im-
portantes gracias actuales, el perdón de los pecados veniales y una muy
fuerte restricción del poder de los demonios.
Pero, aún limitándonos a la mera enumeración, sin pretender exponer
ni comentar los contenidos, se debe notar que las bendiciones vinculadas o
vinculables a la familia, se encuentran también en otros lugares del Bendi-
cional. Así, en el capítulo segundo de la misma Primera Parte, se encuentra
la bendición de los enfermos, sean ellos adultos o niños. Y es evidente que
ellos pertenecen a alguna familia. Y en el capítulo octavo se encuentra la
bendición de los que van a emprender un viaje, que también son miembros
de alguna familia34.
Por otra parte, en la Segunda Parte del Bendicional, que se refiere a
las bendiciones que atañen a las construcciones, en el capítulo X, nos en-
contramos con la bendición de una casa nueva, que merecería una particu-
lar atención35.
En efecto, la casa, bajo cuyo techo protector el hombre ve la luz del
mundo, se convierte en imagen del mundo entero. Y es también un símbolo
del mundo interior de las personas. Y un símbolo femenino en cuanto refu-
gio, protección, seno materno. Pero, sobre todo, la casa es lugar de oración.
Esa oración tiene como contenido original la misma vida de familia, las ale-
grías y dolores, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de las bodas de los
padres, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte
de personas queridas. Estas situaciones “señalan la intervención de Dios en
la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable
de acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la familia al
Padre común que está en los cielos” (Familiaris Consortio, 59).
Esta plegaria puede prolongar y acompañar en la familia las grandes
celebraciones de los tiempos y festividades del año litúrgico. Y se desarrolla
especialmente en formas típicamente domésticas, como las oraciones al le-
vantarse y al acostarse y la bendición de la mesa. Al mismo tiempo es muy
deseable que la casa brinde algún espacio o algún elemento para el silencio,
la meditación y la oración individual y secreta de cada miembro de la familia.

34 Cf. Ibidem, págs. 35-36.


35 Cf. Ibidem, págs. 30-32; cf. L. ALESsio, Cuatro paredes y un techo, en Vida pas-
toral, n. 210, págs. 5-6.
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50 José BONET ALCÓN

Todo lo cual nos muestra la importancia de la bendición de la casa.


La celebración, tal como se expone en el Bendicional, comienza con la se-
ñal de la cruz y el saludo de quien preside (sacerdote, diácono o laico, nor-
malmente el padre o la madre). Le sigue una breve introducción en la que
se expone el sentido de la bendición: que Cristo se digne entrar en la casa y
bendecirla con su presencia. A continuación se realiza una lectura bíblica
que aporte la luz de la Revelación a la ceremonia que se está realizando. En-
tre otras varias, puede elegirse el relato de Jesús en la casa de Zaqueo; o el
de Jesús en la casa de Marta y María en Betania. En ellas vemos el efecto
benéfico del ingreso de Jesús a un hogar. La indicada lectura puede ser se-
guida de un salmo responsorial. Y después se hace un momento de oración
comunitaria, de la manera que mejor responda a la situación espiritual y a
las posibilidades de los participantes: en silencio o con invocaciones.
A esto sigue la parte culminante del Rito que está constituida por la
oración de bendición. El ministro, si es sacerdote o diácono la recita con las
manos extendidas, de lo contrario, con las manos juntas. Y ella expresa:
Asiste, Señor, a estos servidores tuyos que, al inaugurar
(hoy) esta vivienda, (o bien: que viven es esta vivienda e)
imploran humildemente tu bendición, para que, cuando vi-
van en ella, sientan tu presencia protectora, cuando sal-
gan, gocen de tu compañía, cuando regresen, experimenten
la alegría de tenerte como huésped, hasta que lleguen fe-
lizmente a la morada preparada para ellos en la casa de tu
Padre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

Notemos que la oración está dirigida a Jesucristo, no al Padre Celes-


tial, como es lo más común. Por ello, no podría ser utilizada por quien y pa-
ra quien no tuviera la fe en Jesucristo, Hijo de Dios. Y se debe notar que el
sentido más profundo de la bendición es la petición de que Cristo sea el pro-
tector, el refugio, el acompañante y el huésped de los habitantes de la vi-
vienda.
Por otra parte, podemos considerar como bendiciones también vincu-
ladas a la familia y en la misma parte segunda del Bendicional, la de un ve-
hículo singular (Bendicional, capítulo XIX), que bien podría ser el auto usa-
do por miembros jóvenes y adultos de la familia. Y cada vez más, de acuer-
do a la evolución de la vida moderna, podemos encontrar sentido y vincu-
lación familiar a algunos instrumentos técnicos (capítulo XX); y la de los
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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 51

instrumentos de trabajo (capítulo XXI). No se excluye del ámbito familiar


la bendición misma de los animales (capítulo XXIII). Y tampoco la bendi-
ción de los campos y de las tierras de cultivo (capítulo XXIV). Y la bendi-
ción en la presentación de los nuevos frutos (capítulo XXVI). Y ya nos he-
mos referido anteriormente a una bendición tan importante como es la ben-
dición de la mesa, de la que el Bendicional presenta cuatro opciones (capí-
tulo XXVII)36.
Todavía, en la tercera parte del Bendicional, referido a la bendición
de las cosas, podemos encontrar vinculaciones a la familia, como la bendi-
ción del belén familiar (capítulo XXXVIII) y la bendición del árbol de Na-
vidad (capítulo XXXIX).
En la cuarta parte del Bendicional, destinada a la bendición de cier-
tos objetos que el pueblo cristiano valora y ordena a su piedad personal, po-
demos encontrar imágenes sagradas que se pueden exponer en determina-
dos lugares de la casa para venerarlas en familia. También pequeñas cruces,
medallas de la Virgen o de los santos (capítulo XLIII); la bendición de los
rosarios (XLIV), que podrá realizarse en alguna reunión familiar, en cuanto
no sólo podrán servir para la devoción individual, sino también para la re-
comendada práctica del rezo del rosario en familia37.
Asimismo, en el Bendicional italiano encontramos bendiciones para
el mar, para un lago, para un río, para un manantial, para una fuente, para el
fuego, para alimentos y bebidas. E incluso distinguiendo Ritos breves para
bendecir el pan, el vino, el aceite, el agua; y especialmente para bendecir en
familia el agua bendita cuando se la lleva a la casa el día de Pascua. Tam-
bién para bendecir el cordero pascual y los huevos de Pascua38.
Todo lo cual estimamos que constituye una breve muestra de cómo la
Iglesia nos brinda una inmensa riqueza de medios para santificar en su casi
totalidad la vida familiar, preparando a sus miembros para recibir el efecto
principal de los sacramentos, sobre todo de la penitencia y la Eucaristía. Y
haciendo que tenga vigencia esa cuasi sacramentalidad permanente, me-
diante el vínculo sagrado indisoluble que es signo y participación de la
unión de Cristo y de su Iglesia; haciendo que la gracia sacramental del ma-

36 Cf. J. BONET ALCÓN, Los sacramentales de la Iglesia, el matrimonio y la familia,


AADC V (1998), pág. 36.
37 Cf. Ibidem, págs. 37-38.
38 Cf. Benedizionale, Ciudad del Vaticano, 1992, págs. 649-699.
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52 José BONET ALCÓN

trimonio concretice su derecho a múltiples gracias actuales. Y que, por otra


parte, se santifiquen las diversas circunstancias de la vida familiar, aun
aquellas menos vinculadas de modo inmediato a las realidades sagradas, e
incluso en su proyección a diversos ámbitos de la vida social.
Al llegar a este punto, aunque ello desvíe un tanto la línea del desa-
rrollo del tema, obligados por la caridad pastoral, decimos brevemente una
palabra sobre los sacramentales de la Iglesia, en concreto, las bendiciones,
en un caso, desgraciadamente tan frecuente, como el de los matrimonios se-
parados, cuyos miembros realizaron una nueva unión. Suponemos la tan
precisa y elocuente exposición de la Familiaris Consortio, nº 84. Tales per-
sonas pueden y deben ir a Misa, rezar, escuchar la Palabra de Dios, educar
cristianamente a sus hijos, realizar obras de caridad, hacer obras de peniten-
cia, trabajar en la vida social en pro de la paz y la justicia. Pero, ¿qué pasa
con los sacramentales de la Iglesia?39 Ciertamente, no puede realizarse pa-
ra ellos la bendición de los anillos, ni podrán recibir la bendición de los es-
posos porque no lo son. Y es al menos dudoso que pueda realizarse la ben-
dición de la casa, que puede producir escándalo, y que, objetivamente, no se
adecúa a la situación.
En cambio, estimamos que sí pueden recibir e incluso impartir la ben-
dición de los hijos, la de los enfermos, la de los ancianos que no salen de
casa, la de los que van a emprender un viaje. Y podrán además realizar la
bendición de la mesa. Y recibir la bendición de la mujer antes del parto y
después del parto. Y podrán realizar la bendición de los belenes y del árbol
de Navidad. Y podrán recibir la bendición de imágenes que se vayan a ubi-
car en lo que constituye su hogar, a los efectos de facilitarles la oración.
De esta manera los sacramentales de la Iglesia servirán para brindar
ayuda espiritual a las personas que se encuentran en uniones irregulares,
aproximándolas también de este modo a la conversión.

IX.- PROYECCIÓN DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO A LA VIDA


SOCIAL

Vista en panorama la proyección del sacramento del matrimonio a la


vida familiar, con el valiosísimo apoyo de los sacramentales de la Iglesia, co-
rresponde ver la proyección a toda la vida social de dicha sacramentalidad.

39 Cf. J. BONET ALCÓN, Los sacramentales de la Iglesia, el matrimonio y la familia,


AADC V (1998), pág. 41.
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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 53

Al respecto, señalamos una conferencia del Siervo de Dios, P. Luis


María Etcheverry Boneo, titulada “La sacramentalización de lo social, fun-
ción de la inteligencia católica contemporánea”40; conferencia pronunciada
el 17 de noviembre de 1953 en los Cursos de Cultura Católica, con miras a
su transformación en Instituto Pontificio Católico de Cultura, con miras a la
definitiva transformación, seis años después, en la Pontificia Universidad
Católica Argentina.
Allí el P. Etcheverry se preguntaba por la intención de Jesucristo al ele-
var el matrimonio a sacramento; si estaba sólo estableciendo una institución
delimitada; o si quiso lanzar al mundo un germen eficaz que, con el tiempo,
pudiera convertirse en una “sacramentalización” del orden social existente.
Así la gracia del matrimonio se proyectaría primero sobre toda la fa-
milia; y ésta, siendo la célula de la sociedad, proyectaría también la gracia
de Dios sobre la misma vida social, en toda su extensión. Y así tendríamos
una de las fuentes de la sacramentalización de lo social. Porque no es pen-
sable que Jesucristo quisiera sacramentalizar sólo el embrión y no la pleni-
tud; sólo la semilla y no el árbol; sólo el esbozo y no el discurso41.
También aquí deberían jugar un papel primordial los sacramentales de
la Iglesia; que son signos sagrados instituidos por Ella, como sabemos, por los
que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtie-
nen unos efectos, principalmente espiritual, en virtud de la intercesión de la
Iglesia. Tales signos deberán insertarse en las instituciones naturales de la so-
ciedad, para que cumplieran la función que les asigna el Concilio, de santifi-
car las actividades del hombre, prácticamente en su totalidad42.
Desgraciadamente debemos reconocer que en el Bendicional este ti-
po de sacramentales no está muy presente; por lo que el mandato del Con-
cilio al respecto se ha cumplido muy a medias. Pero nada impide el estudiar
y proponer la creación de nuevos y adecuados sacramentales, que nuestra

40 En L. M. ETCHEVERRY BONEO, Lo eterno y lo temporal, Buenos Aires, 1959, Pro


manuscripto.
41 Cf. L. B. ARCHIDEO, Sus aportes al pensamiento cristiano de su época, en PADRE
LUIS MARÍA ETCHEVERRY BONEO, Aportes y testimonios para una biografía, Buenos Aires,
1997, págs. 93-104; cf. J. BONET ALCÓN, Una visión cristiana del hombre, la sociedad, la na-
turaleza y la cultura, en PADRE LUIS MARÍA ETCHEVERRY BONEO, Aportes y testimonios pa-
ra una biografía, Buenos Aires, 1997, págs. 75-91.
42 Cf. J. BONET ALCÓN, Naturaleza de los sacramentales (Reflexión teológica y ca-
nónica) en AADC XII (2005) 63-116.
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54 José BONET ALCÓN

Madre, la Iglesia, sabrá cómo y cuándo sea pastoralmente oportuna su con-


creción. Señalamos al respecto que en el Bendicional italiano podemos en-
contrar muy bellos sacramentales referidos a la asunción de ciertos cargos
en la política43.
En el mismo sentido, el P. Etcheverry Boneo, continuando con el te-
ma, en el Primer Congreso Mariano Interamericano de Buenos Aires, en no-
viembre de 1960, buscaba los caminos para hacerlo presente a Dios en la
cultura actual, y encontraba que la sensibilidad estética era una vía posible,
aprovechando la valoración, todavía vigente, del simbolismo expresivo. De
ahí que en las conclusiones de su ponencia, concretada en proposiciones, in-
cluyera: promover el estudio de un plan de extensión del uso de los sacra-
mentales de la Iglesia, así como del fomento del conocimiento teórico-prác-
tico de los mismos, por el pueblo cristiano.
Ciertamente, sabemos que no debemos buscar un efecto mágico, ni
en el sacramento del matrimonio, ni en los sacramentales de la Iglesia co-
mo son las bendiciones. Teóricamente, la Iglesia podría bendecir casi todo.
Podría bendecir una semilla mala o un automóvil en malas condiciones. De
modo que los ángeles custodios tuvieran trabajo extra para cuidarlo. Pero no
es eso lo que se quiere y lo que se busca. Sino que se deben preparar muy
bien las cosas en lo relativo a su fin temporal, para insertar en ello todo lo
relativo a su fin eterno. Y obtener así, allí, la ayuda de la gracia. Y la pre-
sencia de ésta en las personas servirá entonces, sin duda, para que cumplan
mejor las tareas temporales. Porque la tranquilidad o la preocupación, la es-
peranza o la desesperanza, el buen o mal humor, influye mucho en el modo
como se hagan las cosas. Así, la gracia de Dios que surgiría de los sacra-
mentales de la Iglesia podría, por ejemplo, ayudar mucho a que se evitasen
los accidentes en la ruta y lo mismo en el trabajo.
En definitiva sería necesario, por un lado, disponer las cosas, las es-
tructuras; y, por otra parte, dar reglas de actuar sobre esas cosas y estructu-
ras, de modo que se tenga muy vigente lo moral y lo sobrenatural; y, al mis-
mo tiempo, se haga todo lo adecuado para obtener del mejor modo el fin
temporal.

43 Cf. Benedizionale, Ciudad del Vaticano, 1992, págs. 770-783.


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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 55

Como nos enseña la elevación del matrimonio natural a sacramento,


es justamente la perfección de la realidad natural, en sus fines y propieda-
des esenciales, lo que constituye como el lugar en el que se inserta el signo
sobrenatural, eficaz en su significación y en su donación de gracia.
Con la misma sintonía de espíritu se refería Benedicto XVI en su au-
diencia del miércoles 25 de noviembre de 2009 a “la inmensa alegría que
nos proporciona el pensamiento, la admiración y la alabanza de la Santísi-
ma Trinidad, que funda y sostiene el esfuerzo concreto por inspirarnos en
ese modelo concreto de comunión en el amor, para construir nuestras rela-
ciones humanas de cada día. ¡Cómo cambiaría el mundo –dice el Santo Pa-
dre– si en las familias, en las parroquias y en todas las demás comunidades,
las relaciones se vivieran siguiendo siempre el ejemplo de las tres Personas
divinas, cada una de las cuales no sólo vive con la otra, sino también para
la otra y en la otra!”. Y agrega después que “en la vida trinitaria la trinidad
se recompone en unidad, donde todo es complacencia y alegría”.
Así pues, pensamos que un baño de sacramentalidad es quizás algo
de lo que la sociedad necesita para que la santidad penetre en el vasto mun-
do de lo temporal.
Porque, al parecer, a la Iglesia se la arrincona. O Ella misma se arrin-
cona un poco en la asistencia a los pobres, a los enfermos, a los niños, a los
ancianos, a los marginados, a los enfermos incurables, etc. Está muy bien
esa caridad tan ejemplar y a veces heroica. O sectores de la Iglesia se vuel-
can a la piedad, cosa que también está bien, pues nada hay más valioso que
la oración, el trato familiar con Dios. Recordemos que “María eligió la me-
jor parte”.
Pero, ¿se va haciendo algo importante, eficaz, para que Dios, para
que su gracia, para que lo eterno, penetre en las profesiones? ¿Se hace algo
importante para santificar el mundo obrero? ¿Para cristianizar la cultura? ¿la
economía? ¿la política? ¿Vamos a dejar que todo ese mundo se lo lleve el
diablo?
Así pues, no se trata sólo de defender el orden natural; de luchar con-
tra el horrendo crimen del aborto; o en pro de la castidad en la juventud, en
el noviazgo, en el matrimonio, en la familia. Todo ello es sumamente valio-
so y meritorio y muchas veces heroico. Y dedicarse a ello puede muy bien
ser un camino de santidad.
Pero quizá Dios pida también un “más allá”, un plus ultra, un quemar
las naves, un cruzar el Rubicón. En el sentido de tratar de sacudir al mun-
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56 José BONET ALCÓN

do, de despertarlo de su letargo, de desintoxicarlo y desestupidizarlo, libe-


rándolo de la esclavitud de los medios. No sólo en el sentido más vulgar co-
mo la Televisión o el Internet, o los teléfonos celulares, sino en un sentido
más amplio y profundo, como lo que los franceses llamaban tiempo atrás el
medio cultural.

X.- SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO PARA LA UNIÓN DE LO


ETERNO Y LO TEMPORAL

Se trataría de ir contracorriente, haciendo presente lo eterno en medio


de las realidades temporales, incluso para bien de estas mismas realidades.
Se trataría de “evangelizar”, como en la antigua·”Misa de los catecúmenos”,
todas las personas y todas las realidades humanas. Y se trataría de “sacra-
mentalizar”, como en la antes llamada “Misa de los fieles”, todas las reali-
dades terrenas. Es decir, que los fieles que se preparan y reciben la Eucaris-
tía, la proyecten sobre cualquier actividad y busquen, a través de cualquier
tarea temporal, alcanzar los bienes de la vida eterna.
Y en ese terreno es en el que ubicamos a los sacramentales de la Igle-
sia que quisiéramos omnipresentes en todas las actividades humanas.
Sabemos que, en un sentido general, la Iglesia es sacramento univer-
sal de la unión de los hombres con Dios y entre ellos, como nos dice el Con-
cilio.
En ese sentido amplio nos presenta San Agustín una prolongación
máxima del signo cuasi sacramental, hasta abarcar, de alguna manera, la to-
talidad del mundo sensible. Para él, la consideración reiterada y constante
del sacramento como “signo”, se realiza contraponiéndolo a la “res” signi-
ficada, oculta, invisible, constituida por los misterios de la fe como la Trini-
dad, la Encarnación, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, y también
por la justificación, la gracia y el “carácter” que los sacramentos pueden ob-
jetivamente producir en las almas.
Todavía, podemos decir que en San Agustín la contraposición entre
signo y “res” está referida de modo amplísimo a todas las creaturas que ha-
blan, que significan lo que constituye la única “res”, lo único que merece el
nombre de realidad, en sentido pleno, que es Dios. Y esa distinción se co-
rresponde con la también agustiniana del “uti” y el “frui”. De tal manera que
en su cosmovisión todo el mundo de las creaturas es considerado como un
conjunto de innumerables signos para conocer lo único que merece el nom-
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LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 57

bre de “res” en sentido pleno, que es Dios. Los cuales signos –creaturas–
son a su vez, en el orden de la acción, medios que debemos utilizar –“uti”–
para alcanzar esa misma Realidad, la única capaz de hacernos gozar
–“frui”– verdaderamente.
Tenemos en esta concepción la imagen y el simbolismo universal, de
tal modo que todo lo creado está en potencia de llegar a ser, de algún modo,
sacramento. Hay en todo lo creado una capacidad y un esbozo de significa-
ción divina44.
Santo Tomás, como afirmaba el P. Matthijs, al ver que todas las cosas
creadas son signo y participación de Dios, llegará a decir también que la sa-
cramentalidad es como una inmensa nube que cubre todo el mundo sensi-
ble. En él se encuentra como en potencia la capacidad de llegar a ser signo
sensible y, de algún modo, eficaz de la gracia de Dios.
Por todo lo cual no nos debe extrañar que pensemos, por ejemplo, en
una cierta sacramentalidad del padre y de la madre en el seno del hogar, por-
que la sacramentalidad no se da sólo en los esposos entre sí. Los padres,
cuando brindan su amor al hijo, hablan de ese Papá del cielo, que está enci-
ma del papá terreno, que es signo eficaz de la presencia, la ayuda y el amor,
de ese maravilloso y supremo Papá que es Dios. Y le hablan al chico de esa
Mamá celestial que está detrás y encima de la madre terrena.
Y podríamos referirnos más ampliamente a la sacramentalidad de la
mujer, que brota de la sublime sacramentalidad de la Virgen.
Y hablar incluso de la “sacramentalidad” de la alegría y del sufrimien-
to; o de la sacramentalidad de la amistad. Y también de la sacramentalidad
del estudio, en imitación y en unión con Jesucristo Niño y Adolescente.
En el mismo sentido el Padre Etcheverry Boneo se refería también a
la sacramentalidad que los sacramentales de la Iglesia podrían introducir en
las distintas profesiones, como podría ser la del empresario católico. Sacra-
mentalizar, en el sentido indicado, significaría planificar teniendo en cuen-
ta a la vez el fin inmediato, temporal, y el fin último al cual el anterior está
ordenado. Y el mismo Padre ponía el ejemplo de la planificación de una
planta industrial45. Y hablaba de salpicar la vida ciudadana de signos que
lleven al hombre hacia arriba, que le hagan tener presente a Dios, al fin úl-
timo, a la vida de la gracia.

44 Cf. J. BONET ALCÓN, Los “sacramentos” menores, Buenos Aires, 1993, págs. 17-19.
45 Cf. A. B. ARMELIN, Buenos Aires, 1973, pág. 19.
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58 José BONET ALCÓN

Los signos sagrados, como sabemos y lo venimos recordando, cuan-


do se convierten en sacramentales de la Iglesia, no sólo muestran algo eter-
no, sobrenatural, sino que lo dan, dan gracia de Dios, dan gracias actuales
para que se realicen mejor los actos humanos. Porque la gracia, disculpen la
reiteración, es elevante, nos hace hijos de Dios y es sanante, nos va curan-
do las heridas que el pecado pone en nuestra naturaleza. Y nos permite ha-
cer mejor las cosas temporales.
Es cierto y evidente que no hay que contraponer genio sin gracia a
persona incapaz o mediocre con gracia. Sino que a igualdad de inteligencia,
de dones naturales en las personas, cuando alguien tiene gracia, o más gra-
cia, todo le saldrá mejor en lo temporal.
Es sabido que los autores, y el mismo Santo Tomás, cuando se refie-
ren a los sacramentos, suelen insistir en esta función sanante de la gracia que
podría llegar en forma abundante en un mundo sacramentalizado. Esa gra-
cia repercutiría muy positivamente en que se realizaran mejor las cosas tem-
porales. Así como al tirar al blanco hay que apuntar más alto, así, por ejem-
plo, en política, si se buscara y se consiguiera que la comunidad vaya al
Cielo, se conseguiría mucho mejor el fin temporal político. Hay que orga-
nizar todo de modo que las personas, espontáneamente, apunten más arriba.
Todo lo indicado brevemente quiere conducirnos a una mayor valo-
ración de la sacramentalidad del matrimonio y a una visión del mismo, co-
mo Iglesia doméstica, y como la puerta por la que la misma Iglesia, median-
te los sacramentales, se abre a la santificación de toda la vida de familia, y
de toda la vida social, buscando hacer presente entre los hombres de nues-
tro tiempo las grandes ventajas de unir lo eterno y lo temporal, obteniendo
así la felicidad eterna del Cielo y también, como añadidura, algo más de paz,
amor y auténtica alegría en la vida terrena.
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AADC XVI (2009-2010) 59-90

EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS


DE NULIDAD MATRIMONIAL
(A PROPÓSITO DE SU RECHAZO IN LIMINE)

Alejandro W. BUNGE

SUMARIO: Introducción. I.- El rechazo, su naturaleza jurídica. II.- In limine:


gravedad de las circunstancias. III.- El escrito de demanda y sus re-
quisitos. 1. El actor. 2. El escrito de demanda. 2.1. El Código y la Ins-
trucción Dignitas connubii. 2.2. La Instrucción Dignitas connubii.
IV.- El Tribunal ante el escrito de demanda. V.- Motivos para el re-
chazo del escrito de demanda. 1. Primer filtro: competencia del Tri-
bunal y capacidad del actor. 1.1. Competencia del Tribunal. 1.1.1.
Lugar de la celebración del matrimonio (canon 1673, 1°). 1.1.2. Lu-
gar del domicilio o cuasidomicilio del convenido (canon 1673, 2°).
1.1.3. Lugar del domicilio de la parte actora (canon 1673, 3°). 1.1.4.
Lugar donde se han de reunir la mayor parte de las pruebas (canon
1673, 4°). 1.2. Capacidad del actor. 2. Segundo filtro: fumus boni iu-
ris. VI.- El rechazo del escrito de demanda. 1. Motivos para el recha-
zo. 1.1. Incompetencia del Tribunal. 1.2. Defecto de legitimación ac-
tiva. 1.3. Defectos formales subsanables. 1.4. Carencia de fundamen-
tos. 2. El rechazo. 2.1. Forma del rechazo. 2.2. Remedios contra el
rechazo. Conclusión.

INTRODUCCIÓN
El tema que se aborda, el escrito de demanda en las causas de nulidad
matrimonial, a propósito de su rechazo in limine, fue originalmente propues-
to para concentrarse en este último particular. Sin embargo, pareció oportu-
no poner el centro de atención en el escrito de demanda en sí mismo, siem-
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 60

60 Alejandro W. BUNGE

pre con la mirada puesta de manera especial en las causas de nulidad, ya que
su rechazo sólo puede esperarse como consecuencia de una confección de-
fectuosa del escrito mismo. Debe tenerse en cuenta que la mayor parte de
las causas tratadas por los Tribunales eclesiásticos de primera instancia de
Argentina son causas de nulidad matrimonial, como seguramente sucede
también en los demás Tribunales eclesiásticos del mundo.
Aunque no se dejarán de señalar los principios generales del derecho
y las normas específicas que se refieren a la materia, así como los autores
que en los últimos tiempos han abordado con mayor detalle el tema, se pon-
drá especial atención en la aplicación práctica de los principios doctrinales
y las normas vigentes. Para ello se tendrán presentes también los defectos
más habituales en los escritos de demanda de nulidades matrimoniales que
se presentan en los Tribunales de Argentina y los modos de prevenirlos o
ponerles remedios, para evitar su rechazo.
Se estudiará primero la naturaleza jurídica del rechazo de un escrito
de demanda presentado a un Tribunal eclesiástico (I). Esto permitirá cons-
tatar desde el comienzo que se trata de una medida procesal de excepción.
En segundo lugar se pondrá atención a la especial circunstancia del rechazo
del escrito realizado in limine, es decir, incluso antes que el proceso se ini-
cie formalmente (II). Esto permitirá medir la gravedad de las circunstancias
que permiten tomar esta medida. A continuación se expondrán de manera
sucinta y con una mirada especialmente práctica, las normas que rigen el
contenido y la forma del escrito de demanda y sus requisitos (III). Esto per-
mitirá poner especial cuidado en los aspectos que limiten al mínimo posible
los casos en los que se produzca el rechazo. Se seguirá con la exposición de
lo que debe hacer un Tribunal eclesiástico que recibe un escrito de deman-
da (IV). Conociendo el contenido del escrito y los pasos que debe llevar
adelante el Tribunal eclesiástico que lo recibe será posible adentrarse con
los suficientes elementos de juicio sobre los motivos que permiten e inclu-
so en determinadas circunstancias obligan a su rechazo (V). En un primer
paso se abordarán los aspectos que pueden considerarse más formales (V.1:
competencia del Tribunal y capacidad procesal del actor), y en un segundo
paso los que hacen más al contenido del proceso (V.2: fumus boni iuris). Fi-
nalmente, después de haber detallado, al menos sucintamente, todos los as-
pectos que permiten admitir el escrito de demanda para ser tratado en el Tri-
bunal, se plantearán las condiciones y situaciones que permiten u obligan al
Tribunal a su rechazo, cuando no pueden ser subsanados sus defectos o sus
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 61

carencias, cómo debe hacerse el rechazo y cuáles son los remedios que pue-
den interponerse ante el rechazo (VI). Quedará así puesto en evidencia el ca-
rácter extremo que tiene siempre y en todos los casos esta medida.

I.- EL RECHAZO, SU NATURALEZA JURÍDICA


Cuando un fiel presenta un escrito de demanda solicitando a un Tri-
bunal eclesiástico la declaración de la nulidad de su matrimonio, se debe en-
tender que intenta ejercer una competencia que le reconoce de forma explí-
cita el ordenamiento canónico: la defensa en el fuero eclesiástico de sus pro-
pios derechos (cf. canon 221 § 1). Este reconocimiento del derecho del fiel
a defender los que considera sus propios derechos ante un Tribunal eclesiás-
tico tiene un carácter general, y por lo tanto no podrá negarse si no es con
estrictas y probadas razones.
La competencia del Tribunal es un requisito necesario. Pero supuesta
la competencia del Tribunal, éste no podrá negarse a recibir la causa, si no
es basándose en derechos más firmes que los que tiene el fiel para pedir su
intervención a favor de su pretendido derecho a la declaración de la nulidad
de su matrimonio.
El rechazo del escrito de demanda con el que se solicita la declara-
ción de una nulidad matrimonial podría entenderse como la negación de un
derecho que le es reconocido al fiel de manera general. Sólo podrá tener lu-
gar, por lo tanto, cuando los motivos para rechazarlo sean de tal naturaleza
y entidad jurídica que quede suficientemente garantizado que no se está ne-
gando, de ningún modo, el derecho fundamental del fiel de defender sus de-
rechos en el fuero eclesiástico. Supuesta la competencia del Tribunal, sólo
puede considerarse suficiente motivo para rechazar el escrito de demanda
que al fiel no le asista ningún derecho que justifique el planteamiento de la
causa pretendida.
Teniendo en cuenta el sentido pastoral del derecho canónico, cauce
para que la salvación llegue a todos los hombres, puede decirse que encon-
trará justificación el rechazo del escrito de demanda cuando su aceptación
no sea un camino hacia la salvación o, dicho de otro modo, cuando el dere-
cho pretendido por el fiel que pretende que sea aceptado su escrito de de-
manda, no puede conectarse de ningún modo con la salvación.
En todo caso, el rechazo mismo del escrito de demanda, en cuanto
una medida procesal preliminar que impide el inicio de la causa, encuentra
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62 Alejandro W. BUNGE

su justificación cuando el mismo rechazo resulta necesario para incoar la


salvación, disponer o preparar a ella.

II.- IN LIMINE: GRAVEDAD DE LAS CIRCUNSTANCIAS


La expresión latina no necesita explicación, es conocida por todos los
canonistas. Sin embargo es útil detenerse en ella, para medir la gravedad de
las circunstancias que pueden justificar un rechazo de la demanda en esas
situaciones.
Un rechazo de la demanda “en las puertas” del proceso deja fuera del
palacio procesal la pretensión del recurrente. Si se tiene en cuenta el Título
que hubo de llevar el Libro VII del Código de Derecho Canónico, Schema
canonum de modo procedendi pro tutela iurium seu processibus, según se
presentaba en el primer borrador de los cánones1, y que fue modificado en
la primera publicación del borrador completo del Código2 para conservar el
que ya llevaba desde el Código de 1917, De processibus, enseguida se com-
prenderá la gravedad del rechazo de la demanda.
El Libro acerca de los procesos se concebía, entonces, y puede seguir
concibiéndose así ya que no ha cambiado su contenido y su finalidad, como
un lugar para el refugio y la protección de los derechos de los fieles al calor
de los cuidados procesales, que evitan los posibles atropellos que pueden
sufrir si quedan sin protección a merced de un ejercicio poco cuidadoso de
los oficios e instrumentos que tienen como finalidad la actuación de la po-
testad de régimen, en especial la potestad judicial.
No puede dudarse que la potestad judicial tiene el mismo fin último
y próximo que el del ejercicio de toda la potestad en la Iglesia, es decir, la
obtención del bien sobrenatural de los fieles, la salvación. Pero su ejercicio
implacable, sin el debido cuidado, corre el peligro de conculcar derechos de

1 Cf. PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI RECOGNOSCENDO, Schema cano-


num de modo procedendi pro tutela iurium seu processibus (Reservatum), Typis Polyglottis
Vaticanis 1976. La razón que se daba para utilizar este título era que resultaba más propio y
congruente para indicar la finalidad de los procesos (cf. ibid, Praenotanda, I. De Schemate
in genere, pág. V).
2 Cf. PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI RECOGNOSCENDO, Codex Iuris
Canonici. Schema Patribus Commissionibus Reservatum, Libreria Editrice Vaticana 1980,
pág. 303.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 63

los fieles desprevenidos (“summum ius, summa injuria”3). El derecho pro-


cesal se toma el cuidado de poner a resguardo estos derechos de los fieles
para que no sean avasallados por el ejercicio de la maquinaria procesal de
la potestad judicial.
Cuando se produce un rechazo in limine de un escrito de demanda, se
deja fuera de la protección del derecho procesal el derecho del fiel a presen-
tar el reclamo de lo que considera su derecho, ya que ni siquiera se inicia
una causa judicial propiamente dicha. De esta manera, aunque los derechos
del fiel no queden totalmente desprotegidos, dejarán de contar con la pro-
tección específica del derecho procesal.
Deberá entenderse, entonces, el rechazo in limine de un escrito de de-
manda como una medida extrema, y ella misma no podrá tomarse si no es
ajustándose estrictamente a las disposiciones del derecho, de modo tal que
se eviten tanto la injusticia de la admisión de un escrito de demanda que no
debe ser admitido (con el injusto daño a la otra parte o incluso al bien pú-
blico), como la injusticia del rechazo de un escrito de demanda que no de-
be ser rechazado, dejando fuera de la casa procesal la pretensión del fiel que
lo ha presentado.
Resulta entonces de capital importancia analizar con detalle cómo de-
be estar hecho un escrito de demanda con el que se pide a un Tribunal com-
petente la declaración de la nulidad de un determinado matrimonio, para ce-
rrar las puertas a todo posible rechazo in limine.

III.- EL ESCRITO DE DEMANDA Y SUS REQUISITOS


Ningún Juez está habilitado para intervenir en una causa judicial si no
ha precedido una petición del interesado o del promotor de justicia. En el
caso de las causas de nulidad matrimonial la petición tiene que haber sido
hecha por alguien que tenga derecho a impugnar la validez del matrimonio4.
Esta petición se hace a través del escrito de demanda.
Este escrito, debe recordarse siempre, no crea una realidad o un con-
flicto inexistente. Simplemente pone ante el Juez, para que lo resuelva con
la autoridad de la Iglesia, que ejerce en su nombre, un conflicto entre diver-

3 M. T. CICERÓN, De officiis, 1.10.33.


4 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 114; cf. también can. 1501.
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sas partes, que ya existe en la realidad5. En el caso que estamos analizando


el conflicto existe entre el contrayente que considera nulo su matrimonio y
el que lo considera válido, o, si ambos contrayentes lo consideran nulo, en-
tre ellos y la norma que protege el carácter indisoluble del vínculo matrimo-
nial otorgándole el favor del derecho, haciendo que no pueda declarase su
nulidad mientras no se la demuestre6.

1. El actor
El derecho de impugnar la validez del matrimonio corresponde tanto
a los cónyuges, sean o no católicos, como al promotor de justicia, pero en
este caso sólo si la nulidad ya se ha divulgado y no es posible o convenien-
te convalidar el matrimonio7. Sería el caso, por ejemplo, de quien se presen-
tara ostentando como matrimonio sacramental válido uno que ha contraído
inválidamente, porque alguno de los dos contrayentes estaba vinculado por
un matrimonio válido anterior. Si la situación fuera ocasión de escándalo, el
promotor de justicia debe presentar un escrito de demanda al Tribunal com-
petente para declare la nulidad del segundo matrimonio, que se pretende vá-
lido, pero es nulo por el impedimento de vínculo anterior.
El matrimonio debe ser impugnado mientras viven los dos cónyuges.
Si no ha sido impugnado en vida de ambos, no puede ser impugnado de ma-
nera directa, aunque haya muerto uno solo de los cónyuges. Sólo podrá ser
impugnado si la resolución de dicha nulidad resulta prejudicial para la reso-
lución de otra controversia sea en el fuero canónico como en el fuero civil;
en este caso la causa puede ser presentada por aquél para quien la causa de
nulidad aludida resulta prejudicial para resolver la controversia que se plan-
tea como principal8.
La petición debe hacerse por escrito. Sólo el impedimento de hacer la
demanda por escrito autoriza la demanda oral, aunque en este caso sólo se-
rá materialmente oral, porque formalmente será volcada por escrito por el

5 Cf. R. RODRÍGUEZ OCAÑA, Comentario al canon 1502, en AA. VV, Comentario exe-
gético al Código de Derecho Canónico, Pamplona 20023, pág. 1177.
6 Cf. can. 1060.
7 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 92; cf. también can. 1674.
8 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 93; cf. también can. 1675 § 1.
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notario en un acta que deberá leerse al actor y que éste deberá aprobar. Es-
ta acta tendrá de ahí en más el valor formal de la demanda escrita9.

2. El escrito de demanda
Comenzaremos por lo que se ha legislado sobre el escrito de deman-
da en el Código, y se ha reasumido con mayor detalle y determinación en la
Instrucción Dignitas connubii. Seguiremos después con aquellas precisiones
que se agregan en la Instrucción, sin antecedentes inmediatos en el Código.

2.1. El Código y la Instrucción Dignitas connubii


En el escrito de demanda es necesario especificar ante qué Tribunal se
introduce la causa (no puede señalarse ante qué Juez, ya que la decisión del
colegiado que entenderá en la causa la toma el Vicario judicial del Tribunal,
una vez que se ha presentado el escrito de demanda, como ya veremos)10. No
alcanza con indicar de manera genérica que se realiza una presentación ante
la justicia de la Iglesia. La especificación del Tribunal le permitirá a éste revi-
sar su competencia sobre la causa, como veremos enseguida.
Debe también delimitarse con precisión el objeto de la causa, no pue-
de pedirse simplemente la declaración de la nulidad de un matrimonio, sino
que debe señalarse la validez de qué matrimonio concreto se acusa, y por
qué capítulos se la impugna11. Que se trate de la nulidad de un matrimonio
ya estará limitando la intervención del Tribunal a la producción de un sen-
tencia declarativa (en la que determinará si consta o no la existencia de un
hecho, el vínculo matrimonial o su nulidad)12, dejando fuera de su compe-
tencia en el caso la producción de una sentencia constitutiva (capaz de crear
una realidad hasta ese momento inexistente) o penal (capaz de imponer a un
fiel una pena determinada).
Entiéndase bien qué es lo que se pide cuando se reclama una presen-
tación de cuáles son los capítulos de nulidad que se intenta probar en la cau-
sa. No es necesaria una explicación en términos técnicos de dichos capítu-
los, mucho menos un desarrollo de los mismos con ejemplos de jurispruden-

9 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 115; cf. también cáns. 1502-1503.
10 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 1°; cf. también can. 1504, 1°.
11 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 2°; cf. también can. 1504, 1° y 2°.
12 Cf. M. J. ARROBA CONDE, Diritto processuale canonico, Roma 20014, pág. 87.
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66 Alejandro W. BUNGE

cia y de casos semejantes, parecidos o paralelos al que es objeto de la cau-


sa pretendida. Lo que se está requiriendo son las pistas necesarias para
orientar la investigación, que sería muy amplia y difusa si debiera abarcar
todos los posibles capítulos de nulidad en general, y que adquirirá mayor ni-
tidez y claridad si se orienta a los que parecen más propios del caso.
En tercer lugar es necesario señalar en el escrito de demanda, al me-
nos de una forma general, los hechos en los que se basa el actor para pre-
tender la declaración de la nulidad del matrimonio cuya validez se cuestio-
na y las pruebas que permitirán comprobar los hechos aludidos, así como
sus consecuencias sobre la validez del matrimonio13. Nótese que no es ne-
cesario presentar un elenco completo de pruebas, que podrán detallarse en
el momento procesal correspondiente, pero sí una relación general sobre las
mismas que haga posible suponer el avance probatorio de la causa.
Por último, los requisitos formales del escrito de demanda de la nuli-
dad de un matrimonio son la firma del actor o su procurador con poder su-
ficiente para representar al actor en este acto, la fecha (día, mes y año), y el
lugar donde viven o donde dicen residir y pretenden recibir allí las comuni-
caciones del Tribunal14. Préstese atención que lo que canónicamente se en-
tiende como lugar donde se vive o donde se dice residir no se corresponde
con lo que en el orden civil se designa como “domicilio constituido”. Canó-
nicamente el domicilio tiene un significado muy preciso, y el modo de ad-
quirir domicilio no está librado a la inventiva del fiel, sino que está precisa-
mente determinado por la norma canónica15.

2.2. La Instrucción Dignitas connubii


La Instrucción Dignitas connubii, que se propone ser un Vademécum
que ayude a utilizar correctamente el proceso judicial en el planteo y reso-
lución de las causas de nulidad matrimonial, agrega preciosas determinacio-
nes a la ley universal a la hora de señalar el contenido que debe presentar el
escrito de demanda con el que se introduce la causa.
Señala en primer lugar que el escrito de demanda con el que se soli-
cita la declaración de la nulidad de un matrimonio debe acompañarse con

13 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 3°; cf. también can. 1504, 2°.
14 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 4°; cf. también can. 1504, 3°.
15 Cf. cáns. 102-107. Se puede ver un comentario al respecto A. W. BUNGE, Las cla-
ves del Código, Buenos Aires 2006, págs. 195-199.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 67

una certificación auténtica de la celebración de dicho matrimonio, y si el ca-


so lo requiere, el documento sobre el estado civil de las partes16. Una copia
del acta del matrimonio celebrado canónicamente será suficiente constancia
de su celebración. Pero si además se obtiene copia del Expediente Matrimo-
nial, se tendrán constancias de la preparación de la celebración del matrimo-
nio, que pueden dar oportunas pistas sobre los pasos seguidos, y sobre la po-
sible presencia tanto de impedimentos matrimoniales no dispensados como
de vicios en el consentimiento matrimonial.
Por lo demás, se señala un límite al Tribunal, que en ningún caso pue-
de exigir la presentación de informes periciales en el momento de presentar-
se el escrito de demanda17. Una costumbre abusiva de algunos Tribunales de
exigir informes periciales para poder presentar demandas de nulidad de ma-
trimonio por capítulos correspondientes al canon 1095 parece haber sido la ra-
zón para incluir esta determinación ciertamente limitativa.
Será necesario el documento sobre el estado civil de las partes allí
donde la celebración del matrimonio religioso y el matrimonio civil sigan
caminos paralelos, sin que una celebración tenga efecto alguno en el otro or-
den jurídico. Será necesario en estos casos, como sucede en Argentina, que
conste cuál es el estado civil de las partes al pretender iniciarse la causa de
nulidad del matrimonio contraído coram Ecclesiae.
Por último la Instrucción toma diversas previsiones según sea la prue-
ba a la que se recurrirá en la causa. Si se trata de prueba documental, se de-
termina que en la medida de lo posible sea entregada junto con el escrito de
demanda; si se trata de prueba testifical, se deben indicar en el escrito de de-
manda los nombres y los domicilios de los testigos. Y si se trata de otro tipo
de pruebas se deberán de indicar al menos de modo general los hechos o los
indicios de los que las mismas se pueden deducir18. Se trata de una prescrip-
ción flexible, que en nada impide que durante la marcha del proceso, espe-

16 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 2. No hay ninguna referencia a esta
prescripción en el Código. Se trata entonces de una determinación de la norma universal
agregada por la Instrucción.
17 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 3. También en este caso se trata de
un agregado de la Instrucción; es un detalle de aplicación de la norma que no se encontraba
en el Código.
18 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 117. No hay ninguna referencia a esta
prescripción en el Código.
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cialmente en el período probatorio, pero también de modo excepcional cuan-


do se ha concluido este período19, se aporten nuevas pruebas, de cualquier ti-
po que sea, aunque no se hayan anticipado con el escrito de demanda.
Concluido este análisis de las prescripciones vigentes sobre el conte-
nido y la modalidad del escrito de demanda de una causa de nulidad matri-
monial, conviene no perder de vista que este escrito habitualmente es desig-
nado en la doctrina como libelo, es decir, como un “pequeño libro”. Es un
escrito por lo tanto que, como se ha señalado, debe ser completo, pero tam-
bién, y por su propia naturaleza, debe ser breve. Su razón de ser es abrir a
la causa las puertas del palacio procesal, y para eso no sirve que pretenda
llenar todo su contenido. Llegarán otros momentos, como el de la presenta-
ción de las pruebas o especialmente el de los alegatos, donde el ingenio de
los asesores canónicos de las partes podrán desplegar toda su sabiduría a su
servicio, pero en el momento del escrito de demanda, bastará que sepan pre-
sentar con claridad los fundamentos de la causa, sin necesidad de perderse
en disquisiciones que alargan la presentación sin aportar luces útiles.

IV.- EL TRIBUNAL ANTE EL ESCRITO DE DEMANDA


Una vez presentado el escrito de demanda, la primera tarea del Tribu-
nal la realiza el Vicario judicial, y consiste en la designación del Colegio de
Jueces y del Defensor del Vínculo que entenderán en la causa20.
Los Jueces deberán ser tres. Será posible la designación de un Cole-
gio de cinco Jueces en las causas más difíciles o de mayor importancia, pe-
ro para ello será necesario acudir al Obispo moderador del Tribunal21. Se
trata de una medida excepcional que podrá tomar el Obispo por propia ini-
ciativa, por pedido de un fiel o también por sugerencia del Vicario judicial.
El nombramiento del Tribunal (Jueces, Defensor del Vínculo y Nota-
rio, aunque en la norma no se haga mención expresa de este último) debe

19 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 239 y los cánones allí citados: 1600 y 1645
§ 2, 1°-3°.
20 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 118 § 1. En ese lugar se citan los Artícu-
los 48-49 de la Instrucción que hacen referencia al canon 1425 §§ 3 y 5, en los que no hace
falta detenerse en este momento ya que no agregan ni quitan sobre la aceptación o rechazo
del escrito de demanda.
21 Cf. can. 1425 § 2.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 69

ser inmediatamente comunicado al actor22, saliendo así al paso de posibles


recusaciones, antes que el Tribunal designado intervenga en la causa.
Conste que no es tarea del Vicario judicial, al menos en cuanto tal,
aceptar o rechazar el escrito de demanda23. Esto será realizado después por
el Tribunal que el Vicario judicial ha designado para resolver la causa. La
primera resolución que involucra de manera directa al escrito de demanda
será precisamente su aceptación o rechazo.
Teniendo en cuenta lo que ya hemos dicho sobre el derecho que el fiel
pretende ejercer solicitando la intervención de un Tribunal competente para
resolver sobre la validez o nulidad de su matrimonio, la primera inclinación
del Tribunal será admitir a examen la causa, salvo que consten los motivos
irremediables que justifican su rechazo. En todo caso, el decreto con que el
Tribunal admita o rechace el escrito de demanda será siempre un decreto de
carácter judicial, no meramente administrativo24.

V.- MOTIVOS PARA EL RECHAZO DEL ESCRITO DE DEMANDA


Podemos escalonar los motivos para el rechazo del escrito de deman-
da en dos filtros de ajuste sucesivo. El primero de ellos se concentra en los
aspectos que podemos considerar más formales, en cuanto exteriores a la
motivación propiamente tal de la causa presentada.
Con el segundo filtro, una vez comprobada la competencia del Tribu-
nal y la capacidad del actor para actuar ante él, se pretende garantizar que
la causa presente suficientes elementos jurídicos y fácticos que justifiquen
su tratamiento en el Tribunal.

1. Primer filtro: competencia del Tribunal y capacidad del actor


Los dos primeros elementos a comprobar son exteriores al contenido
mismo del escrito de demanda, pero son presupuestos necesarios para que

22 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 118 § 2. Cf. también su antecedente en SA-
GRADA CONGREGACIÓN PARA LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instrucción Provida Mater,
15/08/1936, Art. 26.
23 Cf. ibid. Cf. también K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii. Norms and
Commentary, Alexandria 2006, pág. 211.
24 Cf. A. STANKIEWICZ, De libelli reiectione eiusque impugnatione in causis matri-
monialibus, Roma 1987 (Studio Rotale II), pág. 74.
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la causa sea admitida para su tratamiento en el Tribunal. Por un lado debe


comprobarse la competencia del Tribunal, y en el otro extremo debe com-
probarse la capacidad del actor para actuar ante el Tribunal. Será tarea del
Presidente del Colegiado verificar estos dos extremos, y en caso afirmativo
deberá tomar cuanto antes mediante decreto la decisión motivada de admi-
tir o rechazar el escrito de demanda25.

1.1. Competencia del Tribunal


Sin necesidad de realizar aquí un estudio pormenorizado sobre esta
materia, nos limitaremos a asumir las adquisiciones más firmes de la doctri-
na sobre el significado canónico de la competencia.
La doctrina civilista tiene sus propios criterios, pero dentro del ordena-
miento canónico convergen la mayor parte de los autores en comprender la ju-
risdicción como la capacidad de juzgar con autoridad decisoria considerada
en abstracto, mientras se entiende la competencia como el ámbito concreto en
el que se puede ejercer la jurisdicción; la competencia es así una especie den-
tro del género de la jurisdicción, es la capacidad de juzgar con autoridad de-
cisoria sobre una materia determinada, entre personas determinadas, en un lu-
gar determinado y en un determinado grado del juicio26. Las normas sobre las
competencias de los Tribunales se la asignan a aquellos que están en las me-
jores condiciones para resolver el caso concreto de que se trata27.
La competencia (y correlativamente la incompetencia) puede ser ab-
soluta o relativa. La incompetencia absoluta no admite derogación, mientras
que la incompetencia relativa admite dentro de ciertos márgenes su exten-
sión. La incompetencia absoluta hace nula de nulidad insanable la sentencia
del Tribunal incompetente, mientras que la incompetencia relativa hace ilí-
cita pero válida la intervención del Tribunal incompetente28. El Tribunal in-
competente, por lo tanto, que emite una sentencia con incompetencia abso-

25 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 119 § 1; cf. también can. 1505 § 1. La Ins-
trucción precisa que en las causas de nulidad matrimonial la decisión corresponde al Presi-
dente del Colegiado.
26 Cf. J. OCHOA, I titoli di competenza, en AA. VV., Il processo matrimoniale canonico.
Nuova edizione aggiornata e ampliata, Ciudad del Vaticano 1994, págs. 137-138.
27 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza, en AA. VV., Il Giudizio di nullità ma-
trimoniale dopo l’Isruzione “Dignitas connubii”, II, La parte statica del Processo, Ciudad
del Vaticano 2007, pág. 29.
28 Cf. J. OCHOA, I titoli..., págs. 139-140.
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luta, realiza una sentencia nula sin efecto jurídico alguno, mientras que el
Tribunal incompetente que emite una sentencia con incompetencia relativa
realiza una sentencia que es jurídicamente válida, pero el Tribunal puede ser
sancionado por haber obrado de manera ilícita.
La competencia del Tribunal es considerada por los autores más se-
guros como una cuestión preliminar, incluso prejudicial, porque debe ser
comprobada antes de admitir o rechazar la causa29. Sólo si el Tribunal es
competente puede avanzar con las siguientes preguntas, para concluir este
momento del proceso resolviendo si admite o rechaza el escrito de deman-
da. Pero si el Tribunal es incompetente debe declararse tal, sin siquiera pro-
nunciarse sobre la admisión o rechazo del escrito de demanda. Por lo tanto,
y para lo que a nosotros nos interesa en este ámbito, el Tribunal incompe-
tente, ya sea con incompetencia relativa o incompetencia absoluta, debe de-
clarar su incompetencia sin siquiera pronunciarse sobre la admisión o recha-
zo del escrito de demanda que se le ha presentado.
El preámbulo de la Instrucción Dignitas connubii nos alerta sobre dos
riesgos que requieren especial atención cuando se trata de la competencia de
los Tribunales. Un riesgo es el formalismo y el otro el subjetivismo. Si se
tienen en cuenta estos riesgos con referencia a la competencia judicial, se
deberá atender a los conceptos de competencia absoluta y competencia re-
lativa y a las respectivas incompetencias. La competencia o incompetencia
absoluta tiene un carácter rígido y responde a normas que fijan límites inde-
rogables si no es con la concesión de competencia por parte de la Signatu-
ra Apostólica. La competencia o incompetencia relativa, en cambio, se fija
con normas flexibles que contienen ellas mismas los modos de superar sus
límites. Debe tenerse en cuenta que el bien que pretende protegerse con las
normas sobre la competencia de los Tribunales es la verdad subjetiva del
convenido, que se convierte en un instrumento principal de verificación de
la verdad subjetiva que el actor ha pretendido hacer valer ante el Tribunal30.
Cabe señalar que es derecho exclusivo del Romano Pontífice, y por
lo tanto tienen incompetencia absoluta todos los Tribunales, juzgar las cau-
sas de nulidad de los Jefes de Estado y las causas que el mismo Romano

29 Cf. J. OCHOA, I titoli..., pág. 133.


30 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza..., págs. 30-31. Cf. también K. LÜDICKE
y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 14-15.
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72 Alejandro W. BUNGE

Pontífice se avoque para sí31. También es absoluta la incompetencia si la


causa ya está introducida en otro Tribunal o si no se respetan los grados de
los Tribunales, sea porque vuelve a introducirse la misma causa en un Tri-
bunal que ya ha dado sobre ella sentencia definitiva32, sea porque se presen-
ta una causa en segunda instancia sin haber tenido previamente sentencia en
primera instancia33.
Teniendo en cuenta el bien que se pretende proteger, se comprenden
más fácilmente los cuatro títulos de competencia relativa que se fijan para
los Tribunales que pueden entender en las causas de nulidad matrimonial34.
Debe tenerse en claro, primeramente, que los cuatro, dentro de sus propios
límites, son títulos de competencia. No se trata, por lo tanto, en ninguno de
estos casos, de “prórroga” de competencia, que toca a la Signatura Apostó-
lica otorgar, cuando lo considera oportuno, a un Tribunal que es relativa-
mente incompetente, ni de “comisión” de competencia, que otorga la Signa-
tura Apostólica, cuando lo considera oportuno, a un Tribunal que es incom-
petente con incompetencia absoluta. Incluso en los casos en los que vere-
mos, en los que interviene una autoridad ajena al Tribunal, como el Vicario
judicial o el Obispo diocesano del convenido, dando un consentimiento pa-
ra que el Tribunal pueda ser competente, este consentimiento debe entender-
se como un requisito previo para tener un título de competencia previsto en
la ley y no como una prórroga de competencia35.
La incompetencia relativa de un Tribunal se sana con la competencia
que el Tribunal recibe ipso iure, al realizarse la litiscontestatio, por medio de
la cual se fija la fórmula de dudas sobre la que versará la causa. Para esto es
necesario que no se haya presentado antes de la litiscontestatio la excepción
de incompetencia relativa; pero además esta concesión ipso iure de compe-
tencia no impide que el Tribunal pueda ser sancionado conforme a derecho,
por su incursión ilícita en la causa36. Esta concesión ipso iure de competen-

31 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 8; cf. también can. 1405 § 1, 1° y 4°. Cf.
J. OCHOA, I titoli..., pág. 142.
32 Téngase presente que se tratará de la misma causa si versa sobre el mismo matri-
monio, se aduce la misma causa petendi y se pide la nulidad por los mismos capítulos.
33 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 9; cf. también cáns. 1512, 2° y 1440. Cf.
J. OCHOA, I titoli..., pág. 146.
34 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 10 § 1; cf. también can. 1673.
35 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza..., págs. 34-35.
36 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 10 § 3. Cf. M. J. ARROBA CONDE, La com-
petenza..., págs. 36-37.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 73

cia al Tribunal relativamente incompetente está hecha a favor del actor, pa-
ra que no se vea perjudicado por la acción ilícita del Tribunal, pero no im-
pide que el Tribunal pueda recibir la sanción que le corresponda.

1.1.1. Lugar de la celebración del matrimonio (canon 1673, 1°)


Es el lugar que más inmediatamente pone en evidencia un Tribunal
competente: el que corresponde al lugar donde se ha manifestado el consen-
timiento matrimonial que dio origen al vínculo matrimonial cuya validez se
cuestiona. No ofrece dificultades ni necesita de mayor análisis. Dígase lo
que se diga sobre la naturaleza jurídica contractual o no del matrimonio, es-
tá claro que el mismo surge de un consentimiento expresado por los contra-
yentes en algún lugar37, y ese lugar donde se ha expresado el consentimien-
to se encuentra dentro del ámbito de jurisdicción de un Tribunal que por esa
razón es competente para tratar sobre la nulidad de ese matrimonio.
La razón jurídica que permite comprender este título de competencia
es que el lugar donde se ha producido el consentimiento matrimonial es un
lugar por ambos conocido y además sobre el que han confluido las volunta-
des de ambos, como fruto de la propia elección o al menos admitiendo di-
cho lugar para la celebración del matrimonio. Con ello se admite también,
al menos de manera implícita, que el Tribunal correspondiente a ese lugar
pueda recibir el reclamo de quien pretenda impugnar la validez del matri-
monio celebrado.

1.1.2. Lugar del domicilio o cuasidomicilio del convenido (canon 1673, 2°)
Teniendo en cuenta el criterio de favorecer en lo posible la expresión
de la verdad subjetiva del convenido como instrumento de verificación de
la verdad subjetiva esgrimida por el actor38, se concede título de competen-
cia para tratar una causa de nulidad al Tribunal correspondiente al domici-
lio o cuasidomicilio del convenido.
Se trata ciertamente del domicilio o cuasidomicilio en sentido canó-
nico, por lo tanto el lugar donde pernocta el convenido, con intención de
perpetuidad o por lo menos hace cinco años para el caso del domicilio, y con
intención de hacerlo durante tres meses o haberlo hecho de manera efectiva
durante tres meses para el caso del cuasidomicilio39.

37 J. OCHOA, I titoli..., pág. 149.


38 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza..., pág. 31.
39 Cf. can. 102.
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74 Alejandro W. BUNGE

No tiene relevancia, por lo tanto, el domicilio que se conozca como


domicilio laboral, ni el “domicilio legal”, ni tampoco el que conozca como
domicilio que consta en el padrón electoral. Este último apenas nos da una
indicación del último domicilio registrado por la justicia electoral que se le
conoce al convenido. Pero de tal modo se verifica a diario el atraso en la ac-
tualización de los padrones electorales en nuestra patria, que deja de ser un
dato relevante. Sería un mero formalismo, que el preámbulo de la Instruc-
ción Dignitas connubii nos exhorta a superar, considerar domicilio canónico
del convenido el que aparece como domicilio en la justicia electoral, si se
supiera que no reside allí. Es evidente que cuando se menciona el domicilio
o cuasidomicilio de las partes en las causas de nulidad matrimonial no se
trata de un dato meramente formal, que pueda darse por probado con meras
formalidades, incluso documentales, sino de un dato de consistencia real
que en casos de duda, sobre todo cuando se deben resolver problemas de
competencia, requerirá una esmerada comprobación, especialmente si se
trata de determinar un domicilio o cuasidomicilio adquirido por la intención
de residencia perpetua o de tres meses, según el caso, intención que difícil-
mente constará en un documento indubitable40.
Algunos autores sostuvieron durante algún tiempo que, desconocién-
dose el domicilio del convenido, y de no mediar separación canónica de los
cónyuges, en virtud de la norma canónica podía tomarse el último domici-
lio conyugal como domicilio del convenido41. De todos modos, las determi-
naciones que agrega la Instrucción Dignitas connubii a la aplicación de la ley
canónica no permite esta interpretación, ya que expresamente determina que
el convenido no sigue el domicilio del actor, y viceversa, toda vez que se en-
cuentren separados por cualquier causa incluso no canónica, ya sea de for-
ma perpetua o por tiempo indefinido42.

1.1.3. Lugar del domicilio de la parte actora (canon 1673, 3°)


Este título de competencia pone en riesgo o dificulta la intervención
del convenido, que mientras no se demuestre lo contrario se ve envuelto de
buena fe en una acción iniciada por el actor, que pretende introducir una
causa sobre la validez de su vínculo matrimonial43. Por esta razón, tenien-
40 Cf. K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 39-41.
41 Cf. can. 104. Cf. también J. OCHOA, I titoli..., pág. 152.
42 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 11 § 3. Cf. M. J. ARROBA CONDE, La com-
petenza..., págs. 37-38.
43 Cf. J. OCHOA, I titoli..., pág. 156.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 75

do en cuenta, como ya se ha dicho, la importancia de la verdad subjetiva del


convenido como instrumento de verificación de la verdad esgrimida por el
actor ante el Tribunal, su competencia por razón del domicilio del actor tie-
ne dos condiciones que deben cumplirse, para la validez del título44.
En primer lugar, tanto el actor como el convenido tienen que residir
dentro del territorio de la misma Conferencia episcopal. Cumplido este re-
quisito, debe además dar su consentimiento el Vicario judicial del domicilio
del convenido, después de haberlo oído a éste sobre el particular. El Vicario
judicial debe oír a la parte convenida expresamente sobre las posibles obje-
ciones que tenga para presentar sobre la pretendida competencia del Tribu-
nal del domicilio de la parte actora45. Antes de dar este consentimiento el
Vicario judicial debe sopesar diligentemente todas las circunstancias del ca-
so, ya que está en juego el derecho de defensa del convenido. Principalmen-
te deberá atender a las posibles dificultades que puedan presentarse al con-
venido para defender su posición ante el Tribunal del lugar en que la parte
actora tiene su domicilio. La dificultad podrá provenir de la distancia, de la
lengua, de la posibilidad de un asesoramiento letrado, o de otras circunstan-
cias que lo pongan en inferioridad de condiciones46.
Tratándose de una consulta a una persona física determinada exigida
a un Superior para realizar un acto con efectos jurídicos (su consentimien-
to), dicha consulta es necesaria para la validez de dicho acto de gobierno47.
Además, el consentimiento del Vicario judicial no puede presumirse y debe
constar por escrito48.
La interpretación auténtica del canon 1673, recogida expresamente
por la Instrucción Dignitas connubii, no deja lugar a dudas: el Vicario judi-
cial que debe dar el consentimiento es el del Tribunal de la diócesis del con-
venido. No puede ser el Vicario judicial del Tribunal Interdiocesano, si la
diócesis participa en uno; y si la diócesis no tiene Vicario judicial, será el
Obispo diocesano quien podrá otorgar el consentimiento, o quien de él reci-

44 Téngase en cuenta que, tratándose de un título de competencia, la invalidez del tí-


tulo de competencia hace que el Tribunal sea realmente incompetente pero se trata de una in-
competencia que queda sanada por la litiscontestatio, sin que esto implique necesariamente
la invalidez del proceso y de la sentencia. Cf. J. OCHOA, I titoli..., págs. 157-158.
45 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 10 § 1, 3°.
46 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 10 § 4. Cf. M. J. ARROBA CONDE, La com-
petenza..., pág. 40.
47 Cf. can. 127 § 2; puede verse al respecto A. W. BUNGE, Las claves..., págs. 248-249.
48 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 13 § 2.
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76 Alejandro W. BUNGE

ba la delegación de esa Facultad49. Lo mismo sucederá si, por la razón que


fuere, no existe un Vicario judicial en la diócesis donde reside el conveni-
do. El consentimiento requerido queda en este caso en manos del Obispo
diocesano.
Cabe preguntarse a quién corresponde pedir el consentimiento del Vi-
cario judicial del convenido. Teniendo en cuenta que el actor debe presen-
tar el escrito de demanda de la nulidad de su matrimonio ante un Tribunal
competente, y que en el caso de acudir a este título de competencia el con-
sentimiento del Vicario judicial es un requisito necesario para que exista el
título de competencia, es aceptable el razonamiento de los autores que car-
gan en el actor la responsabilidad de dirigirse con la argumentación conve-
niente a dicho Vicario judicial para obtener su consentimiento, y una vez ob-
tenido presentar el escrito de demanda ante el Tribunal, justificando el títu-
lo de competencia con el consentimiento obtenido; esto no impide que, ha-
ciendo una aplicación razonable del principio de subsidiariedad, el actor
pueda pedir ayuda al Tribunal para que, antes de recibir el escrito de deman-
da, acompañe su petición de consentimiento dirigida al Vicario judicial del
convenido, sobre todo si ya se ha dirigido por su cuenta y no ha obtenido
ninguna respuesta50.
El actor también podría dirigirse al Vicario judicial del convenido
acompañando su petición con una carta de presentación de la Cancillería del
Tribunal. No parece razonable, sin embargo, que la presentación del actor al
Vicario judicial del convenido o a su Obispo diocesano lleve firma alguna
del Vicario Judicial del Tribunal, ya que podría exponerse a ser recusado por
el convenido por parcialidad, si se entendiera que ha tomado parte por el ac-
tor y por eso intenta facilitar la obtención de la competencia para que el Tri-
bunal pueda tratar su causa.
Una situación particularmente difícil se presenta cuando se descono-
ce el domicilio de la parte convenida. Según entendieron algunos autores es-
to impide aplicar este tercer título de competencia, lo mismo que el segun-
do y el cuarto (que veremos enseguida)51, y obliga a limitarse al primer tí-

49 Cf. COMISIÓN PONTIFICIA PARA LA INTERPRETACIÓN AUTÉNTICA DEL CÓDIGO, Respuesta


del 28/02/1986, en AAS 78 (1986) 1323; cf. también Instrucción Dignitas connubii, Art. 13 § 5.
50 Cf. J. OCHOA, I titoli..., pág. 162. Cf. también K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Digni-
tas connubii..., pág. 38
51 Cf. E. BAURA, La funzione di vigilanza sulla retta amministrazione della giusti-
zia, en IE 6 (1994) 353-365.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 77

tulo de competencia, el que corresponde al Tribunal del lugar donde se ha


expresado el consentimiento matrimonial del matrimonio cuya validez se
quiere impugnar.
Sin embargo la Instrucción Dignitas connubii parece prever la posibi-
lidad de acudir a este título también en estas circunstancias, desde el mo-
mento en que determina que debe constar en actas la imposibilidad de cum-
plimentar todo lo hasta aquí indicado, por ignorarse el domicilio del conve-
nido52. Ahora bien, ¿serán actas que labra el Vicario judicial de un supues-
to domicilio del convenido, que otorga el consentimiento requerido, o serán
actas del Tribunal, que dejan constancia de la diligencia con la que se ha tra-
tado de dar con el convenido, y al no tenerse noticia de su domicilio, des-
pués de diligente búsqueda, decide atribuirse la competencia en la causa? El
primer supuesto carece de suficiente fundamento, y el segundo no parece
conforme a la delicada normativa sobre la materia. Por esta razón conside-
ro que si se desconoce el domicilio del convenido este título de competen-
cia es efectivamente inaplicable.

1.1.4. Lugar donde se han de reunir la mayor parte de las pruebas (ca-
non 1673, 4°)
El cuarto y último título de competencia posible corresponde al Tri-
bunal del lugar donde se han de reunir la mayor parte de las pruebas. La ra-
zón aquí es objetiva, y se asienta en la mayor facilidad que puede preverse
de este modo para la recolección de las pruebas. Pero como en el caso ante-
rior, supone un riesgo para el convenido, que puede verse involucrado de
buena fe en una acción iniciada por el actor, que pretende introducir una
causa sobre la validez de su matrimonio, en la medida en que se dificulte su
participación en el proceso.
Por esta razón es que también en este caso se impone la necesidad del
consentimiento del Vicario judicial del convenido. Valen aquí, sin necesidad
de repetirlas, todas las puntualizaciones que ya se han hecho en el título an-
terior sobre la necesidad del Vicario judicial de oír al convenido antes de dar
su consentimiento, sopesar diligentemente todas las circunstancias del caso,
especialmente sobre las posibles dificultades del convenido para defender
su posición ante el Tribunal del lugar donde se encuentra la mayor parte de
las pruebas, la necesidad de dicha consulta para la validez del consentimien-

52 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 13 § 6.


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78 Alejandro W. BUNGE

to, y sobre a quién corresponde pedir el consentimiento del Vicario judicial


del convenido. Por otra parte, se presenta la misma dificultad ya menciona-
da, si no se conoce el domicilio del convenido, y debe darse la misma res-
puesta dada anteriormente.
Interesa evaluar de manera correcta si un Tribunal es realmente el del
lugar en donde se han de recoger la mayor parte de las pruebas. El primer cri-
terio lo aporta la Instrucción Dignitas connubii, según la cual deberán tener-
se en cuenta no sólo las pruebas aducidas por el actor sino también las que
se piensa podrá aducir el convenido y podrán practicarse de oficio53. Pero
además deberá hacerse una valuación cualitativa y no sólo cuantitativa de las
pruebas54. Por ejemplo, si se plantea la nulidad por una incapacidad psíqui-
ca de una de las partes, o por el impedimento de impotencia, puede preverse
que será de importancia la prueba pericial. Más allá del lugar donde se en-
cuentren numéricamente la mayor parte de los declarantes, deberá conside-
rarse que el lugar donde se encuentre la persona sobre la cual será necesario
realizar la pericia tendrá una importancia capital. Por lo demás, en orden a
evaluar la facilidad para tomar las declaraciones por razón del lugar donde
vivan los declarantes, deberá tenerse en cuenta no sólo la posibilidad de ad-
quirir las pruebas a través de exhortos, sino que además debe atenderse al
proverbio latino: “testes non numerantur, sed ponderantur”.
Si el Tribunal constata su incompetencia, debe declararla sin demora
y rechazar por este motivo el escrito de demanda, que no puede ser admiti-
do para su tratamiento en el Tribunal.

1.2. Capacidad del actor


Si en cambio constata su competencia, debe pasar al segundo análisis
de lo que hemos dado en llamar el “primer filtro”, ahora sobre la capacidad
del actor. La que se pone aquí bajo observación no es una capacidad gene-
ral del actor, sino su específica capacidad procesal para su causa de nulidad
matrimonial. Y partimos de un principio general que la doctrina y la juris-
prudencia aceptan fácilmente, que toda persona que goza de capacidad jurí-

53 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 14. Se trata de una determinación nueva,
sin una ley correspondiente en el Código vigente.
54 Cf. M. J. ARROBA CONDE, La competenza..., pág. 40. Cf. también J. OCHOA, I ti-
toli..., pág. 172.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 79

dica general también tiene capacidad procesal, es decir capacidad de actuar


su ius agendi ante los Tribunales de la Iglesia55.
En primer lugar, debe verificarse que el actor es alguno de los que es-
tán habilitados para presentar la causa de la nulidad de un matrimonio: los
cónyuges, sean o no católicos, el promotor de justicia si se trata de una nu-
lidad que ya se ha divulgado y no es posible o conveniente convalidar el ma-
trimonio o, si ha muerto uno o ambos cónyuges, alguien para quien esta cau-
sa de nulidad resulte prejudicial para resolver otra controversia, tanto en el
fuero canónico como en el civil56.
Tratándose de personas habilitadas para presentar la causa de nulidad,
debe constar que cuentan con uso de razón o, en su defecto, que actúan a
través del curador57. Estaríamos ante el caso de un actor necesitado de cu-
rador, si se presentara una causa acusando la nulidad del matrimonio por in-
capacidad del actor debido a su defecto grave de uso de razón, presente no
sólo al momento de prestar el consentimiento sino también en la actualidad,
por ejemplo por una perturbación psíquica permanente que prive del uso de
razón. En este caso el Presidente del Colegiado podrá admitir el curador que
ya haya sido designado en el orden civil, y si considera que no puede ser ad-
mitido deberá designar otro, oyendo en lo posible previamente al Obispo
diocesano del actor58. La admisión o designación del curador debe hacerse
con decreto motivado que debe comunicarse a todas las partes de la causa,
incluida aquella a la que se le ha dado o admitido el curador, salvo que una
causa grave lo impida; este decreto debe conservarse en las actas59.
Una situación especial es la del actor que, sin haber perdido totalmen-
te el uso de razón, se encuentra sin embargo afectado por un trastorno men-
tal. Será el caso, por ejemplo, de aquellos actores que acusen la validez de
su matrimonio por un defecto grave de discreción de juicio propio, motiva-
do por un trastorno mental aún presente. En este caso el actor no puede pre-

55 B. CAGLIOTI, L’indagatio praevia all’ammissione del libello. Dovere istituzionale


del giudice (Istruzione Dignitas connubii, Art. 120), en AA. VV., Matrimonium et ius. Studi in
onore del Prof. Avv. Sebastiano Villeggiante, Ciudad del Vaticano 2006, 263 y J. M. RAMOS, I
Tribunali ecclesiastici, Roma 20002, págs. 262-266.
56 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Arts. 92-93; cf. también cáns. 1674 y 1675 § 1.
57 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 97 § 1; cf. también can. 1478 § 1.
58 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 46 § 2, 5°; cf. también ibid., Art. 98 y can.
1479.
59 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 99. Se trata de una determinación propia
de la Instrucción, no presente en la norma del Código.
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80 Alejandro W. BUNGE

sentar el escrito de demanda si no es a través de un curador, y una vez ini-


ciada la causa no podrá comparecer en el juicio si no es por mandato del
Juez60. Hay aquí un motivo, entre otros, que debe tenerse en cuenta, para no
acudir sin razonada justificación a la acusación de la validez de los matri-
monios por las incapacidades incluidas en el canon 1095, sobre todo las que
refieren los dos primeros parágrafos del canon.
Finalmente, téngase en cuenta que si se ha admitido la presentación de
un escrito de demanda por parte de un procurador o abogado del actor que no
ha presentado el mandato auténtico que éste le ha otorgado, fijándosele un
plazo perentorio para hacerlo, si al vencerse ese plazo sigue sin presentarse el
mandato auténtico, carecerá de toda eficacia la presentación hecha del escrito
de demanda61. El plazo otorgado en este caso no exime del mandato auténti-
co que permite al abogado o procurador representar al actor, sino que sólo re-
trasa el momento de la aplicación de la perentoriedad de la obligación.
Si fuera el caso, el Presidente del Colegiado puede disponer que se
consulte al Defensor del Vínculo, siempre que haya dudas sobre la capaci-
dad procesal del actor en la causa presentada62, contando por lo tanto en es-
te caso con la misma posibilidad con la que cuenta frente a las dudas que
puedan existir sobre la competencia del Tribunal. De la misma manera y en
los mismos términos que ante la duda sobre la competencia del Tribunal, el
Presidente del Colegiado incluso puede disponer que se haga una investiga-
ción previa sobre la capacidad del actor para actuar ante el Tribunal63.

2. Segundo filtro: fumus boni iuris


Si se ha podido comprobar la competencia del Tribunal y la capaci-
dad procesal del actor, el Juez Presidente del Colegiado debe admitir o re-
chazar el escrito de demanda quam primum, es decir, sin demora64.

60 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 97 § 2; cf. también can. 1478 § 4. Cf. A.
BLASI, Il libello introduttivo della causa, en AA. VV., Il Giudizio di nullità matrimoniale do-
po l’Istruzione “Dignitas connubii”, III, La parte dinamica del Processo, Ciudad del Vatica-
no 2008, pág. 34, y K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 174-177.
61 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 106; cf. también can. 1484.
62 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 119 § 2; también esta disposición carece
de antecedente en el texto del Código.
63 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 120 § 1; esta disposición no tiene antece-
dente en el texto del Código.
64 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 119 § 1; cf. también can. 1505 § 1.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 81

Se sabe que a la autoridad eclesiástica se la ha despojado del arma del


silencio administrativo. Cuando la ley prescribe que una autoridad eclesiás-
tica debe emitir un decreto, o cuando un fiel presenta legítimamente una pe-
tición o recurso para obtener de la autoridad eclesiástica un decreto, esta au-
toridad competente debe proveer dicho decreto dentro de los tres meses de
recibida la petición o el recurso, salvo que la ley prescriba otro plazo. Trans-
currido el plazo de tres meses, si el decreto aún no ha sido emitido se pre-
sume una respuesta negativa de la autoridad, y esto abre las puertas a un ul-
terior recurso65.
En el caso de la admisión o rechazo de un escrito de demanda de una
causa judicial, y entre ellas una causa de nulidad matrimonial, el plazo fija-
do es menor, es de un mes, desde que se ha presentado ese escrito. Vencido
ese plazo sin respuesta del Tribunal, el actor tiene derecho a instar al Juez a
cumplir su obligación de admitir o rechazar el escrito de demanda; si trans-
curren otros diez días desde la instancia presentada por el actor sin que el
Tribunal realice el decreto admitiendo o rechazando el escrito de demanda,
a diferencia de la norma general, no se supone rechazado sino admitido el
escrito de demanda de manera automática, siempre que se lo haya presenta-
do de forma legítima66. Supuesta entonces la legitimidad del escrito de de-
manda, al vencerse el mes desde su presentación y los diez días desde el re-
clamo del actor ante la inacción del Tribunal, un nuevo silencio del Tribu-
nal crea la ficción jurídica de la admisión de la demanda, y el actor podrá
sin más exigir la prosecución de la causa67.
Para admitir la causa, el Presidente del Tribunal, consultando al Defen-
sor del Vínculo si lo considera oportuno, debe constatar lo que se contiene en
la expresión fumus boni iuris: que la causa presenta un hecho jurídico identifi-
cado por el actor y la forma en que pretende probarlo, de modo tal que puede
considerarse la petición de la declaración de nulidad con suficiente fundamen-
to, real o presunto, de manera tal que se puede esperar que, si no desde el ini-
cio al menos durante la marcha del proceso, ese fundamento aparecerá68.
El Tribunal debe llegar a su conclusión sobre la admisión o rechazo de
la causa en base al contenido del escrito de demanda y no puede realizar al
respecto una investigación previa sobre la sustancia de la causa antes de ad-

65 Cf. can. 57 §§ 1-2; puede verse al respecto A. W. BUNGE, Las claves..., págs. 139-140.
66 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 125; cf. también can. 1506.
67 Cf. K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 220-222.
68 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 4°; cf. también can. 1505 § 2.
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82 Alejandro W. BUNGE

mitir o rechazar la demanda, salvo que parezca carecer de todo fundamento y


pueda preverse que de la investigación previa surja la posibilidad de evaluar
si es posible que, en caso de admitirse la causa durante el proceso aparezca al-
gún fundamento69. Tampoco puede el Tribunal invitar al actor a retirar el es-
crito de demanda, haciéndole saber informalmente que en su caso es impro-
bable una resolución positiva de la nulidad. Esto es claramente ilícito porque
implica una negación del ius agendi del actor y además sería la consecuencia
de un juicio sumario acerca de la validez o nulidad de un matrimonio, que de
ninguna manera está permitido dentro del derecho procesal canónico70.
No es necesario, por lo tanto, que el escrito de demanda presente una
argumentación completa y acabada sobre la causa petendi. Basta una expli-
cación general que permita identificar el hecho jurídico que se supone cau-
sante de la nulidad matrimonial y el modo en que se pretenderá probarlo a
lo largo del proceso.

VI.- EL RECHAZO DEL ESCRITO DE DEMANDA


Llegamos así a lo que comenzó siendo la pregunta inicial y nos exi-
gió todo el recorrido anterior, para dejar en evidencia todas las razones que
permiten o exigen un rechazo del escrito de demanda, bajo qué condiciones
y en qué modos.

1. Motivos para el rechazo


Con lo que ya se ha dicho hasta aquí queda claro que un rechazo del
escrito de demanda es una excepción a lo que habitualmente debe suceder,
que encuentra su fundamento en un defecto grave del escrito. Por esta razón
el elenco de los motivos para el rechazo que presenta el Código y retoma la
Instrucción Dignitas connubii tiene un carácter taxativo71.

69 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 120 § 2. Cf. R. RODRÍGUEZ OCAÑA, Co-
mentario al canon 1505, en AA. VV., Comentario exegético al Código de Derecho Canóni-
co, Pamplona 20023, Vol. IV/2, págs. 1201-1202.
70 Cf. K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 217.
71 Cf. can. 1505 § 2 e Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1. Cf. también L.
MATTIOLI, La fase introduttoria del processo e la non comparsa della parte convenuta, en AA.
VV., Il processo matrimoniale canonico. Nuova edizione aggiornata e ampliata, Ciudad del Va-
ticano 1994, pág. 483; K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 214; A. BLASI, Il
libello..., pág. 36.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 83

Además, siendo el canon que expresa los motivos de rechazo de un


escrito de demanda una norma que coarta el derecho reconocido a los fieles
de reclamar ante el fuero competente por la defensa de sus derechos72, de-
be interpretarse de manera estricta73.

1.1. Incompetencia del Tribunal


En primer lugar, la incompetencia del Tribunal74. Aún tratándose de
una incompetencia relativa, que por lo tanto se sanará con la contestación
de la demanda en la que se fija la fórmula de dudas si previamente no se ha
presentado la excepción de incompetencia, el Tribunal no debe hacerlo, por-
que aunque pueda arribar así a una sentencia válida será siempre ilícita, y
podrá ser sancionado por obrar de manera ilegítima.
Las normas respecto de la competencia tienen una razón de ser y cus-
todian determinados bienes jurídicos de los fieles sobre los que ya nos he-
mos expresado, así que no es necesario volver sobre ello. Ante una situación
de incompetencia, no hay más remedio que el rechazo del escrito de deman-
da, o la solicitud a la Signatura Apostólica de la prórroga o la concesión de
la competencia según se trata de una incompetencia relativa o absoluta, si
se estuviera ante circunstancias en las que dicho Dicasterio suele hacer esta
concesión.
Se le señala al Presidente del Colegiado la oportunidad de consultar
al Defensor del Vínculo, siempre que haya dudas sobre la competencia del
Tribunal en la causa presentada75. Si fuera el caso, el Presidente del Cole-
giado incluso puede disponer que se haga una investigación previa sobre la
competencia del Tribunal, y se preceptúa que la realice cuando resulta ne-
cesario76. Debe tenerse en cuenta en este momento lo que la doctrina y la
jurisprudencia consideran adquirido pacíficamente, y es que el legislador ha
confiado a la conciencia y a la prudencia del Juez todo el desarrollo del pro-

72 Cf. can. 221 § 1.


73 Cf. can. 18; puede verse un comentario a este canon en A. W. BUNGE, Las claves...,
págs. 91-92. Cf. también L. MATTIOLI, La fase introduttoria..., pág. 483.
74 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 1°; cf. también can. 1505 § 2, 1°.
Cf. también M. J. ARROBA CONDE, La competenza..., pág. 37.
75 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 119 § 2; también esta disposición carece
de antecedente en el texto del Código.
76 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 120 § 1; esta disposición no tiene antece-
dente en el texto del Código.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 84

84 Alejandro W. BUNGE

ceso77. La decisión de realizar la investigación previa, entonces, estará en


manos del Presidente del Colegiado.
Teniendo en cuenta lo que enseña la experiencia de los Tribunales, las
ocasiones en las que en vez de un domicilio real del convenido se presenta
un domicilio de los padres o de algún familiar, o un domicilio legal, reque-
rirán una investigación previa, en orden a precisar si el Tribunal es compe-
tente o no78. Si se duda de la veracidad del domicilio del convenido, que de-
be por lo demás ser un domicilio real en términos canónicos, y la competen-
cia del Tribunal depende de ese domicilio, será necesario hacer la investiga-
ción previa, para resolver la duda.

1.2. Defecto de legitimación activa


En segundo lugar, si el actor carece totalmente de legitimación acti-
va79, ya sea porque no es parte del matrimonio impugnado, o siendo parte
del matrimonio que se impugna carece de uso de razón o tiene un trastorno
mental y carece de curador, o no es el promotor de justicia pretendiendo la
declaración de nulidad de un matrimonio cuya nulidad ya se ha divulgado y
no se puede o no es conveniente subsanar, o habiendo muerto uno o ambos
contrayentes el actor no tiene un interés especial en la causa que le resulta
prejudicial para otra controversia a resolverse en sede civil o canónica. Tam-
bién en este caso el rechazo del escrito de demanda es obligatorio.
Un caso particular será aquel en el que los hechos en los que se pre-
tende sostener el capítulo de nulidad presentado en el escrito de demanda
carecen de fundamento o son totalmente falsos. Hay autores, y entre ellos el
actual Decano de la Rota Romana, que afirman que en estos casos el actor
no es titular de un ius actionis, y por lo tanto carece de capacidad para pre-
sentar el escrito de demanda80.

1.3. Defectos formales subsanables


En tercer lugar, podrá ser rechazado el escrito de demanda si tiene
uno o más defectos subsanables. Este es el caso si el escrito de demanda no

77 Cf. B. CAGLIOTI, L’indagatio praevia..., pág. 257.


78 Cf. B. CAGLIOTI, L’indagatio praevia..., pág. 262.
79 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 2°; cf. también can. 1505 § 2, 2°.
80 Cf. B. CAGLIOTI, L’indagatio praevia..., pág. 264. Cf. también A. STANKIEWICZ, De
relatione inter libellum litis introductorium et actionem in iure canonico, en Periodica 76
(1987) 512.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 85

expresa ante qué Tribunal se entiende introducir la causa, o no delimita el


objeto de la causa precisando cuál es el matrimonio cuya validez se impug-
na, o no formula la petición de declaración de nulidad; o no propone al me-
nos en términos ordinarios (no necesariamente técnicos) la razón de la de-
manda o el capítulo o capítulos de nulidad por los cuales se impugna el ma-
trimonio, o no indica al menos de modo general en qué hechos y pruebas se
basa el actor para demostrar lo que afirma, o no está firmado por el actor o
por su procurador, con indicación del día, mes y año, o no señala el lugar
donde habitan o donde digan residir a efectos de recibir comunicaciones81.
El escrito de demanda debe ser rechazado si no expresa el Tribunal
ante el que se ha presentado (porque no es posible en esas condiciones ve-
rificar la competencia del Tribunal), o si no delimita el objeto de la causa o
no formula la petición de la declaración de la nulidad del matrimonio en
cuestión (porque deja al Tribunal sin objeto sobre el cual pronunciarse), o
no propone al menos en términos ordinarios, no necesariamente técnicos, la
razón de la demanda o el capítulo o capítulos de nulidad por los cuales se
impugna el matrimonio (porque deja al Tribunal sin objeto preciso sobre el
cual realizar la investigación), o no está firmado por el actor o por su pro-
curador, con indicación del día, mes y año, o no señala el lugar donde habi-
tan o donde digan residir a efectos de recibir comunicaciones (porque ese
escrito carecería de autor identificado o lo dejaría aislado del Tribunal).
El escrito de demanda, en cambio, puede ser rechazado, o diferirse la
decisión hasta tanto el actor presente las aclaraciones que se le pidan, si no
indica al menos de modo general en qué hechos y pruebas se basa el actor
para demostrar lo que afirma. En este caso, juzgan razonablemente algunos
autores, el rechazo no es obligatorio82. Sin embargo, también debe compar-
tirse la opinión del actual Decano de la Rota Romana, según la cual no pue-
de admitirse un escrito de demanda que no indica ningún elemento de prue-
ba83. No debe olvidarse que el actor podrá presentar durante la instrucción
del proceso pruebas de las que no haya podido disponer desde el comienzo,
o podrá ser suplido por el Juez en la obtención de estas pruebas.

81 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 3°; cf. también can. 1505 § 2, 3°.
82 Cf. K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 215-216.
83 Cf. A. STANKIEWICZ, De libelli..., pág. 76.
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86 Alejandro W. BUNGE

En todos estos casos se trata de defectos ciertamente subsanables, y


por esta razón se prevé que en el decreto de rechazo de la demanda deben
indicarse los defectos que han provocado el rechazo, y debe invitarse al ac-
tor a presentar un nuevo escrito correctamente redactado84.
Debe tenerse en cuenta que, a pesar de lo afirmado por algún autor
antes de la existencia de la Instrucción Dignitas connubii85, no se considera
un defecto del escrito de demanda que permita su rechazo la carencia del
domicilio o cuasidomicilio del convenido86. De todos modos, no puede de-
jar de observarse que aunque esta carencia no permita rechazarlo, el escrito
de demanda resulta inoperante si no consta el domicilio o el cuasidomicilio
del convenido, ya que no podría darse el paso siguiente a la posible admi-
sión del escrito de demanda, que es la citación del convenido a la causa.

1.4. Carencia de fundamentos


En cuarto lugar, deberá rechazarse el escrito de demanda si de su con-
tenido puede deducirse con certeza que la petición carece de todo funda-
mento87 y además que no cabe esperar que del proceso aparezca fundamen-
to alguno de la petición.
Se tiene la certeza de que el escrito de demanda carece de todo fun-
damento y no podrá adquirirlo durante la marcha del proceso si el hecho en
el que se basa la impugnación de la validez del matrimonio, aún siendo del
todo verdadero, carece absolutamente de la posibilidad de hacer nulo el ma-
trimonio; o si, por más que sea un hecho que en sí mismo fuera capaz de
provocar la nulidad del matrimonio, lo que se afirma es manifiestamente
falso88.

84 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 123; cf. también can. 1505 § 3. Se verá que
mientras para la generalidad de los casos (can. 1505 § 3) se brinda al actor la posibilidad de
presentar nuevamente el escrito de demanda enmendando los errores que provocaron su re-
chazo, para el caso de las nulidades matrimoniales la Instrucción insta al Tribunal a invitar
al actor a hacer la nueva presentación del escrito. Se pone así en evidencia la especial solici-
tud pastoral de la Iglesia por las personas que se encuentran en esta situación.
85 Cf. L. MATTIOLI, La fase introduttoria..., pág. 484.
86 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 116 § 1, 5°; cf. también can. 1504. Cf. tam-
bién K. LÜDICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 216.
87 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 1, 4°; cf. también can. 1505 § 2, 4°.
Cf. R. RODRÍGUEZ OCAÑA, Comentario al canon 1505..., pág. 1207.
88 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 122. Cf. también sus antecedentes en la
Instrucción Provida Mater, Art. 64.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 87

Haciendo el análisis contrario, podrán admitirse como fundamentos


suficientes los hechos que por sí mismos tengan la virtualidad de provocar
la nulidad de un matrimonio, y que son probables (admiten prueba) y vero-
símiles (con apariencia de verdaderos) en los términos en los que se los afir-
ma en el escrito de demanda.
Si existen dudas sobre los fundamentos del escrito de demanda, po-
drá hacerse una investigación previa, en orden a decidir si se admite o se re-
chaza el escrito. El objeto de la investigación será precisar si es posible que
del proceso surjan los fundamentos que no se ven con claridad en el escrito
de demanda; campo de investigación serán los hechos y las pruebas aduci-
dos, y su capacidad de poner a la luz los fundamentos que no son evidentes
en el escrito de demanda; las personas a convocar serán ciertamente el ac-
tor y su abogado, si lo tiene, y podrá ser también el convenido89. Hay auto-
res que han llegado a sostener que en estas circunstancias es de capital im-
portancia la convocatoria del convenido, ya que tal como hoy está diseñado
el proceso, en su primera parte, hasta la admisión del escrito de demanda, el
convenido se encuentra en desigualdad de condiciones respecto del actor, ya
que no está prevista su intervención90. Esta intervención, por lo demás, no
está prohibida dentro de la investigación previa, y puede ayudar a corregir
los defectos que presente el escrito de demanda91

2. El rechazo
Veamos ahora sucintamente, siguiendo la normativa detallada que
nos presenta la Instrucción Dignitas connubii, cuáles son las formalidades
que debe cumplir el decreto con el que se realiza el rechazo de un escrito de
demanda y qué remedios es posible esgrimir ante él.

2.1. Forma del rechazo


Si el Tribunal debe rechazar el escrito de demanda, debe hacerlo por
decreto motivado. El decreto debe expresar, al menos de una manera suma-
ria, los motivos del rechazo. Este decreto debe notificarse cuanto antes al
actor y cuando el caso lo requiera, es decir, cuando ha intervenido en la eva-

89 Cf. B. CAGLIOTI, L’indagatio praevia..., págs. 265-267.


90 Cf. S. VILLEGGIANTE, Ammissione del libello e contestuale citazione nella causa
di nullità matrimoniale: rilievi, critiche e proposte, en IE 15 (2003) 682-683.
91 Cf. B. CAGLIOTI, L’indagatio praevia..., págs. 268-269.
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88 Alejandro W. BUNGE

luación de la viabilidad del escrito de demanda, también al Defensor del


Vínculo92.
Como ya se ha señalado, cuando el rechazo del escrito de demanda se
funda en defectos subsanables del escrito, estos defectos deben indicarse en
el decreto que lo rechaza, y debe invitarse al actor a presentar un nuevo es-
crito correctamente redactado93.

2.2. Remedios contra el rechazo


Es posible presentar un recurso contra el rechazo del escrito de de-
manda. El plazo para presentarlo es de diez días útiles desde la notificación
del decreto de rechazo. El recurso debe estar motivado, y debe presentarse
ante el Colegio que entiende en la causa si el rechazo lo ha decretado su pre-
sidente, o ante el Tribunal de apelación si el rechazo lo ha decretado el Co-
legiado94. En ningún caso el Vicario judicial en cuanto tal es instancia de re-
curso ante un decreto que ha rechazado un escrito de demanda en su Tribu-
nal. Sólo lo será como integrante de un Colegiado del que forme parte, al
que corresponda entender ante un recurso por el rechazo decretado por su
Presidente.
La resolución del recurso ante el decreto que ha rechazado un escrito
de demanda debe hacerse “con la mayor rapidez”95, quiere decir que se tra-
ta de una decisión que a su vez no admite recurso. Por consiguiente tanto la
decisión del Colegio ante el recurso por el rechazo del escrito de demanda
decretado por su Presidente, como la decisión del Tribunal de apelación an-
te el recurso por el rechazo del escrito de demanda decretado por el Colegio
son decisiones inapelables.
Por último, cabe señalar que si el Tribunal de apelación decide que
debe admitirse el escrito de demanda cuyo rechazo realizado por el Colegio
le fue elevado en apelación, debe devolver la causa al Tribunal a quo, don-
de deberá ser tratada en la primera instancia96.

92 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 121 § 2; cf. can. 1617. Cf. también K. LÜ-
DICKE y R. E. JENKINS, Dignitas connubii..., pág. 421.
93 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 123.
94 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 124 § 1. Cf. también K. LÜDICKE y R. E.
JENKINS, Dignitas connubii..., págs. 219-220 y 422.
95 Cf. ibid.
96 Cf. Instrucción Dignitas connubii, Art. 124 § 2.
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EL ESCRITO DE DEMANDA EN LAS CAUSAS DE NULIDAD MATRIMONIAL 89

CONCLUSIÓN
La primera conclusión que se hace evidente después de este estudio
realizado es que el rechazo in limine de un escrito de demanda de la decla-
ración de la nulidad de un matrimonio será una medida de excepción, poco
habitual.
En segundo lugar, debe tenerse en cuenta que la mejor protección
contra un posible rechazo in limine del escrito de demanda es que el escrito
esté bien realizado, conforme a derecho, ya que si bien, igual que en otros
momentos del proceso, a la hora del rechazo in limine del escrito hay un mar-
gen discrecional confiado a la ciencia y conciencia del juez, éste no podrá
actuar arbitrariamente, sino que tiene taxativamente señalados los motivos
para un eventual rechazo, y no puede tomar esta medida por ningún motivo
fuera de los que fijan las leyes procesales por las que debe regirse.
En tercer lugar, en orden a una correcta y eficaz confección del escri-
to de demanda, no bastará guiarse por el Código de Derecho Canónico97, si-
no que habrá que acudir también a la Instrucción Dignitas connubii, que de-
be ser observada en todos los Tribunales diocesanos e interdiocesanos al tra-
tar las causas de nulidad matrimonial, y que presenta precisas determinacio-
nes sobre el modo de confeccionar el escrito de demanda98.
En cuarto lugar, para los casos en que un rechazo in limine de un es-
crito de demanda pueda atribuirse a un error del Juez, la misma norma ca-
nónica prevé el remedio, indicando los caminos del recurso posible.
Pero no es aventurado suponer que la mayor parte de los rechazos se
deberán a errores en la confección del escrito de demanda. Algunos de ellos,
en la medida en que son errores subsanables podrán y deberán ser indicados
por el Juez en el decreto de rechazo, y permitirán una nueva presentación
con errores dichos subsanados, llevando por lo tanto al Tribunal a admitir el
nuevo escrito de demanda.
De todos modos, vale aspirar al camino ideal que consistirá en la pre-
sentación de un escrito de demanda que, al mismo tiempo que expresa la
realidad y el pedido del actor para que la Iglesia resuelva con su autoridad
judicial lo que considera un justo reclamo de sus derechos, lo hace dentro
de los cauces que las normas procesales le señalan.

97 Cf. cáns. 1501-1506 y 1671-1675.


98 Cf. Arts. 8-14, 48-49, 92-93, 97, 106, 114-125, la mayor parte de los cuales se han
analizado en detalle en este estudio.
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90 Alejandro W. BUNGE

Este estudio pretende ser un auxilio práctico a las partes y a sus abo-
gados para ayudarlos a la mejor confección posible del escrito de demanda.
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AADC XVI (2009-2010) 91-119

LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA.


PLANTEO DE LA CUESTIÓN Y NORMATIVA VIGENTE
EN LA IGLESIA LATINA

Ariel David BUSSO

SUMARIO: I.- El instituto de la incardinación y su fundamento. 1. El concep-


to de incardinación. 2. Algunos elementos históricos. 2.1. De la épo-
ca apostólica a las normativas sinodales. 2.2. La mitigación medie-
val de la antigua legislación. 2.3. Las disposiciones del Concilio de
Trento. 2.4. Los títulos de ordenación. 2.5. La Carta apostólica Spe-
culatores y posteriores normas. 2.6. El Código de Derecho Canónico
de 1917. 2.7. El Concilio Vaticano II. 2.8. El Motu Proprio Ecclesiae
Sanctae. 3. La necesidad de la incardinación. II.- Las normas actua-
les. 1. Las estructuras capaces de incardinar. 2. Los modos de incar-
dinación. 2.1. La incardinación originaria explícita. 2.2. La incardi-
nación derivada explícita. 2.3. La incardinación derivada implícita.
3. Las condiciones requeridas para una legítima incardinación. 4. La
incardinación en las asociaciones clericales y en lo movimientos
eclesiales. III.- La excardinación y las condiciones requeridas. IV.-
La addictio o “agregación”. V.- La autoridad competente para incar-
dinar y excardinar en las Iglesias particulares. VI.- Algunas disposi-
ciones acerca de los clérigos diocesanos que habitan fuera de sus
diócesis de origen. 1. Casos de estudio o atención pastoral. 2. El ca-
so de atención a los emigrantes. 3. El caso de los clérigos cuya vida
peligra en su país de origen. 4. El especial caso de la permanencia
en la diócesis de Roma.
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92 Ariel David BUSSO

I. EL INSTITUTO DE LA INCARDINACIÓN Y SU FUNDAMENTO

1. El concepto de incardinación

Se puede definir a la incardinación como la necesidad establecida por


el derecho, para que los clérigos dependan de quienes gozan de la facultad
de adscribir, a los fines de pertenecer a un servicio pastoral determinado.
O bien como la institución por la cual un clérigo debe estar ligado a
una Iglesia particular o a otra estructura legítima.
Se trata de un instituto pastoral y por lo tanto canónico. El sinónimo,
en castellano, es el de incorporación. La palabra incardinación viene del la-
tín cardo que significa la extremidad por la cual una punta encaja en un dis-
positivo y hace que de él dependa. Sirve para traducir esta exigencia de la
Iglesia, por la cual un clérigo debe pertenecer a una Iglesia particular deter-
minada o a otra estructura capaz de realizarla. La Iglesia es una sociedad je-
rárquica, donde la presencia de clero vago o acéfalo no está permitida. La
diferencia de los demás fieles está determinada por su domicilio, pero la de
los clérigos, en particular, está determinada por la relación con la Iglesia o
institución a la cual está incardinado.
El origen histórico ayudará a comprender mejor la normativa canóni-
ca vigente.

2. Algunos elementos históricos


2.1. De la época apostólica a las normativas sinodales
La incardinación es una de las instituciones más antiguas de la orga-
nización eclesiástica. Su disciplina ha pasado por distintas y variadas etapas
a través de la historia.
Desde los primeros Concilios se proclamó la necesidad que la orde-
nación fuera conferida a los clérigos para una Iglesia con la cual debían ins-
taurar un ligamen, tenido casi como indisoluble. El Concilio de Nicea mar-
ca esta necesidad en un célebre canon: “No está permitido ni a un Obispo ni
a los otros clérigos, pasar de una ciudad a otra; ni el Obispo, ni el sacerdo-
te, ni el diácono pueden hacerlo. Si lo hiciese... su paso de una Iglesia a otra
debe ser considerado como sin valor y que el clérigo sea devuelto a la Igle-
sia para la cual ha sido ordenado Obispo, sacerdote o diácono”1.
1 Can. 15.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 93

En el 451, el Concilio de Calcedonia renovó esta prohibición, pero


admitió una excepción en el caso que la Iglesia, a la cual estaba incorpora-
do el clérigo, hubiera sido destruida. Es en ese siglo donde florecientes Igle-
sias se vieron destruidas y arrasadas hasta no quedar nada en pie causando
la dispersión de sus habitantes, incluidos los clérigos, a otras ciudades y re-
giones. La naturaleza misma de esta excepción, muestra la rigidez de la dis-
ciplina que la Iglesia mantenía en este sentido. Los Concilios provinciales y
nacionales del siglo IV al VII repitieron la misma prescripción2.
Pero, en los siglos VIII y IX, muchos Sínodos, concientes de que la
disciplina se había relajado por una u otra causa, insistieron constantemen-
te para mantenerla aunque reconocían la licitud de un cambio de Iglesia, si
el Obispo lo permitía.
El mismo Concilio de Nicea expresaba también la anulación de la or-
denación por parte de un Obispo no propio3.

2.2. La mitigación medieval de la antigua legislación


En el siglo XII, con el relajamiento de las costumbres, hay una miti-
gación notable de la antigua legislación, pero lo es más en las costumbres
que en los textos de las leyes. Comienza a aceptarse la ordenación absolu-
ta, es decir, que un clérigo podía obtener la ordenación sin que estuviere al
servicio de una Iglesia particular determinada. Le era impuesto solamente la
prescripción de presentar un título de ordenación, para que regulase el pro-
blema de su subsistencia. La supresión de la masa común de los bienes que
servía originariamente para el sustento del clero y su reemplazo por el be-
neficio, fueron las causas principales de esta tolerancia. El Concilio de Le-
trán III, en 1179, consideró a la incardinación como un medio ordenado, pa-
ra el caso de un clérigo, en que sus bienes no alcanzaran para su subsisten-
cia4. La práctica se acentuó y en 1208 Inocencio III admitió la ordenación
con el solo título de patrimonio o título de beneficio, que permitía recibir la

2 Se pueden citar entre ellos, los de África: Cartago (348 y 197), Mileve (402); los
de España: Toledo (400 y 527), Sevilla (619); los de las Galias: Arles (314) Tours (460) Or-
leáns (549), Epaone (517).
3 Cf. can. 16.
4 Cf. can. 5. “Episcopus si aliquem sine certo titulo, de quo necessaria vitae perci-
piat... ordinaverit, fandiu ei necessaria subministret, donec in aliqua ei ecclesia convenien-
tia stipendia...assignet. Nisi talis ordinatur de sua vel paterna hereditate subsidium vitae
possit habere. Este texto fue tomado en las Decretales de Gregorio IX, c. 40, De praebendis.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 94

94 Ariel David BUSSO

ordenación. Gracias al patrimonio personal o al rédito beneficial, el clérigo


podía proveer a su propia sustentación. El destino pastoral del ministerio
conferido pasó así a un segundo orden, apareciendo los clérigos absolutos o
vagos5.
Esta institución del titulus patrimonii fue otra circunstancia que rom-
pió del todo la unión tradicional entre el clérigo y su diócesis original o pri-
mitiva. Si bien ya la costumbre se había introducido, ahora se transformaba
en ley.
Hacia esa misma época prosperó progresivamente un nuevo medio
para adquirir un Obispo propio. Se le llamó titulus beneficii. Consistía en el
hecho que un Obispo otorgaba al clérigo un beneficio eclesiástico en la dió-
cesis de la cual era Obispo, aunque el clérigo fuera de otra. Este título, jun-
to con el de patrimonio, tuvo como consecuencia una libertad excesiva pa-
ra trasladarse de una diócesis a otra. Esta fue praxis corriente durante todo
este período y era enseñada como doctrina por los canonistas de este tiem-
po6. Cabe agregar que además, los beneficios simples, no obligaban a la re-
sidencia del beneficiario.
Esta situación se encontraba lejos de ser favorable a la disciplina
eclesiástica. Los Padres conciliares de Trento buscaron, también en esta cos-
tumbre, aplicar la necesaria medicina al caso.

2.3. Las disposiciones del Concilio de Trento


El Concilio tridentino dispone que el clérigo, de ordinario, esté líci-
tamente ordenado si posee un beneficio, y que el titulus patrimonii no debía
ser admitido, si así no lo exige la necesidad y la utilidad de las Iglesias. Pe-
ro también el Concilio remarcaba, más fuertemente, la voluntad de restau-
rar la antigua disciplina. Se decreta que: “En el futuro, nadie podrá ser or-
denado, si no ha sido adjuntado –adscribantur– en la Iglesia para un servi-
cio, “de modo que no existan de ahora en más, clérigos de residencias va-
riables e inciertas”7.
Pero las circunstancias, en el siglo XVI, eran muy diferentes de aque-
llas que permitieron en los primeros siglos una estricta disciplina en la ma-

5 Cf. c. 6, X, de clero non resid, III,4.


6 Se puede consultar al Abbasantiquus, en la Lectura aurea (Strasbourg, 1510); Panor-
mitanus, en Comentaría super libros decretalim (Lyon, 1547). Cf. R. NAZ, op. cit. pág. 831.
7 Cf. Sess. XXIII, can. 6.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 95

teria. Por eso se constata que en la práctica, el decreto tridentino, no pasó de


aplicarse imperfecta y parcialmente. Donde más se observó, fue en los ca-
sos de colación de las órdenes menores y de la tonsura, porque resultaba útil
a los efectos de vigilar que esta categoría de clérigos permaneciera en las ór-
denes recibidas y entraran definitivamente en el servicio de una Iglesia.
El problema volvió a agudizarse cuando la institución de los semina-
rios fue generalizada, porque el solo hecho de la presencia de un clérigo en
el seminario, hacía inútil la adscripción exigida por el Concilio de Trento.
Esto se constata, entre otros testimonios, en Benedicto XIV –el sabio Papa
Lambertini– quien se lamentaba que se haya olvidado la institución de la in-
cardinación y de las penas ordenadas por el Concilio de Calcedonia. Así,
muchas decisiones de Congregaciones romanas, también llegaban a esta
misma conclusión. Pero no puede ponerse en duda que, salvo casos particu-
lares, hasta el final del siglo XVIII, no se cuestionaba en el derecho –y mu-
cho menos en la práctica– que un clérigo pudiera continuar pasándose de
una diócesis a otra por motivos razonables y si no estaba provisto de un be-
neficio residencial.

2.4. Los títulos de ordenación


Las transformaciones políticas, económicas y sociológicas que si-
guieron al fin del ancien régime, llevaron a la búsqueda de una mayor dis-
ciplina. Una causa para esta búsqueda debe encontrarse en la disminución
considerable del número de beneficios eclesiásticos. Así, la unión con el ofi-
cio, perdió rápidamente su eficacia. La necesidad de conservar un número
suficiente de clérigos para atender a las necesidades pastorales, llevó a que
los Obispos comenzaran a poner más el acento en estas necesidades que en
los beneficios decrecientes. Pero además otra causa también producía el
mismo resultado. La naturaleza de las garantías que servían y aseguraban
los medios de subsistencia a los clérigos, siguió una lenta pero significativa
evolución. Esa antigua garantía consistía en la posesión de un beneficio en
el momento de la ordenación del sub-diaconado. Se trataba del titulus bene-
ficii que ya había desaparecido casi completamente. Para cumplir con la ley
existente en este sentido, hubiera sido necesario multiplicar las garantías
provenientes del patrimonio personal de los clérigos o titulus patrimonii.
Pero esto resultaba imposible porque la gran mayoría del clero era pobre y,
también, porque allí donde se mantuvo esta praxis, los resultados fueron ne-
gativos o insuficientes.
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96 Ariel David BUSSO

Otros títulos de ordenación tuvieron nacimiento en esta época, aun-


que la ley general los ignoraba. Por ejemplo: el titulus missionis, que exis-
tía ya en los territorios dependientes de Propaganda Fide; el titulus servitii
diocesani, además el titulus mensae o el titulus administrationis. Surgidos
de necesidades prácticas, sin haber pasado por los principios jurídicos pre
existentes, estos títulos no establecían, con claridad, cuáles eran las estric-
tas obligaciones del clérigo que las poseía. Sin embargo, este hecho, refor-
zó notoriamente la ligazón entre el clérigo y su diócesis. La ordenación se
hacía expresamente por la necesidad de la diócesis y no por la del clérigo.
La jurisprudencia de los Dicasterios romanos, inspirados en estas nuevas
circunstancias, tuvo en cuenta la necesidad de volver a la antigua discipli-
na. A pesar de los siglos precedentes y su influencia, las respuestas de las
Congregaciones romanas afirmaron el poder del Obispo para retener a un
clérigo, aún en contra de su voluntad, entre su clero diocesano. Pero esta no
fue una regla absoluta, sino que la obra de la Curia romana fue caso por ca-
so, como respuestas a consultas o a instancias de apelaciones. Aquí es don-
de se nota la evolución gradual ya señalada para esta institución.

2.5. La Carta apostólica Speculatores y posteriores normas


El documento papal más significativo que trató directamente a la ins-
titución de la incardinación, fue la Carta apostólica Speculatores8, promul-
gada por Inocencio XII. El fin de estas normas fue, principalmente, para ar-
monizar la legislación tendiente a la incardinación y el movimiento de clé-
rigos surgido después del Concilio de Trento. La norma, recordando el Con-
cilio, disponía que no se ordenase a nadie que no fuera por la necesidad de
la Iglesia y recuerda la obligación de una adecuada sustentación de los clé-
rigos. Esta ley se transformará en clásica y será el modelo de legislación, en
este sentido, hasta el Código de Derecho Canónico de 19179.
Fue el Papa León XIII, en el Decreto Anteactis temporibus emanado
por la Sagrada Congregación del Concilio, del 22 de diciembre de 1894,
quien promulgó esta norma para la Iglesia universal10.

8 Del 4-XI-1694.
9 Cf. M. MULLANEY, Incardination and the universal dimension of the Priestly mi-
nistry. A companson between CIC´17 and CDC 83, Roma (2002) pág. 30.
10 De la SCCONS., también es el Decreto A primis, del 20-VIII-1898, como respues-
ta a varias preguntas de Obispos.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 97

En el siglo XIX la Sagrada Congregación del Concilio11 estableció


que los clérigos solamente podían ser ordenados con el título al servicio de
la diócesis, de tal modo que el Obispo podía no darle el pase a otra dióce-
sis, aún en contra de la voluntad del clérigo.
Por estas épocas el Cardenal Pietro Gasparri decía al respecto: “El
Obispo puede denegar a un clérigo a abandonar una diócesis, siempre que
le asegure una subsistencia conveniente. Si el Obispo rehúsa a otorgar el
permiso de abandonar la diócesis y de conceder la subsistencia, el sacerdo-
te no puede todavía dejar la diócesis, sino que debe dirigir su recurso a la
Sagrada Congregación del Concilio”12. Por su parte, la Santa Sede declara-
ba ya, en 1894, que los clérigos no podrán abandonar la diócesis sin moti-
vo razonable, y tomaba el principio de Gasparri haciéndolo suyo. El Obis-
po podía así prohibir el paso de un clérigo a otra diócesis, si era capaz de
darle los medios de subsistencia13.

2.6. El Código de Derecho Canónico de 1917


En el Código de Derecho Canónico de 1917 había dos formas de in-
cardinación: la incardinación explícita y la incardinación implícita14. La pri-
mera era la del “clérigo secular” que resultaba de la recepción de la prime-
ra tonsura y la de un religioso cuando emitía la profesión religiosa perpetua.
La segunda resultaba de la colación de un beneficio residencial a un clérigo
foráneo a la diócesis, siguiendo las debidas formalidades de excardinación
e incardinación correspondiente, o bien por la admisión pura y simple en
una diócesis de un religioso salido de un instituto y luego del período de
prueba de tres años, o de la profesión religiosa perpetua de un clérigo secu-
lar que pasaba a una religión15.
El Código de Derecho Canónico de 1917 es la primera ley general
que habla, explícitamente, de la incardinación como vinculación entre el
clérigo y una diócesis determinada sin afirmar que este vínculo es indisolu-
ble. En el sistema del Código piobenedictino existía también la institución
de la excardinación, es decir del cambio de diócesis. Se admitía, con carác-
ter normalmente obligatorio, la permanencia del vínculo entre el clérigo y

11 Cf. Dec 1894.


12 P. GASPARRI, De sacra ordinatione (893). Citado por R. NAZ, op. cit. pág. 833.
13 Cf. R. NAZ, Ib.
14 Cf. cáns. 111-117 CIC´17.
15 Cf. R. NAZ, op. cit. t. 5, págs. 1294-1296.
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98 Ariel David BUSSO

su diócesis que no puede romper sin la autorización expresa y escrita de su


Obispo.

2.7. El Concilio Vaticano II


El Concilio Vaticano I toma las disposiciones del Concilio de Trento
y las reafirma16. El esquema sobre la disciplina eclesiástica, preparado para
el Concilio17, repetía las normas del anterior Concilio y las enseñanzas de
Inocencio XII y Benedicto XIII al respecto.
El Código de Derecho Canónico de 1917 afirmaba en el canon 111 §
1 que era necesaria la adscripción a alguna diócesis o a un instituto religio-
so; no eran aceptados absolutamente los clérigos vagos. La incardinación
era perpetua y absoluta18. Estaba prevista la excardinación19 pero no favo-
recía para nada la transferencia de clérigos.
En cambio, el Concilio Vaticano II coloca la cuestión en términos
nuevos20. La incardinación viene fundada en la participación al sacerdocio
de Cristo y el ministerio sacerdotal es visto en relación a la amplitud univer-
sal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. La asamblea conciliar
lo dice con estas palabras:
“El don espiritual que los presbíteros recibieron en la or-
denación no los prepara a una misión limitada y restringi-
da, sino a una misión universal y amplísima de salvación
[hasta lo último de la tierra (Hech 1,8)]”21

Por ese mismo motivo existe una solicitud, por parte del Concilio, de
revisar las normas sobre la incardinación:
“Revísense además, las normas sobre incardinación y ex-
cardinación, de tal forma que, permaneciendo firme esta
antiquísima institución, responda, sine embargo, mejor a
las actuales necesidades pastorales”22.

16 Cf. CA Apostolicae Sedis, 12-X-1869.


17 De titulus ordinationum, cap. III, n. 14
18 Cf. can. 117,3º CIC´17.
19 Cf. cáns. 112,114,116 CIC´17.
20 Cf. CD n. 28.
21 PO n. 10.
22 Ib.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 99

LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 99

2.8. El Motu Proprio Ecclesiae Sanctae


Después del Concilio, el Motu Proprio Ecclesiae Sanctae establece
las normas para la implementación de los derechos indicados en los decre-
tos Christus Dominus, Presbyterorum Ordinis, Perfectae Caritatis y Ad
Gentes. Esas normas fueron promulgadas ad experimentum hasta la publi-
cación del nuevo Código de Derecho Canónico. Entre las normas allí pro-
mulgadas, se tiene presente la condición misionera de la Iglesia, la necesi-
dad de extender las actividades misioneras más allá de los límites de las dió-
cesis y, por ende, se solicita más amplitud en las costumbres para la mejor
distribución del clero23.
Es por eso que en 1966 se instituyo un Consejo para una mejor distri-
bución del Clero, dependiente de la Congregación para el Clero24, pero pos-
teriormente la Constitución Pastor Bonus ya no hace mención de este oficio.
La normativa del Motu Proprio Ecclesiae Sanctae pasó, casi sin cam-
bios, al actual Código de Derecho Canónico. Algunos otros documentos,
fruto de la reflexión post-conciliar, siguieron estas mismas conclusiones en
diversas circunstancias25.

3. La necesidad de la incardinación
La incardinación parte del principio fundamental en el ordenamiento
canónico de la importancia que significa pertenecer a una comunidad pres-
biteral. La finalidad del instituto es que no existan clérigos “acéfalos o va-
gos”. La ley canónica obliga que todo clérigo deba estar incardinado en al-
guna institución eclesiástica concreta y capaz de incardinar. Esta determina-
ción es obligatoria, tanto para el clero diocesano como para los miembros
de institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica.
La palabra “incardinación” no posee una larga trayectoria, sino que
se la usa desde tiempos recientes, aunque su institución, como se ha visto,
se remonte a la época apostólica26. Si bien el ministerio sacerdotal posee mi-

23 Cf. MP ES, III,1.


24 Cf. CA Regimini Ecclesiae Universae n. 68.
25 Se pueden mencionar a la Instr. Quo aptius, del 24-II-69, que regula la coopera-
ción misionera de los Obispos en relación al trabajo misionero y el Direct. Postquam apos-
toli, del 25-III-80, sobre el mismo tema.
26 La primera vez que se usó el nombre de “incardinación” es en un Dec. de la SC-
Cons., del 20-VII-1898. (Cf. D. LE TOURNEAU, CECIC, Comentario al can. 265, pág. 297).
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100 Ariel David BUSSO

sión universal por la recepción del sacramento del orden sagrado, esta fina-
lidad universal se hace concreta mediante la pertenencia a una estructura
eclesial determinada. La misión del clérigo es siempre universal, por eso di-
ce la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis27: “La pertenencia y de-
dicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del
presbítero, pues, dada la misma naturaleza de la Iglesia particular y del mi-
nisterio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites”. El
Concilio enseña sobre esto, como ya se ha señalado: “El don espiritual que
los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limi-
tada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación “has-
ta los confines de la tierra”28, pues cualquier ministerio sacerdotal participa
de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Após-
toles”29.
La incardinación, de suyo:
No constituye únicamente un simple vínculo de sujeción a un supe-
rior determinado, sino la incorporación a una Iglesia particular o a un insti-
tuto de vida consagrada o a una sociedad de vida apostólica o a una prela-
tura personal, para servir, a través de ellas, a toda la Iglesia universal. Nóte-
se la referencia a la causa final de la incardinación que es el mejor servicio
a la Iglesia universal y que realiza a través de la pertenencia a una comuni-
dad particular concreta.
Tampoco es una vinculación espacial donde solamente cuenta el te-
rritorio. Puede ser también vinculación personal, como en los casos de ins-
titutos de vida consagrada, sociedades de vida apostólica, prelatura perso-
nal, ordinariatos o a Iglesias particulares personales.
No significa inmovilización absoluta por la pertenencia misma, sino
que posee la flexibilidad que necesita la exigencia pastoral concreta.
Las normas actuales surgen de las disposiciones del Concilio Vatica-
no II. El Decreto Christus Dominus, determina: “Procuren (los Obispos)
que, en la medida de lo posible, algunos de sus sacerdotes marchen a las an-
tedichas misiones o diócesis, para ejercer allí el sagrado ministerio a perpe-
tuidad o por lo menos por un tiempo determinado”30. A su vez, el Decreto

27 Cf. n. 32.
28 Hech. 1,8.
29 Cf. PO n. 10.
30 N. 6.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 101

Presbyterorum Ordinis, después de invitar a las diócesis con más vocacio-


nes a ayudar a las que tienen necesidad de clero, dispone que se revisen “las
normas de la incardinación y de la excardinación, de modo que permane-
ciendo firme esta antiquísima institución, respondan mejor a las necesida-
des pastorales de hoy”31.
El Código de Derecho Canónico actual, teniendo en cuenta los con-
siderandos y disposiciones conciliares establece la absoluta necesidad de la
incardinación y no admite, de ningún modo posible, a los clérigos “acéfalos
o vagos”32. Desde este punto de vista el enunciado general no se aparta na-
da respecto a la legislación anterior. Los cambios son notorios, a su vez, en
las novedades introducidas con respecto a la mayor funcionalidad y flexibi-
lidad de la estructura misma de la incardinación. La esencial e irrenunciable
dimensión eclesial, reviste modalidades, finalidades y significados particu-
lares, también en la vida espiritual del clérigo. Por eso, por su misma vida
espiritual y en su caridad pastoral “...es necesario considerar como valor es-
piritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular,
lo cual no está motivado solamente por razones organizativas y disciplina-
res; al contrario, la relación con el Obispo en el único presbiterio, la copar-
ticipación en su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico
del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de
la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al di-
bujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este
sentido la “incardinación” no se agota en un vínculo puramente jurídico, si-
no que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y
pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura voca-
cional del presbítero”33. Por eso mismo, la Constitución apostólica que eri-
ge los ordinariatos anglicanos recuerda: “Los presbíteros incardinados en un
ordinariato, que constituyen su presbiterio, deben cultivar también un vín-
culo de unidad con el presbiterio de la diócesis en cuyo territorio desarro-
llan su ministerio; deberán favorecer iniciativas y actividades pastorales y
caritativas conjuntas, que podrán ser objeto de acuerdos estipulados entre el
ordinario y el obispo diocesano local”34.

31 PO n. 10.
32 Cf. can. 265.
33 PDV n. 31.
34 Angl. Coet. n. VI § 4
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102 Ariel David BUSSO

La incardinación hace tomar conciencia que estar en una Iglesia par-


ticular es un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana.
La obligatoriedad de la incardinación tendrá también en cuenta la ne-
cesidad y la utilidad del diácono a incardinar. Esta utilidad, señalada en la
ley vigente35, no puede ser valorada en relación con la vacancia de oficios
de la propia diócesis sino en consonancia con las necesidades de la Iglesia
universal36.
La incardinación se transforma así en un modo para promover a las ór-
denes sagradas a quienes son idóneos, para poder destinarlos también al ser-
vicio de otras diócesis a las que podrá marcharse después, prestando un inva-
lorable servicio. Si la ordenación así realizada es para una diócesis determi-
nada y concreta será en la diócesis ad quem donde se incardinará37, pero si es
a una diócesis indeterminada, quedará incardinado a su propia diócesis a la es-
pera de una eventual excardinación y correlativa incardinación.
De la necesidad de la incardinación surgen obligaciones y derechos
también necesarios para los clérigos. Su destino sacramental y el ejercicio
de las funciones sagradas, lo relacionan con algunas personas en particular.
Muchas de estas relaciones pueden calificarse de jurídicas y son fácilmente
determinables, con efectos también jurídicos. La incardinación es una insti-
tución que la Iglesia juzga necesaria y, por lo tanto, emana de ella una legis-
lación considerable38.

II.- LAS NORMAS ACTUALES

1. Las estructuras capaces de incardinar


Es el Motu Proprio Ecclesiae Sanctae, de Pablo VI, quien recogió lo
auspiciado por el Concilio39. La incardinación, desde este documento, ya no
será privativa únicamente de una Iglesia particular o de una religión. Ya an-
tes de estas normas algunas sociedades clericales habían recibido el indulto

35 Cf. can. 1025 § 2.


36 Cf. can. 257.
37 Cf. can. 266 § 1
38 Los principales deberes señalados en el CIC, en este sentido, son los que prescri-
ben los cáns. 273; 274 § 2; 275 § 1; 283 § 1 y los derechos son: cáns. 274 § 1; 281 y 384.
39 Cf. n. I, 3 y 4.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 103

apostólico de incardinar a clérigos. Actualmente ese indulto es necesario so-


lamente para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostó-
lica de derecho diocesano y para los institutos seculares40.
Son estructuras capaces de incardinar:

1. Las Iglesias particulares: las diócesis, las prelaturas territoriales,


las abadías territoriales, los vicariatos y prefecturas apostólicas,
las administraciones apostólicas establemente constituidas41.
2. Las prelaturas personales42.
3. Los institutos religiosos43.
4. Las sociedades clericales de vida apostólica44.
5. Los institutos seculares, por concesión de la Sede Apostólica45.
6. Los ordinariatos castrenses46.
7. La Administración apostólica personal47.
8. Los ordinariatos que señala la Constitución Apostólica Anglica-
norum Coetibus48.
La novedad de la normativa codicial la constituye, en primer lugar, la
existencia de la prelatura personal como capaz de incardinar. Pero además
se advierten otras ventajas como por ejemplo las facilidades que la norma
otorga para la movilidad del clero, ya sea por las necesidades de algunas
diócesis carentes de clero suficiente, como la conveniencia del mismo cle-
ro que desea excardinarse de una diócesis e incardinarse a otra por motivos
personales.

40 Cf. cáns. 1019 § 2 y 266 § 3.


41 Cf. cáns. 368 y 371.
42 Cf. can. 266 § 1.
43 Cf. can. 266 § 2.
44 Cf. cáns. 266 § 2; 736 § 1.
45 Cf. cáns. 266 § 3; 715 § 2.
46 Cf. CA. Spirituali militum curae 21-IV-1986.
47 Actualmente existe la Administración apostólica “permanentemente constituida”
“San Juan María Vianney”, como circunscripción eclesiástica, mediante decreto de la Con-
gregación para los Obispos (18-I-2002), en Campos (Brasil). De esta manera se abrió una
nueva posibilidad de estructuras jerárquicas personales con capacidad para tener presbiterio
e incardinar clero propio. (Cf. T. TINCÓN PÉREZ, El orden de los clérigos o ministros sagra-
dos, Pamplona (2009) pág. 231. El art. VI § 1 del decreto dice: «Administrationis Presbyte-
rium constituunt presbiterio incardinati»).
48 Del 4-XI-2009, n. VI §§ 3y4.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 104

104 Ariel David BUSSO

En los últimos tiempos, se ha agregado como estructuras incardina-


dotas a la administración apostólica personal y a los ordinariatos de futura
creación para los católicos venidos de la comunión anglicana.

2. Los modos de incardinación


Antes del Código de Derecho Canónico de 1917 se consideraba que
un clérigo estaba incardinado en una diócesis por el hecho de tener en ella
su origen, su domicilio, su beneficio o –como en algunas naciones– forma-
ban parte de la “familia” del Obispo local. Así los antiguos textos decían:
Titulus originis, domicilii, beneficii o familiaritatis. La familiaritas era el re-
sultado del hecho de haber servido algún tiempo –dos o tres años– a un
Obispo y recibir de él algún beneficio luego de su ordenación. Tenía por
efecto que el clérigo quedaba sujeto a este Obispo determinado a quien le
ligaba el vínculo del servicio y/o del beneficio49. Ya en el Código de Dere-
cho Canónico de 1917 la familiaritas no poseía consecuencia jurídica.
Actualmente existen distintas formas de incardinación, según sea su
acceso a la estructura que incardina: la incardinación ordinaria explícita; la
incardinación derivada explícita y la incardinación derivada implícita50.
El primer parágrafo de este canon hace referencia a una forma deter-
minada de la incardinación originaria explícita, es decir cuando por la re-
cepción del diaconado, al hacerse clérigo, se adscribe a una Iglesia particu-
lar o prelatura personal. Esto pose gran claridad y no necesita ulteriores ex-
plicaciones. Pero la redacción de los parágrafos 2 y 3 tuvo algunas modifi-
caciones hasta llegar a su redacción definitiva51.

2.1. La incardinación originaria explícita


Para los clérigos diocesanos, esta incardinación se efectúa por la or-
denación diaconal52. Primitivamente los Obispos podían ordenar para su
diócesis a cualquier laico venido de otra parte, pero luego se establecieron
limitaciones tal como se ha dicho. El canon 1016 sostiene que el diácono

49 Cf. R. NAZ, op. cit. t. 5, págs. 1293-1294.


50 Cf. can. 266 § 1.
51 Cf. Comm. 14 (1982) págs. 64-65.
52 Cf. M.P. Ministeria Quaedam; MP Ad pascendum del 15-VIII-1972. Con respec-
to a las dimisorias: cf can. 1015.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 105

tiene por Obispo propio al de la diócesis donde tiene su domicilio o el de la


diócesis a la que ha decidido dedicarse.
Es Obispo propio el de la diócesis donde vive53, pero si decide otra
diócesis para su ordenación, nada le obliga a adquirir domicilio en la mis-
ma.
La incardinación, en este caso, constituye en un acto posterior al rito
litúrgico de admisión54 y a la recepción de los ministerios del lectorado y
acolitado55, recibidos al menos seis meses antes del diaconado para guardar
los intersticios56.
Para los que se incardinan en un instituto religioso o en una sociedad
clerical de vida apostólica, estos deben tener votos perpetuos o definitiva in-
corporación, respectivamente. La incardinación se realiza siempre con el
diaconado y no con la profesión de votos57.
Para los miembros de un instituto secular, se incardinan al recibir el
diaconado pero en la Iglesia particular para el que ha sido promovido (siem-
pre que ese instituto secular no tenga concesión especial de la Sede Apostó-
lica)58. Esta parte del canon deja algunas consecuencias no siempre previsi-
bles para los que pertenecen a un instituto o a estructuras asociativas, aun-
que algunas de ellas se encuentren normadas.
Así se presentan, en estos dos últimos párrafos del canon 266, las si-
guientes conclusiones:
1º La incardinación es una institución propia de los clérigos, por lo
tanto ni siquiera los votos perpetuos en un instituto de vida con-
sagrada o la incorporación definitiva a una sociedad de vida
apostólica clericales, son capaces de ella;
2º La recepción del diaconado en un instituto secular clerical no po-
see la consecuente incorporación al mismo. Sólo algunos institu-
tos seculares poseen indulto apostólico para incardinar;
3º Algunas sociedades o institutos, establecen, por constitución,
que sus miembros son incardinados en una Iglesia particular y no
en la asociación;
53 Cf. can. 102.
54 Cf. can. 1034 § 1.
55 Cf. can. 1035 § 1.
56 Cf. can. 1035 § 2.
57 Cf. can. 266 § 2.
58 Cf. can. 266 § 3.
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106 Ariel David BUSSO

4º En el caso de los religiosos, la profesión perpetua lo adscribe al


instituto de vida consagrada correspondiente pero sólo como re-
ligioso y no como clérigo.
5º En el caso de las prelaturas personales59 la incardinación es al tí-
tulo del servicio de esa prelatura personal y según su propio es-
tatuto60.

2.2. La incardinación derivada explícita


Es aquella que se produce cuando el clérigo se adscribe a otra estruc-
tura capaz de incardinar, distinta a la de origen. Se regula por medio de un
acto administrativo compuesto por dos elementos para su validez, a saber:
En primer lugar las letras de excardinación, otorgadas y firmadas por
el Obispo a quo y, en segundo lugar, las letras de incardinación otorgadas y
firmadas por el Obispo ad quem61. Se limitan así los presupuestos a la rela-
ción bilateral de los dos Obispos diocesanos interesados solamente, sin in-
tervención de terceros.
Las cartas de excardinación e incardinación deben ser de obtención
conjunta. No poseen, en sí mismas, carácter contractual alguno y no admi-
ten dilación ni condición suspensiva ni resolutoria.
Por las graves consecuencias, las actas de excardinación e incardina-
ción están reservadas al Obispo diocesano o al superior o al Prelado compe-
tente.
Estas letras no son consideradas ni perpetuas ni absolutas62.
La excardinación no tiene efecto si no se ha obtenido la incardinación
en otra Iglesia63. En tal caso sería válida pero ineficaz.
En el caso de erección de una nueva diócesis, los clérigos que viven
dentro del territorio nuevo, quedan incardinados automáticamente en la nue-
va circunscripción, salvo previa concesión o acuerdo.

2.3. La incardinación derivada implícita

59 Cf. can. 295 § 1.


60 Cf. MP ES I, 4.
61 Cf. can. 267 § 1.
62 Cf. can. 271 § 3.
63 Cf. can. 267 § 2.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 107

Se entiende por tal, al cambio ipso iure de incardinación64. El canon


268 § 1, expresa:
“§ 1 El clérigo que se haya trasladado legítimamente de la
propia Iglesia particular a otra, queda incardinado a ésta
en virtud del mismo derecho después de haber transcurri-
do un quinquenio, si manifiesta por escrito este deseo tan-
to al Obispo diocesano de la Iglesia que lo recibió como a
su propio Obispo diocesano, siempre que ninguno de los
dos le haya comunicado por escrito su voluntad contraria,
dentro del plazo de cuatro meses a partir del momento en
que recibieron la carta”.

En este caso la incardinación se produce porque el mismo derecho así


lo dispone. En realidad, no se puede hablar de “automática” a secas, porque
posee requisitos y aunque la libertad del clérigo recurrente esté amparada
por el derecho mismo, sin embargo, se le exige casi los mismos requisitos
que en el caso de la incardinación derivada explícita. Lo que la diferencia
es el hecho de que está implícita la facultad –condicionada– de excardinar-
se y de incardinarse respectivamente, luego de transcurrido los cinco años
en la Iglesia particular ad quem.
Los requisitos para que se pueda aplicar este modo de incardinación
son:
1º Que el clérigo manifieste por escrito su voluntad de incardinarse
en la nueva Iglesia particular. Esta manifestación puede ser he-
cha formalmente, explicando el deseo o los motivos, o en forma
de súplica de no regresar a su diócesis de origen. De todos mo-
dos el requisito de in scriptis no puede obviarse.
2º Que haya permanecido cinco años en la nueva Iglesia particular.
El tiempo debe estar legítimamente autorizado por el Obispo a
quo y por el Obispo ad quem y transcurrido sin interrupción, sal-
vo los permisos de ausencia y vacaciones, etc.
3º Que haya existido consenso en este quinquenio de parte de am-
bos Obispos. Este consenso puede haberse otorgado al comienzo
de la estadía del clérigo en la otra Iglesia particular sin haber si-
do revocado, o durante o al finalizar, pero debe existir. Podría

64 Cf. can. 268 § 1; MP ES I, 3.


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108 Ariel David BUSSO

considerarse la autorización presunta, en el caso que el Obispo a


quo nunca haya dispuesto lo contrario por escrito ya que el ca-
non 268 § 1 así ampara el derecho. No debe considerarse como
negativa, ni el deseo contrario por la excardinación del Obispo a
quo, ni el negativo del Obispo ad quem, hasta que no sea mani-
festado formalmente. Se trata de “voluntad” manifestada por es-
crito al interesado y de no un “simple consejo” o de una “mani-
festación de deseo” al interesado o a otro.
4º Que la residencia no haya sido interrumpida. Esta condición no
implica que el clérigo haya desempeñado siempre un oficio efec-
tivo en la diócesis ad quem, porque bastaría que el tiempo no ha-
ya sido interrumpido en la residencia efectiva durante esos cinco
años, aunque no haya desempeñado legítimamente un oficio. El
mismo derecho a esta incardinación derivada implícita, tiene tam-
bién el clérigo impedido o enfermo o de edad avanzada65.
5º Que ninguno de los dos Obispos haya manifestado, por escrito,
su parecer contrario, dentro de los cuatro meses a partir del mo-
mento en que recibieron la petición.
En el caso de un clérigo diocesano que se incardina en un instituto de
vida consagrada religioso o en una sociedad de vida apostólica, queda ex-
cardinado de su Iglesia particular66. Por extensión, debe entenderse del mis-
mo modo, el tránsito de un instituto de vida consagrada religioso o de una
sociedad de vida apostólica a otra67. La admisión de un clérigo a un institu-
to de vida consagrada religioso no es automática, sino que quedará incardi-
nado a la Iglesia particular de origen hasta que no haya hecho la profesión
perpetua, para que quede así definitivamente agregado a la religión.
En el caso de la incardinación de un clérigo de un instituto de vida
consagrada religioso o de una sociedad de vida apostólica a alguna diócesis,
después de cinco años ad experimentum, se deben seguir las normas de los
cánones 693; 727 § 2 y 743. En este caso existe un indulto que se concede
después de un quinquenio ad experimentum, donde un clérigo se encuentra,
sin que el Obispo diocesano o sus superiores hayan expresado formalmente
oposición. En este caso, se incardina de iure a la diócesis que lo ha recibi-
65 Cf. STSA, causa Miamien, Incardinationis, del 27-VI-78, en Comm. n. 10 (1978)
págs. 152-158.
66 Cf. can. 268 § 2.
67 Cf. cáns. 684-685.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 109

do. Pero en el caso de un clérigo que haya sido expulsado por un instituto
de vida consagrada religioso o de una sociedad de vida apostólica, además
de cesar ipso facto los votos, los derechos y las obligaciones provenientes
de la profesión, no podrá ejercer las órdenes sagradas hasta que no encuen-
tre un Obispo que lo reciba o, al menos, le permita el ejercicio de las órde-
nes sagradas68.

3. Las condiciones requeridas para una legítima incardinación


Las condiciones para una legítima incardinación están redactadas es-
pecialmente en el canon 269:
“El Obispo diocesano no proceda a la incardinación de un
clérigo a menos que:
1º lo exija la necesidad o bien la utilidad de su Iglesia par-
ticular, quedando a salvo las prescripciones del derecho
que se refieren a la honesta sustentación de los clérigos;
2º le conste por documento legítimo que ha sido concedida
la excardinación, y haya obtenido además, si es necesario
bajo secreto, los informes oportunos del Obispo diocesano
que concede la excardinación, acerca de la vida, conducta
y estudios del respectivo clérigo;
3º el clérigo haya declarado por escrito al mismo Obispo
diocesano que desea quedar incorporado al servicio de la
nueva Iglesia particular, a tenor del derecho”.

Como puede verse en el mismo texto, estas condiciones afectan algu-


nas, a la licitud del acto y otras a su validez69.
Afectan a la licitud:
La verdadera necesidad o utilidad de la Iglesia particular70;
La existencia de una honesta sustentación para el clérigo a incardinar-
71
se ;
La declaración escrita del clérigo expresando su voluntad de querer
dedicarse al servicio de la nueva Iglesia72. No se requiere, en esta norma que

68 Cf. can. 701.


69 Se trata de las mismas condiciones del CIC´17, pero con algunos cambios.
70 Cf. cáns. 274 § 2 y 1025 § 2.
71 Cf. can. 281 § 1.
72 Cf. can. 269, 3º.
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110 Ariel David BUSSO

la realice bajo juramento como el Código de Derecho Canónico de 1917, en


el canon 117,3º;
La confección de un documento de información sobre vida, costum-
bres, estudios, etc. del clérigo, mientras haya trabajado en aquella Iglesia
particular73.
Afectan a la validez:
El documento legítimo de excardinación74;
El documento legítimo de incardinación75.

4. La incardinación en las asociaciones clericales y en lo movimientos


eclesiales
Se entiende por asociaciones clericales a las que hace referencia el
canon 302:
“Se llaman clericales aquellas asociaciones de fieles que
están bajo la dirección de clérigos, hacen suyo el ejercicio
del orden sagrado y son reconocidas como tales por la au-
toridad competente”.

Por el momento no están previstas normas para que estas asociacio-


nes puedan incardinar a clérigos, ni siquiera por concesión especial de la au-
toridad competente, como si ocurre en los casos previstos para los institutos
seculares76.
Tampoco está contemplado que los movimientos eclesiales, más allá
de que hayan sido aprobados por la autoridad respectiva, incluyendo la pon-
tificia, puedan incardinar clérigos. Sin embargo, algunos de estos movi-
mientos poseen sus propios seminarios para el cultivo de las vocaciones sa-
cerdotales, en cierto modo específicos a su finalidad.
Existen opiniones a favor de que en un futuro puedan incardinar, te-
niendo en cuenta sobre todo a aquellos movimientos que tienen carácter uni-
versal.

73 Cf. can. 269,2º.


74 Cf. can. 267.
75 Cf. can. 267.
76 Cf. cáns. 266§3 y 715§2.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 111

Es bueno recordar el aporte que analógicamente puede ofrecer el Có-


digo de Cánones de las Iglesias Orientales en este sentido. En los cánones
575 y 579 se hace referencia a la posibilidad de que las asociaciones de fie-
les adscriban a clérigos, siempre por concesión especial de la Santa Sede o
por otra autoridad competente.

III.- LA EXCARDINACIÓN Y LAS CONDICIONES REQUERIDAS


Las condiciones para la excardinación están redactadas en el canon
270:
“La excardinación sólo puede concederse lícitamente con
causas justas, como son la utilidad de la Iglesia o el bien
del mismo clérigo; en cambio, no puede denegarse a me-
nos que existan causas graves; sin embargo, el clérigo que
se considere perjudicado y hubiera encontrado un Obispo
dispuesto a recibirlo, puede recurrir contra la decisión”.

Son causas justas, por ejemplo, la utilidad de la Iglesia, la salud del


clérigo, la escasez de clero, el bien espiritual del mismo clérigo o de otras
personas, etc. Se debe notar que la norma del canon pide que para conceder-
se la excardinación debe haber únicamente causa justa, mientras que para
que sea negada, deben existir causas graves. En caso contrario, existe la po-
sibilidad del recurso jerárquico a la Congregación para el Clero, teniendo en
cuenta como negativa de la autoridad competente lo que prescribe el canon
57 §§ 1-2.
El derecho a la excardinación aparece en la legislación vigente con
mayor amplitud que la incardinación. Esta, aunque con mucho menos exi-
gencia que el Código de Derecho Canónico de 1917, sin embargo, no cons-
tituye una facultad del clérigo sino que esta sujeta a numerosas exigencias,
como ya se ha visto.

