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¿FIDELIDAD O EXCLUSIVIDAD SEXUAL?

Lic. Oscar De Cristóforis

Sobre la infidelidad.

No cabe ninguna duda que la idea de fidelidad-infidelidad en las parejas de tipo


matrimonial viene cambiando en las últimas décadas. Creo que su principal transformación se
viene operando en la distinción que hoy se hace entre ser fiel a alguien y sostener
exclusividad sexual con esa persona. Desde que se establecieron leyes civiles para la
institución matrimonial esa norma de exclusividad pasó a ser uno de los requisitos
fundamentales de la vida en pareja. Antiguamente fue un instrumento de control sobre la
descendencia y a su vez una herramienta de dominación del varón sobre la mujer, ya que él a
lo largo de la historia, siempre se las arregló para estar fuera de esa norma, o por lo menos no
sufrir las mismas consecuencias si la trasgredía. A pesar de que actualmente no exista
definición alguna de la palabra fidelidad que incluya el concepto de exclusividad sexual
(para el diccionario de la Real Academia española significa “lealtad, observancia de la fe que
uno debe a otro”), la ruptura de esa norma dentro de las leyes civiles del matrimonio es causal
de divorcio bajo la figura de adulterio. A pesar de todo ya existe jurisprudencia en la que si un
cónyuge sostiene relaciones sexuales por fuera del matrimonio siendo la causal falta y/o
terminación del amor, se lo exime de culpabilidad, a pesar de que se lleve a cabo el divorcio.
Desde la reforma de 1995 en nuestro país, el adulterio es sólo una causal subjetiva del
divorcio, y de esa manera el Código Civil deja abierto el libre albedrío de las parejas. A todo
esto debemos sumarle el crecimiento sostenido de uniones por fuera de las leyes civiles y las
normas religiosas, lo cual colabora a una mayor laxitud en cuanto al tema de la exclusividad.
¿Por qué? Básicamente porque para sostener tan hipócrita regla tiene que haber mecanismos
de represión suficientemente rígidos como lo son los que plantean ambas instancias. Y por
que digo hipócrita, simplemente porque en nuestra sociedad como en la mayoría, dicha
exclusividad no es respetada en un altísimo porcentaje pero a pesar de todo se la sigue
defendiendo, inclusive por aquellos que no la respetan.
Es sabido que el deseo erótico se sustenta en la variación del objeto sexual y que por
otro lado, tiene fecha de vencimiento, que sostenerlo con una misma persona requiere de
múltiples factores que por lo general fallan muy frecuentemente; que la exigencia de la
monogamia no es sino un vano intento por querer regular y controlar aquello que es imposible
de ser regulado, aunque muchas veces se quiera voluntariamente lograrlo.
La fidelidad en cambio es otra cosa. Consiste sobre todo en la confianza que se deposita
en el otro de la pareja y en el cumplimiento de los pactos que ambos realicen en conjunto. De
ahí que puede darse que la opción de exclusividad sexual no sea premisa para algunas parejas,
o que no sea comunicada al otro si sucede, o que no se cometa en público, o con conocidos,
etc. Las variables pueden ser infinitas como lo son las combinaciones posibles de parejas.
Muchas veces se toleran deslealtades mayores referidas a cuestiones económicas, por
ejemplo, pero si se trata de descubrir algún encuentro que confirme la ruptura de esa
exclusividad, parecería que para muchos todo se derrumba, que ya es imposible la
convivencia, que el amor que existía se acaba, cuando en realidad se trate, tal vez de un
episodio transitorio, casual. Y si no lo fuera, si ese encuentro significara para alguno de los
dos algo muy importante, entonces se confirmaría la idea que nada es para siempre, que el
amor se acaba y se renueva, pero en otro ser; que siempre hay que estar preparado ante esa

