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Enea coleccin et una iniiativa del Insc Catala d’Antcopologia ¢ Tearia edicorial que precende conetibuir a un mejor conocimienco de nuestra sociedad, LL anecopologl ha sido una dscipina ie en sus origenes se espcilizé cals desripcidn yexplicacion dels cultures erate o exes, haciendo dele comparacién o el ditanciamiento dos hertarients metodoldgiasesenciales para a comprensién de sociedades diferentes dela nuestra. Hoy, la vision de lo eiicoy aueztarelacién con ello hen sulfide profundas tansformaciones, porque todas ls sociedades y cultures ein involuerdas en mayor o menor medida en una misma dindmica de aleance mundial. ‘Tenemos conciencia de que ha Finalizado el proceso de exploracién de rnussrro planeta y de que una misma dindmiea econémica nos engloba rods y nos uniformiza culcuralmente. Pero nos damos cuenca cabin monografias o co Aer aspectos més 0 menos ocultos en la dindmica de comportamientos de aquellos que consideramos diferentes de nosotros. DOLORES JULIANO LA PROSTITUCION: EL ESPEJO OSCURO { ) Icaria $ Iistrrur Catata b’ANTROPOLOGIA PLLA L ALE Masia SAM PEERS it. adi dis dds die 1208 3 9 2 9 =) <2 a > 3 3 ? > BAGS vow ee © Dees ediciént Teasia editorial, 52. ‘Auits Mare, 16, 3° 2* [08010 Barcelona ariep@cerrabinicenecet ‘wo cariaedorial.com ISBN: 84-7426-559-2 Depésito lal: B-1.896-2002 Forocomposicdn: Text Grif Impreso por Romanyi/Valls, SA. Verdaguer 1, Capelades (Barcelona) Inprezo en Espa. Probibide bx reproduc parcial Er INDICE Inoduccién 9 I. La prostitucién gun trabajo como cualquier owe? 15 IL. El problema de la definicién 23 IIL. Seccores marginales y cuestionamiento social 31 IV. Modelos opuestos y coesistentes 37 V. Las mujeres perdidas ' 45 VI. Delincuencia y resignificaci6n de discursos | 49 ‘VII. Estigmatizacién como reaseguro de lanorma 55 VIII. Todas en l mismo barco 59 IX: El problema de la autoestima 67 _ goats RNa cnet ._ las representaciones plésticas y por Jiménez (1989) para las litera- XIL EL CUERPO CONTROLADO: ARTE Y PORNOGRAFIA El ideal iluscrado de la visi6n concemplaciva de un objeco funciona como un sefuer de la unidad y la inceg jet yue mica y establece una oposicidn entre la pecfeccién del ey la ruprura y el cariccer defecruoso de lo que no es arte, 0 sea, [a obscenidad. El euerpo obsceno es el cuerpo sin bordes o contencién y la obscenidad es la representacién que conmociona y excita al espectador en ver de aportarle eranquilidad y pleni- ‘ud. (Nead, 1998, p. 13) En su andliss sobre el tratamiento del desnudo femenino en el arte, Nead propone que la posicién central de este tema en el arte occi- dental es consecuencia del desafio que implica. En la medida en que el cuerpo femenino se ve como lo informe, como pura mate- lo a las convenciones del arte implica fabri- lesnudo artistico s as que la represenca- a reflejar la nacuraleza del cién obscena seria aquella que s cuerpo. Esta idea, segiin la cual sé valoriza el cuerpo femenino y se dignifica imponiéndole ceglas, no se limita al campo del arte, sino que implica intentos continuados de controlar el cierpo de las mujeres y fundamencalmente su sexualidad, desde pautas externas as. La medicina, la psicologis, la ética y la legislacién el mismo horizonte teérico descrito por Nead para comparten rigs, En general las formas de expresién menos sujccas a reglas nen fronteras débiles entre ells y son vistas como sospechosas por las academias. Como sefala Carter (1999, p. 147) El cuento y Ja fibula estén relacionados con las formas su terarias de la pornografia, la balada y el suefo y no han sido rratados con benevolencia por los hombres de letras. 