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BOCADO DE VIENTO KE reftigeradora viajé cientos de kilémetros, y via~ ara cientos mas ain, antes de concluir su odisea. Seguiria siempre los caminos torcidos de Romualda, la mujer que hablaba con las piedras, y de Petronio, el viejo escupidor de fuego La pareja vivia en una aldea que apenas si lo era. No pasaba de una docena de ranchitos de palitos raqul- ticos susceptibles de pudrirse més répidamente que los escas{simos billetes de papel dinero que circulaban por aquellos viaductos de la selva petenera. ‘A fuerza de machete y mucho sudor, de aquel que lo convierte a uno en mina de sal, lograron abrir un cla- ro ni muy amplio ni muy claro en donde habfan erigido sus simulacros de chozas antes de morirse de sed. Ni cenergia les quedé para hacer como los conejos. Pero habia otros claros no tan claros en los alrede- dores, y la mayorfa de los atajos pasaba por la aldea de cllos, aldea de nombre mitad prepotente y mitad deseo. Se llamaba Aldea Nuevo Amanecer del Pueblo Guate~ malteco, pero de tan largo que era se le decia tan slo Nuevo Amanecer. "Todos los que caminaban por las otras aldeas veci- nas, que eran atin menos aldeas que Nuevo Amanecer, que ni siquiera pretendian ser caserios o cantones por que la verdad, en el fondo la gente es modesta, y ademds 15 ha vivido ya tanto que la mafia misma no les permite creerse que ésta es de veras la mera mera, pero en fin, los nombres eran grandilocuentes: Destino Prometedor, Aurora del Desarrollo de la Patria, Nueva Aurora del Desarrollo de la Patria, Rincén de las Promesas, Presea de la Futura Utopia. Lo bueno era que todos, absoluta- mente todos, tenian que pasar por Nuevo Amanecer si venfan del atajo que denominado “camino” conducia al entronque con un polyoriento caminito de mulas ape- nas visible incluso cuando bien cuidado, que se enmon- taba en tiempo de lluvias y se transformaba en pantano pegajoso, pero que en la época seca entroncaba con la carretera principal si uno estaba dispuesto a andar cinco horas a lomo de mula bajo el sol que latigueaba peor que cualquier capataz borracho. Fue entonces cuando a Petronio se le ocurtié lo de la reftigeradora. Oye, Romualda, zy si pusiéramos aqui un puesto de refrescos? Romualda lo miré con la misma compasién con que se contempla a las personas que han pasado todo el dia bajo el sol... sin el sombrero puesto. En serio mujer. Seria un negociazo. ‘Tendrfamos el monopolio. -N de dénde vas a sacar los refrescos? ~;Cémo de dénde? Me los manda la distribuidora.. ~;A lomo de mula? ~A como sea... Es cuestién de expandir el negocio només. ~ cémo los mantenemos frios? Sencillo. Compramos una reftigeradora comercial. En ese momento Romualda si se desesper6. Al fin y al cabo, el hombre no era el mejor rocero, su mano no pecaba de ser la més habil para la milpa, tenfa la gar- 16 ganta destruida, aunque al fin, la iban haciendo poco a poco, y ni tomaba en exceso ni la golpeaba demasiado. Pero esto! —Si vieras que no son tan caras, y la pagamos a plazo, jqué creés pues? Por ay mi tfo de Escuintla ya me contaba. El zumbido de los moscos era insoportable, No dejaban ni oir los gritos de los monos de la selva. Y de puro espantitselos se habia dislocado la nifia Chagua las mufiecas. ~ ..¥ entonces hacés el pedido desde Flores, man- dis el giro postal, y de asegrin la suerte, como a los tres ‘meses te viene Hegando la mercancia. =jA lomo de mula! En helicéptero pues? Parecfa una locura pero de locura en locura se van construyendo los munditos alucinantes que como cas- tillos de arena surgen en medio de la selva casi con la misma rapidez con que se desmoronan. ‘A puro lomo de mula, Petronio salié un dia hasta el entronque con el camino principal. Dia y medio le Ilevé la jornada ya punto estuvo de no logratlo, no sélo por la inevitable insolacién y los piquetes de insectos que de tan grandes mis parecian mordidas de tigre, sino también por el susto que le pegé la barba amarilla que se le attavesé en cl camino casi tumbindolo del indiferente animal, el golpazo que le dio la rama de un Arbol al revirarle contra la cabeza y el desmayo que le vino por falta de suficiente comida y bebida. Pero al fin llegé a donde empezaba el camino de verdad. Allf cuvo que pagar una fortuna para que le cuidaran la mula antes de que, muchas horas después de esperarla, apareciera la camioneta destartalada que 7 habria de conducirlo hasta Ciudad Flores. El amargo tufo de estricnina que generaba el sudor de tanta gente apretada casi le produce un nuevo desmayo pero se me- tid como pudo entre canastos, gallinas y brazos empa- pados, sin més dafio que la casi mordida que le pega un cerdo en la oreja. Asi emprendicron el camino durante horas, hasta que pegando una sacudida tremenda, la camioneta tosié y se descompuso. El chofer se bajé, abrié el capd, maldijo, le pegs una patada a la Ilanta, volvié a maldecir y subié. Les pidié a los hombres bajar y empujar la camioneta hasta medio kilémetro mas abajo donde habia una sombrita, porque arreglar el motor hijo de su madre iba a llevarle algin tiempito. Los hombres bajaron entonces, Pe- tronio entre ellos, y después de considerable esfuerzo, consiguieron que la camioneta empezara a rodar len- tamente, mientras las mujeres cantaban con voces tan entusiastas como desafinadas para subirles los dnimos. El chofer dirigia la operacién mientras tomaba grandes tragos de ron transparente, sin marca, para refrescarse, Finalmente llegaron a la sombrita. Alf transcurrieron varias horas mientras el chofer durmié una siestecita para reponerse de la fatiga antes de meterle mano al motor. Luego se introdujo dentro de él como Jonds dentro de la ballena, pasé alli un gran rato hasta que por fin reemergié, cubierto