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VERE 60RDON CHILDE

INTRODUCCIÓN
A LA ARQUEOLOGÍA

Prólogo de
JUAN MALUQUER DE MOTES

EDICIONES ARIEL
Esplugues de Llobregat
BARCELONA
Título del original inglés:
A SHORT INTRODUCTION TO ARCHAEOLOGY

Traducción castellana de
M.ª EUGENIA AUBET

Cubierta: Alberto Corazón

© 1956 y 1960: Frederik Muller Ltd., London.


@ 1972 de la traducción castellana para España
y América: Ediciones Ariel, S. A., Esplugues
de Llobregat (Barcelona).

Dep. legal: 20 - 1972

1912. -Ariel, S.A., Ati. J. Antonio, 134-138, Esplugues de Llobrcgat. Ba.rceloni;


PRÓLOGO

Uno de los fenórnenos sociales más notables de


nuestro tiempo constituye lo que podríamos llamar el
proceso de democratización de la cultura. La multipli-
cación de los medios de información, en particular los
audiovisuales, al ofrecer al gran público, y no sólo al
urbano sino incluso al rural, amplias informaciones de
síntesis y de aspectos parciales de las distintas ciencias,
ha obrado de estímulo poderoso que ha despertado la
afición hacia determinadas materias en amplios secto-
res de la sociedad tradicionalmente alejados de las
preocupaciones culturales. En este campo de nue-
vas preocupaciones, la Arqueología y la Prehistoria
ocupan un lugar destacado por su juventud como cien-
cias y por su propia naturaleza, en la que el rigor cien-
tífico se une a una emoción personal de descubrimien-
to, de interpretación, incluso con el suspense que ante-
cede a la obtención de un dato. En este sentido la labor
arqueológica satisface y colma por sus resultados al
espíritu más inquieto.
De modo lógico ese movimiento de afición ha bus-
cado en seguida ampliar sus conocimientos en la bi-
bliografía arqueológica, pero la estrictamente científica
resultaba de difícil comprensión para quien se iniciaba,
y en consecuencia ha nacido toda una bibliografía para-
arqueológica asequible a todo el mundo, que a su vez
ha contribuido de modo eficaz a ampliar el estímulo
preexistente.

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No sin asombro, pero sin duda con gran satisfacción,
los arqueólogos profesionales han visto el desarrollo
de este nuevo movimiento y han comprendido la nece-
sidad de pilotarlo, y prueba de ello son las numerosas
síntesis sobre metodología arqueológica publicadas en
los últimos años. Sin embargo, existía el evidente peli-
gro de que, frente al complejo y difícil panorama me-
todológico, que implica en muchos casos la interco-
nexión con otras muchas ciencias prácticamente inase-
quibles a la propia afición, se malograra ese amplio
movimiento democrático o, lo que sería aún peor, que
quien quisiera iniciarse en la arqueología se desviara
del verdadero sentido arqueológico.
Existía en particular el peligro de que, ante la difi-
cultad de algunos métodos, la nueva y amplia corriente
de estudiosos iniciara de nuevo su labor con la destruc-
ción de inmensos caudales de formación arqueológica,
tal como había sucedido en nuestra propia ciencia cuan-
do se inició en el Renacimiento, e ignorara todo el
largo proceso que, superando etapa tras etapa, le ha
otorgado la actual categoría de verdadera ciencia his-
tórica.
Vere Gordon Chílde (1892-1957), la indiscutida pri-
mera figura de la prehistoria universal y quien más ha
contribuido a orientar nuestra ciencia, al observar y
p1·evenir el rápido impacto que en la sociedad actual
habrían de causar los nuevos métodos de difusión,
quiso orientar desde un principio esa nueva corriente
de estudiosos y a ello responde esta preciosa Introduc-
ción a la Arqueología en la que se pretende guiar al
interesado hacia el verdadero sentido de la arqueología
centmda esencialmente en el hombre, como estudio
de los resultados fosilizados del comportamiento hu-
mano.

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V. Gordon Childe insiste en que la Arqueología no
es una simple ciencia auxiliar de la Historia, sino que
es una fuente de la Historia y, por consiguiente, que la
informaci6n arqueol6gica constituye documentaci6n
hist6rica por derecho propio y no mera aclaración a
los textos escritos.
Esta informaci6n constituye la médula del objetivo
de Za Arqueología que s6lo ha podido conseguirse
cuando, mediante la máxima depuraci6n de una com-
pleja metodología, ha logrado obtener verdadera ca-
tegoría de ciencia y su propio camino.
La insistencia de V. Gordon Childe en ese punto
esencial se explica fácUmente ante Za necesidad de
borrar para siempre el inmovilismo de determinados
sectores historicistas, de modo particular el de algunos
seudohistoriadores de la antigüedad e incluso de algu-
nos de nuestros profesores universitarios que, ceñidos
al infantil y a la -par viejo y caduco concepto de Histo-
ria como «historia escrita», continúan ignorando deli-
beradamente la tremenda limitaci6n que supone para
el conocimiento del comportamiento humano, es decir,
-para la verdadera Historia, la valoración exclusiva de
los datos escritos. Es de todos bien sabido que los textos
escritos en todo caso ofrecen un concepto «orientado»
y parcialísimo de algún aspecto histórico concreto, pero
no constituyen la Historia. Más del 99 por ciento de la
vida de la Humanidad ha vivido sin escritura y cier-
tamente su comportamiento no defa de ser Historia
humana. Pero incluso la historia de las sociedades
cultas, sean antiguas o no, precisa de la documenta-
ción arqueol6gica para ser completa.
Otro aspecto de máximo interés es el de la eZabo-
raci6n del testimonio arqueológico, que V. Gordon
Childe define, con su habitual maestría, haciendo hin-

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capié en que un objeto arqueológico en sí mismo ca-
rece de todo valor y que aislado de su «contexto» de
nada sirve pam la arqueología. Esta afi1'mación y su
razonamiento son muy oportunos, p·uesto que los co-
mienzos de la actividad m·queo'lógica en cenáculos aris-
tocráticos, por error de concepto, crearon un tono de
«antiquarismo> que ha sido una de las mayores trabas
para el desarrollo de la actual ciencia arqueo'lógica,
en particular en Inglate1·ra, donde se ha tardado mu-
cho tiempo en superar.
En este libro no encontrará el lector eruditas y teó-
1'icas relaciones de los métodos de investigación ar-
queológica, sino las sencillas, oportu111ll8 y necesarias
nociones que un primer especialista con un profundo
sentido humano juzga necesario conocer como punto
de partida de cualquier afición arqueo'lógica. No son
«lecciones» de un maestro, sino aquellas enseñanzas
que todo gran maestro transmite a sus discípulos en su
cotidiano alternar fuera de clase.
La claridad, minuciosidad y profundo sentido hu-
mano de este libro de V. Gordon Childe, aunque diri-
gido preferentemente al público inglés, constituyen un
modelo de precisión y lo convierten en el libro indis-
pensable para quienes quieran iniciarse en los campos
de la Arqueología y la Prehistoria.

J. MALUQUER DE MOTES
Director del Instituto de
.Arqueología y Prehistoria
de la Universidad de Bar-
celona

Barcelona, noviembre de 1971.

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CAPÍTULO 1

ARQUEOLOGÍA E HISTORIA

l. - EL TESTIMONIO ARQUEOLÓGICO

La arqueología es una fuente de la historia y no


sólo una simple ciencia auxiliar. La información ar-
queológica constituye documentación histórica por de-
recho propio y no una mera aclaración de los textos
escritos. Al igual que cualquier otro historiador, un ar-
queólogo estudia y trata de reconstruir el proceso que
ha creado el mundo humano en que vivimos, y a noso-
tros mismos en tanto que somos criaturas de nuestro
tiempo y de nuestro medio ambiente social. La infor-
mación arqueológica está constituida por los cambios
del mundo material que resultan de la acción humana
o, más sucintamente, por los resultados fosilizados del
comportamiento humano. El conjunto de información
arqueológica constituye lo que puede llamarse el tes-
timonio arqueológico, Este testimonio presenta ciertas
peculiaridades y deficiencias, cuyas consecuencias for-
man un contraste más bien superficial entre la historia
arqueológica y la de tipo más conocido basada en do-
cumentos escritos.
No todo el comportamiento humano se fosiliza. Las
palabras que yo pronuncio, y que se oyen como vibra-
ciones en el aire, son sin duda cambios _realizados por
el hombre en el mundo material y pueden tener un
gran significado histórico. No obstante, no dejan nin-
guna huella en el testimonio arqueológico, a menos

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que sean registradas por un dictáfono o anotadas por
un oficinista. El movimiento de tropas en el campo de
batalla puede "cambiar el curso de la historia", pero
es igualmente efímero desde el punto de vista del ar-
queólogo. Y lo que es quizá peor, la mayor parte de
las materias orgánicas son perecederas. Todo cuanto
está hecho de madera, cuero, lana, lino, hierba, pelo y
materias similares, casi todos los alimentos animales y
vegetales, etc., se pudrirán y desaparecerán en el pol-
vo en unos pocos años o siglos, salvo si se hallan bajo
condiciones muy excepcionales. En un período relati-
vamente corto el testimonio arqueológico queda redu-
cido a simples fragmentos de piedra, hueso, vidrio,
metal, terracota, a latas vacías, goznes sin puertas,
cristales de ventana rotos y sin marcos, hachas sin em-
puñadura, huecos para pilares donde ya no quedan en
pie los pilares. La gravedad de este vacío puede apre-
ciarse mediante una rápida ojeada por las salas etno-
gráficas de cualquier museo. Mejor aún, miremos el
catálogo de unos grandes almacenes como "Army and
Navy", y arranquemos todas las páginas correspon-
dientes a alimentación, productos textiles, material de
escritorio, mobiliario y artículos similares; el grueso
tomo habrá quedado reducido a un delgado folleto.
Y recordemos que incluso en Inglaterra hace pocos si-
glos, no sólo carros sino también máquinas de compli-
cado engranaje fueron construidos enteramente de ma-
dera y cuero sin clavos de metal siquiera, mientras que
en una alquería normal los recipientes de frágil made-
ra y cuero sustituyeron los conocidos utensilios de por-
celana y terracota. Pero, aun a pesar de ello, la ar-
queología moderna, mediante la aplicación de técnicas
apropiadas y métodos comparativos, ayudada por unos
pocos descubrimientos afortunados en turberas, desier-

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tos y tierras heladas, puede llenar gran parte de este
vacío.
Lo que ha desaparecido de forma irreparable son
los pensamientos no expresados y las intenciones no
llevadas a término. Actualmente se ha dicho que toda
la historia es la historia del pensamiento. ¿Anula este
juicio, entonces, la pretensión de la arqueología de ser
una fuente de la historia? No; a menos que se expresen
como ofensa premeditada -por escrito o de palabra-,
no hay pensamiento ni propósito que puedan preten-
der en absoluto poseer significado histórico alguno. Por
extraordinaria que sea la visión otorgada a un profeta,
por ingenioso que sea el proyecto concebido por un
inventor, si no lo puede expresar y comunicar, su sig-
nificado histórico es totalmente nulo, a menos que pue-
da inducir a discípulos a que acepten y propaguen el
mensaje; a menos que adiestre aprendices a que repro-
duzcan su invento y persuadan a los clientes para que
lo usen. De hecho, un historiador sólo debe y puede
considerar los pensamientos objetivados por la aproba-
ción de una sociedad, adoptados, aplicados y realizados
por un grupo de pensadores también activos.
Toda la información arqueológica está constituida
por expresiones de pensamientos y propósitos humanos
y es valorada sólo como revelación de éstos. Esto dife-
rencia la arqueología de la filatelia o del arte de colec-
cionar cuadros. Los sellos y los cuadros se valoran por
sí mismos, la información arqueológica solamente por
los datos que aporta sobre los pensamientos y modus
vivendi de las personas que la proporcionaron y la
usaron.
. Los resultados más evidentes del comportamiento
humano, la informaci6n arqueológica más conocida,
pueden denominarse artefactos -objetos hechos o des-

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hechos deliberadamente por la acción humana-. Los
artefactos incluyen utensilios, armas, ornamentos, vasi-
jas, vehículos, casas, templos, canales, diques, pozos de
mina, escombreras, incluso árboles cortados por el ha-
cha de un leñador y huesos rotos intencionadamente
para extraer el tuétano o destrozados por un arma. Al-
gunos son objetos transportables que pueden recogerse,
estudiarse en un laboratorio y quizás exponerse en un
museo; a éstos se les puede denominar 1·fJliquias. Otros
son demasiado pesados y voluminosos para un trato
de esta índole o están profundamente arraigados en la
tierra, como los pozos de mina; a éstos se les puede
llamar monumentos. Pero una gran parte de la infor-
mación no consiste estrictamente en artefactos, ni en
reliquias ni monumentos. Una concha del Mediterráneo
en un territorio de cazadores de mamuts cerca del Don
central o en un poblado neolítico en el Rhin, constituye
un precioso documento para la historia del comercio,
pero no es un artefacto. La deforestación del sudoeste
de Asia y la transformación de las praderas de Okla-
homa en lugares polvorientos son la consecuencia de la
acción humana. Ambos son hechos significativos desde
el punto de vista histórico, y por definición constituyen
información arqueológica. No obstante, sus autores, con
cortedad de visión, en ninguno de los dos casos pre-
vieron conscientemente ni planificaron deliberadamen-
te los lamentables resultados. Si bien un sistema de rie-
go es un artefacto, un desierto producido accide:µtal-
mente no lo es.
El público, sospecho, aún considera los monumentos
como ruinas enmohecidas y como bloques aislados de
piedra, tallados o grabados. Para muchos, las reliquias
son monedas sueltas o útiles de sílex, descubiertos al
excavar o al arar, o bien recuerdos personales -un bo-

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t6n cie la chaqueta del príncipe Carlos, la juntura del
dedo del pie de un mártir, un diente de Buda-. Nada
de esto, y menos aún el último grupo, puede constituir
informaci6n arqueológica significativa. Para tener un
significado que un arqueólogo pueda aspirar a desci-
frar, un objeto tiene que encontrarse dentro de un con-
texto. Un arqueólogo puede clasificar ruinas y extraer
historia de ellas justamente porque no se hallan ni va-
cías ni aisladas. Contienen -también en fragmentos-
reliquias dejadas por sus constructores y ocupantes;
normalmente, en cualquier provincia arqueológica, va-
rias ruinas se ajustan con más o menos semejanza a un
mismo plan y cabe esperar que aparezca en ella una
colección de reliquias muy similar. En este caso, de la
distribuci6n de los monumentos se puede deducir
algún modelo, algún .plan estratégico o administrativo.

2.-TIPOS
Naturalmente, si en un monumento hallamos la ins-
cripción "John Doe, muerto en 1658'', por ejemplo, pue-
de clasificarse al menos cronológicamente. Lo mismo
ocurre con una reliquia sellada con el nombre del fa-
bricante y la fecha de fabricación. Un utensilio de pie-
dra, por otro lado, si se halla solo, no tendrá ningún
significado a menos que se asemeje muy estrechamente
a otros utensilios que hubieran sido encontrados en un
contexto significativo- para expresarlo de forma más
técnica, a menos que correspondiera a un tipo recono-
cido---. Como cualquiera puede apreciar si echa una
ojeada a una colección, los utensilios son muy diferentes
en tamaños y formas. Un tipo aparece en la Gran Bre-
taña, en tumbas bajo túmulos redondos, frecuentemente
acompañado de pequeños objetos de cobre o bronce;

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otro tipo aparece en túmulos largos que jamás incluyen
ninguna clase de objetos metálicos; en cambio, se pue-
de hallar otro tipo en cuevas, junto con huesos de reno
o de animales extinguidos; y así sucesivamente. Si el
utensilio aislado corresponde a algunos de los tipos an-
teriores, un arqueólogo puede atribuirle una edad rela-
tiva. Luego deduce que, durante el período así deter-
minado, vivían hombres cerca del lugar donde se en-
contró. Pero si el utensilio es único, no constituye un
dato informativo para la arqueología, ni mucho me-
nos; queda como una curiosidad hasta que un objeto
similar, o sea, uno del mismo tipo, puede ser observado
en un contexto arqueológico significativo.
Por consiguiente, la definición dada en la página 9
puede volverse a plantear de la siguiente manera: el
Jestimonio arqueológico se compone de tipos encontra-
dos én asociacíónes significativas. Ambas palabras,
"tipo" y "asociación", requieren una explicación adi-
cional. La arqueología se inicia como una ciencia
clasificadora tal como empezaron la biología y la geo-
logía. únicamente después de clasificar los datos pue-
de el arqueólogo empezar a interpretarlos, a extraer
de ellos historia. Ahora bien, una clase es una abstrac-
ción. Así pues, los arqueólogos tratan con abstraccio-
nes. Lo mismo hacen otros científicos. Un zoólogo, por
ejemplo, puede estudiar los caballos -especies y subes-
pecies de caballos-, pero no el caballo en sí. De sus
estudios puede sacar generalizaciones y luego realizar
predicciones sobre un probable comportamiento de
cualquier representante típico de una subespecie (raza)
dada, como, por ejemplo, sus posibilidades de tirar
eficientemente de un arado o de llevar carga por altas
montañas. Pero ningún zoólogo puede predecir qué ca-
ballo ganará una carrera. La información confidencial

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que recibe el que apuesta no constituye una deducción
de generalizaciones científicas, sino que está basada en
evaluaciones subjetivas de la "forma". El arqueólogo
debe imitar al zoólogo; estudia abstracciones -tipos
de reliquias, de monumentos y de acontecimientos ar-
queológicos-; el cometido que desempeña el "infor-
mador" en las carreras incumbe al experto.
Es evidente que dos objetos producidos por la mano
del hombre no son nunca totalmente idénticos. Incluso
el comprador de un automóvil que ha salido de la línea
de montaje a base de piezas prefabricadas, puede des-
cubrir diferencias desconcertantes en el funcionamiento
de su última adquisición. Las divergencias entre varias
sillas o varios pares de zapatos, fabricados a mano por
un mismo artesano, ·pueden ser más evidentes. Pero
aún así, todos los zapatos producidos por el señor X co-
rresponden suficientemente a un modelo standard para
satisfacer a sus clientes y en general su modelo se ajus-
ta tan perfectamente a la moda del calzado masculino
en boga en el West End en 1950 que sus clientes
no se sentirán ridículos ni llamarán la atención en sus
clubs. De hecho, a pesar de las pequeñas diferencias
en el corte y en el acabado, todos los zapatos que
lleva en la ciudad de Londres la alta clase media se
parecen tanto unos a otros que cualquier par podría
identificarse inmediatamente como una aproximación a
uno de los tres o cuatro tipos del calzado de moda.
De la misma forma, aunque las modas hayan cambiado
con el tiempo, todos los cuchillos usados en Inglaterra
en una misma fecha, ya sea 1950, 1750, 1250, 250 o
250 a. C., reproducirán exactamente uno u otro de unos
limitados tipos de moda. El arqueólogo debe ignorar
las pequeñas peculiaridades individuales de un deter-
minado cuchillo y tratarlo como un ejemplar pertene-
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ciente a uno u otro de aquellos tipos estándar, como
un miembro de aquella clase de cuclúllos.
únicamente así puede reducirse la confusa variedad
del comportamiento humano a proporciones manejables
para el método científico. De este modo, un arqueólogo
rechaza algunos de los cometidos habitualmente reivin-
dicados por los historiadores. Un arqueólogo como tal
puede estudiar las características generales de las pin-
turas de los vasos griegos, trazar su evolución estilísti-
ca y distinguirlas del arte de la cerámica fenicia o
egipcia. En cambio, dejaría de ser un arqueólogo para
ser un historiador del arte si atribuyera una determina-
da fiala a Eufronio en lugar de Eutímides, o preten-
diera una apreciación estética de la idiosincrasia de
este o aquel pintor. De forma similar, un arqueólogo,
sin ayuda alguna, podría confiar en determinar vaga-
mente dónde y cuándo se inventaron el carro de rue-
das o la locomotora. Sin la ayuda de los textos escritos
podría admitir que la Rocket I fue en realidad la pri-
mera locomotora y, como los carros se inventaron antes
que la escritura, nunca podrá identificar cuáles fueron
los primeros. En cada caso, solamente cuando el mo4e-
lq orig!nal fue copiado y reproducido, fue cuando se
convirtió en un tipo, y de esta manera también en un
dato informativo arqueológico normal.
La reducción de la arqueología a unos tipos repre-
senta naturalmente la exclusión de agentes individuales
de la historia arqueológica. Dicha historia no puede as-
pirar a ser biográfica, y los arqueólogos quedan exclui-
dos de la escuela de la historia de los "grandes hom-
bres". Veremos dentro de un momento que los actores,
en la historia arqueológica, son las sociedades, y que la
desaparición de la persona individual no debe eliminar

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el drama del interés humano. Pero la palabra "asocia-
ción" requiere una aclaración antes que nada.
Se dice que los datos que constituyen la informa-
ción arqueológica están asociados cuando se puede
observar que aparecen juntos bajo condiciones que in-
dican que han sido usados en una misma época. Un
ejemplo clásico nos lo ofrece un enterramiento pagano.
Tomemos un guerrero con sus atavíos y distintivos, pro-
visto de alimento y bebida y de un servicio completo
de mesa, yaciendo de espaldas en un ataúd formado
por un tronco de roble vaciado y cubierto a su vez por
un túmulo (montículo funerario). En este ejemplo, el
esqueleto, el ritual funerario y los diversos objetos que
componen el equipo mortuorio están asociados; consti-
tuyen lo que podemos llamar un conjunto. De la mis-
ma forma, todos los objetos dejados en el suelo de una
casa que haya sido abandonada precipitadamente, jun-
to con la casa misma y sus instalaciones fijas, se consi-
deran asociadas y se les llama "conjunto". Por otro lado,
este término no puede aplicarse sin reservas a todo lo
encontrado en el mismo banco de arena de un río. Si la
casa estuvo ocupada durante generaciones, objetos de
distintas épocas pudieron ser pisoteados o arrinconados
en hendiduras y grietas. El contenido de la escombrera
local puede ser igualmente variado. En ambos casos las
técnicas modernas deberían permitir al excavador dis-
tinguir y recoger de la escombrera y de la casa varios
conjuntos consecutivos. No ocurre lo mismo con un
banco de arena. El mismo lecho de arena fluvial puede
contener utensilios de piedra, elaborados y perdidos
por hombres que en realidad acamparon al otro lado
del curso del río, junto con otros utensilios que yacían
ya en el suelo en la zona de desagüe 100.000 años an-
tes de que las aguas los recogieran y los arrastraran al

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2. -CHILDE
banco de arena. En un agregado de esta índole, nin-
guna excavación, aunque se llevara a cabo de la mane-
ra más experta, distinguiría conjuntos de tipos aso-
ciados. En este sentido, un examen del "estado de
conservación" de los utensilios podría ser de gran
ayuda.

3. - Cm.TURAS

Ahora se ha descubierto que, dentro de una zona


o provincia determinadas, aparecen los mismos tipos
asociados conjuntamente en varios lugares distintos.
Así, actualmente, en los emplazamientos de las ciuda-
des bombardeadas en Inglaterra deberíamos encontrar
que la mayoría de las casas en ruinas habían sido
concebidas siguiendo un mismo plan, construidas con
el mismo sistema de ladrillo, y conteniendo fragmen-
tos de las mismas clases de teteras, cacerolas, calderas,
cuchillos, enchufes, botellas de cerveza, válvulas de
radio, etc. Por lo menos, la misma uniformidad habría
podido observarse en las ruinas de las ciudades bom-
bardeadas del norte de Rusia durante la misma época,
pero las casas hubieran sido de madera, no de ladri-
llo, y sus plantas, mobiliario y contenido visiblemente
diferentes de las inglesas. A un conjunto de los mismos
tipos que se repite en varios lugares distintos los ar-
queólogos lo llaman cultura. Al poder comparar dos o
más de estos conjuntos, como por ejemplo los de las
ciudades de Inglaterra y de Rusia, pueden igualmente
usar la palabra en plural. De hecho, al igual que los
antropólogos, los arqueólogos emplean esta palabra de
uso tan frecuente en el sentido partitivo. En este sen-
tido, la palabra "cultura" se usa tan frecuentemente

18
en la literatura arqueológica y este empleo es tan poco
conocido, que necesita explicarse y justificarse más am-
pliamente, incluso corriendo el riesgo de incurrir en
una digresión,
Los antropólogos y los arqueólogos usan esta pa-
labra para indicar modelos de comportamiento comu-
nes a un grupo de personas, a todos los miembros de
una sociedad. La totalidad del comportamiento en
cuestión es comportamiento aprendido, aprendido por
el niño de sus mayores, por una generación de la ge-
neración anterior. De hecho, casi todo el comporta-
miento humano se aprende de esta forma. Los hom-
bres heredan muy pocos instintos innatos o más bien
unos instintos tan generalizados que necesitan que se
les dé forma por medio de la educación, si es que han
de encauzarse hacia acciones seguras y satisfactorias.
Por contraste con los corderos y los gatitos, a los niños
se les tiene que enseñar lo que se debe comer, y el
efecto de este prematuro adiestramiento es tan consi-
derable que muchas personas no logran digerir alimen-
tos perfectamente sanos y nutritivos a los que no han
sido habituados. De ello se deduce que no existe un
único modelo de comportamiento al que se ajuste el
comportamiento de todos los miembros de nuestra es-
pecie, como ocurre con el comportamiento de todas las
ovejas o de todos los lucios. Por otro lado, cada socie-
dad de hombres impone a sus miembros una estrecha
sujeción a normas fijas de comportamiento más o menos
rígidas.
Evidentemente, todos debemos hablar el mismo
idioma. Yo no inventé las palabras que utilizo, ni tam-
poco las reglas de la gramática y de la sintaxis que
regulan su uso. La sociedad las presenta ya elaboradas
y no tengo más solución que aceptarlas. Incluso las
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posibilidades de elegfr nuestra indumentaria se hallan
hoy día muy limitadas. Al inglés medio no se le ocu-
rriría ir por la calle con un taparrabos y una túnica
sin mangas en lugar de llevar pantalones y abrigo. Y si
se le ocurriera, no podría comprar dichas prendas en
ninguna tienda de ropas de Londres. Yen caso de poder
persuadir a un sastre para que se las hiciera especiales
para él, ¡se sentiría ridículo o incómodo cuando subiese
en el autobús! Claro está que siempre está permitido
algún desvío individual. Nunca dos personas pronuncian
las palabras de modo idéntico, ni usan tampoco el mismo
vocabulario. A pesar de la educación obligatoria y de
la BBC, mucha gente usa him en lugar de he, y her
en lugar de she, y quizás estos últimos vestigios de
inflexión se vean eliminados del habla inglesa como ha
ocurrido con el modo subjuntivo y con el caso dativo.
En otros terrenos se permite, entre gente civilizada,
una más amplia posibilidad de elección y una mayor
libertad para el capricho individual. Pero cuanto menor
es una sociedad, menos libertad se otorga al individuo
para desviarse de la norma de conducta aceptada. En
un atolón de coral en el Pacífico o en un valle entre
montañas en Nueva Guinea, el comportamiento es infi-
nitamente más uniforme que en Manchester o en Zu-
rich. Por un lado, al isleño del Pacífico o al hombre
de la tribu papú, apenas se ofrecen alternativas de
comportamiento, alternativas que sí se ofrecen al in-
glés culto que al menos ha leído acerca de las curió-
sas costumbres de los extranjeros y puede haber visto
a los chinos comer con palillos. Por otro lado, la fuer-
za de la opinión pública es mucho mayor en una co-
munidad pequeña. En una ciudad grande, las peque-
ñas excentricidades en el vestir no provocarán gritos

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de burla o demostraciones hostiles; en cambio, en un
pueblo, los niños se mofarán de cualquier anormalidad
y los adultos pueden hacer sentir su desaprobaci6n por
medios aún menos agradables.
Los modos tradicionales de comportamiento se
difoi:encian con mayor claridad unos de otros entre las
pequeñas sociedades que entre las grandes. Pero inclu-
so en el mundo contemporáneo de la mecanizaci6n y
de la rápida comunicaci6n de normas de conducta, las
formas de cortesía y de belleza son diferentes para
los rusos, los americanos y los británicos. Y muchas de
estas divergencias de tradici6n se expresan, como aca-
bamos de demostrar, por medio de diferencias visibles
en los objetos materiales, capaces de convertirse en
datos de informaci6n arqueol6gica. Las diferencias en
la moda del vestido o de la arquitectura local queda-
rán reflejadas hasta cierto punto en el testimonio ar-
queológico, pero no así las diferencias dialectales.
Los arqueólogos usan tradiciones divergentes cuyos
resultados se fosilizan, o más bien los distintos resul-
tados de acciones inspiradas por dichas tradiciones,
para distinguir varias culturas. Y creen que cada una
de estas culturas representa una sociedad. Como se re-
cordará, una cultura es simplemente un conjunto de
tipos que se han encontrado repetidamente en asocia-
ción en varios lugares. Ahora bien, un tipo es un tipo
porque constituye el resultado de diferentes acciones,
inspiradas todas ellas por una misma tradición. Los
tipos están asociados porque las distintas tradiciones
expresadas en ellos son mantenidas y aprobadas por
una sola sociedad. El mismo conjunto de tipos asocia-
dos se repite en varios lugares, porque todos los sitios
fueron ocupados por miembros de una misma sociedad.

21
Qué clase de unidad haya sido aquella sociedad -una
tribu, una nación, una casta, una profesión- apenas
puede deducirse de unos simples datos arqueológicos.
Pero estas sociedades, comoquiera que sean designadas,
proporcionan a los arqueólogos los actores de un dra-
ma histórico.

4. - TIEMPO DE EVOLUCIÓN ARQUEOLÓGICA

El comportamiento tradicional puede cambiar con


el transcurso del tiempo. Los tipos que expresan dicho
comportamiento pueden diferenciarse no sólo porque
están producidos por diferentes sociedades, sino tam-
bién porque las modas han cambiado dentro de una
misma sociedad. De acuerdo con esto, podemos estable-
cer un contraste entre la cultura inglesa en 1945, la cul-
tura inglesa en 1585, y asimismo la cultura rusa en 1945.
El plano de una ciudad del período Tudor y los edificios
que la componen, con sus instalaciones y su contenido,
son tan diferentes de los de una ciudad inglesa contem-
poránea como estos últimos de los de una ciudad rusa.
Concretamente, pues, la cultura signi:6.ca lo mismo en
ambos casos -un conjunto distinto de tipos asociados
de forma repetida-. Pero el significado secundario, la
interpretación, es diferente. Deducimos de testimonios
escritos, y podríamos inferir probablemente sólo de la
información arqueológica, que la cultura inglesa con-
temporánea, con todos sus componentes, es una evolu-
ción de la cultura inglesa Tudor que ha seguido un
proceso gradual y continuo del progreso tecnológico y
cientí:6.co, del cambio económico y político, sin ninguna
ruptura en la tradición y sin ninguna sustitución de la
sociedad de distinta constitución genética o antigüedad
cultural. De hecho, lo que queremos decir con "cul-

22
tura Tudor" es "cultura inglesa del período Tudor".
Sería mejor expresarlo así, ya que no siempre resulta
tan evidente por sí solo.
Ahora bien, en los sucesivos niveles de un lugar es-
tratificado, los arqueólogos observan conjuntos de tipos
diferentes que se suceden unos a otros. En otras pala-
bras, observan una sucesión de culturas y luego dicen
que han establecido la secuencia cultural del lugar.
Teniendo en cuenta que los mismos conjuntos aparecen
en el mismo orden en diversos lugares -y dentro de
una región natural, esto es generalmente cierto-, este
uso es literalmente correcto. Como es natural, un pe-
ríodo arqueológico en cualquier provincia y en cual-
quier lugar de aquella provincia, está constituido de
hecho por la cultura, o más bien por los tipos caracte-
rísticos que distinguen los correspondientes estratos de
aquellos otros que les preceden o siguen. Se puede pro-
ducir una confusión al aplicar el mismo nombre a una
división cronológica del testimonio arqueológico y a
un grupo de agentes que aparezcan en dicha división.
En el caso de la "cultura Tudor" no surge ningún
equívoco; nadie imagina que pueda representar una
fase de la cultura francesa o rusa, o cualquier otra que
no sea la inglesa. El estudiante debe advertir inmedia-
tamente que un uso similar aplicado a conjuntos pre-
históricos ha producido tremendas confusiones (página
52). Debe aprender a distinguir entre "períodos cul-
turales", es decir, fases de la cultura, y las culturas
que resultan de las divergencias de la tradición social
en uno y el mismo período arqueológico. La termino-
logía debería reflejar esta distinción, pero desgracia-
damente no siempre es así.
Finalmente, algunos tipos cambian más rápidamente
que otros, y muchos modelos tradicionales de conducta

23
son comunes a varias sociedades distintas. En los últi-
mos cincuenta años, los tipos de automóvil han cam-
biado de una forma casi increíble; los tipos de carro,
en cambio, no. En el mismo período, la moda en el
calzado masculino ha permanecido casi inalterable,
mientras que el gusto respecto a los sombreros ha va-
riado de forma muy marcada. De la misma manera,
las bombillas del alumbrado eléctrico y las tazas de té
de una ciudad bombardeada en Rusia se parecerán
mucho más a las inglesas que las estufas y las teteras.
Distintos conjuntos, ya sean cronológicos u otras divi-
siones del testimonio arqueológico, se diferencian habi-
tualmente por medio de unos pocos tipos solamente.
A los tipos que de este modo resultan útiles para dis-
tinguir culturas, o fases de culturas, se les denomina
generalmente fósiles-tipo -este concepto, de hecho,
está tomado de la geología-. Sea cual fuere el con-
junto donde se descubra un tipo que sea característico
de un período, el conjunto será "fechado" por aquel
tipo y asignado al período del que dicho tipo es un
fósil-tipo característico. Para la clasificación cronológi-
ca. por lo tanto, es suficiente un solo ejemplar asociado
de un fósil-tipo bien establecido para fechar el conjunto
con el cual se ha encontrado asociado .. Para definir
una cultura, sin embargo, el fósil-tipo debe aparecer
repetidamente y en varios emplazamientos. Pero, na-
turalmente, los fósiles-tipo no caracterizan o constitu-
yen ninguna cultura, a pesar de que los prehistoriado-
res a menudo escriben como si así fuera. Las bombillas
del alumbrado eléctrico eran elementos tan significati-
vos de la cultura rusa como las estufas.
Los hombres han estado viviendo y actuando en la
tierra durante medio millón de años aproximadamente.
A lo largo de este vasto período han efectuado cambios

24
en el mundo material, con lo cual han dejado huellas
en el testimonio arqueológico. La historia arqueológi-
ca recorre, o intenta recorrer, la totalidad de estos
500.000 años. No más de 5.000 años atrás algunas so-
ciedades -los egipcios y los sumerios- inventaron sis-
temas de escritura y comenzaron a registrar nombres y
hechos, iniciando de este modo los testimonios escri-
tos. Posteriormente, otros pueblos -los habitantes del
valle del Indo, los hititas de Asia Menor, los minoicos
de Creta, los micénicos de la Grecia continental, los
chinos- comenzaron a escribir, y la práctica se difun-
dió hasta que actualmente la mayoría de los pueblos
humanos, aunque no todos desde luego, son cultos o
al menos cuentan con algunas personas que saben leer
y escribir. Los textos escritos, como es lógico, comple-
mentan y enriquecen el testimonio arqueológico sin
entorpecerlo o sin convertirlo en algo superfluo. A pe-
sar de ello, el enriquecimiento del contenido de la his-
toria por medio de los textos escritos es algo tan dra-
mático que se ha convertido en una costumbre el
hacer del comienzo de la escritura la base para una
dicotomía del testimonio arqueológico. La parte que
no se halla amparada por textos escritos contemporá-
neos se denomina de un modo convencional prehisto-
ria; cuando los documentos escritos comienzan en
cualquier región, allí se inicia la arqueología del pe-
ríodo· hist6rico.
Esta división no tiene un significado filosófico pro-
fundo ni implica ningún cambio fundamental en el
método. Todos los términos usados para la compara-
ción, clasificación e interpretación de los datos pre-
históricos son igualmente aplicables a las llamadas
secciones históricas del testimonio. Pero, naturalmen-
te, la existencia de fuentes escritas hace innecesarios
algunos de ellos e introduce otros. Ahora bien, para
manejar los vestigios arqueológicos se han ideado los
conceptos arqueológicos más puros y las técnicas de
excavación más refinadas. A falta de datos escritos,
tenía que inventarse un sistema arqueológico de cro-
nología diferenciador, basado exclusivamente en datos
no escritos, pero a menudo resulta conveniente aplicar
también el sistema a períodos posteriores. Entonces,
los vestigios dejados por nuestros primitivos e incultos
antepasados, por no hablar de los hombres anteriores
del Pleistoceno, son tan raros y tan pobres comparados
con los que nos han legado los civilizados romanos,
griegos, egipcios o sumerios, que los prehistoriadores
tuvieron que recoger escrupulosamente y estudiar de
manera minuciosa cualquier fragmento subsistente, e
ingeniar modos de descubrir y reconstruir huellas que
estaban casi totalmente borradas. Por el contrario, la
arqueología mesopotámica consistió durante largo
tiempo exclusivamente en la caza de tablillas con ins-
cripciones y de objetos de arte, en la cual se destru-
yeron alegremente, o se desecharon sin registrar, casas
privadas, cerámica doméstica, armas y utensilios de
metal y otras sencillas reliquias similares. Pero aun así,
los documentos ·literarios más antiguos de Mesopota-
mia y también de Egipto son fragmentarios, y muy li-
mitados y faltos de contenido. Ha sido únicamente en
las últimas dos o tres décadas, por medio de la apli-
cación en lugares de Sumer y Babilonia de técnicas de
excavación y de conceptos interpretativos elaborados
por los prehistoriadores, cómo el cuadro vivo de que
se dispone ahora sobre la vida en el Antiguo Oriente
ha podido ser reconstruido. Se tuvo que recurrir inclu-
so, con respecto a la cronología, a datos puramente ar-
queológicos para corregir las ambigüedades y los erro-

26
res de los antiguos documentos escritos; uno de los
resultados fue reducir la época del primer gran legis-
lador Hammurabi en casi 250 años.
Del mismo modo, y durante largo tiempo, los ar-
queólogos clásicos concentraron tanto su atención en
los rasgos arqueológicos de los edificios públicos, en
la estatuaria, mosaicos, joyas grabadas y vasos con fi-
guras, que nadie supo hasta 1935 cómo era en realidad
una casa griega del período clásico. Mientras que los
historiadores griegos y romanos nos han legado rela-
tos voluminosos sobre acontecimientos políticos y mi-
litares, se muestran en cambio lastimosamente reticen-
tes acerca de asuntos mundanos tales como el co-
mercio, la densidad de población y la tecnología. El
volumen y la extensión del comercio griego con los
bárbaros -se denominaba así a todos los que no eran
griegos, incluyendo a los egipcios y a los babilonios-
están siendo recuperados por los arqueólogos a base
de enumerar las ánforas de vino griegas excavadas en
ei sur de Francia, el sur de Rusia, Irán y otros territo-
rios "bárbaros", y trazar los lugares de los hallazgos
en mapas. Los cálculos sobre la población de Atenas
-la ciudad más famosa de la Antigüedad-, basados
en referencias de la literatura, varían entre 40.000 y
160.000. La excavación completa de una ciudad, como
Olinto, al revelar el número total de casas, aporta da-
tos sustanciosos para una estimación fidedigna. Incluso
en la historia militar, a la que los autores clásicos die-
ron tanta importancia, la excavación arqueológica ha
completado e incluso corregido sus testimonios. Los
estratos correspondientes a las desh·ucciones y recons-
trucciones en los fuertes y campamentos de las legio-
nes del norte de Gran Bretaña, revelan las vicisitudes
de la fortuna romana y las fluctuaciones de la política

27
imperial, sobre las cuales las fuentes iiterarias nada
nos dicen.
En realidad, todas las ramas de la historia, tal como
se entienden ahora, deben basarse en datos arqueológi-
cos no escritos. Para la historia de la ciencia, por ejem-
plo, sus aplicaciones en la tecnología son por lo menos
tan importantes como las especulaciones de los teólogos
o incluso de los filósofos. Aun así, hasta el siglo xvr se
ignora virtualmente a la tecnología en los textos escri-
tos. La historia de las máquinas de movimiento rota-
torio se ha ido escribiendo paulatinamente gracias al
descubrimiento, por parte de los arqueólogos, de verda-
deros molinos de mano y ruedas hidráulicas, o de sus
representaciones en grabados o mosaicos.
Así pues, sigue siendo conveniente distinguir la
prehistoria de las demás ramas de la arqueología. Pero
no son necesarias más justificaciones para otorgar a
aquella rama el lugar prominente que se merece.