IV.- LA ADDICTIO O “AGREGACIÓN”


La ayuda entre las Iglesias particulares es una consecuencia de la
identidad misma de la Iglesia, de su misterio, expresado en la comunión y
en la misión. La pertenencia a una Iglesia particular o a una estructura ca-
paz de incardinar, no constituye un refuerzo a los particularismos eclesiales,
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112 Ariel David BUSSO

sino un modo de favorecer el ejercicio del ministerio en pro del Pueblo de


Dios, que no posee determinaciones en su dimensión universal77. El mismo
sacerdocio de Cristo es universal y por lo tanto, el clérigo, especialmente si
es sacerdote, tiene una universal misión por la comunión que posee y que
expresa en sus actos.
Sobre esta base de comunión y misión, es que el Concilio Vaticano II
recomienda que las Iglesias deban ayudarse en orden a una mejor distribu-
ción del clero78.
Debido precisamente a estas situaciones que se consideran en el pá-
rrafo inmediatamente anterior, es que los textos conciliares mencionan otra
figura jurídica a de la incardinación: la addictio o “agregación”. En la letra
del Decreto Presbyterorum Ordinis número 10 se encuentra esta mención
implícita.
De hecho, la normativa vigente del Código piobenedictino, ya no
plasmaba la realidad y la necesidad de la Iglesia en misión. Hubo normas
posteriores que se dictaron al crearse, por ejemplo, la Mission de France,
los vicariatos castrenses y las actividades pastorales de los misioneros asis-
tentes a los emigrantes.
La addictio puede considerarse como una “cuasi incardinación”. Si
bien este término no es exacto para explicar el carácter que conlleva, sin em-
bargo es el único que aparece como resultante de la realidad expresada y su
dimensión jurídica. Tampoco lo es el vocablo “agregación”, ya que parece
expresar una idea más bien exclusiva a la territorialidad de pertenencia a la
estructura a la cual llega este clérigo y lo connota como “extranjero” o “ex-
traño” a la misma. El sacerdote diocesano que desempeña su tarea ministe-
rial en otra Iglesia particular a la suya de origen, goza de los mismos dere-
chos y debe tenérselo en cuenta en todas las instituciones diocesanas, a nor-
ma del derecho universal y particular, especialmente en las que se refieren
al presbiterio.
Lo que quiere decirse con esa expresión es que en esta figura se esta-
blece una relación de servicio entre el clérigo diocesano en cuestión y la es-
tructura eclesiástica referida, teniendo en cuenta el desarrollo de un pleno
ejercicio ministerial. Por eso puede usarse también la expresión “transferen-
cia temporal”.

77 Cf. Direct. TE.


78 Cf. CD n. 6 y PO n. 10.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 113

A diferencia de la incardinación, la agregación puede realizarse en


cualquier estructura y no sólo en las que determina el canon 265.
En el canon 271, sobre todo en los parágrafos 3 y 4, se explicita esta
figura de la addictio marcando concretas normas como ya se ha dicho ante-
riormente. Con las disposiciones actuales se quiere concretizar el principio
de una adecuada figura para la distribución del clero y a la apertura misio-
nera79. El Motu proprio Ecclesiae Sanctae recoge este pedido y establece la
normativa para la transferencia de clérigos de una Iglesia particular a otra,
permaneciendo incardinado en su propia Iglesia80.
Es el canon 271, quien ofrece la norma vigente:
Ҥ 1. Fuera del caso de verdadera necesidad de la Iglesia
particular propia, el Obispo diocesano no ha de denegar la
licencia de traslado a los clérigos que él sepa que están
preparados y estime son aptos para acudir a regiones que
sufren grave escasez de clero, a fin de desempeñar allí el
ministerio sagrado; no obstante, ha de proveer para que se
establezcan los derechos y deberes de esos clérigos, me-
diante acuerdo escrito con el Obispo diocesano del lugar
adonde acudirán.
§ 2. El Obispo diocesano puede conceder a sus clérigos li-
cencia para trasladarse a otra Iglesia particular por tiem-
po determinado, que podrá también renovarse varias ve-
ces, de manera, sin embargo, que esos clérigos permanez-
can incardinados a la propia Iglesia particular y, al regre-
sar a la misma, gocen de todos los derechos que tendrían
si se hubieran dedicado al ministerio sagrado en ellas.
§ 3. El clérigo que pasare legítimamente a otra Iglesia par-
ticular, permaneciendo incardinado a su Iglesia propia,
puede ser llamado de vuelta con justa causa por su propio
Obispo diocesano, con tal de que se observen los acuerdos
alcanzados con el otro Obispo y la equidad natural; igual-
mente, observando las mismas condiciones, el Obispo dio-
cesano de la otra Iglesia particular podrá denegar con jus-
ta causa a ese clérigo la licencia de seguir residiendo en su
territorio”.

79 Cf. PIO XII, Enc. Fidei donum, del 27-IV-57.


80 Cf. I, 3§§3-4.
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114 Ariel David BUSSO

Las normas canónicas tienen en cuenta lo siguiente:


El clérigo tiene derecho a transferirse y el Obispo puede negarse so-
lamente a causa de una verdadera necesidad en su Iglesia. La necesidad alu-
dida es a juicio del propio superior legítimo, pero recordará que es necesa-
rio “causa grave” para negar la excardinación81 y por lo tanto también la
transferencia: “verdadera necesidad”. Existe siempre el derecho al recurso
ante la negativa.
Debe existir también un acuerdo escrito entre el Obispo a quo y el
Obispo ad quem donde se definen los derechos y deberes del transferido. En
ese acuerdo no deben faltar:
• El escrito de solicitud de transferencia del propio clérigo, con su
firma;
• El período de tiempo de servicio a la Iglesia particular ad quem;
• El oficio a desarrollar, el lugar donde desempeñará el ministerio
y el lugar donde habitará;
• El compromiso a una adecuada sustentación y la contribución y
pensión social;
El permiso para visitar la Iglesia particular de origen y/o país.
Los deberes que debe cumplir el clérigo son de responsabilidad del
Obispo ad quem, pero corresponde al Obispo a quo redactar el decreto de
transferencia del clérigo por un tiempo determinado, pero puede ser renova-
do varias veces. El clérigo puede ser llamado otra vez a su diócesis de ori-
gen por justa razón.
El clérigo transferido tiene derecho de regresar a su Iglesia particular
de origen, pero debe respetar los términos de la concesión estipulada con el
Obispo ad quem. Al regresar a su diócesis conserva los mismos derechos y
deberes como si hubiese ejercido allí su ministerio.
El Obispo ad quem puede negar el permiso para una ulterior perma-
nencia, por “causa justa”.
El transferimento temporal puede ser cambiado en incardinación, de
acuerdo al propio derecho82.
El espíritu de este canon, parece tener mayor extensión que su letra.
Con razón señalan algunos, por ejemplo, que se debe aplicar este canon, en

81 Cf. can. 270.


82 Cf. can. 268§1.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 115

los casos de transferencia de un clérigo al servicio de la Conferencia epis-


copal del país o de una región, y a la misma Curia Romana para colaborar
en sus oficios y Dicasterios83. En estos casos, el rol del Obispo ad quem lo
desempeñará el Presidente de la Conferencia episcopal y el Jefe del Dicas-
terio romano que corresponde, respectivamente.

V.- LA AUTORIDAD COMPETENTE PARA INCARDINAR Y EXCARDINAR


EN LAS IGLESIAS PARTICULARES

Pueden incardinar y/o excardinar: el Obispo diocesano o el que está


equiparado a él por el derecho84.
No pueden hacerlo:
Ni el Vicario General, ni el Vicario Episcopal. Esto ya lo establecía el
canon 113 del Código de Derecho Canónico de 1917.
Pero sí puede hacerlo el Administrador diocesano, cuando haya trans-
currido un año de sede vacante y con el consenso del colegio de consulto-
res85. Tampoco puede otorgar la respectiva licencia para trasladarse a otra
Iglesia particular, aunque no sea un caso de excardinación. También es ne-
cesario que se cumplan las condiciones del canon 272. En este caso, el tiem-
po debe contarse desde la fecha de muerte, traslado o renuncia aceptada del
Obispo y no desde la elección del Administrador diocesano86.
El consentimiento del colegio de consultores es vinculante, por lo
tanto afecta a la validez del acto87.
Aquellos que están equiparados al Administrador diocesano en las
Iglesias particulares que no son diócesis, de acuerdo con los cánones 368,
372 y 381 § 2, deben seguir estas mismas normas.

VI.- ALGUNAS DISPOSICIONES ACERCA DE LOS CLÉRIGOS DIOCESA-


NOS QUE HABITAN FUERA DE SUS DIÓCESIS DE ORIGEN

La presencia de clérigos fuera de sus diócesis donde están incardina-


dos, ocasiona algunas situaciones que deben considerarse como extraordi-

83 Cf. D. LE TOURNEAU, CECIC, comentario al can. 271, Vol. II/I pág. 316.
84 Cf. cáns. 368 y 381.
85 Cf. cáns. 272 y 427§1.
86 Cf. cáns. 423-425.
87 Cf. can. 127§1.
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116 Ariel David BUSSO

narias, si se sigue estrictamente el ordenamiento canónico en vigor, tanto


para la diócesis de incardinación como para la diócesis en la cual residen.
En esta situación se encuentran especialmente involucrados los pres-
bíteros, aunque no debe excluirse a un buen número de diáconos que pue-
den considerarse también como protagonistas de la misma.
Los motivos de permanencia en otras diócesis, no pocas veces en el
extranjero, pueden encuadrarse en estos tres casos: a) por estudio; b) por asis-
tencia pastoral a los emigrantes de su propia nación, etnia o región; c) por ha-
ber encontrado refugio de persecuciones, guerras u otros motivos graves.
Estas tres causas no son excluyentes de otras posibles, pero son las que
no están particularmente reguladas en la legislación actual. En efecto, la ayu-
da entre las Iglesias particulares, por ejemplo, tiene su norma en el canon
271, siguiendo el pedido de Motu Proprio Ecclesiae Sanctae88. La trasferen-
cia temporal constituye un derecho del clérigo cuando posee causa justa, así
como un deber de ayuda entre las Iglesias del mismo país o del extranjero.
Pasamos a analizar las tres situaciones mencionadas.

1. Casos de estudio o atención pastoral


En los dos primeros casos, el motivo pastoral es la razón de su esta-
día fuera de la diócesis de incardinación. Son las exigencias pastorales de su
propia Iglesia que justifican que un sacerdote (o un diácono) sea enviado
por su Ordinario a seguir sus estudios para poder servir mejor cuando regre-
se. Son las necesidades pastorales las que guían la elección del Obispo en la
persona, en el tipo de estudios, en la duración de los mismos, etc. Así que-
da explícito desde todo punto de vista que no constituye un derecho del clé-
rigo a ser enviado a estudiar aunque eso no quita que pueda manifestar su
deseo de hacerlo.
En el momento en el cual el clérigo acepta la propuesta del Obispo,
acepta también transferirse y concuerda con él explícitamente en todo lo ne-
cesario. El clérigo debe esforzarse en completar los estudios en el tiempo
previsto y regresar a la diócesis para continuar con su misión de servicio.
El Obispo, a su vez, se compromete en asistirlo, espiritual y econó-
micamente, durante el tiempo de su estadía fuera de la diócesis. Si lo envía
a una ciudad donde hay varias universidades y facultades eclesiásticas, co-

88 Cf. I, 3§§3-4.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 117

mo ocurre en Roma, deberá precisar también a cuál lo enviará. Pero todo lo


que tiene que ver con el eventual ministerio pastoral que el clérigo puede
desarrollar en la diócesis ad quem es competencia del Ordinario del lugar.
El Obispo a quo no debe desentenderse de sus obligaciones de velar por el
bienestar del clérigo en cuestión y por ello no debe enviarlo a estudiar pre-
suponiendo el sostenimiento de la diócesis que lo recibe.
En realidad, los dos Obispos deben ponerse de acuerdo para crear las
condiciones adecuadas para que el clérigo pueda cumplir el encargo recibi-
do (completar sus estudios), para que tenga los medios necesarios para su
sustento y para que en el tiempo de su estadía fuera de la diócesis viva en
plena conformidad a su identidad sacerdotal.

2. El caso de atención a los emigrantes


En el segundo caso, el del servicio pastoral a los emigrantes, resulta
evidentísimo que el motivo de su estadía fuera de su Iglesia es de naturale-
za pastoral. Si no existieran sus connacionales que tienen necesidad de un
cuidado pastoral especial, ese clérigo no tendría que habitar allá.
Pero el servicio pastoral a los emigrantes constituye un factor que in-
terpela no sólo a la Iglesia de origen, sino también a la que los acoge inclu-
yendo a los clérigos. Por eso, el Obispo ad quem o la misma Conferencia
Episcopal si el fenómeno es generalizado dentro de la misma, debería pensar
un seguro sistema de asistencia también para este clero. Para todas las ins-
tancias, todos ellos son fieles que se encuentran a la solicitud de su cuidado.
Esta forma de servicio que los clérigos ofrecen en otras diócesis, pue-
de ser asimilado al tipo de los que desempeñan su labor pastoral en otras
Iglesias particulares y por lo tanto encuadrarse en el canon 271. En tal caso
deberá mediar el acuerdo escrito previsto entre los dos Obispos, en el cual
se determinará el concreto trabajo pastoral y el tiempo de duración.

3. El caso de los clérigos cuya vida peligra en su país de origen


En el tercer caso, el motivo grave que justifica que el clérigo se en-
cuentre en otra Iglesia particular, frecuentemente en el extranjero, es aquél
que pone en riesgo la misma vida del clérigo o su libertad. Para que desa-
rrolle el ministerio en la Iglesia que lo recibe, el Ordinario del lugar, antes
de darle un oficio pastoral, deberá recabar la información adecuada acerca
de los hechos que causaron esa emigración.
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118 Ariel David BUSSO

4. El especial caso de la permanencia en la diócesis de Roma


En los últimos tiempos existen dos documentos que si bien regulan
situaciones concretísimas, otorgan también el marco necesario para lograr
un adecuado orden en este mismo sentido. Uno es el Decreto general ejecu-
tivo emanado por la diócesis de Roma, sobre las condiciones necesarias pa-
ra los clérigos que desean conseguir domicilio o cuasi domicilio en la dió-
cesis de Roma89. De hecho la numerosa presencia en Roma de clérigos no
incardinados allí y el eventual ejercicio del ministerio en ella pueden inci-
dir positiva pero también negativamente en la pastoral diocesana y esto jus-
tifica la presencia de una normativa adecuada.
El otro documento es la Instrucción de la Congregación para la Evan-
gelización de los Pueblo sobre el envío y la permanencia en el exterior de
los clérigos diocesanos de territorios de misión90. La instrucción tiene como
especiales destinatarios los Obispos diocesanos y a los a ellos equiparados
por el derecho y dependientes de la Congregación para la Evangelización de
los Pueblos91, pero el contenido, tanto los principios como la orientación
pueden contribuir a fomentar una justa relación entre las Iglesias, lo mismo
que el Decreto de la diócesis de Roma.
Ambos documentos indican algunas medidas a tomar en el caso en
que los clérigos no quieran regresar o pretendan permanecer en la diócesis
ad quem sin regularizar su situación canónica.
La Instrucción prevé algunos procedimientos que pueden ser usados
tanto por el Obispo de la diócesis hospedante como por el Obispo propio del
clérigo en cuestión respectivamente. El presupuesto para negar la licencia de
permanecer en la diócesis ad quem es que existan “graves problemas”92, en
cambio para llamar al clérigo a la propia diócesis de origen es “la decisión
del propio Obispo”93. Los “graves problemas” pueden equipararse a la “cau-
sa justa” de la que habla el canon 271. El Obispo de origen puede penar con
una pena justa al que rechaza obstinadamente a regresar cuando esto ha sido
decidido por el mismo Obispo. Se trata de la figura de desobediencia al Or-

89 Del 30-XII-1999.
90 CPF. Instr. De vitanda quorundam clericorum vagatione, del 25-IV-2001.
91 Cf. n. 5.
92 Cf. n. 6.
93 Cf. n. 7.
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LA DISTRIBUCIÓN DE LOS CLÉRIGOS EN LA IGLESIA. PLANTEO DE LA CUESTIÓN... 119

dinario propio94. No obstante, se establece que antes de proceder a aplicar la


pena, el Obispo de origen informe debidamente al Obispo hospedante95.
La diócesis de Roma, a su vez, dispone que los clérigos que no se pre-
senten al Vicariato antes de los tres meses de su llegada a Roma, se le po-
drá aplicar el precepto singular de dejar la diócesis romana de acuerdo al ca-
non 1336 § 1,1º. El presupuesto para negar la permanencia en la diócesis es
el solo hecho de no presentarse al Vicariato. El motivo de esta norma es que,
independientemente de la voluntad del clérigo y de los motivos por los cua-
les se encuentra en Roma, pasados los tres meses adquiere automáticamen-
te el cuasi domicilio en la diócesis. Este término significa que el clérigo des-
de el momento que posee el cuasi domicilio, voluntario o legal, tiene la obli-
gación de regularizar su situación. La aplicación de esta norma que se esta-
blece en el canon 1336 para un delincuente, y a la que hace referencia el De-
creto general ejecutivo, parece excesivo porque la falta de no haberse pre-
sentado al Vicariato no constituye equivalencia, de suyo, a un “grave pro-
blema” como dice la Instrucción (presupuesto para negar la permanencia en
la diócesis ad quem). Quizá sería más justo y eficaz recurrir a la prohibición
del ejercicio del ministerio en la diócesis a los que no están en regla y, si-
multáneamente, dar aviso al Obispo de origen para que sea éste quien im-
ponga las sanciones canónicas a causa de la desobediencia al propio Ordi-
nario y de la ausencia indebida de la diócesis. Sin embargo, así está la nor-
ma para la diócesis de Roma96.
De todos modos, es legítimo que el Obispo que posee la función de
tutelar la unidad de la Iglesia universal, como lo es el Romano Pontífice, se
ocupe de que en su propia diócesis se lleve de modo más ordenada la nor-
ma canónica97. Por lo tanto, aquellos clérigos que poseen domicilio o cuasi
domicilio en Roma y que no respetan el deber de comunicar la propia situa-
ción no puedan desempeñar las actividades ministeriales dentro del territo-
rio diocesano, exceptuando aquellas dispuestas por el derecho. De este mo-
do se falta a una concreta comunión con el Obispo del lugar, que constitu-
ye el presupuesto para el legítimo ejercicio del ministerio.

94 Cf. cáns. 273 y 1371§2.


95 Cf. n. 7.
96 Para modelos de decretos acerca de sacerdotes estudiantes residentes en Roma,
Cf. J.I. ARRIETA, Il sistema dell´organizzazione ecclesiástica, Roma (2000).
97 Cf. can. 392.
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AADC XVI (2009-2010) 121-160

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE


LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS
DE LOS DELITOS MÁS GRAVES

Ricardo Daniel MEDINA OAR

SUMARIO: Introducción. I.- Alcance de las Normas para los delitos más graves.
II.- Los delitos más graves y las modificaciones. III.- Delitos contra el
sexto mandamiento cometido por clérigos contra menores. IV. El sujeto
del delito. V.- Algunos aspectos sobresalientes en la nueva normativa. 1.
La investigación preliminar. 2. Modificaciones en la prescripción de la
acción penal. 3. Dispensa del sacerdocio, del doctorado y facultad de
sanar leyes procesales. 4. Facultad de dispensar la vía procesal judi-
cial. 5. La Dimisión «ex officio» del estado clerical. Conclusión.

INTRODUCCIÓN
En la Iglesia Católica, hasta la promulgación del Código en 1983, los
delitos más graves eran juzgados por diversas normas, que por motivos de
espacio no mencionaremos. Al quedar sin vigor las disposiciones anteriores
quedó una laguna jurídica que fue rellenada en 2001 mediante el Motu Pro-
pio Sacramentorum sancitatis tutela1. El cual, como ya es sabido, fue urgi-

1 JUAN PABLO II, Sacramentorum sanctitatis tutela, Carta apostólica en forma de


«Motu Propio» con la que se promulgan normas sobre los delitos más graves reservados a la
Congregación para la Doctrina de la Fe, 30 de abril de 2001, en: AAS 93, 2001, 737-39, (en
adelante: JUAN PABLO II, SST). JUAN PABLO II, Sacramentorum sanctitatis tutela, normae
substantiales et normae procesuales, 30 aprilis 2001. Estas normas no fueron publicadas en
AAS, utilizamos las versiones latina y española publicadas, en: F. R. AZNAR GIL, Delitos más
graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe, ac., 438-45 (latina) y 446-51
(española) (en adelante: JUAN PABLO II, SST, Normas sustanciales y procesales).
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 122

122 Ricardo Daniel MEDINA OAR

do ante los numerosos casos de abusos sexuales cometidos por clérigos,


aunque el motu propio se refiere a todos los delitos reservados y no única-
mente a este.
Desde 2001 y a la luz de las experiencias recibidas por la Santa Sede
se ha visto necesaria la reforma de la legislación vigente. El resultado han
sido las “Modificaciones a las Normas de los delitos más graves” promulgada
por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 15 de julio de 2010 con
aprobación del Papa Benedicto XVI.
Aunque el testo habla de modificaciones, toda la materia referida a
los delitos reservados es tratada por esta nueva normativa. En consecuencia
habría que concluir que las Normas de los Delitos más graves de 2001 han si-
do abrogadas. No obstante, en la Carta que el Cardenal William Levada,
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, envió a los Obispos
con motivo de la promulgación de las “Modificaciones”, insiste en que se
ha procedido a “una reforma del citado texto normativo, enmendándolo no
en su integridad, sino solo en algunas de sus partes, con el fin de mejorar su
operatividad concreta”. Habrá entonces, y en atención a la citada declara-
ción del Cardenal Levada, tener en cuenta el canon 22: “en caso de duda, no
se presume la revocación de la ley precedente, sino que las leyes posterio-
res se han de comparar y, en la medida de lo posible, conciliarse con las an-
teriores”.
En el presente artículo mencionaremos la lista completa de los deli-
tos que a partir de esta legislación han sido reservados a la Congregación
para la Doctrina de la Fe aunque nos detendremos solo en un breve análisis
del delito referido al abuso sexual de menores cometidos por clérigos. Asi-
mismo analizaremos los demás aspectos de estas normas que afecten de al-
gún modo el tratamiento de este delito. No obstante, como podrá apreciar-
se, algunos comentarios pueden aplicarse también en relación a otros deli-
tos aunque explícitamente, en esta oportunidad, no nos referiremos a ellos.
Resulta clara la intención de la Santa Sede, así ha sido expresada en el
L´Osservatore Romano del 18 de julio de 2010, e su versión en español:
“procedimientos más eficaces para contribuir a la claridad y a la certeza del
derecho”. Ahora bien, estas líneas se proponen analizar la relación entre es-
te buen propósito y la normativa concreta. Es claro que el mejor modo de po-
der evaluar la eficacia de una nueva legislación es a partir de observar el re-
sultado en su aplicación, de todos modos, quienes nos dedicamos al derecho,
y nos encontramos afrontando fundamentalmente los casos de abusos sexua-
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 123

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 123

les de menores con clérigos, sin pretender de ningún modo, subestimar la


vasta experiencia universal de la Santa Sede, nos animamos a hacer un pri-
mer análisis, a fin de poder contribuir a la reflexión, que lleve a una aplica-
ción equitativa de esta ley para alcanzar la verdad, en estos dolorosos casos.
Ciertamente que es de alabar la constante preocupación y dedicación de la
Iglesia en buscar procedimientos eficaces, pero habrá que estar atentos a que
en el afán de buscar este objetivo no se corra el riesgo de lesionar derechos
que son incuestionablemente admitidos por todos, como es el derecho a la
defensa, ni se deje de lado la misión de la Iglesia de buscar la salvación de
las almas, que sin duda alguna incluye a las víctimas de los abusos sexuales
pero también de los sacerdotes implicados. En todo sistema jurídico moder-
no existen castigos que, tanto en aras de la víctima como del delincuente con-
ducen a la rehabilitación, es oportuno por tanto que, en su relación con los
sacerdotes afectados, la Iglesia aplique ambas caras de la justicia.

I.- ALCANCE DE LAS NORMAS PARA LOS DELITOS MÁS GRAVES


La competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF)
sobre los delitos más graves, como señala el texto de las Modificaciones, se
encuentra en la Constitución Apostólica Pastor Bonus, la cual, en su número
52, establece que “los delitos contra la fe, así como los delitos más graves
cometidos tanto contra las costumbres como en la celebración de los sacra-
mentos, que le fueran comunicados, los conoce [la Congregación para la
Doctrina de la Fe], y procede, cuando sea necesario, a declarar o irrogar san-
ciones canónicas, según la norma del derecho, tanto común como propio”.
Al mismo tiempo, la misma Constitución Apostólica Pastor Bonus indica que
“para el fuero interno, tanta sacramental como no sacramental, [la Peniten-
ciaría Apostólica] concede las absoluciones, dispensas, conmutaciones, san-
ciones, condonaciones y otras gracias”. Las propias Normas para los delitos
más graves señalan que pretende ser un desarrollo del artículo 52 de la Cons-
titución Apostólica Pastor Bonus (cf. Modificaciones a las Normas de los delitos
más graves, art. 1). Por lo tanto, la competencia de la Congregación para la
Doctrina de la Fe no incluye la absolución en el fuero interno de delitos: pa-
ra estas materias sigue siendo competente la Penitenciaría Apostólica.
La reserva de competencias, por ello, se refiere a la declaración o
irrogación de sanciones canónicas, así como al conocimiento de las causas
penales que se refieren a los delitos de que se trata. Como es sabido, la de-
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 124

124 Ricardo Daniel MEDINA OAR

claración de una pena alude a las penas latae sententiae, mientras que la irro-
gación se refiere a las penas ferendae sententiae.

II.- LOS DELITOS MÁS GRAVES Y LAS MODIFICACIONES


Esta es la relación de delitos más graves que ofrecen “las modifica-
ciones”:
- Delitos contra la santidad del augustísimo Sacrificio y sacramen-
to de la Eucaristía, es decir:
1º Llevarse o retener con fines sacrílegos, o arrojar las especies
consagradas.
2º Atentado de la acción de la liturgia del Sacrificio eucarístico o su
simulación.
3º Simulación del sacrificio eucarístico.
4º Concelebración prohibida del Sacrificio eucarístico simultánea-
mente con ministros de comunidades eclesiales, que no tienen
sucesión apostólica ni reconocen la dignidad sacramental de la
ordenación sacerdotal.
5º Consagración con fin sacrílego de una materia sin la otra en la
celebración eucarística, o también de cualquiera de las dos, fue-
ra de la celebración eucarística.
- Delitos contra la santidad del sacramento de la Penitencia, es de-
cir:
1º Absolución del cómplice en pecado contra el sexto precepto del
decálogo.
2º Atentado de absolución sacramental.
3º Simulación de la absolución sacramental.
4º Solicitación en el acto, o con ocasión, o con el pretexto de la con-
fesión, a un pecado contra el sexto precepto del Decálogo, si se
dirige a pecar con el propio confesor.
5º Violación directa o indirecta del sigilo sacramental.
6º Grabación hecha con cualquier medio técnico, o en la divulga-
ción con malicia en los medios de comunicación social, de las
cosas dichas por el confesor o por el penitente en la confesión sa-
cramental verdadera o fingida.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 125

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 125

- Delito de atentada ordenación sacerdotal de una mujer.


- Delitos contra la moral:
1º delitos contra el sexto precepto del Decálogo con un menor de
dieciocho años cometido por un clérigo.
2º La adquisición, retención o divulgación, con un fin libidinoso, de
imágenes pornográficas de menores, de edad inferior a 14 años
por parte de un clérigo en cualquier forma y con cualquier ins-
trumento.
Modificaciones
La misma Santa Sede ha presentado una relación de los cambios pro-
ducidos, que a continuación transcribimos2:
A) Siguiendo la concesión del Santo Padre Juan Pablo II en favor de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, de algunas facultades, confirma-
das después por su sucesor Benedicto XVI el 6 de mayo de 2005, han sido
introducidos:
1. El derecho, previo mandato del Romano Pontífice, de juzgar a
los Padres Cardenales, a los Patriarcas, a los Legados de la Sede
Apostólica, a los Obispos y a otras personas físicas a las que se
refieren los cc. 1405 § 3 del CIC y 1061 del CCEO (art. 1 § 2).
2. La ampliación del plazo de la prescripción de la acción criminal,
que ha sido llevado a 20 años, salvando siempre el derecho de la
Congregación par la Doctrina de la Fe de poder derogarlo (art. 7).
3. La facultad de conceder al personal del Tribunal y a los aboga-
dos y procuradores la dispensa del requisito del sacerdocio y del
requisito del doctorado en derecho canónico (art. 15).
4. La facultad de sanar los actos en caso de violación de leyes pro-
cesales por parte de los tribunales inferiores, salvo el derecho de
defensa (art. 18).
5. La facultad de dispensar de la vía procesal judicial, es decir, de
poder proceder por decreto extra iudicium: en tal caso, la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe, evaluados los hechos, deci-
de caso por caso, ex officio o a instancia del Ordinario o del Je-
rarca, cuándo autorizar el recurso a la vía extrajudicial (en todo

2 L´Osservatore Romano, edición española, 18 de julio de 2010, 12.


F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 126

126 Ricardo Daniel MEDINA OAR

caso, para imponer una pena expiatoria perpetua es necesario el


mandato de la Congregación para la Doctrina de la Fe) (art. 21 §
2 n. 1).
6. La facultad de presentar directamente al Santo Padre para la di-
missio e statu clericali o para la depositio, una cum dispensatio-
ne a lege caelibatus.En tales casos, salvado siempre el derecho
de la defensa del acusado, debe resultar manifiesta la comisión
del delito que se examina (art. 21 § 2 n. 2).
7. La facultad de recurrir a la instancia superior de juicio, esto es,
a la Sesión Ordinaria de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, en caso de recursos contra decisiones administrativas ema-
nadas o aprobadas por las instancias inferiores de la misma
Congregación, concernientes a delitos reservados ( ).
B) Se han introducido en el texto otras modificaciones, a saber:
8. Se han introducido los delicta contra fidem, es decir, apostasía,
herejía y cisma, en relación a los cuales, a tenor del derecho, ya
estaba prevista la competencia propia del Ordinario para poder
proceder judicialmente en primera instancia o extrajudicialmen-
te, incluido el derecho de apelar o de recurrir ante la Congrega-
ción para la Doctrina de la Fe ( ).
9. Los delitos contra la Eucaristía de “quien atenta realizar la acción
litúrgica del Sacrificio Eucarístico” (can. 1378 § 2 n. 1 CIC) y la
simulación de la Eucaristía (can. 1379 CIC y el can. 1443
CCEO) ( ) no serán considerados unitariamente bajo el mismo
número, sino separadamente.
10. En relación a los delitos contra la Eucaristía, se han eliminado
dos incisos del texto precedentemente en vigor: “alterius mate-
riae sine altera”, y “aut etiam utriusque extra eucharisticam ce-
lebrationem”, sustituidos respectivamente, por: “unius materiae
vel utriusque” y por: “aut extra eam” ( ).
11. En los delitos contrae el sacramento de la Penitencia, se han in-
troducido los delitos a los que se refiere el can 1378 § 2 n. 2 del
CIC (“quien, fuera del caso de que se trata en el § 1, no pudiendo
administrar válidamente la absolución sacramental, trata de darla,
u oye una confesión sacramental”) y los cc. 1379 CIC y 1443
CCEO (“quien simula la administración de un sacramento”) ( ).
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 127

12. Se han introducido los delitos de la violación indirecta del sigilo


sacramental ( ) y de la captación o divulgación maliciosa de las
confesión sacramental (Según el decreto de la Congregación pa-
ra la Doctrina de la Fe del 23 de febrero de 1988) ( ).
13. Se ha introducido como un tipo de delito penal la atentada orde-
nación sagrada de una mujer, según quedó establecido en el de-
creto de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 19 de di-
ciembre de 2007 ( ).
14. En los delitos contra la moral, se ha equiparado al menor la per-
sona adulta que habitualmente posee un uso imperfecto de la ra-
zón, con expresa limitación al número de que se trata ( ).
15. Se han añadido como delitos la adquisición, la posesión y la di-
vulgación por parte de un clérigo, con finalidad libidinosa, en
cualquier modo y con cualquier tipo de medio, de imágenes por-
nográficas de menores de edad inferior a los 14 años ( ).
16. Se ha aclarado que las labores procesales preliminares pueden,
y no necesariamente deben, ser efectuadas o realizadas por la
Congregación para la Doctrina de la Fe ( ).
17. Se ha introducido la posibilidad de adoptar las medidas cautela-
res, a las que se refieren los cc. 1722 del CIC y el 1473 del
CCEO, también durante la fase de la investigación previa ( ).

III.- DELITOS CONTRA EL SEXTO MANDAMIENTO COMETIDO POR


CLÉRIGOS CONTRA MENORES

En el art. 6º, 1,1º de “las modificaciones” establece que en el delito


contra el sexto mandamiento del Decálogo cometido por un clérigo con un
menor de 18, se equipara al menor la persona que habitualmente tiene uso
imperfecto de razón.
La norma es realmente oportuna y necesaria. No podía la Iglesia te-
ner una laguna jurídica sobre este aspecto. Otras legislaciones modernas
también consideran menor a quienes habitualmente tienen uso imperfecto
de razón respecto de los delitos sexuales.
En cierto modo podemos decir que esta norma estaba ya implícita en
la legislación canónica puesto que el c. 99 dice: “Quien carece habitualmen-
te de uso de razón se considera que no es dueño de sí mismo y se equipara
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128 Ricardo Daniel MEDINA OAR

a los infantes”. Por su parte el c. 97 § 1 establece: “La persona que haya


cumplido dieciocho años es mayor; antes de esa edad es menor”; el § 2 di-
ce: “El menor antes de cumplir siete años, se llama infante, y se le conside-
ra sin uso de razón…”
Según estos cánones, podía sostenerse que, quien carecía habitual-
mente de uso de razón, era un infante y por tanto podría ser equiparado a un
menor de siete años. Ahora bien, considerando que las leyes penales son de
estricta interpretación3, nos parece adecuado esta explicitación que evita
ambigüedades y da la protección que se merecen quienes carecen habitual-
mente de uso de razón y pueden ser víctimas de estos delitos sexuales.
En segundo lugar en el mismo art. 6º se considera un delito “la adqui-
sición, retención o divulgación, con un fin libidinoso, de imágenes porno-
gráficas de menores, de edad inferior a los 14 años por parte de un clérigo
en cualquier forma y con cualquier instrumento”.
También resulta oportuna la introducir, en estas “modificaciones”, el
tema de la pornografía infantil. El Promotor de Justicia de la Congregación
para la doctrina de la Fe, CH. J. Scicluna, ya había señalado que «el delito
con un menor» abarca no sólo el contacto físico o abuso directo sino tam-
bién el abuso indirecto, sin contacto físico, por ejemplo mostrar pornogra-
fía a menores o exhibirse obscenamente delante de ellos: “La reciente pra-
xis de la Congregación ha establecido que “bajar”, oponiéndose a simple-
mente mirar, pornografía pedofilica de Internet, entra dentro del área de los
delictum gravius. Algunos clérigos han ido a prisión por tales delitos, ellos
han tenido una participación voluntaria en la comercialización malvada de
la pedofilia ayudando directamente a crear la demanda de estos productos.
Con su praxis y jurisprudencia la Congregación para la Doctrina de la Fe se
asegura que en esta área está al corriente en los progresos de la legislación
civil moderna, referente a la protección del niño”4.

3 Cfr. CIC 83 c. 18.


4 CH. J. SCICLUNA, Sexual Abuse of Children, op cit., pág. 19: «The recent praxis of
the Congregation has established that the downloading, as opposed to the simple browsing,
of paedophile pornography from the internet falls under delictum gravius. A number of cle-
ric have been imprisoned for such a crime and the have willingly participated in the evil mar-
keting of paedophilia directly helping to create the demand for this products. Through its pra-
xis and jurisprudence in this area the Congregation for the Doctrina of the Faith ensures that
Church Law keeps abreast to developments in modern civil legislation concerning child pro-
tection».
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 129

A nuestro juicio, sin duda alguna que el hecho de que un clérigo “ba-
je” pornografía infantil de Internet es un pecado grave, más aún, creíamos
necesario que la normativa canónica lo considerara un delito, de hecho así
está calificado en muchas legislaciones estatales. No obstante, disentíamos
en que pudiera considerarse dentro de la norma vigente: “delictum contra
sextum Decalogi praeceptum cum minore infra aetatem duodeviginti anno-
rum a clerico commissum”.5 No había, a nuestro entender, en la configura-
ción del delito, elementos para incluir una acción en la que estrictamente no
había ninguna participación directa de los menores. Además, se debe tener
en cuenta que no siempre se puede hablar de comercialización porque asom-
brosamente, es posible acceder a dicho material libremente, con relativa fa-
cilidad6. Además, es sabido que el grado de trastorno de algunos sujetos les
lleva a publicarlo sin dicho interés, en consecuencia no se puede sostener que
siempre que se acceda a dicho material, se incentive la comercialización o
producción del mismo. Lamentablemente, estas conductas tan perversas, se
realizarán independientemente de que alguien lo mire o “baje” por Internet.
Evidentemente, un clérigo comete el delito si produce ese material o bien lo
utiliza para engañar al niño y lograr desinhibirlo haciéndole creer que tales
acciones no están mal porque otros niños lo hacen7.
Por otra parte no nos resultaba claro a qué clase de material se estaba
refiriendo CH. Scicluna: sí sólo a imágenes fotográficas, o también a dibu-
jos y relatos. El Código Penal Español, que tipifica este delito, lo hace de
manera muy precisa en su art. 189. 2: “El que para su propio uso posea ma-
terial pornográfico en cuya elaboración se hubieran utilizado menores de
edad o incapaces, será castigado con la pena de tres meses a un año de pri-
sión o con multa de seis meses a dos años”. Este delito está en el título “De
los delitos relativos a la prostitución y a la corrupción de menores” y no ba-
jo el título “De los abusos sexuales”, donde la pena mínima es de tres años.
Un concepto de “abuso sexual de menores” delimitado de forma tan am-
plia hacía que la gravedad objetiva necesaria para que se dé el delito, quedara
un tanto difuminada con el consiguiente riesgo para la seguridad jurídica8.

5 JUAN PABLO II, SST, Normas sustanciales y procesales, art. 4


6 J. CÁCERES, Parafilias y violación, Madrid 2001, pág.16: “Tras una reciente inves-
tigación en el Reino Unido, los expertos descubrieron más de treinta mil imágenes de pedo-
filia. En 1995, el número de estas escenas apenas llegaba a diecinueve”.
7 Cfr. J. E. PAULSON, op. cit., pág. 114.
8 Cfr. J. BERNAL, Regulación de los “delitos contra el sexto mandamiento”. El c.
1395, en: Fidelium Iura 13, 2003, pág. 67.
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130 Ricardo Daniel MEDINA OAR

No obstante, aún es posible sostener que la factiespecie delictiva que


comprende el abuso de un menor cometido por un clérigo abarca, “una amplia
gama de actuaciones y en bastantes ocasiones puede resultar ambigua al no es-
tar configurada o delimitada con la precisión jurídica que cabría desear”9.
Ciertamente que esta norma viene a delimitar con mayor precisión el
delito. Sin embargo hay algunos elementos que, a nuestro entender, aún no
quedan del todo claros.
La norma señala que “la adquisición, retención o divulgación” con un
fin libidinoso de imágenes pornográficas con menores, por tanto debe ex-
cluirse el simple mirar pornografía con menores, toda vez, que esa acción
no está incluida en la letra de la legislación. Es sabido que se puede acceder
a ver pornografía con menores en Internet sin adquirirla en el sentido estric-
to de la palabra ni retenerla. A su vez, el fin libidinoso, del que habla esta
legislación excluye otros fines, tal como por ejemplo el de la comercializa-
ción. Puede resultar extremo pensar que un clérigo tuviese ese solo fin, pe-
ro en tal caso podría llegar a ser un argumento de defensa y difícil será el
comprobar que el fin era libidinoso. No era necesario especificar tal fin ya
que sencillamente se podría haber establecido como delito esas acciones sin
ninguna especificación, en todo caso, ese actuar siempre está mal y más aún
en un clérigo por lo cual a nadie extrañaría esa configuración amplia de la
acción delictiva. Tampoco parece del todo acertado el haber establecido que
es un delito solo con menores de 14 años. Es verdad que algunas legislacio-
nes estatales establecen este límite de edad, pero la Iglesia ha venido mos-
trando su clara voluntad de proteger a los menores de edad de los delitos se-
xuales y entendiendo por menores a quienes tienen menos de dieciocho
años. En consecuencia, no se comprende del todo por qué aquí se ha esta-
blecido una edad menor, es decir, catorce años. Si un clérigo adquiere, re-
tiene o peor aún divulga pornografía con menores de edad, es tan grave que
ese menor tenga trece años como si tiene 16. En algunos países un menor
de 16 o 17 años podría consentir libremente a ser fotografiado en escenas de
sexo sin que ello constituya un delito, pero ello, a nuestro juicio no justifi-
ca que en la legislación de la Iglesia el adquirir, retener o difundir ese ma-
terial no sea un delito. En todo caso la norma no guarda relación con el res-
to de la legislación que claramente intenta proteger a los menores de diecio-

9 F. R. AZNAR GIL, Delitos de los Clérigos contra el Sexto Mandamiento, Salaman-


ca 2005, pág. 47.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 131

cho años de cualquier abuso sexual, en tal sentido, se ha considerado, inclu-


so en estas mismas “modificaciones”, como ya hemos comentado, a quie-
nes habitualmente carecen de uso de razón como menores de edad.
Debe comprenderse que quedan fuera del delito quienes hagan esas
mismas acciones con fotografías “tratadas” digitalmente, de modo que el
menor no ha participado o donde se usan figuras e igualmente no hay parti-
cipación de menores de verdad.
Dada la cantidad de medios con que hoy se pueden realizar las accio-
nes prohibidas por la norma, resulta del todo oportuna la expresión “en cual-
quier forma y con cualquier medio”.

IV.- EL SUJETO DEL DELITO


Las “modificaciones” no han establecido ningún cambio sustancial
respecto del sujeto del delito contra el sexto mandamiento del decálogo con
menores. El sujeto capaz de cometer este delito, es solamente el clérigo, es
decir aquellos varones católicos que, por la recepción del diaconado, se ha-
cen clérigos10.
Ciertamente que los obispos estaban incluidos porque son clérigos. El
motu propio Sacramentorum sanctitatis tutela, no preveía nada especial res-
pecto de cómo se debía actuar cuando el implicado en estos delitos era un
obispo, por tanto se entendía que tal como establecía el c. 1405 § 1, 3º, ellos
eran juzgados por el Romano Pontífice. Sin embargo, en la práctica, por con-
cesión del Romano Pontífice, y ahora confirmado por estas modificaciones se
sabía que era la misma congregación de la Fe quien los juzgaba en estas cues-
tiones. Las modificaciones así lo establecen: “El derecho previo mandato del
Romano Pontífice, de juzgar a los Padres Cardenales, a los Patriarcas, a los
Legados de la Sede Apostólica, a los Obispos y a otras personas físicas a las
que se refieren los cc. 1405 § 1, 3º del CIC y 1061 del CCEO (art 1º § 2).
Esta legislación viene a clarificar una cuestión ya que en algunas
Iglesias particulares mediante sus propias legislaciones se daban indicacio-
nes de cómo proceder cuando el acusado era un Obispo11. Tal “legislación”

10 Cfr. CIC 83 c. 266 §1.


11 CATHOLIC BISHOPS’ CONFERENCE OF THE PHILIPPINES, Pastoral Guidelines on se-
xual abuses and misconduct by the Clergy, 1 de septiembre de 2003, Par. 22; REVIEW ON
CHILD PROTECTION IN THE CATHOLIC CHURCH AND GALES, First Report, 2001, 4.13: “Si las
acusaciones son acerca del Obispo, se deben seguir procedimientos similares. El CPC debe-
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132 Ricardo Daniel MEDINA OAR

era inapropiada porque el derecho nunca había permitido que esta cuestión
fuese tratada de ese modo. La norma no específica quién debe iniciar la ac-
ción cuando el obispo sea el acusado, pero se entiende que cualquier fiel
puede dirigirse a la Congregación de la Fe, que es el órgano competente, y
no es necesario que lo haga por medio de nadie aunque bien podría hacerlo
a través del Nuncio Apostólico.
La norma no constituye gran novedad ya que se mantiene, que la
Congregación tiene ese derecho “previo mandato del Romano Pontífice”,
por tanto éste sigue reservándose, en cierto modo, el derecho exclusivo de
juzgar a estas personas, aunque ordinariamente lo delegará a la Congrega-
ción para la Doctrina de la Fe.

V.- ALGUNOS ASPECTOS SOBRESALIENTES EN LA NUEVA NORMATIVA

1. La investigación preliminar
El c. 1722 establece que “para evitar escándalos, defender la libertad
de los testigos y garantizar el curso de la justicia, puede el ordinario, des-
pués de oír al promotor de Justicia y habiendo citado al acusado, apartar a
éste, en cualquier fase del proceso, del ejercicio del ministerio sagrado o de
un oficio o cargo eclesiástico, imponerle o prohibirle la residencia en un lu-
gar o territorio, o también prohibirle que reciba públicamente la Santísima
Eucaristía…”
Las “Modificaciones”, determinan ahora que “sin perjuicio del dere-
cho del Ordinario o del Jerarca de imponer cuanto se establece en el c. 1722
del CIC o en el c. 1473 del CCEO, desde el inicio de la investigación pre-
via, también el Presidente de turno del Tribunal a instancia del promotor de
Justicia, posee la misma potestad bajo las mismas condiciones determinadas
en dichos cánones” (art. 19).
Primeramente debemos decir que la norma viene a aclarar una situa-
ción que era discutida por algunos autores, no obstante que a mi juicio el c.
1722 era claro, es decir la investigación preliminar no es parte del proceso
propiamente dicho y en consecuencia no se podían aplicar esas medidas

rá mantener informado al Nuncio Apostólico. El CPC puede también requerir apoyo de la


Unidad de Protección Nacional del Niño o de la CPC de otra diócesis. Si la suspensión ad-
ministrativa es apropiada, creemos que debe aplicarse a un Obispo tanto como a un sacerdo-
te. Invitamos a los obispos a expresar su consentimiento hacia tales disposiciones”.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 133

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 133

cautelares durante la misma. Como decimos, algunos, hacían una interpre-


tación amplia de la palabra “proceso”, cosa impropia en leyes penales, y en-
tendían entonces que era posible aplicar tales medidas y de hecho lo ha-
cían12. Por otra parte, la realidad era que en muchas Iglesias particulares, se
venía haciendo de este modo y poco podía decir el clérigo al respecto dada
su situación de “acusado” por lo que no tenía más remedio que aceptarlo.
Ahora no quedan dudas, los Ordinarios pueden ya al inicio de la investiga-
ción aplicar algunas de las medidas cautelares mencionadas en el c. 1722.
Más aún se confirma que esas mismas posibilidades las tiene también el
Presidente de turno del Tribunal.
Para poder emitir una opinión respecto de este cambio debemos ante
señalar brevemente en qué consiste la investigación preliminar. El proceso
penal eclesiástico se desarrolla en dos fases ligadas entre sí, pero perfecta-
mente distintas: la investigación preliminar y el proceso verdadero y propio,
de carácter administrativo o judicial.
La investigación, descripta en el CIC con el termino inquisitio, en
sentido amplio se refiere a toda especie de acción que mira a clarificar las
circunstancias inciertas. La investigación, en sentido estricto y jurídico, es
aquella hecha a norma de la ley, con la finalidad de descubrir el delito y su
autor y viene llamada investigación previa.
La investigación previa no es un proceso formal, que lleva a una sen-
tencia, sino solamente un procedimiento preliminar con el fin de aportar un
motivo suficiente para iniciar un proceso penal.
La investigación debe ser realizada con prudencia, advirtiendo de no
poner en peligro la buena fama de alguien. Es el mismo CIC (c. 1717,2) que
recomienda particular atención para no poner en peligro el buen nombre de
las personas, sea del indiciado o de otros. En efecto, no es difícil lesionar la
buena fama pidiendo incautamente noticias de probables delitos a quien se
cree que pueda saber algo y no dándose cuenta que, actuando de ese modo
se puede dañar, generando y esparciendo la sospecha.
No hay normas precisas o criterios para realizar la investigación previa.
Todo es confiado a la capacidad y discreción del Ordinario. El buen sentido

12 Cfr. P. LAGGES, Resolution of Cases by Rescript, Penal Precept, or Decree, en: To-
wards future Developments in Penal Law: U.S. Theory and Practice, A symposium Held Un-
der the Auspices of the Pontifical council for Legislative texts at the Pontifical University of
the Holy Cross, Rome, March 5-6, 2009, Gratianus Series, Montréal, Wilson & Lafleur,
2010, pág. 166.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 134

134 Ricardo Daniel MEDINA OAR

debería surgir de hacer una investigación adecuada y proporcionada al tipo de


delito que viene atribuido al sujeto. El Ordinario debe emanar decretos, sea
para dar inicio o para concluir la investigación, según los cc. 1718-1719.
Siguiendo lo establecido por el c. 1717,1, el Ordinario debe tener no-
ticia al menos verosímil de un delito, y la investigación debe ser prudente,
sobre los hechos, circunstancias y sobre la imputabilidad. La información
debe ser verosímil: es decir, que le lleve a pensar que sea verdadera. La in-
vestigación previa es una fase preparatoria del proceso penal y debe cum-
plirse a norma del derecho, con la finalidad de acertar la realidad del delito
cometido y la imputabilidad de su autor (c. 1717, 1-3).
La noticia, al menos verosímil, del delito, si constituye la denuncia de
él, debe ser valorada con observancia de los cc. 1390,2 y 1717,2.
La denuncia del delito debe ser justa (honesta) desde el punto de vis-
ta del derecho natural; debe tratarse de un hecho real, basarse sobre una ver-
dad y estar bien motivada. En caso contrario se estaría frente a una calum-
nia o difamación. No se debe olvidar en este sentido, lo establecido en el c.
1390,2 contra el calumniador puede iniciarse no sólo un procedimiento pe-
nal, sino también, un procedimiento contencioso para el resarcimiento de
los daños.
La verosimilitud de la información no viene hecha durante el proce-
so penal canónico sino que debe ser actuada antes: es una acción previa. La
necesidad de realizar esa verificación viene dictada de la exigencia de cer-
teza y de la seguridad jurídica.
El objeto de la investigación previa es el delito, o mejor dicho, la ac-
ción de la que se ha tenido noticia y que, al menos aparentemente, es cons-
titutiva de un delito canónico.
El c. 1717, 1 al determinar el objeto de la investigación, establece que
se debe indagar sobre “los hechos, circunstancias y sobre la imputabilidad”,
es decir, sobre diversos elementos del delito, puesto que éste es tal sólo
cuando en la acción concurren todos los requisitos esenciales. En el desa-
rrollo de la investigación deben tenerse presente todas las circunstancias
modificativas de la punición, es decir, las circunstancias eximentes, ate-
nuantes y agravantes contempladas en los cc. 1322-1325, y aquellas otras
que la normativa particular haya podido establecer a tenor del c. 1327.
Para la comprensión exacta de este triple objeto, debemos acudir a lo
expresado por los cc. 1321-1330; de estos cánones recabamos la noción de
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 135

delito, conocemos su significado y la incidencia de la circunstancias y la im-


putabilidad como elemento constitutivo del delito mismo.
El material recogido por el investigador debe dar respuesta a las si-
guientes preguntas:
a) Si el delito se ha cumplido realmente; en caso afirmativo, decir
cuándo y en qué circunstancias se ha cumplido.
b) Si la persona sospechada es el verdadero autor.
c) Cuál sea la imputabilidad del autor.
Es preciso indicar que el indiciario no puede ser considerado como acu-
sado. No se debe olvidar que uno de los principios claves sobre el que se apo-
ya el desarrollo de la investigación es el de evitar que alguien, también el in-
diciado, pueda ser dañado infundadamente en su buena fama (c. 1717,2).
La investigación se inicia y concluye con un decreto del Ordinario.
Después de estas rápidas notas respecto de la investigación prelimi-
nar podemos emitir una opinión en relación al cambio introducido por las
“modificaciones”.
El tema de las medidas cautelares ha sido controvertido particular-
mente en los casos de delitos sexuales de clérigos con menores. Aún cuan-
do había autores que sostenía que tales medidas no podían tomarse en la fa-
se de investigación previa opinaban que “aunque la suspensión administra-
tiva (administrative live) puede ser impuesta solamente después de que ha
comenzado el juicio penal, debería ser ofrecida y fomentada en cualquier
momento que parezca apropiada. En los casos de mala conducta sexual, de-
bería ser ofrecida tan pronto como se determine que la acusación tiene al-
guna sólida fundamentación, posiblemente en el primer encuentro con el
clérigo denunciado”13. Por su parte las “Essential Norms” de la Conferen-
cia Episcopal Norteamericana y la legislación de la Iglesia de Inglaterra y
Gales lo ordenaban14.

13 J. P. BEAL, Doing What One Can: Canon Law and Clerical Sexual Misconduct,
en: The Jurist 52, 1992, págs. 662-663; J. SANCHIS, L’indagine previa al proceso penale, en:
Ius Ecclesiae, 4, 1992, pág. 519: “La credibilidad de la denuncia depende, evidentemente, de
diversos factores: las condiciones de la persona denunciante, la naturaleza de los hechos y de
cómo estos sean expuestos, la calidad de la persona denunciada, etc, factores estos que de-
berán ser tomados en consideración y prudentemente evaluados por quien deberá decidir
acerca del encausamiento o no del pedido, o sea del Ordinario”.
14 La norma 6ª de las “Essential Norms”, establece: “El Obispo/Eparca aplicará en-
tonces las medidas preventivas citadas en el CIC (c. 1722) o en el CCEO (c. 1473), es decir:
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136 Ricardo Daniel MEDINA OAR

Por otra parte entendemos que es claro que sin realizar una investiga-
ción que garantice que la denuncia tiene fundamentos y que debe incluir el
escuchar al clérigo acusado15, el Obispo o Superior no debería aplicar esta
medida16.
Resulta justificada esta modificación introducida por la Congrega-
ción para la Doctrina de la Fe, en los delitos sexuales de clérigos con meno-
res. Al menos en algunos casos es comprensible; el Ordinario se veía con
serias dificultades en afrontar estas situaciones en determinadas circunstan-
cias de particular gravedad. Pensemos en un párroco acusado de abuso a
menores y más aún si esa denuncia ha tomado estado público, es realmente
inconveniente que continúe en su función mientras exista la duda respecto
de su conducta. Está claro que la norma viene a dar respuesta a esta y otras

apartar al acusado del ejercicio del ministerio sagrado o de un oficio o cargo eclesiástico; im-
ponerle o prohibirle la residencia en un lugar o territorio determinado, y prohibirle que reci-
ba públicamente la Santísima Eucaristía hasta la conclusión del proceso”. Esta interpretación
tiene su fundamento en: CLSA, Revised Guide to the Implementation of the United State Bis-
hops’ Esencial Normas for Diocessan/Eparchial Polices Dealing With Allegations of Sexual
Abuse of Minors by Priest or Deacons, Washington, D.C. 2003, pág. 26, nota 27: «en el me-
morando mediante el cual la Congregación de Obispos concedió la recognition, el 16 de di-
ciembre de 2002, el Obispo Gregory observó lo siguiente: «El arzobispo Montalvo me ha in-
formado además que el Santo Padre ha concedido una derogación del c. 1722 del CIC y del
c. 1473 del CCEO a favor de la norma sexta de las Normas». En efecto cuando hay eviden-
cia suficiente del abuso sexual a un menor no sólo puede el Obispo/eparca excluir al clérigo
acusado del ministerio como lo establece la regla sino que debe excluirlo del ministerio co-
mo lo establece la norma sexta”. Sobre este tema: F. R. AZNAR GIL, A. J. CHONG ÁGUILA,
Abusos sexuales a menores realizados por clérigos: Normas de los obispos de los Estados
Unidos de América (2002). Texto y Comentario, in: REDC 62, 2005, 70-71: “…en cuanto a
la aplicación de los cc. 1722 del CIC, así como el c. 1473 del CCEO, citados en la Norma
sexta, denotamos una interpretación de los mismos mucho más «férrea» de lo que sugieren
los textos codiciales. Pues los cánones establecen la «posibilidad» de apartar al clérigo del
ministerio y establecer las prohibiciones señaladas; en cambio la Norma sexta establece las
medidas preventivas como apodícticas”; Cfr. CATHOLIC BISHOPS’ CONFERENCE OF ENGLAND
AND WALES, Catholic Office for the Protection o Children and Vulnerable Adults (COPCA),
Annual Report 2002, Birmingham 2002, pág. 19-20 (en adelante COPCA, Annual Report):
Estas “normas” de Inglaterra y Gales, establecen que en cuanto se realice una denuncia a las
autoridades legales, se debe remover a la persona de “papeles relevantes”, mientras la inves-
tigación tiene lugar; y por otra parte se da intervención a la Child Protection Coordinator, cu-
yo consejo en este aspecto debe seguirse.
15 Cfr. G. INGELS, Dismissal from the Clerical State: An Examination of the Penal
Process, en: SCan 33, 1999, pág. 185; T. DOYLE, The Canonical Rights, The Canonical
Rights of Priest Accused of Sexual Abuse, en: SCan 24, 1990, pág. 340.
16 Cfr. G. GHIRLANDA, Doveri e diritto implicate nei casi di abusi sessuali perpetra-
ti da chierici, en: Periódica 91, 2002, pág. 35.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 137

situaciones semejantes. No obstante, no debe perderse de vista que aún si-


gue vigente como un deber del Ordinario preservar la buena fama del cléri-
go, por tanto, las medidas cautelares deberán ir acompañadas de acciones
que de ningún modo produzcan ese efecto negativo y en no pocas ocasiones
de difícil reparación. Ahora bien, a nadie escapa, que las medidas cautela-
res, suelen tomarse en la sociedad como un indicio de culpabilidad, sobre
todo porque tanto antes como ahora no son un procedimiento uniforme, si-
no que queda a la discreción del Ordinario. De este modo, es cierto, que se
deja abierta la posibilidad de que sea el ordinario quien de acuerdo a las cir-
cunstancias pueda evaluar si tomar o no medidas cautelares y en caso posi-
tivo cuáles, pero esto tiene si se quiere la desventaja de que favorece en la
gente un cierto sentido de culpabilidad, respecto del denunciado, en un mo-
mento del proceso donde no se ha determinado ni siquiera la verosimilitud
de los hechos.
Aunque en algunos países, sobre todo en los Estados Unidos de Amé-
rica, la suspensión temporal (administrative leave) –de un oficio secular–
cuando se está realizando una investigación es un proceso que, además de
no implicar ninguna culpabilidad, es asumido con normalidad, no en todas
partes es del mismo modo, y ciertamente no suele serlo en la Iglesia. En vis-
ta de lo cual habrá que implementar los recursos adecuados para que esta
medida no dañe la buena fama del clérigo y de ningún modo sea interpreta-
da como un signo de culpabilidad. En los Estados Unidos algunos sacerdo-
tes han permanecido años en esta situación, lo cual no sólo daña la fama del
clérigo sino que, como puede comprenderse, afecta toda su vida, dejándole
en una situación de inestabilidad muy grave. El canon 1722 no puede ser
utilizado de un modo injusto para demorar el regreso del clérigo al ministe-
rio17; no es el sentido de la norma. Por tanto, la investigación debe ser rea-
lizada en un tiempo prudencial y ciertamente no puede durar años; si la Igle-
sia solicita que una causa matrimonial debe resolverse en aproximadamen-
te un año y medio18, es comprensible que una investigación, cuyos objeti-
vos ya hemos descritos no debería durar nunca más de seis meses. La gra-
vedad de la cuestión exige que se pongan los medios y las personas necesa-
rias para resolver la cuestión en ese tiempo.

17 Cfr. G. INGELS, Placing a Priest on “Adinistrative Leave” During the Investiga-


tion of Alleged Misconduct, en: Roman Replies and CLSA Advisory Opinions 2002, Was-
hington, D.C. 2002, pág. 163.
18 Cfr. CIC 83, c. 1453.
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138 Ricardo Daniel MEDINA OAR

Tal vez sería positivo, que ante la denuncia de un delito de abuso se-
xual con menores, algunas de las medidas cautelares del c. 1722 se aplica-
sen en todos los casos sin que el Ordinario deba considerar previamente si
la denuncia es creíble, de este modo no estaría haciendo ningún juicio de va-
lor sobre los hechos y el denunciado y todos sabrían que esa medida es apli-
cada siempre, sin implicar ninguna culpabilidad. Aunque esta “suspensión
administrativa” no debe ser tomada como indicio de culpabilidad, dado que
el Ordinario sólo puede aplicarla después de considerar que el acto delicti-
vo es “al menos verosímil” hace inevitable que sea interpretada como un
primer juicio en contra del acusado. De hecho así ha sido entendida, gene-
ralmente, en las comunidades cristianas donde el clérigo ha sido apartado
del ministerio temporalmente.
Nosotros creemos que, dependiendo de las circunstancias, debe eva-
luarse con sumo cuidado si se dan algunas de los motivos mencionados por el
canon para la aplicación de las medidas cautelares que no quedan a libre ar-
bitrio del Ordinario sino que expresamente se dice que son “para evitar escán-
dalos, defender la libertad de los testigos y garantizar el curso de la justicia”.
Es decir, si no ocurren ninguno de estos motivos, el Ordinario no debería apli-
car tales acciones cautelares. Si, por el contrario, una vez consultado el Pro-
motor de Justicia, considera que si concurre la necesidad de una medida cau-
telar deberá con prudencia y equidad decidir cuál de ella o ellas otorgan el fin
buscado y a la vez protege la intimidad de las personas inclusive el acusado.
No se deben ahorrar esfuerzos e iniciativas en conseguir que niños y jóvenes
no corran ningún riesgo, pero a la vez también que la fama del clérigo se vea
afectada lo menos posible, no hay que subestimar el daño que se le puede lle-
gar a ocasionar si no se procede prudentemente ante estos hechos.

2. Modificaciones en la prescripción de la acción penal


Las “modificaciones” establecen respecto de la prescripción en el art.
7: “Sin perjuicio del derecho de la CDF de derogar la prescripción para los
casos singulares la acción criminal relativa a los delitos reservados a la CDF
se extingue por prescripción a los 20 años”. Asimismo las Modificaciones
en su § 2 del mismo artículo afirma: “La prescripción inicia a tenor del c.
1362 § 2 del Código de Derecho Canónico y del c. 1152 § 3 Del Código de
Cánones de las Iglesias Orientales. Sin embargo, en el delito del que se tra-
ta en el art. 6 § 1 n. 1, la prescripción comienza a correr desde el día en que
el menor cumple 18 años”.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 139

Vamos a detenernos en dar nuestra opinión respecto de la prescrip-


ción acerca de los delitos sexuales de clérigos con menores, no obstante,
nuestra reflexión bien vale también en relación a la prescripción de los de-
más delitos reservados.
La normativa vigente hasta el momento, mediante el m. pr. Sacra-
mentorum sanctitatis tutela, ya había introducido algunos cambios en la re-
glamentación de la prescripción respecto de los delitos reservados a la CDF
y concretamente en los casos de abusos sexuales cometidos por clérigos con
menores, pero antes de estudiar los cambios introducidos por el motu pro-
pio examinemos la legislación anterior.
El c. 1362 § 1 establece “que la acción criminal se extingue por pres-
cripción a los tres años, a no ser que se trate de los delitos reservados a la
Congregación para la Doctrina de la Fe”. Como puede observarse, el canon
no dice cuál es el tiempo para la prescripción de la acción penal de los de-
litos reservados a la CDF, tampoco lo hace el CCEO19. El c. 1362 reprodu-
ce lo mismo que indicaba el c. 1703 del CIC 17: “Quedando firme lo dis-
puesto por el c. 1555, § 1 sobre los delitos reservados a la S. Congregación
del Santo Oficio, el tiempo útil para entablar la acción criminal es el de tres
años…”20.
Ante esta situación, había distintas interpretaciones respecto de esta
normativa. Algunos autores sostenían que los delitos reservados a la CDF
eran imprescriptibles21; al respecto CH. J. Scicluna afirma que “la constan-
te tradición de la Iglesia ha excluido los delicta graviora de la prescripción
o de cualquier estatuto de limitación (…) Hay una tendencia a apoyar el re-
torno a las normas previas, las cuales simplemente establecían que los gra-
viora delicta no estaban sujetos a prescripción”22. A favor de esta postura se

19 Cfr. CCEO c. 1152 §2, 1º.


20 CIC 17 c. 1555 §1: “El tribunal de la Congregación del Santo Oficio procede se-
gún prácticas y estatutos peculiares y conserva sus propias costumbres; y aún los tribunales
inferiores, en las causas pertenecientes al tribunal del Santo Oficio, han de seguir las normas
por el mismo dictadas”.
21 Cfr. F. ROBERTI, De Processibus, I, Città del Vaticano 1946, pág. 606.
22 CH. J. SCICLUNA, Sexual Abuse of Children and Young People by Catholics Priest
and Religious. Description of the the Problems from a Church, en: Abuse of Children and
Young People by Catholic Priests and Religious, Città del Vaticano, pág. 20; J. LLOBELL,
I delitti riservati alla Congregazione per la doctrina della Fede, en: Le sanzione nella Chie-
sa, Quaderni della Mendola, 5, Milano 1997, pág. 256: Este autor también opina que los de-
litos reservados no prescribían nunca.
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140 Ricardo Daniel MEDINA OAR

puede señalar que, como indicaba la Instrucción del Santo Oficio Crimen
Sollicitationis, el delito de solicitación no prescribía nunca23; además, como
la Instrucción ordenaba que en los casos de crimen pessimum, se debían
aplicar las mismas disposiciones relativas al delito de solicitación24, hay que
concluir que tampoco el crimen pessimum prescribía. Otros, por su parte,
mantenían que este canon remitía a las normas peculiares que el Santo Ofi-
cio pudiera dictar en esta materia25, sin embargo “no se conoce que la Con-
gregación haya dictado una normativa señalando un especial tiempo de
prescripción”26.
Con respecto a los delitos contra el sexto mandamiento, exceptuados
los delitos reservados, el plazo de prescripción para la acción penal en el
CIC 17 era de cinco años27; en el CIC 83, el tiempo de prescripción para los
delitos tipificados en el c. 1395 es de cinco años, debiendo comenzar a con-
tar el tiempo para la prescripción “a partir del día en el que se cometió el de-
lito o, cuando se trata de un delito continuado o habitual, a partir del día que
cesó”28. En este sentido se pronunció una c. Stankiewicz del 11 de noviem-
bre de 1993: “Itemquae, si de accusato delicto agatur, quod contra sextum
Decalogi praeceptum cum minore infra aetatem sedecim annorum reus pa-
traverat, actio criminales momento accusationis, id est die 16 apriilis a.
1986, iam in praescriptionem cecidit ad normam c. 1362 § 1, 2º (…) Ex his
igitur factis clare consequitur ut actio criminales contra accusatum celic-

23 SUPREMAE SACRAE CONGREGATIONIS OOFFICII, ad omnes Patriarcas, Archiepisco-


pos, Episcopos aliosque locorum ordinarios etiam ritus orientalis, Instructio de modo prode-
dendi in causis sollicitationis, Typis Polyglottis Vaticanis 1962, n. 21. Esta instrucción fue
aprobada por Juan XXIII el 26 de marzo de 1962. Nunca fue publicada en AAS: “Obligatio
denuncitiationis ex parte poenitentis sollicitati non cesta ob spontaneam confessionem a con-
fessario sollicitante forte factam, nec ob eius translatpromotionem, condemnationem, prae-
sumtam emendationem aliasque id genus causas; cesta tamen eius morte”.
24 Ibidem. n. 72: “Quae de crimine sollicitationis hucusque statuta sunt, valeant quo-
que, mutatis tantum pro rei natura necesario mutandis, pro crimine pésimo, si quis forte cle-
ricus pene loci Ordinarium de eo (quod Deus averat) accusari contingat, excepta obligatione
denunciationis ex lege Ecclesiae positiva, nisi forte ipsum fuerit cum crimine etiam sollici-
tationis in confessione sacramentali coniunctum”.
25 Cfr. G. MICHIELS, De delictis et poenis II, Paris-Tornaci-Romae-Neo Eboraci
1961, pág. 338.
26 G. NÚÑEZ, La competencia penal de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Comentario al m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela, en: IC 43-85, 2003, pág. 369.
27 CIC 17 c. 1703, 2º: “De la acción por delitos cualificados contra el sexto y sépti-
mo mandamiento de la ley de Dios, la cual se extingue a los cinco años”.
28 CIC 83 c. 1362 §2.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 141

tum, iam expleto die 23 augusti a. 1981 (cfr.c. 203 § 2), id este lapso quin-
quenio (cfr. c. 1362 § 1, 2º) post adeptam aetatem sedecim annorum a S.,
praescriptione extincta fuerit”29.
Con el m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela se aclara que la acción
criminal de los delitos reservados a la CDF es de diez años30 y el cómputo
del tiempo se realiza a tenor del c. 1362 § 1 del CIC y del c. 1152 § 3 del
CCEO; en los casos de los delitos contra el sexto mandamiento cometidos
por un clérigo con menores de 18 años, la prescripción comienza a contar a
partir de la fecha en que el menor ha cumplido 18 años31.

29 c. STANKIEWICZ, de 11 de noviembre de 1993, en: Ius Ecclesiae 7, 1995, pág. 675,


n. 17.
30 El m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela y la Carta de la CDF, Sobre los delitos
más graves, del 18 de mayo de 2001, también aclaran cuales son los delitos reservados, pues-
to que no obstante que la Constitución Apostólica Pastor Bonus, art. 52, del 28 de junio de
1988 (AAS 80, 1988, 874), establecía que la CDF era competente para examinar y juzgar so-
bre los delitos cometidos contra la fe y también los delitos más graves cometidos contra la
moral o en la celebración de los sacramentos, no se sabía con certeza cuáles eran esos deli-
tos reservados. El m. pr. SST (AAS 92, 2001, 738), señala que “era menester definir con ma-
yor exactitud tanto «los delitos más graves cometidos tanto contra la moral como en la cele-
bración de los sacramentos», cuya competencia sigue siendo exclusiva de la CDF, como tam-
bién las normas procesales específicas para «declarar o imponer las sanciones canónicas»; B.
E. FERME, Graviora delicta: The Apostolic Letter M.P. Sacramentorum sanctitatis tutela, en:
Z. SUCHECKI (dir.), Il processo penale canonico, Roma 2003, págs. 368-369: “¿Qué precisos
eran los delitos que la Congregación se reservaba para si? La contestación para eso no era
particularmente clara. Después de la promulgación del CIC 17, esos delitos reservados a la
Congregación para la Doctrina de la Fe podían, generalmente, ser conocidos a través de su
propia práctica, aunque en cierta manera reservada y en parte lo mismo podía decirse en re-
ferencia a sus propias normas de procedimiento. Sabemos que, en 1962 la Santa Sede aplicó
la Instruction, Crimen sollicitationis (…) ya que en la Instrucción abordaba específicamente
la solicitación y las formas de proceder para ser aplicadas en el juicio de tal crimen; el capí-
tulo quinto establecía que las mismas normas debían ser observadas para el crimen pessimum
(art. 71), el cual sobreentendía la inclusión de la pedofília. En otras palabras, en la promul-
gación del CIC 83 el delito grave reservado a la Congregación para la Doctrina de la Fe, pa-
rece que incluía además de la solicitación la violación del secreto de confesión y el crimen
pessimum, sobreentendidos por las normas de 1962, aunque la actual praxis puede haber in-
cluido otros”.
31 Cfr. JUAN PABLO II, SST, Normas sustanciales y procesales, art 5, §§1-2; Carta a
los Obispos de toda la Iglesia Católica y demás Ordinarios y Jerarcas acerca de los delitos
más graves reservados a dicha Congregación para la Doctrina de la Fe, en: AAS 93, 2001,
785-788. Traducción española en: Ecclesia 3088, 16 de febrero de 2002, págs. 243-244: “De-
be recordarse que la acción criminal contra los delitos reservados a la CDF se extinguen por
prescripción a los 10 años. El tiempo para la prescripción comienza a contarse con arreglo al
derecho universal común; por lo que atañe al delito cometido por un clérigo con un menor,
la prescripción comienza desde el día en que el menor cumple dieciocho años”.
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142 Ricardo Daniel MEDINA OAR

Además hay que indicar que el 7 de noviembre de 2002, la prescrip-


ción de la acción penal de estos delitos reservados fue modificada por una
disposición del Romano Pontífice, que concedió a la CDF la facultad de de-
rogar caso por caso los plazos de la prescripción, teniendo en cuenta la pe-
tición del Obispo y las razones en las que se basa32.
Las actuales modificaciones han elevado el plazo de prescripción, pa-
ra los delitos reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe, a 20
años y en los delitos sexuales de clérigos contra menores de edad el cómpu-
to del tiempo comienza a partir de que el menor cumple 18 años, por tanto
hasta que esa persona cumpla los 38 años el delito no prescribe.
Asimismo, la posibilidad de dispensa de la prescripción, por parte de
la Congregación, sin necesidad ya de que el Obispo lo solicite, como decía
Sacramentorum sanctitatis tutela, nos sitúa ante una situación muy delica-
da, pues, en ciertos casos, algunos delitos contra menores podrán ser perse-
guidos siempre, independientemente del tiempo que haya transcurrido des-
de su comisión, y desde que el menor alcanzó su mayoría de edad.
Seguramente que la intención de la Santa Sede con estas normas es la
de afrontar estos hechos con gran firmeza de cara a la sociedad en general,
y hacia la misma Iglesia, buscando proteger a los menores del mejor modo
posible.
Sin embargo, no deja de ser llamativo que en este delito, en compa-
ración con otros delitos igualmente graves en el Código, deba pasar un tiem-
po tan prolongado para la prescripción y en el que incluso existe la posibi-
lidad de que no prescriba nunca.
Por otra parte, incuestionablemente, la sociedad actual considera a es-
tos delitos con menores, como uno de los abusos sexuales más condena-
bles33. También es verdad que las legislaciones civiles tienden a aumentar

32 D. CITTO, La probitá morale nel sacerdozio ministeriale (il m.p. Sacramentorum


sanctitatis tutela), en: Fidelium Iura 13, 2003, pág. 130: “Otro elemento novedoso está cons-
tituido por la posibilidad de derogación de la prescripción de diez años prevista por el art. 5°
del m. pr., en efecto: « El Santo Padre en audiencia concedida al Secretario de la CDF, S.E.R.
Mons. Tarcisio Bertone, el 7 de noviembre de 2002, ha concedido la facultad a la CDF de
derogar el tiempo de prescripción caso por caso, en base a la motivada solicitud de cada obis-
po»; Cfr. R. W. OLIVER, Sacramentorum sanctitatis tutela: Overview and Implementation of
the Norms Concerning the More Grave Delicts Reserved to the Congregation for the Doctri-
ne of the Faith, en: CLSA Proceedings 65, 2003, pág. 158.
33 Cfr. J. PASSICO, Le clerc pédophile en droit canonique, en: L’Anné Canonique 41,
París 1999, págs. 291-293.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 143

el tiempo de prescripción para los delitos más graves e incluso algunos de


ellos no prescriben nunca, como el genocidio, o los crímenes llamados con-
tra la humanidad34. El abuso sexual de menores es uno de esos delitos para
los cuales algunos reclaman que no prescriban nunca. Dichos pedidos, en su
mayoría, proceden de la indignación que provocan hoy en día los delitos
contra menores, fruto de una creciente concientización de la importancia
que deben ocupar los derechos de los niños y de la protección y respeto que
se debe dar a los mismos, lo cual sin duda alguna, es un elemento positivo
en la vida de la sociedad actual; pero por otro lado, en estos reclamos no se
suele tener en cuenta el sentido que tiene la prescripción como una institu-
ción jurídica y los bienes que desde ésta se intentan proteger.
Es cierto, asimismo, que el delincuente debe ser castigado y el daño
reparado; y que en ocasiones la víctima ni siquiera era consciente del abu-
so y por ello jamás ha pensado en informar a las autoridades competentes35.
Sin embargo, no deja de ser verdad que sus padres o tutores podrían iniciar
la acción penal, pues son ellos, en esos momentos los que tienen responsa-
bilidad plena sobre el menor.
Quizá hubiese sido más oportuno pensar en distintos mecanismos, tal
como lo han hecho algunas Iglesias particulares, en los Estados Unidos de
América y en otras partes, que favorezcan y faciliten la denuncia de estos
delitos. La creación de algún organismo diocesano preparado, protocolos de
actuación en estos casos en los distintos ámbitos donde hay niños y jóvenes
en dependencias de la Iglesia, la formación de los adultos responsables de
niños y jóvenes que claramente sepan cómo crear ambientes seguros y có-
mo actuar ante estas circunstancias. Más aún legislaciones diocesanas que
ordenen cómo debe ser el trato con niños y jóvenes, incluyendo a los cléri-
gos, de modo que cualquier actitud fuera de estas normas sea un signo para
Obispos y Superiores mayores, de posibles actuaciones incorrectas o delic-
tivas. Por ejemplo, si el obispo ha ordenado que no se puede confesar a me-
nores sin la presencia de adultos y el clérigo lo hace igual, será suficiente
para que el obispo amoneste al clérigo e incluso si reincide pueda tomar me-
didas más serias.

34 El Código Penal Español en el artículo 131.4 señala: “Los delitos de lesa huma-
nidad y de genocidio y los delitos contra las personas y bienes protegidos en caso de conflic-
to armado, no prescribirán en ningún caso”.
35 Cfr. L. NAVARRO, Las Esenciales Normas de la Conferencia Episcopal de Estados
Unidos, en: Fidelium Iura 13, 2003, pág. 40.
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144 Ricardo Daniel MEDINA OAR

Por otra parte, no debemos perder de vista la peculiaridad del Dere-


cho Penal Canónico, de tal forma que cuando la prescripción se aplica al
mismo, “lo hace teniendo en cuenta la finalidad del proceso, que es verifi-
car la verdad de los hechos para la aplicación de la pena, lo cual debe tener
como fin la conversión del delincuente, la reparación del escándalo y el res-
tablecimiento de la justicia (c. 1341), todo esto para la salvación de las al-
mas (can. 1752)”36.
A su vez, hay que tener en cuenta que el bien público de la Iglesia exi-
ge que la acción criminal se entable en cierto plazo37, puesto que puede ser
muy dificultoso probar o refutar adecuadamente una acusación después que
ha transcurrido mucho tiempo38.
Es natural que, con el paso del tiempo las pruebas no sólo se deterio-
ren sino también que desaparezcan o se diluyan, lo cual es más grave en el
delito de abusos sexuales porque normalmente se suele contar con muy po-
cas pruebas. Será una seria dificultad poder llegar a establecer la verdad sin
poder contar con entrevistas diagnósticas realizadas a las víctimas en mo-
mentos cercanos a la comisión del delito, a medida que pase el tiempo, no
sólo le será más complejo el recordar los hechos sino también ser objetivo
en cuanto a lo ocurrido. Semejantes dificultades se presentarán respecto de
los testimonios. En definitiva, es claro que en estas situaciones el paso del
tiempo hace difícil administrar la justicia, y a su vez aumenta el riesgo de
condenar a un inocente39.
Tampoco debe dejarse de lado, que uno de los objetivos principales
de esta institución jurídica es evitar que las cosas y las situaciones de las

36 D. G. ASTIGUETA, La persona y sus derechos en las normas sobre los abusos se-
xuales, en: AADC 11, 2004, pág. 48.
37 Cfr. A. BORRAS, Comentario al c. 1362, en: A. MARZOA, J. MIRÁS, R. RODRÍGUEZ
OCAÑA (dirs.), Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, IV-1, Pamplona 1997,
pág. 457.
38 Cfr. R. W. OLIVER, Sacramentorum sanctitatis tutela: Overview and Implementa-
tion of the Norms Concerning the More Grave Delicts Reserved to the Congregation for the
Doctrine of the Faith, en: CLSA Proceedings 65, 2003, 157.
39 M. I. GONZÁLEZ TAPIA, La prescripción en el Derecho penal, Madrid 2003, pág.
47: “…con el paso del tiempo las pruebas del hecho, de la culpabilidad y de la inocencia del
sujeto, desaparecen o se dificultan extraordinariamente (…) la prescripción se justifica en la
salvaguarda de un proceso justo con todas las garantías en cuanto a la defensa de las partes
y, desde un punto de vista meramente práctico, en razones de seguridad jurídica ante la fal-
ta de viabilidad de un proceso en el que no es posible llevar a cabo la suficiente actividad
probatoria”.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 145

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 145

personas queden en situación incierta durante muchos años, y facilitar que


se puedan evitar los pleitos40. “El ordenamiento jurídico debe garantizar a
los miembros de la sociedad la seguridad jurídica, lo que equivale a decir la
estabilidad del derecho. Para hacerlo debe, a veces, determinar que las si-
tuaciones conflictivas no pueden permanecer en suspenso eternamente, es-
pecialmente aquellas que se refieren a los derechos subjetivos o a las obli-
gaciones”41.
Desde el punto de vista preventivo, el paso del tiempo ciertamente
hace que el efecto intimidatorio se pierda, más aún en el delito de abuso de
menores cometido por clérigos, puesto que un gran número de casos son de-
bidos a trastornos psicosexuales, que suelen conllevar problemas de control
de impulsos y por tanto creemos que difícilmente les disuada esta legisla-
ción de la Iglesia sobre la prescripción.
Por otra parte, el arrepentimiento y la enmienda del delincuente, fines
principales del Derecho Penal Canónico, y elementos fundamentales para
comprender la dimensión eclesial de la prescripción42, tampoco se consiguen
con estas medidas; al contrario, se deja de lado la presunción de que el trans-
curso del tiempo, sin que se haya recibido noticia de ningún otro delito, de-
be considerarse como un signo de que el delincuente se ha enmendado.43
Si tenemos en cuenta el fin vindicativo de las penas, no es desacerta-
do pensar que el reo ha tenido su pena viviendo durante todo ese tiempo ba-
jo la amenaza de la pena44. La objeción a esta postura, es que el paso de los
años podría incluso haber aumentado el riesgo de peligrosidad, además de
que los ordenamientos no suelen hacer depender el acaecimiento de la pres-
cripción del hecho de que el autor haya cambiado; esto en principio no de-
ja de ser un argumento válido.
Pero vamos a observarlo aplicado al abuso de menores cometidos por
clérigos, utilizando algunos datos del informe que mandó realizar la Confe-
rencia Episcopal de Estados Unidos. En este informe se observa que, la ma-
yoría de las denuncias corresponden a casos antiguos: más de dos tercios de

40 Cfr. F. R. AZNAR GIL, Comentario al c. 197, en: Código de Derecho Canónico,


Madrid 1993, pág. 131.
41 D. ASTIGUETA, La persona y sus derechos, op. cit., pág. 49.
42 Cfr. G. MICHIELS, De delictis et poenis II, op. cit., págs. 325-26.
43 Cfr. T. GARCÍA BARBERENA, Comentarios al Código de Derecho Canónico, t. IV,
Madrid 1964, pág. 340; Cfr. L. NAVARRO, op. cit., pág. 40; Cfr. D. DAYENOFF, Comentario
al art. 63 del Código Penal Argentino, en: Código Penal, Buenos Aires 2003, pág. 135.
44 Cfr. T. GARCÍA BARBERENA, Comentarios, t. IV, op. cit., pág. 341.
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146 Ricardo Daniel MEDINA OAR

los acusados fueron ordenados antes de 198045. En cambio, dos tercios de las
denuncias son posteriores a 1993, y un tercio son de los años 2002 y 2003.
La dilación, por tanto, es muy grande: apenas el 13% de las denuncias se pre-
sentaron en el mismo año de los hechos, mientras que un 41% de las denun-
cias fue hecha 25 años después de los hechos. Además de aquellos que espe-
raron 25 años para denunciar los abusos, un 26% lo hace de un solo hecho46.
Estos datos nos permiten concluir que, efectivamente, un número
grande de estos clérigos no siguieron delinquiendo, pues si la mayoría de las
denuncias son antiguas y en ese período de tiempo no han aparecido otras
no es desacertada nuestra conclusión, sin olvidar que siempre hay casos que
no se denuncian.
Finalmente, si tenemos presente la facultad que ha sido otorgada a la
Congregación para la Doctrina de la Fe de abrogar la prescripción, resulta
difícil conciliar esta facultad con el derecho del delincuente establecido en
el c. 1313 § 1: “Si la ley cambia después de haberse cometido un delito, se
ha de aplicar la ley más favorable para el reo”47. Esta ley es consecuencia
del ya clásico principio de que en materia penal debe darse la interpretación
más benigna, es decir, aquella que más favorece al reo, debido al carácter
restrictivo y odioso de estas leyes y al hecho de la presunción general de
inocencia.
En definitiva, hay que sostener que “a la luz de los distintos plazos de
prescripción, es de justicia que si el delito había prescrito conforme a la le-
gislación más favorable al reo (desde que se cometió el delito hasta la ac-
tualidad), no se pueda iniciar un proceso contra él”48. No obstante, la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe, ahora independientemente de la solici-

45 Cfr. JOHN JAY COLLEGE OF CRIMINAL JUSTICE, Study of the Nature and Scope of Se-
xual Abuse by Catholic Priest and Deacons in the United States 1950-2002. Study of the
Causes and Context of the Crisis of Sexual Abuse of Minors in the Catholic Church in the
U.S., Washington, D.C. 2004, pág. 41. (en adelante: John Jay College of Criminal Justice).
46 Cfr. JOHN JAY COLLEGE OF CRIMINAL JUSTICE, Study of the Nature and Scope of Se-
xual Abuse by Catholic Priest and Deacons in the United States 1950-2002. Study of the
Causes and Context of the Crisis of Sexual Abuse of Minors in the Catholic Church in the
U.S., 2006 Supplementary Report, Washington, D.C. 2006, págs. 8-9 (en adelante: John Jay
College of Criminal Justice, 2006 Supplementary Report).
47 D. ASTIGUETA, La persona y sus derechos, op. cit., 49: “Ahora bien, derogar la
prescripción sería ir contra este canon [1313 §1] que establece un derecho para el delincuen-
te”; Cfr. D. CITTO, Nota al m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela, en: Ius Ecclesiae, 2002,
pág. 131.
48 L. NAVARRO, op. cit., pág. 41.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 147

tud de cada obispo, tienen la facultad de derogar el período de prescripción,


medida, que aunque sea extraordinaria, nos resulta injustificada49.

3. Dispensa del sacerdocio, del doctorado y facultad de sanar leyes


procesales
El art. 15. de las “modificaciones” determina que la CDF tiene la “fa-
cultad de conceder al personal del Tribunal y a los abogados y procuradores
la dispensa del requisito del sacerdocio y del requisito del doctorado en de-
recho canónico”. A su vez el art. 18 dice: “La facultad de sanar los actos en
caso de violación de leyes procesales por parte de los tribunales inferiores,
salvo el derecho de defensa”.
Se entiende que estas dispensas tienen como objeto el facilitar los
procesos que se llevan a cabo en las Iglesias particulares, donde no siempre
se dispone de sacerdotes y que estos sean doctores en derecho canónico. En
principio no hay objeciones a que laicos intervengan en los procesos en que
los acusados son sacerdotes, ahora bien, la experiencia dice que en ocasio-
nes cuando el instructor es un sacerdote se puede lograr una mayor apertu-
ra y confianza de parte del sacerdote y de los demás testigos en sus declara-
ciones, habrá qué esperar para poder observar si con la intervención de los
laicos no se afecta esta parte del proceso. En otros aspectos no se ve que es-
to pueda traer ninguna dificultad, los laicos pueden juzgar perfectamente es-
tos delitos sexuales, claro está con la debida preparación. Respecto de la in-
tervención de laicos en el delito de violación del sigilo sacramental habría
algunas objeciones, pero no las trataremos en esta oportunidad.
La dispensa del doctorado en derecho canónico, entendemos que de-
berá ser justificada y que quienes ejerzan funciones sean realmente de algún

49 En sentido distinto opina R. E. JENKINS, The Charter and Norms Two Years La-
ter: Towards a Resolution of Recent Canonical Dilemas, en: CLSA Proceedings 66, 2004,
pág. 127: “La derogación, cuando es requerida por un Obispo, en referencia a un caso de la
Congregación, es otorgada cuando la gravedad de la alegación requiere un proceso penal pa-
ra restituir la justicia y reformar al delincuente. De allí, que la ley formal ceda al caso indi-
vidual cuando la seriedad particular del caso lo demande. En mi experiencia, la Congrega-
ción ha aplicado la derogación de manera extremadamente justa y equitativa. La revisión ca-
so por caso resulta la manera más adecuada de proceder para resolver alegatos pasados o pre-
sentes. Podría ser que en la gran mayoría, diez años sumen el tiempo límite ideal con todas
las consideraciones tomadas. Al mismo tiempo, permitir derogaciones en los casos excepcio-
nales, para que la justicia pueda reprender a los perpetradores de esa ley criminal, no es en
sí una injusticia. La ley no puede prever todas las circunstancias…”.
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148 Ricardo Daniel MEDINA OAR

modo peritos en la materia. Es sabido que las causas penales presentan no


pocas dificultades y que está en juego el bien de las personas, tanto acusa-
dores como acusados. Se puede tener muy buena voluntad y ser muy buen
laico o sacerdote pero ello no implica de por si que se pueda conocer el de-
recho. El llegar a la verdad en un proceso también depende del conocimien-
to de los procedimientos, ellos son en definitiva garantía de esa búsqueda de
la verdad. Las leyes procesales, es conocido, persiguen el mismo fin, y no
obstante la norma aclara que el derecho de defensa no es sanable, la “sana-
ción” indiscriminada de las leyes procesales pueden afectar de manera seria
ese derecho. Nuestro proceso penal ya sea judicial o administrativo no pre-
senta en si mismo oportunidades de “artilugios legales” para escapar de la
verdad de los hechos, por lo tanto, a nuestro juicio se deberían otorgar estas
sanaciones con sumo cuidado.
La dispensa del requisito del doctorado y la facultad de sanar leyes
procesales, juntas, se convierten en un riesgo de afectar el buen desarrollo
de un proceso con todo lo que ello puede implicar de perjudicial para las
partes implicadas.
Ambas medidas se comprenden por lo ya dicho: la falta de sacerdo-
tes preparados para afrontar las causas penales. Ahora bien, se debería pen-
sar también en otras medidas de modo que la excepción no tenga que ser re-
gla. Por qué no constituir tribunales penales de alcance nacional donde to-
dos los oficiales, clérigos y laicos, actúen con verdadera formación canóni-
ca que constituya una garantía más de un proceso justo y donde a la vez el
sacerdote que lo pida tenga la posibilidad de ser juzgado por otros sacerdo-
tes, o al menos que sea un derecho que su petición sea considerada atendien-
do a las circunstancias particulares que se puedan presentar.

4. Facultad de dispensar la vía procesal judicial


El art. 17 del motu propio Sacramentorum sancttitatis tutela estable-
cía que “los delitos más graves reservados a la Congregación para la doctri-
na de la Fe sólo se deben perseguir en proceso judicial”. Al respecto las
“modificaciones” determinan que la CDF tiene “la facultad de dispensar de
la vía procesal judicial, es decir, de proceder por decreto extra iudicium, en
tal caso, la CDF, evaluados los hechos, decide caso por caso, ex officio a ins-
tancia del Ordinario o del Jerarca, cuándo autorizar el recurso a la vía extra-
judicial (en todo caso para imponer una pena expiatoria perpetua es necesa-
rio el mandato de la CDF) (art. 21 § n. 1)”.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 149

Los canonistas sostienen en su inmensa mayoría que el proceso ad-


ministrativo no ofrece las mismas garantías de imparcialidad y de justicia
que el proceso judicial50.
Por su parte, es admitido, que el ordenamiento canónico da preferen-
cia al proceso judicial sobre el administrativo. Si bien a simple lectura pa-
reciera que la elección de la vía extrajudicial o administrativa es libre, si se
atiene a lo que dice el c. 1342 § 1, “donde se establece que sólo se puede
proceder por vía administrativa si existen justas causas que se opongan a
que se celebre el proceso judicial”51, se comprende que el legislador ha pri-
vilegiado el proceso judicial.
Asimismo como es sabido el c. 1342 § 2 contempla las prohibiciones
de proceder extrajudicialmente: «No se puede imponer o declarar por decre-
to penas perpetuas, ni tampoco aquella otras que la ley o precepto que las
establece prohíba aplicar mediante decretos». Son por naturaleza penas per-
petuas la expulsión o dimisión del estado clerical (cc. 290,2º y 1336 § 1, 5º)
y la privación penal del oficio (c. 196). Pueden ser perpetuas las demás pe-
nas expiatorias (cfr. c. 1336 § 1).
La facultad de dispensar la vía judicial, en las modificaciones es una
atribución de la CDF que lo puede hacer de oficio o a instancia del ordina-
rio o Jerarca. El texto dice que se hará caso por caso y evaluados los hechos.
Ahora bien, no sabemos cuál será el criterio para conceder esta dispensa.
Entendemos que este actuar debería ser del todo excepcional en pos de una
recta justicia que garantice sin ningún daño el derecho de defensa. La cele-
ridad de los procesos parecería ser uno de los motivos por los cuales pueda
llegar a concederse esta dispensa, como así también la clara gravedad de los

50 Cfr. V. DE PAOLIS, Il proceso penale administrativo, en: Il proceso penale canoni-


co, a cura di Z. SUCHECKI, Lateran University Press, Roma 2003, pág. 216; Cfr. V. DE PAOLIS,
D. CITO, Le Sanzioni Nella Chiesa, Commento al Codice de Diritto Canonico Libro VI, Urba-
niana University Press, págs. 242; Cfr. M. MOSCONI, l´Indagine previa e l´applicazione Della
pena in via administrativa, en: I giudizi nella chiesa. Porecessi e procedure speciali, a cura
del Gruppo italiano docenti di diritto canonico, XXV incontro di Studio Villa S. Giuseppe-To-
rino, Quaderni Della Mendola 7, Glossa, Milano 1999, pág. 228; Z. SUCHECKI, Le sanzioni pe-
nali nella chiesa, Parte I, I delitti e le sanzioni penali in genere, Librería Editrice Vaticana,
Città del Vaticano 1999, págs. 124-125; F. PÉREZ MADRID, Derecho administrativo sanciona-
dor en el ordenamiento canónico, en: Il proceso penale canonico, a cura de Z. SUCHECKI, 410:
«la gravedad de las sanciones penales requiere seguridad y garantías para el acusado. Por ello,
se entiende que el proceso es un instrumento idóneo para asegurar la defensa del acusado».
51 Comentario exegético al Código de Derecho canónico, t. IV/2, Pamplona 1997,
comentario al c. 1718.
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150 Ricardo Daniel MEDINA OAR

casos, pero si es así no se comprende del todo por qué dispensar del proce-
so judicial toda vez que este puede perfectamente arribar a la verdad, máxi-
me si es clara, dándole al acusado y al acusador todas las garantías que un
proceso judicial otorga. Puede ser verdad que insuma mayor tiempo, pero
no debería ser esta una dificultad insalvable si los tribunales actúan con la
celeridad que corresponde o si como ya dijimos se constituyeran tribunales
penales que traten estas cuestiones. Además, es aceptado, que todo proceso
lleva un determinado tiempo y eso a nadie debería asustar puesto que en los
tribunales estatales también se resuelven las situaciones delictivas en tiem-
pos que usualmente no son denominados cortos. Como un claro ejemplo de
esto se puede observar lo que lleva juzgar un delito de índole sexual con me-
nores y no por eso se recurre a una vía administrativa que no existe para de-
litos de esta índole.
Así las cosas, resulta del todo prudente, que las penas expiatorias per-
petuas no puedan ser impuestas sin el necesario mandato de la CDF.
Es de desear que, en principio, se respete la vía judicial en el trata-
miento de los delitos reservados y que la vía administrativa sea una excep-
ción. Si el delito consta con claridad no hay motivos para pensar que la vía
judicial no pueda llegar a determinar la comisión del delito y su imputabili-
dad y si no es así, sin duda alguna la vía judicial permitirá con mayores ga-
rantías poder arribar a la veracidad de los hechos.
Finalmente si se considera las amplias posibilidades que se otorgan
en la determinación de tomar medidas cautelares, no debería ser un proble-
ma el tiempo prudencial de un juicio penal, ya que el sacerdote puede ser
apartado, y por ejemplo en el caso de delitos sexuales con menores, no cons-
tituir ningún riesgo ni escándalo para los fieles, que comprenderán que, el
derecho canónico, como cualquier derecho otorga las garantías de una de-
fensa justa, que es un principio de derecho natural, al menos en su formula-
ción general52.

5. La Dimisión «ex officio» del estado clerical


El art. 21 § 2 n.2 de las “modificaciones” determina que la CDF tie-
ne la facultad de presentar directamente al Santo Padre para la dimissio e
statu clericali o para la depositio, una cum dispensatione a lege caelibatus.

52 Cfr. V. DE PAOLIS, D. CITO, Le Sanzioni Nella Chiesa, Commento al Codice de Di-


ritto Canonico Libro VI, Urbaniana University Press, pág. 244.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 151

En tales casos, salvado siempre el derecho de la defensa del acusado, debe


resultar manifiesta la comisión del delito que se examina”.
La dimisión ex officio aparece con claridad y como una norma que
contó con la recognitio de la Santa Sede en el número diez de las “Essential
Norms”, las cuales –dentro del denominado marco de «tolerancia cero»–
presentaban dos opciones que no eran estrictamente penales, pero se orien-
taban hacia el mismo objetivo que las penas, es decir, apartar del ministerio
a todo el que haya cometido, aunque sea un solo acto de abuso con un me-
nor de edad. La norma se expresaba así: “El sacerdote o diácono podrá en
cualquier ocasión pedir verse dispensado de las obligaciones propias del es-
tado clerical. En casos excepcionales, el obispo/eparca podrá solicitar al
Santo Padre la expulsión «ex officio» del sacerdote o diácono del estado cle-
rical, incluso sin el consentimiento del interesado”53.
La primera posibilidad no presentaba inconvenientes. Si el clérigo
decide, como consecuencia de haber cometido algún delito contra el sexto
mandamiento con un menor, pedir una dispensa de sus obligaciones no tie-
ne nada de extraño. Es más, nada se opondría a que el Obispo, si así lo con-
siderase conveniente, le sugiriese esta medida. Esta posibilidad es en defi-
nitiva la contemplada en el c. 290 § 3 del CIC y en el c. 394 § 2 del CCEO.
Pero sí resultaba extraño que se previera la posibilidad de conceder
forzosamente la secularización, es decir, sin que el clérigo la solicite e in-
cluso oponiéndose.
Algunos interpretaban que lo que se solicitaba era la expulsión del es-
tado clerical54. Otros señalaban que esa interpretación no era correcta y que
tal confusión surgía a raíz del término «dismissal» que fue traducido por ex-
pulsión. Como señalaban F. R. Aznar Gil y A. J. Chong Águila, elevar una
solicitud de expulsión ex officio al Santo Padre sin el consentimiento del
clérigo no es técnicamente lo que la norma décima establece, sería una con-
tradicción con las Essential Norms octava y novena, que confirmaban y exi-
gían la aplicación de la legislación universal, en la que se establece que la
pérdida del estado clerical se da por la pena de dimisión legítimamente im-
puesta, a tenor del c. 290, 2º del CIC, y del c. 394, 2º del CCEO, así como

53 USCCB, Essential Norms, art. 10. Pueden verse en comparación el primer texto
de las Essential Norms, aprobado por la USCCB, en junio de 2002 y el definitivo, aprobado
en noviembre de 2002, en: Fidelium Iura 13, 2003, 146-54.
54 Cfr. L. NAVARRO, op. cit., 41.
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152 Ricardo Daniel MEDINA OAR

por la pena expiatoria que establece el c. 1336, 5º del CIC. La expulsión del
estado clerical no puede imponerse por decreto extrajudicial según el c.
1342 § 2 del CIC y c. 1402, 21 del CCEO. Además, el tribunal tendría que
ser de tres jueces cuando decida causas penales sobre los delitos que pue-
dan castigarse con la expulsión del estado clerical: c. 1325 § 1, 2º del CIC
y c. 1084 § 1, 3º del CCEO. De esta manera, la legislación universal para la
expulsión del estado clerical, requiere que se lleve a cabo el proceso judi-
cial penal que, de darse, tendría que seguir los cc. 1717-1731 del CIC y los
cc. 1468-1485 del CCEO55.
A su vez, la expulsión de un clérigo del estado clerical ex officio se-
ría contraria a la normativa del m. pr. Sacramentorum sanctitatis tutela,
puesto que en el art. 17 de las normas procesales se establece: “Delicta gra-
viora Congregationi pro Doctrina fidei reservata, nonnisi in processu idu-
diciali persequenda sunt56”.
No obstante, cabía la posibilidad de alguna excepción, puesto que el
Romano Pontífice –conforme a una decisión del 7 de febrero de 2003– con-
cedió a la Congregación para la Doctrina de la Fe la facultad de dispensar
el art. 17 en los casos más graves que, a juicio del Congreso de la citada
Congregación, podían ser presentados al Santo Padre para la dimisión ex of-
ficio o ser tratados mediante el rito abreviado del c. 1720. El Obispo dioce-
sano, si es del parecer que se ha de proceder a la dimisión o expulsión del

55 Cfr. F. R. AZNAR GIL, A. J. CHONG ÁGUILA, op. cit., 73-74. JUAN PABLO II, SST,
Normas sustanciales y procesales, art. 26: “Se deben aplicar en estas causas, además de lo
establecido en estas normas, a las que están obligados todos los Tribunales de la Iglesia La-
tina y de las Iglesias Católicas Orientales, los cánones sobre los delitos y las penas y sobre
el proceso penal de ambos Códigos”.
56 JUAN PABLO II, SST, Normas sustanciales y procesales, art. 17; Cfr. Z. GROCHO-
LESKI, Presentazione, en: Z. SUCHECKI (dir.), Il processo penale canonico, Roma 2003, pág.
7: No obstante, algunas excepciones, parece clara hasta el momento la posición de la Santa
Sede de mantener la dimisión ex officio como algo extraordinario y en la medida en que no
hay ninguna posibilidad de otra solución más adecuada. Tratando de las propuestas de mo-
dificar la legislación codicial para permitir la aplicación en vía administrativa de penas gra-
vísimas, como la dimisión del estado clerical, el Cardenal Z. GROCHOLESKI ha afirmado que
admitirlo sería “un fuerte retroceso en relación: a) al general progreso conseguido, con la
contribución del pensamiento cristiano, en materia de aplicación de la pena; b) a la valora-
ción de la dignidad de la persona humana o de sus derechos, de parte del Concilio Vaticano
II; c) a la determinación del Código de 1983, debilitando notablemente también la proclama-
ción del citado c. 221, del derecho fundamental en la materia; d) y para la tutela de la justi-
cia y la caridad, en cuanto el proceso administrativo no da una mayor garantía para llegar a
la certeza moral y el respeto del derecho de defensa y de aquel judicial”.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 153

reo del estado clerical, debía pedir a la Congregación que conmine esa pe-
na mediante decreto57.
Es oportuno recordar aquí, como antecedente, que en las normas de
la Congregación para la Doctrina de la Fe (organismo competente en aquel
momento para la dispensa del celibato), de 1971, se previó la hipótesis de
pérdida del estado clerical y dispensa del celibato ex officio, para los casos
en los que, después de una investigación atenta, se viera necesario –a causa
de su vida perversa, por errores doctrinales o por otra causa grave– expul-
sar al sacerdote del estado clerical y, a la vez, por misericordia, concederle
la dispensa de las obligaciones, para que no incurra en el peligro de eterna
condenación58.
Durante los trabajos de revisión del Código de Derecho Canónico, se
planteó la cuestión de la dimisión ex officio del estado clerical. La comisión
encargada de esa tarea recibió un proyecto relativo a la dimisión ex officio
de los diáconos que, no siendo idóneos, se negasen a solicitar la dispensa59.
La comisión codificadora decidió no admitir esa posibilidad porque podía
dar lugar a abusos y producir indefensión del clérigo60.
Las normas de 1980 no se refieren expresamente a la dimisión ex of-
ficio del estado clerical61, no obstante, proveen la posibilidad de pérdida del
estado clerical ex rescripto Apostolicae Sedis y de hecho parece ser que en

57 El texto de la decisión es el siguiente: “Viene concessa alla CDF la facoltà di dis-


pensare dall’art. 17 nei casi gravi e chiari che a giudizio del Congresso Particolare della
CDF: a) possono essere portati directamente al Santo Padre per la dimissione ex officio, ov-
vero b) possono essere trattati con il rito abbreviato di ci al c. 1720 dall’Ordinario che, nel
caso sia del parere di procedere alla dimissione del reo, dovrà chiedere alla CDF la commi-
nazione di detta pena per decreto”, en: W. H. WOESTMAN, Ecclesiastical Sanctions and the
Penal Process, Ottawa 2003, pág. 315, citado por: L. NAVARRO, op. cit, pág. 41.
58 Cfr. SCDF, Normas Antequam causam reductionis, 13 enero de 1971, in: AAS 63,
1971, pág. 308.
59 Cfr. V. FERRARA, L’instituto canonico della dispensa pontificia dal celibato e dagli
altri obblighi dell’ordinazione. Evoluzione storico-giuridica della normativa sostanziale e pro-
cedurale ed attribuzione di competenza a trataren: dalle origini alla Constituzione Apostolica
“Pastor Bonus”, (1998) di Giovanni Paolo II, en: Apollinaris, 67, 1994, págs. 552-553.
60 Cfr. Comm. 14, 1982, 85-87.
61 SCDF, 14 de octubre de 1980: De modo procedendi in examine et resolutione peti-
tionum quae dispensationem a caelibatu respiciunt, en: AAS 72, 1980, in: AAS 72, 1980, 1132-
37. La traducción al español de este documento en: C. HEREDIA, Los procesos eclesiásticos dio-
cesanos. Documentos y modelos de formularios, Buenos Aires 2000, págs. 186-193.
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154 Ricardo Daniel MEDINA OAR

la praxis de la Congregación de la Doctrina de la Fe el procedimiento ex of-


ficio permanecía62.
A. Busso menciona que en 1997, como respuesta a ciertas situaciones
particulares, algunos presentaron una propuesta– sobre la dimisión ex offi-
cio– que fue elevada a la Congregación para el Culto Divino y para la Dis-
ciplina de los Sacramentos, quien elaboró de alguna manera un proyecto de
normativa para la dimisión del estado clerical –ex officio– de los clérigos no
idóneos para el ministerio que han cometido graves delitos y rechazan soli-
citarla pro gratia.
Nos interesa resaltar los motivos que justificaban el proyecto y las
condiciones en que debería aplicarse:
1) Los motivos eran:
a) Clérigos con conductas escandalosas merecedoras de la dimisión
del estado clerical, en situaciones claras o confesos de graves reatos y con
escándalo de por medio, no sólo no solicitan la dimisión, sino que tampoco
aceptan ninguna otra sanción o remedio.
b) El proceso judicial penal en algunas Iglesias particulares resultaba
imposible o de muy difícil realización, ya sea por falta de sacerdotes idó-
neos para formar un colegio judicial capaz de evitar errores que podrían ha-
cer nula la sentencia, o por indisponibilidad de los testigos, o bien por la du-
ración excesiva del proceso.
2) Condiciones:
a) Si los Ordinarios consideraban que era necesario para remover el
escándalo y garantizar el bien de las almas, tanto por parte de los fieles co-
mo para el clérigo culpable.
b) Si se constataba que el clérigo era culpable y existía contumacia en
la culpa.
c) Si había reticencia a solicitar espontáneamente la dimisión y la dis-
pensa de las obligaciones de la Sagrada Ordenación.

62 SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Normae Substantiales. Prot. n. 128/61


de 1980 (ad usum internum Sacrae Congregationis) art. 1§1: El procedimiento «ex officio»
permanece todavía en la práctica de la Curia Romana, para la solución de casos de excepcio-
nal gravedad proveniente de los lugares donde no es posible instituir un proceso penal, por
ejemplo, en el caso de la pedofilia, a causa del encarcelamiento preventivo del clérigo por
mandato de la autoridad civil, citado por: P. AMENTA, La dispensa dagli obblighi della sacra
ordinazione e la perdita dello statu clericale, en: Periodica 88, 1999, pág. 337.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 155

d) Si existía imposibilidad de proceder de otro modo y según las dis-


posiciones de la normativa canónica vigente.
Sin embargo, previamente era necesario constatar la certeza de las
acusaciones, haber exhortado paternalmente al reo y luego haberlo amones-
tado canónicamente y suspendido en el ejercicio del ministerio; darle ade-
más un tiempo razonable para que tuviera posibilidad de demostrar un cam-
bio de comportamiento y estar dispuesto a hacer la penitencia respectiva63.
Y, al fin, preavisado –aunque sin resultado–, acudir al recurso extremo.
El proyecto finalmente no prosperó, fundamentalmente por preservar
el derecho que posee toda persona a no ser lesionada en su buena fama y a
que no sea violada en su intimidad64. También, por tutelar el derecho que
tienen los fieles a no ser sancionados con penas canónicas si no es confor-
me a la norma legal65.
Aunque el proyecto no haya prosperado, es conocido que en realidad
para ciertos casos aislados se estaba utilizando; incluso en algunos como pe-
na, y en otros como dimisión por rescripto –ex officio– del estado clerical.
Hasta donde sabemos, se venía aplicando sobre todo, en algunos casos de
abusos sexuales contra menores cometidos por clérigos; es decir, se conce-
día la pérdida del estado clerical a través de un rescripto de la Santa Sede
(290,3º) sin un proceso formal66.
Las razones por las cuales se recurría a solicitar la pérdida del estado
clerical ex offico eran las siguientes: a) en ocasiones la conducta desviada no
era un delito canónico –por no reunir los requisitos establecidos en el c.

63 Cfr. A. BUSSO, La dimisión del estado clerical -ex officio- de los clérigos no idó-
neos que han cometido delito grave y rechazan pedirla pro gratia, en relación con el perío-
do de su formación sacerdotal, en: AADC 9, 2002, pág. 42.
64 Cfr. CIC 83 c. 220.
65 Cfr. CIC 83 c. 221 §3
66 T. DOYLE, The Canonical Rights, op. cit., p. 348; C. M. PADAZINSKI, Loss of Cle-
rical State. A Penalty or Rescript? Roma 1999, p. 155: este autor afirma que la dimisión ex
officio fue utilizada por la Sede Apostólica, dándose en los Estados Unidos de América, en
el año 1998, un número imprecedente de pérdidas del estado clerical sin un proceso formal,
a través de lo establecido en el c. 290, 3º; Cfr. A. D. BUSSO, La dimisión del estado, op. cit.,
p. 43, nota 11; Otro autor señala que entre 1996 y 2001 hubo 22 casos de dimisión del esta-
do clerical in poenam ex officio, in: L. NAVARRO, op. cit., 43, nota 74. Según el Prefecto de
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Exmo. Sr. Carde-
nal Jorge Medina Estévez, en la audiencia pública a profesores y alumnos de la Facultad de
Derecho Canónico de la Universidad Católica Argentina, en febrero de 1999, el procedimien-
to se había utilizado en 17 casos.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 156

156 Ricardo Daniel MEDINA OAR

1395– pero sí un delito para las leyes civiles; b) otras veces la acción penal
se había extinguido por prescripción, pero el clérigo permanecía en serio pe-
ligro de recaída en el comportamiento desviado, por un trastorno psicológi-
co subyacente en él; otras veces, el trastorno padecido era tan grave que la
imputabilidad había –si no quedado completamente exenta– sí disminuida de
tal manera que la grave pena de la reducción al estado laical no podía apli-
carse o era desproporcionada; c) en otros casos el clérigo se oponía a seguir
un tratamiento médico y a pedir voluntariamente el rescripto de seculariza-
ción67.
De este modo se daba solución a casos que eran de muy difícil reso-
lución mediante las normas previstas en el Código. Por tanto las “Normas
Esenciales” materializaron como una ley particular lo que hasta ese momen-
to era la praxis en determinados casos extraordinarios, en los que no era po-
sible la aplicación de las normas habituales determinadas por el Derecho.
Ahora las “modificaciones” permiten claramente y mediante una ley
presentar al Santo Padre el pedido de dimisión del estado clerical junto con
la dispensa del celibato. No dice la norma que los Obispos puedan solicitar-
lo a la CDF, tampoco lo prohíbe y sería ciertamente extraño que ésta lo hi-
ciese, al menos, sin escuchar la opinión del Ordinario, más aún entendemos
que sería lo aconsejable. No obstante, la libertad de la CDF para presentar
estos casos al Santo Padre no parece depender de la opinión de los Ordina-
rios, es decir, a tenor de la norma lo podría hacer no solo sin consultarles si-
no también en contra de la opinión de los mismos.
Dos elementos se señalan en esta normativa que deben respetarse: el
derecho de defensa y que debe resultar manifiesta la comisión del delito que
se examina. Da la impresión que el derecho de defensa se verá, cuanto me-
nos, disminuido, en estos casos. Es por ello que sería de esperar que la CDF
diese algunas pautas concretas que garanticen, en tales circunstancias, que
el derecho de defensa será escrupulosamente respetado. Es necesario que se
sepa de qué modo el acusado puede ejercer en estos casos ese derecho. No
puede dejarse de lado que este tipo de decisiones, provenientes del mismo
Santo Padre, son inapelables.

67 Cfr. J. P. BEAL, Too Good to Be True?, A Response to Professor Woestman on the


interpretation of canons1041, lº and 1044, §2, 2º, en: Monitor Ecclesiasticus CXXI 3/96, p.
431; Cfr. F. R. AZNAR GIL, Delitos de los Clérigos, op.cit., p. 73; Cfr. C. M. PADAZINSKI, op.
cit., p. 158.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 157

Debemos señalar que algunos argumentos a favor de la dimisión ex


officio, no tienen a nuestro entender, la suficiente entidad como para justifi-
car la secularización ex officio. Uno de ellos es la falta de personal adecua-
do para integrar los tribunales que deben resolver estas cuestiones delicti-
vas. Hecho que es una realidad, pero que puede o debe solucionarse de otro
modo, en este caso, previendo en las Iglesias Particulares la formación de
canonistas. La administración de la justicia no es una cuestión secundaria,
el Obispo o el Superior mayor deben poner los medios adecuados para po-
der impartirla. Es verdad que, en algunas Iglesias Particulares, la formación
de sacerdotes especialistas en derecho no es nada fácil, debido a la falta de
vocaciones y a que se deben trasladar por años a los lugares donde se en-
cuentran los centros de estudios, o por falta de recursos económicos, entre
otros motivos. Tal vez, una posible ayuda sea la creación de tribunales re-
gionales, a semejanza de lo que ocurre ya en varios países respecto de las
causas matrimoniales, pero que traten solamente cuestiones penales, o in-
cluso solamente de abusos sexuales cometidos por clérigos68, que lamenta-
blemente parece ser la cuestión mas frecuente, entre los delitos reservados
a la CDF. De este modo se necesitarían menos especialistas y los tribunales
funcionarían con personal adecuado para tratar estas causas.
Tampoco resulta un argumento del todo válido que el proceso penal
sea muy lento. Todo proceso lleva su tiempo y el penal tiene el suyo69. Una
precipitación puede ser perjudicial para el mismo, más allá de que legítima-
mente puedan ponerse algunos medios para que se traten las causas correc-
tamente en el menor tiempo posible. La sugerencia recién mencionada (tri-
bunales regionales), seguramente también ayudaría a mejorar este aspecto.
Asimismo, se puede pensar que cuando un clérigo ha sido encontra-
do culpable en un juicio estatal, por un abuso sexual a un menor, es motivo
suficiente para la aplicación de la dimisión ex officio; no obstante creemos
que es importante que se mantenga la independencia de ambos ámbitos de
justicia. Además, la condena del estado, si bien es un elemento grave a con-
siderar puede que no haya contemplado otros elementos respecto de la im-
putabilidad que si deberían ser valorados en el ámbito canónico. Finalmen-

68 USCCB, NATIONAL REVIEW BOARD FOR THE PROTECTION OF CHILDREN AND YOUNG
PEOPLE. A report on the Crisis in The Catholic Church in the United States, Washington, D.C.
2004, págs. 102-103.
69 Cfr. C. ARRU, Le procedure canoniche da seguire in caso di accuse odiose nei
confronti di ministry sacri, en: Apollinaris 75, 2002, p. 808.
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158 Ricardo Daniel MEDINA OAR

te que el clérigo se encuentre en prisión puede ser un obstáculo serio al de-


recho de defensa.
Por otra parte, la dimisión ex officio no sería contraria al Derecho,
porque éste prevé la secularización por rescripto de la Santa Sede en el c.
290, 3º que ahora se explícita de un modo claro en las “modificaciones”. Si
bien es cierto que, en el Schema CIC de 1980 se especificaba que ese res-
cripto se concedía a instancia del clérigo, y precisamente se suprimieron las
palabras “ad instantiam ipsius clerici concesso”70, tal supresión no podía
constituir un punto de apoyo para incluir la dimisión ex officio, porque ese
resquicio no existía, pues la dispensa del celibato se rige por normas en las
que no se contempla tal posibilidad71”.
Si bien creemos que no podía afirmarse que tal procedimiento era un
fraude a la ley72, cosa ahora fuera de toda duda, también es cierto que que-
da de manifiesto que el recurrir a este medio debe ser algo extraordinario y
en situaciones extremadamente graves; como hemos podido advertir dicho
recurso no constaba, hasta ahora, explícitamente en ninguna ley73.
Sin embargo, hay que admitir que puede haber casos en los cuales la
gravedad del abuso, la negativa del clérigo a todo tratamiento y la imposi-
bilidad de aplicar la pena de la dimisión, ya sea porque su imputabilidad es-
tá disminuida o atenuada o porque el delito ha prescrito, puede requerir la
solicitud al Santo Padre de la dimisión ex officio. De todos modos, nosotros
creemos que, aunque el clérigo sea pedófilo, si está dispuesto a someterse a
un tratamiento y a otras medidas del Obispo, no debería recurrirse a la di-
misión ex officio, en todo caso, debería tener la oportunidad de defenderse
en un juicio penal.
En todo caso, habrá que considerar que si se pide la dimisión de un
clérigo por las circunstancias mencionadas, quedan algunas cuestiones que
la Iglesia deberá afrontar, por ejemplo si la imputabilidad está disminuida
por el grave trastorno que padece el clérigo la expulsión plantea una cues-
tión grave en vistas al futuro del clérigo. Una persona enferma, sin trabajo,
expulsada de su ministerio ciertamente constituyen un riesgo alto de volver

70 Cfr. Comm. 14, 1982, 175.


71 Cfr. L. NAVARRO, op. cit., p. 45.
72 Cfr. F. R. AZNAR GIL, Delitos de los Clérigos, op. cit., 76.
73 C. M. PADAZINSKI, op. cit., 157: “Obviamente, este método para sacar del estado
clerical a un pedófilo confirmado nunca puede ser usado como una simple salida para evitar
el proceso canónico que da lugar a una pena”.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS MODIFICACIONES A LAS NORMAS... 159

a delinquir y la Iglesia no puede desentenderse de este problema con la ex-


pulsión del clérigo. Sería un acto de irresponsabilidad hacia el cuidado de
los menores. Habrá entonces que pensar en el mejor modo de ayudar al clé-
rigo y de este modo a los menores, ya sea colaborando en buscarle un tra-
bajo, contribuir durante un tiempo prudencial con algún sostenimiento eco-
nómico, buscarle el acompañamiento y la ayuda espiritual que la Iglesia da
a cualquier persona en circunstancias semejantes o peores, de lo contrario el
sentir evangélico y la salvación de las almas, ley suprema, dejarían de cum-
plirse y nada menos que en el seno más íntimo de la Iglesia. No sería esta
una actitud coherente de la Iglesia que es maestra de misericordia y siempre
ha distinguido el pecado del pecador y buscado la redención, siguiendo el
camino de Jesús, en las circunstancias donde la miseria humana pareciera
no dejar ningún lugar.
Las visitas al clérigo de alguien cercano, la preocupación de sus supe-
riores por su bienestar y salud tanto física como psíquica, el ofrecerle reitera-
das veces la ayuda de un profesional e indudablemente la oración por él, pue-
den conseguir que en algún momento cambie de actitud. El mensaje de Jesús:
“no son los sanos quienes necesitan al médico sino los enfermos74”, deberá
animar a la Iglesia a buscar que este hombre “muerto” vuelva a la vida.
En principio, es de desear que las distintas situaciones delictivas se
puedan resolver sin tener que acudir a medidas e instancias extraordinarias. Y
cualquier solución que se intente debe estar de acuerdo al derecho vigente.

CONCLUSIÓN
Habrá que esperar el transcurso del tiempo y la puesta en marcha de
estas “modificaciones” para poder realizar un juicio más completo respecto
de la eficacia de las mismas. De todos modos, da la impresión que en parte,
se puede correr el serio riesgo de que el derecho a la defensa se vea afecta-
do. Las facultades de dispensa otorgadas a la CDF y que hemos comentado
nos dejan esa sensación. La ausencia –en ocasiones– de un proceso judicial,
la dispensa del doctorado en derecho canónico de los oficiales del tribunal
y una prescripción que prácticamente no existe, son, al menos juntos, ele-
mentos que nos preocupan. No obstante habrá que confiar en el buen crite-

74 Mc. 2, 17.
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160 Ricardo Daniel MEDINA OAR

rio jurídico de la CDF que deberá velar para que las presentes normativas
aporten más eficacia y contribuyan a la claridad y a la certeza del derecho.
Finalmente nos permitimos señalar que, no obstante, no tener dudas
que la Santa Sede, busca el bien de los fieles mediante los nuevos procedi-
mientos, parece claro que estos si bien pueden llegar a contribuir a encontrar
una solución a los casos planteados, es decir cuando el delito ya se ha come-
tido, difícilmente sean un solución para enfrentar nuevos casos de abusos se-
xuales. No es un proceso más rápido ni más eficaz la solución a estos delitos
sino normas más inteligentemente severas en la selección de candidatos al
Orden Sagrado. Un gran número de casos son debidos a trastornos psicose-
xuales, que suelen conllevar problemas de control de impulsos y por tanto
creemos que difícilmente les disuada esta nueva legislación de la Iglesia.
El fin último debe ser buscar que no haya delitos, de este modo no ha-
brá necesidad de disponer de medidas tan peculiares para combatir delitos
canónicos de clérigos. Tal objetivo no será posible sin una adecuada selec-
ción de candidatos al Orden Sagrado, es de desear que en este aspecto tam-
bién se implementen modificaciones eficaces que contribuyan a la forma-
ción de un clero sano y santo.
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AADC XVI (2009-2010) 161-183

LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI


CATTOLICI IN EMIGRAZIONE

Dimitrios SALACHAS

SOMMARIO: I.- Premesse dottrinali e disciplinari del Concilio Vaticano II cir-


ca i fedeli orientali cattolici ovunque dimoranti (entro e fuori dei con-
fini della propria Chiesa sui iuris). 1. Pari dignità delle Chiese orien-
tali e della Chiesa latina nella Ecclesia universa. 2. Il diritto e il do-
vere delle Chiese orientali di reggersi (se regendi) secondo le proprie
discipline particolari. 3. I destinatari dei due Codici. II.- Gli orienta-
li cattolici nelle circoscrizioni territoriali della Chiesa latina. 1. Il fe-
nomeno dell’emigrazione di fedeli orientali. 2. L’emigrato cattolico,
priorità di sollecitudine pastorale della Chiesa. 3. «Diritto canonico
migratorio» o «diritto canonico della Diaspora». 4. I fedeli orientali
commissi a un Ordinario latino. 5. Perseveranza nel proprio “rito” e
divieto di cambiare “rito”. 6. Lo Jus vigilantiae delle Gerarchie
orientali sui propri fedeli ovunque dimoranti. 7. I Vescovi orientali
costituiti fuori dei confini della propria Chiesa sui iuris per la cura
pastorale dei loro fedeli emigrati. 8. Strutture giuridiche previste dai
due Codici. III.- Rapporti interecclesiali tra cattolici, orientali e lati-
ni, in materia di celebrazione ed amministrazione dei sacramenti in
genere. Conclusioni e prospettive. Appendice: Rapporti interecclesia-
li tra cattolici, orientali e latini, nella celebrazione del sacramento del
matrimonio. 1. Diritto da osservare. 2. Diritto da osservare in mate-
ria di impedimenti. 3. Diritto da osservare in materia di forma cano-
nica della celebrazione del matrimonio. 4. Prassi giuridico-pastorale
in materia di forma canonica della celebrazione del matrimonio.
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162 Dimitrios SALACHAS

I.- PREMESSE DOTTRINALI E DISCIPLINARI DEL CONCILIO VATICANO II


CIRCA I FEDELI ORIENTALI CATTOLICI OVUNQUE DIMORANTI (ENTRO
E FUORI DEI CONFINI DELLA PROPRIA CHIESA SUI IURIS)

1. Pari dignità delle Chiese orientali e della Chiesa latina nella


Ecclesia universa
Il Decreto OE ai nn. 3 e 5 afferma la pari dignità della Chiesa Latina
e delle Chiese Orientali nella loro autonomia nel campo disciplinare. Anzi-
tutto enuncia il principio ecclesiologico dell’unità, secondo il quale «ques-
te Chiese particolari, sia di oriente che d’occidente, sebbene siano in parte
tra loro differenti in ragione dei cosiddetti riti, cioè per la liturgia, per la dis-
ciplina ecclesiastica e il patrimonio spirituale, tuttavia sono in ugual modo
affidate al pastorale governo del Romano Pontefice, il quale per volontà di-
vina succede al beato Pietro nel primato sulla Chiesa universale». Poi ag-
giunge che «esse godono di pari dignità, cosí che nessuna di loro prevale
sulle altre per ragione del rito, e godono degli stessi diritti e sono tenute
agli stessi obblighi, anche per quanto riguarda la predicazione del Vangelo
in tutto in mondo, sotto la direzione del Romano Pontefice».
Proprio perché le Chiese orientali godono di pari dignità con la Chie-
sa latina, «questo sacro concilio –afferma il decreto UR 17–, ringraziando
Dio che molti orientali figli della Chiesa cattolica, i quali custodiscono
questo patrimonio e desiderano viverlo con maggior purezza e pienezza, vi-
vano già in piena comunione con i fratelli che seguono la tradizione occi-
dentale, dichiara che tutto questo patrimonio spirituale e liturgico, discipli-
nare e teologico, nelle diverse sue tradizioni appartiene alla piena cattolici-
tà e apostolicità della Chiesa». Lo conferma il CCEO, can. 39: Nei riti de-
lle Chiese orientali quale patrimonio della Chiesa universale di Cristo, ris-
plende la tradizione che deriva dagli Apostoli attraverso i Padri e che affer-
ma la divina unità nella varietà della fede cattolica.
La pari dignità abroga il principio preconciliare da secoli in vigore de-
lla praestantia ritus latini, sancito da Benedetto XIV nella cost. apost. Etsi
pastoralis (1742) e nella lettera enciclica Allatae sunt (1755)1, ed intende sot-

1 Secondo quel principio, «ritus enim latinus propter suam praestantiam, eo quod sit
ritus Sanctae Romanae Ecclesiae omnium Ecclesiarum Matris et Magistrae, sic supra Grae-
cum ritum praevalet...» e «...latinus ritus...reliquis omnibus ritibus praeferi debet...». Cf. I.
ZUZEK, «Incidenza del “Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium” nella storia moderna
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 163

LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 163

tolineare che la Ecclesia universa è composta dalla comunione delle varie


Chiese d’oriente e d’occidente, soprattutto di quelle matrici della fede fonda-
te dagli Apostoli e dai loro successori, le quali si reggono secondo la propria
normativa, salvo restando il principio che, alla comunione universale delle
Chiese, presiede per volontà divina il Vescovo di Roma, successore di Pietro.

2. Il diritto e il dovere delle Chiese orientali di reggersi (se regendi)


secondo le proprie discipline particolari
Il Decreto OE n. 3 comprende una solenne dichiarazione di in-
dole disciplinare:

«Questo santo concilio [...] dichiara solennemente che le


Chiese d’oriente come anche d’occidente hanno il diritto e
il dovere di reggersi (se regendi) secondo le proprie disci-
pline particolari, poiché si raccomandano per veneranda
antichità, sono più corrispondenti ai costumi dei loro fede-
li e più adatte a provvedere al bene delle loro anime».
«Il diritto e dovere di reggersi secondo le proprie discipline
particolari» comporta il diritto di avere una propria Nor-
mativa Canonica, ciò che prova la promulgazione di due
Codici di diritto canonico. Infatti fin dal Concilio Vaticano
I (1869-1870), come attesta la Cost. apost. Sacri canones2,
con la quale il Romano Pontefice, il 18 ottobre 1990, ha
promulgato il CCEO, è stata «costante la volontà dei Ro-
mani Pontefici di promulgare due Codici, uno per la Chie-
sa latina e l’altro per le Chiese cattoliche orientali». Ques-
ta decisa volontà dei Romani Pontefici, secondo sempre la
stessa Cost. apost., «dimostra molto chiaramente che essi
volevano conservare ciò che è avvenuto per provvidenza di-
vina nella Chiesa, cioè che essa, riunita da un unico Spiri-
to, deve respirare come con due polmoni dell’Oriente e de-
ll’Occidente e ardere nella carità di Cristo come con un so-
lo cuore composto da due ventricoli».

della Chiesa universale», in Ius in vita et in missione Ecclesiae, Acta Symposii internationa-
lis iuris canonici, Edit. Vaticana 1994, 676-735.
2 AAS 82 (1990) 1033-1044.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 164

164 Dimitrios SALACHAS

«Il diritto e dovere di reggersi secondo le proprie discipli-


ne particolari» comporta anche una propria superiore au-
torità e autonomia interna di ciascuna Chiesa sui iuris, os-
sia una potestà legislativa, amministrativa e giudiziale,
salva restando l’autorità suprema su di esse del Romano
Pontefice e del Concilio ecumenico, e di conseguenza il di-
ritto di avere la propria normativa canonica, cioè il pro-
prio diritto particolare3.

3. I destinatari dei due Codici


Sin dal primo canone i due Codici, orientale (CCEO) e latino (CIC),
stabiliscono i soggetti passivi e i criteri che reggono le mutue relazioni, cioè
i limiti personali della loro efficacia, che si effettua in due modi diversi.
Mentre il Codice latino afferma in modo assoluto di obbligare soltanto la
Chiesa latina, ritenendo superfluo di fare riferimento agli Orientali, quello
orientale ammette delle eccezioni, le quali però devono essere stabilite es-
pressamente (expresse, cioè explicite o implicite).
Il can. 1 del CCEO dichiara che, «i canoni di questo Codice riguar-
dano tutte e sole le Chiese orientali cattoliche, a meno che, per quanto ri-
guarda le relazioni con la Chiesa latina, non sia espressamente stabilito di-
versamente (nisi aliud expresse statuitur)». Il can. 1 del CIC dichiara che,
«i canoni di questo Codice riguardano la sola Chiesa latina».
Il CCEO comprende in modo tassativo delle norme che riguardano
espressamente la Chiesa latina e, perciò, vincolano direttamente anche i fe-
deli latini. Infatti la Chiesa latina viene espressamente ed esplicitamente
menzionata con la formulazione «etiam Ecclesia latina» in nove canoni (cf.
cann. 37, 41, 207, 322 § 1, 432, 696, 830 § 1, 916 § 5, 1465). In questi no-
ve canoni, il CCEO, riferendosi ai fedeli o ai ministri di «qualsiasi Chiesa
sui iuris», aggiunge subito: «anche della Chiesa latina». Ma con la clausola
«nisi aliud expresse statuitur», il Legislatore intende non solo le norme es-
plicite contenute nel CCEO, cioè questi nove canoni, ma anche altre norme
e principi in esso contenuti che dalla natura stessa della cosa trattata e rego-
lata nel diritto, o dalla mente del Legislatore stesso o dalla finalità stessa de-
lla normativa riguardano tutti i fedeli, orientali e latini; infatti, ci sono an-

3 Cf. D. SALACHAS, Apollinaris 05, 78 (2005), 679-735; 07, 80 (2007), 381-537.


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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 165

che altri canoni in cui, sebbene la Chiesa latina non sia espressamente no-
minata, essa viene inclusa come una Chiesa sui iuris, quantunque diversa
dai quattro tipi di Chiese sui iuris previsti dal CCEO. Riteniamo la Chiesa
latina come Ecclesia sui iuris in quanto anch’essa è retta, governata e strut-
turata secondo il proprio Codice.
Indirettamente vincolano anche i latini, soprattutto quelle autorità ec-
clesiastiche latine, vescovi e parroci, che hanno potestà di governo su fede-
li orientali loro sudditi, come avviene nei luoghi di emigrazione, dove non
è costituita una propria gerarchia per gli orientali (cf. CCEO, can. 916,§ 5).
E’ sufficiente ricorrere a tutte quelle leggi che determinano lo status giuri-
dico-pastorale degli orientali cattolici in emigrazione.
Il principio contenuto nella clausola del can. 1 CCEO è applicabile
anche al can. 1 del CIC, cioè il senso di questo primo canone nel CIC sareb-
be il seguente: I canoni di questo Codice riguardano la sola Chiesa latina, a
meno che, per quanto riguarda le relazioni con le Chiese orientali, non sia
espressamente stabilito diversamente. Infatti, anche il CIC comprende una
serie di norme che vincolano direttamente anche i fedeli orientali (cann. 111
§ 1, 112 § 2, 214, 372 § 2, 383 § 2, 450 § 1, 476, 479 § 2, 518, 535 § 2, 846
§ 2, 923, 991, 1015 § 2, 1021, 1109, 1248 § 1).
Si può dunque affermare, in base al fatto stesso della duplice codifi-
cazione e al can. 1 del CCEO e al can. 1 del CIC, che, di regola, ogni fede-
le cattolico orientale è soggetto al diritto comune della Chiesa cattolica, uni-
versale, al diritto comune delle Chiese orientali cattoliche e al diritto parti-
colare della Chiesa orientale sui iuris, alla quale è ascritto; ogni fedele lati-
no è soggetto al diritto comune della Chiesa cattolica, universale, al diritto
comune della Chiesa latina e al diritto particolare personale o territoriale (cf.
CIC, cann. 12, 13). Da segnalare, qui, che, mentre il CIC parla di leges uni-
versales intendendo le leggi della Chiesa latina, il CCEO usa il termine le-
ges iuris communis per indicare le leggi comuni alle tutte le Chiese orienta-
li. Le leges universales sono quelle che vincolano tutti i cattolici, orientali e
latini.
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166 Dimitrios SALACHAS

II.- GLI ORIENTALI CATTOLICI NELLE CIRCOSCRIZIONI TERRITORIALI


DELLA CHIESA LATINA

1. Il fenomeno dell’emigrazione di fedeli orientali

Ciò che precede è ritenuto come un fondamentale presupposto eccle-


siologico e giuridico per determinare lo status giuridico-pastorale degli
orientali cattolici in emigrazione.
Come è noto, dalla fine del sec. XIX° fino ad oggi, milioni di fedeli
delle Chiese orientali cattoliche emigrarono e emigrano tuttora dal Vicino,
Medio ed Estremo Oriente nonché dall’Europa centrale e orientale verso i
paesi d’Occidente (USA, America Latina, Canada, Australia, Europa occi-
dentale, ecc.). Le Chiese orientali, cattoliche ed ortodosse, tuttora versano
in situazioni di diffusa difficoltà, come d’altronde il cristianesimo intero nel
Vicino e Medio Oriente, specie in Terra Santa. I cristiani, e particolarmente
i giovani, in molti Paesi dell’area (Libano, Siria, Iraq, Iran, Egitto, Libia, Is-
raele, Palestina, Terra Santa, Ucraina, Romania, Balcani, ecc.) in questi ul-
timi decenni abbandonano la loro patria in massa. E’ una vera emorragia di
cristiani. I tragici eventi di guerra e la situazione sociale, economica e poli-
tica spingono, specie i cristiani, alla ricerca di un migliore destino per loro
e i loro figli.
Le migrazioni costituiscono un fenomeno davanti al quale si confron-
ta seriamente ogni Chiesa cattolica locale. Si tratta di un vero “segno dei
tempi”. Le Conferenze Episcopali d’occidente affrontano le questioni pas-
torali poste dalla massiccia migrazione di cattolici orientali, adoperandosi
per una assistenza pastorale adeguata verso diversi gruppi etnici presenti nel
Paese, per la valorizzazione del contributo portato da gruppi di altri Paesi
nella vita della Chiesa locale, per lo scambio di personale per la pastorale.
La migrazione ha favorito anche l’incontro a livello ecumenico e interreli-
gioso: una novità assoluta per alcuni Paesi. La Chiesa in questa opera ha la
straordinaria provvidenziale occasione per manifestare la sua universalità,
la sua cattolicità. Compito evangelico per ogni Chiesa locale di sostenere
una rete unica di solidarietà, di accoglienza e di collaborazione pastorale
con le Gerarchie di origine degli emigrati.
La diaspora oggi di milioni di cattolici provenienti da quasi tutte le
Chiese orientali sui iuris crea il grave rischio di alienazione rituale e di as-
similazione alla Chiesa latina, soprattutto là dove le Chiese locali si dimos-
trano impreparate a gestire la diversità. Le comunità cristiane cattoliche
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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 167

d’occidente non sono sempre immuni dal sindrome di xenofobia e dal con-
cetto di praestantia ritus latini, ritenendo l’inserimento degli emigrati come
sradicazione ed assimilazione, latinizzazione, alienazione, perdita della pro-
pria identità e tradizione etnica, culturale ed ecclesiale. La diaspora di cat-
tolici di diversi riti fa correre loro il rischio di essere assimilati ai cattolici
di rito latino, soprattutto là dove la Chiesa locale si dimostra xenofoba ed
impreparata a sopportare e gestire la diversità.
Sotto il pontificato di Leone XIII emerge già una delle note rivelate-
si rivoluzionarie ed estremamente feconde per tutta la pastorale migratoria:
la tutela e la valorizzazione dei gruppi minoritari all’interno di ogni Chiesa
cattolica locale. La costituzione apostolica Orientalium dignitas del 1894
comminava la scomunica al sacerdote di rito latino che intendesse allonta-
nare i fedeli orientali dal loro rito4.
Ovviamente sotto l’aspetto sociale, gli emigrati in terra straniera per
sopravvivere dovranno inserirsi nella società che li ospita, imparare la lin-
gua, rispettare l’ordinamento giuridico locale, adattarsi agli usi e costumi lo-
cali, inserirsi in genere in un nuovo contesto sociale, cultuale, politico e re-
ligioso. Sotto l’aspetto ecclesiale, l’emigrato cattolico deve sentirsi sempre
cattolico, pronto a conservare l’unità cattolica, disposto a coesistere, parte-
cipare attivamente e condividere la realtà ecclesiale, evitando di chiudersi in
“ghetto”, in “caste”.

2. L’emigrato cattolico, priorità di sollecitudine pastorale della Chiesa


Questa diaspora, dunque, di migranti cattolici orientali pone ovvia-
mente, tra diversi altri problemi, anche la preoccupazione di una urgente,
adeguata e specifica cura pastorale. Il problema non è solo teorico e giuri-
dico, ma prevalentemente spirituale. L’emigrazione rischia non solo di im-
poverire le Chiese orientali, ma con il ritmo tragico con cui si evolve rischia
di portarle alla loro estinzione. Sono perciò necessarie nuove strutture ec-
clesiali nei paesi occidentali per dare agli emigrati cattolici orientali la pos-
sibilità di vivere e testimoniare la loro fede nelle proprie tradizioni e nel pro-
prio rito. Si impone come problema pastorale urgente di considerare le con-

4 G.G. TASSELLO (a cura di), Enchiridion della Chiesa per le migrazioni. Documen-
ti magisteriali ed ecumenici sulla pastorale della mobilità umana (1887-2000), EDB, Bolog-
na 2001, págs. 22-23.
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168 Dimitrios SALACHAS

seguenze ecclesiali e giuridiche della loro presenza sempre più consistente


e dei contatti che si vanno realizzando a vari livelli ufficiali o privati, indi-
viduali o collettivi, tra una comunità o i suoi singoli membri ed altre comu-
nità e i loro singoli membri, soprattutto con le diocesi cattoliche latine. La
Sede Apostolica si è impegnata e non cesserà di impegnarsi affinché i cris-
tiani restino sulle loro terre, ma ormai il movimento emigratorio appare irre-
versibile.

