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Modernidad y postmodernidad * Prefacio, introduccién y compilacién de Josep Picd Gr i ia Versién espafiola de - ' Francisca Pérez Carrefio, José Luis Zalabardo. Manuel Jiménez Redondo, Antoni Torregrossa, : Inmaculada Alvarez Puente j Indice 8 PREG ak etd haw Westar mae 9 nteridad Verena USE XALAPA IntRODUGCION, por Josep Picd ... 2. ee cee cee ee eee Thee 1B as Pri dicién: 1988 Segunda reisapresise: 1904 I, MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD «Georg Simmel: Primer socidlogo de la numeri, por David Frisby .. 51 mane «Modernidad versus posensdentidadsy p por bai bermas 87 t> «La dialéctica de la modernidad y postmodernidad», por Albrecht Wellmer ... ... 103° II. VANGUARDIA Y POSTMODERNIDAD «En busca de la tradicién: vanguardia y postmodernismo en los afios 70», por Andreas Huyssen ... ... - 1417 «Marat/Sade, o el nacimiento de la postmodernidad a partir del espfritu de la Saeenint por David Ro- Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Betts ee ee oe eee seer te eee ae 165 Cédigo Penal vigente, podrén ser castigados con penas de multa y privacién de liber- tad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artistica 0 cientifica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorizaci6n. II. DISCURSO ARTISTICO Y POSTMODERNIDAD «Cartografia del postmodernismo»| por Andreas Huyssen 189 «Polémicas (post )modernas», por Hal Foster ... ... ... 249 © Prefacio, introduccin y compilacién: Josep Picé © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1988, 1992, 1994 IV. MARXISMO Y POSTMODERNIDAD Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 741 66 00 ISBN; 84-206-9563-7 Depésito legal: M. 25.169-1994 «¢Postmodernidad, Lata postmarxis- Compuesto en Fernéndez Ciudad, 8. L. 4 mo?», por Alex Callinicos ... ... . aca OD Impreso | en Lavel. Los Llanos, C/ Gran Canaria, 12. Humanes (Madrid) 4El Mars de Baudrillard», por ‘Avitue: ‘Kroker cece 293 Printed in Spain 7 Biblioteca Central 11.¥. ; ‘ Vv. LA POSTMODERNIDAD, ¢FUTURO O ETERNO PRESENTE? «De la modernidad como calle de direccién tinica a la postmodernidad como callején sin salida», por Gérard Raulet ... 2.0.60 cee tee cee cee nee eee ee nee «Dramatizacién y des-dramatizacién de “‘el Fin”; la Con- ciencia apocaliptica de la modernidad y la post- modernidad», pot Klaus R. Scherpe ... ... a 321 349 Piefacio La polémica scbre la postmodernidad se sitéa, tal como ya apuntaba en mi articulo «Proceso a la razén» *, en el reto que ha tenido que afrontar el desarrollo de la razén occidental tanto desde la filosofia negativa como desde las posiciones neoconserva- doras, El debate ha implicado no sdlo al campo de las artes, sino también al de las ciencias sociales y la literatura, convirtiéndose en un terreno interdisciplinar que a pesar de su grado de abstrac- cién ha tenido la virtud de clarificar conceptos y posturas, asi como de orientar buena parte de la investigacién tedrica contemporénea. En ese dmbito proponemos esta seleccién de articulos, con la finalidad de ayudar al lector espafol interesado en comprender aspectos importantes de la discusién tedrica actual. El primer capitulo —Modernidad y Postmodernidad— trata de situar la polémica con tres aportaciones que definen, explicitan y clatifican los principales conceptos que van a barajarse entre las diversas posturas que adoptan los protagonistas de esta discusién. Frisby trata las caracterfsticas que definen la modernidad en algunos de sus representantes més significativos, sobre todo Bau- delaire, Benjamin, Simmel y Habermas. Modernidad, en el discut- so estético, es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, donde la otra mitad es lo eterno, Jo inmutable. Habermas, que no utiliza el discurso estético, sino el racional, defiende el pro- yecto de la «razén ilustrada» tanto frente a los neoconservadores americanos, cuyo representante mds significativo es Bell, como con- tra los postestructuralistas franceses en su negativa antimodernista. ¥ por tiltimo Wellmer amplia y clarifica los conceptos de moder- nidad y postmodernidad en su relacién dialéctica desde una pers: pectiva de filosofia de la historia. Su intencién es hacer una especie de collage, cuyas partes queden ensambladas de forma que el postmo- detnismo aparezca como un campo simbélico, En el segundo capitulo —Vanguardia y Postmodernidad— Huys- sen trata la distincién entre vanguardia y modernismo, asi como su J. Pied, «Proceso a la razin», Debats, n° 14, 1986. 