BIBLIOGRAFlA

CHILDE, V. G: Pieclng together the Past (Londres, 1956). Una


discusión exhaustiva sobre los témúnos y conceptos expli-
cados aquí en los capítulos 1 y II.
ÍDEM: Progreso y Arqueologúi (Buenos Aires, 1960).
lnEM: La evoluci6n de la sociedad (Madrid, 1965).
fDEM: Orígenes de la civilizaci6n (México, 1967).
ÍDEM: Nacimiento de las civilizaciones orientales (Barcelona,
1968).
ÍDEM: Los orígenes de la sociedad europea (Madrid, 1968).

28
CAP(TULO 11

CLASIFICACIÓN

l. - LA TRIPLE BASE

Para extraer historia de la información que posee,


el arqueólogo debe primero clasificarla. Para ello em-
plea forzosamente tres bases distintas de clasificación,
que pueden ser denominadas: funcional, cronológica y
corológica. En otras palabras, el arqueólogo se plan-
tea tres cuestiones acerca de cada dato: "¿para qué
sirvió?"; "¿cuándo se hizo?"; "¿quién lo hizo?" El
lector puede sentirse alarmado, cosa justificable, a la
vista de los altisonantes términos que acabamos de em-
plear. Para ayudarle, pues, a comprender su contenido
consideraremos un ejemplo imaginario -no del todo
imaginario, ya que la clasificación cronológica básica
que aún se utiliza para los datos prehistóricos fue en
realidad concebida para ordenar los objetos en un
museo-.
Imaginemos al director de un museo poco común
clasificando una colección excepcionalmente variada de
piezas, recogidas no sólo en Inglaterra, sino en varios
países europeos y en partes de Asia e incluso Austra-
lia, para su exposición, y preparando a la vez etique-
tas con la explicación de cada una. La colección se
reduce a artefactos -objetos fabricados por el hom-
bre-, pero incluye no solamente ejemplares reales,
sino también fotografías, planos y dibujos, ya que una
iglesia o un castillo tienen tanto de artefacto como

29
una pipa o un dedal, aunque son menos adecuados
para meter en una vitrina. El objeto que persigue el
museo es exponer y presentar de un modo visible la
vida de las gentes y de las sociedades en diferentes
períodos de su historia -es decir, estadios sucesivos
de sus culturas (en el sentido que se da en la página
18) y es evidente que los monumentos constituyen una
parte de la cultura exactamente igual como puedan
serlo las reliquias-.
El museo está concebido, en realidad, para dar a
conocer la evolución de la cultura e igualmente para
ser una historia perceptible y concreta de la cultura,
tal como se entiende este término actualmente. Por lo
tanto, el director deberá presentar conjuntamente los
objetos que fueron usados conjuntamente -en la mis-
ma época y por la misma gente (página 23)-. Dado
que la historia es un proceso en el tiempo, una secuen-
cia de sucesos consecutivos, esta enorme colección de-
berá ser distribuida entre una serie de salas, cada una
dedicada a un solo período y todo dispuesto por orden
cronológico. Nuestro director imaginario tiene la suerte
de tener a su disposición un rascacielos, una verdade-
ra Torre de la Historia. De este modo puede dedicar
un piso entero a cada período importante. El visitante
subirá desde los sótanos prehistóricos hasta, digamos,
los pisos romano, anglosajón, normando, Tudor, jacobi-
no, georgiano, victoriano, para llegar al final al piso
neoisabelino contemporáneo.
Si la colección es tan extensa como nosotros nos
imaginamos, necesitará naturalmente una serie de ras-
cacielos análogos y conectados entre sí -digamos,
unas alas- para albergarla. Los indios contemporá-
neos, por no mencionar a los papúes, visten indumen-
tarias muy diferentes de las de los ingleses contempo-

30
ráneos. Aunque en ambos casos las vestiduras se llevan
en una misma época, en general no son usadas conjun-
tamente. Al ser contemporáneas, deberían ser coloca-
das en el mismo piso, pero al mismo tiempo deberían
ocupar distintas salas, en diferentes alas. En realidad,
cuanto más descendemos, mayores son las divergencias
locales que encontramos. Afortunadamente, como todos
los rascacielos, nuestro museo imaginario es más ancho
en la base que en la cúspide.
Podemos observar de paso que la simple división
geográfica de las alas del edificio no será suficiente
para hacer justicia a la diversidad real de las culturas
de cualquier período, es decir, de cualquier piso. Den-
tro de un mismo país pueden darse dos o más grupos
de personas cuyas culturas sean tan distintas que debe-
rían asignárseles salas diferentes. Incluso en Inglate-
rra, los gitanos que estuvieran en los pisos victoriano
y georgiano merecerían por lo menos un grupo de vi-
trinas aparte. En el ala india sería necesaria una sepa-
ración más completa; si los artefactos fabricados y usa-
dos por los hindúes, por los musulmanes y por los par-
sis no se diferencian entre sí de un modo tan drástico
como para precisar salas distintas, hay tribus paganas
como los todas y los oraones, cuyos sistemas de vida
son tan diferentes de los de la mayoría "civilizada" y
el uno del otro, que cada una de ellas podría exigir
para sí una sala propia. Por suerte para el director,
el comportamiento de dichas tribus deja considerable-
mente menos resultados fosilizados que el de la ma-
yoría. Una sala alojará de manera adecuada los obje-
tos explicativos de cada una.
En los tiempos primitivos, sociedades aún más di-
ferentes habitaban en una misma pequeña zona. En la
Edad de Piedra, por ejemplo, se pueden distinguir tres

31
de ellas en un país tan pequeño como es Dinamarca.
No obstante, a pesar de que se ha fosilizado el suficien-
te comportamiento de cada una de ellas para que al
prehistoriador no le queden dudas de que se enfrenta con
tres modelos totalmente distintos, la totalidad de los
resultados podría ser expuesta de un modo adecuado
en tres cajas pequeñas. Cada una de estas sociedades,
ya sean los tres grupos anónimos de la Dinamarca pre-
histórica, los hindúes y los todas en la India, o los
ingleses y los gitanos, ha creado una cultura propia y
esta cultura ha evolucionado, o por lo menos ha cam-
biado con el tiempo, por lo cual debería estar repre-
sentada en más de un piso. En realidad, nuestro mu-
seo imaginario no pretende explicar la evolución de la
cultura, ya que no existe tal cosa. Todo lo que puede
enseñar es la evolución de las culturas, el cambio de
los modelos de comportamiento de las distintas socieda-
des humanas. Ésta es la razón por la cual el edificio
posee muchas alas. Cada ala, compuesta por varios pi-
sos, constituye un departamento y necesitará un con-
servador distinto que ordene y clasifique su contenido.

2. - Cl..AsIFICACIÓN FUNCIONAL

Como es lógico, el director y los conservadores que


le ayudan tendrán que marcar con etiquetas cada ejem-
plar con el :fin de informar a los visitantes de cómo
era usado, para qué servía, en una palabra, la funci6n
que desempeñaba en la vida de la sociedad que lo fa-
bricó y lo usó. Por lo tanto, el personal tendrá que cla-
sificar las muestras y objetos expuestos y agrupar con-
juntamente, por ejemplo, los adornos personales, los
aparatos para el afeitado, los medios de transporte, los

32
objetos y edificios usados para el culto, el recreo y el
juego, etc. Darán a cada ejemplar un número apropia-
do, lo que podría denominarse su coordenada funcio-
nal, y redactarán una breve etiqueta que explique
para qué servía.
La elaboración de estas etiquetas no resulta tan fá ..
cil como podría imaginarse. Aparte del hecho de que
son necesarios conocimientos de enciclopedia para com-
prender el uso de los innumerables aparatos utilizados
en las industrias modernas o incluso en las antiguas,
el significado de los símbolos de los millares de cul-
tos, órdenes y logias rivales, y la complejidad de los
juegos populares, los objetos expuestos que represen-
tan estadios primitivos ofrecen problemas muy pecu-
liares. Los ejemplares arqueológicos de cualquier anti-
güedad remota es fácil que estén incompletos por fas
razones indicadas en la página 10. Así, las azadas y las
lanzas más antiguas no tendrán mango. De los arpones
de pesca tan sólo subsistirán las púas de hueso barba-
das. Las cabezas de hacha de piedra no se parecen en
absoluto a las hachas que usamos hoy. Los mangos
han desaparecido, como es natural, pero es evidente
que no pasaban a través de ningún agujero en el ex-
tremo de la cuchilla, ya que esta última no está per-
forada. En realidad, se suponía en la Antigüedad clá-
sica y en la Inglaterra medieval que tales utensilios
eran meteoritos. Su verdadero uso se conoció solamen-
te cuando se pudo observar que los indios pieles rojas
de América utilizaban precisamente como cabezas de
hacha objetos de piedra similares. Igualmente, puntas
de hueso barbadas, recogidas en yacimientos daneses y
suecos muy antiguos, fueron registradas generalmente
como "arpones" hasta que se observó que se parecían
mucho más a las púas de los arpones de pesca de hie-

33
3.-CHILDE
rro (leisters) usados actuahnente por los pescadores es-
candinavos.
Más adelante se dedica un capítulo a indicar cómo
pueden completarse con certeza los fragmentos que
subsisten en el testimonio arqueológico. Los dos ejem-
plos que acabamos de citar pretenden indicar la for-
ma en que las referencias al folklore y a la etnografía
pueden contribuir a esclarecer la función de algunos
ejemplares arqueológicos misteriosos. En rincones de
Europa que todavía escapan a la industrialización, en
las Islas Occidentales de Escocia, en las profundidades
de los bosques finlandeses o a lo largo de los valles
menos accesibles de los Balcanes, los campesinos y pes-
cadores han conservado intactas tradiciones que se re-
montan, sin interrupción, a la Edad de Piedra y que
ellos expresan por medio de utensilios y productos que
.pueden ser equiparados con las reliquias y monumen-
tos de hace cuatro mil años o más. En el Ártico o en
el desierto de Kalahari las gentes viven aún de forma
muy parecida a como vivían los europeos durante el
período glaciar o como vivían los contemporáneos de
estos últimos en el norte de África. Las semejanzas
existentes en los avíos que han subsistido justifican
que, en cierto modo, tratemos a estos salvajes actuales
como representantes de las sociedades de la Antigua
Edad de Piedra.
Cuando las muestras se han distribuido de esta ma-
nera en grupos funcionales, es muy posible que nues-
tro director se sienta desconcertado al ver que en mu-
chos de los grupos hay demasiados objetos para expo-
ner en su Torre de la Historia, por muy espaciosa que
sea. Puede reducir estos grupos a proporciones más
manejables pasando por alto las diferencias poco im·
portantes que existen entre las piezas individuales. Por

34
consiguiente, algunas de ellas se considerarán como
pertenecientes al mismo tipo y únicamente será nece-
sario exponer una, pudiendo almacenarse o desecharse
las restantes.
Por ejemplo, la Bulby Motors lnc. ha producido
anualmente desde 1925 un millar de sus Democrats
5-HP, que se diferencian entre sí únicamente por el
número del motor y de chasis. Nuestro director ha
adqufrido cuarenta ejemplares del modelo de 1928,
que se distingue especialmente por la forma de sus
guardabarros. Pero, para sus propósitos, este detalle
tiene tan poca importancia como el de los números.
Expondrá uno como ejemplar-tipo y desechará los
treinta y nueve restantes. Así también, una colección
puede estar compuesta de treinta trajes de caballero,
diferenciándose naturalmente por las tallas y la tela,
pero correspondiendo todos al mismo corte en boga.
Un solo traje será suficiente para representarlos. Los
vestidos de señora pueden ocasionar más dificultades,
puesto que las "creaciones" de la alta costura son evi-
dentemente menos manejables en este sentido. No obs-
tante, los vestidos de un pueblo balcánico, y a veces
de toda una provincia, son todos de idéntico modelo,
con excepción de los dibujos bordados en cada uno.
Estas últimas diferencias pueden ser pasadas por alto;
un solo vestido representará al tipo común en la pro-
vincia de Split. Aplicando de esta forma el concepto de
tipo, ya expuesto en la página 13, el dfrector podrá eli-
minar lo superfluo de su colección y reducir cada uno
de sus grupos funcionales a un conjunto de tipos no
demasiado voluminoso. Podrá entonces distribuir los
ejemplares-tipo así seleccionados entre los diversos
conservadores de sus departamentos. Cada uno de
ellos deberá reagruparlos en el piso adecuado, asignan-

35
do a cada uno un segundo número indicador: su coor-
denada cronológica.

3. - CLASIFICACIÓN CRONOLÓGICA

La primera medida que tomará el conservador de


un departamento será probablemente la de agrupar en
orden cronológico los ejemplares que le han sido asig·
nados, siguiendo su estudio desde los más primitivos
a los más modernos. El conservador intenta, como re-
cordaremos, exponer conjuntamente objetos que se
usaron en la misma época. Así pues, junto con su De-
mocrat modelo 1928, presentará el modelo de traje que
la persona que lo conducía pudo haber llevado, el mo-
delo de casa que pudo haber construido o comprado
recién construida, una lápida sepulcral como la que
pudo haber encargado para su esposa, y así sucesiva-
mente. En tomo a una diligencia, el conservador reu-
nirá un grupo semejante de indumentarias, viviendas
y lápidas completamente diferentes. Un carro de com-
bate podría formar el centro de un grupo más peque-
ño de piezas de exposición, aunque no tanto como el
grupo formado por las piezas expuestas en torno a la
motocicleta, etc. El conservador proyecta, por último,
mostrar los cambios sucesivos que ha experimentado la
cultura británica por medio de una serie de escenas o
cuadros, cada una en un piso diferente y que repre-
sentará una fase significativa de lo que en realidad
fue un proceso continuo. Cada. escena representa una
fase y cada sala es parte integrante de un período.
El conservador puede otorgar a cada período, de
modo arbitrario, un título adecuado. "victoriano'',
"georgiano'', "Tudor", "romano-británico", "neolíti-

36
co secundario"- y marcar las futuras muestras de
acuerdo con este orden. Para sus propósitos inmedia-
tos, estos nombres no significan nada más que posicio-
nes en una serie. También los números servirían para
el mismo fin. De hecho, es posible que muchas de sus
últimas muestras lleven ya dichos números indicado-
res. Es seguro que las motocicletas y las lápidas se-
pulcrales llevarán fechas inscritas; en cambio, los ves-
tidos no. Todos los números cardinales indican la posi-
ción relativa en la serie de números naturales: 1926
viene después de 1852. Los números-fecha indican el
número de años que han transcurrido; por ejemplo, el
número de veces que la tierra ha girado alrededor del
sol entre el comienzo convencional de la era y el he-
cho fechado -digamos la erección de la lápida sepul-
cral-. (Nótese que los años pueden ser calculados a par-
tir del número cero de la era en cualquier dirección,
hacia ah·ás o hacia adelante.) Para el departamento
inglés, lógicamente el punto de partida de la era será
"el nacimiento de Cristo". Otros departamentos de la
Torre de la Historia utilizarán otras eras -por ejem-
plo, la Héjira o huida de Mahoma de la Meca, en
622 d. c.
Los números que indican la fecha antes o después
de una era, no sólo indican las posiciones relativas de
dos hechos en la secuencia que constituye la historia
inglesa, sino que colocan cada hecho en su lugar en
una serie <le hechos que afectan a toda la superficie
de la tierra -su lugar en un marco de referencia uni-
versal, o por lo menos global-. Esta forma de fechar
se denomina cronología absoluta, en contraste con la
cronología reTativa. Probablemente se sabe que las
lámparas de arco precedieron a las bombillas incan-
descentes (es decir, su cronología relativa), aunque no

37
se sepa cuántos años hace que ambas fueron inventa-
das. En un lenguaje más técnico: se sabe la edad re-
lativa de los dos hechos, pero no su edad absoluta.
Mientras se dedique simplemente a poner en orden los
ejemplares que tengan que ser expuestos en su depar-
tamento, el conservador puede contentarse con la cro-
nología relativa. La cronología absoluta le será nece-
saria únicamente cuando tenga que decidir en qué
piso del museo mixto deberá ser instalada cada sala
representativa de un período.
Al mismo tiempo, una fecha en años es una medida
de la antigüedad de un hecho; por ejemplo, la fabri-
bación de un coche. Al agrupar las piezas en su propio
departamento para representar períodos sucesivos, un
conservador no necesita preocuparse por la duración
de los varios períodos representados. Mientras se aten-
ga a su propio departamento, únicamente necesita sa-
ber el orden en que se suceden los períodos. Así, pues,
podemos decir que sólo necesita mantener el tiempo de
evolución arqueol6gica. Porque el tiempo de evolución
arqueológica indica las sucesiones, pero no la dura-
ción. El orden de los hechos puede determinarse por
métodos puramente arqueológicos. Sin la ayuda de la
física nuclear, la astronomía, la geología o los docu-
mentos escritos, la arqueología no puede determinar
el tiempo transcurrido desde que un hecho aconteció
o una casa fue construida, o cuánto duró un período.
Para su proyectada exposición, el conservador tiene
que saber qué piezas fueron de hecho contemporá-
neas en el uso. Naturalmente, puede mirar las fechas
inscritas en ellas y agrupar las que lleven fechas más o
menos similares. O puede consultar las descripciones
escritas. Ninguno de los dos procedimientos, sin em-
bargo, es del todo satisfactorio, pues ambos son váli~

38
dos únicamente para una pequeña parte de la colec-
ción. Haría mejor en recurrir al principio arqueológico
de asociación. Al fin y al cabo, la mejor garantía de
que los tipos fueron de uso contemporáneo es la de
que deberían haber sido hallados asociados en las cir-
custancias indicadas en la página 17. (Las imágenes
contemporáneas -si se dispone de ellas- pueden pro-
porcionar tan buena evidencia para el uso contempo-
ráneo como las investigaciones realizadas en el curso
de una excavación.)
La asociación no nos dará por sí sola una idea acer-
ca del piso que un conjunto dado de tipos deberá ocu-
par en fin de cuentas. Para establecer el proyectado
orden cronológico, el hecho de destinar un conjunto a
un piso apropiado depende de la posición relativa de
este conjunto en una secuencia de conjuntos. Es in-
dudable que si una o dos piezas asociadas a cada con-
junto tuvieran una fecha inscrita, la posición adecuada
de todo el grupo de tipos asociados sería evidente,
pero únicamente a la luz de los testimonios escritos.
Porque a menudo se dan las fechas no como números
de años de una era, sino más bien en la forma "Quinto
año del rey Jorge III" o "en (el año de) el consulado
de Craso" o "en el año en que el rey ... ". Estas fórmulas
sólo pueden ser traducidas a años antes o después de
nuestra era cuando se puede disponer de testimonios
escritos completos.
Pero todo lo que nuestro conservador necesita sa-
ber por el momento es la edad relativa de las distin-
tas muestras. Tiene que saber que este automóvil es
más viejo que aquél, pero es a la vez contemporáneo
de aquella lápida sepulcral. Se puede determinar la
cronología relativa mediante métodos puramente ar-
queológicos sin hacer en absoluto referencia a las in-

39
vestigaciones de los historiadores literarios. Se puede
apelar a dos principios: estratigrafía y tipología. Esta
última, aunque es menos digna de confianza, es la más
clara y el conservador podría aplicarla sin tan siquiera
salir del museo. Las locomotoras ofrecen un ejemplo
sencillo. Nadie creería que la "Royal Scot" es más
antigua que el tipo "Rocket". Lo contrario resulta ob-
vio al documentarse, y una inversión en la relación
sería inconcebible. Se podría disponer fácilmente una
serie de dibujos y fotografías con el fin de demostrar
cómo perfeccionamientos acumulativos condujeron des-
de la "Rocket", relativamente primitiva e ineficaz, hasta
las locomotoras de los expresos contemporáneos. Al
conocerse los dos extremos, se podría disponer con
certeza los diversos tipos intermedios en su orden co-
rrecto, sin referencia a las fechas con que el cumplido
fabricante marcaba sus productos. Una sucesión se-
mejante de tipos progresivamente eficaces constituye
lo que se denomina una serie tipol6gica. Las fases o
períodos que la componen pueden ser utilizados para
determinar las posiciones relativas de los conjuntos
enteros a los que uno u otro está asociado. Los conser-
vadores de museos gustan de sentarse cómodamente
en sus estudios ordenando sus ejemplares -o las tar-
jetas que los representan- en claras series tipológicas.
Pero, por muy bonitas que parezcan, poco se puede
confiar en ellas a menos que sean corroboradas por 1a
autoridad literaria o bien por medio del otro test ar-
queológico: la estratigrafía. Pero, para aplicar este
test, el conservador debe salir del museo y excavar él
mismo en la tierra sucia o por lo menos leer cuidado-
samente los aburridos informes de los excavadores.
El concepto de la estratigrafía la arqueología lo ha
tomado de la geología. El principio afirma que en

40
cualquier yacimiento que no haya sido excavado, la
capa inferior es la más antigua y la superior la más
reciente. El principio es tan importante que en el pró-
ximo capítulo deberemos volver sobre sus aplicacio-
nes, y contentarnos aquí con un esquema muy incom-
pleto. Si una cueva o un poblado han sido habitados
durante varias generaciones, se acumularán capas de
desperdicios en el suelo de la cueva, en las calles o en
una escombrera, y constituirán datos de información
arqueológicos, incluyendo tipos de artefactos durade-
ros: botones, botellas y cerámica rota, acesorios de co-
ches, etc. Al menos algunos de los tipos variarán de
capa a capa. El principio de la estratigrafía afirma que
los tipos más antiguos son los de la capa inferior, a
menos que el yacimiento haya sido excavado. En e]
caso de que el último ocupante hubiera cavado una
escombrera en el suelo de la cueva, se podrían encon-
trar objetos recientes a mayor profundidad que los ob-
jetos más antiguos.
Si se excavara sistemáticamente un lugar estratifica-
do (es decir, formado por capas), se podría reconocer
que dos o tres tipos se hallan limitados a cada capa y
no aparecen más arriba ni más abajo del sitio donde
se encuentran otros tipos diferentes. Los tipos así res-
tringidos, por ejemplo, al estrato C son considerados
como característicos de este estrato. Con suerte se en-
contrarán los mismos tipos 8n los estratos correspon-
dientes, es decir, en estratos que ocupen la misma po-
sición relativa en otros lugares dentro de la provincia.
En ese caso se les puede denominar fósiles-tipo (según
se ha explicado en la página 24) y pueden utilizarse
para fijar un período arqueológico, una división del
testimonio arqueológico local. Todos los yacimientos
en que aparezcan serán considerados como contempo-

41
ráneos -en el tiempo de evolución arqueológica- y
asignados al mismo período, al que pertenecerán igual-
mente todos los tipos asociados a ellos. La posición
relativa del período así establecido en la secuencia
local de los períodos arqueológicos, su lugar en el tes-
timonio arqueológico local, se determina mediante la
posición estratigráfica de los fósiles-tipo.
El lector debería prestar especial atención a dos
puntos. El período determinado por los fósiles-tipo no
constituye una división del tiempo sideral, sino úni-
camente una división del tiempo de evolución arqueo-
lógica, el cual se limita a la región en la que los tipos
característicos eran de uso corriente: un samovar po-
dría determinar un período en la arqueología rusa,
pero no en la británica. En segundo lugar, no todos
los fenómenos arqueológicos son idóneos para produ-
cir fósiles-tipo. Sobre el primer punto volveremos más
tarde. El segundo ya ha sido suflcientemente tratado
en la página 24.
Si nuestro conservador hubiera sido el director de
un museo independiente de antigüedades locales, la
estratigrafía y la tipología le habrían facilitado toda
la información que necesitaba para clasiflcar sus colec-
ciones por orden cronológico. Pero únicamente tiene a
su cargo un departamento en un museo mixto, en el
que los tipos de uso contemporáneo no sólo en Ingla-
terra, sino también en Grecia, Irak, India, Nueva Ze-
landa y otros lugares, deben ser expuestos en el mis-
mo piso. El visitante, como se recordará, debería po-
der avanzar no sólo de forma vertical desde una fase
de la cultura india o inglesa a la siguiente, sino tam-
bién horizontalmente con el B.n de ver lo que sucedía
en Inglaterra, India, Nueva Zelanda y otros lugares
durante la misma época.
Ahora bien, las etiquetas que indican los períodos
-"Tudor", "normando", "romano-británico", "neolítico
secundario"- no ayudarán al conservador del depar-
tamento inglés en su tarea de asignar las piezas así
marcadas al piso correspondiente, que deberá alber-
gar los ejemplares de uso contemporáneo en el Irak o
en la India. Estos ejemplares llevarán etiquetas com-
pletamente diferentes -otomanos, abasidas, partos,
acadios o mogoles, los gupta, greco-bactrianos, harap-
pienses-. En tanto que estas etiquetas puedan ser tra-
ducidas a fechas numéricas en términos de la era cris-
tiana, mahometana u otra e1·a, en tanto que la crono-
logía relativa pueda ser convertida en cronología abso-
luta, las cifras resultantes indicarán suficientemente el
piso adecuado en las distintas alas. Pero esta traduc-
ción depende principalmente de los datos informati-
vos procedentes de los documentos escritos. Ahora
bien, los maorís de Nueva Zelanda eran analfabetos
cuando el capitán Cook desembarcó durante el período
georgiano de la arqueología inglesa; los pieles rojas del
Canadá aún no poseían documentos escritos durante
el período Tudor de la arqueología británica; la mis-
ma Inglaterra era aún prehistórica cuando Julio César
invadió el país e incluso cuando Claudio César lo ane-
xionó al imperio romano. Así pues, fuera de estos lí-
mites, la historia escrita no puede ofrecer ninguna
orientación a los distintos conservadores, por mucho
que hagan la geología y la física nuclear. El director
tendrá que decidir en qué piso deberán ser expuestas
las diversas colecciones.
Hasta cierto punto, al colocar en el mismo piso pie-
zas de uso contemporáneo en las regiones representadas
por las distintas alas del edificio, podría al menos re-
solverse su problema por medios puramente arqueo-
16gicos. Tipos corrientes en la Inglaterra Tudor fue-
ron transportados a través del Atlántico y vendidos a
los pieles rojas de América, mientras que algunos arte-
factos contemporáneos de los amerindios eran llevados
a Inglaterra como objetos curiosos. Algunas colecciones
de América del Norte pueden, pues, ser identificadas
como contemporáneas del grupo Tudor de Inglaterra
y ser asignadas con certeza al mismo piso. De la
misma manera, aunque de una forma más sorprenden-
te, productos británicos llegaban a la Grecia micénica,
mientras que armas y collares, de moda en Grecia en
el período micénico, eran importadas a Inglaterra. Así
pues, un modelo de Stonehenge y reliquias de las que
se sabía eran contemporáneas de dicho santuario, pue-
den indiscutiblemente ser expuestos en la misma plan-
ta que el modelo de la Puerta de los Leones de Mi-
cenas y que las réplicas de los tesoros de las tumbas
de Pozo, 1550-1400 a. C.

4. - CLASIFICACIÓN COROLÓGICA

En nuestra explicación sobre la clasificación crono-


16gica, hemos supuesto que el director sabía a qué de-
partamento debían ser asignadas las piezas, y que
dejaba al conservador la tarea de clasificarlas cronoló-
gicamente. Para expresarlo en jerga técnica, ya había
llevado a cabo la clasificación corol6gica de la colec-
ción antes de que el contenido de ésta hubiera sido
clasificado cronológicamente. En la práctica esto hu-
biera sido imposible sin la ayuda de una fuente de
información exterior. Pero, por medio de procedimien-
tos puramente arqueológicos, el director podía haber
distribuido sus piezas, no en departamentos regionales

44
tal como nosotros lo hemos enfocado, sino en culturas
en el sentido expuesto en el primer capítulo, siempre
y cuando supiera qué piezas estaban asociadas con
otras. Pero habría tenido que clasificarlas primero cro-
nológicamente. De todas formas, la mayoría de los
conservadores deberá proceder así con parte de sus
colecciones. Sus procedimientos ya han sido sintetiza-
dos en la página 36.
Dentro de la misma clase o período cronológico
aún se encontrará todavía una gran variedad de tipos,
todos ellos cumpliendo funciones idénticas. ¿Cómo se
explican estas diferencias? Un tipo americano de loco-
motora exprés es evidentemente diferente de cual-
quier tipo británico; por ejemplo, está provisto de uri
quitapiedras, una campana y un faro proyector. Estos
aditamentos, no obstante, no aumentarían la eficacia de
la locomotora para arrastrar trenes exprés en los ferro-
carriles británicos. Por lo tanto, no pueden representar
perfeccionamientos del modelo británico más antiguo.
Así, pues, estas diferencias no son debidas a discrepan-
cias en la edad -a diferencias cronológicas-. La ex-
plicación es que debe de tratarse más bien de una
distinción corológica, de una divergencia de tradición
entre dos sociedades distintas (la colocación de traviesas
en los ferrocarriles o el uso de carreteras públicas para
transportar vías férreas es, naturalmente, una cuestión
de tradición social, y en ningún caso algo inherente a
la naturaleza de los ferrocarriles como tales). Ahora
bien, los tipos están repetidamente asociados unos con
otros no sólo porque fueron de uso corriente durante
la misma época, sino también porque fueron hechos y
utilizados por las mismas personas. Recíprocamente, la
razón de que existan diferencias entre los tipos dentro
de un mismo grupo funcional se debe atribuir ya sea

45
a los perfeccionamientos y cambios de la moda a tra-
vés del tiempo, ya a las divergencias en las maneras
tradicionales de actuar y en los gustos entre personas
distintas. El contraste entre la "Rocket" y la "Royal
Scot" se debe a la primera causa; el que existe entre
esta última y la "Bostoniana", a la segunda. Si se uti-
lizan las locomotoras como fósiles-tipo, todo lo que
pueda asociarse con la "Royal Scot" -no sólo vagones
de corredor y señales, sino también granjas, indumen-
taria de los pasajeros, palos de cricket y cuchillos de
mesa- es asignado a una cultura y representa a una
gente; y todo lo que se asocie con la "Bostoniana", a
otra. Naturalmente muchos artículos seran comunes a
ambos conjuntos; pero, considerados en su totalidad,
el contraste entre las dos culturas es evidente. En el
ejemplo tomado de culturas contemporáneas, la distin-
ción puede comprobarse con facilidad y la explicación
ofrecida puede justiñcarse empíricamente. Además,
pueden asignarse nombres políticos o étnicos a cada
cultura. Lo mismo sucede también con culturas de las
que subsisten informes escritos. Pueden sacarse las
mismas deducciones de las diferencias existentes entre
colecciones prehistóricas. Pero a éstas no se les puede
asignar propiamente ninguna etiqueta política.
Con la ayuda de la toponimia y de las fuentes es-
critas, se puede asignar excepcionalmente una etique-
ta lingüística, por ejemplo "celta" o "ibérica'', a cultu-
ras prehistóricas tardías. Normalmente, los conjuntos
reconocidos tienen que ser distinguidos por medio de
algún nombre totalmente convencional. Tanto puede
tratarse de la designación de un fósil-tipo como de un
rasgo característico; así, tenemos las culturas del "ha-
cha de combate", del "enterramiento individual" y del
"vaso campaniforme". Algunas veces se aplica a una

46
cultura el nombre de una provincia donde se halla
ampliamente representada, por ejemplo, "lusaciana";
mucho menos frecuentemente un nombre geográfico
calificado por un adjetivo cronológico: "Neolítico tesa-
liense A", "edad de hierro británica A" (el término
geográfico podría omitirse en un libro dedicado exclu-
sivamente a la prehistoria británica). No obstante, el
sistema normal hoy en día es el de llamar a una cul-
tura según el lugar donde se distinguió por primera
vez, o donde se halla representada de forma más típi-
ca. Desgraciadamente se usan eventualmente los mis-
mos términos para designar divisiones locales del tes-
timonio arqueológico local, esto es, períodos locales.
Las culturas y los períodos prehistóricos tienen de he-
cho que ser identificados con la ayuda de los fósiles-
tipo, y ambos están constituidos substancialmente por
conjuntos de tipos. Los dos conceptos aún están per-
fectamente diferenciados, pero pueden ser confundidos
fácilmente si se les designa del mismo modo. Con ob-
jeto de ayudar al estudiante a entender los libros de
texto más antiguos y evitar el peligro inherente a las
ambigüedades de la terminología prehistórica, este ca-
pítulo debe terminar con un apéndice histórico.