3. «Diritto canonico migratorio» o «diritto canonico della Diaspora»


Il fenomeno degli Orientali cattolici emigrati che hanno il domicilio
o il quasi-domicilio nelle circoscrizioni territoriali della Chiesa latina sta
creando progressivamente un diritto interecclesiale personale specifico che
potremmo chiamare «diritto canonico migratorio» o «diritto canonico de-
lla Diaspora». Sarebbe opportuno codificarlo su forma di un Compendio,
utile per conoscere ed applicare le varie norme del diritto comune e del di-
ritto particolare in vari luoghi5.
L’Istruzione Erga migrantes caritas Christi del Pontificio Consiglio
della Pastorale per i Migranti e gli Itineranti (3 maggio 2004)6 consacra al-
cuni paragrafi ai migranti cattolici di rito orientale (nn. 52-55), redatti in
conformità con il CCEO. Anzitutto rinnova il dettato del Concilio Vaticano
II e del can. 39 del CCEO, sottolineando l’obbligo morale e giuridico dei
migranti orientali cattolici di osservare dovunque il proprio rito, inteso co-
me patrimonio liturgico, teologico, spirituale e disciplinare, distinto per cul-
tura e circostanze storiche di popoli, che si esprime in un modo di vivere e
celebrare la fede che è proprio di ciascuna Chiesa orientale (cf. CCEO, can.
28, § 1) (n. 52). Infatti nei riti delle Chiese orientali, come già detto, quale
patrimonio della Chiesa universale di Cristo, risplende la tradizione che de-
riva dagli Apostoli attraverso i Padri e che afferma la divina unità nella va-
rietà della fede cattolica (CCEO, can. 39). Per Providenza Divina l’emigra-
zione orientale arricchisce la Chiesa Latina d’occidente in risorse spirituale.

5 Cf. D. SALACHAS - KR. NITKIEWICZ, Inter-ecclesial Relations between Eastern and


Latin Catholics, English Edition by George D. Gallaro, Canon Law Society of America,
Washington 2009.
6 PONTIFICIO CONSIGLIO DELLA PASTORALE PER I MIGRANTI E GLI ITINERANTI, Ist. La
carità di Cristo verso i migranti [Erga migrantes caritas Christi], 3 maggio 2004: AAS 96
(2004), 762-822; EV 22/ 1439-1511.
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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 169

L’oriente cattolico di emigrati aiuterà la Chiesa cattolica d’occidente di su-


perare la propria grave crisi di religiosit˛ in cui oggi versa.

4. I fedeli orientali commissi a un Ordinario latino


L’Istruzione Erga migrantes caritas Christi non si limita a far emer-
gere il problema, ma, basandosi sulle norme giuridiche dei due Codici,
enuncia una serie di principi e di provvedimenti giuridico-pastorali per ve-
nir incontro alle necessità spirituali degli emigrati cattolici orientali, i quali
nella maggior parte dei casi si trovano sotto la giurisdizione dei Vescovi la-
tini in loco, nella speranza di istituzione di circoscrizioni orientali nei luog-
hi dove esiste un numero consistente di fedeli di varie Chiese sui iuris. Ma
queste norme si applicano in qualsiasi altro luogo dove coesistono cattolici,
orientali e latini.
Il CCEO, can. 38, stabilisce un assioma fondamentale da un punto di
vista giuridico, cioè «i fedeli cristiani delle Chiese orientali, anche se affi-
dati (commissi) alla cura del Gerarca (Ordinario) o del parroco di un’altra
Chiesa sui iuris, rimangono tuttavia ascritti alla propria Chiesa sui iuris».
Il termine commissi ha un senso giuridico e pastorale ben preciso:
- giuridico, in quanto ratione domicilii «ciascuno ottiene il suo
Gerarca del luogo e il parroco della Chiesa sui iuris alla quale è
ascritto» (CCEO, can. 916, § 1), e qualora un tale Gerarca o pa-
rroco non esistesse in un determinato luogo, questi fedeli sono
ordinariamente commissi all’ Ordinario del luogo. Il CCEO, can.
916, § 5, stabilisce che, nei luoghi dove non è eretta una eparchia
o un esarcato per i fedeli cristiani di qualche Chiesa sui iuris, pur
rimanendo sempre ascritti alla propria Chiesa orientale sui iuris,
si deve riconoscere come Gerarca (Ordinario) proprio degli stes-
si fedeli cristiani il Gerarca (Ordinario) di un’altra Chiesa sui iu-
ris, anche della Chiesa latina.
- sotto l’aspetto pastorale, commissi comporta sia l’obbligo di
questi fedeli di osservare dovunque il proprio rito, sia l’obbligo
dei Pastori latini di accoglierli, sostenerli e vigilare sull’osser-
vanza del loro rito.
- in fine, commissi e non ascripti significa che ciascuna Chiesa
orientale sui iuris (patriarcale, arcivescovile maggiore, metropo-
litana) è una e indivisibile, composta dai propri fedeli ovunque
dimoranti, entro e fuori dei confini del proprio territorio.
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170 Dimitrios SALACHAS

È da aggiungere in modo più generico la norma del can. 112 § 2 del


CIC che conferma implicitamente il suddetto principio; il canone riguarda i
fedeli latini, e stabilisce che «l’usanza, anche se a lungo protratta, di riceve-
re i sacramenti secondo il rito di una Chiesa rituale di diritto proprio, non
comporta l’ascrizione alla medesima Chiesa»; ciò vale, ovviamente, per la
natura della cosa, anche per i fedeli orientali; infatti, il can. 403 § 1 del
CCEO stabilisce che, «fermo restando il diritto e il dovere di osservare in
ogni luogo il proprio rito, i laici hanno il diritto di partecipare attivamente
nelle celebrazioni liturgiche di qualunque Chiesa sui iuris secondo le pres-
crizioni dei libri liturgici»; naturalmente, qui, è inclusa anche la Chiesa la-
tina. Il CIC, nel can. 923 stabilisce che «i fedeli possono partecipare al Sa-
crificio eucaristico e ricevere la sacra comunione in qualunque rito cattoli-
co»; e il can. 991 del CIC stabilisce che «è diritto di ogni fedele confessare
i peccati al confessore che preferisce, legittimamente approvato, anche di un
altro rito». Per la natura della cosa, queste norme si applicano anche ai fe-
deli orientali.

5. Perseveranza nel proprio “rito” e divieto di cambiare “rito”


Il “rito” è la “carta d’identità ecclesiale” del fedele cattolico orienta-
le. Il dettato conciliare e canonico di osservare dovunque il proprio rito
comporta il divieto di “cambiare rito” e “passare validamente a un’altra
Chiesa sui iuris, senza il consenso della Sede Apostolica (CCEO can. 32 e
CIC can. 112, § 1), consenso che si presume a condizione che le due Chie-
se sui iuris, dalla quale e alla quale avviene il passaggio, abbiano nello stes-
so territorio una propria eparchia; e che i Vescovi eparchiali di entrambe le
eparchie acconsentano per iscritto al passaggio. Solo in questo caso il con-
senso della Sede Apostolica si presume, senza cioè che si debba ricorrere di-
rettamente ad essa. Nel CIC non si prevede questa presunzione riguardante
il passaggio di un fedele latino ad una Chiesa orientale sui iuris; perciò, per
Rescriptum ex audientia Ss.mi del 26 novembre 1992 della Segreteria di
Stato, tale presunzione fu estesa anche ai fedeli della Chiesa latina7.
A nostro parere la presunzione vale anche nel caso degli orientali che
desiderano passare alla Chiesa latina, sebbene non sia espressamente con-
templato nel can. 32. Per di più, il can. 31 CCEO prescrive che, «nessuno

7 Cf. SEGRETERIA DI STATO, Rescritto del 26/11/1992, in AAS, 85 (`993), 81.


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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 171

presuma di indurre in alcun modo qualunque fedele cristiano a passare a un’


altra Chiese sui iuris». Una norma penale viene a completare questa norma-
tiva, quella CCEO, can. 1465: «Colui che, esercitando un ufficio, un minis-
tero o altro incarico nella Chiesa, a qualunque Chiesa sui iuris egli sia as-
critto, anche alla Chiesa latina, avrà osato indurre in qualunque modo qual-
siasi fedele cristiano al passaggio a un’altra Chiesa sui iuris contro il can.
31, sia punito con una pena adeguata».
La Gerarchia latina locale ha l’obbligo di garantire l’osservanza del
proprio rito dei migranti cattolici orientali e il contatto con la propria gerar-
chia orientale (Patriarchi e Vescovi). Anzi, la Gerarchia latina deve curare
che, «coloro i quali, per ragione di ufficio, di ministero o di incarico, hanno
relazioni frequenti con fedeli di altro rito, siano formati accuratamente ne-
lla conoscenza e nella venerazione del rito della stessa Chiesa, secondo
l’importanza dell’ufficio, del ministero o dell’incarico che adempiano»
(CCEO can. 41) e deve vigilare affinché nessuno si senta limitato nella sua
libertà a motivo della lingua o del rito (cf. per analogia CCEO can. 588).
Solo ragioni gravi giustificano il passaggio da un rito ad un altro: bene
spirituale della persona, unità della famiglia e dei figli (CCEO, cann. 33, 34).

6. Lo Jus vigilantiae delle Gerarchie orientali sui propri fedeli


ovunque dimoranti
Ambedue i Codici, latino e orientale, garantiscono a tutti i fedeli cris-
tiani cattolici il diritto di esercitare debitamente il culto divino secondo le
prescrizioni della propria Chiesa e di seguire una propria forma di vita spi-
rituale, che sia però in accordo con la dottrina della Chiesa (cf. CCEO, can.
17; CIC, can. 214), come anche il diritto «di ricevere dai Pastori della Chie-
sa gli aiuti provenienti dai beni spirituali della Chiesa, specialmente dalla pa-
rola di Dio e dai sacramenti» (CCEO, can. 16; CIC, can. 213). Tuttavia –come
già detto–, il diritto e il dovere di osservare in ogni luogo il proprio rito non
esclude ai migranti cattolici orientali il diritto di partecipare attivamente ne-
lle celebrazioni liturgiche di qualunque Chiesa cattolica sui iuris, anche de-
lla Chiesa latina, secondo le prescrizioni dei libri liturgici di ciascuna
(CCEO, can. 403, § 1).
I Patriarchi e le Gerarchie orientali hanno il diritto e il dovere di se-
guire ed accompagnare con particolare sollecitudine i loro fedeli emigrati
ovunque nel mondo. Sebbene, in virtù del principio di territorialità, la loro
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172 Dimitrios SALACHAS

potestà si eserciti validamente solo entro i confini del territorio delle proprie
Chiese (cf. CCEO, cann. 78, § 1 e 147), tuttavia, a norma del CCEO, can.
148, i Patriarchi hanno il diritto e il dovere di esercitare lo ius vigilantiae sui
propri fedeli in tutto il mondo. Questo ius vigilantiae consiste nel cercare le
opportune informazioni sullo stato di questi fedeli cristiani, e, dopo aver dis-
cusso della cosa nel Sinodo dei vescovi della Chiesa patriarcale, proporre
alla Sede Apostolica i mezzi opportuni da adottare per provvedere adegua-
tamente alla loro cura pastorale. Il Patriarca, dunque, può proporre alla Se-
de Apostolica, per la tutela e l’incremento del bene spirituale di questi fede-
li migranti la costituzione di centri di missioni, di parrocchie o anche di
eparchie proprie in diaspora.
Da parte sua, la Sede Apostolica per mezzo della Congregazione per
le Chiese Orientali «segue con premurosa diligenza le comunità dei fedeli
orientali che si trovano nelle circoscrizioni territoriali della Chiesa latina, e
provvede alle loro necessità spirituali per mezzo di visitatori, anzi, laddove
il numero dei fedeli e le circostanze lo richiedano, possibilmente anche me-
diante una propria gerarchia, dopo aver consultato la Congregazione com-
petente per la costituzione di Chiese particolari nel medesimo territorio»8.
In pratica, la Sede Apostolica ha applicato ed applica ampiamente questa
norma, costituendo dovunque in territori latini una gerarchia orientale: Esar-
cati apostolici o anche Eparchie (Diocesi) direttamente dipendenti dal Ro-
mano Pontefice.

7. I Vescovi orientali costituiti fuori dei confini della propria Chiesa


sui iuris per la cura pastorale dei loro fedeli emigrati
Conformemente al Decreto conciliare OE 7, secondo il quale «do-
vunque si costituisce un Gerarca di qualche rito fuori dei confini del territo-
rio patriarcale, a norma del diritto esso rimane aggregato alla Gerarchia del
Patriarcato dello stesso rito», il CCEO, can. 150, § 1, stabilisce che « i Ves-
covi costituiti fuori dei confini del territorio della Chiesa patriarcale hanno
tutti i diritti e i doveri sinodali di tutti gli altri Vescovi della stessa Chiesa»;
tuttavia –aggiunge– che per quanto riguarda i Vescovi eparchiali costituiti
fuori dai confini del territorio della Chiesa patriarcale e i Vescovi titolari, il
diritto particolare può limitare il loro voto deliberativo, ma non il diritto di
eleggere il Patriarca e i Vescovi come anche i candidati all’episcopato des-

8 Const. apost. Pastor Bonus, art. 59, in AAS, 80 (1988), p. 875.


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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 173

tinati per fuori dei confini della Chiesa patriarcale con la presentazione de-
lla terna (CCEO, cann. 102, § 2, e 149).
Per quanto riguarda le leggi emanate dal Sinodo dei Vescovi della
Chiesa patriarcale e promulgate dal Patriarca, «se sono leggi liturgiche han-
no vigore dappertutto; se invece sono leggi disciplinari, o se si tratta di tut-
te le altre decisioni del Sinodo, hanno valore giuridico entro i confini del te-
rritorio della Chiesa patriarcale»; tuttavia ci sarebbe l’alternativa che i Ves-
covi eparchiali costituiti fuori dei confini del territorio della Chiesa patriar-
cale potrebbero dare forza di legge nelle proprie eparchie alle leggi discipli-
nari e a tutte le altre decisioni sinodali che non eccedono la loro competen-
za; se però queste leggi o decisioni sono state approvate dalla Sede Aposto-
lica, hanno valore giuridico dappertutto (CCEO, can. 150, §§ 2 e 3).
La ratio legis di queste norme è triplice: a) il principio della territo-
rialità della potestà dei Patriarchi e dei loro Sinodi; b) il patrimonio liturgi-
co è un elemento essenziale di identità e di unità di ciascuna Chiesa sui iu-
ris, ovunque costituita; c) il principio della potestà legislativa del Vescovo
eparchiale nella propria eparchia, in base alla quale una legge disciplinare
sinodale potrebbe diventare una legge eparchiale.
Tuttavia non è chiara la ratio legis della promulgazione da parte del
Sinodo di un eventuale diritto particolare che limiterebbe il voto deliberati-
vo dei Vescovi eparchiali costituiti fuori dei confini del territorio della Chie-
sa patriarcale, come anche della distinzione tra leggi liturgiche e leggi dis-
ciplinari, poco comprensibile in una visuale teologica e canonica orientale.

8. Strutture giuridiche previste dai due Codici


E’ significativo segnalare che il CIC affronta espressamente questo
problema in modo positivo. Infatti, conformemente ai dettati del Concilio e
alla prassi della Santa Sede, il can. 372 del CIC, mai eludendo la regola ge-
nerale della territorialità della diocesi, stabilisce che, «dove, a giudizio de-
lla suprema autorità della Chiesa, sentite le Conferenze episcopali interes-
sate, l’utilità lo suggerisca, nello stesso territorio possono essere erette Chie-
se particolari distinte sulla base del rito dei fedeli o per altri simili motivi»,
cioè sullo stesso territorio coesistono diverse comunità ecclesiali, derogan-
do in parte il principio generale della territorialità della diocesi. Sembra che
le Conferenze episcopali latine in occidente non si oppongano più, come nel
passato, alla costituzione di eparchie orientali, mentre permane il divieto de-
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174 Dimitrios SALACHAS

lla Santa Sede e di talune Conferenze episcopali per l’ammissione di sacer-


doti orientali coniugati in diaspora.
Inoltre, il CIC, can. 383, § 2 stabilisce che, «se il vescovo diocesano
ha nella sua diocesi fedeli di rito diverso, provveda alle loro necessità spiri-
tuali sia mediante sacerdoti o parroci del medesimo rito, sia mediante un vi-
cario episcopale». Questo vicario episcopale, a norma del can. 476 del CIC,
«ha la stessa potestà ordinaria che, per diritto universale, a norma dei cano-
ni, spetta al vicario generale... anche in rapporto ai fedeli di un determinato
rito…». Il CIC, can. 518, dopo aver enunciato il principio della territoriali-
tà della parrocchia, stabilisce che «dove risulti opportuno, vengano costitui-
te parrocchie personali, sulla base del rito ...».
Qualora fossero costituite delle parrocchie personali per i fedeli di un
determinato rito, esse fanno giuridicamente parte integrante della diocesi la-
tina, e i rispettivi parroci fanno parte integrante del clero diocesano latino.
Ma –come già detto– i fedeli e i sacerdoti di queste parrocchie personali res-
tano sempre ascritti alla propria Chiesa orientale sui iuris. E’ da notare, tut-
tavia, che, sebbene questi fedeli orientali, nell’ipotesi prevista dai suddetti
canoni, siano sotto la giurisdizione del Vescovo latino, è ovviamente oppor-
tuno che egli, prima di istituire delle parrocchie personali e di designare un
sacerdote come assistente o parroco, o addirittura vicario episcopale per i fe-
deli orientali, si metta in contatto sia con la Congregazione per le Chiese
orientali sia con la loro gerarchia e in particolare con il loro Patriarca.
Una norma di questo tenore è prevista nel CCEO, can. 193, § 3: «I
Vescovi eparchiali che costituiscono questo tipo di presbiteri, di parroci o
Sincelli (Vicari episcopali) per la cura dei fedeli cristiani delle Chiese patriar-
cali, prendano contatto con i relativi Patriarchi e, se sono consenzienti, agis-
cano di propria autorità informandone al più presto la Sede Apostolica; se pe-
rò i Patriarchi per qualunque ragione dissentono, la cosa venga deferita alla
Sede Apostolica». Sebbene nel CIC manchi una espressa disposizione su
questa materia, si applica specialmente per gli Ordinari latini.
L’Istruzione Erga migrantes caritas Christi, n. 55, conferma la nor-
mativa in vigore: «Qualora così si proceda, tali parrocchie faranno giuridi-
camente parte integrante della diocesi latina, e i parroci del medesimo rito
saranno membri del presbiterio diocesano del Vescovo latino. E’ da notare,
tuttavia, che sebbene i fedeli, nell’ipotesi prevista dai suddetti canoni, si tro-
vino nell’ambito della giurisdizione del Vescovo latino, è opportuno che
questi, prima di istituire parrocchie personali o designare un presbitero co-
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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 175

me assistente o parroco, o addirittura vicario episcopale, entri in dialogo sia


con la Congregazione per le Chiese Orientali, sia con la rispettiva Gerar-
chia, e in particolare con il Patriarca».
Il Vescovo diocesano latino può richiedere al Patriarca dei presbiteri
idonei che si assumano la cura pastorale dei fedeli cristiani orientali nella
sua diocesi; il Patriarca poi, per quanto è possibile, deve soddisfare questa
domanda. I presbiteri inviati dal Patriarca a tempo determinato oppure inde-
terminato nella diocesi latina sono da ritenere addetti alla diocesi latina e
soggetti in tutto alla potestà del Vescovo diocesano latino.
I sacerdoti del medesimo rito, quando ciò è possibile, o altri ministri
sacri, osservando sempre l’unità cattolica nella diversità delle tradizioni e
dei riti, sono tenuti ad assicurare il più possibile una sufficiente vita eccle-
siale ordinaria. La necessità per gli orientali cattolici di osservare il proprio
rito impegna, pertanto, la gerarchia latina nella conoscenza e nell’osservan-
za del diritto orientale. Al riguardo, non vale il principio locus regit actum,
bensì lo ius personarum. Questo principio deve essere applicato, specie nel
campo delle celebrazione ed amministrazione dei Sacramenti, specie dell’i-
niziazione cristiana e del Matrimonio, altrimenti la “latinizzazione” dei fe-
deli orientali sarebbe inevitabile, rischio espressamente non voluto dal Con-
cilio e dai Sommi Pontefici.
Ovviamente, qualora la Sede Apostolica costituisse delle strutture ec-
clesiali orientali (Esarcati, Eparchie, Metropolie) nei territori latini –come è
da tutti auspicabile–, le suddette norme non si applicano più.

III.- RAPPORTI INTERECCLESIALI TRA CATTOLICI, ORIENTALI E


LATINI, IN MATERIA DI CELEBRAZIONE ED AMMINISTRAZIONE
DEI SACRAMENTI IN GENERE

Principio codiciale. L’obbligo di osservare il proprio rito riguarda non


solo i fedeli, ma anche i ministri sacri nella celebrazione ed amministrazio-
ne dei sacramenti. Per celebrare in un rito diverso dal proprio è richiesta una
speciale facoltà da parte della Sede Apostolica –nella fattispecie della Con-
gregazione per le Chiese Orientali, in virtù delle facoltà concessele dal Ro-
mano Pontefice–. Le norme stabilite nel can. 674 del CCEO e nel can. 846
del CIC, di identico tenore, riguardano direttamente i ministri sacri nella ce-
lebrazione dei sacramenti.
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176 Dimitrios SALACHAS

Il can. 674 del CCEO stabilisce: Ǥ 1. Nella celebrazione dei sacra-


menti si osservi diligentemente quanto è contenuto nei libri liturgici. § 2. Il
ministro celebri i sacramenti secondo le prescrizioni liturgiche della propria
Chiesa sui iuris, a meno che dal diritto non sia stabilito diversamente o che
non abbia ottenuto una speciale facoltà dalla Sede Apostolica». Il can. 846
del CIC stabilisce: Ǥ 1. Nella celebrazione dei sacramenti, si seguano fe-
delmente i libri liturgici approvati dalla competente autorità […]. § 2. Il mi-
nistro celebri i sacramenti secondo il proprio rito». Perciò, il ministro, orien-
tale e latino, è tenuto a celebrare i sacramenti secondo il proprio rito. Ques-
ta norma generale viene poi ricordata dal CCEO in riferimento ai singoli sa-
cramenti (cf. cann. 694, 695, 707 § 2, 748 § 2, 836), e dal CIC (cann. 850,
928, 1015 § 2, 1119). Infatti, salva restando la fede circa l’essenza dei sa-
cramenti e i loro effetti, tra i due Codici ci sono delle differenze nella cele-
brazione ed amministrazione dei sacramenti, accentuazioni teologiche par-
ticolari e differenze liturgiche e disciplinari da rispettare nei rapporti inter-
ecclesiali tra Orientali e Latini. Ciò si verifica specialmente nei sacramenti
di iniziazione cristiana e del matrimonio.
Queste norme si applicano anche nel caso di ministri orientali suddi-
ti (commissi) di un Ordinario latino e viceversa. In alcuni casi, lo stesso di-
ritto stabilisce diversamente, come ad esempio il can. 701 del CCEO circa
la concelebrazione in certe circostanze tra Vescovi e presbiteri di diverse
Chiese sui iuris, anche della Chiesa latina; in questo caso tutti seguono le
prescrizioni dei libri liturgici del primo celebrante.

CONCLUSIONI E PROSPETTIVE
Il fenomeno della mobilitazione dei popoli dall’oriente all’ occidente
e dall’occidente all’ oriente, e in particolare –dal secolo scorso ad oggi– la
massiccia emigrazione di milioni di fedeli cattolici di varie Chiese sui iuris
e tradizioni orientali dall’Est e Centro Europeo e dal Prossimo e Medio
Oriente ha avuto un duplice effetto positivo: Da una parte, è stato provvi-
denziale per i Cattolici di tradizione latina il contatto con i loro fratelli
Orientali, ed hanno progressivamente preso coscienza della cattolicità della
Chiesa universale, – da non identificare con la Chiesa Latina –. D’altra par-
te, gli stessi Orientali prendono maggiormente coscienza della loro duplice
identità, cioè di essere Orientali e allo stesso tempo Cattolici, come anche
della loro specifica missione ecumenica:
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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 177

- di essere Orientali, in quanto nei loro riti risplende la tradizione


che deriva dagli Apostoli attraverso i Padri;
- di essere Cattolici, in quanto la loro piena comunione con il Ves-
covo di Roma, successore di Pietro, garantisce la loro ecclesiali-
tà nella Chiesa universale.
- la loro specifica missione ecumenica di promuovere l’unità di
tutti i cristiani orientali si basa sul fatto che le Chiese Orientali
Cattoliche sono regolate dal medesimo e fondamentalmente uni-
co patrimonio della disciplina canonica con le Chiese Orientali
ortodosse.

Questo duplice fatto ecclesiale di cattolicità e di identità orientale e la


specifica missione ecumenica sono stati solennemente riconosciuti e confer-
mati dal Concilio Vaticano II, mentre in campo giuridico sono stati dotati di
appropriate strutture canoniche stabilite nei due Codici, CCEO e CIC. Ov-
viamente queste strutture canoniche oggi in vigore non risolvono tutti i mol-
teplici problemi per garantire una adeguata cura pastorale degli Orientali
emigrati, che si sentono ancora stranieri ed ospiti in terra aliena. La cura
pastorale dei fedeli Cattolici orientali in diaspora, in circoscrizioni latine,
presuppone naturalmente la presenza e l’opera di propri ministri sacri che
entrambi i Codici regolano mediante strutture appropriate circa il loro sta-
tus, i loro diritti e doveri, i loro rapporti con la Gerarchia latina in loco e con
la Gerarchia di origine, ma tutto ciò si svolge in un contesto in cui vige an-
cora il principio della praestantia ritus latini.
Inevitabilmente si pone il problema più generico, giuridico e pastorale,
del rapporto tra “territorio geografico” e “comunità ecclesiale locale”. Il feno-
meno della diaspora è la prova esistenziale che in un determinato territorio si
può avere radicate più comunità ecclesiali Orientali più o meno costituite ed
organizzate sotto la giurisdizione di una Gerarchia diversa da quella di origi-
ne, e regolate da una propria disciplina diversa da quella in vigore in loco, do-
ve dimorano. La descrizione del territorio patriarcale nel can. 146 del CCEO,
esatta in parte dal punto di vista geografico e storico, è oggi superata dal pun-
to di vista ecclesiologico e pastorale, in quanto ritiene come tale quelle regio-
ni nelle quali si osserva il rito proprio della stessa Chiesa e dove il Patriarca
ha il diritto legittimo di erigere province, eparchie ed esarcati.
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178 Dimitrios SALACHAS

Il rito proprio dei fedeli è un elemento di identità personale e segue


la persona come individuo e come gruppo e comunità in qualsiasi luogo.
L’osservanza del rito non è disgiunta dalla sollecitudine e la potestà dei Pas-
tori (Patriarchi, Arcivescovi Maggiori, Gerarchia in genere) sui propri fede-
li, che non può essere circoscritta solo entro i confini di quelle regioni tra-
dizionalmente ritenute come Orientali, cioè nella parte orientale dell’antico
impero romano. L’istallazione di una comunità di fedeli in un determinato
territorio rende più flessibile il concetto puramente geografico di territorio,
nel senso che dove c’è una comunità ecclesiale rituale diversa dalla comu-
nità rituale in loco, viene legittimamente acquisito un proprio territorio. E’
teologicamente sostenibile asserire che Ubi communitas ecclesialis fide-
lium, ibi territorium.
A differenza dei criteri per definire il concetto di “territorio nazionale”
e dell’acquisto di cittadinanza nell’ordinamento civilistico nazionale e nel di-
ritto internazionale, per la Chiesa in un determinato territorio geografico le di-
verse comunità ecclesiali ivi istallate acquistano il diritto personale di cittadi-
nanza, il diritto di esistere ed operare secondo le proprie discipline. Ciò si ve-
rifica già da secoli nelle stesse regioni tradizionalmente Orientali, dove più
Patriarchi e vescovi cattolici, orientali e latini, esercitano la loro potestà nella
stessa città e nello stesso territorio sulle proprie comunità, in virtù del proprio
patrimonio liturgico, teologico, spirituale e disciplinale, distinto per cultura e
circostanze storiche di popoli, con strutture anche di collaborazione sinodale.
Ogni fedele cristiano cattolico di qualsiasi cittadinanza civile, nazionalità, et-
nia, lingua, in qualsiasi luogo del mondo si trovi è cittadino della Chiesa cat-
tolica, la quale non si identifica con una cultura, ma accoglie e valorizza ogni
cultura a servizio della cattolicità.
In conclusione, il principio di territorialità dell’esercizio della potestà
ecclesiastica – come emerge oggi dalla realtà sia nelle Chiese Orientali catto-
liche sia nella Chiesa latina, sparse in tutto il mondo –è una lex ecclesiastica,
e come tale deve essere osservata in linea di principio per garantire l’ordine
pubblico nella Chiesa e la pacifica coesistenza delle comunità in ogni luogo.
Tuttavia, salvo restando il diritto divino, una lex ecclesiastica è una lex sem-
pre umana a servizio dei cristiani, ovunque abbiano il loro domicilio o quasi-
domicilio, mentre la suprema lex est salus animarum. Il Romano Pontefice,
supremo legislatore, Padre e Capo delle Chiese Latina ed Orientali cattoliche,
ha il diritto di emanare od approvare un diritto comune o particolare circa i
confini dei territori ecclesiastici (CCEO, cann. 78, § 2 e 146, § 2).
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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 179

Nella prospettiva del munus sanctificandi, docenti et regendi Eccle-


siae, cioè della salus animarum, quale suprema lex per tutti i fedeli, ritenia-
mo che i tempi sono ormai giunti per passare da un ordinamento giuridico
di “emergenza” ad un ordinamento di ordinaria regolamentazione della cu-
ra pastorale dei fedeli Orientali in diaspora. E’ da auspicare de iure conden-
do che sia promulgato, a norma del can. 78, § 2 del CCEO, un diritto parti-
colare approvato dal Romano Pontefice che regoli i rapporti dei Patriarchi e
delle Gerarchie nei riguardi dei milioni di fedeli orientali in diaspora pro-
prio affinchè si possa provvedere dappertutto alla tutela e all’incremento del
bene spirituale di questi fedeli, anche attraverso la costituzione di parroc-
chie e di esarcati, eparchie e metropolie proprie, aggregate alle Chiese di
origine (OE, n. 7).

APPENDICE: RAPPORTI INTERECCLESIALI TRA CATTOLICI, ORIENTALI


E LATINI, NELLA CELEBRAZIONE DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

1. Diritto da osservare
Quanto alla celebrazione del sacramento del matrimonio, il diritto da
osservare nei matrimoni tra una parte cattolica latina e una parte cattolica
orientale è stabilito nei due Codici e nella l’Istruzione Dignitas Connubii,
pubblicata il 25 gennaio 2005 dal Pontificio Consiglio per i Testi Legislati-
vi, previa approvazione del Sommo Pontefice.
Sia il CCEO, nel can. 778, sia il CIC, nel can. 1058, prescrivono che
possono celebrare il matrimonio tutti coloro ai quali non è proibito dal di-
ritto. Inoltre, sia il can. 1059 del CIC sia il can. 780 § 1 del CCEO stabilis-
cono che «il matrimonio dei cattolici, anche se una sola parte è cattolica, è
regolato non solo dal diritto divino, ma anche da quello canonico, salva res-
tando la competenza dell’autorità civile circa gli effetti puramente civili del
matrimonio».
Ovviamente, per «matrimonio dei cattolici» nel CCEO s’intende que-
llo dei cattolici orientali, e nel CIC quello dei cattolici latini. Per «diritto ca-
nonico» nel CCEO s’intende quello orientale, comune e particolare (cann.
1493, 1490-1491). Per «diritto canonico» nel CIC s’intende quello latino, co-
mune e particolare (cann. 11-13). Inoltre, da notare, che tra le due discipline
matrimoniali, orientale e latina, ci sono delle differenze in materia di impe-
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180 Dimitrios SALACHAS

dimenti, di dispense, di consenso condizionato, e specie in materia di forma


canonica e di ministro. In ambito matrimoniale, di regola, si applica il dirit-
to delle persone e non quello del luogo di celebrazione del matrimonio.
Riassumendo, a) Il matrimonio di due Cattolici latini è retto dal dirit-
to canonico latino; b) il matrimonio di due Cattolici orientali è retto dal di-
ritto canonico orientale; c) il matrimonio tra due Cattolici, dei quali uno è
latino e l’altro orientale, è retto dal diritto canonico latino e dal diritto cano-
nico orientale.

2. Diritto da osservare in materia di impedimenti


Per quanto riguarda gli impedimenti, vige il principio secondo il qua-
le, «l’impedimento, anche se sussiste da una sola delle parti, rende tuttavia
invalido il matrimonio» (CCEO, can. 790 § 2; CIC/17, can. 1036 § 3).
Quanto alla dispensa dagli impedimenti in genere, nel matrimonio tra una
parte orientale e una parte latina, competente per la dispensa dagli impedi-
menti di diritto ecclesiastico è il rispettivo Gerarca o Ordinario proprio del
luogo.

3. Diritto da osservare in materia di forma canonica della


celebrazione del matrimonio
Quanto alla forma canonica di celebrazione e al ministro nei matri-
moni “interrituali”, secondo il can. 828 § 1 del CCEO, «sono validi soltan-
to i matrimoni che si celebrano con rito sacro alla presenza del Gerarca del
luogo o del parroco del luogo o di un sacerdote al quale, dall’uno o dall’al-
tro, è stata conferita la facoltà di benedire il matrimonio, e almeno di due
testimoni [...]». Lo stesso canone nel § 2 esplicita il senso del rito sacro:
«Questo rito si ritiene sacro con l’intervento stesso del sacerdote che assis-
te e benedice». Il can. 1108 del CIC stabilisce che «sono validi soltanto i
matrimoni che si contraggono alla presenza dell’Ordinario del luogo o del
parroco o del sacerdote oppure del diacono delegato da uno di essi che so-
no assistenti, e alla presenza di due testimoni [...]». Anzi, il can. 1112 § 1
del CIC prescrive che «dove mancano sacerdoti e diaconi, il Vescovo dio-
cesano [...] può delegare dei laici perché assistano ai matrimoni». Il can.
1108 § 2 del CIC esplicita il senso di questa «assistenza»: «Si intende assis-
tente al matrimonio soltanto colui che, di persona, chiede la manifestazione
del consenso dei contraenti e la riceve in nome della Chiesa».
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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 181

Ovviamente, queste due normative, orientale e latina, rispecchiano


due teologie con accentuazioni diversificate circa il vincolo sacramentale
del matrimonio, ma non si differenziano circa l’essenza del sacramento, in
quanto in ambedue le teologie è proprio la Chiesa e nella Chiesa che si ce-
lebra il matrimonio tra battezati. In conclusione, si può affermare che nelle
Chiese orientali i ministri del sacramento del matrimonio sono gli sposi as-
sieme al sacerdote che benedice come ministro della grazia sacramentale,
salvo le eccezioni menzionate nel CCEO circa la forma straordinaria della
celebrazione del matrimonio, della convalidazione e della sanazione in ra-
dice (cann. 832 § 1, 835, 845 § 2; 846 § 2 e 848).

4. Prassi giuridico-pastorale in materia di forma canonica della


celebrazione del matrimonio
Nella prassi pastorale si possono presentare alcuni problemi di dirit-
to matrimoniale interecclesiale, riguardanti specialmente la celebrazione del
matrimonio di fedeli orientali davanti al parroco latino o a un sacerdote la-
tino delegato, la celebrazione del matrimonio di orientali cattolici davanti a
un diacono delegato della Chiesa latina e la celebrazione del matrimonio di
orientali cattolici davanti a un fedele laico latino.
Quanto alla competenza di benedire il matrimonio, ambedue i Codi-
ci prescrivono una norma di identico tenore, cioè il Gerarca del luogo e il
parroco del luogo orientali benedicono validamente un matrimonio entro i
confini del proprio territorio, sia che gli sposi siano loro sudditi, sia che non
lo siano, purché almeno una delle parti sia ascritta alla propria Chiesa sui iu-
ris (CCEO, can. 829 § 1). L’Ordinario del luogo e il parroco del luogo lati-
ni assistono validamente un matrimonio entro i confini del proprio territo-
rio, sia che gli sposi siano loro sudditi, sia che non lo siano, purché almeno
una delle parti sia di rito latino (CIC, can. 1109).
Perciò, sarebbe invalido, di regola, il matrimonio di due orientali cat-
tolici celebrato nella Chiesa latina, senza delega. Il matrimonio sarebbe in-
valido in forza del can. 1109 del CIC, non essendo competente ad assistere
il parroco latino. Questi, infatti, non è, di norma, pastore proprio dei fedeli
di un’altra Chiesa orientale sui iuris. Simili casi avvengono non di rado. Ma
tale matrimonio può essere valido, se i fedeli orientali emigrati sono affida-
ti (commissi) alla cura pastorale dell’Ordinario o del parroco latini, a norma
dei cann. 38 e 916 §§ 4-5 del CCEO.
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182 Dimitrios SALACHAS

Quanto alla delega di benedire un determinato matrimonio, il can.


830 § 1 del CCEO stabilisce che «il Gerarca del luogo e il parroco del luo-
go finché svolgono legittimamente l’ufficio possono conferire ai sacerdoti
di qualsiasi Chiesa sui iuris, anche della Chiesa latina, la facoltà di benedi-
re un determinato matrimonio entro i confini del loro territorio». Il corris-
pondente can. 1111 § 1 del CIC stabilisce che «l’Ordinario del luogo e il pa-
rroco, fintanto che asercitano validamente l’ufficio, possono delegare a sa-
cerdoti e diaconi la facoltà anche generale di assistere ai matrimoni entro i
confini del proprio territorio».
Questa norma del CIC riguarda, ovviamente, i sacerdoti e diaconi la-
tini, ma interpretandola alla luce del can. 830 § 1 del CCEO, in quanto «luo-
go parallelo» (CCEO, can.1499; CIC, can. 17), si può affermare che l’Ordi-
nario o il parroco latino del luogo possono delegare anche a sacerdoti orien-
tali la facoltà di assistere e benedire i matrimoni di fedeli latini. Questa in-
terpretazione è imposta soprattutto dal principio di pari dignità nei diritti e
doveri delle Chiese orientali e della Chiesa latina. A nostro parere, in ques-
to caso, un diacono orientale non potrebbe essere delegato ad assistere e be-
nedire il matrimonio di fedeli latini (parere non condiviso da tutti).
Il problema si pone in genere nel caso di matrimoni “interrituali” tra
cattolici orientali e latini in genere, e specialmente nel caso in cui, secondo
quanto è detto sopra, i cattolici orientali sono affidati alla cura pastorale de-
ll’Ordinario latino. Per cui, ci si chiede, se l’Ordinario latino possa delega-
re un diacono latino a celebrare (assistere) il matrimonio tra un fedele lati-
no e un fedele orientale oppure tra due orientali.
Alcuni autori sostengono che, se si tratta di una parte latina e di una
parte orientale, e il matrimonio si celebra nella Chiesa latina, si applica la
legge latina; per cui può essere delegato un diacono latino ad assistere a
questo matrimonio. Se si tratta, invece, di due orientali, sudditi dell’Ordina-
rio latino, a tutti gli effetti, a norma del can. 916 § 5 del CCEO, e il matri-
monio si celebra nella Chiesa latina, si richiede che il ministro latino assis-
tente al matrimonio, oltre a chiedere il consenso, deve impartire la benedi-
zione nuziale, riservata al sacerdote, ma estesa nella Chiesa latina anche al
diacono; inoltre, in questo caso si ritiene che il parroco latino assiste valida-
mente al matrimonio degli orientali soltanto se gli è stata concessa la facol-
tà dal proprio Ordinario.
Quanto al primo caso, cioè del diacono delegato ad assistere al matri-
monio, per sostenere tale tesi, si ricorre a LG 29, che, pur affermando che
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LO STATUS GIURIDICO-PASTORALE DEGLI ORIENTALI CATTOLICI IN EMIGRAZIONE 183

«ai diaconi sono imposte le mani non per il sacerdozio ma per il servizio»,
aggiunge che «appartiene al diacono, secondo le disposizioni stabilite dalla
competente autorità, amministrare solennemente il battesimo [...] e in nome
della Chiesa assistere e benedire il matrimonio [...]».
Riteniamo, invece, salvo migliore giudizio, che il diacono latino non
può benedire il matrimonio sia tra una parte latina e una parte orientale, sia
tra due orientali, perché contrario alla tradizione teologica e canonica delle
Chiese orientali. I sacri canones dei primi secoli non permettono al diaco-
no di benedire il matrimonio. Sembra che la Lett. Apost. Omnium in men-
tem i forma di “Motu Proprio” del 15.12.2009, art. 2, condivida questa tesi,
in quanto afferma che, «coloro che sono costituiti nell’ordine dell’episcopa-
to o del presbiterato ricevono la missione e la facoltà di agire nella persona
di Cristo Capo, i diaconi invece vengono abilitati a servire il popolo di Dio
nella diaconia della liturgia, della parola e della carità». Comunque, per evi-
tare ogni discussione, sarebbe opportuno in pratica che gli Ordinari delegas-
sero solo un sacerdote in questi casi.
Quanto alla celebrazione del matrimonio fra cattolici orientali o fra
una parte cattolica orientale e una parte cattolica latina o fra una parte cat-
tolica latina e una parte ortodossa davanti a un fedele laico latino, in virtù
del can. 1112 § 1 del CIC, gli autori sostengono che tale matrimonio sareb-
be invalido, per mancanza di rito sacro, dato che il fedele laico non può es-
sere ministro del rito sacro, essendo questa potestà, nella disciplina orienta-
le, connessa con l’ordine sacro.
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AADC XVI (2009-2010) 185-225

LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA


DE BUENOS AIRES Y LA CODIFICACIÓN DEL
DERECHO CANÓNICO DE 1917

Carlos SALINAS ARANEDA*

SUMARIO: I. La codificación del derecho canónico de 1917. 1. La necesidad


de fijar el derecho canónico. 2. La codificación del derecho canóni-
co. a) los “postulata episcoporum”. b) las “animadversiones episco-
porum”. II. Los protagonistas argentinos. III. Los “postulata” del ar-
zobispo de Buenos Aires. 1. Propuestas generales. 2. Cabildo ecle-
siástico. 3. Matrimonio. 4. Propuestas varias. IV. Las “animadversio-
nes” de los obispos de Argentina. V. Una valoración general. Anexos.

I. LA CODIFICACIÓN DEL DERECHO CANÓNICO DE 1917


1. La necesidad de fijar el derecho canónico

El derecho canónico, esto es, el derecho de la Iglesia católica, cons-


tituye en ella un elemento esencial, razón por la cual las normas en la Igle-
sia han existido desde los primeros momentos de su historia en una evolu-
ción que ya alcanza los dos mil años. Durante el primer milenio dichas nor-
mas se recogieron en colecciones canónicas, de diversa naturaleza y conte-
nido1, que fueron sustituidas en el segundo milenio por el Corpus Iuris Ca-

* Este trabajo forma parte de la investigación Fondecyt 1095074 de la que el autor


es investigador responsable.
1 Para una historia del derecho canónico en el primer milenio puede verse A. GARCÍA
Y GARCÍA, Antonio, Historia del derecho canónico, I: El primer milenio (Salamanca, 1967),
con abundante bibliografía hasta la fecha de su edición. Más recientemente, con la bibliografía
posterior, B. EDWIN FERME, Introduzione alla storia delle fonti del diritto canonico, I: Il di-
ritto antico fino al Decretum di Graciano (Pontificia Università Lateranense, Roma, 1998).
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186 Carlos SALINAS ARANEDA

nonici, un amplio texto compuesto de cinco colecciones, la primera de las


cuales fue el Decreto de Graciano (1140) seguido por las Decretales de
Gregorio IX (1234), el más importante de los textos incluidos en dicho Cor-
pus. Lo integraban, además, el Liber sextus de Bonifacio VIII (1298); las
Clementinas, una colección ordenada por el Papa Clemente V y promulga-
da en 1317 por su sucesor, Juan XXII; las Extravagantes comunes y las Ex-
travagantes de Juan XXII, colecciones menores elaboradas en el siglo XVI
por el jurista parisino Jean Chapius2.
En la medida que fue pasando el tiempo, junto al Corpus se fue ela-
borando una abundante legislación complementaria que venía a satisfacer
las necesidades que iban originando las nuevas realidades históricas que la
Iglesia debía enfrentar, de manera que, en pleno siglo XIX, el conocimien-
to del derecho de la Iglesia se hacía en extremo difícil, con la consecuente
dificultad en su aplicación y la secuela de inobservancia que un tal fenóme-
no trae consigo. Un “postulatum” de once obispos franceses durante el Con-
cilio Vaticano I (1869-1870) resulta en este sentido revelador3: “Es una co-
sa muy evidente y reconocida desde hace mucho tiempo por todos y por to-
das partes reclamada que es necesario y muy urgente un examen y una re-
fundición del derecho canónico. Porque, como consecuencia de los grandes
y numerosos cambios sobrevenidos en las circunstancias y en la sociedad
humana, muchas leyes han llegado a ser inútiles o inaplicables o muy difí-
ciles de observar. Se duda, incluso, si numerosos cánones se encuentran aún
en vigencia. En fin, a lo largo de tantos siglos el número de leyes eclesiás-
ticas ha crecido de tal manera y ellas forman un tal cúmulo de colecciones
que, en cierto sentido, podemos decir que estamos aplastados por las leyes.
A consecuencia de esto el estudio del derecho canónico está lleno de difi-
cultades inextricables y casi infinitas; el más vasto campo está abierto a las
controversias y procesos; las conciencias están oprimidas por miles de an-
gustias y empujadas al menosprecio de la ley”. No fueron los únicos, pues
2 El Corpus Iuris Canonici fue objeto de una edición oficial a cargo de una comisión
romana cuyos miembros fueron llamados “correctores romanos”. Fue instituida por san Pío
V (1566-1572) y la edición de los correctores romanos publicada por Gregorio XIII (1572-
1585) en 1582. Esta edición no recoge la denominación de Corpus Iuris Canonici, la que sí
aparece en la edición de Lyon de 1671 y en las posteriores. La edición hoy utilizada habitual-
mente es la de A. E. Friedberg (Lipsiae 1879, Graz 1959). Con posterioridad el Corpus fue
complementado incorporándose en diversas épocas otros elementos, algunos de los cuales
sólo en ediciones privadas.
3 J. D. MANSI, Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio, Sacrosancti oe-
cumenici Concilii Vaticani, 53, col. 341-342.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 187

otros obispos se manifestaron en el mismo sentido4 y, si bien las soluciones


que sugerían no fueron coincidentes, algunas de ellas se situaban en la línea
de la codificación del derecho canónico5, es decir, aplicar al derecho de la
Iglesia la nueva modalidad de fijar el derecho que se había desarrollado en
el derecho de los Estados a partir del siglo XVII, la codificación iusraciona-
lista6 que, cuando este debate ocurría en el seno del derecho canónico, ya se
había materializado en numerosos códigos, incluso en Hispanoamérica7.

2. La codificación del derecho canónico


La tarea de elaborar un Codex Iuris Canonici que sustituyera al Cor-
pus fue iniciada por el Papa san Pío X (1903-1914) a poco de haber inicia-
do su pontificado en los albores del siglo XX. Lo hizo mediante el motu pro-
prio “Arduum sane munus”, de 19 de marzo de 19048, mediante el cual creó

4 Además de la intervención señalada en la nota anterior, fueron los postulados suscri-


tos por 37 obispos napolitanos, ibid., col. 378-456, esp. 449-450; 15 obispos alemanes, ibid.,
col. 352-378, esp. 355; el episcopado belga, ibid., col. 456-461, esp. 460-461; 33 padres de di-
versas naciones, ibid., col. 478-479; los obispos de las provincias eclesiásticas de Québec y Ha-
lifax, ibid., col. 467; y un grupo de prelados de Italia central, ibid., col. 552-553.
5 En relación con el debate antecedente a la codificación canónica, puede consultar-
se: ANÓNIMO, Pio X e la codificazione del diritto canonico, en Il contencioso ecclesiastico 5
(1904), págs. 66-68; F. BERSANI, Le fonti del diritto canonico prima della codificazione, en
Rivista di diritto ecclesiastico 10 (1917), págs. 23-41; A. BOUDINHON, De la codification du
droit canonique, en Le canoniste contemporain 27 (1904), págs. 641-650; 28 (1905), págs.
18-23, 76-83, 139-149, 207-215, 302-309, 473-481, 563-568; C. CALISSE, La codificazione
del diritto canonico, en Rivista internazionale di scienze sociali 35 (1904), págs. 346-365;
H. LAMER, Zur Codification des canonischen Rechts (Freiburg Br., 1899), págs. 63-96; 212-
213; F. RUFINI, La codificazione del diritto ecclesiastico, en AA. VV., Studi di diritto in ono-
re di Vittorio Scialoja (Milano, 1905), II, págs. 353-391; A.VILLIEN, Les reformes du droit
canonique et les postulata du concile du Vaticain, en Le canoniste contemporaine 29 (1906),
págs. 65-74, 209-221, 369-384, 449-463, 554-564, 652-659, 712-717; 30 (1907), págs. 74-
83, 137-147, 220-228, 273-283; 31 (1908), págs. 16-23, 207-219, 364-376.
6 Una reciente y completa síntesis sobre la codificación en A. GUZMÁN BRITO, El ori-
gen y desarrollo de la idea de codificación del derecho, en A. GUZMÁN BRITO (ed.), El Có-
digo Civil de Chile (1855-2005). Trabajos expuestos en el Congreso internacional celebrado
para conmemorar su promulgación (Santiago, 3-6 de octubre de 2005) (Santiago, Lexis Ne-
xis, 2007), págs. 43-99.
7 Para la codificación civil en Hispanoamérica el más completo y actual trabajo es el
de A. GUZMÁN BRITO, La codificación civil en Iberoamérica. Siglos XIX y XX (Santiago, Edi-
torial Jurídica de Chile, 2000), del que hay una segunda edición notablemente ampliada (Na-
varra, Thomson, Aranzadi, The Global Law Colection, Cizur Menor, 2006).
8 Publicado en ASS 36 (1903-1904), págs. 549-551. El motu proprio lleva la fecha
14 de abril de 1904, pero parece que se trata de un error de imprenta, pues en la carta circu-
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188 Carlos SALINAS ARANEDA

una comisión pontificia encargada de asumir la codificación del derecho de


la Iglesia9.
La elaboración del código, sin embargo, no fue una tarea de un gru-
po cerrado de iniciados, sino que, contando con el trabajo de un número im-
portante de expertos bajo la dirección de Pedro Gasparri10, el mismo motu
proprio dispuso la intervención de todo el episcopado latino11. De esta ma-
nera, una de las principales características del proceso de codificación del
derecho canónico de 1917 consistió en la participación, promovida por la
misma Santa Sede, del episcopado en la elaboración del Codex. Dicha par-
ticipación, por cierto, la primera realizada históricamente por la Iglesia al
emprender la tarea de elaborar un cuerpo legislativo universal, se articuló en
dos grandes momentos: el primero, al inicio de los trabajos de codificación,
a través de los “postulata episcoporum”; el segundo, en pleno proceso co-
dificador, cuando se estaba llegando a la fase conclusiva del mismo, a tra-
vés de las “animadversiones episcoporum”.

a) los “postulata episcoporum”


La primera de las consultas fue llevada a la práctica mediante la circu-
lar “Pergratum mihi”, de la Secretaría de Estado, de fecha 25 de marzo de
1904, enviada a todos los metropolitanos12. En ella se disponía que los arzo-
bispos, después de haber oído a sus sufragáneos y otros ordinarios que debían
estar presente en el concilio provincial, debían hacer llegar a la Santa Sede,

lar “Pergratum mihi”, fechada el 25 de marzo de 1904, hay una referencia expresa al motu
proprio “Arduum sane munus”. Son de esta opinión, J. LLOBELL; E. DE LEÓN; J. NAVARRETE,
Il libro “De processibus” nella codificazione del 1917. Studi e documenti (Giuffré, Milano,
1999), I, p. 34 n. 30. Para una historia de la codificación canónica de 1917, por todos puede
verse C. FANTAPPIÈ, Chiesa romana e modernità giuridica, I: L’edificazione del sistema ca-
nonistico (1563-1903); II: Il Codex Iuris Canonici (1917) (Milano, Per la storia del pensie-
ro giuridico moderno 76, Giuffrè Editore, 2008), con bibliografía actualizada.
9 La nómina de sus integrantes en ASS 36 (1903-1904), p. 551.
10 Antiguo profesor en el Instituto Católico de Paris, entonces arzobispo titular de
Cesarea y secretario de la S. Congregación de asuntos eclesiásticos extraordinarios, a quien
se le nombró al mismo tiempo presidente de la Comisión de consultores. Posteriormente se-
ría hecho cardenal.
11 En la decisión cuarta el Papa manifestaba su deseo de que todo el episcopado,
conformándose a las reglas que serían dadas en tiempo oportuno, colaboraran y concurrieran
a esta obra tan importante: “IV. Volumus autem universum episcopatum, iuxta normas oppor-
tune tradendas, in gravissimum hoc opus conspirare atque concurrere”.
12 ASS 36 (1903-1904), págs. 603-604.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 189

dentro de los cuatro meses siguientes, en pocas palabras, las principales modi-
ficaciones y correcciones que debían hacerse al derecho canónico en vigor13.
En la misma circular se comunicaba a los obispos que, por decisión
del Santo Padre, los obispos de cada nación tenían la facultad de escoger y
enviar a Roma, a su costo, uno o dos especialistas en derecho canónico o
teología, que pudiesen formar parte del grupo de consultores; si preferían
escoger uno de los que ya habían sido nombrados consultores por los carde-
nales, podían encargarles que los representara para someter a discusión y
defender sus proposiciones en las reuniones de los consultores; incluso, po-
dían nombrar a alguno de su nación que, residiendo fuera de Roma, pudie-
se, por correspondencia, aportar de alguna manera a los consultores el apo-
yo de su colaboración.
La respuesta de los obispos del mundo latino fue amplia, contándose
entre ellas la de numerosos obispos latinoamericanos, incluidos los argenti-
nos. Se calcula en aproximadamente cinco mil el número de personas que
fueron consultadas por lo que, no sin razón, se ha dicho que el trabajo de
consulta a los obispos fue como un concilio ecuménico por corresponden-
cia. El numeroso material reunido fue sistematizado en un volumen que per-
maneció inédito, bajo la dirección del consultor Bernardino Klumper, con el
título “Postulata Episcoporum in ordine digesta”14. Posteriormente se agre-
gó un segundo volumen, más breve que el anterior, con sólo 68 páginas, im-
preso en 1908 con el título “Appendix ad Postulata Episcoporum”, reprodu-
cido igualmente por Bernardino Klumper15 en el que se recogen, probable-
mente, las respuestas llegadas con retraso, cuando el primero de estos volú-
menes ya estaba en prensa. Ninguno de los dos volúmenes llegó a empas-
tarse y su circulación quedó estrictamente restringida a los consultores, de
manera que no fueron conocidos fuera de ellos. Preciso es tener presente,

13 Como se ha observado, se solicitó la colaboración del episcopado para que los


consultores, con frecuencia hombres más bien teóricos, fuesen iluminados por las condicio-
nes de vida particular en los diferentes países; la consulta era necesaria para asegurar que el
nuevo código tuviese un carácter eminentemente práctico y para que, gracias a las sugeren-
cias de los obispos, se eliminasen todas las imperfecciones del derecho vigente, introducién-
dole al mismo tiempo las reformas necesarias. A. VETULANI, Codex Juris Canonici, en Dic-
tionnaire de Droit Canonique (Paris, 1942), III, col. 920.
14 “Codex Iuris Canonici / Postulata Episcoporum / in ordinem digesta / a / Rmo. P.
Bernardino Klumper O. F. M. / Consultore / Romae / Typis Vaticanis / 1905” / 283 págs. ASV.
CIC 1917, caja 4. En adelante: “Postulata”.
15 ASV. CIC 1917, caja 6.
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190 Carlos SALINAS ARANEDA

sin embargo, que no todos los “postulata” fueron recogidos por Klumper;
de hecho, los “postulata” del arzobispo de Buenos Aires no aparecen reco-
gidos en ninguno de los dos volúmenes elaborados al efecto. No tengo una
explicación para esta omisión, salvo la constatación de que ella existe, co-
mo sucede con la de otros episcopados. En cuanto a los que fueron inclui-
dos, el consultor fue incorporando lo que consideraba de utilidad o cambió
de colocación las sugerencias iniciales, por lo que la consulta a los docu-
mentos originales se hace indispensable para poder conocer con precisión lo
sugerido por los obispos16.
Como ha sido puesto de relieve17, estos “postulata” reflejan el sentir
del episcopado mundial en lo que se refiere a la codificación y permiten co-
nocer cuáles eran las preocupaciones y los problemas que les interesaban a
los inicios del siglo XX, no sólo de orden jurídico, sino también eclesioló-
gico, disciplinar, pastoral, etc.; desde esta perspectiva, los “postulata” cons-
tituyen una útil manera de aproximarse a las realidades de las iglesias loca-
les de la época a partir de unos protagonistas tan directos como son los obis-
pos de cada una de ellas. En ellos se solicitan soluciones que, en no pocos
casos, sólo fueron adoptadas por el Concilio Vaticano II y el Código de De-
recho Canónico de 198318.

b) las “animadversiones episcoporum”


Una vez que se recibieron en Roma las respuestas de los obispos a la
primera consulta que se les había formulado, el proceso de codificación si-
guió su desarrollo con la preparación de proyectos parciales los que, una vez
terminados, dieron origen a una nueva consulta al episcopado de todo el
mundo. Dicha consulta, que se hizo entre los años 1912 y 1914, contó con
la oposición de algunos cardenales19, pero fue autorizada expresamente por

16 Al no estar todavía generalizado el uso de la máquina de escribir, la mayoría de


los “postulata” son manuscritos, lo que dificulta su lectura, a lo que hay que agregar el que
ellos están escritos en diversas lenguas, porque no todos los obispos usaron el latín para sus
respuestas, si bien un número importante usó la lengua oficial de la Iglesia.
17 J. LLOBELL; E. DE LEÓN; J. NAVARRETE, cit. (n. 8), págs. 47-48.
18 Otra circular, esta vez de 6 de abril de 1904, atribuible al secretario de la Comi-
sión, Pedro Gasparri, fue dirigida a los rectores de las universidades católicas para pedirles
el concurso “en esta empresa importante y difícil”. Circular “Perlegisti”, en ASS 37 (1904-
1905), págs. 130-131.
19 Entendían que el envío de los ejemplares, la espera de las respuestas de los obis-
pos y el análisis de las mismas retrasarían la promulgación del código.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 191

san Pío X y se hizo enviando los distintos proyectos parciales a todos los
obispos y prelados de la Iglesia latina que, de acuerdo con los cánones vi-
gentes, hubiesen debido ser convocados a un eventual Concilio Ecuménico,
incluidos los vicarios y prefectos apostólicos.
Por medio de una carta circular firmada por el cardenal Pedro Gaspa-
rri, presidente de la comisión codificadora, fechada el 20 de marzo de 1912,
se envió a los obispos y a los superiores generales de las órdenes religiosas
el proyecto de libro I, “Normae generales”, y del libro II, “De personis”, re-
cogidos los dos en un solo volumen20. Según las instrucciones que se daban
a los obispos en dicha circular, podían proceder al examen de los cánones
contenidos en cada uno de los dos proyectos valiéndose de tres expertos en
derecho canónico, clérigos regulares o seculares, pero, tanto los obispos co-
mo los consultores quedaban obligados al secreto pontificio; las observacio-
nes debían ser enviadas a la Santa Sede no más allá de los seis meses de ha-
ber recibido el proyecto. Un año después, el 1 de abril de 1913, se envió el
libro III, “De rebus”21, anunciándose el envío del libro IV, “De delictis et
poenis”22, y del libro V, “De iudicis ecclesiasticis”23, que les serían transmi-
tidos, respectivamente, el 1 de julio de 1913 y el 15 de noviembre de 191424.
La numeración de los cánones no era única y continua para todos estos pro-
yectos parciales, sino que se iniciaba en cada uno de los volúmenes. Y to-
dos ellos, con excepción del quinto, llevaban, a pie de página, notas en las
que se individualizaban la o las fuentes de donde había sido tomado el res-

20 “(Schema Codicis Iuris Canonici) / (Sub secreto pontificio) / Sanctissimi Domini


Nostri / Pii PP. X / Codex Iuris Canonici / cum notis / Petri card. Gasparri / [escudo ponti-
ficio de Pío X] / Romae / Typis Polyglottis Vaticanis / MDCCCCXII” /, 281 págs. El libro I
lo componían 79 cánones y el II, 567 cánones. ASV. CIC 1917, caja 23.
21 “(Schema Codicis Iuris Canonici) / (Sub secreto pontificio) / Sanctissimi Domini
Nostri / Pii PP. X / Codex Iuris Canonici / cum notis / Petri card. Gasparri / [escudo ponti-
ficio de Pío X] / Romae / Typis Polyglottis Vaticanis / MDCCCCXIII” /, 365. págs. y 831 cá-
nones. ASV. CIC 1917, caja 51.
22 “(Schema Codicis Iuris Canonici) / (Sub secreto pontificio) / Sanctissimi Domini
Nostri / Pii PP. X / Codex Iuris Canonici / cum notis / Petri card. Gasparri / [escudo ponti-
ficio de Pío X] / Romae / Typis Polyglottis Vaticanis / MDCCCCXIII” /, 106 págs. y 227 cá-
nones. ASV. CIC 1917, caja 79.
23 “(Schema Codicis Iuris Canonici) / (Sub secreto pontificio) / Codex Iuris Canonici /
cum notis / Petri card. Gasparri / [escudo pontificio de Benedicto XV] / Romae / Typis Poly-
glottis Vaticanis / MDCCCCXIV” /, 238 págs. y 773 cánones. ASV. CIC 1917, caja 70.
24 El texto de la misma en J. LLOBELL; E. DE LEÓN; J. NAVARRETE, cit. (n. 8), págs.
841-842.
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192 Carlos SALINAS ARANEDA

pectivo canon; según se indicaba en la portada de cada uno de estos volú-


menes, ellas correspondían al cardenal Gasparri. La falta de notas en el úl-
timo de los libros se decidió para acelerar los trabajos de impresión y distri-
bución y no porque se considerasen poco útiles.
Las respuestas enviadas en esta oportunidad por los obispos, los or-
dinarios y los superiores religiosos consultados dieron origen a las “animad-
versiones episcoporum” u observaciones de los obispos a los diversos pro-
yectos parciales de Código de Derecho Canónico elaborados por la comi-
sión de codificación. Las “animadversiones”, nada más llegar a Roma, eran
clasificadas y ordenadas según la numeración que tenían los cánones res-
pectivos en los proyectos. Algunas de estas observaciones fueron enviadas
por los obispos individualmente, otras conjuntamente con los demás obis-
pos de la provincia eclesiástica y su metropolitano. Y como había sucedido
con los “postulata”, ahora las “animadversiones” fueron igualmente impre-
sas en textos que, al igual que había sucedido la primera vez, permanecie-
ron en estricta reserva.
La idea de haber sometido los proyectos a las observaciones del epis-
copado, al final, se reveló feliz y fecunda. De hecho las diferencias entre los
proyectos y el texto finalmente publicado no son de mera forma, sino que
son más importantes y profundas25.

II. LOS PROTAGONISTAS ARGENTINOS


En marzo de 1904, en la primera consulta al episcopado, la provincia
eclesiástica de Buenos Aires estaba integrada por el arzobispado de Buenos
Aires26 y los obispados sufragáneos de Asunción de Paraguay27, Córdoba28,

25 Un primer análisis en lo que se refiere al derecho matrimonial en A. VETULANI,


cit. (n. 13), III, col. 930-933, donde se identifica una larga y significativa lista de cánones
agregados al proyecto de 1912, además de otros que fueron suprimidos.
26 Buenos Aires fue erigido obispado el 6 de abril de 1620 y elevado a arzobispado el
5 de marzo de 1866. Cf. B. DE TOBAR, Compendio bulario índico (Sevilla, Publicaciones de la
Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla 167, 1966), II, p. 74.
27 Asunción de Paraguay fue erigido obispado el 1 de julio de 1547 y elevado a ar-
zobispado el 1 de mayo de 1929. Cf. Ibid., II, págs. 29-30.
28 Córdoba fue erigido obispado el 10 de mayo de 1570, y arzobispado el 20 de abril
de 1934. Cf. B. DE TOBAR, Compendio bulario índico (Sevilla, Publicaciones de la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos de Sevilla 82, 1954), I, págs. 374-375; 432-437; II, cit. (n. 26),
págs. 29-30.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 193

San Juan de Cuyo29, La Plata30, Paraná31, Salta32, Santa Fe33 y Tucumán34.


Arzobispo de Buenos Aires era Mariano Antonio Espinosa35, quien había si-
do promovido del obispado de La Plata al arzobispado de Buenos Aires el 24
de agosto de 1900. Obispo de Paraguay era Juan Sinforiano Bogarín36, que

29 San Juan de Cuyo fue erigido obispado en 1826 y arzobispado el 20 de abril de 1934.
30 La Plata fue erigido obispado el 15 de febrero de 1897 y arzobispado el 20 de abril
de 1934.
31 Paraná fue erigido obispado el 13 de junio de 1859 y arzobispado el 20 de abril de 1934.
32 Salta fue erigido obispado el 28 de marzo de 1806 y arzobispado el 20 de abril de 1934.
33 Santa Fe fue erigido obispado el 15 de febrero de 1897 y arzobispado el 20 de abril
de 1934.
34 Tucumán fue erigido obispado el 15 de febrero de 1897 y arzobispado el 11 de fe-
brero de 1957.
35 Mariano Antonio Espinosa nació en Buenos Aires el 2 de julio de 1844 de padres
desconocidos. Fue recogido por doña Candelaria Somellera de Espinosa y de Pino, quien le
dio el apellido de su primer esposo, don Julián Gregorio Espinosa ya fallecido. Ingresó al se-
minario arquidiocesano el 7 de febrero de 1859, continuando sus estudios en Roma, en el Co-
legio Pio Latinoamericano, donde estuvo entre marzo de 1865 y noviembre de 1869. El 11
de abril de 1868 fue ordenado presbítero en Roma. Posteriormente se doctoró en teología en
la Universidad Gregoriana. Durante el Concilio Vaticano I (1869-1870) actuó como secreta-
rio del arzobispo de Buenos Aires, Mariano José de Escalada. De regreso en Buenos Aires,
fue secretario del arzobispado entre 1870 y 1879, provisor, vicario general y canónigo. Fue
párroco de La Merced y entre 1870 y 1889 fue capellán de la capilla de Santa Lucía, en Ba-
rrancas, alcanzando gran popularidad. En 1878 realizó misiones en los territorios del sur de
Argentina y al año siguiente acompañó como capellán al general Roca en la “Conquista del
desierto”, que culminó con la ocupación de un extenso territorio. En 1877 el internuncio de
Río de Janeiro, César Rochetti, lo comisionó para gobernar la Iglesia del Paraguay, acéfala
por la guerra anterior. Su informe del 8 de mayo de ese año provocó el envío de Ángel di Pie-
tro como delegado apostólico para Argentina, Paraguay y Uruguay. Fue promovido a la Igle-
sia titular de Tiberiópolis el 15 de junio de 1893, siendo consagrado el 22 de octubre de ese
año. Al crearse el obispado de La Plata pasó a ocupar dicha sede el 24 de abril de 1898 don-
de llevó adelante una gran labor pastoral. Participó en el Concilio Plenario de América Lati-
na (1899) en el que actuó como juez de excusas y relator. Fue promovido al arzobispado de
Buenos Aires el 24 de agosto de 1900, tomando posesión de su nueva sede el 18 de noviem-
bre de 1900. “Fue el prelado argentino más descollante de su época por su virtud y austeri-
dad, celo apostólico y misionero, dotes de gobierno y sentido práctico de la realidad”. Falle-
ció el 8 de abril de 1923 cuando el nuevo Código de Derecho Canónico llevaba algunos años
de vigencia. P. GAUDIANO, Presidentes, relatores y miembros del Concilio Plenario de Amé-
rica Latina, en PONTIFICIA COMMISSIO PRO AMERICA LATINA, Los últimos 100 años de la
evangelización en América Latina. Centenario del Concilio Plenario de América Latina
(Ciudad del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 2000), págs. 751-752, con bibliografía.
36 Juan Sinforiano Bogarín, nació en Mbuyapey, junto al Tebicuary-mí, compañía de
Ñanduruguá, diócesis de Paraguay, el 21 de agosto de 1863, quedando huérfano de niño co-
mo consecuencia de la guerra de la Triple Alianza, por lo que fue criado por una tía materna
en Arecayá, donde aprendió a cultivar la tierra, e hizo sus primeros estudios, los que siguió
en el seminario conciliar de Asunción, siendo ordenado presbítero el 24 de febrero de 1886.
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194 Carlos SALINAS ARANEDA

había sido electo para el episcopado paraguayo el 21 de septiembre de 1894.


Obispo de Córdoba era Reginaldo Domingo Toro, O.P.37, preconizado el 1 de
junio de 1888; sin embargo, su deteriorado estado de salud a la fecha de la
consulta romana y su fallecimiento por esos mismos meses, el 21 de agosto

En los años siguientes fue cura rector de la catedral y secretario del obispado. El 21 de sep-
tiembre de 1894 fue elegido para el obispado de Paraguay, siendo consagrado por el obispo
salesiano Luis Lasagna el 23 de febrero del año siguiente, pasando a ser el obispo más joven
de América Latina. En su calidad de obispo de Asunción del Paraguay participó el Concilio
Plenario de América Latina (1899). Durante 54 años rigió una diócesis cuyos límites, duran-
te la mitad de su gobierno, coincidían con los de Paraguay. Una de sus grandes preocupacio-
nes fue el seminario conciliar por la escasez de sacerdotes que encontró al inicio de su go-
bierno episcopal. Otra de sus preocupaciones fue la paz, condenando con energía la violen-
cia; de hecho, durante sus 54 años de gobierno episcopal se sucedieron 30 presidentes. Cuan-
do la diócesis de Asunción del Paraguay fue elevada a arzobispado, Pío XI (1922-1939) lo
preconizó su primer arzobispo. Ejerció una amplia labor pastoral, especialmente entre los
campesinos, llevó numerosas congregaciones religiosas a su diócesis, creó no pocas parro-
quias y organizó las primeras asociaciones de apostolado laical. Además de alentar el perio-
dismo católico, luchó contra la masonería, el laicismo, el comunismo y los diversos proyec-
tos de ley contrarios al Evangelio, como el de divorcio. Cuando murió el 25 de febrero de
1949, a los 85 años de edad, era el decano de los obispos católicos en ejercicio. El mejor elo-
gio se lo brindó “L’Osservatore Romano”, según el cual “sus realizaciones representan cuan-
to de más meritorio se ha obrado en los cuatro primeros siglos de existencia que lleva la dió-
cesis del Paraguay”. P. GAUDIANO, cit. (n. 35), págs. 740-741, con bibliografía.
37 Reginaldo Domingo Toro, O.P., había nacido en San Miguel de Tucumán el 31 de
julio de 1839, siendo bautizado el 2 de agosto siguiente con el nombre de Ángel José, nom-
bre que cambió por el de Reginaldo Domingo cuando comenzó su noviciado en la Orden de
Predicadores (dominicos), el 3 de enero de 1859. Hizo su primera profesión el 6 de enero de
1860 y fue ordenado presbítero el 20 de agosto de 1862. Se recibió de lector en 1864, ense-
ñando filosofía y después teología durante 15 años, alcanzando el título de maestro. Fue uno
de los más valiosos artífices de la reforma de la Orden, en la que desempeñó diversos cargos:
maestro de novicios, prior del convento de Córdoba (1870-1872), prior provincial (1877, ree-
legido en 1881); asistió al capítulo general convocado en Lovaina (1885). En 1886 fundó la
congregación de las Hermanas Dominicas de San José. Fue preconizado obispo de Córdoba
el 1 de junio de 1888, siendo consagrado el 19 de agosto siguiente. Hizo visitas pastorales y
frecuentes misiones en su diócesis. Fue el primer obispo de Córdoba en hacer personalmente
la visita ad limina lo que hizo en 1892, obteniendo de León XIII (1878-1903) la coronación
de la imagen de Nuestra Señora del Milagro, lo que se llevó a cabo solemnemente el 1 de oc-
tubre de 1892. También obtuvo la designación de dos obispos auxiliares, Uladislao Castella-
no y Rosendo de la Lastra, a quienes, por ser promovidos, les siguieron Aquilino Ferreira y
Filemón Cabanillas. Creó el diario católico cordobés “Los Principios”, cuyo primer número
apareció el 22 de abril de 1894. En su calidad de obispo de Córdoba participó en el Concilio
Plenario de América Latina (1899) en el que fue juez de querellas. El 25 de octubre de 1900
sufrió en la Villa de Santa Rosa un ataque de apoplejía que lo dejó mudo, insensible y medio
paralítico. Llevado a Córdoba, obtuvo de León XIII en 1902 autorización para celebrar senta-
do, posición que era en él la habitual. Sólo pudo hacerlo una vez. Falleció el 21 de agosto de
1904. GAUDIANO, Pedro, cit. (n. 35), págs. 780-781, con bibliografía.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 195

de 1904, hacen improbable que haya sido consultado; tenía, empero, dos
obispos auxiliares: Aquilino Ferreyra y Álvarez38 y Filemón Cabanillas39.
Obispo de San Juan de Cuyo, era Marcelino del Carmelo Benavente, O.P.40,
electo el 7 de enero de 1899. Al frente del obispado de La Plata estaba Juan
Nepomuceno Terrero y Escalada41 desde el 7 de diciembre de 1900. Obispo
de Paraná era Rosendo de la Lastra y Gordillo42 desde el 16 de enero de
1898. Obispo de Salta era Matías Linares y Sanzetenea43, elegido el 16 de

38 Aquilino Ferreyra y Álvarez nació en Rosario el 4 de enero de 1824. Fue ordena-


do presbítero el 28 de enero de 1855. Elegido por León XIII obispo auxiliar de Córdoba y ti-
tular de Amiso el 16 de noviembre de 1899, fue consagrado por el obispo de Córdoba, Re-
ginaldo Toro, O.P., el 19 de agosto de 1900. Murió siendo obispo auxiliar de Córdoba el 28
de septiembre de 1910.
39 Filemón Cabanillas nació en Punilla el 3 de enero de 1843. León XIII lo eligió
obispo auxiliar de Córdoba y titular de Circesio el 16 de noviembre de 1899, siendo consa-
grado por el obispo de Córdoba Reginaldo Toro, O.P., el 24 de agosto de 1900. Murió el 25
de enero de 1913 siendo obispo auxiliar de Córdoba.
40 Marcelino del Carmelo Benavente, O.P., nació en San Antonio Areco el 17 de
agosto de 1845. León XIII lo eligió obispo de San Juan de Cuyo el 7 de enero de 1899. Fue
consagrado el 12 de marzo de 1899 y tomó posesión de la diócesis el 19 de marzo siguien-
te. Murió siendo obispo de San Juan de Cuyo el 28 de septiembre de 1910.
41 Juan Nepomuceno Terrero y Escalada, nació en Buenos Aires el 13 de agosto de
1850. Ordenado presbítero el 18 de diciembre de 1880. León XIII lo eligió obispo auxiliar de
Buenos Aires y titular de Delco el 21 de abril de 1898. Fue consagrado el 19 de junio de 1898.
El mismo Pontífice lo nombró obispo de La Plata el 7 de diciembre de 1900, tomando posesión
de su diócesis el 3 de marzo de 1901. Murió siendo obispo de La Plata el 10 de enero de 1921.
42 Rosendo de la Lastra y Gordillo, nació en Córdoba el 3 de enero de 1856. Estudió
en el seminario conciliar de esa ciudad y en la Universidad Nacional de San Carlos, donde se
doctoró en teología el 6 de octubre de 1880. Al año siguiente, el 18 de septiembre de 1881, fue
ordenado presbítero. Tuvo a su cargo las cátedras de física y química en el seminario conciliar;
fue designado capellán del Hospital San Roque y del Colegio del Huerto; fue secretario del
obispo Mamerto Esquiú Medina, O.F.M. hasta su muerte y posteriormente del obispo Reginal-
do Domingo Toro, O.P., a quien acompañó en 1892 en su viaje a Roma. Ese mismo año, el 30
de noviembre, fue consagrado obispo de Miletópolis y auxiliar de Córdoba. El 6 de marzo de
1893 fue designado vicario foráneo de La Rioja, extensa y desolada zona que recorrió dos ve-
ces a lomo de mula en medio de grandes privaciones. Renunció a ese cargo el 15 de febrero de
1898, una semana después que León XIII (1878-1903) lo preconizó obispo de Paraná, diócesis
de la que tomó posesión el 27 de mayo de 1898. Durante su gobierno pastoral tuvo que supe-
rar dificultades variadas, como la escasez de clero, la falta de recursos y la hostilidad de gru-
pos anticlericales. Participó en el Congreso Plenario de América Latina (1899), obteniendo de
León XIII la coronación de la Virgen de Itatí, lo que se hizo en Corrientes, el 19 de junio de
1900. El mismo año dispuso la publicación del “Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Paraná”.
Gran parte de su ministerio lo dedicó a las visitas pastorales, falleciendo el 3 de julio de 1909.
GAUDIANO, Pedro, cit. (n. 35), págs. 759-760, con bibliografía.
43 Matías Linares y Sanzetenea, nació en Salta el 31 de agosto de 1841. Hizo estu-
dios en el convento de San Francisco, en Salta, y se ordenó de presbítero el 1 de enero de
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196 Carlos SALINAS ARANEDA

enero de 1898. Al frente de la diócesis de Santa Fe estaba Juan Agustín Bo-


neo44 desde el 27 de enero de 1898. Finalmente, obispo de Tucumán era Pa-
blo Padilla y Bárcena45 desde el 16 de enero de 1898.

1865. Se graduó de doctor en teología. Al año siguiente de su ordenación fue provicario y


posteriormente vicario general. Fue elegido obispo de Salta el 16 de enero de 1898. Antes de
partir para el Concilio Plenario de América Latina (1899) inició la visita pastoral de su dió-
cesis, aprovechando su presencia en Roma para hacer la visita ad limina. Sin embargo, el 30
de noviembre de 1899 envió desde Salta su renuncia a través del cardenal Vives y Tutó, la
que renovó el 8 de marzo de 1900 al no haber recibido respuesta de la anterior. León XIII
(1878-1903) se negó a aceptarla, acatando la voluntad del Pontífice como voluntad de Dios.
El 13 de septiembre de 1902 coronó las imágenes del Santo Cristo y la Santísima Virgen del
Milagro. Hizo colocar la cruz que se levanta en el cerro San Bernardo. Falleció en Buenos
Aires el 20 de abril de 1914. P, GAUDIANO, cit. (n. 35), págs. 760-761, con bibliografía.
44 Juan Agustín Boneo, nació en Buenos Aires el 23 de junio de 1845. A los 12 años
ingresó al seminario conciliar, estudios que continuó en Roma, integrando el grupo de los
primeros 17 estudiantes con los que se fundó el Colegio Pio Latinoamericano, permanecien-
do en Roma entre 1858 y 1863, años en los que estudió en la Universidad Gregoriana, pero
tuvo que regresar a Buenos Aires por motivos de salud. El 15 de febrero de 1864 reingresó
al seminario para iniciar los estudios teológicos, siendo ordenado presbítero el 29 de noviem-
bre de 1868. Al año siguiente fue profesor de moral y vicerrector del seminario del que, dos
años después, fue rector y prefecto de estudios. Fue canónigo (1873), provisor (1875), vica-
rio general de la arquidiócesis de Buenos Aires (1876). A la muerte del arzobispo Federico
León Aneiros (1894) fue elegido vicario capitular por el cabildo eclesiástico, cuando ya era
obispo auxiliar; su sucesor, el arzobispo Uladislao Castellano lo nombró vicario general. “Se
mostró varón de piedad, sabiduría, prudencia, honda espiritualidad y fama de santidad”. En
1868 León XIII (1878-1903) lo designó misionero apostólico. Fue preconizado a la Iglesia
titular de Arsinoe y auxiliar del arzobispado de Buenos Aires en tiempo del arzobispo Fede-
rico León Aneiros el 15 de junio de 1893, quien lo consagró el 22 de octubre siguiente. León
XIII, el 27 de enero de 1898, lo eligió obispo de la recién creada diócesis de Santa Fe (1897).
Hombre de gran piedad mariana, falleció con fama de santidad a los 87 años, el 16 de junio
de 1932. P. GAUDIANO, cit. (n. 35), págs. 741-742, con bibliografía.
45 Pablo Padilla y Bárcena nació en Jujuy, diócesis de Salta, el 25 de enero de 1848.
Estudió en el seminario conciliar de Córdoba, ordenándose presbítero el 10 de diciembre de
1871; al año siguiente se doctoró en teología en la Universidad de Córdoba. De regreso a Sal-
ta fue profesor de literatura y teología en el seminario, del que llegó a ser rector en 1876.
Siendo canónigo doctoral, fue elegido vicario capitular el 8 de mayo de 1885, realizando una
intensa actividad mientras se desempeñó como tal. El obispo Rizo Patrón lo había pedido en
dos oportunidades (1883, 1884) como obispo auxiliar; en 1889 fue el cabildo de Salta quien
solicitó su elevación al episcopado, petición que fue acogida por León XIII quien lo eligió
obispo titular de Pentacomía el 17 de diciembre de 1891. El mismo Pontífice lo constituyó
obispo de Salta el 19 de enero de 1893, diócesis de la que tomó posesión el 15 de agosto si-
guiente. En esta provincia fue diputado a la Constituyente. León XIII lo trasladó a Tucumán,
el 16 de enero de 1898, tomando posesión el 15 de mayo de ese año. Participó en el Conci-
lio Plenario de América Latina (1899), aprovechando de hacer la visita ad limina en la que
expresó que no había podido hacer la visita pastoral de su diócesis, pero que, siendo obispo
de Salta, la había visitado totalmente, personalmente y por delegado. Fundó en Tucumán el
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 197

En 191546, año en el que se envía desde Buenos Aires a Roma una


breve respuesta en la etapa de las “animadversiones episcoporum”, conti-
nuaba Mariano Antonio Espinosa al frente del arzobispado de Buenos Aires,
como también Sinforiano Bogarín en la diócesis de Paraguay, Juan Nepo-
muceno Terrero y Escalada en la diócesis de La Plata, Juan Boneo en la de
Santa Fe y Pablo Padilla en la de Tucumán. Nuevo obispo de Córdoba era
Zenon Bustos y Ferreyra, O.F.M.47, desde el 4 de octubre de 1905. En San
Juan de Cuyo era nuevo obispo José Américo Orzali48, desde el 30 de di-
ciembre de 1911. En la diócesis de Paraná estaba al frente de la misma, des-
de el 7 de febrero de 1910, Abel Juan Bazán y Bustos49. Nuevo obispo de
Salta era José Gregorio Romero50, desde el 29 de octubre de 1914, quien su-
cedió a Matías Linares fallecido el 20 de abril de ese mismo año 1914. En
el intertanto, se habían creado los obispados de Santiago del Estero51, Co-
rrientes52 y Catamarca53. Obispo de Santiago del Estero había sido designa-

diario “Heraldo” y en Catamarca la revista “Stella”. Convocó el primer sínodo diocesano de


Tucumán (1904). Integró la Constituyente de 1907. Benedicto XV (1914-1922) lo nombró
obispo asistente al solio pontificio. Falleció el 22 de enero de 1921. P. GAUDIANO, cit. (n. 35),
págs. 766-767, con bibliografía.
46 Anuario Pontificio per l’anno 1915. Pubblicazione ufficiale (Tipografia Poliglo-
ta Vaticana, Roma, 1915).
47 Zenon Bustos y Ferreyra, O.F.M., nació en Córdoba el 28 de diciembre de 1850;
ingresó a la Orden de los Frailes Menores, siendo ordenado presbítero el 24 de diciembre de
1874. Pío X (1903-1914) lo eligió obispo de Córdoba el 4 de octubre de 1904, siendo con-
sagrado el 25 de abril de 1905; tomó posesión de la diócesis el 28 de abril siguiente. Murió
siendo obispo de Córdoba el 13 de abril de 1925.
48 José Américo Orzali nació en Buenos Aires el 13 de marzo de 1863. Fue ordenado
presbítero el 19 de diciembre de 1883. Pío X (1903-1914) lo eligió para el obispado de San
Juan de Cuyo el 30 de diciembre de 1911; fue consagrado el 10 de marzo de 1912, tomando
posesión de la diócesis el 14 de abril siguiente. Fue nombrado arzobispo de San Juan de Cuyo
por Pio XI (1922-1939) el 20 de abril de 1934, el mismo día en que la diócesis fue elevada a
arquidiócesis. Murió siendo arzobispo de San Juan de Cuyo el 18 de abril de 1939.
49 Abel Juan Bazán y Bustos nació en Tama de La Rioja, el 28 de agosto de 1867. Fue
ordenado presbítero el 19 de diciembre de 1891. Pío X (1903-1914) lo eligió para el obispado
de Paraná el 7 de febrero de 1910. Fue consagrado el 8 de mayo de 1910 y tomó posesión de la
diócesis el 15 de mayo de ese mismo año. Murió siendo obispo de Paraná el 25 de abril de 1926.
50 José Calixto Gregorio Romero y Juárez nació en Salta el 14 de octubre de 1862.
Pío X (1903-1914), pocos meses antes de su fallecimiento, lo eligió obispo auxiliar de Salta
y titular de “Thermae Basilicae” el 18 de febrero de 1914. Su sucesor, Benedicto XV (1914-
1922) lo eligió obispo de Salta el 29 de octubre de 1914. Fue consagrado el 24 de febrero de
1915. Murió siendo obispo de Salta el 17 de agosto de 1919.
51 25 de marzo de 1907.
52 21 de enero de 1910; fue elevado a arzobispado el 10 de abril de 1961.
53 21 de enero de 1910.
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198 Carlos SALINAS ARANEDA

do Juan Martin Yáñez (Jañiz) y Paz54, electo el 7 de febrero de 1910. Al


frente del segundo de ellos estaba Luis María Niella55, electo el 3 de febre-
ro de 1911. Al frente del tercero estaba Barnabé Piedrabuena56 desde el 8 de
noviembre de 1910.

III. LOS “POSTULATA” DEL ARZOBISPO DE BUENOS AIRES


La carta circular “Pergratum mihi” enviada por Roma a los obispos
lleva por fecha 25 de marzo de 1904, y en ella se disponía, como ya se ha
indicado, que los arzobispos, después de haber oído a sus sufragáneos y
otros ordinarios que debían estar presente en el concilio provincial, debían
hacer llegar a la Santa Sede, dentro de los cuatro meses siguientes, en pocas
palabras, las principales modificaciones y correcciones que debían hacerse
al derecho canónico en vigor. La respuesta del arzobispo de Buenos Aires
está fechada el 14 de julio de 1904, por lo que se hacía dentro del plazo fi-
jado por la Santa Sede, no obstante lo cual iniciaba la misma con una excu-
sa por no haber podido hacerlo antes “por esperar las respuestas de mis su-
fragáneos que en estas inmensas distancias tardan no poco”.
En la misma carta circular enviada desde Roma se comunicaba a los
obispos que, por decisión del Santo Padre, los obispos de cada nación tenían
la facultad de escoger uno de los consultores de los que ya habían sido nom-
brados por los cardenales, y encargarles que los representara para someter a

54 Juan Martin Yáñez (Jañiz) y Paz nació en Córdoba el 23 de octubre de 1840. Pío
X (1903-1914) lo eligió obispo de Santiago del Estero el 7 de febrero de 1910, siendo con-
sagrado el 8 de mayo de 1910. Tomó posesión de la diócesis el 17 de mayo siguiente. Murió
como obispo de Santiago del Estero el 6 de abril de 1926.
55 Luis María Niella nació en Corrientes el 24 de abril de 1854. Ordenado presbíte-
ro el 2 de febrero de 1879. Pío X (1903-1914) lo nombró obispo de Corrientes el 3 de febre-
ro de 1911, siendo consagrado el 4 de junio del mismo año. Falleció siendo obispo de Co-
rrientes el 30 de noviembre de 1933.
56 Barnabé Piedrabuena nació en Tucuman el 10 de noviembre de 1863. Fue orde-
nado presbítero el 31 de mayo de 1886. Pío X (1903-1914) lo nombró obispo auxiliar de Tu-
cumán y titular de “Cestrus” el 16 de diciembre de 1907, siendo consagrado el 31 de mayo
de 1908. El mismo Pontífice lo nombró obispo de Catamarca el 8 de noviembre de 1910, dió-
cesis de la que tomó posesión el 20 de abril de 1911. Pío XI (1922-1939) lo nombró obispo
de Tucumán el 11 de junio de 1923, tomando posesión de su nueva diócesis el 31 de octubre
del mismo año. Renunció el 17 de diciembre de 1928 siendo nombrado el mismo día obispo
titular de “Callinicum dei Maroniti”. Murió el 11 de junio de 1942 como obispo emérito de
Tucumán.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 199

discusión y defender sus proposiciones en las reuniones de los consultores.


Los obispos argentinos hicieron uso de esta facultad por lo que el arzobispo,
al comienzo de su respuesta, comunicaba al cardenal Merry del Val que “de
común acuerdo hemos nombrado nuestro representante al R. P. Francisco
Javier Vernz [sic] de la Compañía de Jesús y se lo hemos comunicado, así es
que le remitimos copia de estas observaciones”57. Los mismo le fue comu-
nicado al padre Wernz desde la secretaría de la Comisión codificadora58.
A continuación, se incluían 13 propuestas de las cuales dos eran de
carácter general, cuatro se referían al matrimonio, otras cuatro al cabildo
eclesiástico y tres eran de carácter vario. Las analizaremos en este mismo
orden.

1. Propuestas generales

a) Tener presente el Concilio Plenario de América Latina


La primera de las propuestas decía así: “Siendo tan reciente el Con-
cilio Plenario de la América Latina, creemos que por lo que mira a nuestras
iglesias se debe tener presente en este caso”. Dicho Concilio había tenido

57 Francisco Javier Wernz nació en Rottweil, Wurtemberg, el 4 de diciembre de


1842. En 1857 entró en la Compañía de Jesús, debiendo dejar Alemania por las proscripcio-
nes antijesuíticas de la Kulturkampf, dirigiéndose a Austria donde enseñó letras en el cole-
gio de Feldkirch; pasó después a Exaten, en Holanda, y de allí a Inglaterra donde amplió es-
tudios de derecho canónico en Ditton Hall. Pasó a enseñar en St. Beuno (Galles) de donde,
en 1882, se le llamó a Roma para desempeñar la cátedra de derecho canónico en la Univer-
sidad Gregoriana, de la que llegó a ser rector en 1904. Fue elegido 25° prepósito general de
la Compañía de Jesús en 1906. Falleció en Roma el 19 de agosto de 1914. Altamente esti-
mado por su claridad, su profundidad, prudente moderación e inconcusa justicia, desde 1886
fue consultor de las SS. Congregaciones del Concilio, del Santo Oficio y de Asuntos Ecle-
siásticos Extraordinarios; fue igualmente miembro de la comisión de consultores del Conci-
lio Plenario de América Latina y miembro de la comisión para la codificación del derecho
canónico desde los inicios del trabajo codificador. Su mayor fama, que ha alcanzado hasta
nuestros días, se debió a su Jus decretalium, que publicó en seis volúmenes entre 1898 y
1914, por la ordenación dada a las materias, el desarrollo completo y erudito de cada una de
ellas, la abundancia de información histórica, y el uso constante de la filosofía del derecho y
de las ciencias afines. No pocas de sus sugerencias y formulaciones quedaron plasmadas en
el Código de Derecho Canónico de 1917. Razón y Fe 16 (1906), págs. 234-235; 40 (1914),
págs. 277-287; La Civiltà Catolica 65 (1914), III, págs. 605-611; E. PLA Y DENIEL, El Rvmo.
P. Francisco Javier Wernz, XXV Prepósito General de la Compalía de Jesús (Barcelona, Li-
brería Católica Internacional, 1915).
58 Véase anexo 2.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 200

200 Carlos SALINAS ARANEDA

lugar en Roma desde el domingo 28 de mayo al domingo 9 de julio de 1899,


en el Colegio Pio Latinoamericano, y en él había participado la mayoría de
los prelados de la provincia eclesiástica argentina que debieron ser consul-
tados por el arzobispo de Buenos Aires para responder a la consulta roma-
na, en concreto, el propio arzobispo y los obispos de Salta, La Plata, Para-
guay, Tucumán, Paraná, Santa Fe y Córdoba59. Es decir, con la sola excep-
ción del obispo de San Juan de Cuyo, todos los demás habían participado en
el Concilio, por lo que estaban en ellos muy presentes las discusiones y los
acuerdos que se habían adoptado, todos los cuales, cuando se escribía esta
propuesta, habían sido publicados por la propia editorial vaticana, en dos
volúmenes en latín los años 190060 y 190161. Cuando ya se habían enviado
estos “postulata” a Roma, apareció en 1906 la traducción oficial en texto bi-
lingüe62.
En el discurso que, por encargo del Papa León XIII, pronunció en la
primera sesión solemne el arzobispo de Montevideo, Mariano Soler, espe-
cificó de esta manera los objetivos del Concilio63: “Congregados, pues, en
su santísimo nombre, esto será lo único que nos propondremos en este Sí-
nodo, a saber, tomar con unánimes pareceres y perfecta concordia, aquellas
determinaciones que sirvan, principalmente, para conservar íntegro e in-
violable en nuestras respectivas diócesis el depósito de nuestra santa Fe,
para defender los intereses y las saludables doctrinas de la Iglesia católi-
ca, para mantener intacta la disciplina del clero, formar en la ciencia y en
la piedad a los jóvenes clérigos, proveer a la cristiana educación de la ju-
ventud de ambos sexos, y fomentar más y más cada día la moralidad, la re-
ligión y la piedad en sus corazones; para eliminar los vicios, instruir a los
fieles en la saludable ciencia de la doctrina católica, y volver a traer a
nuestros conciudadanos descarriados, a la senda de la religión y de la vir-
tud”. No se trataba, empero, de una discusión meramente intraeclesial, por-

59 P. GAUDIANO, cit. (n. 35), passim.


60 Acta et decreta Concilii Plenarii Americae Latinae in Urbe celebrati anno Domi-
ni MDCCCXCIX (Romae, Typis Vaticanis, MDCCCC), 462 págs.
61 Appendix ad Concilium Plenarium Americae Latinae Romae celebratum anno
Domini MDCCCXCIX (Romae, Typis Vaticanis, MCMI), 779 págs.
62 Actas y decretos del Concilio Plenario de la América Latina celebrado en Roma
el año del Señor de MDCCCXCIX. Traducción oficial (Roma, Tipografía Vaticana, 1906),
593 págs. Hay edición facsímil realizada por la Pontificia Comisión para América Latina
(Ciudad del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 1999).
63 Ibid., págs. LXX-LXXI. Utilizo la edición facsímil de 1999.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 201

que, discutiendo sobre tales materias, “como es evidente, trabajaremos a fa-


vor de la paz y prosperidad de los pueblo, que estriban principalmente en
la religión católica”64.
Tan solo otro episcopado latinoamericano propuso algo similar a lo
sugerido desde Buenos Aires, si bien en el contexto de una propuesta más
amplia, en concreto los padres de la provincia de Michoacán65, en México,
quienes sugirieron que, una vez publicado el nuevo código, fueren abroga-
das ipso facto todas las otras leyes eclesiásticas, cualquiera fuese su fuente,
con la sola excepción de aquellas leyes que concedieran privilegios a nacio-
nes, diócesis, comunidades o individuos, y mencionaban al efecto, expresa-
mente, las leyes del Concilio Plenario de América Latina.
La fórmula utilizada por el arzobispo bonaerense era que el Concilio
Plenario “se debe tener presente en este caso”. ¿Qué quería decir? ¿Que se
tuviera presente al momento de redactar los nuevos cánones? ¿Que se con-
servaran las normas especiales dictadas para el continente en dicha oportu-
nidad? Si lo que sugería era lo primero, la propuesta del arzobispo de Bue-
nos Aires fue bien acogida, porque el Concilio Plenario estuvo muy presen-
te en los codificadores; no son pocas las referencias explícitas que se hacen
a dicha asamblea en los votos de los consultores. El mismo Francisco Javier
Wernz, designado por los obispos argentinos para que los representara en
Roma durante la codificación, había sido consultor del Concilio Plenario,
por lo que estaba muy al tanto de dichas normas. Si lo que se sugería era lo
segundo, la propuesta fue también acogida porque el nuevo código dispuso
en el canon 4 que “los derechos adquiridos por otros, así como también los
privilegios e indultos concedidos por la Sede Apostólica hasta el presente a
personas, ya físicas, ya morales, que todavía están en uso y no han sido re-
vocados, continúan en vigor, a no ser que por los cánones de este código
sean expresamente revocados”.

b) Supresión del Decreto de Graciano, conservándose sólo las leyes que


están en uso
Era la tercera de las propuestas incluidas en la carta del arzobispo:
“Que se suprima del cuerpo del derecho el Decretum Gratiani por haber caí-
do en desuso completo casi todas las leyes canónicas de su recopilación,
conservándose únicamente las que están en vigor”.
64 Ibid., p. LXVIII.
65 “Postulata”, cit. (n. 14), p. 10.
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202 Carlos SALINAS ARANEDA

Graciano era monje camaldulense que enseñó derecho canónico en el


monasterio de los santos Nabor y Felix en Bolonia a principios del siglo XII.
Poco más se sabe sobre su persona66: su nacimiento se sitúa en la aldea italia-
na de Carraria, próxima a Orvieto, a finales del siglo XI y su muerte en 1158.
Interesado por el derecho canónico concibió la idea de realizar la concordancia
de los cánones discordantes, reduciendo a unidad el derecho de la Iglesia del
primer milenio67. Trabajó en su obra entre 1120 y 1140, denominándola, preci-
samente, Concordantia discordantium canonum –Concordancia de los cánones
discordantes–, pero el nombre que prevaleció fue el de Decreto de Graciano o
simplemente Decreto. No obstante ser una obra privada y tener una compleja
estructura –en la que se distinguen los dicta del maestro Graciano y las aucto-
ritates– el Decreto pronto sustituyó a las demás colecciones y se transformó en
la única obra que se enseñaba y glosaba en las universidades o se usaba en la
curia y en los tribunales. El mérito de Graciano estuvo en haber trabajado el dis-
perso derecho existente con el método dialéctico, obteniendo como resultado
un todo coherente. Además, tenía “la ventaja de recoger doce siglos de historia
en un libro que, al redactarse, estaba al día; porque en él se conservaban… los
textos canónicos de más venerable antigüedad. Por ello su existencia hacía inú-
til a cualquiera de las colecciones anteriores, que de hecho… cayeron en desu-
so. Estos textos antiguos, por otra parte, estaban adaptados a las necesidades del
momento, puesto que Graciano los interpretaba según su mentalidad, sin nin-
guna preocupación por reproducir los criterios y las necesidades del pasado”68.
El Decreto era la primera de las colecciones que integraban el Cor-
pus Iuris Canonici, todavía en vigencia cuando se hizo desde Buenos Aires
esta proposición, la que estaba en perfecta sintonía con la codificación que
se iniciaba porque, si bien con ella se pretendía conservar la disciplina vi-

66 R. METZ, Regard critique sur la personne de Gratien, auteur du Decret (1130-40),


d’après les resultats des dernieres recherches, en Recherches de Science Religieuse 58
(1984), págs. 64-76.
67 Los criterios de concordia que utilizó fueron básicamente: ratio temporis, de ma-
nera que la norma posterior derogaba la anterior sobre la misma materia; ratio loci, prevale-
cía la norma dada para un lugar específico por sobre la norma general; ratio significationis,
concordancia de la aparente discordia por la lógica del significado; ratio dispensationis, se-
gún la cual frente a las normas contradictorias, una era la regla y la otra la dispensa.
68 J. HERVADA; P. LOMBARDÍA, El derecho del Pueblo de Dios. Hacia un sistema de
derecho canónico, I: Introducción. La constitución de la Iglesia (Pamplona, Eunsa, 1970), p.
99. Sobre las más recientes investigaciones en torno a este texto se puede ver DUVE, Thomas,
El “Corpus Iuris Canonici”: una introducción a su historia a la luz de la reciente bibliogra-
fía, en Prudentia Iuris 61 (junio 2006), págs. 78-84.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 203

gente, expuesta ahora en forma de código, esta actualización del derecho


Pío X la entendía abandonando todo lo que estaba derogado, al tiempo que
se debía reformar y agregar lo que faltaba en la legislación eclesial69. Es por
lo que los obispos argentinos no fueron los únicos en sugerirla; en efecto,
los padres de la provincia de Albi (Francia)70 pedían, en general, que se eli-
minaren las leyes antiguas de manera que el Corpus Iuris respondiere a las
necesidades de los tiempos modernos; y el obispo de Kumbakonam (In-
dia)71 pedía que se eliminasen todos los cánones o decretos que hubiesen
perdido observancia por desuetudo. Con todo, los codificadores hicieron tal
como se sugería desde Argentina, porque el Decreto fue utilizado como
fuente en no pocos cánones del código promulgado72.

2. Cabildo eclesiástico
Cuatro de las 13 propuestas se refirieron al cabildo eclesiástico y to-
das ellas dejaban ver tensiones entre los obispos y sus respectivos cabildos.
No era una novedad de la Iglesia argentina, pues las mismas tensiones se ha-
bían advertido en el Concilio Plenario de América Latina de un modo más
generalizado, mostrando los obispos preocupación por fijar bien las compe-
tencias de los canónigos y dejar clara la libertad episcopal para conferir los
diversos beneficios73.

69 C. SALINAS ARANEDA, La codificación del derecho canónico de 1917, en Revista


de Estudios Histórico-Jurídicos 30 (2008), p. 328.
70 “Postulata”, cit. (n. 14), págs. 8-9.
71 Ibid., p. 10.
72 Basta con repasar las fuentes utilizadas en los cánones. Cf. Codex Iuris Canonici
Pii X Pontificis Maximi iussu digestus Benedicti Papae XV auctoritate promulgatus. Praefa-
tione, fontium annotationes et índice analítico-alphabetico ab Emo. Petro card. Gasparri
auctus (Romae, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMXVIII), passim.
73 D. R. PICCARDO, La celebración del Concilio Plenario de América Latina, Roma,
28 de mayo – 9 de julio 1899, en PONTIFICIA COMMISSIO PRO AMERICA LATINA, Los últimos
100 años de la evangelización en América Latina. Centenario del Concilio Plenario de Amé-
rica Latina (Ciudad del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 2000), p. 215. En forma muy
elegante el Concilio se hizo eco de este problema cuando decía: “Por lo que toca a los ser-
vicios que hay que prestar al obispo en el gobierno de la diócesis, recuerden los canónigos
que ellos constituyen el senado del obispo. Jamás podrán desempeñar propia y santamente
tan importantes funciones, si no veneran al obispo como su padre y pastor y, formando con
él un solo cuerpo, se proponen en todo y por todo el bien de la Iglesia únicamente” (art. 229).
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204 Carlos SALINAS ARANEDA

a) Agregar como causa de suspensión o destitución de los beneficios el es-


píritu de rebelión contra el prelado acompañado de escándalo
Era la primera de las sugerencias referidas a los cabildos eclesiásti-
cos, situada en segundo lugar del orden general de las propuestas argenti-
nas. Según ella: “En virtud de los graves desórdenes que suelen ocurrir en
los cabildos eclesiásticos, especialmente de América, con detrimento de la
religión y a veces del principio de autoridad, debe suplirse la deficiencia
del derecho, añadiendo entre las causas de suspensión o destitución de los
beneficios canonicales ‘la rebelión contra el prelado’, o mejor el ‘Espíritu
de rebelión contra el prelado, acompañado de escándalo’”. Esta sugerencia
se entiende mejor a la luz de la última de todas las propuestas presentadas
por el prelado argentino, en la que pedía derechamente la supresión de los
cabildos, para lo que alegaba la siguiente razón: “los canónigos se creen co-
mo los diputados al parlamento nacional, nombran comisiones lo mismo
que en la Cámara de Diputados, son por lo general irrespetuosos, insolen-
tes y atrevidos con los obispos y se jactan de serlo así: basta que el obispo
quiera hacer una cosa para que lo contradigan, son opositores por sistema,
perturbadores de la paz, publican lo que se trata en sus acuerdos, son fau-
tores de discordia entre el clero y los obispos y un real y verdadero tormen-
tum episcoporum, con gran escándalo de los seminaristas, del clero joven
y del pueblo fiel y triunfo de los malvados que de nada se alegran tanto co-
mo de esta oposición de los canónigos a los obispos, cuidando los mismos
canónigos rebeldes a la autoridad eclesiástica de hacer publicar en los dia-
rios sus desavenencias con el prelado, dándose naturalmente la razón a sí
mismos”. Este ambiente general de tensión entre los obispos y los cabildos
eclesiásticos es el que motiva la propuesta siguiente.

b) Eximir al obispo de pedir el consentimiento del cabildo


La undécima de las propuestas del arzobispo era “Que nunca esté el
obispo obligado a pedir el consentimiento del cabildo eclesiástico sino sola-
mente el consejo y eso cuando lo creyere necesario”. La propuesta no era me-
nor, pues al tener que pedir el “consentimiento”, el obispo, si quería actuar, es-
taba obligado a seguir el parecer del cabildo aunque él no estuviere personal-
mente de acuerdo con dicho parecer; en cambio, tratándose del “consejo”, la
obligación del prelado consistía sólo en pedir el consejo, pero no quedaba vin-
culado al consejo que le fuere dado. El derecho canónico vigente al momen-
to de hacer esta propuesta definía algunas situaciones en las que el obispo de-
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 205

LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 205

bía pedir el “consentimiento” del cabildo, que Justo Donoso74 sintetizaba en


las siguientes: i) siempre que una determinación o decreto del obispo pudiere
ocasionar grave perjuicio a los sucesores de la iglesia; ii) en la enajenación de
los bienes raíces o muebles preciosos pertenecientes a la iglesia; iii) para obli-
gar los bienes de su iglesia por mutuo, fianza, depósito u otro contrato; iv) pa-
ra unir un beneficio o iglesia a un colegio, monasterio o canonjía, porque esa
unión era una especie de enajenación; v) si el derecho de conferir o presentar
al beneficio correspondía al obispo en unión con el capítulo, se requería el
consentimiento de éste, sin el cual la colación o presentación era nula; vi) pa-
ra aumentar o disminuir el número de las canonjías, o unir beneficios simples
a una prebenda; vii) para convertir en regular una iglesia parroquial, porque
también era una especie de enajenación. El “consejo” se exigía en los nego-
cios de grave importancia, en particular: i) para la publicación de las consti-
tuciones sinodales y otros estatutos; ii) para la institución y destitución de clé-
rigos; iii) para la corrección de los defectos de estos; iv) para la administra-
ción de las cosas eclesiásticas; v) para la enajenación de cosas pertenecientes
a una iglesia inferior; vi) para convocar sínodos; vii) para fundar monasterios;
viii) para la conveniente instrucción de los clérigos jóvenes.
La propuesta del arzobispo bonaerense estaba en consonancia con la
que hacía por esa misma fecha el arzobispo de Río de Janeiro75, quien, en
forma interrogativa preguntaba si no se podía dar a favor de los obispos una
regla contra la obligación de pedir el consentimiento del cabildo. Algo simi-
lar, si bien un tanto mitigado, pedían los obispos de Chile76, pues, según
ellos, el derecho de patronato limitaba la libertad de los obispos de rechazar
los candidatos presentados a beneficios cuando eran menos dignos o poco
idóneos para desempeñar esos cargos, lo que no sólo no contribuía en nada
a una mayor tutela de la administración, sino que solía ser una molestia más
perjudicial para la misma, por lo que sugerían que se disminuyera el peso
que gravaba a los obispos de pedir el consentimiento o el consejo del capí-
tulo. Pero no sólo episcopados latinoamericanos, porque los obispos de la
provincia de Burgos (España)77 pedían que sin el consentimiento del capí-

74 J. DONOSO, Instituciones de derecho canónico americano (Valparaíso, Imprenta y


librería del Mercurio, 1848-1849), I, p. 219-220.
75 Postulata, cit. (n. 14), p. 64.
76 Ibid., p. 66. Sobre esto se puede ver C. SALINAS ARANEDA, El primer aporte de los
obispos chilenos a la codificación del derecho canónico de 1917: los “postulata episcopo-
rum”, en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos 30 (2008), págs. 317-342.
77 “Postulata”, cit. (n. 14), p. 70.
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206 Carlos SALINAS ARANEDA

tulo valiesen por sí mismos todos los negocios expedidos por el obispo y
que el consejo nunca fuese necesario a menos que se tratase de la destitu-
ción o castigo de los canónigos.
El Código de Derecho Canónico, sin embargo, no se hizo eco de es-
tas propuestas, pues exigió el “consentimiento” del cabildo eclesiástico pa-
ra que el obispo pudiere tomar algunas decisiones, especialmente en mate-
ria patrimonial78.

c) Que no se precise el consentimiento del cabildo para la desmembración


y erección de parroquias
Consecuente con la propuesta anterior, el arzobispo, a continuación,
agregaba una nueva proposición, la duodécima, en la que se proyectaba a
una situación concreta, la exención del obispo de pedir el consentimiento
del cabildo eclesiástico: “Como en la América Latina las parroquias no son
veri nominis tales, pues no se dan por concursos y los curas son nombra-
dos ad nutum episcopi, que no se precise el consentimiento del cabildo ecle-
siástico para la desmembración de las parroquias antiguas y erección de
las nuevas”. Fue el único episcopado que se pronunció en estos términos. El
Codex no se hizo eco de esta propuesta en los mismos términos en que fue
formulada, pues exigió en la desmembración y erección de parroquias la in-
tervención del cabildo eclesiástico, pero la limitó sólo a su consejo, no a su
consentimiento. En cambio, le dio al prelado plena libertad en relación con
los rectores de las parroquias desmembradas o a la población, pues, exis-
tiendo causa justa, podía hacerlo “aun contra la voluntad de sus rectores y
sin consentimiento del pueblo” (can. 1427, 1428).

d) Supresión de los cabildos eclesiásticos y sustitución por un consejo de


tres sacerdotes
Era la última de las propuestas referidas al cabildo eclesiástico y la
última de todas las sugerencias formuladas, es decir, la décimo tercera:
“Que se supriman los cabildos eclesiásticos, capitula canonicorum, como
ya se hace en las nuevas diócesis que se van erigiendo sin ellos y en vez de
ellos que el obispo tenga su consejo de tres sacerdotes a los cuales consul-
te en los casos que crea de importancia o de dudosa solución”. La propues-
ta iba justificada en las razones que he transcrito al iniciar este apartado, y

78 Por ejemplo, CIC 1917, cánones 1532 § 3, 1533, 1541 § 2.


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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 207

tal era la convicción del prelado acerca de la conveniencia de esta supresión,


que ella “sería un gran servicio a la Santa Iglesia y facilitaría a los obispos
el cumplimiento de su divina misión”.
La propuesta del prelado bonaerense no era una novedad, pues la es-
casez de sacerdotes que padecían no pocas diócesis, imposibilitándolas pa-
ra tener cabildo catedral, movió a la Santa Sede a proveerlas de otro orga-
nismo para ayudar al obispo en el gobierno de la diócesis y para suplirle en
la vacante o cuando se hallasen impedidas79. De hecho, el mismo Código de
Derecho Canónico, una vez promulgado, contempló la figura de los consul-
tores diocesanos, cuerpo de consultores que suplía “al cabildo catedralicio
en lo que a éste compete como a senado del obispo; por consiguiente, las
atribuciones que los cánones asignan a dicho cabildo en lo concerniente al
gobierno de la diócesis, ya en sede plena, ya mientras se halla impedida o
vacante, esas mismas se ha de sobreentender que competen al cuerpo de
consultores diocesanos” (can. 427). La diferencia con la propuesta argenti-
na estaba en que los consultores diocesanos debían ser, por lo menos, seis,
o al menos cuatro en las diócesis donde había pocos sacerdotes (can. 425 §
1). La figura de los consultores diocesanos estaba llamada a tener éxito en
los años posteriores, pues empezó a prescindirse de los canónigos en las
iglesias de más reciente fundación, sustituyéndolos por los consultores dio-
cesanos sin funciones litúrgicas, iniciándose, además, una profunda deca-
dencia de los cabildos eclesiásticos que hizo que se prescindiese en gran
parte de su actividad litúrgica y que el sector más vivo de los problemas e
iniciativas de las diócesis pasase al consejo presbiteral80. No fue el código
sino el tiempo el que cumpliría los deseos del arzobispo bonaerense.

3. Matrimonio
Cuatro de las 13 proposiciones del prelado se refirieron al matrimo-
nio, las propuestas que iban de la quinta a la octava. Las veremos en el mis-
mo orden.

79 S. ALFONSO MORÁN, O.P., De los consultores diocesanos (can. 423-428), en M.


CABREROS DE ANTA, C.M.F.; A. ALONSO LOBO, O.P.; S. ALONSO MORÁN, O.P., Comentarios
al Código de Derecho Canónico, I: cánones 1-681 (Madrid, Bac, 1963), págs. 717-718.
80 L. DE ECHEVERRÍA, Descripción de la organización eclesiástica, en CATEDRÁTI-
COS DE DERECHO CANÓNICO DE UNIVERSIDADES ESPAÑOLAS, Derecho canónico (2ª ed., 1975,
Pamplona, Eunsa, reimp. 1977), p. 302.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 208

208 Carlos SALINAS ARANEDA

a) Reducción de grados en el impedimento matrimonial del parentesco


La quinta de las proposiciones argentinas pedía “que se reduzcan los
impedimentos matrimoniales al 1° y 2° grado para la validez del matrimo-
nio”. Se refería al impedimento de parentesco por consanguinidad en la lí-
nea colateral, sin dar mayores razones de la petición.
Al tiempo de la codificación, la consanguinidad en línea recta irrita-
ba el matrimonio en cualquier grado usque in infinitum; lo hacía por dere-
cho natural, según muchos teólogos, en el primer grado; según otros lo ha-
cía por derecho natural en todos. Lo cierto es que, según Donoso81, nunca
se había dispensado en esta línea. En línea colateral, en otro tiempo la nuli-
dad alcanzaba hasta el séptimo grado –canónico–, limitándose al cuarto gra-
do en el IV Concilio Lateranense (1215), por lo que para las personas que
estaban emparentadas en quinto grado o en quinto con cuarto, tercero o se-
gundo, no había impedimento, disciplina que era la vigente al momento de
la codificación. La nulidad era por derecho natural sólo en el primer grado,
según muchos teólogos, aunque habían quienes consideraban que el matri-
monio en ese grado, si bien sería gravemente ilícito, no sería nulo atendido
sólo el derecho natural.
Se trataba de un tema sensible por lo que hubo otros episcopados que
se refirieron a él. Alguno, como el chileno82, se limitaba a sugerir que se es-
tudiare la posibilidad de eliminar algunos grados como irritantes del matri-
monio contraído por quienes estaban ligados por ellos, postulado que com-
partió con otros tres episcopados en lo referido a disminuir los grados del
impedimento de consanguinidad83. Otros episcopados fueron más explíci-
tos: en lo que se refería a la consanguinidad, diversos episcopados estaban
por reducir el impedimento al tercer84 y hasta el segundo grado85, supri-

81 J. DONOSO, cit. (n. 74), II, págs. 158-159.


82 C. SALINAS ARANEDA, El primer aporte de los obispos chilenos a la codificación
del derecho canónico de 1917: los “postulata episcoporum” acerca del matrimonio, en His-
toria 41 (julio-diciembre 2008), II, págs. 413-446, esp. págs. 433-436.
83 Los arzobispos de Montevideo (Uruguay), de Columbus (USA) y de Québec (Ca-
nadá), en Postulata, cit. (n. 14), p. 165.
84 Los padres de las provincias de Rouen (Francia) y de Halifax (Canadá), ibid, págs.
167, 169.
85 El vicario capitular de la diócesis de Marsorum (Italia) y otros 19 episcopados,
ibid, p. 164. El arzobispo de Alger (Algeria), y otros seis episcopados, ibid, p. 163. Los pa-
dres de la provincia de Eger (Hungría) y otros ocho episcopados, ibid., p. 168. Los padres de
la provincia de Quito (Ecuador), ibid., p. 170. Otros siete episcopados, ibid., p. 175. El obis-
po de Apulia (Italia), ibid., p. 177.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 209

miendo el cuarto grado o dejándolo sólo como impedimento impediente86.


Algunos pedían que se concediese a los obispos facultad para dispensar en
algunos grados, sin especificar cuáles87, o en tercer grado88. Y hubo quien,
de conservarse el impedimento hasta el cuarto grado, pedía que se compu-
tase conforme a las reglas del derecho civil89.
El código conservó el impedimento de consanguinidad en los mismos
términos en lo que se refería a la línea recta, pero lo redujo al tercer grado
–contado a la manera canónica– en la línea colateral (can. 1076), si bien és-
te era de grado menor (can. 1042 § 2 n° 1), por lo que se dispensaba fácil-
mente, aunque adoleciese de vicio de obrepción o subrepción (can. 1054).
En segundo grado de línea colateral, es decir entre primos hermanos, se dis-
pensaba con facilidad y no estaba reservado a la Santa Sede, como sí lo es-
taba el impedimento de consanguinidad en segundo grado mezclado con
primero, esto es, tíos con sobrinos, para cuya dispensa, además, se requerían
causas más graves. La dispensa de los demás grados quedaba reservada a la
Santa Sede. El Código de Derecho Canónico de 1983 dio un paso más en lo
referido a la dispensa del impedimento existente entre tíos y sobrinos al no
dejarlo reservado a la Santa Sede (CIC 1983, can. 1078 § 2).

b) Validez de los matrimonios celebrados ante cualquier párroco


La sexta de las propuestas de los prelados argentinos pedía “que sea
válido el matrimonio celebrado ante cualquier párroco o su delegado, aun-
que no sea el de los esposos a fin de evitar con esto los muchos matrimo-
nios nulos que existen por la ignorancia de este impedimento dirimente”.
Hasta el Concilio de Trento (1545-1563) la Iglesia no dictó normas
por las que se estableciera una forma jurídica necesaria para la validez del
matrimonio. Desde los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia prescribió
normas para la celebración de los matrimonios de los fieles, variadas según
las distintas iglesias particulares, y “aborreció siempre y prohibió”90 los ma-
trimonios clandestinos, esto es, los que se celebraban sin la intervención de

86 Los obispos de las diócesis de Arras (Francia) y de San Alberto (Canadá), ibid.,
págs. 170, 168.
87 Los obispos de la región de Calabria (Italia), ibid., p. 170.
88 Los padres de las provincias de Poznan (Polonia), de Salzburgo (Austria) y de Ta-
rragona (España), y los obispos de la región Beneventana (Italia), ibid., págs. 176, 178.
89 El obispo de Kandi (Benin), ibid., p. 174.
90 Conc. Trid., sess. 24 de ref. matr. c. 1. Es el famoso capítulo Tametsi.
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210 Carlos SALINAS ARANEDA

la potestad pública eclesiástica. Fue el famoso capítulo “Tametsi” del Tri-


dentino el que introdujo, no sin discusiones en el aula conciliar, la exigen-
cia de una forma especial para la validez del matrimonio, en concreto, la
presencia del párroco propio como testigo calificado y de dos testigos co-
munes. Conforme a esto, el párroco sólo podía casar a sus propios parro-
quianos, pues, para asistir al matrimonio de parroquianos de otra parroquia,
lo que en principio le estaba prohibido, necesitaba la respectiva licencia. El
mismo capítulo “Tametsi” se colocaba en esta posibilidad, en concreto “si
un párroco u otro sacerdote, religioso o secular, se atreviese a unir en ma-
trimonio o a bendecir a esposos de otra parroquia sin licencia de un párro-
co, aunque presumiera que le era lícito por privilegio o costumbre inmemo-
rial”, en cuyo caso quedaba ipso iure suspendido hasta que fuese absuelto
por el ordinario del párroco que debía asistir al matrimonio, o del que debía
dar la bendición. Párroco propio no era el del nacimiento u origen, sino el
del domicilio, concepto éste en que quedaba comprendido también el cuasi
domicilio que se adquiría por la permanencia de cuatro o seis meses. Quien
tenía domicilio en dos parroquias podía contraer ante el párroco en cuya pa-
rroquia residía el tiempo del matrimonio, si bien se requería que habitase en
las dos parroquias por un tiempo moralmente igual91.
En términos parecidos se había expresado el obispo de Concepción de
Chile, Plácido Labarca92, quien había propuesto que los párrocos tuviesen fa-
cultad de casar a feligreses de parroquias limítrofes de distintas repúblicas –era
claro que se refería a parroquias chilenas y argentinas–, usando aun de la fa-
cultad de dispensar impedimentos si fuere necesario, en atención a que las dió-
cesis de América eran muy extensas y a la gran dificultad que había para recu-
rrir a los ordinarios, dificultad que a veces era verdadera imposibilidad. Es
cierto que el derecho vigente ofrecía la solución: la licencia del párroco pro-
pio. Pero en la práctica, dicha solución se veía dificultada por la extensión de
las parroquias, dificultad que no pocas veces era una verdadera imposibilidad.
Poco tiempo después de la proposición argentina, el Papa san Pío X
promulgó el decreto Ne temere93, que introdujo en esta materia un cambio

91 J. DONOSO, cit. (n.74), II, p. 166.


92 C. SALINAS ARANEDA, El primer aporte de los obispos chilenos a la codificación
del derecho canónico de 1917: los “postulata” del obispo de Concepción, Plácido Labarca
Olivares, en Revista de Derecho de la Universidad Católica de la Santísima Concepción 17
(2008), I, págs. 89-105, esp. págs. 98-99.
93 ASS 40, págs. 525-530 = Fontes, VI, págs. 867-870.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 211

significativo, disponiendo que el matrimonio debía contraerse ante el ordi-


nario o párroco del lugar o un sacerdote delegado de aquellos. Con esta re-
forma, ya vigente desde antes de la promulgación del Código de Derecho
Canónico, vino a superarse, al menos en parte, la dificultad que originaba la
propuesta del arzobispo bonaerense, y se convirtió en derecho común cuan-
do fue recogida en el canon 1084 del Codex, según el cual “solamente son
válidos aquellos matrimonios que se celebran ante el párroco, o ante el or-
dinario del lugar, o ante un sacerdote delegado por uno u otro, y además
ante dos testigos por lo menos”. Para que ello ocurriera, se requería que al-
guno de los contrayentes tuviera en el lugar del matrimonio domicilio, o
cuasidomicilio, o residencia de un mes (can. 1097 § 1 n° 2).

c) Validez de los matrimonios de disidentes


Era la séptima de las propuestas hechas por el arzobispo y la tercera
en materia de matrimonio. Pedía el arzobispo “que se declaren válidos los
matrimonios de los disidentes aun en aquellas partes en que ha sido publi-
cado el Concilio de Trento, como entre nosotros, pues cuando se convierte
al catolicismo alguna de las partes, la otra rehúsa revalidar el matrimonio,
por creerlo innecesario y mientras viene de Roma la dispensa in radice, que
suele demorar, la parte convertida no puede en conciencia creerse casada, lo
cual o impide su conversión o mancha su alma con el pecado”.
El arzobispo abordaba con esta propuestas un tema controvertido en
la doctrina, por lo que, implícitamente, lo que hacía era instar a tomar una
decisión dirimiendo la controversia entre los doctores. En efecto, Donoso94
ponía de relieve la duda sobre “si el decreto del Tridentino acerca de los ma-
trimonio clandestinos obliga a los herejes y, por consiguiente, si deben con-
siderarse inválidos los contraídos por ellos sin la presencia del párroco ca-
tólico y testigos”. Para resolver la duda, este autor distinguía tres situacio-
nes: i) según el sentir general de los doctores, en los países donde, hacia la
época del Concilio de Trento “dominaba la herejía”, como Inglaterra, Sue-
cia, Dinamarca, varios Estados de Alemania, no se dudaba de la validez de
los matrimonios celebrados por los no católicos sin la forma prevista en el
decreto “Tametsi”, pues esa había sido la mente de los padres conciliares al
querer que la fuerza vinculante del mismo se produjera una vez promulga-
do singularmente en cada parroquia; ii) respecto de aquellos Estados en los

94 J. DONOSO, cit. (n. 74), II, p. 178.


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212 Carlos SALINAS ARANEDA

que el decreto había sido promulgado originalmente, pero después “dominó


el calvinismo” como Holanda o Bélgica, Benedicto XIV había declarado
(1741) que los matrimonios de los no católicos celebrados sin la forma es-
tablecida por el Tametsi debían reputarse válidos, salvo que obstase a la va-
lidez algún otro impedimento; por consiguiente, si ambos se convertían al
catolicismo, el vínculo subsistía sin necesidad de renovar el consentimiento
ante el párroco católico; y si el convertido era uno sólo, ninguno de los dos
podía contraer segundas nupcias; iii) a la luz de dicho decreto, muchos teó-
logos deducían que lo mismo debía decirse de los matrimonios de protes-
tantes que tenían iglesias y culto en países donde, en principio, fue publica-
do el Tametsi, lo que era respondido por otros, sin que hubiera una doctrina
que se impusiera sobre la otra. La respuesta de Donoso era que, “sin califi-
car la mayor o menor probabilidad de una y otra opinión, aconsejaríamos
que en la práctica se siguiera la segunda95: creemos, por tanto, que habién-
dose contraído el matrimonio ante el magistrado o ministro hereje, se habría
de renovar el consentimiento ante el párroco católico”. Opinión que era la
seguida por el arzobispo, y que, por las dificultades que acarreaba, que él
mismo ponía de relieve, solicitaba modificar.
También discutían los doctores acerca de la autoridad competente para
la dispensa in radice, pero aquí también la opción de los obispos argentinos
había sido la correcta. En efecto, según Donoso96, algunos atribuían a los
obispos la facultad de otorgar estas dispensas por autoridad propia, al contra-
rio de lo que enseñaban otros, según los cuales, “derogar la ley de manera que
resulten írritos sus efectos, aun con relación al tiempo ya transcurrido, es pro-
pio exclusivamente de la suprema autoridad del Romano Pontífice; y de este
sentir es también Benedicto XIV en el breve Etsi matrimonialis”. Era ésta la
opinión seguida por los obispos argentinos, y, precisamente, la tardanza en la
respuesta romana era la que originaba la petición del arzobispo para superar
los problemas de conciencia que la misma originaba.
El código promulgado no hizo la declaración en los términos solici-
tados desde Argentina, pero estableció una excepción general de utilizar la
forma canónica para “los acatólicos, tanto los bautizados como los no bau-
tizados, si contraen entre sí” (can. 1099 § 2), entendiéndose por “acatóli-

95 Se refiere a la segunda de las dos opiniones vertidas con ocasión de la tercera de


las situaciones distinguidas, por lo que Donoso se alineaba con quienes negaban la validez
de los matrimonios de protestantes en países en que se había publicado el “Tametsi”.
96 J. DONOSO, cit. (n. 74), II, p. 190.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 213

cos” los que ni fueron bautizados en la Iglesia católica ni jamás se convir-


tieron a ella. El matrimonio celebrado por ellos en la infidelidad era matri-
monio válido, por lo que la conversión de uno de ellos no exigía la renova-
ción del consentimiento, si bien dicho matrimonio, naturalmente válido, no
devenía en sacramento. La situación variaba cuando los dos se convertían
en cuyo caso, aunque el tema era controvertido, la mayor parte de los auto-
res admitían que dicho matrimonio se convertía en sacramento cuando am-
bos cónyuges recibían el bautismo97.

d) Matrimonios mixtos
La última de las propuestas referidas al matrimonio, la octava en la
ordenación general, se refería a una situación específica en relación con los
matrimonios mixtos: “que cuando el párroco no pueda conseguir que en los
matrimonios mixtos no vayan los contrayentes antes o después al ministro
protestante, pueda permanecer pasivo y no obstante esto autorizar el matri-
monio a fin de impedir muchos pecados que se seguirían de la negativa del
párroco, pues se contentarían con el sólo matrimonio protestante de los
contrayentes”.
El tema había sido abordado expresamente por el Concilio Plenario de
América Latina que en su artículo 591 prevenía a los párrocos, ni aún des-
pués de obtenida la dispensa, de “asistir a un matrimonio mixto, si los novios
tienen intención de presentarse, antes o después, a un ministro no católico”;
si ya lo habían hecho, correspondía al párroco llevar el asunto al obispo pa-
ra que éste tomara las providencias, después de haber absuelto a la parte ca-
tólica de las censuras en que había incurrido y haberle impuesto una saluda-
ble penitencia. Esta disciplina la conservó el Código de Derecho Canónico
que abordó expresamente el tema disponiendo que, aunque se hubiese con-
cedido dispensa del impedimento de mixta religión, no podían los cónyuges,
“ni antes ni después de haber contraído matrimonio ante la Iglesia, presen-
tarse también, personalmente o por medio de procurador, al ministro acató-
lico, como ministro de un culto, para otorgar o renovar ante él el consenti-
miento matrimonial” (can. 1063 § 1). Conforme a ello, si al párroco le cons-

97 F. R. AZNAR GIL, El nuevo derecho matrimonial canónico (2ª ed., Salamanca, Pu-
blicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, 1985), págs. 86-87; EL MISMO, Derecho
matrimonial canónico, I: Cánones 1055-1094 (Salamanca, Publicaciones Universidad Pon-
tificia de Salamanca, 2001), págs. 72-80; P, ADNÉS, De matrimonio infidelium qui convertun-
tur, en Periodica 67 (1978), págs. 73-80.
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214 Carlos SALINAS ARANEDA

taba con certeza que los esposos iban a quebrantar o habían quebrantado ya
dicha ley, no debía asistir a su matrimonio “a no ser por causas gravísimas,
evitando el escándalo y consultando antes al ordinario” (§ 2). El quebranta-
miento de esta ley suponía para la parte católica la excomunión latae senten-
tiae reservada al ordinario del lugar (can. 2319 § 1 n° 1).
Como se ve, la propuesta argentina no fue acogida en los términos su-
geridos por el prelado, pero le proporcionaba una solución al dejar entrega-
da al párroco la resolución del tema, facultándolo para asistir a este tipo de
matrimonios; pero, para hacerlo, debía no sólo tomar en cuenta las limita-
ciones, no menores, de que hubiera causas gravísimas y se evitara el escán-
dalo, sino que, además, debía consultar al ordinario, con lo cual le corres-
pondía a éste una directa participación, si bien la resolución final quedaba
entregada al párroco.

4. Propuestas varias
Además de las anteriores, el arzobispo de Buenos Aires presentó otras
tres propuestas referidas a temas diversos entre sí.

a) En materia penal, tener en cuenta las nuevas circunstancias de la época,


que hacían imposible el cumplimiento de algunas de ellas
Era la cuarta de las proposiciones según el orden que a ellas se les ha-
bía dado, en la que el arzobispo pedía “que se tenga en cuenta, en cuanto a
las leyes penales del derecho canónico las circunstancias especiales de los
tiempos que atravesamos, en los que se hacen imposibles en la práctica las
relativas a la confiscación de los bienes de los herejes, las excomuniones
contra los poderes civiles, las que tratan de la inmunidad, del privilegio del
foro, del derecho de asilo, exención de impuestos, tutelas, franquicias de co-
rreos, privación de sepultura eclesiástica, etc. etc.”.
Aunque la propuesta se enuncia en el ámbito del derecho canónico
penal, se incluyen en ella algunas instituciones referidas a materias diversas,
como la exención de impuestos o las franquicias de correos. El Corpus Iu-
ris Canonici, vigente al momento de hacerse esta propuesta, recogía la le-
gislación que había ido surgiendo en la Iglesia desde el primer milenio, de
manera que la concepción que se recogía en algunas de sus normas era la de
un derecho penal preferentemente vindicativo, con sanciones algunas de
ellas en abierta contradicción con los avances que había ido experimentan-
do el derecho canónico penal, avances reflejados incluso en el mismo Cor-
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 215

pus que, con el transcurso del tiempo hicieron pasar el principio de emen-
dación a un decidido primer plano en el espíritu de la Iglesia. Es por lo que
algunas sanciones, como la confiscación de bienes, estaban a principios del
siglo XX abolidas por las leyes y costumbres98.
La propuesta del prelado argentino coincidía con las sugeridas por
otros episcopados, algunos de los cuales99 pedían que las penas se acomo-
daran a las costumbres modernas; o que se discurriesen nuevos modos de
castigar a los sacerdotes incorregibles100; o que se revisaran las penas ecle-
siásticas para adecuarlas a los tiempos modernos101. Fue una de las tareas
que tuvieron que asumir los codificadores, por lo que bien puede decirse
que la genérica propuesta de los prelados argentinos tuvo eco en ellos.

b) Arancel eclesiástico para cada diócesis


La novena de las propuestas episcopales argentinas se refería a los
aranceles eclesiásticos, sugiriendo “que el arancel eclesiástico sea para ca-
da diócesis y no para toda la provincia eclesiástica, pues entre nosotros es-
te es imposible por la diversa condición de los católicos en las distintas dió-
cesis de esta provincia eclesiástica”.
Inocencio XI (1676-1689) dispuso en 1678, mediante la bula común-
mente llamada “Inocentiana”, una serie de medidas con la finalidad de pro-
curar la uniformidad de las tasas, es decir, de los emolumentos que han de
entregar los fieles por alguna gracia o dispensa que obtuvieron o con oca-
sión de algún ministerio sagrado ejercido en su favor102. Poco después, la
Recopilación de Leyes de Indias (1689)103, estableció que los aranceles de-

98 J. DONOSO, cit. (n. 74), II, p. 406.


99 Los padres de la provincia de Holanda; el obispo de Montauban (Francia), el ar-
zobispo de Tolosa (Francia); los padres de la provincia de Besançon (Francia), los obispos
de Borussiae (Prusia), en Postulata, cit. (n. 14), p. 244.
100 Los padres de la provincia Aquensis (Francia), ibid., p. 245.
101 Los padres de la provincia de Rouen (Francia) y de la provincia de Tours (Fran-
cia), ibid., p. 246.
102 S. ALONSO MORÁN, O.P. [Comentario al canon 1507 CIC 1917], en ., S. ALONSO
MORÁN, O.P; M. CABREROS DE ANTA, C.M.F., Comentarios al Código de Derecho Canónico
con el texto legal latino y castellano, III: Cánones 1322-1998 (Madrid, Bac, 1964), p. 154.
103 Rec.Ind. 1, 8, 9, en que se recogen cédulas de 1538, 1549 y 1575. En relación
con los aranceles de la arquidiócesis de La Plata en el período indiano se puede ver N. C. DE-
LLAFERRERA; M. P. MARTINI, Temáticas de las constituciones sinodales indianas (s. XVI-
XVIII) Arquidiócesis de La Plata (Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del
Derecho, 2002), págs. 32-36.
F anuario articulos, 1-226 p a 7/16/11 4:35 PM Page 216

216 Carlos SALINAS ARANEDA

bían dictarse en los concilios provinciales y, en todo caso, era menester pa-
ra su fuerza legal y ejecución, que concurriese el asenso y aprobación de la
autoridad civil competente. Y poco años antes de la propuesta bonaerense,
el 10 de junio de 1896, la S. Congregación del Concilio104, había reiterado
esta disciplina al declarar que no debía dejarse a disposición de cada obis-
po el señalar las tasas que hubieran de regir en las respectivas diócesis, an-
tes bien se tratara de eso en los Concilios provinciales o en las asambleas de
obispos, bajo la condición de fijar, en cuanto fuera posible, una tasa unifor-
me para cada provincia eclesiástica. El Concilio Plenario de América Lati-
na, refiriéndose a esta norma, había pedido expresamente que se observase
“al pie de la letra” (art. 862) y su texto lo incluyó en el apéndice105.
Se trataba, pues, de una práctica no sólo vigente al momento de ha-
cerse este “postulatum”, sino hondamente arraigada en la Iglesia, por lo que
hubo algunos episcopados que pidieron, precisamente, una acomodación de
la tasa “Inocentiana” a los tiempos modernos y una mayor uniformidad en
las diócesis de una provincia eclesiástica o de una nación106. Es por lo que
la sugerencia argentina no era de fácil acogida, como de hecho no lo fue,
pues el canon 1507 del Código de Derecho Canónico dispuso que pertene-
cía “al concilio provincial o a la asamblea de obispos de la provincia el fi-
jar las tasas que se han de pagar en toda la provincia eclesiástica por los
varios actos de la jurisdicción voluntaria o por ejecutar los rescriptos de la
Sede Apostólica o con ocasión de administrar los sacramentos o sacramen-
tales”; la norma agregaba que dichas tasas carecían de todo valor si antes no
eran aprobadas por la Sede Apostólica107.

c) Misas de cuerpo presente sólo en la parroquia del fallecido


La décima de las propuestas del arzobispo pedía “que las misas de
cuerpo presente solo puedan hacerse en la parroquia del finado, lo mismo
que el primer funeral a no ser que por testamento lo hubiera dispuesto de

104 Fontes VI, 4298.


105 Appendix, cit. (n. 61), apéndice XC, págs. 580-583.
106 Obispo de Montauban (Francia), arzobispo de Toulouse (Francia), obispos de la
región de Calabria (Italia), en Postulata, cit. (n. 14), p. 240.
107 Hacía excepción a lo anterior el hecho de que no hubiera arancel de tasas y li-
mosnas de los funerales, en cuyo caso el ordinario local podía confeccionarlo, oído el pare-
cer del cabildo catedral y, si lo estimaba oportuno, de los arciprestes rurales de la diócesis y
de los párrocos de la ciudad episcopal, teniendo en cuenta las costumbres particulares legíti-
mas y todas las circunstancias de las personas y lugares (can. 1234).
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 217

otra manera. Lo mismo se entienda de las misas rezadas que por primera vez
se celebran después de la muerte, con invitaciones por los diarios”.
Parece que hasta el siglo X no se celebró de un modo general la mi-
sa pro defunctis, si bien hay documentos que permiten entender que con an-
terioridad ya se celebraba la Misa por los difuntos o en su recuerdo108. La
regla general establecida por la Iglesia era atribuir a la parroquia propia el
derecho de celebrar los funerales de sus feligreses, lo que era del todo razo-
nable porque, como lo decía Bonifacio VIII (1294-1303) en el Sexto 109, “en
ella tenía el difunto costumbre de oír la divina palabra y de recibir los san-
tos sacramentos”. La regla, obviamente, no era absoluta y había no pocas
excepciones, algunas debidas a la decisión libre de la persona que elegía el
lugar de sus funerales, otras a disposiciones del mismo derecho.
Tres eran los derechos que correspondían al párroco cuando fallecía
un parroquiano: el “ius sepeliendi”, el “ius funeribus interveniendi” y el “ius
emolumenta ex funeribus provenientia percipiendi”110. El derecho de inter-
venir en los funerales de un parroquiano lo tenía incluso cuando no le co-
rrespondiese el derecho a enterrarlo en su parroquia, en cuyo caso debía dar-
le su bendición antes de que se extrajese de su casa y acompañarlo hasta la
sepultura111; era la razón por la que, aunque el parroquiano falleciese en un
monasterio, ya casualmente ya como huésped, el párroco debía ser llamado
para sus funerales112. Por su parte, el derecho a recibir los emolumentos no
era menor, pues en algunos lugares eran, si no el único, al menos un ingre-
so importante para la sustentación de los párrocos. Porque era claro que “es-
tos derechos corresponden a la parroquia a que pertenecía el muerto y no
otra”113.

108 M. GARRIDO BOÑANO, O.S.B.; A. PASCUAL DÍEZ, O.S.B., Curso de liturgia roma-
na (Madrid 1961), p. 422.
109 VI, 2, 3, 12. La cita es de S. ALONSO MORÁN, O.P., [Comentario al canon 1216],
en A. ALONSO LOBO, O. P.; L. MIGUELEZ DOMÍNGUEZ; S. ALONSO MORÁN, O. P., Comenta-
rios al Código de Derecho Canónico con el texto legal latino y castellano, II: cánones 682-
1321 (Madrid, Bac, 1963), p. 804.
110 D. CRAISSON, Manuale totius juris canonici (6a ed., Pictavii, 1880), II, p. 48.
111 J. DEVOTI, Instituciones canónicas (Valencia, 1830), p. 208.
112 D. CRAISSON, cit. (n. 110), p. 53.
113 J. DONOSO, Manual del párroco americano o instrucción teolójico-canónico-le-
gal, dirijida al párroco americano i particularmente al chileno, sobre sus derechos, faculta-
des i deberes, i cuanto concierne al cabal desempeño del ministerio parroquial (2ª ed., Val-
paraíso, 1862), p. 136.
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218 Carlos SALINAS ARANEDA

No era la provincia eclesiástica de Buenos Aires la única en que se pre-


sentaban estos problemas, pues también se presentaban en otras iglesias, in-
cluso, cercanas. En efecto, el obispo de San Carlos de Ancud, en el sur de Chi-
le114, proponía dejar claramente establecido y sin las excepciones existentes a
la sazón, que correspondía al párroco propio el derecho de hacer a sus feligre-
ses difuntos la Misa exequial de cuerpo presente o, en defecto de ésta, los pri-
meros funerales. Y entre las propuestas de los obispos chilenos115, si bien re-
ferido más al “ius emolumenta ex funeribus provenientia percipiendi”, se de-
cía que parecía que había que indicar que había que pagar la deuda por las
exequias o por funerales solemnes sólo a la propia iglesia parroquial o en otra
respecto de la cual se hubiese pedido previamente licencia del párroco o del
ordinario. Se aproximaba a estas sugerencias otra que, en términos más inde-
finidos, pedía que se definiesen las reglas acerca de los derechos de los párro-
cos en cuanto a la sepultura para evitar colisiones con otros párrocos o con los
regulares116 sin hacer mayores precisiones. El Concilio plenario latinoameri-
cano había silenciado el tema, aun cuando había dedicado un capítulo espe-
cial a las exequias y sufragios por los difuntos117.
El código se hizo eco de estas inquietudes y lo definió expresamente:
primero hizo la afirmación general de que si una causa grave no lo impedía,
a los cadáveres de los fieles, antes de enterrarlos, se les debía trasladar del
lugar donde estaban a la iglesia para celebrar allí el funeral, o sea todo el or-
den de las exequias que se consignaba en los libros litúrgicos aprobados
(can. 1215). Supuesto lo anterior, entró a definir la iglesia a la que debían
ser trasladados, afirmando que por derecho ordinario, la iglesia donde se de-
bía trasladar el cadáver para el funeral era la de la parroquia propia del di-
funto, a no ser que éste hubiera legítimamente elegido otra iglesia para el
funeral (can. 1216 § 1). Para el evento de que el fiel tuviera varias parro-
quias propias, la iglesia del funeral sería la de la parroquia en cuyo territo-
rio había fallecido (can. 1216 § 2). Y cuando hubiese duda tocante al dere-

114 C. SALINAS ARANEDA, El primer aporte de los obispos chilenos a la codificación


del derecho canónico de 1917: los “postulata” del obispo de Ancud, Ramón Ángel Jara Ruz,
en Boletín de la Academia Chilena de la Historia 117 (2008), págs. 161-189, esp. 179-180.
115 C. SALINAS ARANEDA, El primer… “postulata episcoporum”, cit. (n. 76), p. 333.
116 Los padres de la provincia de Rouen (Francia) y la provincia de Lvov (Ucrania),
en Postulata, cit, (n. 14), p. 195.
117 CONCILIO PLENARIO DE AMÉRICA LATINA, Título IV: Del culto divino; Capítulo
XII: De las exequias y sufragios por los difuntos, arts. 464-473.
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 219

cho de otra iglesia, debía prevalecer siempre el de la iglesia parroquial pro-


pia (can. 1217). Y por si estas normas no fueran suficientemente claras, po-
co más adelante, el código establecía que el párroco propio no solo tenía el
derecho sino también el deber “de levantar el cadáver por sí o por otro, de
acompañarlo a su iglesia parroquial y de celebrar allí las exequias” (can.
1230 § 1). La sugerencia del obispo de Buenos Aires había sido plenamen-
te acogida118.