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posibilidad, que el unicato no puede reinar permanentemente. Y además, cuando uno de los
dos comienza a transitar una nueva relación, donde no sólo el sexo es importante sino que hay
otros atractivos muy valorados en juego, que hacen que la persona considere beneficioso
sostener ese vínculo, lo más probable es que la pareja anterior esté agotada o en vías de
estarlo. En estos casos los lamentos, el daño que se ocasiona al abandonado no es sólo en el
plano de la pérdida de ese afecto, sino también en el cambio que se le genera en su vida en
general, en su habitat, en lo económico, en lo social, etc. Pero eso es parte de la vida, y no
deberían ser esos perjuicios las razones valederas para quedar encadenados a una relación
estéril toda la existencia restante.
Cada vez más la monogamia como mito recibe estocadas mortales desde muchos frentes
y por variadas razones. Entre ellas se agrega la autonomía de las mujeres. Ya no sólo el
hombre suele tener libertad para no cumplirla, sino que ahora también las mujeres, en plano
de igualdad, dejan paso a su derecho de procurarse lo que no pueden obtener de su pareja
estable, o a poder acceder, sin culpas, a las prácticas sexuales que el hombre durante siglos
ejerció en forma visible u oculta. El clamor de igualdad de deberes y derechos entre varones y
mujeres habitantes de los diferentes tipos de parejas que se conforman en la actualidad, es
constante y aumenta día a día.

Deberíamos a esta altura eliminar el par de términos fidelidad-infidelidad cuando nos


referimos al sostenimiento o no de la exclusividad sexual entre los miembros de una pareja.
Hablar de adulterio en los casos de matrimonio civil, y sólo si el pacto entre ellos fue el de
prometerse dicha exclusividad.
Pero a pesar de esta aclaración, en los párrafos siguientes usaré a veces el concepto
infidelidad para referirme al no sostenimiento de la exclusividad, simplemente por razones
prácticas, ya que así se lo viene denominando, y cuando se nombra esta palabra la mayoría de
las personas lo relacionan con una relación sexual por fuera del vínculo de pareja.

El carácter egoísta y narcisista del amor en los seres humanos limita la capacidad
de soportar el compartir la persona amada con otro u otros, y lo vive como una grave
afrenta. La condición por lo menos ilusoria de exclusividad (fidelidad) en la vida
amorosa de las personas sigue siendo una necesidad y una fuente de bienestar. A pesar
de todo, la idea tradicional de fidelidad se va distendiendo, relajando, cada vez más.
Antes de seguir adelante con estas reflexiones sobre este tema tan álgido en la
vida de las parejas, me gustaría sentar mi posición con respecto a la diferenciación que
suelo hacer con respecto a fidelidad- infidelidad y exclusividad sexual, hechos que no
ubico en igualdad de condiciones. Fidelidad según el Diccionario de Autoridades de la
Real Academia Española (1726-1739) se define como “lealtad, observancia de la fe que
uno debe a otro por ser superior como el vasallo al rey, el criado al amo. Significa
también la virtud que obliga a cumplir lo prometido”. En la edición de 1992 del
diccionario de la Real Academia de la Lengua se define fidelidad como “1. Lealtad,
observancia de la fe que uno debe a otro. 2. Puntualidad, exactitud en la ejecución de
una cosa”. Por lo tanto ser infiel es romper la promesa de lealtad hacia alguien. Me
pregunto ¿se puede ser fiel a las promesas que formulamos en primera instancia en
todos los ordenes de nuestra vida? ¿Debemos ser fieles a todas esas promesas que
realizamos en algún momento de nuestra vida y no modificarlas jamás a través de los
años? Las promesas están hechas para romperlas con el paso de los años y las
circunstancias. De todas maneras me parece que en un vínculo matrimonial existen
muchos pactos de convivencia que sí merecen ser respetados y que la fidelidad o lealtad
pasa precisamente por poder sostener un proyecto de vida en común donde ambos (y su

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prole) puedan vivir confortablemente afectiva y materialmente, donde los esfuerzos para
lograr eso sean legítimos y no se disipen hacia otros frentes. Pero algo muy distinto es
que en algún momento de la vida de la pareja ocurra un encuentro sexual con otro, sin
que eso significa la necesidad de romper el vínculo.