87 DARKE MER NRRL RnNnKHeeHReRReHeOLKee i imasculinizacién, como en algunas ce las ©sCr need a gel. La imagen de la mujer bella y accesible es proyectada como un Embito donde los hombres pueden volcar sus fantasta, sin hacer pe ligrar la esuablidad pasiarcal, como subray2 Jiménez (1989, p. 119): Desde el punto de vista dominan legitimas las conduc- cas regladas extemnamente y resultan ilegitimas u obseenas tas en que la motivacién es interna o auténoma. Ati la di entre las mujeres honestasy ls prost yea que separa el desnudo art ‘a ambos casos, Ja regulacién dl gjercido sobre en lugar de regular la mirada del Ja audienc i ci isciplinario sobre las mt nades modelos y determinadas formas de concebir su propia i gen.! Como tefiala Nead (p. 19): La ficeién artstica o el burdel curmplen la funcién de dar rien dda suelta al deseo, de hacet actuat lo imaginario, sin poner en cucstién el orden social. la falta de control de las mujeres sobre su propia sexueli- dad, impuesasocialmente como conducta deseabe, se desdobla con 3 tuna falta de conerol sobre la representaciSn de su imagen corpora tanto en la pintura como en la liceratura o el teatro, Esto tiene max Yores consecucnciss y resulta paricularmente significative si st een cuenta ademés que ge identifice a la mujer, en mayor medida {que al hombre, con su cuerpo y que se tiende a edacisroda su con dado que en general sus opciones tivo y sus preocu- paciones y malestares, « motivos fsioldgicos. Ast ln enajenacién de Ins tepresentaciones corporales de las mujeres implica una enajenee cidn de lo que se considera definitotio de su esencia misma, De esta manera, resulta forzoso que la diseusin sobre los usos y las representaciones del propio cuerpo ¥ lo dos a funos y otras sean temas centrales de las discusiones feministas. En ‘ambos casos Jos extremos estigmatizados han dificiles de dilucidar. Sin embargo, De do que lo més sigt mites de las categorias co ‘Dado el fuerte condicionamiento pattiareal de nuestres socie- dads, es evidente que ambos polos de los modelos, el positivo y el negativo, esin inserts dentro de esrategias de poder masculinas, pero resulta mds visible el aspecto sancionador del polo estigmaci- Fado. Ast no puede extcafiar que el ferninisma cultural de EEUU y Gtres corrientes afines organizaran én su momento campafias con tra la pornografla y la prostituciSn, por considerarias degradantes para las mujeres y contratias a sus ietereses (como lo analzan Beborne, 1993 y 2000; Pheterson, 1992 y 2000) ya que se reall ‘aban desde la perspectiva masculine y en procura de su satisfac Uno de los fines principales del desnudo femenino ha sido con- ener y regular el cuerpo sexual femenino. De esta forma la transgresién de la norma, ya sea en la repre: m abscena o en 12 actividad sexual mercantlizada de la pros- Gitucién, es al mismo tiempo una infraccién estética y una infrac- cién moral, que se ve ‘se para cl orden social si no social» (Propios 1999, p. se Jeceo seeual sitblienado,? con posturas que refuerzan su condi- lon de disponibilidad senusl, acostades 0 reclinadas en los casos 78) ya son precisemente los eos desnudos mis famosos# 0 se normaliza en términos de una 89 cién, Las erkicas se centraban en tres aspectos: la pornografia re- AAcjaba el punto de vista masculino sobre Ia sexualidad, avalaba y normalizaba la violencia sexual y se relacionaba, conceprualmente por estar a cargo de las mismas personas, con la prostitucién (ver al respecto el Jnjfarme de las Feministas Ausinomas de Madrid) Pero la situacién tiende verse en la actualided de una manera .4s compleja. La libertad sexual de las iiltimas décadas se ha re- ‘oducciones literarias que investigan nuevos émbisos y de las i vas. p. 111) diferencia esta produccién de la masculina proponiendo ue las escritoras parten de lo que sienten, lo que hace sus ris sensuales y plésticos, mientras que los hombres cuentan lo que ven, por lo que tienden a ser més visuales y descriptivos. Legido-Quigley (1999) propane que el poten no reside en las précticas que describe (por m Ly versivo, ni forzosamente reaecionario. Puede verse de una manera ambivalence, como una posibilidad de quebrantar el orden esta- blecido y-un riesgo de autoperpetuarlo, En todos los émbitos expresivos, las artistas mujeres reclaman la necesidad de explorar y representar el propio cuerpo prescindien- do. de jas eacciones que puedan provocar en el puiblico masculi- jas. Desde ozra perspectiva, su deseo de autoex- ploracién coincide con el de algunas artistas porno, que consideran su actividad como un dmbito de auroconocimiento ¢ incluso de autovaloracién (Pheterson) ‘abide purde dane og parte una condnuscin dl cine reorela ict pli, 30 i Es evidente que, tanto en el campo de la prostitucién como en el de las representaciones obscenas © pornogréficas, puede ha- ber (y de hecho existe) exploracién y utilizacidn de las mujeres pero no es imposible una utilizacin auténoma, por parce de Iismas, de estos émbizoe marginals. Esco supondria cambios sig- nificativos, que algunos estudiosos, como Anta Féle (1999, p. 157) especulan que irfan en el sentido de cambiar la representaci6n frag- mentada y genitelizada por imégenes que subrayaran mis los as- pectos totalizadores y globalizadores. En realidad el desnudo femenino artistico ya era tna utiliza- cién heterénoma del cuerpo de la mujer. Incluso las auroras que al por los destu- n de ta , subrayan que se trata de lino, donde rotismo falico connota como bel idad, pudor, fatiga y cristeza ceva, apoyndose en un: terpretacién freudiana, postula la necesidad de este fenémeno partiendo del supuesto de que el ojo es filico, por lo que las re- presentaciones producidas por las mujeres no diferirfan dem: do de las masculinas. Sin embargo esto no se confirma si analiza- mos los pocos casos histéricos en que pintoras como Artemisa Gentileschi o Frida Khalo presentan interpretaciones innovadoras, del propio cuerpo? Algunos criticos de arce como Klaus Theweleith (citado por ‘Nead p. 35 y ss.) han sefialado que el arte no sélo tiende a rej sentar el cuerpo femenino como blando, fluido ¢ indiferenciado, miencras que representa el masculino como heroico, poderaso y e:- tructurado, sino que también refleja «un miedo y una aversién hon- damence asentados hacia el cuerpo femenino» (p. 36). Esta aver- sién resulta muy visible en las colecciones de arte erdtico,¢ en las 0 \ Ky g SRAPTHRL KK LHRAHHELETEEHOEHATOEORE SESS SESESK SSS SSE SSS HEHE VEE HEE quel idad ccupa casi tanta lugar como la atraccién sexual. ‘Asf la agpesividad y el androcentrismo que algunas feministas de- rnuncian con razén en las representaciones pornogrifias resultan tuna simple continuacién de los que pueden encontrarse-en las re presentaciones aristcas convencionales, E] objecivo entonces no es mantener los limites impuestos por el are tradicional, sino evitar ef monopolio de la mirada masculi- nna abriendo posibilidades de tanteos y sepresentaciones desde el Angulo de las . Como resulta notorio en las tltimas déca- jones pueden, en muchos casos, salar los I- bios estéticos que ha producide jeres en el campo de las artes plisticas h: forma de representar el propio cuerpo, caracterizada por wuna fuerte contenido autobiogrdfico y un tanto El mayor abanico de posibilidades bre nuevos cam- pos y plantea nuevos riesgos, y la misma Kristeva reconoce que la deconstruccidn de los modelos clisicos abre nuevas posibilidades y que las mujeres exploran estas nuevas vias desvelando sus po- Tencialidades hasta sus mdzgenes mds secretos y los mis escanda- losos. También Encebarria (2001, p, 112) 2 dad y valider del aporte'femenino al arte erético, al. que brinda ‘ana forma completamente nueva de entender el sexo, desde den- tro hacia fuera y no al contrario», No parece entonces que la pro- ? o la reglamentacién sean los caminos que garanticen rutonomia de las Hi las prosticutas han incursionado poco en el Ambito de las representaciones plésticas como creadoras.