IV. LAS “ANIMADVERSIONES” DE LOS OBISPOS DE ARGENTINA


Sabemos que una vez que estuvieron redactados los proyectos de los
diversos libros que compondrían el Codex Iuris Canonici, les fueron envia-
dos a los diversos episcopados para que hicieran sus observaciones, por lo
que los respectivos ejemplares debieron ser enviados a los prelados argenti-
nos. Digo que “debieron” ser enviados, porque en el archivo de la codifica-
ción se conserva tan sólo una respuesta del arzobispo de Buenos Aires, y
ella está relacionada con el proyecto de libro V del código, libro dedicado a
los jueces y a los procesos. En su respuesta, escrita en italiano y, por cierto,
muy breve119, el arzobispo comunicaba al cardenal Gasparri haber enviado
una copia a cada uno de los obispos sufragáneos para que cada uno de ellos
pudiese examinar “los diversos puntos y cuestiones”. Con todo, no había na-
da que observar; por el contrario, veían “en el orden y en las disposiciones
un verdadero monumento de sabiduría el que, ciertamente, será a mayor
gloria de Dios y del pontificado”.
Es el único texto que he encontrado referido a las observaciones for-
muladas por los obispos argentinos a alguno de los proyectos de libros en-
viados desde Roma. El que yo no haya encontrado otros, a pesar de diligen-
te búsqueda, no significa, empero, que no los haya. Y el que no se encuen-
tren en el archivo de la codificación tampoco significa que no hayan existi-
do, pues es posible que se encuentren en otro repositorio. Lo que es cierto
es que, al menos por ahora, no es posible hablar de las observaciones de los

118 El tema no ofreció mayores dificultades en el futuro, salvo algunas dudas pun-
tuales que fueron aclaradas por decisiones de los dicasterios romanos. Cf. BARGUILLIAT, De-
rechos y deberes de los párrocos y sus vicarios según el Código de Derecho Canónico y las
novísimas instrucciones pontificias (trad. del francés Manuel Rovira, Barcelona, 1921), págs.
201-206.
119 Se puede ver en el anexo 3.
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220 Carlos SALINAS ARANEDA

prelados argentinos a los proyectos parciales del Codex, salvo la breve car-
ta que he referido la que, en todo caso, no contiene ninguna observación es-
pecífica al contenido del proyecto de libro V.

V. UNA VALORACIÓN GENERAL


Llegados al final de estas líneas en las que he hecho un primer análi-
sis de la participación de los obispos de la provincia eclesiástica de Buenos
Aires a la codificación del derecho canónica emprendida por san Pío X al
inicio del siglo XX, podemos hacer la siguiente valoración general:
1. Los obispos de la provincia eclesiástica de Buenos Aires, al igual
que el resto del episcopado latinoamericano, fueron consultados
durante el proceso de codificación del derecho canónico de 1917,
siguiendo el deseo de san Pío X que quería ver involucrado en
ese proceso a todo el episcopado. Dicha consulta se articuló en
dos momentos, al inicio de los trabajos, a efectos de que sugirie-
ran las principales modificaciones y correcciones al derecho vi-
gente y, una vez que estuvieron redactados los proyectos parcia-
les de los diversos libros que lo compondrían, para que formula-
ran sus observaciones.
2. Es de suponer que los obispos argentinos fueron consultados en
ambos momentos. Utilizo esta fórmula porque en el archivo de la
codificación canónica de 1917, además de la respuesta a la prime-
ra de las consultas, no se encuentran respuestas con observaciones
a los proyectos parciales de código canónico que les fueron envia-
dos en la medida que se fueron afinando los proyectos de los di-
versos libros que lo compondrían, con excepción de una muy bre-
ve y genérica, referida al proyecto de libro V, que regulaba la ma-
teria de los jueces y procesos. Esto no significa que no las hubie-
ra, sino simplemente que en dicho repositorio no se encuentran.
3. El numeroso material reunido con las primeras respuestas de los
obispos fue sistematizado en un volumen que permaneció inédi-
to, bajo la dirección del consultor Bernardino Klumper, con el tí-
tulo “Postulata episcoporum in ordine digesta”. En él se inclu-
yen, debidamente sistematizadas, las respuestas de los diversos
episcopados del mundo, y también las de los obispos latinoame-
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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 221

ricanos que respondieron a la consulta, pero no se encuentra nin-


guna de las propuestas de los obispos argentinos, las que tampo-
co se encuentran en el “Appendix ad postulata episcoporum”, re-
producido igualmente por Bernardino Klumper en el que se reco-
gieron, probablemente, las respuestas llegadas con retraso, cuan-
do el primero de estos volúmenes ya estaba en prensa. No tengo
explicación para esta omisión, pero preciso es tener presente que
no todos los “postulata” fueron recogidos por Klumper, si bien
quedaron recogidos en ambos libros la mayoría de ellos.
Como el arzobispo afirma en su carta que la consulta a los obis-
pos sufragáneos ha sido lenta por las excesivas distancias de la
provincia eclesiástica, es posible pensar que la carta esté anteda-
tada y que, en la práctica, haya salido más tarde de la fecha con-
signada, lo suficientemente tarde como para no haber alcanzado
a ser incorporada en los volúmenes preparados por el consultor
Bernardino Klumper, O.F.M.
4. Sin perjuicio de lo anterior, el hecho de que los “postulata” de los
obispos de la provincia eclesiástica bonaerense se encuentren en
el archivo de la codificación junto con el resto de los “postulata”
de los demás episcopados, es señal de que fueron conocidos por
quienes tenían la tarea de llevar adelante la codificación. De he-
cho, la misma secretaría de la Comisión codificadora comunicó al
padre Francisco Javier Wernz su elección como representante de
los obispos argentinos en el proceso codificador.
5. Constituyen estas propuestas una expresión, si bien parcial pero
muy real, de aspectos de la realidad eclesial de la provincia ecle-
siástica de Buenos Aires, particularmente en lo que los obispos
consideraban los problemas más acuciantes que debían enfrentar
a la luz del derecho canónico, tanto a nivel intraeclesial, como
extraeclesial. Un ejemplo de los primeros, es lo referido a aspec-
tos económicos, como la materia del arancel o de las misas de di-
funtos. Ejemplo de los segundos, es la presencia protestante lo
que originaba problemas, especialmente en materia matrimonial.
6. Llaman la atención, particularmente, las propuestas referidas al
cabildo eclesiástico, las que dan muestra de una fuerte tensión
entre obispos y canónigos, al punto de llegarse a sugerir, sin más,
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222 Carlos SALINAS ARANEDA

su supresión. Es un problema que no es ajeno a otras diócesis la-


tinoamericanas, pero que en Argentina parecen alcanzar una es-
pecial intensidad.
7. Los prelados argentinos que tuvieron que responder la primera
consulta no tenían una especial preparación canónica, si bien los
había con títulos en teología. Ello redundó en el contenido de sus
propuestas, todas las cuales tienen su origen en la experiencia pas-
toral de los prelados, a diferencia de otros episcopados en los que,
habiendo prelados con una amplia formación jurídica, en general,
y canónica en particular, incluyeron entre sus sugerencias, pro-
puestas referidas a aspectos más técnicos del derecho de la Iglesia.

ANEXO

1. Carta del arzobispo de Buenos Aires, Mariano Antonio Espinosa, al


Secretario de Estado de Pio X, cardenal Rafael Merry del Val
Contiene los “postulata” de los obispos argentinos)
Buenos Aires, 14 de julio de 1904
ASV. CIC 1917, caja 96120
Arzobispado de Buenos Aires [impreso] / Buenos Aires julio 14 de
1904 / A S. S. R. el Señor Cardenal D[o]n / Rafael Merry del Val Ministro
Secretario de Su Santidad / Eminentísimo Señor /
En cumplimiento del Motu Proprio / de Nuestro Santísimo Padre Pío
X, sobre la / reconstitución del Derecho Canónico de / fecha 19 de Marzo y
la apreciable nota / de V. S. R. del 25 del mismo me es grato / contestar aho-
ra, no habiéndolo podido hacer / antes por esperar las respuestas de mis su-
fragáneos, que en estas inmensas dis- / tancias tardan no poco. /
De común acuerdo hemos nombra- / do nuestro representante al R. P.
Fran- / cisco Javier Vernz [sic] de la Compañía de / Jesús y se lo hemos co-
municado, así es que / le remitimos copia de estas observaciones. /
1° Siendo tan reciente el Concilio Plenario de la / América Latina,
creemos que por lo que mira a / nuestras iglesias se debe tener presente en
este caso. /

120 He uniformado la ortografía.


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LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE BUENOS AIRES... 223

2° En virtud de los graves desórdenes que suelen / ocurrir en los ca-


bildos eclesiásticos, especialmente //[1vta] de América, con detrimento de
la religión y a veces / del principio de autoridad, debe suplirse la defi- / cien-
cia del derecho, añadiendo entre las causas / de suspensión o destitución de
los beneficios ca- / nonicales “la rebelión contra el prelado”, o mejor / el
“Espíritu de rebelión contra el prelado, acom- / pañado de escándalo”.
3° Que se suprima del cuerpo del derecho el De- / cretum Gratiani
por haber caído en desuso com- / pleto casi todas las leyes canónicas de su
recopi- / lación, conservándose únicamente las que están / en vigor. /
4° Que se tenga en cuenta, en cuanto a las leyes / penales del Dere-
cho Canónico las circunstancias / especiales de los tiempos que atravesa-
mos, en / los que se hacen imposibles en la práctica las / relativas a la con-
fiscación de los bienes de los he- / rejes, las excomuniones contra los pode-
res civi- / les, las que tratan de la inmunidad, del / privilegio del foro, del
derecho de asilo, exen- / ción de impuestos, tutelas, franquicias de / correos,
privación de sepultura eclesiástica / etc. etc. // [2]
5° Que se reduzcan los impedimentos matrimo- / niales al 1° y 2° gra-
do para la validez del ma- / trimonio. /
6° Que sea válido el matrimonio celebrado ante / cualquier párroco o
su delegado, aunque no / sea el de los esposos a fin de evitar con esto / los
muchos matrimonios nulos que existen / por la ignorancia de este impedi-
mento / dirimente. /
7° Que se declaren válidos los matrimonios / de los disidentes aun en
aquellas partes en / que ha sido publicado el Concilio de / Trento, como en-
tre nosotros, pues cuando se / convierte al catolicismo alguna de las / par-
tes, la otra rehúsa revalidar el matri- / monio, por creerlo innecesario y
mientras / viene de Roma la dispensa in radice, / que suele demorar, la par-
te convertida / no puede en conciencia creerse casada, / lo cual o impide su
conversión o mancha / su alma con el pecado. /
8° Que cuando el párroco no pueda conse- // [2vta] guir que en los
matrimonios mixtos no / vayan los contrayentes antes o después al mi- / nis-
tro protestante, pueda permanecer pasivo / y no obstante esto autorizar el
matrimonio / a fin de impedir muchos pecados que se se- / guirían de la ne-
gativa del párroco, pues se / contentarían con el sólo matrimonio protes-
/tante de los contrayentes. /
9° Que el arancel eclesiástico sea para / cada diócesis y no para toda
la provincia / eclesiástica, pues entre nosotros este es im- / posible por la di-
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224

versa condición de los ca- / tólicos en las distintas diócesis de esta pro- / vin-
cia eclesiástica.
10° Que las misas de cuerpo presente solo puedan / hacerse en la pa-
rroquia del finado, lo mismo / que el primer funeral a no ser que por testa-
/ mento lo hubiera dispuesto de otra manera. / Lo mismo se entienda de las
misas rezadas que por / primera vez se celebran después de la muerte, / con
invitaciones por los diarios. /
11° Que nunca esté el obispo obligado a pedir // [3] el consentimien-
to del cabildo eclesiástico sino sola- / mente el consejo y eso cuando lo cre-
yere necesario. /
12° Como en la América Latina las parroquias no / son veri nominis ta-
les, pues no se dan por concur- / sos y los curas son nombrados ad nutum epis-
copi, / que no se precise el consentimiento del cabil- / do eclesiástico para la
desmembración de las / parroquias antiguas y erección de las nuevas. /
13° Que se supriman los cabildos eclesiásticos, /capitula canonico-
rum, como ya se hace en las / nuevas diócesis que se van erigiendo sin ellos
/ y en vez de ellos que el obispo tenga su con- / sejo de tres sacerdotes a los
cuales consulte en los / casos que crea de importancia o de dudosa solución,
/ pues los canónigos se creen como los diputados al / parlamento nacional,
nombran comisiones lo /mismo que en la Cámara de Diputados, son por / lo
general irrespetuosos, insolentes y atrevidos / con los obispos y se jactan de
serlo así: basta / que el obispo quiera hacer una cosa para que / lo contradi-
gan, son opositores por sistema, per- / turbadores de la paz, publican lo que
se trata en sus // [3vta] acuerdos, son fautores de discordia entre el clero / y
los obispos y un real y verdadero tormentum / episcoporum, con gran escán-
dalo de los seminaristas, / del clero joven y del pueblo fiel y triunfo de los
mal- / vados que de nada se alegran tanto como de esta / oposición de los
canónigos a los obispos, cuidan- / do los mismos canónigos rebeldes a la au-
toridad / eclesiástica de hacer publicar en los diarios sus desa- / venencias
con el prelado, dándose naturalmente / la razón a sí mismos, por lo que su
supresión / sería un gran servicio a la Santa Iglesia y faci- / litaría a los obis-
pos el cumplimiento de su / divina misión. /
Con este motivo me es grato besar / la sagrada púrpura de V. S. R. y
repetirme / su affmo. Servidor / +Mariano Antonio / arzobispo de Buenos
Aires. /
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225

2. Comunicación al P. Francisco Javier Wernz, S.J., de su designación


como representante de los obispos de Argentina
Sin fecha
ASV. CIC 1917 caja 2
P. Francesco Sav. Wernz, S.J. / (cfr. Desiderata dell’Arciv. De Bue-/
nos Aires n° 118) /
Mi pregio partecipare alla P. V. / Revma. per sua cognizione e / nor-
ma, che l’Episcopato della / Confederazione Argentina, a norma / della let-
tera circolare di S. E. Rma. / il Sig. Cardinale Secretario di Stato / in data
dei 25 marzo p.p., ha / scelto la P. V. a suo rappresentan- / te presso la Com-
missione Pontificia / istituita dal S. Padre per la codifi- / cazione del diritto
canonico. / Profitto ecc./

3. Carta manuscrita del arzobispo de Buenos Aires, Mariano Antonio


Espinosa, al cardenal Pedro Gasparri, presidente de la Comisión
pontificia para la codificación del derecho canónico
en relación al proyecto de libro V, “De juidiciis”
Buenos Aires, 26 de enero de 1915
ASV. CIC 1917, caja 73
[Impreso: escudo episcopal y, debajo, Mariano Antonio Espinosa /
Arzobispo de Buenos Aires /]
Buenos Aires, 26 Gennaio del 1915 /
A Sua Eminenza Rma. / Card. Pietro Gasparri Presidente / della Com-
missione Pontificia di Codificacione del / diritto canonico.
Eminenza: / Ho havuto l’onore di ricevere/ il libro quinto della Codi-
ficazione del Diritto / Canonico nel quale si trata de Judiciis eccle- / siasti-
cis. / Di questo abbiamo inviato ai sufraga- / nei di questa provincia ecle-
siastica una copia / a ciascuno in modo che hanno potuto esami- / nare i di-
versi punti e questioni. / Nulla ce da osservare; anzi vediamo / nell’ordine e
nella disposizione un vero mo- / numento di sapienza, il quale certamente
sarà / a maggior gloria di Dio e del Pontificato. / Ci rallegriamo di vero cuo-
re, specialmente / per quello che riguarda a V. E. R. che é anima / e vita de-
lla Pontificia Commissione. /
Mi e grato aproffitare di questa // [vta] oportunita per avicinarmi al ba-
cio / della Sacra Porpora e sottoscrivermi di / V. E. Rma. Dev.mo Servitore. /
+Mariano Antonio / Arzobispo de Buenos Aires. /
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NOTAS
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AADC XVI (2009-2010) 229-244

EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO


PENAL CANÓNICO

Hugo H. CAPPELLO

SUMARIO: Introducción. I.- El proceso penal canónico. 1. De la investiga-


ción previa (cánones 1717-19). 2. Del desarrollo del proceso (cáno-
nes 1720-28). 3. De la acción para el resarcimiento de daños (cáno-
nes 1729-31). II.- El promotor de justicia. 1. Naturaleza jurídica. 2.
Antecedentes históricos. 3. La noción de “bien público”. 4. En la le-
gislación vigente. III.- Los deberes y derechos del promotor de justi-
cia.

INTRODUCCIÓN
Se me ha pedido que exponga sobre la figura jurídica del Promotor
de Justicia en el proceso penal canónico. Con la especial recomendación de
que aborde todos los aspectos prácticos y concretos de la cuestión, sin omi-
tir aquellos aspectos teórico-científicos que sean necesarios tratar.
En el presente estudio abordaré, en primer lugar, el proceso penal ca-
nónico, puesto que este es el marco amplio de referencia para que podamos
luego centrar la atención en la naturaleza y la acción (o misión) del Promo-
tor de Justicia. Esa es la segunda parte. Mientras que, en la tercera parte, in-
dicaré las situaciones concretas y el modo en que tiene que actuar este mi-
nistro de los tribunales eclesiásticos.
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230 Hugo H. CAPPELLO

I.- EL PROCESO PENAL CANÓNICO


En la codificación vigente, dentro del Libro VIIº De los procesos, en
la Parte IV, encontramos la normativa correspondiente al Proceso penal.
Más concretamente en los cánones 1717 al 1731. Está dividido en tres capí-
tulos: 1º De la investigación previa; 2º Del desarrollo del proceso y 3º De la
acción para el resarcimiento de daños.
A modo de descripción jurídica se llama “proceso penal” a aquel pro-
ceso de índole judicial que se instruye para infligir o declarar una pena ca-
nónica, conforme a la naturaleza o entidad jurídica que tenga el delito pre-
sumiblemente cometido.
Cabe notar, sin embargo, que respecto del proceso penal se ha produ-
cido un cambio importante: se ha pasado de una actitud de casi olvido, ya
que durante varios lustros estos procesos han sido muy escasos, a la actitud
opuesta. En efecto, debido en gran parte a la notoriedad y publicidad escan-
dalosa de algunos delitos, cometidos especialmente por clérigos en el abu-
so sexual de menores de edad, en los últimos diez años, el proceso penal se
ha convertido en una de las cuestiones jurídicas que despiertan mayor inte-
rés en la actualidad. En este sentido, el Papa Juan Pablo II publicó, en el año
2001, el Motu proprio “Sacramentorum sanctitatis tutela”.
Varias y diversas son las causas por las cuales los procesos penales
han sido verdaderamente escasos en los últimos lustros pasados. Menciona-
ré las más importantes:

1. Cuando se comete alguno de los delitos tipificados como “más


graves”, se incurre en la pena por el mismo hecho de cometerlos
(son las penas denominadas “latae sententiae”). No es necesario,
por tanto, que intervenga ninguna autoridad para que declare
quién es el sujeto que ha delinquido y cuál es la pena en la que ha
incurrido. En la mayoría de los casos en que se ha cometido el de-
lito, rarísima vez se acude a un tribunal eclesiástico para que pro-
ceda a declarar una pena en la que ya se ha incurrido “ipso facto”.
2. Por otro lado, para la imposición de penas la actual legislación
requiere que el delito sea gravemente imputable al reo (canon
1321,1). Pero hay que tener en cuenta que existe también un ex-
tenso capítulo de causas eximentes de delito (canon 1323), como
también otras causas que atenuantes del mismo (1324). Y tanto
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EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO PENAL CANÓNICO 231

si se trata de causas eximentes como atenuantes, las penas que-


darán reducidas a penitencias o remedios penales.
3. Podemos mencionar todavía otras causas que hacen que los pro-
cesos penales sean escasos: A) En un tiempo relativamente cor-
to prescribe la acción penal1; B) Cuando se declara o impone una
pena, pero sólo en el caso en que haya fracasado la corrección
fraterna u otros remedios pastorales (canon 1341); C) Las facul-
tades bastante amplias que posee el juez de reducir, conmutar e
incluso diferir las penas (canon 1343-1344).
Vayamos a la consideración del proceso penal tal como lo establece
la ley vigente.
Anotaciones previas:
A) En la disciplina actual, bajo el término común “proceso penal”,
se designan las dos vías o procedimientos penales, es decir, judi-
cial y extrajudicial o administrativo, que son de naturaleza bien
distintas, pero con algunos principios fundamentales que son co-
munes.
B) El adjetivo “penal” que se le aplica a este proceso no tiene como
objetivo directo la aplicación de una pena, sino que es más am-
plio: mira a la demostración de la existencia de un delito; esta-
blecer que éste ha sido cometido por el acusado; determinar el
grado de imputabilidad y luego, si procede, la imposición de la
pena correspondiente.
C) Téngase en cuenta que el proceso penal es el preferido por la nor-
mativa codicial vigente, y por ello es el medio privilegiado para
la aplicación de cualquier pena canónica. De modo que el proce-
so judicial debe ser considerado como la “vía ordinaria” en or-
den a la declaración e imposición de las penas canónicas. Y esto
en razón de que el proceso judicial ofrece mayores garantías de
justicia y equidad, en cuanto que permite: ejercer de modo ade-

1 El c. 1362 establece que la acción criminal prescribe, como norma general, a los tres
años para todos los delitos. Se exceptúan los delitos reservados a la Congregación para la Doc-
trina de la Fe, con el plazo establecido para cada delito (nº 1); además los delitos del clérigo
o religioso que atentan matrimonio civil (c. 1394); el que comete homicidio (c. 1397) y el que
procura el aborto (c. 1398), prescriben a los cinco años (nº 2). Finalmente, los delitos castiga-
dos por una ley particular, prescriben según lo establece la misma ley particular (nº 3).
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232 Hugo H. CAPPELLO

cuado el derecho de defensa; llegar a una mayor certeza moral


acerca de la existencia o no de delito, en conformidad con la can-
tidad de pruebas recogidas; aplicar, con sentido pastoral, la pena
más justa y adecuada; demostrar que la Iglesia, frente a situacio-
nes graves y muchas veces escandalosas para el Pueblo de Dios,
actúa con responsabilidad, rigor e imparcialidad.
D) Hay que notar la semejanza casi total entre nuestro CIC y el
CCEO (Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium2).
E) El primer capítulo, bajo el título “De la investigación previa”, no es
una fase del proceso, sino un instituto jurídico autónomo, previo al
proceso penal estrictamente dicho, y común a las dos vías: la admi-
nistrativa y la judicial. Esta investigación previa, según el parecer
de casi todos los autores, es de naturaleza administrativa. Esto se
deduce del hecho de que se someten al Ordinario, en el ejercicio de
su potestad ejecutiva de gobierno, todas las actuaciones.

El “objeto” exclusivo de este proceso son los delitos susceptibles de


prueba en el fuero externo, prescindiendo de su divulgación o notoriedad
(cánones 1321; 1400, 1 y 2 y 1401, 2).
Corresponde al Ordinario, en su calidad de juez nato, incoar e impul-
sar este proceso. Nótese que se habla del “Ordinario”, por tanto, no sólo se
trata del Obispo diocesano (cfr. cánones 134 y 368), sino de aquellos que se
le equiparan en el derecho y tengan potestad judicial propia, por ejemplo: el
Prelado territorial y el Abad territorial. Para el caso de los miembros de ins-
titutos de vida consagrada clericales de derecho pontificio y sociedades cle-
ricales de vida apostólica de derecho pontificio, Ordinario es el superior ma-
yor competente, conforme a sus propias constituciones (canon 134,1).
El proceso penal se desarrolla en dos fases claramente diferenciadas
y de naturaleza jurídica diversa: la primera fase, llamada “De la investiga-
ción previa”, comprende los cánones 1717-1719, y es de naturaleza estric-
tamente administrativa. Abarca el primer capítulo de esta parte. La segunda
parte, titulada: “Del desarrollo del proceso” (cánones 1720-1728), puede
desarrollarse por via administrativa (mediante un decreto o precepto admi-

2 El título XXVIII: “De procedura in poenis irrogandis”, está dividido en 2 capítu-


los: el primero “De iudicio poenali” y el segundo: “De irrogatione poenarum per decretum
extra iudicium”.
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EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO PENAL CANÓNICO 233

nistrativo) o por la vía judicial (entonces intervendrá un tribunal que sustan-


ciará la causa y procederá a dictar sentencia).

1. De la investigación previa (cánones 1717-19)


La investigación previa la debe hacer el Ordinario, personalmente o
por medio de una persona idónea, una vez que tiene conocimiento de la po-
sible comisión de un delito (canon 1717,1). Por varios medios puede llegar
a tener dicho conocimiento: 1) hubo una denuncia fundamentada; 2) hay ru-
mores y malestar en una comunidad; 3) se trata de un hecho público y no-
torio. En este último caso, por ejemplo, un clérigo declara ante las cámaras
de la TV que desde hace 5 años viene abusando sexualmente de menores de
edad.
Debe iniciarse la investigación. Dicha investigación se hará de modo
prudente, tal que no perjudique la fama del presunto reo (pár. 2). El que rea-
liza la investigación goza de las mismas facultades que el auditor en un pro-
ceso contencioso ordinario. Pero hay una prohibición: si se llega al proceso
judicial, esta misma persona no podrá actuar como juez en la misma causa
(pár. 3). La motivación de esta normativa es evitar que exista animadversión
o prejuicios a la hora de dictar sentencia. Cabe notar que en algunos casos,
como en el ejemplo que puse del sacerdote que se autoacusa abusador de
menores, se omite la investigación previa y se pasa directamente al proceso
penal.
Una vez que se ha reunido suficiente cantidad de pruebas (sean posi-
tivas o negativas), el Ordinario optará, según su prudencia, los pasos que de-
ban seguirse. Caben varias posibilidades: 1) Poner en marcha el proceso pe-
nal para declarar la pena; 2) Contemplar la posibilidad de otro recurso que
suscite la conversión del reo, conforme al canon 1341; y 3) Elegir si se uti-
lizará la vía administrativa o la vía judicial. Sin embargo, antes de dar este
paso, el Ordinario deberá oir a dos jueces o peritos versados en esta mate-
ria (párr. 3). Igualmente, antes de tomar la decisión, el Ordinario considera-
rá la posibilidad de evitar el juicio, mediante el recurso a un “mediador”
(párr. 4).
Después de considerar tantas posibilidades, puede ocurrir que el Or-
dinario haya perdido las ganas de iniciar un proceso penal; o que haya pres-
crito el tiempo para actuar (canon 1341); o incluso puede haberse produci-
do la muerte del reo.
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234 Hugo H. CAPPELLO

2. Del desarrollo del proceso (cánones 1720-28)


Se establece a continuación de qué modo ha actuar el Ordinario. Se
presentan dos caminos a seguir:
1º) Si optó por imponer al reo una pena extrajudicial, esto es, median-
te un decreto por la vía administrativa (per modum praecepti), obrará de la
siguiente manera: A) Le dará a conocer al reo las acusaciones y las pruebas,
dándole la posibilidad de defenderse, a menos que el reo se niegue a com-
parecer; B) Deberá analizar con dos asesores las pruebas que posee; y C) Si
considera que hubo delito y no se extinguió la acción delictiva, dictará el de-
creto conforme a los cánones 1342-1350. En ese decreto expondrá las razo-
nes de derecho y de hecho que fundamentan tal decisión (cfr. canon 1720).
2º) Si el Ordinario optó por incoar el proceso penal, seguirá el modo
de actuar siguiente:

A) Entregará las actas que contienen el resultado de la investigación


previa al Promotor de justicia (canon 1721,1), a fin de que éste redacte el
escrito de acusación, conforme a los cánones 1342-1350, el cual será pre-
sentado ante el Juez o tribunal competente. Este escrito corresponde al es-
crito de demanda en los juicios contenciosos ordinarios. Cabe notar que só-
lo puede presentar el libelo acusatorio el Promotor de justicia y no otro. Se-
rá redactado conforme a lo que establecen los cánones 1502 y 1504.
B) El canon 1722 contempla la posibilidad de que el Ordinario tome
algunas medidas no propiamente penales, sino cautelares. Así pueden re-
querirlo varias circunstancias, enunciadas en el mismo canon, como son:
“evitar escándalos, defender la libertad de los testigos y garantizar el curso
de la justicia”. En este caso citará al acusado y oirá antes el parecer del Pro-
motor de justicia. Las previsiones o recaudos que pueden tomarse son las si-
guientes: prohibir el ejercicio del sagrado ministerio o de un oficio eclesiás-
tico al acusado; imponerle un determinado lugar de residencia, o bien pro-
hibirle la recepción pública de la S. Comunión. Hay que notar, sin embar-
go, que en caso de cesar las causas que motivaron estas prohibiciones, tam-
bién cesarán esas mismas prohibiciones. Así, por ejemplo, si al acusado se
le impidió celebrar públicamente los sacramentos, porque era causa de es-
cándalo en determinado lugar, y se lo trasladó de residencia, si no es causa
de escándalo en la nueva residencia asignada, se le podría levantar la prohi-
bición de celebrar públicamente los sacramentos.
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EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO PENAL CANÓNICO 235

C) Una vez recibido el escrito de acusación, el juez citará al acusado


y lo invitará a que designe un abogado (cfr. canon 1481,1), dentro del tiem-
po fijado (canon 1723,1). Si el acusado no designase abogado defensor, el
juez le nombrará un abogado de oficio antes de la contestación de la deman-
da, y éste permanecerá en su cargo mientras el acusado no designe a otro
(canon 1723,2).
D) El canon 1724 plantea una situación jurídica ciertamente compleja.
La normativa vigente establece que el Promotor de justicia podrá renunciar a
la instancia en cualquier grado del juicio, sea por mandato o al menos con el
consentimiento del Ordinario que mandó iniciar el proceso penal. Y, además,
para la validez de dicha renuncia es necesaria la aceptación por parte del reo.
Se trata de las relaciones entre el Ordinario y el Promotor de justicia.
La regla que resulta es la siguiente: puesto que la incoación del proceso es
decidida por el Ordinario, el Promotor de justicia no puede renunciar a la
instancia si no es por su mandato o con su consentimiento. Esta norma, a mi
entender, y también este mismo es el parecer de varios especialistas3, com-
promete gravemente la necesaria independencia que debe tener el P.J4. en el
ejercicio de la acción penal. Así vista la situación planteada, significa que el
P.J. en la procura de la tutela del bien público se convierte en un mero agen-
te del Ordinario, es decir, alguien que no podría actuar jamás sino como un
“procurador” del Ordinario.
No resulta fácil resolver esta cuestión planteada. Pero es preciso bus-
car una justificación jurídica razonablemente sustentable. Hay que tener en
cuenta que una de las prioridades encomendadas al Ordinario es la protec-
ción y defensa del bien público, y, por tanto, se establece una coincidencia
con la misión confiada al P.J. La renuncia del P.J. en cualquier momento del
desarrollo del proceso tendría que darse cuando de las actas y de las alega-
ciones pueda presumirse la inocencia del imputado. Persistir en la acusa-
ción, cuando todo hace prever la declaración de inocencia del imputado, iría
gravemente en contra de la verdad y de la justicia. Y esto plantearía un gra-
ve problema de conciencia tanto para el Ordinario como para el P.J., y le-
sionaría gravemente la fama del imputado, además de convertirse en una
verdadera afrenta. Si esto ocurriera, estaríamos no precisamente en la pro-
curación del primado de la verdad y la justicia, es decir, en la tutela del “bo-

3 R. COPPOLA, en Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, IV/2, Eun-


sa, págs. 2093-4.
4 En adelante la abreviatura P.J. se utiliza para designar al Promotor de Justicia.
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236 Hugo H. CAPPELLO

num publicum”, sino en las antípodas. Y, en consecuencia, se estaría come-


tiendo una grave injusticia, lesionando la “communio” eclesiástica.
Prestando atención a los aspectos jurídicos más técnicos, para que la
renuncia a la instancia sea válida, se requiere la aceptación por parte del reo
(canon 1724, párr. 2). En consecuencia, éste tiene que ser avisado que el P.J.
ha renunciado a la acción, inquiriéndole cuál es su voluntad. Pues, bien po-
dría ocurrir que el imputado quisiera que la acción penal llegue hasta el fi-
nal, es decir, hasta la sentencia, la que en este caso sería totalmente absolu-
toria del imputado. En el único caso en que no tiene aplicación esta norma
es cuando el imputado haya sido declarado ausente en el juicio (párr. 2). Es-
to quiere decir que no es suficiente la simple ausencia del imputado, sino
que tiene que haber sido declarado ausente del juicio, tal como lo establece
el canon 1592 en el juicio contencioso ordinario.
Otro elemento técnico que se requiere para la validez de la renuncia
del P.J. a la instancia es que dicha renuncia se haga por escrito y firmada, se
presente al juez interviniente en el proceso (canon 1524,2); y el menciona-
do juez debe admitirla. En realidad, el juez no podrá rechazarla, habida
cuenta que la renuncia del P.J. se produce por mandato o al menos con el
consentimiento del Ordinario.
Finalmente, ya que la renuncia puede presentarse en cualquier mo-
mento de la instancia, esto quiere decir que puede realizarse en la primera
instancia, o en apelación, como también si se interpuso el recurso de quere-
lla de nulidad contra la sentencia (cánones 1619-1627) o se haya hecho la
petición de “restitutio in integrum” (cánones 1645-1648).
E) Mirando a los derechos que asisten al imputado, en la discusión de
la causa, sea oral o por escrito, tiene la posibilidad de hablar o responder por
escrito en último término, sea personalmente o a través de sus abogados y
procuradores (canon 1725). Como fundamento de esta norma está el inalie-
nable derecho de defensa que asiste a toda persona humana, en atención a
su dignidad propia.
F) Merece una especial atención el punto presente y que establece
cuanto sigue: en cualquier grado o fase del juicio, si se comprueba la ino-
cencia del imputado, el juez deberá declararlo mediante sentencia y absol-
verlo, aunque se haya extinguido la acción criminal (canon 1726).
G) Tanto el reo (canon 1727,1) como el Promotor de justicia (canon
1727,2), pueden apelar las decisiones. El imputado puede hacerlo aunque el
juez haya decidido no aplicarle una pena o prefiera aplicarle una penitencia
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EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO PENAL CANÓNICO 237

o un remedio penal. Esta apelación puede urgirla el reo cuando considere


imprescindible que se le declare la absolución.
H) En el juicio penal, con respecto al procedimiento en cuanto tal (ca-
non 1728,1), se aplicarán los principios y normas que establece el Derecho
tanto respecto de los juicios en general (cánones 1400-1500), como lo que
se refiere al juicio contencioso ordinario (cánones 1501-1655). Pero dicha
aplicación se hará teniendo en cuenta la naturaleza propia del juicio penal,
es decir, se prestará especial atención a aquellas normas que miran a defen-
der y tutelar el “bien público”. De ahí que, como consecuencia de lo antes
mencionado, al imputado nunca se le pedirá la autoinculpación, como tam-
poco se le pedirá que haga ningún tipo de juramento (canon 1728,2). Las ra-
zones que motivan esta normativa son claras: se fundamentan en el princi-
pio de que nadie está obligado a acusarse de ningún delito.

3. De la acción para el resarcimiento de daños (cánones 1729-31)


Al cometer un delito, cualquiera sea la naturaleza del mismo, puede
haberse perjudicado a terceras personas. Por ejemplo, la comisión de un de-
lito puede haber lesionado en su fama a otras personas; en los delitos con-
tra la Fe, puede haberse perjudicado gravemente la vida de fe y costumbres
de varias personas o de toda una comunidad de fieles; o bien les puede ha-
ber provocado un daño económico. El canon 1729 establece que las accio-
nes contenciosas de resarcimiento deben sustanciarse dentro del mismo pro-
ceso penal, según lo establecido por el canon 1596. Se trata de una cuestión
de “economía procesal”.
Nótese bien el modo establecido de proceder: si alguien comete un de-
lito y se le hace un juicio penal para determinar la imputabilidad del mismo a
determinada persona y para la imposición de la pena correspondiente, también
se juzgará en el mismo juicio acerca de los daños que deba reparar con res-
pecto a terceras personas. De lo contrario, terminado el juicio penal, habría
que realizar otro juicio, con el objeto de reparar los daños ocasionados. Y de
este modo nos pasaríamos la vida saltando de juicio en juicio.
Sin embargo, la acción de resarcimiento de daños es una acción con-
tenciosa, que no tiene carácter penal; pero han de resolverse juntamente. En
lo que se refiere a la metodología procesal hay que notar que la intervención
del perjudicado no se permite en la segunda instancia si es que no intervino
en la primera instancia (canon 1729, 2).
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238 Hugo H. CAPPELLO

Finalmente, los cánones 1730 y 1731 ponen de manifiesto la autono-


mía que tiene el juicio estrictamente penal, respecto de la acción de resarci-
miento de daños que ahora nos ocupa. Vale decir, aunque deben tramitarse
juntas si se presentase el caso, cada una sigue por carriles procesales pro-
pios. Por ejemplo, podría apelarse una sentencia de resarcimiento, aunque
no quepa la apelación de la sentencia estrictamente penal. En todo caso, co-
rresponderá al juez, en cada caso, conforme a su ciencia y prudencia, dicta-
minar lo que deberá hacerse.
El canon 1730 indica que el juez podría diferir el juicio sobre daños
hasta que se haya dictado la sentencia definitiva en el juicio penal (párr. 1). Si
el juez obró del modo antes señalado, después de dictar sentencia sobre la
cuestión estrictamente penal, deberá entender en la causa referida a los daños
causados y resolverla hasta llegar a la sentencia definitiva, aunque en la cues-
tión penal se haya interpuesto cualquier tipo de recursos posibles, a saber, im-
pugnación de la sentencia o incluso la absolución del reo (canon 1730,2).

II.- EL PROMOTOR DE JUSTICIA

1. Naturaleza jurídica

Es una figura jurídica que no tiene demasiado desarrollo en la teoría


procesal canónica actual5. Ciertamente tiene una gran importancia de cara a
la protección y tutela del bien público, pero son difusos y permanecen co-
mo en un cono de sombras los límites de su actuar concreto, tanto en los jui-
cios contenciosos como en el proceso penal canónico.
El P.J. es un ministro del tribunal, como lo son el vicario judicial, los vi-
carios judiciales adjuntos, los jueces, los defensores del vínculo y los notarios.
Es, por tanto, un oficio eclesiástico (cfr. canon 145), cuyo ámbito de existencia
y misión son los tribunales eclesiásticos. Se equipara en el ámbito de la justicia
civil al ministerio público fiscal. Aunque hay que notar que en el ámbito ecle-
siástico poco y nada se utiliza la nomenclatura de “ministerio público fiscal”6.

5 Mucho más explícita aparecía la figura del P.J. en el Código Pío-benedictino. La


comparación entre ambas legislaciones sería riquísima, pero no es posible referirse a ella en
este momento, por razones de tiempo y espacio.
6 J.L. LÓPEZ ZUBILLAGA, “Derecho procesal Canónico”, Sapientia Fidei. Serie de
Manuales de Teología. Derecho Canónico II: El Derecho en la misión de la Iglesia (B.A.C.,
Salamanca 2006), pág. 332.
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EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO PENAL CANÓNICO 239

El canon 1430 establece que la función propia del P.J. es “velar por
el bien público”. De modo que, si en una causa contenciosa se advierte que
está implicado el bien público, el P.J. debe hacerse presente en dicha causa
y actuar de modo que pueda promover todo lo que beneficie o favorezca ese
bien público, y a la inversa, oponerse a todo lo que pueda ir en detrimento
del bien público. Igualmente es preceptivo que actúe en toda causa o proce-
so penal. Ya dije anteriormente que, según el canon 1721,1, las causas de ín-
dole penal no pueden sustanciarse si no toma la iniciativa acusatoria el P.J.
En las causas contenciosas en las que se afecta de algún modo la salvación
de las almas, el bien público ciertamente queda afectado de algún modo. Y,
ciertamente, en las causas penales, en las que se procura proteger los bienes
que tienen mayor relevancia pública en la Iglesia, reclaman la presencia y
acción del P.J.
En el proceso penal siempre se aplicarán, además de aquellos cáno-
nes que le son propios, aquellos de los juicios en general y del juicio con-
tencioso ordinario, como también todas aquellas normas especiales acerca
de las causas que hacen referencia al bien público (canon 1728,1).

2. Antecedentes históricos
En cuanto a los antecedentes históricos del P.J. no están en el Dere-
cho romano, ya que en los procesos criminales se tenía en cuenta la acusa-
ción popular. Su más remoto antecesor lo encontramos en Francia, a partir
del s. XIII, donde, en paralelismo con los reyes que constituyeron a los pro-
curadores para que defendieran sus derechos y bienes y persiguieran a los
que cometían crímenes, los obispos crearon la figura del “promotor”, con la
finalidad de perseguir a los cometían delitos en el fuero eclesiástico y tam-
bién para proteger los derechos de los huérfanos, viudas y abandonados. Se-
gún el reconocido procesalista Roberti7, el P.J. tal como lo entendemos hoy,
aparece en tiempos del Papa Inocencio III (1198-1216), cuando se introdu-
jo en la Iglesia el proceso inquisitivo y se deslindó perfectamente la función
del juez respecto de la del inquisidor. Todavía no se hablaba en aquellos
tiempos de “promotor”. El término de promotor, aplicado al inquisidor, apa-
rece en tiempos del Papa Gregorio IX (1227-1234). A mediados del s. XIII
ya se convierte en un oficio estable. Siglos más tarde, será el Papa Benedic-

7 F. ROBERTI, De processibus, I, De Civitate Vaticana 1956, págs. 291-294.


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240 Hugo H. CAPPELLO

to XIII (1724) quien, al crear el cargo de procurador general de la Curia Ro-


mana, le encargará el oficio de promover las apelaciones en causas crimina-
les de todas aquellas diócesis que no tuvieran sus propios procuradores en
Roma. Finalmente, el 11 de Junio de 1880, una instrucción de la Congrega-
ción para Obispos y Religiosos ordena que en cada curia diocesana o reli-
giosa haya un procurador fiscal para la justicia y tutela de la ley. Sus fun-
ciones principales eran la defensa del fisco y la persecución de los crímenes
y de los delincuentes que cometían esos delitos. Cabe notar que, por prime-
ra vez, aparece entonces la obligación de participar en los procesos crimi-
nales, bajo pena de nulidad de la sentencia si no había actuado en el proce-
so. A partir de entonces la figura y la función del P.J. queda ya constituida
en los términos jurídicos con que hoy la conocemos.

3. La noción de “bien público”


El bien público del que habla el canon 1430, es un concepto jurídico
indeterminado, que la propia ley canónica prevé que se dará en todas las
causas penales y también en algunas causas contenciosas. Un ejemplo lo te-
nemos en el canon 1674,2, donde atribuye al P.J. la capacidad de denunciar
e impugnar la nulidad de un matrimonio cuando la nulidad ya se ha divul-
gado y no es posible convalidar dicho matrimonio. También en el canon
1696, cuando trata de las causas de separación de cónyuges, se establece
preceptivamente la presencia del P.J.
No obstante lo señalado en el párrafo anterior, corresponde al Obispo
diocesano (canon 1431) determinar en cada caso particular si está compro-
metido o no el bien público y, en consecuencia, si deberá intervenir o no el
P.J. Por otra parte, el Vicario judicial o el mismo tribunal, cuando la natura-
leza del asunto hace evidente que afecta al bien público, deben solicitar su
intervención, ya que hace a lo propio del oficio del P.J.
La determinación del concepto de “bien público” dependerá de lo que
dispone, con carácter general, el canon 1431,1 y, por tanto, nos hallaremos
frente a la decisión concreta que debe tomarse en cada caso particular, don-
de deberá establecerse si está comprometido o no el bien público.

4. En la legislación vigente
1. A tenor del canon 1435 el nombramiento del P.J. como también el
de Defensor del vínculo, corresponde al obispo diocesano. El obispo dioce-
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EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO PENAL CANÓNICO 241

sano y quienes se le equiparan en derecho, incluido el Administrador dioce-


sano (canon 381,2), pueden realizar este nombramiento. En los tribunales
interdiocesanos el nombramiento corresponde hacerlo al obispo que se de-
sempeña como Moderador del tribunal; si no existe tal moderador, lo hace
el conjunto de obispos cuyas diócesis abarca el tribunal, conforme lo esta-
blecido en el decreto de erección. En la Rota Romana el nombramiento co-
rresponde al Romano Pontífice. Aunque no se establece expresamente que
su nombramiento sea temporal, éste parece ser el más congruente con los
otros oficios del tribunal. Por tanto, resulta muy conveniente que sea desig-
nado por un tiempo determinado. La remoción corresponde al obispo dioce-
sano con justa causa (canon 1436,2), y no se menciona si puede removerlo
el Adm. Diocesano. El profesor J.J. García Faílde entiende que las normas
referidas a los vicarios judiciales, podrían aplicarse por analogía al P.J. y al
Defensor del Vínculo. Pero no hay coincidencia en todos los autores8.
2. El canon 1435 establece las condiciones personales que debe po-
seer el candidato a P.J. Pueden ser clérigos o laicos. Deben ser doctores o li-
cenciados en Derecho Canónico por una facultad aprobada por la Santa Se-
de (canon 817). En circunstancias de penuria extrema de personal en la dió-
cesis, los requisitos antes mencionados pueden ser dispensados por la Sig-
natura Apostólica. Debe constar, además, su probada prudencia y celo por
la justicia.
3. El oficio de P.J. y Defensor del vínculo no son intrínsecamente in-
compatibles y pueden ser desempeñados por la misma persona. Son única-
mente incompatibles procesalmente, y por ello no pueden ser ejercidos por
la misma persona en el mismo proceso (canon 1436,1).
4. Si el P.J. intervino en la instancia precedente, deberá hacerlo tam-
bién en la instancia ulterior (canon 1431).

III.- LOS DEBERES Y DERECHOS DEL PROMOTOR DE JUSTICIA


1. Si el Ordinario decreta que hay que iniciar un proceso judicial pe-
nal, entregará las actas de la investigación previa al P.J. para que éste redac-
te y presente ante el juez el escrito acusatorio, de acuerdo con los cánones

8 J. J. GARCÍA FAÍLDE, Nuevo Derecho Procesal Canónico, Salamanca 1984, pág. 67.
Mientras que J. L. LÓPEZ ZUBILLAGA, en Derecho Canónico II, sostiene lo contrario. Ver pág,
332.
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242 Hugo H. CAPPELLO

1502 y 1504. Esto quiere decir que el escrito deberá indicar ante qué juez se
introduce la causa; qué se pide y contra quién se pide; el derecho en que fun-
da su petición; y, al menos de forma general, los hechos y pruebas que po-
see para fundamentar la acusación. Además indicará la fecha, el lugar, el do-
micilio o cuasi domicilio del imputado, y firmando el escrito, de modo que
guarde las formalidad es que requiere el acto (canon 1721).
2. Tiene que dar se parecer al Ordinario antes de que éste, con el fin
de evitar escándalos, defender la libertad de los testigos y garantizar el buen
curso de la justicia, tome una serie de previsiones y cautelas acerca del acu-
sado (canon 1722).
3. Puede renunciar a la instancia en cualquier grado del juicio, sea por
mandato o con el consentimiento del Ordinario que tomó la decisión de ini-
ciar el proceso penal. Para la validez, la renuncia del P.J. debe ser aceptada
por el reo, a no ser que éste haya sido declarado ausente del juicio (canon
1724). Conviene aquí recordar cuanto se dijo sobre el particular en torno a
la perplejidad que suscita esta norma y sobre la cual ya expresé cuál puede
ser su justificación jurídica.
4. Puede apelar contra la sentencia dictada, siempre que considere
que no se ha provisto suficientemente a la reparación del escándalo o a la
restitución de la justicia (canon 1727).
5. Hasta aquí presenté la figura del P.J. y su actuación propia y espe-
cífica en el proceso penal, tal como lo establece el C.I.C. vigente. Sin em-
bargo, es insoslayable mencionar las recientes últimas modificaciones que
se han introducido en esta materia y que, digámoslo con claridad, introdu-
cen cambios verdaderamente sustanciales en la normativa vigente. Los re-
sumiré en los puntos siguientes:
A) Un rumbo nuevo en la regulación penal canónica lo marcó el Mo-
tu proprio de Juan Pablo II, titulado: “Sacramentorum sanctitatis tutela”
(2001), mediante el cual el Romano Pontífice atribuía a la Congregación pa-
ra la Doctrina de la Fe, la competencia para tratar y juzgar en el ámbito del
ordenamiento canónico una serie de delitos considerados particularmente
graves9.

9 Ver: N. C. DELLAFERRERA, “Normas cerca de los delitos más graves reservadas a


la Congregación para la Doctrina de la Fe”, AADC IX (2002), 61-78.
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EL PROMOTOR DE JUSTICIA EN EL PROCESO PENAL CANÓNICO 243

B) El Papa actual, Benedicto XVI, el 21 de Mayo del año en curso,


aprobó el documento de la congregación para la Doctrina de la Fe, que fue
publicado el 15 de Julio de 2010, mediante el cual se introducen modifica-
ciones tanto a las Normas sustanciales como en lo que se refiere a las Nor-
mas procesales. Desde entonces quedan modificadas las llamadas: “Normae
de gravioribus delictis”. Según estas nuevas Normas, tenemos:
C) Que la Congregación para la Doctrina de la Fe es el supremo tri-
bunal apostólico para la Iglesia latina y para las Iglesias Orientales Católi-
cas, para juzgar en los siguientes delitos: 1) Delitos contra la Fe: herejía,
cisma y apostasía (cánones 751 y 1364), como lo establece el Art. 2; 2) De-
litos contra el Sacrificio y Sacramento de la Eucaristía (canon 1367), como
lo establece el Art. 3; 3) Delitos más graves contra el sacramento de la Pe-
nitencia (cánones 1378; 1379; 1387 y 1388, que se refieren a la absolución
del cómplice en pecado torpe contra el sexto mandamiento del decálogo; la
simulación de absolución sacramental; la solicitación a cometer un pecado
contra el sexto mandamiento del decálogo y la violación directa o indirecta
del sigilo sacramental, respectivamente), como lo establece el Art. 4; 4) De-
lito de quien atenta conferir el Orden sagrado, en cualquiera de sus tres
grados, a una mujer. Se trata de una norma totalmente nueva, como lo ex-
presa el Art. 5; y 5) Delitos más graves contra la moral. Comprende dos su-
puestos, a saber: a) El clérigo que comete abuso contra un menor de 18
años, contra el sexto mandamiento y a quienes se equiparan a éstos, es de-
cir, los que tienen un uso imperfecto de la razón de modo habitual; y b) La
adquisición, retención o divulgación de material pornográfico, con imáge-
nes de menores de 14 años, realizados por un clérigo, con fin libidinoso y
en cualquier forma y con cualesquiera instrumentos que utilizare. Así lo ti-
pifica el Art. 6.
D) Otra modificación importante es la siguiente: la prescripción de
los delitos reservados a la Congregación prescriben a los 20 (veinte) años,
cambiando sustancialmente cuanto establecía el canon 136210. La citada

10 Según el citado c., la acción criminal se extingue por prescripción a los 3 años.
Excepto aquellos delitos reservados a la Congreg. para la Doctrina de la Fe. Los delitos del
clérigo o religioso que atenta matrimonio civil (c. 1394); el que comete homicidio (c. 1397)
y del que procura el aborto (c. 1397), prescriben a los 5 (cinco) años.
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244 Hugo H. CAPPELLO

Congregación conserva el derecho de derogar dicha prescripción para casos


particulares, según el oportuno juicio de la misma Congregación (Art. 7).
E) Quiero señalar que el tiempo para la prescripción de los delitos co-
munes comienza a computarse desde que se cometió el delito (en los deli-
tos continuados o habituales, desde el día en que cesó), conforme al canon
1362,2. Las Normas modificadas establecen que, en el delito cometido por
un clérigo contra el sexto mandamiento del decálogo, contra un menor de
18 años, el tiempo para la prescripción comienza a contarse desde el día en
que dicho menor cumplió los 18 años (Art. 7, párr. 2).
F) Para poder actuar en los casos antes citados de modo taxativo, el
P.J. que intervenga para presentar y sostener la acusación, deberá ser siem-
pre sacerdote11; con doctorado en Derecho Canónico; de buenas costumbres
y reconocida prudencia y experiencia jurídica; y que cumpla su oficio en to-
dos los grados del juicio penal. Esta norma, a mi entender, parece contrade-
cir los dispuesto en el canon 1724, comentado ya ampliamente en su lugar
(cfr. Art. 11).
G) La Congregación para la Doctrina de la Fe, referidos al P.J., pue-
de conceder la dispensa de dos requisitos antes indicados: a) la necesidad
del sacerdocio (episcopado o presbiterado) y b) el que tenga el grado acadé-
mico de doctor en Derecho Canónico (Art. 15).
H) En el grado de apelación, el P.J. puede presentar una acusación es-
pecíficamente distinta de la que se sostuvo en el grado precedente. De ser
así, el supremo tribunal puede admitirla como si se tratara de la primera ins-
tancia y juzgarla (Art. 23).
I) Para el Promotor de Justicia de la Congregación, el derecho de im-
pugnar una sentencia, comienza a partir del día en que la sentencia de pri-
mera instancia es dada a conocer al mismo Promotor (Art. 26,2).

11 Quedan excluidos para actuar en estos procesos, por tanto, los LAICOS. Aquí se
modifica cuanto expresa el c. 1435
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AADC XVI (2009-2010) 245-268

INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO


AL FACTOR RELIGIOSO EN LA ARGENTINA
(EN TORNO AL BICENTENARIO PATRIO)
Javier FRONZA

SUMARIO: Introducción. I.- Antecedentes históricos: unitarios y federales


frente al factor religioso. II.- La jerarquía católica y el federalismo.
III.- El manejo político del factor religioso durante el primer gobier-
no de Juan Manuel de Rosas. 1. La institución de Mons. Medrano co-
mo Vicario Apostólico de Buenos Aires. 1.1. Planteo del problema.
1.2. Respuesta de Mons. Medrano. 2. Intervención de Rosas. IV.- Ac-
tividad posterior de Rosas. 1. La bula de institución de Mons. Medra-
no como obispo diocesano. 1.1. Planteo del asunto. 1.2. Intervención
de Rosas. 2. Las bulas de Mons. Escalada como obispo titular de Au-
lón y Vicario de la diócesis de Buenos Aires. 2.1. Planteo del tema.
2.2. Nueva intervención de Rosas. A modo de conclusión.

INTRODUCCIÓN
Al comienzo del tercer milenio, y precisamente en el ámbito de su ex-
pansión original, América del Sur, los países de este continente se encuen-
tran inmersos en las reflexiones y actos conmemorativos en torno a su pro-
ceso independentista iniciado hace doscientos años atrás. La Argentina no
es ajena a este fenómeno. Las connotaciones que presentan estas reflexio-
nes se insertan en un diálogo histórico con características profundamente
culturales. No se trata de referir sucesos acontecidos o textos legales sancio-
nados, si no volver a pensar en los hechos fundadores de nuestra nacionali-
dad penetrando en las ideas de quienes concibieron un proyecto de país pa-
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246 Javier FRONZA

ra personas interrelacionadas en un contexto territorial y cultural propios. Es


conmemorar toda una época de anhelos de libertad y organización política
que no puede circunscribirse a una fecha en particular, agotando en ella to-
da la carga de nuestra independencia y constitución como nación soberana.
Resulta imprescindible asomarnos a ese mundo de ideas y conductas
para comprender mejor ese proceso y las actitudes adoptadas porque quie-
nes fueron sus protagonistas, a fin de llegar a un punto de encuentro que, re-
marcando las coincidencias y divergencias, contribuya a conocer mejor
nuestra identidad. Es oportuno recordar que cuando miramos hacia el pasa-
do que nos constituye lo hacemos desde el presente que nos habita. Por tan-
to, cada generación puede analizar los mismos hechos desde perspectivas
diferentes.
En este amplio contexto, el presente trabajo pretende describir las
ideas y conductas principales de los forjadores de nuestra historia que po-
seen vinculación directa con las disposiciones constitucionales sobre el fac-
tor religioso. Se vera la relación armónica entre concepciones religiosas y
textos impulsados o sancionados, terminando por confiar en ese instrumen-
to fundante de toda sociedad civilizada que es la ley. Como señalaba el Ve-
nerable Fray Mamerto Esquiú, en su conocida afirmación, “sin sumisión no
hay ley; sin leyes no hay Patria, no hay verdadera libertad (…) Los hombres
se dignifican postrándose ante la ley, porque así se libran de arrodillarse an-
te los tiranos”.
Sin pretender agotar este argumento, sino más bien para ordenar la
exposición en el espacio que nos proponemos, vamos a referirnos a tres ele-
mentos que se consolidan en la primera mitad del siglo XIX y que incidirán
sobre el modo en que los constituyentes de 1853 encuadrarán jurídicamen-
te el tema objeto de nuestro estudio:
a) En primer lugar, la polarización de las corrientes políticas de uni-
tarios y federales en intransigentes núcleos antagónicos, que importa la de-
finición de dos actitudes distintas frente al factor religioso. El predominio
político de los federales favorecerá –en términos generales– a la religión,
especialmente en el primer gobierno de Rosas (1829-1832).
b) En segundo término encontramos la consolidación de prácticas re-
galistas y su nervio central el Patronato, que se manifestará en el segundo
mandato de Juan M. de Rosas (1835-1852).
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 247

c) El tercer elemento lo constituye el delineamiento de un grupo de


intelectuales liberales que aporta nuevos elementos a la ubicación de la re-
ligión dentro de la sociedad y a su correcto encuadre jurídico.
En este trabajo nos limitaremos al primer punto señalado, dejando los
otros dos para futuras elaboraciones.

I.- ANTECEDENTES HISTÓRICOS: UNITARIOS Y FEDERALES FRENTE AL


FACTOR RELIGIOSO

La oposición entre unitarios y federales manifiesta la tensión que, des-


de los comienzos del movimiento emancipador, existe entre Buenos Aires y
las provincias del interior. El fenómeno es complejo y comprende raíces his-
tóricas, intereses económicos y concepciones políticas. Para referirnos some-
ramente a esa tensión, podríamos realizar la siguiente enumeración:
a) Históricamente, ya desde mayo de 1810 aflora una característica
resistencia en el Norte encabezada por Córdoba que, además de
tener una antigua y prestigiosa universidad, posee una tradición
colonial distinta de la porteña, motivada por la penetración espa-
ñola desde Perú.
b) Existe una tremenda diferencia económica entre la prosperidad
financiera de Buenos Aires, en cuanto canaliza todo el comercio
exterior de la Argentina a través de su puerto y su aduana, y los
intereses económicos de las provincias interiores.
c) Políticamente, el movimiento de independencia se inicia con el
Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 en Buenos Aires, y des-
de entonces algunos hombres de esta ciudad intentan imprimir la
dirección que deben ir tomando los acontecimientos. Es signifi-
cativo recordar que es Buenos Aires quien convoca a las provin-
cias para unirse al movimiento independentista.
En términos concretos, este federalismo consiste en “una «ideolo-
gía» que se materializaba en la igualdad de derechos y de trato en-
tre las diversas provincias”1, oponiéndose al centralismo que pre-
tendía Buenos Aires. Esta posición es vista por los porteños como
anarquismo de personas enemigas de todo orden y gobierno.

1 C. FLORIA y C. GARCIA BELSUNSE, Historia de los argentinos, I, Barcelona, 1985,


pág. 432.
F anuario 227-322 p 7/16/11 4:39 PM Page 248

248 Javier FRONZA

d) También influye en el distanciamiento entre las provincias y la


antigua capital del Virreinato la diversa actitud que los centralis-
tas de Buenos Aires y los federales de las provincias del interior
adoptan frente al elemento religioso. Las innovaciones en este
ámbito encuentran rápido eco en personajes protagónicos de
Buenos Aires, mientras que el interior toma una actitud de defen-
sa de la religión, manteniendo más la tradición española que las
nuevas ideas que llegan al Río de la Plata. Como señala Zorra-
quín Becú, “el partido federal fue, al menos al principio, decidi-
do sostenedor de la Iglesia y sus instituciones”2.
Como demuestran las investigaciones históricas, Moreno y sus segui-
dores de la Sociedad Patriótica –dignos representantes de la capital– logran
dominar la situación política especialmente en la época de los triunviratos, la
Asamblea de 1813 y los directorios de Posadas y Alvear. Y no podemos ob-
viar que la tarea legislativa de la citada Asamblea marca el inicio de “la legis-
lación religiosa de tendencia regalista y espíritu liberal”3, mientras que el
Congreso de Tucumán, con la dirección de las provincias, intenta revertir la
difícil situación originada por esas leyes y decretos. Consecuentemente, “el
Congreso de Tucumán reacciona contra esta tendencia (...), y derogó varias de
las disposiciones que la Asamblea precedente había dictado en esta materia”4.
En este mismo Congreso se adopta por unanimidad la religión católica como
la oficial de estado y, por iniciativa del diputado Acevedo, se vota favorable-
mente la reanudación de las relaciones con el Romano Pontífice. Efectiva-
mente, el citado diputado “hizo moción para que, habiéndose sancionado de
unánime consentimiento la religión católica por la religión del Estado, y sien-
do en consecuencia necesario restablecer las relaciones, que nos unen a la Ca-
beza Visible de la Iglesia, y que han tenido interrumpidas hasta aquí las difi-
cultades de nuestra guerra actual, se trate de llevar a cabo la Legación corres-
pondiente a la Corte de Roma aunque sea haciendo grandes esfuerzos”5.
Esta actitud choca con la política de algunos porteños que, con el pre-
texto de evitar el gobierno eclesial de prelados españoles, se muestran pro-
clives a organizar una iglesia argentina sometida al Patronato del estado. Se

2 R. ZORRAQUIN BECÚ, El federalismo argentino, Buenos Aires, 1958, pág. 82.


3 Ibidem, Pág. 77.
4 Ibidem, Pág. 78.
5 Cf. J. C. ZURETTI, Nueva historia eclesiástica argentina, Buenos Aires, 1972, pág.
189.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 249

advierte esta disposición en la ley de reforma eclesiástica promovida por Ri-


vadavia en 1822, que constituye para algunos autores “la tentativa más po-
derosa de constitución de una Iglesia Nacional”6, y posteriormente en el
pensamiento de Echeverría y Alberdi. Cabe aclarar que aunque Echeverría
y Alberdi no se alinean en el centralismo porteño, –es más, un pilar de sus
doctrinas es la superación del binomio unitarios o centralistas y federales–,
en materia religiosa adoptan una postura claramente liberal que los acerca
en este punto a los unitarios.
Las circunstancias históricas, y los estudios sobre ellas, demuestran
que los grupos avanzados de la capital logran imponerse al final del Con-
greso de Tucumán, y del Congreso Constituyente de 1824, influyendo deci-
sivamente en las constituciones de 1819 y 1826. Siempre estos períodos de
predominio porteño terminan con la reacción de las provincias bajo el sig-
no del federalismo, preconizando la imposición de una política más mode-
rada.
En este tema no podemos tampoco dejar de referir que la tolerancia
religiosa se abre camino en Argentina de un modo paulatino a partir de la
ley de libertad de cultos de 1825 sancionada para la provincia de Buenos Ai-
res con gran oposición del interior. Efectivamente, vale la pena hacer una
breve referencia a los rígidos mandatos que, en materia religiosa, las provin-
cias otorgan a sus representantes contra la actitud más liberal que se advier-
te en Buenos Aires y las consecuencias que ello trajo consigo.
Como es sabido, el 15 de febrero de 1825 comienza a ser considera-
do en la Sala de Representantes un Tratado de Comercio con Inglaterra. Es
defendido en todos sus artículos por el Ministro Manuel García y la con-
frontación es provocada por el artículo 12 que consagra la libertad de cultos
para los súbditos de su Majestad Británica7.

6 R. ZORRAQUIN BECÚ, El federalismo..., op. cit., pág. 79.


7 “Los súbditos de su Majestad Británica residentes en las provincias Unidas del Río
de la Plata, no serán inquietados, perseguidos ni molestados por razón de su religión; mas
gozarán de una perfecta libertad de conciencia en ellas, celebrando el oficio divino ya den-
tro de sus propias casas, o en sus propias y particulares iglesias o capillas; las que estarán fa-
cultados para edificar, y mantener en los sitios convenientes que sean aprobados por el go-
bierno de dichas Provincias Unidas; también será permitido enterrar a los súbditos de su Ma-
jestad Británica, que murieran en el territorio de las dichas Provincias Unidas, en sus propios
cementerios que podrán del mismo modo libremente establecer y mantener. Asimismo los
ciudadanos de las dichas Provincias Unidas gozarán en todos los dominios de su Majestad
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250 Javier FRONZA

El doctor Funes, deán del cabildo catedral de Córdoba, es el primero que


toma la palabra adoptando una tibia actitud favorable a la tolerancia, que no se
corresponde con la decidida defensa que hace de ella en sus escritos, concreta-
mente en Ensayo sobre las garantías individuales que reclaman el estado actual
de la sociedad. Por P. Daunou, miembro del Instituto de Francia. Traducido del
francés al castellano por el Dr. D. Gregorio Funes, publicado en Buenos Aires
en 1822 y que trae unas interesantes notas del propio Funes. En la sesión reco-
noce que “la tolerancia de cultos encuentra un firme apoyo en la misma caridad
que inspira la religión cristiana (...) Aunque ella no admite en su seno hombres
de otra creencia, con todo no extiende su intolerancia a los Estados donde es la
dominante, pues que así privaría a las soberanías hacerlas florecer con una con-
currencia benéfica a la agricultura, a las artes y al comercio”. Pero de todos mo-
dos, y descendiendo ya a la propuesta concreta que se analiza en el Congreso, el
deán señala con firmeza que “no se encuentran los motivos de conveniencia pú-
blica que debe tener un gobierno para establecerla en un estado católico, como
el nuestro; en fin, que el Congreso no se halla en circunstancias de acordarla por
un tratado público”. A continuación –ya con un tono más débil– pretende armo-
nizar esta postura adoptada con sus antiguos principios al decir: “Confieso que
me hallo decidido por la afirmativa; pero también lo estoy por el concepto de que
no merecen el nombre de preocupaciones, los fundamentos en que se apoyan los
adversarios con los pueblos que la resisten”8.
Antes de concluir, y para respetar las instrucciones impartidas por las
autoridades de la provincia que representa (Córdoba), agrega: “Es, pues, mi
sentir que si por la mayor parte de los señores diputados consta que en sus
provincias hay disposiciones favorables a la recepción de este artículo del
tratado, se sancione; pero siempre con la limitación de que no tenga lugar ni
en la provincia de Córdoba, ni en ninguna otra que, como ella, se opone por
sus instituciones a la tolerancia de cultos”9. El Congreso le responde que ese

Británica de una perfecta e ilimitada libertad de conciencia, y del ejercicio de su religión pú-
blica o privadamente en las casas de sus morada, o en las capillas y sitios de culto destina-
dos para dicho fin; en conformidad con el sistema de tolerancia establecido en los dominios
de su Majestad” (cf. E. RAVIGNANI, Asambleas constituyentes constituyentes argentinas,
Buenos Aires 1937-1939, III, pág. 1286).
8 Estas tres últimas citas pertenecen al discurso del Doctor Funes en la sesión secre-
ta del Congreso del 15 de febrero de 1825. Se encuentra en el Archivo General de la Nación,
Biblioteca Nacional, ms. 6251; en A. TONDA, El pensamiento teológico del deán Funes, II (la
Iglesia y el Estado), Santa Fe, 1984, págs. 171 y 172.
9 Ibidem, pág. 174.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 251

artículo no crea ninguna ley, sino que otorga una gracia a los inmigrantes in-
gleses, y además, requiere la aprobación de los respectivos gobiernos pro-
vinciales para su aplicación efectiva en cada provincia. Finalmente el deán
cordobés vota por la negativa. Es oportuno aclarar que el doctor Gregorio
Funes va al Congreso General de 1824 en carácter de diputado de la provin-
cia de Córdoba, habiendo recibido las siguientes instrucciones: “1º. No pu-
diendo dudar el voto de la Nación en punto de Religión, después de haber-
se declarado tantas veces cuantas se reunió en Asambleas y Congresos por
la Católica, Apostólica Romana con exclusión de otro culto, la Provincia de
Córdoba entra en el Congreso bajo la base de no hacerse la menor alteración
en esta Religión, que siempre sería la del Estado de las Provincias de Sud
América. 2º. Que en caso de sancionarse alteración en la creencia, cesen sus
diputados en sus funciones de tales”10.
Esta actitud del Doctor Funes no le quita “el singular mérito de ser el
primer escritor que en este estado ha promovido la libertad de cultos”, co-
mo afirma en sus datos autobiográficos11, y como le es reconocido por otros
importantes autores argentinos12.
El debate del Tratado de Amistad y Comercio con Inglaterra no es pací-
fico en el Congreso; en primer lugar porque el artículo 12 no es coherente con
los proyectos Constitucionales, y, además, porque las provincias habían dado
expresas indicaciones en contra de la libertad de culto a sus respectivos dipu-
tados. Las instrucciones recibidas por Funes no constituyen un caso aislado. A
modo de ejemplo citamos las instrucciones dadas por la provincia de Catamar-
ca a su diputado Azevedo: “En el caso de que el Congreso haya de entrar en
asuntos de religión se retiren los diputados”; la provincia de La Rioja otorga
amplias facultades a su diputado Ventura Vázquez “con la única limitación que
no puede variarse la ley fundamental, sobre que la Religión Católica, Apostó-

10 Archivo General de la Nación, Biblioteca Nacional, ms. 484; en TONDA, A., El


pensamiento..., op. cit. pág. 167.
11 En A. TONDA, El pensamiento..., op. cit. pág. 177.
12 Aludiendo a la famosa nota 8ª del Ensayo sobre las garantías... afirma Sarmien-
to: “Su tolerancia en materia religiosa la ha dejado expresada, con una profundidad de miras
que sorprende, en su nota 8ª” (D. SARMIENTO, Recuerdos de Provincia, Pamplona, 1970,
págs. 87 y 88).
Y en referencia a las ideas expuestas en la citada nota señala otro reconocido autor:
“Por cierto no sospecharíamos que las suscribiera un sacerdote de aquella época, si no cono-
ciéramos la agudeza, la prudencia y el talento del Deán Funes” (M. DE VEDIA Y MITRE, El
Dean Funes en la Historia Argentina, Buenos Aires, 1910, pág. 164).
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252 Javier FRONZA

lica, Romana, ha de ser la única del Estado”; y las indicaciones dadas a los di-
putados de Tucumán: “La provincia no debía admitir el tolerantismo de reli-
giones”13. Para la provincia de Santa Fe es de tal importancia este punto que
decide enviar entre sus representantes a su propio párroco el Dr. D. José de
Amenábar con el objeto principalísimo “de que el Congreso sancionase como
la primera de sus Leyes la observancia de la Religión Católica, con exclusión
de todo otro culto público y privado, y que en consecuencia se abra comunica-
ción con la Silla Apostólica, como es de absoluta necesidad”14.
A pesar de estas precisas instrucciones se opta por ratificar el debatido
artículo 12, pero reduciendo la aplicación exclusivamente a la provincia de
Buenos Aires y dejando a las demás provincias “en plena libertad de adoptar
o no la tolerancia”15. Las provincias rechazaron casi unánimemente el trata-
do16, y Buenos Aires, considerando que la ratificación del art. 12 le afecta só-
lo a ella, el 12 de octubre de 1825 extiende por una ley la libertad de culto a
todos los habitantes de la provincia, y no sólo a los ciudadanos ingleses. Esa
ley establece: “Art. 1. Es inviolable en el territorio de la Provincia el derecho
que todo hombre tiene para dar culto a Dios Todopoderoso, según su concien-
cia; Art. 2. El uso de la libertad religiosa queda sujeto a lo que prescriben la
moral, el orden público y las leyes existentes del país”17.
Sólo en la provincia de San Juan se intenta introducir la libertad de
culto. Se sanciona el 6 de julio de 1825 un texto legal de características
constitucionales para la mencionada provincia, conocido como Carta de
Mayo de San Juan. El 15 del mes siguiente es promulgada por el Goberna-
dor Salvador María Del Carril. En dos de sus artículos dice:

13 Cf. C. BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, 1971-1975,


IX, págs. 85 y 86.
14 CARTA del Capítulo de Santa Fe dirigida a Mons. Muzi, Vicario Apostólico en
Chile, con fecha 25 de enero de 1825. Santa Sede, Sacra Congregazione degli Affari Eccle-
siastici Straordinari, Archivio della Sezione per i Rapporti con gli Stati, Argentina, Pos. 5,
Fasc. 14, pág. 27. Citaremos: AAEESS.
15 E. RAVIGNANI, “El tratado con la Gran Bretaña de 1825 y la libertad de cultos”,
en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1 (1922-1923), pág.
235.
16 Cf. C. BRUNO, Historia de..., IX, op. cit., págs. 83-89.
Este tratado desagrada tanto a los de Tucumán que en 1825 se dicta, en esa provin-
cia, una ley contra la libertad de culto (cfr. BRUNO, Cayetano, El Derecho Público de la
Iglesia en la Argentina, II, Buenos Aires, 1956, págs. 65 y 66).
17 En J. CASIELLO, Iglesia y Estado en la Argentina. Régimen de sus relaciones, Bue-
nos Aires, 1948, pág. 114.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 253

“Art. 16. La Religión Santa Católica, Apostólica, Romana, Uni-


versal, en la Provincia, se adopta voluntaria, espontánea y gusto-
samente como su religión dominante.
Art. 17. Ningún ciudadano o extranjero, asociación del país o ex-
tranjera, podrá ser turbada en el ejercicio público de (su) religión
cualquiera que profesare, con tal que los que la ejerciten paguen y
costeen a sus propias expensas su culto”18.

Aunque se agregaron algunos artículos que favorecen a la Iglesia19,


la promulgación de este texto levanta en armas al pueblo y deponen al Go-
bernador, quemando en la plaza pública los ejemplares de la Carta de Mayo
de San Juan. Aunque Del Carril retoma el poder poco después, renuncia al
día siguiente convencido de la impopularidad de su gobierno. Luego de es-
tos sucesos se vuelve a decretar a la Religión Católica como única y exclu-
siva de la Provincia.
La oposición generalizada a la reforma se nota en algunas cartas que
llegan a Roma. El párroco de Montevideo, D. Pedro Antonio de Portegue-
da, envía una carta el 18 de julio de 1825 a Mons. Muzi con la noticia de la
libertad de culto publicada por El Argor, y añade que este periódico “ins-
truirá a V.E. de quan distantes eran los porteños de abandonar sus proyectos
anticatólicos: cada día cunde más la impiedad”20.
Con ocasión de un documento que Mons. Mastai, futuro Papa Pío IX,
envía al Plata, un religioso de Buenos Aires escribe a este prelado una carta
con fecha 30 de mayo de 1825, en la que señala: “Por lo que respecta a las
demás Provincias, el Manifiesto de S.E. Illsma. se ha recibido con la acepta-
ción que se merece, se lee con edificación, ha aumentado los sentimientos re-
ligiosos, han protestado muchos contra un artículo del Tratado de comercio
sancionado en Buenos Aires por el que se concede a los Ingleses la libertad
de cultos, y su protesta se cree que no quedará reducida a papel”21.

18 En C. BRUNO, El Derecho Público de la Iglesia en la Argentina, II, op. cit., pág. 66.
19 Las personas que componen el poder ejecutivo deben ser católicas, un mínimo de
dos tercios de la legislatura deben pertenecer también a esta religión, etc. (cf. C. BRUNO, His-
toria de..., IX, op. cit., pág. 90).
20 AAEESS, Argentina, Pos. 4, Fasc. 14, págs. 21 y 22.
Esta carta, y la que citaremos inmediatamente, fueron enviadas a la Secretaría de Es-
tado por los respectivos destinatarios.
21 Ibidem, pág. 13. Mons. Mastai formó parte de la comitiva que acompañó a Mons.
Muzi en su visita a América a principios de 1820. Allí conoció al clero del antiguo virreina-
to del Río de la Plata, y desde entonces mantiene correspondencia con algunos sacerdotes de
esa zona, que le informan las novedades.
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254 Javier FRONZA

Para ir concluyendo este repaso histórico, podemos añadir que esta


oposición entre unitarios porteños y federales del interior es relativizada por
algunos autores. A modo de ejemplo, para Floria y García Belsunce el libe-
ralismo de Buenos Aires, el elemento más conflictivo con las provincias,
“no reviste un carácter sino secundario”, porque “la palabra «liberal» no te-
nía entonces el contenido ideológico que después adquirió: el mismo gene-
ral Bustos denominaba a su ejército cordobés, Ejército Liberal”22. Pero in-
dependientemente del grado de intensidad que adjudiquemos a esta oposi-
ción entre el interior y la capital, podemos afirmar con Romero que “las
creencias religiosas constituyeron un núcleo de la resistencia” del interior
“frente al liberalismo que se manifestaba en algunos como irreligiosidad”23.

II.- LA JERARQUÍA CATÓLICA Y EL FEDERALISMO


A finales de la década de 1820 la jerarquía ve en los federales la po-
sible solución a la difícil situación del país, y concretamente, pronostican
con ellos una época de bonanza para la religión. Mons. Mariano Medrano y
Cabrera, Vicario Apostólico de Buenos Aires, lo expresa en una carta diri-
gida al Secretario de Estado de Pío VIII:
“Già da tempo si pronosticava una mutazione nel Governo,
che avrebbe fatto retrocedere il sistema d’irreligione che si
è tanto dilatato in queste parti; il desiderio facea parer più
lungo tempo, ma finalmente lo abbiamo veduto realizzarsi;
e già sono in poseso del Governo soggetti della migliore mo-
ralità, ed attaccamento alla Santa Sede”24.

Efectivamente, con la asunción de Juan Manuel Dorrego a la gober-


nación de Buenos Aires ya finalizando la década de 1820, la facción fede-
ral vuelve a instalarse en el gobierno, y se vislumbra la época de bonanza
para la religión a la que nos referíamos. Esta se podría traducir –con mati-
ces– en un mayor respeto a la religión por parte de las autoridades y en el

22 C. FLORIA. y C. GARCIA BELSUNCE, Historia de... I, op cit., pág. 435.


23 J. ROMERO, Las ideas políticas en Argentina, México-Buenos Aires, 1956, pág.
142.
24 CARTA de Mons. Medrano al Secretario de Estado del 15 de junio de 1830; en
AAEESS, Argentina, Pos. 11, Fasc. 15, pág. 59.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 255

posible restablecimiento de la comunicación con Roma. Respecto a esto úl-


timo, ya ha habido signos muy positivos:

a) Por un lado, la Santa Sede se dispone a proveer el bien espiritual


de las regiones americanas evitando cualquier reconocimiento
explícito de independencia que pudiera indisponer al rey de Es-
paña. Pero todavía el representante real en Roma defiende los de-
rechos de Patronato de su Majestad, por lo que se llega a una so-
lución intermedia: no se nombrarían obispos diocesanos en Amé-
rica pero sí vicarios apostólicos sobre los cuales el rey español
no tenía ningún derecho de presentación. En esta línea es que
León XII crea el Vicariato Apostólico de Cuyo, el primero en la
Argentina independiente, e instituye Vicario a fray Justo Santa
María de Oro el 15 de diciembre de 182825.
b) En segundo término, los gobernadores federales que a partir de
ahora comienzan a sucederse son benefactores de la religión,
aunque quizás por motivos políticos. Es emblemática la figura de
Juan Manuel de Rosas, que gobierna la provincia de Buenos Ai-
res y ejerce la Relaciones Exteriores del país en dos períodos
(1829-1832 y 1835-1852) con actitudes dispares.
c) Poco antes del primer gobierno de Rosas no deja de ser signifi-
cativa la carta que el gobernador Viamonte, durante su breve go-
bierno de 1829, envía al Papa presentándole un cuadro de la Igle-
sia en Argentina y reclamando de su bondad y celo un obispo pa-
ra Buenos Aires, que carecía desde 1812. Y propone a tal efecto
a los doctores Diego Estanislao Zavaleta (deán de la Catedral
porteña) y Mariano Medrano (cura párroco de la Iglesia de la
Piedad)26. Pío VIII instituye al ya creado obispo de Aulón, Ma-
riano Medrano, como Vicario Apostólico de Buenos Aires, por
Breve fechado el 10 de marzo de 1830. No deja de llamar la aten-
ción que el Breve de creación de Medrano como obispo de Au-

25 Sobre este acercamiento de la Santa Sede a América y el nombramiento de Oro


cfr. BRUNO, C., Historia de la..., IX, op. cit., págs. 187-203. Posteriormente es erigida en dió-
cesis el 19 de septiembre de 1834 (cfr. Ibidem, págs. 215-229).
26 Cfr. AAEESS, Argentina, Pos. 10, Fasc. 15. También se encuentra allí una copia
de la respuesta de Pío VIII.
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256 Javier FRONZA

lón lleva fecha 7 de octubre de 1829 y la carta de Viamonte a Su


Santidad es del 10 de ese mismo mes. De este modo Roma elu-
de el tema del Patronato, y presenta la creación del nuevo obis-
po como consecuencia de una decisión exclusivamente papal27.
Los documentos pontificios llegan a Buenos Aires en mayo de
1830, siendo ya gobernador Rosas.
d) Una última señal positiva en favor del restablecimiento de las re-
laciones con la Santa Sede, que se dan ya gobernando los fede-
rales, es la nota que la Sala de Representantes de Buenos Aires
envía a Mons. Medrano el 2 de enero de 1830. En ella le pide que
intervenga a fin de establecer lo antes posible comunicación con
el Santo Padre para que provea los necesarios auxilios espiritua-
les. Medrano dirige inmediatamente esta nota a Roma28.

III.- EL MANEJO POLÍTICO DEL FACTOR RELIGIOSO DURANTE EL


PRIMER GOBIERNO DE JUAN MANUEL DE ROSAS

A fines de 1829 don Juan Manuel de Rosas accede al poder de la pro-


vincia de Buenos Aires por primera vez y pretende contener la situación
anárquica que reina en aquella época. Por sus antecedentes militares y su
preeminencia económica y social, viene a simbolizar el orden, y por ello se
lo conoce como el “«restaurador de las leyes», porque aseguró la vigencia
y el cumplimiento del orden institucional”29. Si bien esta afirmación goza
de amplio consenso, hemos de aclarar que Rosas “es partidario de «un cier-
to tipo de orden» social y político, diferente y/o opuesto a otras propuestas
planteadas contemporáneamente por enemigos y adversarios”30. Precisa-
mente propugna ese tipo de orden que las fuerzas gravitacionales imponen
siempre a la postre con el puño duro de la dictadura, y si al principio todos,
o casi todos, lo reciben satisfechos, poco a poco, en razón sobre todo de las
resistencias, el régimen rosista va adquiriendo dureza.
Sin entrar a escoger entre sus perennes enemigos y los panegiristas
aduladores del restaurador, consideramos necesario presentar las dos face-

27 Cf. C. BRUNO, Historia de la..., IX, op. cit., Págs. 275-282.


28 Cf. AAEESS, Argentina, Pos. 11, Fasc. 15, Pág. 59.
29 W. ANSALDI, Rosas y su tiempo, Buenos Aires, 1984, pág. 9.
30 Ibidem.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 257

tas que la figura de Rosas presenta en la historia argentina. Como señala Ra-
vignani, “ni con Rosas, ni contra Rosas”, para confiar luego que “mis con-
vicciones sobre el procedimiento a seguir, para exponer integralmente nues-
tra historia, me conducen a apartarme de la disyuntiva. Existe una tercera y
única solución: conocer a fondo lo que se ha dado en llamar la «época de
Rosas»”31. Y ya se lo considere “un producto social a pesar de ser abomina-
ble”32, o se enaltezca su patriotismo trayendo a colación el gesto del liber-
tador José de San Martín de la ofrenda de su gloriosa espada, no puede ne-
garse que la descripción del obrar político del dictador porteño es tarea di-
fícil, sobre todo “por lo controvertidos que son la figura y el accionar de
Juan Manuel de Rosas”33. Estas consideraciones permitirán entender el
cambio que dará la política religiosa de Rosas con el paso de los años.
El nuevo gobernador de Buenos Aires, en quien las provincias habían
delegado las Relaciones Exteriores del estado hasta tanto se concrete y or-
ganice su unión definitiva por medio de una Constitución, viene a represen-
tar el pensamiento y los intereses federales. Y si bien provoca una cruel per-
secución a los unitarios, todavía hoy se discute si su política puede encua-
drarse realmente dentro del planteamiento federal. Sin duda, como ya he-
mos señalado, realiza a su modo la pacificación y unidad nacional, y con
“una empírica y peculiar concepción del federalismo”34 consigue la estabi-
lidad y constituye una cierta garantía contra los excesos lesivos al orden pú-
blico35.
Luego de esta referencia genérica a Rosas que venimos haciendo y
que demuestra lo controvertida que es su figura36, nos limitaremos a tratar
los rasgos importantes de su política religiosa que incidan en el objeto de
nuestro estudio.

31 E. RAVIGNANI, Rosas. Interpretación real y moderna, Buenos Aires, 1970, pág. 51.
32 J. M. ESTRADA, La política liberal bajo la tiranía de Rosas, Buenos Aires, 1955,
pág. 1.
33 W. ANSALDI,, Rosas y..., op. cit., pág. 7.
34 H. GALMARINI, Del fracaso unitario al triunfo federal. 1824-1830, Buenos Aires,
1977, pág. 115.
35 Cfr. J. INGENIEROS, Evolución de ideas argentinas, II, Buenos Aires, 1920, pág.
182.
36 Cfr. B. GONZALEZ ARRILI, La tiranía y la libertad. Juicio histórico sobre Juan Ma-
nuel de Rozas, Buenos Aires, 1970.
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258 Javier FRONZA

Cabe tener presente que Rosas seguirá interviniendo en los asuntos


eclesiásticos, pero secundando las disposiciones de la jerarquía. Sólo consi-
derando este dato se entiende que, en el ámbito eclesiástico, el gobernador
de Buenos Aires sea bien visto por Mons. Ostini, Encargado de Negocios de
Pío VIII en Río de Janeiro, y por su sucesor Mons. Fabbrini, ya durante el
pontificado de Gregorio XVI. Así lo manifiestan las cartas que llegan a Ro-
ma procedente del Brasil sobre la situación argentina37. Se debe tener en
cuenta que Medrano viaja a Brasil acompañado por los presbíteros Escala-
da y Somellera para ser consagrado obispo por Mons. Ostini, y allí inter-
cambian pareceres sobre el nuevo gobierno. Al mismo tiempo se debe re-
cordar que el representante papal en Río de Janeiro era también un repre-
sentante “oficioso” respecto a los países vecinos donde todavía la relación
con la Santa Sede no se esclarecía, como en el caso de Argentina.
En su política Rosas tiene bien presente que, como le escribe a su co-
lega político Quiroga en 1831, “antes de ser federales éramos cristianos, y
es preciso que no olvidemos nuestros antiguos compromisos”38. En este
sentido favorece el florecimiento de la religión con una actitud paternalista
–pero todavía moderada– hacia la Iglesia39. En 1830 da un decreto restitu-
yendo a los párrocos la administración de las rentas destinadas a la construc-
ción de templos, y se interesa por impulsar estas construcciones. Además,
por medio de circulares, encarece a los párrocos el ejercicio de las prácticas
piadosas entre sus fieles, y favorece a los trabajadores el cumplimiento del
precepto dominical y días festivos. Se ocupa de brindar formación cristiana
a los jóvenes en las escuelas, dictando un decreto por el que ejerce un es-
tricto control sobre los libros que se utilizan.
Pero aquello que provoca más confianza en la persona de Rosas en-
tre los eclesiásticos es la actitud decidida que adopta contra el regalismo de
Estado con ocasión de la institución de Mons. Medrano como Vicario de
Buenos Aires. Esta disposición se concretará incluso en un decreto en el que
se renuncia al ejercicio del Patronato. Analizaremos este punto.

37 Cfr. C. BRUNO, Historia de la..., IX, op. cit., págs. 256-257.


38 En J. ZURETTI, Nueva historia..., op. cit., pág. 249.
39 Sobre estos hechos, y otros que integran su política religiosa, cf. C. BRUNO, His-
toria de la..., IX, op. cit., págs. 260-265).
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 259

1. La institución de Mons. Medrano como Vicario Apostólico de


Buenos Aires

1.1. Planteo del problema


Medrano viaja a Río de Janeiro para ser consagrado obispo. El 29 de
septiembre de 1829 envía desde allí los dos Breves pontificios (de consagra-
ción episcopal con el título de Aulón y el de institución como Vicario de
Buenos Aires) y el testimonio de su consagración para que el gobierno ar-
gentino les concediera el pase40. Los documentos llegan así al Fiscal del Es-
tado, Doctor Pedro José Agrelo, reconocido regalista de la época, quien exi-
ge la presentación de las instrucciones reservadas recibidas de su Santidad
a fin de cerciorarse “si las comunicaciones del Vicario Apostólico en su ex-
tensión o en su ejercicio pueden perjudicar de cualquier modo las supremas
regalías nacionales del Patronato sobre nuestras Iglesias”41.

1.2. Respuesta de Mons. Medrano


Mons. Medrano, ya en Buenos Aires, responde en una nota que “se le
previene que exhiba la autorización y ampliación de facultades, que se
anuncia como adjunta el Breve de 10 de Marzo de este año”, pero afirma
que “no le es permitido hacer su manifestación sin defraudar los primeros
derechos de la Santa Sede, cuya custodia le ha sido encomendada en el he-
cho mismo de su provisión”. Y para tranquilizar a las autoridades aclara que
se trata de facultades “puramente espirituales, como que tienden únicamen-
te al consuelo, seguridad y tranquilidad de las conciencias, y el menor des-
cuido sobre su reserva (...) traería al menos el mal de dificultar sus santos
fines”42.

2. Intervención de Rosas
El Fiscal enrecia su postura regalista en su segundo dictamen, pues
citando las leyes de Indias recuerda “la diligente atención que debe ponerse

40 Cf. P. AGRELO, Memorial ajustado de los diversos expedientes seguidos sobre la


provisión de obispos en esta Iglesia de Buenos Aires, Buenos Aires, 1834, pág. 38.
41 Primera vista del Fiscal, 4 de noviembre de 1830; en Ibidem, págs. 39 y 40.
42 Segunda nota del Reverendo Obispo al Gobierno, con fecha 23 de noviembre de
1830; en Ibidem, págs. 42 y 43.
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260 Javier FRONZA

en que no pase ni se ejecute disposición alguna de la Corte de Roma, aún


sobre las materia más indiferentes y absolutamente espirituales, sin ser pri-
mero presentadas, visadas y puéstose el exequatur” 43.
Rosas, a través de la labor eficaz de Balcarce (gobernador delegado)
y de su Ministro de Gobierno Tomás Manuel de Anchorena decide poner fin
a este altercado. Anchorena dispone que el fiscal se limite a tratar los docu-
mentos de nombramiento sin referirse a otras cuestiones, recordando la pe-
tición de un obispo que Viamonte había hecho al Papa Pío VIII el año ante-
rior. Agrelo, aunque sin ceder en el derecho de Patronato, elabora un nuevo
documento respetuoso a la Santa Sede en el que pondera la necesidad de un
obispo y se allana a la concesión del pase de las letras pontificias: Recono-
ce la facultad de nombrar obispos, nuncios y vicarios como “facultades úni-
cas competentes a la Santa Sede por su Primado en las Iglesias de la Cris-
tiandad (que también tienen por sí mismas su jurisdicción y libertades inde-
pendientes desde su mismo divino origen)”, pero también señala que “sue-
len excederse alguna vez en la ejecución y delegaciones, con perjuicios de
otros derechos igualmente sagrados y respetables: y por eso es que deben
siempre verse y examinarse por los Jefes de las Naciones, a cuyo cargo co-
rre la protección especial de sus Iglesias, en que tienen un patronato funda-
do y reconocido”44.

Decreto del Gobierno de 31 de enero de 1831: desconocimiento del de-


recho de Patronato
Estando así las cosas, por decreto del 31 de enero de 1831, se dispo-
ne devolver a Mons. Medrano los documentos presentados y “que sea pues-
to por quien, y como corresponda, en posesión del Vicario Apostólico en es-
ta Diócesis de Buenos Aires, luego que presente ante el Senado Eclesiásti-
co un testimonio de escritura otorgada ante escribano público y testigos, en
la que haga juramento solemne de guardar y hacer guardar y cumplir, en
cuanto esté de su parte las leyes, instituciones y decretos vigentes en esta
provincia”45. En este decreto se refutan las proposiciones regalistas de

43 Segunda vista del Fiscal, 11 de diciembre de 1830; en Ibidem, pág. 46. Todo este
segundo documento, que abarca las Págs. 44-61 del libro citado, es un compendio de argu-
mentos regalistas de la época favorables a la intervención estatal en asuntos eclesiásticos.
44 Cfr. vista del Fiscal del 24 de enero de 1831; en Ibidem, págs. 67-70.
45 Decreto del Gobierno del 31 de enero de 1831; en Ibidem, págs. 70-73. La cita co-
rresponde a esta última página; cfr. AAEESS, Argentina, Pos. 12, Fasc. 15, págs. 84-86.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 261

Agrelo, y por primera vez se desconoce el Patronato como prerrogativa gu-


bernamental al afirmar que –con referencia a este instituto jurídico– “esta
provincia no tiene los títulos especiales que favorecían a los Reyes de Espa-
ña”, y recuerda –citando las leyes de Indias– que “dicho patronazgo es ina-
jenable, de modo que no puede salir en todo ni en parte de la Corona de Es-
paña”46. Es oportuno destacar que es éste el único documento de la época
donde se desconoce el instituto del Patronato, y uno de sus firmantes, el mi-
nistro Anchorena, y Felipe Arana son los funcionarios de Rosas que más se
oponen al ejercicio de este derecho47.

Decreto del Gobierno del 23 de marzo de 1831


La rígida postura de Agrelo es compartida por el Cabildo Eclesiásti-
co de Buenos Aires, integrado por los presbíteros Valentín Gómez, Pedro
Vidal, Bernardo de la Colina, Santiago Figueredo, Saturnino Segurola y pre-
sidido por Diego Zavaleta48, quienes alegando la diferencia que existe entre
vicario apostólico y obispo diocesano, se niegan a brindar a Mons. Medra-
no el tratamiento propio de los diocesanos. Si bien es cierta esta distinción
legal, la situación del momento y la necesidad de un obispo debían haber
inspirado una actitud más favorable por parte del Cabildo Catedralicio; así
lo entiende el gobierno, y para respaldar la autoridad de Mons. Medrano
emite un decreto el 23 de marzo en el que ordena “que se tenga y reconoz-
ca en toda la provincia al Ilustrísimo Sr. M. Mariano Medrano Obispo de
Aulón, por Vicario Apostólico de esta Diócesis de Buenos Aires con todas
y cada una de las facultades con que está autorizado y de que goza un Vica-
rio Capitular en sede episcopal vacante”. Y considerando que, habiendo
acogido favorablemente la Santa Sede la petición de un obispo hecha por
Viamonte, el actual Gobierno manda “que se le guarden y hagan guardar,
tanto dentro de las Iglesias como fuera de ellas, los mismos honores, distin-
ciones y prerrogativas que se ha acostumbrado a guardar a los Obispos Dio-
cesanos”49.

46 Decreto del 31 de enero de 1831; en P. AGRELO, Memorial ajustado..., op. cit.,


pág. 73.
47 Cfr. R. ZORRAQUIN BECU, El federalismo..., op. cit., pág. 82.
48 Cfr. J. ZURETTI, Nueva historia..., op. cit., pág. 241.
49 Las dos últimas citas corresponden al decreto del Gobierno del 23 de marzo de
1831; en P. AGRELO, Memorial ajustado..., op. cit., pág. 79. Estas disposiciones se reiteran
en otro decreto posterior del 3 de agosto del mismo año (cfr. Ibidem, pág. 80).
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262 Javier FRONZA

Esta actuación llega a conocimiento de la Santa Sede por medio de


una carta que Mons. Mastai, Arzobispo de Spoleto y futuro Papa Pío IX, es-
cribe al Secretario de Estado:
“Mi consola di più col dirvi che i membri che oggi com-
pongono il governo di quella Reppublica sono religiosi, e
il Segretario di Stato il Sig. Anchorena è quello che ha sos-
tenuto Mgr. Medrano a fronte delle opposizioni fatte gli da-
llo stesso Capitolo Ecclesiastico”50.

Estas actitudes de Rosas, concretadas por la eficaz ejecución del mi-


nistro Anchorena, de aparente desconocimiento del derecho de Patronato, y
el apoyo brindado al nuevo Vicario son muy bien consideradas por la Curia
Romana. De todos modos, como venimos viendo, Rosas sigue intervinien-
do en los asuntos eclesiásticos: la diferencia está en que ahora se favorece a
la Iglesia, mientras antes se la atacaba.

IV.- ACTIVIDAD POSTERIOR DE ROSAS


La acción de Rosas beneficiosa a la Iglesia se prolonga más allá de
diciembre 1832, fecha en que Rosas concluye su primer gobierno. En ese
año el Papa Gregorio XVI, avanzando en la línea de su predecesor, decide
designar obispos en sede plena para América. Ante las favorables circuns-
tancias políticas del Río de la Plata, en la sesión del 27 de junio de 1832 te-
nida en la Secretaría de Estado se trata la provisión de la Iglesia de Buenos
Aires. La minuta de la relación de esa sesión, luego de destacar las buenas
cualidades de Medrano, dice:
“Il Capo del Governo presente –con referencia a Rosas– è
molto religioso, sostiene il buon partito, ed ha perfino di-
chiarato di non riconoscere nel nuovo Governo il diritto
del Patronato, contro le pretensioni di quasi tutti gli altri
nuovi governi Americani. Quindi sarebbe stato molto op-
portuno l’adottare la definitiva providenza d’istituire Mgr.
Medrano Vescovo in proprietà di Buenos-Ayres, prima che

50 CARTA de Mons. Mastai a Mons. Frezza, Secretario de Estado, del 29 de abril de


1832; en AAEESS, Argentina, Pos. 24, Fasc. 18, pág. 24.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 263

termini la Presidenza, ossi il Governo del General Roxas,


che anderebbe a finire nel mese di decembre prossimo”51.

De este modo, el Papa, por propia iniciativa y sin ninguna presenta-


ción, eleva al ya obispo de Aulón y Vicario Apostólico de Buenos Aires,
Mons. Medrano, a obispo de la antigua capital del virreinato. Al mismo
tiempo, nombra a Mariano José de Escalada Bustillo y Zeballos obispo titu-
lar de Aulón y Vicario del nuevo obispo diocesano de Buenos Aires. Ambos
nombramientos llevan como fecha el 2 de julio de 183252, pero las letras
pontificias llegan a Buenos Aires en 1833, siendo Gobernador Ramón Bal-
carce pues Rosas termina su mandato en diciembre de 1832. Al nuevo go-
bernador le presentan los documentos para el pase, en agosto de ese año, y
desde entonces la posición de Agrelo –que se mantendrá en su puesto de
Fiscal hasta 1835– impedirá la ejecución de los textos pontificios. Sólo la
intervención de Rosas pondrá fin a este problema. Trataremos este punto.

1. La bula de institución de Mons. Medrano como obispo diocesano

1.1. Planteo del asunto


El 16 de agosto de 1833 Mons. Medrano presenta las bulas al Gobier-
no a fin de someterlas al requisito del pase, haciendo una referencia genéri-
ca al Patronato del poder civil: “Deseando Su Santidad llenar en toda su ex-
tensión los deseos de este Gobierno, que nos había presentado para Obispo
Diocesano en virtud del alto Patronato que posee y tiene reconocido aquel
Supremo Pastor de la Iglesia, ha librado, a nuestro favor la bula que origi-
nal acompañamos”53. Sin embargo, Agrelo insiste en que la Santa Sede vul-
nera ese derecho. En la primera vista del Fiscal se afirma:
“En todas las Repúblicas Americano-Españolas (...) se han
sentido y descubierto las tentativas que está haciendo la
Corte de Roma para apoderarse (...) de la provisión gene-
ral de todos los beneficios y dignidades Eclesiásticas de
sus Iglesias, desconociendo y resistiendo el alto Patronato

51 Provista della Chiesa di Buenos Ayres. Minuta del rapporto della sessione del 27
giugno; en AAEESS, Argentina, Pos. 22, Fasc. 18, pág. 15.
52 Sobre estos hechos cfr. C. BRUNO, Historia de la..., IX, op. cit., págs. 317-344.
53 Cf. P. AGRELO, Memorial ajustado..., op. cit., pág. 87.
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264 Javier FRONZA

que hemos reasumido con su Soberanía, y que nos corres-


ponde y tenemos fundado por títulos más fuertes”54.

Luego de pedir al Obispo más antecedentes y documentos (bula de


profesión de fe, juramento, etc.), en una segunda vista el Fiscal vuelve a in-
sistir en que la Santa Sede desconoce el Patronato pues realiza un nombra-
miento sin presentación del Gobierno55. Reitera estos conceptos en un dic-
tamen posterior del 6 de diciembre, impregnado de doctrina regalista, en el
que acusa al obispo de haber ido a Río de Janeiro a recibir la consagración
episcopal sin autorización del gobierno y de haberse sometido, por un “ju-
ramento feudal”, a “actos y reconocimientos que relajan los vínculos socia-
les del Obispo y organizan una positiva conspiración dentro de la sociedad
entre la potestades Civil y Eclesiástica, en defensa de su Señor el Papa y sus
reservas”. Y todo esto “a costa de la libertad e independencia de los Esta-
dos”56. Además, sugiere retener las Bulas hasta que se concluyese un con-
cordato con la Santa Sede, siguiendo en tanto Mons. Medrano con los po-
deres de Vicario Apostólico en sede vacante57.

1.2. Intervención de Rosas


Finalmente, y de modo inesperado, a pesar de los obstáculos puestos
por Agrelo y el ministro Manuel García, el 24 de marzo de 1834 el Gobier-
no otorga el pase a la bula de institución de Medrano, aunque con salveda-
des y reticencias a fin de resguardar los derechos inalienables de la sobera-
nía. ¿Cuál fue el motivo de esta decisión precipitada? Para dar respuesta a
tal interrogante no podemos dejar de referir que la situación creada por
Agrelo y García llevaron al Gobierno a convocar una Junta de teólogos, ca-
nonistas y juristas para que se expidiesen sobre unas proposiciones que rea-
firmaban la doctrina mantenida por Agrelo en sus dictámenes. Efectivamen-
te, esas proposiciones declaran que el Gobierno reconoce el Patronato como
la más preciosa regalía de su soberanía; que es privativo de la Nación la
concesión o denegación del pase a bulas, breves y disposiciones pontificias;
que corresponde al Gobierno la nominación de todos los beneficios eclesiás-

54 Primera vista del Fiscal, 4 de septiembre de 1833; en Ibidem, pág. 88.


55 Cf. segunda vista del Fiscal, 25 de octubre de 1833; en Ibidem, pág. 92.
56 Cf. tercera vista del Fiscal, 6 de diciembre de 1833; en Ibidem, págs. 131, 132 y
141.
57 Sobre todos los documentos relativos a este trámite cfr. Ibidem, págs. 81-153.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 265

ticos de sus Iglesias; que también le compete la división territorial de cir-


cunscripciones eclesiásticas; que todo obispo debe prestar juramento de fi-
delidad y respeto a su soberano y a su gobierno, reconociendo explícitamen-
te el Patronato; que todo ciudadano está obligado a presentar todas las bu-
las y despachos de la Santa Sede para someterlos al pase; que el Gobierno
sostiene que su incomunicación con Roma no cesará mientras por parte de
la Silla Apostólica no se facilite un concordato en el que se reconozcan re-
cíprocamente los derechos y regalías de la Nación en sus Iglesias y las re-
servadas a dicho Primado58. Esta Junta no llega a reunirse por la hábil inter-
vención de Rosas, favorable al Obispo59. Finalmente de los 35 miembros de
la Junta citada no todos otorgan su voto, y lo hacen individualmente y por
escrito. Entre los que integran esta Junta figuran Gregorio Tagle, Pedro
Agrelo, doce profesores de derecho encabezados por Tomás de Anchorena,
el presidente del Cabildo eclesiástico Diego Estanislao Zavaleta, ocho canó-
nigos presididos por Mariano Zavaleta, cinco teólogos canonistas, Valentín
Gómez, Valentín Alsina y Felipe Arana, y Dalmacio Vélez Sarsfield. Como
era de esperar, en la casi totalidad de los 26 escritos publicados, los autores
se pronuncian a favor del ejercicio amplio del derecho de Patronato con las
excepciones de los votos de Arana, Tomás de Anchorena, fray Buenaventu-
ra Hidalgo, y moderadamente Vélez Sarsfield60.
Surge así el libro que tanto referimos, Memorial ajustado... del Fiscal
Agrelo, que recoge las instancias obradas sobre la nominación de Vicario
Apostólico y Obispos en la iglesia de Buenos Aires y sus incidencias en el
derecho de Patronato del Estado; en la última parte aparecen los votos es-
critos de los miembros de la Junta referida.

2. Las bulas de Mons. Escalada como obispo titular de Aulón y


Vicario de la diócesis de Buenos Aires

2.1. Planteo del tema


Mons. Escalada remite al Gobierno las Bulas de su institución –como
Obispo de Aulón y Vicario de la diócesis de Buenos Aires– con el fin de que

58 Cf. R. LEVENE, Manual de historia del derecho argentino, Buenos Aires, 1969,
págs. 375 y 376.
59 Cf. C. BRUNO, Historia de la..., IX, op. it., págs. 322-325.
60 Cf. Ibidem, págs. 344-354; R. LEVENE, Manual de..., op. cit., pág. 376; J. ZURET-
TI, Nueva historia..., op. cit., pág. 243.
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266 Javier FRONZA

–enterado Vuestra Excelencia de su contenido, se digne devolvérsela para re-


cibir la consagración a que ella le obliga–. Esto lo hace sabiendo que el de-
recho de Patronato se restringe sólo a la presentación los obispos diocesanos,
y por ello sólo pone a las autoridades en conocimiento y no pide el pase61.
El documento pasa al Fiscal Agrelo, quien en su vista del 4 de septiembre re-
chaza la decisión adoptada por el Papa sin previa presentación del Gobierno,
vulnerando según él los derechos de Patronato62. Pero lo que más le estreme-
ce es que Escalada hubiese presentado la Bula “omitiendo la cláusula preci-
sa, y de forma, de pedir el pase o exequatur, y considerándose obligado a re-
cibir la consagración”63. Además se le exige prestar una declaración jurada
sobre los puntos esenciales del derecho de Patronato e independencia de la
Nación, lo que Escalada se excusa de realizar64. Agrelo se irrita por esta con-
testación, y con el apoyo de algunos miembros del Cabildo eclesiástico pro-
voca un decreto del Gobierno con fecha 29 de marzo de 1834 que declara re-
tenida la bula de Escalada por la inobservancia del Patronato que en ella se
advierte65. Esta actitud era prevista por Escalada, así lo manifiesta por carta
al Encargado de Negocios de Brasil. Refiréndose a las bulas dice:
“Si passarono in vista immediatamente al Fiscal di Stato,
ma questo le trattiene finora senza dare il suo visto: non
ostante sappiamo con certezza che quest’uomo, operando
in conformità del suo carattere, ed idee straviate, e ad in-
fluso di alcuni canonici in relazione con lui, e che stanno
somministrando il materiale per fondare la sua opposizio-
ne, è tanto furioso contro di noi, che senza il minor dubb-
bio, il suo voto sarà qual può darsi contro un reo convinto
di un enorme delitto”66.

61 Nota de Mariano Escalada al Gobierno del 22 de agosto de 1833; en AGRELO, P.,


Memorial ajustado..., op. cit., pág. 162.
62 Cfr. primera vista del Fiscal, 4 de septiembre de 1833; en Ibidem, pág. 162.
63. Ibidem, pág. 166.
64 NOTA de Mons. Escalada al ministro García del 18 de noviembre de 1833; en Ibi-
dem, págs. 168 y 169.
65 Cfr. segunda vista del Fiscal, 10 de diciembre de 1833; en Ibidem, págs. 170-175.
Los miembros del citado Cabildo recelosos de tal nombramiento son Zavaleta, Gó-
mez, y Vidal. Así lo manifiesta Escalada en una carta del 18 de septiembre de 1833 a Mons.
Fabbrini, Encargados de Negocios de la Santa Sede en Brasil: “I canonici più chiaramente
opposti ai nostri Vescovati sono: D. Diego Zavaleta, D. José Valentín Gómez, e D. Pedro Pa-
blo Vidal” (AAEESS, Argentina, Pos. 36, Fasc. 22, pág. 44).
66 CARTA de Escalada a Mons. Fabbrini del 18 de septiembre de 1833, en AAEESS,
Argentina, Pos. 36, Fasc. 22, pág. 44.
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INSPIRACIONES CONSTITUCIONALES CON RESPECTO AL FACTOR RELIGIOSO... 267

Escalada comienza a hacer gestiones ante el Gobierno a fin de conse-


guir la devolución de los documentos, pero sólo la vuelta de Rosas al poder
llena de optimismo al nuevo Vicario de Buenos Aires.

2.2. Nueva intervención de Rosas


El Brigadier Gral. Rosas asume de nuevo el poder el 13 de abril de
1835 y al día siguiente priva de su cargo al Fiscal Agrelo. Poco después, el
25 de ese mes, remite el expediente de Mons. Escalada al Asesor Letrado
Eduardo Lahite para que proceda según el mérito con arreglo al derecho. Su
dictamen es favorable a la concesión del pase a los documentos pontificios,
y Rosas, por decreto del 23 de mayo de 1835, revoca la decisión del gobier-
no de retención de la bula de Mons. Escalada y le otorga el exequatur a fin
de que se concrete su ejecución67.
Estas medidas no hacen más que aumentar la confianza que los ecle-
siásticos habían ya depositado en Rosas. Así lo manifiesta una carta que el
sacerdote Giuseppe Reyna (de Buenos Aires) escribe a Mons. Mastai, y és-
te transmite a la Secretaría de Estado:
“In questa occasione mi fa conoscere la sua esultanza e
quella di tutti i buoni per avere a Direttore della Reppubli-
ca un uomo dichiarato oppositore delle novità in punto Re-
ligione, della quale in un col clero si dimostra validissimo
sostegno (...) Si chiama D. Giovanni Emmanuele Rosas”68.

A MODO DE CONCLUSIÓN
No quisiera terminar sin recoger unas palabras de Mariano Moreno,
quien señalaba: “si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede, y lo
que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar al-
gún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de
tiranos, sin destruir la tiranía”.
Las reflexiones vertidas en este trabajo en el que pretendimos hacer
salir del olvido documentos y voces de hace 200 años relativos al tema de

67 Sobre estos hechos cfr. BRUNO, C., Historia de la ..., IX, op. it., págs. 342 y 343.
68 CARTA de Mons. Mastai a Mons. Frezza, Secretario de Estado, del 16 de noviem-
bre de 1835; en AAEESS, Argentina, Pos. 38, Fasc. 22, pág. 73.
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268 Javier FRONZA

nuestro estudio, se agregan a otras que resuenan en nuestros oídos en este


bicentenario que nos toca vivir. Es nuestro deseo que contribuyan a adherir-
nos a las esperanzas y sueños que nos legaron los fundadores de nuestra Pa-
tria, sin claudicar en la permanente lucha por la libertad que permite al hom-
bre vivir su dimensión religiosa con el respeto debido por parte de toda au-
toridad del Estado y reflejada en sus leyes fundamentales

.
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AADC XVI (2009-2010) 269-277

APUNTES LIMINARES DE DERECHO CANÓNICO INDIANO

Fernando J. GONZÁLEZ

SUMARIO: I.- Ámbito y extensión del Derecho Canónico en su faz indiana.


II.- Ensayo de selección de fuentes. 1. La cuestión del origen de las
normas. 2. Textos canónicos y comentaristas. Conclusión.

I.- ÁMBITO Y EXTENSIÓN DEL DERECHO CANÓNICO EN SU FAZ


INDIANA

Para el canonista contemporáneo no resulta sencillo apartarse de la


mentalidad y modo de ejercer el derecho prescindiendo del Código de 1917
y su reforma de base y espíritu conciliar de 1983. A ello, debe sumarse el
nuevo orden que ha asumido la legislación de la Iglesia respecto de sus re-
laciones con los estados y particularmente, la injerencia de estos en la cues-
tiones de indubitada jurisdicción eclesiástica.
En efecto, situados en el ocaso del siglo XVI observamos que el ha-
llazgo de América produjo, entre otras consecuencias, un movimiento jurí-
dico que podríamos llamar canónico secular destinado a regir la vida insti-
tucional de la Iglesia en Indias. Las características de este proceso son múl-
tiples, pero entre las que más nos interesa destacar se encuentran las fuen-
tes difusas y la marcada y decidida influencia de la actividad patronal, que
son sus rasgos característicos.
Por ello, decíamos al inicio que quien ejerza el derecho canónico en
la actualidad se encuentra, consecuencia de un primer impacto, desorienta-
do y sorprendido al contemplar y adentrarse en la compleja trama de la his-
toria de administración de la Iglesia en Indias.
No en vano han corrido en el último siglo ríos de tinta pretendiendo
dar una visión definitiva, en el sentido que fuera, respecto del Real Patrona-
to. Pero ni la erudita y fundamental obra de Pedro de Leturia, ni la comba-
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270 Fernando J. GONZÁLEZ

tiva visión de Mariano Cuevas, ni los cumplidos aportes del Padre Egaña,
por nombrar a los pioneros, han podido apaciguar las voraces vocaciones de
quienes aun hoy siguen planteando temas tales como la extensión del dere-
cho patronal. Anécdotas, episodios y personajes históricos llenan las pági-
nas de libros y publicaciones periódicas sumando hallazgos que nunca son
concluyentes. Ello se explica claramente al considerar que España elaboró
un complejo y vasto sistema para poner en acto el Ius Patronatus concedi-
do por la célebre Bula Universalis Ecclesiæ regimini, dada el 28 de julio de
15081 por Julio II, que no puede considerase y estudiarse aisladamente, si-
no como integrante de lo que se ha llamado “Bulas de Donación”
Más adelante, vendrán las Leyes de Indias y sus sucesivas recopila-
ciones que regularán la materia eclesiástica, siempre bajo el amparo de la
regalía patronal.
En este ámbito, brevemente descripto coexistía con vigor y fuerza ad-
mirables el derecho canónico. El incontenible ardor misionero despertado en
España y Europa en general, al conocerse las noticias de las miles de almas
que esperaban sedientas la conversión del otro lado del Mundo, no encuentra
paralelo histórico. Pero las misiones en manos de las órdenes, o religiones co-
mo se decía entonces, tenían su necesario sostén canónico. Se aplicaban las
normas del Corpus Iuris Canonici, pero también el derecho particular de ca-
da orden, plasmado en sus constituciones y reglas. Para los Jesuitas además,
se aplicaban las normas emanadas de las Congregaciones Generales.
Esta dualidad de fuentes, temas e intereses era fomentada desde los
claustros y obras impresas vinculadas al derecho de la Iglesia. Así uno de
los tratadistas más sobresalientes del periodo indiano expresa: “…cierta-
mente aquel que está bien versado en derecho canónico será útil para sí mis-
mo y para los demás, y será muy apto para las dignidades eclesiásticas y se-
culares, será como Aod que usaba ambas manos como derechas y su estu-
dio servirá mucho para utilidad pública…”2
Así presentada la temática que nos ocupa, se evidencia que para in-
tentar navegar por las aguas procelosas de la historia del derecho canónico
tal como se ejerció, desarrolló y aplicó en Indias, no bastará asomarse a la

1 F. J. HERNAEZ, Colección de Bulas, Breves y Otros Documentos relativos a la Igle-


sia de América y Filipinas, Bruselas 1879, T°I págs. 24/26.
2 P. MURILLO VELARDE, Curso de Derecho Canónico Hispano e Indiano, México ed.
UNAM, 2004, T°I pág.246.
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APUNTES LIMINARES DE DERECHO CANÓNICO INDIANO 271

compleja normativa eclesiástica, sino emprender un proyecto mucho más


amplio y abarcador de la realidad canónico – jurídica efectivamente plasma-
da en los documentos que han llegado hasta nosotros.

II.- ENSAYO DE SELECCIÓN DE FUENTES

1. La cuestión del origen de las normas

De la lectura de las líneas que anteceden parece surgir claro que el de-
recho canónico indiano tuvo dos fuentes principales, las emanadas del esta-
do en tanto patrono, y las propiamente eclesiásticas.
En uno y otro caso, nos encontramos ante la clasificación primaria:
fuentes editadas e inéditas.
En cuanto hace al derecho secular indiano, sus fuentes han sido rese-
ñadas y tratadas extensamente por diversos especialistas, donde conviene
remitirse. Sin perjuicio de ello, más adelante volveremos sobre el particular
en alguna cuestión concreta. Únicamente tal vez convenga poner de mani-
fiesto la necesidad de contar con el concurso de las resoluciones locales que
pudieran haberse tomado en materia eclesiástica.
Diverso es el caso si nos referimos a la temática propiamente canóni-
ca. Un primer grupo de fuentes se encuentra conformado por las bulas y dis-
posiciones pontificias que en modo concreto han dirimido cuestiones vincu-
ladas a la administración de la Iglesia o la vida de los fieles en Indias. Esta
clasificación deberá iniciarse con la Primera Bula Inter Cætera del 3 de ma-
yo de 1493 y las siguientes del “corpus” Alejandrino. En general la docu-
mentación pontificia se encuentra publicada ya en los bularios generales, ya
en las diversas publicaciones particulares existentes, tales como la Opera
Omnia de Benedicto XIV, editada varias veces.
Un segundo grupo de normas que influyeron en la formación del de-
recho canónico de Indias provino de las Congregaciones de la Curia Roma-
na. Las más completas publicadas fueron las resoluciones de la Sagrada
Congregación del Concilio, que superaron ampliamente el centenar de vo-
lúmenes.
En la Epifanía de 1622, Gregorio XV fundó la Congregatio de Pro-
paganda Fide mediante la Bula Inscrutabili divinæ providnetiæ arcano,
otorgándole facultades tanto ejecutivas como legislativas y los primeros ele-
mentos de sostenimiento material. La influencia que esta congregación ro-
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272 Fernando J. GONZÁLEZ

mana tuvo en América fue inmensa. Incluso, se convirtió en una interlocu-


toria casi permanente de las decisiones pontificias vinculadas al orden mi-
sional, tal como la Bula Ecclesia Catholica de Inocencio XI, sancionada el
13 de mayo de 1686, de la cual oficiaba como intérprete autentica.
La idea de creación de colegios apostólicos de misioneros dependien-
tes de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en América, se encuen-
tra ligada la Orden Seráfica y en particular, a la iniciativa que tuvo fray An-
tonio Llináz (o Linaz)3. Fue él quien fundó, junto a otros veinticuatro reli-
giosos provenientes todos de España, el primer instituto en Santa Cruz de
Querétaro en 1683, inspirándose en los que ya existían en la península. Pre-
vio a ello, había obtenido las pertinentes letras patentes de su superior, el P.
Ximenez de Samaniego4 y el permiso real de Carlos II, quien por la cédula
de Aranjuez del 18 de abril de 1682, autorizaba la creación del colegio. Ino-
cencio XI, confirmó la fundación y aprobó los estatutos que le había presen-
tado Ximenez de Samaniego, por medio del Breve Sacrosanti Apostolatus
del 8 de mayo de 1682. Diferentes instancias señalan la eficacia de fuentes
de derecho diversas, siempre indianas.
El extrañamiento de los Jesuitas, en 1767, trajo aparejado que los
Franciscanos bajo la jurisdicción de Propaganda Fide, asumieran las misio-
nes vacantes.
Las resoluciones que tenían fuerza obligatoria emanadas de Propa-
ganda Fide se encuentran mayormente inéditas. Un resumen parcial se ha
publicado a principios del siglo XX bajo el nombre de “Collectanea S. Con-
gregationis de Propaganda Fide seu Decreta Instructiones Rescripta pro
Apostolicis Missionibus” (Roma 1907).
Mucho más completa que la anterior es la obra en ocho tomos de Ra-
fael De Martinis: “Iuris Pontificii de Propaganda Fide colectens bullas bre-
via acta SS. a Congregationis institutionione ad praesens” y que comenzó
a publicarse en 1888.
Pero la inmensa cantidad de las resoluciones de casos singulares, con-
sultas que fueron elevadas por los misioneros en el ejercicio cotidiano y
concreto del oficio misional, permanecen inéditas.

3 Fray Antonio de Llinaz había fundado para esa época, varios colegios en España.
Un elenco completo de sus fundaciones puede verse en F. SAINZ DIEZ, “Los Colegios de Pro-
paganda Fide en Hispanoamérica”, Madrid 1969, págs. 15 y ss.
4 El texto de la mencionada Letra Patente en M. CUEVAS, “Historia de la Iglesia en
México” Texas, 1928 Tº IV, pág. 139 y ss.
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APUNTES LIMINARES DE DERECHO CANÓNICO INDIANO 273

Las congregaciones de Obispos y de Ritos, parecen haber influido en


menor medida, aunque sus intervenciones en casos particulares no resultan
desdeñable.
Todas estas normativas muchas veces se verificaban originadas en el
Concilio de Trento, cuya proyección en América, parece aun no haberse so-
pesado adecuadamente. En efecto, las prescripciones del tridentino cubren
completamente cualquier intento de asunción del tema canónico indiano.
Ese mismo Concilio había ordenado la realización de sínodos dioce-
sanos, cuyos postulados vienen a formar la siguiente categoría generadora
de normas, que podríamos indicar como singulares o particulares.
Los sínodos o concilios provinciales se sucedieron por todas las dió-
cesis de los reinos de Indias. México, Lima, Córdoba, Santiago de Chile, tu-
vieron reuniones sinodales con mayor o menor alcance y trascendencia. Pe-
ro lo interesante era la aplicación americana que muchas veces se hacía de
las resoluciones de sínodos habidos en otras jurisdicciones eclesiásticas.
Luego, las resoluciones particulares de los obispos que por decreto le-
gislaban para sus propias diócesis cuestiones concretas. La visita canónica,
también enraizada en los cánones de Trento, era la ocasión en la cual los
prelados podían tomar contacto con sus clérigos y súbditos y legislar conse-
cuentemente.
Aparece, entonces en la historia eclesiástica de Indias uno de los epi-
sodios en que más claramente se ha denotado el cariz de la política borbó-
nica: “la idea carolina de confiar a los Concilios americanos la reforma de
la administración de la Iglesia en sentido regalista resulta sumamente inte-
ligente. Si se conseguía que fuesen los propios prelado de Indias quienes
aprobasen las nuevas normas por las que debía regirse la Iglesia americana,
la Corona quedaría de un lado exculpada de haber promovido la adopción
de los principios regalistas y de otro apoyada en su nueva política, al con-
sistir ésta en cuidar de la aplicación de lo que los propios prelados, a través
de los sínodos, hubiesen establecido.”5 A los efectos de concretar la medi-
da, se sancionó la cédula del 21 de agosto de 1769, conocida históricamen-
te como el Tomo Regio en la que el Rey reivindicaba su derecho a promo-
ver los sínodos, con asistencia de los Virreyes que tenían por objeto velar

5 A. DE LA HERA, El Regalismo Indiano, en P. BORGES (Director), Historia de la Igle-


sia en Hispanoamérica y Filipinas, cit. pág. 91.
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274 Fernando J. GONZÁLEZ

para que las regalías, el patronato y la jurisdicción real, no sufrieran menos-


cabos. Notablemente, los Concilios IV mexicano (1771), VI de Lima (1772)
y otro de Charcas (1774) reunidos por la aplicación del Tomo Regio, no tu-
vieron aprobación pontificia, con lo que se los ha equiparado con razón a la
letra muerta. La misma suerte siguieron otros sínodos de menor importan-
cia realizados en consonancia con la ordenanza real.
En cuanto corresponda ser considerado, el Tomo Regio, constituye
una fuente particular y temporalmente determinante de aspectos concretos
del derecho canónico indiano.
El último grupo de fuentes que entiendo puede identificarse, es el vin-
culado a la materia regular. Los religiosos gozaban en América de un régi-
men diverso del que estaba sometido el clero diocesano.
Cada orden tenía sus propios órganos de gobierno, con facultades su-
ficientes para legislar en asuntos determinados. Lógicamente, nada escapa-
ba al contexto patronal. La obra señera en la materia dice sin ambages: “ni
los Prelados Generales que residen en Europa, ni los demás Superiores in-
mediatos de aquellas provincias de la América podrán desempeñar las sa-
gradas obligaciones de su oficio, si no están instruidos en ciertas leyes fun-
damentales, que deben ser la regla fija de sus providencias…esas leyes no
son aquellas constituciones o estatutos, que sus Capítulos Generales y Pro-
vinciales han formado para arreglar su disciplina…pero deben saber que
esas mismas constituciones tienen consigo una inseparable subordinación y
dependencia de las providencias de V.M. especialmente aquellas que pue-
den ocasionar la más mínima novedad en los puntos ya entablados por Vtro.
Real y Supremo Consejo de las Indias…estas leyes que deben son, Señor las
de Vtro. Real Patronato: las demás que tienen conexión con ellas, las que
conducen a su inviolable observancia…”6 Aquí se encuentra resumida en
modo singular, cual era hacia el final del periodo colonial, la doctrina refe-
rida a los religiosos, sus órganos y gobierno en vinculación con el patrona-
to. La fuente canónica aparece entonces difusa, confundida con las atribu-
ciones reales en la materia.

6 P. J. Parras, Gobierno de los Regulares de América, Dedicatoria al Rey, II.


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APUNTES LIMINARES DE DERECHO CANÓNICO INDIANO 275

2. Textos canónicos y comentaristas


Una de las particularidades que presenta el estudio del derecho canó-
nico indiano es que se encuentra contenido tanto en obras específicas como
en otras de carácter más general que el estudioso se ve obligado a escudri-
ñar buscando su tesoro de datos.
Será tarea pendiente, y lógicamente exorbitante a este artículo, la de
extraer de todo el arsenal americanista las perlas canónicas que engalanen
la tiara de gloria que merece ser cincelada para los tratadistas indianos o de
temática indiana. Son tratados que a la par de aspectos pastorales indican la
legislación local para la administración de los sacramentos, las condiciones
canónicas de validez, dispensas, facultades de clérigos y confesores, casos
reservados, modo de proceder ante determinados delitos canónicos, tales
como la idolatría y herejía, etc.
La enumeración no puede ser taxativa, pero a modo de mera enuncia-
ción puede recordarse las siguientes obras: José de ACOSTA: De promulgan-
do Evangelio apud barbaros sive de procuranda indiorum salute, libri sex.
Lugduni, 1670; Diego de AVENDAÑO: Thesaurus Indicus seu Generalis Ins-
tructor pro regimine conscientiæ in iis quæ ad Indias spectant. Anturpiæ,
1668-1686; Fray JUAN BAUTISTA: Advertencias para los confesores de na-
turales, México, 16007; Pedro FRASSO: Tractatus de Regio Patronatu ac
aliis nonnullis regalibus regis catholicis in indiarum occidentalium imperio
pertinentibus, Madrid 1677. F. HAROLDO: Lima Limata, Roma, 1693. Anto-
nio de HERRERA: Historia General de los Hechos de los Castellanos en las
Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Madrid, 1729. A. de LEÓN PINELO:
Tratado de las confirmaciones Reales de encomiendas y oficios y casos en
los se requieren para las Indias Occidentales, Madrid 1630; Antonio MAR-
GIL DE JESÚS: Explicación del Oficio del Comisario de Misiones, s/d; Ciria-
co MORELLI: Fasti Novi Orbis, Venetiis, 1776. Alonso de la Peña MONTENE-
GRO: Itinerario para los Párrocos de Indias, Madrid 1668. Pedro Joseph de
PARRAS: Gobierno de los Regulares de la América, Madrid 1783. Juan de
SOLORZANO PEREYRA: De Indiarum Jure disputationes sive de justa India-
rum Occidentalium inquisitione, adquisitione et retentione, Matriti 1629-
1639. Juan de TORQUEMADA: Los veintiún libros rituales y Monarquía India-

7 Esta obra es considerada la primera que sostiene la teoría del Regio Vicariato de
Indias.
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276 Fernando J. GONZÁLEZ

na, Madrid 1723. Gaspar de VILLAROEL: Gobierno Eclesiástico Pacifico;


concordia y unión de los dos cuchillos, pontificio y regio, Madrid 1738.
Francisco de VITORIA: Relectiones Theologicæ, Salamanca, 1567. M. de ZA-
RATE: Brevis forma administrandi apud indos Sacramenta, Madrid, 1736.
Fernando ZURITA: Theologicarum de Indis questionorum enchiridion pri-
mum, matriti 1586. El Obispo de Popayán Feliciano de Vega, también escri-
bió una obra importantísima: “Relectionum canonicarum in secundum De-
cretalium librum”, publicada en 1683.
Comentario particular conviene hacer respecto de una obra singular
de importantísima trascendencia canónica y única en su género. Se trata de
la Brasilia Pontificia sive speciales facultates pontificiae, que Brasiliae
Episcopis conceduntur, et singulis decenniis renovantur, debida al Jesuita
lusitano Simón Marques y publicada en Lisboa en 1749. En ella trata por-
menorizadamente las facultades llamadas “solitas” concedidas a los obispos
americanos por la Santa Sede respecto de la administración de los Sacra-
mentos a los naturales, concesión de indulgencias, absolución en casos re-
servados, etc. Se trata de un verdadero arsenal de derecho canónico india-
no, el que se aplicó incluso hasta el siglo pasado8.
Ciertamente no podría seguirse este comentario sin recurrir a la obra
del Jesuita Pedro Murillo Velarde, publicada por primera vez en 1743 y a
cuya feliz traducción y reedición nos referimos arriba. De ella dice en el
prologo del Derecho Canónico Americano, Justo Donoso: “…es la única
obra de derecho canónico en la que se mencionan ciertas importantes dispo-
siciones legislativas y privilegios y practicas vigentes en los territorios lla-
mados de Indias”9 Igualmente se lamenta Donoso de que no se hubiera ac-
tualizado la obra de Murillo con los sínodos y legislación posterior. Es de-
cir, el Cursus Iuris ha sido una obra verdaderamente señera, indispensable
para acceder a cualquier asunto medular de derecho canónico indiano que
se trate.

8 El Dominico Domingo Aracena publicó en Santiago en el año 1868 su traducción


y ampliación de esta obra fundamental bajo el título de “América Pontificia o Tratado Com-
pleto de los privilegios que la Silla apostólica ha concedido a los católicos de la América La-
tina”
9 J. DONOSO, Instituciones de Derecho canónico Americano, París, 1863, T°I, pág. 13.
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APUNTES LIMINARES DE DERECHO CANÓNICO INDIANO 277

CONCLUSIÓN
Partamos de la realidad: esta cuestión no puede darse por concluida.
En efecto, solo hemos hecho una enumeración sumarísima de presupuestos
con los que resulta imprescindible trabajar para asomarse mínimamente al
derecho canónico indiano.
El periodo temporal que abarca nuestro estudio es verdaderamente
abrumador. En efecto y aunque una natural simplificación nos lleve a esti-
mar que el periodo de elaboración y aplicación del derecho canónico india-
no culminó con la emancipación, otra realidad muy diversa aparece ante la
compulsa de antecedentes. En efecto, así como el derecho hispano fue apli-
cado supletoriamente hasta la sanción del Código Civil de 1869-71, el dere-
cho canónico indiano siguió vigente hasta la promulgación del Código de
Derecho Canónico de 1917. Sin perjuicio de ello muchos principios se en-
contrarían contenidos en el cuerpo codicial. Claro ejemplo de ello era el an-
tiguo canon 1125 que hacía extensivas a la Iglesia Universal las prescripcio-
nes de las Constituciones Altitudo, Romani Pontificis y Populis de los Papas
Paulo III, San Pio V y Gregorio XIII respectivamente, referentes al privile-
gio paulino.
Ante la magnitud de la tarea que espera a quienes se interesen por la
historia del derecho de la Iglesia en esta parte del Mundo, aportamos diver-
sas hipótesis que puedan servir para mantener viva la esperanza de poder
ofrecer una sistematización científica adecuada para llevar a término la obra
que tenemos por delante.
Falta de medios, pérdida y destrucción de archivos civiles y eclesiás-
ticos, inadecuada formación profesional de agentes, y mil otros inconve-
nientes nos encontraremos en el camino que apenas pretende replantearse.
Comencemos pues, por identificar las fuentes de la ciencia que pre-
tendemos abordar, individualicemos las obras de las necesitamos valernos y
los archivos que merecen ser relevados, que Dios da los trabajos y la fuer-
za para cumplirlos.
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AADC XVI (2009-2010) 279-296

UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA

Fernando Hugo RODRÍGUEZ

SUMARIO: I. Introducción. II. La Tradición Armenia. III. La Liturgia ritual


Armenia.

I. INTRODUCCIÓN
La unidad y la comunión plena en la Iglesia católica son cualidades
que adornan a las Iglesias orientales católicas: ellas han logrado alcanzar la
unidad y la mantienen en comunión tras no pocas dificultades, tanto por fac-
tores no eclesiales como eclesiales. Por ello estas Iglesias conforman la uni-
dad y comunión católicas perseverando fieles a sus propias tradiciones.
Toda Iglesia oriental ha de mostrarse fiel a su propio patrimonio. El
mismo Concilio Vaticano II se mostró garante de las tradiciones orientales
al señalar: “Sepan y tengan por seguro tosdos los orientales que pueden y
deben conservar siempre sus propios ritos litúrgicos y su disciplina, y que
no se deben introducir cambios sino por razón del propio progreso orgáni-
co”1. Por ello: “es deseo de la Iglesia católica que las tradiciones de cada
Iglesia particular o rito se conserven y se mantengan íntegras, y quiere
igualmente adaptar su forma de vida a las distintas necesidades de tiempo
y lugar”2. La tarea de conservar las tradiciones orientales corresponde no
sólo a los católicos orientales sino también a los que pertenecen al “Rito La-
tino”.

1 OE 6; cf UR 15-17.
2 OE 2.
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280 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

Así pues, “corresponde a las Iglesias orientales que están en comu-


nión con la Sede Apostólica Romana la especial misión de promover la uni-
dad de todos los cristianos, sobre todo de los orientales, según los princi-
pios del decreto de este santo Sínodo sobre el ecumenismo, principalmente
con la oración, con el ejemplo de vida, con la escrupulosa fidelidad a las
tradiciones orientales, con un mejor conocimiento mutuo, con la colabora-
ción y estima fraterna de las cosas y de los espíritus”3.
Es evidente que la tarea de fomentar la unidad de todos los cristianos
corresponde a la Iglesia católica toda. La Iglesia católica ha de proponer el
evangelio proclamándolo en unidad de fe y de acción, de la contrario nues-
tro mundo va apercibir la presentación de un evangelio distinto, tanto en sus
contenidos diferentes como en sus mensajeros divididos. Cuando así es pre-
sentado el mensaje salvífico “esta división contradice clara y abiertamente
la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la cau-
sa santísima de predicar el evangelio a toda criatura”4.
Es necesario recordar que todas las tradiciones orientales constituyen
el patrimonio de toda la Iglesia católica. Cada una de las tradiciones orien-
tales ha tenido su propia historia, y este criterio ha de ser tenido en cuenta a
la hora de tratar a cada una de forma particular.

