Professional Documents
Culture Documents
/
18
La Primera Guerra Mundial
PALABRAS PRELIMINARES
Quiero hacer palpable el miedo que experimentamos. Hablar del hedor de los
despojos humanos mezclados con el lodo en ese manto de muertos. Vuelvo a ver las
imágenes... algunas son terribles. La única foto mía que he conservado fue tomada en
Artois tras una noche terrorífica. Yo estoy en la tercera fila, el cuarto contando desde la
izquierda. En qué sueño detrás de esa máscara de soldado modelo, la sonrisa torcida como
una crispación del alma. Sobreviví cuatro años en el Frente. ¿Se lo debo a las plegarias de
mi madre? Quién sabe. No regresé siendo creyente.
Estos hombres están a dos pasos de la tumba. Son 150 y, cada 7 minutos 30
segundos, uno caerá bajo el fuego. ¿Por qué esas cifras absurdas? 10 millones de muertos,
23 millones de heridos, casi la mitad de los 70 millones movilizados. Es la cruda verdad del
14-18, pero es demasiado abstracta. Yo conozco los sufrimientos de esos hombres.
Pensamos… ¿De qué sirven esos millones de muertos? Cuando llegan las horas de
las conmemoraciones el sentimiento pacifista nos desborda. “Todo antes que la guerra”,
“Eso nunca más”. Esa idea arrastra todo a su paso. Los días de ceremonia son
desgarradores. Ante los miles de monumentos a los muertos las mujeres de luto se arriman
las unas a las otras. Todas se han casado con la muerte.
Los noticiaros inundan las salas de cine. Los cuerpos mutilados y los gueules
cassées, los caras rotas, comienzan a desfilar por las pantallas. Es el verdadero museo de
los horrores. Todos llevamos una hecatombe en el interior, en el lugar del corazón. Quien
puede olvidar… ¿Quién puede olvidar a los traumatizados de por vida, a las víctimas de la
fatiga de combate, a aquellos que, tras haber escapado a la asfixia, se hunden cada noche en
sus pesadillas, flotando entre el pánico y el terror?
Por supuesto que leo testimonios, escucho a los historiadores contarme mi guerra y
veo cantidad de películas que discuto con los colegas. ¿Y entonces? Entonces describimos
al 14-18 como el conflicto impuesto a la tropa, es decir, padecido. Los amotinados del 17 y
los desertores no querían esta guerra, pero no era muchos. El soldado sólo pudo elegir entre
las balas que llegaban de frente o las que le alcanzaban por la espalda: las del enemigo o las
de su propio bando. Pero la guerra, nuestra guerra, fue libremente consentida ¿Por qué sino
yo y todos los demás habríamos aceptado cuatro años de intensos dolores, las condiciones
de vida innombrables y todo lo demás sin apenas rebelarnos? Nosotros nos entregamos a
esta guerra en cuerpo y alma; y en el 14 consentir es nuestra razón de ser. ¿Por qué dije Sí a
la guerra?
Al hablar entre nosotros usábamos palabras cuyos valores han quedado obsoletos:
patria, deber, palabra, heroísmo, honor, odio. Palabras esenciales que hicieron la guerra a
través de nosotros.
De repente estamos metidos en el conflicto. En aquel momento pienso que sólo Jean
Jaurès, un gran pacifista, puede darle vuelta a la situación. Afirma que los obreros alemanes
nunca harán la guerra a los obreros franceses. Jaurès es asesinado nada más concluir su
discurso y es enterrado el mismo día que estalla la guerra. En el café Du Croissant, donde
fue asesinado, aún se conserva su mesa y su silla.
De un día para otro, los hombres de 20 a 45 años tienen que dejarlo todo. El deber
les hace partir con la esperanza de una guerra rápida. El tiempo de sacar el fusil y volver a
casa. En el momento de la despedida el júbilo esta en los ojos de los que nos aclaman no en
nuestra mirada. Las damas nos aplauden cuando desfilamos por delante de las mesas de los
cafés, algunas se desmayan. La despedida alegre, una flor en el fusil es un chiste. Un dulce
fantasma de la propaganda retomado por el cine de la posguerra. Por supuesto que hubo
vivas, la novedad era verse filmado por los noticiarios. Alisarse es, primero dejar tu
poblacho y ponerte el uniforme, sobre todo para los jóvenes atolondrados ávidos de
aventuras como nosotros y después es la esperanza de una escapada que se convierte en
pesadilla.