* Su aporte sin embargo puede llegar 2 ser muy interesante dado que, como sefisla De Paula Medeiros, su valoracién de pias y de las contaminables del cuerpo humano sufte importantes impidi iacidn coma idgene sewals de nin@s 0 de aciones que prodcen dais fos prohbidasyancionaaslmpre,miemas queen eco has no lesa, Geen resets las opciones individual prin lenen una aga wadicén ge i Pies, donde 92 desplazamientos que pueden llegar a invert los pardmetros més usuales y por consiguiente cambiar las representaciones. Por ejemn- plo, ls tabsjadorat sexuales suclen considerar la boce del cliente como més sucia 0 contaminance que su aparato genital, en la me- dida en que no puede ser cxaminada visualmente? Con respecto ap super pretaciones scmejances, estén consignadas también por Laura Restrepo (1999) para Colombia. Es diffell saber si estas valoraciones diferentes implicarfan ma- nifestaciones pictbricas 0 grificas especlicas, pero es uns pos dad a tener en cuenta, Lo mds probable es que estas autorrepre- ran bastante de lor pardmettos del arce més 93 XIII. CLIENTES O PROSTITUYENTES Y quien es més de culpar aunque cualquiera mal haga El que peca por la page ‘el que paga por pecar? (Gor Juana Inés de la Cruz, México) Era necesaria una escritora novo importancia de de la prostitu- ida femenina, la de la monj demanda de servicios sexuales en el feném én, Por evidente que pueda parecer que la exist rmasculinos es lo que determina la aparicién de las trabajacoras del sexo, resulta absolutamente excepcional esta puntualizacién, La invisibilidad de los clientes es la estrategia tradicional a partir de la cual se hace caer toda la estigmatizacién de una conducta forzosamente dual, y rechazada socialmente,' sobre uno solo'de los incegrantes de Is relacién, la mujer. Aquf se opera una transmuta- Snen la que lo que se comercia, la actividad sexual, es vista como io y degradacién mientras se la relaciona con la vendedora del servicio, que queda ada como puta, pero Se transfor- ma en una mercancfa como cualquier otra cuando se la relaciona que emplean una denominacién m: de Ja actividad del demandante del servicio, como es el caso del técmino «prostituyente» utilizado en el trabajo de Imbere Brugal (1991) 95 re r | i ooo 7 WSCC SSS ese eee SSeS EEE SELVES EEE Lo més estremecedor de los discursos sanitarios del XIX sobre la préttitucién,? no es Ja gran cantidad de prejuicios desvaloriza- ue acumulan sobre las trabajadoras sexuales objeto de los 5 alas que se califica de pervertidas, viciosas y degradadas absoluto silencio que guardan sobre los usuarios de esce actividad, Por citar un ejemplo, en-el trabzjo de Montenegro, los clientes no son mencionados ni una sola ver, y resultan sdlo dlu- didos implfcitamente en calidad de victimas potenciales de la de- gradacién y las enfermedades transimitidas por las prosticutas. Esta visidn, que transforma a los verdaderos generadores activos de le prdctica en victimas de sus victimas (en caso de haber alguna), es Ja que se recoge en la cancién popular que habla de la perdicién de los hombresy se apoya en de los que detentan el poder de cons:ruir discursos, que derivan siempre sus culpas (0 lo que ellos mismos conceptualizarian como tales) 2 los otros sec- tores sociales. En el caso de la sexualidad, la estrtegia de los que manejan Jos marcos normativos que la consideran negativa, y que cambian segin las épocas, desde los estoicos alos Padces de la sia o los puritanos, es asignarla al grupo més desvs marcaba en su ttabajo de 1988 (p. 122) que el estigma del traba- jo sexual siempre habia recaido contra la oferta, mientras que se reservaba ert orgulla 0 