de negra grasa maloliente pero triunfante. Hubo que esperar también que se fuera a bafar al rio para proseguir el viaje. Poco tiempo después, no seria ni media hora, los paré un retén del ejército. Los hombres tuvieron que bajar de nuevo, y los cacharon a todos hasta marico- namente en medio de las piernas para ver si no trafan armas, ademés de tener que ensefiar sus papeles y ex- 18 plicar de dénde venian, a donde se dirigian y por qué. Los soldados eran todos iguales, como micos auilladores recién saliditos del rio, con enormes trajes pintos de muchos tonos de verde que parecfan quedarles grandes a todos. Las botas también eran desproporcionada- mente grandes, como si las hubieran hecho para pies mis largos que aquellas diminutas pezufias de reclutas ala fuerza. El oficial, desde luego, tenia lentes oscuros y boina como bien les corresponde a todos los hijos de Satén. Por fin, después de que revisaron lenta y cuida- dosamente todos los canastos y no encontraron armas ocultas en ninguno, permiticron que la camioneta prosiguiera el viaje. Esa tarde, Petronio llegé por fin a Ciudad Flores. Flores es una Venecia de madera en medio del lago Petén Itz4, toda ella sobre pilotes y flotando en medio del lago con casitas de todos los colores imaginables y olores no menos fuertes que los eructos que se suceden cuando uno se come los mangos més dulzones un poco pasados. Por lo menos eso era lo que deefa todo el mundo, aunque Petronio no sabia lo que era Venecia y por lo tanto no podia decir si Flores era como Venecia oal revés, s6lo que era de madera de tantos colores, es0 si, que parecfa que en comparacién los atco iris fueran blancos y negros. Le constaba también que era mas grande que Nuevo Amanecer y todos los demas cam- pamentos de colonos juntos. Aunque més chiquita que Escuintla, la tinica gran mettépoli urbana que habia co- nocido en su vida, no habiendo tenido nunca el placer de conocer la ciudad capital de la cual se decfan muchas y muy bellas cosas, ademés de que todo el mundo sabia que era la ciudad més grande de toda Centroamérica, que era una regién muy pero muy grande del planeta 19 Tierra. La verdad, s{ habia pasado por la ciudad capital camino al Petén, pero llegé de noche y se fue muy de madrugada. Ni tiempo tuvo de ver, pero si no hay con qué, no esté uno para darse los lujos de quedarse gua- naqueando por ali. ‘Ast que se conformé con gozar Ciudad Flores por segunda ver en su vida. No sin dificultades resistié La tentacién de gastasse la plata en las cantinas y con las putas gordas, aunque su ojo clinico no dejé de expresar admiracién por alguna que otra que percibié desde el rabillo con blusas cortas y shorts apretados. Como Ilegs muy tarde, tuvo que esperar hasta el dia siguiente para ir al correo, pero resulté que era feria~ do. Asi que un dia més tuvo que hacer galas de jesuita y aguantar la tentacién hasta que por fin a la mafiana siguiente, orgulloso de haber resistido, pudo dirigirse al correo y enviar su giro postal a una direccién ape- nas legible en un recorte de periddico amarillento que habia protegido contra viento y marea en tna bolsita de cueto que le colgaba del cuello. Como le costaba leer y el tinico empleado de correos lo hacfa con suma dificultad, y ademis dificilmente se distingufan algu- nas de las letras, pusieron la direccién medio al tanteo. Pagé, pero no sin dejar de ver por iltima vez todos los, ahorros de su vida de la misma manera que uno ve a la mujer que amé en el tilrimo instante de la separacién definitiva. Enseguida, se preparé para emprender el ‘mismo camino de regreso. Una semana después de partir, y para asombro de las multitudes que lo despidieron cuando se marché, Petronio se encontraba de vuelta en Nuevo Amanecer. c inicié entonces la espera. Todas las tardes, al volver de la milpa, se tiraba en la hamaca mientras Romualda 20 preparaba las tortillas con chile y deseaba que se apare- ciera el agente del gobierno con un mensaje. Romualda no decia nada, Nomis lo miraba con sorna y callaba. Pero su silencio cra peor que si se burlara de verdad. Petronio empez6 a detestar aquellos instantes hasta el punto de retomar el guaro, no mucho, porque no que- rfa volver a caer, pero lo suficiente como para aguantar aquella mirada que no decia nada pero no creia en su apuesta contra el destino. Y era mucho dinero. Toda tuna vida, como decta la cancién. Las semanas se convirtieron en meses, los meses avanzaron y con su avance trajeron las Hluvias. Con las Iluvias el camino se volvid intransitable. La milpa crecié y la aldea aguanté como pudo los chaparrones diarios que los dejaban sordos con su abrumador eco resonan- do entre la podredumbre del monte, la abundancia de mosquitos peludos que los dejaban como si tuvieran sarampién todo el tiempo, y la falta de comunicacién con el mundo, Romualda segufa sin decir nada. Petro- nio bebfa un poquito més, para que no se le inflamara la piel con tanta picadura de mosquito. Al cabo de los terminaron las Iluvias. Se coseché el maiz, se reabrié el camino de mulas y éste se empez6 a secar, poquito a poco. Petronio ya ni se atrevia a dormir con Romualda del temor que le tenfa a su parva mirada y, peor atin, a su sonrisita que, apenas dibujada, parecta decirle “te lo , baboso”. Pero no hay mal que por bien no venga ni mula que se lo aguante. Un buen dia de esos, poquito antes de empezar a limpiar los terrenitos y prepararlos para la siguiente cosecha, regres6 de Ciudad Flores un vyecino de Nuevo Amanecer. Timoteo Timoleén —ori- ginario de San Martin Jilotepeque-, con un mensaje 21 para Petronio, El mensaje lo conminaba a presentarse en Ciudad Flores “para recoger su mercaderia”. Esa noche Petronio invité a los amigos, vecinos y allegados a unos traguitos