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Mujeres
chilenas en dictadura 1973
Artículos
Revista No. 7
October 17, 2013
Resumen:
Abstract:
The Pinochet dictatorship was established as a system of oppression that reveal was
necessary, the inability to organize politically created the objective conditions for the
emergence of other forms of organization. Popular women who opposed Pinochet
resisted the regime influenced by its organizational memory, this work is an attempt to
identify historical components that structured their struggle and determine whether the
hegemonic project of the dictatorship influences questioning of women’s subordinate
status in our country.
El golpe de estado de septiembre de 1973 no fue un hecho aislado, por el contrario fue
parte de una serie de golpes de Estado en América Latina en el contexto de guerra fría.
La particularidad del quiebre institucional en nuestro país, es que Chile se convirtió en
el conejillo de indias del proyecto hegemónico neoliberal. La dictadura pinochetista,
liberal en lo económico y conservadora en lo social, pretendía la erradicación de la
cultura marxista y retornar a una sociedad jerarquizada, ordenada y obediente. Esta
cosmovisión se impuso a través del terror, la prohibición de ejercer los derechos de libre
expresión, asociación, reunión y libertad de prensa bajo la amenaza latente de la
detención, desaparición, tortura y muerte. A pesar de esto y del riesgo que significaba
oponerse a los mandatos dictatoriales, numerosas personas se organizaron para luchar
contra la tiranía, entre ellas grupos de mujeres se levantaron y lucharon creando
agrupaciones que dieran solución a sus problemáticas inmediatas, organizaciones de
subsistencia, de derechos humanos, políticas y feministas.
Las mujeres son el grupo subalterno del sistema patriarcal, desde el mundo clásico los
hombres han sido soberanos de lo público y han gestionado las normas sociales para
el “optimo” funcionamiento de éste, cuestión que convenientemente relegó a las
mujeres al mundo privado atribuyéndoles la responsabilidad exclusiva de la
reproducción social. (Arendt, 2009) Con la revolución industrial y las nuevas tecnologías
asociadas al proceso productivo, la mujer se incorporó al trabajo asalariado. La máquina
desvalorizó el trabajo masculino porque la fuerza física ya no era fundamental para el
trabajo fabril y porque la fuerza de trabajo masculina era muchísimo más cara que la de
mujeres y niños situación que empobreció aún más a la familia obrera. El nuevo rol que
las mujeres asumieron no las liberó de la esclavitud del trabajo doméstico, sino por el
contrario, les sumo una nueva dinámica de opresión (dependencia de manufactura,
bajos sueldos, incompatibilidad con la maternidad, nula legislación laboral,
etc.) (Toledo, 2009).
Hasta 1973 y a pesar del contexto de movilización social y de la gran influencia de los
partidos de izquierda, parte mayoritaria de la población votante femenina tenía
una tendencia política marcada de centro derecha. En las elecciones presidenciales de
1970 el 68% de las mujeres chilenas se sentían representada por los ideales
conservadores de la elite. (Power, 2008). Este fenómeno no ha de sorprender si
consideramos que los partidos conservadores ligados a la iglesia desde fines del siglo
XIX se relacionan con las mujeres populares solucionando problemas cotidianos de
higiene, alimentación y salud a través de la práctica de la caridad. Por otro lado la
derecha tenía (y tiene) un discurso moralizante que se inmiscuye en el mundo privado
de la ciudadanía, cuestión que a las mujeres daba más seguridad que la revolución
anhelada por los partidos de izquierda. Las izquierdas tradicionales asumen que las
mujeres, al ser parte de los medios de producción, tienen los mismos problemas que
los hombres de su clase, sin notar que la mujer padece dinámicas de opresión
particulares y por lo tanto, demandas específicas que relegaron en un segundo orden
en pro de la revolución y la lucha de clases, desentendiéndose del 52% de mujeres no
asalariadas sujetas al trabajo no remunerado de reproducción social en 1970 (Valdés