9 Bl aio pasado, se admitié a los arquitectos en la Bienal de ., siguiendo a Jos pintores y autores cinematograficos. Esta Bienal de Arquitectura fue decepcionante. Yo la describiria gue los que expusieron en Venecia formaban una van- ia de frentes invertidos. Quiero decir que sacrificaron la tra- de la modernidad para hacer sitio a un nuevo historicismo. ocasion de la Bienal, un critico del. diario alemén Frankfurter e Zeitung ptopuso una tesis cuya significaci6n alcanza de este acontecimiento particular; es un diagnéstico de ‘tiempos; «La Postmodernidad se presenta clatamente como nodet >, Esta afirmacién describe una corriente emacio- ‘nuestros tiempos que ha penetrado todas las esferas de la ectual, Ha introducido en el orden del dia teorfas de la acién, de la postmodernidad, incluso de la posthistoria. la historia conocemos la expresién: «Los antiguos y los modernos» ermitaseme comenzar por definir estos conceptos. El término no» tiene una larga historia, que ha sido investigada por ‘Rober Jauss. La palabra «moderno», en su forma latina «mo- se empled por primera vez a ales del siglo v para dis- cl presente, que se habfa convertido oficialmente en cris- del pasado romano y pagano. Con contenido variable, al «moderno» expresa una y otta vez la conciencia de una * Reproducido con Ia autorizacién de New German Critique. Publicado ‘con el titulo «Modernity versus Postmodernity», en New Gernean e, mim. 22, 1981. 87 €poca que se pone en relacién con el pasado de la antigiiedad para verse a si misma como el resultado de una transicién de lo viejo a lo nuevo, Algunos escritores restringen este concepto de «modernidad» al Renacimiento, pero esto es histéricamente demasiado estrecho, La gente se consideraba moderna durante el periodo de Carlomag- no, en el siglo x11, asi como en Ja Francia de finales del siglo xv, en la época de la famosa «Querelle des Anciens et des Modernes». Es decir, el término «moderno» aparecia y reaparecia exactamente en aquellos periodos en Europa en los que se formaba la concien- cia de una nueva época por medio de una relacién renovada con los antiguos, asi como siempre que se consideraba a la Antigtiedad como un modelo a recuperar a través de alguna forma de imitacién. La fascinacién que los cl4sicos del mundo antiguo ejercian sobre el espiritu de tiempos posteriores se disolvié por primera vez con los ideales de la Ilustracién francesa. Especificamente, la idea de ser «moderno» por volver la vista a los antiguos cambié con la fe, inspirada por la ciencia moderna, en el progreso infinito del co- nocimiento y en el avance infinito hacia mejoras sociales y mora- Tes. A rafz de este cambio se configuré una nueva forma de con- ciencia moderna. El moderno roméntico intentaba oponerse a los antiguos ideales de los clasicistas; buscaba una nueva época his- t6rica y la encontraba en la Edad Media idealizada. Sin embargo, esta nueva época ideal, establecida a principios del siglo x1x, no permanecié como un ideal fijo. A lo largo del siglo xrx, surgié de este espfritu romdntico aquella conciencia radicalizada de moder- nidad que se liberé de todos los vinculos histéricos especificos. Este tltimo modernismo simplemente establece una oposicién abs- tracta entre la tradicién y el presente; y nosotros somos, de algtin modo, todavia contempordneos de aquel tipo de modernidad esté- tica que aparecié por primera vez a mediados del siglo xrx, Desde entonces, el rasgo distintivo de las obras que cuentan como moder- nas es «lo nuevo». La caracteristica de tales obras es «lo nuevo» que ser4 superado y hecho obsoleto por la novedad del préximo estilo, Pero mientras que aquello que simplemente est4 «de moda» se convertiré pronto en anticuado, lo que es moderno preserva un vinculo secteto con lo clasico. Por supuesto, siempre se ha consi- derado clésica a cualquier cosa que puede sobrevivir al tiempo. Pero el documento declaradamente moderno ya no obtiene su po- der de ser un clasico de la autoridad de una época pasada; en vez 88 | i A ha sido e-} bra moderna se convierte en clasica porque ha s ye eden moderna. Nuestro aenbies de la aoernicee / ios cdnones autocontenidos de lo que es ser Clasico. sso. jemplo, a la vista de Ja historia i blamos, por ejemplo, a ; Sn cae en oi ordemidad