Así nos montamos nuestra pequeña película. Soñábamos con comernos la vida
como en un gran banquete. Nos imaginábamos las condiciones de vida del soldado con un
lujo inaudito. Así fue como partimos, poco envidiados, cierto, pero muy admirados.
Al partir dejamos a nuestras mujeres atrás. Ellas nos reemplazan en los campos. Yo
me había casado con Marthe en 1913, en el umbral de este infierno. Ella es maestra y desde
1914 también es campesina. León no está casado, es un mujeriego. ¡Por ti, Marthe, me
quito el sombrero a falta del casco que no tengo!
Es el 4 de Agosto del 14. Aquel día mi vida se acelera. Para invadir Francia el
ejército Alemán viola la neutralidad de los belgas, a los que les hace poca gracia que pasen
a través de su territorio como quien cruza un jardín. Como en 1940, el alto mando francés
no prevé nada. Como en 1940, los franceses se dejan sorprender. Los alemanes se imaginan
el paso por Bélgica como un paseo campestre, pero el ejército belga, liliputiense quizá pero
sin duda valeroso se enfrenta a ellos. Sin la menor esperanza de éxito, sólo por honor. ¡No
salimos de nuestro asombro, los belgas cierran el paso a los alemanes! Esta solidaridad se
salda con una brutalidad terrorífica.
El pequeño ejército belga, traumatizado, se retira hasta la costa y tras él llega una
avalancha de refugiados. Al otro lado del mar, la invasión de Bélgica precipita la entrada en
la guerra de un país que no quería implicarse: Inglaterra. Londres garantiza entonces la
soberanía de Bélgica. En nombre de la palabra dada, el parlamento y la opinión pública
británica acceden a entrar en la guerra. Inglaterra tiene un ejército pequeño ya que no existe
el servicio militar pero los voluntarios acuden en masa. Allí el “Sí a la guerra” carece de
ambigüedad ya que el suelo inglés no ha sido invadido ni está amenazado. Es cierto que
promete un pequeño peculio sobrevalorado por el soldado padre de familia, algo importante
para los más humildes. La guerra ofrece una aventura radical lejos de los caminos
conocidos. Los voluntarios provienen de todas las clases sociales.
Nos asombra el grado de violencia que la resistencia belga desencadena en las filas
alemanas. Los belgas nos narran los ajustes de cuentas que alcanzan a toda la población con
el pretexto que los francotiradores matan a los alemanes. Hay que decir que la tropa
alemana está formada en esta obsesión, sin embargo, los francotiradores son escasos, pero
el clima general es de odio y relajamiento.
En las Ardenas belgas, en diez días, son diezmados 150 mil franceses, es decir, 15
mil al día. Se produce la retirada de nuestro ejército en buen orden. Hay que reconocer que,
para la retirada, nuestros mandos son buenos…
500 soldados son ejecutados durante los primeros meses de la guerra. Imagínense…
500 contra los famosos 50 de los motines del 17. Y no hablo de los pobres desgraciados
escondidos en las balas de paja y fusilados sumariamente por los oficiales durante el
hermoso verano del 14.
Y con este estado de ánimo afrontamos la batalla del Marne, Joffre ordena ocupar el
Marne para no arriesgar la invasión de París, eso nos enardece. Mi amigo León camina
como si tuviera muelles, yo le sigo con dificultad. A los cascos puntiagudos se los aísla de
su afamada retaguardia, agotados por las marchas forzadas. Dejo París por el Marne,
siempre con León, nunca nos separamos; y a pesar de la impedimenta, engullimos los 28
km a gran velocidad, pero apenas llegamos la batalla del Marne nos sorprende, somos presa
de la confusión total. Y cuando todo parece perdido, aparecen los taxis requisados… ¡es
mágico! Traen a miles de soldados de refuerzo.
- ¿A dónde le llevo?
- A la guerra.
Los ingleses nos proyectan una película que apenas exagera nuestras condiciones de
vida. Es verdad que vivimos como ratas y León y yo nos vemos ridiculizados en la pantalla
y eso nos distrae de nosotros mismos, eso nos cambia y nos alivia.