Tanto un hombre como una mujer pueden aceptar hoy en forma más extendida,
sin decirlo abiertamente a su compañero sexual, que nadie está exento de que le ocurra
algún encuentro sexual al margen de su pareja estable, y a veces agrega que hasta podría
perdonarlo. Por supuesto que cuando ocurre todo es distinto: esa pérdida del lugar de
preferencia causa dolor y se lo vive como una afrenta grave. De todas formas las
relaciones en paralelo aumentan, y las mujeres hoy se igualan a la tradicional “libertad”
que siempre se solió adjudicar a los hombres en ese aspecto. Los recursos más
frecuentes que ocurren para ya no soportar más la exclusividad sexual a lo largo de
muchos años de vida en pareja son, por un lado la tradicional hipocresía de decir que se
es fiel y simultáneamente tener relaciones de amantazgo breves o duraderas, por el otro,
el buscar a partir de la facilitación del divorcio y las separaciones nuevos compañeros
sexuales, lo cual hace que una exclusividad para toda la vida ya casi no se vea, y
además como corolario de lo anterior, el elegir vivir solo, con alguna pareja estable o
no, donde la posibilidad de frecuentes encuentros sexuales se ve ampliamente facilitado
precisamente por esa condición de no compartir el mismo techo. Porque la oportunidad
es un agente facilitador para dar rienda suelta al deseo. Esto no significa que aún hoy
muchas parejas continúen prometiéndose exclusividad mutua y que además la cumplan.
Por existir una gran variedad de variables este tema tiene una complejidad que no
puede resumirse en pocas opciones. Existen razones ideológicas, religiosas,
psicológicas, socio-culturales que intervienen para que esa exclusividad se siga
sosteniendo como valor social.

Amar es la afirmación gozosa de la existencia de otro, en su carácter de otro, con


respeto de esa diferencia. Se cita“la fidelidad como perfección del amor”: esta es una
premisa sobre la cual se sigue insistiendo, pero, ¿existe un amor perfecto? ¿O es sólo un
valor que sirve como horizonte, una zanahoria inalcanzable?

La fidelidad puede ser entendida no como valor moral sino como una necesidad
social referida esencialmente al orden y sostenimiento de las sociedades en Occidente.
Está organizada en torno a un pacto fuertemente reglado por el Estado y las normas
religiosas, principalmente por la Iglesia quien ha ejercido a lo largo de siglos un papel
preponderante desde el siglo VII en adelante. Como plantea Daniel Sibony muy
acertadamente, la fidelidad se muestra como lo contrario de la seducción y de la
traición. No alejarse del camino (y ese camino puede ser la relación conyugal o Dios
por efecto de la seducción o de alguna otra cosa, y agrega que asegurar que uno no será
seducido jamás, es como garantizar cierta muerte, y yo agregaría que es como matar al
deseo, porque la seducción forma parte de las fuerzas de la vida. ¿Acaso no
traicionamos nuestro primer amor, nuestra madre, que es precisamente nuestro primer
objeto amoroso y a la cual tantas promesas le hacemos que quedarán incumplidas? ¿No
traiciona el discípulo al maestro cuando tomando los supuestos aprendidos, los
transforma y hasta reniega de alguno de ellos? Si en la vida no existieran esas
“traiciones” necesarias no podríamos hablar de “vida”. El diccionario define a la
fidelidad como la exactitud en cumplir con un compromiso, también como constancia
en el cariño. Esta definición merece leerse con mucha atención. Si la fidelidad es entre
otras cosas constancia en el cariño ¿se la puede prometer? ¿Se puede prometer esa