clisca, La rclacién entre y acentia el irreductible cardcter «local» de todos los discursos, acuerdos y legi- timaciones “. Cabria hablar de un concepto pluralista, puntualista, «post-euclidiano» de razdn, en contraposicién, por ejemplo, con el concepto que Habermas proyecta de la razén en términos de teoria del consenso, el cual desde la perspectiva de Lyotard no es sino un ultimo gran intento de atenerse al pensamiento reconciliador, «totalizante», del idealismo aleman (0 de la tradicién marxista», y, por tanto, también a la unidad de verdad, libertad y justicia, En un pasaje caracteristico, que no es casual que recuerde a la teorfa anarquista del conocimiento de Feyarabend, explica Lyotard qué seria la «justicia» allende el consenso: «reconocer a la pluralidad e intraducibilidad de los juegos de lenguaje entrelazados entre sf su autonomia y especificidad, no tratar de reducirlos unos a otros; con una regla que serfa, empero, una regla general, ‘Dejadnos ju- gar (...) y dejadnos jugar en paz’» ®, En Lyotard el postmodernismo aparece como un gran movi- miento de «deslegitimacién» de la modernidad europea, desligitima- cién de la cual la filosofia de Nietzsche representa un documento temprano y central". A mf me parece que el movimiento de biis- queda del pensamiento postmoderno ha encontrado en la filosofia de Lyotard su expresién hasta el momento més plena, Volveré des- pués sobre las tesis de Lyotard. Por el momento, voy a detenerme en el problema de la estética. Caracteristicamente, el modernismo estético aparece en Lyotard como modernismo estético radical; por asi decirlo, como un modernismo que ha adquirido conciencia de s{ mismo. «Una obra es sélo moderna si es ya postmoderna. Vistas asi las cosas, el postmodernismo no significa el final del modernis- mo sino el estado de su nacimiento, y este estado es constante» ”, Ya Adorno habia caracterizado la modernidad estética por la cons- tante compulsién a la innovacién a la subversién del sentido de la forma. Ambas cosas estaban para él en estrecha conexién con el desencadenamiento de las fuerzas productivas técnicas en la socie- ct capitalista y con la destruccién que esas fuerzas provocan de OS Mexos intencionales de sentido: «Las marcas de la desintegra- cién son el sello de la autenticidad de la modernidad... La explo- sién una de sus constantes, La energia antitradicionalista es un 109 remolino que todo lo devora»*. De forma totalmente parecida. Lyotard habla ahora de la aceleracién vertiginosa que caracteriza al desarrollo del movimiento estético con su continuo cuestionamiento de todas las reglas recientemente establecidas de produccién litera- tia, pldstica o musical. Para Lyotard —y aqui observamos un inte- resante paralelo con Adorno— al que volveré después, la constante en este remolino antitradicionalista es una estética de lo sublime. La modernidad se despliega en el retroceso de lo real y como rela- cién sublime entre lo pensable y lo real ®. La postmodernidad seria, y en esto radica la diferencia decisiva con Adorno, la «consumacién de esta estética de lo sublime, sin lamentos y sin nostalgia de una presencia» *. La postmodernidad seria, por tanto, una modernidad sin lamentos, sin la ilusién de una posible «reconciliacién entre juegos de lenguaje», sin «nostalgia de totalidad ni de unidad, de reconciliacién del concepto y Ja sensibilidad, de experiencia trans- parente y comunicable»”!, en una palabra, una modernidad que acepta la pérdida de sentido, de valores y de realidad con una jovial osadia: »el-posimedetnisino como «gaya ciencias: Lyotard habla en el articulo que acabo de citar de una «fase de agotamiento». Su defensa del modernismo estético se dirige en buena parte contra una clase de modernismo o contra una compren- sién del «postmodernismo» a la que todavia no me he referido. Se trata del modernismo tepresentado tanto por un nuevo cclecticis- mo e historicismo en arquitectura, como por un nuevo realismo o subjetivismo en la pintura o en la literatura, o por un nuevo tra- dicionalismo en la misica. Y aqu{ estamos ante un nuevo descubrimiento en esta imagen evanescente que hemos Iamado «postmodernismo». Hay una légi- ca interna cuando, por ejemplo, Charles Jencks describe el redescu- brimiento del lenguaje de la arquitectura, su nuevo «contextualis- mo», «eclecticismo>, 0 chistoricismo», como especificamente post- moderno. La