5. -CULTURAS Y PERÍODOS PREHISTÓRICOS

Las divisiones locales del tiempo de evolución


arqueológica, los capítulos sucesivos del testimonio ar-
queológico local, deben ser diferenciados por medio
de algún género de etiqueta. En las secciones prehistó-
ricas, los números referentes a años, las fechas en tér-
minos de una era, no son utilizables ex hypothesi.
Desde aproximadamente 1815 se ha hecho habitual di-

47
vidir las secciones prehistóricas de los testimonios ar-
queológicos en tres eclades, un sistema ideado por
Thomsen cuando organizaba el nuevo Museo de Anti-
güedades Nórdicas en Copenhague. Thomsen había
decidido exponer conjuntamente aquellos objetos que
habían sido usados al mismo tiempo. La colección in-
cluía muchos conjuntos de tipos que habían sido en-
contrados asociados en concheros (shell-mounds), en
turberas, en tumbas megalíticas y en túmulos. Así
pues, sabía qué tipos debía exhibir juntos, pero no en
qué orden debía colocarlos. Pero, al igual que el poe-
ta romano Lucrecio, creía que antes de que los hom-
bres aprendieran el uso del hierro, fabricaban sus ins-
trumentos de cortar y sus armas en bronce _y, aún
mucho antes, cuando desconocían totalmente el me-
tal, contaban con piedra, hueso y madera. Así, Thom-
sen agrupó todos los objetos de hierro y todos los tipos
que siempre se habían encontrado asociados a este
metal, y atribuyó todos ellos a la Eclad de Hierro,
cualquiera que fuese el material del que cada ejem-
plar estuviera hecho. En cuanto al resto, fueron sepa-
rados y asignados a la Edad de Bronc~ todos los
objetos de bronce y todos los tipos de piedra, hueso,
madera o cerámica encontrados en asociación con
ellos. Los objetos restantes llenaron una sala de la
Edad de Piedra. Posteriormente, las excavaciones es-
tratigráficas proporcionaron justificación objetiva al or-
den ideado por Thomsen y demostraron que su siste-
ma podía aplicarse a Suiza, Italia, Francia y Gran
Bretaña, además de Dinamarca. De hecho, es de apli-
cación universal.
Pero las "tres edades" son en realidad tres etapas
tecnológicas consecutivas que siempre se sucedían en
el mismo orden, dondequiera que fuere. Quizás habría

48
sido más sensato denominarlas "etapas" desde un prin-
cipio. Porque, aunque siempre ocupa la misma posi-
ción en la secuencia -para expresarlo de forma téc-
nica, en todas partes es homotáxica-, una "edad" no
ocupa en todos los lugares la misma parte de tiempo
sideral, es decir, no es siempre contemporánea. La
Edad de Piedra finalizó en Australia con la fundación
de una colonia británica en Botany Bay, en América
central con el desembarco de Cortés, en Dinamarca
alrededor del 1500 a. C., en Egipto antes del 3000. La
palabra "edad" podría sugerir una franja de tiempo
absoluto, una división de la cronología absoluta, mien-
tras que tan sólo se pretende designar una etapa en
una secuencia. Se considera que las edades, épocas y
períodos geológicos son contemporáneos en toda la
Tierra y que pertenecen, por tanto, al dominio de la
cronología absoluta. Las edades arqueológicas son di-
visiones del tiempo de evolución arqueológica y co-
rresponden a la cronología relativa. Por otro lado, el
sistema de las "tres edades" en su forma original pro-
porcionó un marco satisfactorio dentro del cual se ha
creado una cronología prehistórica fidedigna. Los in-
tentos para perfeccionar este sistema han ocasionado a
los prehistoriadores un sinfín de problemas.
Cuando después de 1859 se reconoció la existencia
del hombre del Pleistoceno y se recogieron útiles de
piedra en los depósitos geológicos formados durante o
incluso antes del período glaciar, la primera "edad"
de Thomsen resultó evidentemente de una duración
desproporcionadamente larga. En 1863 fue dividida
en dos: una Antigua y una Nueva, el Paleolítico y el
Neolítico. Se asignaron a la primera los útiles de pie-
dra tallada encontrados en depósitos del Pleistoceno con
los restos de animales extinguidos y exclusivamente de

49
4. -CHILDI!
caza. Como neolíticos se consideraron aquellos artefac-
tos, incluyendo instrumentos cortantes afilados y puli-
mentados, que habían sido hallados en los palafitos o
habitaciones lacustres (lake-dwellings) suizos y en los
dólmenes daneses asociados a una fauna reciente y a
los huesos de animales domésticos y a indicios de agri-
cultura. La división se basó, pues, en tres criterios:
1) geológico (Pleistoceno o reciente); 2) tecnológico
(afilado por medio de lascado solamente o pulimenta-
do), y 3) económico (una economía de cosecha silves-
tre -recolección- o de cultivo -producción-). Se
supuso que los tres criterios coincidían, pero en reali-
dad no fue así. Luego, después de 1921, se añadi6 una
tercera división de la Edad de Piedra: el Mesolítico.
Actualmente, el Paleolítico equivale al Pleistoceno, y
todas las culturas posteriores al Pleistoceno que man-
tienen invariable la antigua economía de caza, pesca
y recolección, se clasifican como Mesolíticas. O más
bien deberían estarlo: en la práctica, el término no
se aplica a los recolectores contemporáneos de Aus·
tralia, Africa del Sur o Tierra de Fuego, ni tampoco a
las tardías culturas prehistóricas de las zonas de coní-
feras o de tundra del norte de la regi6n eurasiática.
Tres edades proporcionaron nna base 16gica e inequí-
voca para la clasificaci6n cronológica, o al menos suce-
siva; cinco edades, no. Sin embargo, aún así represen-
tan en cualquier regi6n estadios sucesivos que tam-
bién constituyen divisiones del tiempo de evolución
arqueológica, secciones del testin1onio local.
Se han propuesto "edades" adicionales, pero en ge-
neral no han sido adoptadas, afortunadamente, y s6lo
se hace necesario mencionarlas para tranquilizar al es-
tudiante que pueda tropezar con ellas durante su lec-
tura. Algunos autores han sugerido que se inserte entre

50
las Edades de Piedra y de Bronce (etapas), un Calcolí-
tico (en italiano Eneolítico, en francés Énéolithique).
Tal como era empleado en su origen por los prehisto-
riadores italianos, este término significaba una etapa o
período en el que se habían utilizado instrumentos y
armas de cobre, junto con tipos similares de piedra.
Pero esto ocurría en todas partes durante las fases pri-
mitivas de la Edad de Bronce, ya que los metales,
que resultaban muy costosos, sólo eran asequibles a
unos pocos miembros de la mayoría de sociedades y
apenas se usaban para puntas de armas arrojadizas o
para instrumentos destinados a trabajos groseros. Esta
etapa, pues, no puede compararse ventajosamente con
la "Edad del Bronce Antiguo", denominación más
generalizada.
Quizá sería más práctico distinguir una etapa en la
que se empleaba solamente el cobre nativo, tratado
como si fuera una clase superior de piedra y forjado.
El Calcolítico se aplica a veces a esta etapa tecnológi-
ca. Pero, debido a que el cobre nativo es muy poco
frecuente, dicha etapa no precede universalmente a la
Edad de Bronce y, por consiguiente, no representa
una etapa general del progreso tecnológico. De vez en
cuando se emplea la expresión "Edad de Cobre" para
indicar dicha etapa, pero aún más frecuentemente se
utiliza para designar un período en el que se utilizaba
el cobre sin alear en lugar del bronce, que es una alea-
ción de cobre y estaño. No obstante, esta norma es
difícil de aplicar, ya que, sin la ayuda de análisis, los
artefactos de cobre no pueden ser distinguidos con se-
guridad de los de bronce. Siempre que se ha podido
disponer de análisis fuera de Europa, ha resultado que
la mayor parte de utensilios y armas atribuidos tradi-
cíonalmente al Bronce Antiguo, eran en realidad de

51
cobre sin alear. El término "Edad de Bronce" es, pues,
químicamente inexacto y sería mejor Ieemplazarlo por
"Paleometálico". Pero el intento de diferenciar una
"Edad de Cobre" independiente en este segundo sentido
sólo puede ocasionar mayores confusiones.
Los arqueólogos turcos, inducidos a error por un ex-
cavador alemán, usan desgraciadamente los términos
Edades del "Calcolítico", del "Cobre" y del "Bronce"
para designar fases consecutivas de la prehistoria de
Anatolia. De hecho, su "Edad de Cobre" es tipológi-
camente equivalente, y ampliamente contemporánea
también, a lo que se conoce como el "Bronce Antiguo"
en las costas del Egeo y en Siria-Palestina. El "Calco-
lítico", que precede, parece ser sobre todo homotáxico
con el Neolítico de Grecia, aunque quizá cubia tam-
bién el Bronce Antiguo del Egeo. Así pues, las Edades
del Calcolítico y del Cobre pueden ser rechazadas. El
Mesolítico se halla hoy demasiado firmemente estable-
cido para hacer lo mismo. ¡El estudiante deberá luchar
con cinco edades!
Incluso cinco edades ofrecen un marco demasiado
tosco para reflejar satisfactoriamente el progreso de la
cultura humana. La primeia, y la más larga, de las
edades, el Paleolítico, fue subdividida por De Morti-
llet en el siglo pasado. Basándose en la estratigrafía
observada en diversos lugares de Francia, distinguió
seis conjuntos o culturas que se sucedían unos a otros
en el mismo orden en todos los lugares correspondien-
tes. Los adoptó para representar períodos dentro de la
Edad Paleolítica y, por analogía con el Devónico,
Cámbrico, etc. en la nomenclatura geológica, denomi-
nó a cada uno según el lugar donde había sido des-
cubierto por primera vez o se hallaba bien representa-
do -Chelles, Saint-Acheul, Le Moustier, Aurignac,

52
Solutré, La Madeleine (aquí he simplificado un poco
la historia, a propósito). Ahora bien, en tanto que las
series de De Mortillet reflejaban la sucesión estratigrá-
fica observada (no sucedía lo mismo en su forma ori-
ginal), estas seis culturas representaban divisiones cro-
nológicas del testimonio arqueológico en Francia y
etapas del desarrollo de la cultura en Francia. Pero
bajo la influencia de la entonces nueva doctrina de la
evolución, fueron adoptadas para representar etapas en
Ja evolución de la cultura humana y períodos del tiem-
po absoluto, tan universalmente contemporáneos como
los períodos y eras de los geólogos.
En realidad, Auriñaciense o Magdaleniense o cual-
quier otro de estos nombres, denota un conjunto de
tipos asociados unos con otros repetidamente en un
área específica. Fuera de esta área, no todos los tipos
se encuentran en asociación, y los mismos tipos diver-
sos que la componen no son universales. Así, pues, es
totalmente erróneo hablar de "período Auriñaciense"
en Siberia o África del Sur. No obstante, muchos pre-
historiadores han incurrido precisamente en este error.
En los libros y artículos ingleses publicados antes de
1938 y en los trabajos rusos llevados a cabo hasta 1950,
los términos de De Mortillet se utilizan para indicar
divisiones del tiempo absoluto (geológico, si no sideral)
y se aplican a conjuntos que el escritor suponía que
ocuparían en la secuencia local la misma posición que
la cultura originalmente designada ocupaba en la se-
cuencia francesa. La verdad es que el Auriñaciense, el
Magdaleniense, etc., indican culturas -unidades en la
clasificación corológica-. Se presta a confusión el uso
del mismo término para significar divisiones cronoló-
gicas.
Este abuso no se limita a las divisiones de la Edad

53
de Piedra Antigua. Los nombres de culturas, es decir,
de divisiones corológicas, se aplican todavía a divisio-
nes cronológicas de la prehistoria de Mesopotamia y
Egipto, y a subdivisiones de la Edad de Hierro euro-
pea. Incluso en Inglaterra el rótulo "Hallstatt" se aplica
a conjuntos de tipos, de los cuales ninguno ha sido ha-
llado en el lugar epónimo, ni en sitios relacionados con
éste en Europa central y este de Francia, y que en
el tiempo son contemporáneos de las culturas de La
Tene de estas últimas regiones. El problema, pues, es
el siguiente: una división del tiempo de evolución ar-
queológica o período, y una división corológica o cul-
tural, están constituidas ambas por un conjunto de tipos
característicos que el nombre indica. Su ambivalencia
no causa equívoco alguno cuando la división cronoló-
gica corresponde a los tiempos histólicos. Si hablamos
de cultura jacobina, no significa que la estemos compa-
rando con la cultura coetánea de Francia o la India,
sino con la cultura Tudor o la georgiana, es decir, con
la cultura de la Inglaterra Tudor o georgiana. Para
dicha comparación podemos traducir jacobina por "si-
glo xvn", gracias a los documentos escritos. En un tra-
bajo sobre historia arqueológica local, muchas veces
es conveniente y totalmente inocuo usar el nombre de
una cultura para designar una división cronológica del
testimonio local; en un trabajo sobre histolia mundial
debería darse preferencia a un cronómetro indepen-
diente.
Puede disponerse de uno incluso en prehistoria. Las
culturas paleolíticas pueden, de este modo, asignarse a
las divisiones adecuadas del testimonio geológico dado
por los avances y los retrocesos de los glaciares, y por
los flujos y reflujos del mar (es decir, los períodos de
mareas altas y bajas). La única excusa para escribir

54
acerca de un período "Musteriense" o un "Magdale-
niense" sería una profunda desconfianza hacia las co-
rrelaciones corrientes de estas culturas con fases del
período glaciar. En este caso sería mejor hablar de pe-
ríodos del Paleolítico Inferior, Medio y Superior, y di-
vidir este último en fases diferenciadas por medio de
números. "Solutrense" sería entonces reemplazado
como período por "Paleolítico Superior Occidental II".
En épocas posteriores al Pleistoceno es menos fácil
encontrar un subtítulo para los nombres de las cultu-
ras. Se ha intentado con los términos descriptivos -los
nombres de los fósiles-tipo-. Así, los prehistoriadores
daneses tenían la costumbre de hablar de los períodos
"Dolménico", "de los dólmenes de corredor" y "Dag-
ger" ("Período de los puñales o espadas cortas") refe-
rentes al Neolítico local, y los alemanes actualmente
llaman la última fase de la Edad de Bronce en Europa
central el período "de los campos de urnas" (Urnen-
felder). Dichos términos, si están calificados por un ad-
jetivo geográfico -danés, alemán sudoccidental- tie-
nen la ventaja de expresar abiertamente lo que signi-
fican. Pero los dólmenes de corredor o los campos de
urnas en realidad sólo son característicos de una de las
varias culturas que florecieron durante el período así
denominado. Los prehistoriadores daneses, por consi-
guiente, prefieren hablar ahora del Neolítico Antiguo,
Medio y Reciente, y los prehistoriadores ingleses están
siguiendo su ejemplo. Durante largo tiempo se ha ve-
nido aplicando una división tripartita similar de la
Edad de Bronce a la Europa cisalpina y a Palestina-
Siria, mientras que en Creta, Grecia, las Cícladas y
Chipre el término "Edad de Bronce" ha sido rempla-
zado por "Minoico'', "Heládico", "Cicládico" y "Chi-
priota", respectivamente. Quizá sería mejor abandonar

55
la cuestión de las "edades" e indicar los sucesivos pe-
ríodos de cultura de cada provincia con los números
consecutivos. Lo ideal sería, claro está, correlacionar
las diversas series locales por los medios arqueológicos
esbozados en la página 44, con el fin de que toda la
prehistoria quedara comprendida en un sólo esquema
de divisiones numeradas. Es más fácil que llegue a ser
posible convertir las diversas fechas relativas en fechas
absolutas con la ayuda de la física y la astronomía.

BIBLIOGRAFíA

CHILDE, V. G.: Piecing together the Past (Londres, 1956).


CLAllK, J. G. D.: Archaeology and Society {Londres, 1939).
CLARK, J. G. D.: Prehistoric Europe: the Economic Basis (Lon-
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1950).
Gen.DE, V. G.: ''The Constitution of Archaeology as a Science",
en Ashworth-Underwood (ed.), Science, Medicine, History
(Londres, 1953).

56
CAPÍTULO 111
YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS
Y SU ESTRATIGRAFÍA

Los materiales antiguos pueden ser hallados aisla-


dos y sobresaliendo de la superficie de la tierra, o pue-
den ser desenterrados en el transcurso de trabajos de
arado y de excavación. Dichos objetos constituyen en
sí mismos solamente información arqueológica en po-
tencia, mientras que la ubicación de cada uno de ellos
es un dato informativo, aunque normalmente no cons-
tituye un monumento. Las reliquias y los monumentos
únicamente llegan a ser datos si se ajustan a tipos cla-
sificados, y los tipos sólo pueden ser clasificados según
sus asociaciones y el contexto en el que han sido en-
contrados. La información histórica sólo puede ser ex-
traída de aquellos tipos de los que se han hallado
ejemplos en compañía de otros tipos en un lugar. Los
lugares pueden ser de diversa índole -habitaciones,
tumbas, fortalezas, minas, santuarios, pozos, etc. Vamos
a examinar unos cuantos con especial referencia a la
información cronológica que se espera de ellos.

!.-CUEVAS

Las habitaciones más antiguas de los hombres, que


fueron ocupadas ya a comienzos de la Edad de la Pie-
dra Antigua, fueron las cuevas y, como refugios tempo-
rales o residencias permanentes, las cuevas han sido
frecuentadas hasta el presente por cazadores y pastores,

57
excursionistas y refugiados, ermitaños y bandidos, con-
trabandistas y pescadores. Resultado de un proceso na-
tural, las cuevas no constituyen en sí datos de infor-
mación arqueológica ni monumentos, pero muchas tie-
nen las paredes cubiertas de pinturas o grabados, ins-
cripciones o representaciones, que pueden elevarlas a
dicha categoría, pues las cuevas arqueológicas tienen
una particular ventaja: sus ocupantes no son, y raras
veces lo han sido, demasiado ordenados. Con frecuen-
cia dejan tras sí una gran cantidad de objetos en de-
sorden: latas abolladas y botellas rotas, cuchillos desgas-
tados y huesos roídos. Toda esta basura es pisoteada
contra el suelo y enterrada bajo la tierra de la cueva
o bajo una roca caída, y de este modo se ha conser-
vado. Por otro lado, salvo en tiempos muy primitivos,
los ocupantes de las cuevas suelen ser gente relativa-
mente humilde. Así pues, los desperdicios que dejan
tras sí no son en modo alguno representativos del nivel
medio de prosperidad y de los adelantos técnicos de
las sociedades a que pertenecen los habitantes de la
cueva. Si un arqueólogo olvida esta advertencia, puede
tomar a una familia de vagabundos o a una banda
de contrabandistas por ingleses típicos del siglo xrx.
Pero este fallo es compensado con una segunda
ventaja.
Las cuevas pueden conservar un testimonio estrati-
gráfico muy claro 1 • 0 Algunas personas acampan en eJ
suelo de la cueva; del fuego se esparcen cenizas por
tierra, y los desperdicios de su comida y de las vasijas
y utensilios rotos son pisoteados contra el suelo, for-
mándose así una capa o nivel de ocupación. Cuando
la cueva es abandonada, esta capa -bajo condiciones

0 Estos números se refieren a la bibliografía de la página 99.

58
apropiadas- quedará cubierta por una capa estéril de
estalagmita, tierra de la cueva, excremento de murcié-
lagos o trozos de roca caídos del techo, que se adhiere
al nivel de ocupación que se halla debajo aislándolo
del depósito que se dejará encima de la capa estéril
si los hombres regresan y vuelven a ocupar el refugio.
Bajo las condiciones de baja temperatura del período
glaciar, las capas estériles se formaron con rapidez y
por lo general suelen ser duras e impermeables. Así,
en las cuevas de piedra caliza de la Europa occidental
aparecen estratificados en serie niveles de ocupación
musterienses, auriñacienses, gravetienses, solutrenses y
magdalenienses, y cada uno se halla netamente aislado
por medio de un lecho estéril, facilitando de este modo
una prueba contundente del orden en que dichas acti-
vidades se sucedían unas a otras.
Desgraciadamente, estas condiciones no siempre se
cumplen y en los últimos períodos apenas se observan.
Con gran frecuencia la formación de las capas de la
cueva consiste en tierra desprendida, movida fácilmen-
te por animales de madriguera o cavadores humanos, o
alternativamente en pedazos angulares de roca por en
medio de los cuales deslizarse artefactos, que también
pueden ser transportados por las ratas. En casos así,
como los hombres a menudo cavan sepulturas u otros
hoyos en los suelos de las cuevas y los animales de ma-
driguera frecuentan estos refugios tan a menudo como
los hombres, la estratigrafía puede ser fácilmente alte-
rada. No se deben sacar conclusiones meramente de
la profundidad a que se encuentran las reliquias, a no
ser que un excavador experimentado pueda conven-
cerse a sí mismo de que proceden de capas intactas.
Desde los tiempos del Pleistoceno Medio, las cue-
vas han sido utilizadas para enterramientos. Cronoló-

59
gicamente, los enterramientos han de ser posteriores a
la capa sobre la cual descansan; los cadáveres son,
cuando más, los de los hombres que abandonaron Ja
capa o nivel de ocupación situado inmediatamenta en-
cima de ellos, pero pueden ser muy posteriores. Si las
capas sucesivas estuvieran bien delimitadas, sería posi-
ble determinar cuántas capas han sido atravesadas por
una fosa sepulcral; la última corresponde cronológica-
mente a la capa en la que se ha cavado la fosa.
Las cuevas son veneradas frecuentemente como lu-
gares sagrados. La famosa gruta de Lourdes es un
ejemplo reciente de una costumbre que se remonta al
menos a 5.000 años de antigüedad. Los piadosos visi-
tantes suelen depositar ofrendas votivas en estos santos
lugares y algunas de éstas, por ejemplo imágenes de
arcilla u ornamentos de metal, subsisten con facilidad.
Habitualmente no se observa ningún orden en la dis-
posición de las ofrendas. Pero si éstas incluyen tipos,
fechados de un modo diverso por la estratigrafía de
otros lugares donde aparecen, el último de los mismos
dará una fecha en la que el culto tuvo que haber
empezado.
Por último, las paredes de muchas de las cuevas
están decoradas, consagradas o desfiguradas con pintu-
ras, grabados, esculturas o raspaduras dejados por los
visitantes o los residentes. El hábito de grabar o gara-
batear el propio nombre junto con una fecha ha sido
una costumbre universal entre personas cultas desde el
siglo v1 a. J. C. Por mucho que hoy desaprobemos este
uso, los arqueólogos se sienten inclinados a acoger
como preciosos documentos históricos las inscripciones
más antiguas, aunque hayan sido ejecutadas como
mera diversión. Las pinturas, grabados y bajorrelieves
paleolíticos en las cavernas de Dordoña, los Pirineos y

60
los montes cantábricos tienen renombre mundial; pro-
porcionan a los historiadores información única en
cuanto a la capacidad artística, la psicología, las ocu-
paciones y el ambiente de los hombres del Paleolítico,
y a los zoólogos un complemento indispensable a la
escasa información que pueden extraer de unos huesos
fosilizados en cuanto al aspecto de animales hoy extin-
guidos totalmente, como son el mamut y el rinoceronte
lanudo. Casi tan instructivas son las figuras pintadas o
grabadas en abrigos rocosos y poco profundos en el
sudeste de España, norte de Africa y Africa del Sur.
Solamente hace desmerecer el valor de la información
que dimana de ellas la incertidumbre que existe res-
pecto a su antigüedad. Las paredes de cuevas corres-
pondientes a épocas más tardías y culturas más sofisti-
cadas arrojan también una valiosísima información,
desde las soberbias pinturas budistas de Arjanta en la
India hasta los toscos "símbolos pictos" y las ""inscrip-
ciones paleocristianas" en las cuevas costeras de Es-
cocia.
La edad arqueológica de las pinturas o de las ins-
cripciones sin fecha en las paredes de una cueva pue-
de a veces determinarse, o al menos delimitarse, direc-
tamente. En varios yacimientos franceses 2 parte de
una escena en la pared se halla cubierta por el sedi-
mento o nivel de ocupación del suelo. En otras do~,
los fragmentos de una escena se han desprendido de
la pared y se han encontrado empotrados en un sedi-
mento o nivel de ocupación en el suelo. En ambos
casos la pintura ha de ser tanto o más antigua que el
sedimento que la cubre o en el que se han incrustado
partes de la misma. Por fortuna, los sedimentos en
cuestión contienen tipos que pueden ser clasificados
cronológicamente con precisión y, por lo tanto, fecha-

61
dos. No obstante, para fechar el arte parietal y las pin-
turas rupestres tenemos que fiarnos generalmente de
las comparaciones entre las armas, indumentaria, orna-
mentos y otros artefactos representados junto con los
tipos directamente fechados desde el punto de vista ar-
queológico o por medio de fuentes escritas.
La cronología relativa de las pinturas en una sola
cueva o provincia puede, no obstante, determinarse di-
rectamente. Con frecuencia los artistas, en diferentes
períodos del tiempo de evolución arqueológica, usaron
la misma superficie rocosa como lienzo. Si las diversas
composiciones fueron pintadas, sus edades relativas
pueden ser establecidas por medio de la estratigrafía.
Un examen minucioso puede revelar capas de color
que constituyen partes de distintas pinturas que se
hallan superpuestas en algunos lugares. La capa infe-
rior corresponde a la composición más antigua; aque-
llas que se pintaron encima han de ser posteriores.
De esta forma, Breuil pudo establecer una serie regu-
dar de estilos de pintura en la región franco-cantábri-
ca. La estratigrafía carece de sentido con respecto a
los grabados. Pero cuando dos o más representaciones
se hallan sobrepuestas en la misma superficie rocosa,
se puede a menudo determinar qué línea corta otra
línea ya incisa. Esta última corresponderá a la más
antigua de las dos representaciones.

2. - CASAS Y POBLADOS

Después de todo, la mayoría de personas viven, y


han vivido desde los tiempos del Paleolítico Superior,
en abrigos artificiales construidos con tepe, barro, la-
drillo, madera o piedra. No hay duda de que antes de

62
1940 en general se creía y se repetía constantemente
en los libros populares que los hombres prehistóricos,
incluyendo a los "antiguos británicos" hasta la inva-
sión de Julio César, vivían habitualmente en "fond(Js
de cabaña", entera o parcialmente excavados en el sue-
lo. Es evidente que las cámaras subterráneas o semi-
subterráneas ofrecen protección contra los excesos de
calor y de frío y que en realidad se hallan hoy habita-
d as tanto en el lejano Norte como en los desiertos sub-
tropicales. Los emplazamientos de habitaciones subte-
rráneas de esta índole que fueron ocupadas durante el
último período glaciar, han sido identificados en Rusia
y en Moravia. Pero la mayoría de estos "fondos de
cabaña" (pit-dwellings, Wohngruben, fonds de cabane)
citados por los primeros escritores, ya sea excavados en
el yeso de Inglaterra o hendidos en el loess de Europa
central, fueron, según opinión de todas las autoridades
competentes, solamente silos, gredales, escombrer:is,
porqueras o, a lo más, cavidades de telar. Las cavida-
des de telar recibirían los extremos inferiores de las
hebras de la urdimbre, que se colgaban en un telar
vertical y se estiraban por medio de pesas de telar de
piedra o de arcilla; éstas deberían encontrarse en el
fondo del hoyo y revelar de este modo su función.
Los muros de las casas prehistóricas, así como de
las casas posteriores, se elevaban generalmente por en-
cima de la superficie de la tierra y deberían poder ser
distinguidas por los arqueólogos aunque hayan sido
arrasadas o se hayan derrumbado. Pero las trazas de
estas casas difieren entre sí según el material con el
que están construidas -barro, madera, piedra o ladri-
llo. Los suelos de las casas eran menos variables, sien-
do el reconocimiento de los suelos un elemento deci-
sivo en la excavación de un lugar de habitación, aun-

63
que sólo sea por su sentido cronológico. Desde luego,
si el suelo estaba pavimentado con losas, baldosas, la-
drillo cocido o mosaico, puede ser reconocido con
facilidad; no obstante, en el pasado, las losas rara vez
se usaban, y los pavimentos de baldosas, mármol o
mosaico son característicos de las sociedades civiliza-
das y cultas, e incluso entre éstas se limitan general-
mente a las residencias de los ricos o a edificios pú-
blicos.
Los suelos de madera eran mucho menos corrientes
en la antigüedad que hoy día y no nos consta su exis-
tencia en los tiempos prehistóricos, ya que incluso los
suelos de los palafitos eran de arcilla, aunque ésta ~e
aplicaba sobre una plataforma de maderos horizontales
(no tablas). Así, pues, en la mayoría de emplazamientos
arqueológicos los suelos son simplemente de tierra, al
igual que en las casas actuales de los campesinos de
Irlanda o de los Balcanes. Dichos suelos de tierra o ar-
cilla son bastante difíciles de reconocer en una exca-
vación. Al estar fuertemente apisonados, con un poco
de suerte pueden ser advertidos por un excavador que
trabaje con paleta, pero una azada los atravesaría sin
notarlos. Si el suelo no estuviese demasiado bien ba-
rrido, una fina capa de cenizas o desperdicios podría
ayudar a distinguir la superficie del suelo y manifestar-
se incluso en sección. En los pueblos pantanosos cerca
de los Alpes, donde los suelos de las casas tenían que
ser renovados repetidas veces a causa de la humedad,
se aplicaba corteza de abedul como capa aislante de
la humedad debajo de cada suelo de arcilla. Una sec-
ción vertical puede revelar la existencia de una docena
de suelos de arcilla uno encima del otro y separados
netamente entre sí por la delgada capa negra de cor-
teza. La magnífica estratigrafía que de ello resulta no

64
ha podido ser demasiado utilizada para la clasificación
cronológica de reliquias, pues los aldeanos que habita-
ban en los pantanos no sólo barrían su suelo, sino que
incluso limpiaban, frotándola, la superficie sucia antes
de extender la base de corteza del nuevo suelo.3 No
obstante, alrededor del hogar el suelo es fácil que esté
superficialmente cocido. Por tanto, la dura y roja su-
perficie resultante debería proporcionar un indicio so-
bre el nivel general del suelo.
Un indicio más completo aún pueden proporcio-
narlo los objetos que están en el suelo o las construc-
ciones erigidas encima del mismo. Una sala de estar,
salvo en climas cálidos, es casi seguro que contendrá
un hogar pavimentado con losas o guijarros o enmar-
cado dentro de una moldura de barro cocido o un re-
borde de piedra. En climas muy fríos puede haber
también en el suelo un horno de barro, igualmente co-
cido. Su base puede proporcionar un buen indicio
acerca del nivel del suelo. Éste se puede deducir tam-
bién de la posición de un umbral de piedra o ladrillo
o de la "piedra con cavidad" (socket stone) en la que
se hallaba montada la puerta por medio de un pivote.
(Los goznes se inventaron más tarde; antes de eso, un
saliente de uno de los ángulos inferiores de la puerta
giraba dentro de una cavidad en el umbral o en una
piedra colocada al mismo nivel, mientras que el co-
rrespondiente saliente del ángulo superior de la puerta
se colgaba de una anilla de cuero o metal.)
Para los muros de una casa el barro compacto, ge-
neralmente mezclado con guijarros o paja, constituye
un excelente material de construcción en un clima seco,
y las ruinas de casas construidas de esta forma ofrecen
a los arqueólogos un brillante testimonio estratigráfico.
Durante la construcción, como es lógico, el material

65
5,-CHILDll
ha de estar suficientemente húmedo para ser maleable
y permitir que las hiladas sucesivas se peguen unas a
otras; pero, expuesto al so~ se volverá duro y se soli-
dificará. Utilizado de esta manera, el material se deno-
mina, incluso en inglés, tapia (ot piséJ. Si las masas
de barro se moldean primero con las manos hasta con-
seguir la forma deseada y luego se dejan endurecer al
sol antes de juntarlas, tenemos ya los adobes; pero de
momento son sólo ladrillos a mano. Se obtienen mejo-
res resultados si todas las masas de barro son reducidas
a la misma forma a base de comprimirlas en un molde
de madera mientras están húmedas y maleables. Los
resultados, que son como los ladrillos a mano, se deno-
minan adobes regulares, para distinguirlos de los la-
drillos cocidos en un horno. Estos últimos se utiliza-
ban ya en el año 3000 a. J. C., pero solamente en
palacios y templos. En un clima seco, los ladrillos co-
cidos en horno constituyen un lujo innecesario, ya
que consumen un trabajo inútil y bastante combusti-
ble, que suele ser poco abundante.
Los adobes se colocan en mortero de barro húmedo
y la superficie de los muros se reviste generalmente
con capas de argamasa de barro que pueden ser blan-
queadas o pintadas seguidamente. Siempre que la parte
superior de los muros esté protegida por anchos aleros
de paja, losas o baldosas de piedra, una casa de tapial o
de adobe se mantendrá en pie durante un par de gene-
raciones, quizás incluso durante muchos siglos en un
clima seco. Por todo el sudoeste y el centro de Asia el
ladrillo de adobe es aún, y siempre lo ha sido, el mate-
rial corriente para la construcción de casas. Donde la
lluvia cae con bastante fuerza, como en ciertas partes de
Turquía y la península balcánica, los cimientos de los

66
muros han de consistir en dos o tres hiladas de piedra
que sostengan la obra de adobe.
Muchos de los ladrillos primitivos, a pesar de estar
formados con un molde, son bastante diferentes de los
nuestros en cuanto a la forma. Los primeros ladrillos
usados en Mesopotamia fueron planos como baldosas.