II. LA TRADICIÓN ARMENIA

1. Los orígenes y la escisión


Después de las primeras predicaciones, atribuidas a diversos Apósto-
les, como San Andrés o San Bartolomé, el cristianismo llegó a Armenia a
través de Edesa, de la región de Vaspuragan y de la provincia de Taron. La
conversión total e históricamente cierta, tuvo lugar en el año 313. El autor
de la conversión total de Armenia y organizador de la Iglesia fue San Gre-
gorio, llamado el Iluminador (260-328 aproximadamente). Desde aquel
momento la Iglesia de Armenia se designa a veces como Iglesia Gregoria-
na. San Gregorio era hijo de príncipe persa Anac, que asesinó al rey arme-
nio Cosroes, y que fue a su vez ajusticiado y toda su familia asesinada, ex-

3 OE 24; Cf. CCEO 903.


4 UR 1.
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 281

cepto San Gregorio, salvado por su nodriza cristiana, que huyó a Cesarea,
donde recibió educación cristiana. Allá se casó y tuvo dos hijos honrados
como santos, Aristakes y Vartan. Pasado mucho tiempo, volvió a Armenia
acompañando al rey Tirítades III. Éste, después de haberse opuesto a la fe
cristiana, cedió bajo la influencia de San Gregorio, al que envió a Cesarea,
donde fue recibido por el Obispo Leoncio, el cual, habiendo convocado a
sus 20 obispos ayudantes, eligió y consagró a San Gregorio como primer
Obispo-Patriarca de los Armenios. Tomó la posesión canónicamente como
patriarca de toda Armenia en la ciudad Ardasciad. Mantuvo su cargo duran-
te 25 años. Organizó la Iglesia Armenia, consagró nuevos obispo y creó 15
diócesis. Gracias a él cesaron las persecuciones de los cristianos.
Su sucesor San Aristakes, su hijo, participó en el. Concilio de Nicea
en el año 325. Le sucedió su hermano San Vartan, y el de éste su hijo San
Hussig, asesinado poco después por orden del rey Tiran. En el año 354 su-
bió al trono patriarcal un sobrino de San Gregorio, San Narsés. Convocó en
el año 365 el primer sínodo de la Iglesia Armenia en Ardasciad. En este sí-
nodo se dieron reglas para los monjes armenios, exhortaciones a los segla-
res y sanciones a los libertinos. Además del cuidado de las almas, como ca-
beza de la Iglesia Armenia, cumplía cargos públicos y le correspondía la ad-
ministración de la justicia. Hizo pactos de amistad con los emperadores
Constancio II y Valente I. Murió envenenado por el rey Pap.
En el tiempo del Patriarca San Isaac, hijo de San Narsés elegido en el
año 387 por el rey Cosroes III, Armenia fue dividida entre Bizancio y Per-
sia. San Isaac, junto con su colaborador San Mesrop, organizó, dirigió y ani-
mó la obra de la invención del alfabeto armenio, con lo que empezó nuevo
ciclo literario para Armenia. En esta época comenzaron las celebraciones li-
túrgicas en armenio, fue traducida la Biblia. San Isaac introdujo el celibato
obligatorio para los obispos. Por cuatro años (426-430) fue depuesto por el
rey de Persia. Muere en el año 439.
La Iglesia Armenia no estuvo representada en el Concilio de Calce-
donia (451) contra el monofisismo, por causa de la guerra (duró hasta el año
484) contra los Persas que querían imponer al “mazdeísmo” en Armenia. El
emperador Anastasio I en el año 506 envió al Patriarca Bapken (490-514) el
Henotikon5. Fue convocado el Sínodo de Dvin (506-507) y allí empezó la

5 Se trata del Decreto cristológico del Concilio de Calcedonia.


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282 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

ruptura en el seno de la Iglesia Armenia. El documento enviado por el em-


perador fue escrito en el idioma griego, lo que provocó una equivocada in-
terpretación del decreto. La traducción defectuosa de los actos conciliares,
lo ambiguo del término naturaleza en la lengua armenia y diversos motivos
políticos han creado, en el seno de la Jerarquía armenia, dos corrientes, una
en pro y la otra en contra de la fórmula cristológica calcedonense. En las
provincias armenias, limítrofes del Imperio Bizantino la mayoría del clero
era filocalcedonense, mientras que en aquellas provincias bajo la influencia
de los Persas y Arabes, los anticalcedonenses formaban mayoría.
Las controversias litúrgicas y dogmáticas, la literatura sagrada, la polí-
tica, las promociones y sucesiones eclesiásticas estaban condicionadas por es-
tas corrientes hasta fines de la segunda mitad del s. XI. Como consecuencia
de la ocupación de la Armenia Mayor y de las provincias orientales por los
Selyucidas, Rubén, un magnate de Sasún, emigró como uno de los prófugos
armenios a Anatolia y en el año 1080 fundó sobre las montañas del Taurus un
pequeño reino, que después fue llamado reino de Cilicia (1199-1375).
En aquel período los Patriarcas Armenios siguieron el destino de su
grey. Después de una larga peregrinación, escapándose de los invasores, fi-
nalmente se establecieron en Cilicia (Hromkla-Sis). De este modo, tanto el
poder político como el espiritual se trasladaron de Oriente hacia Occidente.
Este establecimiento tuvo sus efectos: el contacto inmediato con el
clero latino y con los Cruzados -que se habían establecido en Medio Orien-
te- se transformó en una mutua simpatía. Era la primera vez que el pueblo
armenio, vejado durante siglos por las imposiciones político-religiosas de
los bizantinos, de los persas y árabes, encontraba en los Francos los verda-
deros hermanos y defensores de su libertad religiosa.
Mientras que por una parte en Cilicia, de 1065 a 1441 encontramos
en la sede del “Katolicosado” y en la Iglesia Armenia, en materia de doctri-
na, Patriarcas y eclesiásticos en su mayoría filocalcedonenses y en comu-
nión con la Santa Sede6, por otra parte, en los conventos de la armenia
Oriental, ocupada por los Selyucidas, había quedado viva la corriente que
no compartía la actitud de la Jerarquía.
La destrucción del Reino Latino del Medio Oriente y la ocupación de
la Cilicia Armenia por parte de los Mameluques de Egipto (1375) dio la oca-

6 Durante la celebración del Concilio de Florencia se alcanzó a lograr la comunión


con los armenios. La Bula “Exsultate Deo” del 22 de noviembre de 1439 expresa esta uni-
dad, aunque luego volvió a ser quebrantada.
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 283

sión a los eclesiásticos armenios anticalcedonenses de reclamar el traslado


de la Sede Patriarcal en la Armenia Oriental.
El Katolicós reinante, Gregorio Musabeghiants (1439-1446) rechazó
esta proposición. En el año 1441, los Obispos y los Superiores de los con-
ventos de armenia Mayor eligieron, en Echmiadzin, un antipatriarca en la
persona de Guiragós Virabetsi (1441-1443). Así se ha iniciado la existencia
de dos sedes patriarcales.
Aunque la sucesión canónica pertenezca a la Sede del Katolicosado
de Cilicia, la sede de Echmiadzin, a través de los siglos, fue reconocida de
hecho por la mayoría de la Jerarquía y por la opinión popular armenia co-
mo Patriarcado supremo de todos los Armenios.
Desde el año 1440 hasta el principio del s. XVIII, las dos corrientes,
calcedonense y anticalcedonense, tuvieron sus adherentes tanto en la Sede
de Cilicia como en la Sede de Echmiadzin. En los archivos del Vaticano y
de la Congregación de la Propagación de la Fe exista una abundante y edi-
ficante correspondencia de los Katolicós de Cilicia y de Echmiadzin con el
Romano Pontífice.
En 1453 Constantinopla fue ocupada por los turcos y el sultán Maho-
met II quiso, por motivos de política interna, que el Obispo Armenio de la
ciudad tuviera los mismos derechos y privilegios concedidos al Patriarca
Griego.
Desde aquel tiempo, la importancia de esta nueva Sede Patriarcal crea-
da en el año 1461 (de investidura meramente civil) sobrepasó prácticamente
la de Echmiadzin y de Cilicia, porque su jurisdicción eclesiástico-civil y su
poder coercitivo se extendían sobre todos los armenios del Imperio otomano.
Una masiva inmigración, alentada por el sultán, en espacio de pocos años,
creó una importante comunidad armenia en la vieja ciudad.
Después de la segunda mitad del siglo XVII se ardieron ásperas con-
troversias acerca de las divergencias litúrgico-doctrinales entre los armenios
calcedonenses y anticalcedonenses, sobre todo en Constantinopla. Tales
controversias fueron alimentadas por la imprudencia y el celo excesivo de
los misioneros latinos, por una parte, y por otra, el sectarismo, la xenofobia
(que propició un rechazo acérrimo al extranjero), el antilatinismo.
En Constantinopla, los anticalcedonenses supieron excitar hábilmen-
te las sospechas de los sultanes y de la plebe contra los católicos, acusándo-
los como espías de los Francos y traidores a la nación armenia.
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284 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

Con esta táctica, cargada con calumnias, y por medios simoníacos (ya
que se compraron las dignidades eclesiásticas), diversos eclesiásticos subie-
ron a la Sede Patriarcal. Fuertes por el apoyo del poder civil, éstos entrega-
ron al brazo seglar a muchos obispos, eclesiásticos y notables armenios de
fe calcedonense, es decir, católicos.

2. Hacia la unidad con Roma

Muchos de estos fueron encarcelados, torturados, desterrados y con-


denados a muerte por causa de su fe; basta con citar al sacerdote Gomidás
Keumurgian, martirizado el 5 de noviembre de 1707 y al Siervo de Dios, el
Abad Mekhitar, fundador de la homónima Congregación Armenia de Vene-
cia y de Viena (mekhitaristas).
Mientras que en toda la Asia Menor recrudecía la persecución contra
los armenios católicos, el Obispo de Alepo, Mons. Abraham Ardzivian, con-
sagrado por el Katolicós de Sis, Bedrós Bizag, conocido por su adhesión al
catolicismo y por sus cualidades de gran orador, fue condenado a trabajos
forzados por el Patriarca Armenio anticalcedonense de Constantinopla.
Conseguido huir, regresó a su diócesis. Poco tiempo después fue desterrado
a Chipre. Liberado por los monjes antonianos armenios, se refugió en el
convento de ellos, en el Monte Líbano, de donde continuó para gobernar su
diócesis.
Al morir el Katolicós Miguel de Cilicia en 1740, los Obispos de la co-
rriente, calcedonense, entre ellos, Hagop de Alepo, Melcón de Mardin e Isaac
de Kilis, unidos a los sacerdotes y monjes, en el mes de noviembre, eligieron
como Katolicós de Cilicia a Abraham Ardzivian, quien agregó a su nombre
el de Bedrós (es decir: Pedro), en signo de adhesión a la Santa Sede.
El 26 de noviembre de 1742 el Papa Benedicto XIV crea el patriarca-
do de Cilicia de los Armenios y confirma a Abraham Ardzivian como pa-
triarca elegido por los obispos dos años antes. Desde entonces tiene origen
la Iglesia Armenia católica, distinta de la Iglesia apostólica Armenia. Más
tarde se unen los armenios de Constantinopla, y en 1867 Pío IX, por la bu-
la “Reversurus” proclamó la unión de todos los armenios bajo un solo pa-
triarca.
La Iglesia Armenia ha sufrido entre 1894-1896 y entre 1915-1916
grandes matanzas, provocando la dispersión de sus fieles y la emigración.
La Iglesia católica armenia ha sido presidida durante estos períodos por Pa-
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 285

triarcas profundamente abnegados y decididos a mantener en toda circuns-


tancia su comunión con la “Sede del Apóstol Pedro” 7.

7 Consignamos los nombres y referencias de los Patriarcas de la “Iglesia Católica de


Cilicia de los Armenios” con una breve referencia biográfica: Abraham Bedrós I Ardzivian
(1740-1749): Nació en Aintab (1679). Fue organizador de las colectividades armenio católi-
cas y predicador incansable de la fe católica. Después de su elección, los mencionados Obis-
pos, por carta colectiva, solicitaron para el nuevo elegido, la confirmación del Papa Benedic-
to XIV y la concesión del palio. Mons. Abraham Ardzivian llegó a Roma el 13 de agosto de
1742; en el Consistorio del 26 de noviembre del mismo año, su elección fue confirmada, con
la concesión del palio. Mientras tanto otro grupo de los Obispos se reunió en Cilicia y eligió
a antipatriarca; Abraham Bedrós I Ardzivian para no sufrir los vejámenes de los Patriarcas
Armenios de Constantinopla, regresando de Roma fijó su residencia en El Líbano, habitan-
do en el convento de los Padres antonianos y de allí gobernó aso Katolicosado. Organiza la
congregación de los Religiosos Antoniantz. Nombra obispos para la diócesis de Mardin, Ale-
po, Kilis, Damasco, Aintab, Dicranaguer, vinculándolas a la sede de El Líbano. Muere en 1°
de octubre de 1749, en olor de santidad; Hagop Bedros II Hovsepian (1749-1753): Nació en
Alepo, monje maronita en Kadisho. Alumno de Abraham Ardzivian. Sacerdote en 1720. Fue
gran defensor de los derechos de la Iglesia Armenia Católica. Ejerce su apostolado en Estam-
bul, Ankara y Alepo. Obispo coadjutor de Ardzivian para Alepo en 1740. Elegido Katolicós
en 1749. Construye el Convento de Bzommar adonde se muda en 1750 junto con los obis-
pos y dos sacerdotes religiosos de Antoniantz. Asegura la manutención de Bzommar adqui-
riendo propiedades que traen rentas. Libera la Congregación de los Antoniantz de la depen-
dencia del Katolicós para constituirse en ente autónomo, bajo la autoridad del superior ele-
gido. Consagra obispos para Alepo, Marash y Amasia; Mikael Bedrós III Kasparian (1753-
1780): Nació en Alepo, religioso de los Antoniantz. Tenía una gran preparación filosófica y
teológica. Es nombrado obispo de Alepo en 1753 ya la muerte del Katolicós Hagop Bedrós
II, en el mismo año, fue elegido para sucederle, el 23 de junio. Se crean nuevos obispados en
Izmir, Damasco, Egipto, Ajaltzja, Adana. Los límites de Katolicosado se extienden a nuevas
regiones. Con la multiplicación de las diócesis se intensifican la piedad y la instrucción cris-
tianas, gracias a numerosos sacerdotes que Mikael Bedrós III envía a las misiones. Entre
1766-1771 se construye la Iglesia del Convento de Bzommar, en 1776 se crea el seminario
Mikael Bedrós III muere el 5 de noviembre de 1780; Parsegh Bedrós IV Avkadian ( 1780-
1788): Nacido en Alepo, religioso de los Antoniantz, Parsegh Avkadian acompañó a Su Bea-
titud Ardzivian en sus infortunios y fue Vicario General en Bzommar de los Patriarcas Ha-
gop y Mikael. Fue elegido Katolicós en 1780. Se dedicó al desarrollo del Convento y pro-
greso del seminario. La generosa donación de Mikael Agha de India permitirá la construc-
ción de un seminario de dos pisos con capilla propia. Envía muchos sacerdotes a las misio-
nes. Defiende el rito y la identidad de los armenios contra los misioneros europeos que quie-
ren latinizarlos. Muere 5 de febrero de 1788; Krikor Bedrós V Kupelian (1788-1812): Naci-
do en Kilis. Entra al convento de Bzommar a la edad de 40 años. Ordenado sacerdote tiene
una brillante actuación en las misiones que le confian la Santa Sede y el Patriarca en la Gran
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286 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

y Pequeña armenia. Fue elegido Katolicós el 11 de mayo de 1788. Concretiza el seminario


proyectado por su antecesor, construyendo un conjunto de 20 piezas; en 2 pisos. Es él de he-
cho el fundador de la Congregación de Bzommar. Dicta el reglamento para los sacerdotes
formados en el Convento, con los votos, tal como hoy se observan por los miembros de es-
ta Congregación. En el Convento viven 4 Obispos, 14 sacerdotes y 34 seminaristas. Muere
en 1812; Krikor Bedrós VI Djeranian (1812-1841): Nace en Kilis en 1780. Sacerdote a los
23 años, Obispo de Marash a los 26 años, y elegido Katolicós ala edad de 32 años. Teólogo
y jurista, domina 5 idiomas. Durante su pontificado, los Armenios Católicos consiguen la li-
bertad religiosa, por el decreto del Sultán Mohamed II en 1834, el cual les concede el dere-
cho de tener un Patriarca en Constantinopla. Los obispos regresan a sus diócesis. Krikor Be-
drós VI se dedica a construir Iglesias y escuelas en las diócesis del Katolicosado. Muere en
1841 en olor de santidad. Se le atribuyen milagros en vida y después de su muerte. Cuando
su féretro se abre en 1843, se encuentra incorrupto su cuerpo; Hagop Bedrós VII Holasian
(1841-1843): Elegido Katolicós el 30 de junio de 1841 en edad avanzada, por mérito a sus
virtudes en el desempeño de sus cargos de coadjutor de los Katolicós por espacio de 47 años.
Aceptó su elección por espíritu de obediencia a la Santa Sede, quien aprobó su elección. A
pesar de su enfermedad y la poca duración de su pontificado, Hagop Bedrós VII cumplió con
sus deberes de Katolicós nombrando y consagrando obispos en las diócesis sin pastor y man-
dando sacerdotes a las misiones. Murió el 6 de febrero de 1843; Krikor Bedrós VIII Derasd-
vazadurian (1843-1866): Nace en Erkink en 1788. Entra al seminario de Bzommar en 1804.
Sacerdote en 1809. Enseña filosofia y teología. Obispo en 1826. Se multiplican las diócesis.
Krikor Bedrós VIII consagra obispos para Alejandria, Tigranakert, Cesarea, Mardin, Jerusa-
lén, Sepastia, Alepo, Malatia, Chipre. En 1855 reúne un sínodo en Bzommar para la organi-
zación de las diócesis. Consultado en 1849 sobre la fe de la Iglesia Armenia acerca de la In-
maculada Concepción de la Virgen María, el Katolicós afirma, en nombre de su pueblo, de
“estar dispuesto a defender esta fe, con su propia sangre”. En el espacio de veinte años, des-
de el Estatuto de 1831, se construyen 25 iglesias, muchas capillas, residencias para sacerdo-
tes, escuelas en todas las diócesis. Krikor Bedrós VIII hace comprar propiedades en muchas
diócesis, además de construir 30 negocios en Yunick para la manutención del Convento de
Bzommar. Aumenta el número de los seminaristas, reforma la enseñanza, obligando al estu-
dio de idiomas y ciencias. Publica libros y manuales. Es condecorado por el Sultán. Muere
el Gran Katolicós el 8 de enero de 1866; Antón Bedrós IX Hasounian (1867-1880): Con la
elección en 1866 (confirmada en 1867) ala sede patriarcal de Mons. Antón Hasounian Arzo-
bispo Primado de la sede de Constantinopla, desde 1846, se realiza la unión anhelada de las
sedes de Cilicia (en Bzommar) y de Constantinopla -las cuales se repartían la jurisdicción so-
bre los armenios católicos- con la supresión de la Sede Primacial de Constantinopla y el tras-
lado de la Sede de Cilicia a Constantinopla. Elegido con voto unánime de los obispos sino-
dales, A. Hasounian no era ningún desconocido: había fundado la Congregación de las Her-
manas Armenias de la Inmaculada Concepción ( 1847), fundado diócesis, construido iglesias
y escuelas, asegurando a cada entidad entradas suficientes para su subsistencia. El Motu Pro-
prio “Reversus” (1867) de Pío IX, que unía las sedes, contenía también directivas que refor-
maban ciertas antiguas tradiciones orientales y suprimía algunos privilegios. De golpe, el
nuevo Patriarca vio a su Patriarcado envuelto en graves agitaciones y cismas, provocadas por
algunos disidentes que eligieron un antikatolicós y un antipatriarca. El mismo Katolicós Ha-
sounian tuvo que abandonar por orden gubernamental su sede de Constantinopla (1872). Se
calman los espíritus, Hasounian vuelve a su sede (1877). Renuncia a su cargo en 1880. En
Roma, funda el Pontificio Colegio Armenio (1883), León XIII lo creó Cardenal (1880) y lo
llamó “Gloria de Armenia”. Fallece en Roma el 28 de febrero de 1884. Esteban Bedrós X
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 287

Azarian (1881-1899): Monseñor Azarian fue secretario y Vicario General de Su Beatitud Ha-
sounian. Le sucedió en 1881. Fue uno de los más brillantes Patriarcas que tuvo la Iglesia Ar-
menia Católica en el siglo XIX. Convocó en el año 1890 un sínodo, donde fue redactado un
código canónico armenio. Roma tomó un examen el código, pero no lo confirmó. Lleva a ca-
bo muchas empresas que sin su gran habilidad y prudencia no se hubieran realizado en tan
poco tiempo, ni del mismo modo. Su actuación en pro del Pontificio Colegio Armenio en Ro-
ma, lo transforma en el verdadero organizador del colegio; aplica la misma conducta con el
Instituto Patriarcal de Bzommar. El Sultán lo nombra su embajador personal para represen-
tar a Turquía y al gobierno en el Jubileo de Oro del Papa León XIII y enviarle sus regalos,
entre ellos el epitafio de Abercio [Epitafio de gran valor para la historia de la Iglesia primi-
tiva, lleva el nombre de Abercio, obispo de Gerápolis en Frigia. Es del año 180-200. En su
texto simbólico cristiano Abercio llama a la Comunidad (Iglesia) de Roma “una Reina ves-
tida de oro y sandalias de oro” a donde él había sido enviado para ver al Santo Padre.] Mue-
re en 1899 a la edad de 73 años; Pablo Bedrós XI Emanuelian (1899-1904): Nacido en Mar-
din, en 1829, obispo de Cesarea en 1881. A pesar de su salud quebrantada y corto pontifica-
do Su Beatitud Emanuelian, gran conocedor del idioma y de las leyes turcas, supo proteger
las diócesis y las instituciones armenio católicas que actuaban en el Imperio Otomano, man-
tener la paz, crear escuelas y promover las obras de caridad a favor de los desamparados so-
brevivientes de las masacres de 1895-1896. Muere el 5 de abril de 1904; Pablo Bedrós XII
Sablaghian (1904-1910): El pontificado de Su Beatitud Sablaghian, que se inicia el 18 de
abril de 1904, coincide con los grandes acontecimientos que ocurren en el Imperio Otoma-
no, la llegada al poder del partido Unión y Progreso de los Jóvenes Turcos. La nueva cons-
titución turca, la euforia de las minorías que creen rotas las cadenas de la esclavitud, euforia
que cae cuando las masacres de Adana y alrededores provocan 30.000 víctimas armenias. Se
dedica a la organización de los seminarios de Bzommar y de Roma, donde se preparan los
sacerdotes del Patriarcado. El Patriarca visita sus diócesis y los centros culturales de la co-
munidad, pensativo y preocupado quizás, si acaso no estarán en acecho las fuerzas de las ti-
nieblas para destruir la eclosión maravillosa de la cultura armenia en Estambul, su sede, y en
las diócesis armenias de Turquía. Dios llama a su fiel servidor afines de marzo de 1910; Pa-
blo Bedrós XIII Terzian (1910-1931): Monseñor Terzian, arzobispo de Adana es elegido Pa-
triarca el 24 de abril de 1910. Presentimiento quizás del Papa San Pío X cuando al recibir,
ello de noviembre de 1911, al nuevo Patriarca y a los Padres Sinodales, les exhorta a termi-
nar, lo antes posible, los trabajos sinodales y regresar a sus diócesis, por los malos vientos
que estaban soplando en el ámbito internacional. A su Beatitud le tocó vivir los momentos
más gratos y más desgraciados de la historia de la Iglesia Armenio Católica. El 20 de octu-
bre de 1911 Su Beatitud consagra nueve Obispos; preside el Sínodo Armenio del Patriarca-
do con la participación de 19 Obispos, del 23 de octubre al lO de diciembre de 1911, obra
magistral este sínodo en vigencia hasta hoy; promueve y asiste a la beatificación del sacer-
dote Gomidás Keumurgian, el 23 de junio de 1929. A estas faustas fechas se agregan las san-
grientas fechas de 1815 a 1920, cuando ve la destrucción de todas las diócesis de Cilicia, de
Armenia Menor, de Armenia Mayor y del Cáucaso, el martirio de numerosos obispos, sacer-
dotes, religiosos y religiosas. Frente a este vacío operado en la jerarquía armenia se decide,
en el Sínodo de Roma de 1928, el regreso de la Sede Patriarcal de Estambul a su cuna, a su
primera Sede en El Líbano, Bzommar. Su Beatitud Terzian muere el 15 de diciembre de
1931, en Roma; Avedis Bedrós XIV Arpiarian (1931-1937): A su Beatitud Mons. Terzian, ha-
biendo renunciado a su cargo de Patriarca en abril de 1931, le sucede Mons. Avedis Arpia-
rian, un venerable anciano de 76 años. Había nacido en Aguin, cerca de Jarpert, el 13 de abril
de 1855. Ordenado sacerdote en 1884, es nombrado vicerrector del Pontificio Colegio Arme-
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288 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

nio. Muy joven es elegido obispo. Considerado sospechoso al gobierno turco por su apelli-
do (10 mismo tenía el periodista revolucionario Arpiar Arpiarian) se refugia en el Convento
de Bzommar, donde lo vemos como rector del seminario en 1907. Se enriquece con él, el pla-
no de estudios con nuevas asignaturas: historia natural, fisica, química, botánica, geología,
álgebra, geometría, arqueología, patrología y retórica. Manda a muchos alumnos a perfeccio-
nar sus estudios en las mejores escuelas de los Jesuitas, los Franciscanos y los Asuncionistas
de Estambul, a la Universidad Urbana de Roma (1912), a Universidad San José de Beyrouth
(1913) etc. Elegido Obispo de Marash se hace querer como Pastor dispuesto dar su vida por
sus ovejas. Cuando los franceses abandonaron Marash, en 1920 le ofrecen llevarlo con ellos.
El buen Pastor les contesta “donde está mi grey, allá me quedo yo” y es el último en dejar
Marash. Refugiado en Beyrouth, actuaba como Vicario Patriarcal. En su pontificado de seis
años fue un buen padre para sus sacerdotes y fieles, asistido en la administración por Mons.
J. Naslian, uno de los obispos más doctos que tuvo la Iglesia Armenia Católica. Muere en
septiembre de 1937; Gregorio Bedrós XV Agagianian (1937-1962): Nacido en Ajaltzja, 18
de septiembre de 1895, a la edad de 21 años era ya doctor en Filosofia y Teología; en 1917
se ordena de sacerdote; en 1919 se doctora en Derecho Canónico; en 1922 es Rector del Pon-
tificio Colegio Armenio de Roma y profesor de filosofia y luego de teología en la Universi-
dad Urbana. Obispo en 1935, es elegido Katolicós - Patriarca con el voto unánime de los
electores el 30 de noviembre de 1937. Por su humildad, caridad y tacto conquista la estima
y la admiración de Patriarcas y Obispos, de presidentes y ministros, por el mundo entero. Le
tocó vivir la segunda guerra mundial, llegando con su caridad discreta y silenciosa a las más
humildes familias; y su palabra sirvió de aliento al sufrido Pueblo Armenio por causa de gue-
rra. El 18 de febrero de 1946, el Papa Pío XII lo crea Cardenal y le confia el importantísimo
ministerioen la Sagrada Congregación de la Propagación de la Fe. Como Patriarca fue un
gran constructor de seminarios, de orfanatos, de iglesias, de clubes, etc. Visitó las institucio-
nes armenias del mundo entero, llegando hasta Brasil y Uruguay en 1955. Se ocupó de la si-
tuación de los desterrados. Sus cartas pastorales, sus conferencias y sus sermones dirigidos
a los armenios eran una ayuda espiritual enorme para todo el pueblo armenio. Su cargo en la
Santa Sede no le dejaba tiempo para cumplir con su cargo de Patriarca y renuncia al Patriar-
cado el 23 de agosto de 1962. Vivió nueve años más y muere en olor de santidad el 16 de
mayo de 1971. Estas fueron las palabras que dijo un ministro en Armenia al hablar del Car-
denal Agagianian: “toda Armenia lloró a su gran hijo, al mejor embajador que tuvo nuestra
Nación para hacer conocer y glorificar el nombre armenio en todos los rincones de la tierra”;
Ignadiós Bedrós XVI Batanian (1962-1976): Nace el 15 de febrero de 1899 en Mardin. Se
ordena sacerdote el 29 de junio de 1921. Es consagrado Obispo de Bagdad en 1933, en Bey-
routh. Cuando Mons. Agagianian es elegido Patriarca, lo nombra Vicario General del Patriar-
cado, cargo que cumplió con una fidelidad y devoción ejemplar. Al renunciar el Cardenal
Agagianian a su cargo de Patriarca, Mons. Batanian le sucede en 1962. Participa al Concilio
Vaticano II. Construye el orfanato de Andjar, que lleva el nombre de Card. Agagianian. Fue
el primer Patriarca que visitó Armenia y trató con las autoridades de la Patria de la posibili-
dad de mandar sacerdotes armenios católicos para los fieles que viven en el suelo armenio
desde siglos y para los recién repatriados. Renunció en 1976, a la edad de 77 años; Hmayak
Bedrós XVII Guedikian (1976-1982): Su Beatitud Guedikian es el primer religioso mekhita-
rista que llega a ser Patriarca. Es elegido Vicario General del Patriarcado el 8 de abril de 1971
; consagrado obispo en Roma el 31 de mayo de 1976, fue elegido Katolicós -Patriarca por el
Sínodo de los Obispos Armenios Católicos reunidos en Roma, el 2 de julio de 1976. Estan-
do en la sede en El Líbano, su Patriarcado se ejerció en un país medio destruido y desarticu-
lado por la guerra civil. Ordenó la construcción de nuevos centros religiosos y culturales
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 289

3. Situación actual de la Iglesia Armenia


Los Armenios8 en el mundo suman, aproximadamente, siete millo-
nes, de los cuales más o menos la mitad vive en diáspora:
a. 80 % forman la Iglesia Armenia Apostólica, existe desde el año
1740 -la división con los católicos (no son ortodoxos). Ellos hace dos años
firmaron último acuerdo dogmático con la Santa Sede sobre la persona de
Cristo (monofisismo), la única diferencia existente es el primado del Papa
(primacía de Pedro).
Actualmente, la Iglesia Armenia Apostólica tiene cuatro Patriarcados
independientes: Armenia (sede del Patriarca supremo de los Armenios
Apostólicos, cuyo título es sólo honorífico), Antillás (El Líbano), Estambul
(Constantinopla) y Jerusalén (Tierra Santa). Algunas diferencias en la litur-
gia: administran junto los sacramentos del bautismo, de la confirmación y
la comunión; la unción de los enfermos se administra después de la muerte;
la confesión casi desapareció por el desuso, por ello ha sido práctica co-

(iglesias y clubes) en los suburbios de Beyrouth, hacia Antillás, donde se habían refugiado
muchos armenios. Experto en derecho canónico, en liturgia y tradiciones armenias. Visitó
dos veces las colonias armenias de la Argentina, Uruguay y Brasil durante su pontificado.
Llegado ala edad canónica, renunció en 1982; Hovannés Bedrós XVIII Kasparian: Nació en
El Cairo, Egipto, el 20 de enero de 1927. Después de efectuar sus estudios primarios en El
Cairo, ingresó, en 1943, en el Seminario de Bzommar, El Líbano, donde terminó los estudios
secundarios. En 1946 fue enviado al Pontificio Colegio armenio de Roma donde cursó los
estudios filosóficos y teológicos en la Universidad Gregoriana. Fue ordenado Sacerdote el 13
de abril de 1952. Ejerció su apostolado como Prefecto del seminario de Bzommar y luego,
de 1952 a 1953, como Vicerrector del Pontificio Colegio armenio de roma. En este periodo
obtuvo el Bachillerato en Derecho Canónico en la Universidad de Letrán. Vuelve después a
Bzommar como Vicerrector del Seminario. Actuó como párroco en El Cairo, su tierra natal,
de 1957 hasta su elección, en diciembre de 1972, como Arzobispo de Bagdad, Iraq. Fue con-
sagrado Obispo el 25 de febrero de 1973 por manos de Su Beatitud Ignadiós Bedrós XVI Ba-
tanian. El 5 de agosto de 1982 el Sínodo de Obispos Armenios Católicos, reunidos en Roma,
eligió al Arzobispo de Bagdad, Mons. Hovannés Kasparian, como nuevo Katolicós- Patriar-
ca de todos los armenios Católicos. Su Beatitud asumió el nombre de Hovannés Bedrós
XVIII Kasparian, y fue entronizado el 12 de septiembre de 1982, fiesta de la Santa Cruz. Hoy
es Patriarca Emérito y reside en El Líbano. Hizo dos visitas pastorales en la Argentina: en
1983 y en 1988.
8 Con respecto a la terminación “ian” de los apellidos armenios, se trata de un ele-
mento fruto de la influencia de la cultura irania, es el genitivo plural iranio que significa: “fa-
milia de”. Cf. N. BOULGUORDJIAN-TOUFEKIAN, Los Armenios en Buenos Aires, La reconstruc-
ción de la identidad (1900-1950). Ed. Centro Armenio, Buenos Aires 1997. 11-47.
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290 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

rriente realizar una absolución comunitaria antes de celebración de la Santa


Misa, de todos modos, en este ámbito, va regulándose una praxis diferente9;
b.15% pertenecen a la Iglesia Armenia Católica de Cilicia;
c. 5% son los evangélicos.
La Iglesia Armenia Católica de Cilicia es la Iglesia Patriarcal.
Los siguientes países de Medio Oriente forman el territorio de la Igle-
sia Patriarcal: Egipto, Irak, Irán, Jordania, El Líbano, Siria y Tierra Santa.
En la Iglesia Católica Armenia no existen las Metropolías, solamente
Eparquías y Exarcados.
La Iglesia Armenia ha sufrido entre 1894-1896 y entre 1915-1916
grandes matanzas, provocando la dispersión de sus fieles y la emigración.
La Iglesia Católica Armenia está presidida desde 1999 por el Patriar-
ca Su Beatitud Nerses Bedrós XIX Tarmouni10, con una población de más
de 335.000 católicos que viven repartidos en 96 parroquias. El Patriarcado
se organiza del siguiente modo:
Líbano: Beirut (Sede Patr.: 23-6-1928): 12.000 cat. y 11 par. Irán: Is-
pahan (Ep.: 30-4-1850): 2.600 cat. y 1 par. Irak: Bagdad (Archiep.: 29-6-
1954): 2.200 cat. y 1 par. Egipto: Iskanderiya (Ep.: 1885): 1.580 cat. y 3 par.
Siria: Alepo (1710: Archiep.: 3-2-1899): 17.000 cat. y 6 par. Kamachlié
(Ep.: 29-6-1954): 5.000 cat. y 6 par. Damasco (Ex. Ap.): 3.200 cat. y 1 par.
Turquía: Estambul (Archiep.: 6-7-1830): 3.680 cat. y 10 par. Palestina: Je-
rusalén (Ex. Patr.): [no se conocen datos precisos]. Ucrania: Lviv (Archiep.:
s. XIV): [no se conocen datos precisos]. Francia: Santa Cruz en París (Ep.:
30-6-1986): 30.000 cat. y 6 par. Grecia: Atenas (Ordinar.: 21-12-1925): 600
cat. y 2 par. Argentina: San Gregorio de Narek en Buenos Aires (Ep.: 18-2-
1989) 16.000 cat. y 1 par. América Latina y Méjico: América Latina y Mé-
jico (Ex. Ap.:3-1-1988): 14.000 cat. y 2 par. Rumania: Gher1a (Ordinar.: 5-
6-1930): 1.000 cat. y 4 par. Estados Unidos y Canadá: Paterson (Ex. Ap.: 3-
1-1981): 26.000 cat. y 6 par. Europa Oriental: Armenia (Ordinar.: 3-1-
1991): 200.000 cat. y 36 par.

9 Cf. CCEO 719-720.


10 Nacido en El Cairo (Egipto) el 17 de enero de 1940, ordenado sacerdote el 15 de
agosto de 1965, elegido para Iskanderiya de los Armenios el 21 de agosto de 1989, fue con-
sagrado el 18 de febrero de 1990; fue elegido Patriarca el 7 de octubre de 1999, el Santo Pa-
dre le concedió la “comunión eclesiástica” el 13 de octubre de 1999.
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 291

La Iglesia Armenia, no muy numerosa, tal vez sea la más diseminada


y dispersa de todas las Iglesias orientales católicas.

4. La Iglesia Católica Armenia en la República Argentina


Los Armenios en Argentina son aproximadamente 100.000 personas,
de las cuales cerca de 20% son católicas. Muchos de ellos llegaron a Argen-
tina a causa de las represiones del gobierno turco con respecto a su pueblo.
Se pueden marcar tres fases de 1a inmigración de los Armenios hacia la Ar-
gentina:
a. Los años 1894-1896. Llegan para escapar a las persecuciones del
sultán Hamid II, llamado el sultán rojo, durante las cuales fueron
masacrados mas de 200 mil armenios.
b. Los años 1909-1913. Escapan alas masacres de Cilicia, llamadas
Masacre de Adana (1909) que costó más de 30 mil víctimas, or-
ganizada por el partido Unión y Progreso de los Jóvenes Turcos,
recién llegados al poder.

c. Los años 1921-1923. Llegan a consecuencia de la evacuación de


Cilicia, donde los Aliados vencedores de la primera guerra mun-
dial (Inglaterra, Francia e Italia) habían formado un hogar arme-
nio para reunir allá a los sobrevivientes de las grandes masacres
(1915-1918) perpetradas por el gobierno turco, durante las cua-
les se había exterminado a más de un millón y medio de arme-
nios. El “hogar armenio de Cilicia” (capital Adana) formado en
1918, fue entregado a los turcos en 1920. Los armenios evacua-
ron Cilicia por temor a nuevas masacres. Durante la evacuación,
a pesar de todo, fueron víctimas más de 20 mil armenios.

El primer sacerdote armenio católico que llegó a Argentina, en el año


1922, fue el Rev. Patriarca Hantouch, de la Congregación Misionera del
Convento de Bzommar, en El Líbano. En una carta dirigida al Patriarca Pa-
blo Bedrós XII Terzian él habla de los numerosos inmigrantes que se diri-
gían a él para pedirle los sacramentos del bautismo, del matrimonio y ayu-
da a los enfermos. El quedó en Argentina solamente un año.
La organización de la comunidad empezó en el año 1924, cuando lle-
gó al país el Rev. P. Juan Bautista Kazezian, fue enviado por la Santa Sede y
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292 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

el Patriarcado. Trabajaba en Argentina 34 años, publicaba “La Revista Arme-


nia”, órgano de apostolado para los fieles en Gran Buenos Aires.
En el año 1954 la Comunidad fue visitada por el Obispo Mons. Ciri-
lo Zohrabian.
En el año 1960 fue erigida la parroquia armenia católica con el título
de “Nuestra Señora de Narek”.
En el año 1967 la visita el Mons. Jorge Layekian, con vistas de una
nueva organización jerárquica.
En diciembre del año 1969 la Santa Sede nombra como Visitador
Apostólico para toda la América Latina a Mons. Dr. Pascual Tekeyan, pá-
rroco de la Comunidad Armenia Católica de Montevideo, quien permaneció
en el cargo hasta el nombramiento del primer Obispo armenio para Améri-
ca Latina en 1981.
Al arcipreste Juan Bautista Kazezian sucede el Rev. P. Narciso Kara-
bachian, ayudado por los RR. PP. Pedro Kavukyan, quien había venido de
Estambul, y Jorge Yiguerimian, el primer sacerdote armenio nacido en Bue-
nos Aires.
En el año 1970, el Rev. P. Karabachian es reemplazado por el Rev. P.
Clemente Maldjian, quien permaneció más de diez años, aportando su con-
curso a la construcción de la Iglesia propia y continuando “La Revista Ar-
menia”.
En el año 1981 el Santo Padre Juan Pablo II creó el Exarcado Apos-
tólico Armenio para América Latina con sede en Buenos aires y nombro el
primer Obispo: Mons. Vartan W. Boghossian, sdb.
En el año 1989, la argentina fue separada del Exarcado y elevada a
Eparquía con el título de “San Gregorio de Narek”.

III. LA LITURGIA RITUAL ARMENIA


Con la llegada del cristianismo a Armenia por medio de la Iglesia del
Ponto y Capadocia, de la Iglesia Siria, casi simultáneamente penetraron
también en las lenguas griegas y sirias dos corrientes litúrgicas.
A fines del siglo III, San Gregorio el Iluminador -fundando la jerar-
quía Armenia en dependencia de la Cesarea de Capadocia- daba la preemi-
nencia a la tradición capadociana. Es así que la antigua liturgia de San Ba-
silio se hallaba en uso entre los Armenios desde el siglo IV, y se mantuvo
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 293

más o menos en su primitiva pureza hasta el siglo V. Es evidente que duran-


te este primer período, en Armenia meridional, para el uso de la liturgia, pre-
valeció el uso de la lengua siria.
Con la invención del nuevo alfabeto armenio, a comienzos del siglo
V, el idioma armenio se convierte en lengua litúrgica. Las Sagradas Escritu-
ras, los Santos Padres, las liturgias vigentes, el Divino Oficio, todo fue tra-
ducido al armenio. Como en otros campos, también en el litúrgico, fue usa-
do el método electivo: varios elementos de diversas liturgias ya existentes
fueron armoniosamente fusionados y juntos dieron origen a aquella liturgia
que fue dominante en Armenia.
La liturgia armenia en su estado actual es el resultado de la fusión de
cuatro influencias: de Bizancio y de Siria vinieron los primeros portadores
de la fe cristiana que propagaron su cultura y su lengua hasta la armeniza-
ción de la liturgia al comienzo del siglo V. Los cruzados del siglo XI arriba-
ron a el recientemente establecido el “Reino Armenio de Cilicia” (1071) y
la latinización se manifestó en el afecto a elementos de la tradición iglesia
“gregoriana” (uso del pan ázimo, báculo, mitra y anillo pontificales). Final-
mente, el firme nacionalismo armenio marcó en varias ocasiones los usos
litúrgicos: las antiguas familias de sacerdotes paganos convertidos al cristia-
nismo adaptaron sus vestiduras a la nueva fe. Después de un largo período
de formación, la liturgia armenia apareció en el siglo XV como un derivado
del rito bizantino y anteriormente del rito antioqueno.

1. La “Divina Liturgia”
Al principio, dos anáforas, de carácter secundario, que llegaron en
nombre de San Gregorio el Iluminador y de San Isaac el Grande (siglo V),
son en realidad, anáforas prebizantinas de San Basilio.
Después de la introducción de la lengua armenia, la Divina Liturgia
es conocida por los escritores bajo el nombre de San Atanasio, que quizás
debiera atribuirse más oportunamente a San Gregorio Nacianceno. Esta se-
lección para la obra litúrgica se cree fue hecha por el patriarca Juan Manta-
guni a fines del siglo V.
En esta liturgia, compuesta sobre fondo de una antigua liturgia de San
Basilio, con elementos de tradiciones capadocianas y también sirias, resal-
ta el elemento de la liturgia propiamente dicha de San Juan Crisóstomo, so-
bre todo en la primera parte, es decir, en la parte de la Misa de los Catecú-
menos.
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294 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

La Misa actual, entonces, substancialmente es aquella primitiva, con


algunas oraciones tomadas de la Liturgia de San Juan Crisóstomo. En el si-
glo XIII, a esta liturgia típicamente armenia fueron agregados el Confiteor,
el Salmo XLII, que se dicen al principio de la Misa delante de las gradas del
altar y el último Evangelio de San Juan. En principio esta inclusión fue atri-
buida a la liturgia romana.
Actualmente en la Iglesia Armenia, existe una única Liturgia en uso
para todo el año. Ella no varia, sino en la primera parte, según los días y las
fiestas litúrgicas. El pan usado es el ázimo, conforme a la más antigua tra-
dición apostólica.
Los ornamentos del celebrante son:
1. el alba blanca (antiguamente se usaba estikarion griego); 2. la so-
bremanga; 3. la estola (o sea epitrakelion de los griegos); 4. el cinturón (que
recuerda el cinturón real con piedras preciosas); 5. el sobre humeral (vagas
en armenio); 6. la Capa Pluvial; 7. la Corona real para el sacerdote (Mitra,
si el celebrante es Obispo).
El uso de la “Mitra” data de la Edad Media. Aparte, los Obispos lle-
van en la cadera epigonathion y sobre la espalda omofrion griego. Por fin el
Patriarca lleva también el palio que recibe del Romano Pontífice. Los Obis-
pos durante la sagrada liturgia calzan sandalias bordadas.
Los diáconos y los ministros inferiores, como los cantores del coro,
llevan esticarion o túnica; los diáconos visten también urar (orarion) que es
una estola larga que cuelga a los dos lados de la espalda izquierda. Loa ar-
chidiáconos acostumbran llevar también la Corona sacerdotal en las litur-
gias solemnes patriarcales.
Desde la Edad Media en adelante, los Obispos llevan el báculo pas-
toral latino, mientras que los sacerdotes llevan el bastón pastoral, rematado
en dos serpientes trenzadas y todos los celebrantes tienen también en la ma-
no una pequeña cruz, Con la cual bendicen a los fieles. Durante la Misa can-
tada, se hace uso también de los flabellos, una especie de abanicos.
En las Iglesias Armenias, el Altar Mayor es el único litúrgico y se ha-
lla situado mirando al Oriente; tiene delante una ancha plataforma para los
ministros, algo elevada del Coro por algunos escalones; el Coro a su vez se
halla elevado por dos escalones del plano de la iglesia donde se encuentran
los fieles. A la derecha del altar mayor está el oblatorio sobre el cual se pre-
para la materia para el santo sacrificio. Una gran cortina delante de la plata-
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UNA APROXIMACIÓN A LA TRADICIÓN ARMENIA 295

forma, cubre en ciertos momentos de la liturgia el altar mayor, aislando así


al celebrante del Coro y de los fieles.
En la Misa de rito armenio, en líneas generales, se distinguen:
• la liturgia de los catecúmenos (el introito, el trisagio, la lectura
de la Epístola y del Evangelio, el Credo, las oraciones y la invi-
tación a loS catecúmenos de salir);
• la liturgia de los fieles (el ofertorio, la anáfora, la consagración,
la anámnesis, la epíclesis, los dípticos, el Padre Nuestro, la ben-
dición [la elevación] Con Sagradas Especies, la comunión del ce-
lebrante, los cantos de acción de gracias, último Evangelio, la
despedida del celebrante y finaliza Con la distribución del pan
bendito).

2. Los sacramentos de la iniciación cristiana


El ministro de estos sacramentos es sacerdote, los diáconos no pue-
den bautizar. El sacerdote [presbítero] es también el ministro ordinario del
sacramento de la confirmación.
En general administran junto los sacramentos del bautismo y la “cris-
mación” (usan el nombre de la confirmación). La profesión de la fe se ha-
ce antes de la unción con óleo de los catecúmenos. No existe la signación
de la santa cruz ni los exorcismos, después de la bendición del agua, se in-
funde el santo crisma. En el momento del bautismo el ministro primero echa
tres veces el agua en la cabeza del niño y después lo inmerge tres veces en
la fuente bautismal.
Sigue la confirmación (la imposición de las manos, el momento de la
confirmación, después tienen lugar las unciones: de los ojos, los oídos, la
nariz, la boca, las palmas de las manos, el corazón, la espalda y las plantas
de los pies).
Después la bendición y la entrega de las vestimentas, entrega de las
velas, presentación del niño a Dios y rito final con el Padre Nuestro y la des-
pedida.

3. Otros aspectos litúrgicos


Dejamos para otra ocasión el rito el sacramento del matrimonio, que
invita a un estudio particularizado, dada la singularidad de algunos de sus
momentos.
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296 Fernando Hugo RODRÍGUEZ

La liturgia de otros sacramentos tiene mucha influencia latina y es


muy parecida. En el sacramento del orden conservan todas las órdenes me-
nores, tal como en la Iglesia Latina antes de la reforma.
La división de los Oficios Divinos es semejante a la de con un oficio
nocturno y siete diurnos: maitines, cuatro horas menores, vísperas y com-
pletas. La himnografía armenia esta codificada en la colección Sara kan,
que comprende los 1.166 himnos que se cantan durante los diferentes ofi-
cios de cada día a lo largo del año litúrgico. Los cánticos armenios, antiquí-
simos, eran antes ejecutados a una sola voz; hoy son polifónicos, pero con-
servando siempre el estilo musical que le es propio.
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AADC XVI (2009-2010) 297-310

MAGISTERIO, DISENSO Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA

Hugo Adrián VON USTINOV

SUMARIO: I. Introducción: la Profesión de Fe. II. El primer párrafo final. III.


El tercer párrafo final. IV. El segundo párrafo final. V. Conclusiones.

I.- INTRODUCCIÓN: EL TEXTO DE LA PROFESIÓN DE FE


Al momento de fundar su Iglesia, Nuestro Señor confió a sus apósto-
les la misión de enseñar a todas las gentes, bautizándolas (…) y enseñando
a observar cuanto él les había mandado1, con la promesa de asistirlos hasta
el final de los tiempos2.
La Tradición de la Iglesia entiende que estas palabras del Señor inclu-
yen la tarea de interpretar auténticamente las normas de la ley natural, al
menos en aquellos de sus aspectos que están íntimamente conexos con los
datos de fe, de tal manera que si no pudiera hacerlo no podría proclamar y
defender el dogma mismo3.

1 Cf. Mt 28, 19-20.


2 Ibidem.
3 Cf. p. ej. PAULO VI, Enc. Humane Vitae n. 4: Ningún fiel querrá negar que corres-
ponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar también la ley moral natural. Es, en efecto,
incontrovertible —como tantas veces han declarado nuestros predecesores— que Jesucristo,
al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas
las gentes sus mandamientos), los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de to-
da ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de
la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse.
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298 Hugo Adrián VON USTINOV

Se trata, en todos los casos, de verdades a las que puede acceder la ra-
zón natural y que son necesarias para comprender la fe. A la vez, la garan-
tía de la asistencia divina hace posible que el dato de fe permita a la razón
trascender sus propios límites4.
Esas verdades, que pertenecen de suyo al orden de la razón, son –por
tanto– afirmadas y enseñadas en modo definitivo, sin que encuentren su
fundamento inmediato en las fuentes bíblicas.

4 CDF, Instrucción Donum Veritatis sobre la vocación eclesial del teólogo, del 24 de
marzo de 1990: 15. Para poder cumplir plenamente el oficio que se les ha confiado de ense-
nar el Evangelio y de interpretar auténticamente la revelación, Jesucristo prometió a los pas-
tores de la Iglesia la asistencia del Espíritu Santo. El les dio en especial el carisma de la in-
falibilidad para aquello que se refiere a las materias de fe y costumbres. El ejercicio de este
carisma reviste diversas modalidades. Se ejerce, en particular, cuando los obispos, en unión
con su cabeza visible, en acto colegial, como sucede en los concilios ecuménicos, proclaman
una doctrina, o cuando el Romano Pontífice, ejerciendo su función de Pastor y Doctor supre-
mo de todos los cristianos, proclama una doctrina “ex cathedra”. 16. El oficio de conservar
santamente y de exponer con fidelidad el depósito de la revelación divina implica, por su misma
naturaleza, que el Magisterio pueda proponer “de modo definitivo” enunciados que, aunque no
estén contenidos en las verdades de fe, se encuentran sin embargo íntimamente ligados a ellas, de
tal manera que el carácter definitivo de esas afirmaciones deriva, en ultimo análisis, de la misma
Revelación.Lo concerniente a la moral puede ser objeto del magisterio auténtico, porque el Evan-
gelio, que es palabra de vida, inspira y dirige todo el campo del obrar humano. El Magisterio,
pues, tiene el oficio de discernir, por medio de juicios normativos para la conciencia de los fie-
les, los actos que en si mismos son conformes a las exigencias de la fe y promueven su expresión
en la vida, como también aquellos que, por el contrario, por su malicia son incompatibles con es-
tas exigencias. Debido al lazo que existe entre el orden de la creación y el orden de la redención,
y debido a la necesidad de conocer y observar toda la ley moral para la salvación, la competen-
cia del Magisterio se extiende también a lo que se refiere a la ley natural. Por otra parte, la Reve-
lación contiene enseñanzas morales que de por si podrían ser conocidas por la razón natural, pe-
ro cuyo acceso se hace difícil por la condición del hombre pecador. Es doctrina de fe que estas
normas morales pueden ser ensenadas infaliblemente por el Magisterio. 17. Se da también la
asistencia divina a los sucesores de los Apóstoles, que ensenan en comunión con el sucesor
de Pedro, y, en particular, al Romano Pontífice, Pastor de toda la iglesia cuando, sin llegar a
una definición infalible y sin pronunciarse en “modo definitivo”, en el ejercicio del magiste-
rio ordinario proponen una enseñanza que conduce a una mejor comprensión de la Revela-
ción en materia de fe y costumbres, y ofrecen directivas morales derivadas de esta enseñan-
za. Hay que tener en cuenta, pues, el carácter propio de cada una de las intervenciones del
Magisterio y la medida en que se encuentra implicada su autoridad; pero también el hecho
de que todas ellas derivan de la misma fuente, es decir, de Cristo que quiere que su pueblo
camine en la verdad plena. Por este mismo motivo las decisiones magisteriales en materia de
disciplina, aunque no estén garantizadas por el carisma de la infalibilidad, no están despro-
vistas de la asistencia divina y requieren la adhesión de los fieles.
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MAGISTERIO, DISENSO Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA 299

Las preguntas que se imponen son:


1. ¿En qué medida y de qué modo el fiel católico ha de prestar su
adhesión a dicha enseñanza?
2. ¿Cabe la posibilidad de objetar en conciencia una enseñanza ma-
gisterial que zanja una cuestión hasta ese momento controverti-
da o que presenta vacilaciones entre los autores católicos?
Para dar respuestas a estos interrogantes, puede ser muy útil conside-
rar el texto de la versión actual de la “Profesión de Fe”5, publicado por la
Santa Sede (por medio de la Congregación para la Doctrina de la Fe6) y que
entró en vigor el 1 de marzo de 1989, para los casos en que las normas de
Derecho canónico exigen esa profesión de fe. Este texto recoge, como los
anteriormente vigentes, el Símbolo niceno-constantinopolitano, es decir la
fórmula del Credo de la Santa Misa, y después consta de tres párrafos bre-
ves en los que se expresan los diversos tipos de asentimiento debidos por los
fieles católicos a las diversas formas de Magisterio.
Pero, a ese texto, hay que sumar las disposiciones tomadas por el Su-
premo Legislador en orden a tutelar adecuadamente el derecho de los fieles
a ser destinatarios de la enseñanza auténtica de la Iglesia de Cristo7. Esas
normas están contenidas en el Código de Derecho Canónico (1983) para la
Iglesia latina y en el Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990) pa-
ra las Iglesias orientales católicas. A las normas codiciales, hay que añadir las
sancionadas en 1998 por medio del Motu Proprio Ad Tuendam Fidem.
Veamos entonces los tres párrafos finales de la Profesión de Fe.

II.- EL PRIMER PÁRRAFO FINAL


El primero de esos párrafos dice así: Firma fide quoque credo ea omnia
quae in verbo Dei scripto vel tradito continentur et ab Ecclesiae sive sollemni iu-

5 Cf. AAS 81 (1989), pág. 105.


6 En adelante, cit. como CDF.
7 CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO (en adelante CIC83) can. 213: Los fieles tienen el
derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia,
principalmente la palabra de Dios y los sacramentos. También can. 217: Los fieles, puesto
que están llamados por el bautismo a llevar una vida congruente con la doctrina evangéli-
ca tienen el derecho a una educación cristiana por la que se les instruya convenientemente
en orden a conseguir la madurez de la persona humana y al mismo tiempo conocer y vivir
el misterio de la salvación.
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300 Hugo Adrián VON USTINOV

dicio sive ordinario et universali Magisterio tamquam divinitus revelata credenda


proponuntur8.
Sobre este punto, parece acertado subrayar los siguientes aspectos:
a) Se debe asentimiento de fe teologal a todo lo que la Iglesia pro-
pone para ser creído como divinamente revelado, mediante un
juicio solemne (es decir, definiciones de los Concilios ecuméni-
cos y de los Romanos Pontífices ex cathedra) o mediante el Ma-
gisterio ordinario universal; es decir, mediante una de las tres
formas en que se da infalibilidad en la enseñanza oficial de la
Iglesia9.
b) La firmeza de este asentimiento es la misma que se debe al Sím-
bolo de la Fe (o fórmula del Credo), como resulta patente por en-
contrarse este párrafo a continuación del Símbolo y comenzar di-
ciendo firma fide quoque credo... (“creo también con fe fir-
me...”).
c) Es oportuno señalar que en este párrafo se reafirma una verdad
de capital importancia: que la Iglesia no recibe la Palabra de Dios
–el contenido de la Revelación– sólo en la Sagrada Escritura, sino
también en la Tradición (...ea omnia quae in verbo Dei scripto vel
tradito continentur...: todas aquellas cosas contenidas en la pala-
bra de Dios escrita o ‘entregada’)10. Este aspecto distingue neta-
mente la fe católica de las confesiones cristianas de raíz luterana,
que sólo admiten los textos de la Sagrada Escritura como regla
de fe (principio de la ‘sola Scriptura’), y aun esto en la exclusi-
va medida en que, según el particular juicio del intérprete, una
proposición determinada se encuentre efectivamente en los li-
bros sagrados (principio de la ‘libre interpretación’ de la Escritu-
ra sagrada).

8 Traducido al castellano, dice: Creo también con fe firme todo aquello (ea omnia:
todas aquellas cosas) que se contiene en la palabra de Dios escrita o ‘entregada’ (es decir,
recibida o contenida en la Tradición) y que es propuesto por la Iglesia para ser creído como
divinamente revelado, sea por juicio solemne o por el Magisterio ordinario y universal.
9 Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. Dei Filius, cap. 3 (DS 3011); CONC. VATICANO
II, Const. Lumen Gentium, n. 25; C.I.C., can. 749 y 750.
10 Sobre este punto, cf., p. ej., CONCILIO VATICANO II, Const. Dei Verbum, nn. 8-10.
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MAGISTERIO, DISENSO Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA 301

La tutela jurídica de este principio se encuentra expresada en el canon


750 § 111 (CCEO 598). Y en el canon 1364 § 112 (CCEO 1436 § 1). No plan-
tea mayores dificultades en su comprensión y tratamiento.

III.- EL TERCER PÁRRAFO FINAL


El último párrafo de la Profesión de Fe dice: Insuper religioso volunta-
tis et intellectus obsequio doctrinis adhaereo quas sive Romanus Pontifex sive Co-
llegium episcoporum enuntiant cum Magisterium authenticum exercent etsi non di-
finitivo actu easdem proclamare intendant13:
a) En este supuesto, se trata del asentimiento debido a las enseñan-
zas del Magisterio ordinario cuando no propone una doctrina en
modo definitivo. Este magisterio está constituido, en primer lu-
gar, por las enseñanzas del Romano Pontífice y del entero Cole-
gio episcopal, y a ellas se refiere este párrafo de la Profesión de
Fe. En segundo lugar, el mismo género de adhesión interna lo de-

11 CIC83, can. 750: “Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se con-
tiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir en el único depósi-
to de la fe encomendado a la Iglesia y que además es propuesto como revelado por Dios, ya
sea por el magisterio solemne de la Iglesia ya sea por su magisterio ordinario y universal,
que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio;
por tanto todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria.”
12 CIC83 can. 1364: “§ 1. El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en
excomunión latae sententiae, quedando firme lo prescrito en el c. 194 § 1, 2; el clérigo pue-
de ser castigado además con las penas enumeradas en el c. 1336 § 1, 1º, 2º y 3º; § 2. Si lo
requiere la contumacia prolongada o la gravedad del escándalo, se pueden añadir otras pe-
nas, sin exceptuar la expulsión del estado clerical.” [can. 194 § 1, 2º: “Queda de propio de-
recho removido del oficio eclesiástico (…) quien se ha apartado públicamente de la fe cató-
lica o de la comunión de la Iglesia”; can. 1336 § 1, 1º, 2º y 3º: “Además de otras que pudie-
ra establecer la ley, las penas expiatorias susceptibles de afectar al delincuente perpetua-
mente o por un tiempo determinado o indeterminado, son las siguientes: 1º la prohibición o
mandato de residir en un determinado lugar o territorio; 2º la privación de la potestad, ofi-
cio, cargo, derecho, privilegio, facultad, gracia, título o distintivo, aun meramente honorífi-
co; 3º la prohibición de ejercer los actos que se enumeran en el n. 2º, o la prohibición de
ejercerlos en un determinado lugar o fuera de un lugar determinado; pero estas prohibicio-
nes nunca son bajo pena de nulidad”.]
13 Traducido al castellano dice: Además, con religioso asentimiento (religioso obse-
quio) del entendimiento y de la voluntad, adhiero a las enseñanzas (o doctrinas) enunciadas
ya por el Romano Pontífice ya por el Colegio de los obispos, al ejercer su Magisterio autén-
tico, aunque no tengan la intención de proclamarlas con un acto (de magisterio) definitivo.
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302 Hugo Adrián VON USTINOV

be cada fiel católico también al Magisterio ordinario de su pro-


pio obispo14.
b) Este asentimiento es descrito –con palabras tomadas de la Cons-
titución Lumen Gentium n. 25–, como “obsequio religioso”: esto
significa que es un asentimiento que se presta por motivo religio-
so (concretamente, por la autoridad de Cristo, participada a los
órganos del Magisterio eclesiástico), y no por motivos puramen-
te racionales (p. ej. su rigor lógico), o por otros motivos huma-
nos (el carácter más o menos brillante de la exposición, la auto-
ridad moral del maestro, etc.). Se dice, por otra parte, que es un
“obsequio” de la voluntad y del intelecto, para indicar que es una
adhesión intelectual (es decir, una verdadera aceptación intelec-
tual de la doctrina) pero movida por la voluntad.
c) En consecuencia, este “obsequio religioso” es un verdadero asen-
timiento intelectual, pero no definitivo, como no es definitivo el
acto del Magisterio al que se refiere. Este carácter no comporta
que sea un asentimiento sin certeza, sino que se trata de una cer-
teza menor que la correspondiente a la fe teologal en las verdades
definidas.
d) Tratándose de Magisterio y de asentimiento no definitivos, cabe
la posibilidad de un cambio posterior. En efecto, el asentimiento
no definitivo del fiel debe pasar a ser definitivo si, con posterio-
ridad, una determinada doctrina es enseñada por el Magisterio
ordinario universal como definitiva (o, desde luego, si diese lu-
gar a una definición dogmática). En abstracto, podría suceder
también lo contrario: que el asentimiento no definitivo debiese
desaparecer, pero esto sólo podría suceder si la correspondiente
enseñanza no definitiva fuese modificada de modo expreso por
el mismo Magisterio. Desde luego, no consideramos aquí el ca-
so posible (y más de una vez acaecido en la Historia: basta recor-
dar la crisis del arrianismo en el s. IV, o los obispos que pasaron
al anglicanismo en el s. XVI), de uno o más obispos que propon-
gan tesis contrarias a lo que ya es doctrina definitiva de la Igle-
sia o tesis contrarias a explícitas enseñanzas del Papa para toda
la Iglesia, pues entonces su Magisterio no sería auténtico, por de-

14 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen Gentium, n. 25; CIC83, cánn. 752 y 753.
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MAGISTERIO, DISENSO Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA 303

fecto de la necesaria comunión con el Romano Pontífice y el Co-


legio episcopal.

La tutela jurídica de este principio se encuentra en el canon 75215


(CCEO 599). Y el can. 1371 establece: “Debe ser castigado con una pena
justa [preceptiva indeterminada]: 1º quien fuera del caso que trata el c. 1364
§ 1, enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Con-
cilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina descrita en el can. 752
y, amonestado por la Sede Apostólica o por el Ordinario, no se retracta”16.

IV.- EL SEGUNDO PÁRRAFO FINAL


El contenido del párrafo presenta ciertamente un especial interés. Di-
ce así: Firmiter etiam amplector ac retineo omnia et singula quae circa doctrinam
de fide vel moribus ab eadem definitive proponuntur17:
a) Se trata ahora de enseñanzas propuestas en modo definitivo [aun-
que no como divinamente reveladas: ver apartado b), a continua-
ción]. Es importante tener en cuenta que no se habla aquí de que
simplemente se proponga una “doctrina como definitiva”, sino
que se propone la doctrina “en modo definitivo”; es decir, que el
carácter de definitivo se refiere al acto con que se enseña, no a la
doctrina (que siempre que sea enseñada como verdadera, obvia-
mente es considerada como definitiva, a menos que sea expues-
ta explícitamente como sólo probable, o como una sugerencia de
tipo práctico, o como lo que parece más adecuado en unas cir-

15 CIC83, can. 752: “Se ha de prestar un asentimiento religioso del entendimiento y


de la voluntad, sin que llegue a ser de fe, a la doctrina que el Sumo Pontífice o el Colegio
de los Obispos, en el ejercicio de su magisterio auténtico, enseñan acerca de la fe y de las
costumbres, aunque no sea su intención proclamarla con un acto decisiorio; por tanto, los
fieles cuiden de evitar todo lo que no sea congruente con la misma”.
16 Sin embargo, como veremos, en 1998, este canon fue modificado: [Debe ser cas-
tigado con una pena justa] 1º quien, fuera del caso que trata el c. 1364, § 1, enseña una doc-
trina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinaz-
mente la doctrina descrita en el can. 750, § 2 o en el can. 752, y, amonestado por la Sede
Apostólica o por el Ordinario, no se retracta;
17 Traducido al castellano dice: También adhiero y sostengo (literalmente: abrazo y
retengo) todo aquello y cada una de las cosas (eso significa omnia et singula) que son pro-
puestas por la misma (eadem: la misma Iglesia) acerca de la doctrina de fe o costumbres
(moral) de modo definitivo (literal: definitivamente).
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304 Hugo Adrián VON USTINOV

cunstancias determinadas pero variables, etc.). De hecho, actos


definitivos del Magisterio son sólo las definiciones ex-cathedra
del Papa y de los concilios ecuménicos. Pero hay también ense-
ñanza infalible cuando el Papa y la totalidad moral del Episcopa-
do coinciden en enseñar como definitiva (definitive tenenda) una
doctrina en su Magisterio ordinario (es decir mediante actos que,
singularmente considerados, no son definitivos en sí mismos):
éste es, precisamente el caso del llamado Magisterio ordinario
universal a cuya infalibilidad se refirió Juan Pablo II, por ejem-
plo, al decir que “puede verdaderamente ser considerado como la
forma habitual de la infalibilidad de la Iglesia”18.
b) Conviene insistir en que este párrafo se refiere a doctrinas ense-
ñadas definitivamente, si bien no como reveladas por Dios. Co-
mo es natural esas verdades han de tener relación con la fe o las
costumbres, porque de lo contrario no caerían dentro de la com-
petencia del Magisterio eclesiástico. Se reafirma así, entre otras
cosas, que la Iglesia puede enseñar infaliblemente no sólo el con-
tenido de la Revelación, sino también otras verdades conexas
con la Revelación, cuya enseñanza sea necesaria para exponer y
defender como se debe la misma verdad revelada19.
c) El hecho de que estas enseñanzas estén revestidas de infalibili-
dad, pero no propongan una doctrina como revelada –porque no
lo sea, o porque sea aún dudoso si está o no contenida en las
fuentes de la Revelación (Sda. Escritura y/o Tradición)–, lleva
consigo que el asentimiento que exigen no sea el del acto de fe
teologal que se debe directamente sólo a la Revelación divina, si-
no un asentimiento que es descrito como “abrazar y tener (soste-

18 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos en visita ad limina,
15-X-1988, n. 4. Por ejemplo, si un Papa en una encíclica –que no contenga una definición ex
cathedra– propone una doctrina como definitiva, y esa misma doctrina la predican a la vez o
después la totalidad moral de los obispos también como definitiva, entonces se trata de una
enseñanza infalible del Magisterio ordinario universal, aunque no sean infalibles en sí mismos
ninguno de los actos singulares con que es enseñada. Por otra parte, también es infalible la
proclamación de que el alma de un determinado fiel difunto goza ya de la gloria celestial y,
por tanto, puede (beatificaciones) o debe (canonizaciones) recibir culto público (lo contrario
equivaldría a sostener que el Papa puede inducir por error a la Iglesia a un culto falso).
19 Cf. CDF, Declaración Mysterium Ecclesiae, 24-VI-1973, n. 3.
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MAGISTERIO, DISENSO Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA 305

ner, retener) firmemente”. Este acto, en cuanto a la fuerza del


asentimiento y a su carácter definitivo, es idéntico al asentimien-
to de fe (o por fe) teologal: de ahí que se diga “firmiter etiam am-
plector”, es decir “también abrazo firmemente”. Es una cuestión
teológica opinable determinar con mayor exactitud la naturaleza
de este asentimiento (es posible afirmar, por ejemplo que, en di-
cho asentimiento, la fe teologal está presente de modo indirecto,
en cuanto fe en la infalibilidad de la Iglesia).
d) Todo fiel católico debe, por tanto, asentimiento firme y definitivo
a las enseñanzas del Magisterio ordinario y universal. Como diji-
mos, ese asentimiento será directamente de fe o no, según se tra-
te de verdades propuestas como reveladas o no. Queda así puesto
de relieve, entre otras cosas, que “son de fe” —o, al menos, ense-
ñanzas definitivas o infalibles— muchas más verdades que las
contenidas en las solemnes definiciones dogmáticas. De hecho, si
tenemos en cuenta la amplitud del Magisterio ordinario de los Pa-
pas y de los demás Obispos en su ordinaria predicación de la doc-
trina de Cristo, bien puede decirse que toda la doctrina católica, al
menos en sus enunciados principales, está ya garantizada por la
infalibilidad con que su Fundador ha provisto a su Iglesia.

La tutela jurídica de estos principios no estaba presente en el Código


de Derecho Canónico sancionado en 1983. Por ese motivo, Juan Pablo II es-
timó oportuno agregar un párrafo al can. 750. Lo hizo en 1998, mediante el
MP Ad Tuendam Fidem. De manera que el párrafo 2 de ese canon, debe leer-
se así: § 2. Asimismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada
una de las cosas sobre la doctrina de la fe y las costumbres propuestas de
modo definitivo por el magisterio de la Iglesia, a saber, aquellas que son ne-
cesarias para custodiar santamente y exponer fielmente el mismo depósito
de la fe; se opone por tanto a la doctrina de la Iglesia católica quien recha-
za dichas proposiciones que deben retenerse en modo definitivo. Con el
mismo texto, se agregó un segundo párrafo al can 598 del CCEO.
Por necesaria concordancia, el Legislador agregó al texto del can.
1371 § 1 la referencia al apartado 2 del can. 750.
A la vez, en el CCEO el can. 1436 fue modificado y ahora dice así: §
2. Fuera de esos casos, quien rechaza pertinazmente una doctrina propuesta
de modo definitivo por el Romano Pontífice o por el Colegio de los Obis-
F anuario 227-322 p 7/16/11 4:40 PM Page 306

306 Hugo Adrián VON USTINOV

pos en el ejercicio del magisterio auténtico, o sostiene una doctrina que ha


sido condenada como errónea, y, habiendo sido legítimamente amonestado,
no se arrepiente, debe ser castigado con una pena conveniente.

V.- CONCLUSIONES
El examen de los tres párrafos finales de la Profesión de Fe nos han
permitido dar respuesta a la primera de las preguntas formuladas al princi-
pio: en qué medida y de qué modo el fiel católico ha de prestar su adhesión
a las enseñanzas magisteriales.
Pero también hace posible dar respuesta al segundo interrogante: si
cabe la posibilidad de objetar en conciencia una enseñanza magisterial que
zanja una cuestión hasta ese momento controvertida o que presenta vacila-
ciones entre los autores católicos.
No cabe duda alguna de que los fieles tienen el derecho y, en ocasio-
nes, también el deber de manifestar a los Pastores su opinión, sobre todo en
cuestiones en las que tienen particular competencia. Así lo expresa el canon
212 §§ 2 y 3 (CCEO 15). Pero el apartado § 1 del mismo canon, también
expresa la necesaria adhesión de los fieles a lo que los Pastores declaran co-
mo maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia20
De esa manera, habida cuenta de que la función magisterial es un ser-
vicio a la verdad y un servicio a la caridad, puesto que la ley suprema de la
Iglesia es la salvación de las almas; y habida cuenta de que, en el ejercicio
de su Magisterio la Iglesia cuenta con la asistencia divina sin la cual no po-
dría asegurar a todos los medios de salvación, la posibilidad de la objeción
de conciencia ante una enseñanza expuesta como definitiva resulta al menos
problemática.

20 CIC83, can. 212: § 1. Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están


obligados a seguir, por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en
cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen como recto-
res de la Iglesia. § 2. Los fieles tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus
necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos. § 3. Tienen el derecho, y a veces
incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifes-
tar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de
manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la
reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las
personas.
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MAGISTERIO, DISENSO Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA 307

En efecto, sobre todo cuando de las expresiones magisteriales se des-


prende que en ellas está comprometida la autoridad apostólica21 no puede
sino despertar perplejidad la tesis según la cual la objeción a las enseñanzas
magisteriales pueda ser compatible con el misterio de la Iglesia como comu-
nión22.
Es indispensable tener presente que la comunión eclesial implica
siempre una doble dimensión: vertical (comunión con Dios) y horizontal
(comunión entre los hombres)23. Además, el concepto de comunión, supo-
ne reconocerla como un don de Dios que expresa también la naturaleza sa-
cramental de la Iglesia mientras “caminamos lejos del Señor”, así como la
peculiar unidad que hace a los fieles ser miembros de un mismo Cuerpo, el
Cuerpo místico de Cristo, una comunidad orgánicamente estructurada (9:
Lumen Gentium 11.a), “un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hi-
jo y del Espíritu Santo”), dotado también de los medios adecuados para la
unión visible y social24.
La comunión en la Iglesia es, a la vez invisible y visible: invisible es
la de cada hombre con Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo; vi-
sible es la que se da en la doctrina de los Apóstoles, en los sacramentos y
en el orden jerárquico25. Entre ambas existe una íntima relación, de mane-
ra que mediante estos dones divinos, realidades bien visibles, Cristo ejerce
en la historia de diversos modos Su función profética, sacerdotal y real pa-
ra la salvación de los hombres (16: Lumen Gentium 25-27). Esta relación en-
tre los elementos invisibles y los elementos visibles de la comunión eclesial
es constitutiva de la Iglesia como Sacramento de salvación26.

21 Por ejemplo, PAULO VI, Enc. Humane Vitae n. 6: (…) habiendo examinado aten-
tamente la documentación que se nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas
plegarias, queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo nos confió, dar nuestra res-
puesta a estas graves cuestiones. También JUAN PABLO II en Enc. Evangelium Vitae n. 5: El
Consistorio extraordinario de Cardenales, celebrado en Roma del 4 al 7 de abril de 1991,
se dedicó al problema de las amenazas a la vida humana en nuestro tiempo. Después de un
amplio y profundo debate sobre el tema y sobre los desafíos presentados a toda la familia
humana y, en particular, a la comunidad cristiana, los Cardenales, con voto unánime, me pi-
dieron ratificar, con la autoridad del Sucesor de Pedro, el valor de la vida humana y su ca-
rácter inviolable, con relación a las circunstancias actuales y a los atentados que hoy la
amenazan.
22 Cf. CDF, Instrucción Communionis Notio, del 28 de mayo de 1992.
23 Ibidem, n. 3
24 Ibidem.
25 Ibidem, n. 4.
26 Ibidem.
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308 Hugo Adrián VON USTINOV

No sorprende, por lo tanto que la Instrucción Donum Veritatis, al di-


rigirse a los teólogos, recuerde que mientras la conciencia ilumina el juicio
práctico acerca de una decisión a tomar, en esta materia la cuestión se refie-
re a la verdad de un pronunciamiento doctrinal. Por otra parte, si bien es mo-
ralmente obligatorio seguir el juicio de la propia conciencia, también es pre-
ciso subrayar el deber de formarla: la conciencia no es una facultad inde-
pendiente e infalible, sino que debe estar iluminada por la fe y por la norma
moral objetiva, y tiene como presupuesto la voluntad de buscar el bien ver-
dadero. De ahí que la pretensión de erigir un supuesto magisterio de la con-
ciencia en oposición al Magisterio de la Iglesia lleve consigo sostener un
principio de libre examen incompatible con la economía de la Revelación y
su transmisión en la Iglesia. Por consiguiente, dicha tesis no resulta conci-
liable con una recta conceptualización de la teología como ciencia y del pa-
pel del teólogo en la Iglesia27.
Lo que hemos expuesto permite considerar el fenómeno –bastante
agudo en los últimos años– de cierta disposición de desconfianza o aun de
sospecha con relación al Magisterio de la Iglesia, expresado en declaracio-
nes públicas o actuaciones privadas de personas que reclaman un supuesto
“derecho a disentir” de las enseñanzas auténticas de la Iglesia28. Esta acti-
tud, como afirmó Juan Pablo II, “ha tenido dañosas repercusiones en la
conducta moral de un cierto número de fieles”29, en los que se ha fomenta-
do la tendencia “a ser selectivos en su adhesión a las enseñanzas de la Igle-

27 Cf. CDF, Instrucción Donum Veritatis, sobre la vocación eclesial del teólogo, n. 38.
28 CDF, Ibidem, n.32: Entre los factores que directa o indirectamente pueden ejer-
cer su influjo hay que tener en cuenta la ideología del liberalismo filosófico que impregna
la mentalidad de nuestra época. De allí proviene la tendencia a considerar que un juicio es
mucho más auténtico si procede del individuo que se apoya en sus propias fuerzas. De esta
manera se opone la libertad de pensamiento a la autoridad de la tradición, considerada
fuente de esclavitud. Una doctrina transmitida y generalmente acogida viene desde el pri-
mer momento marcada por la sospecha y su valor de verdad puesto en discusión. En defini-
tiva, la libertad de juicio así entendida importa más que la verdad misma. Se trata entonces
de algo muy diferente a la exigencia legitima de libertad en el sentido de ausencia de coac-
ción, como condición requerida para la búsqueda leal de la verdad. En virtud de esta exi-
gencia la iglesia ha sostenido siempre que “nadie puede ser forzado a abrazar la fe en con-
tra de su voluntad”.
29 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos en visita ad limina,
15-X-1988, n. 6.
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MAGISTERIO, DISENSO Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA 309

sia”30: es decir, a aceptar, entre las enseñanzas del Magisterio, sólo lo que
les parece acertado, después de someterlas a su juicio propio31.
Una tesis bastante frecuente consiste en afirmar que la mayor parte de
las enseñanzas del Magisterio no son infalibles y que, por tanto, pueden es-
tar equivocadas o son reformables. De ahí se seguiría la legitimidad de re-
cibirlas críticamente, sólo como una opinión autorizada. Acerca de esto, hay
que subrayar dos cosas:
a) Es verdad que no todas las enseñanzas del Magisterio eclesiástico
gozan del mismo grado de autoridad, pero no puede olvidarse que pertene-
ce a la fe católica el creer que, en todas sus manifestaciones, el Magisterio
auténtico de la Iglesia es ejercido con la autoridad de Cristo mismo32, y que
su específica fuerza vinculante –aunque en diversos grados– no proviene
propiamente de la solidez racional y científica de los argumentos que el mis-
mo Magisterio exponga para fundamentar y explicar la doctrina enseñada,
sino del carisma cierto de verdad que, según la misma fe católica, asiste a
los obispos en el ejercicio de la función magisterial33. Por eso, considerar
que allí donde aún no haya una enseñanza infalible tampoco hay seguridad
de doctrina ni, en consecuencia, obligación de prestar el propio asentimien-
to, connota una concepción equivocada –en el fondo, apartada de la fe–
acerca de la naturaleza misma del Magisterio y acerca de la asistencia del
Espíritu Santo a la Iglesia.
b) Además, la Iglesia cree también que no sólo hay Magisterio infa-
lible en las definiciones dogmáticas de los Concilios ecuménicos y en las
definiciones ex cathedra de los Papas, sino que también es infalible el Ma-
gisterio ordinario universal: es decir, el de los Obispos cuando, dispersos
por el mundo y manteniendo el vínculo de comunión con el Obispo de Ro-
ma (el Papa), en su ordinaria función de enseñar, coinciden en proponer co-
mo definitiva una doctrina relativa a la fe o a las costumbres34. Como ya se-
ñalamos (vid. nota n.18), el Magisterio ordinario universal, en palabras de

30 JUAN PABLO II, Discurso en Los Ángeles (EEUU), el 16-IX-1987.


31 En el mundo anglosajón, esta actitud ha sido denominada critical belonging, es
decir pertenencia crítica a la Iglesia. Este modo de razonar busca justificar el rechazo de la
enseñanza católica en cuestiones como son, por ejemplo, las relativas a la vida humana, a la
sexualidad humana y a la moral social.
32 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen Gentium, n. 25; Const. Dei Verbum, n. 10.
33 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Dei Verbum, n. 8.
34 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen Gentium, n. 25.
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310 Hugo Adrián VON USTINOV

Juan Pablo II, “puede verdaderamente ser considerado como la forma ha-
bitual de la infalibilidad de la Iglesia”.
Finalmente, al tratar de la realidad del Magisterio en la Iglesia y del
asentimiento que le es debido por parte de los fieles es preciso evitar consi-
derar la autoridad magisterial como una cortapisa o límite de la libertad. Por
el contrario, el Magisterio auténtico instituido por Jesucristo en su Iglesia es
un servicio a la verdad y una garantía de verdad. En ese sentido, enseña el
Concilio Vaticano II: “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de
Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la
Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo”35.
Citando al Vaticano II, también podemos leer en la Enc. Veritatis Splen-
dor: “Los cristianos tienen –como afirma el Concilio– en la Iglesia y en su
Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia: ‘Los cristia-
nos, al formar su conciencia, deben atender con diligencia a la doctrina cierta
y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es
maestra de verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Ver-
dad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar con su autoridad
los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana’
(Decl. sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 14). Por tanto, la auto-
ridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menos-
caba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo por-
que la libertad de conciencia no es nunca libertad ‘con respecto a’ la verdad,
sino siempre y sólo ‘en’ la verdad, sino también porque el Magisterio no pre-
senta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verda-
des que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la
fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia, ayudándola
a no ser zarandeada aquí y allá por cualquier viento de doctrina según el en-
gaño de los hombres (cf. Ef. 4, 14), a no desviarse de la verdad sobre el bien
del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones
más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella”36.
El fiel católico no se empeña en querer encontrar comprometido el
carisma de la infalibilidad donde no lo está, pero sí agradece a Dios que se
haya dignado participar su propia infalibilidad a la Iglesia, para que su luz
brille siempre en las tinieblas37.

35 CONCILIO VATICANO II, Const. Dei Verbum, n. 10.


36 JUAN PABLO II, Enc. Veritatis Splendor, n. 64.
37 CF. JN. 1, 4 SS.
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AADC XVI (2009-2010) 311-322

EL ACTOR Y EL CONVENIDO EN LA INSTRUCCIÓN


DIGNITAS CONNUBII

Mónica Mercedes VILLAMIL

SUMARIO: Introducción. I.- El actor y el convenido en el proceso de nulidad de


matrimonio. II.- Derecho de los no bautizados y acatólicos para im-
pugnar el matrimonio. III.- Los terceros legitimados para impugnar el
matrimonio. IV.- La no comparecencia de las partes; la declaración de
ausencia. V.- La presentación conjunta de la demanda de nulidad.

INTRODUCCIÓN
La Instrucción DC promulgada el 25 de Enero de 2005 vincula a los
Tribunales de la Iglesia católica latina y contiene 308 artículos distribuidos
en 15 títulos. El documento tiene como modelo la Instrucción Provida Ma-
ter Ecclesia, publicada el 15 de Agosto de 1936 por la entonces Sagrada
Congregación para la Disciplina de los Sacramentos. A semejanza de aqué-
lla, su finalidad principal –como dice en su introducción–, es ofrecer a los
jueces y demás ministros de los Tribunales eclesiásticos, un documento de
índole práctico que sirva de guía para cumplir mejor su trabajo en los pro-
cesos canónicos de nulidad matrimonial. De este modo se ha querido repe-
tir la experiencia positiva de la instrucción análoga Provida Mater de 1936.
Ambas instrucciones han sido publicadas dos décadas después de promul-
gados los respectivos Códigos de Derecho Canónico (el de 1917 y 1983) pa-
ra facilitar su consulta y aplicación.1

1 L´Osservatore Romano, 11-02-05, pág. 4, intervención del Cardenal J. Herranz,


presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos en la presentación de la Ins-
trucción el martes 8 de febrero de 2005.
F anuario 227-322 p 7/16/11 4:40 PM Page 312

312 Mónica Mercedes VILLAMIL

La Instrucción recogió, tras más de veinte años de aplicación del nue-


vo Codex, todo lo referido a los procesos canónicos de nulidad matrimonial
que en el código se encuentran esparcidas en sus diversas partes del Libro
VII2. Incluye como lo afirma en su introducción: las interpretaciones autén-
ticas del Consejo Pontificio para los textos legislativos, las respuestas del
Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, la Jurisprudencia de la Rota
Romana, como así también las alocuciones del Romano Pontífice al Tribu-
nal de la Rota, estos contenidos heterogéneos integran la Instrucción de for-
ma sistemática.
La DC está subordinada a la ley codicial y no puede por tanto dero-
gar la ley. No obstante cuando algún artículo de la DC parezca a primera
vista, no poder armonizarse con la prescripción codicial, hace falta valorar
la obligación sancionada en el canon 1691, es decir aplicar los cánones pro-
cesales sobre los juicios en general y sobre el juicio contencioso ordinario
al proceso de nulidad matrimonial teniendo en cuenta precisamente su pro-
pia y peculiar naturaleza (nisi rei natura obstet) en la expresión codicial.

I.- EL ACTOR Y EL CONVENIDO EN EL PROCESO DE NULIDAD DE MA-


TRIMONIO

El actor es la persona que tiene derecho a reclamar del juez la decla-


ración de un hecho jurídico es decir, definir un estado por medio de la cons-
tatación procesal de una realidad objetiva: la existencia de un vínculo válido
o nulo, e impugnar el matrimonio, pues existe un interés legítimo del afecta-
do en orden a saber con certeza qué condición jurídica tiene en el seno de la
Iglesia, lo que en estos casos conlleva además repercusiones morales.
Por lo tanto en las causas de nulidad de matrimonio, el actor es cual-
quiera de los cónyuges3 y también lo es el promotor de justicia.4 En efecto,
el promotor de justicia puede por derecho propio, en determinadas condicio-
nes, impugnar el matrimonio, cualquiera sea el motivo de la nulidad. La in-
tervención del promotor de justicia debe considerarse un modo extraordina-
rio lo cual se identifica con una razón grave de escándalo, cuando está en
juego el bien público de la Iglesia. En la práctica interviene en los casos de

2 Cáns.1400-1655 y 1671-1691.
3 Can. 1674, 1º.
4 Can. 1674, 2º.
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EL ACTOR Y EL CONVENIDO EN LA INSTRUCCIÓN DIGNITAS CONNUBII 313

bigamia –impedimento de ligamen5– y pide la nulidad de matrimonio, por


ejemplo, si la mujer se entera que su actual marido tiene un matrimonio
preexistente válido, y quiere seguir conviviendo como si fuera el segundo
un matrimonio válido, y la situación de bigamia se hubiera divulgado. En
ese supuesto para evitar el escándalo el promotor de justicia plantea la nu-
lidad de ese segundo matrimonio siguiendo la vía del proceso documental.
También la primera cónyuge puede pretender plantear la nulidad del segun-
do matrimonio por sentirse defraudada, y deberá acudir al promotor de jus-
ticia, para que él sea el que plantee la nulidad de ese matrimonio.
Ningún juez puede iniciar de oficio, o por derecho propio una causa
de nulidad, si los cónyuges o el promotor de justicia no han formulado una
petición6 (canon 1501).
Lo común es que uno de los cónyuges presente la nulidad del matri-
monio y reciba el nombre de parte actora. El otro cónyuge en el juicio reci-
be el nombre de parte convenida, si bien muchos textos emplean el término
parte demandada o demandado. Parecería más apropiado en las causas de
nulidad matrimonial hablar de la parte convenida, por la carencia de preten-
siones patrimoniales o de cuestiones estrictamente temporales, ya que sólo
se estudia y dirime si el vínculo matrimonial es válido o no. Conviene tener
en cuenta que las partes deciden incoar el proceso de nulidad de matrimo-
nio en muchas ocasiones por razones que pertenecen al ámbito de la con-
ciencia, de la moral y de un estilo de vida conforme a la doctrina que ense-
ña el magisterio de la Iglesia, respecto al sacramento del matrimonio. Es
preferible por eso, evitar expresiones que parecen indicar un necesario en-
frentamiento, una controversia entre los cónyuges implicados, como por
ejemplo “parte contraria”, “parte demandada”, que en los procesos matri-
moniales, significa de por sí solamente el otro cónyuge que no ha tomado la
iniciativa de introducir la causa, sino que debe ser convocado para partici-
par del proceso, a no ser que ya se haya presentando espontáneamente ante
el juez. En toda la Instrucción se evita sistemáticamente expresiones que pu-
dieran insinuar que en toda causa de nulidad debe haber un conflicto entre
los cónyuges.
Si una de las partes está privada del uso de razón deberá comparecer
en juicio por medio de un curador7. En cambio, los menores en las causas

5 Can. 1085.
6 Can. 1501.
7 Can. 1478
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314 Mónica Mercedes VILLAMIL

de nulidad de matrimonio pueden actuar por sí mismos, sin el consentimien-


to de sus padres o tutores8 si hubieren cumplido catorce años y tuvieren uso
de razón. Las causas espirituales y las conexas con ella, según la doctrina
consolidada, son aquellas en las que la Iglesia tiene una potestad propia y
exclusiva.9

II.- DERECHO DE LOS NO BAUTIZADOS Y ACATÓLICOS PARA


IMPUGNAR EL MATRIMONIO

El canon 1476 indica quiénes pueden ser partes en una causa y espe-
cifica que cualquier persona, esté o no bautizada, puede demandar en juicio
y la parte legítimamente demandada tiene obligación de responder. Después
del Concilio Vaticano II, la Iglesia permite a cualquier persona esté o no
bautizada presentar su petición ante los tribunales eclesiásticos, porque la
Iglesia está al servicio de todos los hombres, y defiende sus derechos por el
mero hecho de ser persona humana.
En el CIC del 17 no estaba reconocido el derecho de acción no sólo
a aquellos que no estaban bautizados, sino también a los que habiendo reci-
bido el bautismo estaban afectados por una sanción o pena canónica. La ley
no negaba el derecho a ser parte sino sólo el ejercicio del derecho, es decir
la legitimación para actuar en el caso concreto.
Por otro lado el canon 1671 establece que “las causas matrimoniales
de los bautizados corresponden al juez eclesiástico por derecho propio”.
Además el canon 1059 se limita a afirmar que “el matrimonio de los
católicos, aunque esté bautizado uno solo de los contrayentes, se rige no só-
lo por el derecho divino, sino también por el canónico, sin perjuicio de la
competencia de la potestad civil sobre los efectos meramente civiles del
mismo matrimonio”.
La falta de correspondencia entre ambos cánones, ha planteado diver-
sos interrogantes, uno de los cuales es el derecho aplicable –sustantivo y
procesal– cuando el juez eclesiástico deba conocer sobre la validez o no del
matrimonio de los bautizados no católicos, ya que la Iglesia también viene
admitiendo su competencia para juzgar sobre la validez o no de los matri-
monios de los no bautizados.

8 Can. 1478 § 3.
9 Can. 1401, 1º.
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EL ACTOR Y EL CONVENIDO EN LA INSTRUCCIÓN DIGNITAS CONNUBII 315

El CIC nada dice sobre esta cuestión, mientras que el Código de Cá-
nones de las Iglesias Orientales establece muy acertadamente, normas al
respecto en los cánones 780 y 781.
La Instrucción Dignitas Connubii ha venido a colmar una laguna del
derecho que el Código no regulaba el matrimonio de los bautizados occi-
dentales acatólicos. Para ello, ha sistematizado con buen criterio en sus ar-
tículos 2, 3 y 4 el desarrollo operado en esta materia por la doctrina, los pro-
nunciamientos del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y la juris-
prudencia del Tribunal de la Rota Romana.
La Instrucción establece, como punto de partida, que el juez eclesiás-
tico pueda conocer las causas de nulidad matrimonial de los acatólicos es-
tén o no bautizados, “en las que quede probado ante la Iglesia Católica el
estado libre, de al menos, uno de los contrayentes”10 respetando el princi-
pio del canon 1501, el juez no puede juzgar causa alguna a no ser que haya
una petición de la parte que tenga derecho a impugnar el matrimonio.
Establecido estos principios, la Instrucción fija las normas sustantivas
y procesales, que el juez eclesiástico debe observar cuando juzgue sobre la
nulidad del matrimonio de los acatólicos, sean o no bautizados..
En relación con las normas procesales, la Instrucción recuerda que “la
nulidad se regirá por las normas del derecho procesal canónico”.11
En relación con las normas sustantivas, los principios que se deben
aplicar en estos casos son los siguientes:
1. Bautizados orientales acatólicos: su matrimonio se regula por el
derecho propio de la Iglesia a la que pertenecen, teniendo en
cuenta además que siempre y cuando al menos uno de los con-
trayentes sea fiel de una Iglesia oriental acatólica y que el matri-
monio se debe celebrar con el rito sagrado.12
2. Bautizados occidentales acatólicos: generalmente las Iglesias o
Comunidades eclesiales a las que pertenecen no disponen de de-
recho matrimonial propio por lo que hay que tener en cuenta el
derecho que respeta la Comunidad eclesial a la que pertenecen,
que suele ser el de la Nación o Estado.13

10 Art. 3 § 2.
11 Art. 4 § 2, 1º.
12 Art. 2 § 2, 1º y art. 4 § 1, 2º.
13 Art. 2 § 2, 2º y art. 4 § 1, 2º.
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316 Mónica Mercedes VILLAMIL

3. No bautizados: la Instrucción recuerda que “la nulidad del matri-


monio se dirimirá, con la salvedad del derecho divino sobre la
base del derecho al que los contrayentes estuvieren sujetos en el
momento de celebrar el matrimonio.14
La Instrucción igualmente recuerda, que un Tribunal de la Iglesia la-
tina puede conocer las causas de nulidad de matrimonio de católicos de otra
iglesia (católica) sui iuris15 determinando que en estos casos,”el tribunal de
la Iglesia latina….deberá proceder con arreglo a las normas de su propia ley
procesal, pero la nulidad del matrimonio habrá de comprobarse con arreglo
a las leyes de la Iglesia sui iuris de la que las partes son fieles”16. Se aplica
el derecho sustantivo de la iglesia católica sui iuris de que se trate pero se
aplica el derecho procesal de la iglesia latina. Esta situación procede ipso iu-
re cuando no hay en el territorio, además del Ordinario del lugar de la Igle-
sia latina, otro Jerarca local de cualquier Iglesia sui iuris, o donde la cura
pastoral de los fieles de la Iglesia sui iuris de que se trate haya sido enco-
mendada al Ordinario del lugar de la Iglesia latina, por designación de la Se-
de Apostólica o al menos con su consentimiento.17
La Instrucción no trata los procesos para obtener la disolución del
vínculo matrimonial en los casos de matrimonio rato y no consumado y del
privilegio de la fe, sino solamente los procesos de declaración de nulidad de
matrimonio.18
La DC se hace eco de lo establecido en el CIC acerca de las partes en
la causa y en el art. 92 considera hábiles a los cónyuges, e incorpora las pa-
labras sean o no católicos, para impugnar el matrimonio. Cita como fuente
al artículo 3 § 2 y al canon 1674, nº 1 que en el CIC solo habilitaba a los
cónyuges y al canon 1476 ya mencionado.

III.- LOS TERCEROS LEGITIMADOS PARA IMPUGNAR EL MATRIMONIO


El principio general establecido por el legislador en el CIC es que fa-
llecido uno o ambos cónyuges, si el matrimonio no fue acusado en vida de

14 Art. 4 § 2, 2º.
15 Art. 16 § 1.
16 Art. 16 § 2.
17 CCEO: can. 916 § 5.
18 Art. 7 § 1.
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EL ACTOR Y EL CONVENIDO EN LA INSTRUCCIÓN DIGNITAS CONNUBII 317

ellos, no puede ser impugnado. No se reconoce legitimación a ninguna per-


sona para que pueda proponer ante el juez eclesiástico una demanda de nu-
lidad póstuma. Este es el principio general.
Sin embargo pueden impugnar el matrimonio post mortem, todos
aquellos que tengan un interés legítimo, y esta legitimación no queda reser-
vada solamente a los hijos y a los herederos. Esta es la opinión mayoritaria
de la doctrina, que sostiene que son parte en los procesos de impugnación
post obitum del matrimonio los que son partes en una controversia principal.
El artículo 93, cambia la palabra “acusar” utilizada por el CIC en el canon
1675 y la reemplaza por la palabra “impugnar” el matrimonio en vida de los
cónyuges, en virtud de que se ha querido eliminar la terminología explícita-
mente contenciosa en la descripción del proceso de nulidad matrimonial.
La ley establece un presupuesto, en el caso de que el matrimonio no
haya sido impugnado cuando los cónyuges estaban con vida. Ese presupues-
to es una condición “ad validitatem”: el tercero legitimado debe acreditar que
la cuestión sobre la validez del matrimonio es prejudicial para resolver otra
controversia, sea en el fuero civil sea en el fuero canónico. La prejudiciali-
dad significa que es necesario decidir primero sobre la nulidad del matrimo-
nio, porque de ella depende la decisión que deba darse a otra cuestión plan-
teada en sede civil o canónico. La intervención de un tercero en la causa es
poco frecuente en los procesos canónicos de nulidad de matrimonio.
Suele acontecer sobre todo cuando hay causas litigiosas de orden pa-
trimonial. Oídas las partes, el juez es el que debe llamar al juicio a un terce-
ro, por lo tanto es el juez el que tiene la iniciativa con respecto a lo princi-
pal del tema que está tratando. Después del decreto de conclusión de la cau-
sa, el tercero no puede intervenir.

IV.- LA NO COMPARECENCIA DE LAS PARTES; LA DECLARACIÓN DE


AUSENCIA

En este tema entre la DC y el CIC hay algunos cambios sistemáticos


de interés si tomamos como referencia la regulación codicial del proceso
contencioso ordinario. En relación con la introducción de la causa, el más
significativo, es la inclusión –dentro del mismo título V– del tema de la con-
testación de la demanda, que pasa a llamarse “De la fórmula de dudas” y
“De la no comparecencia de las partes”, dentro del único título dedicado “a
la introducción de la causa.” En el CIC, la contestación de la demanda, es
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318 Mónica Mercedes VILLAMIL

un título independiente y autónomo (cánones1513-1516), y la no compare-


cencia de las partes está incluida dentro de las causas incidentales (cánones
1592-1595).
La Instrucción dedica cinco artículos a la no comparecencia de las
partes. Sigue la misma sistemática del CIC, que regula en primer lugar la no
comparecencia de la parte demandada y después la del actor.
No hay grandes diferencias entre la regulación del CIC y la DC, en
relación a la “ausencia de la parte demandada”. Como novedad, se subraya
que la primera citación debió hacerse debidamente (rite citata). Se especi-
fica, además, que el decreto de declaración de ausencia lo dictan el presi-
dente o ponente de la causa, después de comprobar que se dan los requisi-
tos exigidos por el artículo 138, entre los cuales está que debe constar, in-
cluso mediante nueva citación, que la primera citación legítimamente hecha
le llegó al demandado en tiempo útil.
El § 2 del artículo 138 aconseja: “El presidente o el ponente deben
procurar, no obstante, que el demandado no persista en su ausencia” esta-
mos ante una recomendación, que hace recaer sobre el presidente del cole-
gio o el ponente una carga a veces de difícil cumplimiento. La Instrucción
refleja la exhortación que Juan Pablo II efectuara en enero de 1989 al Tri-
bunal de la Rota Romana al manifestar que:
“aunque una de las partes hubiera renunciado al ejercicio
de la defensa, permanece para el juez en estas causas el
grave deber de hacer serios intentos para obtener la depo-
sición judicial de tal parte y de los testimonios que esta po-
dría aportar. El juez debe valorar bien cada caso. A veces
la parte demandada no quiere presentarse a un juicio
aportando nada, porque no entiende cómo la Iglesia po-
dría declarar la nulidad del sagrado vínculo de su matri-
monio después de tantos años de convivencia. La verdade-
ra sensibilidad pastoral y el respeto por la conciencia de
las partes imponen en tal caso al juez el deber de ofrecer
todas las oportunas informaciones respecto a la causa de
nulidad matrimonial y procurar con paciencia su plena
cooperación en el proceso, también para evitar un juicio
parcial en una materia tan grave”.

La declaración de ausencia debe hacerse cuando al juez le conste que


la parte no quiere estar realmente en el juicio. El juez debe tener particular
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EL ACTOR Y EL CONVENIDO EN LA INSTRUCCIÓN DIGNITAS CONNUBII 319

benevolencia con la parte convenida, por eso es aconsejable pastoralmente


que la segunda citación no se realice mediante un escrito puramente formal,
sino a través de una carta amable y persuasiva, a los efectos de lograr la be-
nevolencia de dicha parte convenida.
Sobre la comparecencia tardía del demandado en el juicio la DC
transcribe casi la letra del canon 1593 §§ 1 y 2, con la sola diferencia nove-
dosa de explicitar el derecho que asiste al demandado a pedir la nulidad de
la sentencia, se trata de una nulidad sanable de la sentencia cf. canon 1623,
que debe ser propuesta en el plazo perentorio de 3 meses desde la noticia de
la publicación de la sentencia si acredita que esta fue dictada contra una par-
te legítimamente ausente19: “no compareció por legítimo impedimento que,
sin culpa de su parte, no le fue posible demostrar antes”. Además se indica
que a la parte declarada ausente en el juicio se le notificará la fórmula de du-
das y la sentencia definitiva, salvo negarse a recibir cualquier información
referente a la causa, en cuyo caso se le puede notificar solo la parte dispo-
sitiva de la sentencia.20 Se recoge lo expresado en la alocución citada del
Pontífice que dijo: “Considero también recordar a todos los operadores de
la justicia que, según la sana jurisprudencia de la Rota Romana, se debe no-
tificar en las causas de nulidad matrimonial a las partes que hayan renuncia-
do al ejercicio del derecho a la defensa, la fórmula de dudas, toda eventual
nueva demanda de la parte adversa y la sentencia definitiva”.
En la Instrucción la no comparecencia del actor es objeto de una
adaptación de la normativa codicial a las causas de nulidad de matrimonio.
El momento procesal que da lugar al procedimiento de ausencia es la in-
comparecencia del actor por sí o por procurador, en el día y hora fijados pa-
ra concordar la fórmula de dudas. En ese caso, el presidente o ponente rei-
terará la citación, si el actor no se presenta, la causa se declara desierta, he-
mos de suponer que por presunta renuncia de la instancia del actor. Esto
siempre y cuando la parte convenida o el promotor de justicia, a tenor del
artículo 92 nº 2 ya aludido, no insten o insistan en la declaración de nulidad
del matrimonio.
La DC no hace mención a la presunción de renuncia tácita del actor
que efectúa el CIC en el canon 1594, nº 2, –si el actor no obedece a esta nue-
va citación, se presume que renuncia a la instancia– y el artículo 150 § 2, es

19 Art. 139 § 2.
20 Art. 258 § 3.
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320 Mónica Mercedes VILLAMIL

el paralelo del canon 1524 § 3, al establecer los requisitos para que el actor
pueda renunciar válidamente a la instancia. La renuncia a la instancia es un
acto bilateral, por lo tanto debe notificarse a la otra parte y ser aceptada, o
al menos no ser impugnada por esta.21 . Por ello, el presidente o ponente se-
ñalará un plazo al demandado con el fin de que estudie la petición y respon-
da. Si llegado el término no hay respuesta, el juez puede interpretar ese si-
lencio como aceptación del desistimiento. El demandado, una vez constitui-
da la relación procesal con la citación o su comparencia, tiene el mismo de-
recho que el actor a la sentencia: por eso es necesaria su aceptación. Si bien
ni el código (canon 1594) ni tampoco la DC (arts.140 150) lo establecen, en
la praxis de los tribunales, acontece que si el actor no comparece o no tiene
interés en el juicio, pero la parte convenida tiene interés, el convenido pasa
a ser actor y el juicio sigue siendo el mismo y continúa hasta la sentencia,
ya sea que el actor haya sido declarado ausente o haya renunciado a la ins-
tancia22 y debe correr con las costas de los actos a los que haya renunciado.
Si la parte actora desea posteriormente intervenir en el proceso, se ob-
servará lo establecido en el artículo 139.23
La declaración de ausencia lleva consigo una limitación de la normal
comunicación de los actos procesales a la parte afectada por esa declara-
ción, tal como lo dispone el artículo 134 § 3 de la DC. En cualquier caso, se
le notificarán la fórmula de las dudas y la sentencia definitiva.
El artículo 142 de la DC es novedoso y prescribe: “han de observar-
se también con las debidas adaptaciones, cuando se haya de declarar ausen-
te a una persona durante el proceso.” Los autores discrepan en relación a
cuál fue la finalidad del legislador con este artículo novedoso
Un cuidado particular se debe tener con la tutela del derecho de de-
fensa, en el caso de la no comparecencia de una de las partes en el proceso
cuando las decisiones de los tribunales eclesiásticos tienen efectos civiles tal
como sucede en España, Italia, Portugal, Brasil, etc., ya que tales efectos
pueden ser denegados si no se ha observado este derecho a tenor de la legis-
lación del país correspondiente.

21 Can.1524 § 3 y art. 150 § 2 de la DC.


22 Cáns. 1524 §3 y 1525.
23 Cáns. 1593 y 1594.
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EL ACTOR Y EL CONVENIDO EN LA INSTRUCCIÓN DIGNITAS CONNUBII 321

V.- LA PRESENTACIÓN CONJUNTA DE LA DEMANDA DE NULIDAD


La Instrucción DC reconoce el derecho de las partes a actuar perso-
nalmente en los procesos de nulidad matrimonial. Sin embargo lo normal es
que se sirvan de personas competentes para la tutela de sus derechos, espe-
cialmente cuando las causas presentan dificultades especiales.
La Instrucción regula ampliamente la función de los abogados y pro-
curadores, y sistematiza sus requisitos y sus funciones (“defender los dere-
chos de la parte”). También establece para ellos la obligación de guardar se-
creto de oficio.
El texto introduce una norma novedosa al otorgar la posibilidad de
designar a un procurador o a un abogado en común si ambos cónyuges pi-
den la declaración de nulidad del matrimonio.24
La norma es introducida en el capítulo de los procuradores y aboga-
dos, y no es aludida en ninguna de las otras secciones de la instrucción. La
previsión normativa evidencia que es claro en muchas causas de nulidad
matrimonial, que los cónyuges están de acuerdo en pedir la declaración de
nulidad, y que no hay un conflicto entre ellos, que el proceso no es conten-
cioso. Esta novedad normativa deberá ser completada y concretada por la
legislación particular con normas coherentes y adaptadas a ella según las pe-
culiaridades que el ejercicio de esta función tenga en cada lugar, pero no po-
drá de ningún modo transformar el proceso. Esto último sucedería si se hi-
ciera perder a uno de los cónyuges su derecho de ser y seguir siendo una
parte en el proceso, o impedir que desista del litis consorcio activo para asu-
mir una posición procesal diferente que quiera tener otro abogado que lo re-
presente.
La Instrucción prevé las posibles formas de actuación de los profesio-
nales en las causas de nulidad matrimonial sistematizando algunas expe-
riencias desarrolladas a partir del CIC:
1) El abogado y el procurador que actúan ad casum: deben reunir
los requisitos señalados en la Instrucción y solicitar, en cada ca-
so, el permiso al Obispo moderador del tribunal.
2) Los abogados y procuradores inscriptos “en una lista o elenco-
índice” son los admitidos habitualmente en el Tribunal y entre

24 Art. 102.
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322 Mónica Mercedes VILLAMIL

sus obligaciones está la de, por mandato judicial, “prestar patro-


cinio gratuito a aquellas personas que el Tribunal hubiere conce-
dido dicho beneficio.25 Las modalidades de esta lista o elenco
son diversas, y es tarea del obispo moderador del tribunal su ade-
cuada regulación y la publicación del elenco para conocimiento
de los interesados.
3) Los patronos estables del tribunal, donde los haya –pues la nor-
ma dice “en la medida de lo posible”–, desempeñan tareas de
abogado y de procurador, y reciben sus honorarios del mismo
Tribunal.26
4) Se instituye como novedad un servicio que debe brindar el Tri-
bunal, consistente en informar o aconsejar a las personas que lo
soliciten de modo ágil, libre y rápido, acerca de la posibilidad de
introducir causa de nulidad de matrimonio y en la medida de lo
posible sobre el modo de proceder. Esta tarea la debe desempe-
ñar una oficina o persona dependiente del tribunal, pero no los
jueces ni el defensor del vínculo, pudiendo encomendársela al
patrono estable del tribunal.27 Como comentario a este nuevo
servicio impuesto a cada Tribunal los autores 28 manifiestan que
resulta obvio que si dicha función la desempeñan los ministros
del Tribunal, éstos no podrán participar en la causa ni como jue-
ces ni como defensores del vínculo.

25 Arts. 112 y 307.


26 Art. 113 § 3.
27 Art. 113 § 1 a 4.
28 F. AZNAR GIL, La instrucción Dignitas connubi sobre los procesos de nulidad ma-
trimonial (25 Enero 2005) algunas consideraciones, en Compostellanum 50 (2005) 323.
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JURISPRUDENCIA
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AADC XVI (2009-2010) 325-350

DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL


TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL

8 DE MAYO DE 2007
José BONET ALCÓN

I.-
Se plantea si puede ser confirmada mediante Decreto, de acuerdo al
CIC can. 1682 § 2 la Sentencia de nulidad matrimonial “V - M” del Tribu-
nal Interdiocesano de la Ciudad C1, del 20 de marzo de 2007, recibida en
nuestro Tribunal Eclesiástico Nacional con fecha 28 de marzo de 2007. Se-
gún la Sentencia de Primera Instancia consta dicha nulidad del matrimonio
contraído por el actor, A. B. V, con la convenida X. Y. M, por los capítulos
de: 1) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por parte del ac-
tor; 2) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por parte de la
convenida; y 3) Exclusión de la fidelidad (CIC can. 1101 § 2) por parte del
actor. Integran el Colegiado en Segunda Instancia: Presidente y Ponente:
Mons. Dr. José Bonet Alcón; Jueces Adjuntos: Pbro. Dr. Ariel David Busso
y Pbro. Dr. Carlos Baccioli. Es Defensora del Vínculo la Dra. Ana Lía Ber-
çaitz. Y son notarios el Sr. Esteban Antonio Costanzo y la Sra. Norma Hay-
dée Ferrando.

II.-
1.- En cuanto a las causas que se plantean en este proceso, nos remi-
timos al texto del Juez Ponente: Elementos de Derecho Matrimonial Canó-
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326 José BONET ALCÓN

nico, sustantivo y procesal, de la Facultad de Derecho Canónico, Bs. As.,


2000, págs. 130-145.
2.- En el caso concreto de la presente causa hacemos nuestras las con-
sideraciones que se encuentran en el In Iure de la Sentencia de Primera Ins-
tancia.
3.- En particular, con respecto al CIC can. 1101 § 2 señalamos que
abarca los distintos casos que la Jurisprudencia Rotal denomina simulación.
Ésta consiste en una discrepancia entre la voluntad interna y su manifesta-
ción o declaración. Tal simulación puede ser unilateral o bilateral. En la pri-
mera se produce generalmente una decepción de la otra parte, además de la
que tiene lugar en la comunidad eclesial; en cambio, en la simulación bila-
teral sólo ocurre la decepción de la comunidad.
La Jurisprudencia Rotal admite la distinción entre la simulación total
y la parcial, según que su objeto sea el matrimonio mismo o algún bien
esencial u obligación substancial del mismo. A su vez la simulación parcial
suele diversificarse, según que por un acto positivo de voluntad algún con-
trayente excluya la prole, la fidelidad o la indisolubilidad del matrimonio. Y
más recientemente se ha empezado a considerar la exclusión del bien del
cónyuge.

Simulación total
En ella falta absolutamente la voluntad de contraer, o más bien, hay
una intención positiva de no contraer matrimonio; mientras que en la simu-
lación parcial hay voluntad de constituir un nexo que, sin embargo, no pue-
de ser matrimonio porque se excluye algo esencial de él.
En el caso de la simulación total el matrimonio es tomado sólo como
medio para otra cosa. Por ejemplo: alguien se casa para obtener el ingreso
o la residencia en el país; para librarse del servicio militar, etc. El simulan-
te es consciente de su engaño y de la nulidad de su matrimonio; mientras
que en la simulación parcial el simulante muchas veces ignora que contrae
inválidamente.
En este capítulo de nulidad se puede incluir el caso del que rechaza
positivamente y de modo absoluto la sacramentalidad del matrimonio di-
ciendo: “si es sacramento yo no me caso”. Dado que para los bautizados el
contrato matrimonial y el sacramento son inseparables, la exclusión de éste
implica la exclusión del matrimonio mismo. Equivale esa postura, de algún
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 327

modo, a una condición implícita. En cambio, si algún bautizado contrajese


matrimonio con una postura indiferente frente al sacramento, éste sería vá-
lido aunque no hubiera una recepción fructuosa del mismo. Sin embargo,
también está la posición de los que asimilan la exclusión de la sacramenta-
lidad a la simulación parcial.
En la Jurisprudencia simulación es lo mismo que ficción, como ya en-
señaba el Cardenal Gasparri1. En cambio, la simulación difiere de la come-
dia y el juego, donde la declaración externa no es proferida seriamente y a
todos es patente la discrepancia entre la voluntad interna y su declaración2.
En la simulación total falta absolutamente la voluntad de contraer, o
más bien, hay “intentio non contrahendi”; mientras que en la parcial hay
voluntad de constituir un nexo, que, sin embargo, desde el punto de vista ju-
rídico, no puede ser matrimonio “ex eo quod in sua substancia deordina-
tur”3.
Algunos niegan la distinción entre simulación total y parcial por el
hecho de que el efecto jurídico de ambas es el mismo; o por considerar que
la simulación es siempre total4.
Sin embargo, la Jurisprudencia ha considerado útil mantener la dis-
tinción por la diferencia antes señalada, es decir, que en la simulación total
se tiene conciencia de la nulidad matrimonial5.
En la Jurisprudencia se discierne varios casos de simulación total6.
Así, además del caso en el que se excluye el matrimonio mismo o la perso-
na con la que se contrae, puede considerarse la simulación del que no pres-
ta ningún consentimiento7; o la del que, con un acto positivo de voluntad,
excluye los derechos y obligaciones del matrimonio, de tal manera que ni
quiere conferir los derechos a la otra persona, ni asumir las obligaciones por
parte de ella8.

1 De matrimonio, II, 1932, pág. 36, n° 814.


2 Cf. S.R.R., vol. 57, 798, n° 5, Dec. 10-XI-1965, c. De Jorio.
3 S.R.R., vol. 58, 346, n° 3, Dec. 25-V-1966, c. Canals.
4 S.R.R., vol. 51, 372, n° 2, Dec. 14-VII-1959, c. Felici.
5 S.R.R., vol. 56, 314, n° 7, Dec. 29- IV-1964, c, De Jorio; vol. 58, 175, n°10, Dec.
23-III-1966, c, Pucci.
6 Dec. c Stankievicz, 29-I-1981, n° 5, en una Romana, en Mon. Eccl. 106, 1981, págs.
199-200.
7 S.R.R., vol. 60, 81, n° 8, Dec. 8-II-1968, c. Abbo.
8 S.R.R., vol. 64, 776, n° 2, Dec. 16-XII-1972, c. Di Felice.
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328 José BONET ALCÓN

Así mismo, es considerada como una exclusión del matrimonio propia-


mente dicha la del que excluye positivamente la sociedad permanente entre el
varón y la mujer “ad filios procreandos”9. Y, en cambio, como dijimos antes,
constituiría una exclusión impropiamente dicha pero que puede considerarse
como simulación total la del contrayente que “absolute vult exclusionem sa-
cramenti, ita ut sub hypothesi veri sacramenti nolit contrahere”10.
Señalamos, por último que puede haber simulación total no sólo por
exclusión del matrimonio mismo o la comparte, sino por la inclusión de al-
gún elemento que sustituya totalmente al matrimonio. En este caso el rito
nupcial se celebra única y exclusivamente como medio “ad finem operantis
consequendum, qui non est ipsum matrimonium”11.
Hay algunas consecuencias procesales, referidas a la relación entre la
simulación total y la parcial; entre la simulación y el miedo; y entre la simu-
lación y el defecto de discreción de juicio.
La Jurisprudencia sostiene que no puede acumularse, en un juicio de
nulidad matrimonial, la simulación total con cualquier simulación parcial;
porque rechazado el mismo contrato matrimonial no permanece nada que
pueda ser admitido como una negación de alguna propiedad del mismo ma-
trimonio. Por ello en un juicio sólo podrán admitirse ambos capítulos de nu-
lidad en forma subordinada12.
Por otra parte, hay que notar que la exclusión simultánea de los tres
bienes del matrimonio no se considera simulación total sino parcial13.
En cuanto a la relación entre simulación y miedo, puede señalarse que
la Jurisprudencia niega que puedan proponerse como concurrentes capítulos
de nulidad la simulación total y el miedo; y algunos consideran también co-
mo incompatibles el capítulo del miedo y el de la simulación parcial. En
consecuencia sólo podrían invocarse subsidiariamente14. El motivo es por-
que “assertus consensus matrimonialis, si simulatur, etiam partialiter, reve-
ra non datur; metus autem causa si consensus praestatur, datur revera sed
iure vitiatur”15. Ahora bien, a veces se admite la posibilidad de que concu-

9 S.R.R., vol. 62, 768, n° 2, Dec. 9-VII-1970, c. Pinto.


10 S.R.R., vol. 52, 429, n° 3, Dec. 28-VII-1960, c, Pasquasi.
11 S.R.R., vol. 55, 892, n° 2, Dec. 16-XII-1963, c. Rogers.
12 S.R.R., vol. 61, 434, n° 2, Dec. 3-V-1969, c. Lefebvre.
13 S.R.R., vol. 63, 590, n° 3, Dec. 28-VI-1971, c. Pinto.
14 S.R.R., vol. 64, 689, nn. 17-18, Dec. 7-XI-1972, c. Anné.
15 Ibidem, 961, n° 20.
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 329

rran la simulación parcial con el miedo pues “consensus invalidus evadere


potest sive ob partialem simulationem, qua eliditur integritas consensus, si-
ve ex coactione qua reliqua voluntas contrahendi necesaria libertate expo-
liatur”16. Por causa de lo cual “actio ex metu componi potest cum actione
ex simulatione partiali”17. Es claro pues que no pueden proponerse cumu-
lativamente el miedo y la simulación total, ni puede ser declarada la nulidad
del matrimonio por el Juez simultáneamente por ambos capítulos. Ahora
bien se pueden proponer en forma subordinada, de tal manera que si no pue-
da probarse la primera, pueda en cambio intentarse la aprobación de la se-
gunda18.
Es asimismo imposible que coexistan como capítulos de nulidad de
un mismo matrimonio la simulación y el defecto de discreción de juicio.
Ello porque la misma persona no puede ser simultáneamente incapaz de dar
el consentimiento y, al mismo tiempo, ser capaz de excluir mediante su vo-
luntad el matrimonio mismo o de restringir o limitar el objeto del consenti-
miento matrimonial19. Por lo cual, estos capítulos de nulidad no pueden ser
tratados ni definidos sino en forma subordinada.
En cuanto a las pruebas de este capítulo de nulidad, hay que atender
a la confesión del simulante en tiempo no sospechoso, a las causas o moti-
vos de la simulación, a las circunstancias anteriores concomitantes y poste-
riores al matrimonio y, especialmente, a la conducta o modo de actuar del
simulante.

Simulación parcial por exclusión de la prole


Para que haya verdadero matrimonio hay que otorgar el derecho al
acto conyugal abierto a la procreación. Esto, porque dicho acto, en su es-
tructura ontológico-teleológica está ordenado a la fecundidad, a la procrea-
ción. Esta ordenación abraza todo el proceso por el cual se constituye y se
realiza la fecundidad biológico-fisiológica, es decir, tanto los tiempos de
efectiva fecundidad como los de natural esterilidad20. En ese sentido, nadie
puede limitar el derecho conyugal a los períodos exclusivamente estériles,

16 S.R.R.D, vol. 61, 1009, n° 4, Dec. 17-XI-1969, c. Fiore.


17 S.R.RD., vol. 62, 1205, n°6, Dec. 19-XII-1970, c. De Jorio.
18 S.R.R.D., vol. 62, 769, n° 3, Dec. 9-VII-1970, c. Pinto.
19 S.R.RD., vol. 53, 163, n° 9, Dec. 24-III-1961, c. Sabattani.
20 Cf. PABLO VI, Encíclica Humanae Vitae, n° 11.
anuario, 323-418 7/16/11 4:50 PM Page 330

330 José BONET ALCÓN

o a actos privados de fecundidad “ex industria”. Esto, no sólo sería ilícito


sino que atentaría contra la substancia del matrimonio.
La común y constante Jurisprudencia Rotal distingue, con referencia
al acto conyugal que debería estar abierto a la procreación, entre el derecho
–cuya exclusión haría nulo el matrimonio– y el uso o ejercicio del derecho
–cuya exclusión no afecta a la validez del matrimonio–. Esta distinción y su
efecto jurídico fue de algún modo respaldada por Pío XII al afirmar en su
Alocución a las obstetras del 29-X-1951: “si la limitación del acto a los días
de natural esterilidad se refiere no al derecho mismo, sino al uso del dere-
cho, la validez del matrimonio queda fuera de discusión”21.
Así mismo, hay que tener en cuenta si la exclusión de la prole fue pa-
ra siempre o por un tiempo, determinado o indeterminado. Según la Juris-
prudencia común, cuando la exclusión es perpetua se presume que se exclu-
yó el derecho, lo que comporta la nulidad del matrimonio. En cambio, cuan-
do la exclusión fue por un tiempo, determinado o no, se presume que sólo
se excluyó el ejercicio del derecho, lo que no afecta a la validez del matri-
monio. Pero dichas presunciones ceden ante la prueba en contrario.
Entre las pruebas para obtener la nulidad del matrimonio por este ca-
pítulo, se encuentran la confesión judicial y extra judicial, en tiempo no sos-
pechoso; y la causa o motivo, simple o complejo, suficiente para excluir la
prole; así como las circunstancias antecedentes, concomitantes y subsi-
guientes al matrimonio. Además, hay que tener muy en cuenta la firmeza, la
frecuencia y el modo con que manifestó el simulante antes del casamiento,
su propósito de no tener hijos; y la tenacidad con que llevó a la práctica des-
pués tal propósito.
Una consideración más minuciosa del presente capítulo de nulidad
debería tener en cuenta los aspectos que se indican a continuación.
En la Jurisprudencia se ha planteado el problema de la distinción y la
relación entre el derecho a los actos conyugales y la intentio prolis. Así, al
respecto, podría aparecer una cierta distinción apoyada en un supuesto de-
recho a cópula onanística22. Al respecto podrían aducirse los casos frecuen-
tes en los que, evitando los hijos mediante métodos anticonceptivos, no pa-
rece negarse el derecho a los actos conyugales, a pesar de reservarse el ius
impediendi prolis generationem. Sin embargo, la Jurisprudencia más común

21 A.A.S., 43, 1951, pág. 845.


22 Cf. SRRD vol. 33, 355-6, n° 2, Dec. 6-V-1941, c. Wynen.
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y constante no admite la distinción23. Ello, porque bonum prolis amplecti-


tur tum traditionem et aceptationem iuris in corpus in ordine ad actus per
se aptos ad prolis generationem, tum intentionem prolis, quatenus proles
consideratur in suis principiis24.
La íntima conexión entre la intentio prolis y el ius ad actus coniuga-
les ad procreationem aptos surge al considerar la naturaleza y estructura on-
tológica-teleológica del acto conyugal. En efecto, éste es un acto plenamen-
te humano; lo que implica que la unión corporal sea expresión del amor in-
terno y espiritual. Y está ordenado a la fecundidad, a la procreación. Como
dijimos antes, esta ordenación abraza todo el proceso por el cual se consti-
tuye y se realiza la fecundidad biológico fisiológica, es decir, tanto los tiem-
pos de efectiva fecundidad como de natural esterilidad25. En ese sentido, na-
die puede limitar el derecho conyugal exclusivamente a los períodos estéri-
les o a actos privados de fecundidad ex industria. Esto, no sólo sería ilícito
sino que atentaría contra la substancia del matrimonio.
En cuanto a la distinción, en la exclusión del bonum prolis, entre el
derecho y el ejercicio del derecho, notemos que hay quienes se han opues-
to a la misma26. Sin embargo, la común y constante Jurisprudencia realiza
tal distinción en el caso de los bona prolis et fidelitatis y no, en cambio, en
el caso del bonum sacramenti27. Ello, porque estos dos bienes, si son consi-
derados en sí mismos, pertenecen al uso del matrimonio y podría éste exis-
tir sin que hubiere prole o fidelidad, quia esse rei non dependet ab uso suo28.
Y aunque los contrayentes ignoren la distinción, ello no impide que, de he-
cho, con un acto positivo de su voluntad, puedan excluir el derecho o su
ejercicio. Iudicis est, pro casus adiunctis, determinare quid in contrahendo
fuerit exclusum29.
Al respecto, es importante la Alocución de Pío XII a las obstetras del
29 de octubre de 1951, antes citada, en la que afirmaba: “Se la limitazione

23 Cf. SRRD vol. 63, 89, n° 2, Dec. 29-I-1971, c. Pariselli.


24 SRRD vol. 62, 437, n° 4, Dec. 6-V-1970, c. Palazzini.
25 Cf. Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, n° 11.
26 Cf. SRRD vol. 55, 911, n° 3, Dec. 18-XII-1963, c. De Jorio.
27 Cf SRRD vol. 61, 157, n° 5, Dec. 12-II-1969, c. Palazzini; vol. 63, 718, n° 2, Dec.
26-VII-1971, c. Lefebvre; vol. 64, 575, n° 4, Dec. 18-X-1972, c. Fiore; vol. 80, 187-192, nn.
7-15, Dec. 24-III-1988. c. Stankiewicz.
28 Cf. S. Thoma, In IV Sent. d. 31, q. 1, a. 3, sol. 1; Cf. SRR vol. 22, 284, n° 6, Dec.
20-V-1930, c. Quattrocolo.
29 SRRD vol. 64, 481, n° 5, Dec. 20-VII-1972, c. Pinto.
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332 José BONET ALCÓN

dell’ atto ai giorni di naturale sterilitá si referisce non al diritto stesso, ma


solo all’ uso del diritto, la validitá del matrimonio resta fuori di discussio-
ne”30. Así queda avalada con la Suprema Autoridad, tanto la distinción co-
mo su efecto jurídico.
Además, hay que tener en cuenta otra distinción que incide en la que
nos ocupa: la de si la exclusión fue para siempre o por un tiempo, determina-
do o indeterminado. Al respecto, recordamos que, según la Jurisprudencia co-
mún, exclusio prolis perpetua fundat praesumptionem ipsius iuris exclusio;
exclusio vero determinata ad tempus fundat praesumptionem exclusi solum-
modo exercitii iuris. Se trata, sin embargo, de praesumptionibus iuris tantum-
modo, quae exinde admittunt probationem in contrarium etiam directam31.
Casos de aplicación de la distinción expuesta y que sirven para su cla-
rificación son los conocidos ejemplos históricos de los matrimonios contraí-
dos con el voto o el propósito mutuo de perfecta y perpetua castidad. En to-
dos ellos, como expresa Santo Tomás, illud propositum non fuit conditiona-
liter in consensu appositum32. Más bien hay que decir que lo prevalente es
el matrimonio y lo condicionado es el propósito de perfecta castidad; en el
sentido de que, en la hipótesis de que uno de los contrayentes pidiera el dé-
bito conyugal, el otro debería otorgárselo. Con tal disposición no hay in-
compatibilidad entre el verdadero matrimonio y el mencionado propósito.
En cuanto a la exclusión temporal de la prole, se ha sostenido que ella
non tolli intentionem prolis, sine qua matrimonium esse non potest33. Pero
la Jurisprudencia más común y constante no duda de que si se da la exclu-
sión del derecho, aunque sea ad tempus, el matrimonio resulta inválido34.
Lo cual es corroborado por el discurso citado de Pío XII en el cual se afir-
ma: la intención “di restringere ai tempi di esterilitá lo stesso diritto matri-
moniali, e non soltanto il suo uso, in modo che negli altri giorni l’altro co-
niuge non avrebbe neppure il diritto di richiedere l’atto, ció implicherebbe
un difetto essenziale del consenso matrimoniale, che porterebbe con sé la
invaliditá del matrimonio stesso, perché il diritto derivante dal contratto
matrimoniale é un diritto permanente, ininterrotto, e non intermittente, di

30 AAS, 43, 1951, pág. 845.


31 SRRD vol. 63, 721-2, n° 11, Dec. 26-VII-1971, c. Lefebvre.
32 In IV Sent. d. 30, q. 2, a. 1, ad 11.
33 SRRD vol. 62, 1208, n° 6, Dec. 19-XII-1970, c. de Jorio.
34 SRRD vol. 42, 214-5, n° 2 B, Dec. 17-IV-1950, c. Felice; vol. 64, n° 2, Dec.
29-IV-1972, c. Canals; vol. 64, 481, nº 6, Dec. 20-VII-1972, c. Pinto.
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 333

ciascuno dei coniuge di fronte all’ altro”35. El problema que se plantea en la


exclusión ad tempus es la prueba de que se excluyó el derecho, ya que, se-
gún la más común presunción, dicha exclusión indica un mero abuso36.
La exclusión del bonum prolis, aún temporal, se presenta como pre-
valente e invalidante del matrimonio cuando revista la naturaleza de una
condición sine qua non. No importa entonces que el procedimiento que se
proponga sea el de dejar de usar del matrimonio o el frustrar los efectos na-
turales de la cópula perfecta realizada. Ello es así porque estipular un con-
trato bajo condición, aunque sea sólo mental, es subordinar el consentimien-
to al cumplimiento de la circunstancia condicionante. De forma tal que só-
lo se quiere obligar con el vínculo matrimonial en la hipótesis de que se ex-
cluya del matrimonio ese elemento esencial. La intención prevalente de ese
contrayente no recae sobre el matrimonio sino sobre la exclusión de ese ele-
mento. Normalmente, se presume que el acto positivo de voluntad por el
que se excluye la prole sólo temporalmente no es una verdadera condición
sine qua non. Pero la presunción deberá ceder ante la certeza contraria. Y
cuando tal condición se dé no es sólo el uso, sino también el derecho lo que
se excluye. La existencia de tal condición prevalente, capaz de invalidar el
matrimonio, aparecerá más clara cuando revista la forma externa de un pac-
to formal o de una condición expresa37.
Recordamos que las clásicas pruebas –en parte tratadas implícitamen-
te en los números anteriores–, son la confesión judicial y extrajudicial del
simulante. La primera no constituye por sí sola prueba suficiente; y la se-
gunda, hecha en tiempo no sospechoso, debe ser demostrada en juicio me-
diante testigos. Deberá considerarse la causa o motivo, simple o complejo
para la exclusión de la prole. Esta causa podrá ser la aversión inmoderada a
los hijos, el deseo de seguir siendo libre para dedicarse a sus ocupaciones
de soltería, el excesivo egoismo, etc. Y también deberán considerarse las
circunstancias antecedentes, concomitantes y subsiguientes del matrimonio.
Entre las primeras hay que tener en cuenta el modo de ser del simulante y
sobre todo la frecuencia, el modo y la firmeza con que manifestó su propó-
sito de no tener hijos. Y, entre las últimas, la tenacidad con que el contra-
yente llevó a la práctica, durante la convivencia conyugal, su intención pre-

35 AAS 43, 1951, pág. 845.


36 Cf. Dec. cit. c. Canals.
37 Cf. GARCÍA FAILDE, “Algunas Sentencias y Decretos”, Salamanca, 1981, págs. 84-
85.
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334 José BONET ALCÓN

matrimonial contraria a la procreación. Ello, sin olvidar si en el presunto si-


mulante hubo un cambio de voluntad después de las nupcias, dado que no-
vum consilium vel propositum non irritat matrimonium.

Simulación parcial por exclusión de la fidelidad


No afecta a la validez del matrimonio el prever que, por debilidad, se
tendrán relaciones extraconyugales; sí, en cambio, el reservarse formalmen-
te el derecho a tenerlas, bien porque se otorgue el “ius in corpus” a una ter-
cera persona, o bien simplemente porque se niegue la exclusividad del de-
recho a la comparte.
Así mismo, incurre en esta causal de nulidad el que se casa con la in-
tención de no aceptar el derecho exclusivo que la otra parte debe otorgar;
así, contrae inválidamente el que lo hace con la intención de imponer a la
mujer una vida de meretriz.
Para formarse un recto juicio sobre la intención del simulante puede
ser útil el criterio del “dilema”; así, contraería inválidamente aquél que an-
tes renunciaría a la esposa y al matrimonio que a la relación con una terce-
ra mujer.
Tampoco es válido el matrimonio contraído por un varón que al pres-
tar su consentimiento abriga la intención de no desprenderse de la concubi-
na, con la que se propone seguir manteniendo comercio sexual; en tal caso,
no entrega a la comparte el “ius in corpus” exclusivo.
También es nulo el matrimonio de la mujer que al celebrarlo tiene la
intención, actual o virtualmente perseverante, de entregar su cuerpo a otros
varones, aún cuando no piense si quiere darles el “ius in corpus”; pues en
tal caso no asume la obligación de observar fidelidad.
Es indicio muy fuerte de esta simulación el tener relaciones con una
tercera persona inmediatamente antes y/o inmediatamente después de cele-
brado el matrimonio.
Para una exposición más pormenorizada de esta causal de nulidad
matrimonial podemos realizar las siguientes consideraciones.
Recordamos de nuevo que la causa subjetiva necesaria y eficiente que
pone en la existencia un matrimonio concreto entre dos personas natural y
jurídicamente hábiles es el consentimiento mutuo y libre de esas dos perso-
nas38. Ese consentimiento matrimonial no será verdadero si no tiene por ob-

38 Cfr. c. 1057 § 1 del CIC.


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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 335

jeto la institución matrimonial, con todo lo que le es esencial. Y propiedad


esencial del matrimonio es la unidad, que en el matrimonio cristiano adquie-
re una peculiar firmeza por razón del sacramento39. Por consiguiente si uno
de los contrayentes o ambos excluyen tal propiedad, con un acto positivo de
voluntad, contraen inválidamente40.
Se ha planteado si la unidad y la fidelidad tienen la misma significa-
ción. Teóricamente se pueden separar, ya que alguien podría excluir la uni-
dad y simultáneamente obligarse a guardar fidelidad a dos, tres o varias de-
terminadas mujeres. Así en el Antiguo Testamento está el caso de David,
quien por el hecho de tener varias mujeres no estaba eximido de la obliga-
ción de observar la fidelidad41. Pero la común Jurisprudencia identifica la
unidad con la fidelidad, ya que la unidad, como propiedad esencial del ma-
trimonio, debe entenderse excluyendo tanto un múltiple vínculo, como una
extraña cópula42. La razón de tal identidad es que en la Nueva Ley la obli-
gación de la fidelidad no puede concebirse fuera del único vínculo conyu-
gal por el cual alguien se liga con “uno” o con “una” para siempre. Dicho
bien de la fidelidad formalmente tomado –que coincide con la unidad– per-
tenece intrínsecamente a la substancia del matrimonio “ut, ea deficiente,
matrimonium non perficiatur”43.
En cuanto al objeto sobre el que recae la exclusión de la fidelidad, la
Jurisprudencia más antigua ponía el acento y consideraba que ésta era ex-
cluida por el que otorgaba el derecho a actos conyugales a terceras perso-
nas. Pero, a la posición de los que para excluir la unidad exigían una inten-
ción poligínica o poliándrica, es decir, la tradición a una tercera persona del
derecho a la cópula, se objetó que los que excluyen el bien de la fidelidad
no quieren duplicar o multiplicar los vínculos, sino librarse de ellos44. En
consecuencia, la jurisprudencia más reciente pone el acento en la negación
del derecho exclusivo a la comparte, más que en el dar derecho a una terce-
ra persona45. Asimismo, es causal de nulidad la intención de no aceptar el

39 Cfr. c. 1056 del CIC.


40 C. 1101 § 2 del CIC.
41 Cfr. SRRD, vol. 60,555, nº 7, Dec. 13-VII-1968, c. De Jorio.
42 Cf. Emmo. Gasparri, De matrim., ed. 1932, vol. I págs. 18-19; SRR, vol. 54, 696,
n° 3, Dec.20-XII-1962, c. Bejan.
43 SRRD, vol. 42, 383, n° 2, Dec. 17-XI-1950, c. Wynen.
44 SRRD, vol. 63, 785, n° 6, Dec. 27-X-1971 c. De Jorio.
45 Cf. Dec. 6-IX-1977, n° 4, c. Ewers; Dec. 23-X-1976, n° 2, c. Lefebvre; Dec.
20-X-1978, n° 7, c. Pinto.
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336 José BONET ALCÓN

derecho exclusivo que la otra parte debe otorgar. Y, por ello, contrae inváli-
damente el que lo hace con la intención de imponer a la mujer una vida de
meretriz46.
Es importante una más profunda estimación del propósito de adulte-
rar. Al respecto hay que señalar que contrae inválidamente la mujer que se
casa con el propósito actual o virtual de entregarse a otros varones, consi-
derándose como señora y legisladora y propiciando los principios del amor
libre. “In hypothesi enim mulier non assumit obligationem fidei, et id qui-
dem positivo acto talem obligationem reiciens, cum sibi ius vindicet, iuxta
proprium, cum aliis commiscendi, quod satis superque est ad matrimonium
irritandus”47. El “ius adulterandi” no debe ser entendido como si se diera
un cierto derecho a una cosa intrínsecamente ilícita, sino que más bien indi-
ca la intensidad de la voluntad por la cual “quis eadem ratione vult uni co-
pulari et alteri pariter adhaerere”48. Esta voluntad contraria a la fidelidad
persevera virtualmente en aquel que por causa de sus malas costumbres “li-
bidinosas voluntati congrediendi cum quibuslibet foeminis nullo modo re-
nuntiavit, nec renuntiare intenderet, si perciperet hic et nunc quid verba
consensus secunferant in ordine ad exclusivitatem iuris in corpus”49.
En cuanto a los elementos probatorios, hay que tener en cuenta que el
simple error acerca de la unidad del matrimonio no lo invalida, mientras
permanezca en el intelecto y no llegue a traducirse en un acto positivo de la
voluntad. Para percatarse de cual sea la intención del contrayente el Juez de-
berá atender no sólo a los hechos anteriores y posteriores a las nupcias, si-
no también a la “forma mentis” de la persona, a los efectos posibles de su
educación, a los malos ejemplos de consanguíneos y amigos que hayan po-
dido influir en él e incluso a las anormalidades psíquicas, si existen50.
En la estimación judicial de la exclusión de la fidelidad es importan-
te distinguir entre la exclusión del derecho y la simple infracción del uso del
derecho51. Ya que la intención de negar el derecho exclusivo “in corpus”
constituye una limitación del consentimiento y lleva consigo la nulidad del
mismo, mientras que “intentio non satisfaciendi officiis susceptis, veluti fi-

46 SRRD, vol. 62, 924, n° 6, Dec. 21-X-1970, c. Masala.


47 SRRD, vol. 61, 1174, n° 3, Doc. 19-XII-1969, c. Anné.
48 Dec. 19-V-1979, n° 5 c. Ewers.
49 Dec. 8-X-1975, n° 11 c. Palazzini.
50 SRRD, vol. 61, 1174-5, n° 4, Dec. 19-XII-1969, c. Anné.
51 Dec. 19-V-1979, n° 6, c. Ewers.
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 337

dem coniugalem foedando per adulterina cotubernia... nullo modo coniu-


gium irritare valet”52.
Ya indicamos que para formarse un recto juicio sobre la intención del
simulante puede ser útil el criterio del “dilema”. Así, contraería inválida-
mente aquél que antes renunciaría a la esposa y al matrimonio, que a la re-
lación con una tercera mujer53.
Asimismo, la voluntad de mantener comercio sexual con otra perso-
na distinta del cónyuge es un vehemente indicio de la exclusión de la fide-
lidad54. Por otra parte, no otorgaría el “ius in corpus” exclusivo el que no
despidiera a la concubina al casarse. Y lo mismo el que se casase con el pro-
pósito actual o virtual de cópula con otros, aunque no piense en entregarles
a ellos el derecho sobre el propio cuerpo. Porque en tal hipótesis no se asu-
me la obligación de observar fidelidad55.
Finalmente, señalamos que existe un nexo entre la exclusión de la fi-
delidad y la exclusión de la indisolubilidad, de tal manera que la exclusión
de ésta lleva consigo la exclusión de la primera, pero no al contrario. En
efecto, el que se reserva la facultad de separarse y realizar una nueva unión,
además de rechazar la indisolubilidad, no otorga el “ius in corpus” exclusi-
vo. “Quapropter, exclusa perpetuitate, fides quoque implicite erit exclusa...
Voluntas e contra, quo bonum fidei excluditur, necessario bonum sacramen-
ti non ferit, nisi eo sensu quod, contractus matrimonialis essentia mutata ob
recusationem unius boni, corrunt bona cum contractu ipso”56.