de octavo para celebrar la tentativa emprendida y el éxito de su empresa. Todavia engomado, reinicié una vez ms el largo camino hasta Ciudad Flores a la mafiana siguiente. No fue exacta- mente el mismo tipo de aventuras, pero tardé casi lo mismo en llegar. Sudoroso, ufano, se presenté sombrero en mano “a recoger su mercancia”, El empleado del correo, un hombre ceboso de ajo, agrio, con el habito de ponerse la mano bajo el sobaco antes de limpiarse la frente sudorosa, hizo gala de igno- rarlo por largos minutos, antes de preguntarle de mala manera qué se le oftecfa. Ni bien hubo Petronio empe: do.a deseribir su misién cuando el gordo le interrumpié con un “Ah sf, ya sé. Espérese que acabe de ordenar estos papeles”, Y lo hizo esperar més de media hora. Por fin, de mala gana, evidentemente cansado de espantar moscas, el hombre le grufé de mala gana un “sigame” y lo llevé a la parte de atrés del flamante edificio de correos que no era sino un ranchote de madera mal pintado de amatillo donde los ratones correteaban entre paquetes de rodos tamafios y colores. Alli, Petronio la distinguié inmediatamente, estaba su refrigeradora. Corrié hacia ella, la acaricié suavecito con las yemas de los dedos como a una mujer virgen en Ja noche de bodas, Ia pulié con la punta de su camisa raida, contuvo las ligrimas en los ojos. Ya lo tenfa pensado todo, menos lo de la mordida para cl empleado de correos “por cuidarle la mercancfa mas de lo debido sin haberla devuelto”. Apenas si le alcanzé después de es0. Sobre todo porque hubo luego 22 que renrar un pick-upito, aunque fuera de los més bara~ tos, un Toyotita todo destartalado, que le hiciera la ca- ridad a un buen precio. Ademis, comprar suficiente gas para que durara durante toda la temporada de Iluvias en que salir de Nuevo Amanecer era impensable, comprar suficientes cajas de refrescos para que duraran (dem, y luego emprender el camino con toda esa barbaridad de cosas hasta donde empezaba el atajo de mulas. Encima tuvo que mandar suficientes anticipos so- bre sus plazos para que no le fueran a cancelar el erédito durante los meses de Lluvia. Al fin, debfa bien poquito porque prefirié artiesgar su dinero antes que arriesgarse a que no le mandaran la preciada mercancfa. Que no tuyieran excusa, que no hubiera motivo o razén, Aun- que lo perdiera todo y tuviera que dejar a la Romualda. Pero ya todo eso no era sino sustos pasados que lo des- pertaban sudando a medianoche como el paludismo. Ahora, ya s6lo era cuestién de llegar. Claro, no previd igualmente que el retén de solda- dos también le pidiera mordida. Como ya no le alcan- zaba porque se lo habfa gastado todo, no tuvo més que dejarles varias cajas de refrescos aunque estuvieran al tiempo. Los abusivotes todavia pidieron mas porque no estaban frios. “Cuques abusivos’, pensé Petronio. “Pero a todo coche le llega su sdbado...” Cuando Ilegaron por fin al desvio, las mulas que habia arreglado para que lo estuvieran esperando, no estaban. Ni siquiera la suya estaba. Y como el arreglo con el pick-upito noms era de descargar, ni bien ter- minaron desaparecié de regreso tras una nube de polvo. Pecronio se quedé varado, temeroso de moverse y de que le robaran la mercancia. © peor, la refti misma. No sabia muy bien qué hacer. Dia y medio pasé alli 23 pensando sobre la vida y sobre el mundo que dizque era redondo hasta que Nor Margarito, el encargado de las mulas, se aparecié con una goma que no crefa ni en los fancasmas de sus abuelos. =Ndeay, Nor Margarito? ~Ay, Nor Petronio, pasado. Efectivamente, bastaba con olerle el aliento para saber las penas que habia pasado. Sobre todo cuando empez6 a explicar cémo una mula se le habia emba- rrancado y no existian barrancos en cientos de kiléme- tros a la redonda y Nor Margarito sabia que Petronio lo sabfa, Pero era una manera de decir. Cargaron las mulas y hasta entonces Petronio se dio cuenta que habia menos de las convenidas y, efectivamente, no alcanzaban para tanta mercancla, —Ay, Nor Petronio, si viera usté. Es que se me mu- rieron dos, pordiosito, Ni modo, qué hacer en esa situacién sino recargar a las pobres y cruzar los dedos de que llegaran. Asi em- prendieron el camino. Pero hubo que ir mas despacio de lo normal. Las mulas empezaron a ponerse dificiles, hasta que una de ellas se negé a seguir. Hubo que des- cargarlas, descansar y volverlas a cargar. Pero como no habia donde pastar bien, siguieron incémodas y antes de llegar, otras dos se negaron a continuar. No hubo otra que, contra su voluntad, dejar a Nor Margarito con los tambos de gas y seguir solo hasta entrar triunfante en Nuevo Amanecer. Los perros lo recibieron como celebridad, ladrando todo a mas no poder. Los nifios muy pronto lo tuvieron rodeado, Ast entré el desfile, como procesién del Domin- go de Pascua. Aunque Petronio iba agotado y a punto de i usté supiera las penas que he 24 desmayarse de deshidratacién, se irguié lo més que pudo en Ia mula para que todos los vecinos lo distinguieran a la distancia y reconocieran el orgullo y la autoridad de quien introducfa la modernidad al pueblo. Ya antes de llegar a su casa era el pueblo todo el que se apelmazaba a su alrededor. Los nifios se peleaban por palpar el magico aparato que les permitiria por fin saborear refrescos firfos. Romualda lo esperaba frente a la puerta de su casa. Hasta alli Llegé el desfile. Petronio se apeé de la mula, se dirigié a su mujer y le dijo: —Mafiana de madrugada empezamos a vender. Los nifios gritaron de alegria. Mientras todos ayu- daban a descargar y Romualda como veterana tendera dirigia dénde deberia ir una y cada cosa, Petronio se tind en la hamaca y se durmié con una profundidad de cemento que no habfa tenido desde que se le ocurrié tan tremenda locura