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constancia en períodos prolongados? El cariño es un sentimiento, como también a veces
describimos al amor, o la gratitud, el odio, la tristeza o la dicha. La intimidad de los
sentimientos es muy compleja y misteriosa, como también lo es la forma en que nacen y
se expresan, se sostienen o agonizan, los motivos por los cuales dichos sentimientos se
despliegan, se debilitan o desaparecen. Las razones por lo cual eso sucede son
desconocidas por nosotros, a veces nadan en las aguas de nuestro inconciente pero lo
cierto es que son tan insondables como el alma de las personas que sienten. El concepto
de fidelidad sexual tal como se lo expresa en las cuestiones del amor es una norma
externa para querer suplir las diferentes paradojas que el amor mismo plantea, querer un
reaseguro de algo tan volátil y cambiante como lo es el sentimiento amoroso. Limitar
por un lado la libertad, y promoverla, a la vez, por el otro, es como bien plantea Sartre,
tratar que esa libertad sea ejercida para que el otro/a me ame sólo y únicamente a mí.
“Ciertas cosas para hacerse reales deben pasar por esa vibración precaria en la
que se mezclan fidelidad y traición ¿A qué eres fiel cuando traicionas, y que traicionas
siendo fiel “ se pregunta Daniel Sibony.¿Cuántos cuerpos deseables caben en nuestras
mentes? ¿Cómo alguien puede pensar que los vínculos deberían anular el deseo por
otros y de otros seres? ¿Cómo se ha podido trivializar tanto el conocimiento de la
fidelidad ligándolo exclusivamente a lo sexual? Y entonces ¿cómo entendemos el
contacto físico entre los individuos para que los vínculos previamente constituidos no se
desestabilicen demasiado o se quiebren definitivamente? ¿Dónde están los límites al
deseo y del deseo? ¿Dónde se los ubican los que no se ajustan a los cánones oficiales
del deseo? Hace unas cinco décadas atrás se penalizaba el besarse en público, Dentro de
algunas décadas más ¿será aceptado o decente sostener intercambios sexuales entre
parejas, algo que ya ocurre pero se lo considera perverso y moralmente inaceptable?
¿No se verán ciertos intercambios sexuales simultáneos a los de la pareja estable como
algo que enriquece la vida sexual de los individuos?

La fidelidad en el ámbito de la pareja se la ha unido casi siempre a exclusividad


sexual. No he escuchado nunca que alguien dijera que su pareja le fue infiel porque no
le comunicó sobre una cuenta bancaria, o realizó una inversión sin compartirlo con su
pareja. No sucede de igual modo en otros contextos como por ejemplo en la amistad
donde ser fiel a un amigo no significa tener uno solamente, o en el ámbito de las ideas
donde uno se maneja con varias y a veces hasta contradictorias entre sí. Creo no
debería pensarse que ser fiel en la pareja es hacer desaparecer el deseo por cualquier
otro hombre o mujer.¿Se puede creer esa afirmación no te soy infiel ni en sueños? ¿Qué
lugar le damos a las fantasías? ¿O acaso vamos a afirmar que cuando uno está haciendo
el amor con su pareja y le aparece otra imagen de alguien conocido eso es un episodio
de infidelidad? Si son precisamente las fantasías sexuales más variadas y frondosas las
que sostienen una buena y rica excitación. Pero seguramente en lo que tenemos que
reflexionar es acerca de cómo la satisfacción de nuestro deseo no cause sufrimiento a
nuestra pareja, ya que evitar el deseo es imposible. No siempre la fidelidad como
exclusividad se plantea como un acuerdo consensuado, a veces se lo hace como una
conducta auto-represiva auto-impuesta, o a veces como una obligación que el otro nos
impone y también como prohibición. En estos últimos casos ¿podemos hablar de
decisión, libertad personal, acuerdo, pacto?
La otra cosa a tener en cuenta es que en general esa exigencia de fidelidad-
exclusividad no se la suele exigir por el bienestar del otro sino por la propia de quien lo
plantea ya que si el otro no es feliz con esta exigencia, no importa, por lo tanto no se
trata de una actitud amorosa sino de un egoísmo personal, una preservación personal
acerca del daño que se sentiría si “eso” sucediera. Otras veces también se lo usa como