vanagloria a la de- manda realizada pot el v Cuando la mayoria de los investigadores hablan de lo: tes, no disimulan su complicidad con la opcién de estos y si) cuadre dentro de conduccas normals. As{ Hervas (1969, p. 10) cen el contexto sexualmente represivo del franquismo tard tima la opcién masculina por la compra de sexualidad legi- No vamos a negar, sin embargo, la poderosa carga sugestva que tiene Ja prostirucién para el hombre medio, pues en efecr to, cualquier individuo normalmente constituido, aunque I vve una vida sexualmente ordenada, ha sentido en determi dos momentos de su vida el imperioso deseo de descorre | cortina rojz de la prostitucién, una noche, en les callejuelas 7 Eeapecilmene dav al ope 96 to préximas a los muelles, en una ciudad cualquiera, buscando apaciguar esa sed de aventura y misterio que ese mundo des- pierta, de improviso, coma un latigazo que reseca Ia piel y la garganta en esa espera hipdcrita y emocionada de la eleccién de la compafera de una noche o de unos minutes. Exta se corresponde con los patrones normativos de la dol moral sexual, que considera normal y poco significaiva desde el punto de vista ético la actividad seaial masculina y que, en cam- dio, y castiga la misma actividad en las mujeres. Esto ge el refrdn catalén consignado por Conca y Guta, 23) Del peeats del pia, Déu sen ri (de los pecados del esta benevolen de represién de la prosticucién se centren en la reha- cidn de las mujeres y nunca en la reeducacién de los tos como personas normales de cualquier clase social. ‘También en la literatura escrita por hombres, puede verse una banalizacién y cierta vanagloria de la demanda sexual producida 189; 99-100) enumera con satistace nes de ricos, pobres y clases medias, ciudadanos de todas las profesiones e ideologlas, maestros y estudiantes, ar tistas y artesanos, banqueros, ancarios, comerciantes, vende- dores, monsefiores y modestos sacerdotes, hacendados, dipu- tados, figurones de la politica y de la magistratura, altos grados es y suboficiales, médicos, dentists, vererinarios, farma~ cduticos € ingenieros; en fin la nobleza, el clero y el pueblo. En realidad son los demandantes del servicio, con su aporte E_ econdmico y con sus demandas especificas, los que determinan no s6lo la existencia de la oferta, sino las caracteristicas de la misma. 7 Asi en las ilkimas décadas se estén produciendo cambios en las preferencias de los clientes, o que ha dado auge a un tipo de pros- mn alternativa, a cargo de hombres travestidas. Algunos au- es como Welzer-Lang, Barbosa y Mathieu (1994) 0 Mathieu (1998) proponen que este cambio se correla bign con el hecho de que los travestis es jor (en su fisico conseguide con hormonas, depilacién, pelucas y ma- je) las fantasfas masculinas sobre la ferninidad que, en iti ma instancia, son sus propias fantasis. Pero hay otro elemento a tener en cuenta cuando se habla de los usuarios de los servicios prestados por las trabajadoras sexua- les, En la medida en que es el beneficiario y demandante de la én sexual, podria suponerse que el cliente es el aliado na- ios sexuales, pero también de compafiia yayeces de comunicacién. Sin embargo, aunque 2 los comprado- res no parecen muy areal coheed ol tate peercmernreteoton rd cambio, los hombres ha recurrido algu- ne vez a los servicios de las prosticutas* o al menos tienen Ja fan- «asia de hacerlo, muy pocos lo reconocen y la mayorla lo niega. Esro lleva a que las encuestas relacionadas con el tema muestren una aparente baja de la demanda de sexo pagado,’ aunque estos datos pueden ponerse en duda si se tiene en cuenta que se estén introdu ciendo ¢ incrememtando constantemente nuevas vias de oferta de trabajo ravés de anuncios en periédicos, interne Lamentablemente, lor mismos gue contratan a las teabajado- las hacen participes de todo