como la de meter una refti en Nuevo Amanecer. Claro, todavia al dia siguiente hubo que ir por Nor ‘Margarito y los tambos de gas, ademas de darles de fiado a todos los que ayudaron, incluso a Nor Margarito que cobré extra por el atraso, pero al fin y al cabo la Tienda “Prescura Petenera” abrié sus puertas al piiblico y la venta de resfiescos frios se convirtié en el centro social de Nuevo ‘Amanecer y aldeas adyacentes. Pero, claro, todo lo bueno no puede durar para siempre, y asf fue en este caso. Las cosas se empezaron a complicar cuando los muchachos empezaron a aparecer, primero por Rincén de las Promesas, después por Nueva Aurora del Desa- rrollo de la Patria, y finalmente Hlegaron hasta Nuevo ‘Amanecer. Los muchachos eran guerrilleros que vivian en la selva, Ademés de simpéticos, tenfan familias en las aldeas, aunque nadie sabfa cuando se habian enmonta- 25 do ni qué tipo de relacién mantenian con sus familias porque no convenia saber esas cosas. Los muchachos pagaban al contado todo lo que compraban y muy pronto aparecieron por la Tienda “Frescura Petenera” en busca de reftescos frios. Ni modo de no venderles si los muchachos pagaban tan bien, ademas de que se sabian comportar y tenian fa- miilia honesta en los alrededores. El problema era que el ejército les tenia tirtia a los muchachos, y aunque estos se portaran de lo mejor y a uno les cayeran bien, ni modo de decirselo al ¢jército que era de lo més brusco ya puro palo lo trataban a uno. Entonces, a los pocos dias de que los muchachos hubieran pasado por Nuevo Amanecer, aparecié el ejér- cito. Después de visitar otras casas, se aparecieron por la Tienda “Frescura Petenera’. El sargento tenia cara de pocos amigos, toda picoteada y empurrada, y el cabo se rascaba la cabeza todo el tiempo como si anduviera con sarna. A pesar de que Petronio y Romualda fueron de lo mas amables, nunca se les quité lo mandén. Les preguntaron una y otra vez por qué les habfan vendido refrescos a los muichachos y, a pesar de que, una y otra ver, Romualda y Petronio contestaron la misma cosa, siempre pontan cara de no creer. =:Querés que te rompamos la refti? Pecronio sintié que se le aguadaban las rodillas y le daba un dolor muy feo en la panza, como si lo hubie- ran atiborrado de sulfato. Apenas si se pudo mantener parado, Su mujer lo miré de reojo y por mucho que traté de hacerse la indiferente, apenas podia esconder la cara de afligida. Porque es0 vamos a hacer si nos volvemos a enterar de que ands sirviéndole a esos hijos de la gran puta. 26 Se tranquilizé un poco al entender de que no seria sino hasta la préxima, y sdlo le quedé la duda de si limpiarse el sudor de la frente 0 no. =:Cuudntos refrescos decis que te compraron? —Pos, como veinte digo yo. Si eran unos diez, :n0, Romualda? Y se tomarfan dos por cabeza de asegtin mis célculos —Pues entonces ganaste diez quetzales. Si, mi sargento. Eso mismo digo yo. —Entonces nos los vas a dar, pa’ que aprendés que ganancias de subversivos son ganancias mal habidas. ‘A Petronio no le quedé otra cosa que entregar el dinero, aunque eso sf, también le quedé mucho rencor contra los soldados, y empezé a entender por qué tanta gente los odiaba tanto. Pero ni modo, no habia nada que hacer mas que apechugar, porque ¢l que se mueve no sale en la foto, Por fin se fueron, y Petronio y Ro- mualda respiraron tranquilos. A los pocos dias, hasta los diez quetzales se les habfan olvidado. ero las cosas no se quedaron ast porque mucha gente se enojé con los soldados y a los dias corrié la bola que el hijo mayor de Nor Margarito se habia fugado para unirse a los muchachos, y una semana después el menor de don Ti moteo Timoleén también. Para colmo de males las Iluvias se atrasaron ese aio. Porque con las lluvias se cerraban los atajos y era més dificil que tanto los unos como los otros se fueran apareciendo por alli, pero el atraso de las lhavias mantuvo abierto los caminos més de la cuenta, Efectiva- ‘mente, alos pocos dias fueron apareciendo los muchachos tan campantes por la tienda “Frescura Petenera’. —Ay, muchachos, de a deveritas, se los juro por dio- sito que cémo quisiera servirles, pero si lo hago, les llega el chisme a los cuques y vienen a romperme la refti. ead Discutieron largo y los muchachos se portaron muy correctos pero igual de firmes, y al final no hubo otra sino servirlos. = qué hacemos cuando venga el ejército? —No van a venir. Esos maricones nos tienen miedo. Efectivamente no llegaron, pero Petronio se sospe- chaba que era mds porque al dia siguiente las lluvias se habian desatado con un temporal de aquellos buenos, Hasta él, que habia visto tantos en la Costa Sur y en el tiempito que llevaban ya en el Petén, creyé que éste sf era el bueno y que se les cafa la casa. En efecto, a la nifia Chagua se le cayé, y al hijo mayor de Tiburcio ‘Malgesto y la sobrina del Magdaleno Chiripén les ca- yeron encima sendos arbolones que bord el temporal, y hubo hasta un muerto. Rosa del Llano, la nietecita de don Epaminondas Angulo, de apenas siete meses de edad, se ahogé en un charco gigantesco que mas parecia una laguna cubierta de mosquitos. En medio del lodo y del agua y de los gritos desesperados de la madre y la abuela de la Rosa del Llano, hubo que ayudar dia y noche a tanta gente, que volvié a sentirse tan cansado como sélo se habfa sentido cuando fue a raer la refti. Pasaron ésa y no de dejé de lover. Parejo, parejo, se vino el agua. Los muchachos dieron por acampat al ladico mismo del pueblo y a darse sus vueltitas re seguidito. Al poco tiempo ya todos tenian parientes entre los muchachos, y los que no, tenian novios. Ya nadie los veia raro sino todo lo contrario. Empezaban a hablar como si los conocieran de hacia mucho y a emplear hasta sus mismas