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LA JUSTICIA MILITAR EN LA EDAD ANTIGUA Y EN LA EDAD MEDIA

1. EDAD ANTIGUA.

Entre los pueblos primitivos hispanos fue muy frecuente la práctica de la clientela
militar, en virtud de la cual un individuo pactaba con un patrono que éste le daría
protección y sustento a cambio de obligarse, bajo juramento, a seguirle en la
guerra. Los iberos reforzaban este vínculo con una peculiar sanción, que contribuye
a poner de manifiesto que, también en el ámbito de lo militar, lo delictivo, en sus
primeros estadios, tenía una consideración religiosa; se trataba de la institución de
la devotio, estudiada minuciosamente por RAMOS LOS CERTALES, mediante la cual
los clientes consagraban sus vidas a la divinidad para que las aceptase a cambio de
la del patrono, si ésta se veía amenazada gravemente en el combate. Así, si el
patrono moría en la batalla, los devotio, entendiendo que no habían sido capaces
de defenderle, debían quitarse la vida, que carecía ya de sentido a los ojos de
aquella divinidad. Entre los pueblos c en continuo estado de guerra. Roma concibe
el delito militar en relación directa a la idea de disciplina y la necesidad de esta para
la existencia del ejército. Todo contribuía a que el ciudadano romano se sometiera
a una disciplina que sabía necesaria: la patria, la religión y la familia. Así, en virtud
de estos tres elementos, el guerrero tenía por vecino en el combate a aquel con el
cual, en tiempo de paz, hace la libación y el sacrificio ante el mismo altar.
2. EDAD MEDIA.

En el Estado hispano godo el Ejército no constituyó un cuerpo armado permanente,


y en el caso de que las necesidades de la guerra o el mantenimiento de orden
interno lo requiriesen, el Rey convocaba a las armas. A partir del reinado de Eurico,
esta obligación se extendió también al hispano romano y a los siervos. El
incumplimiento de esta obligación motivó la publicación de diversas disposiciones
sancionando a los culpables, incluidas en el Liber iodiciorum, cuyo libro IX trata De
his, qui ad bellum nom vadunt, aut de bello regufiunt; allí se castiga a quienes no
se presentan en las huestes o las abandonan, a quienes por dádivas eximen a otros
de tales obligaciones y a traidores y desertores. Vamba, en el año 673, extendió
estas obligaciones a los clérigos, bajo destierro y con esta pena y la de confiscación
de sus bienes a quienes, cualquiera que fuese su condición, no acudiesen a sofocar
las rebeliones en el interior del Reino; poco después Ervigio dispuso la
incorporación de las huestes, en su caso, de los obligados a ello, acompañados de
la décima parte de los siervos que tuviesen. Con la ocupación militar de la casi
totalidad de la Península por los árabes se inicia la Reconquista, y con ella una época
de dispersión normativa, que se refleja en multitud de ordenamientos locales o
“fueros”, del carácter más diverso, aunque muchos de ellos con características
afines, lo que ha permitido, a efectos doctrinales, su agrupación en familias.

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