Durante el invierno de 1915 los detalles de los crímenes cometidos en Bélgica por el
ejército alemán se difunden a gran velocidad. Los trenes y las bicicletas llevan los rumores
igual que los hombres. En todas partes los predicadores de la guerra lanzan campañas de
prensa muy agresivas. Las gacetas hacen su trabajo de propaganda y no se andan con paños
calientes. Cuentan que los alemanes les cortan las manos a los niños, es la vieja lucha de la
civilización contra la barbarie que vuelve. Para la violación es verdad, la idea de que toquen
a su mujer, traumatiza al hombre que hay dentro del soldado más que ninguna otra
injusticia.
Respecto a la propaganda, los reclutas estamos muy divididos. El día que vemos una
película yo me siento mal, en un montaje infame descubro lo que escriben los peores
propagandistas. León no está de acuerdo, le parece que no es suficiente, que se necesita más
y más odio. En la película hay estupideces del tipo “los alemanes poseen una cultura
grosera, incluso sus rostros son desagradables.” La prensa es violenta, pero estas líneas
sobre las razas inferiores proclamadas desde los bancos de la asamblea nacional me
producen escalofríos: “…les cito el opúsculo del doctor Bérillon sobre la bromohidrosis
fétida. ‘El alemán tiene un olor específico que no tiene nada que ver con el nuestro, ¡nada
en absoluto!’ Porque, continúa, ‘su sudoración, su defecación, su exhalación, demuestran
que no controla ni sus glándulas secretoras ni sus reacciones vasomotoras’ Por eso el
alemán apesta ¡Apesta como un hurón! ¡Sí, apesta!” Los hombres de un lado, los salvajes
del otro. Es demasiado simple.
¿Por qué? yo tengo la respuesta. Tras la primera trinchera conquistada hay aún otras
trincheras que se suceden, tendríamos que perforar la corteza terrestre hasta el infinito para
llegar al final de esas trincheras que se multiplican. Recurrimos a los artilleros, los nuevos
Deus ex machina de la guerra. Algunos de esos obuses no sobrevivirán en las entrañas de la
tierra. Esta guerra es la feria del obús. Al principio de la guerra la producción es de 13 mil
por día, Joffrey le reclama a la industria 100 mil al día. Después de eso nada nos sorprende.
Tres cuartos de los 10 millones de muertos del 14-18 son desmenuzados y pulverizados sin
ver al enemigo. El hierro asesino siempre llega desde detrás del horizonte. La masacre se
industrializa. Yo que adoraba el progreso técnico me arrepiento. Pero eso no es todo, para
romper el frente de los dos bandos también utilizan minas. Cavamos galerías subterráneas
justo debajo de las trincheras enemigas y las atiborramos de explosivos, ya imaginan el
resultado…Este vulcanismo, cuyo único objetivo es escarbar enormes cráteres en territorio
enemigo no resultó decisivo tampoco.
Después de los explosivos pasamos al gas, un viraje en la guerra. León dice que es
en Bélgica, en Ypres, donde los alemanes usan los gases mortales por primera vez. Para los
gaseados es el apocalipsis. 5 mil hombres mueren a causa del gas en un solo día, sin contar
los gaseados de por vida. El gas es muy especial, es un arma química que no reconoce las
fronteras, sobre todo si sopla el viento. Franceses e ingleses también se ponen manos a la
obra, lanzamos gases igualmente nocivos, devolver al remitente y por obús además. Yo
sabía bien que esta sofisticación de las armas nos llevaría a todos a la tumba. Por eso el día
que repartieron las máscaras de gas, tan grotescas ellas, a León y a mí nos dio la risa tonta.
Ante el gas mostaza que abrasa la piel y los ojos estamos indefensos. Lloras hasta que se te
caen las pupilas y tambien viertes las lágrimas ocultas que guardabas para ti.
Tras la convalecencia volvemos al frente, para librarse es necesario tener una buena
herida: un pie, una mano, quedar impedido ¡qué suerte! Los enfermeros, por lo general,
reconocen de un vistazo a quienes se auto mutilan.
La muerte para nosotros es una presencia constante y normal, nos mira por encima
del hombro mientras enterramos a nuestros camaradas de combate entre dos faenas sin
pensar en otra cosa que en el rancho del mediodía. Ante la hecatombe se recluta como
refuerzo a los hombres de las colonias, carne de cañón fresca. Vemos llegar a los reclutas y
somos conscientes de que entran en los círculos del infierno. No es fácil de aceptar, León
dice que no es asunto mío y que no tengo que sentirme culpable y que además la mayoría
son voluntarios.