palabras: “operativo”, “com- partimentado”, “buzén”, “comanche”, “cohete”, y hasta otras que eran més dificiles y que Petronio no entendia 28 muy bien, pero no lo decfa para que no le fueran a ver Ja cara sus vecinos. Cuando por fin pararon las lluvias, meses después, quedaba poco gas y pocos refrescos. Petronio ya se preparaba para una nueva expedicién hasta Ciudad Flores, cuando empezaron a correr los rumores de que iba a encrar el ejército porque Nuevo Amanecer era un “pueblo subversive”. Segiin se decia, Magdaleno Chiripén iba para Ciudad Flores y lo detuvieron en el retén del camino s6lo por ser de Nuevo Amanecer. No se sabfa de él todavia y su mujer estaba re afligida, pero no se atrevia a salir para averiguar. Se hablé de formar tuna comisién y de que Petronio formara parte de ella. Romualda tenfa miedo, pero ya casi no habia refrescos ni gas, no habja de otra. Un buen dia, temprano al amanecer, saié la. comi- sidn, integrada por siete respetables jefes de familia. Nor Margarito los condujo hasta el camino donde esperaron todos que pasara la camioneta. Desde que se subid, Petronio se dio cuenta que ya no era como antes. La gente iba tensa, re tensa, morada la frente, y miraban a fos recién subidos con desconfianza de venados ariscos. Algunos hasta cuchicheaban entte ellos y les echaban unas miradas que mataban. El chofer, malcabresto, les pregunté que de dénde eran. Cuando le dijeron, noms se sonrié quedito y resoplé “Vayan con Dios pues”. Para entonces ya ellos no sabfan si seguir 0 no. Empe- zaron a discutir lo que més convenfa, pero en el puro dis- cutir sc es fue el tiempo y cuando sintieron, ya estaban en el retén, El chofer apenas los volvia a ver de reojo y dejaba excapar un hilito de baba por la comisura de a boca. ‘Cuando subié el soldado y grité “Pal abajo todos los hombres!”, ya eta la pura temblorera entre ellos. 29 Apenas si podfan caminar del puro miedo y los papeles se les cafan de las manos. El sargento mitaba cuidadosa- mente a cada uno que bajaba, duro y a los ojos. Apenas los fue viendo y los aparté. =A ver... los miedositos por aca, ;Diganme! dénde vienen! En cuanto dijeron de dénde, volvié a-ver a un sol- dado, hizo un gesto con la mano de “Ilévenselos” pero sin decir nada, y Petronio oyé claramente cémo le qui- taban el seguro a los Galiles. Apenas se le atravesé por Ja garganta un “pero mi sargento. el culatazo por la espalda. Los arrastraron a un caserén de madera oscuro, lleno de niguas, y alli los tuvieron durante horas. Todo ese tiempo, como una docena de soldados trompudos re jovencitos, pero con una cara de malos que no podian con ella les estuvieron apuntando, mientras se pasaban el octavito de guaro. Por fin se aparecié el sargento y de entradita les lanzé un “as{ que somos todos subvers averd?” =Noooo, mi sargento, cémo va a ser, si usté viera... Y le dijeron que iban todos en comisién a ver al alcalde de Ciudad Flores para explicarle los aconteci- mientos del invierno en Nuevo Amanecer. —En Flores no manda ningiin alcalde! ;Allli manda el jefe del destacamento! —Pues entonces a él si usté prefiere, mi sargento... Les indicaron que iban a consultar por radio, pero el sargento ordené a los soldados que por si las moscas se mantuvieran atentos. Fue entonces cuando Petronio, quizas por nerviosismo, cometié el error de mencionar que ibaa comprar més refrescos y gas para la refti. yyale iba cayendo fos, 30 al ;Conque proveyendo a los subversivos! Pero eso quiere decir que andés con pisto entonces... —Bueno, ni tanto, mi sargento. —;Cuanto tenés? —Bueno, viera usted que ni tanto. -jCudnto! Por mas que Petronio traté de explicar que de los mil y tantos querzales que llevaba, la mayorfa era para pagar por nueva mercancfa y el resto para el crédito que le quedaba adeudado todavia, y que lo que se dice ganancia pura no habia tanto, que era més bien el pres- tigio de ser duefio de una refri, no hubo caso. Nos te quedis! El resto a lo mejor puede seguir en la préxima camioneta, Se miraton la cara entre todos y Petronio enten- did que tenia sus pasos contados. Pero de alli sucedié algo inesperado. Los otros dijeron que sin Pettonio no segufan, pasara lo que pasara. El sargento los mird con cara de pocos amigos, pero en eso entré el cabo para notificar que habia establecido la comunicacién con Ciudad Flores. El sargento malhumorado, salié de prisa —Gracias. Igual, ya nos jodimos todos ~respondié Tiburcio Amado. ‘Al rato regres6 el sargento, con la cara atin més desencajada que antes. Los hombres se prepararon para lo peor. —Dicen de alld arriba que todos ustedes no son sino una bola de subversivos... Ahota si, pensé Petronio. Mejor me hubiera qued~ do en Escuintla, tan bonita que era, con sus palmeras. Pero només que alli no tenia tierrita, sélo podia ganarse 31 la vida escupiendo fuego, y de eso noms le quedé la voz ronca y la imposibilidad de saborear la comida. En cambio, aqui si tenfa tierrita, aunque fuera a fuerza de arrancérsela a la selva a puro pulso. —.. que no pueden seguit, ni quiere saber nada de ustedes. Regrésense, Ya les arreglaremos cuentas. Espé- rense nomas, Suspiraron de que si al menos no podfan cumplir con su misién, por lo menos podian volver sanos y salvos, y eso ya era ganancia, Los soldados bajaron la guardia, Empezaban a caminar todos hacia el camino cuando el sargento los paré en seco: ~Pero para poder itse tienen que dejar una fianza. Todos los ojos convergieron en Petronio. No habia de otra, En efecto, cuando el sargento mencioné la suma requerida, coincidia con lo que Petronio llevaba, hasta el Ailtimo centavo, Con las Iigrimas en los ojos, Petronio se sacé el dinero de la bolsa. “No te aflijés”, alcanzé a decirle Tiburcio, “entre todos lo recuperamos”” Pero Petronio estaba