2
FIG. 1
l. Adose planoconvexo; 2. Paramento de opus spicatum.

Luego, en el llamado período Dinástico Primitivo, di-


gamos del 2750 al 2350 a. J. C., fueron remplazados
por los llamados adobes pl.anoconvexos, planos en una
cara, pero abombados en forma de almohadilla en la
otro. Éstos se colocaban con frecuencia no horizontal-
mente, sino de forma oblicua con cada hilada alterna
inclinada en dirección opuesta. Cada dos hiladas adop-
taban así la forma de una espina de pescado horizon-
tal. Las piedras se disponían a veces de la misma ma-
nera, dando como resultado la mampostería en e~ina
de pez (herring-bone masonry.), que se utiliz6 en todo
el Egeo en el Bronce Antiguo y puede verse todavía
en diques de piedra en seco en España y Cornualles.
Pero la fábrica de ladrillos en espina de pez no estaba

67
hecha para ser vista, sino que se disimulaba por medio
de un manteado de barro.
Un grupo compacto de edificios de adobe o de la-
drillos de adobe ocupados durante muchas generacio-
nes, constituye un ejemplo clásico de lugar estrati:fica-
do.4 Con el tiempo, los muros fabricados con dichos
materiales se desmoronan y se convierten de nuevo en
barro sin forma. Para entonces el nivel de suelo exte-
rior habrá aumentado con la acumulación de los des-
perdicios que habitualmente se arrojan a las estrechas
callejuelas que separan las casas. Los muros que se
están derrumbando pueden ser arrasados entonces has-
ta el nuevo nivel de calle y sus ruinas, al ser simple
tierra, pueden ser esparcidas sobre el antiguo suelo,
apisonadas y aplanadas. La superficie así preparada
sirve como suelo de una casa nueva cuyos muros se le-
vantarán encima del nuevo nivel de calle, más o menos
verticalmente encima de la primera casa. La repetición
de este proceso produce la formación de una colina
artificial, denominada corrientemente tell. (Es ésta una
palabra árabe; un tell se llama "hüyük" en Turquía,
"tepe" en el Irán, "maghoula" o "mogila" en los Bal-
canes y "kurgan" en Asia central, aunque los dos últi-
mos términos se utilizan también para designar los
montículos funerarios).
Las llanuras de los Balcanes, del sudoeste de Asia,
del Pakistán y de Asia central están enteramente cu-
biertas de montículos que corresponden a ciudades,
villas o aldeas, y pueden verse todavía elevándose en
el Irak y en la India. Algunos de ellos alcanzan alturas
imponentes: Tepe Gawra, en el Kurdistán, se eleva
35 metros por encima de la llanura. Tales alturas, sin
embargo, son anormales y sus cimas generalmente re-
sulta que han estado ocupadas por ciudadelas o luga-

68
res sagrados. En un tell los arqueólogos pueden en-
contrar, cuidadosamente dispuestos en el debido orden
unos sobre otros, reliquias y monumentos característi-
cos de períodos sucesivos. Aquí, volúmenes consecuti-
vos del testimonio arqueológico se hallan amontonados
por orden esh·atigráfico. Aun así, la recuperación de
dichos volúmenes por medio de la excavación de un
tell ofrece dificultades y sorpresas inesperadas.
Los muros de adobe y los ladrillos de adobe, al ser
en realidad sólo tierra, son extremadamente difíciles de
distinguir de la tierra sin forma con la cual han sido
modelados, sobre la cual se derrumban y en la cual
se encuentran hundidos. Solamente la experiencia pue-
de revelar las sutiles diferencias en textura y color que
permiten establecer una distinción. En una superficie
cuidadosamente nivelada y alisada, como la que mos-
trará la planta de una casa de madera, no aparecerán
nunca trozos de muros de adobe a no ser que por ven-
tura una o ambas caras de un muro estén pintadas. En
tal caso la parte superior del muro debería estar mar-
cada con una línea blanca o de color, muy delgada
(o un par de líneas), sólo perceptible en una sección
horizontal neta. Fue así como fueron descubiertos el
antiquísimo Templo Blanco de Erech, en Mesopotamia,
y su predecesor.
En segundo lugar, la tierra de la que están hechos
Jos ladrillos de adobe o con la que se han rellenado
espacios en el muro, puede fácilmente contener reli-
quias abandonadas por antiguos ocupantes del lugar,
el cual puede en este caso hallarse muy por encima
del nivel al que corresponden históricamente dichas
reliquias. Por ejemplo, los primeros granjeros de Me-
sopotamia fabricaron y rompieron miles de cacharros
de cerámica pintada, y todavía puede hallarse una

69
gran cantidad de fragmentos de cerámica diseminados
por todas partes en los cmplazacimientos de sus pobla-
dos. De hecho, algunos de estos fragmentos quedaron
incorporados al adobe usado para edificios mucho más
tardíos -el Templo Blanco en Erech constituye uno
de estos casos-. Se hallan, pues, en estratos que co-
rresponden a períodos posteriores, que se sucedieron
mucho después de que dicha cerámica pasara de moda.
Por último, en un tell, más aún que en una cueva,
un excavador debe recordar que los hombres pueden
-y sobre todo, en este caso, deben- cavar pozos, es-
combreras, desagües o sepulturas por debajo de la su-
perficie del suelo en el que viven, de modo que, cuan-
do estos hoyos se hunden, los objetos que los cavado-
res usaban o llevaban pueden ser hallados en el mis-
mo nivel en que se encuentran los objetos que ya esta-
ban anticuados mucho antes. De un modo ideal, el ex-
cavador 5 debería poder observar los niveles de suelos,
reconocer las bocas de pozos o de tumbas de fosa, y
asignar el contenido de estos últimos al nivel del cual
se han desprendido. Pero este método de excavación
requiere mucho tiempo y mucho dinero.
Se puede obtener información mucho más de prisa
v de un modo mucho más económico si se abre un
pozo de sondeo 6 a través de los diferentes niveles de
un tell, juntando las reliquias halladas a la misma pro-
fundidad (generalmente a medio metro por debajo de
un dato arbitrario). De una excavación de este tipo
pueden sacarse conclusiones en cuanto a la secuencia
estratigráfica únicamente de aquellas reliquias que son
lo suficientemente numerosas para permitir un proceso
estadístico, esto es, cuando está representada cada una
de ellas por varios miles de ejemplares. Supongamos,
por ejemplo, que tres estilos de cerámica, A, B y C,

70
han sido sucesivamente de uso corriente entre los ocu-
pantes de un lugar. Fragmentos de cerámica A serán
recuperados de todos los niveles, pero un 80 por ciento
dt los mismos se habrá concentrado en el nivel infe-
rior. De modo similar, algunos fragmentos de cerámi-
ca C habrán caído de la parte superior, correspondien•
do a un 5 por ciento los del fondo, aunque un 75 por
ciento ha sido recogido del nivel superior. De la cerá-
mica B un 15 por ciento puede proceder del nivel más
alto, un 70 por ciento del nivel medio y un 15 por cien-
to del nivel más bajo. Estas cifras constituyen una
prueba estratigráfica satisfactoria de que, de hecho,
los tres estilos se sucedieron uno al otro en el orden
A, B y C. Gracias a las enormes cantidades existentes,
se puede pasar por alto el desplazamiento de ejempla-
res individuales. Con respecto a un único sello o a un
broche aislado procedentes, digamos, del nivel medio,
no existe garantía alguna de que no se hubiera incor-
porado a un ladrillo hecho de desperdicios procedentt:is
de una ocupación más antigua o deslizado desde la
parte alta hasta un desagüe o un agujero de ratón.
La madera constituye el material de construcción
más útil y apropiado allí donde las lluvias son suficien-
tes para favorecer el crecimiento de un bosque. Pero,
como es natural, la madera sólo sobrevive bajo condi-
ciones especiales -en los desiertos, donde, sin embar-
go, los árboles son escasos, o en los pantanos-. No obs-
tante, en terrenos normales y con la aplicación de téc-
nicas especializadas pueden ser recuperadas al menos
las plantas de las casas de madera. Los muros y el te-
cho pueden sostenerse por medio de pies derechos cla-
vados firmemente en el subsuelo. Aun cuando toda la
madera se haya podrido, los orificios en los que se asen-
taron los soportes verticales pueden siempre ser recu-

71
perados en una superficie, convenientemente limpia
y nivelada, de suelo virgen. (Este término se refiere al
subsuelo debajo del humus, que no se halla entorpecido
por las raíces de la hierba o de las plantas; es mucho
más difícil descubrir orificios de pies derechos en un
suelo entorpecido por raíces, por ejemplo, un sedimen-
to de ocupación.) En un terreno limpio, los orificios
cie los pies derechos deberían aparecer como unos
parches oscuros o al menos como parches, de los cua-
les salen pequeñas raíces cuando el terreno circundan-
te ha sido limpiado de hierbajos y nivelado. Por regla
general, algunas partículas de madera negra carboni-
zada deberían ser visibles en el fondo del orificio,
ll'Jentras que habría piedras de relleno apretujadas
como refuerzo alrededor de sus bordes. Porque un ori-
ficio de pie derecho debería significar el agujero ca-
vado para recibir un pie derecho; la señal dejada por
un soporte clavado verticalmente en la tierra debería
denominarse "cavidad de pie derecho" (post socket).
Las cavidades para soportes más delgados de madera
pueden ser calificados de "orificios de estaca" (stake-
holes). Los orificios de pie derecho deberían bastar
para determinar la planta esquemática del edificio, aun
cuando puede no siempre ser posible distinguir los
pies derechos que sostienen la parhilera de un techo
de aquellos que sirven como soporte de muros me-
dianeros.
El espacio comprendido entre los soportes vertica-
les puede ser tapiado con tepe; con tapial o simple
adobe; con zarzo y argamasa barata (wattle-and-
daub) {es decir, mimbres entrelazados y enlucidos con
barro o estiércol); con palos, maderos rajados o tablas,
verticales y colocados muy juntos; o con tablas o rolli-
zos horizontales. El empleo de rollizos horizontales re-

72
cibe a menudo el nombre de arquitectura de "cabaña
de madera" (log-cabin). Con frecuencia, el enzarzado,
y normalmente los palos verticales o troncos de madera
nijados, van colocados en una estrecha zanja que pue-
de ser descubierta por medio de los mismos indicios
que los orificios de pie derecho. Si los muros están
hechos de arcilla o han sido enlucidos con arcilla, pue-
den ser distinguidos solamente si la casa se ha que-
mado. En ese caso la arcilla estará cocida y de este
modo se habrá convertido en un material tan duradero
como la cerámica o el ladrillo cocido al horno. Los
restos de estos muros así cocidos de un modo involun-
tario pueden haber quedado en pie, mientras que frag-
mentos de enlucido de barro cocido mostrando las hue-
llas de maderos o de trabajo de enzarzado, deberían
estar esparcidos por el suelo. En efecto, después de un
incendio se han conservado trozos de un tejado emba-
durnado con barro, fragmentos de las molduras que
adornaban los remates, como por ejemplo una cabeza
de toro en arcilla, ¡e incluso nidos de avispas!
En la arquitectura de "cabaña de madera" tan sólo
el rollizo inferior habrá dejado una marca poco pro-
funda en el subsuelo y los soportes verticales firme-
mente hincados en la tierra pueden estar desprovistos
de ella. En lugar de pies derechos, clavados en el sue-
lo, los soportes verticales para muros y techumbre pue-
den estar ensamblados en una viga horizontal muy re-
sistente, conocida como "viga horizontal'' (sleeper
beam). Si las vigas horizontales descansan en el suelo
o están empotradas dentro del mismo en una zanja
horizontal, el contorno del edificio podrá ser recuperado
a pesar de ello mediante una técnica muy refinada. No
obstante, como ocurre en las casas noruegas contem-
poráneas, pueden descansar sobre bloques de piedra.

73
Y a no ser que éstos hubieran sido dispuestos de un
modo muy regular y no hayan sido tocados, habrá
muy poca esperanza de recuperar la planta del edificio
o incluso de admitir su existencia.
Si se han construido sucesivamente casas de made-
ra en un mismo lugar, sus ruinas respectivas no pro-
ducen casi nunca acumulaciones de capas superpuestas
como ocurre con las casas de adobe. No hay tells en
la zona de bosques de Eurasia, en el norte del valle
del Po, ni en la planicie húngara. Allí donde se han
erguido en un mismo lugar una serie de casas con so-
portes verticales firmemente clavados en tierra, sólo
queda como resultado un laberinto de orificios de so-
porte. Un examen minucioso de plantas detalladas
puede revelar grupos de orificios que formen un mo-
delo, la planta de una casa individual, y correspondien-
do, por consiguiente, todos a un mismo período. Pero,
como todos los orificios se hallan en el mismo nivel, la
estratigrafía no facilita ningún indicio en cuanto al
orden de estos períodos de arquitectura. Un detallado
estudio del suelo puede revelar casos en que los ori-
ficios de soporte se cruzan los unos con los otros o
atraviesan zanjas de cimentación. En tal caso debería
distinguirse el orden de los edificios a los que corres-
ponden los respectivos orificios de soporte y zanjas.
Chozas cónicas o tiendas de tepe pueden sostener-
se mediante un soporte central único. No es necesario
que este último esté clavado en tierra, sino que puede
descansar sobre una piedra plana, no dejando así nin-
gún orificio en el suelo como testimonio de su exis-
tencia. Columnas de madera exentas pueden también
descansar sobre bases de piedra. La función de tales
piedras puede revelarla su relación con otros rasgos
distintivos -por ejemplo, si una ocupa el centro de

74
un círculo de piedras que pudiera servir para sujetar
las faldas de una tienda, o si cuatro de ellas están
simétricamente agrupadas alrededor de un hogar-.
O, asimismo, las piedras sustentantes pueden estar
cuidadosamente talladas para servir como bases de
columna, como ocurre en los palacios minoicos y mi-
cénicos.
La piedra constituiría el material de construcción
más económico únicamente en los países rocosos y sin
árboles. Pero su mayor durabilidad y su menor impor-
tancia racional le han dado tal prestigio que las socie-
dades, equipadas adecuadamente con los instrumentos
apropiados, convirtieron la arquitectura de madera,
de tapial, o de adobe en mampostería de piedra para
la construcción de templos y palacios. Éstos fueron
imitados en casas particulares por aquellos que podían
permitirse un lujo semejante.
Para los muros, un albañil podía utilizar toscos can-
tos rodados recogidos de la superficie de la tierra, losas
de cantera o bloques labrados con caras paralelas
-cubos o paralelepípedos-. Algunas rocas, como la
piedra caliza de Cotswold o las lajas de Caithness, se
rompen de un modo natural formando losas planas y di-
chas losas pueden hallarse esparcidas en una playa o
al pie de un acantilado, ya partidas en tamaños fáci-
les de manejar. Si no bastan o son imposibles de hallar
en la región, pueden ser extraídos de afloramientos
próximos bloques de forma y tamaño igualmente apro-
piados. Losas planas de este tipo pueden ser colocadas
en hiladas, una encima de la otra, con o sin mortero
de arcilla, formando un muro de tres metros y medio
o más de altura. El poblado neolítico de Skara Brae
en Orkney fue construido de esta manera y casi en-
teramente con bloques ya hechos, recogidos de la playa

75
prox1ma. Actualmente se construyen aún diques de
piedra en seco a base de losas sin labrar, a pesar de
que el constructor de diques posee excelentes instru-
mentos de hierro. Toda obra de este tipo en la que no
se emplea mortero de cal se denomina mampostería de
piedra en seco o a hueso (dry-stone masonry). El em-
pleo de mortero, naturalmente, no sólo contribuye a
impedir calados y humedades, sino que aumenta la es-
tabilidad y la duración de un muro. Aun así, en Skara
Brae se pueden ver muros de piedras colocadas a hue-
so, los cuales se han mantenido en pie a una altura de
dos metros y medio durante 3.500 años, mientras que
la torre de piedra de Mousa en Shetland construida
a hueso, con sus 13 metros de altura, tiene como mí-
nimo veinte siglos de antigüedad.
Con un buen mortero es posible construir muros
sólidos y estables con cantos rodados irregulares o con
grandes fragmentos de roca refractaria sin labrar; las
iglesias del este de Inglaterra, construidas con nódulos
de sílex, demuestran cuán duraderos son dichos mu-
ros. Sin él, un muro de cantos rodados redondeados
o de piedras desproporcionadas no puede erigirse a
ninguna altura, a menos que esté construido con una
anchura exagerada. Los mejores resultados se obtienen
empleando piedras de gran tamaño, colocadas de can-
to o de pie, como cimentación. Una hilera de cantos
rodados juntos, colocados de canto o mejor aún dos
hileras paralelas, con ripio para rellenar las rendijas y
nivelar las partes superiores, puede soportar suficien-
tes hiladas de cantos rodados más pequeños para en-
cerrar una choza baja.
Si los grandes bloques se colocan de pie, pueden
denominarse ortostatos y deberían ser suficientemente
altos para llegar hasta el techo sin necesidad de hi-

76
ladas suplementarias de piedras de menor tamaño.
Pero como los toscos ortostatos no tienen de ninguna
manera la misma altura y además no son de perfil
rectangular, han de introducirse piedras de menor ta-
maño para rellenar los resquicios entre sus aristas y
nivelar las partes superiores de los soportes verticales
más cortos. Este tipo de construcción ortostática se uti-
lizó principalmente en tumbas, denominándose enton-
ces megalítica. Aun cuando etimológicamente este tér-
mino se refiere al gran tamaño de las piedras, se
emplea de un modo convencional y restringido para
designar monumentos sepulcrales. Para construcciones
civiles a base de piedras enormes, como los muros de
Tirinto o de Bogaz Koy, se usa con preferencia el tér-
mino "ciclópeo".
Pueden construirse muros más estables sin mortero
si se tallan los bloques de tal forma que las aristas
que han de ir unidas encajan perfectamente una con
otra. Por otra parte, la cara que queda al descubierto
generalmente está labrada de un modo uniforme. Los
bloques tallados no han de tener necesariamente las
caras paralelas; los muros de las ciudades de la Grecia
arcaica estaban construidos con bloques poligonales. No
obstante, los muros de piedra más duraderos y econó-
micos están construidos con bloques tallados y labra-
dos de tal forma que cada tres pares de caras opues-
tas son paralelos. Colocados en hiladas horizontales,
cada una de las cuales tiene normalmente la misma
anchura a lo largo de todo el muro, constituyen lo que
se denomina fábrica (o mampostería) de sillería (ash"far
work). Como muchos de los bloques son del mismo
tamaño y mutuamente intercambiables, la cantidad
necesaria puede ser producida en masa por mediación
de un molde standard, mientras que en la mamposte-

77
ría de tipo poligonal cada bloque ha de ser labrado
individualmente con el fin de ajustarse al bloque
vecino.
Tanto en la fábrica de sillería, como en la construc-
ción a hueso a base de losas sin labrar y en la obra
de ladrillos, las juntas entre bloques en una hilada no
deben coincidir jamás con las juntas de las hiladas
situadas inmediatamente encima y debajo. Una junta
recta (straight joint), que es una junta que atraviesa
verticalmente varias hiladas, constituye un indicio ine-
quívoco de que ha habido una adición o una modifica-
ción. Por regla general, los muros de piedra y de ladri-
llo tienen como mínimo dos hiladas de espesor. Un
sistema útil de unir hiladas paralelas es el de alternar
las sogas y los tizones. Cada dos bloques o ladrillos
son comunes en cada dos hiladas paralelas y están
colocados con su eje longitudinal en ángulo recto con
los de sus vecinos en la misma hilada horizontal. Pero
frecuentemente se emplea un núcleo de ripio como re-
lleno entre las dos caras de un muro de hiladas.
Los muros de piedra, naturalmente, deberían estar
cimentados en la roca. Esto, por lo general, requiere
cavar una zanja de cimentación con el fin de que la
base del muro quede muy por debajo del nivel del
suelo. Los constructores primitivos, sin embargo, des-
cuidaban con frecuencia esta precaución. Los muros
de las casas de Skara Brae (pág. 75) están literalmen-
te cimentados en la arena y, no obstante, algunos
de ellos se han mantenido en pie hasta una altura de
más de dos metros y medio durante más de 3.000 años.
Sin embargo, casi todos los muros de piedra descansan
sobre una especie de plinto, es decir, una o más hila-
das de losas planas más anchas que el muro que sos-

78
tienen y que ele este modo rebasan la línea de la cara
del muro.
El derrumbamiento de un edificio de piedra o de
ladrillo produce un montón irregular de bloques que
constituiría una base poco apropiada para un nuevo
edificio. Si éste ha de ser erigido en el antiguo empla-
zamiento, deberán quitarse dichos escombros, todos
los bloques intactos se volverán a utilizar probable-
mente en la nueva construcción y se asentarán cimien-
tos nuevos encima del nivel antiguo. Si se conservan
"los fundamentos subsistentes del antiguo muro, los
espacios entre ellos deberán ser nivelados con un re-
lleno a base de escombros diversos que puedan incluir
objetos de cualquier fecha hasta la cimentación del
nuevo edificio. Dicho relleno no debe ser tomado erró-
neamente por un sedimento estratificado de ocupación.
Además, es muy probable que los edificios de pie-
dra y de ladrillo tengan basamentos -sótanos, alma-
cenes, criptas o calabozos- construidos debajo del ni-
vel del suelo y principalmente debajo del nivel de tie-
rra contemporáneo. Es fácil que los basamentos se
conserven, incluso en el caso de que el propio edificio
haya sido enteramente arrasado. Así, hileras de alma-
cenes estrechos constituyen los vestigios más notables
que se han conservado en los palacios de la Creta mi-
noica, y se puede encontrar casj intacta la cripta de
una iglesia primitiva incluso cuando los pavimentos
de la nave y del presbiterio han desaparecido. Estas
construcciones subterráneas o semisubterráneas no se
limitan en modo alguno a edificios sofisticados hechos
con mampostería de sillares o con obra de ladrillos co-
cidos al horno. Las casas de tierra (earth-houses) de
Escocia, los fogous de Comualles y los subterráneos
(souterrains) de Irlanda y de Francia son sótanos y re-

79
fugios bajo tierra revestidos de muros de piedra en
seco y cubiertos con dinteles de piedra o madera de
construcción al nivel del suelo, que se hallaban unidos
a endebles viviendas de la Edad de Hierro, de todo
lo cual no se conserva generalmente nada. Tres mil
años atrás se cavaron y se techaron sótanos muy simi-
lares en el poblado predinástico de Maadi, cerca
de El Cairo. Y las reliquias encontradas en el suelo de
estos anexos subterráneos han de ser contemporáneas
de los edificios a los que pertenecen. Pero a menudo
los basamentos eran rellenados deliberadamente y un
relleno de este tipo puede contener objetos más tardíos
que otros que podrían ser hallados en el suelo de la
casa situada encima del anexo.
Los lugares domésticos constan por lo general de
varios edificios diversos. Incluso una granja aislada o
una dependencia de granja solitaria puede contener,
además de la casa-habitación, un establo, un granero,
una cavidad de telar y otros accesorios. Normalmente,
las casas se agrupan en aldeas, villas y ciudades. Estas
últimas deben incluir, además de las viviendas, uno o
más templos o iglesias, un palacio o una casa consisto-
rial, y otros edificios públicos. Cada poblado puede
estar rodeado de algún tipo de fortificación o al menos
de una valla para evitar la entrada de las bestias, y
necesitará calles y caµiinos que pueden estar empedra-
dos con guijarros, pavimentados (con losas) o cubiertos
con troncos de madera (con vástago o rollizos coloca-
dos horizontalmente). La total excavación de un po-
blado que revele el número de viviendas y las fun-
ciones de los diversos edificios, puede suministrar una
información única en cuanto a la demografía, econo-
mía y sociología de los habitantes. Los lugares domés-
ticos, incluyendo las cuevas, ofrecen la mejor probabi-

80
üdad de obtener una división estratigráfica del testi-
monio arqueológico local, y bajo condiciones favora-
bles pueden suministrarnos la más viva imagen de la
vida primitiva. Pero no es probable que suministren
objetos completos o ejemplares interesantes para su ex-
posición en las vitrinas de un museo. :Éstos han de ser
buscados en las sepulturas.

3. - LUGARES DE ENTERRAMIENTO

Los hallazgos arqueológicos más sensacionales, los


objetos más espectaculares expuestos en museos, pro-
ceden de enterramientos paganos. El lector tiene que
haber leído o visto los tesoros procedentes de la tum-
ba de barco sajona de Sutton Hoo, de la tumba de
Tutankhamon, de las tumbas de pozo de Micenas y
del cementerio real de Ur. Es probable que no sepa
que la inmensa mayoría de los vasos griegos y las fi-
guras de porcelana chinas, por no mencionar las espa-
das de bronce prehistóricas y las copas más humildes
y las urnas cinerarias, constituyen asimismo hallazgos
de tumbas. Sin ellos, los arqueólogos raras veces sa-
brían qué eran en realidad los fragmentos que excavan
en los lugares domésticos. Además, algunos hallazgos
de tumbas proporcionan la mejor prueba posible de
asociación (pág. 17). Sin embargo, los datos de infor-
mación estratigráficos son difíciles de obtener en los
depósitos sepulcrales. Puede resultar apropiado aquí
distinguir las sepulturas de las tumbas y ambas a su
vez de los monumentos funerarios visibles superficial-
mente. Aun cuando esta distinción no es lógica en rea-
lidad y no puede ser sostenida de un modo estricto,
será tenida en cuenta a lo largo de todo este apartado.

81
6. -CHILDE
Las sepulturas son esencialmente hoyos cavados efi
la tierra -fosos, zanjas o pozos-. Pueden estar revesti-
das de esteras o trabajo de cestería, de madera, de
obra de ladrillos o de losas de piedra. Una sepultura
revestida de losas técnicamente se denomina cista -o
más exactamente, cista de piedra; ya que el término
"cista (de ladrillo)" se aplica corrientemente a las se-
pulturas de ladrillo-. En las Islas Británicas se acos-
tumbra disHnguir entre cistas cortas (short cists) y cis-
tas alargadas (long cists). Las primeras están general-
mente revestidas con cuatro losas de canto y cubiertas
con una quinta losa. Son suficientemente amplias para
acomodar en ellas solamente un esqueleto encogido
(doblado) y se las atribuye generalmente a nuestra
Edad de Bronce. Las cistas alargadas están ideadas
para recibir un cadáver extendido en toda su longitud,
de modo que se requieren varias losas a los lados y
piedras para cubrimiento. Las cistas alargadas más tí-
picas en estas islas corresponden a: la época cristiana
primitiva y unas pocas a la Edad de Hierro.
A los fosos sepulcrales profundos se les puede de-
nominar pozos (sha#s). Hay con frecuencia un travesa-
ño en las paredes laterales, a unos dos pies por enci-
ma del fondo, para sostener una cubierta. En las se-
pulturas de pozo del sur de Rusia, las estacas de ma-
dera que sirven de cabios para sostener el techo se han
podido distinguir con sus extremos todavía descansan-
do en el travesaño. En el fondo del pozo puede haber
un nicho excavado en una de las paredes laterales,
que constituiría el verdadero lugar de enterramiento.
Luego tenemos también lo que se conoce con el nom-
bre de foso (pit cave). Pero un foso constituye ya una
tumba, puesto que todo receptáculo artificial para ca-

82
dáveres más trabajado que una simple excavación ver-
tical merece este título.
Las tumbas pueden estar excavadas en el suelo o
construidas, total o parcialmente, por encima del nivel
del suelo. La mayoría consta de una o más cámaras a
las que se penetra por medio de una especie de entra-
da, que frecuentemente va precedida de un pasadizo. Al
fin y al cabo, la tumba era la morada del difunto y
podía imitar de un modo manifiesto una casa o un pa-
lacio. Incluso en los cementerios cristianos eran muy
corrientes a principios del siglo XIX las reproducciones
de fachadas de casas. La tumba de un faraón o un no-
ble egipcio en la dinastía 111 era una fiel reproducción
de su morada, excavada en la roca viva y provista de
una serie de habitaciones, ¡incluyendo letrinas y un
harén! Una tumba de este género estaba concebida
para albergar los restos mortales de un solo individuo,
ya que en esa época las esposas, concubinas y servi-
dores necesarios podían proporcionarse de un modo
mágico. Sin embargo, una serie de cámaras subterrá-
neas igualmente complicadas, como el hipogeo neolí-
tico de Hal Safüeni, en Malta, numerosas tumbas de
la Edad de Bronce en Chipre y las catacumbas en
Roma, sirvieron como depósito de una multitud de ca-
dáveres. Entre estas moradas subterráneas o laberin-
tos y el simple nicho del foso, podría establecerse una
serie completa de formas intermedias. De las tumbas
con cámaras subterráneas, cuyas paredes y techos no
están construidos, se dice que están excavados en la
roca, aun cuando la "roca" sea arcilla resistente.
Con frecuencia, las entradas de las tumbas excava-
das en la roca están cuidadosamente talladas imitando,
por ejemplo, un portal de madera. Podían estar tapa-
das por medio de una pesada piedra o con una puerta

83
auténtica. A no ser que las tumbas estuvieran excava-
das en la cara de un acantilado vertical, el acceso al
fondo debía realizarse por medio de un dromos (un
corredor inclinado o rampa) o de una escalera. Tramos
regulares de pelda:ños excavados en la roca conducían
al fondo de las tumbas egipcias ya en la Dinastía I.
Por otro lado, allí donde, como sucede en Chipre, se
podía sostener un techo muy delgado de roca, bas-
taba un pozo vertical con un solo travesaño que servía
de peldaño, lo que nos lleva nuevamente al foso. La
boca del corredor o de la escalera de entrada puede a
su vez tener la forma de un portal. Lo más corriente
es que estuviera cuidadosamente disimulada y todo el
corredor o escalera tapado con ripio.
Donde la roca del subsuelo o la roca local no per-
miten la excavación de cámaras subterráneas, se podía
construir una tumba en el fondo de un gran pozo o en
una amplia zanja cavada en una ladera. En el cemen-
terio real de Ur 7 se construyó una simple cámara de
ladrillo de adobe o de piedra caliza para el "rey" o la
"reina", al fondo de un enorme pozo en el que se pe-
netraba por medio de una rampa descendente. Los
cuerpos de los servidores, así como el carro fúnebre
y otros atavíos se dejaron en el suelo del pozo fuera
de la cámara, y el pozo entero fue rellenado. Del mis-
mo modo, se erigieron casas mortuorias hechas con ro-
llizos en el fondo de pozos para jefes hallstátticos en
la Europa central, para reyes escitas en el sur de Ru-
sia y para príncipes en el Altai.8 En mucho casos,
gran parte de la madera de construcción se ha conser-
vado en el suelo húmedo, mientras que en el Altai la
construcción entera, junto con tapices y colgaduras, se
ha conservado en el hielo. (De paso, estas tumbas
constituyen una información acerca del tipo de cons-

84
trucci6n de madera que podía servir para albergar a
los seres vivos durante el período en cuestión.) única-
mente se conservan los orificios de estacas en el suelo
del pozo sepulcral para demostrar que algunos jefes
de la Edad de Bronce en Inglaterra y en el sur de
Rusia habían sido depositados en tiendas o cabañas
mortuorias. La dfrección de los orificios prueba que
los postes convergían en la cúspide de la estructura.
Las casas mortuorias podían igualmente estar cons-
truidas de madera o con un armazón de madera en-
cima del suelo, y de hecho se han descubierto huellas
de las mismas bajo túmulos, por ejemplo en Holanda,
Suiza y Escocia. A la inversa, algunas de las cámaras
construidas en piedra que se describirán a continua-
ción, fueron de hecho edificadas en zanjas o pozos o
en cortes abiertos en una ladera. Algunas de estas cá-
maras de piedra se denominan corrientemente cistas y
concuerdan con la definición dada en la página 82,
con la salvedad de que están provistas de puertas u
orificios de entrada. No obstante, al ser subterráneas
y no estar provistas de dromos o pozo de acceso, es
evidente que las "entradas" eran simplemente porta-
das simuladas (dummy portals), habiéndose introduci-
do los cadáveres por el sistema de alzar las losas de
techado o las piedras de cubrimiento como en una
cista corriente.
Las tumbas de piedra más célebres y de construc-
ción más notables son las que se han clasificado como
megalíticas.9 Originariamente aplicado a las cámaras
funerarias con las paredes y el techo construidos con
gigantescos bloques de piedra sin labrar, que pueden
ser calificados ahora de ortostáticos (vid. pág. 7f5), el
término se ha extendido a las cámaras de idéntica
planta, pero con muros realizados en mampostería de

85
ripio en hiladas y con techo en forma de falsa bóveda.
Se cree que en un principio todas las tumbas en cues-
tión fueron construidas bajo tierra de modo artificial
a base de cubrirlas con un túmulo de tierra o un mon-
tículo de piedras (caim), aunque en muchos casos no
existe en la actualidad evidencia alguna en la super-
ficie del túmulo de cubrimiento.
Según la planta, las tumbas megalíticas han sido
divididas tradicionalmente en dólmenes (ing. dolmens,
dan. dysser), dólmenes de corredor (ing. passage gra-
ves, fr. dolmens a galerie, al. Granggraber) y galerías
cubiertas o cistas alargadas de piedra (ing. gallery gra-
ves o long stone cists, fr. allées couvertes, sueco hiill-
kistor).
Los d6lmenes deberían estar formados por cuatro
piedras verticales sosteniendo una sola piedra de cu-
brimiento, diferenciándose entonces de las cistas sola-
mente por la magnitud de las piedras. De hecho, los
dysser daneses fueron concebidos en un principio para
contener un solo cadáver extendido. Los dólmenes
constituyen la forma más simple de tumba megalítica,
pero al parecer únicamente en Dinamarca son más
antiguos que otros tipos.
En un dolmen de corredor, la cámara debería ser
más ancha y más alta que el corredor a través del
cual fueron introducidos los cadáveres. En las galería.s
cubiertas, la cámara en sí es larga y estrecha y está
precedida solamente por un porche o antecámara poco
profunda, generalmente de la misma anchura. No se
debe exagerar demasiado el significado de esta dife-
rencia y la atribución de una tumba a uno u otro gru-
po es a menudo una cuestión de gusto, como sucede,
por ejemplo, con los "dólmenes de corredor no dife-
renciados" o las "galerías cubiertas con transepto" ci-

86
tados por Daniel. En ambos tipos de tumba puede
haber nichos o celdas abiertos fuera de la cámara prin-

-@- - -.
cipal. Al menos algunas veces estos nichos servían

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...
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~·" FIG. 2
3

l. Dolmen poligonal; 2. Sepulcro de corredor; 3. Galería cubierta


con puerta perforada.

como verdaderos lóculos para los cadáveres. El cuerpo


podía depositarse también en una sepultura cavada en
el suelo de la cámara.
En una forma especial de dolmen de corredor, que se
halla clásicamente representada en Portugal y que

87
Daniel ha denominado "dolmen de corredor paviano",
nombre derivado de un cementerio de dicho país, la
cámara es un polígono regular. Traducida a obra de
mampostería de ripio en hiladas, una cámara de este
género será de planta circular y, al estar techada por
medio de hiladas horizontales de piedras voladas o sea,
por aproximación de hiladas (lo que se denomina "fal-
sa cúpula"), tomará la forma de una colmena. Estas

FIG. 3
l. Sección de una falsa bóveda; 2. ldem de una auténtica bóveda
de medio caiíón.

tumbas en forma de colmena han sido denominadas


tradicionalmente tholoi -una palabra griega que ori-
ginariamente se aplicaba a las cámaras o rotondas en
forma de colmena cuya función no era la de servir
como sepulcro-. En España y Portugal aparecen tholos
junto con dólmenes de corredor ortostáticos. Pero los
tholoi más célebres son los de la Grecia micénica. La
mayoría de éstos están construidos con excelente
mampostería de sillares y algunos, como el "Tesoro de
Atreo" en Micenas, estaban provistos de puertas orna-
mentadas. (Parte de la puerta de la citada tumba se la
llevó lord Elgin y se halla ahora en el Museo Británi-
co.) Tumbas en forma de colmena, de planta idéntica

88
a la de los tholoi, fueron excavadas también en la roca
-por ejemplo, en Sicilia-. De hecho, casi todas las
variedades de tumba megalítica han sido reproducidas
en cámaras talladas en la roca. Escuelas opuestas de
prehistoriadores de distintas maneras han concedido
prioridad a las cámaras excavadas en la roca, a los
tholos con falsa cúpula o a los dólmenes de corredor
ortostáticos, o han intentado demostrar que el método
de construcción estaba condicionado por la configura-
ción geológica local. Ninguna de las teorías antagóni-
cas han merecido la aprobación universal.
Las tumbas de cámara no son bajo ningún concep-
to exclusivamente prehistóricas. Es evidente que el
Santo Sepulcro mismo era una tumba rupestre corrien-
te. Se construyeron muchas tumbas en forma de col-
mena con mampostería de sillares o con ladrillos coci-
dos en la Grecia clásica y helenística y en el período
romano, si no en la Grecia arcaica, Etruria, Tracia,
Anatolia y en las proximidades del mar Negro. Inclu-
so se utilizaba la construcción ortostática en los tiem-
pos históricos, aun cuando las gentes lo suficientemente
civilizadas como para saber escribir sabían general-
mente labrar los ortostatos, que eran megalíticos en
cuanto a tamaño, pero no en cuanto a tosquedad.
Las paredes de las tumbas megalíticas en ocasio-
nes estaban embellecidas con esculturas, grabados o
pinturas, especialmente en la Bretaña y en Irlanda. Los
temas son representaciones muy esquematizadas de
rostros, bustos, hachas, puñales y otros elementos simi-
lares, o formas puramente "geométricas", como espira-
les y rombos. En los tiempos históricos las paredes de
las tumbas estaban decoradas con pinturas más ani-
madas o con esculturas realistas. Las pinturas de las
tumbas egipcias son conocidas; las tumbas etruscas,

89
tracias y escitas conservan también muchas escenas
bellas e instructivas.
Como hemos visto, la puerta de una tumba de cá-
mara constituía el objeto de una especial atención. No
vendrían al caso aquí descripciones en detalle. Pero
hay un tipo de entrada muy peculiar, que merece ser
mencionado y que se encuentra asociado con las tum-
bas megalíticas (incluyendo los tholoi) de Suecia, las
Islas Británicas, el norte de Francia, el sur de España
y Portugal, el sur de Italia, Bulgaria, el Cáucaso, Siria y
la India peninsular. Una piedra para cerrar una en-
trada es una losa que, formando un extremo de una
tumba megalítica o interrumpiendo el corredor de en-
trada, se ha tallado en ella cuidadosamente una aber-
tura redonda o casi rectangular a través de la cual se
puede tener acceso a la cámara. (La abertura puede
adoptar asimismo la forma de una espaciosa ranura en
el borde inferior de la losa, como la que se ve en la
parte delantera de una persona, o la forma de unas
ranuras semicirculares talladas en los bordes próximos
de un par de losas.) En la Europa occidental, las pie-
dras para cubrir una entrada pueden dar acceso a
cualquier tipo de tumba megalítica, aunque se em-
plean más corrientemente en las galerías cubiertas, y
en el Cáucaso y en la India únicamente se utilizan en
cistas megalíticas (dólmenes). En estas últimas regio-
nes, las aberturas son por lo general demasiado peque-
ñas para permitir el acceso a un hombre vivo o a un
cadáver, pero más hacia el oeste podían ser atravesa-
das por los funcionarios de pompas fúnebres que diri-
gían las operaciones de enterramiento en el interior
de las cámaras.
La diferencia enh'e tumba y monumento carece de-
cididamente de lógica. Un túmulo -un montículo fu-

