You are on page 1of 3

Los Himnos Homéricos

Los conocidos como Himnos Homéricos son una colección de 33 himnos dedicados a
los dioses del panteón griego y otras deidades, cuya extensión y fecha de composición
hacen de ellos un grupo heterogéneo de poemas que reunimos bajo un mismo título de
modo meramente convencional. Los himnos están dedicados, según uno el orden de
aparición que aquí tomamos, a Dioniso, a Deméter (link is external), a Apolo (link is
external), a Hermes (link is external), a Afrodita (link is external), a Dioniso, a Ares
(link is external), a Ártemis (link is external), a Afrodita (link is external), a Atenea
(link is external), a Hera, a Deméter (link is external), a la Madre de los dioses, a
Heracles, el de corazón leonino, a Asclepio, a los Dioscuros, a Hermes (link is
external), a Pan, a Hefesto (link is external), a Apolo (link is external), a Posidón (link
is external), a Zeus (link is external), a Hestia, a las Musas y a Apolo (link is external),
a Dioniso, a Ártemis (link is external), a Atenea (link is external), a Hestia, a la Tierra,
Madre de todos, al Sol, a la Luna, a los Dioscuros y, si se quiere, a los Huéspedes.
Están escritos en hexámetros dactílicos y poseen un estilo que conjuga perfectamente
los instrumentos típicos de la lírica (como la estructura, el uso de la primera persona y el
presente y, en muchos casos, el ámbito festivo) y los motivos propios de la épica (el
variopinto contenido narrativo, las fórmulas compositivas y el propio tipo de verso).

En la fecha de composición de algunos de los himnos, existe una diferencia de más de


siete siglos, algo que ya de por sí invitaría a pensar en una autoría diversa. De esta
manera, el más antiguo, el himno II, a Deméter (link is external), data de los siglos VII
o VI a.C., el conocido como estadio subépico, en tiempos de Hesíodo, mientras que los
himnos XXXI y XXXII, al Sol y a la Luna, se compusieron necesariamente no antes de
época helenística. Al respecto, podemos encontrar dentro de la obra de Hesíodo, tanto
en la Teogonía como en Trabajos y Días, himnos de las mismas características que los
que aquí tratamos.

En cuanto a la extensión, aunque, en el grupo, la mayoría no supera los veinte versos,


también encontramos himnos de cientos de versos. El más breve, el himno XIII, posee
tres versos, y el más extenso, el himno IV, dedica hasta 580 versos al dios Hermes (link
is external). Se desconoce la extensión prototípica del himno más antiguo, puesto que
los aedos eran tan duchos en la expansión como en la abreviación.

Dada su naturaleza originariamente cultual, sobresalen los recursos poéticos propios de


la literatura oral, lo que no significa necesariamente que todos ellos fueran recogidos
por escrito de una composición popular anterior. No obstante, la divergencia entre los
versos que nos han llegado y determinados testimonios de la historia hacen pensar en la
fijación por escrito de la producción oral, como en el Himno III, a Apolo, citado por
Tucídides.

Estructura

Los himnos se dividen en tres partes: El himno arranca con una fórmula en la que
reconocemos el carácter de que se imbuye el propio aedo; éste puede solicitar a las
musas los versos cargados de inspiración que se dispone a cantar, en cuyo caso, el aedo
se considera un simple intérprete de motivaciones ajenas, vate inspirado por una deidad
superior; por otra parte, el aedo puede aparecer como poeta creador, siendo él el origen
y la causa de los versos que le sigan: en tal caso, el poeta habla en primera persona y

1
presenta su propósito particular de cantar a un dios. Ejemplo de ambos tipos de
comienzo encontramos en los siguientes versos [Trad. Alberto Bernabé]:

«Canta, Musa, a Hermes, hijo de Zeus y Maya, que tutela Cilene y Arcadia, pródiga en
rebaños, raudo mensajero de los inmortales, al que parió Maya, la ninfa de hermosos
bucles, tras haberse unido en amor a Zeus, ella, la diosa venerable.» [Himno IV a
Hermes]

«Comienzo por cantar a Deméter de hermosa cabellera, la augusta Diosa; a ella y a su


hija de esbeltos tobillos, a la que raptó Aidoneo (y lo permitió Zeus tonante, cuya voz se
oye de lejos), cuando, apartada de Deméter la del arma de oro, de hermosos frutos,
jugaba con las muchachas de ajustado regazo, hijas de Océano [...]» [Himno II a
Deméter]

En la parte central que le sigue cabe una gran variedad de contenidos, y supone la parte
principal del canto. El himno se cierra con un final en el que el aedo puede ofrecer un
saludo al dios; en esta última parte caben también varias fórmulas de contenido
diferente. De ejemplo, expondremos los de los himnos anteriores.