estética de Jencks de una arquitectura postmodernista que vuelve la espalda a la tradicién del Bauhaus se basa en un rechazo del «racionalismo» de la modernidad a favor de un juego con los fragmentos y los signos, de una sintesis de elementos dis- pares, de dobles cddigos y formas democriticas de planificacién ”. Existen indudables correspondencias entre el postmodernismo de Jencks o de Venturi —«pluralidad y contradiccién versus simplica- cién, ambivalencia y tensién en vez de apertura, tanto lo uno como lo otro en vez de o bien esto, o bien aquello, elementos de doble 110 funcionamiento en lugar de efectos simples, entrecruzamientos en lugar de elementos puros, vitalidad impura (0 totalidad problemé- tica) en lugar de unitariedad clarax—* y las concepciones de Has- san o de Jameson. Por otro lado, la idea de Van Eyck de una «cla ridad laberintica», idea que se dirige polémicamente contra el ideal de la claridad matemética y geométrica en la arquitectura moderna y en la planificacién de las ciudades, tiene profundas raices en la historia de la modetnidad estética; una concepcién andloga puede encontrarse pot ejemplo en Kandinsky o en Schénberg, en la fase de transicién desde la pintura realista/mésica tonal a la pintura abstracta/musica atonal. También en este punto la vanguardia post- moderna se revela a s{ misma como una continuacién de la moderni- dad estética y no como ruptura con ella —por lo menos mientras, con Lyotard, Adorno y también Barthes, se entienda la ruptura con Jas «reglas» dadas como nota constitutiva del propio modernismo. Sin embargo, y para seguir con el ejemplo de la arquitectura postmoderna, en Jencks aparece una ambivalencia del postmoder- nismo que hasta ahora permanecia oculta, al menos en esta forma, en las manifestaciones citadas. Mejor dicho: Jencks describe un fe- némeno extraotdinariamente ambiguo, cuya equivocidad no reco- noce, y que por tanto se reduplica en su estética postmodernista., En tales puntos cabe protestar, con Lyotard, contra el abuso del térmi- no «postmodernismo». Creo més correcto hablar de una ambivalen- cia del propio «campo postmoderno», ambivalencia que también afecta al postmodernismo, En Jencks la ambivalencia se encierra en conceptos tales como «histoticismo» 0 «eclecticismo». Ciertamente que Jencks se percata de las connotaciones de agotamiento, retraimiento, conservaduris- mo, que poseen estos conceptos. Pero cree que la arquitectura post- modernista posee el potencial para un eclecticismo o historicismo «auténticos», diferentes del del final) del ‘iltimo siglo. Si inspec- Gionamos los productos de la arquitectura postmodernista «realmen- te existentes> —al igual que los postmodernos se refieren a los productos del funcionalismo realmente existentes—, observamos, ade- més de clementos vanguardistas, muchas cosas que son «cursis», manieristas, pseudorristicas y neohogarefias. Es claro que el tedrico Ro puede nunca controlar el entorno social de sus conceptos. Las tendencias eclécticas e historicistas y regresivas del espfritu de la €poca no pueden ser transformadas por definicién en un eclecticis- aa1 mo o historicismo «auténticos» —al igual que los productos del funcionalismo vulgar tampoco pueden ser transformados por defi- nicién en funcionalismo auténtico. Pero si hurgamos més, entonces incluso las ideas de contextualismo o de preservacién del miicleo urbano revelan un lado neoconservador, un lado puramente defen- sivo, como si sdlo se tratara de la preservacién o teforestacidn del patrimonio que la modernidad ha estado a punto de destruir. En este punto el neoconsetvadurismo de la cultura dominante se da la mano con los rasgos particularistas y regresivos de la contracultu- ra: el proyecto cultural de la modernidad acaba en gestos defen- sivos, mientras que la modernizacién técnica de la sociedad sigue avanzando con rapidez. Con Io cual quiero decir que el postmodernismo —y esto es especialmente visible en Jencks— participa de una ambivalencia que est& profundamente enraizada en los fenémenos sociales mis- mos; se trata de la ambivalencia de toda critica a la modernidad —por critica entiendo no solamente una critica teéricamente ar- ticulada, sino también un proceso social de cambio de actitudes y de orientaciones— que podrfa enunciar, lo mismo una autotrascen- dencia de la modernidad en direccién hacia una sociedad verdadera- mente , como se dice en la Dialéctica de la Ilustracién®. En el corazén del pensamiento discursivo se hace visible un elemento de violencia, una sujecién de la realidad, un mecanismo de defensa, un procedimiento de exclusién y dominacién, una ordenacién de los fenémenos para controlarlos y manipularlos, un impulso hacia un sistema paranoico. La razén objetivante, sistematizante, ¢ ins- trumentalizante, ha encontrado su expresién clasica en las moder- has ciencias de la naturaleza, pero, como también ha demostrado Foucault, las ciencias del hombre pueden asimismo ser incorpora- das a este orden. Finalmente, los procesos de racionalizacién de la modernidad (esto es, la burocracia, el derecho formal, todas las instituciones formalizadas de la economia moderna y de la socie- dad moderna) son también manifestaciones de esta razén objeti- vante, unificante, controladora y disciplinadora. Esta razdn tiene su propia imagen de la historia: la del pro- gteso, cuyo modelo es el ilimitado progreso técnico y econdmico de Ia sociedad moderna. La razn, 0 mejor, sus abogados, confun- 119 den este indiscutible progreso con el progreso a algo mejor, lo con- sideran como el progreso de la humanidad hacia la razén. Este juego de palabras es indicacidn de que la Ilustracién esperaba de Ja raz6n algo distinto y mejor que el mero progreso técnico econd- mico y administrativo; la abolicién de la dominacién y del auto- engafio a través de la abolicién de Ja ignorancia y de la pobreza. Y si vamos un poco més alla de la letra, aunque no del espiritu, de la Dialéctica de la Ilustracién, podemos afiadir que incluso donde esta confianza de la Ilustracién fue ya entendida como una ilusién piadosa —en el idealismo alemén postkantiano y en Marx— no se hizo otra cosa que reforzar a un nivel superior ese «totalitarismo» de la razdn, es decir, reforzarlo en forma de una dialéctica de la historia, cuya racionalidad quedé desenmascarada en el terror esta- linista, Como acabo de indicar, la légica formal no aparece ya en Horke heimer y en Adorno como un érgano de la verdad, sino solamente como un eslabin mediador entre el «principio del ego, cons- tructor de sistemas» y el concepto «organizante» y «excluyente» ™, El espfritu conceptualmente objetivizante y creador de sistemas, que opera segtin el principio de no contradiccién, es ya en sus ort- genes, razén instrumental, el resultado de la escisi6n de la vida en mente y en objeto para esa mente *, La critica de esta razén que opera en términos de légica de la identidad es, por tanto, al mismo tiempo una critica de la razén legitimante. En el cardcter cerrado de los sistemas filossficos y en la bisqueda de fundamentaciones Ultimas que caracteriza a la filosoffa se expresa el deseo de scguti- dad y dominacién que catactetiza al «pensamiento identificante». Un deseo que se aproxima al delitio. En los sistemas de legitima- cién de la edad moderna —desde la teorfa del conocimiento a la filosoffa moral y politica— se oculta un resto de delitio mitico traducido a forma de racionalidad discursiva. Nota constitutiva de la dialéctica de la ilustracién es que esa Ilustracién destruye sucesivamente, a la vez que al mito, todas esas legitimaciones —es decir, todas esas construcciones. ilusivas que la razén ilustrada puso en lugar del mito: la razén se torna finalmente cinica y positivista, un mero aparato de dominacién. Este aparato de dominacién ha conducido en la sociedad industrial avanzada a un sistema total de delirio, en el que el sujeto, otrora portador de la ilustracién, se ha vuelto superfluo. El individuo se contrae a un complejo de relaciones convencionales y modos de 120 funcionamiento que el sistefta exige de él. El animismo habia dado vida a Jas cosas, el industrialismo ha reificado la vida» *. Vemos que para Adorno y Horkeimer el sujeto unificado, dis- ciplinado, dirigido desde su propio interior, es correlato de la razén instrumental solamente en un sentido temporal. Su tesis no es, por tanto, muy diferente de la de Foucault cuando declara que al sujeto es producto del discurso moderno ®, Ciertamente que para Adotno y Horkhcimer“ la desintegracién del sujeto en la sociedad industrial avanzada significa un proceso de regresidn. Esto nos permite ver que Ilustracién y «raz6n» no coinciden realmente con Ia dialéctica destructiva que ellos tratan de reconstruir. Adorno y Horkheimer se atienen a