Durante una incursión tomamos a los alemanes una bovina de cine sobre las zonas
ocupadas, queremos saberlo todo. La película muestra como los soldados viven
tranquilamente entre los vecinos, vemos a los oficiales tan contentos con las familias
burguesas francesas, no nos gusta nada. En la misma película vi a los mineros presentarse
tan gallardos como voluntarios al servicio del esfuerzo de guerra alemán, voluntarios
refractarios o voluntarios voluntarios, no está claro. En tiempos normales esta propaganda
no engaña a nadie, pero ahora… ¿A quién le quedan fuerzas para darse cuenta?
Los noticiarios Pathé son la mejor referencia para comentar la guerra. Lo soldados
ven las batallas a distancia, las mujeres ven a sus hombres, pero son con diferencia las
preferidas de los noticiarios. Mujeres y obuses, es la pareja diabólica creada por la guerra
del 14-18. Gracias a ellas la industria del armamento logra una potencia de fuego inaudita.
Es en las fábricas donde se decide la guerra, solo el número de obuses y cañones determina
la superioridad militar de un país. En Francia, la producción de obuses alcanza, en 1916,
una cifra elocuente: 200 mil obuses al día. En todas partes las mujeres se suman al esfuerzo
de guerra por un pequeño salario, por lo general, tres veces inferior al de sus hombres. ¿Y si
esos conos de hierro que salen de sus manos van a matar a los hijos o los maridos de otras
mujeres? Ellas se esfuerzan en no pensar demasiado. Para estas patriotas, las fábricas abren
guarderías, mientras que aquellas a las que llaman las municionet manejan la pólvora
arriesgándose a quedar estériles. Ellas lo saben, pero ¿realmente lo aceptan? No lo
sabremos jamás.
Las mujeres están en todas partes. Negociando duramente con los empresarios o
haciendo una huelga, pero nunca en las grandes ofensivas. Meriendan con vino tinto y
disfrutan de una libertad completamente nueva, para ellas la guerra es un periodo de
relativa emancipación. En el frente echamos de menos a las mujeres, todo el tiempo y más
que a nada.
Las ratas son un verdadero suplicio se los juro, nos devoran. Intento contarlo con
una sonrisa, a la gente le encanta que le haga reír con mi miedo a las ratas. Todas las
noches nos dormimos aterrorizados por la idea de que nos devoren. También tenemos otros
compañeros muy íntimos, los piojos. Nosotros los llamamos ‘totos’. La comezón te vuelve
loco, es una tortura mental y física. Peludos, rosbif y alemanes, todos estamos ahí
rascándonos. Los lavaderos ambulantes y las duchas nos libran de ellas momentáneamente,
pero los piojos siempre vuelven. Es la guerra de los piojos. Pero aún nos queda lo peor por
conocer: Verdún.
El presidente Poincaré habla del peligro que corre nuestra raza, por aquél entonces
es una palabra que se usa con frecuencia. Diputados, curas, trabajadores, la población se
alista voluntaria con franca determinación, nadie protesta por el alistamiento a los 19 años y
después a los 18 años. El cine del ejército proyecta películas chauvinistas, la Nación nos da
toda su confianza, todo su amor, sus hombres y sus mujeres. ¿Y los niños? Ellos desfilan a
la cabeza del cortejo…
Cuando llega mi siguiente permiso corro a París. Allí voy al cine con Marthe, al
Gaumont-Palace, para ver imágenes sobre la vía sagrada de Verdún. Las unidades se
relevan, nadie puede seguir allí sin caer en la locura. El Alto Mando tiene la buena idea de
llamar a todos los combatientes, eso nos une entre nosotros. Los que ya han servido alertan
a los otros con medias palabras, eso no hace gracia a los de arriba. León y yo jamás
hubiéramos osado imaginar que descubriríamos aquello…
No muy lejos de Verdún descubrimos una nueva guerra, la batalla del Somme.