mordido por més que lo del dinero, ;X los refrescos? {Qué iba a hacer si ya no lo dejaban pasar a Ciudad Flores? :Y si perdia la refri, después de tanto esfuerz0? ‘Asl y todo, se regresaron cabizbajos. Como no los esperaban tan pronto, hubo que mandar a un patojito a que le avisara a Nor Margarito de traer las mulas y perdieron el resto del dia. Las malas noticias vuelan. Ya para cuando entraron a Nuevo Amanecer todo el mundo sabia lo que pasé, si bien un tanto exagerado. Se hablaba de que los habian torturado, que varios trafan la piel desgarrada 0 hecha jirones porque se las quisieron arrancar con tenazas, que les habian hecho un amago de fusilamiento, que 32 les habfan cortado las falanges de los dedos. ‘Todos los miraban espantados. Por eso cuando Ilamaron a un. mitin en el centro de la aldea, no sélo no quiso ir, sino que los maldijo entre dientes y se puso a llorar de la pu- ritita rabia. Pero la Romualda si fue, mas por curiosidad que por otra cosa, ya que si no lo hacfa se quedaba sin tema para cuchichear con las sefioras durante Ia lavada de ropa y estaba cansada de sélo poder conversar con piedras. Pero regresé corriendo a jalarlo a él. —Venite. No es un mitin como los otros. Estamos decidiendo si nos vamos pa’ México. En efecto, los muchachos estaban explicindole a todos que el ejército venia arrasando los caserios y campamentos por donde ellos habian pasado, y estaban seguros de que ahora le tocaba a Nuevo Amanecer. So- bre todo después del incidente del retén. Sin embargo nadie se querfa ir. Hacfan mds y més preguntas, que los muchachos respondian pacientemente, una tras otra. {Qué hacemos con el mafz? Ya cosecharon y to- davia no es tiempo se sembrar la milpa. = si el ejército nos agarra en el camino? ~Nosotros los acompafiamos hhasta el Usumacinta abriendo nuevas brechas. —¥ si nos cuftan dan ierfas?=Sitodaviaind som delustedes,siikes han dado el titulo de propiedad. ~zHay tierras del lado mexicano? —Iguales a las de aqui. Ademis, si se quedan los matan. Allé por lo menos se sobrevive. Asi siguié la cosa, hasta que Petronio pregunt6, cy mi refri? Todos se rieron, hasta los muchachos. Se tiene que llevar sélo lo que se pueda. Ah no, dijo Petronio. Yo no me voy sin mi refri. Se armé entonces la gran discutidera. La cosa pasé a mayores cuando la mujer de ‘Timoteo Timoleén dijo para si, ay, pero qué hombre mis pendejo. La Romualda lo oy6, se volted y le dijo, a 33 mi marido nadie lo trata de pendejo, y le pegé tremen- do jalén de pelo que casi le arranca la trenza. Los maridos se metieron a separar a sus mujeres. La gente les hizo rueda. En el destrabe Petronio golped sin querer a la mujer de Timoteo, Aquella chilld, Su marido le pidié cuentas a Petronio con lujo de rechinidos de dienves. Romualda mencioné algo acerca de los proge- nitores de Timoteo y pronto los hombres se pegaban entre si. Los muchachos tuvieron que separarlos casi a culatazos y estuvieron a punto de soltar algunos tiros al aire para calmar los énimos. —Ademés me deben més de mil quetzales que son todos mis ahorros de mi vida -recordé Petronio entre gimoteos. Los muchachos terciaron entonces en el asunto. Petronio y Romualda se Ilevarfan su refri, a lomo de mula, Todos se beneficiarfan de tener refri con ellos. En esas estaban cuando cortié la voz de que el ejército habia ocupado Nueva Aurora del Desarrollo de la Pa- tria y estaba matando civiles. Cundié el pénico entre todos. Corrieron a sus casas a agarrar lo que pudieran y-a meterse en la selva. En medio del cumutlro, los mu- chachos apenas si pudieron mantener algo de orden y prepararon a todos para abandonar el lugar en media hora, costara lo que costara. Petronio y Romualda se las arreglaron para juntar las mulas de Nor Margarito y con ayuda de los yecinos montaron la refri en la misma plataforma en la que la in- trodujeron, Slo que ahora hubo que cubrirla de ramas y ‘monte para que su reluciente blancura de ballena blanca no los traicionara de ser sobrevolados por algtin heli- céptero. Montaron también el poco gas y refrescos que quedaban, Al darse la orden, estaban listos para partir. 34 Protegides por los muchachos atravesaron la selva tratando de seguir el sol que ni se veia casi entre los Arboles tan altos. Por primera vez, se aventuraban hacia, el oeste. Iban, ademds, por terreno totalmente virgen, donde no existian brechas y donde posiblemente nin- gin humano habia pisado durante siglos. La dureza de aquellas plantas enormes y sus flosas espinas no dejaban de rasgar la piel. Caminaban por es- trechos ttineles abiertos en la selva a puro filo de machete, y ni siquiera podian recostarse contra los troncos inmen- s0s de los gigantescos érboles para descansar, porque unas enormes hormigas bajaban entre la corteza dejando como pulpa su maltratada figura, cuando no les sacaban ron- chas los hongos o helechos que cubrian las cortezas. Era tanto el calor y tan hambrientos los insectos de todo tipo y especie, que parecfa que todos hubieran en- gordado de la inflamacién que tenfan en sus miembros de tanta picadura. Como si todo eso fuera poco, cada nueva herida que se hacian, por pequefia que fuera, se cubria inmediatamente de un sinfin de insectos y ya es- taban tan débiles y desconsolados que ni se molestaban en espantarlos. Como la mayorfa llevaba los pies descal- 20s, se habfan ocasionado maiiltiples heridas que estaban cubiertas de moscas verdes, de tal manera que parecfa que tuvieran los pies verdes mientras caminaban. Pero eso sf, llevaban la refti, el gas y los refrescos. La dureza del viaje fue tal que se murieron hasta un par de mulas, pero la mayoria de la gente, Petronio y Romualda entre ellos, asi como la preciada refi, pu- dicton llegar por fin hasta el rio Usumacinta. No fue el