90
nerario de tierra (tumulus) o un montículo funerario
de piedras, galga! (cairn)- constituye indudablemen-
te un monumento. Pero la mayor parte de las tumbas
de cámara estaban cubiertas por un túmulo; éste a
menudo constituía una parte integrante de la tumba
y poseía una importancia especial en el ritual funera-
rio. La entrada a una tumba megalítica en las Islas
Británicas, por ejemplo, da frecuentemente a un patio
preliminar (forecourt) semicircular, delimitado por un
muro o por un arco de ortostatos, que al mismo tiempo
forma una fachada y un revestimiento del montículo.
Con el solo objeto de interpretación, sin embargo, los
túmulos pueden ser citados en términos generales sin
referencia alguna a la tumba que cubren. De hecho,
la mayoría de túmulos no cubren una tumba en el sen-
tido que nosotros le damos, sino una simple sepultura
o incluso un cuerpo depositado en la superficie del
suelo o el emplazamiento de una pira funeraria.
Los túmulos, incluyendo bajo este término tanto
los montículos de tierra como los montículos de pie-
dras, pueden ser redondos o alargados, a pesar de que
la inmensa mayoría entran dentro de la primera cate-
goría. Algunos túmulos alargados (long barrows) son
suficientemente largos para cubrir sólo una tumba de
cámara alargada como es la galería cubierta, pero mu-
chos en Gran Bretaña y Polonia son mucho más lar-
gos de lo que era necesario para tal fin, mientras que
en Dinamarca y norte de Alemania se han enterrado
simples dólmenes bajo túmulos rectangulares alarga-
dos. De cualquier modo, quizás un túmulo no era sim-
plemente un montículo de tierra o de piedras amonto-
nadas. Muchos, al ser excavados, han demostrado que
fueron construidos siguiendo un plan determinado, con
esmero y metódicamente. El túmulo en sí puede sos-

91
tenerse por medio de un muro de tepa, piedra o la-
drillo o mediante una serie de ortostatos o postes de
madera o bien por medio de dos o más líneas con-
céntricas a base de muros o de soportes verticales. Si
los muros o soportes verticales eran o no visibles en
la estructura acabada del monumento, constituye un
punto discutible en cada caso particular; actualmente
se hallan por regla general tapados por la tierra o el
ripio. Un círculo de soportes verticales de piedra se
denomina técnicamente un peristalíto (peristalith) (el
término "peristáxilo" debería ser utilizado, aunque
nunca lo es, para referirse a postes), mientras que un
muro sustentante de piedra se conoce con el nombre
de crepis. El crepis que rodea la base de los tú.mulos
históiicos está construido generalmente con mampos-
tería de sillares, que puede ser completada por medio
de pilastras o incluso con un friso esculpido. El mon-
tículo, incluso en el caso de que esté compuesto esen-
cialmente de tierra, puede estar cubierto con guijarros
blancos de cuarzo, con una capa de piedra o con un
revestimiento de mampostería de sillares. Su cima
puede estar coronada por un pilar de madera, una
piedra vertical o una construcción esculpida. Una stu-
pa budista reproduce en su superficie, como una cás-
cara de piedra o de ladrillo, el aspecto de un montícu-
lo redondo ornamentado, aun cuando su bóveda hueca
conserve ú.nicamente un diminuto fragmento o símbolo
de un cadáver.
Un tú.mulo de tierra puede estar rodeado total o par-
cialmente de una zanja o un foso. Estos servían como
cantera de la que se extraía el material para el mon-
tículo, pero es indudable que también poseían un
significado ritual. De hecho, una zanja circular alre-
dedor de la sepultura central se encuentra a veces

92
enteramente cubierta por el túmulo. Los arqueólogos
ingleses 10 distinguen varias clases de túmulos redon-
dos rodeados de una zanja. Un túmulo en forma de
cuenco (bowl barrow) arranca directamente del bor-
de interno del foso circundante. En un túmulo en
forma de campana (bell barrow) hay un espacio liso,
la berma, entre la zanja y el pie del montículo, mien-
tras que en la parte externa de la zanja puede haber
un banco o terraplén (bank). En un túmulo en forma
de disco (disk barrow) la tierra procedente de la zan-
ja forma un terraplén en el exterior de la misma,
mientras que uno o más montículos pequeños cubren
enterramientos en la zona uniforme rodeada por la
zanja.
Finalmente, un túmulo en forma de estanque
(pond barrow) no es ningún montículo, sino una de-
presión en el yeso en forma de platillo, cuyos escom-
bros han sido amontonados alrededor del margen
para formar un terraplén circular bajo (fig. 4).
Después que se ha amontonado y formado un tú-
mulo encima del enterramiento original o enterramiento
primario, pueden introducirse dentro del mismo in-
humaciones secundarias. Estas últimas, por regla
general, se hallarán a un nivel más alto que el del ente-
rramiento primario o más alejadas del centro del mon-
tículo. Frecuentemente se han hallado túmulos que
han sido agrandados, en ocasiones más de una vez,
con el fin de albergar inhumaciones secundarias. El
descubrimiento de las relaciones entre enterramientos
primarios y secundarios, y entre estos últimos entre sí
en un túmulo constituye la principal contribución al
establecimiento de la cronología relativa que puede
esperarse de la excavación de un lugar de enterramien-
to. No obstante, no debe darse por sentado que un

93
túmulo ha de ofrecer una estratigrafía clara y precisa.
El pozo destinado para sepultura de un jefe rico y
poderoso puede muy bien estar cavado a mayor pro-
fundidad que el de un antecesor más pobre y puede

Fm. 4
1-3. Diversas secciones posibles de túmulos; 4. Secci6n de un
recinto c6ncavo.

desplazar los restos del último hacia el centro del tú-


mulo. Con el :fin de completar y rectillcar las conclu-
siones sacadas de la relación espacial entre los ente-
rramientos, el excavador debería hallarse a la búsque-
da de intersecciones de pozos sepulcrales y debería
intentar determinar desde qué nivel se ha cavado el
foso en el montículo. Las ampliaciones llevadas a cabo
en un túmulo aparecerán, como es natural, en sección

94
conlo capas superpuestas en la superficie del montícu-.
lo original y una encima de la otra por orden estrati-
gráfico. Un enterramiento puede difícilmente ser más
antiguo que la capa en la que se encuentra, pero pue-
de ser posterior.
Dejando a un lado las simples lápidas sepulcrales,
los túmulos constituyen el tipo más corriente y más
universal de monumento funerario. Las pirámides de
Egipto,11 por el contrario, constituyen los más célebres.
En su origen, la pirámide no constituyó un túmulo
magnífico y glorioso (aun cuando se ha sostenido que
los monumentos faraónicos de piedra labrada o de la-
drillo inspiraron los montículos de piedras y los túmu-
los de tierra de los bárbaros), sino que se desarrolló a
partir de una construcción bastante distinta. Encima
de las tumbas de pozo de los primitivos faraones y de
sus nobles se erigieron construcciones rectangulares
hechas con ladrillos de adobe, ahora llamadas masta-
bas, que incluían cuartos-almacén para contener el
ajuar funerario del difunto. Los muros exteriores de
una mastaba no estaban perforados con una puerta
auténtica, sino decorados con contrafuertes y entran-
tes, imitando quizá la fachada del palacio de madera
del faraón. Uno de los entrantes, pintado en forma de
portada simulada o falsa puerta, servía como capilla
mortuoria donde se hacían las ofrendas. El conjunto
estaba rodeado por un muro de ladrillos de adobe.
Bajo la dinastía 111, la mastaba de ladrillos se sustituyó
por obra de mampostería, la cual incluía generalmente
una capilla mortuoria más amplia y el muro del recin-
to original. La pirámide escalonada proyectada para
Zóser, último rey de la citada dinastía, puede conside-
rarse como cuatro mastabas de dimensiones decrecien-
tes dispuestas una encima de la otra. Su sucesor,

95
Cheops, de la dinastía IV, instituyó la forma clásica.
Barcas rituales fueron enterradas en sepulturas cons-
truidas especialmente al lado de las antiguas mastabas
y de las pirámides.
En vista de que una mastaba servía como casa-al-
macén para los objetos funerarios y constituía una par-
te integrante de la tumba, el mobiliario almacenado
en ella es contemporáneo del que se depositaba en la
cámara funeraria subterránea en el momento del ente-
rramiento. Esta afirmación no se extiende al contenido
de la capilla mortuoria, puesto que las ofrendas depo-
sitadas en ella han de ser posteriores al enterramiento.
Las mismas observaciones se pueden aplicar a las di-
versas clases de monumentos realizados en la superficie
terrestre, que combinan las funciones de lápida sepul-
cral, altar y quizás incluso la de sepulcro, tal como era
corriente en los tiempos grecorromanos y posteriores.
Sepulturas y túmulos, tumbas de cámara excavadas
en la roca y construidas, aparecen frecuentemente jun-
tas en cementerios. Pero en algunas comunidades ha
sido costumbre enterrar a los muertos debajo de las
casas donde habían vivido, o cerca de ellas. Tales en-
terramientos se efectuaban generalmente en simples
sepulturas, pero en el sudoeste de Asia se construían
o se excavaban en la roca tumbas de cámara debajo
de las viviendas de los ciudadanos ricos. Así, uno tenía
simplemente que levantar una losa del suelo para
hallarse junto a sus antepasados. La costumbre de en-
terrar niños bajo el suelo de las casas estaba todavía
más extendida.
Ya estuvieran enterrados en una sepultura, o en
una tumba, los cadáveres podían estar envueltos en es-
teras o pieles, metidos en un ataúd de mimbre o de
tablones, en el tronco vaciado de un roble, en un sar-

96
cófago de piedra o en una gran jarra. (Cualquier jarra
grande era denominada pithos en Grecia, pero en otros
países los arqueólogos limitan el uso de este término
a las jarras funerarias.) Los huesos incinerados eran
introducidos generalmente, aunque no siempre, en una
vasija más pequeña de cerámica, metal o piedra, lla-
mada urna cineraria. Un cementerio de urnas cinera-
rias recibe el nombre de campo de urnas (urnfield). Un
ataúd de roble procedente de un túmulo de la Edad
de Bronce de Loose Howe, este de Yorkshire, tenía la
forma de una canoa ahuecada y algunos ataúdes de
i·oble tenían la forma de una barca, cuando no eran
barcas auténticas. Un poco más tarde, en Suecia, la
verdadera sepultura se rodeó de una estructura en for-
ma de barca o de un cordón de piedras. Finalmente,
durante el período de Migración y en la subsiguiente
Edad Vikinga, los gobernantes y los nobles fueron in-
humados en auténticas barcas con un equipo comple-
to. Los enterramientos de barco hallados en Oseberg,
Noruega, y en Sutton Hoo, Suffolk, son mundialmente
conocidos. Los barcos estaban generalmente cubiertos
con un túmulo, pero al pudrirse los maderos el mon-
tículo se ha hundido, y en la actualidad no tiene un
aspecto demasiado imponente.
Si un túmulo cubre varias sepulturas, en general
cabe la posibilidad de determinar el orden relativo de
los enterramientos (pág. 93). En un cementerio de se-
pulturas planas, no existe, por regla general, ninguna
estratigrafía. Por oh·a parte, cada sepultura, se halle o
no bajo un túmulo, contiene un solo enterramiento. Si
cuando dos esqueletos, que se conservan intactos por
un igual, son hallados juntos en la misma sepultura,
tienen que haber sido enterrados simultáneamente. (Es-
queletos masculinos y femeninos yuxtapuestos de este

97
7. -CHILDE
modo se interpretan generalmente como casos de sati
(suttee: costumbre de inmolar a la viuda junto con el
marido difunto).) Por consiguiente, los objetos funera-
rios procedentes de una sepultura individual son todos
contemporáneos arqueológicamente y ofrecen un ejem-
plo clásico de asociación. Las tumbas de cámara pue-
den asimismo contener los restos de una sola persona,
como sucedía en Egipto, y en ese caso sus respectivos
contenídos pueden ser considerados igualmente asocia-
dos. Por otro lado, la mayor parte de las tumbas de
cámara eran "criptas familiares" y contienen enterra-
mientos colectivos, habiendo recibido sucesivamente
en el transcurso de muchas generaciones los miembros
fallecidos de una familia, un linaje o un grupo todavía
más amplio. Así pues, las tumbas de cámara pueden
contener los esqueletos de cien o más individuos y lo
mismo sucede con las cuevas, ya que las cuevas natu-
rales eran usadas con bastante frecuencia como sepul-
cros colectivos. Es evidente que las reliquias de dichas
tumbas no son todas contemporáneas y sólo raras ve-
ces la posición de los objetos funerarios depositados en
la tumba revela su edad relativa respectiva en la suce-
sión de enterramientos. Además, las antiguas tumbas
de cámara eran a veces utilizadas posteriormente como
lugares de culto. Así, los griegos del período arcaico
celebraban su culto a los héroes en algunas tumbas
micénicas, mientras que los galos del período romano
depositaban ofrendas votivas en los dólmenes de corre-
dor y galerías cubiertas neolíticos de la Bretaña. Fi-
nalmente, el saqueo de las tumbas en Egipto constitu-
yó una industria regular y lucrativa desde los comien-
zos de la historia escrita, mientras que los túmulos
han atraído en todas partes la atención de los ladro-
nes. Las sepulturas planas y las tumbas excavadas en

98
la roca, cuyas entradas han sido sagazmente disimula-
das, son las más idóneas para haberse conservado in-
tactas. Pero por esta misma razón el descubrimiento
de sepulturas intactas por parte de los arqueólogos ha
sido generalmente una cosa puramente accidental. Si
el excavador no ha sido afortunado, entonces tiene que
tener en cuenta las reliquias dejadas por los anteriores
ladrones.

BIBLIOGRAFtA

Excavaciones clásicas de cueva:


(1) GARRO», D., y BATE, D.: The Stone Age of Mount Car-
mel, 1 (Oxford, 1937).
PEYRONY: "La Ferrassie", en Préhistoire, 111 (1934).
BERNARBÓ BREA, L.: GU scavi nella caverna delle Arene
Candide (Bordighera, 1946).
(2) BURXI'IT, M. C.: The Old Stone Age (Cambridge, se espe-
ra una edición revisada).
(3) PARET, O.: Das Steinseltdorf Ehrenstein bei Ulm (Stutt-
gart, 1955).
(4) FRANXFORT, H.: The Birth of Civilization in the Near East
(Londres, 1951). (La formación de un tell.)
(5) Excavaciones clásicas de tell:
a) Tapial y adobe solo.
LLOYD, S., y SAFAR, F.: "Tell Hassuna", ]. Near
Eastern Studies, IV (Chicago, 1945).
SPEISER, E. A., y ToBLER: Excavatlons at Tepe Gawra
(Filadelfia, 1935, 1950).
J. MALUQUER DE MOTES: El yacimiento hallstáttico de
Cortes de Navarra. (Pamplona, l. 1954, 11. 1958.)
b) Ladrillo sobre cimientos de piedra.
LAMB, W.: Excavations at Thermi in Lesbos (Cam-
bridge, 1936).
GoLDMAN, H.: Excavations at Eutresis (Cambridge,
Mass., 1931).
La inmensa mayoría de los poblados ibéricos utilizan
como técnica constructiva paredes de tapial o de adobe

99
en las viviendas, sobre un z6calo de piedra. P. BoscH
GIMPERA: Etnología de la Península Ibérica. (Barcelona,
1932.)
(6) Pozos de experimentación:
MALLOWAN, M. E. L.: en Liverpool Annals of Archaeology
and Anthropology, XX, 1933.
HEURTLEY, W. A.: Prehistoric Macedonia (1939).
(7) WooLI.EY, L.: Ur Excavations, II; The Royal Cemetery
(Londres, 1934).
(8) RUDENKO, S. I.: Kultura Naseleniya gomogo Altaya v
skifskoe Vremya (Moscú-Leningrado, 1953).
(9) CHILDE, V. G.: "Megaliths", en Ancient India, IV (Nueva
Delhi, 1948). Cf. DANIEL, G. E.: "The Dual Nature of
the Megalithic Colonization", en Proc. Prehistoric Soc.,
VII (Cambridge, 1941).
(10) GRJNSELL, L. V.: The Ancient Burial Mounds of England
(Londres, 1953).
(11) EDWARDS, I. E. S.: The Pyramids of Egypt, Pelican (Lon-
dres, 1947).

100
CAPÍTULO IV
ORIENTACIONES PARA IDENTIFICAR
MONUMENTOS SOBRE EL TERRENO

A los arqueólogos se les pregunta a menudo:


"¿Cómo sabe usted dónde hay que excavar?" De
hecho, muchos, si no la mayoría de yacimientos ar-
queológicos (con excepción de depósitos del Paleolíti-
co), vienen señalados por algún detalle de superficie,
observable para el ojo experto, tales como montículos
u orificios en el suelo. Además, estas indicaciones de
superficie están calculadas, sin necesidad de una exca-
vación, para facilitar a un experto una a modo de
guía orientativa acerca de qué clase de monumento se
trata y, en tal caso, qué puede llegar a hallarse si
se practica una excavación. En consecuencia, puede
ser útil dar unas pocas orientaciones acerca de las con-
clusiones que pueden derivarse de los fenómenos ar-
queológicos vulgares que el lector pueda observar al
deambular por el campo inglés. Bancales tales como
excrecencias o depresiones relativamente blandas y a
menudo cubiertas de hierba, tradicionalmente han sido
contrapuestas a los más duros montones de piedras
que pueden ser el indicio del emplazamiento de cons-
trucciones de mampostería o de montículos conmemo-
rativos de piedra. Será conveniente adoptar dicho sis-
tema, aun cuando no parezca muy lógico, y empezar
por los bancales. tstos pueden dividirse en simples
montículos, montículos alargados en una dirección de-
terminada, o bien ten·aplenes y depresiones.

101
l. - MONTÍCULOS

Un montículo de planta aproximadamente circular


puede ser un simple montecillo natural formado por
los glaciares y capas de hielo que en un tiempo llega-
ron a cubrir Escocia, el País de Gales, y la mayor parte
del norte de Inglaterra. Si el montículo es artificial, lo
más probable es que se trate de un monumento fune-
rario, más concretamente de un túmulo. Pero la mis-
ma ambigüedad de las expresiones nativas "kurgan",
"maghoula" y "mogila" (pág. 68) debe haber puesto
en guardia al lector, que superficialmente un tell for-
mado por la superposición de niveles de ocupación,
difícilmente se distingue de un túmulo de enterramien-
to. De hecho, lo más probable es que un tell sea
proporcionalmente más bajo y menos regular, y que
su superficie, si no está demasiado cubierta de espesa
hierba, esté salpicada de restos de cerámica y objetos
similares.
Los auténticos tells son inexistentes en las Islas Bri-
tánicas. Pero en los niveles superficiales de turberas en
marismas desecadas, por ejemplo en las proximidades
de Glastonbury, hay unos montículos redondos, muy
bajos, que denotan el emplazamiento de chozas circu-
lares pertenecientes a un poblado lacustre. 1 El suelo
de las cabañas estaba hecho de arcilla esparcida sobre
una plataforma formada con rollizos o ramas jóvenes
que, a su vez, descansaban en una turbera más o me-
nos esponjosa. A medida que toda la estructura se iba
hundiendo gradualmente, o que el nivel del agua cre-
cía lentamente, el suelo de la cabaña y finalmente
toda la infraestructura tenía que renovarse periódica-
mente. El resultado final del proceso era que se llega-

102
ba a formar un montículo de hasta dos metros de al-
tura. La estructura de madera podía llegar a conser-
varse si el nivel del agua aumentaba hasta el extremo
de sumergirla. Por encima del nivel del agua, sólo so-
brevivían las sucesivas capas de arcilla, y éstas se han
conservado en mejores condiciones y con mayor espe-
sor en el lar central, donde la arcilla estaba endu-
recida.
Estos pequeños montículos no es fácil confundirlos
con un túmulo, pero las motas o motillas (mottes) sí
que se asemejan a grandes túmulos recientes. Los tú-
mulos estaban generalmente rodeados de zanjas (pá-
gina 92); los tells nunca. En cambio las motas siempre
están rodeadas por un foso. La palabra motte 2 no es
más que una coITupción del latín monte(m), que sig-
nifica un monte artificial. Como en el caso de tell, la
expresión no puede ser más adecuada. Las motas tie-
nen siempre su cima plana, por cuanto en la cumbre
se asentaba una torre de madera rodeada de firme
empalizada. Estos montículos consisten totalmente en
tierras que han sido removidas, y carecen de estrati-
grafía. No obstante, en la cima, y en condiciones favo-
rables, un excavador experimentado puede llegar a
descubrir los orificios que alojaban los soportes que a
su vez sostenían la torre y la empalizada. A menudo,
también, la estructura de madera ha sido sustituida
por mampostería con mortero, pues las motas inglesas
fueron constmidas por los normandos y fueron los pre-
cursores inmediatos de los reductos fortificados de
piedra, muchos de los cuales aún pueden verse coro-
nando una mota. Si se conservan aún restos de tales
reductos fortificados, no hay que abrigar ninguna duda
sobre la clasificación funcional del montículo. De lo
contrario, una mota podría ser fácilmente confundida

103
con un amplio túmulo. Sin embargo, una mota o mo-
tilla nunca existía sola. En su base siempre había un
recinto mayor, llamado patio (bailey), y la muralla y
el foso que lo rodeaban siempre pueden llegar a ser
puestos al descubierto, aun cuando pueden haber sido
seriamente dañados por los trabajos del campo tales
como la arada.
Los monumentos ingleses comprenden no sólo mon-
tículos redondos, sino también alargados, es decir, lar-
gos túmulos (pág. 91). Estos montículos, cuya longitud
oscila entre 30 y 100 metros, estaban formados por ma-
teriales extraídos de profundas zanjas que se prolon-
gaban paralelamente a los lados. Esta característica
permite diferenciar los túmulos largos de los restos de
muros de ballestería. Ahora bien: un montículo, si es lo
suficientemente alargado, puede ser denominado un
terrap"/én (b'ank) y,- en contraposición a un montículo
propiamente dicho, un terraplén puede incluir un es-
pacio abierto.

2. - RECINTOS

Cualquier espacio caracterizado por uno o varios


terraplenes puede ser calificado de recinto. Normal-
mente existe una zanja que se prolonga a lo largo de
los pies del terraplén. Probablemente sirvió para pro-
veer de material al terraplén, pero si la zanja estaba
practicada en el contorno exterior, debía servir como
obstáculo adicional para la entrada al recinto. Por lo
tanto, siempre que el foso estuviese practicado fuera
del terraplén o "bank", el recinto puede clasificarse
como "defensivo", es decir, ideado para alejar fieras
salvajes e incluso ganado trashumante y quizá tam-
bién enemigos.

104
Existe, no obstante, en Gran Bretaña, un tipo impor-
tante de monumentos que se caracterizan porque las
zanjas se hallan en el interior del terraplén. De ser
así, constituirían un obstáculo para los defensores. Por
tal motivo, estos monumentos se consideran usualmen-
te como de tipo "ritual". La mayoría son de planta
circular y comprenden túmulos acampanados, túmulos
de disco (pág. 93) y henges.3 En estos últimos, el área
central es lisa, a menos que su superficie haya sido
interrumpida por la presencia de uno o varios círculos
de piedras en posición vertical (como ocurre en Ave-
bury) o de pilares (como en Arminghall, cerca de
Norwich). A diferencia de los monumentos funerarios
propiamente dichos, el terraplén o "bank" y la zanja
quedan interrumpidos por una o varias aberturas o
calzadas que servían de acceso. Atkinson clasifica los
monumentos "henge" en dos categorías: la clase 1 que
sólo tiene una entrada, y la clase 11 que tiene dos.
Las excavaciones han demostrado que algunos "hen-
ges" de la clase 1 habían sido utilizados como cemen-
terios de incineración por comunidades del Neolítico
(secundario). Aun cuando su función primitiva pudiera
no haber sido funeraria, algunos campos de urnas de
nuestro Bronce Reciente estaban rodeados por terra-
plenes y zanjas más pequeños y más estrechos que en
los "henges" neolíticos. Los cementerios parroquiales
de tipo circular podrían ser una forma de perpetuar
una tradición nativa que se remontaría a una Edad de
Piedra pagana, tal como Hadrian Allcroft apuntó hace
algún tiempo. Los "henges" de la clase 11 se atribuyen
a nuestra Edad del Bronce Antiguo, pero sus funcio-
nes específicas son aún más inciertas.
Las estaciones romanas de señalización, considera-
das en planta, desconciertan por su similitud con los

105
"henges" de la clase l. Se identifican superficialmente
por una zanja penanular cuyo material extraído ha
sido apilado fuera de la zanja. Collingwood ha creído
que tales zanjas servían principalmente para el desa-
güe; de todos modos, nunca son de grandes proporcio-
nes. El terreno así cerrado mide de 10 a 13 metros en
sección. En el centro había al principio una torre cua-
drada, de madera o piedra. Si era de piedra, sus ci-
mientos pueden aún distinguirse e incluso verse. Las
ruinas de un anfiteatro romano -un anexo indispensa-
ble para cualquier comunidad que se respetase a sí
misma durante el imperio- son menos probables de
ser confundidas. En Dorchester (Dorset), por ejem-
plo, un monumento "henge" prehistórico funerario
fue adaptado para ser utilizado como anfiteatro local
(Círculos de Maumbury), habiéndose i·ellenado com-
pletamente la zanja interior. No obstante, los anfitea-
tros no eran circulares como los "henges", sino de
planta oval, con aberturas en ambos extremos, y diá-
metros del orden de los 90 por 75 metros.
Un terraplén penanular (es decir, un círculo inte-
rrumpido por una sola abertura), sin el acompaña-
miento de la consabida zanja y con un diámetro de
7 a 13 metros, constituye probablemente un círculo
de chozas (hut circle). El "bank" o terraplén viene re-
presentado por el muro bajo de turberas, arcilla o tie-
rra, y además las piedras sobre las que descansaba un
techo probablemente cónico. Excavaciones practicadas
en este tipo de construcciones han puesto de manifies-
to un hogar central, un desagüe practicado bajo el sue-
lo desde el centro hacia la abertura de entrada, o una
trinchera de drenaje por debajo, o inmediatamente fue-
ra, del terraplén, tal como se practica hoy alrededor
de las tiendas de campaña, y orificios para las jam-

106
bas de las puertas y para otros postes. Los círculos de
chozas mejor conservados se hallan en terreno rocoso
y sus paredes están compuestas parciahnente de pie-
dra. El terraplén se orienta hacia el exterior y a me-
nudo también hacia el interior, con cantos rodados
colocados de canto muy juntos unos con otros. Estos
cantos rodados sostienen un núcleo hecho de ripio
mezclado con tierra o tepe. No se ha podido demostrar
que los círculos de chozas sean anteriores a la Edad
de Hierro; algunos pueden incluso ser medievales.
La palabra rath se aplica a construcciones circu-
lares de tierra, que se parecen a los círculos de chozas
y a los "henges" de la clase 1 porque sólo disponen
de una entrada, pero se diferencian de los primeros
por su mayor tamaño -de 17 a 170 metros de diáme-
tro- y de ambos tipos de construcción por la presen-
cia de una zanja externa que debe ser "defensiva".
Algunos "raths" están rodeados por dos o incluso tres
anillos concéntricos de terraplenes y de zanjas. Los
"raths" son muy frecuentes en Irlanda, pero también
se los encuentra en las tierras bajas del País de Gales,
Escocia y la isla de Man. Su emplazamiento raramen-
te parece haber sido determinado pensando en la de-
fensa, sino que normalmente están en zonas bajas,
incluso a veces dominados por tierras altas. De ello
parece deducirse que un "rath" englobaba y protegía
la vivienda de un granjero o ranchero próspero, que a
lo mejor era un jefe local o incluso un rey en el sen-
tido irlandés. Efectivamente, en muchos "raths" irlan-
deses se han encontrado los cimientos de una casa o
cuando menos un paso subterráneo (pág. 79) que de-
bía comunicar con una vivienda situada en campo
abierto.
Sin embargo, el Dr. Bersu,4 como resultado de ex-

107
cavaciones llevadas a cabo en varios "raths" de la isla
de Man (con diámetros de 25 a 30 metros), y en Lis-
sue, en el Ulster (diámetro de 50 metros), sostiene la
teoría de que el terraplén anular (interno) no era el
muro del patio de una granja, sino el muro exterior
de la propia granja, en el cual se apoyaban los extre-
mos de los cabios que sostenían una cubierta o techo
que recubría todo el interior. La zanja exterior habría
servido principalmente de cantera para el material de
que se construy6 el muro y también para el desagüe,
pero de ninguna manera para la defensa. Los especia-
listas británicos e irlandeses no se inclinan a aceptar
generalizaciones como resultado de sus observaciones
en tres o cuatro localidades, máxime desde que Jope
ha diseñado la planta de una casa aislada en otro
"rath" del Ulster. Algunos "raths" irlandeses parecen
datar del Bronce Reciente local, pero la mayoría de-
muestran ser romanos o paleocristianos. Bancales circu-
lares muy similares han sido localizados en Dinamarca
y Suecia, y en esos países se les considera como de-
fensivos. Un caso típico excavado en Trelleborg, en
la isla danesa de Zelandia, result6 ser un campo forti-
ficado donde la joven marinería de la flota vikinga se
alojaba en construcciones en forma de navío, cada una
de estas construcciones con capacidad para albergar la
tripulaci6n de una nave larga.
Los bancales rectilíneos son más frecuentes, más
variados y, en consecuencia, más difíciles de detectar
por una simple inspecci6n. Algunos, a pesar de presen-
tar una zanja exterior, sólo pueden clasi.6.carse como
rituales. Los más notables son los denominados cur-
sils 5 (cursus es una palabra latina de la cuarta decli-
naci6n, de modo que el plural es cursíts). Su existen-
cia parece limitarse a las Islas Británicas, tanto es así

108
que hasta el año 1955 no se habían encontrado vesti-
gios al norte de la Escocia meridional. En términos de
la arqueología británica, cursus significa una franja de
terreno, relativamente estrecha, rodeada por sus dos
lados por terraplenes paralelos con zanjas exteriores
que se unen a cada extremo. El nombre fue dado al
caso de Stonehenge, el único reconocido, por Stukely,
quien supuso se trataría de un estadio en el cual te-
nían lugar carreras de carros ceremoniales. Aun cuan-
do hoy se descarta la idea de que existiesen tales
carros en Gran Bretaña en la época en que se constru-
yeron los cursfts, no se ha podido ofrecer hasta ahora
una explicación más satisfactoria. En Stonehenge, el
cursus mide 2.770 metros de longitud, y 100 de anchura,
pero el de Dorset, aun cuando sólo tiene una anchura
de 20 metros, puede comprobarse que en una lon-
gitud de nada menos que nueve kilómetros y me-
dio se prolonga ascendiendo o descendiendo a lo largo
de colinas, ¡incluso alguna que otra cumbre peñascosa!
Por supuesto, un bancal de tal naturaleza no puede
llegar a ser identificado como un "recinto", como no
sea gracias a una vista aérea. Basándonos en los esca-
sos resultados obtenidos en dos pequeñas excavaciones
y su relación con túmulos alargados, se cree que los
cursfts pertenecen a la misma época que los "henges"
de la clase 1, es decir, al Neolítico (secundario).
Aparentemente confinados al condado de Wessey
y pertenecientes al Bronce Reciente, hay unos recin-
tos claramente trapezoidales, frecuentemente relacio-
nados con senderos naturales (pág. 116). Parece tratarse
en su origen de corrales o parideras, pero en algunos
casos, después de excavados los cimientos, han mos-
trado tratarse de simples y endebles cabañas circulares.
Recintos rectangulares provistos de una entrada en

109
el centro de una de sus caras o de dos entradas situa-
das centralmente en lados opuestos, se consideran tam-
bién como corrales, si bien de época romana. La plan-
ta rectilínea podría estar inspirada en la arquitectura
militar romana. Pero bancales rectangulares similares
(denominados en alemán Viereckschanz.e) han sido
construidos por tribus celtas aún libres, en las Galias
y en la Europa central. Por lo tanto, la idea puede
haber sido originariamente ítalo-celta, introducida en
Gran Bretaña mucho antes de la anexión en tiempos
de Claudio. En estos casos ha sobrevivido a los roma-
nos. Las casas solariegas provistas de fosos, de princi-
pios de la época medieval, nos recuerdan nuestros
recintos para ganado en cuanto a su planta, con la
diferencia de que los fosos están a menudo llenos
de agua.
Los bancales rectilíneos más imponentes son monu-
mentos de la ingeniería militar romana, tales como
campamentos provisionales, campamentos semiperma-
nentes, fuertes y fortificaciones. Teóricamente, todos
deben ser de planta rectangular con ángulos redon-
deados, pero hay variantes de este prototipo, impues-
tos por los accidentes del terreno, y que no son infre-
cuentes en campamentos y fortificaciones. Todos ellos
presentan como característica común que los lados son
rectos, tienen cuatro entradas, y éstas están siempre
situadas en el centro de uno de los lados. Todos están
protegidos por un foso (fossa) y, separado de él por
un espacio plano, la llamada berma, hay un terraplén
(agger) que servía de base para la empalizada, o sea,
el llamado vallum. A menudo había más de un foso,
tanto es así que en Ardoch, en el Perthshire, hay casos
en que hasta seis fosos paralelos protegían el lado des-
cubierto de la construcción. Las entradas iban refor-

110
zadas a menudo con claviculae, o sea terraplenes situa-
dos de forma que impidieran el acceso directo a la
puerta, y obligar a quienquiera que se acercase a ella
a dar una vuelta y exponer su flanco a la guarnición.
Los campamentos provisionales se erigían teórica-
mente en aquellos casos en que el ejército romano en
campaña tenía que vivaquear por una noche. La cons-
trucción era, por tanto, más bien provisional y con
probabilidades de que no quedase rastro de ella. Los
campamentos semipermanentes eran ocupados durante
toda una campaña o sitio (como los que rodeaban los
oppidum nativos de Burnswark, en Dumfriesshire). Las
fortificaciones se hallaban guarnecidas permanente-
mente por un destacamento, mientras que los fuertes
proporcionaban acuartelamiento para toda una legión.
En Gran Bretaña, estos fuertes ocupaban entre 10.000
y 35.000 metros cuadrados de terreno. En los dos tipos
de construcción descritos pueden descubrirse, a lo lar-
go de los glacis (ramparts), indicios de plataformas
para artillería (balistae). Estas plataformas están algu-
nas veces construidas con piedras y mortero, pero la
mampostería es escasamente visible a menos que se
practique una excavación. En los fuertes habían edifi-
cios importantes tales como graneros, baños, oficina de
la oficialidad, etc., los cuales, no obstante, no sobresa-
lían del conjunto y por tanto no eran visibles desde
el exterior.
Los fuertes de colina presentan un contraste muy
marcado con la estricta regularidad que caracteriza
las obras militares romanas y, como derivación de ello,
a los círculos rituales británicos. Sus emplazamientos,
evidentemente, han sido escogidos con vistas a la de-
fensa, y las obras de protección aprovechan hasta el
máximo los accidentes del terreno, para acentuar así

111
las dificultades de un asalto. En otras palabras, siguen
los contornos del terreno, lo que explica las irregulari-
dades que presenta su planta. En este tipo de fuertes
de colina cabe distinguir los fuertes de p1omontorio y
los fuertes de cumbre. En los primeros, el perímetro
defendido ocupa la cumbre de un risco cuyos lados son
verdaderos precipicios virtualmente inaccesibles. Los
únicos bancales indispensables eran, por tanto, zanjas
y terraplenes o "banks" a través del cuello que enla-
zaba la extremidad del cerro principal. Por lo demás,
las defensas no difieren en cuanto a estructura ni en lo
que se refiere a la disposición de las puertas en
comparación con el tipo de defensas que circundan los
fuertes de promontorio.
Las defensas comprenden habitualmente tanto un
terraplén o glacis como una zanja o foso en su exte-
rior. Si no existe foso, el glacis acostumbra ser un muro
de piedra, aun cuando no se vea mampostería a tra-
vés del tepe. Pero incluso en los casos en que el glacis
es un verdadero bancal, no por ello hay que presupo-
ner que en un principio ofrecía a un asaltante poten-
cial un talud tan suave como da a entender su aspecto
actual. Muchos glacis de tierra se apoyaban en un
revestimiento de madera, sostenido por sólidos pila-
res, cuyas cavidades aún pueden descubrirse, en una
excavación, bajo los bordes del terraplén actual. En al-
gunos casos, el glacis consistía en una serie de casa-
matas {cámaras o grandes cajas), cuyo armazón eran
rollizos horizontales, y que se rellenaban de tierra. En
ambos casos, el asaltante se hubiera enfrentado con
una pared de madera casi vertical, reforzada, y soste-
niendo a la vez una enorme masa de tierra. A lo largo
de la crestería de esta construcción habría un paso de
ronda protegido por maderos firmes sobresaliendo

112
de la línea de fachada. Aun en aquellos casos en que
el glacis no estaba revestido de la forma descrita, de
todos modos iba coronado por una empalizada.
La cumbre o promontorio puede estar defendida
por dos o más glacis y zanjas paralelos. En estos casos,
el fuerte se denomina multivallado. También puede
darse el caso de que existan una serie de obras exter-
nas que dividan todo el recinto en una sucesión de po-
siciones defensivas que culminan en una ciudadela.
El acceso al fuerte tenía lugar por una o varias puer-
tas, representadas por aberturas en los terraplenes, con
sus correspondientes interrupciones de la zanja. La
puerta estaba siempre fuertemente guardada, aun
cuando las precauciones tomadas contra posibles sor-
presas no pueden ser plenamente apreciadas si no se
procede a una excavación. En los fuertes de un solo
glacis principalmente, la entrada por lo general, se
abría hacia adentro. Los glacis no se interrumpen a
cada lado de las aberturas, sino que continúan hacia
adentro y se prolongan por espacio de 7 a 10 meh·os
por el interior del fuerte. De esta forma, el acceso a la
entrada se convierte en un corredor flanqueado a cada
uno de sus lados por terraplenes reforzados con tron-
cos y probablemente provistos a cada extremo de puer-
tas macizas. Esta disposición puede haber llegado a
tener el aspecto de un túnel, ya que el hipotético cami-
no de ronda seguiría sin solución de continuidad me-
diante un puente a través, y por encima, del acceso a
la entrada, y quizás ampliado formando una torre de
barbacana. En los fuertes multivallados (pero no en
los "raths", en que las aberturas y los accesos de entra-
da están situados normalmente en línea recta) la aber-
tura en el glacis exterior nunca coincide directamente
con la del glacis interior, sino que está dispuesta de

113
8. -CHILDE
inánera que quien se acercase se veía precisado a girar
primero a la izqiuerda al atravesar la puerta exterior,
y luego proseguir con el lado derecho del cuerpo sin
protección, exponiéndose a recibir el impacto de armas
arrojadas desde el glacis interior, antes de poder llegar
a la puerta de acceso. A menudo se construían obras
de defensa externas en frente de la puerta de acceso
para así ejercer una vigilancia más efectiva.
En Gran Bretaña, la mayor parte de los fuertes de
colina fueron construidos durante la Edad de Hierro,
si bien hay un grupo de ellos, fácilmente identificable,
que debe ser atribuido a la etapa neolítica. La carac-
terística de estos fuertes neolíticos 6 -o campamen-
tos- es que sus zanjas se hallaban interrumpidos a
intervalos frecuentes por accesos de entrada con sus
correspondientes aberturas en el glacis. De ahí que
estos bancales se conozcan como campamentos con cal-
zadas. Este tipo de campamentos del Neolítico son co-
nocidos también en Francia y en la región del Rhin,
pero en el continente existen fuertes neolíticos que no
presentan la característica de disponer de zanjas inte-
rrumpidas. La mayor parte de los grandes fuertes de
la Europa templada pertenecen a la Edad de Hierro,
como la Gran Bretaña, o a la fase final de la Edad de
Bronce. Alrededor del Mediterráneo se construyeron,
desde luego, fortalezas imponentes durante la Edad de
Bronce, y en esta misma Edad las ciudades cultas
de Oriente estaban dotadas de murallas gigantescas.