T. 1992).
El gobierno constitucional de Salvador Allende fue derrocado por los militares quienes
en confabulación con dirigentes de la Democracia Cristiana, partidos políticos de
derecha, empresarios y el gobierno de los Estados Unidos organizaron la
desestabilización del gobierno de la Unidad Popular, para generar una crisis social,
económica y política que justificara el quiebre institucional. El 11 de septiembre de 1973,
se produce el golpe de estado que da paso a una dictadura cívico militar que transformó
al país económico, social, cultural y políticamente. Los años de lucha por
reivindicaciones sociales y democratización de la esfera política se vinieron abajo y el
gobierno retornó a las manos de las élites conservadoras librecambistas. Pero la
transformación del Estado se logró pagando un precio de sangre; tortura, represión y
desaparición de personas, identidades y comunidades. El régimen se impuso de la
mano de la ortodoxia neoliberal de los Chicago Boys, convirtiendo al país en un
experimento económico cuyas consecuencias nefastas se arrastran hasta nuestros
días.
Institucionalidad
El régimen autoritario considera que el marxismo trajo como consecuencia una crisis
moral que se ponía de manifiesto particularmente en las mujeres por lo que pretende
volver al sistema conservador de asignación de roles y vuelve a encasillar a la mujer en
su rol madre-esposa. En congruencia con esta lógica, las fuerzas armadas cambiaron
el accionar político de la mujer, el CEMA y la Secretaría Nacional de la Mujer pasan a
ser el brazo ideológico de la dictadura, para adoctrinar a las mujeres populares y
potenciar su alienación bajo la dirección de Lucía Hiriart y de las esposas de los
integrantes de la junta de gobierno[1].
Art. 131. Los cónyuges están obligados a guardarse fe, a socorrerse y ayudarse mutuamente en
todas las circunstancias de la vida. El marido debe protección a la mujer, y la mujer obediencia
al marido. Art. 132. La potestad marital es el conjunto de derechos que las leyes conceden al
marido sobre la persona y bienes de la mujer. Art. 133. El marido tiene derecho para obligar a su
mujer a vivir con él y seguirle a donde quiera que traslade su residencia. Cesa este derecho
cuando su ejecución acarrea peligro inminente a la vida de la mujer. La mujer por su parte, tiene
derecho a que el marido la reciba en su casa. (Codigo Civil, 1974:54)
En términos de represión con violencia física las mujeres fueron entre el 12,5% y el
19,3% de los detenidos[3], pero eso no quiere decir que la detención, tortura,
desaparición y muerte, les afectara en menor medida, no olvidemos que muchas de
las esposas, madres, hijas, hermanas, parejas y amigas de ese otro 87,5% de los
detenidos que se organizaron para resistir y combatir los estragos de la dictadura en
sus vidas y en la de los que las rodean.
La organización femenina contra la dictadura surge como algo espontáneo, confiadas
en que su condición de mujeres les daba una suerte de escudo protector y seguras de
que era necesario que alguien organizara formas de resistencia como buscar a los
detenidos, organizar las ollas comunes, ingresar a los compañeros y compañeras
perseguidos a las embajadas.
Para Teresa Valdés los talleres productivos surgen gracias a la memoria organizativa
de las mujeres que participaron en los antiguos CEMA la experiencia
las hacía conscientes de que podían capacitarse, generar productos (manualidades
y artesanías) que luego podrían comercializar. El trabajo productivo se centraba en dos
aéreas, el área de servicios (lavandería, reparación de vestuario, etc.) y la productiva
(cerámica, juguetes, ropa y tejidos) Los talleres trabajaban en estricta relación con los
comedores infantiles, los recursos se repartían entre estos y las casas de las mujeres
que trabajaban. Lamentablemente la mantención de estos talleres fue dura, se
enfrentaron a dificultades para conseguir recursos y para vender los productos. Hay
que considerar que la crisis era generalizada y pocos podían comprar, lo que hizo que
los talleres desaparecieran de 1979 a 1982, (Palestro, 1991) cuando reaparecen para
apalear los efectos de la crisis de ese año.
