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Bassani ha transformado su origen racial en cosmogonía literaria, y los seis libros que componen la saga de Ferrara están
escritos para sujetar en el tiempo una comunidad viva extinguida por las torpezas del siglo. Pero esa recuperación es más general de lo
que parece, e indirectamente lo abarca todo.
Carlo Levi es un socialista que releja el dolor de las gentes del sur; Natalia Ginzburg pertenecía a una familia antifacista y ya
en 1933 había chocado con la norma que obligaba a todos los funcionarios a jurar fidelidad al régimen; Primo Levi nunca renunció a
un mensaje universal, y todos ellos vivieron su judaísmo como un complemento más de su afirmación civil. Rompiendo lo que
parecía una norma, Bassani declara: “no puedo recordar un solo judío de Ferrara que no haya sido fascista”.
La afirmación era cierta. Fueron muchos los judíos ferrarenses que apoyaron activamente la toma de poder de Mussolini, y
varios de ellos ocuparon cargos en la administración local. El idilio se rompió más tarde, en 1938, cuando Mussolini aceptó las teorías
arias sobre la pureza racial y el peligro semita aireadas por Hitler: de la noche a la mañana, la promulgación de leyes raciales convirtió
a los judíos en conspiradores, en apestados que había que apartar. Y aquí radica la clave del judaísmo de Bassani, en el dolor
provocado por la pérdida de una armonía que la ciudad parecía guardar contra los avatares del siglo.
Italo Calvino
Cada novela de Pavese gira en torno a un tema oculto, a una cosa no dicha que es la verdad que él quiere decir y que sólo
puede decirse callándola. Todo lo que nos dice converge en una sola dirección, imágenes y analogías gravitan en torno a una
preocupación obsesiva: los sacrificios humanos.
Identificarse con una experiencia tan diferente la propia es para Pavese sólo una de las tantas metáforas de su tema lírico
dominante: sentirse excluido.
Una necesidad de conocimiento había empujado al protagonista a volver al pueblo; y podremos distinguir al menos tres
planos en los que se desarrolla su búsqueda: plano de la memoria, plano de la historia, plano de la etnología. Un rasgo característico
de la posición pavesiana es que sobre estos dos últimos planos, un solo personaje cumple su función, el carpintero Nuto, es el marxista
del lugar, el que conoce las injusticias del mundo y sabe que el mundo puede cambiar, aunque también el que sigue creyendo en las
fases de la luna como condición para diversas actividades agrícolas y en los fuegos de San Juan que “despiertan la tierra”. La historia
revolucionaria y la antehistoria mítico-ritual tienen en este libro la misma cara. Toda la novela consiste en los esfuerzos del
protagonista para sacarle a Nuto unas cuantas palabras de la boca. Pero sólo así Pavese verdaderamente habla.