3. - BANCALES LINEALES

No todos los sistemas de terraplenes y de zanjas


rodean un área reconocible. Tanto en las Islas Británi-

114
cas como en el continente, el lector puede llegar a en-
contrar un terraplén más o menos conspicuo, con una
zanja en uno de sus lados, y reseguirla durante muchas
millas sin llegar a encontrar indicios de que volviese
al punto de partida. Estas obras eran probablemente
fronteras territoriales o defensas fronterizas, y de hecho
se sabe que pertenecen a distintos períodos arqueológi-
cos. Los ejemplos más antiguos en Gran Bretaña per-
tenecen al Bronce Reciente; otros, corresponden a la
Edad Media. Los más antiguos, o por lo menos los más
sencillos, son discontinuos. La consulta de mapas geo-
lógicos para estudiar su curso revela que las supuestas
aberturas estaban de hecho cerradas por obstáculos
naturales tales como zonas pantanosas o bosques espe-
sos. Los diferentes bancales que atraviesan las tierras
bajas de Wessex, vulgarmente conocidas con el nom-
bre de Grim's Dyke, pueden haber sido las líneas fron-
terizas de grandes granjas o de territorios tribales.
Hawkes sugiere la posibilidad de que el impresionante
Bokerley Dyke fuese la frontera de un imperio duran-
te los siglos rr o rn. El Offa's Dyke,7 en las Marcas de
Gales, es una verdadera frontera atribuible a los Mer-
cianos del siglo VIII.
Los bancales de defensa más célebres de nuestro
continente fueron erigidos por los romanos para prote-
ger y delimitar las fronteras de su imperio. Ocasional-
mente se trataba de muros de piedra, pero la Muralla
Antonina, que discurre desde el Forth hasta el Clyde,
y la versión primitiva de la Muralla de Adriano, que
discurre desde el Tyne al Solway, más conocida, eran
verdaderos bancales. En esencia, la "muralla romana"
consistía en una trinchera de defensa, luego un espacio
liso o berma, y finalmente un glacis macizo de tierra.
Por detrás del glacis transcurría una vía militar y a

115
intervalos había fortalezas para alojar guarniciones per-
manentes, así como también "castillos miliarios" (mile
castles).
Caminos y calzadas también surgen sobre el terre-
no como bancales lineales. Una calzada romana puede
mostrársenos como un terraplén muy bajo pero ancho,
flanqueado a ambos lados por zanjas estrechas o cune-
tas paralelas entre sí y completamente rectas en largos
trechos. El terraplén o "bank" indica la línea de la
calzada terraplenada (agger), y las cunetas son simples
desagües, como los que hoy bordean las modernas carre-
teras. A menudo puede apreciarse la existencia de una
hilera de pequeños agujeros paralela a la misma línea
de la calzada. Se trata de canteras de donde se extraía
el material para la construcción del agger. Un sendero
natural en cierto modo da una impresión negativa de
una calzada romana. Se presenta como una zanja flan-
queada por terraplenes paralelos, pero un sendero na-
tural nunca tiene un trazado recto como ocurre con la
calzada romana. La "zanja" no es más que el rastro de
las pisadas de los ganados, de las bestias de carga y
del hombre, mientras que los terraplenes, como las
vallas del ferrocarril, protegen el terreno por ambos
lados.

4. - CAMPOS, GRANJAS Y MINAS DE SÍLEX

En el suelo, los senderos naturales conducen a los


emplazamientos donde estaban localizados sistemas de
terrenos de cultivo, poblados o granjas. Procedamos a
reseguidos. Los antiguos terrenos de cultivo se distin-
guen fácilmente en repechos donde se presentan en
forma de terrazas discontinuas, técnicamente denomi-

116
nadas lynchets 8 (fig. 5). Cuando una parcela de terre-
no en declive es labrada repetidamente, la tierra que
se desprende al arar tiende a acumularse gradualmen-
te hacia la parte baja de la parcela y asentarse en su
A
~ ·""~
~ .
Terreno de culhvo ""1.úm!lí//fl/lll/Jl/lmm1
s..;: rerrenP de culti110 · " "
·
rrll/f;TM1 mnnmnmi/li/f 17mJ11

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Nega.fiCIO .......... ;¡f/11
.
. ......... "iffftmmmmf/lr/mmo.
Jflri!P!wnm1mrmmmmn 4
Lynclzet
FIG. 5
Sección de campos inclinados: A) Primeros años de cultivo;
B) Resultados de nivelación, debidos a la "agricultura de arado".

límite más bajo. Con el transcurso del tiempo, el borde


superior de la parcela de terreno irá sufriendo una
depresi6n mientras la tierra desplazada formará un
terraplén en la parte más baja. Es costumbre dejar
entre las parcelas de terreno unas fajas no labradas
en las cuales el campesino amontona pedruscos y otros
residuos ·encontrados en la tierra. A lo largo de estas
fajas se forman unos "lynchets" que transcurren para-
lelamente a los contornos del declive; un "lynchet"
negativo queda excavado al pie de la faja superior,
mientras el terreno arado va a acumularse contra la
faja no labrada al fondo: esto es un "lynchet" posi-
tivo. La faja que transcurre a lo largo de los contor-
nos del terreno se conservará formando un bajo sa-

117
licnte cerca del extremo superior del terreno, mientras
puede quedar ligeramente aplanada cerca del extremo
inferior.
Como resultado de este proceso, en Inglaterra se
han hecho visibles dos tipos de terreno de cultivo. Al-
gunos son aproximadamente cuadrados y se les llama
tradicionalmente campamentos celtas. Datan desde el
Bronce Reciente y perduran hasta los últimos tiempos
del imperio romano. Los otros son largos y estrechos
y se les denomina adecuadamente strip lynchets. Todos
los campamentos anglosajones y de principios del Me-
dioevo se adaptan a dicho principio y la mayoría mi-
den 220 por 20 metros. Ahora bien: los "strip lynchets"
datan de tiempos prerromanos, por lo menos en aque-
llas partes de Inglaterra ocupada por los "Belgae",
mientras que campamentos similares, largos y estre-
chos, de época prerromana, también han sido identifi-
cados en Dinamarca y en Holanda. Es probable que
los campamentos celtas fuesen aptos para el arado
suave, denominado en latín aratrum y en danés ard,
es decir, un sistema de labranza que simplemente ara-
ba la capa superficial del terreno; precisamente, para
esta forma de labranza, el arado cruzado era el más
adecuado. Ello no era necesario con un arado de ver-
dad, provisto de reja y de una vertedera de arado,
para eliminar las matas, para lo cual una franja larga
era lo más práctico.
Las terrazas de cultivo 9 que pueden verse en la
parte sur de Arthur's Seat, en Edimburgo, y en otros
cerros, son similares en cuanto a su función a los "strip
lynchets", pero genéticamente diferentes. Aun cuando
son largos y estrechos, son por lo general curvos, si-
guiendo los contornos del cerro. El lado de cada franja
junto a la ladera inferior del cerro, es de hecho una

118
terraza, es decir, un terraplén formado con piedras y
arcilla apiladas deliberadamente. Estas terrazas son a
menudo asociadas a recintos huecos (pág. 120) y datan
probablemente de los tiempos medievales.
Un modelo completamente diferente y que presen-
ta un aspecto más regular es el originado por el siste-
ma romano de partición de tierra, llamado centuria-
ción. De acuerdo con las reglas prescritas en los libros
de textos latinos, al tratar de agrimensura, un cuadricu-
lado se extendía en torno a dos vías principales, a sa-
ber, el deciwio maximus, de unos 15 metros de anchu-
ra, y el cardo maximus, de unos 7 metros de anchura
-que se cruzaban entre sí formando ángulo recto. De
cada vía principal partían vías secundarias formando
ángulo recto a intervalos de 800 metros. Estas vías se-
cundarias debían tener 3 metros de anchura pero se
exigía una anchura de 4 metros a una de cada cinco
de estas vías secundarias. Estas servían de límite a las
porciones de_ tierra (centuriae) y como acceso a ellas.
Todas las vías debían estar empedradas y flanqueadas
a cada lado por desagües. Estas zanjas de desagüe
son perfectamente visibles sobre el terreno, y proba-
blemente también desde el aire. Indicios de centuria-
ción que se remontan a los tiempos de la República,
han sido descubiertos en Italia y después han apare-
cido todo a lo largo del imperio.
Terraplenes bajos pueden subsistir todavía, seña-
lando los límites de campamentos primitivos, pero más
a menudo delimitan antiguos corrales de granja. En
este caso, lo más probable es que estén conectados,
por una parte con senderos naturales, y por otra con
granjas. Es imposible intentar ni tan siquiera pasar re-
vista a la gran variedad de restos de estas granjas que
puedan subsistir, incluso en Inglaterra. Pero como sea

119
que hemos mencionado los recintos huecos, 10 será bue-
no explicarlos. En las laderas de cerros en Escocia y
el País de Gales, el campesino medieval practicaría
una excavación ancha pero poco profunda, de fondo
alisado, que penetraría horizontalmente en el declive,
apilando la tierra extraída y los pedruscos en frente
de la zanja, para formar así una plataforma. El corona-
miento de tal plataforma y el fondo de la zanja practi-
cada formaban así un suelo nivelado para levantar un
edificio que podría apoyarse sobre el fondo de la zanja.
Los monumentos, por supuesto, comprenden, ade-
más de montículos levantados por encima del nivel del
terreno circundante, unos agujeros practicados en el
terreno. Depresiones en forma de cráter pueden ser in-
dicio de la existencia de un yacimiento de sílex, de un
pozo, de una cámara subterránea hundida, o cualquier
otra cosa. Sólo una excavación puede resolver de qué
se trata. Pero la presencia de un grupo de tales cráte-
res en un terreno blando yesoso puede ser indicio de
yacimientos de sílex como los que se explotaron en el
Neolítico y en la Edad de Bronce. En regiones meta-
líferas, una sucesión de trincheras profundas puede ser
el resultado de minas a cielo abierto de cobre, plata o
plomo. La confirmación de tal diagnóstico vendría faci-
litada por la presencia de montones de escorias en las
proximidades. Los montones de escorias pueden a ve-
ces distinguirse de simples pilas de piedra o incluso de
rocas naturales, por la falta de vegetación. De todos
modos, en términos generales, no es aconsejable deci-
dir, por una simple inspección, si una abertura en el
terreno señala la boca de un antiguo pozo o mina, o si
se trata de una mina de yeso o de un gredal reciente.
Del mismo modo, trabajos de afloramiento poco pro-
fundos no son fáciles de distinguir de canteras de las

120
que se ha extraído piedra para levantar un dique o un
encierro para el ganado. Si una edificación de este tipo
no es visible en las proximidades, la segunda hipótesis
queda excluida, sin que presuponga prueba de la pri-
mera de las hipótesis expuestas.

5. - MoN'IÍCULOS DE PIEDRAS

Un montículo de piedras de tamaño regular y de


contorno aproximadamente circular, puede ser un
montículo funerario, provisto o no de cámara. Puede
también tratarse de los restos de un fortín o de un
edi:6.cio familiar de mampostería a hueso. (En Caith-
ness, estos montículos funerarios presentan generalmen-
te la forma de piedras grises sueltas, mientras que las
construcciones de tipo familiar se hallan habitualmen-
te recubiertas de hierba, con lo cual pasan a ser "mon-
tículos verdes".) Si un fragmento de un peristalito (pá-
gina 92) o un bordillo de cantos rodados muy juntos
es visible junto al borde del montículo, su diagnóstico
como montículo conmemorativo puede ser aceptado.
De todos modos, no siempre se halla un peristalito, y
aún, de haberlo, puede estar completamente des:6.gu-
rado por pedruscos desprendidos o por la invasión de
turba. Al derrumbarse un edi:6.cio circular, tal como un
pequeño "dun", ha de surgir en el centro un hueco en
forma de cráter, pero esto no es probable que ocurra
en un montículo conmemorativo por causa del hundi-
miento de la cámara mortuoria o por la acción de los
ladrones. Una casa circular o un fortín han de tener
una entrada señalada por una depresión que se dirige
radialmente a través del montículo partiendo del cen-
tro, pero esto también podría ocurrir en el caso de que

121
el corredor que conduce a la cámara funeraria se hu-
biese desplomado. Las hiladas de un lado de la mura-
lla, de curva reentrante, examinadas a través de los
cascotes, pueden ser indicios de un pequeño fortín anu-
lar de un "dun" o de un "broch" (torre circular de
,
piedra). Pero algunos monhcu' l os conmemorativos pro-
vistos de cámaras están circundados por dos o incluso
tres muros de piedra en seco, cuyas caras son visibles
en casos muy excepcionales, por cuanto los muros de
los montículos conmemorativos son simples revesti-
mientos, que presentan como fachada una sola de sus
caras.
Si el presunto montículo conmemorativo no es en
realidad el cubrimiento de una cámara sepulcral, lo
más probable es que se trate de un pequeño fortín
anular o "dun". Se han excavado casos que han resul-
tado consistir en un muro sólido o paramento de mam-
postería de piedra en seco, de 2,5 a 5 metros de espe-
sor y con caras al interior y al exterior, pero conte-
niendo ripio en su espacio interior. Incluso estando
desplomadas, una de las caras o ambas pueden ser
descubiertas al sobresalir de entre las piedras sueltas,
pudiendo ocurrir lo mismo con la línea del acceso de
entrada. Esta entrada está probablemente provista de
un pasadizo entre muros bien paramentados, pasadizo
que se estrechaba en el centro mediante jambas que
sobresalían de ambos muros laterales. En el interior de
las jambas, a 60 o 90 centímetros sobre el suelo, hay
que esperar encontrar hendiduras de tranca a cada
lado. Una de estas hendiduras consiste en un canal
profundo practicado en el grueso del muro, y en el
cual podía correrse la viga de madera que sujetaba la
puerta, cuando no se utilizaba. Para atrancar la puer-
ta, se corría la viga hasta que su extremo encajase

122
dentro de la hendidura menos profunda del muro
opuesto. Este procedimiento de atrancar una puerta
no es, desde luego, exclusivamente prehistórico; hende-
duras de tranca, e incluso las mismas trancas, pueden
verse aún hoy en castillos medievales. Por otra parte,
dicho procedimiento ya estaba en uso en el poblado
neolítico de Skara Brae.
En los fortines anulares puede haber cámaras prac-
ticadas en el grueso de los muros, en lugar de estar
ambos paramentos rellenados con ripio. Estas cámaras
son características de un tipo específico de construc-
ción, característico de Escocia, y conocido con el nom-
bre de broch. En los muros de un "broch" ha de ha-
ber, a ras del suelo, además de un cuerpo de guardia
que domina la entrada, y a su izquierda, una celda
intramural de la que arranca una escalera que ascien-
de en el sentido de las agujas de un reloj por entre
los paramentos del muro y que conduce por lo menos
a un camino de ronda. Pero en algunos "brochs",11 si
no en todos ellos, el muro macizo rellenado con ripio
era precisamente el basamento sobre el cual se levan-
taba una torre hueca que, en un caso concreto, en
Mousa, en las islas Shetland, aún subsiste con una al-
tura de 13 metros. La escalera continuaría girando ha-
cia arriba, entre los paramentos interior y exterior,
afianzados mediante losas horizontales incrustadas en
ambos paramentos y formando con ello el suelo de
unas supuestas "galerías". Estas torres no eran muy es-
tables. Al desplomarse, la masa enorme de piedras lle-
naría el patio central hasta el extremo de que la masa
informe presentaría el aspecto de un enorme montícu-
lo conmemorativo redondo. "Brochs" como los descri-
tos, localizados en Caithness, Orkney, las islas Shet-
land, en Sutherland y en las Hébridas, parecen haber

123
sido erigidos al principio de nuestra era, pero por lo
menos algunos de ellos se hallaban ocupados, frecuen-
temente después de una importante reconstrucción,
hacia el año 600 después de Cristo o más tarde. Exis-
ten otros fortines pequeños, de piedra, cuya fecha no
puede ser determinada por simple inspección, y mu-
chos de los cuales pueden remontarse a los principios
de la era cristiana.
Sólo un fortín pequeño anular, con un diámetro
interior de 10 metros o menos -y todos los "brochs"
excavados, con una única excepción, están comprendi-
dos en este límite- puede presentar el aspecto de un
simple montículo conmemorativo cuando está en rui-
nas. Pero los fortines anulares, al igual que los "raths",
eran todos de distintos tamaños. Los restos de uno de
mayor tamaño pueden presentar el aspecto de un te-
rraplén anular de ripio rodeando una depresión, nor-
malmente cubierta por vegetación. ¡Pero un sheepree
(palabra escocesa equivalente a sheepfold circular, o
sea, un redil circular) destruido presentará precisa-
mente aquel mismo aspecto! Si el terraplén de ripio
representa realmente el glacis de un "fortín", origina-
riamente habrá presentado las mismas características
que el muro de una obra menor -o sea, paramentos
interno y externo, pasadizo de entrada con jambas y
hendeduras para las trancas, excepcionalmente celdas
intramurales y, más raramente aún, escaleras. Coinci-
diendo con ello, los fortines anulares de piedra deno-
minados cashels en Irlanda, son la reproducción en
terreno rocoso de los "raths" descritos en la pág. 107, y
deben ser interpretados en igual forma.
La mayor parte de los recintos descritos en la sec-
ción 2) podrían ir rodeados de muros de piedra en
lugar de terraplenes o "banks" de tierra y de zanjas, y

124
en efecto ello era así por lo general en terreno rocoso.
Si el muro estaba construido a base de obra en seco,
su desmoronamiento habría dejado simplemente un te-
rraplén de pideras que, con el transcurso del tiempo,
se cubriría de vegetación. El muro, como es natural,
habría tenido paramentos por uno o por ambos lados,
pero los paramentos permanecerían de pie sólo en
cuanto se hallasen sostenidos por los restos desprendi-
dos de puntos más elevados apoyados en dichos para-
mentos y, por lo tanto, ocultándolos completamente.
De todos modos, hay casos en que los paramentos pue-
den llegar a ser puestos al descubierto sin necesidad
de proceder a una excavación.
Los paramentos del muro pueden, desde luego, es-
tar compuestos simplemente de hiladas irregulares de
losas seleccionadas, como en la muralla de un fortín
anular. Pero la obra de piedra puede haber sido refor-
zada con madera de construcción, o combinada con
maderamen, con témpanos de tien·a vegetal o con la-
drillos. Así se puede dar el caso de que unos postes
verticales sostengan a intervalos un paramento de pie-
dra en seco, en forma parecida a como sostenían el re-
vestimiento de madera de un glacis de tierra (pág. 112).
Los postes, por supuesto, habrán desaparecido, pero
las hendeduras verticales o nichos en que descansaban
pueden identificarse, viendo cómo intenumpen las hi-
ladas de la mampostería. Hileras de postes, a lo largo
de los paramentos interno y externo del muro, enlaza-
das por vigas transversales, formaban un excelente ar-
mazón para un glacis estable. O también dos para-
mentos construidos de mampostería pueden estar enla-
zados mediante vigas transversales, colocados horizon-
talmente y ensamblados entre sí. En los paramentos
las cavidades que en su día sostenían los extremos de

125
estas vigas de sujeción, pueden ser detectados por un
ojo experimentado, pues aparecen como hileras de
aberturas uniformemente separadas entre sí e interrum-
piendo la construcción de piedra a cada dos o tres hila-
das. Este tipo de muralla ha sido descrito como enla-
zado con maderamen (timber-laced), 12 pero ha sido
incorrectamente llamado muralla gálica (murus galli-
cus). El murus gallicus descrito por Julio César era
en realidad una forma especial de muralla enlazada
con maderamen en la que se habían tomado precau-
ciones para aislar los elementos componentes de ma-
dera situados en canales de piedra, para evitar la
propagación del fuego en caso de que una viga se
incendiase.
Cualquier combinación de maderamen y mampos-
tería, especialmente el tipo de muralla sencillo con
entramado de madera enlazada, estaba expuesta a in-
cendiarse por causa de accidente o por acción enemi-
ga. De ocurrir tal siniestro, el espacio existente entre
Jos paramentos se convertiría en un horno en el que
podría generarse una temperatura lo suficientemente
elevada como para llegar a fundir piedras tales como
el basalto, que son fácilmente fundibles. El resultado
de ello nos ha llevado a lo que hoy se denomina un
fortín vitrificado. Las piedras fundibles se han fundido
y han convertido terrones de rocas más refractarias en
masas vitrificadas de tamaño variable. Estas masas vi-
trificadas forman los restos más conspicuos del glacis,
que puede presentar el aspecto de un muro continuo
de material fundido. Por ello, se creyó en un tiempo
aue estos "muros" habían sido construidos delibera-
damente, aun cuando nadie supiera explicarse cómo.
Se admite ahora que son el resultado de la destruc-
ción por incendio de murallas de madera entrelazada.

126
Sin llegar a practicar una excavaci6n, el examen aten-
to ha puesto de manifiesto en unos pocos casos que,
bajo las masas vitrificadas, había las hiladas básicas del
paramento edificado de la muralla e incluso las hende-
duras practicadas en ella para sostener el vigamen. La
combustión de un glacis de madera entrelazada cons-
truido con piedras más refractarias, no llegará a fun-
dirlas hasta el extremo de producir la vitrificación,
sino que simplemente las calcinará, produciendo con
ello unos efectos más difíciles de identificar.
En las islas Británicas los fortines vitriflcados se
limitan virtualmente al territorio de Escocia. Se sospe-
cha que allí su vitrificación fue obra de las legiones
romanas bajo Agrícola en el año 84, pero aún se sigue
discutiendo acerca de cuándo fueron erigidos. En la
Europa occidental, también, algunos fortines vitrifica-
dos se atribuyen a la Edad de Hierro prerromana,
concretamente a su fase primitiva o hallstática. En cam-
bio, al este de la Europa central, muchos datan la loca-
lización de fortalezas eslavas en los siglos vm o IX. Con
todo, en fortines neolíticos de Francia, algunos glacis
muestran señales de haber sido calcinados. Es creencia
general que la verdadera muralla gálica fue ideada por
los galos, quizás incluso por el propio Vercingetórix, el
temible adversario de César, como réplica a la inva-
sión romana en el año 60 antes de Cristo.
Las ruinas de edificios históricos, habitualmente
construidos con mampostería de sillares con la ayuda
de mortero de cal, no tienen cabida en el presente ca-
pítulo. Por otra parte, los que aún son visibles se han
de explicar por sí mismos. Por lo demás, los lugares
en que se hallaban emplazados se han utilizado como
canteras por constructores posteriores. Todos los blo-
ques dignos de ser aprovechados habrán sido apropia-

12i
dos y reutilizados en alguna otra parte. En el mejor de
los casos, sólo se habrá dejado el núcleo del ripio. Aho-
ra bien, el ripio fundido en una buena masa de morte-
ro tiene una duración extrema y puede haber subsis-
tido mucho después que los bloques que lo encuadra-
ban fueron arrancados. A menudo la zanja de la ci-
mentación es todo lo que queda de una buena muralla
de sillares. Esto sólo se puede descubrir mediante una
excavación, e incluso los núcleos centrales del ripio
subsisten todavía bajo la capa de tepe. ¡En campo
abierto (con contadas excepciones) aún se encuentran
menos restos de una villa romana o de una capilla cel-
ta primitiva, que de un montículo conmemorativo con
cámara, o de un "broch" prerromano!

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work since Hadrían Allcroft", ibid., CVI, Suplemento
(1952).

129
9.-CHILDI!
CAPÍTULO V

INTERPRETACIÓN DE DATOS ARQUEO-


LÓGICOS; TECNOLOGÍA ELEMENTAL

Para poder interpretar los objetos que colecciona,


clasificarlos e incluso llegar a describirlos correctamen-
te, un arqueólogo debiera teóricamente estar capacita-
do para elaborarlos por sí mismo. Por lo menos debe
poseer algunos conocimientos de cómo están hechos.
Estos conocimientos básicos sólo pueden adquirirse en
la práctica, y sólo pueden ser transmitidos mediante
demostraciones. No es nuestro propósito ni tan siquie-
ra intentar explicar al lector cómo hay que elaborar
puntas de Hecha de sílex o estatuas de bronce fundido.
El modesto objetivo del presente capítulo es el de ex-
plicar algunas de las expresiones técnicas inevitable-
mente utilizadas al describir los procedimientos em-
pleados en la fabricación de las clases más corrientes
de reliquias. Con ello, esperamos confiadamente que el
lector podrá seguir con más facilidad aquellas demos-
traciones de que pueda ser testigo presencial e incluso
observar por sí mismo ciertas características significa-
tivas existentes en reliquias que, de otra manera, po-
drían pasar inadvertidas.

l. - LA TALLA DE SÍLEX

A falta de metal, una herramienta aguda y cortan-


te puede ser obtenida con suma facilidad partiendo
de una piedra cripta-cristalina tal como el sílex u ob-

130
sidiana (un cristal natural volcánico). Como sea que el
sílex es el más común, constituirá la base para las des-
cripciones que van a seguir, aun cuando la palabra
"sílex" puede llegar a ser substituida por "obsidiana"
o "cristal", sin afectar al sentido de la frase. El sílex
presenta la forma de grandes nódulos o núcleos irre-
gulares, y más raramente de losas planas -sílex lami-
nar- en yeso y en ciertas piedras calizas; y los nódu-
los, que a su vez derivan de estas formaciones, pueden
con frecuencia hallarse en terrenos arenales de cursos
fluviales o glaciales. Los nódulos se presentan habitual-
mente cubiertos de una capa gruesa y opaca, denomi-
nada cortex (corteza, bark). Bajo esta corteza el sílex
surge brillante y translúcido, pero a veces se presenta
opaco y blanco o manchado -patinado- debido a
procesos que no han sido todavía comprendidos satis-
factoriamente. El nódulo, en su estado natural, no po-
día ser empleado como herramienta, pero partiendo
de él y fragmentándolo en forma adecuada, podían
elaborarse utensilios. El mayor o menor aprovecha-
miento depende de la forma cómo el sílex se frag-
menta (quiebra).
Si se da un golpe en sentido vertical, precisamente
en el centro de un disco de sílex o de cristal, las ondas
de expansión del golpe tenderán a propagarse a tra-
vés de la masa en un cono cuya cúspide es el punto
donde se ha ejercido el impacto. (Fig. 6, 1). Teórica-
mente, el cono así formado se desprenderá de la parte
inferior del disco y presentará en su superficie señales
de la onda de choque, de la misma manera como se
presentan ondulaciones en la superficie de un estanque
cuando se lanza una piedra, sólo que son tridimensio-
nales y consecuentemente congeladas. Si el golpe hu-
biera tenido lugar cerca del borde del disco, a un án-

131
gulo adecuado, se habría desprendido una lasca en
forma de sección cónica. Inmediatamente debajo del
lugar del impacto, la cúspide del cono algo deformada,
presentará el aspecto de un bulbo de percusión, que
constituye el foco de una serie de trazos ondulados
más o menos elípticos (Fig. 6, 2). La cara de la lasca

FIG. 6
l. Plano de pcrcusi6n en un bloque de sílex; 2. Bulbo de percusión
con las huellas de las ondas vibratorias.

que en un principio estaba en el interior, es decir, jun-


to al núcleo, y presenta la protuberancia búlbea, se
denomina plano de lascado. En el bloque del cual se
ha desprendido la lasca se verá su asiento -la lasca-
y una depresión -el bulbo negativo- que correspon-
de a la protuberancia de la lasca, igualmente redon-
deado por trazos ondulados.
El bloque del que se desprenden las lascas -en
este caso el disco imaginario- se designa técnicamen-
te como el núcleo, y la superficie plana sobre la que
se descargó el golpe separador se denomina plano de
percusión. Un examen de los bulbos y de los trazos
ondulados en cualquier pieza de sílex revela la situa-
ción y la dirección de los golpes mediante los cuales

132
ha sido conformada. Estas observaciones son particu·
larmente útiles para distinguir utensilios elaborados a
mano de lascas fracturadas de modo natural. Hay que
tener en cuenta que la acción de golpear mediante
otros nódulos en una playa o el impacto que pueda
producir una reja de arado en un terreno puede hacer
desprender lascas que presentan señales de la onda de
choque y bulbos como si hubieran sido producidos por
golpes con una piedra de amartillar, si bien las señales
de los golpes así producidos serán sin orden ni con-
cierto.
Para producir un buen utensilio partiendo de un
nódulo, es esencial disponer una preparación prelimi-
nar, especialmente formar superficies planas que sir-
van de plano de percusión y que presenten un ángulo
de intersección inferior a 90°. Después de efectuado
este desbastado preliminar mediante golpeo, el nódulo
se convierte en un núcleo (artificial). De este núcleo
pueden obtenerse dos tipos de utensilios: por una par-
te se pueden obtener lascas del núcleo hasta que éste
ha quedado reducido al tamaño deseado, con el resul-
tado de que lo que queda del núcleo es el útil que se
deseaba obtener o cuanto menos un esquema del mis-
mo, que en este caso se denomina acertadamente un
núcleo traba¡ado (core tool). Por otra parte, las lascas
pueden ser utilizadas -o empleadas- en la fabrica-
ción de utensilios que en este caso pueden describirse
como industria de W.scas (jlake tools).
Después de efectuado el trabajo preliminar que se
acaba de describir, el núcleo bastamente trabajado o
lasca puede ser sometido a un segundo proceso o reto-
que, para mejorar su contorno general o el canto del
mismo. Los mejores núcleos trabajados (algunos están
hechos con lascas gruesas) son los denominados hachas

133
de mano (coups de poing) de las industrias del Paleo-
lítico Inferior Abbevillense (Chelense) y Achelense. Es-
tos instrumentos se han obtenido mediante la separa-
ción de lascas sucesivamente de ambas caras del nú-
cleo, todo a su alrededor. Por ello pueden definirse
como trabajadas bifacialmente, tanto es así que en
francés se las denomina bifaces. El trabajo preliminar
dejaba un canto ondulante, pero la segunda etapa ya
va encaminada a alisar los salientes eliminando peque-
ñas lascas poco profundas. Las hachas de mano se fue-
ron convirtiendo en herramientas para todo uso y pro-
bablemente no llegaron nunca a ser utilizadas como
hachas en el verdadero sentido de la palabra. Las ha-
chas de sílex del Neolítico eran a menudo desbastadas
de igual forma. Un artilugio especial para producir un
hacha, o un canto de azuela en un núcleo o lasca grue-
sa, es el llamado golpe de tranchet. Mediante ello se
consigue separar de un extremo de la pieza una las-
ca transversal (en ángulo recto) al eje principal del
núcleo o lasca. El resultado es lo que se llama tranchet
en francés, y los arqueólogos ingleses han adoptado la
misma palabra. Los "tranchets" son muy corrientes en
el Mesolítico y a principios del Neolítico en el noroeste
de Europa, pero también se los encuentra en Egipto,
en Palestina e incluso en las islas Salomón.
Las lascas podían a menudo ser utilizadas sin nece-
sidad de retoque alguno, pero si se deseaba producir
una lasca de configuración y tamaño determinados, era
indispensable proc_eder a una preparación bastante mi-
nuciosa del núcleo, en el transcurso de la cual una
buena parte del nódulo era susceptible de convertirse
en virutas. Dos o tres lascas de perfil similar pero de
tamaño creciente, pueden ser obtenidas de un "núcleo
en tortuga" mediante la "técnica Levallois", muy co-

134
mún en el Paleolítico Medio. Una serie completa de
lascas largas y estrechas, con sus cantos más o menos
paralelos, puede llegar a obtenerse partiendo de un
núcleo cónico o de forma piramidal. La expresión hofa
debe ceñirse a las lascas obtenidas de tal tipo de nú-
cleo. La producción de hojas a escala regular se inició
en la Europa occidental durante el Paleolítico Superior,
hasta el extremo de que se identifica dicha producción
como característica de aquel período. No obstante, pro-
ducciones contemporáneas, por ejemplo en Africa, con-
tinuaron adoptando la tradición Levallois, mientras
que verdaderas hojas ya se las encuentra en niveles
geológicamente anteriores en tierras de Palestina y con-
tinuaron produciéndose en el Mesolítico y en etapas
subsiguientes.
Las lascas y las hojas pueden ser trabajadas todavía
más, retocándolas hasta convertirlas en hojas cortan-
tes, raspadores, punzones y otra clase de utensilios.
Para la elaboración de hojas cortantes, la siguiente
fase del trabajo ·consiste generalmente en "rebajar el
dorso" de la pieza, es decir, uno de los bordes de la
lasca, de forma que no llegue a cortar el dedo o rajar
la empuñadura de madera cuando se emplea el canto
no trabajado para cortar o para serrar. Las hofas de
dorso rebajado, o simplemente los dorsos rebajados,
constituyen una denominación de comodín para toda
clase de utensilios elaborados de la forma descrita. La
segunda etapa del trabajo se practica generalmente
partiendo de la superficie redondeada o bulbosa, de
modo que las señales dejadas en las lascas quedan vi-
sibles en la superficie superior o dorsal. Los buriles
(fr. burin), no obstante, están hechos por el procedi-
miento de arrancar una lasca o lámina a lo largo de
uno de los bordes de la hoja mediante un golpe o

135
choque propinado en un extremo ya acondicionado.
En este extremo se deja un fuerte cincel o canto en
forma de media caña, que pued© volverse a afilar fá-
cilmente separando simplemente otra lámina del mis-
mo extremo. Los buriles constituyen unas helTamien-
tas admirables para practicar incisiones profundas en
hueso, astas, marfil y piedra, y fueron utilizadas positi-
vamente para confeccionar utensilios de hueso, así
como para grabar en paredes de cavernas (pág. 61). En
la Europa occidental su producci6n a escala se inici6
con el Paleolítico Superior, y continu6 durante el Me-
solítico, pero no se prolong6 más allá de él.
Con el fin de retocar lascas y hojas puede utilizarse
la presi6n en lugar de la percusi6n. Mediante este sis-
tema pueden llegar a desprenderse lascas relativamen-
te largas pero poco profundas, que se prolongan a tra-
vés de la superficie de una hoja. A menudo, se utiliz6
la simple presi6n para separar hojas de ambas caras
de una misma lasca, dando como resultado un producto
sumamente delgado que, con todo, puede ser clasifi-
cado como bifacial (pág. 134). En la Europa occiden-
tal, el sistema de presi6n se utiliz6 al principio para
producir, en la cultura solutrense, puntas de flecha o
de puñal, en forma de hojas de laurel, recortadas por
ambas caras. La misma técnica se adopt6 normalmente
para la fabricaci6n de puntas de flecha en épocas pos-
teriores, como por ejemplo entre los actuales aboríge-
nes de Australia y de América. Tuvo su desarrollo en
el Egipto pre-dinástico para producir estupendos cu-
chillos de lasca ondulada, así como en el Norte de Eu-
ropa para la fabricaci6n de una serie muy célebre de
puñales y de objetos de forma caprichosa.
Los microlitos son utensilios diminutos, de menos
de una pulgada (o pulgada y media) de longitud. Al-

136
gunos son simples hojas delgadas hechas de núcleos
diminutos, cónicos o prismáticos, pero la mayoría pre-
sentan señales de un retoque cuidadoso y pueden ser
simples fragmentos de hojas de mayor tamaño. Las as-
tillas de pequeño tamaño, de forma irregular y no reto-
cadas, producidas a millares como resultado del trabajo
del sílex, no han de ser confundidas con los micro-
litos. E~ objeto del trabajo secundario de estos últimos
puede haber sido simplemente el de redondear la parte
posterior del instrumento o darle una configuración es-
pecial o terminarlo en punta. Algunos microlitos, no
todos, han sido reducidos hasta alcanzar formas regu-
lares -un triángulo, un trapecio, un rombo o un arco
de círculo (lunado )- y por ello se han clasificado como
geométricos. Los microlitos se emplearon como puntas
de flecha o bien, agrupados, como puntas arrojadizas;
al separarse en forma de cortadura, tendrían tenden-
cia a permanecer abiertos y así asegurar la muerte de
la presa.
Los instrumentos de sílex presentan con frecuencia
señales distintivas de las fuerzas naturales a que han
estado expuestos, o del empleo a que han sido someti-
dos. El mero hecho de estar a la intemperie puede ge-
nerar una pátina, hierro u otras substancias, tiñendo de
color marrón o naranja las aguas subterráneas. La ro-
dadura, es decir, el golpeo producido por otros gui-
jarros entre los cuales los instrumentos se hallaron
mezclados en una playa o en el lecho de un torrente,
embota los cantos del instrumento, y los nervios que
separan la lasca rayan su superficie. Un embotamiento
parecido se produce por el empleo del instrumento
como fabricator o como encendedor. El lascado a pre-
sión se efectuaba a veces oprimiendo la lasca que tenía
que ser recortada contra los bordes de una pieza de

137
sílex en forma de varilla, es decir, lo que se llama "fa-
bricator". De los cantos de la varilla también podían
desprenderse pequeñas astillas hasta que dichos cantos
quedasen embotados. Si se golpea un trozo de hierro
-mineral~s de hierro no fundido tales como las piritas
servirán para el mismo fin- contra una varilla similar
de sílex, producirá una chispa que encenderá la yesca,
pero al mismo tiempo embotará los cantos de la vari-
lla. El empleo del utensilio como instrumento cortante
producirá pequeñas astillas o i·ecortaduras a lo largo
del borde de la lasca que se haya utilizado con tal fin.
El serrado de la madera producirá una franja estrecha
abrillantada a lo largo del borde, si bien el cortado de
la paja dejará una franja mucho mayor de lustre relu-
ciente. Las hojas de sílex que presentan este brillo han
sido utilizadas probablemente para montar hoces de
madera empleadas para la recogida del grano y, por lo
tanto, pueden describirse como sílex falciformes.