Dicen que sólo fue una distracción… puede ser. Cambiando el teatro de operaciones la
tropa se relaja, pero en realidad este ataque estaba perfectamente preparado. En materia de
artillería es un estreno. Pasamos ocho días seguidos de preparativos… ¡enorme! Un cañón
del 75 puede disparar veinte obuses por minuto; hay que imaginarse millares de esos
cañones colocados cada doce metros a lo largo de un frente de cincuenta kilómetros
lanzando obuses durante ocho días seguidos. En la batalla del Somme despachamos veinte
millones de obuses, una media de diez obuses por cada soldado enemigo situado enfrente.
Así quien puede sobrevivir al otro lado…
Verdún…yo estuve allí y allí regreso. Tras siete meses de una resistencia
encarnizada pasamos a la contraofensiva. Douaumont es reconquistado. Verdún son 150
mil muertes del lado alemán, 172 mil del lado francés. El Somme: 400 mil muertos.
Durante algunas decenas de kilómetros cuadrados no hay nada que ver, una vez más las
tentativas de avanzar fracasan en esta tierra infestada de cráteres; ni un cañon, ni un
vehículo, ni siquiera un caballo puede seguir combatiendo sobre este gruyère rojo sangre.
Estos desastres fueron celebrados como si fueran victorias, hace falta respirar un
poco y pasar un buen rato antes de que un obús te crucifique. Los oficiales aliados beben
juntos champagne, la tropa brinda con aguardiente; bebemos a la espera de lo que viene.
La vida en las trincheras es una larga agonía, nunca se dice pero la vida del soldado
es un aburrimiento mortal salpicado por innumerables faenas. A veces, un tímido rayo de
sol nos invita a la siesta fuera de las fétidas chabolas. ¿Con qué sueñan los artilleros? León
piensa que sueñan con el silencio. No es ninguna tontería. Él sueña con bombas a las que
desnuda.
Nuestra rutina tambien incluye la entrega de medallas, yo recibí dos. El cine del
ejército propone noticiarios de otro tipo. Es nuestro vínculo con el mundo de los vivos.
Entre las noticias tragicómicas vemos un reportaje sobre los ingenios militares. Por
ejemplo, los carros blindados; es difícil moverse así. El tiempo justo para que te metan una
bala en el trasero. Me habría reído si no hubieran enviado a conejillos de indias al
matadero. En las horas muertas jugamos a las cartas, lanzamos granadas. Por supuesto los
de enfrente nos responden; los más sabios entre nosotros nos piden que paremos, sino habrá
más y más muertos.
León no piensa nada. En la navidad de 1916 me doy cuenta de que no está bien.
Robamos a los alemanes una caja de hierro con nuevas bobinas de cine. ¿Y qué es lo que
vemos en esas imágenes? Es navidad, los soldados distribuyen pan a los civiles en las zonas
ocupadas. Comprendemos claramente que la penuria alimentaria afecta a la población
alemana. El hambre es la consecuencia directa del bloqueo marítimo organizado por los
aliados, porque el envío de provisiones a las tropas es prioritario. Nosotros para ellos nos
convertimos en bárbaros sin humanidad. Los alemanes nos acusan de fomentar el terror
entre sus soldados alistando en nuestras filas a aquellos que ellos consideran salvajes,
degolladores, caníbales. Reprochan a Francia e Inglaterra que, en una guerra de blancos,
carezcan por completo de fair play.
El 17 es el año de las damas, el año de las dudas. He dicho “el año de las damas”
por el camino de las damas, un camino de la muerte más bien. El nuevo generalísimo
Nivelle nos enardece ¡Lanzaremos una potente ofensiva, resultará victoriosa y será la
última! Y nosotros, imbéciles, le creímos. Íbamos a una muerte o a una herida segura y lo
sabíamos, y sin embargo, íbamos.
La operación es un fracaso desde el primer día, pero Nivelle se empeña, envía un
regimiento tras otro a la masacre sin avanzar un solo metro. Esta vez los hombres se hacen
oír ¡Aceptamos morir pero no obedecer cualquier orden! Así es como comienzan los
motines del 17. En Francia los Consejos de Guerra juzgan a los cabecillas de 40 mil
amotinados: el 2% de los combatientes. Para nuestros jefes la revuelta está inspirada
forzosamente por las ideas políticas, pero es mucho más simple que eso. Los suboficiales se
acantonan en los castillos lejos del frente y elaboran planes y más planes sin tener en cuenta
el estado físico y sobre todo psíquico de los hombres. Algunos mandos les damos toda
nuestra confianza y a veces nuestra estima. Entre los oficiales superiores hay de todo,
buenos y menos brillantes. Pero por cada tío legal… ¿Cuántos burócratas, galones
preocupados por sus carreras, oportunistas de todo tipo que nos toman por carne de cañón?