Simulación parcial por exclusión de la indisolubilidad


Se incluyen en este capítulo los casos de quienes se casan con la in-
tención de realizar un matrimonio “ad experimentum”, o bien, “ad determi-
natum tempus”.
La intención de recurrir al divorcio civil puede implicar sólo inten-
ción de separarse o de cambiar de domicilio, en determinados supuestos.
Así, no estaría afectado el vínculo conyugal. Pero, generalmente, la “inten-
tio divortiandi” lleva consigo la intención de librarse de todo vínculo con la

52 Dec. 9-XI-1971, n° 3, in una Matritem, c. Rogers.


53 SRRD, vol. 45, Dec. 26-XII-1966, c. Palazzini.
54 SRRD, vol. 62, 1190, n° 2, Dec. 19-XII-1970, c. Pompedda.
55 SRRD vol. 60, 556-7, n° 10, Dec. 13-VII-1968, c. de Jorio; vol. 61, 397, n° 7,
Dec. 23-I-1969, c. Bejan; vol. 62, 226, n° 5, Dec. 28-II-1970, c. Ewers.
56 SRRD vol. 41, 469-470, n° 4, Dec. 5-VIII-1949, c. Staffa.
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338 José BONET ALCÓN

comparte y se entiende como poseyendo la facultad de realizar un nuevo


matrimonio. Así, es causal de nulidad. El efecto invalidante de la “intentio
divortiandi” no cambia por el hecho de que ésta sea condicionada, por ejem-
plo, referida a la hipótesis de que naufrague su matrimonio, o de que la com-
parte cometa adulterio, o bien, como suele ocurrir, que se diga que el matri-
monio dura mientras dura el amor, etc.
Tanto la doctrina como la Jurisprudencia están de acuerdo en que en
la exclusión de la indisolubilidad no cabe distinguir entre el derecho y su
ejercicio, o entre la obligación y su cumplimiento.
Se ha de notar que el error acerca de la indisolubilidad no invalida el
consentimiento matrimonial, con tal de que no determine la voluntad (c.
1099). Pero si tal error va acompañado de menosprecio y está muy arraiga-
do, puede presumirse que afecta a la voluntad y por ello, que vicia al con-
sentimiento. En cambio, si alguien es partidario del divorcio para otros, pe-
ro no para sí, o si acepta el divorcio teóricamente en general, pero no para
su matrimonio concreto, el vínculo no queda afectado.
Hay relación entre excluir la indisolubilidad y la falta de amor con-
yugal; y, por el contrario, un motivo por el que esta causal de nulidad no sea
admitida será el hecho de que el presunto simulante se incline con ardiente
amor hacia la comparte.
Hay además estrecha conexión entre la indisolubilidad y el bien de la
prole. Así, normalmente, la generación de los hijos se considera como un ar-
gumento contrario a la exclusión de la indisolubilidad.
Una consideración más pormenorizada de este capítulo de nulidad
matrimonial nos lleva a completar o ampliar la exposición precedente ha-
ciendo referencia a la Jurisprudencia Rotal de la manera siguiente.
La indisolubilidad es una propiedad esencial del matrimonio que, en
el matrimonio cristiano, adquiere una peculiar firmeza por razón del sacra-
mento57. Por consiguiente, si uno de los contrayentes o ambos excluyen tal
propiedad, con un acto positivo de la voluntad, contraen inválidamente58.
La Jurisprudencia más antigua no admitía generalmente como causal
de nulidad la intención de recurrir al divorcio civil. Ello –se decía– porque
el divorcio no toca el vínculo matrimonial59. En cambio, en la Jurispruden-

57 Cf. c 1056 del CIC.


58 C. 1101 § 2 del CIC.
59 SRRD vol. 19, 306, nº 3, Dec.16-VII-1927, c. Solari; vol. 29, 774, nº 3, Dec.
21-XII-1937, c. Pecorari.
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 339

cia más reciente, se distingue. Puede ocurrir que la voluntad de recurrir al


divorcio sólo comporte intención de separarse o de cambiar de domicilio, en
determinados supuestos; y entonces, no haría el matrimonio inválido60. Pe-
ro generalmente la “intentio divortiandi” lleva consigo la intención de li-
brarse de todo vínculo con la comparte y se entiende como poseyendo la fa-
cultad de realizar un nuevo matrimonio61.
El efecto invalidante de la “intentio divortiandi” no cambia por el he-
cho de que ésta sea condicionada. Así contrae inválidamente “el que se re-
serve el derecho de recurrir al divorcio civil, aunque este derecho lo reser-
ve para sí, no absolutamente, sino sólo condicionalmente, por ejemplo, en
la hipótesis de que el matrimonio resulte infeliz, o de adulterio de la com-
parte y otros casos similares. En tanto que admite tales posibilidades, exclu-
ye la perpetuidad del vínculo”62.
En el mismo sentido, sería nulo el matrimonio por la exclusión hipo-
tética de la indisolubilidad “aunque el que contrae de esa manera, ni sepa,
ni prevea, que el vínculo conyugal después será realmente roto”63. En tal in-
tención condicionada se podría distinguir la voluntad en sentido psicológi-
co y la voluntad en sentido jurídico. En el primer sentido, la voluntad se di-
rige hacia un matrimonio disoluble; bajo el aspecto jurídico, la voluntad
quiere que la disolución del vínculo dependa de que se verifique el evento
futuro. Pero el matrimonio no admite ese tipo de condicionamiento64. Y así
el consentimiento matrimonial queda destruido “ab initio”, es decir, antes
de que se verifique el evento.
El acto de la voluntad excluyente de la indisolubilidad puede existir
en el momento de la celebración del matrimonio: o “actualmente”, si enton-
ces se hace; o “virtualmente”, si se hizo antes y no fue retractado hasta la
celebración del matrimonio. Tanto el acto o intención “actual” como el ac-
to o intención “virtual” pueden ser explícitos o implícitos.
La existencia del error relativo a la indisolubilidad plantea el proble-
ma de si se afecta o no a la voluntad y en qué casos y de qué modo. Lógi-
camente, si tal error va acompañado de menosprecio o está muy arraigado,

60 SRRD vol.62, 300, nº 6, Dec. 21-III-1970, c. De Jorio.


61 SRRD, vol. 61, 1043, nº 4, Dec. 25-XI-1969, c. Rogers, vol. 63, 173, nº 16, Dec.
2-VI-1971 c. Palazzini.
62 SRRD, vol. 32, 92, nº 2, Dec. 29-I-1940, c. Grazioli.
63 SRRD vol. 48, 256, nº 2, Dec. 23-III-1956, c. Filipiak; vol. 64, 381, nº 4, Dec.
28-VI-1972, c. Palazzini.
64 Cf. c. 1092, nº 2, del Código de 1917 y c. 1102 § 1 del Código de 1983.
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340 José BONET ALCÓN

puede llegar a presumirse que afecta a la voluntad65. Las llamadas intención


“habitual” o “genérica” o “interpretartiva” constituyen una inclinación o
disposición de ánimo adversa a la indisolubilidad. De suyo no son suficien-
tes para irritar el matrimonio porque no tienen por objeto un matrimonio
concreto, sino el matrimonio en general; pero van más allá del simple error.
Y puede ocurrir que “stante errore ita radidescenti et proinde invencibili,
intelectus non subministret voluntati nisi illam speciem coniugii solubilis, in
quam demum voluntas consentit”66. Para determinar cuando el error sobre
la indisolubilidad se traduce en la decisión de la voluntad de contraer un ma-
trimonio disoluble, es útil tener en cuenta la distinción entre juicio especu-
lativo y práctico. De suyo el juicio especulativo no dice relación a la praxis
que “hic et nunc” deba ser ejercida por el judicante; en cambio, el juicio
“simpliciter” práctico dice ya relación a dicha praxis, aunque sólo presen-
tando un objeto como apetecible y sin quitar toda indeterminación de la vo-
luntad; por último, el llamado juicio práctico-práctico de tal manera propo-
ne el objeto “hic et nunc” a la voluntad del sujeto concreto, que infalible-
mente lo elegirá. Lo difícil será establecer “in ordine probationis” cuando
tal juicio realmente se dio.
Hay relación entre excluir la indisolubilidad y la falta de amor con-
yugal. Así, ésta puede constituir la causa próxima de la simulación en algu-
na nulidad de matrimonio “ob exclusum bonum sacramenti”67. Y, por el
contrario, entre los motivos por los cuales no es admitida, a veces, la causal
de nulidad de la exclusión de la indisolubilidad, está el hecho de que el pre-
sunto simulante se inclinara con ardiente amor hacia la comparte68.
Hay, además, estrecha conexión entre la indisolubilidad y el “bonum
prolis” del matrimonio. Al respecto, así se expresa la doctrina tradicional:
“matrimonium ex intentione naturae ordinatur ad educationem prolis. Et
ideo cum prolis sit commune bonum viri et uxoris oportet eorum societatem
perpetuo permanere indivisam, secundum legis naturae dictamen. Et sic in-
separabilitas matrimonii est de lege naturae”69. Por su parte, la Constitu-
ción conciliar Gaudium et spes recuerda que ita actu humano, quo coniuges

65 Cf. SRRD, vol. 63, 54, nº 2, Dec. 23-I-1971, c. Pompedda.


66 SRRD, vol. 56, 928, n° 4, Dec. 11-XII-1964, c. Sabattani.
67 Cf. Mon. Eccl., 1969/III, págs. 405-407, nn. 20 y 25, Dec. 18-V-1968, c. Ewers.
68 Cf. Monitor Eccl. 1974/I, pág. 82, n° 9, Dec. 10-III-1973, c. Di Felice.
69 S. Th., Suppl. n° 67, op. cit.
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 341

sese mutuo tradunt atque accipiunt, institutum ordinatione divina firmum


oritur etiam coram societati: hoc vinculum sacrum intuitu boni tum coniu-
gum et prolis, tum societatis non ex humano arbitrio pendent (n. 48).
En cuanto a las pruebas, habrá que examinar la consistencia y persis-
tencia del simulante en su posición adversa a la indisolubilidad. Serán im-
portantes también las manifestaciones que sobre la exclusión haya hecho el
nupturiente en tiempo inmediatamente anterior o posterior a la celebración
del matrimonio, así como su modo de conducirse durante ese tiempo. Ade-
más, habrá que examinar la causa simulandi y sería útil detectar el momen-
to en que el presunto simulador realizó el acto concreto de la exclusión de
la indisolubilidad.
4.- Con respecto a las peculiaridades de esta causa en cuanto a que el
actor ha contraído dos matrimonios sucesivos, planteando la nulidad de los
mismos de modo indebido, señalamos la Declaración del Supremo Tribunal
de la Signatura Apostólica (Prot. N. 14498/82 V.T), relativa al procedimien-
to correcto y a la rectificación de los procedimientos inadecuados.

Declaratio de recto modo procedendi in declaranda nullitate


matrimoniorum successive initorum
Ad hoc Supremum Tribunal notitiae quaedam et querelae
pervenerunt de inepto modo procedendi nonnullorum tribuna-
lium, quando de declaranda nullitate plurium matrimoniorum,
quae successive ab eadem persona attentata sunt, agitur: v.gr.
si qua pars acatholica, post divortium iam bis vel ter obtentum
et compartibus adhuc viventibus, declarationem petit nullitatis
ut novum matrimonium cum parte catholica inire possit.
Hic enim mos in aliquibus tribunalibus inolescit: oblata
causa illius qui plura matrimonia unum post aliud attentavit, tri-
bunal, vi can. 1060, praesumit validum matrimonium primo con-
tractum; quare declarat nulla, ob impedimentum ligaminis, om-
nia matrimonia successive celebrata, quae, proinde, nulla reti-
nentur ad omnes iuris effectus; deinde idem tribunal videt de nu-
llitate matrimonii primo contracti, et si huius nullitas declaretur,
pars libera esse censetur ad novum matrimonium ineundum.
Alia queque adducitur ratio ad praedictum modum pro-
cedendi sustinendum, scilicet impedimentum dirimens iuris ec-
clesiastici ortum ex matrimonii externa celebratione, vi cuius,
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342 José BONET ALCÓN

probata nullitate matrimonii primo initi, matrimonium succes-


sivum adhuc pro nullo habendum esset.
Attamen hic modus procedendi in declaranda nullitate ma-
trimoniorum succesive initorum, nulla valida ratione sustinetur.
Praesumptio enim, iuxta notissimas iuris regulas, cedit
veritati obiectivae. Quare matrimonium successivum, quod de-
claratur nullum ob praesumptam validitatem matrimonii pri-
mo contracti, nequit retineri nullum si postea nullum declara-
tur matrimonium primo contractum, nam ex matrimonio nullo
oriri nequit verum impedimentum ligaminis.
Praeterea, de impedimento dirimente ligaminis iuris ec-
clesiastici, in externa matrimonii celebratione fundato et ab
impedimento ligaminis iuris divini distincto, nullum vestigium
in iure vel in probata doctrina reperitur.
Quapropter re mature perpensa, Supremum Signaturae
Apostolicae Tribunal cui competit « rectae administrationi ius-
titiae invigilare» (c. 1445, § 3, 1°) in Ecclesia,declarat:
1. Denuntiatus modus procedendi in declaranda nullita-
te matrimoniorum successive initorum prorsus reprobatur.
2. Si quis plura matrimonia successive celebrata nullita-
tis accusat, hic adhibendus est modus procedendi: ante omnia
inquirendum est de nullitate matrimonii primo initi; legitime
probata hac nullitate, validum praesumendum est matrimo-
nium quod proxime ei successit; si vero et huius deinceps nu-
llitas probata fuerit, validum praesumendum est matrimonium
proxime subsequens, et ita porro.
3. Si tribunal alium adhibet modum procedendi in decla-
randa nullitate plurium matrimoniorum successive initorum,
Defensor vinculi tribunalis quod declaravit nullitatem primi ma-
trimonii, necnon quaelibet alia persona de re edocta denuntiare
debet abusum Promotori iustitiae cornpetenti, qui, ob rationem
boni publici, tenebitur impugnare decisiones successiva matri-
monia respicientes, necnon novum matrimonium deinde initum.
Datum Romae, e sede Supremi Signaturae Apostolicae
Tribunalis, die 18 iunii 1987.
AURELIUS Card. SABATTANI, Praef.
Zenon Grocholewski, Secr.
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 343

III.-
En nuestro caso:
1.- Dice el actor en su escrito inicial que conoció a la convenida cuan-
do ella se encontraba todavía en el secundario. Ella tenía 18 años y él 20
años. El noviazgo duró un año. No tuvieron relaciones prematrimoniales, pe-
ro el actor afirma que mantenía relaciones con otras mujeres. En enero de
1983 nació un hijo fruto de esas relaciones; y en abril de ese año el actor con-
trajo matrimonio con la convenida. El matrimonio civil se contrajo por po-
der en Ecuador, a causa de que en ese tiempo no existía el divorcio vincular
en la Argentina y las partes querían contar con la posibilidad de divorciarse.
La luna de miel fue de una semana en la ciudad de C2 en la Provincia de P1
y en dicha luna de miel comenzaron las desavenencias. No consumaron el
matrimonio. Al regreso de la luna de miel, al día siguiente del viaje de bodas
él fue a buscar a una antigua amante con la que le fue infiel a su mujer. La
convivencia duró solamente una semana. La convenida regresó a la casa de
sus padres. El actor afirma que su matrimonio fue un capricho juvenil surgi-
do por el deseo de independizarse. El actor también afirma que era muy mu-
jeriego y que fue infiel a la convenida en el noviazgo y en la breve conviven-
cia. Afirma que después de la separación tuvo una segunda unión con la Sra.
M2, con la que se casó por la Iglesia. Este segundo matrimonio fue declara-
do nulo por proceso documental por el impedimento de vínculo, siendo la
Sentencia dictada por el Tribunal Interdiocesano de la Diócesis de D1 con fe-
cha 10 de marzo de 2001. El actor también afirma que la convenida contra-
jo matrimonio canónico con el solo fin de darle el gusto al padre de él ya que
ella no se consideraba creyente. El mismo actor dice que se encuentra en una
tercera unión desde hace unos 10 años y que hace cinco años contrajo matri-
monio civil con esta tercera mujer, con la que tiene una hija.
2.- La convenida comparece como resultado de la citación a Dubio y
manifiesta por vía rogatorial en Polonia que está de acuerdo con la nulidad
de su matrimonio y con lo manifestado por el actor en el escrito inicial. Di-
ce que no se hará representar legalmente y tampoco propondrá testigos, e in-
dica que no se hará ninguna pericia.
3.- El actor en su declaración en el Tribunal dice que es católico y que
va a la Iglesia cuando lo necesita. Reitera que el noviazgo fue de un año, que
él era creyente pero no practicante; que la convenida no era ni practicante
ni creyente; que él tenía 22 años y ella 20 años; que en la luna de miel dis-
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344 José BONET ALCÓN

cutían de manera casi permanente, por todo. No hubo consumación del ma-
trimonio ni en la luna de miel, ni en la convivencia que duró una semana.
Él dice que tenía otra persona con la que fue infiel. Cuando volvieron de la
luna de miel, al día siguiente, salió con esa otra persona, con la que mante-
nía relaciones sexuales antes de casarse. Lo hizo porque no era muy estable
su relación sentimental con la convenida. El actor reitera que formó una
nueva unión bastantes años antes del momento de su declaración
(18/03/04). Esa unión duró ocho años aproximadamente. El actor hizo una
celebración civil y luego una celebración religiosa respecto de esta segunda
unión. Dicho matrimonio fue declarado nulo por el impedimento de víncu-
lo anterior y también hubo un divorcio civil de esa segunda unión. Luego,
realizó una tercera unión civil años antes de su declaración. Con respecto a
su matrimonio con la convenida, considera que fue una inconsciencia de la
juventud. Reitera que tuvo diversas infidelidades durante el noviazgo.
4.- La convenida realiza su declaración por vía rogatorial en Polonia y
en ella dice que conoció al actor siendo estudiante en la secundaria. Afirma
que fue bautizada, pero que cuando declara no es creyente. Dice que ambos
sabían con claridad que el matrimonio era un simple formalismo. El actor le
confesó haber tenido un hijo con otra mujer horas antes de contraer el matri-
monio religioso. La decepción y desengaño de ella no fueron suficientes co-
mo para terminar con lo que ya se suponía era una farsa. La convenida seña-
la que cuando sus padres se enteraron de lo manifestado por el actor tuvieron
como respuestas palabras agrias de ambos y una tremenda paliza por parte del
padre de ella, como una manifestación de castigo por no haberlos escuchado.
La convenida dice que cuando se casó estaba totalmente confundida pero te-
nía la imperiosa necesidad de desprenderse de sus padres que eran un círcu-
lo opresor. En la luna de miel ambos evitaron el contacto corporal y cuando
estaban solos se comportaban como extraños. En su vuelta de la luna de miel
recibió noticias de la madre del actor y de amigos comunes que le decían que
el actor no sólo había tenido un hijo con otra mujer, sino que también le era
infiel con otras varias mujeres. La convenida tomó la decisión de volver a ca-
sa de sus padres por lo que su padre volvió a golpearla. Además el padre la
amenazó con matarla si el actor llegaba a cruzar la puerta de la casa. Esto hi-
zo que el primer tiempo de la separación la convenida estuviera prácticamen-
te encarcelada. La convenida afirma que el casamiento se realizó porque am-
bos se aferraron el uno al otro para poder salir de sus círculos familiares. La
misma convenida también señala que realizó un nuevo matrimonio civil con
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 345

el que tuvo un hijo. Su esposo falleció en el año 2000 y ella en el año 2003
contrajo nuevas nupcias por civil con un ciudadano polaco con el que se en-
cuentra en paz, armonía interior, felicidad y tranquilidad.
5.- En la presente causa se encuentra el proceso documental del ma-
trimonio realizado por el actor con la Sra. M2. Este matrimonio se celebró
en la fecha F1. Se indica que este segundo matrimonio por la Iglesia del ac-
tor con la Sra. M2 quiso ser primero celebrado en la Parroquia de Pa1 de la
Ciudad de C3, pero el Párroco conociendo la existencia de un matrimonio
anterior del actor se negó a celebrarlo. Este impedimento de vínculo fue
descubierto dos días antes de la proyectada boda en la mencionada Parro-
quia de la Ciudad C3. El Párroco comunicó su decisión de suspender el ma-
trimonio a la familia de la Sra. M2, la cual no podía ignorar la existencia de
ese anterior matrimonio canónico del actor. No obstante, el actor y la Sra.
M2 fueron a la Parroquia de Pa2 de la Ciudad de C4 y lograron que el Pá-
rroco los casara canónicamente. Este supuesto matrimonio canónico, “V-
M2” es el que fue declarado nulo, por proceso documental, por el Tribunal
de la Ciudad C5, por impedimento de ligamen. Como indicará la Señora De-
fensora del Vínculo de Segunda Instancia dicho matrimonio canónico que
el actor y la Sra. M2 contrajeron fue realizado con dolo, porque no podían
ignorar la celebración del anterior matrimonio: el Sr. V por haber sido par-
te, y la Sra. M2, porque el Párroco de la Ciudad C3 le negó celebrar ese ma-
trimonio en su Parroquia por la existencia del vínculo anterior.
6.- Los testigos de la presente causa manifiestan que el matrimonio
civil del actor y la convenida fue celebrado en Ecuador y que la familia de
él lo calificaba como una locura. Indican también que el actor tenía un hijo
con otra muchacha. Las partes se separaron al regresar de la luna de miel.
El actor volvió a casarse y tuvo una hija con una mujer que vive en la Ciu-
dad de C6. Después se casó con otra mujer con la que también tuvo otra hi-
ja. El actor es calificado como un tiro al aire y un irresponsable. Se indica
también que no había enamoramiento entre las partes. La convenida era
muy linda y el actor quería casarse pero al mismo tiempo hacía otra vida y
le era infiel en el noviazgo. Nadie entendía por qué se casaban. Tres meses
antes del casamiento el actor tuvo un hijo con otra mujer y al regresar de la
luna de miel volvió con la madre de su hijo. Pero él salía con cualquiera. El
padre del actor se oponía al casamiento y no asistió a la ceremonia. La opo-
sición de la familia del actor no era por la novia sino por el modo de ser del
actor. A las tres semanas de la separación el actor fue a verla pero la conve-
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346 José BONET ALCÓN

nida ya estaba con otro. También se indica en posteriores testimonios que el


actor salía con muchas mujeres.
7.- La Señora Defensora del Vínculo de Primera Instancia expone los
Hechos, el Derecho aplicable y la Prueba obtenida, señalando lo que consi-
dera más significativo en lo relativo a las declaraciones de las partes y de los
testigos. Ese Ministerio estima que en dicha prueba aparecen claramente las
convicciones divorcistas de ambas partes. Se casaron en Ecuador para poder
separarse, si no funcionaba el matrimonio, ya que en esa época no había di-
vorcio vincular en la Argentina. Por otra parte, el actor manifiesta claramen-
te y lo mismo lo corroboran los testigos que él no consideraba al matrimonio
indisoluble, por lo cual esa Defensora del Vínculo se remite a la Justicia del
Tribunal en lo que se refiere a la exclusión de la indisolubilidad por el actor.
Con respecto a la parte convenida también está claro que para ella el matri-
monio era un simple formalismo y se casó porque vio que el matrimonio era
la única posibilidad de salir de su círculo familiar, pero no consideró al ma-
trimonio como una unión para toda la vida. En tercer lugar, con respecto a la
exclusión de la fidelidad por parte del actor, esa Defensora del Vínculo seña-
la cómo el actor fue infiel a la convenida en el noviazgo y luego en el matri-
monio. El mismo actor dice que cuando volvieron de la luna de miel, al día
siguiente ya salió con otra persona, con la que tenía relaciones sexuales an-
tes de casarse. Estas infidelidades del actor son corroboradas por la conveni-
da y los testigos, por lo cual ese Ministerio no se opone a la declaración de
nulidad por ese capítulo y se remite a la Justicia del Tribunal.
8.- En la Sentencia de Primera Instancia se exponen los Hechos (An-
tecedentes), el Derecho aplicable (Fundamentos de Derecho) y su Aplica-
ción concreta a los Hechos (Fundamentos de Hecho). En este punto se ex-
pone lo que los Señores Jueces consideran más significativo en las manifes-
taciones del actor y de la convenida, como así también en las declaraciones
de los testigos. Y se concluye indicando que la convivencia matrimonial fue
muy breve. La convenida a pesar de ser bautizada no es creyente y mani-
fiesta que pretendía huir de la opresión de sus padres. El actor tenía una vi-
da disipada, y fue padre soltero pocos meses antes de casarse, con una mu-
jer que se ve también al regresar de la luna de miel. Las partes hicieron el
matrimonio civil en Ecuador, porque allí existía el divorcio, mostrando que
ambos excluían con una acto positivo de la voluntad la indisolubilidad. La
relación del actor con una mujer con la que tuvo un hijo meses antes de ce-
lebrarse el matrimonio, mujer a la que siguió viendo durante la breve con-
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 347

vivencia de una semana, muestra que él también excluía la fidelidad. Por to-
do lo cual los Señores Jueces de Primera Instancia consideran que está pro-
bada la exclusión de la indisolubilidad del matrimonio por ambas partes y
la exclusión de la fidelidad por parte del actor. En la Sentencia se indica que
conforme al Artículo 251 § 2 de la Instrucción Dignitas Connubii se grava
a ambas partes con la prohibición de pasar a nuevas nupcias sin la autoriza-
ción del Ordinario del Lugar, que deberá consultar, antes de darla al Tribu-
nal de Alzada que confirme esta prohibición.
10.- La Sra. Defensora del Vínculo de Segunda Instancia expone los
Hechos, el Derecho aplicable y la Prueba obtenida. En este punto señala mi-
nuciosamente lo que corresponde a las manifestaciones de las partes y de los
testigos. Ese Ministerio expone como cuestión previa todo lo relativo al ma-
trimonio del actor con la Sra. M2, así como la declaración de nulidad de ese
matrimonio realizada por el Tribunal de la Diócesis D1 por existir el impedi-
mento de vínculo. Ese Ministerio señala cómo el Juez que intervino en el pro-
ceso documental de nulidad del matrimonio “M2- V”, no investigó la validez
o nulidad del vínculo precedente, en el caso el matrimonio V-M, esto de
acuerdo a lo que dispone el Artículo 145 § 2 de la Instrucción Dignitas Con-
nubii. Ese Juez único que intervino no se interiorizó ni sobre las circunstan-
cias que llevaron al primer matrimonio del Sr. V, ni sobre su duración, ele-
mento que habría arrojado prima facie dudas sobre la validez del vínculo. Por-
que de no haber existido impedimento alguno de ligamen para el matrimonio
V-M2 ese matrimonio se habría celebrado válidamente. Ese Ministerio agre-
ga con respecto a dicho matrimonio V-M2 que ambas partes, que atentaron
matrimonio, actuaron con dolo, porque no podían ignorar la celebración del
matrimonio, es decir, el matrimonio V-M. Todo lo cual deberá ser tenido en
cuenta en el Veto que se imponga a la parte actora en esta causa. Por otra par-
te, ese Ministerio en una nueva intervención en la presente causa señala que
de conformidad a lo dispuesto por la Signatura Apostólica en su Declaración
del 18 de junio de 1987 sobre el recto modo de proceder en la declaración de
nulidad de matrimonios sucesivos, solicita la intervención del Señor Promo-
tor de Justicia de la Diócesis D1, por estar implicado en el caso el bien públi-
co. Hechas estas advertencias, ese Ministerio expone en sus Observaciones lo
que estima más significativo en las declaraciones de las partes y de los testi-
gos, y concluye indicando que ambos decidieron casarse vía Ecuador porque
no existía divorcio vincular en la Argentina en el orden civil. El actor fue in-
fiel en el noviazgo, tuvo un hijo y la convenida decidió volver al hogar fami-
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348 José BONET ALCÓN

liar después de su casamiento. Las partes con su matrimonio en Ecuador que


además resultó ser un fraude, excluyeron claramente la indisolubilidad y el
actor excluyó la fidelidad, por todo lo cual en cuanto a las causales de nulidad
propuestas, ese Ministerio se remite a la Justicia del Tribunal. Pero advierte
que en el caso de declararse la nulidad de este vínculo acarrearía la nulidad de
la Sentencia acompañada a Folios 21/26 de la presente causa, lo cual se debe-
rá tener presente en el Veto que se imponga a la parte actora.
11.- Al estar presente en el caso que se plantea el bien público de la
Iglesia por las razones indicadas por la Señora Defensora del Vínculo de Se-
gunda Instancia, se da intervención del Señor Promotor de Justicia de nues-
tro Tribunal, el cual en sus Observaciones expone los Hechos, el Derecho
que se debe aplicar y finalmente concluye indicando que el Tribunal de la
Diócesis D1 procedió a declarar la nulidad del matrimonio V-M2 mediante
proceso documental por el impedimento de ligamen, indebidamente, a causa
de no examinar la validez del primer matrimonio. Las características de ese
matrimonio que duró una semana y que incluso las partes sostienen que no
se consumó, eran elementos suficientes para advertir que no podía ser admi-
tida tal causa V-M2 mediante el proceso documental. El Señor Promotor de
Justicia se refiere a lo determinado por el Tribunal de la Signatura Apostóli-
ca, según lo cual, el matrimonio sucesivo (V-M2) que se declara nulo por la
presunta validez del primer matrimonio contraído (V-M) nunca puede per-
manecer nulo si luego se declara nulo el primer matrimonio (V-M), ya que
del matrimonio nulo no pueden nacer un verdadero impedimento de ligamen.
El Promotor de Justicia señala cómo en el caso concreto que nos ocupa,
siempre de acuerdo al Tribunal de la Signatura Apostólica, se debe proceder
de tal modo que se denuncie el abuso al Promotor de Justicia competente, en
este caso al Promotor de Justicia del Tribunal de la Diócesis D1, en la Ciu-
dad C5, el cual, en razón del bien público, está obligado a impugnar las de-
cisiones relativas a los matrimonios sucesivos. El Promotor de Justicia no en-
cuentra obstáculos a que se prosiga el proceso normal en esta Segunda Ins-
tancia que lleve a la declaración de nulidad del matrimonio V-M. Pero una
vez que se llegue a la confirmación de la nulidad de tal matrimonio, se rea-
lizará la denuncia formal al Promotor de Justicia del Tribunal de D1, quien a
su vez tendría la obligación de plantear la querella de nulidad de la Senten-
cia dictada por el Tribunal de D1 en la causa M2-V.
12.- Una evaluación de la presente causa de nulidad matrimonial nos lle-
va a coincidir con la Sentencia de Primera Instancia, así como con las Señoras
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DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO NACIONAL 349

Defensoras del Vínculo de ambas Instancias en lo relativo a que tanto el actor


como la convenida excluyeron la indisolubilidad del matrimonio, y el actor de
un modo bien patente excluyó la fidelidad. En efecto, según la totalidad de la
prueba que es coherente y coincidente, las partes se casaron bien por capricho,
o bien, para escapar momentáneamente de sus ambientes familiares, pero sin
ninguna intención de constituir un vínculo permanente y exclusivo. Eligieron el
casamiento civil por Ecuador para divorciarse cuando lo creyeran conveniente.
Poco antes de su casamiento con la convenida el actor tuvo un hijo con una
amante. En la luna de miel no consumaron el matrimonio y tampoco en la bre-
ve convivencia que siguió. Al día siguiente de volver de la luna de miel ya el
actor confiesa que se fue con otra mujer. El absoluto desconocimiento o menos-
precio de la fidelidad por el actor era algo bien sabido por su familia y sus ami-
gos. Todo lo cual, nos lleva a considerar que el presente matrimonio fue simu-
lado por ambas partes. Es muy probable que también se haya dado en el caso,
la exclusión de la prole. Y, de acuerdo a lo señalado en los Fundamentos de De-
recho, no hay que olvidar que la exclusión de la indisolubilidad del vínculo lle-
va consigo la exclusión de la fidelidad. Todo lo cual, nos lleva a ratificar por
Decreto la Sentencia de Primera Instancia. Pero debemos advertir, que con es-
ta declaración y estando firme la nulidad del matrimonio V–M, no goza el ac-
tor de libertad canónica, ya que de acuerdo con lo señalado por la Señora De-
fensora del Vínculo de Segunda Instancia y el Señor Promotor de Justicia de
nuestro Tribunal, dejaría de tener vigencia la Sentencia del Tribunal de la Dió-
cesis D1 que decretó la nulidad del matrimonio M2-V, por el impedimento del
vínculo, el cual, ahora se ve claro, que no existía. Por todo lo cual, de acuerdo
a lo señalado por el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica para el caso
de matrimonios sucesivos contraídos por la Iglesia, establecemos en esta causa
una doble prohibición en las Notas 1 y 2 que seguirán. Y al mismo tiempo man-
damos que nuestra Decisión se comunique a la Señora Defensora del Vínculo
de Segunda Instancia, al Señor Promotor de Justicia de nuestro Tribunal, a las
partes y al Tribunal Interdiocesano de C1, así como también al Tribunal Inter-
diocesano de la Diócesis D1, al que se enviará toda la causa, particularmente
para que sobre ella actúe el Promotor de Justicia, tanto para promover la que-
rella de nulidad de la Sentencia M2-V, como para que –si lo cree oportuno–, con
acuerdo o sin él, con el actor de esta causa, presente en ese Tribunal Interdio-
cesano de la Dióceis D1 el pedido de nulidad del matrimonio V-M2 por los ca-
pítulos que estime que correspondan, excluido el impedimento de ligamen.
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350 José BONET ALCÓN

IV.-
Por todo lo expuesto, ratificamos, a tenor del c. 1682 § 2, la Senten-
cia de nulidad matrimonial “V - M” del Tribunal Interdiocesano de C1, del
20 de marzo de 2007, recibida en nuestro Tribunal Eclesiástico Nacional
con fecha 28 de marzo de 2007 y declaramos que consta dicha nulidad del
matrimonio contraído por el actor, A. B. V, con la convenida X. Y. M, por
los capítulos de: 1) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por
parte del actor; 2) Exclusión de la indisolubilidad (CIC can. 1101 § 2) por
parte de la convenida; y 3) Exclusión de la fidelidad (CIC can. 1101 § 2) por
parte del actor.
NOTA 1: Se prohíbe a la parte actora acceder a nuevas nupcias sin
que sea autorizada por el Ordinario del lugar, quien deberá consultar al Tri-
bunal Eclesiástico Nacional de Segunda Instancia, para asegurarse que el
actor haya adquirido la libertad canónica, que en el momento de la presen-
te Sentencia no posee; y que tenga la disposición sincera y firme de admitir
los fines y propiedades esenciales del matrimonio canónico.
NOTA 2: Se prohíbe a la parte convenida acceder a nuevas nupcias
sin que sea autorizada por el Ordinario del lugar, quien deberá asegurarse
que dicha convenida tenga la disposición sincera y firme de asumir los fi-
nes y propiedades esenciales del matrimonio canónico.
Mandamos que sean colocadas las correspondientes notas marginales en
el acta de matrimonio y en las actas de bautismo de las partes, haciendo cons-
tar la nulidad matrimonial y las Notas respectivamente, la primera en el acta de
bautismo del actor y la segunda en el acta de bautismo de la convenida.
Las costas procesales que se han producido en nuestro Tribunal de
Apelación con motivo de esta causa, corren por cuenta de la parte actora.
Publíquese y, sin perjuicio de los recursos legales que procedieren,
ejecútese este Decreto definitivo que declaramos firme y ejecutorio.
Dado en la Sede del Tribunal Eclesiástico Nacional, en Buenos Aires,
a los 8 días del mes de mayo del año del Señor de 2007
Mons. Dr. José BONET ALCÓN, Vicario de Justicia y Ponente
Pbro. Dr. Ariel David BUSSO
Pbro. Dr. Carlos BACCIOLI
Jueces Adjuntos
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AADC XVI (2009-2010) 351-360

COMENTARIO AL DECRETO DE CONFIRMACIÓN


DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO
NACIONAL DEL 8/05/2007

Alejandro W. BUNGE

SUMARIO: I.- Presentación del caso. II.- Declaración de nulidad de matrimo-


nios sucesivos. III.- Consentimiento viciado por simulación o exclu-
sión. 1. Exclusión de la prole. 2. Exclusión de la fidelidad. 3. Exclu-
sión de la indisolubilidad. Conclusión.

Mons. José Bonet Alcón, con la solvencia que hace tiempo se le cono-
ce y demuestra en su carrera docente y judicial, aprovecha esta vez la oca-
sión que le presenta un caso particular para exponer dos enseñanzas de peso,
fundamentadas en su probada sabiduría y conocida capacidad didáctica.
Sirva primero, antes de adentrarnos en el contenido de este Decreto
confirmatorio de una sentencia de primera instancia, resumir brevemente, a
modo de presentación, el caso ante el que estamos.

I.- PRESENTACIÓN DEL CASO


V se casa con M, tres meses después de haber tenido un hijo con otra
mujer. Ni V ni M tenían intención de constituir un matrimonio estable, ra-
zón por la que celebraron el matrimonio civil en otro país, por poder, ya que
en el suyo no existía todavía el divorcio. Además V no había sido fiel du-
rante el noviazgo, ya que salía con otras mujeres, ni pretendía serlo durante
el matrimonio, al punto tal que al regreso de la luna de miel, durante la cual
no consumaron el matrimonio, buscó una antigua amante y fue infiel a M.
La convivencia matrimonial duró sólo una semana, después de lo cual M
volvió a casa de sus padres, sin que el matrimonio hubiera sido consumado.
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Años después V se casó por Iglesia con M2. Intentaron primero ha-
cerlo en una parroquia donde no fue posible porque dos días antes de la fe-
cha planeada para la boda el párroco supo del matrimonio anterior de V. M2
fue advertida por este párroco del matrimonio anterior de V. Fueron a otra
parroquia y allí lograron concretar la celebración, a pesar de la existencia
del matrimonio anterior de V.
Tenemos, entonces, en este caso, una sentencia de primera instancia
que declara la nulidad del primer matrimonio del actor por los capítulos de
exclusión de la indisolubilidad por parte de ambos y exclusión de la fideli-
dad por parte del actor, que se elevó para su revisión en segunda instancia.
El actor de esta causa se había casado una segunda vez después de su pri-
mer matrimonio. Antes de obtener la nulidad de su primer matrimonio ha-
bía planteado y obtenido la nulidad de este segundo matrimonio, con ante-
rioridad a la declaración de la nulidad, aduciendo el impedimento de víncu-
lo anterior; en esa causa se siguió el proceso documental.

II.- DECLARACIÓN DE NULIDAD DE MATRIMONIOS SUCESIVOS


El Defensor del Vínculo de segunda instancia llamó la atención sobre
la irregularidad de la aplicación del proceso documental realizada por el Tri-
bunal que había intervenido para declarar la nulidad del segundo matrimonio
del actor, ya que había suficientes elementos que bastaban, prima facie, como
dice el Decreto confirmatorio sub examine, para dudar sobre la validez del pri-
mer matrimonio del actor. Siendo nulo el primer matrimonio, el segundo no
hubiera podido ser declarado nulo por vínculo anterior, ya que el supuesto
vínculo causante del supuesto impedimento no hubiera existido.
El Promotor de Justicia de segunda instancia, por su parte, dice que
el Tribunal que declaró nulo el segundo matrimonio por impedimento de
vínculo actuó indebidamente, ya que no examinó previamente la validez
del primer matrimonio. Las características de ese matrimonio (sobre el
que se expide la sentencia de primera instancia y el Decreto confirmato-
rio que estamos comentando), que duró una semana y no se consumó, bas-
taban, cree este Promotor de Justicia, para que no se admitiera la causa pa-
ra la declaración de la nulidad del segundo matrimonio de V por proceso
documental.
Tanto el Decreto de segunda instancia como las intervenciones que en
ella tuvieron el Defensor del Vínculo y el Promotor de Justicia se refieren a
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COMENTARIO AL DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL... 353

la Declaración de la Signatura Apostólica del 18 de junio de 19871, que el


Decreto reporta textualmente de forma íntegra, y que resulta de la mayor
importancia para resolver estos casos por el camino debido. La Declaración
trata específicamente del modo con el que se debe proceder cuando una per-
sona atenta la celebración de matrimonios sucesivos y luego pretende la de-
claración de la nulidad de sus matrimonios sucesivos ante un Tribunal de la
Iglesia. Aunque no lo dice explícitamente, en la explicación de la mala prác-
tica a la que se intenta poner remedio queda sobreentendido que el fiel pide
la declaración de la nulidad de sus diversos matrimonios sucesivos ante un
mismo Tribunal.
La Declaración de la Signatura apostólica enfrentaba la mala prácti-
ca verificada en algunos Tribunales que ante estas situaciones presumían vá-
lido, en virtud del canon 1060, el primer matrimonio de quien había cele-
brado varios sucesivos, declaraban nulos los sucesivos por el impedimento
de vínculo anterior, examinaban después el primer matrimonio y, si era de-
clarado nulo, consideraban que la parte estaba libre para contraer nuevo ma-
trimonio, ya que un supuesto impedimento dirimente de derecho eclesiásti-
co que surgía del primer matrimonio celebrado hacía nulos los sucesivos,
sin importar que el primero fuera válido o no.
La Signatura Apostólica desautoriza este modo de proceder recurrien-
do a una simple regla del derecho: “la presunción cede ante la verdad”. Por
lo tanto, ya que de un matrimonio nulo no puede seguirse un impedimento
de vínculo, si el primer matrimonio es declarado nulo cede la presunción de
su validez, no existe el impedimento de vínculo y el matrimonio sucesivo no
es nulo o al menos no lo es por este impedimento. Debe tenerse en cuenta
que el impedimento de vínculo es uno solo, el que surge del derecho divino.
No existe un supuesto impedimento de vínculo de derecho eclesiástico que
provenga de la celebración externa del matrimonio, distinto del impedimen-
to de vínculo de derecho divino, que sólo existe si el matrimonio es válido.
Basada en estos fundamentos esenciales, la Signatura Apostólica fija
el camino que debe seguirse cuando alguien acusa la nulidad de diversos
matrimonios celebrados sucesivamente. Primero debe examinarse la nuli-
dad del primer matrimonio. Si se prueba esa nulidad, debe considerarse vá-

1 SUPREMUM SIGNATURAE APOSTOLICAE TRIBUNAL, Declaratio de recto modo proce-


dendi in declaranda nullitate matrimoniorum successive initorum, Prot. n. 14498/82 V.T. 18
iunii 1987, en Communicationes 19 (1987) 16-18.
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354 Alejandro W. BUNGE

lido el matrimonio sucesivo, hasta que se pruebe lo contrario. Si se prueba


la nulidad del segundo matrimonio, debe considerarse válido el tercero, has-
ta que se prueba lo contrario. Y así sucesivamente. Un modo distinto de pro-
ceder debe ser denunciado por el Defensor del Vínculo que intervino en la
causa de nulidad del primer matrimonio, o cualquier otra persona que tuvie-
ra noticia de ese proceder. Debe hacerse la denuncia ante el Promotor de
Justicia que a su vez debe impugnar las posibles declaraciones de nulidad
de los matrimonios sucesivos declaradas por el impedimento de vínculo,
inexistente si el matrimonio anterior ha sido declarado nulo.
El modo incorrecto de proceder que corrige la Declaración de la Sig-
natura Apostólica no se ha dado estrictamente en este caso, ya que V no ha
planteado las nulidades de su primer y segundo matrimonio en el mismo
Tribunal. Sin embargo, el Tribunal que declaró la nulidad del segundo ma-
trimonio debería haber aplicado el modo de proceder indicado por la Signa-
tura Apostólica.
Cuando V planteó el pedido de la declaración de la nulidad de su se-
gundo matrimonio ante el primer Tribunal, éste debería haber analizado la
validez del primer matrimonio de V, en vez de darla por sentada y en base
a ello aplicar el proceso documental para declarar la nulidad del segundo
matrimonio de V.
Si lo hubiera hecho, seguramente se hubiera ahorrado buena parte del
camino recorrido. Puede presumirse que ese Tribunal hubiera llegado fácil-
mente a la declaración de la nulidad del primer matrimonio de V, como hi-
zo el segundo Tribunal tiempo después. Declarado nulo el primer matrimo-
nio de V, ya no hubiera tenido objeto plantear la nulidad del segundo, al me-
nos no podría haberse planteado por el impedimento de vínculo.
El Decreto confirmatorio de segunda instancia, objeto de nuestro co-
mentario, que considera firme la nulidad del primer matrimonio sentencia-
da en primera instancia, siguiendo con ejemplar disciplina las decisiones de
la Signatura Apostólica en la Declaración mencionada, notifica su decisión
no sólo a las partes, al Defensor del Vínculo y al Promotor de Justicia que
intervinieron en la causa, y al Tribunal que dictó la sentencia de primera ins-
tancia, como es habitual, sino también al Tribunal que sentenció la nulidad
del segundo matrimonio de V por impedimento de vínculo utilizando el pro-
ceso documental, enviándole toda la causa para que el Promotor de Justicia
de ese Tribunal pueda promover la querella de nulidad de la sentencia que
declaró nulo el segundo matrimonio de V.
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COMENTARIO AL DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL... 355

III.- CONSENTIMIENTO VICIADO POR SIMULACIÓN O EXCLUSIÓN


El Decreto confirmatorio de sentencia también aprovecha la ocasión,
oportuna por la claridad del caso, en una causa en la que todos los capítulos
de nulidad presentados se refieren a la simulación, para hacer una comple-
ta y didáctica presentación de este vicio del consentimiento. Así es como
puede resultar una guía útil para que los abogados que presentan las causas
de nulidad de matrimonios en los Tribunales de la Iglesia logren evitar lo
que el ponente de la causa en segunda instancia ha llamado con acierto “el
rapto de las causales”2. Esta guía les puede ayudar a encontrar con mayor
facilidad el modo de plantear causas por simulación, muchas veces escon-
didas detrás de los capítulos más planteados en la actualidad, las incapaci-
dades para consentir al matrimonio por causas de naturaleza psíquica3.
El Decreto confirmatorio, después de distinguir, como lo hace la ju-
risprudencia de la Rota Romana y la misma ley canónica, entre exclusión o
simulación total y parcial4, se extiende en el análisis de cada una de ellas.
Presenta primero la simulación total, en la que falta absolutamente la
voluntad de contraer matrimonio, o más bien hay una intención positiva de
no contraerlo. Incluye dentro de la simulación total el caso del que rechaza
positivamente y de modo absoluto la sacramentalidad del matrimonio, ba-
sándose en que para los bautizados el matrimonio y el sacramento son inse-
parables, y por lo tanto si el contrayente excluye de su voluntad el sacra-
mento, excluye también el matrimonio mismo.
En la simulación total, recuerda este Decreto confirmatorio, ya que
no hay intención de contraer matrimonio o más bien hay intención de no
contraerlo, se supone que se tiene conciencia de la nulidad del matrimonio
celebrado. En la simulación parcial, en cambio, hay voluntad de contraer un
vínculo que, por el defecto que supone la exclusión de la intención de un
elemento o propiedad esencial del matrimonio, no puede ser asumido como
un vínculo matrimonial.
2 Cf. J. BONET ALCÓN, El rapto de las causales (en los juicios de nulidad matrimo-
nial), en AA. VV., Iudex et Magister, Vol. II, Buenos Aires 2008, págs. 297-319. Se pueden
ver especialmente págs. 299-300 sobre “el rapto” de la exclusión de la indisolubilidad, págs.
301-302 sobre “el rapto” de la exclusión de la fidelidad y pág. 303 para “el rapto” de varis
exclusiones juntas.
3 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a la Rota Romana, 29/01/2009, en Communicatio-
nes 41 (2009) 20-23. Se pueden ver también todos los discursos de Juan Pablo II a la Rota
Romana citados por Benedicto XVI en esa ocasión.
4 Cf. can. 1101 § 2.
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356 Alejandro W. BUNGE

Siguiendo la jurisprudencia de la Rota Romana, el Decreto confirma-


torio nos presenta varios casos de simulación total. En primer lugar el con-
trayente que excluye de su voluntad el matrimonio mismo o al menos con-
traerlo con esa determinada persona con la que lo celebra; en segundo lugar
el que no presta ningún consentimiento; también el que excluye con un ac-
to positivo de voluntad los derechos y obligaciones del matrimonio, sea que
no quiera conferir los derechos a la otra persona o no quiera asumir sus obli-
gaciones. También incluye dentro de la simulación total la del que no quie-
re constituir con la otra parte una sociedad permanente entre el varón y la
mujer para procrear hijos, y la celebración en la que la intención del contra-
yente de dirige a otro objeto para el que el matrimonio es sólo un medio, que
no forma parte de ningún modo del fin pretendido.
Enseguida el Decreto presenta algunas consecuencias procesales que
se siguen de la relación entre la simulación total y la parcial, el miedo y el de-
fecto de discreción de juicio. Sostiene apoyado en probada jurisprudencia,
que no puede acumularse la simulación total con cualquier simulación par-
cial, ya que negado el matrimonio mismo no queda nada que pueda excluir-
se de modo parcial. La simulación total y la parcial, entonces, sólo pueden ad-
mitirse como capítulos de nulidad subordinados. Considera que la exclusión
simultánea de los tria bona del matrimonio (bonum fidei, bonum prolis, bonum
sacramenti) es simulación total sino parcial. Sostiene que no pueden proponer-
se como concurrentes los capítulos de simulación total y miedo, porque en la
simulación no hay propiamente consentimiento, mientras que en el capítulo
del miedo hay consentimiento, aunque viciado. De la misma manera, es im-
posible que coexistan como capítulos de nulidad de la misma persona la si-
mulación y el defecto de discreción de juicio, porque la misma persona no
puede ser incapaz de consentir y al mismo tiempo ser capaz de consentir li-
mitando el contenido de su consentimiento matrimonial, es decir, excluyen-
do al menos algo de su contenido, si no todo. Por lo cual los capítulos de nu-
lidad señalados sólo pueden ser en forma subordinada con la simulación.
Después de recoger lo que está bien asentado en la jurisprudencia de
la Rota Romana respecto a la prueba del capítulo de la simulación (hay que
atender a la confesión del que simula en tiempo no sospechoso, a las causas
o motivos de su simulación, a las circunstancias anteriores, concomitantes y
posteriores al matrimonio y, especialmente, a la conducta o modo de actuar
del que simula), el Decreto se explaya sobre las exclusiones parciales más
frecuentes.
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COMENTARIO AL DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL... 357

1. Exclusión de la prole
Aquí el Decreto sigue la distinción constantemente hecha por la juris-
prudencia de la Rota Romana entre la exclusión del derecho de la otra par-
te a los actos por sí aptos para la generación de la prole de la exclusión del
ejercicio de dichos actos, sin exclusión del derecho a los mismos. Recuer-
da, haciendo pie en una famosa Alocución de Pío XII de Pío XII5 a las obs-
tetras, que la exclusión del derecho hace nulo el matrimonio mientras que la
exclusión del ejercicio no. Conforme a la jurisprudencia mencionada, si la
exclusión se realiza de manera perpetua se supone que se ha excluido el de-
recho, mientras que si la exclusión sólo se ha hecho por un tiempo determi-
nado, se supone que se ha excluido el ejercicio, pero no el derecho a los ac-
tos por sí aptos para la generación de la prole; dichas presunciones son iuris
tantum, y admiten prueba en contrario.
En cuanto a la prueba de este capítulo, el Decreto menciona la confe-
sión judicial del que simula (no constituye por sí sola prueba suficiente), la
extra judicial (en tiempo no sospechoso, y demostrada en juicio mediante
testigos), la causa por la que quiere excluir la prole (aversión inmoderada a
los hijos, deseo de seguir siendo libre para dedicarse a sus ocupaciones de
soltería, excesivo egoísmo, etc.), las circunstancias antecedentes (modo de
ser del que simula, frecuencia, modo y firmeza con que manifestó su propó-
sito) y las circunstancias subsiguientes (por ejemplo la tenacidad con que
llevó a la práctica su propósito durante la convivencia conyugal).
Siguen algunas precisiones acerca de la negación que hace la juris-
prudencia de la Rota Romana sobre un supuesto derecho a la cópula onaní-
sitica que no haría nulo el matrimonio y sobre la posibilidad de la privación
del ejercicio del derecho por voluntad conjunta de los contrayentes de vivir
en castidad sin que esto invalide el consentimiento si prevalece la intención
matrimonial. Se aclara que la exclusión temporal podrá invalidar el matri-
monio si es realizada como condición sine qua non., ya que contraer bajo
condición es subordinar el consentimiento al cumplimiento de la circunstan-
cia condicionante, de forma tal que sólo se quiere contraer el vínculo matri-
monial en la hipótesis de que se excluya del matrimonio ese elemento esen-
cial. Prevaleciendo la intención de la exclusión, cae el matrimonio si la con-
dición no se cumple. Normalmente deberá entenderse que el acto positivo

5 Cf. PÍO XII, Discurso a la Unión Católica Italiana de Obstétricas, 29 de octubre


de 1951, en AAS 43 (1951) 835-854, especialmente 845.
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358 Alejandro W. BUNGE

de voluntad por el que se excluye temporalmente la prole no es una condi-


ción sine qua non, pero la presunción cede si se tiene la certeza contraria.
Tal condición capaz de invalidar el matrimonio será más clara si tiene la for-
ma externa de un pacto formal o de una condición expresa.

2. Exclusión de la fidelidad
El Decreto aborda también la relativamente frecuente exclusión de la
fidelidad. Afirma que no basta para que se dé este capítulo que el contrayen-
te prevea que, por debilidad, tendrá relaciones extra conyugales; Hace falta
que se reserve formalmente el derecho a tenerlas, sea porque otorgue este
derecho a una tercera persona o bien simplemente porque niegue la exclu-
sividad del derecho al otro contrayente. También se ve afectado por este vi-
cio del consentimiento el que se casa con la intención de no aceptar el dere-
cho exclusivo que la otra parte le debe otorgar, por ejemplo un varón que se
casa con la intención de imponer a la mujer una vida de prostituta.
Para verificar la exclusión el Decreto considera aplicable el criterio
del “dilema”: contrae inválidamente el que antes está dispuesto a renunciar
a la esposa y al matrimonio que a la relación con una tercera mujer, o el va-
rón que se casa con la intención de no desprenderse de otra mujer con la que
se propone seguir manteniendo comercio sexual, o la mujer que se casa con
la intención de entregarse sexualmente a otros varones. Tener relaciones se-
xuales con una tercera persona inmediatamente antes y/o después de cele-
brar el matrimonio es indicio de esta simulación.
Recuerda el Decreto que la jurisprudencia de la Rota Romana identi-
fica la unidad como propiedad esencial del matrimonio con la fidelidad, ya
que la primera reclama excluir tanto un vínculo múltiple como cualquier có-
pula con otro, incluso sin intención de establecer un vínculo. La jurispru-
dencia más reciente pone el acento en la negación del derecho exclusivo a
la comparte, más que en dar el derecho a una tercera persona.
En cuanto a quien se casa con la intención de cometer adulterio, la ju-
risprudencia es constante en considerar inválido el matrimonio de la mujer
que se casa con el propósito de entregarse a otros varones, sin importar si
considera esto ilícito o no. Puede suponerse esta voluntad contraria a la fi-
delidad en aquel que por causa de sus malas costumbres no renuncia a unir-
se con otras/os cuando se presente la ocasión.
Respecto de la prueba de esta exclusión, recuerda el Decreto que no
alcanza con el simple error acerca de la unidad del matrimonio, mientras
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COMENTARIO AL DECRETO DE CONFIRMACIÓN DE SENTENCIA DEL TRIBUNAL... 359

permanezca en el intelecto y no llegue a traducirse en un acto positivo de la


voluntad. Deberá atenderse no sólo a los hechos anteriores y posteriores al
matrimonio, sino también a la “forma mentis” de la persona, a su educación,
a los malos ejemplos que hayan podido influir en él e incluso a las anorma-
lidades psíquicas, si existen. Debe distinguirse entre la exclusión del dere-
cho y la simple infracción del uso del derecho, que no invalida el consenti-
miento.

3. Exclusión de la indisolubilidad
Finalmente el Decreto confirmatorio aborda la exclusión de la propie-
dad esencial de la indisolubilidad del matrimonio. Señala el nexo que exis-
te entre la exclusión de la fidelidad y la exclusión de la indisolubilidad, de
tal manera que la exclusión de ésta lleva consigo la exclusión de la prime-
ra, pero no al contrario, ya que el que se reserva la facultad de separarse y
realizar una nueva unión, además de rechazar la indisolubilidad, no otorga
el derecho exclusivo a la otra parte, pero puede no otorgarse este derecho
sin que con ello se excluya la indisolubilidad.
Incluye dentro de esta capítulo los casos de quienes se casan con la
intención de realizar un matrimonio “ad experimentum”, o “ad determinatum
tempus”. En cambio considera que si la intención de recurrir al divorcio ci-
vil implica sólo intención de separarse o de cambiar de domicilio, sin afec-
tar el vínculo conyugal, no conlleva la nulidad del matrimonio, aunque ge-
neralmente, la intención de divorciarse lleva consigo la intención de librar-
se de todo vínculo con la comparte e incluye la facultad de realizar un nue-
vo matrimonio, siendo de esta manera causa de nulidad, aunque la intención
de divorciarse sea sólo condicionada, por ejemplo, al naufragio del matri-
monio, o al adulterio de la otra parte, o condicionando la duración del ma-
trimonio “mientras dure el amor”.
Recuerda el Decreto que el error acerca de la indisolubilidad no hace
nulo el consentimiento, con tal de que no determine la voluntad. Pero si es-
te error se une al desprecio de la indisolubilidad y está muy arraigado, pue-
de presumirse que afecta también a la voluntad y por en consecuencia vicia
al consentimiento. Señala también que la exclusión de la indisolubilidad es
posible si falta el amor conyugal pero no resulta compatible con un amor ar-
diente del que supuestamente simula hacia la otra parte. Además, normal-
mente, la generación de los hijos se considera como un argumento contra-
rio a la exclusión de la indisolubilidad.
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360 Alejandro W. BUNGE

CONCLUSIÓN
En definitiva, y como decíamos desde el comienzo, nos encontramos
ante un Decreto confirmatorio que resuelve acertadamente y con exquisita
prudencia un caso a la vez particular y con cierta peculiaridad por el cami-
no recorrido.
Pero además el Decreto, basado en las oportunas intervenciones del
Defensor del Vínculo y el Promotor de Justicia de segunda instancia, seña-
la con discreción lo que correspondía corregir en la intervención del Tribu-
nal que intervino declarando la nulidad del segundo matrimonio sin revisar
la validez del primer.
Y finalmente el Decreto aprovecha la ocasión para constituirse en un
adecuado punto de referencia para resolver los planteos de nulidades de ma-
trimonios sucesivos de un mismo contrayente y para plantear, cuando co-
rresponda, los capítulos de exclusión tanto total como parcial, hoy quizás
más frecuentes que los que efectivamente se plantean en los Tribunales ecle-
siásticos, al menos en Argentina.
Más allá se ciertas repeticiones que podrían haberse vitado, sobre to-
do en el tratamiento de los fundamentos de derecho del vicio del consenti-
miento por simulación o exclusión, sin duda se trata de un valioso pronun-
ciamiento de la jurisprudencia local, que puede resultar muy útil para los
jueces, sea de primera instancia como de segunda instancia, tanto en Argen-
tina como en otros lugares en los que, por la similitud de la cultura, se pue-
de esperar los motivos o capítulos por los que se presenten las causas de nu-
lidad sean semejantes a los de las causas que se llevan adelante en nuestro
país.
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AADC XVI (2009-2010) 361-418

INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS


DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA DEL AÑO 1993,
PUBLICADOS EN EL 2005, EN EL TOMO XI,
BAJO EL TÍTULO DE DECRETA

Fernando MORENO DIEHL

SUMARIO: 1.- Decretos no publicados. 2.- Decretos publicados. 2.1. Se decre-


ta que no consta la nulidad de la sentencia de primera instancia. 2.2.
Se decreta que no consta la nulidad de las sentencias de primero y se-
gundo grado. 2.3. Se decreta que no consta la nulidad del decreto con-
firmatorio. 2.4. Se decreta que consta la nulidad de la sentencia de
primer grado. 2.5. Se decreta que consta la nulidad de la sentencia de
Primer grado y del Decreto Confirmatorio. 2.6. Se decreta que cons-
ta la nulidad de las sentencias de primero y segundo grado. 2.7. Se de-
creta que consta la nulidad sanable de la sentencia de segundo gra-
do. 2.8. Se decreta que consta de la conformidad de las sentencias.
2.9. La causa se admite a trámite ordinario. 2.10. No se concede la
nueva proposición de la causa. 2.11. Se concede la nueva proposición
de la causa. 2.12. Revocación del gratuito patrocinio. Competencia de
la Rota Romana. 2.13. Sobre la jurisdicción del Turno Rotal. 2.14. De-
recho de Apelación. 2.15. Se confirma la perención de la causa. 2.16.
Iurium. 2.16.1. Se confirma el rechazo del libellum. 2.16.2. Se confirma
la transacción. 2.16.3. Pensión alimentaria. 2.17. Poenalis: praescrip-
tionis actionis poenalis. 3.- Algunas conclusiones.

Considero que este trabajo de síntesis será de utilidad a los estudio-


sos del derecho canónico y de la jurisprudencia del Tribunal de la Rota Ro-
mana. Esta vez el tema es la consideración de los decretos del tribunal men-
cionado en un año de su labor. Como dice el título el trabajo es una intro-
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362 Fernando MORENO DIEHL

ducción a la lectura que pide ser completado con la lectura del decreto cu-
yo tema despierte el interés del lector, sin olvidar que una visión de conjun-
to de los decretos ayuda a la mejor comprensión de la jurisprudencia en su
totalidad..
El volumen 11 (XI) de los Decreta selecta inter ea quae anno 1993
prodierunt cura eiusdem apostolici tribunalis edita, publicado por Librería
Editrici Vaticana el año 2005 comienza con un índice: págs. V a XVI en el
cual se enumeran todos los decretos emitidos por el tribunal de la Rota Ro-
mana durante el año 1993. Algunos se publican, otros no. Los no publica-
dos en lugar de la página tienen un asterisco. El número todal de decretos
fue de 87, de los cuales se publicaron 39.

1.- DECRETOS NO PUBLICADOS


De los decretos no publicados, en el índice se nos informa del tribu-
nal de primera instancia del cual viene la causa, del tipo de proceso y en le-
tra cursiva de la cuestión jurídica precisa que se trató, de los integrantes del
turno, del Defensor del Vínculo, a veces del abogado, de la fecha del decre-
to y, muy escuetamente (una línea) de la resolución del tribunal. 48 decre-
tos permanecieron inéditos. 22 resolvieron admitir la causa a examen ordi-
nario. Sus numeros marginales son: 4; 6; 10; 20; 21; 24; 25; 26; 30; 34; 46;
53; 54; 58; 62; 63; 65; 69; 77; 78; 81; 87. El numero de los casos en que el
tribunal en vez de confirmar la sentencia de primera instancia por decreto,
decidió decretar la apertura a trámite ordinario es considerable y, pienso es
signo de la seriedad con que la Rota Romana trata las cuestiones sometidas
a su consideración.
Hubo 7 en las que se decretó rechazar la nueva proposición de la cau-
sa nº: 15; 22; 42; 64; 73; 79; 85. Hubo dos que aceptaron la nueva proposi-
ción de la causa nº: 17; 82. Hubo 3 en que se decretó que no consta la nuli-
dad de las sentencias, nº: 8; que no consta la nulidad de la sentencia de pri-
mer grado nº: 74; nº: 84 que en el contexto de un juicio de dimisión del es-
tado clerical se decretó que no consta la nulidad de la sentencia de segundo
grado. En cambio, en el nº 23 se decretó la nulidad de las sentencias excep-
to en lo que se refiere al capítulo tratado en en la apelación como en prime-
ra instancia. En el nº 35 se decretó la nulidad de la sentencia y la del decre-
to confirmatorio. En el nº 68 se decretó la nulidad de la sentencia de primer
grado y se concedió el derecho de apelación. En el nº 80 se decretó que
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 363

consta la nulidad de las sentencias y en el nº 83 se decretó que consta la nu-


lidad de la sentencia de primer grado. Hubo dos en que se decretó no con-
ceder el derecho de apelación nº: 13 y 60. En el nº 7 se decretó la suspen-
sión de la ejecución de la sentencia. En el nº 11 se decretó no admisible el
recurso contra el doble rechazo del libelo. En el nº 16 se decretó que el re-
curso contra el decreto del Ponente se vería junto con la proposición de la
causa. En el nº 44 no se concedió la investigación previa. En el nº 47 se de-
cretó la admisión del libelo. En el nº 55 se decretó suspender la ejecución
del decreto confirmatorio. En el nº 57 se decretó quitar el veto.

2.- DECRETOS PUBLICADOS


En total son 39. Los temas son distintos y difíciles de clasificar. No
siempre hacen referencia a la cuestión de fondo que se resuelve en la causa
principal que, en ese caso, se publica con la sentencia en el tomo correspon-
diente de las Sentencias de la Rota. Los clasificaré según la semejanza del
contenido de los decretos dejando para el final los decretos que por tener un
tema muy particular deben ser tratados singularmente.

2.1. Se decreta que no consta la nulidad de la sentencia de primera


instancia
nº 2: la sentencia había sido a favor de la nulidad pero la convenida
no se había presentado (se la había citado mas de una vez). La convenida se
presentó, empero, en segunda instancia, donde se sentenció a favor de la nu-
lidad. La causa llegó a la Rota. El Defensor del Vínculo de la Rota solicitó
fuera declarada la nulidad de la sentencia de primer grado por defecto de la
publicación de los actas y porque no se les concedió íntegro a las partes el
derecho de examinarlas. Luego de algunos pasos procesales que omito por
razones de brevedad se decidió tratar primero sobre la querella de nulidad.
El tribunal reconoce que en la sentencia de primera instancia hay muchos y
graves defectos. Tambien nota el Tribunal defectos en la querella de nuli-
dad. No fue presentada por las partes sino de oficio por el Defensor del Vín-
culo. El Defensor del Vínculo no era el del tribunal que dictó la Sentencia
en cuestión que no la propuso sino el Defensor del Vínculo de la Rota quién
tampoco la propuso junto con la apelación dentro del término para apelar.
Tampoco consta estrictamente que se haya denegado el derecho de defensa
de la convenida. Ella había sido citada en primera instancia y no se había
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364 Fernando MORENO DIEHL

presentado. En segunda instancia se presentó y la sentencia fue a favor de


su pedido. No se debe olvidar tampoco que la causa trataba de la incapaci-
dad psíquica de la convenida y las pericias están protegidas por el secreto
natural en esos casos. Se decreto que no constaba la nulidad de la sentencia
de primera instancia.
En el decreto nº 18 se trató otro pedido de nulidad de la sentencia de
primer grado. Tal sentencia había sido querellada por violación del c. 1620,
nº 5 y nº 7. La convenida había sido notificada y había nombrado abogado
pero la fórmula de duda había sido decretada antes del nombramiento del
curador. El Juez accedió a concordar la duda nuevamente y así se hizo, pe-
ro el abogado de la convenida pidió la nulidad de todos los actos anteriores
al decreto de la nueva duda. El abogado hizo el pedido ante el colegio que
fue rechazado. El decreto de rechazo fue impugnado ante el tribunal de la
Rota Romana y fue rechazado. La sentencia de primera instancia fue afir-
mativa de la nulidad por los caps. del c.1095, 2 y 3 en la convenida con pro-
hibición de pasar a nuevas nupcias. Fue querellada y apelada ante la Rota.
El Defensor del Vínculo votó a favor de la nulidad y el Promotor de Justi-
cia en contra. El Tribunal dijo que como se trataba de los caps. del c. 1095,
2 y 3, y no del 1 la presencia de curador no era necesaria para la validez de
los actos. Y en cuanto al secreto mantenido por el Juez ello no obstó al ejer-
cicio del derecho de defensa ya que las actas habían sido leídas por los abo-
gados en el momento oportuno, dándoles la oportunidad de conocerlos y de
contradecirlos. Luego se decreto la validez de la sentencia de primer grado.
La decisión sobre el fondo de la causa se tomó después el 28.03.1995 y pa-
ra leerla, si fue publicada, se debe buscar en el tomo de las Sentencias de la
Rota correspondientes a tal año.
En el decreto 27 se había querellado ante la Rota, por nula a la sen-
tencia de primera instancia, por denegación del derecho de defensa. El tur-
no correspondiente de la Rota decretó que efectivamente era nula la senten-
cia de primera instancia. Se interpuso un recurso contra tal decreto al si-
guiente turno de la Rota y se respondió que no constaba la nulidad de la sen-
tencia. Se interpuso recurso contra este decreto al turno siguiente de la Ro-
ta. Finalmente se decidió que no constaba la nulidad de la sentencia de pri-
mera instancia y se confirmó, entonces, el decreto de la Rota que así lo afir-
maba. El punto crucial fue que se había publicado la causa y que se había
reservado la lectura de las actas solo a los abogados y no a las partes. Pero
la parte convenida no tenía abogado. Pero no lo tenía por su culpa o negli-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 365

gencia. La sentencia le había sido legítimamente notificada y por eso pudo,


en su momento, querellarla.
En el decreto nº 31 el actor había pedido la nulidad de su matrimonio
por falta de discreción de juicio en la mujer convenida. Ella contestó pidien-
do la nulidad por el cap. del c. 1095,3 en el actor, y por simulación total tam-
bién por parte del actor. El tribunal rechazó el pedido. La convenida recu-
rrió a segunda instancia y el tribunal confirmó el decreto de rechazo. La
convenida recurrió a la Rota. La Rota pidió las actas. El tribunal de prime-
ra instancia siguió con la causa y sentenció a favor de la nulidad por el cap.
del c. 1095,2 en la mujer convenida. La convenida querelló de nulidad a la
sentencia e interpuso apelación en forma subsidiaria. La Rota comienza di-
ciendo que en realidad el escrito re-convencional consiste en una proposi-
ción de nuevos capítulos de nulidad. Su rechazo es el rechazo de un nuevo
capítulo. Contra el rechazo cabe apelación al tribunal superior. Si este lo re-
chaza la decisión es inapelable. Solo resta presentar un nuevo libelo. Ahora
bien, no es nula la continuación de la causa en primera instancia porque al
no poder proponer nuevamenta la causa por los dos decretos de rechazo
conformes, (la nueva proposición cabe solamente en presencia de dos sen-
tencias de mérito conformes) no se produce el efecto de la suspensión. Tam-
poco se configuró un “atentado”. La Rota no tiene competencia para juzgar
sobre un caso de “atentado” que toca al Juez de la causa principal que pue-
de cambiarse. No se puede, en cambio, cambiar el grado del juicio. Ademas
la convenida pudo apelar y hacer llegar su queja al tribunal superior. La sen-
tencia de primera instancia no es, entonces, nula.
Decreto nº 37: se trata de una causa iurium donde se querrello de nu-
lidad la sentencia de primera instancia. Se trataba de dos hermanas que de-
mandaron al Seminario y al Santuario de su ciudad por resarcimiento moral
y material porque el Seminario no quiso comprar la casa en que residían pe-
se al convenio y porque tanto el Seminario como el Santuario provocaron la
ruina de la sociedad de avicultura que ellas tenían. Hubo muchas discusio-
nes sobre el tribunal que debía aceptar el libelo. El primer rechazo del libe-
lo tuvo lugar el 04.10.75. Recién se concordo la duda el 07.10.77. El
01.07.92 se sentenció en contra de la pretensión de las hermanas. Ellas in-
terpusieron querella de nulidad contra la sentencia y subsidiariamente ape-
lación contra la sentencia al tribunal de la Rota Romana. La querella se re-
fería al no cumplimiento del c. 1622, nº 5, en relación con los c. 1431 y
1433. Se escuchó al promotor de Justicia, se asigno un abogado de oficio a
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366 Fernando MORENO DIEHL

las partes y se decidió resolver la querella planteada por memoriales, fiján-


dose los términos para la presentación de memoriales. Una vez realizado to-
do esto, queda resolver la querella. En el rico in iure los jueces trabajaron el
tema de la intervención del Defensor del Vínculo y del Promotor de Justi-
cia en los distintos procesos. Hay causas en que la intervención del Promo-
tor de Justicia es necesaria ya que su ausencia conllevaría la nulidad de los
actos: en las causas criminales; en las causas de separación de los cónyuges
y de nulidad de matrimonio cuando la nulidad del matrimonio esta divulga-
da y no es posible o conveniente convalidarlo. Si hubiera intervenido un
Promotor de Justicia en una instancia anterior del juicio (c. 1431 § 2). En
otras causas la intervención del Promotor de Justicia dependerá del arbitrio
del Ordinario o de la prudencia del Juez que lo citarán si lo consideran ne-
cesario, si está en peligro el bien público de la Iglesia. Si no se lo convoca
en estos casos su no intervención no causa la nulidad de la sentencia. En la
causa que tratamos el Promotor de Justicia fue convocado por el Juez no co-
mo parte sino como juez auxiliar y consejero. No lo llamó como parte ne-
cesaria porque por su prudente decisión decidió que no había peligro para el
bien público de la Iglesia, lo cual no conlleva la nulidad de los actos y de la
sentencia dada. Se rechaza entonces la nulidad de la sentencia.
En el decreto nº 71 se trató el tema de la nulidad de la sentencia de
primer grado. Teniendo ella 24 años y él 28 intercambiaron el consentimien-
to matrimonial en 1981. Engendraron un hijo y en 1985 se separan definiti-
vamente, obteniendo el divorcio civil en 1986. En 1985 ella había pedido la
nulidad del matrimonio canónico por “incapacidad psíquica relativa recí-
proca” (c.1095,3). La sentencia fue afirmativa y la decisión fue comunica-
da al convenido por carta el 15.04.1986. El 24.04.86 el Vice Oficial del Tri-
bunal leyó la sentencia al convenido y le explicó los puntos difíciles en pre-
sencia de un intérprete. Se elevó la causa al tribunal de apelación. El conve-
nido querelló la sentencia por violación del derecho de defensa recurriendo
luego al Tribunal de la Signatura Apostólica. La Signatura suspendió el tra-
tamiento de la causa en segundo grado y editó un decreto según el cual la
causa debe ser tratada en el Tribunal de la Rota Romana determinando que
debe resolverse primero la cuestión de la nulidad de la sentencia de primer
grado. Si no consta la nulidad la causa debe juzgarla la Rota como en se-
gundo grado; si consta la nulidad y si la parte actora quiere seguir la causa
la Rota debe resolverla como en primera instancia. Luego de superadas al-
gunas dificultades los dos abogados y el Defensor del Vínculo prefirieron
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 367

tratar separadamente de ambas cuestiones, primero la nulidad o no de la


sentencia de primer grado y luego del mérito de la causa. Sobre la nulidad
trataron dos cuestiones: a) si por la concordancia de la duda sin convocación
y presencia de la parte convenida le fue denegado a la misma el derecho de
Defensa. Los Jueces respondieron que la litis contestación puede tener lu-
gar de dos maneras: ya sea por decreto del Juez ex oficio, por un decreto ha-
biendo oído a las partes, rectamente citadas. No siempre la ausencia de no-
tificación del decreto de dudas implica la denegación del derecho de defen-
sa. A lo mejor la parte convenida pudo conocer el decreto de otra forma y
pudo también recurrirlo. En este caso el tribunal decretó la duda ex oficio el
17.03.85, el 18.04.85 le envió una carta al convenido, el 28.04.85 el conve-
nido se presentó al tribunal para pedir explicaciones sobre el capítulo de nu-
lidad invocado, el 17.05.85 el convenido escribió al mismo Juez y se inter-
cambiaron cuatro cartas, el 25.10.85 se incorporó el testimonio del conve-
nido. Se notificó el decreto de publicación de las actas el 31.01.86 y se ofre-
ció al convenido la posibilidad de incorporar nuevas notas. Es claro, enton-
ces, dijeron los Jueces, que el convenido renunció a muchas oportunidades
de presentarse ante el tribunal y de conocer los capítulos de dudas que, por
otra parte, luego se supo que los conocía. Mantuvo correspondencia con el
tribunal expresando su abierta oposición a la instrucción de la causa. El con-
venido perdió la oportunidad de recurrir que le ofrece el c. 1513 § 3 y faltó
a las audiencias del 19.09, 25.09 y 11.09 y luego pudo deponer ante el Juez
el 25.10.85, además ya conocía los términos de la demanda de nulidad y ha-
bía expresado que “Je ne suis pas d’acord avec la demande”. Hubiera, ade-
más, podido recurrir a lo expresado por el decreto de dudas. Si no lo hizo,
se presume que convino en que la causa fuera tratada sobre estos capítulos.
b) si por el peculiar modo en que fue notificada la sentencia cuestionada fue
denegado al convenido el derecho de defensa. El tribunal de primera instan-
cia decretó la conclusión de la causa el 09.02.86, sentenció el 25.02.86, pu-
blicó la sentencia el 08.04.86, el Vice oficial del tribunal conversó durante
una hora con el convenido sobre la sentencia y completó la conversación el
05.05.86 resumiendo los principales puntos de la sentencia. El 24.04.86 las
actas de la causa con la apelación del Defensor del Vínculo adjunta fueron
enviados al tribunal de segunda instancia. Se le aconsejó al convenido nom-
brar un abogado. El convenido acepta el consejo y nombra al abogado. Al
abogado en segunda instancia le dan toda la causa inclusa la sentencia de
primera instancia. Se debe mencionar que el vice-oficial de primera instan-
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368 Fernando MORENO DIEHL

cia ya le había aconsejado al convenido apelar al tribunal de segundo grado


cuya dirección le dio. En definitiva, los Jueces consideraron que la senten-
cia de primera instancia había sido debidamente notificada y que se le ha-
bían propuesto al convenido las formas de apelarla. Por lo tanto se decretó
que la sentencia de primer grado era válida.
En el decreto nº 76 se trataba de un matrimonio entre católicos maro-
nitas. Habían convivido veinte años y habían engendrado cinco hijos. En un
momento dado partieron a Canada. La mujer presentó una demanda civil de
divorcio. El varón enterado de la demanda civil, pidió la declaración de la
nulidad de su matrimonio canónico por defecto de discreción de juicio de la
mujer agregando la petición de custodia de los hijos de menor edad. El tri-
bunal eclesiástico notificó a la mujer quién a su vez pidió que se viera la
causa por simulación total y por incapacidad psíquica del actor. Una vez oí-
do el Promotor de Justicia, por decreto interlocutorio colegial rechazó el li-
belo de la mujer hasta que ella revocara la acción de divorcio civil. La mu-
jer recurrió en contra el decreto de rechazo ante el tribunal de apelación. El
tribunal por decreto interlocutorio confirmó el rechazo del libelo hasta tan-
to la mujer revocara su acción de divorcio civil. Mientras tanto el tribunal
de primera instancia continúo el tratamiento de la nulidad según la petición
del varón. Se envió al Canada un pedido para que declarara la mujer pero
ella se negó a declarar hasta que le llegara el decreto de rechazo del libelo
presentado por ella. Se le notificó el decreto y ella apeló ante la Rota Roma-
na. La Rota pidió las actas de la causa, de la acción principal y de la res-
puesta dada por la mujer. Mientras tanto, el tribunal de primera instancia
sentenció la nulidad del matrimonio por defecto de discreción de juicio en
la mujer y le concedió al varón la custodia de los hijos menores. Recibida
la sentencia la mujer presentó querella de nulidad de la sentencia de prime-
ra instancia y, subsidiariamente, apelación ante la Rota. El turno rotal co-
rrespondiente luego de recibir las observaciones del Defensor del Vínculo
de resolver la cuestión de la nulidad de la sentencia por “memoriales” de-
cretó que no constaba la nulidad de la sentencia de primer grado. Contra es-
te decreto la mujer interpuso recurso frente al nuevo turno de la Rota pidien-
do la reforma del decreto rotal, la nulidad de la sentencia de primer grado,
y la avocación de la causa por el tribunal rotal. El abogado de la convenida
consideró que la sentencia de primer grado era nula ya sea por serle dene-
gado a la convenida el derecho de defensa, ya sea por atentado. Los jueces
consideraron que el rechazo del libelo de la mujer esta fundado en derecho
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 369

ya que según el derecho de los orientales la mujer era inhabil para proponer
una acción ante el tribunal eclesiástico mientras no revocara la acción de di-
vorcio ante el tribunal civil. Tampoco se da ante el doble rechazo del libelo
una nueva proposición de la causa dado que la causa ni siquiera comenzó.
Tampoco se le denegó el derecho de defensa en la causa introducida por el
varón ya que ella se negó a declarar hasta haber sido notificada de algún de-
creto definitivo. Una vez recibido el decreto fue negligente en aducir prue-
bas contrarias a la tesis del actor. Más bien parecería que ella hubiera renun-
ciado a su derecho. Tampoco hay nulidad por atentado porque el tribunal de
primera instancia haya procedido aun pendiente la instancia de la conveni-
da ante el tribunal rotal. La apelación ante la Rota Romana no implica que
el tribunal rotal asuma la causa y suspenda la actividad del tribunal de pri-
mera instancia salvo en casos excepcionales (intervención del Papa o uso de
las facultades extraordinarias del Decano del Tribunal), lo cual no sucedió
en el caso que estudiamos. Por lo tanto la continuación de la causa en el tri-
bunal de primera instancia no puede considerarse un atentado. En lo que
respecta a la custodia de los menores, era de preveerse si la sentencia defi-
nitiva se daba por la falta grave de discreción de juicio de la mujer conve-
nida. Ella misma hubiera podido apelarla si se volvía habil para estar en jui-
cio revocando su acción civil de divorcio. Tambien hubiera podido seguir la
discusión en el fuero civil ya que en, en general, no se reconocen efectos ci-
viles a las sentencia de tribunales eclesiásticos. Por todo lo dicho, la senten-
cia de primera instancia es válida.

2.2. Se decreta que no consta la nulidad de las sentencias de primero


y segundo grado
En el decreto nº 66 se trató de una querella de nulidad contra las sen-
tencias de primera y segunda instancia. La convivencia había perdurado du-
rante 24 años y habían tenido tres hijos. El varón pidió la declaración de la
nulidad de su matrimonio canónico. La mujer ya había obtenido el divorcio
civil pedido por ella. La duda se refirió a la falta grave de discreción de jui-
cio por parte de él y por la incapacidad psíquica de ella. A la mujer se le con-
cedió un abogado “ex officio”. Se unieron a la causa documentos e investi-
gaciones pre-judiciales. Alegó el actor y también lo hizo el abogado de la
convenida. El Defensor del Vínculo se manifestó contrario a la nulidad en
sus observaciones. La sentencia fue negativa por ambos capítulos. El varón
apeló al tribunal superior presentando un breve memorial con una declara-
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ción de su padre. El tribunal de apelación agregó un nuevo capítulo: inca-


pacidad psíquica relativa. Se escucharon algunos testigos y psicólogos clí-
nicos y se constituyó un perito sobre todas las actas, se presentaron los ale-
gatos de las partes y las observaciones del Defensor del Vínculo. El tribu-
nal emanó una sentecia afirmativa de la nulidad por incapacidad psíquica re-
lativa. La causa llegó a la Rota, al tratarse de una sentencia de segunda ins-
tancia afirmativa por un capítulo de nulidad presentado en esa instancia. El
Defensor del Vínculo de la Rota promovió querella de nulidad contra las
sentencias de primera y de segunda instancia. El turno Rotal decretó que
eran nulas ambas sentencias. El actor apeló al turno siguiente de la Rota que
se opuso a lo decidido por el turno anterior. El Defensor del Vínculo apeló
al turno siguiente. Luego de algunas dilaciones ahora toca decidir si el de-
creto rotal dado en segundo lugar por el cual se rechazó al anterior debe ser
confirmado o no o si consta o no de la nulidad de las sentencias de primero
y segundo grado. En el in iure, los jueces trataron con profundidad el con-
flicto que se plantea entre el derecho natural y positivo a la defensa, por una
parte, y el derecho natural de la custodia bien público de la Iglesia. Se debe
relacionar entonces al c. 1598 y el c. 1752. Por eso es que si bien se defien-
de enérgicamente el derecho de defensa se dice que el Juez, en las causas
que se refieren al bien público puede decretar que algún acto no sea mani-
festado a nadie, cuidando que siempre quede a salvo el derecho de defensa.
Por lo tanto se distingue entre el derecho de defensa y la no publicación de
algún acto. Sólo será nula la sentencia si se demuestra que la ocultación de
algún acto privó realmente a la parte del derecho de defensa. De lo contra-
rio no será nula la sentencia. A veces ocurrirá que las actas no serán comu-
nicadas a las partes sino sólo a sus abogados. En este caso habrá que probar
también que por esta no comunicación a las partes sino sólo a sus abogados
fue realmente negado el derecho de defensa. No se olvida por ello que el
proceso se hace teniendo en cuenta el principio de la contradicción que in-
cluye la facultad de conocer los hechos, los capítulos, las pruebas presenta-
das, con la posibilidad de contradecirlas y de presentar pruebas contrarias.
Este principio general debe relacionarse con otra exigencia no rara y preva-
lente de evitar un mal público. Cfr. segunda perícopa del c. 1598 § 1. Evi-
tar el peligro de daños públicos no solo a la Iglesia sino también a las dos o
a una parte por la difusión de algo que no conviene que se sepa y que, por
otra parte, no daña el derecho natural a la defensa. Las causas de nulidad del
matrimonio están relacionadas con el bien público de la Iglesia. Puede ha-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 371

ber peligro al revelar el contenido de alguna prueba, sin excluir la acción pe-
nal ante algún tribunal secular, sobre todo en las naciones donde vige una
asi llamada “separación de la Iglesia y del Estado o de cualquier denomina-
ción religiosa” Asi sucede en EE.UU y en Canadá. El daño que se teme fre-
cuentemente no es sólo económico sino también social y pastoral. La difi-
cultad es todavía mayor cuando se trata de los capítulos de nulidad del c.
1095. Estos capítulos si se divulgan con detalles pueden tener secuelas ne-
gativas para una o para ambas partes poniendo en peligro su buen nombre,
su buena fama, su ocupación o su profesión.
La sentencia de primera instancia no es nula. Fue favorable a la mu-
jer convenida y a las observaciones del Defensor del Vínculo. Pudo también
alegar el abogado de la parte convenida. El Actor no promovió ninguna que-
rella de nulidad contra la sentencia, solo la apeló. Antes de concordar la du-
da fue nombrado “ex officio” el Abogado de la parte convenida. La parte
convenida pudo escribirle al Vicario Judicial que no quería que su matrimo-
nio sacramento fuera anulado y que ella no estaba insana. Le pudo escribir,
incluso, una carta al Santo Padre sobre su posición en el proceso. La Secre-
taria de Estado le pidió al tribunal de primera instancia que le diera “la apro-
piada atención pastoral”. Por lo tanto no hubo una violación del derecho de
defensa de la convenida, ni tampoco del actor, que no presentó querella de
nulidad sino que apeló. Solo la parte convenida y algunos testigos pidieron
que no se le diera a conocer a la otra parte el contenido de sus testimonios.
En lo que se refiere a la sentencia de segunda instancia, tanto el De-
fensor del Vínculo de la Rota como el primer decreto rotal sostienen que la
sentencia es nula ya sea por un nuevo capítulo de nulidad invocado, ya sea
por violación del c. 1598 en lo que respecta a la publicación de las actas y a
la comunicación de las mismas a las partes. Pero no se trató de la violación
de los c. 1514 y 1677, sino, mas bien, de la excepción al c. 1639 § 1 previs-
ta en el c. 1683. La proposición de este nuevo capítulo fue comunicada a las
partes c. 1513 § 3. El actor ya lo había aceptado y la parte convenida había
expresado su posición tanto antes como después de la proposición del nuevo
capítulo y pudo también agregar nuevas pruebas a favor de su tesis. El tribu-
nal de segunda instancia agregó nuevos documentos y escuchó a un Perito.
Todo fue comunicado a los abogados de las partes y al abogado de primera
instancia de la parte convenida. Se escucharon las observaciones del Defen-
sor del Vínculo. La sentencia rechazó los capítulos alegados en primera ins-
tancia y resolvió a favor de la nulidad por el capítulo nuevo alegado en se-
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372 Fernando MORENO DIEHL

gunda instancia. En cuanto a la comunicación de los actos a las partes se acu-


de a la distinción entre mantener algun acto bajo secreto y denegar el dere-
cho a la legítima defensa. Casi todos los testigos y la misma convenida ha-
bían pedido que sus declaraciones permanecieran secretas, el tribunal obró
cautamente asegurando el derecho de defensa a ambas partes, la parte con-
venida ni aun en su carta al Santo Padre alegó de no poder usar su derecho
ante el tribunal de primera o segunda instancia. El Promotor de Justicia del
Tribunal de la Rota consideró que el decreto de la Rota que fuera apelado por
el Defensor del Vínculo puede confirmarse y que por lo tanto y por todo lo
dicho, no consta la nulidad de ninguna de las dos sentencias.
En el decreto nº 70 se trató, nuevamente, de la posible nulidad de las
sentencias de primera y segunda instancia. Las partes se habín casado por
Iglesia en 1968, tuvieron dos hijos, se separaron en 1986 y obtuvieron un
divorcio civil en 1968. El varón presentó el pedido de declaración de nuli-
dad canónica de su matrimonio por grave defecto de discreción de juicio por
su parte. La mujer convenida aunque citada a juicio no compareció. La cau-
sa se instruyó ante un Juez único, oyéndose al actor, a su hermana, a un ami-
go, al psicólogo y a un Sr. Presbítero. La sentencia fue a favor del vínculo.
El actor apeló ante el tribunal de Baltimore y habiendose producido un su-
plemento de la instrucción el tribunal de apelación dio una sentencia afir-
mativa de la nulidad. El Defensor del Vínculo de la Rota querelló a la sen-
tencia de nulidad por haber sido denegado el derecho de defensa o por de-
fecto de la publicación de los actos. El promotor de Justicia de la Rota dijo
que dado que los abogados “ex officio” de las partes ya habían sido antes
nombrados podía el incidente de nulidad suscitado por el Defensor del Vín-
culo ser tratado por “memoriales”. Lo cual dispuso el Ponente por medio de
dos decretos.
El tribunal consideró útil establecer algunos pre-notandos sobre el
derecho de defensa que el CIC/83 establece para preservar la naturaleza y
la dignidad de la persona humana singular. El nuevo código define de mo-
do peculiar los derechos de los fieles (c.221), de los religiosos (c.698), de
las partes en el proceso canónico (c. 1598, § 1; c. 1620, nº 7; c.1621; c.1720
). Cita a continuación un artículo de J.M. Serrano Ruiz, Abuso del diritto di
difesa, en Quaderni Studio rotale, vol. VI, pág. 45 y el discurso del Papa a
la Rota Romana del año 1989. Queda claro, no obstante que el derecho de
defensa, tan importante, debe ejercerse dentro de lo mandado y de manera
de permitir que la actividad judiciaria canónica alcance el fin intentado por
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 373

el Supremo Legislador es decir, que alcance la verdadera justicia y el bien


público de las almas. El ejercicio el derecho de defensa, entonces no puede
ser incontrolado ni facilitar ningún obstruccionismo. Citan también el dis-
curso del Papa a la Rota Romana del año 1993, nº 6 in fine: “Ciertamente,
no hay que omitir o subestimar la confrontación entre la grandeza de la ley
canónica y aquellos a quienes va dirigida, tal como recordé en el discurso
del año pasado. Sin embargo, eso exige conocer correctamente las normas
de la Iglesia, sin olvidar, a la luz de una correcta antropología cristiana, la
realidad hombre a la que está destinada. Plegar la ley canónica al capricho
o a la inventiva interpretativa, en nombre de un principio humanitario am-
biguo e indefinido significaría mortificar, no tanto la norma, cuanto la mis-
ma dignidad del hombre” . La nulidad de la sentencia es siempre una cosa
odiosa y no puede establecerse si no esta claramente estatuída por la ley. Si
quedan dudas ya sea de derecho o de hecho hay que estar por el valor de la
sentencia.
A.- Acerca de la nulidad de la sentencia de Primera Instancia por la
falta del decreto de la publicación de las actas. Es cierto que falta el decre-
to, pero en el índice de la causa ante el tribunal de primera instancia se lee
que en el nº 20 se habla de la publicación de los actos y de una carta a la
convenida, 23.10.90 y luego en el numero 21 se dice Decreto de conclusión
del proceso 22.11.90. Antes en el nº 19 se decía decreto de incorporación en
las actas. Tuvieron entonces las partes facultad para enterarse de los elemen-
tos probatorios incorporados a las actas, se les dio la facultad de inspeccio-
nar las actas y de proponer mas argumentos o nuevas evidencias dandoles
un plazo de dos semanas para ello a lo que se agregó que si no se recibe na-
da de la parte convenida durante ese tiempo se presumirá que no tiene nada
más que decir. Se considera entonces que el contenido del decreto de la pu-
blicación de las actas está, aun cuando se hayan utilizado palabras confusas,
sobre todo por el notario. Tampoco se impidió el derecho de defensa ya que
la parte convenida pudo enterarse del desenvolvimiento del proceso y tuvo
tiempo de expresarse y de presentar nuevas pruebas. Nunca se presentó la
convenida al proceso y nunca se quejó de que se hubiera herido su derecho
de defensa. Tampoco nombró abogado ni pidió gratuito patrocinio. En el
Tribunal de la Rota se le pidió al decano que le nombrase un abogado de ofi-
cio para excluir toda sombra de sospecha en el tratamiento de la cuestión in-
cidental promovida por el Defensor del Vínculo con la oposición del Pro-
motor de Justicia.
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374 Fernando MORENO DIEHL

B.- Acerca de la nulidad de la sentencia de segundo grado.


El Defensor del Vínculo de la Rota se quejó de que no se había dic-
tado la fórmula de dudas en segunda instancia. También se quejó de ciertas
conversaciones telefónicas presentadas como pruebas y de la actuación de
una persona que actuó como auditora, notaria, directora. En cuanto a la fór-
mula de dudas se le contestó que no es necesaria que se defina en segunda
instancia porque se presume que es la misma de primera instancia mientras
no se introduzca un nuevo capítulo de nulidad, cosa que no sucedió en este
caso. Agregan que hubo decreto de publicación y notificación a ambas par-
tes, lo mismo que decreto de conclusión. El tribunal de apelación de Balti-
more usó no del todo correctamente algunos términos canónicos técnicos lo
cual no significa que en los hechos se haya procedido según derecho. Los
Jueces anotan algún error en las fechas, sobre todo en el día en que vencía el
plazo para presentar argumentos y observaciones. Pero ello no obstó a que
todo fuera presentado en término. La mujer convenida no quiso presentarse
a pesar de las cartas que se le enviaron tanto en primera como en segunda
instancia. Se le ofreció, incluso, un abogado puesto a su disposición por el
tribunal. Pero, tampoco se presentó en segunda instancia. No fue el tribunal,
entonces, el que no atendió a su derecho de defensa. En cuanto al uso del te-
léfono para recibir algún testimonio, los jueces distinguen entre el uso del
grabador ya tenido en cuenta en el c. 1567 § 2 y el del télefono que implica
que el testigo se hace presente solo por su voz. Estas deposiciones por telé-
fono constituyen un ilícito jurídico, pero ya que lo que así se declaró carecía
de importancia para la causa no se ve que influencia pudieron tener en la va-
lidez de la sentencia. En cuanto a la mujer que actuó en algunos casos como
notario, auditor o director esta claro que nunca actuó como Juez, Defensor
del Vínculo o Promotor de Justicia. Su actuación entonces puede ser ilícita
pero de ninguna manera influir en una presunta nulidad de sentencia. Por lo
tanto, se decreta que no consta la nulidad de las sentencias. El 14.01.99 se
dictó sentencia sobre la cuestión de la nulidad del matrimonio.

2.3. Se decreta que no consta la nulidad del decreto confirmatorio


En el decreto nº 32: se trataba de una sentencia de primera instancia
que era afirmativa por el capítulo del c. 1095,1 en la convenida y negativa
por error del varón con respecto a la convenida c. 1097. Fue confirmada por
decreto por los capítulos del c. 1095,2 y 3 incluídos en el c. 1095,1. Se re-
chazó el capítulo del error. El decreto fue querellado de nulidad ante la Ro-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 375

ta Romana. Se rechazó la querella ya que se consideró que el decreto era


substancialmente conforme con la sentencia ya que los caps. del c. 1095,2
y 3 están incluídos en el 1095,1. Por lo tanto, el tribunal de apelación no
cambió los términos de la controversia. Además, no fue negado el derecho
de defensa. Ya se lo había ejercido en primera instancia donde se llegó has-
ta plantear la nulidad de la sentencia. En segunda instancia donde el proce-
so no fue abierto a trámite ordinario y, por lo tanto, los jueces no estaban
obligados a recoger pruebas, así como admitieron (sin poderlo hacer) la pe-
ricia sobre la actora admitieron también recibir los argumentos de la conve-
nida. Pero los errores cometidos al proceder no alcanzan para nulificar el
decreto confirmatorio que resta válido.

2.4. Se decreta que consta la nulidad de la sentencia de primer grado


En el decreto nº 5 la mujer actora pidió la declaración de la nulidad
de su matrimonio por incapacidad de asumir por ambas partes y por error
suyo en la persona del varón convenido. La sentencia de primera instancia
fue afirmativa por ambos capítulos y la de segunda instancia fue negativa
también por ambos capítulos. La causa llegó en apelación a la Rota. El De-
fensor del Vínculo del Tribunal pidió la nulidad de la sentencia de primer
grado con el acuerdo del Promotor de Justicia porque en el decreto de la pu-
blicación de la sentencia se le había prohibido al convenido el acceso a las
actas, dado que los Jueces consideraron que siendo una causa en la cual es-
ta interesado el bien público, las partes no podían tener acceso a las actas.
En el in iure se hacen interesantes referencias al derecho de defensa. Anoto
algunas: el contradictorio entre las partes es un elemento constituyente del
proceso. Este principio de contradicción esta presente en todo el proceso y,
sobre todo, en el momento de la publicación de las actas. Entonces, cada
parte conoce los argumentos y pruebas presentados por la otra y puede con-
tradecirlos incluso proponiendo al Juez otras pruebas y argumentos, c. 1598
§ 2 (c. 1600). Sobre las actas así publicadas podrán las partes y, si tienen,
sus abogados, fundar sus escritos. Cfr. c. 1598 § 1: “Una vez recibidas las
pruebas, el juez, mediante decreto, debe permitir, bajo pena de nulidad, que
las partes y sus abogados examinen en la cancillería del tribunal las actas
que aún no conocen; e incluso se puede entregar copia de las actas a los abo-
gados que la pidan; no obstante, en las causas que afectan al bien público,
el juez, para evitar peligros gravísimos, puede decretar que algún acto no
sea manifestado a nadie, teniendo cuidado de que siempre quede a salvo el
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376 Fernando MORENO DIEHL

derecho de defensa”. Los Jueces dicen que a las partes compete en primer
lugar el derecho de inspeccionar las actas y luego a sus abogados legítima-
mente constituídos. Solamente los abogados, excluídas las partes, pueden
pedir un ejemplar de las actas. Las actas a inspeccionar son todas tanto que
se refieran al bien público como al bien privado. Solamente en las causas
que se refieren al bien público, por excepción y para evitar peligros gravísi-
mos puede decidir el juez que algún acto singular y no todos los actos per-
manezca bajo secreto pero debe preservar el derecho de defensa por medios
oportunos. La facultad de inspeccionar las actas en orden a la propia defen-
sa debe siempre ser concedida bajo pena de nulidad, incluso cuando se pien-
se que la parte no lo usará ni ejercitará. Pertenece el derecho de defensa al
bien de las partes del cual el juez no puede disponer salvo casos previstos
por las leyes (por ej: ausencia declarada según el c. 1592). La denegación
de la facultad de inspeccionar las actas no solo teórica sino práctica, impli-
ca la nulidad insanable de la sentencia (c. 1598 § 1 y c. 1620, nº 7) . El fin
de la publicación de las actas es dar a la parte la posibilidad de defensa con-
tra lo alegado por la otra. Puede algún acto mantenerse en secreto pero ex-
clusivamente en un caso peculiar, para evitar males gravísimos y siempre
que permanezca íntegro del derecho de defensa. Es claro que el motivo gé-
nerico de no dejar inspeccionar las actas a las partes porque la causa toca al
bien publico es totalmente inepto para circunscribir o disminuir el conoci-
miento de todas las actas y provoca la nulidad ineluctable de la sentencia.
En el caso bajo análisis se les prohibió a las partes en el decreto de publica-
ción el acceso a las actas. El convenido carecía de abogado de oficio y se
había remitido a la justicia del tribunal, no obstante lo cual e incluso reco-
nociendo sus propias culpas desde el decreto de dudas había militado a fa-
vor de la validez de su matrimonio. Si hubiera querido inspeccionar las ac-
tas no hubiera podido hacerlo dada la decisión de mantenerlas en secreto del
propio tribunal. Esta prohibición provocó la inmediata apelación de la par-
te convenida al tribunal de segunda instancia. El abogado de la parte actora
alegó formalismo, pero nadie puede negar que la exclusión de las mismas
partes de la publicación de las actas es contraria a la ley y provoca una in-
sanable nulidad de la sentencia. Y asi se decretó resolviendo la cuestión pre-
liminar diciendo que consta la nulidad de la sentencia de primera instancia.
En el decreto nº 50 se trató de un matrimonio que había convivido
desde los esponsales durante 15 años. Luego contrajeron matrimonio canó-
nico y convivieron conyugalmente ocho meses mas. Finalmente interrum-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 377

pieron la convivencia por la intromisión en la vida familiar de los consan-


guíneos del varón. El varón actor pidió la declaración de la nulidad de su
matrimonio por haber sido obligado a casarse por su mujer, su familia y, so-
bre todo su padre. Luego de una instrucción hecha en forma irregular hubo
sentencia afirmativa por violencia y miedo sufrido por el varón actor. La
mujer apeló a la Rota. Se abrió a trámite ordinario, se propuso un segundo
capítulo de exclusión del bien del sacramento por el varón actor. Se admi-
tieron los dos capítulos. Pero no es posible seguir la instrucción de la causa
sin resolver primero la querella de nulidad interpuesta por la mujer conve-
nida junto con la apelación. Oidos los abogados de las partes y el Defensor
del Vínculo de la Rota, se debe resolver la cuestión incidental. La querella
de nulidad puede ser propuesta por las partes y también por el Defensor del
Vínculo y el Promotor de Justicia de cada grado de los tribunales, también
los de la Rota. En este caso en primera instancia se habían cometido graví-
simas irregularidades tanto en el procedimiento como en la faz decisoria. Se
había ocultado a la mujer convenida todo lo actuado en el suplemento de
instrucción del cual no había sido notificada. Se habían deformado los he-
chos, se le había denegado el derecho de nombrar un abogado, se le había
negado el derecho de apelar, se le ocultó la fecha de la sentencia. Recibió
alguna noticia de la sentencia por una llamada telefónica hecha por un Juez.
Ademas el proceso se instruyó fuera de la sede del tribunal, se había omiti-
do la citación al Defensor del Vínculo, se había procedido en ausencia de
Notario. El abogado del actor pretextó que se trataba de vicios sanables, que
intentó minimizar diciendo que no tenían importancia, que la nulidad a la
cual se refiere el c. 1598 es sanable y que, por lo tanto, la nulidad por omi-
tir la publicación de los actos no caería bajo la nulidad insanable. El Defen-
sor del Vínculo pidió la nulidad de la sentencia. Los Jueces decidieron que
la sentencia de primera instancia era nula.
El decreto nº 51 trata de un matrimonio celebrado luego de seis me-
ses de noviazgo. Tres meses despues de la celebración el varón debió ser
atendido y medicado en un hospital psiquiátrico. Luego, a lo largo de los
años debió ser internado en el mismo hospital cuatro veces mas. Habían te-
nido cinco hijos. La mujer obtuvo el divorcio civil. La mujer se presentó al
tribunal eclesiástico pidiendo la declaración de la nulidad de su matrimonio.
El tribunal decidió tratar el caso preguntándose si se había probado la nuli-
dad del matrimonio sobre la base de la incapacidad psicológica del varón
convenido. El tribunal sin citar al convenido y luego de una instrucción su-
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378 Fernando MORENO DIEHL

maria emanó una sentencia afirmativa de nulidad. Tanto el Ordinario como


el Defensor del Vínculo pidieron ser eximidos de la obligación de apelar. El
delegado de la Conferencia Episcopal accedió, el mismo día, al pedido. La
sentencia fechada en el año 1982 fue notificada al convenido el año 1990.
El convenido apeló a la Rota para obtener una nueva proposición de la cau-
sa. El Defensor del Vínculo de la Rota denunció las graves irregularidades
cometidas en la instrucción de la causa. El Ponente del turno de la Rota de-
cidió que antes de resolver la cuestión de la nueva proposición de la causa,
se resolviera por memoriales la cuestión de la nulidad de la sentencia de pri-
mer grado. Una vez recibidos los memoriales de las partes de la causa y los
votos del Defensor del Vínculo y del Promotor de Justicia se debe resolver
el problema de la presunta nulidad de la sentencia de primer grado. La cau-
sa debe juzgarse bajo el CIC/1917 y las normas de la Conferencia Episco-
pal de Estados Unidos aprobadas por el rescripto del 28.04.1970. Examina-
do el caso según estas normas, se constata que falta la citación de la parte
convenida, c/ 1715, CIC/1917, nunca el varón convenido fue citado por el
Juez. Todo el proceso se desarrolló sin que se diera noticia de él al conveni-
do. Según el c. 1725, CIC/1917, la cosa deja de estar íntegra y la litis co-
mienza a partir de la citación al convenido legítimamente hecha. Ahora
bien, si la sentencia es la solución a la litis, si esta nunca empieza, no pue-
de haber sentencia. Sin la litis la sentencia puede considerarse inexistente.
Si bien la omisión de la citación puede suplirse ya sea por la presentación
espontánea del convenido, o por la omisión de la querella de nulidad, no
puede haber sanación solo por el silencio de la parte. En este caso la senten-
cia es del año 1982 y fue notificada solo en el año 1990, y el convenido la
querelló no bien la recibió. La ausencia del contradictorio viola el derecho
de defensa. No se trata solo de la ausencia de la legítima citación sino de la
total carencia de citación. El Curador se nombró no para proteger los dere-
chos del convenido sino para excluirlo totalmente del proceso. El Defensor
del Vínculo no cumplió bien con su oficio y sin tener una pericia sobre el
convenido ni sobre las actas ni documento alguno aportado por la actora so-
bre la anomalía psiquica sufrida por el convenido, aceptó la nulidad del ma-
trimonio. La sentencia es nula y es también nula la dispensa de apelar con-
cedida al Defensor del Vínculo. Y así, finalmente se decretó.
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 379

2.5. Se decreta que consta la nulidad de la sentencia de Primer grado


y del Decreto Confirmatorio
Decreto nº 9: En el caso se había dado sentencia de primera instancia
afirmativa de la nulidad con serias deficiencias en lo que se refería al dere-
cho de defensa de la parte convenida. Al convenido solo se le envió la par-
te dispositiva de la sentencia. El tribunal de apelación confirmó la sentencia
de primera instancia por decreto. Al convenido no se le dejó ver ni la sen-
tencia ni el decreto confirmatorio. El tribunal de apelación interpretó que las
cartas del convenido contenían una nueva proposición de la causa y, así, en-
vió toda la causa al tribunal de la Rota Romana. El Defensor del Vínculo de
la Rota observó que la nueva proposición de la causa implica dobles senten-
cias válidas conformes cosa que no se da en esta causa. El Promotor de jus-
ticia de la Rota se manifestó en el mismo sentido que el Defensor del Vín-
culo. Se suspendió la ejecución de las sentencias hasta tanto se solucionara
la cuestión. Se determinó la nulidad de la sentencia de primera instancia por
indefensión de la parte convenida c. 1620,7. Siendo nula la sentencia de pri-
mera instancia, también es nulo el decreto confirmatorio. (No se puede con-
firmar por decreto una sentencia insanablemente nula), no se aceptó la nue-
va proposición de la causa y se envió todo al tribunal de primera instancia
donde la parte actora podrá ejercer su derecho de pedir la declaración de la
nulidad de su matrimonio, pero, esta vez, concediendo el derecho íntegro de
defensa a la parte convenida.
En el decreto nº 61 se trata de un matrimonio que desde el comienzo
de la convivencia conyugal, la misma fue alterada por las dificultades psi-
cológicas de él. Luego de cuatro años se separan y dos años despues el pi-
de la declaración de nulidad por el capítulo del c. 1095,2 por parte de él. La
sentencia de primera instancia fue afirmativa. Apeló el Defensor del Víncu-
lo y por decreto se confirmó la sentencia. La convenida apeló a la Rota in-
terponiendo o querella de nulidad o nueva proposición de la causa. En la
Rota se le concedió un abogado de oficio y se procedió a tratar la causa por
memoriales. La querella de nulidad es distinta a la apelación. Puede propo-
nerse junto con la apelación pero debe decidirse antes ya que no cabe ape-
lación contra una sentencia afectada por el vicio de una nulidad insanable.
Según el c. 1620, 7 la sentencia es insanablemente nula si le fue negado a
alguna de las partes el derecho de defensa que procede del derecho natural
y exige que permanezca íntegra la posibilidad de defensa. El juicio comien-
za por la litis contestatio y se perfecciona por la posibilidad de aducir prue-
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380 Fernando MORENO DIEHL

bas dado a ambas partes, que deben poder inspeccionar todas las actas para
poder preparar su defensa. Si se ignoran las pruebas presentadas por la otra
parte es imposible defender el propio derecho. Se deben publicar las actas.
Una vez publicada la causa si hay nuevas pruebas, debe volverse a publicar.
Después de la sentencia de primera instancia, la parte tiene derecho a pro-
poner la querella de nulidad junto con la apelación. No es necesario que uti-
lice la palabra técnica: querella de nulidad. La posible nulidad de la senten-
cia se debe tratar antes que la cuestión de fondo concediendo a las partes el
mas amplio derecho de defensa. La nueva proposición de la causa exige
nuevos argumentos y nuevas pruebas. Canon 1644 § 1. La convenida dice
que se violó su derecho de defensa tanto en primera instancia como en se-
gunda. En primera se sentenció sin que ella pudiera ver las actas no obstan-
te sus pedidos al respecto. En segunda instancia se repitieron las conductas:
se enviaron documentos a un domicilio que no era el suyo a pesar de haber
comunicado su domicilio al tribunal y se confirmó la sentencia por decreto
sin que ella pudiera defenderse, invoca los c. 1598; 1620,7; 1621; 1625;
1634 y 1638. La publicación y la conclusión de la causa fueron enviados a
su antiguo domicilio, nunca recibió la notificación. Lo mismo pasó con la
sentencia de primera instancia. El tribunal de segunda instancia tampoco es-
cuchó las quejas de la convenida. Trató toda la causa sin intervención de la
parte convenida ni del Promotor de Justicia. Volvió a enviar notificaciones
al antiguo domicilio de la convenida. Las observaciones del Defensor del
Vínculo fueron enviadas al actor y no a la convenida. Se decretó la nulidad
de la sentencia de primera instancia y del decreto confirmatorio. Siendo am-
bos nulos no se trató la nueva proposición de la causa.

2.6. Se decreta que consta la nulidad de las sentencias de primero


y segundo grado
En el decreto nº 56 se trató de un matrimonio cuya convivencia había
perdurado durante 17 años. Engendraron dos hijos. Se separaron. El varón hi-
zo abandono del hogar e instauró una convivencia íntima e ilicíta con otra mu-
jer. El pidió la declaración de la nulidad de su matrimonio por el cap. del c.
1095,2 por ambas partes. La convenida citada luego del decreto de dudas, se
opuso a la pretensión del actor, no se remitió a la justicia del tribunal y no
nombró abogado. Se instruyó y se publicó la causa. Se dijo que el abogado po-
día retirar una copia de la causa pero no las partes por tratarse de una causa
que interesa al bien público. La sentencia fue afirmativa por el cap. del c.
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 381

1095,2 por ambas partes. La convenida apeló. En segunda instancia la causa


se abrió a trámite ordinario. La causa se instruyó y se publicó en cuatro ejem-
plares: tres para entregar al Defensor del Vínculo y a los dos abogados de la
causa (actor y convenida). La sentencia fue negativa. El actor apeló a la Rota
Romana. El Defensor del Vínculo pìdió la intervención del Promotor de Jus-
ticia por defecto de la publicación de las actas. El Promotor de Justicia en su
dictamen consideró que se había violado el c. 1598 § 1 en ambas sentencias.
Tal violación conduce a la nulidad del c. 1620,7. El Ponente decidió que ha-
bía que resolver primero la cuestión incidental de la nulidad de las sentencias
y dio intervención a los abogados de las partes, al Defensor del Vínculo y al
Promotor de Justicia. En el decreto el tribunal dijo que según el c. 1598 § 1,
el Juez debe permitir a las partes y sus abogados que inspeccionen la causa.
Solo por excepción puede mantenerse secreto algún acto pero dejando a salvo
el derecho de defensa. El c. 1620,7 considera insanablemente nula la senten-
cia que viola el derecho de defensa. En primera instancia se denegó el derecho
a inspeccionar las actas a la parte convenida sin una razón de orden público
para hacerlo y sin que hubiera graves peligros a evitar. Además la parte con-
venida no había nombrado abogado y fue citada despues de concordar la du-
da. Se opuso a la pretensión del actor y no se remitió a la justicia del tribunal.
Por ello se atentó contra su derecho de defensa y este vicio afectó a la senten-
cia de primera instancia. El tribunal de apelación sólo permitió a los abogados
y al Defensor del Vínculo inspeccionar las actas, no a las partes con lo cual de-
negó el derecho a la defensa arrastrando la nulidad insanable de la sentencia.
Se decide que ambas sentencias son nulas y se devuelven las actas al tribunal
de primera instancia para que proceda según derecho.

2.7. Se decreta que consta la nulidad sanable de la sentencia de


segundo grado
El decreto nº 67 resolvió un interesante caso de un matrimonio cuyo
marido había pedido la declaración de la nulidad por miedo grave infligido a
la mujer convenida por la madre. La sentencia de primera instancia fue a fa-
vor de la validez, fue apelada por el actor y en segunda instancia el tribunal
también sentenció a favor de la validez. El actor recurrió a la Rota Romana
pidiendo una nueva proposición de la causa. El Defensor del Vínculo de la
Rota detectó una anomalía en la sentencia de segunda instancia ya que los
fundamentos de la sentencia no coincidían con la parte dispositiva y el voto
del Ponente era contrario al de los otros dos jueces. Pidió entonces la inter-
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382 Fernando MORENO DIEHL

vención del Promotor de Justicia de la Rota Romana que consideró que la sen-
tencia de segundo grado era insanablemente nula y pidió que fueran tratados
por memoriales tanto la nulidad insanable como la nueva proposición de la
causa. Se nombró abogados de oficio a las partes para tratar la cuestión inci-
dental y una vez intercambiados los memoriales y oidos el Defensor del Vín-
culo y el Promotor de Justicia se fijó la siguiente fórmula de dudas:
Si consta la nulidad insanable de la sentencia de segundo grado según
el c. 1620, nº 8 correlacionados con el c. 1611, nos. 1 y 3; si consta la nuli-
dad de la sentencia por el c. 1622, nº 2 y si la respuesta es negativa: si se de-
be admitir la nueva proposición de la causa.
En cuanto al primer capítulo de nulidad insanable de la sentencia según
el c. 1620, nº 8: se dijo que es cierto que la sentencia dejó traslucir la mente
del expositor (presidente) contraria a la validez. Pero, no obstante, en sus fun-
damentos se citan los argumentos conrarios a la aversión de la parte conveni-
da, ahora bien, si no hay aversión tampoco hay posibilidad de presión. El Pro-
motor de Justicia de la Rota indicó estas anomalías cfr. c. 1611, nº 1; c. 1610;
c. 1609 § 4. El abogado del actor pidió la declaración de la nulidad insanable
de la sentencia. El Defensor del Vínculo y la parte convenida pidieron la nuli-
dad sanable según el c. 1622 nº 2 y 1611 nº 3. El Promotor de Justicia, a su
vez, vuelve a criticar la sentencia invocando los c. 1610 § 2; 1455 y 1389 § 1.
Finalmente, los Jueces decidieron que el modo de actuar del Redactor fue im-
prudente pero no provocó la nulidad insanable de la sentencia.
En cuanto al segundo capítulo de nulidad sanable de la sentencia se-
gún el c. 1622 nº 2. En este caso, la nulidad se sana no por obra del mismo
Juez sino por el transcurso del tiempo: c. 1623 y 1626 § 2.
En cuanto al tercer capítulo sobre la nueva proposición de la causa ( c.
1643 y 1644 § 1) los Jueces dijeron que se podía discutir y ya se discutió so-
bre la nulidad insanable o sanable de la sentencia. Dado que se decidió que
era sanable y que los argumentos dados por el actor se referían mas a esta
cuestión que a fundamentar la nueva proposición de la causa y siendo que no
propuso nuevos argumentos de peso ni nuevas pruebas, que la nulidad sana-
ble se sano luego tenemos que hay dos sentencias negativas conformes y que
no hay nuevos argumentos de peso o nuevas pruebas a considerar.

2.8. Se decreta que consta de la conformidad de las sentencias


En el decreto nº 67 se resolvió un caso que en primera instancia se ha-
bía visto por los capítulos de simulación total y de exclusión de los hijos por
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 383

parte de la actora. La sentencia fue afirmativa por ambos capítulos. En segun-


da instancia, en cambio, la sentencia fue negativa por los dos. En tercera ins-
tancia se pidió que se tratara como en primera instancia el capítulo de incapa-
cidad (c. 1095,3) en la mujer actora. Se dio una sentencia negativa por los tres
capítulos propuestos, se apeló el tercero: la incapacidad (c. 1095,3) de la mu-
jer actora. Se sentenció a favor de la incapacidad. El abogado de la actora pro-
puso declarar la conformidad de las sentencias entre las de primera instancia
y la última del Turno Rotal afirmativa de la nulidad por incapacidad. Se de-
cretó que, efectivamente, se daba en el caso la conformidad de las sentencias.
Lo dicho y probado, dijeron los Jueces, comprobado también en la relación
pericial llevan a concluir a favor de una grave inmadurez afectiva en la mujer
que dado su narcicismo y egoísmo cuando dice amar a otros, se busca real-
mente a si misma, preocupándose solo de su propia utilidad.

2.9. La causa se admite a trámite ordinario


Se admitieron cinco causas a trámite ordinario:
En el decreto nº 14 los Jueces de la Rota se preguntaron si ¿la senten-
cia de primera instancia se confirmaba por decreto o se abría a trámite ordi-
nario?. El consentimiento se había intercambiado en 1969, el actor sostenía
que su matrimonio era inválido por condición puesta por él y aceptada por
la mujer y luego no verificada. La convivencia había durado 22 años y ha-
bían procreado dos hijos. La convenida negaba absolutamente que ella hu-
biera aceptado condición alguna. ¿Se trata de una condición de futuro con-
tra la susbstancia del matrimonio? Cfr. c. 1092 nº 2 CIC/1917 y c. 1102 § 1
CIC/1983. Se resolvió abrir la causa a trámite ordinario. Se resolvió por sen-
tencia el 28.03.95.
En el decreto nº 39 se trata de un matrimonio que había intercambia-
do el consentimiento matrimonial en Italia, luego de lo cual la pareja viajó
a su pais natal: Canada. La convivencia había durado 17 años y procrearon
dos hijos. Obtuvieron el divorcio civil y el marido pidió la declaración de
nulidad de su matrimonio por falta grave de discreción de juicio en la mu-
jer convenida. En primera instancia la sentencia resultó afirmativa y la con-
venida apeló a la Rota Romana. ¿Debe la sentencia confirmarse por decre-
to o debe abrirse a trámite ordinario? El defecto de discreción de juicio de-
be ser grave para que pueda viciar el consentimiento por anomalías que in-
cidan en el intelecto o en la voluntad. Se requiere para la prueba según el c.
1680 el trabajo de uno o varios peritos. Para responder a la cuestión plan-
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384 Fernando MORENO DIEHL

teada los Jueces examinaron las actas que contenían muchas nimiedades que
no se referían a la materia del juicio. Entre otras cosas se habían formulado
172 preguntas para el actor y 342 para la convenida. La sentencia les pare-
ció vaga sin que quedara en claro porque se había sentenciado la nulidad.
Casi no había testigos que hubieran conocido a las partes antes de su matri-
monio. La causa no proporcionaba una relación pericial psiquiátrica que si-
guiera a la batería de tests psicológicos. Tomado todo en cuenta se decidió
decretar la apertura a trámite ordinario. Se sentenció el 20.07.00.
En el decreto nº 43 se trataba de una sentencia de primera instancia
por la cual se declaraba la nulidad del matrimonio por error en la actora so-
bre la persona del varón. El matrimonio era de 1964. En el decreto de dudas
se había establecido el capítulo de error en la cualidad de la persona. El ha-
bía dicho que tenía un doctorado cosa que resultó falsa. La sentencia fue
apelada ante la Rota. La causa se abrió a trámite ordinario. La sentencia ape-
lada tenía cierta incongruencia dado que en la parte in iure se trataba, am-
plísimamente, del error en cualidad, c. 1893 § 2 CIC/1917, c. 1097 § 2
CIC/1983, que en la parte dispositiva se descartó, omitida cualquier motiva-
ción en el in facto esse. En cambio, en el in facto se trató en forma amplia
y casi exclusiva del error en persona: CIC/17 c. 1083 § 1 y CIC/83 c. 1097
§ 1. La sentencia se basó en el error en la persona del cual había callado en
la parte in iure. El Defensor del Vínculo pidió que se estableciera una nuli-
dad insanable por el c. 1620 nº 8. Se rechazó este pedido y se decidió que
la nulidad era sanable según el c. 1622 nº 2. Se consideró que la nulidad era
sanable por el transcurso del tiempo. No obstante se decretó la apertura a
trámite ordinario. En efecto, dijeron los Jueces si se había negado que hu-
biera error en la cualidad de la persona (se trataba de un doctorado en juris-
prudencia que no había sido obtenido) ¿cómo después se daba por error en
la persona?. La actora que descubre en 1967 la inexistencia del doctorado,
siguió conviviendo con el convenido, antes de dar el consentimiento ya co-
nocía algunas mentira del novio que habían suscitado sus sospechas. Pero la
sospecha no condice con el error. La actora se queja de las mentiras pero
agrega, al mismo tiempo, que si hubiera conocido la verdad a lo mejor se
habría o no casado igual. ¿Puede haber en este caso error en cualidad direc-
ta y principalmente intentada o un error en una cualidad que identificaba al
futuro cónyuge?. Se decretó la apertura a trámite ordinario.
En el decreto nº 52 se trató de un matrimonio que se mantuvo unido
durante siete años durante los cuales tres hijos fueron engendrados. Luego
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 385

el matrimonio fracasó. Hubo separación y divorcio. El varón actor pidió al


tribunal de primera instancia la declaración de nulidad de su matrimonio por
el c. del c. 1095,2 por su parte y por el cap. del c. 1095,3 por parte de la con-
venida. El tribunal sentenció negativamente por los dos capítulos. Apeló el
actor al tribunal de segunda instancia. Se abrió a trámite ordinario, se agre-
gó el cap. del c. 1095,2 por la parte convenida. En la instrucción de la cau-
sa se cometieron varios defectos graves: el nuevo capítulo de nulidad lo in-
trodujo el Juez sin que nadie se lo pida. Se oyó al actor, a sus testigos y se
realizó una pericia. El mismo día de la publicación se decretó la conclusión.
Luego sentenciaron la nulidad por el cap. del c. 1095,2 por ambas partes. El
Defensor del Vínculo en una breve nota manifestó que no se opondría a que
se dictara sentencia de nulidad. Se sentenció la nulidad y la causa llegó a la
Rota Romana. ¿Se confirma la sentencia por decreto o se abre a trámite or-
dinario?. El defecto de discreción de juicio debe ser grave desde el inicio del
matrimonio, no solo en el tiempo post-nupcial. El actor mismo reconoció
que antes del consentimiento la convenida había colaborado mucho con él
que estaba por graduarse. El actor reconoce que, luego, el no le había dado
la atención que ella merecía. Los dos testigos presentados sólo habian cono-
cido a la convenida casada. La convenida no fue citada a declarar. La peri-
cia fue realizada sobre las actas a pesar de la buena disposición a colaborar
manifestada por la convenida. El perito reconoció que la conducta de la con-
venida mas puede deberse a un desorden del comportamiento que a un de-
sorden mental. En conclusión, la sentencia de segunda instancia no se con-
firmó por decreto y se decretó la apertura a trámite ordinario.
En el decreto nº 77 se trataba de una causa que se había visto por con-
dición puesta por el varón actor y no verificada y por el cap. del c. 1095,2
en la mujer convenida. El matrimonio se había celebrado el 16 de abril de
1983 en el período de vacación del nuevo código y por lo tanto se había tra-
tado bajo el c. 1092, CIC/1917. El tribunal de primera instancia había falla-
do afirmativamente por ambos capítulos. La causa llegó a la Rota Romana
en apelación. El tribunal se planteó la cuestión de si la sentencia debía ser
confirmada por decreto o, mas bien, abierta a trámite ordinario. Conocida es
la doctrina y la jurisprudencia sobre la condición, su noción, sus límites,
(distinción entre la condición y el modo, el prerequisito, la causa), y su ti-
pología: de presente, de futuro, suspensiva, lícita, ilícita etc. A menudo su-
cede que algún cónyuge a quién se le hace difícil tolerar algún defecto del
otro cónyuge y deseando liberarse del vínculo matrimonial, convierte en
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386 Fernando MORENO DIEHL

condición puesta y no verificada lo que a lo sumo era un prerequisito. En el


caso bajo examen no aparece claro en las actas que de hecho el varón actor
haya puesto una condición de futuro a su acto positivo de voluntad, mas
bien, parece que su mente estaba dirigida a contraer matrimonio y a engen-
drar hijos y en segundo lugar, de modo secundario, esperaba también la po-
sibilidad de la adquisición de una salud mental perfecta en la mujer conve-
nida. Falta, entonces, la valoración por parte del actor del evento o la cuali-
dad a cuya existencia el actor habría subordinado la existencia de su matri-
monio. Tambien falta la probación indirecta de la simulación por la reacción
del actor luego de enterarse que no se verificaba la condición teoricamente
puesta por él. Luego de nacido el primogénito y a pesar de no verificarse la
estabilidad de la mente de la mujer convenida tuvo cuatro hijos mas con la
misma mujer. Además la mujer convenida niega absolutamente haber cono-
cido del propósito o la condición. El actor parece haber exagerado sus di-
chos sobre la incapacidad de la mujer para hacer sus estudios. La mujer se
presentó ante el tribunal y contestó las preguntas que se le formularon. Ha-
bia frecuentado un curso de catequesis especial sobre el matrimonio. Se de-
bería haber nombrado peritos para que examinaran a la mujer convenida se-
gún el c. 1680, ya que de los interrogatorios judiciales nada se deducía so-
bre la naturaleza ni sobre el grado del presunto defecto de la mente de la
mujer. Se resolvió, entonces, abrir la causa a trámite ordinario. El 17 de Ju-
lio de 1996 se definió sobre el mérito de la causa.

2.10. No se concede la nueva proposición de la causa


En cinco casos se negó la nueva proposición de la causa.
En el decreto nº 28 se trataba de un caso en el cual se había dimitido
del estado clerical a un Pbro. en dos sentencias conformes. El Pbro. entera-
do de las sentencias apeló pidiendo la “restitutio in integrum” de su estado
clerical. Pero no se podría conceder la restituto in integrum en un caso don-
de hay dos sentencias conformes. Pero como la causa hace al estado de las
personas que no pasan al estado de cosa juzgada puede proponerse una nue-
va proposición de la causa, cfr. c. 1643-1644 y esta vez se aceptó, en prin-
cipio, la nueva proposición de la causa. Pero la nueva proposición de la cau-
sa requiere argumentos nuevos y graves. La gravedad debe juzgarse toman-
do en cuenta la prueba presentada y la novedad debe juzgarse tomando en
cuenta la importancia de los nuevos argumentos aportados. Estos argumen-
tos, ¿son graves?, es decir pueden llegar a modificar las sentencias anterio-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 387

res, ¿son nuevos?, es decir no han sido considerados y rechazados con an-
terioridad y hacen al fondo del tema. Ninguna de estas características se dio
en este caso, por lo cual, fue denegada la nueva proposición de la causa. El
decreto fue apelado y el 13.01.92 se archivaron las actas.
En el decreto nº 33 se trató el caso de un varón actor que había pedi-
do la nulidad de su matrimonio por haber padecido miedo y por exclusión
del bien de la fidelidad por su parte. Obtuvo una sentencia negativa en pri-
mera instancia. Apeló la sentencia ante el tribunal de la Rota Romana que
sentenció a favor de la validez. El actor pidió una nueva consideración de la
causa. Para que pueda ser concedida la nueva proposición de la causa se exi-
gen argumentos nuevos y graves. Los nuevos argumentos pueden brotar de
nuevas pruebas o de pruebas que habiendo sido ya presentadas no fueron su-
ficientemente consideradas y ponderadas por los jueces anteriores. La gra-
vedad del argumento debe ser tal que debe producir en los Jueces la seria
duda sobre que los jueces anteriores se equivocaron en el fundamento jurí-
dico o aplicaron mal el derecho en los hechos produciendo así una herida
grave a la justicia y a la equidad. En este caso, los Jueces consideraron que
las sentencias anteriores eran correctas dado que de la vida viciosa y luju-
riosa del actor no se podía deducir un acto positivo de exclusión del bien de
la fidelidad. Tampoco que hubiera habido coacción y aversión del actor ha-
cia el matrimonio. Se rechazó la nueva proposición de la causa. Se interpu-
so una apelación que fue resuelta el 18.11.94.
En el decreto nº 40 se trató el caso de una pareja que cuando consin-
tieron tenían él 20 años y ella 17. Luego de intercambido el consentimiento
les nació un hijo concebido antes del consentimiento. Luego de dos años de
convivencia el abandonó el hogar conyugal. Ella pidió la declaración de nu-
lidad argumentando la incapacidad psíquica de él pero el tribunal rechazó el
libelo. Ella volvió a demandar por simulación por parte de él. Esta vez, el
tribunal sentenció negativamente. Ella apeló al tribunal de segunda instan-
cia el cual confirmó la sentencia apelada. La actora pidió obtener una nue-
va proposición de la causa ante el tribunal de la Rota Romana, que se hizo
la pregunta, ¿se debe o no admitir la nueva proposición de la causa?. Para
admitirla se deben aportar o nuevas y serias pruebas o nuevos y serios argu-
mentos. Dentro del mes de recibido el pedido el tribunal superior debe por
decreto resolver si admite o no la nueva proposición de la causa, c. 1644 §
1. Para aceptar la nueva proposición de la causa basta con que los argumen-
tos o las pruebas hagan probable la reforma de la sentencia. Los argumen-
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388 Fernando MORENO DIEHL

tos o las nuevas pruebas deben introducir una novedad no sólo material si-
no también formal. El argumento de la actora fue que el convenido había
contraido matrimonio para liberarse del servicio militar. El convenido, en
cambio, dijo que había tenido intención de contraer un verdadero matrimo-
nio. Los testigos no abonan el argumento de la actora. La actora dijo tam-
bién que ella tuvo miedo y no lo dijo porque sino sus padres y el Pbro. in-
terviniente le impedirían llegar al matrimonio. Los argumentos ya habían si-
do considerados antes. Se rechazó la nueva proposición de la causa, pero,
dejando, sin embargo, abierta la posibilidad de iniciar una nueva causa an-
te el tribunal competente, por un nuevo capítulo.
En el decreto nº 72 se trató de un matrimonio que se había celebrado
el 20.10.78. En Agosto de 1980, la mujer abandonó el hogar conyugal. No
tuvieron hijos. El 01.08.83 la mujer inició el juicio de nulidad matrimonial
canónica, por las causales de simulación total por parte de ella, o porque su
inmadurez psíquica la incapacitaba para emitir un consentimiento libre. El
tribunal de oficio agregó la causal de violencia o miedo ejercida por los pa-
dres sobre la actora. La sentencia de primera instancia sentenció a favor de
la nulidad porque consideró que la mujer actora carecía de las condiciones
de los c. 1081 y 1082 del CIC/17. En segunda instancia se sentenció a favor
del matrimonio. La actora apeló al Tribunal de la Rota Romana que senten-
ció a favor de la validez. La actora solicitó el beneficio de la nueva propo-
sición de la causa. ¿Debe ser concedido o rechazado?. Los nuevos argumen-
tos propuestos deben inducir en el ánimo del Juez una esperanza racional se
subvertir la presunción a favor del matrimonio que procede de las dos sen-
tencias anteriores a favor de la validez. Se deben presentar o nuevas prue-
bas: nuevos testigos, nuevos documentos, o nuevos argumentos no suficien-
temente sopesados por los jueces anteriores. Es suficiente demostrar que los
jueces no estimaron rectamente las pruebas o los documentos o si los tess-
timonios fueron menos ponderados de lo que debieran haber sido. De todo
ello pueden surgir argumentos graves que induzcan a conceder la nueva pro-
posición, siempre, claro esta, que de este examen se desprendan defectos
que sean graves y substanciales y verdaderamente influyentes en la decisión
que se tomó con anterioridad.
La actora había alegado que el convenido y su familia habían menti-
do por odio a ella y para que no pudiera lograr la nulidad. Además agregó
que no se había tomado suficientemente en cuenta su inmadurez en el mo-
mento del consentimiento. Pero, en la sentencia anterior se habían conside-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 389

rados todos los dichos del convenido, incluso sus vacilaciones. El conveni-
do había comenzado oponiéndose a la nulidad, en segunda instancia habia
sido remiso y descuidado y en tercera instancia, olvidando todo tipo de re-
sentimiento había decidido declarar la verdad para que el tribunal decidiera
si su matrimonio era válido o no. La actora que era un tanto remisa a acep-
tar su proposición matrimonial finalmente había accedido a su pedido, sin
manifestar muestras de antipatía hacia él o hacia el matrimonio con él. En
cuanto a la inmadurez de la actora sus parientes dicen que ella quería casar-
se para conseguir la libertad de la vigilancia de los padres. Quería ser inde-
pendiente y vivir su propia vida. La sentencia tomo en cuenta la pericia y
también el testimonio de un hermano de la actora que no había sido escu-
chado antes y que confirma lo que luego en la sentencia de la Rota se expli-
có abundantemente sobre la libertad de la hermana con respecto a la fami-
lia. Tomando todo lo dicho en cuenta, se denegó la nueva proposición de la
causa.
En el decreto nº 75, se trató sobre la admisión o no de la nueva pro-
posición de la causa en el caso de la aplicación de la pena de la dimisión del
estado clerical del Pbro. NN.
El Pbro. NN habia sido ordenado el 27.06.61, ejerció el ministerio
pastoral, como vicario parroquial, en diversas parroquias. El 01.07.72 fue
nombrado Párroco. Fue acusado de una relación torpe con AA. quien era
una de sus catequizandas. El 22.09.77 fue cambiado de Parroquia. Trasladó
consigo a toda la familia de AA con ella incluída y la colocó como servicio
doméstico en la nueva Parroquia. AA tuvo dos hijos de padre desconocido.
El pueblo pensaba que el Padre era el Pbro. NN.
El Obispo lo trasladó a otra Parroquia el 21.03.80 y le prohibió tras-
ladar consigo a AA y a su familia. El Pbro. NN se negó a obedecer. Llevó a
toda la familia consigo y la alojó en la Parroquia. Fue removido del oficio
parroquial y se le impuso un precepto penitencial: hacer ejercicios espiritua-
les en una casa religiosa X. El 22.05.80 se lo nombró Capellán de Hospital
y se le pidió prestar auxilio en la Parroquia vecina. Además le fueron prohi-
bidas las relaciones con AA y su familia bajo la pena de perder su ministe-
rio. En el Hospital lo acusaron de administrar indecorosamente los sacra-
mentos y fue trasladado para ejercer como capellán de Hospital en otra ciu-
dad el 23.07.84. Pero no mejoró su modo de actuar en el nuevo Hospital. El
28.01.86 fue acusado de hurtar un anillo de oro del dedo de una mujer di-
funta. A causa de ello fue privado del oficio de Capellán con precepto de vi-
anuario, 323-418 7/16/11 4:50 PM Page 390

390 Fernando MORENO DIEHL

vir en determinado lugar: primero en la casa religiosa XX y luego en otro


lugar XY. Pero ya constaba que le había conseguido alojamiento a AA y a
su familia en una casa de la ciudad y presentaba a la misma casa, frente a
las autoridades civiles, como residencia estable.
El Obispo decidió comenzar la investigación previa para instaurar un
proceso penal contra el Pbro. NN. El 17.03.86 el Obispo por decreto comen-
zó el proceso penal contra el Pbro. NN y transmitió todas las actas al Pro-
motor de Justicia, quién presento el libelo ante el tribunal el 08.04.86 pi-
diendo la pena de dimisión del estado clerical para el Pbro. NN por: 1º ejer-
cicio de la función sacerdotal de modo inconciliable con el derecho, c. 1384.
2º por haber abusado de la función sacerdotal, c. 1389 § 1. 3º por violación
del 6º precepto del decálogo con una menor. El colegio de cinco jueces, el
16.04.85 admitió el libelo. Al acusado se le designó un abogado de oficio.
El 19.04.86 se decretó la duda correspondiente: “ 1.- Si el Pbro. NN es cul-
pable del delito de comportamiento contrario al derecho y del abuso de las
funciones sacerdotales( c. 1384 y 1389 § 1) 2.- Como también de la viola-
ción del sexto precepto del decálogo, cometio públicamente o con una me-
nor de diez y seis años de edad ( c. 1395 § 2). Se escuchó al acusado y a 22
testigos y a una pericia hecha sobre la persona del acusado. El 25.02.87 sen-
tenció imponiendo al Pbro. NN la pena de dimisión del estado clerical. El
acusado apeló la sentencia en segunda instancia. Se realizó un suplemento
de instrucción con la audición de un solo testigo presentado por el acusado.
La alzada no estuvo de acuerdo con la pena de dimisión del estado clerical.
Los Jueces no alcanzaron una certeza moral sobre los delitos contra el 6º
precepto del decálogo. Si alcanzaron certeza moral en los delitos del c. 1384
y 1389 § 1. Se le impuso la pena de vivir por un mes en una casa religiosa
a determinar por el Sr. Obispo. Se le prohibió por tres años asumir una cu-
ra pastoral independiente, incluído el tiempo transcurrido en la casa XY, y,
además, prohibición de cohabitar con la familia de AA y sostener con ella
contacto próximo. El Promotor de Justicia de primera instancia apeló al tri-
bunal de tercera instancia. El Promotor de Justicia de segunda instancia ad-
hirió plácidamente a la Sentencia de segunda instancia y no pareció preocu-
parse por la reparación del escándalo. No consultó tampoco al Obispo de
Primera Instancia que había promovido el proceso. El abogado del acusado
excepcionó la competencia del Tribunal de Tercera Instancia. Los Jueces del
mismo, el 02.10.89 declararon su propia incompetencia y mandaron ejecu-
tar la sentencia de segunda instancia. El acusado no aceptó el domicilio que
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 391

la Curia le proporcionaba. La misma AA hizo saber a la Curia que el acusa-


do vivía en su casa el 25.09.90. El acusado insistió ante el Papa que manda-
ra ejecutar la sentencia de segundo grado. Al Obispo se le solicitó que abrie-
ra su mente al respecto. El Obispo asi lo hizo por escrito enviado a la Con-
gregación del Clero, en el que decía que nada había conseguido del acusa-
do en lo que se refería a reparar el escándalo, restituir la justicia, y conse-
guir su propia enmienda. Para el Obispo no quedaba ninguna posibilidad de
darle una función de cura pastoral en la diócesis. Solo quedaba la posibili-
dad de apelar la sentencia de segunda instancia ante el Tribunal de la Rota
Romana para que penara al acusado con la pena de dimisión del estado cle-
rical. El Promotor de Justicia de primera instancia siguió el consejo de la
Congregación del clero y apeló el 05.01.91. El Promotor de Justicia de la
Rota Romana dijo que solo el Promotor de justicia de segunda instancia o
el acusado podía recurrir ante la Rota, no asi el Promotor de justicia de pri-
mera instancia. El Obispo, en cambio, podía, dado que el escándalo conti-
nuaba, utilizar los remedios penales tanto administrativos como judiciales
para que el acusado volviera a la buena senda.
El 28.11.91 el Promotor de Justicia sustituto de la Rota dijo que el Or-
dinario del acusado podía pedir una nueva proposición de la causa, c. 1644
§ 1. El 18.12.91 el Obispo pidió la nueva proposición de la causa. El
28.01.92 el Promotor de justicia sustituo hizo suya la propuesta del Obispo.
Se le nombró un abogado de oficio al acusado. Resta tratar, entonces, la
cuestión incidental sobre la aceptación o no de la nueva proposición de la
causa.
En el juicio penal canónico el actor es el Promotor de Justicia. (c.1586,
CIC/17 y c. 1430 CIC/83). Se le reserva la acción criminal bajo la conduc-
ción del Ordinario (cc. 1430; 1721). El juicio sobre la oportunidad de la ac-
ción criminal, de su prosecución y de la aplicación de la pena esta reservada
al Ordinario. El Promotor de Justicia promueve una acción que no es suya,
sino pública, ordenada a custodiar el bien publico: c/ Lega, 11.05.09, RRD,
1, pág. 38, nº 2. Al Obispo Diocesano le corresponde en el ejercicio de su ofi-
cio de pastor en toda su Diócesis, promover la disciplina eclesiástica y urgir
la observancia de todas las leyes eclesiásticas. (c. 393 § 1). El Promotor de
Justicia no puede proponer la acción criminal sin mandato del Ordinario. So-
lo el Ordinario debe decidir que conducta seguir ante el delito: corrección
fraterna, reprensión o irrogar una pena, (c. 1341). Por proceso judicial o ad-
ministrativo (c. 1718 § 1, nº 1-3; 1720; 1721 § 1). Tampoco en el grado de
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392 Fernando MORENO DIEHL

apelación puede el Promotor de Justicia constituido ante tribunal (c. 1721 §


2) renunciar a la instancia de la litis sin mandato o consenso del Ordinario,
con cuya deliberación el proceso fue promovido (c.1724 § 1). Luego el Pro-
motor de Justicia puede y debe apelar cada vez que piense que no se ha re-
parado el escándalo ni se ha restituido la justicia. Para renunciar a la instan-
cia el Promotor de Justicia debe obtener el mandato o el consenso del Ordi-
nario (c. 1724 § 1). Luego, en este caso, obró mal el Promotor de Justicia de
segunda instancia porque sin mandato o consenso del Ordinario no interpu-
so la apelación ante el tribunal de tercera instancia, prefiriendo adherir, por
su propio arbitrio a la sentencia de segunda instancia.
El abogado del acusado niega que en esta causa quepa una nueva pro-
posición de la causa.
Pero, la sentencia condenatoria nunca pasa a cosa juzgada porque
siempre puede ser probada la inocencia del acusado. En lo que se refiere a
las penas se debe seguir la interpretación más benigna (c.18, c.22). El Juez
puede, entonces, sostener la doctrina que establece que la sentencia conde-
natoria en materia penal no pasa a cosa juzgada.
Por lo tanto, se puede proponer una nueva proposición de la causa contra
toda sentencia condenatoria, no solo contra aquella que irroga como pena la dimi-
sión del estado clerical, ya que son causas que hacen al estado de las personas. (cfr.
A. Calabrese, Diritto Penale canonico, Milano 1990, pág. 164). Pero este reme-
dio compete al condenado, no al acusador publico o Promotor de Justicia. En
nuestro caso, el acusado convenido no hizo ninguna petición en ese sentido. De
donde con razón el abogado de oficio del acusado dice que el recurso de nueva
proposición de la causa debe ser rechazado.
Pero la sentencia absolutoria, que no admite pasar a cosa juzgada, se re-
fiere solamente a la instancia y no al crimen. Es una sentencia absolutoria en
cuanto a la instancia dado que estatuye que por lo deducido en la causa no
consta suficientemente del delito o de otra forma penal equivalente, por la
cual al acusado se lo absuelve de la observancia del juicio pero no del crimen.
En cuanto a la segunda parte de la sentencia del tribunal de segunda
instancia sobre el delito al cual se refiere el c. 1395 § 2 (ad 2um.) es abso-
lutoria también en cuanto a la instancia, no en cuanto al crimen, dado que el
acusado convenido fue absuelto por insuficiencia de las pruebas, las cuales
habían sido tenidas por suficientes en el tribunal de primera instancia, no
pasando luego, a la condición de cosa
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 393

Juzgada y siendo pasible de ulterior proposición, aun cuando no este


asegurada aún, la fuerza que proviene de las dos sentencias conformes. Sin
embargo, considerando todo en su conjunto, la petición de nuevo examen
con respecto a esta parte de la sentencia, no se sostiene. Ante todo, debe de-
cirse que de las actas no consta que el acusado deliquiera “publicamente”
contra el sexto mandamiento del decálogo, como la ley, expresamente re-
quiere (cfr. c. 1395 § 2) es decir en un lugar o una reunión pública, como
podría haber sido si hubiese sido cometido en una plaza, o una calle, o en
lugar abierto al público como un cine, un teatro, una Iglesia…De Paolis,
Delitti c/ il sesto comandamento, Per 82(1993) págs. 307 ss.
El delito es publico si esta ya divulgado lo cual no es el caso. El de-
lito contra el sexto mandamiento es público cuando ha sido cometido en un
lugar o una reunión publica.
La acción criminal esta prescripta (c. 1362 § 1, nº 2). Sin embargo,
como por las actas y las denuncias, parecieran deducirse delitos penados por
el c. 1395 § 1, acerca de los cuales tambien la sentencia de segundo grado
trata suficientemente aunque mas alla de lo peticionado (cfr. c. 1620, nº 4),
la accion criminal según la norma de derecho puede iniciarse en el tribunal
de primera instancia.
Se resuelve, entonces negativamente con respecto a la nueva propo-
sición de la causa en el caso, y se dice que una acción criminal (c. 1395 §
1) puede iniciarse en el tribunal de primera instancia.