2. - PIEDRAS DE GRANO FINO

Como es fácilmente comprensible, rocas cristalinas


pueden ser talladas exactamente de la misma mane-
ra que el sílex, pero los cantos que de ellas se obtienen
son menos afilados y menos duraderos que los de un
núcleo o una lasca de sílex. Para proporcionar a tal
herramienta un borde cortante efectivo, ha de ser afi-
lado amolándolo y pulimentándolo. El sílex también
puede ser afilado por pulimentación, pero aun cuando
el canto así obtenido sea más resistente, hay que supo-
ner que los cuchillos y hachas de sílex se pulimenta-
ban mayormente por puras razones estéticas o de pres-
tigio.

138
Las herramientas más comunes de tierra labrada
son las denominadas "hachas de piedra'', que servían
de hachas, de hojas de azuela, de cinceles o gubias. An-
tes de proceder al pulimentado, el hacha de piedra
debía ser desbastada de un trozo mayor de roca me-
diante desconchado, como si se tratara de elaborar un
utensilio nuclear de sílex (pág. 133), .golpeando y amar-
tillando con una piedra a guisa de martillo -es decir,
picando- o bien aserrando. Si la configuración preli-
minar se ha hecho picando, la parte no pulimentada
del hacha de piedra presentará las señales de los gol-
pes del martillo. El aserrado producirá un hacha de
piedra con sección transversal atravesada. Las piedras
de consistencia blanda podían ser aserradas mediante
una hoja de sílex, pero por lo común el asenado se
efectuaba mediante un polvo raspante, usualmente are-
na, que podía ser manipulado mediante una correa de
cuero o un palo. El hacha de piedra era afinada ras-
pándola vigorosamente de arriba abajo contra una su-
perficie lisa de piedra arenisca o alguna otra roca are-
nosa. Superficies rocosas vaciadas y ranuradas por este
procedimiento son conocidas en muchas partes de Eu-
ropa, por ejemplo en las cercanías de París, y se deno-
minan polissoirs en francés.
Las hachas de piedra por lo común se adherían a
un mango de madera, pero la piedra puede llegar a ser
perforada, y se sabe de la existencia de hachas de pie-
dra provistas de un agujero para el mango, similares a
las modernas hachas de hierro. Para practicar un agu-
jero en un bloque de piedra, previamente desbastado,
se han empleado dos o tres técnicas diferentes. a) Per-
cusión, es decir, golpeando repetidamente mediante
una piedra-martillo o escoplo en un punto determina-
do, hasta formar un orificio o depresión. Cuando la pro-

139
fundidad de este hueco alcanzaba aproximadamente la
mitad del espesor del bloque, se giraba éste y se repe-
tía el procedimiento en el lado opuesto. El resultado
final era un agujero que, visto en sección, tiene la for-
ma de un reloj de arena. Las señales producidas por
el martilleo generalmente son perceptibles alrededor
de la perforación. b) Perforado sólido; el agujero se
inicia por percusión, como en el caso a) y se continúa
mediante un taladro metálico o de sílex, o más fre-
cuentemente utilizando un abrasivo accionado por un
taladro, que puede ser de material más blando. El ta-
ladro puede sostenerse con la mano y retorcido -pro-
cedimiento llamado de perforación- o sujeto a una
broca y hecho girar, con lo que tenemos un caso prác-
tico de taladrado. Con esta técnica, asimismo, el blo-
que se invertía generalmente al llegar la perforación
a su mitad, y el proceso repetido por la cara opuesta.
En este caso la perforación es bicónica. Las estrías o
raspaduras espirales dejadas en sus paredes por el gra-
nulado del material abrasivo, son fácilmente visibles.
En cualquiera de las dos técnicas descritas, toda la pie-
dra que al principio ocupaba lo que después fue agu-
jero, ha de ser reducida a polvillo por la fuerza muscu-
lar. c) Perforado en vacío. Este procedimiento elimina
gran parte del esfuerzo muscular. La herramienta per-
forada no es más que un tubo hueco. Este tubo puede
ser hecho fácilmente de metal, por ejemplo enrollando
una tira de cobre laminado, si bien una boquilla vacía
podría servir igualmente aun cuando su duración sería
menor. El raspado es efectuado mediante un material
abrasivo. Por el sistema de perforado en vacío, sólo se
necesita desgastar, hasta reducirla a polvillo, una capa
tubular de la piedra. Cuando el taladro ha perforado
todo el bloque, ha de desprenderse un cilindro sólido

140
de piedra de un diámetro ligeramente inferior al de la
perforación. Esto se denomina núcleo perforado (de
hecho raramente es un verdadero cilindro, ya que uno
de los extremos acostumbra ser un poco mayor que el
otro). Toda la masa de la piedra contenida en el núcleo
habrá tenido que pulvorizarse por la acción del perfo-
rado o de la percusión. Núcleos perforados se hallan
a menudo en sitios donde la piedra ha sido taladrada
o todavía en su lugar de origen en utensilios no termi-
nados que se rompieron antes de que la perforación se
hubiese efectuado.
Se podían formar vasos vaciando un bloque de pie-
dra con los mismos métodos utilizados para la perfora-
ción. Si se adoptaba el sistema de percusión, el artesa-
no interpondría normalmente un cincel de sílex o de
metal entre el martillo y el bloque. Pero, salvo cuando
se trataba de vasijas sencillas o primitivas, tenía que
emplearse algún sistema de perforación. Una vasija ci-
líndrica podía ser fácilmente formada, incluso emplean-
do como abrasivo un pedazo de sílex y arena. Para
formar vasijas globulares o de otro tipo que solían ser
más estrechas en su boca que en su cuerpo bajo, los
egipcios habían ideado una técnica muy sencilla pero
ingeniosa en tiempos de los primeros faraones, hace
unos 5.000 años. Utilizaban una serie escalonada de
trozos de sílex en forma de media luna, pero cuya an-
chma aumentaba gradualmente entre las puntas de la
media luna. La boca perforada, que era sencillamente
una varilla en forma de horquilla, sujetaba la media
luna de sílex por su centro cuando se hallaba en su
debida posición. Pero tenía que ser introducida de lado
a través de la estrecha boca de la vasija y luego hecha
girar. Medias lunas de estos sílex, así como también
vasijas en todos los cursos de fabricación, se han ha-

141
Hado por millares, especiahnente en el Fayum, por
Catan Thompson. Más tarde, cuando el metal fue más
abundante, se emplearon taladros tubulares. :Éstos po-
dían ser introducidos a cualquier ángulo deseado a tra-
vés de la boca de la vasija, si bien dejaban una serie
de núcleos incompletos de perforación que sobresa-
lían de las paredes de la vasija, y que luego tenían
que ser eliminados.

3. - TRABAJO EN METAL

El cobre, que fue el primer metal utilizado por el


hombre, puede ser moldeado a golpe de martillo pues
es rrwJeable. Pero el martilleo persistente lo endurece
excesivamente y lo hace quebradizo para un futuro
moldeado en frío. La maleabilidad, no obstante, puede
restablecerse mediante el templado, es decir, calentan-
do el metal al rojo mate. Batiendo y templando suce-
sivamente un pedazo de cobre se le puede dar casi
cualquier configuración deseada. En la Europa prehis-
tórica y en el Asia occidental, durante los tiempos his-
tóricos primitivos, hojas de hacha, hachas de piedra,
puntas de flecha y cuchillos eran configurados median-
te la forja. Pueden descubrirse algunas veces en los
utensilios señales de picado, producidas por el mar-
tillo.
En la América pre-colombina, en la región de los
Grandes Lagos, el cobre en su estado natural era mar-
tillado hasta convertirlo en grandes láminas delgadas.
La misma técnica del batido se empleaba en el Viejo
Mundo para la fabricación de calderas, cubos y otros
recipientes, cascos, corazas, y otras piezas de armadu-
ra, así como otros objetos, desde el principio de la

142
Edad de Bronc::e, y se sigue utilizando aún hoy en toda
Asia por caldereros. Tales objetos de metal laminado,
aparte del cobre, también pueden ser fabricados de
bronce, oro o plata. Incluso sin necesidad del templa-
do, el simple empleo de herramientas adecuadas per-
mite martillar objetos bastante grandes y complicados
partiendo de un pequeño núcleo de metal mediante el
procedimiento denominado de alzada (raising).
Objetos de mayor tamaño y aún más complicados
podían ser elaborados acoplando varias láminas metá-
licas mediante remaches o por soldadura. El metal la-
minado también puede ser decorado con relieves o bu-
rilado, con suma facilidad. Si el trabajo es en relieve,
batido por detrás, se denomina propiamente trabajo
repujado. Pero el efecto de relieve también puede ob-
tenerse mediante cincel, es decir, trabajando con un
puntero o buril muy :fino en la cara frontal de la lámi-
na, o sea, la cara visible.
La enorme venta ja del metal -por lo menos del
cobre o del bronce- sobre la piedra es que es fundi-
ble. Por ello, en la Edad de Bronce, la mayoría de uten-
silios, armas y adornos, e incluso algunos tipos de
vasija, se moldeaban por fundición. El cobre, calenta-
do a 1.083° centígrados, y el bronce -que es una alea-
ción de cobre y estaño -a bastante menos temperatu-
ra, se funden y pueden ser vertidos en forma líquida
en moldes cuya forma adquirirá el metal al enfriarse.
La forma más sencilla de preparar un molde de
fundición consiste en vaciar un negativo del objeto de-
seado en un lecho plano de arcilla o una losa de piedra.
En el caso de la arcilla el negativo se obtiene por sim-
ple presión de un objeto similar, el modelo, contra arci-
lla plástica, retirarlo a continuación y dejar que la arcilla
se endurezca. Esta técnica se conoce como fundí-

143
ción en horno abierto. Por supuesto, sólo puede utili-
zarse en la elaboración de objetos una de cuyas caras
sea plana y la otra exenta de ángulos entrantes. Al prin-
cipio de la Edad de los Metales la fundición en horno
abierto se empleaba para la elaboración de hachas pla-
nas, puñales y objetos similares, y continuó siendo utili-
zada para fundir simples barras o discos a partir de los
cuales pudieran ser forjados o producidos otros utensi-
lios. Moldes de horno abierto, hechos de piedra, para
fundiciones sencillas, son comunes en toda la arqueo-
logía.
Para producir un objeto más complicado se precisa
por lo menos un molde bivalvo. Un molde tal ha de
estar integrado por lo menos por dos piezas o valvas,
cada una de las cuales soporta el negativo de la mitad
del objeto deseado. Para llegar a fundir un utensilio
que esté exento de ángulos reentrantes por ambas ca-
ras, se puede disponer fácilmente un molde bivalvo, a
base de arcilla, en la forma que se describe a conti-
nuación. El modelo se sumerge hasta la mitad de su
espesor en un bloque plano de arcilla plástica y húme-
da. A continuación se recubre el modelo y la superfi-
cie descubierta del bloque con carbón vegetal o con
grasa para evitar que se enganche, y se comprime el
modelo y la superficie descubierta del bloque con otro
bloque de arcilla. Cuando ésta se ha secado y se ha
endurecido, se separan ambos bloques y se retira el
modelo. En este momento, cada bloque presenta una
depresión que corresponde a medio modelo. Estos dos
bloques se unen nuevamente, se recubren de arcilla, y
se inyecta metal fundido en el interior a través de una
abertura que se habrá dejado en uno de los extremos y
que se conoce como el portillo. Para extraer la pieza
fundida es preciso romper el molde. Se han encontra-

144
do muchos fragmentos de tales moldes en Jarlshof, en
Shetland, y en otras localidades del Bronce Reciente.
En algunos de estos fragmentos aún es visible el grano
de la madera con que se confeccionó el modelo.
A menudo, ambas valvas se hacían de piedra o in-
cluso de metal en lugar de arcilla. En este caso podían
ser separadas para retirar la pieza fundida, y utiliza-
das de nuevo; muchas muestras de este tipo de moldes
aún subsisten. Algunos ejemplares europeos que se con-
servan datan de la Edad de Bronce Antiguo o Medio;
en el Bronce Reciente, moldes de piedra se utilizaban
simultáneamente con las de arcilla. Los moldes, que
consistían de tres y hasta cuatro valvas, debieron em-
plearse para fundir cadenas de bronce y otros objetos
complicados.
La fabricación de hachas de piedra provistas de ca-
vidades o puntas de lanza presentaba una mayor com-
plicación. Había que empezar por preparar un núcleo
de arcilla o de piedra, del mismo diámetro y longitud
que la cavidad tubular en la que tenía que adaptarse
la vara de madera, y quedar ligeramente suspendida
entre las valvas del molde, de manera que el metal
que ha de formar el tubo pueda Huir por todo su alre-
dedor. La suspensión puede lograrse mediante unas
argollas que sobresalen del extremo del núcleo y que
se adaptan al portillo del molde, o bien adhiriendo a
la superficie del núcleo un par de pasadores de metal
delgado que se fundirán y serán absorbidos por el me-
tal fundido cuando se desliza en el interior. La expre-
sión fundición por núcleo indica el empleo de tal tipo
de núcleo.
Aun cuando las valvas puedan llegar a acoplarse
bien, es inevitable que algo del metal fundido se de-
rrame a lo largo de la superficie de unión. Al enfriarse,

145
10. -CHILDE
esto presentará el aspecto de un pequeño ribete, deno-
minado costura, que se prolongará a lo largo de los dos
lados de la fundición al ser retirada del molde. Esta
costura era a menudo limada por el herrero, pero ves-
tigios de ella pueden a menudo hallarse en puntos poco
destacados, por ejemplo dentro de los ojales de que al-
gunas veces se hallan provistas las puntas de puñal y
las hachas. La presencia de una costura o nervio cons-
tituye la prueba indudable de que se ha utilizado un
molde bivalvo; su ausencia, empero, no demuestra lo
contrario. A veces, ambas piezas no han encajado con
precisión o se han deslizado durante la fundición. Los
objetos de bronce que muestren estos defectos son fre-
cuentes, y pueden llegar a ser de utilidad como dato
informativo de la técnica seguida.
El procedimiento de la cera perdida (cire perdue,
lost wax) es el tercero de los empleados para fundir
objetos de bronce. En este caso, el patrón es un mo-
delo reproducción del objeto que se desea obtener,
modelado en cera. El modelo se cubre totalmente de ar-
cilla, quedando encerrado en ella, con excepción de
un orificio o abertura en el extremo superior. Cuando
la arcilla está seca, el modelo recubierto se calienta,
procurando que el orificio quede situado hacia abajo.
Con ello la arcilla se cuece y la cera fundida sale a
través del orificio. Una vez la envoltura se ha vaciado
totalmente, se invierte y se inyecta metal fundido a
través de la abertura, en el vacío interior. Como puede
fácilmente comprenderse, el metal fundido adquiere la
forma exacta del modelo de cera. Para retirar la pieza
fundida es preciso romper el molde. Los moldes rotos
constituyen una de las señales más permanentes y, por
tanto, más corrientes en las actividades de un forjador
en una localidad determinada. Por supuesto, con el

146
procedimiento de la cera perdida no queda rastro de
costura en los moldes.
La técnica de la cera perdida todavía se emplea hoy
en día para fundir estatuas de bronce, y se han encon-
trado vestigios de su utilización que se remontan a la
Edad de Bronce. De todos modos, hay objetos que se
suponía habían sido fundidos por el procedimiento de
la cera perdida, pero que en realidad pueden haber
sido fabricados mediante sencillos moldes de arcilla, tal
como sea ha descrito en la pág. 143. Patrones delicados
podrían, desde luego, haber sido fácilmente elaborados
practicando incisiones en un modelo de cera, y queda-
rían :fielmente reproducidos en el modelo fundido. Se
ha alegado que elementos exquisitamente decorados
por incisión en armas y ornamentaciones de la Edad de
Bronce, encontrados en el norte de Europa y en el
curso medio del Danubio, fueron ejecutados por dicho
sistema, pero tal alegación es probablemente un error.
Todo moldaje, cuando sale del molde, necesita ser
acabado por el forjador. De una manera especial, los
bordes de instrumentos cortantes y de armas arrojadi-
zas han de ser afilados a martillo, lo cual los endurece
al mismo tiempo. El achaflanado de la hoja de un
hacha de cobre o de bronce es en parte el resultado de
este martillado y, en un principio, no fue más que el
resultado secundario inesperado de la operación princi-
pal del afilado. En su secuela, fue deliberadamente
exagerada configurando el molde en forma de trapecio,
visto de plano, en lugar de ser rectangular. Excepto en
los moldeados por el procedimiento de la cera perdida,
era también indispensable alisar la costura, las partícu-
las de metal que hubieran quedado en la abertura (lo
que se conoce como "jet") y otras excrecencias acci-
dentales, mediante la lima o la sierra. Las limas de

147
metal eran desconocidas antes de la Edad de Bronce
Reciente, pero la superficie del moldaje podía ser afi-
nada mediante piedra pómez o piedra arenisca. Peque-
ños serruchos de bronce eran característicos del equipo
de una fundición durante la Edad de Bronce Reciente.
El hierro probablemente no llegó a ser fundido bas-
ta la Edad Media. Hasta entonces sólo se disponía de
hierro forjado. Los procedimientos adoptados por he-
rreros prehistóricos, orientales y grecorromanos son
prácticamente idénticos a los que aún pueden verse
hoy día en el taller del herrero del pueblo y, por lo
tanto, no precisan ser descritos. Los antiguos fabrican-
tes de armaduras también conocían las técnicas de
embutido, damasquinado y similares, pero estas técni-
cas resultan demasiado sutiles para ser tratadas en un
capítulo dedicado exclusivamente a la tecnología ele-
mental.
Excepto en condiciones desfavorables del suelo,
como ocurre por ejemplo en Mesopotarnia, los objetos
hechos de cobre y de bronce tienen grandes posibilida-
des de perdurar millares de años. El hierro está más
expuesto a la corrosión y puede llegar a desintegrarse
totalmente al cabo de poco tiempo. La desintegración
se ve acelerada especialmente por cambios de hume-
dad; la capa de orín que se forma en un objeto de hie-
rro al humedecerse puede llegar a desprenderse si el
objeto se seca. Por lo tanto, si el lector llega a descu-
brir un objeto importante de hierro, encontrándolo en
terreno húmedo de Gran Bretaña, debe proceder inme-
diatamente a sumergirlo en agua o a envolverlo con un
paño mojado, hasta que se le pueda dar el b·atamiento
adecuado por un especialista. A la inversa, si el objeto
es hallado en las arenas resecas del desierto egipcio,
ha de ser protegido herméticamente, utilizando de pre-

148
ferencia (pero sin llegar a tocarlo) un agente deshidra-
tante tal como cal viva o sosa cáustica. La manipula-
ción de los metales constituye una operación delicada
que sólo debe realizarse en el laboratorio y por un
especialista.

4. - CERÁMICA

Desde el punto de vista químico, la cerámica no es


más que arcilla calentada a una temperatura -supe-
rior a los 400° C- lo suficientemente elevada para
provocar una reacción química, a saber, la expulsión
del agua contenida en la arcilla. Aun así, nadie podría
llegar a producir una vasija partiendo simplemente de
la arcilla. Es preciso agregarle una determinada pro-
porción de materia arenosa, técnicamente llamada teni-
pla (o también desengrasante), a menos naturalmente
que ya la contenga la arcilla. La templa puede consis-
tir en paja desmenuzada, arena, piedra pulverizada o
cáscaras, o incluso pequeños fragmentos de cerámica.
La naturaleza de la templa utilizada puede llegar a
constituir un excelente indicio de la edad y proceden-
cia de la vasija, y de las tradiciones culturales de quie-
nes la fabricaron.
Una vasija puede ser hecha partiendo de una masa
de arcilla, debidamente templada, mediante dos -o
más propiamente tres- procedimientos. Puede ser he-
cha: 1) moldeada o formada a mano; 2) colocando la
masa en el torno de alfarero, o finalmente 3) compri-
miéndola en una matriz.
1) La fabric:.ación manual comprende a su vez di-
versos procedimientos opcionales que es muy difícil
detectar en el producto terminado, incluso por un pro-

149
fesional. La vasija puede ser vaciada con los dedos
partiendo de la masa de arcilla, o bien puede ser cons-
truida formando anillos o finalmente enrollada. En el
enrollado la arcilla es amasada hasta fonnar un rollo
largo en forma de salchichón, que se curva formando
espiral hasta constituir la pared de la vasija. En la
construcción a base de anillos, unas tiras planas se do-
blan enroscándolas para acomodarse a la circunferen-
cia que deberá tener la vasija proyectada, y apiladas
una encima de otra. En ambos casos cada anilla o rollo
ha de ser oprimido firmemente con las manos moja-
das encima del anillo o rollo que queda debajo y la
unión untada con arcilla húmeda. Por oh"a parte, cada
anillo o rollo superpuesto ha de dejarse endurecer lo
suficiente para que pueda sostener el que vendrá enci-
ma. Todo ello hace que la fabricación de una sola va-
sija presuponga un trabajo tedioso y prolongado y ade-
más fatroduce un elemento. de fragilidad; la vasija pue-
de quebrarse por donde hay las junturas, y ello ha ocu-
rrido con bastante frecuencia. Cuando una gruesa va-
sija se ha roto por los motivos dichos, un borde del
fragmento presenta el aspecto de un reborde mal ter-
minado, y puede llegar a ser confundido con éste, aun
cuando puede descubrirse algún indicio de la presen-
cia del anillo siguiente, como si fuese un pellejo inme-
diatamente debajo del falso reborde. Las vasijas hechas
a mano, si son plasmadas, desbastadas y batidas con
cuidado, pueden llegar a presentar un efecto sorpren-
dente de simetría y paredes sumamente delgadas. No
obstante, las señales dejadas por los dedos del alfarero,
o por la herramienta utilizada para el acabado, son
irregulares y nunca rigurosamente paralelas. Esta irre-
gularidad, más que la aspereza o falta de simetría de

150
la vasija, es la determinante para diferenciar una vasi-
ja hecha a mano de una hecha a torno.
2) En el segundo procedimiento, en la rotación
(throwing), la masa de arcilla húmeda es "movida por
rotación" o colocada precisamente en el centro de un
disco montado sobre un eje, y que puede hacerse girar
libremente. Cuando este "torno" gira a más de cien
revoluciones por minuto, la fuerza centrífuga impartida
a la masa que está sometida al movimiento de rotación,
permite que el alfarero la modele sin necesidad de ejer-
cer más fuerza física que la representada por la suave
presión de sus dedos. Pero los dedos dejan unas suaves
estrías, siempre paralelas o concéntricas, en las paredes
de la vasija. Estas estrías constituyen la prueba más
evidente del empleo del torno. Desgraciadamente el al-
farero tropezaba a menudo con dificultades para elimi-
nar estas señales y para ello alisaba o amartillaba las
protuberancias visibles. Son más fáciles de descubrir
en las paredes interiores de la vasija o en su base.
Con la ayuda del torno, una vasija puede ser for-
mada en cuestión de minutos, siendo así que hubieran
tenido que invertirse horas para hacerla a mano. Ahora
bien, el torno de alfarero es un utensilio apto para la
producción en masa de objetos de poco precio. Sólo
puede ser accionado con éxito por un obrero altamente
cualificado, que generalmente es un profesional o un
especialista con plena dedicación. Fue necesario pro-
porcionar ayudas a lo que no pasaba de ser un mer-
cado de ámbito local, pues las vasijas eran demasiado
frágiles para ser exportadas en cantidad hasta que se
hubieron perfeccionado medios adecuados de transpor-
te. Por otra parte, es tan fácil fabricar una vasija a
mano como tejer una pieza de tela, e incluso coser ésta
para formar un jubón. Por este motivo, en las comu-

151
nidades actuales no industrializadas de África o de
América una de las funciones domésticas normales pro-
pia de la mujer sigue siendo la fabricaci6n de vasijas
y la elaboraci6n de tejidos para el hogar. Probablemen-
te lo mismo debió ocurrir en tiempos prehistóricos en
Europa y Asia. El torno de alfarero ya estaba inven-
tado antes de 3.000 años antes de Cristo, y se emplea-
ba en las grandes aglomeraciones de población que
iban formándose en el sudoeste de Asia, y en el valle
del Indo, pero no llegó a ser utilizado al norte de los
Alpes antes del 400 a. C., es decir, la II Edad de Hie-
rro, mientras que en Escocia y en el norte de Europa
los aldeanos más atrasados todavía dependían de la
cerámica hecha a mano, mil años más tarde.
3) En la técnica del moldeado (moulding), la arcilla
es introducida a presión en un molde previamente mo-
delado, que usualmente estaba hecho de barro cocido.
Al igual que en la fundici6n de metales, el molde pue-
de consistir de dos o más piezas unidas entre sí, pero
cuando la arcilla se ha secado, el molde puede ser reti-
rado por piezas y vuelto a utilizar después de extraída
la vasija. El interior del molde puede ser tallado o
grabado, con el negativo de un dibujo que haya de
aparecer hundido o en relieve en la vasija terminada.
Utilizando esta técnica del moldeado, no quedan es-
trías. Esta técnica se empleó extensamente para la fa-
bricación de vasijas decoradas, incluso utensilios de
terra sigillata, o cerámica samia, en las épocas helenís-
tica y romana.
Después del moldeado por cualquiera de las técni-
cas 1 o 2, la vasija se recubría por lo general con en-
gobe (slip, engobe Vberzug), una delgada capa de la
misma arcilla de que se había fabricado el núcleo, pero
exenta de cascajos toscos, y presentando una consisten-

152-
cia c!'emosa, de modo que pudiese "deslizarse" cu-
briendo la superficie. Antes de su aplicación, a la men-
cionada capa de revestimiento se le añadía óxido de
hielTo, o algún otro color terroso, en cuyo caso se la
podía calificar de pintura. Una tal capa de revestimien-
to o barniz externo realza el aspecto exterior de una
vasija y, además, la hace menos porosa. Pero puede
llegar a descascarillarse. A menos que este proceso se
haya iniciado ya, la existencia de engobe es difícilmen-
te reconocible. Una capa muy tenue de tal revesti-
miento, si ha sido diluida con agua suficiente hasta
convertirla en prácticamente líquida, se denomina a
menudo un baño (wash).
Tanto si la superficie externa de una vasija ha sido
recubierta o no con engobe, puede ser barn·izada fro-
tándola fuertemente con una piedra lisa o con un hueso
pulimentado, antes de que se seque excesivamente. La
operación del barnizado no sólo mejora el aspecto ex-
terno de la vasija, sino que también le proporciona un
brillo, y reduce su porosidad. Puede llegar a producir
una capa superficial de arcilla muy fina, que tenga el
aspecto de una capa superpuesta de revestimiento, y
por lo tanto descrita como engobe mecánico. Un en-
gobe mecánico no tiende a descascarillarse.
Queda todavía el recurso de que, antes de proce-
der a la cocción, pero siempre antes o después del
barnizado, la vasija sea decorada. Esta decoración pue-
de efectuarse rascando en la superncie mientras la ar-
cilla está todavía algo plástica (incisión), grabando un
sello (impresión), superponiendo tiras o salientes de
arcilla (relieves), pellizcando la superficie o aplicando
simplemente unas tiras coloreadas (pintura). Raspar la
superficie de una vasija después de la cocción, median-
te una punta afilada de sílex o de meta~ puede descri-

153
birse como grabado, mientras que colores aplicados en
cantidad después de la cocción producen "utensilios
incmstados" (si bien, contrariamente a lo que sucede
con la pintura, dichos colores pueden desaparecer fá-
cihnente). Las decoraciones en relieve de la cerámica
helenística (Megárica) y de la cerámica samia de la
época romana se obtenían tallando el modelo en el
negativo del molde.
Sólo después de ejecutadas estas labores prelimina-
res la vasija quedaría lista para la cocción, es decir,
para su conversión en cerámica. Esta operación no sólo
realizaba la transformación química indispensable, sino
que también afectaba al colorido del producto acaba-
do. Todo ello podía depender de las impurezas conte-
nidas en la arcilla o deliberadamente agregadas a ella;
de la temperatura y de las condiciones de la cocción.
Las vasijas pueden ser cocidas, ya sea a "fuego abier-
to" -que de todos modos puede consistir simplemente
en carbón colocado en un hueco- o en un horno en el
cual el aire insuflado y la temperatura pueden ser re-
guladas. En términos generales, la cocción a fuego
abierto y a bajas temperaturas es probable que produz-
ca un utensilio de tono gris obscuro o de color de ba-
rro. Pero si la arcilla contiene una cantidad considera-
ble de componentes férricos o si un engobe contenien-
do un elevado porcentaje de sales de hierro (es decir,
ferruginosas) es utilizado, la cara externa de la vasija
se volverá roja si se expone al aire en el momento de
la cocción, y negra si el aire es eliminado. De todos
modos, un color negruzco puede haberse producido por
la acción de someter al fuego arcilla que contenga mu-
cha materia orgánica, a bajas temperaturas, momento
en que la materia orgánica queda carbonizada -a tem-
peraturas elevadas quedaría consumida totalmente- o

154
sometiéndola a un fuego humeante, momento en que
el hollín se depositaría en las porosidades de la arcilla.
Objetos de tono pálido -amarillo cremoso, o grises
verdosos o pálidos- sólo pueden ser obtenidos me-
diante cocción a temperaturas relativamente elevadas
-por ejemplo a 1.0000 C o más- en un horno o fue-
go abierto.
Los tonos de las pinturas, consistentes principal-
mente de arcilla, quedan desde luego tan afectados
por la cocción como el cuerpo mismo de la arcilla a
que han sido aplicados. Así, pues, una capa de pintura
ferruginosa tendrá aspecto negro o rojizo según sea la
cantidad de oxígeno del aire ambiente que haya pe-
netrado durante la cocción. Además, los silicatos fun-
dibles presentes en la pintura pueden llegar a vitrificar-
se parcialmente de modo que las superficies pintadas
presenten un aspecto brillante. Estas pinturas brillan-
tes se denominan acertadamente lustrosas, en contra-
posición a los colores mates. A menudo, pero incorrec-
tamente, se las describe como pinturas vítreas, o bien,
si se aplican como una delgada capa o lavado sobre la
totalidad de la superficie de la vasija, como barniz o
lustre. Pero tal barniz es vidrio, y vitrificar significa
aplicar una capa o producir en la superficie, una pe-
lfoula delgada de vidrio. El "brillo" negro intenso de
los vasos de la Grecia clásica, y el "brillo" rojo de la
cerámica samia de la época romana, parecen ser real-
mente engobes de arcilla que incorporan ingredientes
fungibles y materias colorantes, por cuanto no dejan
una película delgada de vitrificación sobre la superficie
de la vasija. En rigor, deben ser denominados engobes
vítreos.
El verdadero brillo y las pinturas vítreas sólo pue-
den aplicarse con éxito a vasijas que hayan sido sorne-

155
tidas a la acción del fuego. Una segunda cocc1on es
indispensable para fundir y vitrificar el abrillantado.
Pinturas vítreas auténticas ya fueron utilizadas por los
asirios unos 1.250 años antes de Cristo, pero su uso no
se generalizó hasta finales de la época romana.