un concepto enfatico de ilustracidn que para ellos significaria una ilustracién de la ilustracién misma, esto es, ilustrar a esa razén que funciona en téminos de Iégica de la identidad en lo relativo a su propio carécter de dominacién y rememorar la naturaleza en el sujeto. Pero esto significa que la ilustraci6n sdlo puede corregirse y trascenderse a si misma en su propio medio, el de la raz6n que opera en términos de ldgica de la identidad. En este sentido Adorno traté de pensar hasta el fin en la Dialéctica Negativa la critica del pensamiento identificante. Postula en esa obra una filosoffa, que, moviéndose en el medio del concepto se vuelva contra las tendencias cosificantes anejas al pensamiento conceptual; el «esfuerzo del concepto» se trueca en el «esfuerzo de ir més allé del concepto a través del concepto» ®, Adorno traté de precisar esta idea en el concepto de un pensamien- to «configurativo», es decir, en la idea de un pensar «transdiscur- sivo» del que Minima Moralia tal vez sea el ejemplo més impre- sionante dentro de su obra. Aparentemente nos hemos alejado mucho de la critica psico- Iégica del sujeto, aun cuando, segiin dije, la critica de la razén que opera en términos de légica de la identidad es una radicaliza- cién de la critica psicoldgica. Ahora débo dar Jas razones que ava- Jan esta tesis. El que Adorno y Horkheimer mantengan Ja unidad del «sf mismo» y vean en la deintegracién de este «s{ mismo» uni- tario en las sociedades industriales avanzadas un proceso de regre- sién parece hablar en contra de esta tesis. La contradiccién desa- Parece si no entendemos ¢l «sf mismo» unitario como el sujeto auténomo destruido por Freud, sino —més bien en el sentido de Foucault— como un correlato 0 producto del «discurso de la mo- detnidad»: una forma disciplinada y disciplinadora de organizacién 121 de los seres humanos como seres sociales. Lo que estaba en el oti- gen de ese «si mismo» unitario era Ja violencia y no un acto auté- nomo de autoposicién, «La humanidad tuvo que infligirse cosas terribles a s{ misma antes de que pudiera formarse el ‘s{ mismo’ el cardcter idéntico, dirigido a un propésito, varonil, del hombre, y algo de eso se repite atin en toda nifiez» *, Freud podria también haber susctito este juicio. La radicalizacién de la critica de Freud radica, sin embargo, en lo siguiente: en contraste con Freud, Ador- no y Horkheimer ponen en cuestién esa constelacién de normas de racionalidad que Freud todavia mantenia —ese cardcter diri- gido a un propésito, varonil, de los hombres. Esas normas repre- sentan para Adorno y Horkheimer una ctapa necesaria— lo mismo que para Marx la sociedad burguesa—, pero que esté destinada a ser superada en la autotrascendencia de la razén. Por tanto, desde la perspectiva de la Dialéctica de la Ilustracién, dentro del psico- andlisis aparece un elemento de precisamente ese racionalismo cu- yas formas idealistas de reflexién Freud habia destruido de forma tan completa. Un racionalismo, pero también podriamos llamarlo un realismo. En comparacién con el realismo de Freud, Horkheimer y Adorno ya no son capaces de explicar cémo habria que pensar una auto- trascendencia de la razén —en tanto que ilustracién de la ilustra- cién— como proyecto histérico, ya que con su critica de la razén instrumental habfan destruido la concepcién de Marx de tal auto- trascendencia de la razén (burguesa). Foucault me parece que hoy se enfrenta a un problema similar. Adorno ejemplifica esta auto- trascendencia de la razén a través de un entrelazamiento de mimesis y tacionalidad que se cumple en la filosofia y en la obra de arte. Pero sdlo puede establecerse una relacién con los cambios sociales, interpretando la «sintesis no violentay de la obra de arte y del lenguaje configurativo de la filosoffa —aporéticamente— como aparicién de una luz mesidnica aqui y ahora, como anticipacién de una reconciliacién real. La crftica de una filosofia de la historia como reconciliacién, necesita de una perspectiva utépica, ya que de otro modo no podria ser pensada como critica. Pero si la his- toria debe convertirse en lo otro de la historia para poder escapar del sistema de delirio en que la raz6n instrumental se ha conver- tido, entonces la critica del presente histérico se convierte en una critica del ser histérico —en una Ultima critica teolégica de este terrenal valle de légrimas, la critica