«Así que te saludo a ti también, hijo de Zeus y Maya; que yo me acordaré también de
otro canto y de ti.» [Himno IV a Hermes]

«Augusta soberana de hermosos dones, Deó, dispensadora de las estaciones, tú y tu


hija, la bellísima Perséfone, concededme, benévolas, en pago de mi canto la deseada
prosperidad, que yo me acordaré también de otro canto y de ti.» [Himno II a Deméter]

Historia de los Himnos Homéricos

Durante mucho tiempo, apenas existió interés alguno por los himnos homéricos. Los
filólogos alejandrinos, muy rigurosos al realizar análisis de las obras, no tuvieron gran
consideración por éstos. Sabemos que en algún momento de la Alta Edad Media o
principios de la Baja Edad Media se compuso una colección de himnos que incluía,
además de éstos, los de Calímaco, los órficos y los de Proclo. Pero no fue hasta la
llegada de la imprenta que los himnos homéricos ocuparan un puesto de importancia en
la consideración filológica y, así, a la editio princeps, de Demetrio Calcóndilas, le
siguieron muchas otras ediciones.

No poder acudir a los alejandrinos del modo en que hacemos con la Ilíada y la Odisea,
implica enfrentarnos al tratamiento de textos de los rapsodos: se cree que ante dos
versiones de un mismo texto, los rapsodos no elegían una y desechaban la otra, sino que
incluían las dos versiones, dejándonos versos yuxtapuestos, como es el caso de lo que
aquí nos ha llegado; y, en definitiva, el descuido ha desembocado en una mala
conservación y, en ocasiones, problemática interpretación del texto.

Temática subyacente y crítica implícita

Entre los muchos himnos y sus temas explícitos, hay quien opina que se esconden
parábolas o, si acaso, algo más concreto, críticas directas a determinadas realidades
sociales. En el Himno a Hermes, por ejemplo, según Brown, encontraríamos el conflicto
de las clases sociales, arriesgándonos a caer en el anacronismo terminológico, entre la

2
burguesía y la aristocracia, representadas, por Hermes (link is external), dios del
comercio y la astucia, representando la burguesía, y Apolo (link is external), que
representaría la fortuna de la clase social más elevada.

Por último, en este apartado debemos mencionar la importancia de los misterios de


Eleusis en el más antiguo de los himnos, el Himno II, a Deméter. Este canto resulta una
genial fusión del mito y el rito. Al tiempo que cuenta los esfuerzos de la diosa Deméter
por recuperar a Perséfone, vincula la acción con el proceso de iniciación en los secretos
rituales órficos. Deméter, madre angustiada por la pérdida de su hija, dedica nueve días
a su búsqueda con la ayuda de una antorcha, su atributo. Cuando, al noveno día, el Sol
le informa de lo ocurrido

«Ningún otro de los inmortales es el culpable más que Zeus acumulador de nubes, que
se la ha entregado a Hades para que sea llamada su lozana esposa.»

Deméter decide alejarse a casa de Céleo

«Irritada contra el Cronión, amontonador de nubarrones, tras apartarse en seguida de


la asamblea de los dioses y del grande Olimpo, marchó a las ciudades de los hombres y
a sus pingües cultivos [...]. Ninguno de los hombres ni de las mujeres de ajustada
cintura la reconocían al verla, hasta cuando llegó a la morada del prudente Céleo, que
era por entonces señor de Eleusis [...].»

donde pide que le preparen harina de cebada y agua, después de mezclarla con tierno
poleo, el ciceón utilizado en el rito órfico. Ya instalada, acepta encargarse de la
educación del hijo de Céleo, Demofoonte. En su intento por volverlo inmortal

Deméter lo ungía de ambrosía, como si hubiese nacido de un dios, mientras soplaba


suavemente sobre él y lo tenía en su regazo. Por las noches lo ocultaba en el vigor del
fuego, como un tizón, a escondidas de sus padres.»

Metanira, la de hermosa cintura, descubre las prácticas de Deméter sobre su hijo y,


asustada, ofende a la diosa, quien se descubre y acaba por sumir a los mortales en una
carestía indefinida. Zeus (link is external), ante el descontrol de la situación, media entre
la airada Deméter y el impasible Hades (link is external), consiguiendo de él la
liberación de Perséfone, no sin antes darle a probar unas semillas de granada. Al ver a su
madre, ésta le pregunta

«Hija, ¿no habrás acaso tomado algún manjar mientras estabas abajo? Dímelo, no lo
ocultes, para que ambas lo sepamos. Pues si no lo has hecho, de vuelta del aborrecible
Hades, habitarás junto a mí y junto al padre Cronión, encapotado de nubarrones,
honrada entre todos los inmortales. Pero si hubieses comido, yéndote de nuevo a las
profundidades de la tierra, habitarás allí la tercera parte de cada año [...]. Cuando la
tierra verdee con toda clase de fragantes flores primaverales, entonces ascenderás de
nuevo de la nebulosa tiniebla [...].»

Bibliografía:
López Férez. Historia de la literatura griega. Cátedra, Madrid, 2000.
Himnos Homéricos. Introducción, Traducción y Notas de Alberto Bernabé Pajares. Gredos, Madrid, 1978.

You might also like