vvergilenza que significa para su auroestima su incapacidad de wseducice, es decir, de obtener séxo sin necesidad de pagarlo, Algunas trabajadoras sexuales (ager 2000, p. 76) sefialan que los 98 hombres se sienten atemorizados ante ellas y que cuando se re- tinen en grupo recurren 2 la difamacién, las bromas agresivas y los insultos a las peo para mostrar su masculinidad. Vael- can sobre ellas su propias limicaciones y les asignan lo que son sus Alaqueras. Puede suponerse, que es precisamente porque las prosticutas son 08 privilegiados de las det dera socialmente necesario silenciar su vor a través del descrédico y la estigmatizacién, Desde el emor a que salgan a Ja luz piblica sus deficiencias fisicas, hasta el recelo de ofr comentar sus temo- res, frustzciones y angustias, todo se atina para que los clientes procuren evitas, mediante la desvalorizacién, que las prostitutas se hragan oft en los dmbitos sociales en los que se mueven las perso- nas wnormales deben quedar relegadas a un inframundo y separadas por murallas de silencio para que la vida cotidiana no se resquebraje y con el juego de su dades, parece socialmente suficiente acal prosticutas, separadas de las restantes mujeres por [a ideologta pa- trlarcal discriminadas por los mismos a los que venden sus servicios. Este temor que inspiran las trabajadoras del sexo, fundado en sus conocimientos sobre los-hombres, es el que se materializa ade- zis en agresiones potenciales 0 reales, Las agresioned son el temor constante de las trabajadoras de la calle, y cumplen una doble fan dolas en silencio, y obligarlas a depender de protectores» que las adefiendan» y al mismo tiempo las controlen. Pero como velamos en otros contextos, la negaciGn-agresién que realizan los hombres sobre les prostitutas es s6lo un aspecto parti- cular del tipo de relacidn que establecen con las otras mujeres. Al- {gunas investigadoras, como Lees (1994, p. 34) sefiaan que el horn- bre sdlo puede mantener su autoimagen como ser racional si ateibuye su conducta sexual e ieracional a lor de faldas w otcas in fluencias femeninas. Mientras los hombres no se responsal de su sexualidad y la integren en su comportamiento publico,< continuarin derivando su rechazo-negacién sobre sus ocasionales compaferas. Una reconversién de la conducta masculina que de- 9 BHRAOCHHKERCEERE ERE \ 9 NHHOMHASD Pe SS estate ce tsb sivus jara de igarsenualidad con agresivided, y un abandono de los do- bles patrones de conducta, permitirfa a las mujeres, las buenas y las malas, escapar de ser le{das slo como sexo, aceptado si se atle- re a las normas, 0 nega 100 do y escamecido si se aparta de ellas, XIV. NOVIOS Y PROXENETAS Com todos estos macazras yo me hago una olla de macarrones ntrevistada por Marfa Luisa Sinchez y Ceistina Blanco Hay una diferencia entre los autores que trataban sobre prosticu- cién en el siglo XIX y los que lo hacen en el XXy en éste, ya que existe un progresivo desplazamiento de la attibucién de responsa~ bilidades morales de las trabajadoras sexuales a los proxenetas (vistas casi siempre como hombres), Este desplazamiento, muy claro en in embargo una mejot conceptua- que ae sa del pecado implica de I@s distint@s actores sociales, ain de I@s més estigma strado que se impone durante el XIX parte del puesto de la imberibitar ferenina, y su subsiguiente menor imputabilidad, Ast dice Hervas (1969, p. 14) Bl problema de la prostitucién no recat sobre Ja prosticuca, sino sobre el mercader de la prostirucién, sobre el proxeneta, sobre los canallescos truhanes que mueven los hilos y las redes de la xy mas adelance (p. 26): Siempre la misme constante. La prostitura recibe la moneda, de su mano, pero ésta, ineludiblemente, termine en le bolsa del proxeneta que la «protege» 101

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