5.-Vromo

Desde el punto de vista químico, el vidrio es un


silicato fácilmente fundible, generalmente de sosa,
potasa, cal o plomo. Cuando se está fundiendo es per-
fectamente fluido; al enfriarse se vuelve muy duro y
brillante, pero entre estos dos extremos se mantiene
plástico, como la melaza, durante bastante tiempo. En
la práctica, el vidrio puede llegar a obtenerse calen-
tando a un mismo tiempo arena de cuarzo (es decir,
sílice), natrón, una sal de sosa natural o potasa, y yeso
en polvo o piedra caliza. Estos elementos han de pro-
ducir una sustancia incolora y transparente, pero que
puede ser teñida de azul, rojo, marrón, amarillo, etc.,
o puede volverse opaca si se le añade, en pequeñas pro-
porciones, unos compuestos de cobre, hierro, manga-
neso o cobalto, u otras sustancias apropiadas.
El vidrio ya era conocido en Egipto 3.000 años an-
tes de Cristo, y probablemente no mucho más tarde
en Mesopotamia. Pero nunca llegó a dársele forma por
el sistema del soplado, hasta después del 500 antes de
Cristo. Al principio, el vidrio se trabajaba moldeándolo
o prensándolo mientras aún estaba en estado plástico.
De un crisol lleno de vidrio fundido no es demasiado
difícil extraer hilos o tiras (como los festones de jarabe
de melaza que cuelgan de una cuchara) que pronto se
endurecen, y manipulando dichas tiras, elaborar pe-

156
queños objetos tales como abalorios, anillos y brazale-
tes. Incluso vasijas de vidrio llegaron a ser elaboradas
modificando ligeramente dicha técnica. Los cántaros y
las botellas, por ejemplo, se fabricaban envolviendo
con láminas de vidrio en estado plástico un núcleo de
arena, previamente modelado a la configuración de-
seada, sobre un alambre de cobre. Los efectos decora-
tivos se podían obtener hincando burbujas o hilos de
vidrio de distintos colores en la superficie aún pegajosa
de la vasija o del abalorio, o modelando estos últimos
partiendo de tiras entrelazadas de varios colores.
A partir del 1200 antes de Cristo, vasijas y otros
objetos de vidrio ya se elaboraron empleando moldes.
El vidrio, no obstante, no era vertido en los moldes en
estado líquido, como lo hubiera sido el bronce, sino
comprimido en ellos mienb·as aún estaba en estado
plástico, en forma parecida a como si se tratara de
vasijas de arcilla moldeada. La invención posterior del
vidrio soplado no ha llegado a reemplazar a las anti-
guas técnicas que se han descrito. De esta forma, el
vidrio puede llegar a ser utilizado por sí mismo no sólo
en la elaboración de vasos y adornos, sino también
para revestir y decorar objetos fabricados con otros
materiales.
La fayenza (fayence) consiste en un núcleo opaco
revestido y mantenido compacto mediante un barniz de
color. El núcleo parece consistir en una pasta hecha
de arena (sílice) mezclada con un poco de agua y un
pegamento. El objeto que se desea obtener, tanto si es
un abalorio, un vaso, como si es una figurilla, ha sido
previamente plasmado en dicha pasta, ya sea mediante
modelado o comprimiéndola en un molde, y es luego
sumergido en un crisol que contiene vidrio fundido,
coloreado adecuadamente. Pequeños objetos tales como

157
abalorios de fayenza ya se practicaban en Egipto antes
del año 3000 a. C. y en Mesopotamia por las mismas
fechas. Con posterioridad, la técnica se fue generali-
zando en el Próximo Oriente para la elaboración de pe-
queños abalorios, adornos y figurillas, incluso los típi-
cos ushabtis egipcios, hasta el punto que abalorios de
"fayence" eran exportados desde aquella región con
destino a Inglaterra y Polonia en época tan remota
como el año 1500 a. C.
El esmaltado es una técnica para decorar superfi-
cies metálicas mediante el empleo de mezclas opacas
de vidrios coloreados. Un procedimiento primitivo de
esmaltado consistía simplemente en remachar con ta-
chuelas de esmalte la superficie que se deseaba deco-
rar. Lo más usual era que los esmaltes, a menudo de
colores variados -rojo, blanco, azul, amarillo y ver-
de-, fuesen incrustados en celdillas por una cual-
quiera de las técnicas que se mencionan a continua-
ción. Con la técnica champlevé las celdillas o cavidades
que tenían que rellenarse de materia colorante eran
sumergidas totalmente. En la técnica cloisonné los
compartimientos poco profundos eran armados y divi-
didos mediante tiras de alambre soldadas a la superfi-
cie. El arte del esmalte mediante la técnica champlevé
ya había tomado un auge considerable entre los pue-
blos celtas del Oeste de Europa durante el período de
La Tene, y continuó floreciendo durante el Imperio
Romano, y de una manera especial en Irlanda, a prin-
cipios de la era cristiana.

158
BIBLIOGRAFÍA

Sección 1:
OAKLEY, K.: Man the Tool-maker (Londres, 1949).
WATSON, W.: Flint Implements (Londres, 1950).
LEAKEY, L. S. B.: Adam's Ancestors (Londres, 1954).
- A History af Technology, ed. Singer, Holmyard and Hall
(Oxford, 1954), págs. 128-43.
Sección 3:
CoGHLAN, H. H.: Notes on the Prehistoric Metallurgy of Copper
and Bronze (Oxford, 1951).
FoRBEs, R. J.: "Extracting, Smelting and Alloying", en A His-
tory of Technology, págs. 572-99.
MARYON, H.: "Fine Metal-work", ibid., pp. 623-62.
- "Technical Methods of the Irish 'Smiths", Proc. R. Irish
Acad., XLIV, C (1938).
ÜLDEBERG, A. E.: Metallteknik under f orhistorisk Tid (Leipzig,
1943).
Sección 4:
HARRlSON, H. S.: Pots and Pans (Londres, 1928).
ScoTT, LINnSAY: "Pottery", en A History af Technology, págs.
376-412.
Sección 5:
No existe ningún libro reciente que describa las técnicas de
los antiguos trabajadores del vidrio, comparándolas con sus
productos, excepto LucAs, A. M.: Ancient Egyptian Mate-
rials (Londres, 1948).
Para "brillo" en las cerámicas griega y romana, cf. LANE, A.:
Greel• Pottery (Londres, s. f.).

159
CAPÍTULO VI

INTERPRETACIÓN DE DATOS ARQUEO-


LÓGICOS: COMPLETANDO LOS
FRAGMENTOS

Para interpretar un ejemplar arqueológico es más


vital saber lo que fue que saber cómo fue hecho. Sin
embargo, como se ha indicado en la página 10, la ma-
yoría de artefactos sobreviven únicamente como meros
fragmentos de los utensilios reales, cuyas partes deci-
sivas de conexión, hechas de material de fácil descom-
posición, están destruidas. Es decir, un arqueólogo
puede verse obligado a reconstruir todo un carro a par-
tir de dos pezoneras y del juego de riendas que se
apoyaban en el eje. A continuación se pueden dar tan
sólo unas pocas indicaciones con el fin de sugerir la
forma cómo, en los casos más corrientes, las partes
que faltan deberían reconstruirse en la imaginación,
para llegar a descubrir cómo funcionaba realmente el
artefacto completo.

l. - HACHAS Y AZUELAS; HACHAS PREHISTÓRICAS


DE PIEDRA

Las hachas de mano y las azuelas de piedra y fre-


cuentemente también de metal, se ajustaban normal-
mente a, o dentro de, un mango o empuñadura de
madera, que no se introducía penetrando o atravesan-
do un agujero en el extremo. El método más simple,
pero el menos eficiente, de sujeción consistía en ama-
rrar la parte superior al extremo de un palo recto, pe-

160
gando las correas con goma. Este método era utilizado
por los aborígenes australianos, pero no está esclareci-
do por ningún ejemplar superviviente de Eurasia o de
África neolíticas. Se obtenía una unión ligeramente
más segura si se rajaba el extremo del palo y la cabeza
de piedra se amarraba y se pegaba entre las ramas de
la horquilla. Este sistema tampoco está representado
por ningún ejemplo prehistórico existente. En tercer
lugar, las hachas de mano podían introducirse en o a
través de un agujero practicado cerca del extremo de
un trozo de madera recio. Muchas hachas de piedra
prehistórica montadas de esta manera como hachas de
mano, se han recuperado en habitaciones lacustres al-
pinas y en turberas de las Islas Británicas, del norte de
Europa y de Rusia (Fig. 7, 1), y de España.
En lugar de insertar las hachas de piedra directa-
mente en una empuñadura de madera tal como la des-
crita, podían introducirse en el extremo vaciado de
una punta, o de una sección de un madero, de un
asta, y este mango de asta (gaine) introducido a su vez
en la empuñadura de madera (Fig. 7, 2). El asta, sien-
do ligeramente elástica, actúa de soporte para el man-
go y reduce el riesgo de que éste se quiebre de resul-
tas del golpe. Además, se puede tallar el asta mucho
más fácilmente que la piedra, de forma que se pueda
introducir perfectamente en el agujero rectangular de
la empuñadura. Cortando el madero justo por debajo
de la unión con la punta, se puede ajustar el final de
esta última para formar un calcañar que atascaría la
madera del mango, eliminando así el peligro de que
cada golpe de hacha impulsase la cabeza y más y más
hacia la empuñadura hasta que cayera por detrás. Fi-
nalmente podía pedorarse una sección del asta y pa-
sar la vara por el agujero así formado (Fig. 7, 3). Un

161
11. -CHlLDE
mango así perforado (gaine perforée), provisto de una
hoja afilada de piedra insertada en un extremo, en
principio correspondería de hecho a las hachas de
mano contemporáneas de hierro. Los mangos de asta
se encuentran entre los hallazgos más corrientes en las
habitaciones lacustres alpinas y en los lugares neolíti-
cos citados anteriormente. Pero los mangos perforados
eran ya corrientes en la fase mesolítica de Dinamarca,
y aparecen fuera del área alpina en Francia en contex-
tos del Neolítico Reciente. Los melanesios empleaban
habitualmente cañas de bambú como montura para
sus hachas de piedra, completamente iguales a los tipos
más simples de los mangos de asta.
Las hachas de piedra pueden montarse en mangos,
y servir como azuelas (es decir, con el filo formando
ángulo recto con la vara) y también como hachas de
mano, con el filo paralelo a ia empuñadura. De hecho,
algunas tribus melanesias montaban hachas de mano
en mangos giratorios, que se introducían en orificios
circulares de la empuñadura, para que pudieran con-
vertirse en azuelas con sólo hacer girar el mango
en 900.
Las hachas de piedra pueden montarse directamen-
te como azuelas sólo con usar lo que se llama un efe
acodado, el cual se podía emplear asimismo como una
empuñadura de hacha. Un eje acodado se podía formar
con suma facilidad cortando un árbol joven y firme jus-
to por debajo y unos pocos centímetros por encima del
punto de bifurcación de una rama formando un ángulo
abierto (75°-9{}0). La rama se convertía normalmente en
empuñadura y el hacha de piedra se fijaba en la parte
del tronco principal que quedaba encima del punto de
las dos bifurcaciones. Si el hacha de piedra tenía que
servir como azuela, era suficiente separar una tira

162
a

F1G. 7
Diversos sistemas de enmangar las hachas de piedra: l. Directo;
2-3. Con talón suplementario; 4-7. Con hendidura en el mango.

163
de parte a parte en la sección extrema del tronco, en
la parte opuesta a la empuñadura. El hacha de piedra
podía amarrarse simplemente a la superficie plana así
obtenida (Fig. 7, 6). Alternativamente, la sección del
tronco podía partirse por el centro y el hacha de pie-
dra ajustarse en la hendedura. El resultado, en el caso
de que esta rajadura fuera paralela al tronco, era un
mango de hacha (Fig. 7, 4) y si era perpendicular a
él, un mango de azuela. Finalmente el eje acodado
podía usarse conjuntamente con un mango de asta he-
cho de una sección de madero, cuyos dos extremos
habían sido vaciados. El tronco --o en este caso la
rama- no está rajado sino simplemente biselado, y
la punta encaja en el extremo vaciado del mango,
mientras que la otra sostiene el hacha de piedra (Fig.
7, 7). Este procedimiento puede llamarse un manguito
de encaje. En las viviendas lacustres de la región alpi-
na aparecen mangos de encaje de tiempos del Neolí-
tico Medio.
Se han recobrado hachas de piedra montadas en
ejes acodados con puntas afiladas, en los lagos alpinos,
en una tumba de Alemania central y en otros lugares.
Las hachas de piedra con cantos y lados de metal, y
las hachas de bronce de las Edades de Bronce Antiguo
y Medio deben haber sido montadas exactamente de la
~isma manera, y en efecto, en las minas de sal y de
cobre de los Alpes orientales se han conservado ejes
acodados quebrados que sostenían hachas. Las hachas
de piedra vaciadas características de la Edad de Bron-
ce Reciente en el norte de Eurasia, desde China hasta
Irlanda, así como sus descendientes de la Edad de Hie-
rro Antiguo I, sólo pueden haber sido montadas de la
misma forma que un manguito de encaje, descrito en
el párrafo anterior.

164
Así pues, exceptuando quizá las hachas lisas de co-
bre más tempranas, todas las hachas de bronce y de
hierro al norte de los Alpes se montaban por el siste-
ma de ejes acodados. Se desconoce cómo se montaban
las hachas lisas de metal -no aparecen otras varieda-
des- en el sudoeste de Asia e India. En Egipto el ex-
tremo recto de las hachas lisas locales se alargaba por
ambos lados, proyectándose en forma de agarraderas.
Las correas alrededor de estos salientes servían para
sujetar el hacha de mano a su mango. Las azuelas se
montaban en ejes acodados de mango corto.

2. - PUNTAS DE PROYECTIL

Las varas de arco eran naturalmente de madera,


pero estaban normalmente reforzadas en el extremo
con puntas de sílex, de hueso, de pizarra o de metal.
Desde luego, las puntas de flecha constituyen la parte
más prominente y atractiva de muchas colecciones
de superficie, de instrumentos de piedra. Las puntas de
flecha de sílex se fijaban normalmente en los extre-
mos partidos de las varas de madera, y afianzados en
su debida posición mediante resina, "Birkenteer" (resi-
na de abedul, una goma preparada a base de corteza
de abedul), y otros adhesivos naturales. Entonces se
golpeaba la vara en todo su contorno para evitar que
se partiese más. En el caso de los tipos afilados o bar-
bados, tan familiares como el marcado a hierro de un
convicto, se cubría tan sólo la punta con la madera de
la vara. En el caso de puntas de flechas filiformes,
triangulares o de base cóncava, debe solaparse la mitad
o los dos tercios del largo en ambas caras por medio
del extremo bifurcado de la vara.

165
Las puntas de flecha triangulares, hechas con plan-
cha metálica, o puntas de flechas afiladas, forjadas a
partir de una varilla metálica, podían montarse como
las puntas de sílex.
Pero algunas puntas de flecha sumerias primitivas,
hechas de plancha metálica, han sido provistas de cavi-
dades, las cuales se forman doblando, hasta formar un
tubo, una tira de metal que sobresale de la base del
triángulo. Las puntas de flecha barbadas con cavida-
des moldeadas pertenecen a las Edades de Bronce Re-
ciente y del Hierro. En esta última fase, las puntas de
flecha cóncavas de los escitas tenían tres puntas, de for-
ma que en corte transversal se parecían a la letra Y.
El tipo parece derivar de las puntas de flecha de hue-
so mencionadas más abajo.
Por lo menos, algunos de los módulos de sílex lla-
mados microlitos (pág. 136) servían como puntas de
flecha. En habitaciones del Paleolítico Superior recien-
te del norte de Europa se han encontrado pequeñas
puntas asimétricas con saliente, fijadas al extremo de
varas de madera, con la parte saliente en forma de pe-
dúnculo. Posiblemente las lúnulas también se monta-
ban a veces de tal manera que un cuerno formaba la
punta, mientras que el otro se proyectaba hacia los
lados del eje y servía de pedúnculo. Sin embargo, las
lúnulas y los trapecios se montaban más frecuentemen-
te de forma que la cuerda del arco o el lado más largo
del trapecio, puesto en ángulo recto con la línea del
eje, formaba un canto transversal o cincelado; el arco
o el lado más corto del trapecio estaba empotrado en
la vara. Tales proyectiles se conocen como puntas de
flecha transversales, o flechas de canto cincelado. En
una turbera mesolítica de Dinamarca se recuperó un
trapecio montado de esta manera, y en los documentos

166
de los primitivos faraones de Egipto y en las escultu-
ras contemporáneas de Mesopotamia, y más tarde en
sellos minoicos de Creta, se describen flechas de canto
cincelado. Algunas tribus cazadoras contemporáneas
las usan aún hoy.
También se usaban los microlitos como puntas para
flechas o dardos. Se pegaban en ranuras practicadas a
lo largo de uno o más lados de la vara de madera; el
trabajo minucioso observado en los dorsos de microli-
tos se hacía para evitar que rajaran la madera y para
dar, a la vez, mayor fuerza al material adhesivo. Pero
se ha desenterrado hace poco en Suecia un microlito
que estaba adherido a la parte lisa de la vara, simple-
mente con resina de abedul. En este caso el retoque
formaba, al parecer, un bisel que encajaría en la super-
ficie curva de la vara.
En hueso, pueden haber servido como puntas de
flecha simples astillas, pulimentadas hasta que la sec-
ción resultase cilíndrica y ambos extremos en punta.
En etapas neolíticas y posteriores se moldeaba el hue-
so para producir una punta con sección triangular o
rómbica, de la que sobresalía una punta afilada. La
punta debía haber estado ajustada, no en el extremo
bifurcado de una vara, sino en una baqueta cóncava
que, o bien ella misma formaba la vara, o bien servía
de antevara, dentro de cuyo extremo inferior se intro-
ducía una vara de madera. Estas puntas de flecha óseas
se cambiaban algunas veces muy literalmente por pun-
tas de pizarra, de sílex o de metal, que se montarían
de la misma forma.
Un arp6n es un proyectil equipado con una punta
barbada separable, a la que se ata firmemente una
cuerda de manera que, en cuanto la punta penetre en
la carne de la presa, la víctima quede bien sujeta. El

167
mango es normalmente de madera; la punta puede es-
tar hecha de hueso, asta, marfil o metal. Para identifi-
car con certeza una punta barbada como punta de ar-
pón, un arqueólogo debe encontrar en el extremo, o
bien un agujero, o bien una muesca para atar la cuer-
da. Los arpones de asta de ciervo debidamente iden-
tificados son muy característicos de la cultura magda-
leniense del Paleolítico Superior en Europa. Puntas de
asta de ciervo aparecen en culturas azilienses mesolíti-
cas y en algunas neolíticas de Eurasia. Las puntas de
hueso barbadas de los natufienses mesolíticos de Pales-
tina y de los neolíticos del Fayum, así como puntas de
marfil del Egipto predinástico y del Sudán, eran tam-
bién muy probablemente puntas de arpón. Pero lama-
yoría de puntas de hueso barbadas o ranuradas, que
son tan frecuentes en las culturas de los bosques me-
solíticos del norte de Europa, y que han sido designadas
como "a11,Pones", eran muy probablemente utiliza-
das como dientes para arpones de pesca (leisters). Se
ataban dos o tres puntas barbadas a una empuñadura
de madera convenientemente moldeada de tal manera
que las púas del extremo se proyectaban hacia aden-
tro, unas hacia las otras; en la púa del medio, si existía,
debía hacerse una muesca a lo largo de las dos caras.
El arpón de pesca trasladado a metal se convierte en
el tridente, símbolo de Neptuno; pues los tres dientes
pueden convertirse o forjarse convenientemente en una
sola pieza.

3.-ARREOS

Los animales de carga pueden equiparse con cuer-


das o correas que no dejan ninguna huella en el testi-

165
monio arqueológico. Poco después del 3000 a. C., entre
los sumerios, se dominaba a los bueyes de carga, como
ocurre hoy día con los· toros bravos, con narigueras
de cobre, que es lo único que ha sobrevivido. Tam-
bién los caballos podían dominarse con narigueras y
con rozales, e incluso las antiguas bridas podrían haber
consistido en varillas de madera o en tiras trenzadas
de cuero, pasadas por entre los dientes del animal, y
todo ello igualmente de fácil descomposición. Pero
para evitar que una brida tal se saliera por los lados,
cada extremo podía sujetarse con un elemento de qui-
jada. Estos elementos de quijada podían estar hechos
de madera frágil, pero se hacían frecuentemente de
asta. Así tienen gran posibilidad de sobrevivir y de pro-
porcionar la única clave con respecto al tipo de arreos
que se empleaban, en realidad la única evidencia acer-
ca de la domesticación de caballos. Un elemento de
quijada hecho de asta consiste en una punta perfora-
da con tres agujeros; dos de ellos son siempre parale-
los, pero el de en medio puede formar ángulo recto
con respecto al plano de los otros dos. Por supuesto, los
elementos de quijada se usaban a pares con los extre-
mos de la brida propia (o embocadura) pasados a tra-
vés, o sujetados a los agujeros de en medio. Los agu-
jeros restantes asían los extremos de los elementos de
quijada bifurcados, con cuya ayuda se podía mantener
todo el aparejo en su sitio sobre la cabeza del caballo.
La brida y los elementos de quijada fueron reem-
plazados por metal después del 1500 a. C. en el Próxi-
mo Oriente, pero en ninguna parte se reemplazó el
cuero o el asta, hasta que se pudo disponer de hierro
libremente. La brida se convirtió en una barra de me-
tal sólida o articulada, que generalmente se la curvaba
imitando a su precursora de cuero, y siempre termina-

169
da en ojales para las riendas. Los elementos de qui-
jada fueron convertidos en barras de metal curvadas, o
más raramente en láminas estrechas, igualmente pro-
vistas de tres perforaciones u ojales; incluso cuando,
como en algunas bridas de Asia occidental, la brida se
moldeaba formando una sola pieza con los elementos
de quijada, estos últimos llevaban perforaciones que
corresponden a los ojales extremos de la brida.
Los caballos se emplearon primero para tirar de ca-
rros o carruajes, y siempre se les acoyundaba por pares
a ambos lados de un palo, y no entre varas. Por esto,
tumbas y tesoros escondidos contienen habitualmente
dos bridas y cuatro elementos de quijada. Pueden en-
contrarse cinco discos ornamentales de bronce, o rose-
tas con orificios en el dorso asociados con cada brida.
Decoraban, y al mismo tiempo reforzaban las juntas
de las diversas correas que se requerían para comple-
tar una brida. Se :fijaba uno de estos discos a cada lado
de la quijada donde se bifurcaba para unirse con los
dos extremos del elemento de quijada. Un segundo dis-
co quizá decoraba el empalme del otro extremo de
cada quijada con una carrillera que rodeaba el hocico.
El quinto disco, más ancho que los restantes, adornaba
la frente del caballo, probablemente donde una correa
frontal se unía a la carrillera para pasar por entre las
orejas.
Con el desarrollo de la equitaci6n, los elementos de
quijada pasaron gradualmente de moda, incluso para
los caballos de tiro. En Europa, durante la Edad de
Hierro II (La Tene) ocuparon su lugar grandes anillas
(a menudo de hierro recubierto de bronce) que pasaban
a través de los extremos perforados de la brida, y a
los que se ataban las riendas. Al mismo tiempo se inser-
taba a veces un tercer eslab6n -podía ser simplemen-

170
te una pieza de alambre retorcido formando un 8- en-
tre las dos ramas de la brida usualmente articulada.
Este tipo de bridas de tres eslabones aparece esporá-
dicamente en sepulturas de La Tene en Francia, desde
donde pasaron a Gran Bretaña a través de los invasores
celtas, probablemente los parisios, y evolucionaron aquí
según los rasgos originales.
En Inglaterra, cada uno de los eslabones exteriores
de la brida vino a ser fundido en una sola pieza junto
con la anilla, que, originalmente, se podía mover li-
bremente en el orificio exterior. Lo que antes había
sido el extremo de la brida, ahora se convertía en un
saliente sin función alguna concreta dentro de la anilla
del extremo, y fue convertida en un medio de decora-
ción. Pero como las bridas aún se usaban para dominar
a los caballos emparejados, únicamente aparecía del
todo visible un extremo de cada brida. Así, pues, estas
bridas británicas son asimétricas regularmente, estan-
do un extremo más ricamente decorado que el otro.

4. - VEHÍCULOS

·Los carros tirados por caballos, después de 1600


a. C., tales como los carromatos, carretas y arados, que
habían sido arrastrados por bueyes y onagros por espa-
cio de 1.500 años, podían ser hechos ahora enteramen-
te de materiales perecederos -madera y cuero. Apro-
ximadamente una docena han sobrevivido en ciénagas
o como manchas en la tierra, pero la mayoría han desa-
parecido sin dejar el mínimo rastro. Habitualmente,
sólo si alguna parte del vehículo ha sido 1·eforzada o
ataviada con alguna pieza metálica, puede ser detecta-
da la anterior existencia de un vehículo. Las partes así

171
tratadas no son las que normalmente imaginaría el mo-
torista contemporáneo, ni siquiera un carretero eduardi-
no. Constituyen por orden de antigüedad los primeros
ejemplos que han sobrevivido: juegos de riendas, lóri-
gas, pezoneras, llantas, cubos de rueda y ejes. No se
necesita ninguno de estos elementos en los automóvi-
les de hoy, así que haríamos mejor en dedicar unas
pocas palabras para explicar al menos los que no se
requieren en los modernos vehículos tirados por caba-
llos; pues no es necesario viajar fuera de Europa para
ver todavía caballos tirando de vehículos, incluso
en 1955.
Como los animales de carga se agrupaban en pares
o cuatro de frente a ambos lados de un polo central,
las riendas debían estar cruzadas para que el conduc-
tor pudiera tirar a la vez de los dos o de los cuatro,
proviniendo las riendas del mismo lado de las bocas
de los animales de carga, estuvieran en el lado del polo
que estuvieran. El cruce se efectuaba por medio de
un juego de riendas o portarriendas atado al polo. En
Asia occidental se usaban, durante el tercer milenio,
juegos de riendas metálicas, consistentes en un par de
anillas coronadas por una "mascota". Anillas de bronce
en forma de riñón, en ocasiones encerrando un núcleo
de hierro, eran un medio favorito de decoración en la
cultura británica de La Tene y su subsistencia en el
período romano.
Una pezonera es una clavija o pasador sujeta por
la parte exterior a través del extremo del eje de la rue-
da para evitar que ésta se suelte. Puede estar hecha de
madera, pero en épocas tan remotas como el 2000 a. C.
en Elam, la clavija de madera podía en ocasiones ser
reemplazada por un robusto perno de "bronce",. con
un cabezal decorativo. En la Edad de Hierro, las pe-

172
zoneras se hacían comúnmente de metal. Aun cuando
normalmente eran de hierro, entre los celtas de La
Tene, y particularmente en Gran Bretaña, estaban fre-
cuentemente recubiertos de bronce y adornados.
Los cantos de las ruedas de vehículos sumerios y
elamitas, poco después del 3000 a. C., estaban a veces
reforzados con clavos de cobre para protegerlos, y qui-
zá también para permitir acoplarlos de llantas de cue-
ro; después del 200 a. C. en Elam se adaptaron llantas
de cobre a algunas ruedas. De todos modos, las llan-
tas de metal tan sólo empezaron a ser de uso corriente
en la Edad de Hierro, y estaban hechas invariablemen-
te de hierro. Se las ajustaba a la pina de la rueda con
Inrgos clavos de hierro, cuyas cabezas, en algunos ve-
hículos asirios y europeos, estaban ideadas como re-
fuerzos para proporcionar fuerza adicional a los cantos
de las ruedas, como los clavos de cobre sumerios.
En la Edad del Bronce Reciente y posteriores, los
extremos de los ejes estaban protegidos y decorados
por casquetes metálicos. Discos de bronce, de aproxi-
madamente 6,7 cms. de diámetro, con una anilla que
sobresalía de una cara, tal como aparecen en cier-
tos tesoros de la Edad de Bronce Reciente, parecen
haber sido usados, así como casquetes de eje, por su
posición en algunas tumbas de carro de Bohemia de
la Edad del Hierro l. También los cubos de rueda esta-
ban sujetos con anillas metálicas ornamentales.

173
GLOSARIO DE PALABRAS TÉCNICAS

Absolute chronology: cronología absoluta, 37.


Adobe: adobe, tapia, 66.
Ages: edades, 48.
Aggregate: agregado, 18.
Annealing: templado, 142.
Antier sleeve: mango de asta, 161.
Archaelogical record: testimonio arqueol6gico. 9.
Archaelogical time: tiempo de evolución arqueológica, 38.
Arrow-heads: puntas de flecha, 166.
Artifacts: artefactos, 11.
Ashlar: sillería, 77.
Assemblage: conjunto, 17.
Association: Asociación, 17.

Backed blades: hojas de dorso rebajado, 135.


Bailey: patio, 104.
Bank: banco o terraplén, 93.
Barrows: túmulo, 91.
Bell barrow: túmulo en forma d~ campana, 93.
Berm: berma, 93, 110.
Bore-core: núcleo perforado, 141.
Bowl barrow: túmulo en forma de cuenco, 93.
Bricks: ladrillos, adobes, 66.
Brochs: "brochs", 123.
Bronze Age: edad de bronce, 48.
Bulb of percussion: bulbo de percusión, 132.
Bulbar surface: plano de lascado, 132.

175
Cairns: montículos de piedras, 91.
Camps: campamentos, 111.
Casemates: casamatas, 112.
Cashels: "cashels", 124.
Casting: fundición, 143.
Causewayed camps: campamentos con calzadas, 114.
Celtic fields: campamentos celtas, 118.
Celts: hachas de piedra, 139, 160.
CentW"iation: centuriación, 119.
Chalcolithic: calcolitico, 51.
Chamber tomb: tumba de cámara, 83.
Champlevé: "champlevé", 158.
Cheek-piece: elemento de quijada, 169.
Chorological: corológico, 44.
Chronology: cronología, 36.
Cinerary urn: urna cineraria, 97.
Cire perdue: cera perdida, 146.
Claviculae: "claviculae", 111.
Cloisonné: "cloisonné'', 158.
Collective burial: enterramiento colectivo, 98.
Contemporary: contemporáneo, 49.
Context: contexto, 13.
Contracted burial: enterramiento de cadáveres encogidos, 82.
Copper Age: edad de cobre, 51.
Core casting: fundición por núcleo, 145.
Core toool: núcleo trabajado, 133.
Cortex: corteza, 131.
Crepis: "crepis", 92.
Cultivation terraces: terrazas de cultivo, 118.
Culture: cultura, 18.
Culture period: período de cultW"a, 52.
Culture sequence: secuencia cultural, 21.
Cursus: "cursus", 108.

Disk barrow: túmulo en forma de disco, 93.


Dolmens: dólmenes, 86.

176
Dry-stone masonry: mampostería de piedra en seco o a
hueso, 76.
Dummy portals: portadas simuladas o falsas puertas, 85.
Dun: "dun", 121.

Earth-houses: casas de tierra, 79.


Earthworks: bancales, 101.
Enamelling: esmaltado, 158.
Enclosures: recintos, 104.
Extended burial: enterramiento de cadáveres extendidos, 82.

Fayence: fayenza, 157.


Flake-scar: lasca, 132.
Flake tools: industria de lascas, 133.
Flint-mines: minas de sílex, 120.
Floors: suelos, 64.
Folk-lore: folklore, 34.
Forecourt: patio preliminar, 91.
Foreshaft: antevara, 167.
Forts, Roman: fortificaciones romanas, llO.
Fossils, see Types: fósiles, véase tipos.

Gaine: mango de asta, 161.


Gallery graves: galerías cubiertas o cistas alargadas de pie-
dra, 86.
Gallic walls: muralla gálica, 126.
Cate: portillo, 144.
Glaze: brillo, 155.
Gravers: buriles, 135.

Hallstatt period: período hallstáttico, 54.


Hand axes: hachas de mano, 133-134.
Hand-bricks: ladrillos hechos a mano, 66.
Harpoons: arpones, 167.
Henge monuments: monumentos "henge", 105.
Herring-bone masonry: mampostería en espina de pez o
paramento de opus spicatum, 67.

177
12.-CHILDS
Hill-top forts: fuertes de colina: 111.
Hollow boring: perforado en vacío, 140.
Hollow way: sendero natural, 116.
Homotaxial: homotáxico, 49.
Hut circle: circulo de chozas, 106.

Inturned entrance: entrada abierta hacia adentro, 113.


Iron Age: edad de hierro, 48.

Keeps: reductos fortificados, 103.


Knee-shaft: eje acodado, 162.

Leisters: arpones de pesca, 168.


Log-cabin architecture: arquitectura de cabaña de ma-
dera, 73.
Long barrows: túmulos alargados, 91.
Long cists: cistas alargadas, 82.
Lost wax: cera perdida, 146.
Lunate: arco de círculo o lunado, 137.
Lustrous paint: pintura lustrosa, 155.
Lynchets: "lynchets", 117.
Lynch-pin: pezonera, 172.

Mastabas: mastabas, 95.


Matt paint: pintura mate, 155.
Megalithic: megalítico, 77, 86.
Mesolithic: mesolítico, 50.
Microliths: microlitos, 136, 166.
Monuments: monumentos, 12.
Mottes: motas, motillas, 103.
Moulded potte1y: cerámica moldeada, 152.
Mud bricks: ladrillos de adobe, adobes regulares, 66.
Multi-vallate: multivallado, 113.
Murus ga:llicus: muralla gálica, 126.

Negative lynchet: "lynchet" negativo, 117.


Neolithic: neolítico, 49;

178
Open-hearth casting: fundición en horno abierto, 144.
Orthostat: ortostato, 76.
Orthostatic: ortostático, 85.

Paint: pintura, 153.


Paleolithic: paleolítico, 49.
Passage grave: dolmen de corredor, 86.
Penannular: penanular, 106.
Peristalith: peristalito, 92.
Pisé: tapia, 66.
Pit caves: fosos sepulcrales, 82.
Pit-dwellings: fondos de cabaña, 63.
Pithos buríal: enterramiento en "pithos'', 97.
Plano-convex bricks: adobes planoconvexos, 67.
Plinth: plinto, 78.
Pont barrow: túmulo en forma de estanque, 93.
Port-hole stone: piedra para tapar la entrada, 90.
Post-boles: orificios de pies derechos, 71.
Post socket: cavidad de pie derecho, 72.
Prehistoric: prehistórico, 25.
Primary interment: enterramiento primario, 93.
Promontory forts: fuertes de promontorio, 112.

Rath: "rath", 107.


Rein-ring: juego de riendas, 170.
Relative chronology: cronología relativa, 37.
Relics: reliquias, 12.
Retouching: retoque, 133.
Ring-building: construcción a base de anillos, 150.
Ripple-marks: señales de la onda de choque, 131.
Roads, Roman: calzadas romanas, 116.
Rock-cut tombs: tumbas excavadas en la roca, 83.
Rolling: rodadura, 137.

Samian ware: cerámica samia, 152.


Scooped enclosures: recintos huecos, 120.
Seam: costura, 146.

179
Secondary interments: inhumaciones secundarias, 93.
Shaft graves: sepulturas de pozo, 82.
Short cists: cistas cortas, 82.
Signa! stations: estaciones de señalización, 105.
Sleeper beam: viga horizontal, 73.
Sleeve (antier): mango (de asta), 161.
Slip: engobe, 152.
Souterrains: subterráneos, 79.
Stake-holes: orificios de estaca, 72.
Stone Age: edad de piedra, 48.
Straight joints: juntas rectas, 78.
Stratigraphy: estratigrafía, 40, 58, 69.
Strike-a-light: encendedor, 137.
Striking platform: plano de percusión, 132.
Strip lynchets: "strip lynchets", 118.

Tell: tell, 68. ·


Temper: templa, 149.
Test pit: pozo de sondeo, 70.
Three Ages: tres edades, 48.
Timber-laced (walls): enlazado con maderamen, 126.
Time, archaelogical: tiempo de evolución arqueológica, 34.
Tranchet: "tranchet", 134.
Transverse arrow-heads: puntas de flecha transversales, 166.
Type-fossils: fósiles-tipo, 24.
Types: tipos, 13, 18.
Typological series: serie tipológica, 40.

Urnfield: campo de urnas, 97.

Valve mould: molde bivalvo, 144.


Vitreous slips: engobes vítreos, 155.
Vitrified Forts: fortines vitrificados, 126.

Wash: baño, 153.


Wattle-and-daub: zarzo y argamasa barata, 72.
Wheel-made: fabricado a torno, 151.

180
ÍNDICE

P1·ólogo. 5
l. - Arqueología e historia 9
El testimonio arqueológico. - Tipo. - Culturas.
- Tiempo de evolución arqueológica.
TI. - Clasificación. 29
La triple base. - Clasificación funcional. - Cla-
sificación cronol6gica. - Clasificación corológica.
- Períodos y culturas prehistóricos.
111. - Yacimientos arqueológicos y su estrati-
wilia. m
Cuevas. - Casas y poblados. - Lugares de en-
terramiento.
IV. - Orientaciones para identificar monumen-
tos sobre el terreno . 101
Montículos. - Recintos. - Bancales lineales. -
Campos, granjas y minas de sílex. - Monúculos
de piedras,
V. - Interpretación de datos arqueológicos:
tecnología elemental. 130
Talla de sílex. - Piedras de grano fino. - Tra-
bajo en metal. - Ce1·ámica. - Vidrio.
V . - Inte1·pretación de datos arqueológicos:
completando los fragmentos. 160
Hachas y azuelas; hachas prehistóricas de pie-
dra. - Puntas de proyectil. - Arreos. - Ve-
hículos.
Glosario de palabras técnicas . 175

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