de esa razén que opera en tér 122 minos de légica de la identidad parece entonces venir a dar en la alternativa siguiente: o cinismo o teologia; a no ser, claro estd, que uno quiera convertirse en abogado de una gozosa regresién o desintegracién del «s{ mismo» sin preocuparse por las consecuen- cias. La alternativa a que habia apuntado Klages, y que Adorno y Horkheimer querfan evitar a cualquier precio. La critica de esta razén que opera en términos de Idgica de la identidad acaba en una aporia porque repite una vez més ese «olvi- do del lenguaje» que caracterizé al racionalismo europeo, olvido que en cierto modo se critica ya a si mismo. La critica de la razén discursiva como razén instrumental es atin psicolégica en Adorno y Horkheimer. Esto es: es intencionalista en su pergefio, y, por tanto, todavia se nutre en forma oculta del modelo de un sujeto constituidor del sentido, que se pone a s{ mismo en singularidad trascendental frente a un mundo de objetos. Por el contrario la critica de la légica de la identidad adopta otro significado, como ha mosttado Castoriadis, si la Iégica de la identidad no sdlo es desenmascarada en términos psicoldgicos, sino que se la somete a un examen en términos de filosoffa del lenguaje. Pues entonces vemos que la base, incluso de la razén instrumental, es una praxis comunicativa, la cual, por ser elemento constitutive de la vida del significado lingiiistico, no puede ser reducida a expresién de una subjetividad que se conserva a si misma ni tampoco a una subje- tividad constituidora del significado. Mas habria que sefialar que tampoco puede tener éxito una reduccién complementaria, es de- cir, la reduccién del sujeto a la autonomfa del discurso o del sig- nificado lingiifstico. La tercera forma de ctitica de la razén y del Sujeto en la que voy a entrar ahora, es la proveniente de la filoso- fia del lenguaje, critica a la que voy a llamar «reflexién wittgens- teniana», ya que es en Wittgenstein donde por primera vez la en- contramos formulada con toda precisién. 3. Critica por parte de la filosofia del lenguaje al sujeto cons- tituyente del sentido. Se trata aqui de la cuestién de la destruccién filosdfica de las concepciones racionalistas del sujeto y del lenguaje; en particular, de la destruccién de Ja idea de que el sujeto con sus experiencias € intenciones es la fuente de significados lingiiisticos. Pero en vez 123 de eso podemos hablar también, en el sentido de Wittgenstein, de la critica de la teorfa que entiende el significado segin el modelo del nombre: esa teorfa dice que los signos lingiifsticos cobran sig- nificado cuando alguien, el usuario de los signos, asigna un signo a algo dado —cosas, clases de cosas, experiencias, clases de expe- riencias, etc—, esto es, asigna un nombre a un significado en cierto modo ya dado, Tal teorfa de significado planteada segiin el modelo del nombre est4 profundamente enraizada en la conciencia o en la preconizacién de la filosofia. Incluso en el empirismo radical, la encontramos hasta Russell. Llamo a esta teorfa del lenguaje racio- nalista porque se basa implicita o explicitamente en la primacia de un sujeto que da nombres, el cual constituye al significado, y porque participa, nolens volens, de las idealizaciones de la tradicién racionalista, en particular de la objetivizacién del significado como algo dado, idealizaciones que van més all4 de Ja distincién habitual entre racionalismo y empirismo. La critica de la filosofia del len- guaje de la teorfa racionalista del lenguaje, ni comienza, como es obvio, con Wittgenstein ni tampoco acaba con él; pero, a mi juicio, Wittgenstein ha sido su exponente mds importante en nuestro siglo. La filosofia de Wittgenstein incorpora una nueva forma de escepti- cismo que pone en cuestién las certezas de Hume o de Descartes; la pregunta escéptica de Wittgenstein es: «zCémo puedo saber sobre qué estoy hablando, cémo puedo saber qué quiero decir?» *. La critica que la filosoffa del lenguaje ejerce, destruye al sujeto como autor y jue final de sus intenciones de significado. En este punto podria objetarse que la critica de la que estoy hablando es un viejo tema no sélo de la hermenéutica, sino también del estructuralismo. Esta objecién es en cierto modo correcta, Pero como las consecuencias que se siguen de la critica que esas dos escuelas hacen a la teoria intencionalista del significado