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una herramienta de refugio, consuelo y/o justificación de un conjunto de incapacidades
personales y temores, es decir, se termina siendo fiel porque no se puede hacer otra
cosa, siendo muy distinto esto de aquél que pudiendo y teniendo oportunidades para
hacerlo elige por la negativa. Es bastante frecuente ver en la clínica que aquellas parejas
que se obligaron a una fidelidad absoluta caigan en crisis muy profundas ante cualquier
episodio de infidelidad, aunque el mismo no sea tan importante. Son parejas que
defienden el vínculo como si fuera una fortaleza en la cual nadie puede penetrar, y ante
el menor atisbo de intromisión, estallan con toda su artillería. Ese es un concepto de
fidelidad muy irreflexivo, rígido, poco pensado y conversado que se ha organizado bajo
un modelo tradicional de pareja que hoy en día esta siendo cuestionado por las
incesantes transformaciones socio-culturales.
Es de tenerse en cuenta que lo obligatorio, lo rígidamente prescripto, lo
inmutable no produce la excitación necesaria para la vida intima de una pareja sino que
por el contrario, acentúa el aburrimiento. La fidelidad debería ser una opción que se
elige voluntariamente, hasta a veces en forma unilateral, pero no tomada como un
importante reaseguro para tener al otro en forma incondicional, sino como algo
dinámico, cambiante, dependiente también de las transformaciones que una pareja va
sufriendo con los años. Además hay que tener en cuenta las notables diferencias de la no
exclusividad sexual en los diferentes tipos de parejas, y no hacer afirmaciones cerradas,
universales para todas las relaciones. La fidelidad entendida como lealtad, confianza, es
necesaria para poder mantener compromisos adquiridos y hacer que un vinculo de
pareja pueda mantener continuidad en el tiempo. Es fundamental para establecer una
vida en común y comprometerse con el otro. Ese lazo, cuando es sólido no se rifa por
algún encuentro sexual por fuera de la pareja estable. Y si así llegara a suceder es
porque lo nuevo adquiere suficiente fuerza sobre lo que ya se estaba agotando,
terminando. El contenido de la fidelidad va cambiando a medida que va cambiando la
vida, y la vida en común de la pareja, se va redefiniendo con el paso del tiempo. No es
algo que se genera automáticamente: es una decisión con contenidos específicos en cada
caso. Es la confianza de sentir al otro de la pareja como un compañero de vida que nos
aporta esa cuota necesaria de seguridad, protección, cuidado, afecto, compañerismo,
alegría, complicidad, confortabilidad y que además de sentirlo como reciproco estamos
dispuestos a jugarnos por ese otro del vinculo.
A esta altura creo que casi nadie podría objetar la legítima necesidad de que una
relación de pareja con convivencia se sustentara sobre parámetros de una fidelidad
entendida como lealtad, compromiso en un proyecto en común, cuidado por el otro,
como lo planteaba más arriba. La dificultad surge cuando esta fidelidad se la quiere
entender casi únicamente como un pacto de exclusividad sexual. Ahí es donde se
dividen las aguas. Creo que es hipócrita la promesa de afirmar esa exclusividad al otro,
porque es como si quisiéramos sujetar nuestro futuro deseante a un pacto (que en
muchos casos es una norma y hasta un decreto o artículo del código civil). Más, diría
que es imposible prometer sobre algo tan delicado, cambiante, misterioso como lo es el
deseo humano. Es como prometer amor a alguien para toda la vida cuando sabemos que
será hasta que se acabe, salvo que uno tenga la predisposición de imponérselo a
rajatabla para sí mismo y para el otro ¿Podemos llamar a eso amor?
Así como creo que es interesante y operativo mantener la diferencia entre
fidelidad y exclusividad sexual, me parece que también se debe respetar la diferencia
que existe entre una pareja matrimonial concebida bajo las leyes civiles y los ritos
religiosos y aquellas que no adoptan ese sistema pero que se parecen en casi todo a las
primeras. Tanto la ley civil como por ejemplo la canónica cristiana consideran la no
exclusividad sexual como “adulterio” y causa de separación de los cónyuges, siendo por

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lo tanto una falta (pecado) grave. Esto de por sí ya es suficiente para resultar ser una
prescripción social muy fuerte y muy resistida a sufrir cambios.