2.11. Se concede la nueva proposición de la causa


En el decreto nº 36, la sentencia de primera instancia del 10.01.85 ha-
bia sido contraria a la nulidad pedida por los caps. del c. 1095,2 y 3. La ape-
lación a la Rota Romana obtubo una sentencia favorable a la nulidad el
12.03.87. Dada la desconformidad de ambas sentencias se apeló al siguien-
te turno de la Rota, que constituyendo un tribunal de cinco jueces, senten-
ció contra la nulidad del matrimonio, segunda sentencia negativa, del
01.06.90. Se presentó el pedido de una nueva proposición de la causa. Esta
requiere nuevas y graves pruebas o argumentaciones. Serán graves las argu-
mentaciones si aunque sean fundadas en los mismos hechos pueden condu-
cir, con probabilidad, a una nueva sentencia distinta de las anteriores. No se
requiere que los argumentos sean perentorios, basta con que conduzcan, ve-
rosímilmente y probablemente a nulificar las decisiones anteriores. En pri-
anuario, 323-418 7/16/11 4:50 PM Page 394

394 Fernando MORENO DIEHL

mera instancia no se tuvieron en cuenta muchos indicios y pruebas sobre el


trastorno padecido por el actor, que consintió al matrimonio estando conva-
leciente de un estado de agotamiento nervioso. En la segunda sentencia ne-
gativa, se trató, sobre todo, el tema de las presiones sufridas por el actor de
parte de la convenida y su familia que esta última negó con razón sin, por
ello dejar de reconocer las falencias psíquicas del actor. Pero estas no fue-
ron tomadas en cuenta por los Jueces. Además, se debe distinguir, cosa que
la sentencia no hace, entre la capacidad psíquica para el matrimonio y la ca-
pacidad para llevar a cabo ocupaciones profesionales. En la segunda deci-
sión negativa (tercera instancia) no se tuvo suficientemente en cuenta el
cuadro descripto por algún Perito sobre el actor al decir que éste tenía: “tra-
zos neuróticos marcados, inseguridad, indecisión, ansias, crisis de angustia,
evidentes disturbios neuro vegetativos” y que en la época del matrimonio
era “muy inseguro, angustiado e incierto”. Por todo ello fue que se conce-
dió la nueva proposición de la causa. La sentencia final es del 17.12.93.
En el decreto nº 48, el actor y la convenida se habían casado en 1974,
por la Iglesia. En 1978 el actor dejó a la mujer volviendo con los suyos. No
habían tenido hijos. Pidió la nulidad por el cap. del c. 1095,2 por parte de
él; por el cap. del c. 1095,3 por parte de ella y por exclusión del bien de la
prole por parte de ella, c. 1101 § 2. El tribunal de primera instancia dictó una
sentencia negativa de la nulidad en 1989. El actor apeló, pero el tribunal de
segunda instancia confirmó la sentencia negativa el 13.02.90. El actor recu-
rrió a la Rota Romana, pidiendo una nueva proposición de la causa. Se ad-
mitió el recurso, se escuchó al abogado de oficio de la parte actora y al De-
fensor del Vínculo. Las causas sobre el estado de las personas no pasan a
cosa juzgada. Se aceptan si hay nuevas y graves pruebas o argumentos pro-
puestos en el término perentorio de 30 días de aceptada la nueva proposi-
ción de la causa. Los nuevos y graves argumentos o pruebas pueden ser ex-
trínsecos o intrínsecos. Extrínsecos, por ej: declaraciones de las partes, do-
cumentos, testimonios, pericias, presunciones. Intrínsecos, por ej: violación
de las leyes, tanto cuando se procede, como cuando se decide. Se cita el dis-
curso del Papa a la Rota Romana del 28.01.91, nº 6: “Anche per quanto con-
cerne la fase processuale […] in proposito, converrá ricordare che negligen-
ze di questo genere non significano semplicemente omissione de leggi for-
mali processuali, ma rischio di violazione del diritto alla giustizia, spettan-
te ai singoli fedeli” (AAS 83 [1991], pág. 952, nº 6). No necesariamente los
argumentos deben ser perentorios, basta con que considerados con el con-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 395

junto de los ya ofrecidos, puedan, probablemente, dar lugar a una decisión


contraria. Además, dicen los Jueces, salvo que conste con evidencia, por las
circunstancias, la inutilidad de las pericias, estas son necesarias en los casos
de los capítulos del c. 1095,2 y 3. El Defensor del Vínculo de la Rota Ro-
mana aconsejó no despreciar el pedido del actor. El abogado de oficio del
actor se quejó por la omisión de la litis contestatio, del decreto de dudas, de
la inexistencia de pericia y de la omisión de la publicación de las actas. El
Tribunal de Segunda Instancia, continúan diciendo los Jueces, obró absur-
damente ya que primero sentenció negativamente con respecto a la nulidad
solicitada y luego hizo un suplemento de instrucción durante el cual volvió
a escuchar al actor, oyó a un testigo, recibió una pericia hecha luego de la
sentencia y aceptó cartas presentadas por el actor. El 13.07.94, los Jueces
decidieron admitir la nueva proposición de la causa.
En el decreto nº 49 se trató el caso de una actora que había contraído
matrimonio canónico con el convenido en 1973 y había tenido cuatro hijos.
En 1988 se separaron. Ella pidió y obtuvo el divorcio civil (1989). Luego
pidió la nulidad del matrimonio por el cap. del c. 1095,2 por parte de ella.
Consiguió dos sentencias conformes. El convenido planteó una nueva pro-
posición de la causa. Ahora bien, dado que las causas sobre el estado de las
personas nunca pasan a cosa juzgada, pueden volver a tratarse, siempre que
se aleguen nuevas pruebas o nuevos argumentos de peso. Pueden ser prue-
bas nuevas o graves o argumentos nuevos no propuestos con anterioridad o
si propuestos no suficientemente considerados por el Juez. Se deben consi-
derar las críticas que prueben que la instrucción anterior tuvo graves lagu-
nas que hagan sospechar o incluso persuadan que la justicia no fue adminis-
trada rectamente, por impericia o negligencia de los tribunales inferiores. En
este caso, aunque no se presentaron ni nuevas pruebas ni nuevos argumen-
tos, hay abundantes indicios de que el proceso fue signado por graves irre-
gularidades: no se encontró el libelo introductorio, en lugar del libelo solo
se mencionan los nombres de las partes y de los testigos, tampoco se pide
claramente la nulidad ni se aduce ningún hecho sobre el cual pueda funda-
mentarse la misma. La instrucción se hizo en base a escritos hechos por las
partes y los testigos que no fueron reconocidos ante el Juez. No hay en la
causa ninguna pericia psicológica, a pesar del capítulo invocado, en contra
del c. 1680. No hay pericias médicas, ni tampoco indicios sobre la persona-
lidad psicopática de la actora. Se resolvió conceder la nueva proposición de
la causa. El 15.12.95 se decidió sobre el fondo de la causa.
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396 Fernando MORENO DIEHL

2.12. Revocación del gratuito patrocinio. Competencia de la Rota


Romana
En el decreto nº 19 se resolvió una cuestión que se había planteado
sobre una posible revocación del gratuito patrocinio concedido a una de las
partes y sobre la competencia de la Rota Romana en el caso. Se trataba de
una declaración de nulidad que había sido declarada por el tribunal de pri-
mera instancia, en la segunda instancia, el tribunal de apelación decidió re-
chazar la querella de nulidad interpuesta junto a la apelación por el conve-
nido. Primero rechazó la nulidad y luego confirmó la sentencia por decreto.
El convenido interpuso querella de nulidad y apelación conjuntamente ante
el tribunal de la Rota Romana. El tribunal de la Rota en dos turnos sucesi-
vos decidió declarar la nulidad del mencionado decreto de confirmación de
la sentencia de primer grado. El convenido pidió entonces que se resolviera
sobre la nulidad de la primera sentencia de nulidad dada por el tribunal de
primera instancia. El tribunal de la Rota se dispuso a tratar el tema de la nu-
lidad y si la decisión resultaba afirmativa: es decir, si el decreto de segunda
instancia fuera nulo, la confirmación o no de la sentencia de primera instan-
cia. La parte actora interpuso una excepción de incompetencia del Tribunal
de la Rota Romana. Se intercambiaron memoriales entre los abogados, el
Defensor del Vínculo y el Promotor de Justicia de la Rota. El abogado de la
parte actora interpuso un pedido de “restitutionis in integrum” ante el Su-
premo Tribunal de la Signatura Apostólica contra los dos decretos de la Ro-
ta que habían declarado nulo el decreto que ratificaba a la sentencia de Pri-
mera Instancia. El Tribunal de la Signatura decidió que había perimido la
causa. El abogado de la parte convenida pidió la ejecución del decreto de la
Rota sobre la nulidad del decreto ratificatorio de segunda instancia y ade-
más pidió que se revocara el gratuito patrocinio concedido a la parte actora.
Se decidió que con respecto al gratuito patrocinio este había sido concedi-
do a la parte actora, a pedido de ella, sin ninguna limitación y que por lo tan-
to, este patrocinio no había concluído luego del doble decreto de la Rota que
declaraba la nulidad del decreto ratificatorio del tribunal de segunda instan-
cia. En cuanto a la competencia de la Rota Romana, el tribunal de la Rota
Romana se rige por una ley propia, por la cual, luego de tratado y resuelto
el tema de la presunta nulidad de la sentencia o decreto, habiendolo resuel-
to afirmativamente ( el decreto ratificatorio es nulo), puede tratar como en
segundo grado el tema de la nulidad del matrimonio, sin enviar todas las ac-
tas al tribunal de primera instancia como es de práctica en todos los otros
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 397

tribunales inferiores. Se decidió entonces, que la Rota Romana era compe-


tente en el caso y se rechazó el pedido de revocación del gratuito patrocinio.
Este decreto fue del 03.03.1993. El 24.07.96 salió un nuevo decreto sobre
esta cuestión.

2.13. Sobre la jurisdicción del Turno Rotal


En el decreto nº 29 se trató de una causa en la que luego de dos sen-
tencias afirmativas de la validez del matrimonio, el actor recurrió a la Rota
Romana pidiendo una nueva proposición de la causa. Pero el actor no dió
argumentos ni graves ni leves para sostener su pedido del remedio extraor-
dinario de la nueva audiencia. Transcurrió mucho tiempo y el actor perma-
neció en su silencio. El Ponente decretó el archivo de la causa, el 22 de fe-
brero de 1992. Mientras tanto, sorpresivamente el abogado del actor habia
presentado su mandato de procuración y el dinero, como es de práctica, en
la Cancillería del tribunal el 7 de febrero de 1992 sin que el Ponente se en-
terara. El 10 de febrero de 1993 pidió la revocación del decreto de archivo
para que la causa pudiera continuar. Tanto el Defensor del Vínculo como el
Promotor de Justicia estimaron que la causa debería tratarse en otro Tribu-
nal. El abogado del actor no fue del mismo parecer y presentó nuevas prue-
bas y las causas para excusar su tardanza en presentarlas. Dada la diversi-
dad de opiniones, el Ponente decidió que primero había que resolver la
cuestión de la jurisdicción del turno rotal. El Defensor del Vínculo argu-
mentaba que por el c. 1644 § 1 solo podía tratarse la cuestión en el tribunal
de apelación. Es de notar que en el caso no se trata de la perención de la ins-
tancia que solo se inicia por la citación (c. 1517). El Juez se plantea, enton-
ces, dos cuestiones siguiendo la argumentación del Defensor del Vínculo: a)
si el abandono del recurso comporta la cesación de la acción y b) si había
cesado la competencia del Turno que la había poseído y ya la había agota-
do. A lo primero se contestó que no se puede considerar que la acción para
proponer nueva proposición de la causa pueda considerarse completamente
propuesta, dado que el Turno todavía esperaba los argumentos y pruebas ne-
cesarias para admitirla legítimamente, luego de estudiarla. No puede decir-
se que haya cesado lo que ni siquiera se inició. Y a lo segundo, dado que el
turno ni siquiera comenzó el juicio, nada se hizo en el grado de competen-
cia y luego tiene la competencia, dado que no la ejerció. Cita a continuación
algunos antecedentes jurisprudenciales por los cuales aun declarada la pe-
rención de la causa que el mismo derecho establece (c. 1521), esto no fue
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398 Fernando MORENO DIEHL

obstáculo para que aceptaran luego al recurrente que se había excusado le-
gitimamente. Lo cual vale mas aún en las causas matrimoniales en las cua-
les los plazos no se aplican con tanta rigurosidad. De hecho, el recurrente ha
presentado las causas por las cuales, por la ignorancia de la ley, la distancia
de los lugares donde debían recolectarse los nuevos documentos y por la de-
mora en el nombramiento del abogado, no se habían observado estrictamen-
te los plazos fijados por la ley. Las causas presentadas se consideran sufi-
cientes para reasumir la causa y tratarla. Sobre los documentos y las razo-
nes que ahora se presentan se consideran suficientes para que se traten por
memoriales y se conceda la nueva proposición de la causa. Se decide enton-
ces que no ha cesado la competencia del turno y que por lo tanto puede se-
guirse adelante. El decreto es del 02.04.93. Un nuevo decreto en esta causa
fue dado el 29.04.94.

2.14. Derecho de Apelación


En el decreto nº 38, se había propuesto la nulidad del matrimonio, por
defecto en el consentimiento matrimonial del actor, por haber excluído la in-
disolubilidad del vínculo y la exclusividad de la relación sexual. Habían te-
nido dos hijos, y el actor había abandonado el hogar para unirse con otra
mujer. La mujer convenida rechazó por cartas los capítulos de nulidad pro-
puestos por ser contrarios a la verdad, pero no se presentó a dudas, decla-
rándose en las cartas enviadas a disposición del Honorable Tribunal. El Tri-
bunal decretó la duda por defecto de consenso de parte del actor por haber
excluído la indisolubilidad del vínculo y la fidelidad conyugal, o sino, la ex-
clusividad de la relación sexual en el sentido de los canones 1055 y 1101 §
2. La mujer convenida impugnó el decreto de dudas porque afirmaba falsa-
mente que había estado presente el Defensor del Vínculo cuando este no ha-
bía firmado el acta, y además porque no advertía la diferencia entre la ex-
clusión de la fidelidad conyugal y la exclusividad de la relación sexual. Por
lo tanto, pedía la convenida la nulidad del decreto de dudas y el cambio de
los términos de la duda, excluyendo la exclusividad de la relación sexual. El
juez contestó que la falsedad con respecto al Defensor del Vínculo se debió
a un error del notario, y en cuanto a la modificación de la duda concordada
esta se podría hacer en una nueva sesión, oído el Defensor del Vínculo y el
abogado del actor. La mujer convenida apeló al Colegio, pero este rechazó
la apelación por haber llegado fuera de término. La convenida interpuso la
apelación y la querella de nulidad ante el Tribunal de la Rota Romana, con-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 399

tra el decreto emitido por el colegio del tribunal antes mencionado. Luego
presentó sus argumentos a favor de la nulidad o justificando la apelación.
Pero el abogado del actor pidió que se tratara la cuestión preliminar sobre el
derecho de apelación de la mujer convenida.
En lo que se refiere al derecho de apelar de la mujer convenida con-
tra el decreto del colegio del Tribunal de Primera Instancia, el Tribunal de
la Rota contestó citando el c. 1629 nº4: “No cabe apelación: 4.- contra el de-
creto del Juez o Sentencia Interlocutoria que no tengan fuerza de sentencia
definitiva, a no ser que se acumule con la apelación contra la sentencia de-
finitiva” y el c.1618: “La sentencia interlocutoria o el decreto tienen fuerza
de sentencia definitiva si impiden o ponen fin al juicio o a una instancia del
mismo, al menos por lo que se refiere a una de las partes en causa”. Luego
dice el Tribunal dado que el decreto judicial no pone fin ni impide el juicio,
de ninguna manera puede ser apelado. Además, según el canon 1629 nº 5:
“No cabe apelación: 5.- contra la sentencia o decreto en una causa que se-
gún el derecho debe dirimirse con la mayor rapidez posible.” Pero, el c.
1589 establece que una cuestión incidental debe decidirse con la mayor ra-
pidez (expeditissime ). Además según el c. 1513 § 3 la impugnación contra
el decreto de dudas debe definirse con toda rapidez (expeditissime). Por lo
tanto no se da la apelación contra el decreto en cuestión ya que no tiene
fuerza de sentencia definitiva; y, además, porque es un decreto en una cues-
tión incidental que debe definirse con toda rapidez, “expeditissime”.
En cuanto a la validez del decreto de la concordación de la duda, de-
ben tenerse en cuenta el c. 1513 § 3 que dice: “Se ha de notificar a las par-
tes el decreto del Juez; y, si no están de acuerdo, pueden recurrir en el pla-
zo de diez días, para que lo modifique, ante el mismo juez, el cual debe de-
cidir la cuestión con toda rapidez: expeditissime ”; entonces por el c. 1629,
nº 5 no se da la apelación al decreto del Juez y además en el c. 1514 dice:
“Los términos de la controversia, una vez definidos, no pueden modificarse
válidamente, si no es mediante nuevo decreto, por causa grave, a instancia
de parte y habiendo oído a las restantes, cuyas razones han de ser debida-
mente ponderadas”. Luego los términos de la duda pueden cambiarse según
la pretensión de la parte resistente siempre que se sigan las normas de este
canon.
En lo que se refiere a la presencia del Defensor del Vínculo, se debe
tener en cuenta el c. 1513. El Defensor recibió el decreto de la duda junto
con las partes en la causa. Que el haya firmado el acta el 31.03, en lugar del
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400 Fernando MORENO DIEHL

12.03 con el Ponente y el abogado del actor no toca la validez del acto, da-
do que en ninguna parte se dice que la debe firmar simultáneamente con
ellos. Se debe atender entonces al c. 124 § 1: “Para que un acto jurídico sea
válido, se requiere que haya sido realizado por una persona capaz, y que en
el mismo concurran los elementos que constituyen esencialmente ese acto,
así como las formalidades y requisitos impuestos por el derecho para la va-
lidez del acto.” § 2: “Se presume válido el acto jurídico debidamente reali-
zado en cuanto a sus elementos externos”. Tener también en cuenta que en
el c. 1433, se dice: En aquellas causas que requieran la presencia del pro-
motor de justicia o del defensor del vínculo, si no han sido citados, son nu-
los los actos, salvo que, no obstante, se hagan presentes de hecho, o, al me-
nos, hayan podido cumplir su misión antes de la sentencia, mediante el exa-
men de las actas”. Basta, entonces, para la validez, con que cumpla con su
misión de Defensor antes de la sentencia.
Además, si la mujer convenida piensa que existen elementos que abo-
nan su solicitud puede usar el derecho que le concede el c. 1391.
Se decretó, entonces, que en el caso no se da apelación contra el de-
creto colegial del Tribunal de Primera Instancia.

2.15. Se confirma la perención de la causa


En el decreto nº 86, el tribunal de la Rota Romana había decretado la
perención de una causa y enviado las actas al archivo. El abogado envió un
escrito al Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica quejándose de la in-
tervención de la Rota Romana sin consentimiento de las partes. Cosa no
aceptada en el art. 39 del Motu pr. de Pio XII: Apostolico Hispaniarum Nun-
tio (AAS 39 [1947], págs. 155-163) Por lo cual sugería que todas las actas
de la causa incluídas las afectadas de nulidad, debían ser enviadas al tribu-
nal de Primera Instancia para que se ejerciera correctamente el derecho de
apelación. El Ponente advierte que ya se había señalado ese derecho cuan-
do se admitió la causa al grado ordinario de apelación, sin que el abogado
que ahora se queja manifestara excepción alguna. Se trataba de una causa
donde se habían señalado distintos capítulos de nulidad y se había senten-
ciado afirmativamente por incapacidad de la mujer convenida de asumir la
comunión conyugal. El Turno Rotal correspondiente no habia confirmado la
sentencia. La Signatura Apostólica devolvió el escrito al Tribunal de Prime-
ra Instancia, encargándole hacer notar a la parte actora que no corresponde
a la Signatura Apostólica vigilar la recta administración de justicia en el Tri-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 401

bunal de la Rota Romana (Pastor Bonus, 124, nº 1; can. 1145, § 3, nº 1). El


Vicario del Tribunal de Primera Instancia transmitió a la Rota junto con su
comunicación la petición del abogado.
Con respecto a la apelación, para transmitir de oficio las actas al tri-
bunal de apelación no se requiere el consentimiento de las partes ( c. 1682,
§ 1). Por lo tanto, debe presumirse que fue legítima mientras no se haya
opuesto en tiempo oportuno alguna excepción (can. 1459). Ahora bien, am-
bas partes pudieron oponer sus dificultades acerca de la transmisión y acer-
ca de la sentencia de nulidad. El abogado que ahora recurre utilizó el dere-
cho. Si lo hizo aceptó la jurisdicción que quizás pudiera ser ilegítima solo
por el privilegio mencionado supra. Por su intervención renunciaba a dicho
privilegio que debe considerarse de interpretación estricta (can. 36, § 1). En
caso que el acto de jurisdicción estuviera mas allá de de la citada norma la
incompetencia de la Rota sería relativa y el acto de jurisdicción se habría sa-
nado solo por el transcurso del tiempo. (cann. 1440, 1619, 1622, 1623). El
abogado tiene además un defecto de legitimidad ya que su derecho a repre-
sentar ha caducado dado que el juicio se ha desarrollado en dos instancias.
(cann. 1481,1486). El Promotor de Justicia del Tribunal que estudió diligen-
temente toda la causa ya expuso su dictamen.
Se responde, entonces, que no consta la incompetencia de la Rota Ro-
mana y que se sostienen los decretos oportunamente dictados, sobre la sen-
tencia y sobre la perención de la causa. Las actas de la causa pertenecen a
la Rota Romana y no han de ser sometidos nuevamente la Tribunal de Pri-
mera Instancia.

2.16. Iurium
2.16.1. Se confirma el rechazo del libellum

En el decreto nº 1 se trataba de un particular que había demandado a


una universidad y a una orden religiosa que la patrocinaba sobre una cues-
tión académica, ante un tribunal canónico. Este se declaró incompetente y
la causa se presentó ante otro tribunal. Este tribunal rechazó el libelo el
29.07.91. Se pidió la intervención del Ordinario para intentar una composi-
ción de la cuestión. Ante el silencio del Ordinario, el actor insistió en obte-
ner el decreto de rechazo del libelo que el tribunal había decretado el
09.10.1991. El Vicario de Justicia en una carta hizo conocer al actor el tex-
to del decreto correspondiente sin que se supiera con claridad si el actor ha-
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402 Fernando MORENO DIEHL

bía o no conocido el mismo con anterioridad. El 25.07.92 el actor interpuso


una apelación ante el Tribunal de la Rota Romana. Eran, entonces, dos las
cuestiones a resolver por el tribunal de la Rota. ¿Se debe o no admitir la ape-
lación del actor contra el decreto de rechazo del libelo?. Si se contesta por
la afirmativa, ¿si se debe confirmar o no el decreto?.
En cuanto a la primera cuestión queda claro que no se habían respe-
tado los plazos para la apelación (cfr. can. 1465 § 2 junto con c. 1505 § 4).
El actor parece haber conocido los términos del decreto con anterioridad a
la carta que le mandó el Vicario de Justicia dado que había recurrido a la
composición, con lo cual, implícitamente habría renunciado a la apelación.
Si conoció los términos solo el 26.06.92, con la mencionada carta, también
se habían agotado los plazos establecidos por la ley para apelar. En ambos
casos, entonces, la apelación debe rechazarse.
En cuanto a la segunda cuestión: la competencia cabe a las autorida-
des académicas que el Actor eligió libremente desde el principio y cuyas
instancias no fueron agotadas.
La petición del actor no se condice con el can. 1290. Si la materia de
los contratos debe juzgarse de acuerdo a las leyes civiles, cuanto más la ma-
teria de los estudios que se ordena por peculiarísmos estatutos debe mante-
nerse alejada de lo propio de los tribunales canónicos. Además la petición
del actor era que se le confiriera el título de Filosofía, que según él había
conseguido y le había sido denegado. Sería motivo de asombro que tal pe-
tición pudiera ser concedida por un Juez Canónico.
Además es claro la excepción de incompetencia alegado por el tribunal
dado que la Universidad NN aún moderada por la orden religiosa NN esta le-
jos de ser, aunque lleve el nombre de católica, una universidad católica según
el c. 808. Por otra parte, el carácter de católica sirve para dirimir ante el foro
canónico, cuestiones que son de índole estrictamente académicas.
Por lo tanto se resuelve que no se puede admitir la apelación del ac-
tor sobre el decreto de rechazo del libello por haber sido interpuestas fuera
del término legítimo y además, que las razones que se dan en el referido de-
creto para rechazar el libelo son legítimas y que por lo tanto corresponde
confirmar el referido decreto.

2.16.2. Se confirma la transacción


En el decreto nº 41 se trató una sentencia de un Turno Rotal por la
cual se sentenció a un Obispo a devolver al actor y a sus herederos los gas-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 403

tos hechos en beneficio del Obispo y a pagar una indemnización por la re-
pentina dimisión del actor de su oficio de administrador, y por los daños
causados por la injusta dimisión. El abogado de oficio del Obispo apeló al
siguiente Turno Rotal. Mientras tanto, el Obispo había enviado una carta al
Ponente del Turno de apelación manifestando que estaba dispuesto a resol-
ver con buena voluntad, como sugería la sentencia anterior, el litigio que se
había suscitado con los herederos, y que para ello había dado el correspon-
diente mandato. El Ponente del turno de apelación devolvió las actas al tur-
no inicial, porque la transacción sugerida es parte dispositiva de la senten-
cia primera y por ello pertenece a su Turno. Los herederos solicitaron que
se declarara desierta la apelación, cosa que el segundo turno rechazó y re-
mitió nuevamente las actas al primer turno para que, previa composición
que no dañe a ninguna de las partes se llegue al fin de un litigio tan largo.
El primer ponente confirmó la competencia de su turno y ordenó que se
practicara la transacción y si no que se mandara ejecutar la sentencia. Había
mandato del Obispo y de los herederos para llegar a una trasnsacción. Efec-
tuada la transacción, habiendo intervenido los peritos correspondientes todo
frente al Juez Ponente de la primera sentencia, habiendo declarado la parte
actora de no tener nada más que pedir del Ordinario, ni de la Diócesis mis-
ma por el servicio prestado por su pariente difunto, se declara finalizado el
juicio a todos los efectos. Los jueces del Tribunal de la Rota por este decre-
to, declaran que la transacción entre las partes ha sido llevada a buen fin y
aprueban lo hecho. Luego se detallan las cifras que han de devolverse a los
herederos por los gastos efectuados en estuco, litros de nafta, por compen-
sación por la dimisión del oficio y por los daños complexivamente y global-
mente considerados, computados también los correspondientes intereses. La
suma debe ser enviada al Tribunal Apostólico para que sea entregada al Pro-
curados de los herederos del actor.

2.16.3. Pensión alimentaria


En el decreto nº 45 se trató de una mujer actora, bautizada en la Igle-
sia de los griegos ortodoxos que se había casado con un católico bautizado
en la Iglesia Maronita. Tuvieron cuatro hijos, la convivencia continuó por
19 años, tuvo un final infeliz. La mujer presentó un libelo en el tribunal uni-
co de los maronitas pidiendo la separación conyugal perpetua por culpa del
marido. Se aceptó la demanda y se concordó la duda, pero el marido conve-
nido propuso una acción reconvencional. La mujer presentó un pedido al
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404 Fernando MORENO DIEHL

Tribunal pidiendo una pensión alimentaria provisoria pero urgente. El Tri-


bunal resolvió la cuestión incidental estableciendo 1) que el marido debe pa-
gar a su esposa una pensión mensual de cien mil libras libanesas. 2) La de-
be pagar a partir del día de la presentación de la pensión. La mujer apeló el
decreto ante el tribunal de apelación de los maronitas y el varón convenido
hizo lo mismo ante el Tribunal de la Rota Romana. Se constituyó el turno
Rotal correspondiente para decidir la cuestión incidental. Se les nombró a
las partes sendos abogados de oficio. Ahora, habiendo los abogados presen-
tados sus escritos y habiendo dado su voto el Promotor de Justicia, la causa
debe definirse.
No hay ninguna duda sobre la obligación del varón de pagar la pen-
sión alimentaria a su mujer y a sus hijos si los hubiera. Esta obligación pro-
viene del contrato provisional mismo y no de las necesidades de la mujer o
de las riquezas del varón o de la culpa e inocencia de la mujer. Con todo lue-
go de la sentencia definitiva el Juez puede inmutar algo la medida de la pen-
sión según la condición económica de la otra parte, culpable o inocente, nú-
mero de los hijos, etc. Pero la carga y la obligación siempre permanecen. En
este caso se tuvo en cuenta que se trataba de una pensión temporaria (hasta
la sentencia definitiva), que el varón atendía a las necesidades alimentaraias
y escolares de sus cuatro hijos menores de 20 años que vivían con él; que la
mujer prefería vivir con sus padres y había rechazado vivir con sus cuatro
hijos en una casa. El tribunal de la Rota Romana confirmó la pensión dis-
puesta en primera instancia sometiéndola a una actualización según el índi-
ce legal del costo de la vida para que la mujer no sea perjudicada por el cam-
bio del valor de la Moneda.

2.17. Poenalis: praescriptionis actionis poenalis


En el decreto nº 12, se trató un interesante caso de prescripción o no
de la acción penal y de la acción criminal. El tribunal NN, de primera ins-
tancia, había juzgado sobre el transporte y la venta de algunos bienes pre-
ciosos de la Catedral y la substitución de bienes verdaderos por bienes fal-
sos, hecho sucedido entre los años 1978 y 1980. El Rvdo. X había parcial-
mente admitido: “que la custodia rica, que se guarda en la Catedral, no es la
auténtica sino una copia bastante fiel, y eso se hizo con mi consentimiento”,
y al mismo tiempo, el mismo Rvdo. X habia presentado como motivo excu-
sante “que la Catedral pasaba angustias financieras”. En la sesión prelimi-
nar indicada por el Ordinario el 23 de septiembre de 1988, el Rvdo. X “pre-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 405

sunto imputado” había confirmado su confesión emitida en una carta fecha-


da el 19 de septiembre de 1988, aunque declarando al mismo tiempo: “que
había entregado la custodia al Sr. B. con el compromiso de que éste hiciera
una réplica de plata bañada en oro…Y que el dinero que recibió estaba en-
tre los USD 10.000 y USD 20.000; El Ordinario, dice que lo perdona de co-
razón, pero indica la necesidad de instituir un proceso penal según la ley ca-
nónica y agrega: “Igualmente, le comunica que a pesar de los años transcu-
rridos, la Iglesia accionará civilmente en orden al resarcimiento de los da-
ños, incluso ante los tribunales del estado”. El 29 de septiembre de 1988 fue
constituido el tribunal correspondiente. El Promotor de Justicia presentó un
libelo acusatorio contra el Rvdo. X, de acuerdo al can. 1389, diciendo:
“Acuso del delito de hurto calificado y abuso de potestad y oficio eclesiás-
tico al Señor Arcediano de la Iglesia Catedral; y a la vez lo demando para
que indemnice a la Diócesis por la cantidad a que ascendiere la tasación de
la custodia preciosa…ya que el Sr. Arcediano no sólo tiene el antecedente
de los elevados cargos ocupados en la Diócesis, sino que al momento de de-
linquir es Dignidad del Cabildo Eclesiástico y se desempeña como adminis-
trador de sus bienes y Sacristán Mayor”. La operación entre el Rvdo. X y el
Sr. B. produjo una gran suma de dinero, teniendo en cuenta la circunstancia
que solamente la custodia preciosa legítima fue vendida, ya sin todas las
piedras preciosas que el Sr. B vendió aparte al Sr. D. por la suma de 400.000
USD.
El día 20 de febrero de 1989, el Promotor de Justicia entregó un libe-
lo acusatorio contra el Sr. B, anticuario y contra el Rvdo M., Vicario Gene-
ral y archivista de la Curia.
Se nombraron, luego, los abogados de los acusados.
El dia 22 de octubre de 1990 se fijo la siguiente fórmula de dudas: “
Si consta que Mons. X incurrió en los siguientes delitos:
a) enajenación de bienes eclesiásticos sin licencia (can. 1377).
b) Abuso del cargo en detrimento del patrimonio de la Iglesia
(can.1389, § 1);
c) Negligencia culpable en detrimento del patrimonio de la Iglesia-
(can. 1389, § 2).
d) Sustracción del producto de las enajenaciones ilícitas agravado
por dolo con grave escándalo de la comunidad (can. 1399).
Si consta que el Sr. B incurrió en los siguientes delitos:
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406 Fernando MORENO DIEHL

a) concurso en la enajenación de bienes eclesiásticos sin licencia


(can. 1377);
b) dolo en detrimento del patrimonio de la Iglesia con grave escán-
dalo de la comunidad (can. 1399).
Si consta que Mons. M. incurrió en los siguientes delitos:
a) concurso en la enajenación de bienes eclesiásticos sin licencia-
(can. 1377);
b) abuso del cargo en detrimento del patrimonio de la Iglesia (can.
1389 § 1);
c) negligencia culpable en detrimento del patrimonio de la Iglesia
(can. 1389, § 2)”.
Una vez recibida la notificación de la fórmula de dudas, esta fue re-
chazada por el abogado del Rvdo. X el 1 de noviembre de 1990 que al mis-
mo tiempo excepcionó por prescripción de la acción penal: “Se haga lugar
a la excepción de prescripción articulada y se sobresea definitivamente en
la causa al procesado Rvdo. X de los delitos imputados o en su defec-
to se incluya en la fórmula de dudas el siguiente capítulo: “Si consta de la
prescripción de la acción criminal en los delitos imputados a N. (can.
1362)”.
Por parte del Sr. B se suscitó el 6 de noviembre de 1990, cierta excepción
de defecto de jurisdicción del juez eclesiástico, correlacionada con la cuestión
meramente civil presentada ante el foro civil el 9 de septiembre de 1989.
El Tribunal el 10 de noviembre de 1990, en un decreto “ordenatorio”:
a) vindicó, teniendo en cuenta los can. 1401, nº 2 y 1296, su propia
y exclusiva competencia,
b) estableció que “como excepción perentoria común”, “la prescrip-
ción penal propuesta por el Rvdo. X sería tratada a tenor del can.
1589 § 2 en la definición de la causa principal…según las nor-
mas de las causas incidentales (can. 1462)”,
c) decretó “no hacer lugar al pedido de modificación de la fórmula
de dudas”,
d) admitió “en materia controvertida entre canonistas” el recurso al
can. 1399 CIC por motivo de la ampliación de la así llamada:
“aplicación relativa del principio de legalidad ordenado a la tute-
la del bien común de la Iglesia”.
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 407

La instrucción de la causa prosiguió con la intervención del Promo-


tor de Justicia y con las declaraciones de las partes y de los testigos. Una vez
publicadas las actas y concluída la causa se procedio a la discusión por es-
crito. El 29 de diciembre de 1990, los Jueces del tribunal de Primera Instan-
cia sentenciaron respondiendo a los capítulos del decreto de dudas de la si-
guiente manera:
1) En cuanto al Rvdo. X, se respondió afirmativamente a los capí-
tulos a), b) y c), pero no se procedió mas adelante, a causa de la
prescripción de la acción penal, can. 1362; en cuanto al d) se res-
pondió afirmativamente, por lo cual, por la violación del c. 1331,
§ 1-2 se le impuso al reo la privación del oficio de canónigo y
además, por el c. 274 § 1 la incapacidad de recibir otros oficios;
2) En cuanto al Sr. B.: se sentenciaron afimativamente los capítulos
a) y b), pero no se procedió más adelante por la intervención de
la prescripción de la acción penal; pero, atento el c. 1399, se le
impusieron al reo, algunas inhabilidades, como, entre otras, pro-
hibiéndole ejercer el oficio de padrino y de testigo.
En cuanto al Revdo. M.: se respondió negativamente a los caps. a) y
b), y afirmativamente a c), por lo cual se lo privó de los oficios de Archivis-
ta de la Curia y de Bibliotecario del Seminario Mayor (Hubo un voto pre-
vio del Promotor de Justicia).
Procediendo de tal modo los Jueces apelados, con respecto a la res-
ponsabilidad del Rvdo.X la admitieron, pero respondiendo a los capítulos
de la duda: a), b), c) excluyendo la acción penal por la prescripción de la
misma.
Por el contrario, los mismos Jueces respondiendo afirmativamente a la
duda d), dijeron: “consta de la sustracción del producto de las enajenaciones
ilícitas agravado por dolo con grave escándalo de la comunidad (c. 1399)”
no aplicaron la prescripción de la acción penal, y, por este capítulo, aplica-
ron una pena expiatoria.
Esto es manifiestamente ilógico, dicen, pienso, o bien el Promotor de
Justicia de la Rota, o bien los Jueces del Tribunal de Apelación (la Rota Ro-
mana) mientras relatan los hechos ocurridos durante la instrucción y defini-
ción de la causa en Primera Instancia. Pues, si la prescripción a causa del
tiempo transcurrido, corresponde a la acción penal por los capitulos: a), b)
y c), ¿porqué la prescripción no debe suceder en el capítulo d) de la duda?
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408 Fernando MORENO DIEHL

¿Acaso los delitos mencionados no fueron cometidos al mismo tiem-


po, de tal modo que en los cuatro casos, corresponderia la aplicación de la
prescripción de la acción penal?
Pareceria mas probable que los apelados jueces consideran que el c.
1399 no esta alcanzado por el c. 1362 de la prescripción de la acción. Pero,
esto no puede admitirse, sobre todo en derecho penal, donde el c. 1362 ex-
presa un principio general y fundamental.
Además, con respecto al Sr. B., por una parte admitieron la prescrip-
ción de la acción penal y por la otra, le aplicaron al mismo Señor B. algu-
nas inhabilidades según el c. 1399.
Finalmente, con respecto al Rvdo. M, dado que él desde el inicio, no
presentó ninguna excepción y luego, aceptó la sentencia del tribunal, con
advertencia y contrito corazón, de ninguna manera consideraron a su res-
pecto el argumento de la prescripción de la acción; por todo lo cual este
Pbro. fue privado de sus oficios de archivista de la Curia y de Bibliotecario
del Seminario Mayor.
El Rvdo X interpuso apelación, 27 de enero de 1991 y despues que-
rella de nulidad junto con la prosecución de la apelación, el 5 de febrero de
1991, ante el Tribunal de la Rota Romana. El Sr. B. apeló al tribunal ecle-
siástico nacional.
El Tribunal Eclesiástico Nacional no emitió ninguna citación y, mien-
tras tanto, dada la apelación del Rvdo.X al Tribunal de la Rota, se constitu-
yó el correspodiente Turno Rotal que llegó rápidamente a emitir las corres-
pondientes citaciones, quedando la causa radicada ante la Rota por la apli-
cación de los cánones: 1637 § 2; 1632 § 2 y 1415, para ambos apelantes.
No hubo una verdadera apelación por parte del Promotor de Justicia
del Tribunal de Primera Instancia que se lamentó de la concesión del bene-
ficio de la prescripción de la acción penal al Sr. B., dado que este no había
presentado la facultad escrita la cual le habría sido entregada por el Rvdo.
M, para su ingreso en la “cuestión” de la Catedral.
Por último, dado que los mismos Jueces apelados, como dice el Pro-
motor de Justicia de la Rota, admiten que en la cuestión interviene la pres-
cripción de la acción penal, según el c. 1362 (prescripción trienal), el mis-
mo Promotor de la Rota, promueve la excepción de la prescripción de la ac-
ción penal, antes que se proceda a tratar de la cuestión de fondo.
Por lo cual, solucionadas las dificultades de la constitución en Roma
de los abogados de las partes convenidas, que, finalmente fue hecha de ofi-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 409

cio, el Tribunal de la Rota considero que podía seguir adelante y juzgar al


cuestión preliminar sobre el c. 1362 por escritos y por decreto.
En la sentencia rotal se trataron simultáneamente el in iure y el in fac-
to esse. Comenzaron distiguiendo entre acción criminal y acción penal.
También distinguieron entre juicio contencioso y juicio penal, cfr. c. 1400 §
1, nos. 1y 2. El juicio contencioso tiene determinadas sus normas en la Par-
te II del Libro VII (cf. c.1501 ss) mientras el penal tiene las suyas en el mis-
mo Libro, Parte IV, pero integradas con las normas del proceso contencioso
( cf. c. 1728 § 1), por lo cual el c. 1362 (acerca de la acción criminal) y el
c. 1363 (acerca de la acción penal) hablan y estatuyen exclusivamente de la
prescripción estintiva en materia penal; pues, se encuentran bajo el Título
IV “acerca de la cesación de las penas”, de ahí que las palabras juicio y ac-
ción no signifiquen lo mismo.
La acción criminal, cuya prescripción se estatuye en el c. 1362, se re-
fiere al espacio del tiempo de la inquisición sobre el delito o de la violación
de la ley penal. La acción criminal concluye por una doble sentencia confor-
me, que puede ser condenatoria o no condenatoria, es decir, absolutoria. Ob-
tendrá este efecto según pase a cosa juzgada (cfr. c. 1363 y 1641, nº 1, o por
una sentencia no apelada (cfr. c. 1641, nº 2).
La acción penal, en cambio, se tiene desde el momento en el cual una
segunda sentencia condenatoria es emitida y pasa a cosa juzgada (cfr. c. 1363
§ 1), o desde el momento en el cual una sentencia no fue apelada en térmi-
no. Los jueces citan varios autores, entre ellos, J. Arias comentando el c.
1363 en el Código de Derecho Canónico, dirigido por P. Lombardía y J. I.
Arrieta, Pamplona 1984, págs. 820 ss. que dice: “La acción penal para ejecu-
tar la pena es distinta de la criminal; aquella tiene como contenido la ejecu-
ción de la sentencia condenatoria que ha pasado a ser cosa juzgada”. A. Ca-
labrese en diritto penale canonico, Milano 1990, pág. 167, dice: “Azione cri-
minale e Azione penale non significano la stessa cosa: La prima persegue il
delitto perché sia punito, si attua nella fase inquisitoria e termina con la con-
danna o l’assoluzione del reo. La seconda, quella penale, si ha dopo la sen-
tenza de condena[…]la acción penal promueve la ejecución de la pena con-
traida o inflingida.
Así mismo, teniendo en cuenta que no tiene lugar la ejecución de la
sentencia antes que exista el decreto judicial del Juez (cfr. c. 1651, que con-
serva su valor incluso en derecho penal, dado el c. 1728, § 1) se entiende cla-
ramente que no se puede proceder a ejecutar la pena, a no ser que estando
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410 Fernando MORENO DIEHL

concluida la acción criminal, por sentencia ejecutiva (o doblemente confor-


me o única no apelada), tenga lugar la acción penal para ejecutar la pena.
Teniendo esto en cuenta, todavía la prescripción de la acción criminal
es totalmente distinta a la prescripción de la acción penal. La primera se de-
termina por el espacio de tiempo transcurrido desde el día en el cual el de-
lito se ha cometido, o si el delito es permanente o habitual, desde el día en
que cesa su comisión. (c. 1362, § 2); la otra se verifica si entre los términos,
de los que se trata en el c. 1362 – desde el día en el cual la sentencia conde-
natoria pasaría a cosa juzgada, el decreto ejecutorio del juez, del que se tra-
ta en el c. 1651, no le fuera notificado al reo (c. 1363, § 1); cfr. V. De Pao-
lis, De sanctionibus in Ecclesia, Romae 1986, pág. 108. Parece útil recor-
dar lo que presenta el comentario ya citado cuando dice: “el c. 1363 suppo-
ne che la pena sia stata inflitta e la sentenza sia passata in giudicato e per-
ció deve essere esegita; cioè si è conclusa l’azione criminale e si é entrati
nella sfera dell’azione penale, che comporta il decreto esecutivo del giudi-
ce a norma del c. 1651” (F. Nigro, ad c. 1363, in: Commento al Codice di
Diritto Canonico, cit., pág. 799). De donde: “qualora tale decreto non sia
stato notificato, allora comincia a decorrere il tempo per la prescrizione
dell’ azione penale, la cui durata è uguale a quella che il canone precedente
stabilisce per l’estinzione dell’ azione criminale”.
“L’ effeto, come si vede, è diverso: l’estinzione dell’azione criminale
impedisce che possa svolgersi il processo criminale e quindi si possa puni-
re il delitto, mentre l’estinzione di quella pena ne impedisce la espiazione,
in quanto la pena era stata già inflitta, ma non è avvenuta la sua esecuzio-
ne” (ibidem).
En la causa que se trata, es claro que hubo solo una sentencia conde-
natoria, que dado la apelación propuesta, no es suficiente para que haya co-
sa juzgada, por lo cual es también claro que la acción criminal todavía no
esta completa; la misma por la apelación llegada a nuestro tribunal, mas allá
y fuera de la cuestión de la prescripción– es alcanzada por el efecto suspen-
sivo (c. 1353; c.1638) acerca las penas irrogadas o declaradas, por lo cual
de ningún modo permite que jurídicamente se tenga como inflicta o irroga-
da, sobre todo en derecho canónico, donde prevalece el criterio de miseri-
cordia o benignidad. (Cfr. Communicationes 15 [1984], pág. 45). A esto
agrega Calabrese: “L’effetto è sospensivo nel senso che la pena è sospesa
dal momento in cui l’apello o il ricorso sono presentati. L’apello si fa al giu-
dice di grado superiore tramite il Tribunale che ha emeso la sentenza. Se il
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 411

giudice di grado superiore conferma con altra sentenza quella precedente, la


sentenza stessa passa in giudicato. Quindi, la pena dovrà essere observata e
la sospensione cesa” (Diritto penale canonico, cit., pág. 164).
Por lo cual, si la acción criminal todavía esta ejerciéndose, no hay
ningún lugar para la acción penal, que cronólogicamente todavía no puede
considerarse nacida, como demuestran los dos canones ya citados: c. 1362
y 1363.
Conviene recordar que la prescripción de la acción criminal estable-
cida en el c. 1362, esta dotada de caractrerísiticas peculiares:
Pues, la norma del canon es:

a) norma de “derecho penal”, por lo cual debe ser interpretada en


sentido estricto;
b) norma general, es decir para cualquier acción criminal referida a
todos los delitos, que no estén excluídos por el mismo canon, o
respecto a los cuales no se establezca un término distinto (c.
1362, § 1). La acción criminal se extingue por prescripción a los
tres años, a no ser que se trate: 1º de los delitos reservados a la
Congregación para la Doctrina de la Fe; 2º de la acción por los
delitos de los que se trata en los c. 1394, 1395, 1397 y 1398, la
cual prescribe a los cinco años; 3º de los delitos que no se casti-
gan por el derecho común, si la ley particular determina otro pla-
zo para la prescripción.
c) norma unica y exclusiva, en “cuanto a la prescripción de la ac-
ción criminal, como surge del § 2 del mismo c. 1362, en el cual
se define el tiempo desde el cual debe computarse, cuando se tra-
ta de un delito (permanente o habitual, es decir continuado: “des-
de el día en el cual cesó”; no permanente y no habitual, sino ins-
tantáneo “desde el día en que el delito se cometió”).

En este caso, se recurre al c. 1399 y no, dadas las relatadas contradic-


torias conclusiones, al sustentamiento o a la revalidación de la “prescripta”
acción criminal, sino a aquella acción, que es considerada “todavía vigente”
para que tantos delitos, onerados por grave escándalo, de alguna forma y
modo puedan ser castigados. Ahora bien, se debe tener en cuenta lo siguien-
te: ante todo, mientras en el libro VI del nuevo código de derecho canónico,
el título VI “de la cesación de las penas” (en el cual esta el c. 1362) es co-
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412 Fernando MORENO DIEHL

locado por el legislador en la Parte I “De los delitos y penas en general” que
rige todo el ordenamiento del derecho penal canónico, o la general discipli-
na de las sanciones en la Iglesia, el título VII “Norma general” donde apa-
rece unicamente el c. 1399 siendo el último canon en la Parte II, que trata
“de las penas para cada uno de los delitos”; además este canon cierra el mis-
mo libro de derecho penal canónico “Acerca de las sanciones en la Iglesia”:
lo cual según los Jueces tiene una especial significación.
El c. 1399, entonces, bajo la guía de la lógica jurídica, se encuentra
en la segunda parte del Libro VI luego de seis títulos: De los delitos contra
la religión y la unidad de la Iglesia (I); De los delitos contra las autoridades
eclesiásticas y contra la libertad de la Iglesia (II); De la usurpación de fun-
ciones eclesiásticas y de los delitos en el ejercicio de las mismas (III); Del
crimen de falsedad (IV); De los delitos contra obligaciones especiales (V);
De los delitos contra la vida y la libertad del hombre (VI).
Además, el contenido de este título se completa meramente por las
palabras “Norma general”, forma usada muy raramente en todo el CIC, y
expresado por las pocas líneas del canon: “Aparte de los casos establecidos
en esta u otras leyes, la infracción externa de una ley divina o canónica só-
lo puede ser castigada con una pena ciertamente justa cuando así lo requie-
re la especial gravedad de la infracción y urge la necesidad de prevenir o de
reparar escándalos” (c. 1399).
Esta norma, que por una parte según lo que hemos visto se presenta
como penal y esta subordinada a las normas generales del derecho penal ca-
nónico, entre las cuales esta presente la del c. 1362 (cfr. c. 1311-1363), por
otra parte, contiene un manifiesto significado pastoral, por lo cual a las au-
toridades constituidas en la Iglesia se le concede la función en cualquier no
previsto o no considerado caso en el Código: “aparte de los casos estableci-
dos en esta u otras leyes” de imponer una justa pena por la gravedad de la
violación de la ley divina o canónica y por la urgente necesidad de prevenir
o reparar escándalos.
Sobre esta cuestión explica el ilustre autor Velasio de Paolis: “En la
Iglesia, por una parte, se debe respetar la naturaleza típica del propio orde-
namiento jurídico tambien en la parte penal: el derecho penal también se re-
fiere al bien de las almas; tiene un fin salvífico. Por otra parte, deben respe-
tarse también los derechos de los fieles contra los abusos y las arbitrarieda-
des. ( V. De Paolis, De sanctionibus in Ecclesia, cit. pág. 123), pero en se-
guida agrega: “El Nuevo Código estatuye el principio “nulla pena sine cul-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 413

pa” (cf. c. 1321). Asimismo generalmente pena solo los delitos dolosos. En
el c. 221 § 3 se enuncia, de modo moderado, el principio “nulla poena sine
lege poenali praevia”. Se lee alli: “Los fieles tienen derecho a no ser sancio-
nados con penas canónicas, si no es conforme a la norma legal”.
El c. 1399 determina más a este principio. Por una parte, de nuevo es-
tablece, aunque indirectamente, que los fieles pueden ser castigados en los
casos establecidos en esta u otras leyes”; por otra parte, se amplia la posibi-
lidad de castigar (ibid., págs. 123s). Pero con respecto a las penas a aplicar
en estos casos –sigue diciendo– las penas medicinales no pueden aplicarse
sin previa amonestación canónica, según la norma del c. 1347. En el c. 1399
no se da la derogación de esta norma […] En cuanto a las penas expiatorias,
se habla solamente de “justa pena” (ibid., pág. 124); sin olvidar, por último
lo que dijera el celebérrimo Michiels, sobre el c. 2222 § 1 (CIC/17), esto es:
“Muy frecuentemente afirman los autores que la pena justa, que en el caso
se permite infligir, no es una de las las graves penas ordinarias que se en-
cuentran en el CIC, estatuidas contra delitos establecidos y definidos en el
derecho, sino alguna pena menor extraordinaria, porque el reo no habría
podido conocer la pena con anterioridad, ni se podría haber podido defen-
der perfectamente” […]. Es evidente que no se puede inflijir una pena, cu-
ya aplicación por la prescripción del mismo código, se restrinje a solos los
casos expresamente definidos por el derecho” (G. Michiels, De delictis et
poenis, vol. II. Parisiis-Tornaci-Romae-Neo Eboraci 1961, pág. 165; cfr.
etiam A. Calabrese, Diritto penale canonico, cit., págs. 291 ss).
Por lo cual, una vez mas, es preciso concluir que en derecho penal ca-
nónico el c. 1362 expresa –también relacionado al c. 1399- un principio ge-
neral y fundamental que por voluntad del Legislador es superior tambien a
todas las normas generales, sin ninguna excepción.
Tampoco puede omitirse señalar que es irracional o ilógico el recur-
so al c. 1399 con referencia a la aplicación de penas accesorias cuando ya,
hace tiempo, han sido perimidas las principales, pues lo accesorio sigue a lo
principal, de tal modo que si este falta, lo accesorio no puede existir.
Por lo tanto, proponer este castigo, no parece ciertamente una “apli-
cación relativa del principio de legalidad ordenado a la tutela del bien co-
mún de la Iglesia” cuando para conseguirlo, si permaneciera la causa del es-
cándalo, el Superior puede recurrir a remedios administrativos y si fuera el
caso a preceptos de índole penal.
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414 Fernando MORENO DIEHL

Teniendo presenta la recién expuesta esta consolidada doctrina jurídi-


ca, los jueces consideradon prudente señalar, seguidamente, los efectos ne-
gativos que siguieron al proceso penal realizado en primera instancia:
1º) los Jueces de primera instancia erraron al diferir la solución del
incidente preliminar sobre la prescripción de la acción criminal
al día de la definición de la causa, cuando la cosa manifiestamen-
te apareció junto con la duda sobre la competencia de los Jueces
y la inposibilidad de proceder ya desde el inicio;
2º) según el c. 1362, la prescripción extinguió la acción criminal, por
estar expirado el espacio de tiempo útil para proponerla desde el
día en que los delitos fueron cometidos según el § 2 del mismo
canon;
3º) dada la prescripta acción criminal, todo el proceso realizado es-
taba afectado por el mismo derecho;
4º) consecuentemente, según el c. 1522 la perención extinguió las ac-
tas del proceso penal, como si nunca hubieran existido;
5º) los delitos:
a) relacionados con el Rvdo. X, c. 1377 (enajenación de bienes
eclesiásticos sin licencia); c. 1389 § 1 (abuso del cargo en detri-
mento del patrimonio de la Iglesia); 1389 § 2 (negligencia culpa-
ble en detrimento del patrimonio de la Iglesia); 1399 (sustracción
del producto de enajenaciones ilícitas agravado por dolo con gra-
ve escándalo de la comunidad).
b) relacionados con el Sr. B, c. 1377 (concurso en las enajenació-
nes de bienes eclesiásticos sin licencia), 1399 (dolo con detri-
mento del patrimonio de la Iglesia con grave escándalo de la co-
munidad)
c) relacionados con el Rvdo. M, c. 1377 (concurso en la enajena-
ción de bienes eclesiásticos sin licencia); 1389 § 1 (abuso del
cargo en detrimento del patrimonio de la Iglesia); 1389 § 2 (ne-
gligencia culpable en detrimento del patrimonio de la Iglesia; se-
gún el principio “nullo delicto sine sententia”), por la extinta ac-
ción criminal por prescripción, no pueden todavía llamarse tales,
del mismo modo que los convenidos acusados, según el axioma
“nullo reo sine condemnatoria sententia”, aunque sean culpables,
nunca pueden llamarse reos”;
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 415

d) todo lo que se refiere al mérito de la causa por este decreto del


Turno sobre la prescripta acción criminal debe ser remitido al tri-
bunal a quo.
Por lo mismo los Jueces del Turno también prefieren advertir:
a) la perención que extingue las actas del proceso no extingue las
actas de la causa.
b) la parte perjudicada mantiene íntegro el derecho de comenzar el
proceso contencioso para la restitución de los bienes y para reparar
los daños (cfr. c. 1729 § 1-2, y 1730, § 2), que ya había comenza-
do a través del libelo del Promotor de Justicia, ante el tribunal de
primera instancia el cual utilizando las actas de la causa tan diligen-
temente recogidos y con derecho equitativo, instruído el proceso y
completado el contradictorio, esta obligado a dictar sentencia.
Además el tribunal eclesiástico pondrá todo su esfuerzo en evitar que
la acción de restitución de los bienes y de reparación de los bienes sea in-
troducida en el Tribunal Civil. En cuanto a este tema es conveniente recor-
dar lo que establecía el c. 120 § 1 del CIC/1917: “Los clérigos deben ser em-
plazados ante el juez eclesiástico en todas las causas, tanto contenciosas co-
mo criminales, a no ser que se hubiera provisto legítimamente otra cosa pa-
ra lugares particulares”, mientras que el nuevo CIC en el c. 1401 establece
la competencia absoluta de la jurisdicción de la Iglesia en las causas que se
refieren a las cosas espirituales y anexas a las espirituales: “La Iglesia juz-
ga con derecho propio y exclusivo:
1º las causas que se refieren a cosas espirituales o anejas a ellas;
2º La violación de las leyes eclesiásticas y de todo aquello que con-
tenga razón de pecado, por lo que se refiere a la determinación
de la culpa y a la imposición de penas eclesiásticas”.
Asimismo el otro convenido, el Señor B, en esta causa con la Iglesia
XX, debe ser juzgado por el Tribunal Eclesiástico, separadamente de las
otras causas que tenga con terceros en el foro civil.
Por último, en lo que respecta al bien de las almas bajo el aspecto pas-
toral, al Ordinario del lugar compete usar de todas las cautelas incluso dis-
ciplinarias que a el le parezcan mas aptas para prevenir y remover el hecho
del escándalo, teniendo en cuenta muchos cánones que hablan de la aten-
ción de las almas o de la solicitud pastoral.
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416 Fernando MORENO DIEHL

Habiendo estudiado atentamente los hechos y considerado madura-


mente, teniendo ante la vista los memoriales de ambos patrocinadores nom-
brados de oficio y al memorial del Promotor de Justicia que esta de acuer-
do con la conclusión los Jueces respondiendo a la cuestión preliminar pro-
puesta piensan y de hecho responden: Afirmativa (es decir a favor de la
prescripción de la acción criminal) y que se traslade al Promotor de Justicia
para que custodie los derechos de la Iglesia.

3.- ALGUNAS CONCLUSIONES


El lector que me haya seguido hasta aquí, habrá, sin duda, sacado sus
propias conclusiones sobre el rico material jurídico contenido en los decre-
tos del Tribunal de la Rota Romana.
En lo que se refiere a la instrucción de las causas, me llama la aten-
ción el cuidado y la prolijidad con que procede el Tribunal cuyos decretos
ahora comentamos. Se hace un resumen de los contenidos de la causa antes
de su arribo a la Rota, de tal manera que quede clara la cuestión planteada
a la que hay que responder. Los “in iure” son fundados en las leyes canóni-
cas, la doctrina y la jurisprudencia, citadas siempre con todo cuidado. No
son excesivamente largos, lo cual no disminuye su enjundia. En la sección
del derecho aplicado a los hechos, se examinan las distintas pruebas con de-
talle y profundidad. Se analizan y se contestan las observaciones del Defen-
sor del Vínculo y, cuando actúa, del Promotor de Justicia. Cuando difieren
los Jueces dicen porque no siguen sus razonamientos. Se trata que las cau-
sas no se prolonguen indefinidamente, sin por ello descuidar el derecho de
defensa.
Con respecto al derecho de defensa, se hace una adecuada referencia a
su importancia. No se acepta su invocación si solo se la hace para prolongar
inútilmente las causas, pero se juzgan nulas las sentencias en las causas don-
de se lo ha negado por abuso de autoridad. Cfr. los decretos 56, 5, 50, 51, 9,
61. A veces la causa se abre a trámite ordinario por deficiencias en la instruc-
ción en primer o segundo grado: 14, 39, 43, 52, y 77. En algunos casos y por
razones semejantes se concede la nueva proposición de la causa: 36, 48 y 49.
En algunos decretos y, sobre todo, en los citados al final del párrafo
anterior se explicita el funcionamiento de la nueva proposición de la causa.
Me parece interesante anotar que la nueva proposición no debe considerar-
se como algo superfluo o destinado a alargar indefinidamente las causas, si-
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INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS DECRETOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA... 417

no, por el contrario, como un medio apto para asegurar la justa aplicación
del derecho canónico. Como las causas de nulidad de matrimonio no pasan
a cosa juzgada y hacen al estado de las personas pueden siempre modificar-
se si hay nuevas pruebas, o nuevos argumentos o nuevas valoraciones de las
pruebas y de los argumentos.
Por último, hago una referencia a las causas penales que hemos resu-
mido en este artículo. Sobresalen los decretos 12 y 75. En el decreto 12, los
Jueces del Tribunal de la Rota Romana al analizar las relaciones entre el c.
1321 y el c. 1399. Los Jueces han considerado que el c. 1321 debe prevale-
cer sobre el c. 1399 que es considerado como una excepción y no como el
principio general. Han dicho los Jueces que también en el derecho canóni-
co tienen lugar los axiomas de “Nulla poena sine lege poenali previa”; citan
el c. 221 § 3: “Christifidelibus ius est, ne poenis canonicis nisi ad norman
legis plectantur”, dicen que generalmente se penan los delitos que tienen
origen en el dolo y no en la culpa, establecen también el axioma de “nullo
delicto absque sententia” y el de “nullo reo sine condemnatoria sententia”;
también han sostenido que en el derecho penal canónico prevalece el crite-
rio de la misericordia y de la benignidad. Según los Jueces, entonces, el c.
1399 es una excepción a la norma general que se debe aplicar muy cuida-
dosamente y que no puede aplicarse a delitos ya prescriptos, o aplicando las
mas graves penas del CIC en caso de delitos no tipificados. Además si se
aplica en el caso de faltas mas leves, debe hacerse considerando que el que
lo cometió podría ignorar que estaba cometiendo un delito (no estaba tipifi-
cado previamente) o que no tiene ocasión de defenderse bien ya que se le
aplica una pena por un delito no tipificado previamente. Para estos casos, en
definitiva se puede recurrir a otros remedios canónicos, ya sean de índole
administrativa ya de preceptos de índole penal.
También el decreto nº 75 ofrece facetas dignas de ser tenidas en cuen-
ta. La pena que se intentaba aplicar y que finalmente no se aplicó fue una
de las mas graves del derecho penal canónico: la dimisión del estado cleri-
cal. Durante la instrucción de la causa se respetaron los derechos del acusa-
do. Se le nombró abogados de oficio que llevaron adelante su defensa. Se
escuchó al acusado y a sus testigos. Resulta interesante que se insista en se-
ñalar que en caso de sentencia condenatoria no se da la cosa juzgada ya que
siempre se puede probar la inocencia del reo y que se diga que en materia
de penas siempre se ha de elegir la interpretación más benigna (c. 18 y 22).
Se señala también muy acertadamente que la nueva proposición de la causa
anuario, 323-418 7/16/11 4:50 PM Page 418

418 Fernando MORENO DIEHL

cabe ante cualquier sentencia condenatoria y no solo contra la pena de di-


misión del estado clerical.
Creo que estos dos decretos que acabamos se señalar indican el cui-
dado con que en la Iglesia los Jueces aplican el derecho penal canónico y
como logran, a mi juicio, aplicar una justicia que no deja a un lado la mise-
ricordia sino que, mas bien, la integra.
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LEGISLACIÓN PARTICULAR
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AADC XVI (2009-2010) 421-426

ACORDO ENTRE A REPÚBLICA FEDERATIVA DO BRASIL


E A SANTA SÉ RELATIVO AO ESTATUTO JURÍDICO
DA IGREJA CATÓLICA NO BRASIL

A República Federativa do Brasil e


A Santa Sé
(doravante denominadas Altas Partes Contratantes),
Considerando que a Santa Sé é a suprema autoridade da Igreja
Católica, regida pelo Direito Canônico;
Considerando as relações históricas entre a Igreja Católica e o Brasil
e suas respectivas responsabilidades a serviço da sociedade e do bem inte-
gral da pessoa humana;
Afirmando que as Altas Partes Contratantes são, cada uma na própria
ordem, autônomas, independentes e soberanas e cooperam para a constru-
ção de uma sociedade mais justa, pacífica e fraterna;
Baseando-se, a Santa Sé, nos documentos do Concílio Vaticano II e
no Código de Direito Canônico, e a República Federativa do Brasil, no seu
ordenamento jurídico;
Reafirmando a adesão ao princípio, internacionalmente reconhecido,
de liberdade religiosa;
Reconhecendo que a Constituição brasileira garante o livre exercício
dos cultos religiosos;Animados da intenção de fortalecer e incentivar as
mútuas relações já existentes;
Convieram no seguinte:
Artigo 1º
As Altas Partes Contratantes continuarão a ser representadas, em suas
relações diplomáticas, por um Núncio Apostólico acreditado junto à
República Federativa do Brasil e por um Embaixador(a) do Brasil acredita-
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422

do(a) junto à Santa Sé, com as imunidades e garantias asseguradas pela


Convenção de Viena sobre Relações Diplomáticas, de 18 de abril de 1961,
e demais regras internacionais.
Artigo 2º
A República Federativa do Brasil, com fundamento no direito de
liberdade religiosa, reconhece à Igreja Católica o direito de desempenhar a
sua missão apostólica, garantindo o exercício público de suas atividades,
observado o ordenamento jurídico brasileiro.
Artigo 3º
A República Federativa do Brasil reafirma a personalidade jurídica da
Igreja Católica e de todas as Instituições Eclesiásticas que possuem tal perso-
nalidade em conformidade com o direito canônico, desde que não contrarie o
sistema constitucional e as leis brasileiras, tais como Conferência Episcopal,
Províncias Eclesiásticas, Arquidioceses, Dioceses, Prelazias Territoriais ou
Pessoais, Vicariatos e Prefeituras Apostólicas, Administrações Apostólicas,
Administrações Apostólicas Pessoais, Missões Sui Iuris, Ordinariado Militar
e Ordinariados para os Fiéis de Outros Ritos, Paróquias, Institutos de Vida
Consagrada e Sociedades de Vida Apostólica.
§ 1º. A Igreja Católica pode livremente criar, modificar ou extinguir
todas as Instituições Eclesiásticas mencionadas no caput deste artigo.
§ 2º. A personalidade jurídica das Instituições Eclesiásticas será recon-
hecida pela República Federativa do Brasil mediante a inscrição no respecti-
vo registro do ato de criação, nos termos da legislação brasileira, vedado ao
poder público negar-lhes reconhecimento ou registro do ato de criação,
devendo também ser averbadas todas as alterações por que passar o ato.
Artigo 4º
A Santa Sé declara que nenhuma circunscrição eclesiástica do Brasil
dependerá de Bispo cuja sede esteja fixada em território estrangeiro.
Artigo 5º
As pessoas jurídicas eclesiásticas, reconhecidas nos termos do Artigo
3º, que, além de fins religiosos, persigam fins de assistência e solidariedade
social, desenvolverão a própria atividade e gozarão de todos os direitos,
imunidades, isenções e benefícios atribuídos às entidades com fins de natu-
reza semelhante previstos no ordenamento jurídico brasileiro, desde que
observados os requisitos e obrigações exigidos pela legislação brasileira.
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ACORDO ENTRE A REPÚBLICA FEDERATIVA DO BRASIL E A SANTA SÉ RELATIVO... 423

Artigo 6º
As Altas Partes reconhecem que o patrimônio histórico, artístico e
cultural da Igreja Católica, assim como os documentos custodiados nos seus
arquivos e bibliotecas, constituem parte relevante do patrimônio cultural
brasileiro, e continuarão a cooperar para salvaguardar, valorizar e promover
a fruição dos bens, móveis e imóveis, de propriedade da Igreja Católica ou
de outras pessoas jurídicas eclesiásticas, que sejam considerados pelo Brasil
como parte de seu patrimônio cultural e artístico.
§ 1º. A República Federativa do Brasil, em atenção ao princípio da
cooperação, reconhece que a finalidade própria dos bens eclesiásticos men-
cionados no caput deste artigo deve ser salvaguardada pelo ordenamento
jurídico brasileiro, sem prejuízo de outras finalidades que possam surgir da
sua natureza cultural.
§ 2º. A Igreja Católica, ciente do valor do seu patrimônio cultural,
compromete-se a facilitar o acesso a ele para todos os que o queiram con-
hecer e estudar, salvaguardadas as suas finalidades religiosas e as exigências
de sua proteção e da tutela dos arquivos.
Artigo 7º
A República Federativa do Brasil assegura, nos termos do seu orde-
namento jurídico, as medidas necessárias para garantir a proteção dos luga-
res de culto da Igreja Católica e de suas liturgias, símbolos, imagens e obje-
tos cultuais, contra toda forma de violação, desrespeito e uso ilegítimo.
§ 1º. Nenhum edifício, dependência ou objeto afeto ao culto católico,
observada a função social da propriedade e a legislação, pode ser demolido,
ocupado, transportado, sujeito a obras ou destinado pelo Estado e entidades
públicas a outro fim, salvo por necessidade ou utilidade pública, ou por inte-
resse social, nos termos da Constituição brasileira.
Artigo 8º
A Igreja Católica, em vista do bem comum da sociedade brasileira,
especialmente dos cidadãos mais necessitados, compromete-se, observadas
as exigências da lei, a dar assistência espiritual aos fiéis internados em esta-
belecimentos de saúde, de assistência social, de educação ou similar, ou
detidos em estabelecimento prisional ou similar, observadas as normas de
cada estabelecimento, e que, por essa razão, estejam impedidos de exercer
em condições normais a prática religiosa e a requeiram. A República
Federativa do Brasil garante à Igreja Católica o direito de exercer este ser-
viço, inerente à sua própria missão.
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424 ACORDO ENTRE A REPÚBLICA FEDERATIVA DO BRASIL E A SANTA SÉ RELATIVO...

Artigo 9º
O reconhecimento recíproco de títulos e qualificações em nível de
Graduação e Pós-Graduação estará sujeito, respectivamente, às exigências
dos ordenamentos jurídicos brasileiro e da Santa Sé.
Artigo 10 º
A Igreja Católica, em atenção ao princípio de cooperação com o
Estado, continuará a colocar suas instituições de ensino, em todos os níveis,
a serviço da sociedade, em conformidade com seus fins e com as exigências
do ordenamento jurídico brasileiro.
§ 1º. A República Federativa do Brasil reconhece à Igreja Católica o
direito de constituir e administrar Seminários e outros Institutos eclesiásti-
cos de formação e cultura.
§ 2º. O reconhecimento dos efeitos civis dos estudos, graus e títulos
obtidos nos Seminários e Institutos antes mencionados é regulado pelo
ordenamento jurídico brasileiro, em condição de paridade com estudos de
idêntica natureza.
Artigo 11º
A República Federativa do Brasil, em observância ao direito de liber-
dade religiosa, da diversidade cultural e da pluralidade confessional do País,
respeita a importância do ensino religioso em vista da formação integral da
pessoa.
§ 1º. O ensino religioso, católico e de outras confissões religiosas, de
matrícula facultativa, constitui disciplina dos horários normais das escolas
públicas de ensino fundamental, assegurado o respeito à diversidade cultu-
ral religiosa do Brasil, em conformidade com a Constituição e as outras leis
vigentes, sem qualquer forma de discriminação.
Artigo 12º
O casamento celebrado em conformidade com as leis canônicas, que
atender também às exigências estabelecidas pelo direito brasileiro para con-
trair o casamento, produz os efeitos civis, desde que registrado no registro
próprio, produzindo efeitos a partir da data de sua celebração.
§ 1º. A homologação das sentenças eclesiásticas em matéria matrimo-
nial, confirmadas pelo órgão de controle superior da Santa Sé, será efetua-
da nos termos da legislação brasileira sobre homologação de sentenças
estrangeiras.
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ACORDO ENTRE A REPÚBLICA FEDERATIVA DO BRASIL E A SANTA SÉ RELATIVO... 425

Artigo 13º
É garantido o segredo do ofício sacerdotal, especialmente o da confi-
ssão sacramental.
Artigo 14º
A República Federativa do Brasil declara o seu empenho na destina-
ção de espaços a fins religiosos, que deverão ser previstos nos instrumentos
de planejamento urbano a serem estabelecidos no respectivo Plano Diretor.
Artigo 15º
Às pessoas jurídicas eclesiásticas, assim como ao patrimônio, renda e
serviços relacionados com as suas finalidades essenciais, é reconhecida a
garantia de imunidade tributária referente aos impostos, em conformidade
com a Constituição brasileira.
§ 1º. Para fins tributários, as pessoas jurídicas da Igreja Católica que
exerçam atividade social e educacional sem finalidade lucrativa receberão o
mesmo tratamento e benefícios outorgados às entidades filantrópicas recon-
hecidas pelo ordenamento jurídico brasileiro, inclusive, em termos de requi-
sitos e obrigações exigidos para fins de imunidade e isenção.
Artigo 16º
Dado o caráter peculiar religioso e beneficente da Igreja Católica e de
suas instituições:
I - O vínculo entre os ministros ordenados ou fiéis consagrados
mediante votos e as Dioceses ou Institutos Religiosos e equiparados é de
caráter religioso e portanto, observado o disposto na legislação trabalhista
brasileira, não gera, por si mesmo, vínculo empregatício, a não ser que seja
provado o desvirtuamento da instituição eclesiástica.
II - As tarefas de índole apostólica, pastoral, litúrgica, catequética,
assistencial, de promoção humana e semelhantes poderão ser realizadas a
título voluntário, observado o disposto na legislação trabalhista brasileira.
Artigo 17º
Os Bispos, no exercício de seu ministério pastoral, poderão convidar
sacerdotes, membros de institutos religiosos e leigos, que não tenham nacio-
nalidade brasileira, para servir no território de suas dioceses, e pedir às auto-
ridades brasileiras, em nome deles, a concessão do visto para exercer ativi-
dade pastoral no Brasil.
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426 ACORDO ENTRE A REPÚBLICA FEDERATIVA DO BRASIL E A SANTA SÉ RELATIVO...

§ 1º. Em conseqüência do pedido formal do Bispo, de acordo com o


ordenamento jurídico brasileiro, poderá ser concedido o visto permanente
ou temporário, conforme o caso, pelos motivos acima expostos.
Artigo 18º
O presente acordo poderá ser complementado por ajustes concluídos
entre as Altas Partes Contratantes.
§ 1º. Órgãos do Governo brasileiro, no âmbito de suas respectivas
competências e a Conferência Nacional dos Bispos do Brasil, devidamente
autorizada pela Santa Sé, poderão celebrar convênio sobre matérias especí-
ficas, para implementação do presente Acordo.
Artigo 19º
Quaisquer divergências na aplicação ou interpretação do presente
acordo serão resolvidas por negociações diplomáticas diretas.
Artigo 20º
O presente acordo entrará em vigor na data da troca dos instrumentos
de ratificação, ressalvadas as situações jurídicas existentes e constituídas ao
abrigo do Decreto nº 119-A, de 7 de janeiro de 1890 e do Acordo entre a
República Federativa do Brasil e a Santa Sé sobre Assistência Religiosa às
Forças Armadas, de 23 de outubro de 1989.
Feito na Cidade do Vaticano, aos 13 dias do mês de novembro do ano
de 2008, em dois originais, nos idiomas português e italiano, sendo ambos
os textos igualmente autênticos.

PELA REPÚBLICA FEDERATIVA DO BRASIL


Celso Amorim
Ministro das Relações Exteriores

PELA SANTA SÉ
Dominique Mamberti
Secretário para Relações com os Estados
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AADC XVI (2009-2010) 427-440

EL ACUERDO BRASIL-SANTA SEDE


DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008: NOTA SOBRE
EL FRUTO DE UNA RELACIÓN MADURA

Octavio LO PRETE

SUMARIO: I. Introducción. II. Antecedentes y razón de ser. III. Contenido. IV.


La especial tutela del principio de laicidad. V. Conclusión. Texto del
Acuerdo entre la República Federativa del Brasil y la Santa Sede
relativo al Estatuto Jurídico de la Iglesia Católica en el Brasil.

I. INTRODUCCIÓN
La celebración del Acuerdo entre la Santa Sede y la República
Federativa del Brasil constituye un acto de singular trascendencia para
ambas partes y un ejemplo al mundo de que los convenios internacionales,
por más complejos que a primera vista resulten, exigen para su concreción
un trabajo diplomático profesional, apuntalado por una decisión política
firme que, en este caso, encontró su fundamento en la constatación de una
realidad fáctica que requería un marco jurídico más adecuado.
El Acuerdo es importante por varios motivos: porque Brasil es el país
con mayor número de fieles católicos en el mundo, porque llevado al
Congreso brasileño para su aprobación fue -salvo aisladas excepciones-
muy bien acogido por las dos Cámaras y porque, entre otros factores para
destacar, comprende un vasto campo de “res mixtae”. Sobre esto último, si
bien tal amplitud nos permitiría llamarlo un verdadero “Concordato”, con-
viene respetar su terminología oficial de “Acuerdo”, explicada por el
Nuncio Apostólico en Brasil y actor principal de las negociaciones, SER.
Mons. Lorenzo Baldisseri, para quien la palabra “Concordato” dice mas
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428 Octavio LO PRETE

bien de una transacción en un contexto de quiebra, situación que no era la


brasileña, agregando además que el vocablo “Acuerdo” es más moderno y
sintoniza mejor con el principio de “laicidad” del Estado.
Otro dato que lo convierte en un documento diríamos sin precedente
pasa por el hecho de que su tratamiento parlamentario se llevó a cabo en
paralelo con el de la proyectada “Lei Geral des Religioes”, que confiere
análogos derechos y obligaciones al resto de las confesiones religiosas. La
cuestión, como vemos, se encaró de manera inteligente, justificándose el
tratamiento particular a la Iglesia Católica por la personalidad internacional
que ostenta la Santa Sede. Conviene aclarar que no existía entre las partes
un acuerdo de este tenor, esto es, no se trata de una actualización de un
documento anterior sino que es la primera vez, desde el establecimiento de
relaciones diplomáticas en 1826, que se llega a un acuerdo general (sí rigen
dos anteriores, particulares, uno de 1935 sobre correspondencia diplomáti-
ca y otro de 1989, que abajo citamos, sobre asistencia religiosa a las Fuerzas
Armadas).

II. ANTECEDENTES Y RAZÓN DE SER


La vigencia del Patronato y el status confesional católico (garantizán-
dose igualmente la libertad religiosa, requisito necesario para atraer inmi-
gración europea), fueron dos características de la etapa imperial en el Brasil,
iniciada en 1822 y concluida al proclamarse la República en el año 1889. La
nueva situación trajo la separación entre la Iglesia y el Estado, vale decir,
Brasil pasó a ser aconfesional, transitando a partir de entonces, a grandes
rasgos, una primera época de mayor “laicismo” (comenzada con el célebre
Decreto Nro. 119 del 7 de enero de 1890, durante el gobierno del Marechal
Deodoro da Fonseca, cuya orientación agnóstico positivista receptó la
Constitución Republicana de 1891) y otra de más “amistad y respeto”, por
usar dos adjetivos, a partir de la Revolución de 1930 y la Carta Magna de
1934. Lo cierto es que fue consolidándose un modelo de “laicidad”, consa-
grado en la Constitución actual, de 1988 (prescindimos de los vaivenes que
sobre la cuestión fueron plasmados en los textos fundamentales de 1937,
1946, 1967 y 1969).
En efecto, la Constitución vigente si bien prohíbe el “establecimien-
to” de un culto en particular también veda que se obstaculice la actuación
de los mismos y prevé la posibilidad de una colaboración fundada en el
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EL ACUERDO BRASIL-SANTA SEDE DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008... 429

“interés público” (art. 19). Concordantemente garantiza la libertad religiosa


a los grupos y a las personas (art. 5 párrafo VI) y contiene diversas normas
de las cuales se sigue una valoración positiva del hecho religioso, así por
ejemplo, la garantía de asistencia religiosa en entidades civiles y militares
de internación (art. 5 párrafo VII), la enseñanza religiosa de recepción facul-
tativa en las escuelas públicas (art. 210, párrafo 1) y el otorgamiento de
efectos civiles al matrimonio religioso (art. 226 párrafo 2).
Ahora bien, en lo hace particularmente a la Iglesia Católica, lo cierto
es que desde la proclamación de la República, aún bajo los diferentes mode-
los constitucionales, tanto el marco legal como determinada jurisprudencia
y praxis permitieron reconocerle personalidad jurídica así como otros dere-
chos necesarios para su actuación en el territorio brasileño. Sin embargo, la
Iglesia veía la conveniencia de que la situación existente se instrumentara
en un acuerdo internacional que vigorizara aquello que, aún de manera dis-
persa, ya estaba vigente.
Fue así que en los años 80, la Conferencia Nacional de Obispos de
Brasil (CNBB), bajo el impulso decisivo de su entonces presidente Mons.
José Ivo Lorscheiter, comenzó a trabajar en la idea, dirigiendo los obispos
en 1991 una petición oficial a la Santa Sede requiriendo la iniciación de ges-
tiones para adecuar las relaciones entre la Iglesia y el Estado brasileño.
Alguien podría preguntarse si era necesario encarar la negociación,
puesto que las prescripciones que a la postre el Acuerdo comprendió en
rigor ya regían. No dudamos en dar una respuesta afirmativa, porque un
documento de estas características, que recoge en un único texto el estatuto
jurídico de la Iglesia Católica, ciertamente formaliza y robustece la situa-
ción, fortaleciendo las relaciones mutuas bajo los principios de autonomía y
cooperación. La sistematización realizada, coronada con las garantías que
ofrece un acuerdo internacional, le confiere certeza jurídica a ambas partes.
Para la Iglesia, además, implica un reconocimiento a su relevancia no sólo
histórica sino contemporánea, la que se palpa hoy día, por estar presente en
cada rincón del territorio a través de sus múltiples estructuras y por ser la
religión a la que adhiere la mayor parte de la población.
Así las cosas, el “tiempo propicio” para avanzar llegó recién en el
2003, cuando la Nunciatura promovió gestiones oficiosas, que pasaron a ser
oficiales en septiembre de 2006, momento en que la Santa Sede presentó al
gobierno brasileño una propuesta escrita, que debió transitar los despachos
de todos los ministerios afectados y que culminó con la firma del Acuerdo
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430 Octavio LO PRETE

el 13 de noviembre de 2008 en el Palacio Apostólico, luego del encuentro


entre el Papa y el presidente Lula da Silva (la idea originaria era suscribir el
Acuerdo en ocasión de la histórica visita papal a Brasil de mayo de 2007,
aunque el proceso entre la Nunciatura e Itamaraty llevó más tiempo del pre-
visto inicialmente).
Es oportuno mencionar, tomando palabras del Secretario para las
Relaciones con los Estados de la Santa Sede, SER. Mons. Dominique
Mamberti, que el Acuerdo se firmó en un marco “solemne y familiar al
mismo tiempo”, situándose el acto en la línea “de los vínculos de amistad y
colaboración que existen desde hace casi dos siglos entre ambas partes y
que hoy se consolidan y refuerzan ulteriormente”, garantizándose así, “por
una parte, la sana laicidad del Estado, y, por otra, el libre ejercicio de las
actividades de la Iglesia en todos los ámbitos de su misión”.
El Acuerdo fue aprobado por la Cámara de Diputados del Congreso
brasileño el 26 de agosto y en Senadores el 7 de octubre, encontrándose pen-
diente, a la fecha de escribir esta nota, el canje de los instrumentos de rati-
ficación.

III. CONTENIDO
En primer término, sustancial por cierto, surge del Acuerdo un reco-
nocimiento que el Estado hace a la Iglesia, con fundamento en la libertad
religiosa, del derecho que ésta tiene a desempeñar su misión apostólica,
garantizándosele a la vez el ejercicio público de sus actividades en tanto,
claro está, observe el ordenamiento jurídico brasileño. En conexión con
ello, el Estado reafirma la personalidad jurídica de la Iglesia, entendiéndo-
se que gozarán de personalidad propia todas las estructuras que el derecho
canónico reconoce como tales. En consecuencia, si para la ley eclesial una
parroquia, un instituto de vida consagrada, una diócesis u otras figuras aná-
logas ostentan personalidad jurídico canónica, pues también para el Estado
tendrán dicho carácter. Siempre, de nuevo, desde que no entren en contra-
dicción con el sistema constitucional y las leyes brasileñas.
Presupuestas dichas dos garantías, vale decir, el reconocimiento del
derecho a “ser” conforme a lo que es y a “actuar” para cumplir su tarea, el
Acuerdo aborda un vasto campo de materias de interés común, siempre guia-
do por el principio de cooperación, teniendo en cuenta que ambas partes, como
surge de los Considerandos, “cooperan para la construcción de una sociedad
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EL ACUERDO BRASIL-SANTA SEDE DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008... 431

más justa, pacífica e fraterna”. Las materias son: 1) la protección del patrimo-
nio histórico, artístico y cultural de la Iglesia (comprometiéndose ésta a facili-
tar el acceso a dicho patrimonio); 2) la protección de los lugares de culto; 3) la
cuestión de la asistencia espiritual a los fieles internados en establecimientos
de salud, de asistencia social, de educación, cárceles o semejantes; 4) el reco-
nocimiento recíproco de títulos de graduación; 5) la enseñanza de religión
facultativa en las escuelas públicas de nivel fundamental (sobre el particular se
hace mención a que la Iglesia seguirá poniendo todas sus instituciones educa-
tivas al servicio de la sociedad brasileña); 6) el otorgamiento de efectos civiles
al matrimonio canónico y la homologación civil de las sentencias dictadas en
los tribunales eclesiásticos; 7) la garantía del secreto de confesión; 8) la inser-
ción de espacios para la construcción de edificios religiosos en los planes urba-
nísticos; 9) el reconocimiento de beneficios tributarios en todo lo que se refie-
re a sus finalidades propias; 10) en materia laboral, la clarificación de la natu-
raleza del vínculo que se crea entre aquellas personas que se consagran y la
entidad a la que pertenecen -como asimismo el tema del voluntariado- y 11) la
problemática migratoria que conlleva el ingreso de misioneros.
Queremos detenernos en algunos de los aspectos mencionados:
Referente al terreno educativo, la cuestión ha generado algunas con-
troversias. Ello sin embargo, lo cierto es que la enseñanza religiosa faculta-
tiva en los horarios comunes de clase del nivel elemental era una previsión
ya contenida en la Constitución (hemos citado el art. 210) como también en
la ley fundamental sobre enseñanza escolar. Por lo demás, para destacar, el
Acuerdo menciona la importancia de la enseñanza de religión para la “for-
mación integral de la persona”. No menos significativo resulta el hecho de
que es la primera vez que un Acuerdo firmado por la Santa Sede hace men-
ción a la enseñanza de religión por parte de otras confesiones.
También, en materia “laboral”, es novedosa la previsión referida al
tipo de ligazón que nace entre los sacerdotes y las diócesis y entre los reli-
giosos y sus institutos. El Acuerdo no los considera “en sí mismo” vínculos
“empleado-empleador”, de lo que se sigue que la relación está regulada por
el derecho canónico. Se trata de otro reconocimiento formulado por el
Estado al derecho propio de la Iglesia, que fue posible gracias a profusos
antecedentes jurisprudenciales de los tribunales del trabajo brasileños que
venían fijando dicha doctrina.
A su turno, es notable lo que surge del art. 14, declarando la
República Federativa del Brasil “su empeño en destinar espacios a fines
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432 Octavio LO PRETE

religiosos, que deberán ser previstos en los instrumentos de planeamiento


urbano”. Vale decir, en los planes urbanísticos de los nuevos asentamientos,
al igual que se diagramarán espacios para hospitales o escuelas por ejemplo,
también deberán preverse lugares para el servicio religioso.
En lo que hace a la asistencia en cárceles, centros de salud o lugares
análogos, el Acuerdo reafirma aquello ya establecido en la Constitución (art.
5 párrafo VII). En rigor, al precisarlo aún más, se convierte en un apoyo
legal de mayor operatividad para hacerlo valer en caso de que aparecieren
dificultades para el ejercicio del derecho. Sobre la asistencia religiosa a las
Fuerzas Armadas, permanece vigente el Acuerdo particular firmado el 23 de
octubre de 1989 (AAS 82 [1990] pp. 126-129), que regló la actividad del
Ordinariato Castrense.

IV. LA ESPECIAL TUTELA DEL PRINCIPIO DE LAICIDAD


A pesar de que no fueron muchas, se escucharon algunas voces críti-
cas al Acuerdo, reprochándose, en sustancia, que el mismo perforaba el
carácter laico del Estado, extremo que -en tal caso- llevaría a ser tachado de
inconstitucional.
Sobre el particular, es interesante poner de relieve ciertas considera-
ciones formuladas en el propio mensaje que el Ministerio de Relaciones
Exteriores hizo al Presidente de la República, para su ulterior envío al
Congreso. Allí precisamente se expresó que las “directrices centrales”
seguidas por las autoridades brasileñas en la negociación del Acuerdo fue-
ron “la preservación de las disposiciones de la Constitución y de la legisla-
ción ordinaria sobre el carácter laico del Estado brasileño, la libertad reli-
giosa y el tratamiento equitativo de los derechos y deberes de las institucio-
nes religiosas legalmente establecidas en Brasil” (cf. mensaje firmado por
el Secretario General de Relaciones Exteriores, Samuel Pinheiro Guimarães
Neto el 12 de diciembre de 2008).
En términos análogos, la embajadora del Brasil ante la Santa Sede
(Emb. Vera Machado), en declaraciones a la prensa, manifestó que no aten-
ta el Acuerdo contra el carácter laico del Estado y que tampoco existe artí-
culo alguno que signifique una interferencia de la Iglesia en actividades
gubernamentales, agregando que a lo largo del texto se recuerdan dos exi-
gencias fundamentales: el respeto del ordenamiento jurídico establecido en
la Constitución Federal y en las leyes brasileñas como asimismo la igualdad
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EL ACUERDO BRASIL-SANTA SEDE DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008... 433

de trato con las otras confesiones. Consecuencia de lo cual no se verifica ni


privilegio ni discriminación, al contrario, concluye la embajadora, “puede
decirse que, con este Acuerdo, la Iglesia promueve aún más la libertad reli-
giosa y facilita las relaciones jurídicas con el Estado también para las otras
instituciones religiosas”.
También es oportuno traer a colación tres palabras del diputado
Bonifácio de Andrada, quien en su extensa presentación el 3 de junio de
2009 como relator en la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa
Nacional indicó que el poder público en nuestra época “no puede ignorar”
la presencia del hombre como “ser religioso”, añadiendo que negar la
importancia de las instituciones o confesiones religiosas o la vocación del
hombre para las cuestiones trascendentes y espirituales es querer “tapar el
sol con un tamiz” y contrariar la cultura moderna la cual, a pesar de sus
defectos, cada vez más se preocupa por dichos asuntos. En este sentido sub-
rayó que debe aceptarse que el concepto de Estado laico convive con la for-
mulación de acuerdos, concordatos y convenios con las iglesias, toda vez
que el Estado como entidad política es “laico”, pero la población es “reli-
giosa” (hoy, dice el relator, se acuerda con la Iglesia Católica aunque nada
impide que en el futuro se lo haga con otras denominaciones, teniendo en
cuenta que Brasil es una de las naciones más religiosas del mundo).
Concluye destacando que el Acuerdo reafirma las garantías religiosas cons-
titucionales pero al mismo tiempo trae consigo, acaso de manera indirecta,
afirmaciones de respeto a las ideas no religiosas, agnósticas o de ateísmo,
vedando al poder público la posibilidad de vincularse a cualquier creencia o
doctrina.
En suma, no puede reprocharse ni violación a la laicidad ni concesión
de privilegios, en tanto el Acuerdo no hizo sino brindar un marco jurídico
más adecuado a una realidad social presente, sin olvidar que la laicidad jus-
tamente exige reconocer la justa autonomía de las diferentes expresiones
religiosas. La novedad en la formulación de varios de los artículos, según
vimos, además de la concesión de un status análogo a las otras confesiones,
a través de la “Lei Geral des Religioes”, despejan, por si restare, cualquier
posibilidad de crítica.
No debe perderse de vista, por lo demás, que en los Considerandos
del Acuerdo se reafirma que las partes son, cada una de ellas en su propio
ordenamiento, autónomas, independientes y soberanas; lo que no obsta
–antes bien, vigoriza el principio de laicidad- a que procuren fortalecer e
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434 Octavio LO PRETE

incentivar las mutuas relaciones ya existentes teniendo en cuenta “sus res-


pectivas responsabilidades al servicio de la sociedad y del bien integral de
la persona humana”.

V. CONCLUSIÓN
Hemos pretendido mostrar, porque de ello estamos convencidos, que
el Acuerdo suscripto entre la Santa Sede y Brasil resulta ser un hecho de
especial significación. Acaso en otro lugar del mundo, aún con mayoría de
población católica, su firma no habría sido posible, porque hubiesen prima-
do prejuicios, sospechas de concesión de privilegios o muestras de mayor
hostilidad hacia cualquier reconocimiento que el Estado hiciese del factor
religioso presente en la sociedad. Brasil, por el contrario, acogió con deci-
sión el pedido original de la Santa Sede de trabajar en un acuerdo que siste-
matizara, consolidara y explicitara en un único cuerpo las disposiciones
legales y consuetudinarias que conformaban el marco jurídico de la Iglesia
Católica en su territorio. Brasil auscultó la realidad y entendió que ello era
lo mejor para las dos partes. Brasil, sin menoscabar su orden jurídico ni
obviamente su soberanía, facilitó las condiciones para la realización de la
tarea pastoral de la Iglesia. Lo hizo también con el resto de las confesiones
religiosas, porque, de nuevo, “el Estado es laico pero el hombre es religio-
so”. Sería necio e injusto desconocer el dato. Definitivamente entonces, un
signo de madurez.

TEXTO DEL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DEL


BRASIL Y LA SANTA SEDE RELATIVO AL ESTATUTO JURÍDICO DE LA
IGLESIA CATÓLICA EN EL BRASIL*
[Firmado con ocasión de la audiencia privada celebrada entre Su
Santidad el Papa Benedicto XVI y el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva
en la Ciudad del Vaticano el 13 de noviembre de 2008]
* Traducción libre al idioma castellano (las versiones oficiales son en
italiano y portugués)
La República Federativa del Brasil y La Santa Sede (en adelante
denominadas Altas Partes Contratantes),
Considerando que la Santa Sede es la suprema autoridad de la Iglesia
Católica, regida por el Derecho Canónico;
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EL ACUERDO BRASIL-SANTA SEDE DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008... 435

Considerando las relaciones históricas entre la Iglesia Católica y el


Brasil y sus respectivas responsabilidades al servicio de la sociedad y del
bien integral de la persona humana;
Afirmando que las Altas Partes Contratantes son, cada una de ellas en
el propio ordenamiento, autónomas, independientes y soberanas, y coope-
ran para la construcción de una sociedad más justa, pacífica e fraterna;
Basándose, la Santa Sede, en los documentos del Concilio Vaticano
II y en el Código de Derecho Canónico, y la República Federal del Brasil,
en su ordenamiento jurídico;
Reafirmando la adhesión al principio, internacionalmente reconoci-
do, de la libertad religiosa;
Reconociendo que la Constitución brasileña garantiza el libre ejerci-
cio de los cultos religiosos;
Animadas por la intención de fortalecer e incentivar las mutuas rela-
ciones ya existentes;
CONVIENEN lo siguiente:
Artículo 1º
Las Altas Partes Contratantes continuaran siendo representadas, en
sus relaciones diplomáticas, por un Nuncio Apostólico acreditado en la
República Federativa del Brasil y por un Embajador(a) del Brasil acredita-
do(a) en la Santa Sede, con las inmunidades y garantías aseguradas por la
Convención de Viena sobre la Relaciones Diplomáticas, de 18 de abril de
1961, y las demás reglas internacionales.
Artículo 2º
La República Federativa del Brasil, con fundamento en el derecho de
libertad religiosa, reconoce a la Iglesia Católica el derecho de desempeñar
su misión apostólica, garantizando el ejercicio público de sus actividades,
observando el ordenamiento jurídico brasileño.
Artículo 3º
La República Federativa del Brasil reafirma la personalidad jurídica
de la Iglesia Católica y de todas las instituciones eclesiásticas que poseen
dicha personalidad de conformidad con el derecho canónico, con tal que no
contraríen el sistema constitucional y las leyes brasileñas, tales como
Conferencia Episcopal, Provincias Eclesiásticas, Arquidiócesis, Diócesis,
Prelaturas Territoriales o Personales, Vicariatos y Prefecturas Apostólicas,
Administraciones Apostólicas, Administraciones Apostólicas Personales,
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436 Octavio LO PRETE

Misiones Sui Iuris, Ordinariato Militar y Ordinariatos para los Fieles de


Otros Ritos, Parroquias, Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de
Vida Apostólica.
§ 1º. La Iglesia Católica puede libremente crear, modificar o extinguir
todas las instituciones eclesiásticas mencionadas en el encabezamiento de
este articulo.
§ 2º. La personalidad jurídica de las instituciones eclesiásticas será
reconocida por la República Federativa del Brasil mediante la inscripción en
el respectivo registro del acto de creación, en los términos de la legislación
brasileña, prohibiéndose al poder público negarles el reconocimiento o
registro del acto de su creación, debiendo también ser aprobadas todas las
alteraciones que sufra este acto.
Artículo 4º
La Santa Sede declara que ninguna circunscripción eclesiástica del
Brasil dependerá de un Obispo cuya residencia esté fijada en territorio
extranjero.
Artículo 5º
Las personas jurídicas eclesiásticas, reconocidas en los términos del
Artículo 3º, que, más allá de de fines religiosos, persigan fines de asistencia
y solidaridad social, desarrollarán su propia actividad y gozarán de todos los
derechos, inmunidades, exenciones y beneficios atribuidos a las entidades
con fines de naturaleza semejante previstos en el ordenamiento jurídico bra-
sileño, desde que sean observados todos los requisitos y obligaciones exigi-
dos por la legislación brasileña.
Artículo 6º
Las Altas Partes reconocen que el patrimonio histórico, artístico y
cultural de la Iglesia Católica, así como los documentos custodiados en sus
archivos y bibliotecas, constituyen parte relevante del patrimonio cultural
brasileño, y continuaran cooperando para salvaguardar, valorizar y promo-
ver el aprovechamiento de los bienes, muebles e inmuebles, de propiedad de
la Iglesia Católica o de otras personas jurídicas eclesiásticas, que sean con-
sideradas por el Brasil como parte de su patrimonio cultural y artístico.
§ 1º. La República Federativa del Brasil, en atención al principio da
cooperación, reconoce que la finalidad propia de los bienes eclesiásticos
mencionados en el encabezamiento de este artículo debe ser salvaguardada
por el ordenamiento jurídico brasileño, sin prejuicio de otras finalidades que
puedan surgir de su naturaleza cultural.
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EL ACUERDO BRASIL-SANTA SEDE DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008... 437

§ 2º. La Iglesia Católica, consciente del valor de su patrimonio cultu-


ral, se compromete a facilitar el acceso a este patrimonio a todos aquellos
que lo quieran conocer y estudiar, salvaguardadas las finalidades religiosas,
así como las exigencias de su protección y de la tutela de sus archivos.
Artículo 7º
La República Federativa del Brasil asegura, en los términos de su
ordenamiento jurídico, las medidas necesarias para garantizar la protección
de los lugares de culto de Iglesia Católica y de sus liturgias, símbolos, imá-
genes y objetos dedicados al culto, contra toda forma de violación, falta de
respeto y uso ilegítimo.
§ 1º. Ningún edificio, dependencia u objeto afectado al culto católi-
co, observada la función social de la propiedad y la legislación, puede ser
demolido, ocupado, transportado, sujeto a obras o destinado por el Estado y
entidades públicas a otra finalidad, salvo por necesidad o utilidad pública, o
por interés social, en los términos de la Constitución brasileña.
Artículo 8º
La Iglesia Católica, en vista del bien común de la sociedad brasileña,
especialmente de los ciudadanos más necesitados, se compromete, observa-
das las exigencias de la ley, a dar asistencia espiritual a los fieles internados
en establecimientos de salud, de asistencia social, de educación o similares,
o detenidos en cárceles o lugares similares, siendo observadas las normas de
cada establecimiento, y que, por esa razón, estén impedidos de ejercer en
condiciones normales la práctica religiosa y la requieran. La República
Federal del Brasil garantiza a la Iglesia Católica el derecho de ejercer este
servicio, inherente a su propia misión.
Artículo 9º
El reconocimiento recíproco de títulos y calificaciones en nivel de
graduación y post-graduación estará sujeto, respectivamente, a las exigen-
cias de los ordenamientos jurídicos brasileños y de la Santa Sede.
Artículo 10º
La Iglesia Católica, en atención al principio de cooperación con el
Estado, continuará poniendo sus instituciones educativas, en todos los nive-
les, al servicio de la sociedad, de acuerdo con sus fines y con las exigencias
del ordenamiento jurídico brasileño.
§ 1º. La República Federal del Brasil reconoce a la Iglesia Católica el
derecho de constituir y administrar Seminarios y otros Institutos eclesiásti-
cos de formación y cultura.
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438 Octavio LO PRETE

§ 2º. El reconocimiento de los efectos civiles de los estudios, grados


y títulos obtenidos en los Seminarios e Institutos antes mencionados es
reglado por el ordenamiento jurídico brasileño, en igualdad de condiciones
con estudios de la misma naturaleza.
Artículo 11º
La República Federal del Brasil, considerando el derecho a la liber-
tad religiosa, de la diversidad cultural y de la pluralidad confesional del
país, respeta la importancia de la enseñanza religiosa teniendo en cuenta la
formación integral de la persona.
§ 1º. La enseñanza religiosa, católica o de otras confesiones religio-
sas, de matricula facultativa, constituye una disciplina dentro de los horarios
normales de las escuelas públicas de enseñanza básica, asegurado el respe-
to a la diversidad cultural y religiosa del Brasil, de conformidad con la
Constitución y otras leyes vigentes, sin ninguna forma de discriminación.
Artículo 12º
El matrimonio celebrado de acuerdo a las leyes canónicas, cumplidas
también las exigencias establecidas por el derecho brasileño para contraer
matrimonio, produce efectos civiles, siempre que sea registrado en el regis-
tro propio, produciendo efectos civiles a partir de la fecha de su celebración.
§ 1º. La homologación de las sentencias eclesiásticas en materia
matrimonial, confirmadas por el órgano de control superior de la Santa
Sede, será efectuada en los términos de la legislación brasileña sobre homo-
logación de sentencias extranjeras.
Artículo 13º
Se garantiza el secreto del oficio sacerdotal, especialmente el de la
confesión sacramental.
Artículo 14º
La República Federal del Brasil declara su empeño en destinar espa-
cios para fines religiosos, que deberán ser previstos en los instrumentos de
planeamiento urbano y serán establecidos en el respectivo Plan Director.
Artículo 15°
A las personas jurídicas eclesiásticas, así como a su patrimonio, renta
y servicios relacionados con sus finalidades esenciales, les es reconocida la
garantía de la inmunidad tributaria frente a los impuestos, de conformidad
con la Constitución brasileña.
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EL ACUERDO BRASIL-SANTA SEDE DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008... 439

§ 1º. Para los fines tributarios, las personas jurídicas de la Iglesia


Católica que ejerzan actividad social y educacional sin finalidad lucrativa
recibirán el mismo tratamiento y beneficios otorgados a las entidades filan-
trópicas reconocidas por el ordenamiento jurídico brasileño, inclusive, en
términos de requisitos e obligaciones exigidos para los fines de inmunidad
y exención.
Artículo 16°
Dado el carácter peculiarmente religioso y de beneficencia de la
Iglesia Católica y de sus instituciones:
I.- El vínculo entre los ministros ordenados y fieles consagrados
mediante votos y las Diócesis o Institutos Religiosos y equiparados es de
carácter religioso y por lo tanto, observado lo dispuesto en la legislación
laboral brasileña, no genera, por si mismo, vínculo laboral a menos que sea
probada la desvirtuación de la institución eclesiástica.
II.- Las tareas de índole apostólica, pastoral, litúrgica, catequética,
asistencial, de promoción humana y semejantes podrán ser realizadas a títu-
lo voluntario, observado lo dispuesto en la legislación laboral brasileña.
Artículo 17°
Los Obispos, en el ejercicio de su ministerio pastoral, podrán invitar
sacerdotes, miembros de institutos religiosos o laicos, que no sean de nacio-
nalidad brasileña, para servir en el territorio de sus respectivas diócesis, y a
pedir a las autoridades brasileñas, en nombre de ellos, la concesión de la
visa para ejercer su actividad pastoral en el Brasil.
§ 1º. A consecuencia de la solicitud formal del Obispo, de acuerdo
con el ordenamiento jurídico brasileño, podrá ser concedida la visa perma-
nente o temporal, conforme el caso, por los motivos arriba expuestos.
Artículo 18°
El presente acuerdo podrá ser complementado por ajustes concluidos
entre las Altas Partes Contratantes.
§ 1º. Los órganos de Gobierno brasileño, en el ámbito de sus respec-
tivas competencias y la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil,
debidamente autorizada pela Santa Sede, podrán celebrar convenios sobre
materias o temas específicos, para la implementación del presente Acuerdo.
Artículo 19°
Cualquier divergencia en la aplicación o interpretación del presente
acuerdo será resuelta a través de negociaciones diplomáticas directas.
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440 Octavio LO PRETE

Artículo 20º
El presente acuerdo entrará en vigor en la fecha de intercambio de los
instrumentos de ratificación, salvaguardadas las situaciones jurídicas exis-
tentes y constituidas amparadas en el Decreto nº 119-A, del 7 de enero de
1890 y del Acuerdo entre la República Federativa del Brasil y la Santa Sede
sobre Asistencia Religiosa a las Fuerzas Armadas, del 23 de octubre de
1989.
Hecho en la Ciudad del Vaticano, a los 13 días del mes de noviembre
del año de 2008, en dos originales, en los idiomas portugués e italiano, sien-
do ambos los textos igualmente auténticos.
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AADC XVI (2009-2010) 441-453

EL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA


DEL BRASIL Y LA SANTA SEDE
DEL 13 DE NOVIEMBRE DE 2008

Hugo Adrián VON USTINOV

SUMARIO: I. Comentario. II. Anexo: el Decreto 19-A del 7 de enero de 1890.

I.- COMENTARIO
Al cabo de un proceso de negociación que se extendió de manera
intermitente por casi sesenta años, la Santa Sede y la República Federativa
del Brasil firmaron el 13 de noviembre de 2008 un Acuerdo por el que que-
dan reguladas sus relaciones institucionales. El documento tiene el carácter
de instrumento de Derecho internacional público, con la consiguiente natu-
raleza de tratado internacional. Llama la atención que se lo titule modesta-
mente “acuerdo”, cuando en realidad abarca un considerable espectro de
asuntos de la máxima relevancia para el desenvolvimiento de la Iglesia en
esa gran nación sudamericana.
Algunos autores lo han calificado el acontecimiento de histórico,
para subrayar la trascendencia de sus características, a la vez que el hecho
de que la Santa Sede lo haya firmado con una de las naciones más pobladas
de Occidente que ya es sin duda, a estas alturas, una potencia en el subcon-
tinente. Tanto desde el punto de vista de las altas partes signatarias como de
las peculiaridades de su contenido normativo, resulta más que probable que
habrá de ser tenido en cuenta para posteriores acuerdos que la sede apostó-
lica alcance con otros países de la región.
Debe tenerse en cuenta que el estatuto jurídico de la Iglesia en el
Brasil era bastante precario, si bien el Decreto 119-A del 7 de enero de 1890,
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442 Hugo Adrián VON USTINOV

a la vez que prohibió la intervención de la autoridad federal y de los estados


en materia religiosa y declaró extinguido el patronato, garantizó la plena
libertad de cultos y la consiguiente libertad de organización y de activida-
des propias de las confesiones religiosas. Este Decreto, dictado por el maris-
cal Manuel Deodoro da Fonseca, como Jefe provisorio del Gobierno de la
apenas instalada República Federativa del Brasil, abolió la confesionalidad
católica del Estado. La Iglesia, reconocida empero en sus derechos funda-
mentales al igual que todas las demás confesiones religiosas, fue considera-
da en adelante una entidad más de derecho privado.
Sin modificar lo establecido en este Decreto, el Acuerdo reconoce
ahora la personalidad jurídica originaria de la Iglesia en el Brasil por medio
de un instrumento de naturaleza internacional, en virtud del carácter de suje-
to de Derecho público internacional que la comunidad de naciones recono-
ce a la Iglesia católica y a su órgano supremo la Santa Sede, al menos desde
el siglo IX. He ahí un cambio cualitativo importante con respecto a la situa-
ción anterior.
Además, el Acuerdo aborda tres cuestiones concretas de especial sig-
nificación: en primer término, la eficacia jurídica del matrimonio canónico,
con el consiguiente reconocimiento de sus efectos civiles sin más trámite que
su inscripción registral; en segundo lugar, el reconocimiento de las decisio-
nes de los tribunales eclesiásticos en materia matrimonial, previa homologa-
ción por el órgano competente de la Santa Sede; finalmente, el reconoci-
miento del derecho de los ciudadanos católicos a que sus hijos reciban ense-
ñanza religiosa en los establecimientos educacionales de gestión estatal.
De entrada, el Acuerdo adelanta que su contenido se refiere al estatu-
to de la Iglesia católica en el Brasil. Reconoce como presupuestos que la
Santa Sede es la suprema autoridad de la Iglesia católica y que ésta se
encuentra regida por el Derecho canónico. Ambas partes reconocen sus res-
pectivas responsabilidades al servicio de la sociedad y del bien integral de
la persona humana y que cada una de ellas en su propio orden es autónoma,
independiente y soberana, pero que ambas cooperan en la construcción de
una sociedad más justa, pacífica y fraterna.
La Santa Sede, por su parte, afirma encontrar su base jurídica en el
los documentos del Concilio Vaticano II y en el Código de derecho canóni-
co, mientras que el Brasil lo halla en su propio ordenamiento jurídico, sin
hacer especial referencia a ninguna normativa específica, aunque en el resto
del texto hay frecuentes referencias a la Constitución nacional.
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EL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DEL BRASIL Y LA SANTA SEDE... 443

Ambas partes reafirman su adhesión al principio de libertad religio-


sa, internacionalmente reconocido y reconocen que la Constitución brasile-
ña garantiza el libre ejercicio de los cultos religiosos. A la vez, expresan su
intención de fortalecer y de incentivar las mutuas relaciones ya existentes.
Las disposiciones acordadas tienen una incontestable significación. En
primer lugar, como se ha dicho, el Brasil reconoce la personalidad jurídica de
la Iglesia católica. Pero, se especifica que también queda reconocida la perso-
nalidad jurídica de todas las instituciones eclesiásticas que posean dicha perso-
nalidad de conformidad con el derecho canónico, en la medida –como es
obvio– en que nada sea contrario al sistema constitucional y las leyes del Brasil.
Se ejemplifica haciendo mención expresa de la Conferencia episcopal, las pro-
vincias eclesiásticas, las arquidiócesis, las diócesis, las prelaturas territoriales o
personales, los vicariatos y prefecturas apostólicas, las administraciones apos-
tólicas, las administraciones apostólicas personales, las misiones sui iuris, el
ordinariato castrense y los ordinariatos para fieles de otros ritos, las parroquias,
los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.
El reconocimiento de la personalidad jurídica de las instituciones
eclesiásticas está sujeto a la inscripción registral del acto de erección, de
acuerdo con la legislación brasileña, pero sin que la autoridad de aplicación
pueda negar dicha inscripción. También habrán de ser inscriptas todas las
modificaciones del acto inicial de erección de la circunscripción o de la enti-
dad de que se trate.
Respecto de las instituciones eclesiásticas mencionadas, la Iglesia ve
reconocida su libertad para crearlas, modificarlas o extinguirlas. No deja de
presentar interés el hecho de que esté ausente toda mención a la necesidad
de que la Santa Sede deba prenotificar oficiosamente a las autoridades bra-
sileñas la erección de circunscripciones de naturaleza jerárquica y el nom-
bre de los obispos que ha decidido designar, lo cual no obsta, desde luego,
a que al menos en ocasiones determinadas pueda haber una comunicación
diplomática, siempre oficiosa, previa.
Pero, por otro lado, la Santa Sede asume el compromiso de que nin-
guna circunscripción eclesiástica del Brasil dependa de un Obispo cuya sede
esté fijada en territorio extranjero.
El Brasil reconoce a la Iglesia el derecho de desempeñar su misión
apostólica y garantiza el ejercicio de sus actividades, con obvio respeto del
ordenamiento jurídico del país. Se trata de una consecuencia expresa del
derecho de libertad religiosa aludido en el proemio.
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444 Hugo Adrián VON USTINOV

El art. 5 prevé que las personas jurídicas eclesiásticas reconocidas en


los términos señalados en el art. 3 persigan, además de los fines religiosos,
otros de asistencia y de solidaridad social. En ese supuesto, el Acuerdo esta-
blece que dichas entidades gozarán de todos los derechos, inmunidades,
exenciones y beneficios atribuidos a entidades con fines de naturaleza seme-
jante, y que estén contemplados en el ordenamiento jurídico brasileño, con
idénticos requisitos y obligaciones que las demás.
Otra cuestión de significativa importancia está constituida por el
hecho de que las partes acordaron las pautas para la protección y salvaguar-
dia de los bienes muebles e inmuebles que, siendo propiedad de las perso-
nas jurídicas eclesiásticas, pertenecen a la vez al patrimonio histórico, cul-
tural y artístico de la Iglesia e integran el patrimonio cultural del Brasil. El
conjunto de estos bienes incluye a todos los documentos que tienen ese
carácter y que la Iglesia custodia en sus archivos y bibliotecas. Al igual que
en muchas naciones de Occidente y, en concreto de la América Latina, son
numerosos los bienes pertenecientes a las personas jurídicas eclesiásticas
que forman parte el patrimonio cultural –en este caso– brasileño.
No está de más recordar que el término patrimonio se refiere in recto
a la condición de determinados bienes de propiedad de sujetos variados o de
propiedad común, pero el calificativo cultural permite in obliquo hacer refe-
rencia a bienes que reciben una valoración colectiva agregada a su utilidad
propia por el hecho de exhibir un valor histórico o artístico relevante en la
estimación colectiva. Sin embargo, desde el punto de vista del derecho posi-
tivo, quizás convenga tener presente asimismo el modo cómo a esos bienes
se refiere la Convención de la UNESCO de 1970 “sobre las Medidas que
Deben Adoptarse para Prohibir e Impedir la Importación, la Exportación y
la Transferencia de Propiedad Ilícitas de Bienes Culturales”. Dice así: “Para
los efectos de la presente Convención se considerarán como bienes cultura-
les los objetos que, por razones religiosas o profanas, hayan sido expresa-
mente designados por cada Estado como de importancia para la arqueolo-
gía, la prehistoria, la historia, la literatura, el arte o la ciencia.” En otras
palabras, para que un bien concreto se encuentre bajo la protección de la ley,
es preciso que la misma ley lo contemple en su condición de bien con valor
cultural.
El principio rector en materia de bienes culturales es el de la coope-
ración entre ambas partes. No podría ser de otra manera, en virtud de la con-
dición de sujeto de derecho público internacional de la Iglesia católica y de
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EL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DEL BRASIL Y LA SANTA SEDE... 445

la consiguiente naturaleza pública originaria de las personas jurídicas ecle-


siásticas, al menos las de naturaleza jerárquica.
Por su lado, la Iglesia católica se compromete a facilitar el acceso de
todos los interesados en conocer y en estudiar el contenido de los archivos,
con las solas limitaciones impuestas por las exigencias de su protección y
tutela, mientras queden asimismo a salvo sus finalidades religiosas. El
Brasil, se compromete, a su vez, a que la finalidad propia de los bienes de
valor cultural, histórico y artístico de propiedad de la Iglesia sea salvaguar-
dada por su ordenamiento jurídico interno, sin perjuicio de otras finalidades
que puedan surgir de su naturaleza cultural.
El Estado brasileño se compromete también a garantizar, con las
medidas adecuadas, la protección de los lugares de culto de la Iglesia cató-
lica, y de sus liturgias, símbolos, imágenes y objetos de culto contra toda
forma de violación, de irreverencia o de uso ilegítimo. Los edificios, depen-
dencias y objetos afectados al culto católico no podrán ser demolidos, ocu-
pados, transportados, sujetos a obras o destinados por el Estado y entidades
públicas a otro fin, salvo por necesidad de utilidad pública o por interés
social, en los términos de la Constitución brasileña. Esta norma coloca la
protección de los bienes materiales e inmateriales de la Iglesia en el nivel de
la Constitución federal del Estado, de manera que los derechos a la posesión
y uso de dichos bienes no pueden ser legítimamente afectados por normas
de carácter estadual o local.
Lo acordado tiene en cuenta que, en el caso concreto de la Iglesia
católica, el régimen de dominio de sus bienes presenta particularidades. Por
de pronto la Iglesia, en su condición de sujeto de derecho internacional
público reivindica para sí el “derecho nativo, e independiente de la potestad
civil, (...) [de] retener, administrar y enajenar bienes temporales para
alcanzar sus propios fines”1. Esta reivindicación se sigue de su naturaleza
de sujeto de derecho soberano, tal como lo reconoce el Acuerdo. Por otra
parte, sus bienes están en el dominio de las más variadas personas jurídicas
canónicas, que son sus legítimas propietarias.
Esos bienes se rigen por un ordenamiento jurídico propio (básicamen-
te, el del Libro V del Código de Derecho canónico). De manera que la pari-

1 Código de Derecho Canónico, can. 1254.


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446 Hugo Adrián VON USTINOV

dad existente entre la Iglesia católica y los Estados en el plano del derecho
internacional público, las normas de carácter pacticio vigentes y la calidad de
persona jurídica pública de la Iglesia católica reconocida en el Acuerdo fir-
mado, conducen a sostener la incompetencia del Estado para establecer uni-
lateralmente regímenes de salvaguardia, acceso, protección o custodia de
bienes de valor cultural que sean propiedad de la Iglesia católica.
Esto significa que, en la medida en que los bienes eclesiásticos tienen
una condición jurídica propia que los distinguen de los bienes de propiedad
de personas físicas o de personas jurídicas que son sólo sujetos de derecho
en el orden interno del país, toda normativa restrictiva o condicionante de la
plenitud del derecho de dominio del titular sobre bienes eclesiásticos ha de
ser necesariamente fruto de una convención pactada entre dos sujetos de
derecho público que son pares entre sí.
De esto último se sigue que, en principio, en el caso de los Estados,
la autoridad competente para entablar la negociación y alcanzar el acuerdo
sea aquélla a la que están confiadas las relaciones internacionales. En el
caso de la Iglesia católica, la autoridad competente es la Santa Sede, cuyo
máximo órgano es el Papa. Sin embargo, nada impide que el régimen pac-
tado en ese nivel remita a las autoridades inferiores o locales para estable-
cer regímenes de salvaguardia específicos, dentro de una normativa-marco
común. Y esto es lo que el texto prevé en su art. 18, al decir que las partes
podrán tanto acordar ajustes complementarios a lo estipulado cuanto forma-
lizar convenios sobre materias específicas en orden a la aplicación del
Acuerdo. En este caso, el interlocutor del Estado es la Conferencia de
Obispos, la que debe ser autorizada por la Santa Sede ese efecto. En otros
términos, cuando se dé el caso, la Conferencia episcopal recibirá un manda-
to para actuar en nombre y por cuenta de la Santa Sede.
Se contempla también la necesaria atención pastoral y espiritual que
requieren las personas que por su condición no tienen posibilidades de reci-
birla de las estructuras pastorales comunes. Se trata de los fieles católicos
internados en establecimientos sanitarios o detenidos en establecimientos
penitenciarios. La Iglesia se compromete a proveer dicha asistencia en el res-
peto de los requisitos legales, mientras que el Estado brasileño se obliga, por
su parte, a garantizar el ejercicio de ese cometido pastoral, que es explícita-
mente reconocido como inherente a la misión eclesial. En cambio, el
Acuerdo no menciona la asistencia espiritual y pastoral a los fieles católicos
integrantes de la Fuerzas Armadas, porque el tema está regido por el Acuerdo
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EL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DEL BRASIL Y LA SANTA SEDE... 447

entre el Brasil y la Santa Sede del 23 de octubre de 1989 sobre asistencia reli-
giosa a las Fuerzas Armadas, cuya vigencia se mantiene expresamente.
En materia de educación, los acuerdos son particularmente significati-
vos. En efecto, mientras que la Iglesia se compromete a que todas sus institu-
ciones educativas sigan estando al servicio de la sociedad, el Brasil reconoce
a la Iglesia el derecho de erigir y administrar seminarios y otros institutos ecle-
siásticos de formación y cultura. El reconocimiento de los efectos civiles de los
estudios, grados y títulos obtenidos en instituciones eclesiásticas estará regula-
do por las normas del ordenamiento jurídico brasileño, en condiciones de pari-
dad con estudios de idéntica naturaleza. Así, las partes establecieron el recono-
cimiento recíproco de los títulos y calificaciones de grado y de postgrado, que
estará sujeto a las exigencias de cada uno de los ordenamientos jurídicos.
El Brasil reconoce de forma explícita la importancia de la enseñanza
religiosa en orden a la formación integral de la persona. Y, en virtud del
principio de libertad religiosa, la enseñanza religiosa católica, o de otras
confesiones religiosas, constituye una disciplina que ha de impartirse en los
horarios normales de las escuelas de gestión estatal, de modo facultativo y
en el respeto a la diversidad cultural y religiosa del Brasil, conforme con la
Constitución y otras leyes vigentes, sin forma alguna de discriminación.
La normativa en materia de enseñanza religiosa en los establecimien-
tos escolares de gestión estatal y en horarios curriculares representa una
clara decisión progresista, tendiente a superar un laicismo primitivo que le
daba un tratamiento de mera tolerancia a la presencia del factor religioso en
la sociedad.
El matrimonio canónico tiene en el Brasil, a partir de ahora, plenos
efectos civiles. Las condiciones para adquirirlos son dos: primeramente que
se haya celebrado canónicamente, atendiendo a las exigencias que el
Derecho brasileño contempla para la celebración matrimonial válida; en
segundo lugar que la celebración sea inscripta en el Registro correspondien-
te. En esas condiciones, el matrimonio canónico produce efectos civiles
desde la fecha misma de su celebración.
Llamó mucho la atención el reconocimiento que el Brasil hace de las
sentencias de los tribunales eclesiásticos en materia matrimonial. Son pocos
los estados con los que la Santa Sede ha firmado hasta ahora acuerdos que
incluyen esta cláusula y el Brasil es ahora integrante de ese grupo selecto de
naciones. Se trata de la expresión de la máxima confianza recíproca que exis-
te entre las partes. El Acuerdo se limita a las decisiones que tienen su origen
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448 Hugo Adrián VON USTINOV

en un proceso judicial y no abarca las decisiones administrativas de concesión


de gracias como la disolución del matrimonio celebrado canónicamente por
dispensa en causa de inconsumación o por aplicación del privilegium fidei.
En el supuesto de las sentencias de los tribunales eclesiásticos, éstas
serán homologadas de acuerdo con las normas brasileñas sobre homologa-
ción de sentencias extranjeras siempre que hayan sido confirmadas por el
órgano superior de control de la Santa Sede.
El mencionado órgano de control es el Supremo Tribunal de la
Signatura Apostólica. A los efectos de esa homologación, la Nunciatura en
el Brasil envió con fecha 18 de febrero de 2010 las correspondientes instruc-
ciones emanadas de la Signatura Apostólica a todos los arzobispos y obis-
pos diocesanos. En ellas se consigna que la homologación de las decisiones
de los tribunales eclesiásticos brasileños se hará por medio de un decreto
ejecutorio dictado por la Signatura.
Para el dictado del decreto ejecutorio, el Supremo tribunal dispuso
con fecha 25 de enero de 2010 que los tribunales de primera instancia, ya
sea que en ellos se haya iniciado o en ellos se haya terminado el proceso,
enviarán a la Signatura:
a) Una copia auténtica de la sentencia de primera instancia;
b) una copia auténtica del decreto confirmatorio o de la sentencia de
segunda instancia;
c) una copia auténtica del acta de celebración del matrimonio canó-
nico;
d) una copia auténtica del acta de la inscripción en el Registro civil
del matrimonio celebrado;
e) la solicitud de emisión del decreto ejecutorio en hoja simple, fir-
mada por una o ambas partes con referencia al número de proto-
colo que identifique el proceso y al Tribunal actuante en prime-
ra instancia.
f) Un cheque de 25 Euros en concepto de gastos administrativos, a la
orden de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica.
Una vez obtenido el decreto ejecutorio de la Signatura, la parte inte-
resada (o ambas) habrá de presentar al Superior Tribunal de Justicia de
Brasil (Cf. art 105, I, inc. i de la Constitución Federal), en conformidad con
lo prescrito por la ley civil (cf. Resolución n.9, del 4 de mayo de 2005 del
Superior Tribunal de Justicia), acompañando el decreto ejecutorio de la
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EL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DEL BRASIL Y LA SANTA SEDE... 449

Signatura Apostólica, con copia de la documentación que le fuera enviada a


la misma Signatura y toda otra eventual documentación exigida por la ley
civil (cf. art. 282 del Código del proceso civil).
El art. 105, inc. í, introducido como enmienda constitucional nº 45 del
año 2004, establece que compete al Superior Tribunal de Justicia (que es
distinto del Supremo Tribunal Federal) procesar y juzgar de la homologa-
ción de sentencias extranjeras y conceder el exequátur a los exhortos reci-
bidos por cartas rogatorias.
En el procedimiento de homologación, uno de los elementos que será
objeto de examen es si las partes fueron “citadas”, o si legalmente se veri-
ficó su “rebeldía”, instituto jurídico civil brasileño que puede ser equipara-
do a la “ausencia en juicio” (cf. cánn. 1592-1595 del CIC; arts. 13 § 6, 132,
138-142 de la Dignitas Connubii; cánn. 1272-1272 del CCEO). En el caso
concreto de las decisiones canónicas en materia matrimonial, el texto de las
sentencias deberá hacer explícito siempre y con claridad el hecho de la cita-
ción con los datos más relevantes referidos a este objeto, y que la ausencia
se haya verificado de acuerdo con las normas canónicas (cf. arts. 126-134
de la Dignitas Connubii).
En otro orden de cosas, el Brasil garantiza el secreto sacerdotal, espe-
cialmente el propio de la confesión sacramental. No podrá, por tanto obli-
garse al sacerdote a revelar informaciones conocidas a raíz del ejercicio de
su ministerio. Esta norma resulta particularmente adecuada a una época en
la que resulta relativamente sencillo registrar por medios tecnológicos el
contenido de los diálogos que, en orden a recibir la absolución sacramental,
tengan lugar entre el penitente y el confesor. Esta garantía habrá de enten-
derse, además, de tal manera que toda pretendida prueba obtenida por cual-
quier medio y que esté fundada en dichos diálogos sea nula de nulidad abso-
luta. Pero vale la pena subrayar que la norma pactada abarca también el con-
tenido de aquellas informaciones que un sacerdote alcance no sólo en la
confesión sacramental, sino también en sus otras actividades ministeriales.
El Acuerdo contempla también disposiciones en materia de urbanismo
y de exenciones fiscales. Así, queda establecido que los instrumentos de pla-
neamiento urbano habrán de establecer en los planos directores la destinación
de espacios para fines religiosos. Una consecuencia de la norma es que la
autoridad eclesiástica tiene el derecho de urgir su cumplimiento y de que su
solicitud sea atendida y favorablemente resuelta por las instancias correspon-
dientes, en el caso de morosidad por parte de la autoridad administrativa.
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450 Hugo Adrián VON USTINOV

Las personas jurídicas eclesiásticas, sus patrimonios, rentas y servi-


cios relacionados con sus finalidades esenciales gozarán de inmunidad tri-
butaria en conformidad con la Constitución brasileña. A estos fines fiscales,
las personas jurídicas canónicas que ejerzan actividades sociales y educa-
cionales sin fines de lucro, recibirán el mismo tratamiento y beneficios otor-
gados a las demás instituciones de beneficencia reconocidas por el ordena-
miento jurídico del país, inclusive en lo referido a los requisitos y obligacio-
nes exigidos en orden a la inmunidad y exención.
De extrema importancia es la cláusula en virtud de la cual el Brasil
reconoce que el vínculo existente entre los ministros ordenados y los fieles
consagrados mediante votos y las respectivas diócesis o institutos religiosos
y las entidades a ellos equiparados es de carácter religioso y por lo tanto,
observado lo dispuesto en la legislación laboral brasileña, no genera de suyo
una relación de dependencia en términos de Derecho laboral. Pero ese vín-
culo puede existir si se prueba que la naturaleza jurídica de la institución
eclesiástica ha sido, de hecho, desvirtuada. En realidad, la relación de
dependencia laboral implica la realización de tareas al servicio y en benefi-
cio del empleador, lo que no ocurre con los vínculos que los ministros orde-
nados y los religiosos consagrados tienen con relación a sus respectivos
superiores eclesiásticos.
La importancia de esta cláusula del Acuerdo guarda relación con la
incongruencia de pretender que el superior eclesiástico responda jurídica-
mente por la comisión actos ilícitos de parte de clérigos y religiosos si no se
comprueba participación o complicidad de ese superior en la comisión del
hecho antijurídico. No es aplicable, en cualquier caso, el principio del deber
de vigilancia que un empleador ha de tener con los empleados bajo su
dependencia o, por ejemplo, el titular del vehículo en el supuesto de un acci-
dente vial provocado por uno de sus dependientes con el vehículo de la
empresa.
El Acuerdo también establece que las tareas de índole apostólica, pas-
toral, litúrgica, catequética, asistencial, de promoción humana y otras seme-
jantes, podrán ser realizadas a título voluntario, observando, también lo dis-
puesto en la legislación laboral brasileña. Esto supone que no hay aquí tam-
poco relación laboral, si bien habrá que cumplimentar probablemente las
normas que existan en materia de seguros por accidentes del voluntario, o
de responsabilidad civil de la entidad donde el voluntario preste servicios y
otras normas semejantes.
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EL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DEL BRASIL Y LA SANTA SEDE... 451

Los Obispos podrán llamar al país libremente a sacerdotes, religiosos


y laicos que no tengan nacionalidad brasileña para servir en el territorio de
sus diócesis y también podrán pedir a las autoridades, en nombre de los inte-
resados, la visa correspondiente para ejercer su actividad en el Brasil. El
pedido del Obispo se tramitará de acuerdo con las leyes vigentes y dará
lugar a la concesión de una visa temporaria o permanente según el caso y
los motivos esgrimidos en la solicitud.
Las divergencias que puedan surgir en la aplicación o en la interpre-
tación del contenido del Acuerdo habrán de resolverse por medio de nego-
ciaciones diplomáticas directas, lo que excluye la intervención de terceros,
o el recurso a tribunales internacionales.
El Acuerdo, firmado el 13 de noviembre de 2008 en Roma con oca-
sión de la visita del Presidente Lula da Silva, fue ratificado por el Brasil en
la Cámara de Diputados el 26 de agosto de 2009 y entró en vigor después
del intercambio de los instrumentos de ratificación, en Roma, el 10 de
diciembre de 2009. El Presidente del Brasil lo promulgó con fecha 11 de
febrero de 2010. Como se ha dicho, el Acuerdo subraya que su contenido no
afecta la vigencia del Decreto 119-A del 7 de enero de 1890 y las situacio-
nes jurídicas preexistentes y constituidas al amparo de su normativa, como
tampoco afecta el Acuerdo entre la República Federativa del Brasil e la
Santa Sede sobre Asistencia Religiosa a las Fuerzas Armadas, del 23 de
octubre de 1989.

II.- ANEXO
Decreto 119-A, de 7 de enero de 1890.
DECRETO 119-A
Proíbe a intervenção da autoridade federal e dos estados em materia
religiosa, consagra a plena liberdade de cultos, extingue o padroado e esta-
belece outras providências.
O Marechal Manoel Deodoro da Fonseca, Chefe do Governo
Provisório da República dos Estados Unidos do Brasil, constituído pelo
Exército e Armada, em nome da Nação decreta”:
Art. 1º.
É proibido à autoridade federal, assim como à dos Estados federados,
expedir leis, regulamentos, ou atos administrativos, estabelecendo alguma
religião, ou vedando-a, e criar diferenças entre os habitantes do país, ou nos
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452 Hugo Adrián VON USTINOV

serviços sustentados à custa do orçamento, por motivo de crenças, ou opi-


niões filosóficas ou religiosas.
Art. 2º.
A todas as confissões religiosas pertence por igual a faculdade de
exercerem o seu culto, regerem-se segundo a sua fé e não serem contraria-
das nos atos particulares ou públicos, que interessem o exercício deste
decreto.
Art. 3º.
A liberdade aqui instituída abrange não só os indivíduos nos atos
individuais, senão também as igrejas, associações e institutos em que se
acharem agremiados; cabendo a todos o pleno direito de se constituírem e
viverem coletivamente, segundo o seu credo e a sua disciplina, sem inter-
venção do poder público.
Art. 4º.
Fica extinto o padroado com todas as suas instituições, recursos e pre-
rrogativas”.
Art. 5º.
A todas as igrejas e confissões religiosas se reconhece a personalida-
de jurídica, para adquirirem bens e os administrarem, sob os limites postos
pelas leis concernentes à 165 propriedade de mão-morta, mantendo-se a
cada uma o domínio de seus haveres atuais, bem como dos seus edifícios de
culto.
Art. 6º.
O Governo Federal continua a prover à côngrua sustentação dos
atuais serventuários do culto católico e subvencionará por um ano as cadei-
ras dos seminários; ficando livre a cada Estado o arbítrio de manter os futu-
ros ministros desse ou de outro culto, sem contravenção do disposto nos
artigos antecedentes.
Art. 7º.
Revogam-se as disposições em contrário.
Sala das sessões do Governo Provisório, 7 de janeiro de 1890, 2.º da
República
Manoel Deodoro da Fonseca - Aristides da Silveira Lobo - Rui
Barbosa – Benjamim Constant Botelho de Magalhães - Eduardo
Wandenholk - M. Farras de Campos Salles – Demetrio Nunes Ribeiro - Q.
Bocayuva.
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EL ACUERDO ENTRE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DEL BRASIL Y LA SANTA SEDE... 453

(Cf. AMARAL, Roberto; BONAVIDES, Paulo. Textos Políticos da História do


Brasil. 3. ed. Brasília: Senado Federal, 2002, v. 3, p. 140-141.)
A los efectos de ponerse al amparo del Decreto de 1890, las institu-
ciones jerárquicas de la Iglesia en el Brasil constituyeron lo que se denomi-
nó la “mitra”. La “mitra” ha sido hasta el presente el órgano responsable de
la administración tanto del patrimonio de las arquidiócesis y diócesis como
de los patrimonios de las parroquias, los seminarios y otros semejantes. Las
“mitras” adquirieron personalidad jurídica de derecho privado, sin fines de
lucro, de finalidad religiosa y de carácter filantrópico. Fueron reconocidas
como instituciones de utilidad pública por su propia naturaleza, y sus esta-
tutos fueron redactados de acuerdo con las disposiciones del derecho canó-
nico. Su reconocimiento civil derivó del texto del Decreto 119-A, puesto
que en virtud de su art. 5º, dicho reconocimiento civil era independiente de
la inscripción en el Registro Civil de Personas Jurídicas. En la “mitra”, el
arzobispo u obispo de que se tratara ejercía la plenitud de la autoridad y la
representaba a todos los efectos en sus relaciones civiles para todos los actos
jurídicos, teniendo además la facultad de delegación.
Con la firma del Acuerdo de 2008, parecería que la personalidad jurí-
dica de las instituciones eclesiásticas no requerirá ya más el recurso a las
“mitras” para actuar en el ámbito del Derecho del Estado, ya que su art. 3º
sólo requiere que las instituciones eclesiásticas queden debidamente regis-
tradas.
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ACTUALIDAD
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AADC XVI (2009-2010) 457-466

CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO


CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010

En este volumen XVI del Anuario Argentino de Derecho Canónico se


publica la crónica que refleja la actividad académica de la Facultad de
Derecho Canónico “Santo Toribio de Mogrovejo” durante los años 2009 y
2010, tal como se ha hecho en forma ininterrumpida desde el volumen II de
1995.
Ambos ciclos lectivos comenzaron con una misa concelebrada por
profesores y alumnos en la sede del edificio “Santa María” del campus uni-
versitario de Puerto Madero. A continuación, en el Auditorio Mons. Derisi
se llevó a cabo la tradicional lectio brevis que estuvo a cargo, en 2009, de
un destacado canonista español, el Pbro. Dr. Federico Aznar Gil, quien se
refirió a “La inmadurez afectiva y el consentimiento matrimonial”. Por su
parte, Mons. Dr. José Bonet Alcón, Profesor Estable Ordinario de la
Facultad, inauguró el año académico 2010 con su ponencia sobre “La
sacramentalidad del matrimonio”.

I. NUEVO DECANO
Al cumplirse el segundo mandato de Mons. Víctor Enrique Pinto
como Decano de la Facultad, los miembros del Consejo Académico votaron
una terna de profesores para desempeñar el decanato que fue elevada a
S.E.R. Cardenal Jorge Mario Bergoglio sj, Arzobispo de Buenos Aires y
Gran Canciller de la Universidad, quien eligió como Decano por un trienio
al Pbro. Dr. Alejandro W. Bunge. El nombramiento fue confirmado por
decreto de la Congregación para la Educación Católica del 15 de septiem-
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458 CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010

bre de 2010. A partir de esa ratificación, la designación se hizo efectiva por


decreto del Gran Canciller del 29 de septiembre de 2010. En una misa pre-
sidida por el Rector de la Universidad, Pbro. Dr. Víctor Manuel Fernández,
el Pbro. Bunge prestó juramento el 13 de Octubre de ese año.
El nuevo Decano nació en Buenos Aires el 21 de noviembre de 1951
y fue ordenado sacerdote en la Diócesis de San Isidro el 23 de diciembre de
1978. Antes de ingresar al seminario, cursó hasta cuarto año la carrera de
ingeniería electromecánica en la Universidad de Buenos Aires. Luego se
graduó de Bachiller (1979) y Licenciado en Teología en la Universidad
Católica Argentina (1984); de Licenciado en Derecho Canónico en la
Pontificia Universidad S. Tomás de Aquino de Roma en 1986, obteniendo
el doctorado en dicha universidad en 1995.
Es miembro del Consejo Presbiteral, del Colegio de Consultores y
Presidente de la Comisión Judicial de su diócesis, donde fue párroco de la
Catedral y de Nuestra Señora de Fátima. Fundador de la Sociedad Argentina
de Derecho Canónico, tuvo a su cargo la presidencia durante el período
1999 / 2002. Desde 1989 hasta 2007 se desempeñó como juez del Tribunal
Eclesiástico Nacional, ejerciendo la vicepresidencia segunda entre 2003 y
2007. El 1º de Noviembre de 2007 fue designado Presidente y Vicario
Judicial del Tribunal Interdiocesano Bonaerense, oficio que ejerce hasta la
actualidad.
Dedicado a la docencia en la Facultad desde su erección, integra el
Consejo Académico desde entonces. Tiene a su cargo las cátedras de
Normas Generales I, Normas Generales II, Iglesias Particulares I, Iglesias
Particulares II y Metodología Jurídico Canónica. Director del Anuario de
Derecho Canónico desde 2003, Director del Ciclo de Doctorado desde
2008, fue Vicedecano de la Facultad en el período 1998 / 2001.
Además de la docencia en el ámbito de la Facultad, el Pbro. Bunge es
Profesor de Derecho Canónico en el Seminario de San Isidro desde 1987 y
de Teología en la Carrera de Abogacía de la Universidad Católica de Salta
desde 2004. Preside la Comisión Administradora del Grupo Educativo
Marín desde el año 2007.
Es autor de “Precisiones jurídicas sobre las funciones de las
Conferencias episcopales. Aportes del Magisterio de Juan Pablo II”, publi-
cado por Educa en 1996; de “Las claves del Código. Libro I del Código de
Derecho Canónico” de Editorial San Benito (2006) y de “El Consejo
Episcopal Latinoamericano (CELAM) y sus estatutos” (en colaboración con
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459

Luis F. Escalante). Junto con otros profesores de la Facultad participó de


una serie de obras colectivas, entre las que se cuentan: “Sujetos, medios y
contenido de la preparación al matrimonio”, en “Curso sobre la preparación
al matrimonio” (1995); “Los Vicarios del Obispo diocesano”, en “La Curia
diocesana” (1996); “La conducción pastoral de la Parroquia”, en “Pastores
y fieles: constructores de la comunidad parroquial” (1999); “Algunas deter-
minaciones de la Conferencia Episcopal Argentina sobre la preparación al
matrimonio”, en “El matrimonio y su expresión canónica ante el III” publi-
cado por Eunsa en 2001.