La figura de la olla común es parte del imaginario popular, han sido parte de los
procesos revolucionarios y de movilización desde principios de siglo, una expresión
comunitaria de subsistencia que aparece en los tiempos de crisis. Durante la dictadura
y gracias al trabajo de mujeres valientes de diversas militancias y el apoyo de
instituciones no gubernamentales de la iglesia como la Vicaría de la Solidaridad, el
Comité de Cooperación por la Paz, el MOMUPO (Movimiento de mujeres populares) y
otros, quienes se ocupaban de abastecer las ollas comunes en las poblaciones, es que
ésta fue una práctica que se mantuvo entre 1974 y 1989, y que alcanzaron su mayor
nivel de cobertura entre 1975 y 1983, cuando los índices de cesantía eran más
elevados. (Valdés, 1993)
Por las condiciones de vida de las mujeres en la dictadura, e influenciadas también por
las corrientes internacionales principalmente norteamericanas, las mujeres comenzaron
a preguntarse de la particularidad de su opresión, por lo que desde finales de la década
del 70 se comenzaron a articular una serie de organizaciones de pobladoras feministas
que vale la pena rescatar, primero porque el feminismo no tenía un carácter
estrictamente popular desde fines del movimiento obrero y porque a pesar de ser
grupos minoritarios generaron una explosión de conciencia de género en las mujeres
pobladoras, Tales como “Las Domitilas, Las Siemprevivas, el Frente de Liberación
Femenina, que se proclamaba como organización feminista para obreras y pobladoras
… el Movimiento de Mujeres Pobladoras (Momupo), el Comité de Defensa de los
Derechos de la Mujer (Codem) y Mujeres de Chile (Mudechi)” (Mires, 1993). En general,
con el golpe de estado la dirigencia de los partidos políticos arrancaron del país,
exiliados o autoexiliados aprovecharon, en su mayoría, la oportunidad de irse, dejando
atrás a las bases de sus partidos, con excepción de las militancias revolucionarias que
se quedaron o retornaron a la lucha contra la dictadura.
¿Qué pasó entonces con estas mujeres? ¿Quién escuchó sus demandas a la
democracia? ¿Quién las recuerda? Lamentablemente la sociedad chilena tiene
profundamente arraigada la lógica patriarcal, ni los políticos, ni los compañeros, ni los
historiadores han comprendido lo profundo y significativo de su lucha ni la importancia
de reformular el Estado para que incluya a todos los sujetos sociales, no sólo a las
mujeres, sino que también a los ancianos, niños, minorías étnicas y sexuales.
Notas
[1] Las principales instituciones que la dictadura utilizó para captar a la población
femenina fueron la Escuela de Auxiliares Femeninos del Ejército, Secretaría Nacional
de la Mujer, Fundación Graciela Letelier de Ibáñez CEMA – Chile, Comité Nacional
de Navidad, Corporación de Damas por la Defensa Nacional, Consejo Nacional de la
Familia, entre otros.
[2] Poder femenino fue una agrupación femenina anti marxista, anti allendista que
desde la elección de Salvador Allende, se organiza con el fin de terminar con
el socialismo a la chilena.
[3] La gran mayoría de las detenidas sufrieron algún tipo de tortura sexual, de las
3.399 mujeres que declararon, casi todas expresaron haber sufrido vejámenes
sexuales.
Bibliografía
Toledo, C. (2009). Mujeres el género nos une, la clase nos divide. Santiago: Marxismo
Vivo.
Valdivia, V. (2010). ¿Las “mamitas de Chile”? Las mujeres y el sexo bajo la dictadura
pinochetista. En J. Pinto, Mujeres Historias chilenas del siglo XX (págs. 87 – 116).
Santiago: LOM.