La fidelidad no es algo que se pueda aceptar o no aceptar. No es algo que se pueda


guardar o no (”guardar fidelidad” es la fórmula eclesial). Es una creación de la voluntad
en la relación amorosa.

La fidelidad, o la infidelidad, se refieren al cumplimiento de un acuerdo dentro del


contrato de relación conyugal, no a la presencia o ausencia de relaciones sexuales con
terceros. De esta manera puede haber una relación fiel en la que se den relaciones
sexuales extraconyugales y una relación infiel en la que no existan relaciones sexuales
con terceros. Una persona es fiel de manera convencida cuando se adhiere a la relación
con la otra persona. Esa adherencia se genera cuando, dentro de un contexto de igualdad
y gozo, se produce hacia el otro y hacia la relación que les une una actitud de
reconocimiento, valoración, defensa y preservación. Y eso sólo es posible cuando se
establece entre seres autónomos. Por lo tanto deduciría que una relación es fiel cuando
se da entre personas autónomas.

Fidelidad se emparenta con lealtad. Una persona fiel o leal es aquella que se
mantiene constante en sus afectos o en el cumplimento de sus obligaciones o en la fe
que uno debe a otro. Fiel es aquél que no defrauda la confianza que se deposita en él. La
fidelidad se relaciona con la gratitud, la persona leal ha recibido un bien de otro y no
olvida, lo valora. Pero, ¿se puede ser leal y no fiel?

La infidelidad, en muchos casos, no tiene que ver con desamor o desprecio a la


pareja, sino que está enrolada con el deseo sexual, con la búsqueda de la variedad, algo
que llevamos dentro y que forma parte de nuestra esencia humana.

Algunos críticos piensan que la monogamia como base de la unión exclusiva


hombre- mujer, ya no constituye una forma de vida realista, pues ésta se convierte
rápidamente en monotonía, y que el concepto de la fidelidad es algo que ha quedado
obsoleto, por lo que admiten de algún modo las relaciones sexuales extramatrimoniales,
dándoles un carácter legítimo cuando se trata de recuperar la autoestima o la sensación
de seres humanos. En cambio muchos moralistas defienden la fidelidad como un deber
conyugal inexcusable, y opinan que la parte inocente está obligada a divorciarse de la
infiel, por quedar el matrimonio vacío e impuro.

Se podría pensar la infidelidad como una manera de burlar la ley matrimonial,


pero en realidad al ser vivida como traición, mentira, engaño, no hace más que
reforzarla. Esta cuestión de la monogamia que se instaló en la civilización occidental
no es solamente un condicionamiento social legalmente establecido, sino que ha
penetrado en la subjetividades a tal punto de llegarse a creer que es como una condición
innata del ser humano el sostenerla. Y debido a eso, un individuo que no esté en una
pareja de tipo matrimonial, y que no sostenga exclusividad sexual con su partenaire,
sentirá de alguna forma culpa, cierto malestar, necesitará mantenerlo oculto, etc., y si
quisiera hacer de ello un pacto explícito es muy probable que no se lo conseguiría
mantener sin que la pareja se deshaga. Es tan fuerte ese mandato social que solamente
en las últimas décadas se ven con cierta frecuencia parejas que no conviven que pueden
no respetar esa consigna y que pueden hablar de ello en forma explícita. Quiero decir

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que esto está cambiando, y son esas parejas que se constituyen después de las
matrimoniales, que por lo general no conviven, las que más generan situaciones nuevas
que conmocionan los parámetros tradicionales, entre ellos los de una monogamia
estricta.

Es frecuente observar que en la vida cotidiana de las parejas, el aspecto idílico se


erotiza con lo prohibido. En la medida en que el vínculo deja de ser clandestino y se
legaliza, la 'rutina' minimiza al deseo. También el acto infiel aporta una cuota en esa
vertiente de reavivar el deseo. Pero no creo que se pueda generalizar acerca de las
distintas motivaciones que mueven a algunos miembros de las parejas a no tener
exclusividad con su partenaire. Son tantas que precisamente por eso se puede plantear
que una fidelidad extrema durante largos años de vida en común, aparece hoy día como
una rareza o sencillamente como una hipocresía, en los casos en que se lo trata de
ocultar sólo para mantener cierta formalidad.