caso de la nifia Chagua; cuyo viejo corazén no resistié tan azarosa existencia, ni del primer hijo de Enrique Xuncax, cuya desnutricién lo consumié en menos de 72 35 horas. Epaminondas Angulo lleg6 debilitadisimo por la inflamacién de sus bronquios, pero lleg6. El rio no estaba demasiado crecido, pero aun ast era anchisimo, més ancho que cualquier otro rio que hubie- ran visto en su vida. El agua era profunda, misteriosa. Aunque se vefa que su volumen era enorme, parecta flo- tar eternamente inmévil. Esa noche acamparon junto al rio. Antes de dormirse, Petronio todavia vendié algunos de sus tiltimos refrescos. En a noche oscura, las mulas se encabritaron de pronto. Todos se despertaron temerosos. Los mucha- chos empezaron a dar gritos en la oscuridad y tirar al aire. Pero nadie respondié al fuego. Sin embargo, las mulas segufan encabritadas. Después de que volvié la calma, los muchachos prendieron las linternas y se aventuraron hasta las mulas, arma en mano, para averi- guar qué era lo que andaba por alli. Una vez. comproba- do que no eran soldados, se esperaban cualquier animal de monte, incluso un tigrillo, Lo que no se esperaban ver era que, frente a la refrigeradora, como esperando que le sirvieran un refresco bien rio, estaba un enorme lagarto de més de dos metros. Petronio y Romualda entendieron aquello como un signo del destino. Juraron que nunca, mientras Dios les diera vida, se separarian de la refri, Al dia siguiente, tempranito, los hombres empezaron a hacer una balsa mientras las mujeres preparaban las tiltimas sobras que les quedaban para mal comer. ‘Todo el dia se fue en ambas labores, y cuando ya estuvo listo hacia el final de Ja tarde, decidieron improvisar una celebracién antes de ctuzar en la madrugada, ‘A pesar de que hubo que tomar precauciones por temor al ¢jército, tales como poner posta, cubrir todos 36 los objetos -y sobre todo la refti~ con ramas y monte, cuidar de no hacer fuegos al descampado que pudieran set vistos por los helicépteros, se pudo celebrar el simple hecho de haber vivido hasta alli, de haber podido llegar hasta la raya de ese otto pais que se llamaba México, vivitos y coleando. Aunque, la verdad, era una manera més de calmar los nervios que de verdad celebrar, por- que de celebrar, no habia nada que celebrar, fuera del hecho de estar vivos. Aunque eso ya era bastante ganan- cia, y muchos estaban de veras contentos por eso. De tal manera que los chistes circularon hasta con mayor abundancia que el poco guaro que quedaba. Romualda se sentfa particularmente impaciente y nerviosa, De fumar habrfa prendido un cigarrillo tras otro, y hasta le dieron ganas de empezar en ese mo- mento. Sufifa de pensar que algo le fuera a pasar a la refrigeradora: que se la Hevara la corriente, que se diera vuelta, que se la fuetan a quitar del otro lado esos que se llamaban mexicanos, que decfan que tenfan dos ca- bezas y cuatro manos. Trataba de alejar lo més posible el momento de atravesat, aunque a la vez queria que pa- sara de una vez y ya. Sentfa una célera enorme hacia los soldados que la obligaron a vivir todo eso, y le dieron ganas de gritar, pero pudo vencer la tentacién. Le dio miedo incluso de dejar que los nervios la dominaran. Toda su célera de afios de miseria y de odios contenidos podria salirsele de pronto y quedarse loca como la nifia Juana, la mujer de Celedonio. A ella hubo que dejarla, porque sus gritos podian delatarlos. Aunque la refri no habfa sido su idea, ella ya no querfa, ya no podia separarse de ella. ‘A Petronio le daba risa que a alguien pudiera ocu- rrirsele que él fuera revolucionario, a su edad y con la 37 garganta tan quemada. Sin cener hijos siquiera. Sin embargo, su respiracién no era reposada. Sentfa esca~ Iofrios que le recorrian la columna de abajo para arriba conforme se acercaba el momento de cruzar, La noche lo cubrié todo de tal manera que por donde fuera que uno reposara los ojos, no vefa mas que masa oscura, como la masa de pan antes de hornear, solo que negra. Aungue se ofa todo. Los animales, la respiracién de cada uno, los insectos chillosos. Y, desde Juego, el incesante fluir del agua del rio. Por fin, cuando parecia que ya nada més iba a pasar que seguir allf para siempre envueltos en ese manto oscuro, que no se sabfa siera realidad o suefio pegajoso de sudor, donde la mano inconsciente y brusca seguia mecénicamente espantando insectos, alguien susurré que era el momento. Romualda sonrié. En ese brevisimo instante sintié que el suefio o la realidad eran casi la misma cosa, y no sabfa cual de los dos escoger o si tenfa que escoger. Por Jo menos en el suefio habia més posibilidades de escapar que en la realidad. Se paré de pronto para no tener que pensar, Pensar era siempre peligroso. Se le ocurrfa a uno cada locura que daba miedo de verdad. Mas miedo que la realidad, Pero hubiera querido flocar indefinidamente en el espacio, libre de a de veras. Petronio se desperté con un estémago tan apretado que sentia ahogo. Temia que le volviera la angustia opresora que le producfa la sola idea de no estar junto a la refti. Vamos pues! Entre varios muchachos subieron la refti ala balsa. Petronio de una vez se quedé alli encaramado por si las moscas. Los muchachos les desearon suerte, se abraza- ron, y varios hombres, el Celedonio, el Enrique Xuncax, el Epaminondas Angulo entre otros, se lanzaron al rfo a 38 puro nado. Las mujeres se subieron a la balsa, todas al- rededor de la refri. Conforme algunos la guiaban desde el agua, nadando, Petronio, Romualda, el hijo mayor del Chente y la nifia Micaela buscaban empujarse del fondo del rio con unos palos muy largos. Pero costaba, porque el rio era medio hondo y el volumen del agua era grande y mas fuertecito de lo que uno quisiera. ‘Aunque