II. PROFESORES
El 28 de marzo de 2010 falleció en Córdoba el Pbro. Dr. Nelson
Carlos Dellaferrera, uno de los profesores más reconocidos de la Facultad,
mentor de varias generaciones de canonistas e historiadores. Profesor
Ordinario y miembro del Consejo Académico de la Facultad desde sus ini-
cios, fue el primer presidente de la Sociedad Argentina de Derecho
Canónico y tuvo a su cargo la dirección del Instituto de Historia del Derecho
Canónico Indiano a partir de su creación en el ámbito de la Facultad, en
2005.
Fue Vicario Judicial del Tribunal Interdiocesano de Córdoba desde
1978 hasta 2005, miembro del Consejo de Asuntos Jurídicos de la
Conferencia Episcopal Argentina, académico correspondiente en la
Academia Nacional de Ciencias de Buenos y miembro de número de la
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, entre
muchas otras instituciones que integró y animó en el ámbito del derecho, la
historia y la formación del clero.
Sus colegas del claustro de la facultad, habían organizado una obra
colectiva con motivo de sus bodas de oro sacerdotales que publicó Educa en
dos tomos a fines de 2008, con el valioso aporte de unos cuarenta destaca-
dos canonistas e historiadores del país y del exterior. En el proemio de dicha
obra el Gran Canciller de la Universidad, SER Cardenal Jorge Mario
Bergoglio sj, lo definía como un “hombre de cercanía, de projimidad. Ha
ejercido esa paternidad espiritual propia de los sabios y doctos en la cien-
cia del Espíritu, lo que ha motivado que se lo llamara “Maestro” por pro-
fesores y alumnos que siempre lo escuchan en el aula, en la consulta, en la
búsqueda del consejo prudente. En su vida se ve una expresión sacerdotal
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460 CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010

de Cristo Maestro”. Por todo esto, más allá de sus indudables méritos aca-
démicos, fue tan sentida su partida a la casa del Padre.
Otro Profesor Estable de la Facultad, Mons. Dr. Marcelo Daniel
Colombo, fue consagrado obispo el 8 de Agosto de 2009 haciéndose cargo
de la Diócesis de San Ramón de la Nueva Orán (Salta) el 22 de Agosto de
ese año. Abogado graduado en la Universidad de Buenos Aires, obtuvo la
Licenciatura en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana
de Roma en 1994 y el doctorado en esta disciplina en la Pontificia
Universidad Santo Tomás de Aquino de Roma, en 1995. En el año 2000 se
incorporó al claustro de nuestra Facultad dictando las asignaturas de Fieles
Cristianos I y posteriormente Teología del Derecho. Integraba su Consejo
Académico como Profesor Ordinario.
Ya en 2010, a raíz de la designación del Pbro. Bunge como Decano,
se designó al Pbro. Dr. Ariel David Busso – primer profesor que ejerció el
decanato – como Director del Ciclo de Doctorado, manteniendo también a
su cargo la dirección del Instituto de Derecho Eclesiástico.
También algunos graduados comenzaron a incorporarse a la labor
académica, colaborando como profesores asistentes en distintas cátedras. El
Pbro. Dr. Mauricio Landra que ya venía desempeñándose en Iglesias
Particulares I, en el año 2009 comenzó a dictar algunas clases de Iglesias
Particulares II. Ya en el año 2010, el Pbro. Lic. Alejandro Russo sumó a sus
asignaturas del ciclo introductorio la materia Derecho Litúrgico, del ciclo de
licenciatura. El R.P. Dr. Ricardo Daniel Medina OAR dictó las clases de
Sanciones en la Iglesia e Institutos de Vida Consagrada. El Pbro. Dr. Carlos
Olguín Reguera ayudó en la cátedra de Normas Generales I. Hicieron lo
propio el Pbro. Lic. Fernando Rodríguez en Derecho Oriental y el Lic.
Octavio Lo Prete en Derecho Público Eclesiástico II.

III. ALUMNOS Y GRADUADOS


El 11 de noviembre de 2010, en el auditorio Cardenal Pironio del
Edificio San José, dentro del Campus de la Universidad, se llevó a cabo la
X Colación de grados académicos de la Facultad, con la presencia de la
Vicerrectora Académica de la Universidad Dra. Beatriz Balián de
Tagtachian.
La Vicerrectora entregó su diploma al decimoprimer doctor en
Derecho Canónico graduado en la Facultad: el Pbro. Carlos Luján Olguín
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CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010 461

Reguera, de la Arquidiócesis de Mercedes Luján, autor de la tesis doctoral


“El abandono de la Iglesia Católica por acto formal: consecuencias canó-
nico pastorales”, dirigida por el Pbro. Dr. Nelson Dellaferrera.
Junto con él se graduaron seis Licenciados en Derecho Canónico, con
lo que llegan a ochenta y siete los que han obtenido este grado académico
en la Facultad. Los nuevos licenciados fueron el Pbro. Herminio Avel Casco
Ortiz, de la Diócesis de la Santísima Concepción de Paraguay, el Abogado
Luis María Ferraris Ghersi, de la Diócesis de Merlo – Moreno, el Pbro.
Marcelo Javier Gil, del Movimiento de la Palabra de Dios, el Pbro. Claudio
Ortiz Vázquez, de la Diócesis de Valparaíso (Chile), la Abogada María
Judith Ruesjas Villada, de la Arquidiócesis de Tucumán y el Pbro. Sebastián
Terráneo de la Arquidiócesis de Mercedes - Luján.

IV. ACTIVIDADES
La actividad académica de la Facultad comenzó muy temprano en el
año 2009 con la visita del Pbro. Dr. Federico Aznar Gil – Profesor Ordinario
y ex decano de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad
Pontificia de Salamanca - quien ya había dictado un curso especial en 1995.
En esta ocasión además de la lectio brevis sobre “La inmadurez afectiva y
el consentimiento matrimonial” del 18 de marzo, se reunió con el claustro
de profesores e integró el tribunal examinador de una tesis doctoral.
Unos meses más tarde, del 18 al 20 de mayo, los profesores de la
facultad ofrecieron uno de los cursos especiales – abierto a todos los intere-
sados – que contó con mayor cantidad de asistentes. Con la participación de
SER Francesco Coccopalmerio, Presidente del Pontificio Consejo para los
Textos Legislativos, que abrió y cerró el encuentro, más de dos centenares
de participantes reflexionaron sobre “La Parroquia. Comunidad de
Comunidades. (Aportes del Derecho Canónico en orden a valorizar la
parroquia y a orientar sobre su acción)”. Fueron ponentes los profesores de
la Facultad Pbro. Dr. Carlos Baccioli, Mons. Dr. José Bonet Alcón, Pbro. Dr.
Alejandro Bunge, Mons. Dr. Marcelo Colombo, R.P. Dr. Ricardo Daniel
Medina oar, Mons. Dr. Víctor Pinto, Pbro. Lic. Alejandro Russo, Pbro. Dr.
Hugo von Ustinov y el R. P. Marcelo Gidi SJ, profesor de Chile invitado
para la ocasión.
En el auditorio “San Agustín”, durante tres intensas jornadas los
expositores fueron desgranando el programa que incluía cuestiones tales
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462 CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010

como “La parroquia hoy. (Interrogantes y desafíos. Principios teológi-


cos)”, “La parroquia en la Iglesia particular”, “El ministerio del párro-
co”, “Los fieles laicos en la parroquia”, “La parroquia: convergencia de
carismas”, “La parroquia, comunidad de fe”, “La parroquia y la necesi-
dad de reconciliación”, “La parroquia y la familia”, “La parroquia: comu-
nidad de caridad”, “Más allá de la parroquia. (La acción común y el rea-
grupamiento de parroquias)”.
Quien fuera Secretario del Supremo Tribunal de la Signatura
Apostólica, SER Mons. Dr. Velasco De Paolis cs, actual Presidente de la
Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede, fue invitado por la
facultad en el mes de agosto de 2009. Durante los días 27 y 28 abordó una
serie de “Cuestiones selectas de Derecho Procesal Canónico” (Los funda-
mentos del proceso judicial de nulidad matrimonial. La jurisprudencia rotal
y los tribunales locales. La función de vigilancia sobre los tribunales del
Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica. El contencioso administrati-
vo (vía jerárquica y vía judicial). Delicta graviora. Aplicación de penas por
vía administrativa), en un curso especial realizado en el Auditorio Mons.
Derisi que se cerró con un coloquio que mantuvo con jueces y defensores
del vínculo de todos los tribunales del país y de países vecinos, que pudie-
ron compartir experiencias y consultar al distinguido profesor invitado que,
durante muchos años enseñara en la Pontificia Universidad Gregoriana y en
la Pontificia Universidad Urbaniana, de la que fue Decano.
Ya en 2010, los profesores de la Facultad dictaron el curso especial
que anualmente ofrecen haciéndose eco del “Año Sacerdotal. (Reaviva el
carisma que hay en tí)”. Dirigido por el Pbro. Dr. Ariel David Busso, autor
de una obra en dos tomos sobre el tema (“La fidelidad del apóstol. Visión
canónica del ser y del obrar del clérigo”), se contó con la participación de
tres obispos como disertantes. SER Mons. Dr. Domingo Salvador Castagna,
Arzobispo Emérito de Corrientes, tuvo a su cargo la introducción; SER
Mons. Dr. Alberto Sanguinetti, Obispo de Canelones (Uruguay) abordó “El
sacramento del orden y la sagrada ordenación. Visión histórica y actuali-
dad”; SER Mons. Dr. Marcelo Colombo, Obispo de Orán, por su parte,
desarrolló “La formación de los futuros sacerdotes. Las vocaciones y el
seminario”.
Completaron las exposiciones de este curso destinado exclusivamen-
te a clérigos, el Pbro. Dr. Alejandro W. Bunge, “Los requisitos para el orden
sagrado. La cuestión del sacerdocio femenino y las pautas actuales”; Pbro.
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CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010 463

Dr. Ariel David Busso, “Incardinación de sacerdotes. Pertenencia de cléri-


gos a movimientos eclesiales”; Pbro. Dr. Carlos Baccioli, “La formación
permanente de los sacerdotes”; Pbro. Lic. Alejandro Gerardo Russo, “El
diaconado permanente. Su ministerio y sus obligaciones en la vida eclesial.
¿Tiene futuro el diaconado permanente?”; Pbro. Dr. Hugo Adrián von
Ustinov, “La misión sacramental y la santidad de vida del sacerdote. Los
deberes que imponen. ¿Existe una especial espiritualidad sacerdotal?”;
Mons. Dr. José Bonet Alcón, “Amarás al Señor con todo tu corazón. El celi-
bato y sus deberes. ¿Tiene futuro en la vida en la Iglesia? Algunas cuestio-
nes actuales”; Mons. Lic. Víctor Enrique Pinto, “La dimensión eclesial de
la pobreza evangélica en la vida sacerdotal. Lo que conviene al estado cle-
rical”; Pbro. Dr. Ariel David Busso, “La pérdida del estado clerical. El
abandono y sus causas. La normativa vigente. ¿Puede restituirse el estado
clerical?”; R.P. Dr. Ricardo Daniel Medina OAR, “Algunas cuestiones
selectas de la vida sacerdotal. El uso de los medios de comunicación social.
¿Puede un clérigo adoptar menores? ¿Puede actual en política y en la diri-
gencia sindical?”, quedando el cierre y las conclusiones a cargo del Pbro.
Dr. Ariel David Busso.
También en el mes de Agosto de 2010 la Facultad recibió al R.P. Dr.
Nicholas Schöch ofm, Promotor de Justicia Sustituto del Supremo Tribunal
de la Signatura Apostólica, Vicerrector del Pontificio Ateneo Antonianum de
cuya Facultad de Derecho Canónico fuera Decano. El profesor Schöch, ade-
más de un curso de doctorado, ofreció dos conferencias sobre “La dimisión
del estado clerical in poenam en la actualidad: posibles delitos y procedi-
mientos” y “La admisión y remoción de abogados”, durante los días 30 y 31.
Poco tiempo después, el R.P. Dr. Gianfranco Ghirlanda sj, quien fuera
Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana y Decano de su Facultad de
Derecho Canónico, Profesor Ordinario en esa Facultad donde ejerce la
docencia desde 1975, visitó la Facultad y brindó una conferencia sobre “La
Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus”, el 20 de septiembre de
2010.
Los institutos de la Facultad, también organizaron una serie de acti-
vidades académicas durante estos años. El Instituto de Derecho Eclesiástico
(IDEC) realizó, el 5 de octubre de 2009, una Jornada sobre «Educación
pública y religión. Aspectos jurídicos y praxis» en la que su director, el
Pbro. Dr. Ariel David Busso introdujo el tema, el Dr. Norberto Padilla se
refirió a los antecedentes históricos y el Lic. Octavio Lo Prete a la Ley
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464 CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010

Nacional de Educación. Posteriormente expusieron el Abog. Alejandro


Jorge Tresenza, Abog. María Alicia Fueyo de Cámara, Dr. Jorge Horacio
Gentile, Prof. Fernando Toledo, Lic. Leopoldo Van Cauwlaert y la Dra.
Amanda Kees sobre la relación entre la educación pública y la religión en
la realidad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la provincia de Buenos
Aires, las provincias de Córdoba, Santa Fe, Salta ylas provincias del NEA,
respectivamente. El cierre estuvo a cargo del Prof. Enrique Martin, Director
de Asistencia Técnica para la Educación Pública de Gestión Privada del
Ministerio de Educación quien se abordó «Educación pública y religión en
la República Argentina: situación y problemática actual».
Al año siguiente, ante la sanción de la ley 26.618, el Instituto de
Derecho Eclesiástico abordó las “Consecuencias para las confesiones
religiosas de la nueva ley de matrimonio civil”. Con gran asistencia de
público, el 8 de septiembre de 2010, el Director del IDEC, Pbro. Dr. Ariel
David Busso compartió la ponencia introductoria con el Rabino Adrián
Herbst. Luego expusieron el Lic. Octavio Lo Prete (“Rasgos principales de
la Ley 26.618”), el Dr. Juan G. Navarro Floria (“El matrimonio entre
personas del mismo sexo desde la libertad religiosa y de conciencia”), la
Lic. Inés Franck (“El matrimonio entre personas del mismo sexo: desafíos
desde la educación”); cerrando la jornada una mesa redonda integrada por
el Pr. Horacio Rizzo de la Iglesia Adventista, Ricardo Docampo de la Red
de Familias Cristianas y la Dra. María Ángela Cabrera, profesora de nuestra
Facultad, quienes abordaron “El matrimonio entre personas del mismo
sexo: perspectiva desde las confesiones religiosas”.
El 14 y 15 de octubre de 2009, el Instituto de Historia del Derecho
Canónico Indiano (IHDCI) de la Facultad organizó en su sede las Primeras
Jornadas Internacionales, tituladas Fuentes Peruanas para el estudio del
Derecho Canónico Indiano. Como conferenciante invitado asistió el Dr. José
Antonio Benito Rodríguez de la Universidad Católica “Sedes Sapientiae” de
Lima (Perú), quien disertó sobre “Los Concilios y sínodos de Santo Toribio en
el Archivo de la Catedral de Lima” y sobre “El diario de las visitas pastorales
de Santo Toribio del Archivo de la Catedral de Lima”. También expusieron
durante las jornadas los investigadores: Lic. Sergio Angelis (UBA/Conicet);
Lic. Francisco Rizo Patrón (Universidad Católica de Arequipa, Perú); Pbro.
Lic. Pbro. Sebastián Terráneo (Facultad de Derecho Canónico, UCA).
A fines de 2009 el Dr. Thomas Duve, Vicedirector del Instituto de
Historia del Derecho Canónico Indiano (IHDCI) fue designado Director del
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CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010 465

Instituto Max Planck de Historia del Derecho Europeo, en Frankfurt,


Alemania. Ello no impidió la continuidad de las investigaciones que había
fomentado y dirigido dentro del IHDCI. La primera de ellas venía desarro-
llándose desde 2008 y concluyó a mediados de 2009, con la integración al
proyecto “Cluster of Excellence Religion and Politos in Premodern Past”,
de la Universidad de Münster, abordando el tema Concilios Novohispanos.
Este trabajo consistió en el análisis de los Manuscritos del Concilio Tercero
Provincial Mexicano (1585) publicados por el Colegio de Michoacán de
México con la participación de Osvaldo Rodolfo Moutín, alumno del ciclo
de Licenciatura, el Lic. Javier Luna y María de la Paz Lorenzo.
El segundo proyecto, en cooperación con el Stephan-Kuttner-
Institute of Medieval Canon Law de Munich y la Fundación Fritz Thyssen
iniciado en octubre del 2008 y que aún continúa se titula “Bases para una
Historia del Derecho Canónico Indiano”. El fin del proyecto consiste en
contribuir a crear las bases para una Historia del Derecho Canónico Indiano,
mediante un relevamiento de fuentes y de bibliografía, a través de la crea-
ción de un espacio de comunicación para los investigadores de distintas dis-
ciplinas como el Derecho Canónico, el Derecho Civil, la Historia de
América, la Historia de la Iglesia y de la Teología, y de otros interesados en
la disciplina. Los investigadores responsables del proyecto son el presiden-
te del Stephan-Kuttner-Institute for Medieval Canon Law, Dr. Peter Landau,
y el Dr. Thomas Duve. Trabajaron en este proyecto durante estos años la
Dra. Martha Donicelli y el Lic. Jorge Porto.

IV. PUBLICACIONES
Mientras se ultiman los detalles de edición de nuevas obras y la
actualización de títulos ya publicados por los profesores de la Facultad, un
nuevo libro se integró durante 2010 a la Colección Facultad de Derecho
Canónico. En total suman veintitrés títulos editados por la facultad, la
mayoría integrados dentro de dicha colección que recoge el fruto de la
investigación de nuestros profesores.
En este caso se trata del trabajo del R.P. Dr. Marcelo E. Méndez OFM
“¿Como se hace un santo? El proceso de beatificación y canonización”,
que contiene en 151 páginas una explicación de este proceso analizando la
Instrucción Sanctorum Mater y las Normas de la Congregación para las
Causas de los Santos, con el conocimiento y la experiencia de quien fuera
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466 CRÓNICA DE LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO CICLOS LECTIVOS 2009 Y 2010

Oficial de dicha Congregación, Secretario General y Profesor de su


Studium. En la presentación de la obra, el Prefecto de la Congregación, SER
Cardenal José Saraiva Martins, señalaba con indudable acierto que “el P.
Méndez demuestra su profunda sensibilidad por la incidencia que tienen, en
su vida pastoral, las causas de beatificación y canonización relatadas por el
Magisterio de la Iglesia. Es perceptible la “vena franciscana” al presentar
como verdaderamente posible la llamada universal a la santidad, mostrando
que las virtudes heroicas se pueden y se deben vivir en la vida cotidiana”.
En dicha presentación resume muy bien la importancia de la obra, señalan-
do que “ofrece ciertamente un instrumento preciosos a los interesados en
esta materia, no sólo porque recoge expresiones muy profundas y significa-
tivas, sino porque enseña cómo se hace un santo, trabajo realizado para le
servicio de la Iglesia, que contribuye a la glorificación de tantos siervos de
Dios, cuyas causas han sido o serán introducidas”.
Ernesto GARCÍA QUIROGA
Secretario Académico
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AADC XVI (2009-2010) 467-487

SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE


ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA SEDE ALLE
RICHIESTE RIVOLTELE*

Gianfranco GHIRLANDA

La Costituzione Apostolica Anglicanorum coetibus del 4 novembre


2009, offre una normativa essenziale che regola l’istituzione e la vita di
Ordinariati personali per quei fedeli anglicani che desiderino entrare corpo-
rativamente o singolarmente in piena comunione con la Chiesa Cattolica.
Con essa, come viene espresso nel Proemio, Benedetto XVI, come Pastore
Supremo di tutta la Chiesa e garante, per mandato di Cristo, dell’unità
dell’episcopato e della comunione universale di tutte le Chiese, manifesta la
sua paterna sollecitudine verso quei fedeli anglicani, laici, chierici e mem-
bri di Istituti di vita consacrata e di Società di vita apostolica, che hanno
ripetutamente chiesto alla Sede Apostolica di essere ricevuti nella piena
comunione cattolica.
I tentativi di conciliazione tra la Chiesa d’Inghilterra e la Santa Sede,
dopo lo scisma di Enrico VIII, sono stati molteplici in diverse tappe.
Discussioni ufficiali, dopo l’incontro tra l’Arcivescovo di Canterbury
Michael Ramsey e Papa Paolo VI, hanno avuto inizio con la costituzione nel
1966 della Anglican-Roman Catholic International Commission (ARCIC).
I documenti stilati dalla Commissione hanno fatto sorgere nuove speranze,
in quanto “hanno messo a disposizione uno strumento nel quale la comune

* Conferencia dada por el R. P. Dr. Gianfranco GHIRLANDA SJ en la Sede de la


Facultad de Derecho Canónico de la Pontificia Universidad Católica Argentina el
20/09/2010.
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468 Gianfranco GHIRLANDA

espressione di fede può essere riconosciuta. È in questa cornice che si deve


inquadrare il nuovo provvedimento”1.
Tali speranze sono state però frenate prima dall’ammissione agli ordi-
ni sacri, anche nel grado dell’episcopato, delle donne, nonché, successiva-
mente, dall’ordinazione di chierici dichiaratamente omosessuali e dall’am-
missione di unioni omosessuali; inoltre, anche dalla situazione di divisione
interna e frammentazione della Comunione Anglicana, dovuta, tra l’altro,
alle ragioni appena esposte.
Durante gli ultimi decenni un certo numero di chierici e laici anglica-
ni sono stati ricevuti nella piena comunione con la Chiesa Cattolica, ma
come singoli. Nel giugno 1980 la Congregazione per la Dottrina della Fede
predisponeva una Pastoral provision, che veniva approvata da Giovanni
Paolo II il 20 giugno 1980 per il clero e i fedeli laici episcopaliani che vole-
vano entrare in piena comunione con la Chiesa Cattolica. Lo scopo di tale
provvedimento era duplice: a) delineare procedure secondo le quali singoli
sacerdoti episcopaliani, sposati e celibi, potessero essere ordinati e incardi-
nati in una Diocesi per svolgere il loro ministero nella Chiesa Cattolica; b)
curare, attraverso l’erezione di parrocchie personali all’interno delle
Diocesi, le comunità in cui potessero essere conservati elementi propri del
“patrimonio anglicano” dal punto di vista liturgico, spirituale e pastorale. A
questo scopo, nel 2003, dopo aver consultato la Conferenza Episcopale
degli Stati Uniti, la Congregazione per il Culto Divino e la Disciplina dei
Sacramenti pubblicò il Book of Divine Worship, contenente i riti liturgici
Anglicani per l’uso nelle sette parrocchie personali della Pastoral provision.
L’1 aprile 1981 la Congregazione per la Dottrina della Fede emanava una
Dichiarazione con la quale richiamava gli scopi della Pastoral provision e
nominava il Mons. Bernard F.Law, vescovo di Springfield-Cape Giorardeau
come delegato ecclesiastico per curarne l’adempimento ed esaminare con la
Congregazione stessa le questioni riguardanti l’ammissione del clero ex-
episcopaliano al sacerdozio cattolico.
Bisogna tener presente che un provvedimento pastorale simile era già
stato preso nel 1975 per la Diocesi di Amritsar in India.
Le recenti richieste di piena comunione con la Chiesa Cattolica,
venendo da gruppi di fedeli anglicani o episcopaliani, chierici e laici, nume-

1 Nota informativa della Congregazione per la Dottrina della fede, in L’Osservatore


Romano, 21 ott. 2009, 8.
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 469

ricamente consistenti in modo rilevante - anche intere Diocesi - di cui fanno


parte anche vescovi in carica, hanno suggerito l’inadeguatezza della
Pastoral provision per venire incontro alle nuove esigenze emergenti dal
fatto che non tratta più del ristabilimento della piena comunione da parte di
singoli.
Quei gruppi di fedeli anglicani o episcopaliani sono stati spinti verso
la ricostituzione dell’unità dagli elementi propri della Chiesa di Cristo che
sono stati sempre presenti nella loro vita cristiana personale e comunitaria.
Evidentemente la ricostituzione della piena comunione deve basarsi
sull’elemento positivo di una maturazione verso una pienezza di fede nel
ministero petrino, creduto come un elemento voluto da Cristo per la Chiesa,
e che solo può esercitare la funzione di unità della Chiesa, e non sull’ele-
mento negativo della non accettazione dell’ordinazione delle donne o delle
posizioni liberali rispetto all’omosessualità che si sono affermate all’interno
della Comunione Anglicana.

I.- I fondamenti ecclesiologici della Costituzione Apostolica


Nel Proemio la Costituzione parte da una constatazione: la Chiesa,
nella sua unità e diversità, ha come modello la Santissima Trinità, ed è stata
istituita come “il sacramento, ossia il segno e lo strumento, dell’intima unio-
ne con Dio e dell’unità di tutto il genere umano” (LG 1; 4; UR f) per cui
ogni divisione fra i battezzati è una ferita a ciò che la Chiesa è e a ciò per
cui la Chiesa esiste ed è quindi uno scandalo, perché contraddice la preghie-
ra di Gesù prima della Sua passione e morte e danneggia la predicazione del
Vangelo (Gv 17,20-21; UR 1; 2).
Afferma, poi, un principio ecclesiologico basilare del Concilio
Vaticano II: la comunione ecclesiale, costituita dallo Spirito Santo, che è il
principio di unità della Chiesa, per analogia al mistero del Verbo incarnato
è allo stesso tempo spirituale, invisibile, e visibile, gerarchicamente organi-
zzata; quindi la comunione fra i battezzati per essere piena non può che
manifestarsi “visibilmente nei vincoli della professione dell’integrità della
fede, della celebrazione di tutti i sacramenti istituiti da Cristo e del governo
del Collegio dei Vescovi uniti con il proprio capo, il Romano Pontefice (c.
205; LG 14b; UR 2d) 2.

2 Cf. GIOVANNI PAOLO II, Enc. Ut unum sint, 25 mag. 1995, n. 94; 97, in AAS 87
(1995) 921-982; EV 14/2667-2884.
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470 Gianfranco GHIRLANDA

Infine, la Costituzione richiama l’affermazione della LG 8b che “l’u-


nica Chiesa di Cristo, che nel Simbolo professiamo una, santa, cattolica e
apostolica … sussiste nella Chiesa Cattolica governata dal successore di
Pietro e dai Vescovi in comunione con lui, ancorché al di fuori del suo orga-
nismo si trovino parecchi elementi di santificazione e di verità, che, quali
doni propri della Chiesa di Cristo, spingono verso l’unità cattolica” (cf. UR
3b). Quest’affermazione fonda la dottrina cattolica sull’ecumenismo.
Secondo la dottrina conciliare, l’unica Chiesa di Cristo sussiste nella Chiesa
Cattolica nel senso che essa, “malgrado le divisioni dei cristiani, continua
ad esistere pienamente soltanto nella Chiesa Cattolica”3, perché in questa
esistono congiunti nella loro pienezza gli elementi costitutivi della Chiesa
di Cristo4. Il che non contrasta col fatto che fuori del suo organismo visibi-
le, quindi nelle Chiese e nelle Comunità cristiane separate dalla Chiesa
Cattolica, si trovano parecchi elementi di santificazione e di verità, proprio
perché “il loro valore deriva dalla stessa pienezza della grazia e della verità
che è stata affidata alla Chiesa Cattolica” (UR 3d) 5, essendo doni propri
della Chiesa di Cristo, che spingono verso l’unità cattolica. Per cui non si
può dire che la Chiesa di Cristo, dopo le divisioni, attualmente non si trovi
da nessuna parte, in quanto “esiste una continuità storica – radicata nella
successione apostolica – tra la Chiesa fondata da Cristo e la Chiesa
Cattolica”6, per cui la ricerca dell’unità della Chiesa di Cristo non può pres-
cindere da questo, anche se l’unità visibile potrà essere ricostituita nella
comune ricerca, condotta dalla Chiesa Cattolica insieme alle altre Chiese e
Comunità ecclesiali, ricerca di forme nuove di realizzazione dell’unità, nel
rispetto e valorizzazione della diversità delle tradizioni teologiche, spiritua-
li, liturgiche e pastorali, vissute come una ricchezza mutuamente donata
(LG 13c; AG 22b)7.

3 Cf. CONGREGAZIONE EPR LA DOTTRINA DELLA FEDE, Dich. Dominus Iesus, 6 ag.
2000, n. 16, in AAS 92 (2000) 742-765; EV 19/1142-1200; cf. UR 3e; 4c.g.
4 Cf. CONGREGAZIONE PER LA DOTTRINA DELLA FEDE, Dich. Dominus Iesus, n. 17.
5 Cf. Ibid., n.16.
6 Ibid.
7 Cf. GIOVANNI PAOLO II, Enc. Ut unum sint, n. 95; W.KASPER, Una situazione in
cambiamento, in Regno/Doc. 51 (2006) 724; 726-727; la Nota informativa della
Congregazione per la Dottrina della fede così conclude: “gli Ordinariati personali istituiti
secondo la suddetta Costituzione Apostolica possono essere visti come un ulteriore passo
verso la realizzazione dell’aspirazione per la piena e visibile unione nell’unica Chiesa, che è
uno dei fini principali del movimento ecumenico” (L’Osservatore Romano, 21 ott. 2009, 8).
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 471

II.- “Patrimonio anglicano”


Innanzitutto è da dire che la Costituzione Apostolica e le Norme
Complementari date lo stesso 4 novembre 2009 dalla Congregazione per la
Dottrina della Fede, usano in modo generale il termine “anglicano”, anche
se a rivolgersi alla Santa Sede per essere ammessi nella piena comunione
con la Chiesa Cattolica, non sono solo gruppi di fedeli, chierici e laici, che
si trovano attualmente nella Comunione Anglicana, cioè sono in comunio-
ne con l’Arcivescovo di Canterbury, ma anche quelli che si sono già stacca-
ti da tale Comunione. Quindi con tale termine s’intendono tutto ciò e tutti
coloro che in un qualche modo hanno relazione con quella tradizione eccle-
siale che si è sviluppata in Inghilterra con lo scisma del secolo XVI.
Posto questo, cerchiamo di chiarire che cosa possiamo intendere per
“patrimonio anglicano”, che l’istituzione degli Ordinariati personali da
parte della Cost. ap. Anglicanorum coetibus, vuole tutelare come ricchezza
per la Chiesa Cattolica.
Il Decr. Unitatis redintegratio, al n. 13 dice: “Tra quelle (comunioni),
nelle quali continuano a sussistere in parte le tradizioni e le strutture catto-
liche, tiene un luogo speciale la Comunione Anglicana”.
Il 25 ottobre 1970 Paolo VI, nell’omelia pronunciata per la canoni-
zzazione del quaranta martiri dell’Inghilterra e del Galles, affermava che la
Chiesa anglicana ha un “worthy patrimony of piety and usage proper”, nel
senso di espressioni di pietà e usi compatibili con il cattolicesimo, che cos-
tituiscono un suo elemento distintivo8. Il “patrimonio anglicano” di cui si
parla nella Cost. ap. Anglicanorum coetibus non può essere costituito
dall’intero corpo degli articoli dottrinali, dalla letteratura teologica, dalle
forme liturgiche e dalla prassi istituzionale, che emergono dalla storia
dell’Anglicanesimo, a causa del forte influsso su di esso esercitato dal pro-
testantesimo. Quindi quello che può essere ritenuto di tale patrimonio
dev’essere sottoposto a discernimento dal sensus fidei della Chiesa
Cattolica. Elementi di tale patrimonio, che possono essere sottoposti a tale
discernimento sono i seguenti: 1) per quello che riguarda la liturgia si ha il

8 “There will be no seeking to lessen the legitimate prestige and the worthy
patrimony of piety and usage proper to the Anglican Church when the Roman Catholic
Church … is able to embrace her beloved Sister un the one authentic communion of the
family of Christ: a communion of origin and of faith, a communion of priesthood and of rule,
a communion of the Saints in the freedom and love of the Spirit of Jesus” (Insegnamenti di
Paolo VI, vol. VIII (1970), Tip.Pol.Vat. 1971, 1067).
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472 Gianfranco GHIRLANDA

Book of Common Prayer, che, promulgato definitivamente da Carlo II nel


1662, sulla base della prima edizione di Edoardo VI del 1549, ma con forti
influssi protestanti, contiene la liturgia della Chiesa d’Inghilterra riguardo
alla preghiera del mattino e della sera, della Santa Comunione o Santa cena
e dei sacramenti. Come abbiamo visto, nel 2003, la Congregazione per il
Culto Divino e la Disciplina dei Sacramenti pubblicò il Book of Divine
Worship, contenente elementi delle edizioni del 1928 e del 1979 del Book of
Common Preyer della Chiesa Episcopaliana e il Messale Romano del 1973,
per l’uso nelle sette parrocchie personali della Pastoral provision9; b) nella
riflessione teologica l’approccio è prevalentemente patristico; c) per quello
che riguarda la devozione, le preghiere private sono raccolte in storiche
antologie; d) la vita religiosa mantiene una spiccata affinità con la spiritua-
lità benedettina; e) l’organizzazione ecclesiastica pone l’accento sulla
dimensione sinodale della conduzione della comunità cristiana, sottolinean-
do in modo particolare la parrocchia, con forte coinvolgimento dei laici; f)
nell’azione pastorale l’enfasi è messa sui preti e vescovi come pastori e
maestri e il loro matrimonio è visto come modo di un maggiore inserimen-
to pastorale nella comunità. La Cost. ap. Anglicanorum coetibus e le Norme
Complementari in una certa misura tengono conto di questi elementi.

III.- NATURA DEGLI ORDINARIATI PERSONALI


Il mezzo giuridico che il Santo Padre ha preordinato per ricevere nella
piena comunione cattolica dei fedeli anglicani, in modo che possano mante-
nere vivo e alimentare il loro patrimonio spirituale, liturgico e pastorale, è
quello dell’erezione di Ordinariati personali (Cost. ap. Proemio; I § 1).
La competenza dell’erezione è data alla Congregazione per la Dottrina
della Fede (Cost. Ap. I, § 1; NC art.1), per il fatto che quest’ultima lungo

9 Non è molto facile identificare un “Patrimonio liturgico anglicano”, in quanto


alcuni gruppi dell’Anglicanesimo usano attualmente dei libri liturgici non anglicani, oppure
libri anglicani, ma con variazioni non ufficiali, altri anche da diversi anni il Messale Romano.
La maggior parte delle Chiese del Continuing Anglican Movement negli Stati Uniti
d’America non ha accettato l’edizione del 1979 del Book of Common Preyer della Chiesa
Episcopaliana e quindi usa quella del 1928 o altre versioni ufficiali precedenti. Gli Anglo-
Cattolici nella celebrazione dell’Eucaristia possono usare il Anglican Missal o l’English
Missal e normalmente nella liturgia adottano la King James Version della Sacra Scrittura (cf.
G.READ, Document No.V, Commentary, in Canon Law Society of Great Britain & Ireland
newsletter 160, 2009, 34).
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 473

tutto l’iter che ha portato alla Costituzione Apostolica ha dovuto affrontare


questioni di carattere dottrinale e questioni dello stesso carattere si presente-
ranno anche al momento dell’erezione dei singoli Ordinariati e per la piena
incorporazione di gruppi di fedeli anglicani nella Chiesa Cattolica. Tuttavia,
per singoli atti, ogni Ordinariato è soggetto non solo alla Congregazione per
la Dottrina della Fede, ma anche agli altri Dicasteri della Curia Romana
secondo le loro competenze (Cost. Ap. II). Solo per quello che riguarda la
visita ad limina Apostolorum, a cui l’Ordinario è tenuto ogni cinque anni,
oltre la Congregazione per la Dottrina della Fede, la Costituzione Apostolica
menziona espressamente la Congregazione per i Vescovi e la Congregazione
per l’Evangelizzazione dei Popoli (Cost. Ap. XI).
La Cost. ap. Anglicanorum coetibus afferma: “Ciascun Ordinariato
ipso iure gode di personalità giuridica pubblica; è giuridicamente assimila-
to a una Diocesi” (I, § 3) e nella nota n. 12 rimanda alla Cost. ap. Spirituali
militum curae, data da Giovanni Paolo II il 21 aprile 1986 per regolare l’e-
rezione e la vita degli Ordinariati militari, là dove si dice che questi “ven-
gono giuridicamente assimilati alle Diocesi” e “sono peculiari circoscrizio-
ni ecclesiastiche” 10.
La Costituzione Apostolica Anglicanorum coetibus, allora, prende
esplicitamente come riferimento gli Ordinariati militari e non altre figure
giuridiche anche presenti nel Codice di Diritto Canonico. Anche la Nota
informativa della Congregazione per la Dottrina della fede fa riferimento
solo agli Ordinariati militari e a nessun’altra figura istituzionale11.
È evidente che essendo diversa la finalità degli Ordinariati militari e
quella degli Ordinariati personali per i fedeli provenienti dall’Anglicanesi-
mo, pur essendovi delle analogie tra i due tipi di Ordinariati, tuttavia vi sono
anche differenze significative. Ci muoviamo nell’ambito di figure che sono
dalla Chiesa create per far fronte a varie situazioni particolari che eccedono
dall’ordinarietà della vita e delle necessità dei fedeli. La sollecitudine pas-
torale della Chiesa e l’elasticità del suo ordinamento canonico permettono
di configurare circoscrizioni che siano le più adatte a venire incontro a tali
necessità per il bene spirituale dei fedeli, purché esse non contraddicano i
principi che fondano l’ecclesiologia cattolica.

10 Cf. AAS 78 (1986) 481-486; EV 10/345-370.


11 Cf. L’Osservatore Romano, 21 ott. 2009, 8.
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474 Gianfranco GHIRLANDA

L’analogia viene stabilita dal fatto che sia gli Ordinariati Militari che
gli Ordinariati personali per gli Anglicani sono circoscrizioni ecclesiastiche
personali assimilate giuridicamente alle Diocesi.
Degli Ordinariati militari o castrensi non si parla nel Codice di Diritto
Canonico del 1983, ma ad essi si riferisce indirettamente nel c. 569, dove si
dice che i cappellani militari sono retti da leggi speciali. Un’allusione agli
Ordinariati militari si ha in PO 10b, come ricorda la Cost. ap. Spirituali mili-
tum curae (Introd.) e in CD 43a dove viene stabilito che in ogni nazione sia
eretto un Vicariato castrense per la cura spirituale dei militari. Del Vicariato
castrense espressamente si trattava nei cc. 219 dello Schema del 1977 e 337,
§ 2 dello Schema del 1980, nei quali si prevedeva la figura della Prelatura
personale con popolo proprio, pienamente assimilata ad una Chiesa partico-
lare, e quella del Vicariato castrense, che veniva chiamato Prelatura castren-
se e portato come esempio di Prelatura personale12. Esclusa la Prelatura per-
sonale dalla categoria delle Chiese particolari, in quanto i canoni che la
riguardano (cc. 294-297) non si trovano nella parte II del libro II, ma nella
parte I, e soppresso il paragrafo secondo del c. 337 dello Schema del 1980,
che trattava di essa, nello Schema del 1982, redatto dopo la Plenaria del
1981, in nessun canone si faceva menzione, neanche indirettamente, del
Vicariato castrense. Tuttavia nel c. 372, § 2 del Codice di Diritto Canonico
del 1983 si trovano aggiunte le parole “aliave simili ratione”13, che nel c.
372, § 2 dello Schema del 1982 non c’erano.
Nel c.372, § 1 si dice che “pro regula” la porzione di popolo di Dio,
che costituisce una Diocesi o un’altra Chiesa particolare, dev’essere circos-
critta entro un determinato territorio, per cui i fedeli fanno parte di una
Diocesi o di qualsiasi Chiesa particolare in base al domicilio o quasi-domi-
cilio, che è un criterio oggettivo, non strettamente ecclesiale, ma piuttosto
d’indole sociologica (c.107, § 1). Questa oggettività del criterio di apparte-
nenza viene messo significativamente in luce proprio dal territorio. Nello
stesso c. 372, § 2 non si esclude, tuttavia, la possibilità, dove l’utilità pasto-
rale lo richieda, di erigere Chiese particolari personali, ma il criterio di
appartenenza deve essere sempre ugualmente oggettivo, o ecclesiale, come,

12 Cf. . Communicationes 12 (1980) 278; 280-281.


13 “Attamen, ubi de iudicio supremae Ecclesiae auctoritatis, auditis Episcoporum
Conferentiis quarum interest, utilitas id suadeat, in eodem territorio erigi possunt Ecclesiae
particulares ritu fidelium aliave simili ratione distinctae”.
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 475

per es., l’appartenenza ad un rito o provenire dall’Anglicanesimo, o extraec-


clesiale, come per es. l’appartenenza alle forze armate o ad una nazionalità.
E’ da tener presente che finora non è stata costituita alcuna Diocesi
personale in base al c.372, § 2, ma sono assimilabili a Diocesi personali gli
Ordinariati militari o castrensi, gli Ordinariati apostolici per i fedeli di rito
orientale in un territorio di rito latino, l’Amministrazione apostolica perso-
nale “San Giovanni Maria Venney” eretta dalla Congregazione per i Vescovi
nella Diocesi di Campos in Brasile il 18 gennaio 2002 con il Decreto
Animarun bonum per i fedeli dell’Unione San Giovanni Maria Vianney
riammessi nella piana comunione con la Chiesa Cattolica e, ora, anche gli
Ordinariati personali per gli Anglicani. Tutte queste circoscrizioni persona-
li possono, almeno indirettamente, rientrare sotto la previsione generale del
c. 372, § 2.
Leggendo la Cost. ap. Anglicanorum coetibus, si ritrovano diversi
elementi che si ispirano alla Cost. ap. Spirituali militum curae e a Decr.
Animarun bonum, ma, come vedremo, anche molti elementi che differenzia-
no l’Ordinariato personale per gli Anglicani dall’Ordinariato militare e
dall’Amministrazione apostolica di Campos. Invece, dobbiamo dire che la
figura dell’Ordinariato personale per gli Anglicani si avvicina molto per la
sua finalità a quella dell’Ordinariato apostolico per i fedeli di rito orientale
in un territorio di rito latino. Infatti, tali fedeli sono affidati ad un
Ordinariato apostolico con piena giurisdizione personale su di essi14. È pro-
prio questa piena giurisdizione sui fedeli che assimila le due figure, in quan-
to, come vedremo, anche l’Ordinario personale a capo di un Ordinariato per
gli Anglicani ha piena giurisdizione sui fedeli appartenenti all’Ordinariato,
non essendo, questa, cumulativa con quella dei Vescovi diocesani del luogo,
come invece è quella sia dell’Ordinario militare15 che dell’Amministratore
apostolico di Campos16. Tuttavia, è plausibilmente ipotizzabile che non si

14 Il primo Ordinariato apostolico è sorto con la Lett. ap. Officium supremi


Apostolatus, data da Pio X il 15 luglio 1012, per la cura spirituale dei fedeli di rito Ruteno
in Canada, nominando un vescovo di rito ruteno con piena giurisdizione su di essi,
dipendendo solo dal Delegato Apostolico (cf. AAS 4, 1912, 556). Tuttora, gli Ordinariati
apostolici per i fedeli di rito orientale sono 6 (in Argentina, Austria, Brasile, Europa
Orientale, Francia, Grecia, Polonia).
15 Cf. Cost. ap. Spirituali militum curae, IV;
16 Cf. Decr. Animarun bonum, V.
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476 Gianfranco GHIRLANDA

sia scelta una figura giuridica sul modello dell’Ordinariato apostolico per i
fedeli di rito orientale in un territorio di rito latino, in quanto la tradizione
liturgica, spirituale e pastorale anglicana viene a configurarsi piuttosto come
una particolarità all’interno della Chiesa Latina stessa. Questo stesso fatto è
stato, probabilmente, anche una prima ragione per cui non si è prevista la
figura di una Chiesa sui iuris, insieme a una possibile ragione ecumenica,
per evitare ogni analogia con le Chiese uniate orientali.
Un Ordinariato personale per gli Anglicani è, allora, una circoscrizio-
ne ecclesiastica personale assimilata alla Diocesi, in quanto elemento costi-
tutivo di esso è la “portio populi Dei”, formata “da fedeli laici, chierici e
membri di Istituti di vita consacrata o di Società di vita apostolica, origina-
riamente appartenenti alla Comunione Anglicana e ora in piena comunione
con la Chiesa Cattolica, oppure che ricevono i Sacramenti dell’iniziazione
nella giurisdizione dell’Ordinariato stesso” (Cost. Ap. I, § 4). Le Norme
Complementari (= NC) stabiliscono che possono essere ammessi nell’Ordi-
nariato coloro che sono stati battezzati come cattolici fuori dell’Ordinariato
solo se sono congiunti di una famiglia appartenente all’Ordinariato stesso
(art. 5, § 1); questo per evitare che si diventi membri dell’Ordinariato per
motivi soggettivi, come, per es., l’attrazione della liturgia oppure per con-
trarre matrimonio prima dell’ordinazione, e non oggettivi, come dev’essere
per le circoscrizioni ecclesiastiche assimilate alle Diocesi17.
I fedeli laici e gli Istituti di vita consacrata e delle Società di vita
apostolica, provenienti dall’Anglicanesimo, debbono manifestare per iscri-
tto la volontà di entrare a far parte dell’Ordinariato (Cost. Ap. IX). Le
Norme Complementari prevedono che tali laici e Istituti di vita consacrata
e Società di vita apostolica siano iscritti in un apposito registro dell’Ordina-
riato (art. 5 § 1). Infatti, mentre si fa parte di una Chiesa particolare territo-
riale per il fatto del domicilio o quasi domicilio, si fa parte dell’Ordinariato
personale sulla base del fatto oggettivo della precedente appartenenza
all’Anglicanesimo oppure perché si è venuti alla fede cattolica tramite l’Or-
dinariato. Possiamo dire che l’iscrizione nel registro sostituisce il fatto del
domicilio o quasi domicilio, che in relazione all’appartenenza ad una stru-
ttura di carattere personale è irrilevante.
I chierici, invece, sono ascritti all’Ordinariato personale tramite l’in-
cardinazione, regolata secondo il Codice di Diritto Canonico (Cost. Ap. VI

17 Cf. G.READ, Document No.V, 32.


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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 477

§ 3) e ricevono le necessarie facoltà dall’Ordinario (NC 6, § 2). Le Norme


Complementari prevedono che possono essere accettati come seminaristi
nell’Ordinariato soltanto fedeli che fanno parte di una parrocchia personale
dell’ordinariato o coloro che provengono dall’Anglicanesimo (Artt. 10, § 4;
4, § 2). Questo non impedisce, però, che un chierico già Anglicano, facente
parte di una parrocchia personale costituita secondo la Pastoral provision e
ordinato nella Chiesa Cattolica, possa ottenere l’incardinazione in un
Ordinariato personale, a norma del c. 26718; così non è impossibile che, a
norma dello stesso canone, un chierico dell’Ordinariato ottenga l’incardina-
zione in una Diocesi territoriale o il trasferimento in essa a norma del c. 271.
La Cost. ap. Anglicanorum coetibus stabilisce che possono ricevere gli ordi-
ni sacri nella Chiesa Cattolica coloro che provengono dall’Anglicanesimo,
che rispondendo ai requisiti stabiliti dal diritto canonico, non soni impediti
da irregolarità io altri impedimenti (VI, § 1). Di per sé gli Anglicani che
chiedono di essere ammessi agli ordini sacri nella Chiesa Cattolica, non
essendo tenuti alle leggi ecclesiastiche (c. 11), non sono stati colpiti da irre-
golarità e impedimenti, tuttavia, la Costituzione apostolica ritiene che le
situazioni oggettive in cui i candidati si trovano al momento della loro
richiesta diventano rilevanti per ammissione all’ordinazione19. Sono invece
esclusi dall’esercizio del ministero sacro nell’Ordinariato coloro che, ordi-
nati nella Chiesa Cattolica, in seguito hanno aderito alla Comunione
Anglicana, in quanto sono incorsi nella scomunica latae sententiae (c. 1364)
e, anche se è stata loro rimessa la pena, sono irregolari a norma del c. 1044,
§ 1,2°; i chierici anglicani che si trovano in situazioni matrimoniali irrego-
lari, come divorziati e risposati, non possono essere ammessi agli ordini
sacri (NC 6, § 2). Un battezzato nella Chiesa Cattolica, che da adulto è
diventato anglicano, è incorso nella scomunica latae sententiae (c. 1364); se
viene riammesso nella piena comunione con la Chiesa Cattolica e chiede
l’ordinazione, anche se gli è stata rimessa la pena, è irregolare in base al c.
1041,2°. Coloro che sono incorsi in tali irregolarità possono ottenere la dis-
pensa dalla Santa Sede (c. 1047, § 2,1°)20.
Viene disposto che coloro che nell’Anglicanesimo erano nel grado
dell’episcopato, se sono coniugati, nella Chiesa Cattolica vengono ordinati
nel grado del presbiterato; possono essere chiamati ad assistere l’Ordinario

18 Cf. Ibid.
19 Cf. Ibid. 33.
20 Cf. Ibid.
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478 Gianfranco GHIRLANDA

nell’amministrazione dell’Ordinariato; possono essere invitati a partecipare


agli incontri della Conferenza Episcopale del rispettivo territorio, nello ste-
sso modo di un Vescovo emerito e possono ricevere dalla Santa Sede il per-
messo di usare le insegne episcopali (NC art. 11).
La cura pastorale ordinaria della porzione del popolo di Dio che cos-
tituisce l’Ordinariato è affidata all’Ordinario (Cost. Ap. IV), che, aiutato dal
suo presbiterio (Cost. Ap. X, § 1), esercita su di loro una potestà di giuris-
dizione personale, per cui non è circoscritta da un territorio all’interno di
una Conferenza Episcopale come una Chiesa particolare territoriale, ma è
esercitata “su tutti coloro che appartengono all’Ordinariato” dovunque si
trovino (Cost. Ap. V). Della stessa natura è la giurisdizione dei parroci delle
parrocchie dell’Ordinariato (Cost. Ap. VIII). Per quello che riguarda l’assis-
tenza ai matrimoni, hanno la facoltà ordinaria di assistere ai matrimoni dei
fedeli dell’Ordinariato l’Ordinario e i parroci dell’Ordinariato stesso o qual-
siasi sacerdote o diacono da loro delegati. Quindi se tali fedeli desiderano
celebrare il matrimonio nella parrocchia del territorio in cui hanno il domi-
cilio, l’Ordinario o il parroco dell’Ordinariato, per la validità della celebra-
zione, debbono delegare la facoltà di assistere a tale matrimonio. Inoltre si
deve tener conto del c. 1110: “L’ordinario e il parroco personali, in forza
dell’ufficio assistono validamente soltanto al matrimonio di coloro di cui
almeno un contraente sia suddito nell’ambito della sua giurisdizione”.
La potestà dell’Ordinario è ordinaria, cioè per lo stesso diritto anne-
ssa all’ufficio di Ordinario ma vicaria (c. 131, § 1), cioè esercitata in nome
del Romano Pontefice. Non va confusa con la potestà delegata, che è con-
cessa alla persona non mediante un ufficio (c. 131, § 1). Essa non è cumu-
lativa con quella degli Ordinari del luogo in cui i fedeli che fanno parte
dell’Ordinariato hanno il domicilio o il quasi domicilio, in quanto si preve-
de solo che essa “è esercitata in modo congiunto” con quella del Vescovo
diocesano locale nei casi previsti dalle Norme Complementari” (Cost. Ap.
V). Se la potestà dell’Ordinario fosse stata cumulativa con quella del
Vescovo diocesano in cui i fedeli dell’Ordinariato hanno il domicilio o quasi
domicilio, la Cost. ap. Anglicanorum coetibus avrebbe usato la stessa termi-
nologia usata nella Cost. ap. Spirituali militum curae e nel Decr. Animarum
bonum, documenti ai quali la prima in altri punti si ispira. La potestà si dice
“cumulativa”, in quanto è esercitata in modo generale “insieme” da più
autorità sugli stessi soggetti. Quindi affermando che la potestà dell’Ordina-
rio deve essere “esercitata in modo congiunto” con quella del Vescovo dio-
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 479

cesano si vuole dire che dev’essere esercitata in modo coordinato per prov-
vedere che sia assicurata la cooperazione tra i fedeli di ogni categoria appar-
tenenti all’Ordinariato e quelli appartenenti alla Diocesi solo nei casi stre-
ttamente previsti (Cost. Ap. VI, § 4; VIII, § 2; NC art. 5, § 2; 9) 21. Inoltre,
è indicativo che le Norme Complementari espressamente applica all’Ordi-
nario personale i cc. 383-388, 392-394 e 396-398, riguardanti il vescovo
diocesano (art. 4, § 1).
L’Ordinario, che può essere un Vescovo o un presbitero nominato dal
Romano Pontefice ad nutum Sanctae Sedis, esercita la sua potestà, proprio
perché ordinaria vicaria, in nome del Romano Pontefice. La nomina è fatta
in base ad una terna presentata dal Consiglio di governo, che corrisponde al
Consiglio presbiterale della Diocesi (NC art. 4, § 1). Il fatto che l’Ordinario
possa essere anche un presbitero dà una maggiore possibilità di scelta, in
quanto i Vescovi già anglicani coniugati non possono essere ordinati
Vescovi nella Chiesa Cattolica, ma possono essere ordinati presbiteri; un già
vescovo anglicano coniugato, se viene ordinato presbitero ed è nominato
Ordinario, esercita il ministero pastorale e sacramentale con piena autorità
giurisdizionale (NC art. 11, § 1). È stabilito che, sia se è vescovo sia se è
presbitero, è membro della rispettiva Conferenza Episcopale, quindi ha voto
deliberativo, lì dove è richiesto, come tutti gli altri membri (NC 2, § 2).
È evidente che di per sé tutti i vescovi già anglicani, se sono celibi e
hanno tutti i requisiti stabiliti dalla Chiesa Cattolica per la consacrazione
episcopale, la possono ricevere. In questo caso sarà normale che tra di loro
venga scelto l’Ordinario, in modo da evitare che Ordinario sia un presbite-
ro, sotto la cui giurisdizione si troverebbero dei vescovi; comunque questi,
a preferenza di presbiteri, dovrebbero essere assunti per assistere l’Ordina-
rio nell’amministrazione dell’Ordinariato.
Il fatto che l’Ordinariato personale per gli Anglicani sia una la por-
zione di popolo di Dio su cui l’Ordinario esercita una potestà ordinaria
piena lo differenzia dall’Ordinariato militare e dell’Amministrazione apos-
tolica di Campos, in quanto in essi la potestà ordinaria propria dell’Ordina-
rio militare e ordinaria vicaria dell’Amministratore apostolico è cumulativa

21 C’è chi interpreta la cosa nel senso che si tratta di “una potestà di giurisdizione
concorrente con quella dell’Ordinario loci” (cf. V.PARLATO, Note sulla Costituzione
apostolica Anglicanorum coetibus, in Stato Chiese e pluralismo confessionale (rivista
telematica: www.statochiese.it), Gennaio 2010, 9; 10). La nozione di “giurisdizione
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480 Gianfranco GHIRLANDA

con quella del Vescovo diocesano, pur avendo in comune il fatto che anch’e-
sse sono circoscrizioni ecclesiastiche personali. Le stesse caratteristiche,
invece, avvicinano di più l’Ordinariato personale per gli Anglicani all’Ordi-
nariato apostolico per i fedeli di rito orientale in un territorio di rito latino.
Che l’erezione dei vari Ordinariati personali possa essere solo all’in-
terno dei confini di una determinata Conferenza Episcopale (Cost. Ap. I, §
1) ci fa dire che si vuole mantenere una relazione dei fedeli e dell’esercizio
della giurisdizione dell’Ordinario con l’ambiente territoriale e culturale di
origine. Inoltre, nel territorio di una stessa Conferenza Episcopale, a secon-
da delle necessità, possono essere eretti anche più Ordinariati personali
(Cost. Ap. I § 2). Data la varietà dei gruppi appartenenti all’Anglicanesimo,
dai quali possono provenire i fedeli che chiedono di entrare in piena comu-
nione con la Chiesa Cattolica, si può ipotizzare, se i diversi gruppi sono
abbastanza numerosi, di costituire, all’interno di una stessa Conferenza
episcopale, Ordinariati per diversi gruppi di diversa origine22.
Da quanto descritto sopra, è chiaro, allora, che quello della Cost. ap.
Anglicanorum coetibus è un provvedimento che va ben al di là della
Pastoral Provision del 1980, di cui abbiamo parlato più sopra. Infatti, men-
tre la Pastoral Provision prevedeva che i fedeli provenienti dall’Anglicane-
simo appartenessero alla Diocesi in cui avessero il domicilio, pur essendo
oggetto di una particolare cura pastorale da parte del Vescovo diocesano, la
Cost. ap. Anglicanorum coetibus prevede che fanno parte dell’Ordinariato
personale, e non della Diocesi in cui stabiliscono il loro domicilio, fedeli di
ogni stato di vita (laici, chierici, membri di Istituti di vita consacrata e
Società di vita apostolica), provenienti, come singoli o in gruppi, dall’An-
glicanesimo o che ricevono i sacramenti dell’iniziazione nell’Ordinariato
stesso (Cost. Ap. I § 4).

concorrente” rimane oscura. Infatti, sembrerebbe indicare il fatto che i fedeli dell’Ordinariato
personale siano sottoposti alla giurisdizione del Vescovo diocesano secondo il loro domicilio
o quasi domicilio e che in concorrenza con tale giurisdizione, eserciti su di loro la sua
giurisdizione anche l’Ordinario. In fin dei conti questo equivarrebbe a una giurisdizione
cumulativa. Se l’autore intende questo contraddircee quanto poco sopra afferma: “Quanti
optano per l’adesione ad un Ordinariato sono soggette unicamente a quella struttura
gerarchica”. Perciò rimane oscuro che cosa vuole dire.
22 Cf. G.READ, Document No.V, 31.
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 481

IV.- FINALITÀ DELL’ORDINARIATO PERSONALE


Dalla lettura della Costituzione Apostolica e delle Norme
Complementari emanate dalla Sede Apostolica si percepisce chiaramente
l’intento, con la previsione di erezione di Ordinariati personali, di comporre
due esigenze: da una parte quella di “mantenere vive all’interno della
Chiesa Cattolica le tradizioni spirituali, liturgiche e pastorali della
Comunione Anglicana, quale dono prezioso per alimentare la fede dei suoi
membri e ricchezza da condividere” (Cost. Ap. III)23; dall’altra quella di
una piena integrazione di gruppi di fedeli o di singoli, già appartenenti
all’Anglicanesimo, nella vita della Chiesa Cattolica.
L’arricchimento è reciproco: i fedeli provenienti dall’Anglicanesimo,
entrando nella piena comunione cattolica, ricevono la ricchezza della tradi-
zione spirituale, liturgica e pastorale della Chiesa Latina Romana, per inte-
grarla con la loro tradizione, di cui a sua volta viene ad arricchirsi la stessa
Chiesa Latina Romana. D’altra parte proprio tale tradizione anglicana, che
viene ricevuta nella sua autenticità nella Chiesa Latina Romana, nell’Angli-
canesimo ha costituito uno di quei doni della Chiesa di Cristo che hanno
spinto tali fedeli verso l’unità cattolica.
L’Ordinario proprio perché sui fedeli che fanno parte dell’Ordinaria-
to personale esercita una potestà ordinaria vicaria in nome del Romano
Pontefice (Cost. Ap. V.b), è autonomo rispetto alla giurisdizione dei Vescovi
diocesani in cui i fedeli dell’Ordinariato hanno il domicilio e quindi può
meglio garantire che sia evitata un’assimilazione di tali fedeli nelle Diocesi
in un modo tale da perdere la ricchezza della loro tradizione anglicana,
apportando un impoverimento a tutta la Chiesa. D’altra parte l’Ordinario,
nell’esercizio della sua potestà vicaria, deve nello stesso tempo garantire
l’integrazione piena dell’Ordinariato nella vita della Chiesa Cattolica, evi-
tando che esso si trasformi in una “chiesuola” al suo interno.
La tutela e l’alimento della tradizione anglicana sono assicurati:
- dalla concessione all’Ordinariato della facoltà di celebrare l’Eu-
caristia e gli altri Sacramenti, la Liturgia delle Ore e le altre azio-
ni liturgiche secondo i libri liturgici propri della tradizione angli-
cana approvati dalla Santa Sede, senza però escludere che le

23 Su questo insiste più di una volta la Nota informativa della Congregazione per la
Dottrina della fede (cf. L’Osservatore Romano 21 ott. 2009, 8).
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482 Gianfranco GHIRLANDA

celebrazioni liturgiche avvengano anche secondo il Rito Romano


(Cost. Ap. III);
- dal fatto che l’Ordinario, per la formazione dei seminaristi
dell’Ordinariato che vivono in un seminario diocesano, può sta-
bilire programmi specifici oppure erigere una casa di formazio-
ne per loro (Cost. Ap. VI § 5; NC art. 10 §§ 1 e 2)24; i seminaris-
ti debbono provenire da una parrocchia personale dell’Ordinaria-
to o comunque dall’Anglicanesimo (NC art. 10 § 4);
- dalla concessione che coloro che erano ministri coniugati
nell’Anglicanesimo, anche vescovi, possono essere ordinati nel
grado del presbiterato, a norma dell’Enciclica di Paolo VI
Sacerdotalis coelibatus, n. 42 e della Dichiarazione In June, cioè
rimanendo nello stato matrimoniale (Cost. Ap. VI § 1);
- dalla possibilità, dopo un processo di discernimento basato su
criteri oggettivi e le necessità dell’Ordinariato (NC art. 6 § 1), di
chiedere al Romano Pontefice di ammettere caso per caso all’Or-
dine Sacro del presbiterato anche uomini coniugati, in deroga al
c. 277, § 1, sebbene la regola sia che vengano ammessi all’ordi-
ne del presbiterato solo uomini celibi (Cost. Ap. VI § 2);
- dall’erezione di parrocchie personali da parte dell’Ordinario,
dopo aver sentito il parere del Vescovo diocesano del luogo e
ottenuto il consenso della Santa Sede (Cost. Ap. VIII § 1);
- dalla possibilità del trasferimento in un Ordinariato personale di
una parrocchia personale eretta in base alla Pastoral provision,
se c’è l’accordo tra il vescovo diocesano sotto la cui giurisdizio-
ne è la parrocchia e l’Ordinario personale25;
- dalla possibilità di ricevere Istituti di vita consacrata e Società di
vita apostolica provenienti dall’Anglicanesimo e di erigerne di
nuovi (Cost. Ap. VII);
- dal fatto che, per il rispetto della tradizione sinodale dell’Angli-
canesimo: a) l’Ordinario è nominato dal Romano Pontefice, sulla

24 Alcuni elementi specifici della tradizione anglicana nella formazione del clero
sono: la particolare insistenza sugli studi biblici e l’approccio teologico patristico e storico;
la formazione liturgica non solo nella celebrazione dei sacramenti, ma anche al culto
paraliturgico; la predicazione; la collaborazione con i laici.
25 Cf. G.READ, Document No.V, 31.
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 483

base di una terna di nomi presentata dal Consiglio di Governo


(NC art. 4 § 1); b) la costituzione del Consiglio Pastorale dell’Or-
dinariato e delle parrocchie è prevista come obbligatoria (Cost.
Ap. X § 4; NC art. 13; 14, § 1); c) il Consiglio di Governo, com-
posto di almeno sei sacerdoti, oltre le funzioni stabilite dal
Codice di Diritto Canonico per il Consiglio Presbiterale e il
Collegio dei Consultori, esercita anche quelle specificate nelle
Norme Complementari, dovendo in alcuni casi dare il suo con-
senso o esprimere il suo voto deliberativo (Cost. Ap. X § 2; NC
art. 12).
L’integrazione nella vita della Chiesa Cattolica è assicurata da
quelle norme che disciplinano la professione di fede e le relazio-
ni con le Conferenze Episcopali e con i singoli Vescovi diocesa-
ni, secondo le quali:
- il Catechismo della Chiesa Cattolica è considerato l’espressione
autentica della fede dei membri dell’Ordinariato (Cost. Ap. I §
5), che però dev’essere manifestata attraverso la Professione di
fede (NC art. 5, § 1);
- la Santa Sede, prima di erigere un Ordinariato personale deve
consultare la Conferenza Episcopale all’interno dei cui confini
territoriali viene stabilito (Cost. Ap. I § 1);
- l’Ordinario è membro della rispettiva Conferenza Episcopale, di
cui è tenuto a seguire le direttive, a meno che non siano incom-
patibili con la Costituzione Apostolica Anglicanorum coetibus
(NC art. 2);
- l’ordinazione di ministri provenienti dall’Anglicanesimo è pre-
vista come assoluta, nel rispetto dell’Epistola Apostolicae curae
data da Leone XIII il 13 settembre 189626; in nessun modo viene

26 Cf. ASS 29 (1896-1897) 193-203. Leone XIII dichiarò nulle le ordinazioni


appoggiandosi su i seguenti dati: la mancanza di intenzione e di forma sacramentali, il
giudizio e la prassi di riordinare dei suoi predecessori. Infatti, i redattori dell’Ordinal del
1552 di Edoardo VI, tuttora in uso nella Comunione Anglicana, sotto l’influsso protestante,
eliminarono appositamente tutte le cerimonie espressive del sacramento dell’ordine come
inteso nella Chiesa Cattolica, e, in modo particolare, tutto ciò che si riferisse alla potestà di
celebrare il sacrificio eucaristico e la potestà di rimettere i peccati, come funzioni proprie del
sacerdozio ministeriale.
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484 Gianfranco GHIRLANDA

previsto che siano ammessi all’ordine dell’episcopato uomini


coniugati (NC art 11 § 1), questo per rispetto a tutta la tradizione
cattolica latina e delle Chiese orientali cattoliche, nonché della
tradizione ortodossa;
- i presbiteri incardinati in un Ordinariato costituiscono il suo pres-
biterio, ma debbono coltivare un vincolo di unità con il presbite-
rio della Diocesi nel cui territorio svolgono il loro ministero e
favorire iniziative e attività pastorali e caritative congiunte, che
potranno essere oggetto di convenzioni stipulate tra l’Ordinario e
il Vescovo o i Vescovi diocesani interessati (Cost. Ap. VI § 4; NC
art. 3); è prevista la possibilità di mutuo aiuto pastorale tra i chie-
rici incardinati nell’Ordinariato e quelli incardinati nella Diocesi
in cui si trovano fedeli dell’Ordinariato (NC art. 9 §§ 1 e 2);
- i presbiteri dell’Ordinariato possono essere eletti membri del
Consiglio Presbiterale della Diocesi nel cui territorio esercitano
la cura pastorale dei fedeli dell’Ordinariato (NC art. 8 § 1);
- i presbiteri e i diaconi dell’Ordinariato possono essere membri
del Consiglio Pastorale della Diocesi nel cui territorio esercitano
il loro ministero (NC art. 8 § 2);
- la potestà dell’Ordinario è esercitata in modo congiunto con il
Vescovo diocesano nei casi previsti dalle Norme Complementari
(Cost. Ap. V; NC art. 5 § 2);
- i candidati agli Ordini sacri debbono essere formati insieme agli
altri seminaristi, specialmente per quello che riguarda gli ambiti
dottrinale e pastorale, anche se può essere per loro previsto un
programma particolare oppure può essere eretta una casa di for-
mazione (Cost. Ap. VI § 5; NC art. 10);
- per erigere una parrocchia personale o una quasi-parrocchia
l’Ordinario deve aver sentito il parere del Vescovo diocesano del
luogo (Cost. Ap. VIII § 1; NC art. 14, § 3);
- le Norme Complementari stabiliscono quando i diritti e i doveri
propri del parroco dell’Ordinariato saranno esercitati in mutuo
aiuto pastorale col parroco del territorio in cui è eretta la parroc-
chia personale (Cost. Ap. VIII § 2; NC 14, § 2);
- il tribunale competente per le cause giudiziali riguardanti i fede-
li appartenenti all’Ordinariato è quello della Diocesi in cui una
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 485

delle parti ha il domicilio, a meno che l’Ordinariato non abbia


costituito un suo tribunale; nell’uno e nell’altro casosi deve tener
conto dei diversi titoli di competenza stabiliti dall Codice di
Diritto Canonico (Cost. Ap. XII)27.

CONCLUSIONI
Come si può vedere, ci troviamo di fronte a una struttura canonica
flessibile, in quanto si può prevedere che i Decreti di erezione dei singoli
Ordinariati terranno conto della situazione particolare dei vari luoghi ada-
ttando ad essa quanto contenuto nella presente Costituzione Apostolica e
nelle Norme Complementari.
Ci si può chiedere se la Cost. ap. Anglicanorum coetibus può creare
delle difficoltà nei rapporti ecumenici tra la Chiesa Cattolica e la
Comunione Anglicana.
Dobbiamo dire che, dal punto di vista della Chiesa Cattolica, difficol-
tà ecumeniche non possono sorgere dal provvedimento preso con la Cost. ap.
Anglicanorum coetibus. Difficoltà ecumeniche sono sorte precedentemente
con l’ordinazione di donne al presbiterato e all’episcopato, l’ordinazione di
persone che vivono in un’unione omosessuale e la benedizione delle coppie
omosessuali. Queste stesse ragioni sono state causa di divisioni all’interno
della Comunione Anglicana e l’occasione ultima, che ha spinto gruppi di
Anglicani a chiedere la piena comunione con la Chiesa Cattolica. Il Cardinal
Kasper, nello stesso discorso tenuto alla Conferenza di Lambeth del 2008,
riguardo all’ordinazione delle donne affermava: “Ora, sembra che la piena
comunione visibile quale fine del nostro dialogo abbia fatto un passo indie-
tro, che il nostro dialogo ha obiettivi meno definiti e quindi che il suo cara-
ttere ne risulterà alterato. Sebbene questo dialogo possa ancora condurre a
buoni risultati, non sarà sostenuto dal dinamismo che deriva dalla possibili-
tà realistica dell’unità che Cristo esige da noi o dalla partecipazione comune
alla mensa del Signore, alla quale aneliamo con tanto ardore”28.

27 Si tratta di una proroga di competenza a favore del tribunale della Diocesi in cui
una delle parti ha il domicilio, per venire incontro alla difficoltà che facilmente l’Ordinariato
potrebbe avere di costituire un tribunale proprio. In nota 21 si fa riferimento anche ai cc.
1410-1414 e 1673, che stabilkiscono i diversi titoli di competenza.
28 W.KASPER, Anglicanesimo oggi: speranze di un cattolico, in Regno/Doc. 53,
2008, 517.
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486 Gianfranco GHIRLANDA

Infine, premesso che il battesimo ricevuto nella Comunità Anglicane


è valido, così come il matrimonio, a meno che non sia affetto da qualche
causa di nullità29, per quello che riguarda il periodo di transizione tra le
richieste di piena comunione e l’attuazione della Costituzione apostolica si
pone una serie di questioni, che dovranno essere prese in considerazione
dalle varie Conferenze Episcopali, in stretta congiunzione con la Santa
Sede. Per questo nelle Conferenze Episcopali interessare dovrebbe essere
formata una commissione che esamini le varie problematiche che sorgeran-
no e proponga soluzioni.
Infatti, un Ordinariato potrà essere eretto solo dopo che i fedeli, laici
o chierici, hanno avuto una preparazione adeguata per entrare nella piena
comunione con la Chiesa Cattolica.
Per i laici e i membri degli Istituti di vita consacrata e delle Società
di vita apostolica dovrà essere predisposto un programma di formazione
catechetica, per un tempo e con contenuti stabiliti dalla Conferenza
Episcopale, in quanto per essere ammessi nell’Ordinariato dovranno aderi-
re al contenuto dottrinale del Catechismo della Chiesa Cattolica (Cost. Ap.
I, § 5) e quindi fare la professione di fede.
Per i chierici, poi, dovrà essere stabilito un programma specifico di
formazione teologica e di preparazione spirituale e pastorale all’ordinazio-
ne nella Chiesa Cattolica, secondo quanto stabilirà la Conferenza
Episcopale
Una questione che si potrebbe porre è come e da chi i fedeli riceve-
ranno i sacramenti nel tempo in cui i loro pastori saranno sottoposti a tale
programma di formazione precedente l’ordinazione nella Chiesa Cattolica,
che potrebbe richiedere un periodo di loro assenza dalle comunità. A mio
parere, in questo caso, oltre il battesimo, se, effettivamente tali fedeli profe-
ssano la fede cattolica nei sacramenti che chiedono, in particolare l’Eucaris-
tia, la penitenza e l’unzione degli infermi, questi potrebbero essere loro
impartiti da sacerdoti cattolici (cf. c. 844, § 4).
Inoltre, è da supporre una legittima aspettativa da parte dei fedeli di
una parrocchia di continuare ad avere i pastori che prima avevano e che

29 È da tener presente che gli anglicani non sono tenuti alla forma canonica (c. 1117).
Inoltre, dopo il loro ingresso nella Chiesa Cattolica, per le cause di nullità sono competenti i
tribunali cattolici, tenendo presente quanto stabilito nella Cost. ap. Anglicanorum coetibus,
XII.
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SITUAZIONE ATTUALE DELLA COMUNIONE ANGLICANA E RISPOSTA DELLA SANTA... 487

quindi vengano nominati parroci o vicari parrocchiali (NC 14, § 1) coloro


che già prima erano i pastori di quella comunità.
Nella Comunione Anglicana è molto significativa la collaborazione
dei laici nella vita della parrocchia, impegnati in diversi servizi e ministeri,
anche remunerati. Si dovrà discernere circa i ministeri che i laici possono
continuare a svolgere e come provvedere ad una loro remunerazione.
Una questione che si pone è quella degli edifici di culto. Infatti, anche
se un’intera parrocchia entra nella piena comunione con la Chiesa Cattolica,
non ha diritto a continuare ad usare la chiesa parrocchiale e gli edifici
parrocchiali di prima. Una speranza è che le autorità anglicane e quelle
cattoliche trovino insieme, nello spirito del Vangelo, una soluzione.
Si pone la questione economica riguardo alla remunerazione dei chie-
rici. Le Norme Complementari prevedono che, in armonia con quanto sta-
bilisce il Codice di Diritto Canonico (cc. 281, §§ 1 e 2; 384) l’Ordinario
deve assicurare loro un’adeguata remunerazione e provvedere alla previ-
denza sociale per sovvenire alle loro necessità in caso di malattia, invalidi-
tà o vecchiaia (NC art. 7, §§ 1). Dato che l’Ordinariato, specialmente all’i-
nizio avrà pochi mezzi a disposizione, l’Ordinario potrà convenire con la
Conferenza Episcopale eventuali risorse o fondi per il sostentamento del suo
clero (NC art. 7, § 2). Si prevede anche che, in caso di necessità, col perme-
sso dell’Ordinario, i presbiteri potranno esercitare una professione secolare,
compatibile con l’esercizio del ministero sacerdotale (NC art. 7,§ 3; cf. c.
286). Tale previsione è particolarmente opportuna per i presbiteri coniuga-
ti; i diaconi permanenti, per il c. 288 possono esercitare tale professione.
Comunque, nella previsione della remunerazione si deve tener presente se il
sacerdote è coniugato oppure no, e, qualora lo sia, quanti sono i figli a cari-
co e se la moglie ha un lavoro oppure no, in quanto dev’essere assicurato un
dignitoso tenore di vita a tutta la famiglia. A questo scopo si deve incorag-
giare la generosità dei fedeli laici per contribuire al sostentamento dei loro
pastori e delle loro famiglie. Anche in tutta questa materia sarebbe auspica-
bile la via di un accordo tra la Conferenza Episcopale e le autorità anglica-
ne.
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RECENSIONES
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RECENSIONES 491

AA. VV., (a cura di I. BOLGIANI), La Chiesa Cattolica in Italia. Normativa


Pattizia, Giuffrè Editore, Milano, 2009, 606 p. (ISBN 88-14-14599-7)
El volumen que presentamos, publicado por el Centro Studi sugli En-
ti Ecclesiastici (CESEN) de la Universita Cattolica del Sacro Cuore de Mi-
lán, dirigido por el Prof. Giorgio Feliciani, continua una serie de libros que
contienen de modo cuidadosamente ordenado textos legislativos y fuentes
de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, que resultan de extraordina-
ria utilidad para la investigación y, seguramente, para el trabajo jurídico en
estas disciplinas en Italia.
Se trata de algo más que de una recopilación de normas. Por lo pron-
to, abre el volumen un largo y meduloso trabajo de la Prof. Bolgiani, sobre
la “Nueva dinámica de relaciones entre Estado e Iglesia Católica. Las fuen-
tes pacticias en el cuadro de la evolución del ordenamiento civil y canóni-
co”, que oficia de inmejorable introducción. Se explica allí cómo el “Acuer-
do de Villa Madama” de 1984, que modificó de modo significativo los
Acuerdos de Letrán de 1929, abrió camino a la producción de una gran can-
tidad de acuerdos bilaterales ejecutivos, de diverso nivel, dando lugar a una
“negociación permanente” entre autoridades eclesiásticas y civiles. Ese
acuerdo se inspira tanto en la evolución política e institucional italiana,
cuanto de modo particular en el Concilio Vaticano II y el principio de cola-
boración entre el Estado y la Iglesia, convertido en principio cardinal de las
relaciones mutuas en el marco de la laicidad (que no es “indiferencia”) del
Estado. La autora define al acuerdo de 1984 como “concordato marco” den-
tro del cual encuentran lugar gran cantidad de acuerdos menores que produ-
cen un conjunto normativo en continua evolución.
Algunos de esos acuerdos involucran a la Santa Sede misma en rela-
ción con el Estado italiano, y son fruto del trabajo de las “comisiones pari-
tarias” correspondientes, adoptando las formas propias del derecho interna-
cional. Pero en muchos otros casos el interlocutor por la parte eclesiástica
es la Conferencia Episcopal italiana (teniendo como contraparte a diversos
organismos estatales), pero también las conferencias episcopales regionales
o provincias eclesiásticas, e incluso diócesis. El estudio introductorio expo-
ne muchos complejos matices de esta participación.
El volumen contiene sucesivamente los acuerdos entre la Santa Sede y
el Estado italiano (y las leyes y decretos de aprobación, o intercambios de no-
tas en su caso), los acuerdos entre la Conferencia Episcopal Italiana y las auto-
ridades civiles competentes; los acuerdos y protocolos de carácter local (regio-
F anuarioRECENSIONES489-521 7/16/11 5:28 PM Page 492

492 RECENSIONES

nal); y un apéndice con normas estatales unilaterales pero referidas a algunos


de los temas que son materia de acuerdos y por tanto complementarias de es-
tos.
Es de especial interés ver qué materias han tenido, en los últimos
veinticinco años (el volumen contiene acuerdos celebrados entre 1984 y
2009, período breve en la larga historia italiana, pero evidentemente prolí-
fico). Es claro que la situación de Italia es absolutamente única en el mun-
do, por el inescindible vínculo histórico, geográfico, cultural y social entre
ese país y la Santa Sede; por el extraordinario desarrollo de las estructuras
eclesiásticas; por la extensión inabarcable del patrimonio cultural de propie-
dad, uso o valor religioso. Sin embargo y salvadas las enormes distancias,
el modelo de relación puede ser una referencia útil a la hora de pensar posi-
bilidades para otros países.
A los acuerdos entre la Santa Sede misma e Italia ha quedado reser-
vados el reconocimiento de personalidad jurídica de entes eclesiásticos, el
sostenimiento del clero mediante el sistema de asignación tributaria (el
“ocho por mil”), la definición de días festivos, el reconocimiento de títulos
académicos pontificios, la interpretación del acuerdo de 1984 en varios as-
pectos, y los procedimientos criminales que involucran a clérigos.
La Conferencia Episcopal ha tenido a su cargo la conclusión de
acuerdos (oportunamente aprobados luego por la Santa Sede, en su caso),
sobre asistencia espiritual al personal policial, bienes culturales de interés
religioso (incluyendo su catalogación e inventario y los catálogos bibliográ-
ficos), y la enseñanza de la religión católica en escuelas públicas.
A su turno, las Conferencias Episcopales Regionales han celebrado
acuerdos sobre asistencia religiosa en las cárceles y establecimientos sanita-
rios; una gran cantidad sobre protección de bienes culturales de interés reli-
gioso (referidos a su conservación, valorización, restauración, utilización y
disfrute, salvaguardia, catalogación, conservación y consulta de archivos y bi-
bliotecas, y la verificación y declaración del interés cultural mismo de deter-
minados bienes muebles e inmuebles); y alguno específicamente sobre los
“oratorios” y entres religiosos que desarrollan actividades similares.
La normativa unilateral del estado que se incluye en el volumen, se re-
fiere a la asistencia espiritual en hospitales y a la policía; a bienes culturales
nuevamente; a entes eclesiásticos (entre ellos, los destinados al sostenimiento
del clero diocesano), la enseñanza de la religión en la escuela, y el matrimonio.
En suma, se trata de una obra de consulta sumamente útil y muy ac-
F anuarioRECENSIONES489-521 7/16/11 5:28 PM Page 493

RECENSIONES 493

tualizada, que pone de manifiesto cómo es posible desarrollar y mantener


una relación civilizada de mutua cooperación entre la Iglesia y el Estado, a
veces tan difícil de lograr en otras latitudes. Y también, la preocupación por
cuestiones que entre nosotros siempre quedan “para más adelante”, como es
la tutela y protección de los bienes culturales de interés religioso, capítulo
aún casi virgen del Derecho Eclesiástico latinoamericano.
Juan G. NAVARRO FLORIA

AA. Vv., , (a cura di S. COGLIEVINA), Le Conferenze episcopali in Europa.


Un nuovo attore delle relazioni tra Stati e Chiesa cattolica, Vita e Pensie-
ro, Milano, 2010, 226 p. (ISBN 978-88-343-1869-0)

Este volumen recoge una serie de investigaciones presentadas en un


Congreso organizado por el Centro Studi sugli Enti Ecclesiastici (CESEN)
de la Universita Cattolica del Sacro Cuore de Milán, dirigido por el Prof.
Giorgio Feliciani. La reunión fue celebrada en Roma en enero de 2009 y es-
tuvo dedicada a analizar las experiencias de relación entre la Santa Sede, las
Conferencias Episcopales y los Estados europeos. El tema central y convo-
cante fue precisamente el rol que les toca a las Conferencias Episcopales,
como actores novedosos (a partir del Concilio Vaticano II) en la celebración
y ejecución de acuerdos entre la Iglesia Católica y los estados nacionales.
Pero si ese tema es interesante en sí mismo, lo cierto es que el libro contie-
ne más de lo que promete y excede esa cuestión específica.
La breve pero muy medulosa introducción escrita por Giorgio Feli-
ciani demuestra cómo, a pesar de los presagios de que el Concilio marcaría
el fin de los concordatos, esa forma de relación jurídica de la Iglesia (ac-
tuando por medio de la Santa Sede) y los estados ha mantenido y aún acre-
centado su vitalidad, ya no para la búsqueda de privilegios (ni tampoco pa-
ra otorgarlos al Estado, vista la decisión de evitar esa modalidad impuesta
por el decreto Christus Dominus), sino como forma de actuar y garantizar
la libertad religiosa que la Iglesia reclama para sí misma y sus fieles, pero
también para todos los hombres y comunidades religiosas. En ese marco, las
Conferencias Episcopales aparecen (especialmente a partir del magisterio y
las decisiones jurídicas acerca de ellas de Juan Pablo II) como un actor lla-
mado a ejecutar algunos de tales concordatos o acuerdos, y también a cele-
brar otros nuevos en desarrollo de aquellos, en ejercicio de facultades otor-
F anuarioRECENSIONES489-521 7/16/11 5:28 PM Page 494

494 RECENSIONES

gadas por la Santa Sede. De tal manera, los concordatos o acuerdos que és-
ta celebra tienden a convertirse en “concordatos marco”, necesitados de
acuerdos ulteriores librados a la actuación de las Conferencias Episcopales,
según el modelo del concordato italiano de 1984. Tal la tesis de Feliciani.
Los estudios que trae el libro no se refieren a todos los acuerdos fir-
mados por la Santa Sede en tiempos recientes, ni siquiera a todos los euro-
peos, sino solamente a la situación de algunos países de ese continente (lo
que, dicho sea de paso, alienta a emprender estudios similares referidos a
otras regiones, en particular América Latina). Tampoco todos los países de
Europa: deliberadamente se han dejado de lado algunos ya muy estudiados,
como España. Hay un estudio sobre Italia, uno sobre Francia por su pecu-
liar modelo de “laicidad” (completado con un agudo ensayo del prof. Fran-
cesco Margiotta Broglio entorno del concepto de “laicidad positiva” pro-
puesto por el presidente Sarkozy), y otros sobre Malta, Polonia, República
Checa, Eslovaquia, Eslovenia, y Hungría. Como se advierte, se ha dado pre-
ferencia a los países “ex comunistas” donde la actividad concordataria o pa-
raconcordataria ha sido necesariamente intensa por el cambio de condicio-
nes políticas del final del siglo XX.
Esos estudios sin embargo no están únicamente dedicados al rol de
las Conferencias Episcopales, sino que como necesario marco conceptual e
histórico informan sobre las relaciones entre Iglesia y Estado en general y
su evolución reciente, lo que les confiere aún un mayor interés. Es posible
de esa manera asomarse a las particularidades nacionales y sus complejida-
des (por ejemplo, el peculiar rol que en Hungría cumple, históricamente pe-
ro también ahora, el “Primado”, quien se erige en un actor en sí mismo que
se suma a la Santa Sede y a la Conferencia Episcopal en las relaciones con
el Estado, según explica el muy buen artículo de Balasz Schanda). El artí-
culo principal sobre Francia, debido a Patrick Valdrini, gira en torno de la
novedosa experiencia de la “instance de dialogue” institucionalizada entre
la Conferencia Episcopal y el gobierno, oportunamente ilustrada con algu-
nos documentos.
El examen de las evoluciones particulares de cada país, permiten no-
tar también que por una parte las Conferencias Episcopales en ocasiones son
“empoderadas” (para usar un término de moda) por la Santa Sede para pro-
ducir las normas de desarrollo ulterior de los concordatos –tal es la hipóte-
sis propuesta por Feliciani en la convocatoria-, pero en otras ocasiones tie-
nen una actuación que es previa a la firma de concordatos y acuerdos, que
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RECENSIONES 495

se firman ulteriormente para dar seguridad jurídica a lo que había sido pre-
viamente negociado y acordado entre la Conferencia y el Estado. Se trata de
un rol no formal, pero que pertenece a la dinámica real de las relaciones, y
sobre el que vale la pena detenerse.
Además de los trabajos referidos a cada uno de los países, el libro
contiene otro también debido al prof. Feliciani, que analiza el rol y la origi-
nal estructura jurídica de la “Comisión de los episcopados de la Comunidad
Europea” (COM.E.CE.), creada para interactuar con la Unión Europea y
que se suma, o se superpone, a la existencia de un representante de la San-
ta Sede ante dicha comunidad (nuncio), y al Consejo de Conferencias Epis-
copales Europeas (CCEE). Evidentemente, la novedad de la Unión Europea
obliga también a la Iglesia a crear estructuras nuevas y adecuadas; pero en
todo caso y reforzando la tesis del libro, otorga un renovado protagonismo
a los episcopados nacionales, acaso a expensas de la Santa Sede.
Todos los trabajos son interesantes, de distinto modo. Algunos son
más académicos. Otros más testimoniales, casi “en primera persona”, por
ser escritos por protagonistas de la negociación y aplicación de los acuerdos
(como el caso del referido a Malta, de Ugo Mifsud Bonnici; o el de Eslove-
nia de Ivan Janez –tuhec). Queda claro que no es lo mismo una conferencia
episcopal antigua y numerosa como la polaca, que otra con apenas cuatro o
cinco miembros, como la maltesa o la eslovaca. La carta del cardenal Ber-
tone que abre el volumen, advierte sobre “la notable variedad de aproxima-
ciones y soluciones, fruto de la diversa historia y cultura de cada una de las
naciones”, al tiempo que resalta la vigencia actual de los concordatos y
acuerdos entre la Santa Sede y los estados que, “en los últimos decenios tie-
nen como característica la de prever un involucramiento de las Conferencias
Episcopales”, tal como queda demostrado a lo largo del libro. La edición es
de muy buena calidad.
Juan G. NAVARRO FLORIA
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496 RECENSIONES

AA. VV., (P. M. DUGAN, planner, presenter and editor), Towards future
Developments in Penal Law: U.S. Theory and Practice. A Symposium
Held under the Auspices of the Pontifical Council for Legislative Texts at
the Pontifical University of the Holy Cross, Rome, March 5-6, 2009. Co-
llection Gratianus Series. Montreal, Wilson and Lafleur, 2010.

Esta publicación contiene las conferencias dictadas con motivo del


Simposio realizado en Roma con el auspicio de la Pontificia comisión para
los testos legislativos y la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. El mis-
mo fue realizado como una respuesta a las consultas realizadas por el Car-
denal Francesco Coccopalmeiro acerca de una posible revisión del Código
de Derecho Canónico, particularmente de la ley penal. Así lo indicó el Sr.
Cardenal en la introducción, destacando la importancia de descubrir cual-
quier laguna jurídica o normas que hayan quedado obsoletas ya sea por el
paso del tiempo o por el cambio de circunstancias, de modo tal que estas
puedan ser propuestas al Legislador que es El Santo Padre.
No obstante que las conferencias tratan temas penales, en gran medi-
da referidos a los casos de abusos sexuales cometidos por clérigos en los Es-
tados Unidos, las mismas son de gran utilidad para la aplicación del dere-
cho penal en cualquier parte del mundo. La experiencia en los tribunales de
los expositores presenta una gran oportunidad de conocer, y en ocasiones re-
pensar, algunas cuestiones del derecho penal canónico.
Ciertamente que felicitamos la publicación de estas conferencias y re-
comendamos su lectura muy especialmente a quienes trabajan en Tribuna-
les Eclesiásticos.
Es de destacar la critica inteligente y con animo de contribución a una
mejor administración de la justicia a lo largo de todas las conferencias, las
cuales deberían ser consideradas en orden a cualquier reforma del derecho
penal, muy particularmente el respeto por los derechos de todos los impli-
cados en un proceso penal, y al decir todos vale la pena recordar que ello
implica al mismo acusado.
Patricia M. Dugan, en su exposición “The Need to Know vs. Confi-
dentiality: Do Pontifical Secret and the Clamoring of the Media Deny Ca-
nonical Rights?, expuso el papel de los medios de comunicación masiva en
relación a los abusos sexuales cometidos por clérigos en los Estados Unidos
de América. De un modo claro y valiente sin subjetividad deja de manifies-
to la peculiar atención que dieron los medios a los abusos sexuales ocurri-
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RECENSIONES 497

dos dentro de la Iglesia Católica. La autora muestra con claridad que la pre-
sión de los medios no puede justificar el no cumplimiento de determinados
derechos de los clérigos, hace particular referencia al c. 281. Adviértase
aquí que seguramente por error de tipografía en las pags. 22-23 se alude al
c. 280, entendemos que se pretende continuar refiriéndose al mismo canon
ya referido, es decir, el c. 281. Se hace a continuación un tratamiento del se-
creto pontificio en relación a lo implica el termino como tal en la realidad
propia de los Estados Unidos y sugiere que el termino que sería más ade-
cuado podría ser, desde esa realidad, “privilegio pontificio”. No duda en
afirmar que el “poligrafo” es una violación al secreto pontificio. Sin rodeos,
ella sugiere, incluso, el modo en que debería juzgarse un posible caso de
violación del secreto pontificio. Por otro lado, también se exponen las difi-
cultades que trae consigo para el acusado el secreto pontificio lo cual se
ilustra con dos ejemplos. Se concluye el artículo dejando clara la necesidad
de que cada sociedad debe tener una ley en orden a proteger ambos dere-
chos, el individual y el social, de igual modo se afirma que la sociedad pue-
de castigar pero en orden a rehabilitar al transgresor para convertirlo en un
miembro productivo de la sociedad.
El Rverendo John J. Foley, expuso acerca de la Investigación Preli-
minar (cc. 1717-1719). El autor expone el tema desde su propia experiencia
a través del ejemplo de algunos casos. De este modo plantea algunos inte-
rrogantes: ¿Es apropiado que un ordinario inicie una investigación prelimi-
nar basada en una denuncia anónima? ¿Debería el ordinario remover a un
sacerdote del ministerio pastoral mientras se conduce la investigación pre-
liminar? Su respuesta, por cierto adecuada, es que ninguna ley de la Iglesia
ordena que durante la investigación preliminar se remueva al sacerdote del
ministerio. Asimismo afirma que el c. 1717 no requiere el inicio de una in-
vestigación preliminar ante denuncias anónimas. A través de otros ejemplos
el autor aconseja que no se prive al sacerdote de la investigación preliminar
ni se “canonice” los reportes de la autoridad civil. Tampoco que se utilice
las posibilidades otorgadas por el c. 1722 durante la investigación prelimi-
nar sino cuando el juicio ha sido comenzado. Además se deja en claro el mo-
do de utilizar los métodos psicológicos de evaluación, es decir con previo,
explícito, informado y libre consentimiento. En este tema recuerda una Di-
rectiva del Secretario de Estado en el año 1976, conocida en nuestro entor-
no. De vital importancia y en no pocos casos ausentes es la recomendación
a los ordinarios de considerar el tipo de abuso cometido, el grado de impu-
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498 RECENSIONES

tabilidad, la edad de la víctima, entre otros elementos. El autor propone la


novedad de tribunales administrativos como una opción que podría em-
plearse al menos “ad experimentum”. Se destaca las palabras del Papa Juan
Pablo II respecto de la aplicación del principio de proporcionalidad, distin-
guiendo los diferentes grados de gravedad de los delitos. Se concluye anhe-
lando la necesidad de un manual de procedimiento penal.
Los diferentes temas tratados desde distintos casos que, a mi juicio,
son una muestra de lo que ocurre nos solo en los Estados Unidos de Améri-
ca, dan un gran valor a este artículo que plante varias cuestiones, entre las
que se debe destacar la necesidad de la investigación preliminar, el cuidado
de los métodos que se utilizan en los tribunales y la proporcionalidad del ca-
sito en relación a la gravedad del delito y sus circunstancias.
La Hermana Victoria Vondenberger, trata acerca del rol del promotor
de justicia. No podía faltar este tema en este simposio y la premisa de la que
parte la autora no podía ser más oportuna: “El promotor de justicia debe sal-
vaguardar la integridad del proceso penal judicial trabajando para equilibrar
los derechos de todos aquellos involucrados en el bie común”. Con firmeza
afirma que el promotor de justicia debe trabajar para la verdad el caso. El
contexto en el que fundamenta que cada persona debe presumirse inocente
hasta que se pruebe que es culpable es elogiable y debería tenerse en cuen-
ta ya que al no estar expresamente en el sistema canónico en no pocas oca-
siones lamentablemente se actúa precisamente del modo contrario, particu-
larmente con ocasión del tema de los abusos sexuales cometidos por cléri-
gos. No en vano la autora señala que ese concepto está presente en muchas
leyes de distintas naciones y que es mencionado en la Declaración univer-
sal de los derechos humanos.
Seguidamente trata defierentes derechos de los fieles incluidos los
clérigos tales como el derecho a no ser castigado sino acorde a la ley (c. 221
§ 3) o la de ser juzgado con la ley mas favorale al acusado (c 13139. Asi-
mismo se trata respecto de los derechos de los acusados y los testigos, los
derechos del obispo diocesano, de los parroquianos y de la Iglesia univer-
sal. En toda esta extensa consideración se deja de manifiesto no pocas difi-
cultades que surgen en torno al tema de los abusos sexuales en orden a es-
tablecer la veracidad de los hechos. Destacamos la gran dificultad que sig-
nifica poder “controlar” a un clérigo de posibles abusos si la pena es la di-
misión del estado clerical. Interesante cuestionamiento que plantea un pro-
blema aún no resuelto a pesar de que los medios y los mismos abusados
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RECENSIONES 499

crean que lo mejor es la expulsión del sacerdote del estado clerical. Otra di-
ficultad, por cierto común, planteada por la autora es la poca colaboración
que suelen querer prestar quienes afirman haber sido abusados. La autora
sugiere una revisión acerca de la imposición de penas en la ley de la Iglesia
que pueda facilitar la resolución de conflictos. Y reclama mayor protección
de los derechos de los acusados durante la investigación preliminar y el pro-
ceso ya sea penal o administrativo.
Hubiéramos deseado que se tratara más en extenso el rol del promotor
de justicia, que la premisa con la que comenzó hubiese sido especificada más
en detalle, seguramente el tiempo breve de una conferencia no lo hizo posible.
El reverendo David L. Deible abordó el tema: “Canon 1341: Pastoral
Principles Within the Penal Process. El autor comienza realizando conside-
raciones al evangelio, Santo Tomás, San Agustín, el Código de 1917 y el
Concilio Vaticano II, que ubican el contexto del significado del c. 1341 es-
pecíficamente de elementos como la corrección fraterna antes del inicio de
un juicio penal. Se llega a través de esta exposición a comprender el signi-
ficado e importancia de este canon y el conflicto que en la práctica ha plan-
teado respecto de las “Essential Norms” y el “Charter” y el conocido “prin-
cipio” que muchos obispos en los Estados Unidos denominaron “tolerancia
cero”. El autor ilustra muy bien las dificultades con algunos ejemplos prác-
ticos que deben conducir a la reflexión y a la vez encontrar la respuesta de
cuál es a la luz de los distintos casos de abusos sexuales la posibilidad real
que tienen los ordinarios de aplicar este canon. Claramente el autor, con
quien coincidimos, plantea la necesidad de una modificación del otro prin-
cipio que subyace en las decisiones respecto de los casos de abusos, y no so-
lo en los Estados Unidos: “one strike-and-you are-out” (un error y estás fue-
ra). Asimismo se hace una defensa del sistema canónico y se responde a al-
gunos cuestionamientos en los que no nos es posible detenernos pero que
ciertamente son dignos de atender. Al respecto se concluye que ningún sis-
tema legal es completo. También se dedica aquí a tratar, brevemente la cues-
tión del c. 22. Una vez más en este simposio se reclama la distinción de las
conductas de abuso sexual en cuanto a la gravedad para una aplicación de
las penas acorde a la misma. Finalmente se concluye afirmando el lado
evangélico, pastoral y jurídico del c. 1341.
El Reverendo Paul F. Robinson, expuso su conferencia titulada “Co-
llection and Evaluation of Proofs. El tema central como se expone en el tí-
tulo son las pruebas. Se da una breve explicación de la naturaleza de la prue-
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500 RECENSIONES

ba canónica, su definición y elementos y tipos de pruebas. La exposición es


de principios doctrinales conocidos, no obstante consideramos oportuno que
el autor haya decidido recordarlas ya que no siempre son todas evaluadas y
consideradas adecuadamente en los juicios de abusos sexuales. Su exposi-
ción respecto de algunos métodos utilizados como pruebas es excelente, y
es importante cuanto aporta respecto del polígrafo y opiniones científicas en
torno a este método y otros en los que se detiene como el “Recovered Me-
mory Therapy” (RTM). Seguidamente se trata de un modo breve pero claro
el modo de evaluación de las distintas pruebas. Finalmente se dan unas pau-
tas esenciales que no deberían ser desconocidas a nadie que trabaja en cues-
tiones penales y por supuesto llevadas a la práctica.
El reverendo Patrick R. Lagges, expuso su conferencia titulada “Re-
solution of Cases by Rescript, Penal Precept, or Decree. Comienza, el autor,
analizando algunos aspectos de las “Essential Norms” de los Estados Uni-
dos de América. Particularmente se detiene en señalar que los clérigos eran
o son removidos de sus ministerios durante la investigación preliminar
mientras que el c. 1722 establece que estas medidas pueden se tomadas en
cualquier momento del proceso, y la investigación preliminar no es parte de
este proceso. A esto también hay que sumarle la cuestión, que bien se plan-
tea aquí respecto del tiempo que transcurre desde que el caso es enviado a
la Congregación para la Doctrina de la Fe y las situaciones que pueden dar-
se mientras tanto. Seguidamente se atiende a la norma 1º de las “Essential
Norms”, es decir cuando el obispo solicita al Santo Padre la dimisión “ex of-
ficio”. A raíz de esto se trata la naturaleza del precepto penal, la dificultad
de qué se debe comprender por un caso “grave y claro” y el aspecto del de-
recho de defensa ante este actuar. Se alude al CIC 17, a los cc. 1317-1319
del CIC 83, al concilio de Trento y algunas Instrucciones de la Santa Sede
para una comprensión si es que se puede más acabada del tema. A su vez se
trata de los remedios penales tanto en el CIC 17 como en el Código actual,
y el objetivo del legislador con respecto a ellos. De igual modo se deja en
claro qué ley penal debe ser aplicada cuando esta sufre cambios, como ha
ocurrido con los delitos sexuales cometidos por clérigos con menores. Tam-
bién afirma el autor, con la experiencia que le da su práctica, que a pesar de
que se presuma que en la conclusión de un proceso de abuso sexual la ver-
dad será clara la realidad muestra que esto no siempre es así y seguidamen-
te enumera algunas dificultades concretas que surgen. Destaco, que es muy
importante que el autor se haya detenido en el tema del la relación obispo-
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RECENSIONES 501

clérigo que se ha visto seriamente afectada y necesita ser restaurada. La ci-


ta del n. 76 del Directorio para el Ministerio pastoral de los obispos es muy
oportuna.
La última ponencia “A General Canonical Backgrounder for Interpre-
ting USCCB Essential Norms in the Contexto of the Evolution of Canoni-
cal Penal Law” estuvo a cargo del Profesor Luis Navarro. El autor presenta
un resumen sobre le origen de de estas normas propias de las Iglesias Parti-
culares de los Estados Unidos de América y luego se detiene en explicar la
naturaleza de las mismas. Seguidamente expone la relación entre las “Es-
sential Normas” y el “Charter”. En relación a las primeras se examinan al-
gunos puntos particulares en relación al status jurídico de los presbíteros y
diáconos planteándose ciertas dificultades que han venido aparejadas junto
a estas normas, de modo que el autor con buen criterio se pregunta acerca
de ciertas cuestiones reales que no se presentan de fácil solución, tales co-
mo la protección de los derechos y reputación de los acusados. Después se
analiza el concepto de abuso sexual en las “Essential Norms” en relación al
concepto del Código de 1917 y al actual. Asimismo se aborda la delicada
cuestión de la prescripción penal de estos delitos, afirmando con acierto que
el paso del tiempo lleva consigo un alto riesgo de condenar a un inocente
debido a la dificultad de obtener testigos y porque el tiempo lleva al olvido
de las cosas ocurridas. Finalmente trata el tema de la dimisión ex officio,
destacando que siempre que se pueda realizar un proceso judicial no se de-
bería optar por la vía administrativa. De gran oportunidad es su reflexión fi-
nal en la conclusión donde recuerda que las “Nomas” deben aplicarse de
acuerdo a los principios del derecho penal canónico y que, como ha dicho
el Romano Pontífice, Juan Pablo II, las normas canónicas deben ser aplica-
das con justicia y equidad. Nuevamente en estas ponencias y validamente
creemos se trae a colación el principio de gradualidad en la aplicación de las
penas.
Ricardo Daniel MEDINA OAR
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502 RECENSIONES

CAVALCANTE OSB, H., Introdção ao studo do código de cânones das Igre-


jas Orientais, Edições Loyola, São Paulo, Brasil, 2009, 220 páginas,
ISBN 978-85-15-00259-7

Con la Constitución Apostólica Sacri cánones de Juan Pablo II, el 18


de octubre de 1990, se completó el moderno corpus iuris canonici y se fa-
voreció el conocimiento y la estima del oriente cristiano. Ya en 1917, Bene-
dicto XV no sólo promulgó el Código de derecho canónico para la Iglesia
latina sino que también pensó con sumo interés en las Iglesias orientales.
Por ello mismo, en ese mimo año, instituyó la Sagrada Congregación para
la Iglesia Oriental y le atribuyó “todas las facultades que las restantes con-
gregaciones tienen para las iglesias a rito latino” (CDC` 1917´ can. 257 §
2), exceptuando solamente algunas competencias. También se preocupó pa-
ra que en Roma existiese una sede propia de estudios superiores para las
materias orientales que se llamó “Instituto Pontificio de Estudios Orienta-
les”.
Pío XI pensó en una codificación del derecho canónico oriental y
enumeró esta idea en uno de los asuntos más urgentes, presidiendo el mis-
mo los trabajos. Esta codificación de la disciplina canónica de los orienta-
les comenzó en 1999.
El trabajo fue arduo debido precisamente a la riqueza que poseen las
Iglesias orientales y por eso tuvo durante mucho tiempo las idas y vueltas
que tienen las cuestiones más ricas y delicadas. Sin embargo, le tocó a Juan
Pablo II aprobar el último esquema entregado por la Comisión en enero de
1989 con el deseo de que así fuera promulgado. Luego de ser revisado per-
sonalmente por el Sumo Pontífice, con la ayuda de algunos peritos y oída la
Comisión Pontificia para la Revisión del Código de Derecho Canónico
Oriental, terminó por ser promulgada.
La disciplina del estudio de los cánones orientales no tiene muchos
cultores. No es fácil conseguir escritos completos acerca del derecho que ri-
ge a estos fieles. Sin embargo Dom Hugo Da Silva Cavalcante, ha realiza-
do con éxito este trabajo en su volumen titulado Introdção ao studo do có-
digo de cânones das Igrejas Orientais. El autor es brasilero, monje benedic-
tino, Bachiller en Filosofía por el Anselnianum y en Sagrada Teología por el
Angelicum y Doctorado en Derecho Canónico por la Universidad Latera-
nense, todas Universidades en Roma. Es miembro de la Sociedad brasilera
de Canonistas, miembros de la asociación amigos del Oriente Cristiano; de
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RECENSIONES 503

la Consociatio Internationalis Studio Canonici promovendo y miembro co-


rrespondiente de la Asociación Portuguesa de Canonistas.
La obra consta de 220 páginas dividida en catorce capítulos. En ellos
resume una pedagógica descripción de: las Iglesias rituales orientales cató-
licas, la historia de la preparación y la promulgación del CCEO, el conteni-
do y las modificaciones, interpretaciones auténticas y algunas complemen-
taciones que fueron hechas después de la promulgación del Código. Es in-
teresante rescatar la explicación detallada acerca de la terminología oriental
con respecto a la canonística latina. Para el que está acostumbrado al uso del
vocabulario común en Occidente es un buen diccionario para el uso correc-
to de los vocablos jurídicos aplicados a esa parte de la Iglesia lamentable-
mente poco conocida en toda su riqueza.
Otro aporte de singular importancia es el didáctico glosario oriental
donde quedan plasmadas una serie de expresiones que son propias del mun-
do oriental. Según las palabras del mismo autor “ellas ayudarán a compren-
der mejor el texto, sobre todo el código, cuando queremos profundizar el es-
tudio de la riqueza de esta disciplina”.
El capítulo nueve es un trabajo acerca de la Sagrada Liturgia y confi-
gura las prescripciones frecuentes para que sean diligentemente observadas.
Completa la obra una abundante bibliografía que el autor consultó y
aporta a sus lectores.
Es de desear que pueda ser usado en muchas Facultades e Institutos
que enseñan esta disciplina y congratulamos al profesor Cavalcante OSB
por esta obra que, en su humildad lo intituló “Introducción”, pero que en
realidad constituye un completo estudio de la materia y demuestra la pro-
fundidad de su conocimiento.
Ariel David BUSSO
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504 RECENSIONES

CORTÍNEZ CASTRO, R. SJ (coordinador), CELIS BRUNET, A. M. y PIMSTEIN


SCROGGIE, M. E., Derecho Eclesiástico Chileno. Normas comentadas y
concordadas, Ediciones UC, Santiago de Chile, 2010, 205 páginas,
(ISBN 978-956-14-1130-2).

El Centro de Libertad Religiosa (CELIR) de la Facultad de Derecho


de la Pontificia Universidad Católica de Chile, fundado y eficientemente di-
rigido por la Prof. Ana María Celis Brunet, ha sido el ámbito donde se ges-
tó esta importante y utilísima obra, coordinada por el Hno. René Cortínez
Castro y que se presenta como “la primera recopilación comentada de la le-
gislación eclesiástica chilena”. Efectivamente, es una recopilación legislati-
va, pero también es bastante más que eso.
Luego de las presentaciones y agradecimientos de rigor, el libro prin-
cipia por una presentación breve pero muy abarcativa y ordenada, de las dis-
tintas materias que conforman el Derecho Eclesiástico. Este capítulo, res-
ponsabilidad de la Dra. María Elena Pimstein, pasa revista de ellas señalan-
do cuales son las normas jurídicas vigentes en Chile en cada una: reconoci-
miento jurídico de las entidades religiosas, autonomía económica, financia-
miento de las confesiones, educación religiosa, iglesias y cultura, religión
en el derecho del trabajo, asistencia espiritual en instituciones públicas, ma-
trimonio y derecho de familia, protección penal de la libertad religiosa; y los
subcapítulos correspondientes. Es una enumeración ordenada de normas,
con brevísimos comentarios, y la identificación en nota de algunos fallos ju-
diciales o trabajos doctrinarios especialmente relevantes.
A continuación, el libro se ordena en cuatro capítulos sustantivos, de-
dicados respectivamente a la Constitución política de Chile; los instrumen-
tos internacionales multilaterales suscriptos por Chile que contienen refe-
rencias a la materia religiosa (se identifican veintitrés, entre tratados, proto-
colos y declaraciones, estas últimas no vinculantes); los Códigos de la Re-
pública (Civil, penal, del Trabajo, Sanitario, Orgánico de Tribunales, de
Procedimiento Civil, Procesal Penal, de Procedimiento Penal, de Justicia
Militar y de Derecho Internacional Privado); y finalmente la Ley 19.638 de
Iglesias y Organizaciones religiosas.
En estos capítulos no solamente se transcriben las partes pertinentes
de las normas vigentes, sino también y en cada caso las concordancias
(“normas relacionadas”), y cuando resulta oportuno un breve comentario
(“observaciones”) que explican el sentido de la norma, o algún antecedente
relevante, o remiten a algún tema vinculado. Tanto en las concordancias co-
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RECENSIONES 505

mo en las observaciones, se ha puesto un especial cuidado en relacionar las


normas del Derecho Eclesiástico del Estado con las del Derecho Canónico
vigente, que a menudo se transcriben o al menos son citadas.
La obra concluye con dos útiles anexos. En primer lugar, un “Catálo-
go de obras que tratan del Derecho Público Eclesiástico, Derecho Eclesiás-
tico del Estado, Relaciones Iglesia y Estado y Libertad Religiosa en Chile”,
publicadas entre 1848 y 2002, con algunas excepciones posteriores. Es un
útil trabajo realizado por el coordinador del libro y que será de indudable
utilidad para los estudiosos. Sin ser exhaustivo, cita abundantes libros y ar-
tículos doctrinarios. El otro apéndice es un índice analítico que permite ubi-
car las normas por tema ágilmente.
Se trata sin duda de un trabajo serio y meticuloso, útil para eclesiasti-
cistas y para canonistas, por el empeño puesto en poner en paralelo ambos or-
denamientos que, por sus remisiones explícitas e implícitas, se imbrican e ilu-
minan recíprocamente. Los comentarios son de una extrema sobriedad, ape-
nas lo indispensable para situar la institución de que se trate en cada caso.
La presentación anuncia que es la primera publicación de una serie,
lo que es de desear que se cumpla. Efectivamente, si bien en esta ocasión se
exponen las normas fundamentales (constitución, tratados internacionales y
códigos, además de la ley que específicamente rige a las iglesias y entida-
des religiosas), el propio estudio preliminar da cuenta de una buena canti-
dad de otras normas vigentes, que forman parte de pleno derecho de la ma-
teria de que aquí se trata y que han quedado a la espera de una ulterior pu-
blicación ordenada como la que aquí comentamos. Pero más allá de ello, no
cabe duda de que estamos aquí ante lo fundamental y sustancial del Dere-
cho chileno en materia de Derecho Eclesiástico.
Esta publicación da cuenta de la creciente madurez de esta rama del
Derecho, en Chile y en América Latina en general. En el país vecino en par-
ticular, ya son varias las obras doctrinarias y las cátedras universitarias de-
dicadas a ella, con matices diversos. La obra que hoy presentamos, se bene-
ficia además con una muy cuidada edición (que permite su fácil lectura, pe-
se a la letra muy pequeña). Será sin duda un elemento de gran utilidad para
profesores, alumnos universitarios, y operadores del Derecho que tengan
necesidad o simple curiosidad por asomarse a esta materia, en Chile y más
allá de sus fronteras.
Juan G. NAVARRO FLORIA
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506 RECENSIONES

ESCRIVÁ IVARS, J., El proceso contencioso declarativo de nulidad de ma-


trimonio canónico, EUNSA, ISBN 978-84-313-2612-8, Pamplona 2009,
207 páginas.

Si bien esta obra está destinada al ámbito universitario de las casas de


estudio españolas, ya que sus destinatarios son sobre todo los alumnos de
las facultades de Derecho y también los docentes, a los que pretende servir
de guía de exposición, en realidad el estilo conciso y la claridad del texto
permiten a los interesados de cualquier latitud aproximarse con comodidad
a la estructura y al contenido del proceso canónico de nulidad matrimonial.
La inclusión del término contencioso en el título del volumen puede
merecer algún reparo, en la medida en que, como se sabe, es discutible que
el proceso judicial de nulidad del matrimonio canónico revista –estricta-
mente hablando– carácter contencioso. Ahora bien, si lo que el A. buscó fue
el distinguirlo del proceso documental, la elección no es superflua.
La brevedad del texto no implicó concesiones a la liviandad. Al con-
trario, es justo destacar el rigor con el que se exponen las diversas fases del
proceso. Pero, al tratarse de una obra destinada a familiarizar y formar a los
operadores en la práctica del proceso, no deben buscarse en ella los funda-
mentos teóricos de las instituciones vinculadas al proceso judicial. Al decir
operadores, nos referimos sobre todo a los abogados y también a algunos
funcionarios de los tribunales, como los instructores y los notarios. No in-
cluimos a los jueces porque, si bien ellos han de conocer muy bien las di-
versas fases del proceso, es indispensable que estén asimismo sólidamente
formados en la ciencia del derecho procesal que implica necesariamente la
fundamentación teórica de sus instituciones. De lo contrario, sería muy di-
fícil que el proceso judicial expresara en la práctica “el gran respeto que se
debe a los derechos de la persona humana, que han de ser tutelados con to-
do cuidado y solicitud, (y que) debe inducir a los jueces a la observancia
exacta de las normas procesales, que constituyen precisamente la garantía
de los derechos de la persona.”(JUAN PABLO II, Discurso al Tribunal de la
Rota Romana, el 17 febrero 1979 n.4, en AAS, 71 (1979), pp. 422-427). Y
ya que citamos al tan recordado y venerado Pontífice, agreguemos otra afir-
mación suya: “El proceso justo es objeto de un derecho de los fieles (cfr.
can. 221) y constituye al mismo tiempo una exigencia del bien público de
la Iglesia. Las normas canónicas procesales, por consiguiente, deben ser ob-
servadas por todos los protagonistas del proceso como manifestaciones de
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RECENSIONES 507

aquella justicia instrumental que conduce a la justicia sustancial.” (JUAN PA-


BLO II, Discurso al Tribunal de la Rota Romana el 18 enero 1990 n.7, en
AAS, 82 (1990), pp. 872-877).
En la obra que nos ocupa, en cambio, la naturaleza el proceso, la de
la acción y la de la excepción, la fundamentación del derecho de defensa,
la fundamentación de la presencia de la defensoría del vínculo, etc. están
ausentes de la exposición, que se centra en la descripción del desarrollo de
las fases procesales desde la presentación del escrito inicial, con las carac-
terísticas y el contenido que debe tener, la documentación que debe acom-
pañarlo, hasta la fase ejecutoria de la segunda decisión conforme. En el
medio, se abordan las diversas actitudes que puede asumir la parte que no
dio inicio al proceso y la fijación de la fórmula de dudas; la fase instructo-
ria, con la reglas generales sobre las pruebas, los distintos tipos de pruebas
y su práctica; la fase discusoria, previo decreto de publicación de las actua-
ciones y decreto de conclusión de la causa; finalmente, los pronunciamien-
tos judiciales, con las cualidades, contenido y formalidades que debe tener
la sentencia. A continuación el A. aborda las posibilidades de impugnación
de la sentencia de primera instancia y la necesaria intervención de un tri-
bunal superior.
No obstante, el lector interesado en las cuestiones teóricas de derecho
procesal canónico encontrará en la bibliografía consignada en pp. 89-94, lu-
gares apropiados para resolver su inquietud, tanto con relación a cuestiones
generales como con respecto a temas concretos y precisos.
Una segunda parte de la obra resultará sin duda de mucha utilidad a
todos los operadores del proceso. En efecto, se contiene en ella un conjun-
to de cincuenta modelos de formularios. Algunos de ellos muy breves, co-
rresponden a peticiones de una parte al juez (por ejemplo, solicitando el pa-
trocinio gratuito), otros corresponden a decretos judiciales, cédulas de cita-
ción, providencias y notificaciones varias, o modelos de oficios. También se
incluyen modelos y esquemas de escritos de demanda, de ofrecimientos de
prueba, de interrogatorios, de alegatos, de observaciones de la defensoría
del vínculo, y aun esquemas de sentencia y de decreto confirmatorio. En su-
ma, todo un conjunto de escritos que pueden orientar convenientemente la
actividad del tribunal y la de todas aquellas personas que de algún modo in-
tervengan en el proceso, muy especialmente en aquellas situaciones –¡ay!
más frecuentes de lo deseable– en las que se añora una capacitación más
adecuada de sus protagonistas.
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508 RECENSIONES

La tercera parte del libro contiene los datos de la organización judi-


cial de España, y la guía de las diócesis españolas. Esto último no reviste,
obviamente, tanto interés para un lector ajeno a esa concreta realidad terri-
torial.
Hugo Adrián VON USTINOV

HERNÁNDEZ M., L. DE J. - MEDINA BALAM, M., Setenta años de Discur-


sos a la Rota Romana, de Pío XII a Benedicto XVI (1939-2009), Univer-
sidad Pontificia de México, ISBN 978-607-7837-01-5, México 2009, 436
páginas.

Cincuenta y siete alocuciones de los Papas a la Rota romana cubren el


abanico de los setenta y un años que van de 1939 a 2009 inclusive. Nueve
discursos de Pío XII, tres del Beato Juan XXIII, quince de Paulo VI, veinti-
séis de Juan Pablo II y cuatro de Benedicto XVI. Los autores de la recopila-
ción hacen notar que, en algunos años, los Pontífices no dirigieron sus habi-
tuales alocuciones a la Rota. Eso sucedió en 1943, 1948 y de 1950 a 1958 en
el caso de Pío XII y en 1962 para el B. Juan XXIII. A partir de Paulo VI, la
regularidad anual fue la norma, con la excepción del año 1964 para ese ve-
nerado pastor supremo, y la de 1985 para el caso de Juan Pablo II.
Los compiladores conocen y mencionan otras colecciones de Alocu-
ciones papales a la Rota, publicadas en inglés, francés, italiano y castellano,
aunque subrayan que la presente es la más completa, lo que se corresponde
con una fecha más reciente de publicación.
Todos los Discursos están transcriptos en lengua castellana y los A.A.
consignan que les pertenece la traducción de los pronunciados en italiano
por Pío XII. El resto de los textos castellanos fue tomado de l’Osservatore
Romano, del sitio internet oficial de la Santa Sede y de otras fuentes no ofi-
ciales que hubiera sido quizás preferible individualizar. Los profesores me-
xicanos advierten que se han permitido cambiar algunas voces por las que
son más usuales en México, sin que eso suponga modificar el sentido de los
textos. Así, por ejemplo, el empleo del ustedes en lugar del vosotros, o cier-
tas formas verbales como saben en lugar de sabéis, etc. En cualquier caso,
para cada uno de los Discursos, se consigna(n) la(s) fuente(s) en donde el
lector puede encontrar el texto original.
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RECENSIONES 509

Los destinatarios del volumen son explícitamente los operadores his-


panohablantes de tribunales eclesiásticos y el objetivo que se han propues-
to los A.A. es que el acceso a los textos pontificios sirva de “referencia se-
gura para ejercer el ministerio de la justicia en la Iglesia y para fundamen-
tar (los jueces) sus decisiones en las causas matrimoniales, especialmente
por lo que se refiere al sustento in iure et in facto de las sentencias” (p.10).
Buscan, de ese modo, hacer eco a la afirmación de Benedicto XVI según la
cual “el valor de las intervenciones del Magisterio eclesiástico sobre las
cuestiones jurídicas matrimoniales, incluidos los Discursos del Romano
Pontífice a la Rota Romana, son una guía inmediata para la actividad de to-
dos los tribunales de la Iglesia, en cuanto que enseñan con autoridad los que
es esencial sobre la realidad del matrimonio” (Disc. 26-I-2008).
Los A.A. han puesto título a cada Discurso, con el objeto de indicar
los que estimaron ser el tema o los temas principales de cada una de las alo-
cuciones. Desde luego, que la elección del título puede parecer más o me-
nos pertinente, según los casos, de acuerdo con la sensibilidad de cada lec-
tor, pero supone casi siempre una pauta de utilidad cuando se busca un te-
ma concreto.
Cada una de las alocuciones está seguida de un breve comentario (así
lo denominan sus autores), que no debe ser identificado con un resumen. En
efecto, en esos comentarios, los A.A. transcriben en ocasiones su propia in-
terpretación del Discurso pontificio, que no siempre coincidirá con la con-
clusión a la que llega el lector. Un ejemplo de lo que decimos está en el co-
mentario al Discurso de Juan Pablo II, de fecha 22 de enero de 1996: en él
no aparece claramente delimitado lo que es afirmación del Pontífice y los
que es deseo o propuesta –legítima, por cierto– de los compiladores.
Una decisión feliz ha sido la de consignar una sintética bibliografía
referida al tema concreto del Discurso, o al Discurso mismo, al final de ca-
da comentario. Es obvio que esas referencias bibliográficas no agotan la
cuestión, pero representan una orientación que interesará a quienes hayan de
profundizar en uno u otro tema.
Es posible que haya sido un acierto el no hacer una edición con un
gran número de ejemplares, ya que al tratarse de una recopilación llamada
a crecer, reclamará, sin duda, una actualización periódica para sumar las
nuevas aportaciones pontificias que se agregarán a las incorporadas en la
presente publicación.
Hugo Adrián VON USTINOV
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510 RECENSIONES

MARTÍN DE AGAR, J. – NAVARRO, L., Legislazione delle Conferenze epis-


copali complementare al C.I.C., seconda edizione aggiornata, Coletti a
San Pietro Editore, Roma 2009, 1372 pp.

Esta nueva edición revisada y actualizada de la legislación particular


proveniente de las Conferencias de obispos viene a llenar una laguna con la
que a menudo han tropezado los canonistas. En efecto, como es sabido, la
legislación vigente en la Iglesia universal reenvía con frecuencia a las dis-
posiciones de la legislación particular en materias en las que, por razones de
prudencia legislativa, el Legislador supremo no ha querido dar normas vá-
lidas para todos los fieles. Desde luego, esto ha sido y es muy frecuente con
relación a las normas canónicas propias de las iglesias católicas orientales,
en las que los estatutos propios de cada iglesia sui iuris revisten una impor-
tancia poco menos que desconocida en la Iglesia latina hasta la sanción del
Código de 1983. En los años sucesivos, el poder legislativo delegado a las
Conferencias de obispos en bastantes materias, ha dado lugar a una abun-
dante legislación particular que, sin embargo, no está aún terminada. Por
muy diversas razones, todavía hay lugares del mundo en los que los Obis-
pos no han tenido la posibilidad de ejercer las facultades que la Santa Sede
les ha otorgado. De todas maneras, no cabe duda de que la legislación par-
ticular ya en vigencia representa un volumen normativo importante. La obra
que nos ocupa contiene una recopilación que, aun sin agotar las fuentes,
contiene lo que hasta ahora se encuentra vigente en el ámbito de las Confe-
rencias de obispos que sí han hecho uso de sus facultades legislativas dele-
gadas.
El volumen se abre con unas consideraciones generales acerca de los
orígenes y de la naturaleza de las Conferencias de obispos, como asimismo
de la naturaleza de sus facultades legislativas y de la legislación particular
consiguiente: una legislación que se encuentra –por decir así– localizada
entre la legislación universal y la legislación diocesana. Se agrega a ello una
breve descripción del iter previsto para la sanción de las normas, sea que se
trate de decretos generales legislativos (verdaderas leyes) sea que se trate de
decretos generales ejecutivos (o actos administrativos-norma: cf. Resp. de
la CPI del 14-V-1985, en AAS [1985] 771). En cuanto a la competencia ma-
terial de la Conferencias, los A.A. han incluido la carta que el entonces Se-
cretario de Estado envió a los Presidentes de la Conferencias en noviembre
de 1983, urgiéndoles con delicadeza de parte del Santo Padre, a no demorar
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RECENSIONES 511

la sanción de las normas pertinentes. Esa carta fue acompañada con un do-
ble elenco de materias: aquéllas sobre las que los Obispos debían dar nor-
mas y aquéllas sobre las que los Obispos podían dar normas.
El cuerpo del volumen que ha visto ahora la luz está estructurado se-
gún el orden alfabético de las Conferencias de obispos, algunas de las cua-
les abarcan todos los Pastores de un país y otras abarcan los Pastores de va-
rios países vecinos. Y cada conjunto de legislación particular está ordenada
según la numeración de los cánones, aun cuando varios cánones hayan sido
tratado en un mismo Decreto general: esta ha sido, entre las posibles, una
opción hecha por los A.A., de la que se hacen cargo. Las normas están pu-
blicadas en la lengua original cuando se trata del castellano, del francés, del
inglés, del italiano y del portugués. Cuando se trata de otras lenguas, el tex-
to viene transcripto en latín o en inglés (China-Taiwan, Corea, Holanda…).
No falta la indicación de las fuentes a las que se puede acudir para cotejar
los textos, ya que buena parte de toda esa masa de legislación particular ha
sido publicada en boletines oficiales y en revistas vinculadas a las áreas geo-
gráficas correspondientes.
Junto a la indicación de esas fuentes, las abundantes notas a pie de pá-
gina contienen breves apostillas y observaciones, información acerca del
iter de aprobación, recognitio y promulgación, y oportunas menciones si
una normativa ha sustituido a otra precedente.
Al final, se incluye una tabla de países y cánones. Se trata de un cua-
dro a doble entrada, en el que se puede comprobar con facilidad cuáles cá-
nones del Código han sido materia de legislación particular en cada una de
las Conferencias de obispos. Esto permite constatar la variedad que hay en-
tre algunas que han hecho uso generoso de sus facultades, mientras que
otras han dado hasta ahora muy pocas normas. Esta tabla será probablemen-
te de mucha utilidad para el estudioso del derecho particular comparado,
pues le permite acceder a una información que, de otro modo, le resultaría
muy trabajoso reunir.
Si bien están reunidas normas dictadas por setenta y tres Conferen-
cias de obispos, los A.A. advierten que son bastante numerosas las Confe-
rencias que están ausentes de la compilación. Muchas de ellas corresponden
a territorios de misión dependientes de la Congregación para le Evangeliza-
ción de los Pueblos, pero también hay ausencias importantes entre la Con-
ferencias de países del centro y del este de Europa. Entre las naciones de
América latina, se puede señalar la ausencia de Cuba. Esta circunstancia
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permite pensar que dentro de algún tiempo se hará necesaria una nueva ac-
tualización de esta recopilación que, sin embargo, debemos reconocer es la
más completa que se nos ofrece hoy en día.
La obra ha sido publicada por el Editor en la colección Testi legisla-
tivi, de la Facultad de Derecho Canónico de la P.U.S.C.
Hugo Adrián VON USTINOV

Rincón–Pérez, T., El orden de los clérigos o ministros sagrados, Ediciones


Universidad de Navarra (EUNSA), Pamplona, 2009, 383 páginas, ISBN
978-84-313-2658-6.

El título del libro resulta llamativo, puesto que “ministros sagrados”


no existe como categoría en el ordenamiento canónico, sin embargo el au-
tor logra explicar de un modo convincente la utilización de estos términos
como sinónimos de clérigos y a la vez consigue plantear un espacio de re-
flexión y opinión sobre el tema.
La obra se centra en tratar el estatuto personal del clérigo, que es
abordado de un modo completo pero haciéndolo de fácil comprensión para
quienes no son canonistas. No obstante con muy buen criterio el autor trata
de otros temas relacionados que otorgan mayor significancia a este estudio
y lo conviertan en un verdadero manual canónico respecto de los clérigos.
Tal es el caso de la formación a la que el autor ha dedicado un espacio im-
portante. Era fundamental que en esta obra se tratase dicho tema y concre-
tamente las condiciones de admisión al seminario, cuestión que sigue sien-
do de gran preocupación en la vida de la Iglesia.
Las cuestiones doctrinales e históricas, seleccionadas con muy buen cri-
terio, dan un marco adecuado que completa con precisión la normativa tratada
y a la vez facilita entender cómo y por qué se ha llegado a la normativa actual.
Aborda también, el autor, la cuestión de la incardinación, con gran
profundidad y practicidad de modo que se puede encontrar aquí las respues-
tas a las distintas situaciones que surgen en referencia a esta materia, parti-
cularmente en relación a las Sociedades de Vida Apostólica y a los Institu-
tos Seculares. Más interesante aún resulta el haber planteado el tema, aún en
estudio y sin respuesta en la normativa canónica, de la posibilidad de incar-
dinación de parte de las Asociaciones clericales y los Movimientos Eclesia-
les. También hay que destacar la oportunidad de incluir seguidamente la fi-
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RECENSIONES 513

gura de la agregación, que no siempre recibe la importancia que tiene en la


vida de las Iglesias Particulares. Llama la atención que cuando se refiere a
las estructuras capaces de incardinar diga: “
No podía faltar en esta obra la cuestión de la pérdida del estado cle-
rical. Es abordado de manera breve pero abarcando lo necesario para cono-
cer la legislación actual y sus antecedentes.
Finalmente, la inclusión el diaconado permanente otorga el corolario
para poder afirmar que estamos frente a un Manual completo respecto del
orden de los clérigos.
Sin duda que esta obra servirá de consulta a canonistas y a quienes no
lo son y se encuentran en oficios que necesitan de estudios como estos que
ayudan en la tarea pastoral que deben desempeñar en las curias.
Ariel David BUSSO

SERRES LÓPEZ de GUEREÑÚ, R., La nulidad del matrimonio canónico, Un


análisis desde la jurisprudencia, Studia Theologica Matritensia, ISBN
84-96318-19-2, Madrid 2006, 512 páginas.

El Autor, Director del Instituto de Derecho Canónico San Dámaso de


Madrid, reunió en este volumen una cincuentena de sentencias del Tribunal
Metropolitano de Madrid, en procesos en los que fue juez ponente. Las sen-
tencias transcriptas abarcan casi todas las causales de nulidad matrimonial
por vicios del consentimiento. Como se señala en la Introducción, son éstas
las causales de nulidad más frecuentemente aducidas en los procesos ante
los tribunales eclesiásticos.
Dieciséis sentencias corresponden a incapacidad consensual, seis por
grave defecto de discreción de juicio (can. 1095, 2º) y diez por imposibili-
dad de asumir las obligaciones esenciales (can. 1095, 3º).
Otras seis sentencias están referidas a casos de error (cánn. 1097 y
1098): una en la persona, en cualidad invalidante y dolosamente causado;
tres corresponden a procesos por error invalidante y dolosamente causado;
y dos más a causas en las que sólo está contemplado el error dolosamente
causado.
Las sentencias en causas de exclusión (can. 1101 § 2) son las más nu-
merosas: veinticinco en total. Seis corresponden a simulación total, nueve a
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exclusión de la indisolubilidad, entre las que se cuentan dos en las que la


causal se combina con error invalidante, y otras dos en las que la combina-
ción se da con condición hipotética. Siete sentencias contemplan la exclu-
sión del bien de la prole, en dos casos combinada con la exclusión de la in-
disolubilidad. Tres sentencias tienen por objeto la exclusión de la unidad o
fidelidad, dos junto con la exclusión de la indisolubilidad y otra junto con
error doloso.
Finalmente, cuatro sentencias están referidas al miedo (can. 1103), una
de ellas en combinación con incapacidad por grave defecto de discreción.
Se trata, en todos los casos, de sentencias relativamente recientes. La
más antigua es una sentencia del mes de septiembre de 1997 y la última es-
tá fechada en julio de 2005.
La obra está estructurada de forma singularmente didáctica. La lectura
se ve facilitada porque cada una de las causales tiene una corta introducción
explicativa; además, antes de cada una de las sentencias también hay una bre-
vísima introducción doctrinal que pone de relieve cuál es el interés concreto
que esa decisión judicial presenta. De esa manera, la consulta se hace ágil y
la lectura se vuelve no solamente interesante sino hasta amena. Cosa –esto úl-
timo– bastante insólita en un libro de temática jurídico-canónica.
El Autor muestra una voluntad clara tanto de adherir a las orientacio-
nes dadas por los Romanos Pontífices –en especial Juan Pablo II– en sus
alocuciones anuales del Tribunal de la Rota romana cuanto a seguir las lí-
neas consolidadas de la jurisprudencia de ese tribunal apostólico. En la In-
troducción, se recuerda que la Constitución Apostólica Pastor Bonus (art.
126) asigna a la Rota romana una función unificadora de la jurisprudencia
matrimonial. Dicha función unificadora de la jurisprudencia está estrecha-
mente vinculada a la vigencia del principio de igualdad fundamental de los
fieles. En efecto, se subraya, si los tribunales eclesiásticos siguiesen crite-
rios muy diferentes en la interpretación de los conceptos clave del instituto
matrimonial, los fieles no estarían siendo juzgados según las mismas nor-
mas, que vendrían a tener significados diversos de acuerdo el sentido que
cada tribunal le atribuyera. Además, se podría correr el riesgo de “juzgar los
casos concretos con interpretaciones que podrían ser contrarias al conteni-
do mismo de la ley, lo cual es especialmente relevante en estos casos en que
la ley positiva es expresión del derecho natural” (p. 8).
La referencia al derecho natural no es superflua porque las normas
sobre el consentimiento matrimonial y su validez contempladas en la ley po-
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RECENSIONES 515

sitiva no han hecho más que formalizar lo que son exigencias de derecho na-
tural que, si no habían tenido cabida en el Código Piano-benedictino, fue-
ron a menudo acogidas por la jurisprudencia rotal aun antes de la sanción
del Código de derecho canónico hoy vigente.
Lo que señalamos es la clave de lectura de esa antología de senten-
cias. Cada una de las que componen el volumen refleja la complejidad de
cuestiones que presenta la acertada y justa aplicación jurisprudencial de las
normas vigentes sobre la validez o nulidad del matrimonio canónico por vi-
cios del consentimiento.
Es de sobra conocido que, en los años inmediatamente anteriores y
posteriores a la sanción del Código de derecho canónico, el abordaje juris-
prudencial de las causales de nulidad matrimonial por vicios del consenti-
miento tuvo una andadura –cuando menos– azarosa, sino confusa y hasta
contradictoria. Cuestiones como la sic dicta relatividad de la incapacidad
consensual o la incidencia de la “inmadurez” en la consistencia del consen-
timiento dieron lugar a debates tan ricos e interesantes como –en algunas
ocasiones– ásperos y enconados.
Las sucesivas intervenciones pontificias fueron paulatinamente acla-
rando el panorama doctrinal y esa claridad se proyectó sobre la jurispruden-
cia rotal, de manera que hoy en día resulta patente que sólo una alteración
de las facultades superiores que afecte la libertad sustancial del contrayen-
te puede ser estimada como base de una incapacidad consensual.
Esto es lo que subraya el Prof. Serres, al sostener que “toda esta cues-
tión [sobre la incapacidad] sólo se puede enfocar adecuadamente desde un
planteamiento antropológico integral, que tenga en cuenta toda la realidad
del ser humano, caído y redimido, capaz de realizar su propia vocación, pe-
ro siempre en medio de las resistencias propias del pecado y de eventuales
desequilibrios que, sin embargo, no llegan a afectar sustancialmente a su li-
bertad y a su capacidad para el amor, la entrega y el don de sí en el matri-
monio” (p. 80).
Con este enfoque, el Autor establece un juicio negativo hacia algunas
sentencias que “parecen verdaderos tratados de psicopatología” lo que lleva
con facilidad a establecer “un diálogo entre el derecho canónico y la psi-
quiatría o, concretamente entre el juez eclesiástico y el psiquiatra o psicólo-
go, sobre unas bases inadecuadas” (p. 81), en lugar de hacerlo sobre la ba-
se de los conceptos y las categorías canónicas.
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516 RECENSIONES

Acerca del concepto de inmadurez, queda subrayado que se trata de


un concepto muy genérico, expresivo de diversas fases del desarrollo psí-
quico de la persona (cf. p. 25); cuando dicha inmadurez se predica en la es-
fera afectiva nos encontramos con un concepto “ambiguo en cuanto que
comprende muchas situaciones y grados diversos, y sólo en sus formas más
graves puede comprometer sustancialmente las posibilidades de entrega y
aceptación conyugales del contrayente” (p. 94).
La sentencia del 9 de septiembre de 1998, trae significativas conside-
raciones acerca de una aducida incapacidad que no está conectada con una
condición psíquica gravemente alterada en cada uno de los esposos. El aná-
lisis que el ponente hace del dictamen pericial expresa el modo adecuado de
valorar críticamente un elemento de prueba relevante en las causas sobre in-
capacidad. En este caso concreto, la sentencia pone de relieve que las con-
clusiones del dictamen en cuestión no resultan compatibles con los princi-
pios antropológicos y jurídicos expuestos en sus fundamentos y que, por
otra parte, “el influjo del inconsciente en el actuar humano, fuera de la pa-
tología, no elimina de forma sustancial la libertad ni la posibilidad básica de
actuación responsable” (p. 112).
En materia de error invalidante, el Prof. Serres enfatiza el hecho de que
la codificación de 1983 pretendió corregir la desviación del concepto de per-
sona hacia el de “personalidad” introducido por la sentencia c. Canals del 21
de abril de 1970. Reconoce, sin embargo que, a pesar de la nueva legislación,
no han faltado sectores de la jurisprudencia y de la doctrina que han querido
ver el concepto de aquella sentencia rotal presente en el can. 1097 § 1. Pero
no sólo la jurisprudencia prevalente ha seguido otro criterio, sino que la alo-
cución pontificia del año 1993 a la Rota romana no deja ya ninguna duda al
respecto. De modo que el error en cualidades personales “sólo tiene relevan-
cia invalidante del matrimonio en dos situaciones: cuando la cualidad ha sido
directa y principalmente pretendida (can 1097 § 2) o cuando el error ha sido
provocado por dolo cualificado (can. 1098)” (p. 185).
Con referencia a las exclusiones, el Autor se muestra escéptico hacia
la posibilidad de admitir el bonum coniugum como autónomo respecto de
los demás bienes del matrimonio. La razón es que se trata de un concepto
cuyos límites no se encuentran claramente establecidos en la doctrina, sobre
todo con relación al clásico esquema agustiniano; a ello hay que agregar que
no se alcanza a ver en algunos autores una distinción neta entre el bonum
coniugum y una feliz vida matrimonial.
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RECENSIONES 517

Por lo que hace a la exclusión de la dignidad sacramental del matri-


monio como causa de nulidad, el Prof. Serres da la impresión de inclinarse
por la posición de quienes la identifican con la exclusión del matrimonio
mismo. Es lo que parece desprenderse de la sentencia del 14 de abril de
1998. No obstante, se señala que, desde el punto de vista psicológico (no
desde el punto de vista objetivo), cabría la posibilidad de un “querer el ma-
trimonio” pero sin querer, a la vez, su naturaleza sacramental. Lo que que-
da por determinar, en nuestra opinión, es cómo establecer procesalmente di-
cha distinción, por más que la aceptáramos en un plano teórico.
Revisten interés las sentencias que examinan la posible exclusión de
la indisolubilidad con fundamento en la mentalidad divorcista de uno de los
esposos y aquéllas que abordan la cuestión de la exclusión condicionada o
hipotética de la indisolubilidad. En relación con este último supuesto, que-
da sentado que la indisolubilidad matrimonial no puede estar sujeta a nin-
guna condición de futuro, de modo que, si lo estuviera, el consentimiento
prestado sería ciertamente inválido.
Finalmente, no podemos dejar de destacar otro aspecto interesante de
la obra que comentamos. Se trata no ya de las cuestiones doctrinales abor-
dadas, sino del aspecto técnico de la redacción de las sentencias. Nos ha pa-
recido estar ante un conjunto de decisiones que, desde el punto de vista de
su forma, constituyen un valioso aporte para los jueces que se inician en la
tarea de los tribunales eclesiásticos. En efecto, el relator de estas sentencias
muestra con sencillez, pero con claridad, cómo se analizan críticamente los
elementos de prueba, a la luz de los fundamentos jurídico-canónicos ex-
puestos, para sacar las conclusiones finales mediante un proceso lógico-ju-
rídico impecable. Es éste un aporte que rara vez se encuentra en la literatu-
ra canónica, excepción hecha como es obvio, de los repertorios de senten-
cias de la Rota romana.
Como el mismo Autor lo señala, la única jurisprudencia que ha de ser
tenida en cuenta por los tribunales de la Iglesia es la que proviene de Tribu-
nal de la Rota romana, tal como lo establece el art. 126 de la Constitución
Apostólica Pastor Bonus. El conjunto de sentencias incluidas en este volu-
men no pretende, por eso, constituirse en fuente jurisprudencial, sino que se
propone demostrar de forma práctica, cómo se aplica la jurisprudencia rotal
a los casos que un tribunal local está llamado a resolver. Merece destacarse
que este objetivo ha sido efectivamente alcanzado.
Hugo Adrián VON USTINOV

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