Monogamia y fidelidad

La monogamia nació de la concentración de riqueza en las mismas manos -las de


un hombre- y del deseo de heredar esa riqueza a los hijos de ese hombre, excluyendo a
los de cualquier otro. Para eso era necesaria la monogamia de la mujer, pero no la del
hombre; tanto así, que la monogamia de la primera no ha sido el menor impedimento
para la poligamia descarada u oculta del segundo. (Frederick Engels, El origen de la
familia, la propiedad y el estado).
En los trabajos sociológicos y antropológicos sobre la historia de la familia
humana en general se llega a la conclusión de que existieron estados anteriores
(¿primitivos?) en los cuales imperaban las relaciones sexuales en forma muy libre donde
cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las
mujeres. Poliandria, poligamia, matrimonio por grupos donde hombres y mujeres se
pertenecían recíprocamente, donde no había espacio para los celos y donde no imperaba
el criterio “de propiedad” sobre el otro. Los celos, según muchos investigadores, como
el incesto, son fenómenos humanos que no estuvieron desde siempre, sino que tienen
fecha en el desarrollo de la humanidad; Engels cita formas de familias como la
“punalúa” y la “sindiásmica” donde se lo comprueba. En esta última un hombre vive
con una mujer pero donde la poligamia y la “infidelidad” ocasional sigue siendo un
derecho para los hombres y al mismo tiempo se exige la más estricta fidelidad a las
mujeres mientras dure la vida en común y se castiga el adulterio, hecho que está
totalmente ligado a la procreación: la descendencia sólo puede establecerse por la línea
materna. Si bien no es este el espacio para extenderme en estos procesos histórico-
evolutivos de la familia y por ende de la pareja humana, lo que sí quiero destacar es dos
conclusiones a las que arriba Engels que me parecen muy interesantes. La primera es
que esta evolución hacia la monogamia no tiene que ver con el amor sexual individual,
en la actual acepción de la pareja. La segunda que ese paso de las formas sindiásmicas a
la monogamia se explica fundamentalmente por acción de la mujer, quien siempre en
general ocupó un lugar más restricto que el hombre, donde la identificación clara de su
descendencia fue un factor muy importante para la individualidad conyugal. La familia
monogámica se basa en el predominio del hombre, su fin es el de procrear hijos cuya
paternidad sea indiscutible, que son los herederos directos de las posesiones que
comienzan a acumularse. Es decir, que para este autor, la monogamia no aparece en la

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historia como un acuerdo entre el hombre y la mujer, sino bajo la forma de un
esclavizamiento de un sexo sobre el otro, donde la supremacía absoluta del hombre
sobre el sexo femenino fue constante. Por otro lado señala que el heterismo
(intercambios sexuales extraconyugales) y el adulterio fueron los eternos compañeros de
la monogamia .Ésta nació de la concentración de grandes riquezas en manos de un
hombre y del deseo de trasmitir esas riquezas por herencia a los hijos de ese hombre,
excluyendo a los de cualquier otro. Debido a eso era necesaria la monogamia de la
mujer, pero no la del hombre. Debido a eso era necesaria la monogamia de la mujer,
pero no la del hombre.