no parecia tan fuerte a ojo de buen cubero, la verdad es que Se alejaron de la orilla, Todo era tensidn y esfuerzo. Los que iban nadando dizque guiando a la balsa, en realidad iban agarréndose a ella como si fuera un sal- vavidas grandote. Los palos ya casi no tocaban fondo. Lento pero seguro, la balsa empezé a dar vueltas en redondo. La monotonfa del paisaje negro de la noche Jos hipnotizaba. Por lo menos el sol no les estaba coci- nando los sesos. ‘Conforme sentian que perdian control de la balsa, ctecfa el alboroto. Todos hacian esfuerzos descomunales. Los que nadaban, chapaleaban con un brazo y con las piernas a la loca y en direcciones opuestas. Los que soste- nfan los palos los metian hasta donde podian en cl agua sin fijarse ya si lo hacian al unisono o en la misma di- reccién que los demés. La balsa seguia dando vueltas en redondo, cada vez mAs répido, como un trompo plano. Los gritos y las mentadas de madre aumentaron. La gente seguia haciendo esfuerzos y retorciéndose. Pe- tronio y Romualda, para mientras, sostenfan cada tno los lados de la refri y se preocu-paban de que no se des- equilibrara el nivel y se les fuera a deslizar. Segiin cémo les chorreara el sudor por encima del labio superior, ast podian saber si habia que hacer més fuerza para un lado 0 para el otro, y gritarle a las otras mujeres: lo era. 39 =iPa’ acd! —jAhora va pa’ alld! —jFuerza de este lado, fuerzal Las mujeres apretaban sus traseros contra Ia ref segtin los gritos del Petronio y la Romualda. La balsa se habfa alejado bastante del lado guatemalteco, pero no recia acercarse nunca al mexicano. Todavia como puro regalo de despedida, pens6 el Petronio, pudo distinguir del lado de su patria que en el agua azul remansada de Ia orilla que cada vez iba quedando més lejana, aparecia flotando un pie sin cuerpo, O asf le parecié al menos. La balsa segufa girando y girando como si fuera una espiral. De vez en cuando el agua pegaba jaloncitos que casi los hacia perder el equilibrio y todos se apretu- jaban instintivamente contra la refri. Después se volvia a calmar la cosa. Petronio llegé a pensar que nunca iban a sali. Se- guirfan dando vueltas y vueltas y vueltas hasta entrar al mar y a lo mejor y se seguian derechito hasta el otro lado, donde quedaban los Méxicos Unidos del Norte. ‘A Petronio le costaba imaginar esa inmensidad porque a pesar de set de Escuintla, no conocia el mar todavia. Sabia que los rfos desembocaban alli'y que siendo gran- dote como era, habia esas otras tierras del otro lado. Durante un buen tiempo, Petronio luché por darle sentido a las vueltas. Pero la fatiga y el instinto lo rin- dieron y opt6, finalmente, por decitle a los demés que ya no hicieran més esfuerzos por remar, que noms dejaran que el rio se los llevara un rato y aceptaran las vueltas con el mejor sentido de humor posible, provisto que no se marearan. ‘Asi se dejaron llevar un largo rato, nomds flotando en el silencio de la noche, sin escuchar casi nada més 40 que el ruido de su propio miedo. Petronio divisé que su mujer mova los labios, pero no le ofa las palabras. En- conces maldijo la inmensidad de esa selva de la cual no podia ver mas que su oscuro perfil, maldijo la inmen- sidad de ese rio que sin ningiin esfuerzo, como quien rno queria la cosa, se los llevaba perezosamente como si fueran la pluma de canario més ligera, maldijo el hecho de no poder ofr las palabras de su mujer, reducidos a gestos sin sentido como los monos, a no poder tener tranquilos un negocito de venta de refrescos. Porque era cl peso de la reftigeradora lo que estaba desquiiciando la balsa. Petronio tal vez fue el primero en darse cuenta, pero ya cuando la balsa empez6 a dar vueltas, todos lo sabfan. Cerrando los ojos fuuertemente, quiso derretir con la fuerza misma de sus parpados todos Jos escurrimientos de amargura que en ese momento se Je agolpaban en las sienes, todas las angustias secretas que siempre le apretaron la garganta quemada. Todo, si todo, por tener una refrigeradora. Era de verdad tanto pedir? Era, alcanzé a decirle la Romualda en ese instante. Porque estaba escrito que gente como ellos sélo estaban destinados a oler el sudor exhalado por las penas, a ma- rearse con el dolor de las derrotas cotidianas. Siempre vuelta y vuelta, recorriendo perdidos el rfo de las esperanzas perdidas, el rfo que ahora los despo- jaba por tiltima vez, el tiltimo de una serie de despojos {que no tenia ni principio ni fin. Lo que habia cambiado era que ahora ya sabian que no tenian ni control del tiempo ni de sus movimientos. Cuando los gritos empe- zaron a intensificarse con infinito desconcierto y alguna voz se atrevié a sugerir que botaran la refrigeradora por la borda, Petronio contrajo los hombros con aparente indiferencia y respondié: 4 Mejor se la guardan, que de algo les va a servin y nos tiramos la Romualda y yo, que al fin, el peso es el mismo, y ni tenemos hijos. En ese momento la Romualda y el Petronio se miraron fijamente. El intenté cogerle la mano mientras forzaba una sonrisa. Pero el movimiento brusco de la balsa les impidié hasta eso. El intento no fue ya més que una especie de ademan que quiso dibujar una figu- raen el aire, quiz4s la imagen de un lagarto. Quedando ambos de espalda como resultado del imprevisto giro, abrieron la boca como si quisieran morder la noche irremontable, bocado de viento que defin‘a el imposible deseo de ser lo que no podian set mientras todo siguiera como era. Enseguida, cada cual se resbalé sumisamente por su lado. La balsa continuaba haciendo lentas espirales en su larga noche sin fin, buslona y ebria, mientras trazaba sus amplios circulos, sus bamboleantes estremecimien- tos perpetiios. 42

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