Para triunfar en el ejército hay que seguir el manual, demostrar espíritu combativo y que se
tiene valor… En fin, yo me entiendo. Que se tiene el valor de los demás…
Llegada de la retaguardia, una convicción de otro tipo invade las trincheras, la del
14-18 será la última de las últimas. Sin saberlo, todos hacemos la guerra a la guerra. Ese
ideal levanta entre la tropa y después en el país entero un entusiasmo guerrero muy
particular, la última de las últimas otorga nobleza al sacrificio de nuestras vidas.
La guerra favorece la recuperación del fervor religioso. Nunca había visto tanta
gente arrodillada delante de los altares. Entre nosotros, algunos llevan dos medallas, la de la
virgen y la de Juana de Arco a modo de amuletos. Marthe me escribe que León ha
desaparecido, que esta fichado como desertor. Yo sigo esperándole.
Cuando la muerte merodea, el cura ya no hace reír. Muchos se suicidan, una noche
de guardia, una bala en la boca, la culata del fusil apoyada en el suelo, el cañón apuntando
al rostro. Muchos desesperados aprovechan la ocasión de un asalto para ofrecer su torso a
las balas. Yo temo por León, nunca me había dejado sin noticias. Para todos, el
consentimiento a esta guerra es cada vez más difícil de vivir. Estamos desesperados.
Durante tres años, las líneas del frente ruso se han extendido a lo largo de distancias
enormes, provocando pérdidas humanas aún más importantes que las nuestras. Allí el frío
es monstruoso y los rusos, aunque muy curtidos, sufren atrozmente. Nos enteramos de que
el gobierno surgido de la revolución quería demostrar su patriotismo continuando con la
guerra, y lanza una nueva ofensiva contra los alemanes y los austriacos que se salda con un
enésimo baño de sangre. Perfectamente inútil, pero eso ya lo sabíamos. La novedad es que
hay soldados que desertan del frente para participar en la revuelta contra la guerra que agita
la capital rusa. Voy a ser franco, yo lo comprendo. Son esos desertores quienes ayudan a
los bolcheviques a tomar el poder en Octubre del 17; la violencia de tres años en el frente
les ha marcado. Yo los admiro.
Lenin comienza haciendo la paz por separado. Firmada en Marzo de 1918 tendrá
graves consecuencias, porque con el final de la guerra en el frente oriental, el enemigo
dirige todas sus fuerzas contra nosotros. Aquello anticipa la llegada masiva de los
americanos. Dopados por la energía de la desesperación, los alemanes lanzan una serie de
ofensivas a vida o muerte.
CAPÍTULO QUINTO: 1918. LA ENERGÍA DE LA DESESPERACIÓN
La guerra no es una historia de tipos que mueren. Es, en primer lugar, una historia
de tipos que matan, y es más soportable matar uniformes que matar hombres. Yo veo al
enemigo de cerca durante los intercambios de heridos, entonces el odio deja de existir;
tenemos el sentimiento no confesado de pertenecer a un orden extraño, el de los
sacrificados. Nuestro territorio exangüe delimita una especie de hermandad del barro con su
propio código de conducta. Me han dicho que León está arrestado, que está escondido en
un almacén de madera, me han dicho que está muerto. Yo no lo quiero saber, estoy
asustado como un niño.
Una vez más los alemanes se acercan a París. Foch da una orden inequívoca: morir
antes que retroceder. Dicho y hecho. Estamos muertos. Los alemanes salen mal parados,
700 mil quedan fuera de combate en cuatro meses. Al final, se fragua un sentimiento de
igualdad ante el sufrimiento, de fraternidad ante la prueba; ahí estábamos, nos apoyábamos
y ahí fuimos todos. Solidarios e iguales bajo los obuses y la metralla. Todos los orígenes y
las clases sociales mezclados. Nuestras virtudes republicanas forman el cimiento de nuestro
aguante, eso es lo que nos ayuda a seguir resistiendo aún, porque sin eso yo estaría perdido.
Marthe lo comprende y me envía cartas llenas de palabras tiernas. Yo estoy muy deprimido,
León no ha vuelto, me ha dejado solo en la guerra.