Se podría llegar a hablar de un fidelidad positiva es decir, la que se basa en el


amor mutuo, correspondido, en donde ambos por decisión afectiva y racional deciden
sostener la exclusividad sexual, no resultando esto último ni una carga ni una sobre-
represión extrema; y una fidelidad negativa, regida por el miedo, la obligación
irracional, solamente como el cumplimiento de un mandato que está más allá de la
pareja. Pero vuelvo a insistir: aunque uno, pudiendo ser infiel, elige no serlo, y otro que
es fiel porque jamás podría plantearse lo contrario, existe siempre el imprevisto, ese
acontecimiento que alguna vez ocurre y en el que uno puedo actuar como nunca lo
hubiera imaginado, dejando de lado ciertos principios o restricciones internas o
externas. Por supuesto que desde una perspectiva religiosa será visto como pecado, y
desde una social, si se trata de pareja matrimonial, como adulterio o sencillamente
como falta, pero muchas veces desde el punto de vista psicológico puede ser un hecho
positivo y enriquecedor para la vida psíquica de un individuo. No consideraría “prima
facie” una estricta fidelidad a lo largo de muchos anos de matrimonio como algo tan
sano psicológicamente para una persona. Por supuesto que cada caso es analizable en
particular, pero lo que sostengo es que se torna prejuicioso valorar positivamente
siempre esa exclusividad. Además tenemos que pensar cuantas parejas se separan
también para poder tener otras experiencias sexuales debido al agotamiento que sufren a
lo largo de muchos anos de convivencia.
Aunque el 90% de la población mundial exige la fidelidad para desarrollar las
relaciones de pareja, somos ambivalente y de una doble moral: una cosa es la
monogamia teórica y otra la empírica.
Tolstoi afirmaba: “Decir que uno puede amar a una persona por toda una vida es como
declarar que una vela puede mantenerse prendida mientras dure su existencia”.
Seguramente ante esta afirmación alguien podría agregar que eso no justifica la
no exclusividad sexual, porque uno puede cambiar de pareja, es decir terminar la
relación si se ha perdido el deseo, o el amor o ambos. Pero sucede que precisamente
quienes tienen relaciones paralelas a su matrimonio o pareja estable similar, es porque
no quieren separarse y dar por terminado un vínculo que reviste mucha importancia,
porque aman a su compañero/a, a la familia que han constituido, y por otro sin número
de razones que no están dispuestos a prescindir.

Los amores infieles

Los amoríos infieles a veces resultan necesarios y otras veces inevitables en la


vida de pareja, pero también es cierto que casi siempre resultan difíciles y complicados.
A veces un sujeto infiel puede tener sus razones personales para ejercer el acto
infiel, sin padecer de sentimientos de culpabilidad, ni sentimientos conscientes de
vergüenza. En este caso puede que las razones conscientes e inconscientes para realizar

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el acto de la infidelidad, sean armónicas con el sistema de ideales de esa persona en
particular.
No siempre esa ruptura de la exclusividad pueda ser siempre perjudicial para la pareja: a
veces finalmente, puede tener algún beneficio para ambos participantes de la pareja
conyugal

Pero a pesar de todo, dos valores permanecen en la actualidad, por lo menos en


el enunciado: matrimonio por amor y segundo, la idea de una absoluta exclusividad
sexual.
Entonces incumplir la exclusividad sexual (o sea, ser infiel en los términos
corrientes) es inaceptable como ideal social. Además es un delito conyugal y significa
estar incurso en adulterio. Ser adúltero es algo sancionado severamente por la sociedad
en su vertiente jurídica (causal de divorcio) y en su vertiente religiosa (vivir en pecado).
Es algo tan grave que muchas veces se utiliza como el principal causal de divorcio. Sin
embargo a pesar de todo esto, este tipo de infidelidad (la sexual) es algo que ocurre
todos los días en la mayoría de las parejas. Ocurre tanto en hombres, como en mujeres.

El orden social establecido en nuestra cultura occidental desde tiempos originarios, se


fundamenta en un sistema que específicamente prohíben el incesto y el parricidio. Una
vez establecidas estas dos prohibiciones básicas los grupos sociales se organizan en
sistemas más complejos. Un principio adicional más moderno establecido en el orden
jurídico y en el religioso, consiste en la obligatoriedad de ofrecer y cumplir el convenio
de exclusividad conyugal. Así pues la fidelidad sexual se instala como un baluarte
social. Casi todas las religiones sostienen este principio que se aplica más tajantemente
en el caso de la mujer, por su papel reproductivo.

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