difieren tan radicalmente, prefiero tomar aqui como punto de partida esa forma més estricta de reflexién critica sobre el lenguaje que en- contramos en Wittgenstein. Ademds me referiré también a las re- flexiones de Castoriadis *, las cuales, aun cuando derivan de otra tradicién, pueden entenderse también en ciertos puntos centrales como teformulaciones y continuaciones de las ideas de Wittgenstein. Quiero evitar desde el principio reducciones positivistas del tema. Si nos limitamos a sefialar que en relacién con el habla e intenciones del sujeto los sistemas de signos son algo primario, son precondicién de ese habla y de esas intenciones, todavia no queda 124 dicho qué es lo que hay de‘ realmente importante en este descu- brimiento; este descubrimiento puede set a su vez el germen de una nueva mistificacién de la «relacién de significado». Lo que es decisivo es més bien la elucidacién de la relacién de significado encarnada ya siempre en los cédigos lingiifsticos o en los «juegos de lenguaje», una «relacién> de la que segtin parece, la filosofia anterior a Wittgenstein dificilmente se percataba. Los conceptos més importante de Wittgenstein en este contexto son los de «regla» y «juego de lenguaje»; o mas bien, lo importante es el nuevo uso filos6fico que Wittgenstein hace de esos conceptos. Las reglas en cuestién no deben confundirse con lo que normalmente se entiende por teglas —regulativas o constitutivas. Los juegos de lenguaje no son juegos, sino formas de vida. Son conjuntos de actividades lin- giiisticas y no lingiifsticas, instituciones, practicas y significados «en- carnados» en ellas. Que los conceptos de «tegla» y «significado» estén relacionados entre si se sigue de lo siguiente: las reglas indi can una prdctica intersubjetiva que tiene que ser aprendida, los significados son siempre abiertos. Cuando hablamos de significado, del significado de una expresién lingiifstica esta «identidad» de significado tiene que ser provista de un indice de no identidad —no solamente en lo que respecta a la relacién entre lenguaje y realidad, sino también en lo que respecta a la relacién entre hablante y ha- blante. Esto significa que los significados desaparecen como obje- tos de una clase particular, como algo «dado» idealmente, psico- l6gicamente 0 en Ia realidad. Pero incluso si concebimos el signifi- cado como una relacibn —«x quiere decir» o x significa y— se ttata todavia de una relacién de tipo particular que, como ha subra- yado Castoriadis, no cabe en la Idgica-ontologia tradicional *, Pues incluso la relacién de significado més simple —que conecta la pa- labra «érbol» con los Arboles reales— presupone no solamente el sistema interrelacional de un lenguaje, que es el nico lugar donde puede significar como relacién significdnte, sino que ni siquiera puede explicarse sin ser presupuesta previamente. Y lo que se pre- supone aqui es la vigencia de una regla que no se funda en otra cosa sino en la practica de su propia aplicacién a una clase de casos abierta en principio, de forma que la relacién significante es una encarnacién de esta prdctica y no una relacién entre dos relata cn cierto modo ya dados con independencia el uno del otro. Castoriadis explica esto de la siguiente forma: esta relacién a la que podemos lamar significante en contraposicién con una relacién objetiva o real 125 no puede ser pensada sin el esquema operacional de la regla, y est4 conectada con este esquema a través de una relacién de implicacio- hes circulares: x ha de usarse pata significar y y no z; y ha de signi- ficarse por x y no por ¢. Este «ha de» es un factum puro; romperlo no tiene consecuencias Iégicamente contradictorias ni implica falta moral o violacién estética. Este «ha de» no puede fundarse en nada sino en sf mismo; pues por un lado las relaciones significantes no pueden fundamentarse individualmente (a lo sumo pueden ser par- cialmente ®. Dado que la tradicién del vanguardismo en Europa no parecia ofrecer lo que, por tazones his- t6ricas, podia seguir ofreciendo en los Estados Unidos, una forma Politicamente factible de respuesta al vanguardismo clasico y la tradicién cultural en genetal consistia en declarar la muerte de todo arte y literatura y apelar a la revolucién cultural, Pero in- cluso este gesto retérico, articulado con la mayor fuerza en el 147

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